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Catedrático (a):
Ingrid morales
Alumna:
Trabajo:
Album
Grado:
Sección:
“a”
Codigo:
Había una vez, una mamá cabra que vivía en una casita del bosque con seis
cabritillos. Los pequeñines vivían muy felices, protegidos por su madre de todo
peligro. Cierta mañana, la cabra decidió salir al bosque en busca de comida para
sus pequeños pero antes de partir les advirtió: “Mis queridos hijos, no deben
abrirle la puerta a nadie hasta que yo regrese. El lobo malo anda suelto por el
bosque y de seguro vendrá a devorarlos mientras yo no esté”.
“No abriremos la puerta. Sabemos que no eres nuestra madre”, gritaron los
cabritillos con todas sus fuerzas. El lobo, enfurecido, salió a toda velocidad hacia
su cueva y devoró una docena de huevos para aclararse la voz. Al llegar
nuevamente a la casita de mamá cabra, toco suavemente la puerta y dijo con
mucho cuidado: “Hijos míos, soy vuestra madre y les he traído un regalo. Abridme,
por favor”.
Engañados por la voz suave y melodiosa del lobo, los cabritillos decidieron mirar
por debajo de la puerta y fue entonces cuando pudieron ver las patas negras y
gordas del lobo. “No te abriremos porque no eres nuestra madre”, gritaron los
pequeñines con temor.
Muertos de miedo, los pequeños cabritos se pusieron a correr por todo el lugar,
pero el lobo era mucho más rápido y logró capturar al cabrito que se había
escondido en la estufa, al que se refugió debajo de la cama, al que quedó colgado
del techo, al que se ocultó detrás del piano y finalmente, al que se había metido
debajo de la alfombra.
Uno por uno, la bestia feroz devoró a los cinco cabritillos, sin darse cuenta que
uno de los pequeñines se había quedado escondido en el armario. Repleto y
cansado, el lobo decidió abandonar la casita para irse a dormir a la sombra de un
árbol.
Tiempo después, mamá cabra llegó por fin a la casita con la esperanza de ver a
sus hijos, pero cuál fue su sorpresa cuando descubrió que solamente uno de los
cabritillos se encontraba en el lugar. Asustada y nerviosa, mamá cabra abrazó a
su pequeñín mientras este le contaba cómo el lobo malo había devorado a sus
hermanos.
Sin tiempo que perder, la madre salió en busca del lobo feroz, y tal cómo había
imaginado lo encontró tendido a los pies de un árbol, roncando y durmiendo
profundamente con la panza hinchada de tanto comer. Con gran valor, mamá
cabra regresó a casa en busca de hilo, agujas y una tijera, para abrirle la panza al
lobo malo y rescatar a sus hijitos.
Tan pronto cómo abrió la panza, uno de los cabritillos asomó la cabeza, luego
otro, y otro, y otro, hasta que los seis pequeñines se encontraron a salvo bajo el
amparo de su madre. Seguidamente, la cabra le indicó a sus hijos que buscaran
todas las piedras en los alrededores, y cuando tuvieron una pila enorme,
rellenaron la panza del lobo hasta dejarla bien inflada.
Con mucho cuidado, mamá cabra cosió al lobo y se marchó con sus cabritillos
rápidamente hacia casa. Cuando la bestia mala despertó, sintió un peso enorme
en su estómago, así que se dirigió al río para tomar agua. Como las piedras
pesaban mucho, el lobo quedó atrapado en el fondo del río sin poder salvarse,
mientras la madre cabra y los cabritillos festejaban a salvo en su casita del
bosque.
El patito feo
Al igual que todos los años, en los meses de verano, la Señora Pata se dedicaba a
empollar. El resto de las patas del corral siempre esperaban con muchos deseos
que los patitos rompiesen el cascarón para poder verlos, pues los patitos de esta
distinguida pata siempre eran los más bellos de todos los alrededores.
El momento tan esperado llegó, lo que causó un gran alboroto ya que todas las
amigas de mamá pata corrieron hacia el nido para ver tal acontecimiento. A
medida que iban saliendo del cascarón, tanto la Señora Pata como sus amigas
gritaban de la emoción de ver a unos patitos tan bellos como esos. Era tanta la
algarabía que había alrededor del nido que nadie se había percatado que aún
faltaba un huevo por romperse.
El séptimo era el más grande de todos y aún permanecía intacto lo que puso a la
expectativa a todos los presentes. Un rato más tarde se empezó a ver como el
cascarón se abría poco a poco, y de repente salió un pato muy alegre. Cuando
todos lo vieron se quedaron perplejos porque este era mucho más grande y
larguirucho que el resto de los otros patitos, y lo que más impresionó era lo feo
que era.
Esto nunca le había ocurrido a la Señora Pata, quien para evitar las burlas de sus
amigas lo apartaba con su ala y solo se dedicaba a velar por el resto de sus
hermanitos. Tanto fue el rechazo que sufrió el patito feo que él comenzó a notar
que nadie lo quería en ese lugar.
Toda esta situación hizo que el patito se sintiera muy triste y rechazado por todos
los integrantes del coral e incluso su propia madre y hermanos eran indiferentes
con él. Él pensaba que quizás su problema solo requería tiempo, pero no era así
pues a medida que pasaban los días era más largo, grande y mucho más feo.
Además se iba convirtiendo en un patito muy torpe por lo que era el centro de
burlas de todos.
Un día se cansó de toda esta situación y huyó de la granja por un agujero que se
encontraba en la cerca que rodeaba a la propiedad. Comenzó un largo camino
solo con el propósito de encontrar amigos a los que su aspecto físico no les
interesara y que lo quisieran por sus valores y características.
Después de un largo caminar llegó a otra granja, donde una anciana lo recogió en
la entrada. En ese instante el patito pensó que ya sus problemas se habían
solucionado, lo que él no se imaginaba que en ese lugar sería peor. La anciana
era una mujer muy mala y el único motivo que tuvo para recogerlo de la entrada
era usarlo como plato principal en una cena que preparaba. Cuando el patito feo
vio eso salió corriendo sin mirar atrás.
Siguió pasando el tiempo, hasta que por fin llegó la primavera y fue en esta bella
etapa donde el patito feo encontró por fin la felicidad. Un día mientras pasaba
junto a estanque diviso que dentro de él había unas aves muy hermosas, eran
cisnes. Estas tenían clase, eran esbeltas, elegantes y se desplazaban por el
estanque con tanta frescura y distinción que el pobre animalito se sintió muy
abochornado por lo torpe y descuidado que era él.
A pesar de las diferencias que él había notado, se llenó de valor y se dirigió hacia
ellos preguntándole muy educadamente que si él podía bañarse junto a ellos. Los
cisnes con mucha amabilidad le respondieron todos juntos:
– ¡Claro que puedes, como uno de los nuestros no va a poder disfrutar de este
maravilloso estanque!
– ¡No se rían de mí! Como me van a comparar con ustedes que están llenos de
belleza y elegancia cuando yo soy feo y torpe. No sean crueles burlándose de ese
modo.
El primer cerdito era el más perezoso de los hermanos, por lo que decidió hacer
una sencilla casita de paja, que terminó en muy poco tiempo. Luego del trabajo se
puso a recolectar manzanas y a molestar a sus hermanos que aún estaban en
plena faena.
El segundo cerdito decidió que su casa iba a ser de madera, era más fuerte que la
de su hermano pero tampoco tardó mucho tiempo en construirla. Al acabar se le
unió a su hermano en la celebración.
El tercer cerdito que era el más trabajador, decidió que lo mejor era construir una
casa de ladrillos. Le tomaría casi un día terminarla, pero estaría más protegido del
lobo. Incluso pensó en hacer una chimenea para azar las mazorcas de maíz que
tanto le gustaban.
Cuando finalmente las tres casitas estuvieron terminadas, los tres cerditos
celebraron satisfechos del trabajo realizado. Reían y cantaban sin preocupación -
“¡No nos comerá el lobo! ¡No puede entrar!”.
El lobo que pasaba cerca de allí se sintió insultado ante tanta insolencia y decidió
acabar con los cerditos de una vez. Los tomó por sorpresa y rugiendo fuertemente
les gritó: -“Cerditos, ¡me los voy a comer uno por uno!”.
Los 3 cerditos asustados corrieron hacia sus casas, pasaron los pestillos y
pensaron que estaban a salvo del lobo. Pero este no se había dado por vencido y
se dirigió a la casa de paja que había construido el primer cerdito.
Como el cerdito no le abrió, el lobo sopló con fuerza y derrumbó la casa de paja
sin mucho esfuerzo. El cerdito corrió todo lo rápido que pudo hasta la casa del
segundo hermano.
El lobo sopló con más fuerza que la vez anterior, hasta que las paredes de la
casita de madera no resistieron y cayeron. Los dos cerditos a duras penas
lograron escapar y llegar a la casa de ladrillos que había construido el tercer
hermano.
El lobo estaba realmente enfadado y decidido a comerse a los tres cerditos, así
que sin siquiera advertirles comenzó a soplar tan fuerte como pudo. Sopló y sopló
hasta quedarse sin fuerzas, pero la casita de ladrillos era muy resistente, por lo
que sus esfuerzos eran en vano.
Sin intención de rendirse, se le ocurrió trepar por las paredes y colarse por la
chimenea. -“Menuda sorpresa le daré a los cerditos”, – pensó.
Una vez en el techo se dejó caer por la chimenea, sin saber que los cerditos
habían colocado un caldero de agua hirviendo para cocinar un rico guiso de maíz.
El lobo lanzó un aullido de dolor que se oyó en todo el bosque, salió corriendo de
allí y nunca más regresó.
Los cerditos agradecieron a su hermano por el trabajo duro que había realizado.
Este los regañó por haber sido tan perezosos, pero ya habían aprendido la lección
así que se dedicaron a celebrar el triunfo. Y así fue como vivieron felices por
siempre, cada uno en su propia casita de ladrillos.
PINOCHO
Había una vez, un viejo carpintero de nombre Gepetto, que como no tenía familia,
decidió hacerse un muñeco de madera para no sentirse solo y triste nunca más.
“¡Qué obra tan hermosa he creado! Le llamaré Pinocho” – exclamó el anciano con
gran alegría mientras le daba los últimos retoques. Desde ese entonces, Gepetto
pasaba las horas contemplando su bella obra, y deseaba que aquel niño de
madera, pudiera moverse y hablar como todos los niños.
Tal fue la intensidad de su deseo, que una noche apareció en la ventana de su
cuarto el Hada de los Imposibles. “Como eres un hombre de noble corazón, te
concederé lo que pides y daré vida a Pinocho” – dijo el hada mágica y agitó su
varita sobre el muñeco de madera. Al momento, la figura cobró vida y sacudió los
brazos y la cabeza.
– Soy yo, papá. Soy Pinocho. ¿No me reconoces? – dijo el niño acercándose al
anciano.
Los próximos días, fueron pura alegría en la casa del carpintero. Como todos los
niños, Pinocho debía alistarse para asistir a la escuela, estudiar y jugar con sus
amigos, así que el anciano vendió su abrigo para comprarle una cartera con libros
y lápices de colores.
Al verle, el dueño del teatro quedó encantado con Pinocho: “¡Maravilloso! Nunca
había visto un títere que se moviera y hablara por sí mismo. Sin dudas, haré una
fortuna con él” – y decidió quedárselo. Este aceptó la invitación de aquel hombre
ambicioso, y pensó que con el dinero ganado podría comprarle un nuevo abrigo a
su padre.
Durante el resto del día, Pinocho actúo en el teatro como un títere más, y al caer la
tarde decidió regresar a casa con Gepetto. Sin embargo, el dueño malo no quería
que el niño se fuera, por lo que lo encerró en una caja junto a las otras marionetas.
Tanto fue el llanto de Pinocho, que al final no tuvo más remedio que dejarle ir, no
sin antes obsequiarle unas pocas monedas.
Cuando regresaba a casa, se topó con dos astutos bribones que querían quitarle
sus monedas. Como era un niño inocente y sano, los ladrones le engañaron,
haciéndole creer que si enterraba su dinero, encontraría al día siguiente un árbol
lleno de monedas, todas para él.
El grillo trató de alertarle sobre semejante timo, pero Pinocho no hizo caso a su
amigo y enterró las monedas. Luego, los terribles vividores esperaron a que el
niño se marchara, desenterraron el dinero y se lo llevaron muertos de risa.
Y tan pronto supo aquello, Pinocho partió a buscar a Gepetto, pero por el camino
tropezó con un grupo de niños:
– Vamos al País de los Dulces y los Juguetes – respondió uno de ellos – Ven con
nosotros, podrás divertirte sin parar.
– No lo hagas, Pinocho – le dijo el grillo – Debemos encontrarnos con tu padre,
que se ha ido solo y triste a buscarte.
– Tienes razón, grillo, pero sólo estaremos un rato. Luego le buscaré sin falta.
Y así se fue Pinocho acompañado de aquellos niños al País de los Dulces y los
Juguetes. Al llegar, quedó tan maravillado con aquel lugar que se olvidó de salir a
buscar al pobre de Gepetto. Saltaba y reía Pinocho rodeado de juguetes, y tan
feliz era, que no notó cuando empezó a convertirse en un burro.
Sus orejas crecieron y se hicieron muy largas, su piel se tornó oscura y hasta le
salió una colita peluda que se movía mientras caminaba. Cuando se dio cuenta,
comenzó a llorar de tristeza, y el Hada de los Imposibles volvió para ayudarle y
devolverlo a su forma de niño.
– Ya eres nuevamente un niño bello, Pinocho, pero recuerda que debes estudiar y
ser bueno.
– No, para nada, nunca he dicho una mentira – pero la nariz le creció un poco más
– ¡Y siempre me porto muy bien!
Pero al decir aquello la nariz le creció tanto, que apenas podía sostenerla con su
cabeza. Con lágrimas en los ojos, Pinocho se disculpó con el Hada y le prometió
que jamás volvería a decir mentiras, por lo que su nariz volvió a ser pequeña.
Entonces, él y el grillo decidieron salir a buscar a Gepetto. Sin embargo, cuando
llegaron al mar, descubrieron que el anciano había sido tragado por una enorme
ballena.
Me estoy bañando.
Juguemos en el bosque, mientras el
lobo no está.
En el cielo o en el mar
un diamante de verdad.
Estrellita dónde estás
me pregunto quién serás.
En el cielo o en el mar
un diamante de verdad.
Estrellita dónde estás
me pregunto quién serás.
ASERRÍN, ASERRÁN
Aserrín aserrán
los maderos de San Juan
piden pan no les dan
piden queso les dan hueso
y se les ¡atora en el pescuezo!
piden vino, si les dan
se marean y se van
Aserrín aserrán
los maderos de San Juan
piden pan no les dan
piden queso les dan hueso
y se les ¡atora en el pescuezo!
piden vino, si les dan
se marean y se van.
Aserrín, aserrán,
los maderos de San Juan,
piden pan, no les dan,
piden queso, les dan hueso
piden ají, y los botan así.
TENGO, TENGO, TENGO
Una me da leche,
otra me da lana,
y otra me mantiene
toda la semana.
Caballito blanco
llévame de aquí.
Llévame hasta el pueblo donde yo nací.
Cinco lobitos
tiene la loba,
cinco lobitos,
detrás de la escoba.
Cinco lobitos,
cinco parió,
cinco críó,
y a los cinco,
a los cinco
tetita les dió.
Pulgar, pulgar,
se llama éste,
éste se llama índice
y sirve para señalar,
éste se llama corazón
y aquí se pone el dedal,
aquí se pone el anillo
y se llama anular
y este tan chiquitín
¡meñique, meñique!.
CRO-CRO CANTABA LA RANA
Ahí donde estás parado dale un abrazo a tu hermano que esta a tu lado.
BAILE DE UN CRISTIANO
Cuando un cristiano baila, baila, baila, baila. (Bis) pies, pies, pies,...
Cuando un cristiano baila baila, baila, baila (Bis) rodilla, rodilla, rodilla....
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