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ACTUALES.
Las ciencias económicas, a ellas me refiero, constituyen hoy una de las ciencias
relevantes para la vida de los pueblos del planeta. Están diseñadas para ponerse al
servicio de las personas, los grupos, los negocios y las sociedades, a través del
estudio de las relaciones que se generan entre lo social y lo monetario, las
necesidades y sus satisfacciones, el bienestar y el capital como recurso capaz de
brindar herramientas para lograr crecimiento. Las ciencias de la economía cuantifican
el desarrollo y la disponibilidad de uso de los recursos, para que se pueda utilizar el
conocimiento obtenido en mejorar la distribución y generación de riqueza y de
oportunidades. Son, en este sentido, una ciencia humana en sentido estricto, pero al
mismo tiempo, una ciencia empirica y utópica, que no por ello deja de presentar
contradicciones, luchas de intereses enfrentados, conflictos.
• Fisiocracia
• Escuela clásica
• Escuela keynesiana
• Monetarismo
En las próximas secciones haremos un resumen de las principales escuelas así como
también una breve biografía de sus ideólogos y protagonistas principales.
El mercantilismo
El mercantilismo fue un modelo que tuvo auge en el período comprendido entre los
siglos XVI a XVIII y que determinaba que la riqueza de las naciones dependía de la
cantidad de metales preciosos que acumularan.
Mercantilismo Inglés
En Inglaterra, el mercantilismo alcanza su apogeo durante el periodo llamado del
Long Parliament (1640–1660). El mercantilismo inglés adoptó sobre todo forma de
control del comercio internacional. Se puso en marcha un amplio abanico de medidas
destinadas a favorecer la exportación y penalizar la importación. Se instauraron tasas
aduaneras sobre las importaciones y subvenciones a la exportación. Se prohibió la
exportación de algunas materias primas. Las Navigation Acts (Actas de Navegación)
prohibían a los comerciantes extranjeros hacer comercio interior en Inglaterra.
Mercantilismo Español
Se caracterizo por ser acumulativo y defensivo de los metales preciosos provenientes
de las minas de América, durante los siglos La idea económica era impedir la salida
de los metales preciosos provenientes de América, prohibiendo la exportación de
materias primas y la entrada de mercancías extranjeras.
XVI y XVII.
Todo esto se dio por que al enriquecerse con los metales de América abandono el
trabajo como fuente de riqueza.
Modelo:
El sistema económico aplicado por el Estado español fue de carácter mercantilista
Aplicación:
El modelo mercantilista se aplicó a través de un monopolio del comercio exterior
Implementación:
Para asegurar este monopolio comercial, España instituyó durante el siglo XVI un
sistema de flotas y galeones
Consecuencias:
Este rígido sistema comercial provocó que muchas colonias desarrollaran un comercio
informal o contrabando
La fisiocracia
La fisiocracia fue un modelo que surgió en Francia durante el siglo XVIII de la mano
de François Quesnay y Anne Robert Jacques Turgot. Las ideas de esta escuela
económica se oponían a las del mercantilismo y planteaban que la riqueza de la
nación provenía de la agricultura.
Los fisiócratas también son considerados los creadores de las ciencias sociales.
Características de la Fisiocracia
• Se oponía al mercantilismo
• No es intervencionista
La escuela clásica
Se considera que la economía que conocemos nace después de que el filósofo escocés
Adam Smith publicara el libro “Investigación sobre la naturaleza y causas de la
riqueza de las naciones”.
Adam Smith
Adam Smith considera al trabajo como fuente de la riqueza de las naciones. Fue
también el autor del concepto de la “mano invisible” según el cual el estado debe
intervenir lo menos posible en las decisiones del mercado ya que éste (el mercado)
funciona como una mano invisible regulando la economía.
Los hombres, a los que Adam Smith define como egoístas, tratarán de maximizar su
riqueza y para ello deberán hacer aportes a la comunidad por lo que la terminarán
beneficiando aunque ese no fuese el fin de esos aportes sino beneficiarse a si
mismos. Una mano invisible hace al hombre ayudar al resto sin proponérselo.
Escuela keynesiana
La escuela keynesiana nace de la mano de John Maynard Keynes y su libro “Teoría
general sobre el empleo, el interés y el dinero” publicado en 1936 a raíz de la
“Gran Depresión”. La teoría keynesiana propone darle mayor poder y nuevas
herramientas a las instituciones para que puedan evitar las crisis económicas.
Teoría del keynesianismo
Una de las ideas principales de Keynes es que la baja de los salarios hace bajar la
demanda y por lo tanto la economía se estanca. Para contrarrestar este efecto, el
estado debe aumentar el gasto público en tiempos de crisis o recesión. Dicho de otra
manera, se debe utilizar la política monetaria o el endeudamiento para generar
mayor liquidez y sostener la demanda.
La teoría keynesiana se opone a la teoría clásica que sostiene que los ciclos
económicos son regulados por el propio mercado, asumiendo que una baja en los
salarios hace bajar la demanda y que esto al mismo tiempo hace bajar los precios
equilibrando al mercado nuevamente.
• Se opone al liberalismo
El monetarismo
El monetarismo es una teoría económica que considera a la cantidad de dinero
disponible como un elemento determinante dentro de la economía. Se opone al
keynesianismo sosteniendo que la inflación es un problema únicamente monetario y
asegura que se produce debido a que hay más dinero en circulación del que la
economía demanda.
Según el monetarismo el estado no debe intervenir en el mercado, sino únicamente
fijar y controlar la cantidad de dinero en circulación que requiere la economía. El
monetarismo también sostiene que el consumo no está influenciado por la renta a
corto plazo sino por la renta a largo plazo.
Saving Capitalism form the capitalists, Raghuram Rajan y Luigi Zingales (2003)
El economista indio Raghuram Rajan es en la actualidad el economista jefe del Fondo
Monetario Internacional, cargo al que fue elevado el mismo año en que salió la
primera edición de este libro que escribió con su colega y amigo de largo tiempo, el
italiano Luigi Zingales.
Ambos son doctorados en Economía del MIT, que luego pasaron a ser profesores en
la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago. Eugenio Tironi nos diría que
Rajan y Zingales han recorrido las dos variantes de la ideología norteamericana: el
Boston de alma keynesiana y demócrata, y el Chicago de alma monetarista y
republicana. Quizás de ahí surge la interesante y pragmática síntesis intelectual que
se refleja en este libro.
Un corolario del libro es que donde haya un nicho de altas rentabilidades privadas
capturadas y sin desafiar en el mercado de capitales, probablemente exista un espacio
para la acción pública pro competencia. Por ejemplo, en mi humilde opinión, como
en el caso de las AFP en Chile. Otro corolario es que los esfuerzos regulatorios y
empresariales por bancarizar a sectores populares y a las microempresas,
probablemente también van por buen camino.
Un libro muy entretenido de leer. Tiene una revisión accesible de teoría y evidencia
empírica, referencias históricas y buenos casos ilustrativos. Muy útil, muy importante
para las discusiones de políticas públicas en Chile.
Los extensos títulos son bastante reveladores: uno fue publicado en el 2001 y se
llama La Esquiva Búsqueda del Crecimiento: Aventuras e Infortunios de los
Economistas en los Trópicos. El otro salió el 2006: La Carga del Hombre Blanco:
Cómo los Esfuerzos de Ayuda de Occidente Han Logrado Hacer Tanto Daño y Han
Generado Tan Pocos Beneficios.
Jeffrey Sachs es una figura que está transitando desde el mundo de la academia al
de la política (incluso tiene un website para sondear su candidatura presidencial:
www.sachsforpresident.com). Es relativamente conocido en Chile por ser el coautor
de un célebre libro de macroeconomía de pregrado con el profesor Felipe Larraín de
la Universidad Católica. Luego de obtener su doctorado en Economía de Harvard,
Sachs se estableció como profesor de esa universidad por muchos años. Además fue
asesor de varios países latinoamericanos (especialmente Bolivia) y de Europa del Este
(entre otros Polonia), con lo que alcanzó notoriedad por ser un proponente de las
terapias macroeconómicas de shock. En la actualidad es profesor de la Universidad de
Columbia, donde dirige el Earth Institute y se desempeña como un importante asesor
para la Naciones Unidas, donde encabeza el Proyecto del Milenio.
Sachs escribió su libro para discutir la postura representada por los textos de
Easterly. El gobierno de Africa es pobre -dice Sachs- porque Africa es pobre, no al
revés. Por ende, enrostrarles la culpa a las instituciones de Africa por las dificultades
de las políticas de ayuda es, en chileno, echarle la culpa al empedrado.
Especialmente porque, de acuerdo a su postura, el fracaso de estos paquetes de
cooperación se debe a que son, en general, demasiado pequeños como para tener un
impacto significativo y detonar dinámicas virtuosas que ayuden a estos países a salir
de la miseria. No es que Sachs minimice la importancia de las instituciones;
argumenta que el logro de ciertos niveles mínimos de bienestar es un prerrequisito
para cualquier tipo de desarrollo, sea institucional, político o económico.
Por ejemplo, mercados de capitales perfectos -como los que proponen Rajan y
Zingales- en teoría no sólo les darían crédito a los que tienen buenas ideas o talento
sino también a quienes necesitan recursos para descubrir sus talentos y escapar a la
trampa de la miseria. En la práctica sabemos que eso no ocurre con demasiada
frecuencia. En sociedades (o en sectores sociales) en que los problemas asociados a la
miseria son aplastantes porque no dejan espacio para nada más (plagas de sida,
hambre masiva, violencia rampante), no está el material social fundamental que se
necesita para que los mercados de capitales hagan su trabajo. Sachs argumenta que
no es suficiente con hacer bocetos institucionales para lindos mercados de capitales y
hermosas catedrales institucionales para luego sentarse a esperar a que se desarrollen:
primero hay que generar la infraestructura que permita sacar a relucir el talento
humano.
Su postura es que falta la institucionalidad global que ayude a que los países
emergentes puedan enfrentar exitosamente estos procesos de crecimiento. El libro se
sustenta en la visión de que existe un conjunto de mecanismos mediante los cuales
las naciones desarrolladas ejercen influencias nocivas sobre las en desarrollo, y que
esas influencias están desbalanceando política y económicamente al sistema global.
¿La solución que propone Stiglitz para estos problemas?: el desarrollo de más
institucionalidad global. El peligro de no hacerlo, de acuerdo con su punto de vista,
es el mismo que veía Keynes a mediados del siglo XX: el peligro de una
desestabilización que conduzca al cierre de sociedades, al conflicto y al retroceso
democrático.
Hay, por supuesto, visiones -digamos- más optimistas. Visiones que sostienen que la
integración de mercados ha sido fundamentalmente buena y sus déficit institucionales
pocos. Si usted quiere hundirse en un mullido sillón de autocomplacencia le
recomiendo el entretenido The World is Flat (2005) del columnista del New York
Times Thomas Friedman; la otra posibilidad es In Defense of Globalization (2004) del
eminente profesor Jagdish Baghwati, un poco más latero, pero más basado en cifras
y estadísticas. Una visión a medio camino la puede encontrar en Why Globalization
Works (2005), del excelente columnista del Financial Times, Thomas Wolf. Léalos y
fórmese su propia opinión.
Joseph Stiglitz tiene que ser el único premio Nobel de Economía genuinamente
detestado por The Economist. La razón es muy simple: en su anterior libro -llamado
Globalization and it's Discontents (2003)- cometió la insolencia de criticar las políticas
y el proceder del FMI y -como sabemos- atacar a una autoridad monetaria, bueno?
eso es algo que simplemente no se permite, no importa cuántos sean los méritos de
quien critica. En fin, ese fue el crimen de Stiglitz. Si no me cree, pregunte a los
economistas sobre Stiglitz: en general no encontrará opiniones sutiles. A mí me
parece que, en general, hay una lectura equivocada de él. Si uno toma la decisión de
leerlo en vez de sumarse ignorantemente al chaqueteo institucional, puede descubrir
que en su ácida crítica hay sustancia constructiva, útil y necesaria. Este libro nos da
una nueva oportunidad para escucharlo.
Las doctrinas económicas han ido y venido a lo largo de los siglos, se ajustan a las
realidades sociales. Si bien los pensadores ortodoxos podrían pensar en leyes
universales en la economía, los cambios en los principios torales de esta ciencia
social parecerían indicar lo contrario. Las líneas del debate intelectual del siglo XX se
centraban en el “deber ser” del sistema económico, ¿cuál debería ser el papel del
Estado en los mercados? ¿capitalismo o comunismo? ¿Cuál debería ser el objetivo de
la política económica? Si bien los estudiosos de la ciencia económica la tratan como
una de carácter positivo, la parte normativa siempre estuvo presente en los
acalorados debates entre distintas escuelas.
Las Guerras Mundiales, la Gran Depresión, la crisis de los energéticos y la Guerra
Fría son sólo algunos sucesos internacionales donde los paradigmas económicos se
modificaron o tuvieron un rol preponderante. Conocer la historia es también conocer
la historia de los modelos económicos. Difícilmente podríamos entender el siglo XX
sin la lucha entre ideologías de la guerra fría o sin mencionar los efectos de cada
suceso relevante sobre la economía mundial. Para entender el contexto internacional
contemporáneo se vuelve necesario entender cómo funciona el sistema económico.
Los países emergentes, la crisis iniciada hace cinco años, los problemas del euro, los
gigantes asiáticos, todos estos fenómenos han configurado el sistema internacional y
sus efectos continuarán a largo plazo.
En América Latina los cambios en las doctrinas económicas han sido bastante
evidentes. El socialismo del siglo XXI que se discute en Venezuela, el comunismo
cubano, el neoliberalismo y los Chicagos Boys son sólo algunos ejemplos de
ideologías económicas heredadas del siglo XX. Hemos seleccionado cinco grandes
doctrinas que permanecieron en el discurso intelectual de la centuria pasada.
El socialismo
“El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad.”
-L. Trotski
El comunismo
“El comunismo es la abolición positiva de la propiedad privada, de la
autoenajenación humana y, por tanto, la apropiación real de la naturaleza humana a
través del hombre y para el hombre. Es, pues, la vuelta del hombre mismo como ser
social, es decir, realmente humano, una vuelta completa y consciente que asimila
toda la riqueza del desarrollo anterior. (…) Es la resolución definitiva del
antagonismo entre el hombre y la naturaleza y entre el hombre y el hombre.”
--Karl Marx
“Una sociedad que priorice la igualdad por sobre la libertad no obtendrá ninguna de
las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad por sobre la igualdad obtendrá
un alto grado de ambas.”
-Milton Friedman
Buenas o malas, discutibles como todas, las ideas de Harari dejan planteados dos
desafíos que convocan a su resolución a las dos principales fuerzas progresistas de la
Modernidad: el liberalismo progresista, responsable de encarnar y defender el valor
Libertad, y la Izquierda democrática, responsable del valor Igualdad. Harari no lo
dice en estos términos, pero el mundo de la inteligencia artificial y el big data
desafía las concepciones tradicionales del liberalismo, que siempre vio el peligro
totalitario desde el lado del Estado cuando en la actualidad la combinación entre
inteligencia artificial y big data hace tanto o más amenazante la acumulación de
poder en manos de corporaciones económicas globales como Google, Amazon,
Facebook y Apple; las célebres GAFA. Más difícil aún es el desafío para la Izquierda,
cuyo sentido histórico en el mundo nacional-industrial ha sido el de representar a
una mayoría de trabajadores carentes de poder político pero decisivos en el campo
de la generación de la riqueza, en el preciso momento en que el reemplazo del
trabajo humano por robots y algoritmos parece empujar a millones de seres humanos
hacia la irrelevancia económica.
¿Cómo es posible enfrentar la manipulación económica y política de los seres
humanos cuando las nuevas tecnologías permiten "hackearlos"; es decir: influenciarlos
y manejarlos sobre la base del cómputo de datos masivos que permiten a la
inteligencia artificial conocerlos mejor de lo que ellos se conocen a sí mismos? ¿Qué
podrá querer decir, en este marco, la idea esencial del pensamiento liberal: el "libre
albedrío"? ¿Será posible redistribuir los aumentos vertiginosos de la productividad
global -como se hizo en la era nacional industrial- cuando carecemos hoy de un
sistema político global redistributivo y cuando la contribución de los trabajadores a
la riqueza tiende a disminuir o desaparecer, llevándose consigo a su poder político?
¿Será posible evitar que la explosión de las nuevas tecnologías de mejoramiento y
prolongación de la vida mediante trasplantes de órganos, implantes biónicos y chips
de conectividad hombre-máquina trasformen la divisoria social en una brecha
biológica insalvable? Agrego, por mi parte: ¿será posible la democracia cuando su
actor históricamente decisivo -la nación-estado- está siendo barrido del escenario
global por las fuerzas tecnológicas y económicas globales? ¿Es posible salvarla
cuando las nuevas tecnologías hacen innecesaria la distribución masiva de la carga
decisional -una de sus razones y de sus motores dinámicos en la época industrial- y
cuando la complejidad creciente de la sociedad global de la información la torna
progresivamente incomprensible para los individuos sin estudios específicos? No
habrá Izquierda ni Liberalismo que puedan sobrevivir sin dar una respuesta a estas
preguntas, y la obra de Harari es una gran contribución porque carece de respuestas
acabadas pero pone sobre la mesa muchas de las cuestiones principales.
Para comprenderla cabalmente, y para entender la polémica implícita con quienes
denomina "dataístas" y "transhumanistas", hay que leer a su representante más
acabado: el académico y empresario Ray Kurzweil. Perfecta expresión de lo que Eco
denominaría un "integrado", Kurzweil concibe al universo como un flujo constante de
datos y al homo sapiens como una etapa en la evolución de la elaboración y
procesamiento de esos datos. Una etapa, obviamente, destinada a ser superada
mediante la interacción entre la inteligencia humana y la artificial del que la actual
colaboración entre los sapiens y las computadoras es sólo el primer paso. En pocas
décadas -pronostica Kurzweil en su principal obra (La singularidad está cerca, 2005)-
el crecimiento exponencial del big data y la inteligencia artificial, la transferencia
creciente de datos entre esta y la inteligencia biológica (humana) y la aparición de
cyborgs y de sistemas computacionales que superarán ampliamente nuestras actuales
capacidades harán irrelevante la distinción entre ambos tipos de inteligencia y
llevarán paulatinamente al predominio de la inteligencia no biológica. Ese momento,
que según Kurzweil anticipa una explosión de las capacidades de acumulación y
procesamiento de datos llevará al fin de la humanidad como la conocemos y
provocará una singularidad tan revolucionaria como el big-bang: la extensión del mix
entre la inteligencia artificial y la biológica por el universo. Quien vea en el
dataísmo los rastros de la razón hegeliana y los peligros totalitarios de ella derivados,
como bien analizó Popper, me parece bien encaminado…
¿Tienen razón los integrados como Kurzweil, quien parece aconsejarnos relajarnos y
confiar en la labor benéfica de los GAFA, o habría que considerar las advertencias
apocalípticas de los Harari? Nadie puede saberlo. Pero sí es inevitable plantear una
cuestión: ¿quiénes toman las decisiones? Porque aún la decisión de no tomar ninguna
decisión y confiar en los GAFA es una decisión. ¿Pueden tomar las decisiones
cruciales para el futuro de la humanidad unos managers corporativos a los que nadie
les ha otorgado ningún tipo de representación política, apenas limitados por el poder
decreciente de unos estados nacionales presididos por políticos que solo fueron
elegidos para ejercer una representación nacional y que a menudo encarnan la utopía
reaccionaria de volver a los viejos buenos tiempos del industrialismo manufacturero y
los estados nacionales? He aquí el principal debate político del siglo XXI.
Más allá de Kurzweil y de Harari, el siglo XXI ha demostrado una serie de
afirmaciones imposibles de refutar en el marco de la racionalidad, la modernidad y
la democracia: 1) Las tecnologías de alcance global plantean problemas y crisis de
escala global, como la inestabilidad financiera, la proliferación nuclear, las
migraciones globales, el terrorismo internacional y el cambio climático; 2) Las crisis
globales requieren soluciones globales que los estados nacionales y las organizaciones
internacionales son incapaces de proveer; 3) Las soluciones globales requieren
regulaciones y políticas globales que solo un sistema político-institucional global de
toma de decisiones puede deliberar y aplicar; 4) Los seres humanos no conocemos
mejores principios políticos para lograrlo que los del federalismo y la democracia.
Un federalismo inevitablemente mundial y una democracia necesariamente global.
Como bien expresa el debate político entre los apocalípticos y los integrados del siglo
XXI, de su urgente aplicación al nivel planetario depende ya la suerte del mundo.
Prebisch y el Siglo XXI
En el siglo XX, Prebisch fue una figura de singular relevancia en el pensamiento
económico y en el diseño de instituciones y políticas económicas en América Latina,
al punto de que fueron muy pocos los personajes latinoamericanos que influyeran
más que él en la región. Se ha llegado a decir que fue el Keynes de América Latina.
Su contribución en el plano de la formulación de políticas económicas pro desarrollo
fue notable por su grado de pertinencia histórica y por abrir a la mayoría de los
países del continente la posibilidad real de transformar sus estructuras económicas y
sociales, quizás por primera vez desde que se constituyeran como Estados nacionales.
Sin embargo, ¿cuán vigente está hoy el pensamiento de Prebisch? Y más importante
aún, independientemente de la importancia que tenga su figura para entender la
historia de América Latina en el siglo XX, ¿ayuda ahora Prebisch a comprender el
presente y a explorar el futuro de los países de la región?
En esta sección el propósito es indagar en torno a estos interrogantes.
Se ha seleccionado un conjunto de temas respecto de los cuales Prebisch y la CEPAL
realizaron importantes contribuciones con el fin de poder analizar esos aportes
originales, el devenir histórico y el estado actual de la cuestión, en términos tanto
empíricos como teóricos.
También se ha procurado conseguir la más amplia colaboración de expertos, siempre
insistiendo en que el objetivo no es buscar un rescate caprichoso de esas ideas
originales, sino fundamentalmente estudiar la situación actual y las perspectivas del
futuro, sin dejar de considerar y valorar los aportes de Prebisch y de la CEPAL, así
como su eventual vigencia o pérdida de ella.
Cada tema se presenta en tres diferentes niveles de profundidad. Primero, un texto
muy breve en que se delimita el problema. Luego viene un resumen simple del tema,
la forma en que Prebisch y la CEPAL lo concibieron, el debate posterior y la vigencia
actual del problema. Finalmente, para quienes buscan un análisis más acabado en
términos académicos, se presenta un texto de mayor extensión en el que pretende
ofrecer una revisión de los aportes pertinentes y un estado actualizado de la cuestión.
Los temas seleccionados no tienen una estructura fija. Son los propios debates e
investigaciones y los cambios históricos mismos los que irán poniendo de relieve
distintos aspectos, lo que a su vez llevará a abrir nuevos temas o a agrupar otros. La
intención es que estas secciones tengan vida y sean un soporte para debates
dinámicos y candentes.
En primera instancia se han seleccionado los siguientes temas:
• Las tendencias de los términos de intercambio de las materias primas y
alimentos en el mundo y en los países latinoamericanos
• El crecimiento con restricción de la balanza pagos
• Desarrollo y desigualdad
• Política monetaria, bancocentralismo y desarrollo
Abadi forma parte de una serie de sobre jóvenes intelectuales atrapados dentro de
una revolución que desprecia el conocimiento formal. Como un símbolo de que no
todo está perdido, actualmente espera una bebé.
—El chavismo se empecina en una política económica que parece ir contra toda
lógica formal. ¿Cuestión de buena fe, orgullo o cuidadosamente planificada estrategia
de dominación?
—En general, se estima que los mercados son los mecanismos más eficientes para la
asignación de recursos escasos. Sólo cuando los mercados fallan, se esperaría una
intervención de los gobiernos. Como resulta evidente, los controles han sido un
rotundo fracaso, y aunque el boom petrolero permitió financiarlos durante tanto
tiempo, las fallas estructurales del modelo nos han llevado a una crisis socio-
económica de proporciones históricas. Para reactivar la producción local es
indispensable restituir los derechos y libertades económicas previstas en la
Constitución.
—¿Es más justa una sociedad que reparte eficientemente la miseria?
Filosofía Económica .
Como toda filosofía, la filosofía económica formula preguntas e intenta responderlas
de modos lógicos y racionales. La filosofía de la economía es la rama de la filosofía
que estudia los aspectos filosóficos de la economía. También se puede definir como
la rama de la economía que estudia sus propios principios al lado de sus aspectos
morales.
Entre los aspectos que involucran el pensamiento filosofico de la economía se puede
distinguir.
Ontología de la economía
La economía (del griego οίκος oíkos 'casa' y νόμος nómos 'regla', por lo tanto, oíkos 'casa' y νόμος oíkos 'casa' y νόμος nómos 'regla', por lo tanto, nómos 'regla', por lo tanto,
originalmente, "dirección o administración de una casa") es una ciencia social que
estudia los procesos de producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y
servicios que a su vez nos ayuda a mantener a las familias y miembros de una
sociedad. Según otra de las definiciones más aceptadas, propia de las corrientes
marginalistas o subjetivas, la ciencia económica analiza el comportamiento humano
como una relación entre fines dados y medios escasos que tienen usos alternativos.
¿Qué es el valor económico? ¿Qué es el mercado? Mientras que es posible ofrecer
una definición convencional, el objetivo de plantear estas preguntas lleva a ampliar
las perspectivas sobre la naturaleza de los principios económicos. Los planteamientos
para abordar estas cuestiones que logran mayor aceptación repercuten sobre todo el
campo de la economía.
Metodología y epistemología de la economía
La epistemología estudia cómo se llega al conocimiento de las cosas. En este caso,
con preguntas como:
• ¿Qué tipo de verdad se obtiene de la teoría económica? Por ejemplo, ¿las
teorías se refieren a la realidad o a la percepción de los sentidos?
• ¿Cómo se pueden probar las teorías económicas? Por ejemplo, ¿cada teoría
económica debe ser verificable empíricamente?
• ¿Cómo de exactas son las teorías económicas? ¿Pueden reclamar el estatus de
una ciencia exacta? ¿Son las predicciones económicas tan fidedignas como las
predicciones en las ciencias naturales, hasta el punto de establecer leyes? ¿Por
qué o por qué no?
Los filósofos de la ciencia han explorado estas cuestiones intensamente desde la
publicación de corte popperiano de Mark Blaug "Teoría económica en retrospección"
hasta los estudios lakatosianos de Alexander Rosemberg y Daniel Hausman en los 70
o el giro retórico que dado por Deirdre McCloskey.
Teoría de juegos y agentes económicos
Es desarrollada entre varias disciplinas, especialmente matemáticas, economía,
filosofía, o inteligencia artificial, y es todavía un campo abierto al debate.
La teoría de la decisión está íntimamente relacionada con la teoría de juegos, y es
igualmente interdisciplinar. Las aproximaciones filosóficas se centran en la naturaleza
de la elección o la preferencia, de la racionalidad, de los riesgos, de la
incertidumbre, y de los agentes económicos.
Ética de los sistemas económicos
Se pregunta si es justo mantener o distribuir los bienes económicos. Las
aproximaciones conllevan un carácter más filosófico cuando son estudiados los
principios: por ejemplo, la Teoría de la Justicia (1971), de John Rawls, o Anarquía,
Estado y Utopía (1974), de Robert Nozick.
El utilitarismo es una de las mayores metodologías éticas.
Aspectos socio-economicos
“El estudio del lugar cambiante que ocupa la economía en la sociedad no es, pues,
más que el análisis de cómo está institucionalizada la actividad económica en
diferentes épocas y lugares”
- Karl Polanyi, “La economía como actividad institucionalizada”
“Olvidándose de la historia y la diversidad cultural, estos entusiastas del egoísmo
evolucionista no logran reconocer al sujeto burgués clásico en su retrato de la
llamada naturaleza humana”
- Marshall Sahlins, La ilusión occidental de la naturaleza humana
“Necesitamos trabajo empírico, pero necesitamos algo adicional: trabajo empírico que
realmente cambie la manera en la que miramos el problema”
-Ronald Coase, -Nóbel de Economía 1990
Nunca ha existido la economía aislada o por sí sola. Durante la mayor parte de los
aproximadamente 190 mil años del devenir del homo sapiens, ese tipo de actos han
sido fenómenos socioculturales. Esto quiere decir que han estado insertos y
relacionados al resto de las prácticas, creencias e ideas de las diversas comunidades
históricas. Nunca separados, nunca autónomos y nunca naturales o instintivos. Todo
lo cual deja en evidencia los errores y arbitrariedades teórico-prácticas de la
Economía Moderna.
Para entender a cabalidad los fenómenos económicos —la producción, los
intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios—, es necesario
establecer un marco general que tenga verdaderos fundamentos empíricos. Se requiere
salir de los estrechos límites impuestos por la Economía Moderna y, con mayor
razón, de la aún más restringida mirada de la economía ortodoxa. Hay que dejar
atrás esos arbitrarios supuestos ideológicos y sus consecuentes voluntariosas
conclusiones. Se hace necesario, bien lo afirma Marshall Sahlins, abandonar
“definitivamente esta concepción capitalista e individualista del objeto económico”,
para adoptar una perspectiva más amplia y realista. Desde esta visión sociocultural y
en verdad empírica
“La ‘economía’ se convierte en una categoría de la cultura más que de la conducta
[atomizada], más cercana a la política y a la religión que a la racionalidad
[maximizadora] o a la prudencia. Ya no se trata de actividades [aisladas] que sirvan
a las necesidades individuales, sino del proceso vital esencial de la sociedad” (Sahlins
1983: 10)
Entonces, para considerar empíricamente lo económico, se recurrirá aquí al llamado
enfoque institucional o sustantivo, fruto de los esfuerzos del historiador de la
economía Karl Polanyi, quien legó a la posteridad su fructífera labor acerca de las
diversas formas en que los diferentes grupos humanos han logrado su sustento
(Polanyi 1994. Polanyi, Arensberg y Pearson 1976. Godelier 1976).
La verdad es que a través del tiempo, el trabajo —en tanto actividad social con sus
múltiples relaciones con otras partes de una cultura—, ha sido definido y apreciado
según las pautas ideológicas y morales de cada grupo. Esta cualidad sociocultural de
la búsqueda de sustento, no responde sencillamente al obvio hecho de que se realiza
en conjunto o colectivamente. Como señalan Polanyi y los sustantivistas, lo central es
que lo económico está “incrustado” o “integrado” (“embedded”) en el conjunto de
patrones conductuales, morales y en los significados de cada comunidad. Difícilmente
la economía puede ser separada del resto de los componentes de una cultura. De
llegar a estarlo, pierde sentido para quienes son portadores de dicha forma de vida,
se dificulta su puesta en práctica o derechamente se imposibilita.
Es indesmentible que en la inmensa mayoría de los casos históricos, las actividades
de sustento son expresiones del funcionamiento de instituciones no económicas. En
otras palabras, cuando se llevan a cabo prácticas religiosas, artísticas, rituales,
políticas, recreativas, educativas, etc., se necesitará de lo económico o surgirá de
aquellas lo económico. Si se ha de intentar identificar las actividades
institucionalizadas de sustento con un concepto más específico —y por cierto más
acorde a la realidad—, habría que hablar de sistemas socioeconómicos.
Durante la mayor parte de la vida de la especie humana, en general lo económico ha
conformado un todo junto a lo religioso, moral, político, educativo, estético,
recreativo, ideológico, etc. Las personas y grupos no se han guiado por móviles de
estricto carácter económico o materiales; menos todavía por unos específicamente
lucrativos. En cualquier época y lugar, las personas desenvuelven su vida cotidiana
dentro de esa especie de redinterconectada de ideas y sentidos que son las culturas.
Lo mismo ocurre en el caso de la producción, los intercambios, la distribución y el
consumo de bienes y servicios:
“Los monjes comerciaban por motivos religiosos, y los monasterios llegaron a ser los
mayores establecimientos comerciales de Europa. El comercio kula de las islas
Trobriand, uno de los más complicados sistemas de trueque conocidos por el hombre,
tenía esencialmente un propósito estético. La economía feudal dependía en gran
medida de la costumbre o la tradición. Para los kwakiutl, el principal fin de la
industria parecía ser una cuestión de honor. Bajo el despotismo mercantil, la
industria se planificaba a menudo para servir al poder y la gloria. Según esto,
tendemos a pensar que los monjes, los melanesios occidentales, los aldeanos, los
kwakiutls, o los hombres de Estado del siglo diecisiete, se guiaban respectivamente
por la religión, la estética, la costumbre, el honor, o el poder político” (Polanyi
1994: 83-84).
Al tenor de los hechos, que hoy lo económico en su estricto sentido lucrativo parezca
absolutamente dominante, se debe a que las sociedades han sido transformadas en
estructuras lucrativas, o sea, en sociedades de mercado. En ellas la mayoría de las
actividades y/o instituciones funcionan en base al dinero o se relacionan a él; y, por
tanto, el propio dinero ha terminado tomando relevancia superlativa. Se ha llegado a
considerar evidente que lo que en las colectividades modernas y/o modernizadas se
tiene por “económico”, sea identificado con el imperativo universal de conseguir la
supervivencia. Como a la fecha en ese tipo de sociedades el sustento se obtiene por
medios monetarios, las apariencias cooperan a darle un supuesto apoyo empírico a la
existencia de una naturaleza humana lucrativa. El particular contexto actual y su
lógica, que empuja muchas veces a un comportamiento maximizador, se confunde
con que ese tipo de conducta es la inherente en el ser humano y esa lógica la
evidente. El resto del trabajo lo ha hecho la propia disciplina económica moderna, la
cual ha desarrollado su andamiaje teórico-metodológico desde esa y para esa
particular realidad. Sea por vivir en un sistema de mercado y/o por estar educado
por la Economía Moderna, se hace indudable buscar el libre mercado en otras
realidades... y, de hecho, encontrarlo:
“Habiendo convertido el hombre la ganancia económica en su fin absoluto, pierde la
capacidad para relativizarla mentalmente. Su imaginación queda encerrada en los
límites de esa incapacidad” (Polanyi 1994: 62).
Con todo, los datos antropológicos e históricos no sólo desmienten una pretendida
tendencia natural y, por ende, universal, al lucro o a la acumulación material en
general. Es más, en todo el mundo se pueden encontrar a través del tiempo casos de
acciones despilfarradoras institucionalizadas. Las culturas de muchos grupos humanos,
conllevan patrones que van en contra —o pueden influir de algún modo contra— los
modernos conceptos de “economizar” o “maximizar”.
En la antigua Grecia las familias aristocráticas prestaban importantes y onerosos
servicios públicos —construcción de templos y obras civiles o financiación de eventos
públicos— bajo la forma obligatoria y meramente honorífica de la “liturgia”. En la
Columbia Británica del actual Canadá, en la ceremonia del potlach, los jefes de clan
kwakiutl competían entre sí por estatus destruyendo grandes cantidades de productos
muy apreciados dentro del grupo. Justamente, Thorstein Veblen comparará en el
siglo XIX a los jefes kwakiutl y a los potlach, con sus contemporáneos millonarios de
la “clase ociosa” estadounidense y sus bailes de gala u otras prácticas de consumo
ostentoso no productivo (de hecho ni siquiera lucrativas). Finalmente en Japón, desde
fines del siglo XIX, las grandes empresas nativas pueden postergar sus ganancias
según las conveniencias del Estado y la comunidad nacional, como una muestra de
lealtad y honor. Esas mismas compañías niponas acostumbran dar empleo de por
vida a sus trabajadores, lo cual desde la perspectiva occidental moderna es una
práctica “irracional”: sólo causaría aumento de costos y pérdida de competitividad
(Monares 2008).
El saber antropológico hace mucho que estableció que las sociedades no son
utilitaristas, no elaboran sus culturas en pos de un “máximo posible de eficacia”. El
antropólogo Ralph Linton, ya en 1936, escribía que las culturas han sido
desarrolladas hasta puntos donde “la conducta no produce un incremento de eficacia
proporcional al aumento del trabajo”. Incluso en el ámbito de las “herramientas y
utensilios, donde serían más patentes las desventajas de semejante conducta,
poseemos abundancia de ejemplos que demuestran un gasto totalmente innecesario de
trabajo y materiales” (Linton 1972: 99). Según el autor, ello se refleja en una
recurrente “complejidad innecesaria de la cultura”; la cual, en algunos casos, hasta
puede llegar a ser perjudicial para los individuos o el grupo en cuestión. De ahí su
conclusión respecto a que el ser humano “ciertamente no es un ser utilitario”.
Se entiende así que de concebir un “sistema económico” al estricto modo de la
Economía Moderna —en tanto un conjunto de conductas competitivas individuales de
carácter egoísta, basadas en el deseo de ganancias monetarias y/o el temor al hambre
—, se debería concluir que a través del tiempo (casi) no han existido sistemas
económicos. De donde quedan al descubierto dos gruesos errores de los economistas
modernos y de todos quienes se guían por sus supuestos: reducir todos los tipos de
economía a patrones y motivaciones de libre mercado, y generalizar los patrones y
motivaciones de libre mercado a todos los tipos de economía (Polanyi 1994). Para
calibrar este error, considérese que hasta épocas muy recientes no existía —¡ni
siquiera en los idiomas de los países europeos occidentales!—, “ninguna palabra que
definiera la organización de las condiciones materiales de la vida”, al modo de una
cuestión autónoma del resto de los aspectos socioculturales. La civilización humana
tendría que esperar a que, recién en el siglo XVIII, los fisiócratas franceses
anunciaran “haber descubierto la economía” (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976).
Sustento en las economías no maximizadoras: el caso de las primeras naciones
americanas
Al comprender que las motivaciones de maximización monetaria y un sistema de
mercado autorregulado son una extraña singularidad dentro de la historia humana, la
reflexión acerca de la relación entre cultura y economía se desligan de los dogmas
económicos modernos. Queda manifiesta, como señalan Polanyi y Arensberg, la
diferencia entre la limitada mirada del economista científico y la holística de quienes
aplican un análisis institucional o sustantivo; sean antropólogos, economistas o
investigadores de cualquier otra disciplina sociocultural. Para el primero, los precios
libres son la característica de un mercado libre y la producción para la venta a
dichos precios (que varían según la oferta y la demanda) representan la peculiaridad
de una economía de mercado. Mientras, para los segundos es necesario “poner en
relación los detalles específicos y desarrollados de un rasgo cultural”: establecer los
nexos de las “características exteriores y espectaculares” que le han dado un
reconocimiento general, con “las características interiores, sus configuraciones
sociales, su historia pasada y sus funciones con respecto a los hombres, la sociedad y
el mantenimiento de otras instituciones” socioculturales (Polanyi, Arensberg y
Pearson 1976: 42).
Primero las élites de Gran Bretaña y después las de otros países, en palabras de
Gunnar Myrdal, llevaron a cabo “una racionalización de los intereses y aspiraciones
del medio ambiente” al cual pertenecían. Con posterioridad, la Economía Moderna
fue elevada al rango de teoríacientífica: fue legitimada al desarrollarla con un
lenguaje técnico-matemático y al darle un estatus académico. Y es más, al asumir el
supuesto de la naturaleza económica de la humanidad, esta singular “ciencia” ha
llegado a ser omnicomprensiva: sería capaz de explicar y dirigir todos los diversos
ámbitos y comportamientos humanos en todo tiempo y lugar. A lo cual se arribó
refinando/ampliando el supuesto del egoísmo. Con dicho paso se terminó concluyendo
que cualquier elección humana sería resultado de un cálculo individual del “valor”
asignado a diferentes bienes, servicios, situaciones, personas, etc. La llamada
“función de utilidad” aceptaría cualquier tipo de variable y ya no sólo la lucrativa; e
incluso, ni siquiera únicamente las materiales. Sea el ámbito que sea de la vida
individual y social, las personas siempre estarían maximizando algún tipo de
“utilidad”.
A pesar de que como se revisó, esa pretensión de ser una disciplina absolutamente
explicativa ya se encontraba entre los clásicos, los nuevos avances de los economistas
ortodoxos contemporáneos les han llevado a sostener el carácter omnicomprensivo de
su disciplina. La función de utilidad sirvió para fundamentar que todo cuanto hacen
los humanos serían asuntos económicos. Hasta en situaciones sin relación alguna con
la producción, los intercambios, la distribución, el consumo de bienes y servicios o el
ahorro. De tal manera, ¡por si fuera poco!, dicha función sirve para superar la
anticuada visión que limitaba la maximización económica exclusivamente en los
estrechos marcos del dinero o de lo material.
De esta forma, desde que los marginalistas a mediados del siglo XIX -tratando de
derrotar intelectualmente a las muy de moda ideas de Marx- se metieron de lleno
con la teoría económica, la microeconomía (tanto en equilibrio parcial como general)
y desde hace algunos años también la macroeconomía vienen trabajando con el
supuesto de que el ser humano y las empresas tratan de minimizar el gasto de sus
recursos escasos (su dinero, su tiempo laboral, su capital físico, etc.) a los fines de
maximizar las necesidades que satisfacen (individuos) o la ganancia que buscan
(empresas). Se supone entonces a los seres humanos como sujetos altamente
racionales, que absorben toda la información disponible y la transforman en
decisiones de altísima calidad, ultramaximizadoras y que además son seres vivos lo
suficientemente inteligentes como para aprender de sus errores.
Este discurso en materia de teoría económica tiene muchísimos adherentes, la
mayoría de ellos encuadrados en las llamadas escuelas clásicas/neoclásicas/nuevos
clásicos y todas sus ramas.
Por supuesto que también a lo largo de la historia han surgido voces altisonantes a
esta especie de discurso dominante (inclusive hoy dominante), principalmente desde
la llamada Escuela Keynesiana, desde la cual Keynes y sus seguidores pusieron énfasis
en que la economía no siempre camina por senderos de alta racionalidad y que por
ejemplo muchas veces se dan situaciones de pánico colectivo que implican parálisis
de inversión y consumo aún ante condiciones que deberían permitir a hombres
racionales volver a una situación de equilibrio, o sea a salir de la crisis. Sus
postulados se hicieron famosos durante la crisis mundial del ’30, donde el Estado
tuvo que salir a suplir la falta de iniciativa privada para que el mundo volviera al
crecimiento y también se han corroborado como bastante acertados en innumerables
situaciones en las últimas décadas, donde ciertas economías nacionales cayeron en
situaciones de desequilibrio prolongado (recesión, depresión, estanflación, etc.) y no
se recuperaron fácil (caso Japón en los ‘90, caso Argentina varias veces, etc.). En
una palabra, detrás del pensamiento keynesiano y sus ramificaciones subyace la idea
de que los individuos y las empresas no son 100% maximizadores, por distintas y
discutibles razones, pero no siempre maximizadores. Y por lo tanto, los keynesianos
no pueden modelizar la conducta económica del ser humano como su escuela rival,
mencionada en el párrafo anterior.
Pero cuando leía a Braidot, que no es economista sino un profesional del marketing,
me di cuenta que sus recomendaciones para empresarios, a su vez basadas en
modernos estudios científicos que vienen de las neurociencias, podrían ser altamente
útiles para enriquecer el pensamiento económico dominante.
Dice Braidot: “las neurociencias han demostrado que la decisión que impulsa una
compra no es un proceso racional, sino que en la mayoría de los casos es
relativamente automático y deriva de fuerzas metaconscientes”, o sea nos está
diciendo que la gente incorpora muchas más cosas a la decisión de compra que el
simple análisis costo-beneficio que usamos en micro y ahora también en
macroeconomía, cuestiones irracionales que obviamente no calcula y obviamente no
se pueden matematizar.
Es decir, a la vista de los postulados de Braidot, al menos las funciones de consumo
de los modelos macro, derivadas con los supuestos micro de la maximización,
estarían fuertemente sesgadas, invalidando probablemente todo el modelo y sus
recomendaciones de política. Casi nada!!
Las neurociencias y las ideas de Braidot
Vamos a anotar textualmente a continuación el pensamiento de Braidot, para no
sesgar en nada sus afirmaciones: “Los últimos avances de las neurociencias han
demostrado que la toma de decisiones no es un proceso racional. Es decir, los
clientes no examinan conscientemente los atributos de un producto o servicio para
adquirirlo”.
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