Você está na página 1de 90

HISTORIA ECONÓMICA Y DEBATES

ACTUALES.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack


Marzo de 2019
Presentación:
Intentar un recorrido tratando de identificar los aspectos mas salientes en torno a
una disciplina, un intento mas entre muchos, no conlleva mas que la necesidad
constante de resignificar los conceptos y reordenar, como aquel que decide un día
acomodar por orden alfábetico su biblioteca que se fué desordenando durante años,
los contenidos de las ideas que la nutren y la tornan vital. En tanto teoría humana,
trabajo humano, construcción humana, no mas que un esfuerzo imposible e
imprescindible por intentar abarcar aquello que resulta pertinente y relevante en una
época determinada. En un presente y para un futuro que se encuentran
problematizados y que exigen esfuerzos para encontrar y proponer caminos para toda
la humanidad y los individuos que la constituimos en este planeta y en el devenir de
este siglo XXI que nos toca atravezar.

Las ciencias económicas, a ellas me refiero, constituyen hoy una de las ciencias
relevantes para la vida de los pueblos del planeta. Están diseñadas para ponerse al
servicio de las personas, los grupos, los negocios y las sociedades, a través del
estudio de las relaciones que se generan entre lo social y lo monetario, las
necesidades y sus satisfacciones, el bienestar y el capital como recurso capaz de
brindar herramientas para lograr crecimiento. Las ciencias de la economía cuantifican
el desarrollo y la disponibilidad de uso de los recursos, para que se pueda utilizar el
conocimiento obtenido en mejorar la distribución y generación de riqueza y de
oportunidades. Son, en este sentido, una ciencia humana en sentido estricto, pero al
mismo tiempo, una ciencia empirica y utópica, que no por ello deja de presentar
contradicciones, luchas de intereses enfrentados, conflictos.

Una de las posibles definiciones que encontramos de economía, supone el estudio


sistemático de las actitudes humanas orientadas a administrar los recursos, que son
escasos, con el objetivo de producir bienes y servicios y distribuirlos de forma tal
que satisfagan las necesidades de los individuos, las que son ilimitadas.
Supone lo ilimitado de la necesidad y deseos de los humanos y lo limitado de los
recursos que puede obtener del planeta, o del entorno concreto en el que desarrolla
su vida individual y colectiva. Esto es en sí mismo una mirada de tipo filósofico que
supone un tipo de comportamiento humano y cierta característica, la escasez de
recursos, del ambiente del que se nutre y en el que desarrolla ese comportamiento.
Como toda ciencia, parte de axiomas filósoficos que en estos tiempos están en
entredicho.
Con el auge de las herramientas informáticas, la internet, las redes sociales y el
impulso que las teconologías vinenen propiciando desde los años 90, la socialización
de los conocimientos, el conocimiento como derecho y los movimientos de
divulgación científica y acceso abierto, le estan devolviendo a los centros de
producción cientifica. Universidades e institutos de investigación, la conciencia de su
para que en sociedades que cada ves mas, están ávidas de datos e información.
En las así llamadas sociedades del conocimiento no son tanto los datos y la
información que hoy recorre casi al mismo instante que se produce, la posibilidad de
llegar a practicamente todas las geografías del planeta y la conectividad entre las
personas está en su punto mas alto de la historia, sin embargo, las brechas de
conocimiento, debido a las diferentes calidades de formación y capacidades para
acceder al ejercicio de pensar de modos sistémicos, cientificos, analítcos, están
produciendo el paradojico fenómeno de una casi ilimitada libertad de acceso a datos
e información, pero una muy débil dedicación y capacitación para entender y
analizar esos datos e información y que sean utilizados para tomar decisiones
positivas en las vidas individuales y comunitarias o sociales de estas.
Conocer implica ademas, una intención de actuar y generar comportamientos que
determinan o bien la continuidad del curso de los eventos y desarrollos de los
pueblos e individuos que habitamos esta tierra o bien las propuestas e intentos por
transformar y modificar estas realidades en otras que suponemos y deseamos mejores.
Para una u otra postura, es necesario comprender que sucede aquí y ahora, a la luz
de alguna interpretación de que sucedió ayer, en la historia, de que sucedera mañana
en el futuro, pero tambien, trascendiendo esas miradas lineales del tiempo y de la
vida, comprender la complejidad de los movimientos humanos y de sus acciones en
el mundo y la base de comprensión, imaginación e ideología y/o filosofía o religión
que intenta, de alguna manera, llenar los huecos que la razón y la ciencia no
pueden.
Todo lo humano es economía, en tanto todo lo humano se nutre y sintetiza de como
producimos y realizamos la vida en el planeta. Como vivimos y constituimos las
variadas civilizaciones y las formas históricas en las que, diferentes, nos relacionamos
para compartir aquello que nos hace universales e iguales.
Sin una comprensión del porque la economia es lo que es y que aspectos importantes
define en las decisiones colectivas e individuales, no habrá posibilidad de ejercer esa
libertad que, en tanto aspiracional, es una de las causas de sus controversias, al
mismo tiempo que las formas de reparto de esos recursos escasos de modo de
provocar la menor desigualdad posible y el mayor disfrute individual y colectivo con
la menor conflictividad que seamos capaces de generanos.
En estos intentos, ordenar conceptos para saber de que hablamos, como pensamos,
que discutimos y que decidimos hacer es vital para las sociedades de las que
participamos en este siglo XXI
He aquí un humilde intento por contribuir al conocimiento y al debate de temas que
deberían ser del interés y el esfuerzo de todos.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack


Versailles, ciudad Autonoma de Buenos Aires
marzo de 2019
Historia de la economía y escuelas económicas
Desde la antigüedad hasta nuestros días, la humanidad trató de comprender como
funciona el comercio y (posteriormente) la economía, elaborando diferentes ideas,
modelos económicos, teorías, doctrinas, corrientes de pensamiento, etc.

Los conjuntos de ideas, ideologías, fundamentos y formas de pensar a la economía se


conocen como “escuelas económicas” y son de mucha importancia para comprender
la economía a lo largo de la historia.

Principales escuelas económicas


• Mercantilismo

• Fisiocracia

• Escuela clásica

• Escuela keynesiana

• Monetarismo

En las próximas secciones haremos un resumen de las principales escuelas así como
también una breve biografía de sus ideólogos y protagonistas principales.
El mercantilismo
El mercantilismo fue un modelo que tuvo auge en el período comprendido entre los
siglos XVI a XVIII y que determinaba que la riqueza de las naciones dependía de la
cantidad de metales preciosos que acumularan.

Se le dio importancia a la balanza comercial positiva, ya que al aumentar las


exportaciones y reducir las importaciones (a través del proteccionismo), se generaban
los ingresos en oro y otros metales preciosos para acuñar moneda y por lo tanto el
enriquecimiento de la nación.

Se fijaban aranceles elevados a la importación al mismo tiempo que se fomentaban


las exportaciones. El mercantilismo apoyaba la intervención del estado en la
economía y el control de la moneda.
Características del mercantilismo
• Es estado debía intervenir en la economía

• La riqueza de la nación estaba dada por la acumulación de metales preciosos

• Fomentaba el proteccionismo para lograr una balanza comercial positiva

Variantes del mercantilismo


Existieron distintas variantes o corrientes dentro del mercantilismo, destacándose el
francés (Colbertismo), el inglés y el español.
Mercantilismo Francés: El colbertismo
El mercantilismo también es conocido con el nombre de “colbertismo”, en honor a
uno de sus principales promotores: Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), ministro
durante el reinado de Luis XIV en Francia.
Colbert abolió los peajes interiores, prohibió la importación de numerosos productos
y la exportación de materias primas, favoreció el desarrollo de la industria nacional,
construyó caminos, canales y, en general, auspició una mejora en las
comunicaciones, promovió la explotación colonial y la marina mercante, reformando
la administración pública, centranlizándola y modernizándola.Posteriormente, el
mercantilismo francés acrecentó su carácter intervencionista, hasta convertirse en un
sistema opresivo, que impedía el libre desenvolvimiento de la actividad económica y
situaba en un plano secundario a la agricultura, la principal fuente de riqueza del
país en aquella época.

Mercantilismo Inglés
En Inglaterra, el mercantilismo alcanza su apogeo durante el periodo llamado del
Long Parliament (1640–1660). El mercantilismo inglés adoptó sobre todo forma de
control del comercio internacional. Se puso en marcha un amplio abanico de medidas
destinadas a favorecer la exportación y penalizar la importación. Se instauraron tasas
aduaneras sobre las importaciones y subvenciones a la exportación. Se prohibió la
exportación de algunas materias primas. Las Navigation Acts (Actas de Navegación)
prohibían a los comerciantes extranjeros hacer comercio interior en Inglaterra.

En síntesis, el pensamiento mercantilista se puede resumir a través de las nueve


reglas de Von Hornick:
1. Que cada pulgada del suelo de un país se utilice para la agricultura, la
minería o las manufacturas.
2. Que todas las primeras materias que se encuentren en un país se utilicen en
las manufacturas nacionales, porque los bienes acabados tienen un valor mayor
que las materias primas.
3. Que se fomente una población grande y trabajadora.
4. Que se prohíban todas las exportaciones de oro y plata y que todo el dinero
nacional se mantenga en circulación.
5. Que se obstaculicen tanto cuanto sea posible todas las importaciones de bienes
extranjeros.
6. Que donde sean indispensables determinadas importaciones deban obtenerse de
primera mano, a cambio de otros bienes nacionales, y no de oro y plata.
7. Que en la medida que sea posible las importaciones se limiten a las primeras
materias que puedan acabarse en el país.
8. Que se busquen constantemente las oportunidades para vender el excedente de
manufacturas de un país a los extranjeros, en la medida necesaria, a cambio
de oro y plata.
9. Que no se permita ninguna importación si los bienes que se importan existen
de modo suficiente y adecuado en el país.

Mercantilismo Español
Se caracterizo por ser acumulativo y defensivo de los metales preciosos provenientes
de las minas de América, durante los siglos La idea económica era impedir la salida
de los metales preciosos provenientes de América, prohibiendo la exportación de
materias primas y la entrada de mercancías extranjeras.
XVI y XVII.

Se falsificó la moneda, es decir se redujo el contenido de metal fino década pieza, se


intentó retener el oro y la plata reglamentando su cotización.
Todas las medidas fracasaron, para el siglo XVII España llegaba a una situación de
gran pobreza: Población había disminuido, carecía de industria, agricultura,
ganadería, el comercio estaba en manos de extranjeros .

Todo esto se dio por que al enriquecerse con los metales de América abandono el
trabajo como fuente de riqueza.

Modelo:
El sistema económico aplicado por el Estado español fue de carácter mercantilista
Aplicación:
El modelo mercantilista se aplicó a través de un monopolio del comercio exterior
Implementación:
Para asegurar este monopolio comercial, España instituyó durante el siglo XVI un
sistema de flotas y galeones
Consecuencias:
Este rígido sistema comercial provocó que muchas colonias desarrollaran un comercio
informal o contrabando
La fisiocracia
La fisiocracia fue un modelo que surgió en Francia durante el siglo XVIII de la mano
de François Quesnay y Anne Robert Jacques Turgot. Las ideas de esta escuela
económica se oponían a las del mercantilismo y planteaban que la riqueza de la
nación provenía de la agricultura.

La palabra fisiocracia significa “gobierno de la naturaleza” y según sus principios el


estado no debía intervenir en la economía. Esta forma de pensamiento afirmaba que
la economía debía regularse por sí misma.

Según la fisiocracia, solamente la agricultura era suficiente para mantener al estado y


para generar riquezas. Además consideraba que solo la agricultura podía producir
riquezas, mientras que el comercio o la industria solo podían distribuirla.

Los fisiócratas también son considerados los creadores de las ciencias sociales.
Características de la Fisiocracia
• Se oponía al mercantilismo

• No es intervencionista

• La agricultura es suficiente para producir riquezas

La escuela clásica

Se considera que la economía que conocemos nace después de que el filósofo escocés
Adam Smith publicara el libro “Investigación sobre la naturaleza y causas de la
riqueza de las naciones”.
Adam Smith
Adam Smith considera al trabajo como fuente de la riqueza de las naciones. Fue
también el autor del concepto de la “mano invisible” según el cual el estado debe
intervenir lo menos posible en las decisiones del mercado ya que éste (el mercado)
funciona como una mano invisible regulando la economía.

Los hombres, a los que Adam Smith define como egoístas, tratarán de maximizar su
riqueza y para ello deberán hacer aportes a la comunidad por lo que la terminarán
beneficiando aunque ese no fuese el fin de esos aportes sino beneficiarse a si
mismos. Una mano invisible hace al hombre ayudar al resto sin proponérselo.

Adam Smith es considerado el fundador de la economía moderna ya que sus


fundamentos fueron aplicados más tarde (y son utilizados en la actualidad) por una
gran cantidad de economistas.
División del trabajo
Adam Smith también destaca la importancia de la “división del trabajo”, mediante la
cual se mejoran los tiempos de producción, se mejora el costo (ahorro), se disminuye
el error, se logra la especialización, etc.

Escuela keynesiana
La escuela keynesiana nace de la mano de John Maynard Keynes y su libro “Teoría
general sobre el empleo, el interés y el dinero” publicado en 1936 a raíz de la
“Gran Depresión”. La teoría keynesiana propone darle mayor poder y nuevas
herramientas a las instituciones para que puedan evitar las crisis económicas.
Teoría del keynesianismo
Una de las ideas principales de Keynes es que la baja de los salarios hace bajar la
demanda y por lo tanto la economía se estanca. Para contrarrestar este efecto, el
estado debe aumentar el gasto público en tiempos de crisis o recesión. Dicho de otra
manera, se debe utilizar la política monetaria o el endeudamiento para generar
mayor liquidez y sostener la demanda.

La teoría keynesiana se opone a la teoría clásica que sostiene que los ciclos
económicos son regulados por el propio mercado, asumiendo que una baja en los
salarios hace bajar la demanda y que esto al mismo tiempo hace bajar los precios
equilibrando al mercado nuevamente.

En cambio, Keynes afirmaba que el estado debe intervenir fuertemente en tiempos


recesivos para aumentar la demanda agregada, ya sea emitiendo dinero o
endeudándose.
Características de la escuela keynesiana
• Fija objetivos a corto plazo

• Se opone al liberalismo

• La demanda mantiene el empleo

• El estado debe tener un papel contracíclico en la economía, gastando más en


tiempos recesivos.
• El estado debe ser un facilitador de la economía y debe actuar para generar
pleno empleo
• Aumentar los impuestos luego de las crisis para pagar el endeudamiento

• La liquidez tiene un papel muy importante en la teoría keynesiana

• La principal amenaza de la economía es el desempleo y la recesión

El monetarismo
El monetarismo es una teoría económica que considera a la cantidad de dinero
disponible como un elemento determinante dentro de la economía. Se opone al
keynesianismo sosteniendo que la inflación es un problema únicamente monetario y
asegura que se produce debido a que hay más dinero en circulación del que la
economía demanda.
Según el monetarismo el estado no debe intervenir en el mercado, sino únicamente
fijar y controlar la cantidad de dinero en circulación que requiere la economía. El
monetarismo también sostiene que el consumo no está influenciado por la renta a
corto plazo sino por la renta a largo plazo.

Hay varias escuelas que se basan en el monetarismo, principalmente la “Escuela de


Chicago”, pero para muchos el monetarismo no constituye por sí solo una escuela
sino simplemente una teoría macroeconómica.

Se considera a Milton Friedman como el fundador del Monetarismo moderno.


Características del monetarismo
• Propone el libre mercado y la no intervención del estado

• Atribuye como causa de la inflación el hecho de haber más dinero en


circulación
• Considera estable al sector privado

• Considera responsable al estado de las crisis económicas

• Una de las principales amenazas de la economía es la inflación

Los sistemas económicos.


En la segunda mitad del siglo XX, el mundo vivió la tremenda lucha entre dos
bloques: el bloque comunista y el bloque capitalista. Representaban dos formas de
entender el mundo, cultural, política y socialmente. Pero sobre todo suponían dos
sistemas económicos diferentes
• Somos seres sociales, necesitamos vivir en sociedad para desarrollarnos como
seres humanos. Las sociedades se organizan y estructuran siguiendo unas
normas y creando unas instituciones. A través de las mismas se establecen las
reglas que nos conducen en nuestras relaciones con los demás.
• En toda sociedad humana la actividad económica se halla presente de forma
constante. Desde nuestros actos más nimios a los más importantes podemos
encontrar las huellas del hecho económico. La economía es un elemento
fundamental de la vida en sociedad.
• Vivimos en un mundo de recursos limitados que deben cubrir necesidades
ilimitadas. Todas las sociedades establecen la forma de administrar dichos
recursos.
Un sistema económico es la forma en la que una sociedad organiza sus recursos para
satisfacer las necesidades de sus ciudadanos. Responde a las preguntas sobre qué
producir, cómo producir y para quién producir.

• Qué producir: El sistema económico define qué bienes y servicios se deben


producir y establece prioridades entre ellos. Un ejemplo puede ser la
asignación de diferentes partidas en los presupuestos de un estado a gastos
militares, a educación, a sanidad, etcétera. Otra opción puede ser no establecer
prioridades, dejando la elección a las fuerzas del mercado.
• Cómo producir: Establece la forma en la que se organiza la producción.
Responde a cuestiones como la opción entre que sea el Estado el que se
encargue de prestar determinados servicios o dejarlos en manos de la iniciativa
privada. Otro tipo de cuestiones relativas a cómo producir son las medidas
encaminadas a establecer un tipo de producción que no degrade el medio
ambiente.
• Para quién producir: Quizá todavía hoy son mayoría las naciones donde sólo
determinadas capas de la población disfrutan de un nivel de vida aceptable. El
resto de sus habitantes carecen de los medios para satisfacer necesidades que
en nuestro mundo se consideran básicas. En muchos estados esto ni siquiera
constituye un problema. En cambio, otros sistemas económicos arbitran un
conjunto de medidas para garantizar el reparto equitativo de la renta.

Principales debates económicos en la actualidad …

Los grandes avances técnicos, el desarrollo primero del comercio y de la industria


después, propiciaron el cambio hacia los sistemas actuales.
En la actualidad, los sistemas económicos son complejos. Se basan en la división del
trabajo y en la especialización, de forma que cada individuo realiza el trabajo para
el que está más capacitado. A cambio recibe un salario, con el que adquiere los
bienes y servicios que satisfacen sus necesidades.
Un sistema complejo como el que actualmente disfrutamos se ha ido creando durante
siglos. Nuestro entorno es el resultado de un largo proceso de avances en los planos
científico, político y social. Todo ello ha propiciado un crecimiento económico sin
precedentes. Las claves que cimentan los sistemas actuales son:
• El desarrollo del comercio como vehículo a través del cual se realizan los
intercambios.
• Un extraordinario avance científico y técnico, que se ha traducido en una
expansión vertiginosa del sector industrial, primero, y del de servicios después.
• Por último, han debido crearse las instituciones e instrumentos financieros
necesarios para las ingentes transacciones que se generan: entre las primeras
son ejemplos relevantes la banca y las compañías aseguradoras, entre los
segundos el dinero y los títulos valores, como letras de cambio y cheques.
El libre mercado se ha mostrado como el sistema más eficiente. Sin embargo, es un
sistema que dista de ser perfecto. Adam Smith, padre del liberalismo económico,
pensaba que una mano invisible guiaba a los sujetos económicos hacia las elecciones
más adecuadas. La evidencia empírica nos muestra que aquéllos a menudo adoptan
decisiones erróneas y que el sistema económico puede dejarse arrastrar por corrientes
perniciosas.
En los sistemas económicos de planificación centralizada se han puesto de manifiesto
algunos inconvenientes. Los más importantes son los siguientes:
• La falta de incentivos: En las economías de libre mercado, empresas y familias
tienen incentivos claros cuando desempeñan su actividad económica. Los
trabajadores suelen obtener una recompensa en forma de salarios más elevados
si su productividad es alta. Esto es un incentivo para desempeñar un trabajo
de calidad. Por otro lado, las empresas obtienen mayores beneficios si el bien
que producen satisface a sus clientes. En los sistemas de planificación central
estos incentivos o no existen o existen de forma insatisfactoria.
• La planificación constituye una asignación ineficiente: El estado asigna cómo y
cuánto producir. Se trata de una asignación a ciegas, que no tiene en cuenta
los gustos y preferencias de los consumidores. Esto provoca desajustes entre la
oferta y la demanda: en ocasiones se quedan bienes sin vender, en otras
ocasiones hay que recurrir a los racionamientos. El aparato burocrático que
planifica la actividad económica ahoga la innovación y el desarrollo.
En la actualidad, el sistema de libre mercado está adoptado en la mayoría de las
naciones. En España y en la Unión Europea, el libre mercado es el sistema que
establecen la Constitución y los Tratados, que reconocen derechos de los ciudadanos
como la propiedad privada y la libre competencia.
• Sin embargo, debido a los fallos del libre mercado, los poderes públicos
intervienen en la economía, lo que supone, en muchos casos, limitar los
derechos y libertades individuales. Por tanto, ni en España, ni en la Unión
Europea, ni prácticamente en ninguna nación, existe una economía de libre
mercado en la que el Estado no intervenga en absoluto. Todas las economías
reales son economías mixtas, en mayor o menor grado.
Objetivos de la intervención del estado en la economía:
El estado suele perseguir unos fines cuando interviene en la economía:
• Proteger los derechos y libertades de las personas, tanto en el exterior (defensa
nacional a cargo de las Fuerzas Armadas) como en el interior (a cargo de los
cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, autonómicos y locales).
• Producir bienes y servicios de interés público, necesarios para el bienestar
social y el equilibrio económico. Son bienes necesarios, pero que la iniciativa
privada no es capaz de cubrir de forma eficiente y equitativa. Cabe destacar la
sanidad, la educación y las obras públicas. Estos bienes y servicios (hospitales,
centros de enseñanza, carreteras, pantanos...) los puede producir el Estado, o
bien contratar su producción con empresas privadas, frecuentemente a través
de conciertos .
• Ofrecer ayudas y subvenciones, que tratan de evitar situaciones de necesidad
en los ciudadanos (subsidios de desempleo, jubilaciones, invalidez, etcétera).
• Establecer normas que garanticen la estabilidad del sistema. Se trata de
establecer normas para evitar situaciones indeseadas (normas de protección a
los consumidores, sanitarias, de defensa de la competencia, etcétera).
• Adoptar una política económica determinada para obtener determinados fines:
de esta forma el estado pretende garantizar el pleno empleo, la estabilidad en
los precios, o la fortaleza de nuestro comercio con el exterior. Todo ello se
pretende lograr implantando una serie de medidas entre las que hay que
subrayar las fiscales (relativas a los impuestos y otros tributos) y monetarias
(que actúan sobre el dinero que hay en la economía).
Los 3 libros más influyentes, que nos hablan de lo que será este siglo. Son
entretenidos y accesibles pero a la vez importantes y polémicos, escritos para
públicos relativamente masivos por algunos de los economistas más destacados de
nuestra era. Tres temas que, aparentemente, son muy diferentes, pero como veremos
tienen un fino hilo conductor. Son tres libros que no esconden la perspectiva política
de los autores pero que se nutren de sus competencias técnicas. Parecen tratar de
problemas globales pero, como veremos, también pueden ser usados para pensar
nuestros problemas locales. Tres libros para entender los debates económicos globales
contemporáneos? y quizás también un poco más nuestros debates locales.

Saving Capitalism form the capitalists, Raghuram Rajan y Luigi Zingales (2003)
El economista indio Raghuram Rajan es en la actualidad el economista jefe del Fondo
Monetario Internacional, cargo al que fue elevado el mismo año en que salió la
primera edición de este libro que escribió con su colega y amigo de largo tiempo, el
italiano Luigi Zingales.

Ambos son doctorados en Economía del MIT, que luego pasaron a ser profesores en
la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago. Eugenio Tironi nos diría que
Rajan y Zingales han recorrido las dos variantes de la ideología norteamericana: el
Boston de alma keynesiana y demócrata, y el Chicago de alma monetarista y
republicana. Quizás de ahí surge la interesante y pragmática síntesis intelectual que
se refleja en este libro.

El argumento central de la obra es la popularización de un viejo resultado de la


economía y las finanzas teóricas: que una economía con mercados de capitales
perfectos conduce a una sociedad que es a la vez completamente meritocrática y
totalmente eficiente. Una sociedad en que los recursos son canalizados hacia las
personas con las mejores ideas y los individuos con mejores capacidades; y no, como
suele ocurrir en los países emergentes, a los herederos de fortunas que son capaces
de ofrecer capital colateral (o simplemente amistad) a los intermediarios financieros
y, por esa vía, monopolizar el acceso al crédito.
Rajan y Zingales, sin embargo, reconocen que en la realidad el desarrollo y la
profundización financiera no conducen por sí solo a mercados financieros perfectos.
Estos requieren de inversiones de infraestructura e institucionalidad pública,
especialmente en lo que respecta a mecanismos de provisión de información y de
resguardo de los derechos de propiedad.

Lo más interesante del libro, a mi juicio, es la construcción de un relato histórico (a


modo de teoría) en que el desarrollo de los mercados de capitales se ve, en
ocasiones, frenado por aquellos que tienen el monopolio sobre la riqueza y que no
desean verse enfrentados a una sociedad verdaderamente competitiva. La observación
histórica es que los mercados de capitales, dejados a sus anchas y a la
autorregulación, terminan por implosionar al ser capturados por estos grupos
privilegiados, los que generalmente establecen alianzas populistas con los sectores
más pobres y frustrados de la sociedad. Para los que tienen suficiente edad para
recordar el auge y desastre de los mercados de capitales chilenos en la primera
década del gobierno militar, y el rol que tuvieron en ese desastre los grupos
económicos y sus créditos relacionados, ésta puede sonar como una historia conocida.

La recomendación política es, por ende, tener un Estado activamente interventor en


los mercados de capitales. Tal como lo escucha: activamente interventor. Pero, con
políticas pro competencia entre agentes financieros; pro información libre, barata y
confiable; pro participación de los ciudadanos en el mercado de capitales; y pro redes
de protección social para los perdedores del sistema de competencia libre.

Un corolario del libro es que donde haya un nicho de altas rentabilidades privadas
capturadas y sin desafiar en el mercado de capitales, probablemente exista un espacio
para la acción pública pro competencia. Por ejemplo, en mi humilde opinión, como
en el caso de las AFP en Chile. Otro corolario es que los esfuerzos regulatorios y
empresariales por bancarizar a sectores populares y a las microempresas,
probablemente también van por buen camino.

Desde el título, el libro le sugiere al lector una ambigüedad con el término


"capitalismo". Se propone, por ahí, que ésta es una palabra anticuada, que la mayor
parte de las personas identifica con una economía del privilegio, con mercados de
capitales poco eficientes que reproducen la riqueza y no dan crédito ni a las buenas
ideas ni al talento. Implícitamente se sugiere que existe otra fase de la economía de
mercado, en la que el desarrollo de mercados financieros eficientes diluye el poder
del capital. En que el motor del crecimiento son los flujos de recursos, no las
hegemonías hereditarias. ¿El financismo, por oposición al capitalismo?

Un libro muy entretenido de leer. Tiene una revisión accesible de teoría y evidencia
empírica, referencias históricas y buenos casos ilustrativos. Muy útil, muy importante
para las discusiones de políticas públicas en Chile.

The end of poverty, Jeffrey Sachs (2005)

La comunidad de economistas del desarrollo se ha encontrado debatiendo por algún


tiempo en torno de las posturas de William Easterly, un destacado ex profesional del
Banco Mundial. Estas se encuentran expuestas en dos libros que vale la pena leer (y
que encubiertamente recomiendo, a pesar de que Qué Pasa me racionó tres en total).

Los extensos títulos son bastante reveladores: uno fue publicado en el 2001 y se
llama La Esquiva Búsqueda del Crecimiento: Aventuras e Infortunios de los
Economistas en los Trópicos. El otro salió el 2006: La Carga del Hombre Blanco:
Cómo los Esfuerzos de Ayuda de Occidente Han Logrado Hacer Tanto Daño y Han
Generado Tan Pocos Beneficios.

Los libros de Easterly son verdaderos anecdotarios de cómo políticas de ayuda


esmeradamente diseñadas en los cubículos de Washington -y que se ven muy bien en
la celulosa de las revistas académicas-, generalmente fracasan en el terreno, al tener
que pasar por gobiernos corruptos e instituciones ineficientes. La postura de Easterly
ha servido para cuestionar la sabiduría de iniciativas como las que ha propuesto el
Proyecto del Milenio de las Naciones Unidas: condonación de deudas, intensificación
de la ayuda para el desarrollo, etc. Implícitamente el argumento de Easterly conduce
a la noción de que la construcción de instituciones de calidad es un prerrequisito a
la cooperación internacional para los países más pobres del planeta.

Jeffrey Sachs es una figura que está transitando desde el mundo de la academia al
de la política (incluso tiene un website para sondear su candidatura presidencial:
www.sachsforpresident.com). Es relativamente conocido en Chile por ser el coautor
de un célebre libro de macroeconomía de pregrado con el profesor Felipe Larraín de
la Universidad Católica. Luego de obtener su doctorado en Economía de Harvard,
Sachs se estableció como profesor de esa universidad por muchos años. Además fue
asesor de varios países latinoamericanos (especialmente Bolivia) y de Europa del Este
(entre otros Polonia), con lo que alcanzó notoriedad por ser un proponente de las
terapias macroeconómicas de shock. En la actualidad es profesor de la Universidad de
Columbia, donde dirige el Earth Institute y se desempeña como un importante asesor
para la Naciones Unidas, donde encabeza el Proyecto del Milenio.

Sachs escribió su libro para discutir la postura representada por los textos de
Easterly. El gobierno de Africa es pobre -dice Sachs- porque Africa es pobre, no al
revés. Por ende, enrostrarles la culpa a las instituciones de Africa por las dificultades
de las políticas de ayuda es, en chileno, echarle la culpa al empedrado.
Especialmente porque, de acuerdo a su postura, el fracaso de estos paquetes de
cooperación se debe a que son, en general, demasiado pequeños como para tener un
impacto significativo y detonar dinámicas virtuosas que ayuden a estos países a salir
de la miseria. No es que Sachs minimice la importancia de las instituciones;
argumenta que el logro de ciertos niveles mínimos de bienestar es un prerrequisito
para cualquier tipo de desarrollo, sea institucional, político o económico.

Por ejemplo, mercados de capitales perfectos -como los que proponen Rajan y
Zingales- en teoría no sólo les darían crédito a los que tienen buenas ideas o talento
sino también a quienes necesitan recursos para descubrir sus talentos y escapar a la
trampa de la miseria. En la práctica sabemos que eso no ocurre con demasiada
frecuencia. En sociedades (o en sectores sociales) en que los problemas asociados a la
miseria son aplastantes porque no dejan espacio para nada más (plagas de sida,
hambre masiva, violencia rampante), no está el material social fundamental que se
necesita para que los mercados de capitales hagan su trabajo. Sachs argumenta que
no es suficiente con hacer bocetos institucionales para lindos mercados de capitales y
hermosas catedrales institucionales para luego sentarse a esperar a que se desarrollen:
primero hay que generar la infraestructura que permita sacar a relucir el talento
humano.

Desarrollar mercados de capitales competitivos y libres -a la Rajan y Zingales-, o


desarrollar instituciones de gobierno eficientes y transparentes -como las que clama
Easterly-, son ambos tremendos desafíos. Sachs nos dice que además probablemente
sean quimeras, si es que no son precedidos por agresivas políticas sociales focalizadas
en los más pobres. ¿Qué viene primero: las instituciones o las garantías sociales? ¿El
huevo o la gallina? Lea los libros y fórmese su propia opinión.

Making Globalization Work, Joseph Stiglitz (2006)

No hay caso. Vivimos globalizados y, obviamente, no basta con las instituciones


nacionales. La necesidad de entidades globales que ayuden a las políticas
macroeconómicas a coordinarse y reduzcan los costos asociados a los ajustes
macrofinancieros mundiales es lo que motivó en 1945 la creación del Fondo
Monetario Internacional y del Banco Mundial (originalmente llamado Banco
Internacional de Reconstrucción y Fomento).

El economista que, en ese entonces, percibió la necesidad de crear este tipo de


instituciones -particularmente algo que se pareciera a un banco central mundial-, fue
nada menos que Sir John Maynard Keynes, el fundador de la macroeconomía, que
veía como la integración de los mercados globales generaba nuevos desafíos
institucionales. Su preocupación se basaba en la siguiente lectura de la historia: eran
justamente los desequilibrios macroeconómicos generados por la falta de gobierno
monetario y financiero globales los que habían generado la base material de miseria
y resentimiento que había conducido a las guerras mundiales. En su opinión, la
creación de una institucionalidad financiera internacional era una necesidad de
supervivencia para el sistema de mercados y democracias globales, de un mundo de
sociedades abiertas y sin estados policiales, cerrados y totalitarios.

Es en esa tradición en la que se inscribe este nuevo libro de Stiglitz: en su


convicción de que la velocidad de integración de la economía ha aumentado en la
segunda mitad del siglo XX y, por ende, los desafíos de institucionalidad
internacional también han cambiado. Es insuficiente, desde su punto de vista, la
mera construcción a nivel nacional que piden Rajan, Zingales y Easterly. Es
insuficiente la expansión global de la política social que propone Sachs. Pero, y éste
es su punto central, también son insuficientes las instituciones mundiales hoy
existentes.

Su postura es que falta la institucionalidad global que ayude a que los países
emergentes puedan enfrentar exitosamente estos procesos de crecimiento. El libro se
sustenta en la visión de que existe un conjunto de mecanismos mediante los cuales
las naciones desarrolladas ejercen influencias nocivas sobre las en desarrollo, y que
esas influencias están desbalanceando política y económicamente al sistema global.

Stiglitz centra su análisis en una serie de falencias. En primer lugar, en el


proteccionismo comercial de los países desarrollados, que se plasma en tarifas y
también en sistemas de subsidios encubiertos, a través de los cuales, en su opinión,
dichas naciones logran extraer rentas a las emergentes por acceder a sus mercados.
En segundo lugar, un sistema de patentes internacionales en que los países
emergentes no tienen capacidad de navegar. En tercer lugar, la necesidad de un
sistema de compensaciones y transferencias internacionales mucho mayor al actual,
dando cuenta, a su vez, de la intensidad de las fluctuaciones financieras globales
contemporáneas. En cuarto lugar, los efectos de la contaminación que están
provocando -literalmente- la desaparición y/o implosión de algunos países (aprovecho
encubiertamente para recomendar An Unconvenient Truth de Al Gore).

¿La solución que propone Stiglitz para estos problemas?: el desarrollo de más
institucionalidad global. El peligro de no hacerlo, de acuerdo con su punto de vista,
es el mismo que veía Keynes a mediados del siglo XX: el peligro de una
desestabilización que conduzca al cierre de sociedades, al conflicto y al retroceso
democrático.

Hay, por supuesto, visiones -digamos- más optimistas. Visiones que sostienen que la
integración de mercados ha sido fundamentalmente buena y sus déficit institucionales
pocos. Si usted quiere hundirse en un mullido sillón de autocomplacencia le
recomiendo el entretenido The World is Flat (2005) del columnista del New York
Times Thomas Friedman; la otra posibilidad es In Defense of Globalization (2004) del
eminente profesor Jagdish Baghwati, un poco más latero, pero más basado en cifras
y estadísticas. Una visión a medio camino la puede encontrar en Why Globalization
Works (2005), del excelente columnista del Financial Times, Thomas Wolf. Léalos y
fórmese su propia opinión.

Joseph Stiglitz tiene que ser el único premio Nobel de Economía genuinamente
detestado por The Economist. La razón es muy simple: en su anterior libro -llamado
Globalization and it's Discontents (2003)- cometió la insolencia de criticar las políticas
y el proceder del FMI y -como sabemos- atacar a una autoridad monetaria, bueno?
eso es algo que simplemente no se permite, no importa cuántos sean los méritos de
quien critica. En fin, ese fue el crimen de Stiglitz. Si no me cree, pregunte a los
economistas sobre Stiglitz: en general no encontrará opiniones sutiles. A mí me
parece que, en general, hay una lectura equivocada de él. Si uno toma la decisión de
leerlo en vez de sumarse ignorantemente al chaqueteo institucional, puede descubrir
que en su ácida crítica hay sustancia constructiva, útil y necesaria. Este libro nos da
una nueva oportunidad para escucharlo.

Las doctrinas económicas han ido y venido a lo largo de los siglos, se ajustan a las
realidades sociales. Si bien los pensadores ortodoxos podrían pensar en leyes
universales en la economía, los cambios en los principios torales de esta ciencia
social parecerían indicar lo contrario. Las líneas del debate intelectual del siglo XX se
centraban en el “deber ser” del sistema económico, ¿cuál debería ser el papel del
Estado en los mercados? ¿capitalismo o comunismo? ¿Cuál debería ser el objetivo de
la política económica? Si bien los estudiosos de la ciencia económica la tratan como
una de carácter positivo, la parte normativa siempre estuvo presente en los
acalorados debates entre distintas escuelas.
Las Guerras Mundiales, la Gran Depresión, la crisis de los energéticos y la Guerra
Fría son sólo algunos sucesos internacionales donde los paradigmas económicos se
modificaron o tuvieron un rol preponderante. Conocer la historia es también conocer
la historia de los modelos económicos. Difícilmente podríamos entender el siglo XX
sin la lucha entre ideologías de la guerra fría o sin mencionar los efectos de cada
suceso relevante sobre la economía mundial. Para entender el contexto internacional
contemporáneo se vuelve necesario entender cómo funciona el sistema económico.
Los países emergentes, la crisis iniciada hace cinco años, los problemas del euro, los
gigantes asiáticos, todos estos fenómenos han configurado el sistema internacional y
sus efectos continuarán a largo plazo.
En América Latina los cambios en las doctrinas económicas han sido bastante
evidentes. El socialismo del siglo XXI que se discute en Venezuela, el comunismo
cubano, el neoliberalismo y los Chicagos Boys son sólo algunos ejemplos de
ideologías económicas heredadas del siglo XX. Hemos seleccionado cinco grandes
doctrinas que permanecieron en el discurso intelectual de la centuria pasada.

El socialismo
“El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad.”
-L. Trotski

El socialismo podría definirse de manera simplista como una organización


socioeconómica que abole los derechos de propiedad privada para la socialización de
todos los factores de producción a cargo de un gran ente estatal. Por lo tanto, este
sistema trae consigo la planificación central de la vida económica de la sociedad. El
ideal de esta organización recae en una búsqueda de la igualdad de los miembros de
la sociedad a través de una colectivización de los medios de producción, donde se
elimina cualquier relación de subordinación.
Mientras se consumaba el avance técnico y productivo de la Revolución Industrial, se
volvía evidente que las condiciones de la población no mejorarían. Una sociedad
dividida, donde la promesa del progreso era para unos pocos afortunados, fue el
objeto de estudio de algunas de las grandes mentes occidentales de la época. En las
civilizaciones industriales la organización dicotómica entre explotados y explotadores
dio origen a las teorías de lucha de clases. Si bien el desarrollo del socialismo como
doctrina socioeconómica tiene una tradición pre marxista, fue hasta este autor que se
logró popularizar el término entre todas la población en general. Para Marx y su
colega Engels, el socialismo era el modo de producción transitorio entre el
capitalismo salvaje y el comunismo. Los burgueses estaban sembrando las semillas de
su propia destrucción, tarde o temprano los proletariados se alzarían en una
revolución que terminaría en su gran dictadura que con el tiempo lograría establecer
el comunismo. Las predicciones de Marx se convirtieron en las tesis principales de los
discursos de organizaciones obreras, intelectuales y partidos políticos. ¡Proletarios de
todo los países, uníos! Rezaba el Manifiesto del partido comunista.
Con los años, parecía que los vaticinios marxistas no se cumplirían, hasta que el
levantamiento popular en un país agrícola bajo un régimen totalitario devolvió la
esperanza a los marxistas. El socialismo llegaría presagiando, para algunos, el
comunismo. La Rusia roja se volvió el gran experimento marxista. Fue en la pluma
de Lenin, no en la de Marx, donde el socialismo tomó la forma de un sistema
completo. Como algunos apuntan, Lenin fue más marxista que el propio Marx. Las
críticas al sistema soviético son amplías, algunos rechazan la idea de que el régimen
fue auténticamente socialista y lo califican de capitalismo de Estados. Los matices
que pudiera tener el régimen son discutibles, lo cierto es que por muchos años se
convirtió en uno de los modelos económicos a seguir por los diversos países del
mundo. Finalmente, la Unión Soviética llegó a su propia destrucción, parecía que el
capitalismo había triunfado en el contexto de la Guerra Fría.
En el siglo XX, diversos países se denominaron así mismo socialistas, diversos
partidos políticos acogieron también esta bandera. A lo largo de los años, parecería
que las predicciones marxistas han perdido completa validez, un mundo cambiante
lejos del contexto decimonónico que vio el autor en sus tiempos podrían ser una
explicación a esto. Lo cierto es que el socialismo esta muy lejos de su muerte, se han
adoptado diversas denominaciones y adaptaciones del sistema, desde los movimientos
socialdemócratas hasta el socialismo del siglo XXI.

El comunismo
“El comunismo es la abolición positiva de la propiedad privada, de la
autoenajenación humana y, por tanto, la apropiación real de la naturaleza humana a
través del hombre y para el hombre. Es, pues, la vuelta del hombre mismo como ser
social, es decir, realmente humano, una vuelta completa y consciente que asimila
toda la riqueza del desarrollo anterior. (…) Es la resolución definitiva del
antagonismo entre el hombre y la naturaleza y entre el hombre y el hombre.”
--Karl Marx

Desde los escritos de Platón hasta los autores marxistas, el comunismo se ha


afianzado como una de las doctrinas socioeconómicas más importantes a través del
tiempo. Pensar el comunismo resulta utópico en una sociedad cuyo común
denominador podría parecer la desigualdad. Difícilmente podríamos entender las
relaciones sociales sin las dicotómicas figuras de ricos y pobres, burgueses y
proletarios, o en el caso de las relaciones internacionales, norte y sur. El comunismo
propone la colectivización de los bienes, una organización social totalmente
igualitaria y por lo tanto la eliminación de cualquier relación de subordinación, que
culmina con la eliminación del Estado. En términos prácticos, plantea la idea de una
comunidad de total igualdad y libertad, paradójicamente todas las sociedades que
intentaron transitar hacia el comunismo terminaron en la situación opuesta.

Durante la Guerra Fría se emprendió un proceso de satanización del comunismo, para


algunos el mundo rojo se convirtió en sinónimo de esclavitud y totalitarismo. Estados
Unidos se convirtió en el garante del capitalismo y al final de la Guerra Fría, el
comunismo parecía completamente acabado. La eliminación del bloque soviético
implicó la caída de los bastiones del comunismo. Las pocas naciones que seguían la
corriente comunista, ya entrado el nuevo siglo, se veían como los disidentes del
sistema económico mundial. En Latinoamérica, Cuba, el vecino incómodo del
“imperialismo yanqui” y uno de los últimos bastiones del comunismo, ha
implementado una serie de reformas que se interpretan como un intento para unirse
al mercado mundial. China también se ha incorporado a la lógica capitalista al
convertirse en fábrica del mundo. Por otro lado Corea del Norte es vista como el
gran fracaso pseudocomunista y una población famélica da testimonio de ello. El
comunismo se ve distante de ser una realidad, podemos afirmar que el idilio
comunista está en decadencia mientras se levanta un sistema neoliberal que no puede
reclamar tantos triunfos como quisiera.
El Estado de Bienestar
La Gran Depresión de 1929 puso en duda a las grandes promesas del liberalismo
económico. Más aún, los estragos que originó en algunos países europeos pueden
identificarse como causas inmediatas del surgimiento de extremas derechas. La crisis
se prolongó más de lo esperado, la producción decayó rápidamente y las tasas de
paro se elevaron alarmantemente. La respuesta de los gobiernos de los grandes países
industrializados fue una mayor intervención en la economía. La desilusión del laissez
faire se extendió mientras el gran garante del liberalismo, Estados Unidos, iniciaba el
llamado New Deal que inauguraba así una tradición de Estado benefactor que se
mantendría hasta la década de 1970. Acabada la Segunda Guerra Mundial, regresar
al capitalismo salvaje de antes de 1929 resultaba impensable para la mayoría de las
figuras políticas más importantes de la época.

La ciencia económica tomó el paradigma keynesiano, que enfatizaba la participación


de políticas fiscales para arreglar los desajustes en la demanda agregada. El
catedrático de Cambridge, John Maynard Keynes, se convirtió para algunos en el
gran héroe de la economía mundial y marcó el paso del papel estatal al oeste de la
Cortina de Acero. El florecimiento de la clase media entre las potencias industriales,
la recuperación medianamente acelerada en Europa y Japón, los triunfos sociales
logrados a costa del endeudamiento público y las significativas cargas tributarias se
volvieron componentes notables tras la última gran guerra. El Estado de Bienestar
surgió como la promesa del progreso social y el fin de las crisis cíclicas del
capitalismo.
De acuerdo al sociólogo T.H. Marshall, el estado de bienestar se caracteriza por la
mezcla de democracia, capitalismo y garantías de ciertos derechos sociales (como
servicios de salud o seguros de desempleos). El paradigma se sostuvo por varias
décadas, la oposición a penas y se atrevía a pronunciarse. No fue hasta la década de
1970, cuando la escuela de Chicago y el discurso del gran crítico del keynesianismo,
Von Hayek, empezó a ganar terreno entre las clases intelectuales y políticas. En
medio de las crisis de los setentas, el golpe final al estado de bienestar fue la llegada
de Ronald Reagan y Margaret Thatcher a la cabeza del gobierno estadounidense y
británico, respectivamente. En la actualidad, no podemos hablar de la desintegración
total del Estado de Bienestar, diversos Estados aún proveen muchos de los derechos
sociales que esta ideología propone.
El neoliberalismo

“Una sociedad que priorice la igualdad por sobre la libertad no obtendrá ninguna de
las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad por sobre la igualdad obtendrá
un alto grado de ambas.”
-Milton Friedman

De un mercado subordinado al Estado, la llegada del neoliberalismo implicó la


inversión de esta relación. El elemento fundante de la ideología fue la de un Estado
mínimo, cuyas tareas se limitaban a mantener los derechos de propiedad y lidiar con
las fallas del mercado. En el ámbito internacional, las organizaciones económicas
adoptaron rápidamente las posiciones neoliberales, destacándose el Fondo Monetario
Internacional. La expansión del neoliberalismo fue alentada por el proceso de
globalización, la interconexión de los mercados siguió a un proceso de apertura de
las economías. El cambió del GATT a la Organización Mundial del Comercio
respondió a esta lógica de integración a través de la liberalización. A la cabeza del
movimiento estuvieron Estados Unidos y Reino Unido, no sólo política sino también
académicamente. Las enseñanzas de Von Hayek y el monetarismo de la Escuela de
Chicago, con la voz de Milton Friedman, terminaron poco a poco con las ideologías
del Estado de bienestar.
Ante todo el liberalismo toma como uno de sus principios básicos la igualdad de
oportunidades, no así la igualdad de resultados. En una sociedad con individuos con
diferentes preferencias y capacidades, exigir la igualdad de oportunidades, que
sistemas como el comunismo pondera, quitan libertad al individuo. El sistema de
planificación resulta inútil bajo los ojos del neoliberalismo, pues el gobierno no es
capaz de considerar a todos los agentes que participan en la economía y los costos
de oportunidad, así, los resultados de la acción gubernamental (fuera de las tareas
antes mencionadas) terminan en sub óptimos sociales. La libertad individual por
sobre todo es el principio toral de la ideología, así cualquier elemento que atente
contra ello no tiene sentido en la lógica neoliberal.

Si bien es cierto que la sociedad mundial experimentó, en muchos casos, un gran


progreso material y la liberalización de países como Brasil e India han permitido dar
un gran salto contra la pobreza, aún son muchos los problemas económicos que
aquejan a la población en general. Pareciera que la desigualdad se ha convertido en
un componente inherente al sistema y, aunque algunos hablan de la democratización
de la economía, la concentración del capital en algunas manos profundiza las
diferencias materiales. La crisis económica actual, de la que ningún país ha estado
exento, ha deslegitimado al sistema neoliberal, miles de personas han salido a las
calles a protestar y exigir un nuevo marco de acción para las instituciones
económicas. Mientras que la repuesta de los neoliberales ha sido, por supuesto, más
liberalización. Son muchos retos los que unen a la comunidad internacional y, fuera
de cualquier marco ideológico, se necesita ante todo una gran cooperación de todos
los Estados para alcanzar esa tan deseada solución a la crisis y desarrollo.
Conclusiones: las herencias del siglo pasado
“La economía no puede independizarse de la sociedad pues la consecuencia será la
destrucción de la idea misma de sociedad y de bien común. El ideal a ser buscado es
una economía de lo suficiente para toda la comunidad de vida.”
-Leonardo Boff

Los paradigmas económicos que se propagaron el siglo pasado siguen determinando


las políticas de los países. El sistema económico internacional pareciera estar yendo a
la completa liberalización, países como China y Brasil han estado escalando
posiciones en la economía mundial. Mientras la defensa del neoliberalismo se
mantiene en las grandes instituciones financieras, se alzan otras voces que claman
por nuevas vías para el desarrollo como los neo keynesianos y los movimientos
ciudadanos que buscan un nuevo planteamiento de las estructuras económicas
globales. Al mismo tiempo, los últimos bastiones del comunismo van cayendo poco a
poco o se ven como los parias del sistema.
Diversos países se mantienen en un espectro entre el comunismo y el socialismo, las
economías mixtas sobresalen alrededor del mundo. Los BRIC han mostrado nuevos
métodos para el progreso que no siguen al consenso capitalista. Al mismo tiempo, la
experiencia integracionista europea parece ser un fracaso al no encontrar soluciones
eficientes a la crisis que aborda a los miembros de la Unión. ¿Capitalismo o vías
alternas? ¿Neoliberalismo o neo keynesianismo? No parece haber una ideología
indiscutible en la política económica mundial, el liderazgo de Estados Unidos se ve
mermado por el auge de las economías asiáticas. India y China se perfilan como las
nuevas grandes potencias económicas, a la vez que tienen que lidiar con una miríada
de problemas sociales.
El sistema económico internacional está dominado por la falta de una clara
polaridad, las enemistades ideológicas que dividieron el mundo en la Guerra Fría han
quedado en el siglo pasado. El surgimiento de nuevas potencias económicas han
diversificado la estructura productiva mundial y se cuestionan los éxitos del
neoliberalismo. Pobreza y desigualdad son los grandes problemas que comparte la
comunidad internacional, a nivel mundial ningún sistema ha resultado ser lo
suficientemente efectivo para darle fin a estas deficiencias. ¿Saldrá el neoliberalismo
avante de la crisis mundial? ¿Podemos esperar una amplia reforma del sistema?
¿Lograrán los países en vías de desarrollo ponerse en el camino de las mejoras
sociales? ¿Serán las naciones capaces de dejar atrás la pobreza? Todas estas son
cuestiones que podrían resolverse en el futuro próximo, los internacionalistas podrán
analizar cómo todos estos fenómenos ocurren en la arena internacional.
Economía e historia
La estrella intelectual mundial del momento es, a no dudarlo, el historiador israelí
Yuval Harari. Aplaudido y entrevistado por los medios de comunicación, leído y
comentado por los principales líderes económicos y políticos del planeta, y repudiado
por académicos e intelectuales, Harari vuelve a dar vigencia al lugar que a fines del
siglo XX ocupó Alvin Toffler, en el mundo, y Juan José Sebreli, en la Argentina. El
motivo de sus respectivos éxitos es, también, el mismo: su capacidad para instalar en
el debate público un conjunto de concepciones y cuestiones generales (el
advenimiento de una sociedad postindustrial y postnacional basada en la información
-Toffler-, la interpretación del conflicto socio-político mundial en la clave Modernidad
vs. Antimodernidad -Sebreli- y los riesgos que traen aparejados las tecnologías
disruptivas para la continuidad de la civilización humana tal como la conocemos -
Harari-). Los acomuna, además, no solo el habitual desprecio que sufren los
generalistas por parte de los especialistas, sino el carácter global y orientado al
futuro de sus preocupaciones, así como la conciencia de que los problemas globales
no pueden solucionarse nacional ni internacionalmente.

Orientación al mundo y al futuro. Una clave de la política que fue central en la


Argentina exitosa de fines del siglo XIX y quedó progresivamente diluida en la
Argentina nacionalista y reaccionaria que fracasó durante el siglo XX. Cuando se
escriban los manuales de la política del siglo XXI, apuesto, la distinción entre las
fuerzas reaccionarias orientadas al pasado, las conservadoras orientadas al presente, y
las progresistas, orientadas al futuro, recobrará el lugar que no debió abandonar
aplastada por la tensión entre la Derecha e Izquierda. Y lo mismo sucederá, apuesto
de nuevo, con la distinción entre las fuerzas globalistas orientadas al mundo; las
nacionalistas, orientadas a la nación; y las intermedias, regionalistas e
internacionalistas. Basta mirar el mapa planetario de la política realmente existente
para encontrar que estas tensiones y enfrentamientos entre un nacionalismo populista
y autoritario, y un globalismo republicano y cosmopolita, se han hecho mucho más
fuertes que la distinción entre Derecha e Izquierda que caracterizó los tiempos de
calma que siguieron al final de la Segunda Guerra.
Por supuesto, abuso del término "apocalíptico" creado por Umberto Eco en los
Sesenta cuando describo el trabajo de Harari; quien reconoce que el futuro es
incierto por definición e insiste en que dependerá completamente de las decisiones
que tomemos como individuos y como seres sociales. El mayor mérito de Harari,
según creo, es el de haber instalado en la discusión global el tema del impacto de
las tecnologías disruptivas. No solo desde el punto de vista del reemplazo del trabajo
físico humano por robots y del trabajo intelectual repetitivo por algoritmos, ya
suficientemente vigentes, sino el tema -insoslayable en el mediano plazo- del
reemplazo de nuestra especie, el homo sapiens, por una combinación de humanos
genéticamente modificados, cyborgs e inteligencia no biológica. Como en su momento
la trilogía de Toffler (El shock del futuro, La tercera ola y El cambio del poder), la
trilogía de Harari (Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI) tiene el
enorme mérito de fijar los temas de debate político de las próximas décadas en el
lenguaje comprensible de quienes no aspiran a un lugar en los cenáculos sino
contribuir a la búsqueda de nuevos paradigmas y valores que actualicen o
reemplacen a los que fueron creados en una época superada.

Buenas o malas, discutibles como todas, las ideas de Harari dejan planteados dos
desafíos que convocan a su resolución a las dos principales fuerzas progresistas de la
Modernidad: el liberalismo progresista, responsable de encarnar y defender el valor
Libertad, y la Izquierda democrática, responsable del valor Igualdad. Harari no lo
dice en estos términos, pero el mundo de la inteligencia artificial y el big data
desafía las concepciones tradicionales del liberalismo, que siempre vio el peligro
totalitario desde el lado del Estado cuando en la actualidad la combinación entre
inteligencia artificial y big data hace tanto o más amenazante la acumulación de
poder en manos de corporaciones económicas globales como Google, Amazon,
Facebook y Apple; las célebres GAFA. Más difícil aún es el desafío para la Izquierda,
cuyo sentido histórico en el mundo nacional-industrial ha sido el de representar a
una mayoría de trabajadores carentes de poder político pero decisivos en el campo
de la generación de la riqueza, en el preciso momento en que el reemplazo del
trabajo humano por robots y algoritmos parece empujar a millones de seres humanos
hacia la irrelevancia económica.
¿Cómo es posible enfrentar la manipulación económica y política de los seres
humanos cuando las nuevas tecnologías permiten "hackearlos"; es decir: influenciarlos
y manejarlos sobre la base del cómputo de datos masivos que permiten a la
inteligencia artificial conocerlos mejor de lo que ellos se conocen a sí mismos? ¿Qué
podrá querer decir, en este marco, la idea esencial del pensamiento liberal: el "libre
albedrío"? ¿Será posible redistribuir los aumentos vertiginosos de la productividad
global -como se hizo en la era nacional industrial- cuando carecemos hoy de un
sistema político global redistributivo y cuando la contribución de los trabajadores a
la riqueza tiende a disminuir o desaparecer, llevándose consigo a su poder político?
¿Será posible evitar que la explosión de las nuevas tecnologías de mejoramiento y
prolongación de la vida mediante trasplantes de órganos, implantes biónicos y chips
de conectividad hombre-máquina trasformen la divisoria social en una brecha
biológica insalvable? Agrego, por mi parte: ¿será posible la democracia cuando su
actor históricamente decisivo -la nación-estado- está siendo barrido del escenario
global por las fuerzas tecnológicas y económicas globales? ¿Es posible salvarla
cuando las nuevas tecnologías hacen innecesaria la distribución masiva de la carga
decisional -una de sus razones y de sus motores dinámicos en la época industrial- y
cuando la complejidad creciente de la sociedad global de la información la torna
progresivamente incomprensible para los individuos sin estudios específicos? No
habrá Izquierda ni Liberalismo que puedan sobrevivir sin dar una respuesta a estas
preguntas, y la obra de Harari es una gran contribución porque carece de respuestas
acabadas pero pone sobre la mesa muchas de las cuestiones principales.
Para comprenderla cabalmente, y para entender la polémica implícita con quienes
denomina "dataístas" y "transhumanistas", hay que leer a su representante más
acabado: el académico y empresario Ray Kurzweil. Perfecta expresión de lo que Eco
denominaría un "integrado", Kurzweil concibe al universo como un flujo constante de
datos y al homo sapiens como una etapa en la evolución de la elaboración y
procesamiento de esos datos. Una etapa, obviamente, destinada a ser superada
mediante la interacción entre la inteligencia humana y la artificial del que la actual
colaboración entre los sapiens y las computadoras es sólo el primer paso. En pocas
décadas -pronostica Kurzweil en su principal obra (La singularidad está cerca, 2005)-
el crecimiento exponencial del big data y la inteligencia artificial, la transferencia
creciente de datos entre esta y la inteligencia biológica (humana) y la aparición de
cyborgs y de sistemas computacionales que superarán ampliamente nuestras actuales
capacidades harán irrelevante la distinción entre ambos tipos de inteligencia y
llevarán paulatinamente al predominio de la inteligencia no biológica. Ese momento,
que según Kurzweil anticipa una explosión de las capacidades de acumulación y
procesamiento de datos llevará al fin de la humanidad como la conocemos y
provocará una singularidad tan revolucionaria como el big-bang: la extensión del mix
entre la inteligencia artificial y la biológica por el universo. Quien vea en el
dataísmo los rastros de la razón hegeliana y los peligros totalitarios de ella derivados,
como bien analizó Popper, me parece bien encaminado…

¿Tienen razón los integrados como Kurzweil, quien parece aconsejarnos relajarnos y
confiar en la labor benéfica de los GAFA, o habría que considerar las advertencias
apocalípticas de los Harari? Nadie puede saberlo. Pero sí es inevitable plantear una
cuestión: ¿quiénes toman las decisiones? Porque aún la decisión de no tomar ninguna
decisión y confiar en los GAFA es una decisión. ¿Pueden tomar las decisiones
cruciales para el futuro de la humanidad unos managers corporativos a los que nadie
les ha otorgado ningún tipo de representación política, apenas limitados por el poder
decreciente de unos estados nacionales presididos por políticos que solo fueron
elegidos para ejercer una representación nacional y que a menudo encarnan la utopía
reaccionaria de volver a los viejos buenos tiempos del industrialismo manufacturero y
los estados nacionales? He aquí el principal debate político del siglo XXI.
Más allá de Kurzweil y de Harari, el siglo XXI ha demostrado una serie de
afirmaciones imposibles de refutar en el marco de la racionalidad, la modernidad y
la democracia: 1) Las tecnologías de alcance global plantean problemas y crisis de
escala global, como la inestabilidad financiera, la proliferación nuclear, las
migraciones globales, el terrorismo internacional y el cambio climático; 2) Las crisis
globales requieren soluciones globales que los estados nacionales y las organizaciones
internacionales son incapaces de proveer; 3) Las soluciones globales requieren
regulaciones y políticas globales que solo un sistema político-institucional global de
toma de decisiones puede deliberar y aplicar; 4) Los seres humanos no conocemos
mejores principios políticos para lograrlo que los del federalismo y la democracia.
Un federalismo inevitablemente mundial y una democracia necesariamente global.
Como bien expresa el debate político entre los apocalípticos y los integrados del siglo
XXI, de su urgente aplicación al nivel planetario depende ya la suerte del mundo.
Prebisch y el Siglo XXI
En el siglo XX, Prebisch fue una figura de singular relevancia en el pensamiento
económico y en el diseño de instituciones y políticas económicas en América Latina,
al punto de que fueron muy pocos los personajes latinoamericanos que influyeran
más que él en la región. Se ha llegado a decir que fue el Keynes de América Latina.
Su contribución en el plano de la formulación de políticas económicas pro desarrollo
fue notable por su grado de pertinencia histórica y por abrir a la mayoría de los
países del continente la posibilidad real de transformar sus estructuras económicas y
sociales, quizás por primera vez desde que se constituyeran como Estados nacionales.

Sin embargo, ¿cuán vigente está hoy el pensamiento de Prebisch? Y más importante
aún, independientemente de la importancia que tenga su figura para entender la
historia de América Latina en el siglo XX, ¿ayuda ahora Prebisch a comprender el
presente y a explorar el futuro de los países de la región?
En esta sección el propósito es indagar en torno a estos interrogantes.
Se ha seleccionado un conjunto de temas respecto de los cuales Prebisch y la CEPAL
realizaron importantes contribuciones con el fin de poder analizar esos aportes
originales, el devenir histórico y el estado actual de la cuestión, en términos tanto
empíricos como teóricos.
También se ha procurado conseguir la más amplia colaboración de expertos, siempre
insistiendo en que el objetivo no es buscar un rescate caprichoso de esas ideas
originales, sino fundamentalmente estudiar la situación actual y las perspectivas del
futuro, sin dejar de considerar y valorar los aportes de Prebisch y de la CEPAL, así
como su eventual vigencia o pérdida de ella.
Cada tema se presenta en tres diferentes niveles de profundidad. Primero, un texto
muy breve en que se delimita el problema. Luego viene un resumen simple del tema,
la forma en que Prebisch y la CEPAL lo concibieron, el debate posterior y la vigencia
actual del problema. Finalmente, para quienes buscan un análisis más acabado en
términos académicos, se presenta un texto de mayor extensión en el que pretende
ofrecer una revisión de los aportes pertinentes y un estado actualizado de la cuestión.

Los temas seleccionados no tienen una estructura fija. Son los propios debates e
investigaciones y los cambios históricos mismos los que irán poniendo de relieve
distintos aspectos, lo que a su vez llevará a abrir nuevos temas o a agrupar otros. La
intención es que estas secciones tengan vida y sean un soporte para debates
dinámicos y candentes.
En primera instancia se han seleccionado los siguientes temas:
• Las tendencias de los términos de intercambio de las materias primas y
alimentos en el mundo y en los países latinoamericanos
• El crecimiento con restricción de la balanza pagos

• Heterogeneidad estructural, cambio tecnológico y desarrollo en modelos centro-


periferia
• Los ciclos económicos

• Desarrollo y desigualdad
• Política monetaria, bancocentralismo y desarrollo

• Desarrollo y medio ambiente

Es la Remedios la Bella de los entornos macroeconómicos. En un coro nadie


sobresale, pero Anabella Abadi (Caracas, 1986) descuella de inmediato tanto por su
hermosura como por su inconmovible seriedad. Hija menor de otros dos economistas,
no cuesta imaginarla como la estudiante más fajada e inalcanzable del salón de
clases. Es profesora de la UCAB y de una abadía de excelencia ya casi sepultada por
18 años de ignorancia: el IESA, cuatro letras proscritas que resguardan la secuencia
del ADN del libre mercado.

Abadi forma parte de una serie de sobre jóvenes intelectuales atrapados dentro de
una revolución que desprecia el conocimiento formal. Como un símbolo de que no
todo está perdido, actualmente espera una bebé.

—¿Qué se siente vivir en el que sus recomendaciones son sistemáticamente desoídas?

—No me considero un ave de mal agüero o tampoco una especie de Casandra.


Simplemente soy una economista que gracias a su formación logro identificar
patrones y tendencias en el entorno. Lamentablemente, desde que entré en el mundo
profesional esos patrones y tendencias han sido en general negativos. Venezuela tiene
grandes potenciales, pero actualmente enfrenta trabas para su desarrollo levantadas
por el propio Gobierno central. Incluso cuando no escuchan al gremio de
economistas, considero que sigue siendo nuestra responsabilidad hablar de los
problemas que identificamos y, sobre todo, dar propuestas para que Venezuela se
encamine en una ruta de recuperación económica y social.

—El chavismo se empecina en una política económica que parece ir contra toda
lógica formal. ¿Cuestión de buena fe, orgullo o cuidadosamente planificada estrategia
de dominación?

—Como analista de políticas públicas, no puedo evaluar intenciones implícitas, sino


objetivos explícitos. Los resultados de los últimos 18 años revelan que los planes del
gobierno en materia económica han fracasado y que, gracias a una gran cantidad de
recursos petroleros, se pudieron subsanar muchas deficiencias. Es posible que algunos
crean que una economía controlada es la única que puede proteger a los más
desfavorecidos, pero los resultados del modelo económico hablan por sí mismos.
Muchos creen que, más que buena fe, es un tema de intereses de los grupos de
poder que hacen vida en las altas esferas del gobierno.

—¿Qué nombre le coloca al experimento que se ha desarrollado en Venezuela desde


1999?
—Si bien la caja de herramientas de los gobernantes ha cambiado, y más allá de los
debates ideológicos, parece indiscutible que las características básicas del modelo
económico del socialismo del siglo XXI es una copia a carbón de los socialismos
clásicos del siglo XX, tal y como los caracterizó János Kornai, prestigioso economista
de origen húngaro: hegemonía política del partido de Gobierno; rechazo a la
propiedad privada y control gubernamental del aparato productivo nacional; y uso de
la planificación central y controles administrativos con el fin de facilitar el control
directo de la economía por parte del Gobierno. Y como no sería razonable esperar
resultados diferentes al implementar un mismo experimento, el socialismo del siglo
XXI se ha traducido en restricción presupuestaria blanda, empresas públicas con
déficits constantes, problemas de producción, necesidad de subsidios, disminución de
la diversidad de productos, escasez crónica e incremento en los precios. El gobierno
anuncia constantes planes de revisión, rectificación y reimpulso, pero si no se
rompen las bases perversas del modelo económico del socialismo del siglo XXI, los
resultados serán cada vez peores.

—¿Se considera defensora de los intereses de una minoría parasitaria?

—Me siento increíblemente privilegiada, no sólo porque mi familia y yo pudimos


invertir muchos recursos y tiempo en mi educación, sino porque mi formación,
estimo, es y seguirá siendo de utilidad para la sociedad. No me considero defensora
de los intereses de un sector privilegiado de la sociedad; me considero defensora de
la justicia y las libertades económica, social y política, todas previstas en la
Constitución, pilares fundamentales para el desarrollo armónico de las sociedades.
Creo firmemente en que el mejor ciudadano es el ciudadano bien informado y
considero que parte de mi responsabilidad ante la sociedad es llevar los
conocimientos que tuve la fortuna de aprender. Soy una economista que, además de
luchar por entender el caos diario que vivimos, hago un esfuerzo por transmitir lo
aprendido; quiero creer que dejo algún mensaje en quienes deciden leerme u oírme.

—¿Cree que globalmente ya se resolvió el debate sobre la conveniencia del libre


mercado?

—En general, se estima que los mercados son los mecanismos más eficientes para la
asignación de recursos escasos. Sólo cuando los mercados fallan, se esperaría una
intervención de los gobiernos. Como resulta evidente, los controles han sido un
rotundo fracaso, y aunque el boom petrolero permitió financiarlos durante tanto
tiempo, las fallas estructurales del modelo nos han llevado a una crisis socio-
económica de proporciones históricas. Para reactivar la producción local es
indispensable restituir los derechos y libertades económicas previstas en la
Constitución.
—¿Es más justa una sociedad que reparte eficientemente la miseria?

—La economía es la ciencia social que estudia la asignación de recursos en fines


múltiples. Sin el factor escasez, no habría problema alguno que resolver. En
Venezuela, al igual que en otros países del mundo, se equipara la prosperidad con el
nivel de riqueza personal; así, ante recursos escasos, serán prósperos sólo los ricos.
Creo que esta noción es un error. La prosperidad es calidad de vida. Eso incluye
acceso y disponibilidad de servicios públicos de calidad, oportunidades de desarrollo
socio-económico, seguridad personal y jurídica y justicia y libertad personal.

—¿Qué episodio ha resumido la tragedia de la economía chavista?

—Reducirlo a uno es difícil. Hay decenas de momentos claves marcados en nuestra


memoria colectiva: la purga de Pdvsa, el “millardito”, los mil y un ¡exprópiese!, el
Dakazo.

—¿Una economista está más allá de los problemas económicos?

—Hacer seguimiento a la crisis es parte de mi trabajo diario y es inevitable que me


impacte afectivamente. Los economistas podemos parecer insensibles al decir frases
tan duras como “la situación puede empeorar”, lo que intentamos es presentar
análisis objetivos mientras que, en ocasiones de manera infructuosa, escondemos
nuestros miedos personales. Es imposible vivir en Venezuela, entender la magnitud de
la crisis, saber que los responsables deciden ignorar esta realidad y dormir tranquilos
todas las noches. Nadie se salva de la crisis, ni siquiera los economistas. Sin
embargo, no creo que debamos permitir que una crisis sin fecha de vencimiento
paralice nuestros planes de vida. Seguir adelante es difícil, pero posible. Me casé
hace apenas siete meses y ya estamos esperando nuestro primer bebé. Tenemos
muchas angustias y miedos, pero seguimos trabajando siempre con la mejor de las
intenciones. Sabemos que dentro y fuera de Venezuela muchos siguen haciendo lo
mismo.

Esta entrevista pertenece a una serie de jóvenes intelectuales venezolanos.

Anabella Abadi (@Janabadi) es caraqueña nacida el 19 de julio de 1986. Hija de dos


economistas y la menor de dos hermanas. Consultora asociada en ODH Grupo
Consultor. Economista egresada de la UCAB y especialista en Gobierno y Gestión
Pública Territoriales de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Profesora de la
UCAB y de la dirección de Educación Ejecutiva del IESA. Junto a la periodista Luz
Mely Reyes, conduce Análisis de Entorno en Fedecámaras Radio. Coautora de los
libros Gestión en Rojo (IESA) y El control de precios en Venezuela: 1939-2015
(Cedice, UCAB y UMA).

Filosofía Económica .
Como toda filosofía, la filosofía económica formula preguntas e intenta responderlas
de modos lógicos y racionales. La filosofía de la economía es la rama de la filosofía
que estudia los aspectos filosóficos de la economía. También se puede definir como
la rama de la economía que estudia sus propios principios al lado de sus aspectos
morales.
Entre los aspectos que involucran el pensamiento filosofico de la economía se puede
distinguir.

Ontología de la economía
La economía (del griego οίκος oíkos 'casa' y νόμος nómos 'regla', por lo tanto, oíkos 'casa' y νόμος oíkos 'casa' y νόμος nómos 'regla', por lo tanto, nómos 'regla', por lo tanto,
originalmente, "dirección o administración de una casa") es una ciencia social que
estudia los procesos de producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y
servicios que a su vez nos ayuda a mantener a las familias y miembros de una
sociedad. Según otra de las definiciones más aceptadas, propia de las corrientes
marginalistas o subjetivas, la ciencia económica analiza el comportamiento humano
como una relación entre fines dados y medios escasos que tienen usos alternativos.
¿Qué es el valor económico? ¿Qué es el mercado? Mientras que es posible ofrecer
una definición convencional, el objetivo de plantear estas preguntas lleva a ampliar
las perspectivas sobre la naturaleza de los principios económicos. Los planteamientos
para abordar estas cuestiones que logran mayor aceptación repercuten sobre todo el
campo de la economía.
Metodología y epistemología de la economía
La epistemología estudia cómo se llega al conocimiento de las cosas. En este caso,
con preguntas como:
• ¿Qué tipo de verdad se obtiene de la teoría económica? Por ejemplo, ¿las
teorías se refieren a la realidad o a la percepción de los sentidos?
• ¿Cómo se pueden probar las teorías económicas? Por ejemplo, ¿cada teoría
económica debe ser verificable empíricamente?
• ¿Cómo de exactas son las teorías económicas? ¿Pueden reclamar el estatus de
una ciencia exacta? ¿Son las predicciones económicas tan fidedignas como las
predicciones en las ciencias naturales, hasta el punto de establecer leyes? ¿Por
qué o por qué no?
Los filósofos de la ciencia han explorado estas cuestiones intensamente desde la
publicación de corte popperiano de Mark Blaug "Teoría económica en retrospección"
hasta los estudios lakatosianos de Alexander Rosemberg y Daniel Hausman en los 70
o el giro retórico que dado por Deirdre McCloskey.
Teoría de juegos y agentes económicos
Es desarrollada entre varias disciplinas, especialmente matemáticas, economía,
filosofía, o inteligencia artificial, y es todavía un campo abierto al debate.
La teoría de la decisión está íntimamente relacionada con la teoría de juegos, y es
igualmente interdisciplinar. Las aproximaciones filosóficas se centran en la naturaleza
de la elección o la preferencia, de la racionalidad, de los riesgos, de la
incertidumbre, y de los agentes económicos.
Ética de los sistemas económicos
Se pregunta si es justo mantener o distribuir los bienes económicos. Las
aproximaciones conllevan un carácter más filosófico cuando son estudiados los
principios: por ejemplo, la Teoría de la Justicia (1971), de John Rawls, o Anarquía,
Estado y Utopía (1974), de Robert Nozick.
El utilitarismo es una de las mayores metodologías éticas.
Aspectos socio-economicos
“El estudio del lugar cambiante que ocupa la economía en la sociedad no es, pues,
más que el análisis de cómo está institucionalizada la actividad económica en
diferentes épocas y lugares”
- Karl Polanyi, “La economía como actividad institucionalizada”
“Olvidándose de la historia y la diversidad cultural, estos entusiastas del egoísmo
evolucionista no logran reconocer al sujeto burgués clásico en su retrato de la
llamada naturaleza humana”
- Marshall Sahlins, La ilusión occidental de la naturaleza humana

“Necesitamos trabajo empírico, pero necesitamos algo adicional: trabajo empírico que
realmente cambie la manera en la que miramos el problema”
-Ronald Coase, -Nóbel de Economía 1990

Durante el siglo XX la Economía Moderna —derivada de la teoría clásica o liberal y


entendida en tanto disciplina “científica”— fue escalando posiciones en el camino de
la legitimidad académica. El resultado de dicho proceso fue que se la instituyó como
la teoría y técnica directiva del mundo real. De hecho, los últimos años de la pasada
centuria la vieron en el clímax de su poder e influencia en brazos del
Neoliberalismo, la más extremista de sus escuelas hacia la derecha. Pudo parecer a
algunos que la última crisis financiera, comenzada el 2007 en Estados Unidos a raíz
de la especulación hipotecaria (la llamada crisis “subprime”), la haría caer de su
mullido trono. Sin embargo, pareciera que sus fieles acólitos habrían logrado hacerla
pasar la tormenta de la ruina y la corrupción especulativa, y de las consecuentes
impugnaciones teórico-prácticas.
No obstante, los reparos a la Economía Moderna datan de mucho tiempo. Es más,
han surgido dentro de la propia disciplina y en la voz de connotados economistas.
Pero, asimismo las observaciones críticas han venido desde fuera, a partir de otras
ramas del saber sociocultural. Estas han acumulado gran cantidad de material
empírico que deja en evidencia la debilidad de los supuestos económicos básicos y la
pretensión de erigir a la Economía Moderna en una ciencia legalista al modo de las
ciencias naturales. A la fecha se asume que toda investigación empírica seria, tiene el
deber irrenunciable de contrastar su teoría con la realidad… o se supone que debería
tenerlo.
En tal sentido, este escrito le parece a su autor una especie de deja vú, una repetida
imagen de una multitud que intenta penetrar en la fortificación teórico-práctica de la
moderna Economía “científica”. Reducto que sus orgullosos defensores, los ortodoxos
“economistas profesionales”, suponen inexpugnable. Sin embargo, esa creencia se
mantiene más por el propio autismo autocomplaciente de aquellos campeones, que
por la calidad de su defensa o la propia coherencia de aquella plaza fuerte teórico-
práctica.
Esos supuestos económicos modernos no sólo son sostenidos por los economistas más
dogmáticos. A pesar de que los no tan ortodoxos y los heterodoxos puedan rechazar
el mito del egoísmo individual, también se mantiene entre ellos una creencia en el
estatus científico de la disciplina. Lo cual se deriva de aceptar, explícita o
implícitamente, una regularidad estricta de los actos humanos. Entonces, por más que
a primera vista pueda parecer una generalización demasiado ligera, sí es posible
hablar de una Economía Moderna y de los economistas modernos como un cuerpo
unitario de profesionales que comparten un conjunto de premisas fundamentales.
Aquí se expondrá una nueva-vieja crítica acerca de los supuestos económicos
modernos, para luego adentrarse en la variedad de los sistemas económicos que han
existido históricamente. Estos han sido y son fruto de la diversidad que posibilita la
capacidad de crear cultura a gran escala, esa singular característica humana. Dentro
de tal conjunto de inventos de la especie, se debe ubicar uno muy particular y de
brevísima data: la Economía Moderna, cual disciplina positiva-normativa y práctica
de lo que ella determina es lo económico. En tanto cuerpo académico de
conocimientos, además de ser expresión sociocultural de una época y lugar, ha sido
muy influyente en la conformación de una forma de vida. Es decir, como Economía
normativa que dicta lo que debe ser, ha influido en la práctica de un tipo de
economía descrita por la Economía positiva. Lo antedicho se complementará aquí con
una especificación respecto a la falsedad de una legalidad económica, derivada de
una tendencia materialista natural de los individuos y/o de su inexorable condición
de maximizadores de algún tipo de “utilidad”.
Lo planteado en el párrafo anterior, dada la influencia actual de la Economía
Moderna, no son meros preciosismos intelectuales. Si bien incumben al mundo
académico, tienen igualmente decisivos efectos en la vida cotidiana de millones de
personas alrededor de todo el mundo. De tal modo, un análisis crítico de la
disciplina se hace necesario, sino urgente, cual asunto teórico a la vez que práctico
y/o político. En este último caso, es importante su relación con los problemas y
conflictos que se dan en los países del Sur Global, tanto en lo socioeconómico y
político como en lo cultural e identitario.
Sustento, sociedad y cultura: economías más allá de la Economía Moderna
La Economía Moderna ha levantado un infranqueable muro que separa la producción,
los intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios, de todas las
demás actividades socioculturales. Desde esa perspectiva, se ha llegado a hablar de
un quehacer y una disciplina exclusivamente económicas. Aún más, por la decisiva
influencia política y académica del Liberalismo y el Neoliberalismo, la práctica de ese
sistema económico sería lo adecuado en cualquier sociedad. Al tiempo que el
particular cuerpo teórico de esa “ciencia” económica, sería el modo evidentemente
correcto de analizar y dar pautas académicas y/o técnicas a las actividades lucrativas.
Es tal el grado de perfección otorgado a la Economía Moderna, que se la ha llegado
a elevar a nivel del único camino posible y eficaz de “progreso”. El cual, en su
acepción de crecimiento económico, es el patrón con que a la fecha se enjuician las
sociedades.
Fuera de ciertos matices entre las distintas perspectivas económicas modernas, los dos
supuestos básicos hoy dominantes son la existencia de una naturaleza egoísta del ser
humano y de un sistema generador de precios autorregulado.
Por su pretendida tendencia egoísta —la “racionalidad” que persigue un “beneficio
marginal” mayor al “costo marginal” o la maximización de la “utilidad”— los
individuos buscarían constantemente acrecentar sus ganancias monetarias, o sea, se
guiarían en todo momento por su inherente afán de lucro. La expresión de esa
naturaleza conformaría en el mundo real el sistema de mercado autorregulado. Éste
se origina por la pugna egoísta entre quienes quieren vender lo más caro posible y
quienes quieren comprar lo más barato posible. Por ese proceso el mercado
autorregulado determina, de manera automática, todos los precios en todos los
ámbitos de la sociedad. Y si la pugna entre los agentes del mercado no es
intervenida, se fijarían los precios óptimos de cuanta mercancía existe.
Al suponerse desde la teoría y la práctica económica moderna, que las sociedades
están constituidas por diferentes mercados (trabajo, salud, autos, tierras, comida,
vestido, educación, materias primas, dinero, etc.), se asume que quienes participan
en ellos se guían por los precios, dado su deseo de aumentar sus beneficios y
disminuir sus costos. Ese cálculo y el comportamiento consecuente —los cuales a
pesar de basarse en un deseo, la Economía Moderna los calificará de “racionales”—,
son el medio para que en el mercado se lleve a cabo una distribución automática y
autónoma de la riqueza. Salvo en ámbitos muy específicos, las sociedades con
sistema de mercado no requerirían más que de la Economía de Mercado
Autorregulado. Cualquier intervención extraeconómica será una distorsión negativa de
un sistema eficaz y finalmente benéfico.
El problema con ese simple (y en apariencia explicativo) esquema, es su carácter
utópico: cuantiosa información empírica demuestra la inexistencia de una naturaleza
puramente materialistaen la humanidad. Y, además, nunca antes había existido una
comunidad que hubiera situado lo lucrativo, por encima del resto de las actividades
colectivas. Tampoco alguna sociedad que hubiera separado lo económico de sus
demás ámbitos y quehaceres. La gran mayoría de los sistemas de sustento que han
existido no han sido ni lucrativos ni maximizadores. Asimismo, se puede hacer una
clara distinción entre los mercados como lugares físicos donde se realizan
intercambios, los cuales se encuentran en diversas culturas y épocas, y el mercado
autorregulado formador de precios y rector de toda la sociedad. Este último es una
especificidad occidental moderna, o sea, un invento muy reciente y singular de una
tradición cultural específica.

Nunca ha existido la economía aislada o por sí sola. Durante la mayor parte de los
aproximadamente 190 mil años del devenir del homo sapiens, ese tipo de actos han
sido fenómenos socioculturales. Esto quiere decir que han estado insertos y
relacionados al resto de las prácticas, creencias e ideas de las diversas comunidades
históricas. Nunca separados, nunca autónomos y nunca naturales o instintivos. Todo
lo cual deja en evidencia los errores y arbitrariedades teórico-prácticas de la
Economía Moderna.
Para entender a cabalidad los fenómenos económicos —la producción, los
intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios—, es necesario
establecer un marco general que tenga verdaderos fundamentos empíricos. Se requiere
salir de los estrechos límites impuestos por la Economía Moderna y, con mayor
razón, de la aún más restringida mirada de la economía ortodoxa. Hay que dejar
atrás esos arbitrarios supuestos ideológicos y sus consecuentes voluntariosas
conclusiones. Se hace necesario, bien lo afirma Marshall Sahlins, abandonar
“definitivamente esta concepción capitalista e individualista del objeto económico”,
para adoptar una perspectiva más amplia y realista. Desde esta visión sociocultural y
en verdad empírica
“La ‘economía’ se convierte en una categoría de la cultura más que de la conducta
[atomizada], más cercana a la política y a la religión que a la racionalidad
[maximizadora] o a la prudencia. Ya no se trata de actividades [aisladas] que sirvan
a las necesidades individuales, sino del proceso vital esencial de la sociedad” (Sahlins
1983: 10)
Entonces, para considerar empíricamente lo económico, se recurrirá aquí al llamado
enfoque institucional o sustantivo, fruto de los esfuerzos del historiador de la
economía Karl Polanyi, quien legó a la posteridad su fructífera labor acerca de las
diversas formas en que los diferentes grupos humanos han logrado su sustento
(Polanyi 1994. Polanyi, Arensberg y Pearson 1976. Godelier 1976).

La perspectiva sustantiva entiende que el sustento se consigue colectiva y


organizadamente, a través de una serie de patrones socioculturales reales. De ahí la
importancia que adquieren las formas de vida o la “cultura” de cada pueblo. Al
tomar en cuenta estos conjuntos de actos que efectivamente se llevan a cabo de
modo sistemático, se entiende que Polanyi hable de “La economía como actividad
institucionalizada”. El sustantivismo desarrolló una mirada empírica y holística que
conlleva una perspectiva multi y/o transdisciplinaria que comprende la Historia, la
Antropología, la Sociología y por cierto también la Economía. Luego, cuando se sabe
que cada sociedad tiene sus particulares instituciones económicas, surgidas y
admitidas desde su propia especificidad cultural, se cae en cuenta de la diferencia del
significado de lo económico para la Economía Moderna y los sustantivistas.
Parecería una obviedad que el trabajo o el esfuerzo desplegado para conseguir el
sustento, en cualquiera de sus formas históricas, es manifiestamente un factor de la
producción. Sin embargo, el error y lo ilusorio de la postura economicista, ha sido
considerarlo sólo un mero factor productivo. Se lo ha aislado de todo el resto del
sistema sociocultural de las diversas comunidades, al tiempo que se han ocultado u
obviado los contextos en que lo económico es ideado, toma sentido/legitimidad y se
materializa. La Economía Moderna elimina la ineludible condición institucionalizada
de las actividades económicas. Precisamente aquella es, como plantearan Polanyi y
los sustantivistas, el entramado sociocultural que le da existencia a los sistemas de
sustento. De ahí que concluya el autor que los “meros agregados de las conductas
personales en cuestión no bastan para producir las estructuras”. Los actos
individuales serán simples excepciones a la regla mientras vivan las personas que los
realizan. Si no se institucionalizan, sólo serán conductas excéntricas para el resto del
grupo.

La verdad es que a través del tiempo, el trabajo —en tanto actividad social con sus
múltiples relaciones con otras partes de una cultura—, ha sido definido y apreciado
según las pautas ideológicas y morales de cada grupo. Esta cualidad sociocultural de
la búsqueda de sustento, no responde sencillamente al obvio hecho de que se realiza
en conjunto o colectivamente. Como señalan Polanyi y los sustantivistas, lo central es
que lo económico está “incrustado” o “integrado” (“embedded”) en el conjunto de
patrones conductuales, morales y en los significados de cada comunidad. Difícilmente
la economía puede ser separada del resto de los componentes de una cultura. De
llegar a estarlo, pierde sentido para quienes son portadores de dicha forma de vida,
se dificulta su puesta en práctica o derechamente se imposibilita.
Es indesmentible que en la inmensa mayoría de los casos históricos, las actividades
de sustento son expresiones del funcionamiento de instituciones no económicas. En
otras palabras, cuando se llevan a cabo prácticas religiosas, artísticas, rituales,
políticas, recreativas, educativas, etc., se necesitará de lo económico o surgirá de
aquellas lo económico. Si se ha de intentar identificar las actividades
institucionalizadas de sustento con un concepto más específico —y por cierto más
acorde a la realidad—, habría que hablar de sistemas socioeconómicos.
Durante la mayor parte de la vida de la especie humana, en general lo económico ha
conformado un todo junto a lo religioso, moral, político, educativo, estético,
recreativo, ideológico, etc. Las personas y grupos no se han guiado por móviles de
estricto carácter económico o materiales; menos todavía por unos específicamente
lucrativos. En cualquier época y lugar, las personas desenvuelven su vida cotidiana
dentro de esa especie de redinterconectada de ideas y sentidos que son las culturas.
Lo mismo ocurre en el caso de la producción, los intercambios, la distribución y el
consumo de bienes y servicios:

“Los monjes comerciaban por motivos religiosos, y los monasterios llegaron a ser los
mayores establecimientos comerciales de Europa. El comercio kula de las islas
Trobriand, uno de los más complicados sistemas de trueque conocidos por el hombre,
tenía esencialmente un propósito estético. La economía feudal dependía en gran
medida de la costumbre o la tradición. Para los kwakiutl, el principal fin de la
industria parecía ser una cuestión de honor. Bajo el despotismo mercantil, la
industria se planificaba a menudo para servir al poder y la gloria. Según esto,
tendemos a pensar que los monjes, los melanesios occidentales, los aldeanos, los
kwakiutls, o los hombres de Estado del siglo diecisiete, se guiaban respectivamente
por la religión, la estética, la costumbre, el honor, o el poder político” (Polanyi
1994: 83-84).
Al tenor de los hechos, que hoy lo económico en su estricto sentido lucrativo parezca
absolutamente dominante, se debe a que las sociedades han sido transformadas en
estructuras lucrativas, o sea, en sociedades de mercado. En ellas la mayoría de las
actividades y/o instituciones funcionan en base al dinero o se relacionan a él; y, por
tanto, el propio dinero ha terminado tomando relevancia superlativa. Se ha llegado a
considerar evidente que lo que en las colectividades modernas y/o modernizadas se
tiene por “económico”, sea identificado con el imperativo universal de conseguir la
supervivencia. Como a la fecha en ese tipo de sociedades el sustento se obtiene por
medios monetarios, las apariencias cooperan a darle un supuesto apoyo empírico a la
existencia de una naturaleza humana lucrativa. El particular contexto actual y su
lógica, que empuja muchas veces a un comportamiento maximizador, se confunde
con que ese tipo de conducta es la inherente en el ser humano y esa lógica la
evidente. El resto del trabajo lo ha hecho la propia disciplina económica moderna, la
cual ha desarrollado su andamiaje teórico-metodológico desde esa y para esa
particular realidad. Sea por vivir en un sistema de mercado y/o por estar educado
por la Economía Moderna, se hace indudable buscar el libre mercado en otras
realidades... y, de hecho, encontrarlo:
“Habiendo convertido el hombre la ganancia económica en su fin absoluto, pierde la
capacidad para relativizarla mentalmente. Su imaginación queda encerrada en los
límites de esa incapacidad” (Polanyi 1994: 62).
Con todo, los datos antropológicos e históricos no sólo desmienten una pretendida
tendencia natural y, por ende, universal, al lucro o a la acumulación material en
general. Es más, en todo el mundo se pueden encontrar a través del tiempo casos de
acciones despilfarradoras institucionalizadas. Las culturas de muchos grupos humanos,
conllevan patrones que van en contra —o pueden influir de algún modo contra— los
modernos conceptos de “economizar” o “maximizar”.
En la antigua Grecia las familias aristocráticas prestaban importantes y onerosos
servicios públicos —construcción de templos y obras civiles o financiación de eventos
públicos— bajo la forma obligatoria y meramente honorífica de la “liturgia”. En la
Columbia Británica del actual Canadá, en la ceremonia del potlach, los jefes de clan
kwakiutl competían entre sí por estatus destruyendo grandes cantidades de productos
muy apreciados dentro del grupo. Justamente, Thorstein Veblen comparará en el
siglo XIX a los jefes kwakiutl y a los potlach, con sus contemporáneos millonarios de
la “clase ociosa” estadounidense y sus bailes de gala u otras prácticas de consumo
ostentoso no productivo (de hecho ni siquiera lucrativas). Finalmente en Japón, desde
fines del siglo XIX, las grandes empresas nativas pueden postergar sus ganancias
según las conveniencias del Estado y la comunidad nacional, como una muestra de
lealtad y honor. Esas mismas compañías niponas acostumbran dar empleo de por
vida a sus trabajadores, lo cual desde la perspectiva occidental moderna es una
práctica “irracional”: sólo causaría aumento de costos y pérdida de competitividad
(Monares 2008).
El saber antropológico hace mucho que estableció que las sociedades no son
utilitaristas, no elaboran sus culturas en pos de un “máximo posible de eficacia”. El
antropólogo Ralph Linton, ya en 1936, escribía que las culturas han sido
desarrolladas hasta puntos donde “la conducta no produce un incremento de eficacia
proporcional al aumento del trabajo”. Incluso en el ámbito de las “herramientas y
utensilios, donde serían más patentes las desventajas de semejante conducta,
poseemos abundancia de ejemplos que demuestran un gasto totalmente innecesario de
trabajo y materiales” (Linton 1972: 99). Según el autor, ello se refleja en una
recurrente “complejidad innecesaria de la cultura”; la cual, en algunos casos, hasta
puede llegar a ser perjudicial para los individuos o el grupo en cuestión. De ahí su
conclusión respecto a que el ser humano “ciertamente no es un ser utilitario”.
Se entiende así que de concebir un “sistema económico” al estricto modo de la
Economía Moderna —en tanto un conjunto de conductas competitivas individuales de
carácter egoísta, basadas en el deseo de ganancias monetarias y/o el temor al hambre
—, se debería concluir que a través del tiempo (casi) no han existido sistemas
económicos. De donde quedan al descubierto dos gruesos errores de los economistas
modernos y de todos quienes se guían por sus supuestos: reducir todos los tipos de
economía a patrones y motivaciones de libre mercado, y generalizar los patrones y
motivaciones de libre mercado a todos los tipos de economía (Polanyi 1994). Para
calibrar este error, considérese que hasta épocas muy recientes no existía —¡ni
siquiera en los idiomas de los países europeos occidentales!—, “ninguna palabra que
definiera la organización de las condiciones materiales de la vida”, al modo de una
cuestión autónoma del resto de los aspectos socioculturales. La civilización humana
tendría que esperar a que, recién en el siglo XVIII, los fisiócratas franceses
anunciaran “haber descubierto la economía” (Polanyi, Arensberg y Pearson 1976).
Sustento en las economías no maximizadoras: el caso de las primeras naciones
americanas
Al comprender que las motivaciones de maximización monetaria y un sistema de
mercado autorregulado son una extraña singularidad dentro de la historia humana, la
reflexión acerca de la relación entre cultura y economía se desligan de los dogmas
económicos modernos. Queda manifiesta, como señalan Polanyi y Arensberg, la
diferencia entre la limitada mirada del economista científico y la holística de quienes
aplican un análisis institucional o sustantivo; sean antropólogos, economistas o
investigadores de cualquier otra disciplina sociocultural. Para el primero, los precios
libres son la característica de un mercado libre y la producción para la venta a
dichos precios (que varían según la oferta y la demanda) representan la peculiaridad
de una economía de mercado. Mientras, para los segundos es necesario “poner en
relación los detalles específicos y desarrollados de un rasgo cultural”: establecer los
nexos de las “características exteriores y espectaculares” que le han dado un
reconocimiento general, con “las características interiores, sus configuraciones
sociales, su historia pasada y sus funciones con respecto a los hombres, la sociedad y
el mantenimiento de otras instituciones” socioculturales (Polanyi, Arensberg y
Pearson 1976: 42).

Desde la visión amplia del análisis institucional o sustantivo, se requiere averiguar


cómo se relaciona lo económico con el resto de la cultura. Desde ahí se deducirá, en
primer lugar, si en verdad la maximización monetaria es o no una meta en una
comunidad; y, de serlo, se deberá conocer en qué lugar de la jerarquía de fines
grupales y personales es situada. Luego, de ser un fin apreciado, habrá que investigar
qué opciones de comportamiento institucionalizado se derivan de cada forma de vida
en particular para alcanzar la maximización monetaria. Suponer que la búsqueda
individual y competitiva del lucro es una conducta universal, sólo es eso: un
supuesto. Y, más todavía, finalmente una hipótesis falsa.
En cuanto a lógicas e instituciones económicas diferentes de las occidentales
modernas, se puede traer a colación el caso de las primeras naciones de América.
Entre ellas se pueden encontrar diversos patrones de aprovechamiento del ambiente,
a fin de satisfacer necesidades y deseos, diferentes de la lógica y métodos
occidentales modernos. Dichas conductas institucionalizadas e integradas al resto de
cada cultura, fueron desarrolladas en base a otro tipo de ideas y nociones morales.
Fernando Mires expone algunas de esas formas, diferenciándolas y contraponiéndolas
a la “economía del crecimiento” occidental moderna. Ésta, sobre todo en su relación
con la naturaleza no humana, es en realidad una “antieconomía”. Por más que su
teoría asuma la escasez en tanto principio básico, en la práctica no economizaría:
funciona de acuerdo al supuesto de un mundo infinito.
Por el contrario, los sistemas ideológicos de muchas de las primeras naciones del
continente —en específico su concepción de la naturaleza y sus relaciones ecológicas
o ética ambiental—, influyen para que sus métodos de aprovechamiento del hábitat
no se limiten a una mera relación productiva. Ciertamente, aquellas prácticas sirven
para satisfacer de manera prioritaria sus necesidades básicas y también otras que,
aunque podrían tenerse por deseos suntuarios, de ningún modo pretenden un
consumo o acumulación ilimitada. Si bien por miles de años no han ignorado los
deseos que van más allá de lo necesario, no los han asumido infinitos; y no han
confundido el aprovechamiento de su medioambiente con explotarlo hasta su
devastación. Muchos de estos pueblos, sino todos, desarrollaron relaciones con su
hábitat que no se limitan al estricto sentido utilitario materialista de las sociedades
modernas y/o modernizadas.
En el específico caso de lo que en Sudamérica se denomina Andes Centrales —
principalmente el área cordillerana de lo que hoy es Perú, Bolivia y el Norte de
Chile— se tiene que, en general, las diversas primeras naciones de la zona
elaboraron una tecnología en función de lo que podría entenderse son las bases
ecológicas de su ambiente (Lechtman y Soldi 1985). Las herramientas de
aprovechamiento que esos pueblos desarrollaron, además de estar adaptadas a las
características de los lugares donde residían, protegían o evitaban la devastación de
esas zonas al tener con ellos una relación, en términos actuales, sustentable: “una
tecnología benévola, respetuosa, no violenta sino de adaptación” (Van Kessel y
Condori 1992). Y cuando se habla de herramientas de aprovechamiento, se está
incluyendo: su tecnología, las estrategias de uso de ella asociadas a su organización
social y aspectos simbólicos o ideales. Todo ello da sustento y operatividad a la
compleja red que comprende el rótulo “herramientas de aprovechamiento”.
Entre los pastores atacameños actuales de la puna del Norte de Chile, se tiene un
ejemplo de un vínculo al mismo tiempo material y mágico-religioso con la
naturaleza. A través de aquel tipo de nexo las personas mediatizan el
aprovechamiento de los vegetales, animales y del hábitat en sí, evitando su
depredación o sobreexplotación. Y, al mismo tiempo, se reconocen dependientes de
su ambiente. Lo central para sostener esa relación es su “cosmovisión” o sus
concepciones fundamentales acerca del universo:
“...la gran mayoría de los procedimientos y técnicas de pastoreo, se solventan en un
imaginario ritualístico y religioso respecto del llamo [“Lama glama”], el agua, los
cerros y el conjunto de espíritus que existen en el espacio pastoril. La cosmovisión es
entonces, el parámetro que brinda los límites y posibilidades respecto de las prácticas
y otorga justificación y/o sentido de una determinada estrategia de subsistencia”
(Morales 1997: 149).
Al contrario de las sociedades que se guían por la Economía Moderna, en general las
primeras naciones americanas asumen que lo aprovechable del ambiente es finito.
Pero, no es que ese enfoque los lleve a “economizar” en el sentido moderno. Lo
central es que establecen un vínculo místico con la naturaleza, el cual implica su
pertenencia a y/o su dependencia de aquella. Esa relación, a la vez comunitaria y
personal, es la base para evitar la sobreexplotación (Morales 1997). Tampoco admiten
para la naturaleza, el moderno concepto económico de “recurso”: algo hecho para su
explotación. Aquella es un continente cuyo contenido —humano, animal no humano,
vegetal, mineral y espiritual— conforma un sistema que mantiene la vida.
Entre las primeras naciones desde el Ártico a Tierra del Fuego, ha sido y es
importante la armonía, el equilibrio y respeto entre todo lo existente, entre todo lo
que es contenido por la naturaleza. En específico, entre los pueblos andinos se habla
del “vivir bien”: “todo está conectado, interrelacionado, nada está fuera, sino por el
contrario ‘todo es parte de...’; la armonía y equilibrio de uno y del todo es
importante para la comunidad” (Huanacuni 2010: 15). El “vivir bien” es lo que
integra lo económico al resto de la cultura para conformar un todo coherente e
inseparable. Se traduce en un tipo de trabajo y de tecnología que forma parte de una
ideología y práctica enfocada a “Saber criar la vida”, “saber criar y dejarse criar”
en un sistema de reciprocidad y complementariedad entre tres comunidades: la
humana, la de wak’as (deidades locales y universales) y la de la sallqa (naturaleza
silvestre). Justamente, el “agro es el templo y lugar de encuentro entre las tres
comunidades que en él se reciprocan”. Es imposible entender el modo de sustento
andino, sin considerar cuestiones socioculturales como las creencias mágico-religiosas
y el sistema de parentesco. Es más, como lo económico no podría materializarse sin
tales aspectos extra económicos, se puede hablar sin problemas de un “ritual de la
producción”. En este ceremonial la “tecnología empírica” es “inseparable de los
ritos religiosos” o de la “tecnología simbólica de la producción”: “El trabajo es un
diálogo continuo y ritualizado con las divinidades y el medio natural, con la papa,
los compañeros y la comunidad, todos comprometidos en este diálogo” (Van Kessel y
Condori 1992: 66).
Esa forma de concebir lo económico integrado a la naturaleza o cual una parte
específica de las relaciones generales entre la humanidad y los demás componentes
de la naturaleza, se encuentra a través de toda América. No es una remembranza
romántica del pasado, es una forma cultural vigente desde hace miles de años entre
sus primeras naciones. Esta matriz ideológica común, obviamente, ha sufrido
variaciones tras siglos de dominación blanca y de hecho son múltiples las dificultades
que se dan para materializar en lo cotidiano el “vivir bien”. Considérese la
desestructuración de las formas de vida tradicionales por imposiciones culturales,
modernizaciones planificadas (de derecha o izquierda) y/o las diversas síntesis y
dinámicas culturales dadas a través del tiempo. Mas, en términos generales y
evitando posturas idealizadoras o esencialistas, es posible afirmar que dicha matriz
ideológica común se mantiene viva:
“Aunque con distintas denominaciones según cada lengua, contexto y forma de
relación, los pueblos indígenas originarios denotan un profundo respeto por todo lo
que existe, por todas las formas de existencia por debajo y por encima del suelo que
pisamos. Algunos lo llamamos Madre Tierra, para los hermanos de la Amazonía será
la Madre Selva, para algunos la Pachamama o para otros como los Urus que siempre
han vivido sobre las aguas será la Qutamama. Todos los pueblos en su cosmovisión
contemplan aspectos comunes sobre el vivir bien que podemos sintetizar en: ‘Vivir
bien, es la vida en plenitud. Saber vivir en armonía y equilibrio; en armonía con los
ciclos de la Madre Tierra, del cosmos, de la vida y de la historia, y en equilibrio con
toda forma de existencia en permanente respeto’ ” (Huanacuni 2010: 32).
Efectivamente, desde la Antropología y la Etnoecología se ha establecido que el
aprovechamiento del ambiente por parte de las primeras naciones americanas,
conlleva un cuerpo de saberes específicos. El cual está conformado enparte
importante por un “conjunto de representaciones abstractas y profundamente
subjetivizadas encarnadas en los mitos”. Esas “representaciones” sintetizan las esferas
ideal y material, conformando “sistemas con un enorme valor ecológico”:

“…las cosmologías [sic] constituyen mecanismos de autorregulación social frente a


ciertos componentes o fenómenos de la naturaleza que permiten prevenir, por
ejemplo, la sobreexplotación de un recurso, es decir, que operan como reacciones
colectivas de carácter subjetivo” (Toledo 1990: 24).
No es correcto caricaturizar/rebajar tales concepciones ideológicas y las costumbres
derivadas, por ser expresiones de la ignorancia o retraso de los primitivos pueblos no
modernos. Más allá de la mirada negativa o arrogante de las sociedades modernas y/
o modernizadas respecto de esa subjetividad, los mitos o las cosmovisiones no son
menos eficaces en la práctica. O sea, el “corpus” que desde lo moderno se denomina
mítico da lugar a una “praxis” eficiente y productiva. Ésta comprende diversas
técnicas e intercambios con la naturaleza y/o en el mercado. Es más, ese
aprovechamiento del ambiente se sostiene en un “complejo orden de conocimientos
sobre la naturaleza” (Toledo 1990).
Es importante hacer una última aclaración acerca de los aspectos ideológicos de las
primeras naciones americanas, de las técnicas y costumbres derivadas de tales
aspectos. Ellas no obedecen a la imposibilidad de acumulación o preservación de los
recursos (en especial de los comestibles), ni a la incapacidad de movilizar grandes
cantidades de trabajadores o a la ineficiencia de la labor de esos trabajadores.
Tampoco responden, como sostenía el economista estadounidense Walt Rostow,
desbordando modernidad en sus palabras, a que la “productividad estaba limitada
por lo inaccesible de la ciencia moderna [de Newton], de sus aplicaciones y del
marco intelectual” (Rostow 1967: 17). En Sudamérica, La organización económica del
estado inca descrita por John Murra, es un contundente desmentido de ese erróneo y
concurrido lugar común moderno asumido por Rostow. La tecnología
“prenewtoniana” inca —lo mismo que la de muchas otras culturas andinas que les
precedieron—, era capaz de producir abundantes cosechas en territorios que son muy
poco propicios para la agricultura. Pues, escribe Murra, en el Perú “la costa es un
verdadero desierto y los altiplanos son muy altos, secos y fríos”. De hecho, en esas
agrestes zonas los esfuerzos agronómicos de la moderna tecnología posnewtoniana,
han sido infructuosos o dejan mucho que desear.
Al contrario de lo que suele pensarse a la fecha, dada la ceguera que produce vivir
en la cresta de la ola del dominio de la cultura occidental moderna, lo en realidad
extravagante en la historia humana son esos patrones occidentales modernos. Así las
cosas, no correspondería que los civilizados se admiren por la rareza de las
costumbresde los primitivos. Todo indica que debería ser al revés... con mayor razón
si se considera la Economía Moderna.
Economía Moderna: de la filosofía ilustrada a la “ciencia”
Una vez asumida la histórica diversidad que han mostrado los sistemas de sustento o
socioeconómicos —la gran mayoría de ellos no maximizadores al modo lucrativo
moderno—, se presentarán ahora las peculiaridades de la conformación del modelo
general impuesto a la fecha como dominante. Luego, se verá cómo ese fundamento
sigue vigente en una expresión que es asumida como “científica”.
Desde un abordaje histórico-técnico, se puede constatar que la Economía Moderna es
una disciplina desarrollada a partir de la Economía Política y la Filosofía Moral del
Reino Unido en los siglos XVIII y XIX; aunque no puede dejarse fuera el XVII, por
ser la centuria en la cual germinaron esas ideas. La disciplina nació en aquel período
y evidentemente fue fruto de las condiciones imperantes en el contexto. Representó
las esperanzas de los negociantes y, de modo principal, las que arrastraba desde el
siglo XVII o antes, la pequeña y mediana burguesía comercial e industrial puritana.
El Estado y el moribundo sistema mercantilista, eran para aquellos negociantes un
estorbo en sus afanes de expansión económica y de acumulación de ganancias.
Dichos grupos fueron interpretados a plenitud por las nuevas ideas a favor de la
libertad de comercio, y en contra de los monopolios y de la intervención estatal.

La moral igualmente fue transformada para dar apoyo y legitimidad a esas


propuestas. El interés propio, al ser identificado cual base del progreso y riqueza de
la sociedad, quedó expurgado de cualquier rastro de pecado que aún pudiera subsistir
desde la perspectiva de la vieja moral greco-medieval (compartida todavía por no
pocos anglicanos tradicionalistas). Es más, en adelante la búsqueda del bienestar
material individual no sólo será la conducta económica obvia, sino también la
correcta. En un cambio revolucionario en la moral occidental, se impuso el “amor a
sí mismo” y llegó a ser la nueva ética social dominante. Sin embargo, en un radical
salto adelante (¿o hacia atrás?) en dicha revolución moral, se terminó identificando
el amor propio con el “egoísmo”lucrativo y/o materialista en general. Y desde ese
momento, se tendería a practicar la producción y el comercio a partir de ese
principio vicioso. De esa época hasta hoy, ese giro será celebrado por las élites
económicas y recibiría igualmente el beneplácito académico de los economistas
clásicos y neoclásicos: de Adam Smith a Friedrich Hayek (1981), Nobel de Economía
1974, se señalará al “egoísmo” y al “individualismo”, respectivamente, como la
marca evidente de civilización y progreso.
A esa especificidad sociocultural e histórica de la Economía Moderna, se le debe
sumar una singularidad más: los intereses de la élite propietaria. A pesar de ser
manifiesto que la disciplina fue marcada por un contexto particular donde se
compartían ciertos objetivos, debe recordarse que únicamente por el andamiaje
científico con el cual se la desarrolló y legitimó, se ha llegado a suponer que la
Economía Moderna es universal. Es decir, un cuerpo teórico-práctico más allá del
tiempo y de las formas de vida particulares. Además, o por eso mismo, no se la
construyó siguiendo el deber ser de objetividad y neutralidad supuesto para una
disciplina científica. Por el contrario, era una política económica para favorecer a
Gran Bretaña en el contexto mundial y a sus grupos privilegiados en el ámbito
interno. De hecho, entre otros países hoy desarrollados, aquella nación creció al alero
del proteccionismo y como denunciara ya en el siglo XIX el economista Friedrich
List, una vez en “la cumbre de la grandeza” arrojó “tras de sí la escala” por la cual
subió a la cima económica. Las élites de Inglaterra comprendieron que no podían
hacer “cosa más sensata que destruir estas escalas que han dado acceso a su
grandeza” y “predicar a otras naciones las ventajas de la libertad comercial” (List
1997: 414).
La actual “ciencia” económica sigue atada a su origen en la vieja Filosofía Política y
Moral ilustrada, y a los supuestos socioculturales de la época. Adam Smith, el
“padre” de la disciplina, fue un filósofo moral presbiteriano escocés quien imprimió
su fe reformada o calvinista en el sistema económico que sistematizara.
Justamente, fundado en su piedad el autor propone el mecanismo del mercado
autorregulado: la “mano invisible” es el medio providencial para dirigir los egoístas
deseos utilitarios del “hombre económico”. Por dicho gobierno, de forma
inconsciente o más allá de la voluntad de los individuos, se realizaría una
distribución divina —automática y autónoma— de la riqueza en la sociedad. De ese
modo se cumpliría el mandato de fructificar y multiplicarsedel Génesis (1, 28).
Sería tal la regularidad de la providencial “mano invisible” que, de no ser
intervenida su acción, establecería un orden factible de ser estudiado, medido y hasta
predicho. Quedaba así instituida la base que daría fundamento a la pretensión
científica de la Economía Moderna: la legalidad de la conducta económica en
particular y sociocultural en general.
La satisfacción de necesidades y deseos materiales mediante el consumo, quedó
identificada con el amplio concepto de “bienestar”. Mas, este no sería
exclusivamente material. Por la determinante influencia religiosa en Smith, se lo
entenderá desde un punto de vista espiritual. La comodidad será el grado de felicidad
posible de aspirar por la humanidad en su presente estado de pecado. Y, al mismo
tiempo, un premio de la Deidad al trabajo entendido en tanto una virtuosa vía de
glorificación. No obstante, por la creencia del moralista escocés en la interpretación
calvinista británica de la teoría de la predestinación, lo que podría entenderse como
la gracia materialista de Dios no es igual para todos: es selectiva o dual. Tocaría con
el éxito y la prosperidad sólo a sus pocos elegidos, quienes se dejan guiar en sus
labores productivas por el virtuoso amor a sí mismos. Mientras, la gran mayoría de
condenados son dirigidos (incentivados se diría hoy) a trabajar en bien de la sociedad
de dos maneras: aguzados por el miedo a morir de hambre aceptarían salarios de
subsistencia y/o el egoísmo u otros vicios como la avaricia, la envidia, etc., los
induciría a buscar riquezas. Los condenados son conducidos por la “mano invisible”
a producir/comerciar los bienes “necesarios y convenientes para la vida” de la
nación: “al perseguir su propio interés, [promueven] el de la sociedad de una manera
más efectiva que si esto entrara en sus designios”.

He ahí la muy singular “investigación” de Smith “sobre la naturaleza y causas de la


riqueza de las naciones”, la cual más bien es un encontrar y dar por dato empírico
lo que su fe le impulsaba a buscar. Conclusiones que cimentó en los supuestos de su
“teoría”: el egoísmo es el más influyente y útil de los “sentimientos morales”. A
través de aquel vicio el ser humano “sin pretenderlo, sin saberlo” es conducido
providencialmente, por medio de sus instintos que buscan su bien individual, a
cumplir la voluntad divina: la supervivencia de la mayoría de la especie y la
comodidad de una minoría. En conclusión, La teoría de los sentimientos morales
(1759) es fundamental e indispensable para entender La riqueza de las naciones
(1776).
Los supuestos, lógica y problemas establecidos por el filósofo moral escocés, han
configurado la estructurabásica de la Economía Moderna. Por mucho que en el
interludio se hayan podido añadir más autores o que algunos de ellos no sean de la
preferencia de uno u otro estudioso, la llamada “ciencia” económica desciende por
línea directa del pasado clásico. Más allá de los aportes o desarrollos a través del
tiempo —de un período muy corto de tiempo en realidad—, la Economía Moderna
ha sido una disciplina tradicionalista: ha mantenido un cuerpo unitario y ciertos
énfasis teóricos. Éstos además, como ha sido expuesto, no se fundan únicamente en
hechos; condición básica de una disciplina científica. Surgen de una selección
subjetiva, ¡fideísta de hecho!, la cual implicará encaminar y hasta determinar la
teoría por criterios extracientíficos.

Primero las élites de Gran Bretaña y después las de otros países, en palabras de
Gunnar Myrdal, llevaron a cabo “una racionalización de los intereses y aspiraciones
del medio ambiente” al cual pertenecían. Con posterioridad, la Economía Moderna
fue elevada al rango de teoríacientífica: fue legitimada al desarrollarla con un
lenguaje técnico-matemático y al darle un estatus académico. Y es más, al asumir el
supuesto de la naturaleza económica de la humanidad, esta singular “ciencia” ha
llegado a ser omnicomprensiva: sería capaz de explicar y dirigir todos los diversos
ámbitos y comportamientos humanos en todo tiempo y lugar. A lo cual se arribó
refinando/ampliando el supuesto del egoísmo. Con dicho paso se terminó concluyendo
que cualquier elección humana sería resultado de un cálculo individual del “valor”
asignado a diferentes bienes, servicios, situaciones, personas, etc. La llamada
“función de utilidad” aceptaría cualquier tipo de variable y ya no sólo la lucrativa; e
incluso, ni siquiera únicamente las materiales. Sea el ámbito que sea de la vida
individual y social, las personas siempre estarían maximizando algún tipo de
“utilidad”.
A pesar de que como se revisó, esa pretensión de ser una disciplina absolutamente
explicativa ya se encontraba entre los clásicos, los nuevos avances de los economistas
ortodoxos contemporáneos les han llevado a sostener el carácter omnicomprensivo de
su disciplina. La función de utilidad sirvió para fundamentar que todo cuanto hacen
los humanos serían asuntos económicos. Hasta en situaciones sin relación alguna con
la producción, los intercambios, la distribución, el consumo de bienes y servicios o el
ahorro. De tal manera, ¡por si fuera poco!, dicha función sirve para superar la
anticuada visión que limitaba la maximización económica exclusivamente en los
estrechos marcos del dinero o de lo material.

Al tiempo que la función de utilidad permitiría explicar cualquier decisión/elección


humana, evidenciaría la manifiesta superioridad de la Economía científica y la
invalidación del resto de las disciplinas socioculturales. Estas pierden tiempo
preocupándose de cuestiones morales, históricas, religiosas, políticas y otras materias
finalmente irrelevantes (las cuales, además, son expresadas de forma chapucera: sin
matemáticas. Sólo bastaría adicionar a la función de utilidad aquellas variables no
económicas. De esta manera, la Economía Moderna unificó todo el devenir humano y
todo acto individual y social. Por si alguien todavía se atrevía a dudarlo, esa sería la
prueba definitiva del carácter científico de aquella. A decir de Theodore W. Schultz,
Nobel de Economía 1979 y profesor de Economía de la Universidad de Chicago, no
será necesario “traicionar [¡sic!] el análisis económico, recurriendo a ‘teorías’
basadas en consideraciones culturales, sociales y políticas” (Valdés 1989: 129-130).
Este convencimiento ortodoxo en el carácter científico de la Economía Moderna se
manifiesta en una concepción física de la humanidad, una mecánica o relación causa-
efecto estricta de los actos: identificado el incentivo determinante de la conducta
maximizadora, ésta podría ser provocada y por tanto predicha. Al otorgarse la
Economía a sí misma certificado de “ciencia”, reduce a las personas a una versión
bípeda del perro de Pavlov: es la ciencia que demuestra/describe las reacciones
regulares de los humanos y, en consecuencia, esta relación causa-efecto estricta
demuestra su estatus científico.

Mas, esa cuestionable tautología no es el único problema que presenta la “científica”


función de utilidad. Esta, al no tomar en cuenta los principios que guían una
decisión, el contexto en el cual se toma, las demás esferas con que se relaciona y la
manera institucional en que se materializa, termina describiendo las elecciones y los
actos consecuentes en sí mismos o a modo de mecanismos causa-efecto aislados o
fuera de contexto. Todos los actos individuales y las instituciones sociales son
reducidos a una decisión valorativa (materialista o no) y a un consiguiente efecto
conductual utilitario (materialista o no) que se matematiza. Todo acto sería
inexorablemente “racional”, ya que también lo serían los actos “irracionales”
(McKinnon 2012). Al final no habría ninguno que no pudiera ser convertido o no
fuera en el fondo “racional”, es decir, egoísta o maximizador. Se cae así con la
función de utilidad en una generalización tan amplia, cuando no en una abierta
deformación de la realidad, que termina prestando un flaco servicio teórico-práctico.
El antropólogo Marshall Sahlins (1983) y Karl Polanyi (1994) grafican ese error al
tratar ciertos intercambios materiales en las sociedades tribales. Al asumir como
principio básico que se maximizan utilidades, por el hecho de que se intercambian
bienes, se pasa por alto el contexto y la finalidad social del fenómeno. Más todavía,
señala Sahlins, se pierde de vista el que dichas transacciones “no aumentan en lo
más mínimo la reserva de objetos de consumo”. Es más, si tales intercambios fueran
económicos en sentido occidental moderno, obstaculizarían en buena medida e
incluso de manera grave la cotidianidad y hasta la cohesión de una sociedad “que
tiene sus puntos de referencia fuera de la esfera económica” (Polanyi 1994).
Ciertamente son intercambios materiales, pero no son intercambios económicos.
Situación identificable tanto en las sociedades tribales, como asimismo entre las
modernas y/o modernizadas:
“Podríamos decir que las personas maximizan el valor social, pero eso significaría
situar erróneamente el determinante de la transacción, no especificar las
circunstancias que producen diferentes productos materiales en circunstancias
históricas diferentes, aferrarse a las premisas de la economía de mercado asignando
falsamente cualidades de tipo pecuniario a las cualidades sociales (...) El interés de
esas transacciones reside precisamente en que no proporcionan un aprovisionamiento
material y en que no se basan en la satisfacción de las necesidades materiales de los
seres humanos” (Sahlins 1983: 205).
Ese error de asignar “falsamente cualidades de tipo pecuniario a las cualidades
sociales”, con mayor razón sucede cuando se asume que en cualquier elección se
están maximizando utilidades. Incluso, que se están maximizando cuestiones sociales,
como pudiera ser el caso del prestigio. Sería algo así como llevar la caja registradora
y su lógica de cálculo “racional” a todos los ámbitos sociales de intercambio
material y, finalmente, a todo tipo de elección... Porque siempre se estaría
maximizando una utilidad. En otras palabras, con la función de utilidad se fija la
atención exclusivamente en el hecho en sí. Lo cual invisibiliza los propósitos, lógica,
motivaciones y las instituciones relacionadas a una decisión que sería
inexorablemente fruto de un cálculo costo-beneficio. Sea esa decisión la de producir
bienes, intercambiarlos o cualquier otro asunto no económico.
Hasta circunscribiéndose a cuestiones económicas se puede constatar, al acudir a los
datos históricos, la existencia de diversos sistemas de sustento donde tampoco se
elige “racionalmente”: “La costumbre y la tradición, por lo general, eliminan” la
opción maximizadora. Es más, si llegara a darse una situación de elección, “ésta no
tendría por qué estar provocada por los efectos limitadores de ninguna ‘escasez’ de
medios” (Polanyi 1994: 99). Los datos dejan en evidencia que el cálculo costo-
beneficio es una opción, no una cuestión ineludible dada una naturaleza humana
“racional” fija y universal. Debe recordarse que la escasez se “construye”
socialmente, no sólo por la caracterización que un pueblo haga de los bienes y
servicios, y por la necesidad o deseo que se derive de ello (determinando la
existencia o no de escasez de tales bienes y servicios). Sino por una cuestión mucho
más sencilla: a través de la historia humana diversos pueblos no han asumido la
infinitud de los deseos, al punto de procurar inhibir cuando no castigar
institucionalmente esa posibilidad.
Ahora bien, se puede aceptar el ejercicio mental omnicomprensivo al cual da lugar la
función de utilidad, pero bajo una condición: si sólo se quiere describir una
merarelación causa-efecto. Debe tenerse claro que aquella perspectiva no da fruto
alguno si de lo que se trata se de explicar o comprender un fenómeno a fondo o en
contexto.En otras palabras, no es posible dar cuenta de por qué un fenómeno se
realiza de una manera dada y por ende con qué ámbitos, instituciones, valores e
ideas se relaciona para fundamentarse, legitimarse y materializarse. Ni tampoco a qué
lógica responde y qué significados le dan los grupos y sociedades que lo llevan a
cabo. Esa descripción de un cálculo de valor de utilidad, no permite acceder al
entendimiento de los fenómenos socioculturales: no da pista alguna respecto a “por
qué ocurren, cuáles son sus factores determinantes, de dónde proceden, cómo se
transforman”; ni tampoco da luces acerca de la “interdependencia de los factores”
que generan el hecho en cuestión (Ander-Egg 1995: 63). Así por ejemplo, la mecánica
de los incentivos/desincentivos, tan fundamental y explicativa para los economistas
modernos, no existe en sí misma. La cultura es la que entrega los significados a
ciertas cuestiones/situaciones para ser un incentivo o un desincentivo. Y lo serán o
no, además, dependiendo de sus relaciones con otros aspectos culturales o de si son
parte de alguna institución.

La determinación a priori de un cálculo de valor como premisa (pseudo)explicativa,


puede llevar a un total oscurecimiento de lo estudiado; y hasta a apreciaciones
totalmente equivocadas, al cimentarse en lo que el observador ¾externo, poco
informado o dogmático¾ cree que está sucediendo. Se terminarán homologando
patrones o instituciones por coincidencias formales: cuestiones en apariencia similares,
terminarán siendo catalogadas como lo mismo. Como bien señala Susan McKinnon,
en el “reino de la cultura” se sabe que “la misma causa puede tener diferentes
efectos” y “que el mismo efecto puede tener causas diferentes”. El motivo es
sencillo: “efectos culturales que pueden parecer similares se han constituido a través
de conjuntos de significados muy diferentes”. Así, “un efecto que parece
‘objetivamente’ el mismo”, cuando se procede a su análisis en profundidad y no a
una mera descripción formal, se podrá ver que “tiene causas y significados muy
diferentes, y por lo tanto constituye, de hecho, una diversidad de fenómenos muy
distintos” (McKinnon 2012: 121 y 122). Es evidente la diferencia entre una
descripción superficial y desinformada, y una investigación profunda que podrá dar
cuenta del error de considerar similitudes formales para homologar fenómenos e
instituciones socioculturales. La mala ciencia, al asumir a priori la validez universal
de los propios supuestos, terminará encontrando en otras culturas y contextos lo que
busca: lo propio. Y esas expresiones ajenas (más allá de su rareza), no afectarían la
supuesta validez y significación universal de la cultura del investigador. Este termina
cometiendo dos acciones reprochables y en dos campos diferentes: en lo científico
hace mala ciencia y en lo político impone su cultura.
En el ámbito socioeconómico, esa desacertada homologación de patrones por meras
formalidades exteriores, se puede ejemplificar en la preparación y transporte del
ch’uñu (papa deshidratada) en Andes Centrales. El alimento y la bebida recibida por
quienes ayudan en las actividades relacionadas al ch’uñu, es parte del ayni u
obligaciones recíprocas de la familia extensa y/o comunidad andina (Van Kessel y
Condori 1992). No obstante, desde la mirada de la Economía Moderna aquellos
alimentos y bebidas se convertirán en lo obvio para esa disciplina: salario... Y como
el economista “científico” verá en los víveres una especie de “dinero”, terminará
encontrando el resto de la tríada ortodoxa: “comercio” de trabajo y un “mercado” o
mecanismo “oferta-demanda-precios” (Polanyi 1994). Estos desaciertos se pueden
ejemplificar igualmente en otros casos no “étnicos”: una persona le pide a un amigo
que repare su computadora y terminada la tarea le invita unos tragos en un bar. Esto
tampoco podrá ser comprendido con el modelo de mercado, donde se asumen una
serie de condiciones que no se dan en el también moderno y occidental caso
expuesto: no hay oferta competitiva de servicios, ni comparación maximizadora de
opciones por el demandante, no hay relaciones contractuales en cuanto a la
prestación y su precio, ni hay regateo en torno a éste, ni precios preestablecidos por
tipo de prestación, tampoco existe pago ni la regla de que ese desembolso sea
exclusivamente en dinero.
Vistos los antecedentes, se podrá entender que acierta plenamente Marshall Sahlins
(1983) cuando habla de la Economía científica o formal, en tanto una “encarnación
de la sabiduría de las categorías burguesas”. Se está ante un específico desarrollo
cultural occidental moderno que, al derivar de una interpretación en extremo
pesimista del pecado original, llegó a concebir a la humanidad como
irremediablemente egoísta o maximizadora. He ahí el cimiento de la explicación
“científica” de cualquier acto en cualquier lugar y época. Es efectivo que la
disciplina “se desarrolla puertas adentro como una ideología y puertas afuera como
un etnocentrismo”: una pretensión de hacer pasar por teoría científica los intereses
de las élites y un (pre)juicio en base a categorías occidentales modernas de las
culturas de otros pueblos. Por consiguiente, no dejan de ser lógicas y pertinentes las
advertencias, o recordatorios, de Sahlins (1983): el “Hombre Económico es una
invención burguesa” y la “economía de mercado” es “en todo momento una trampa
ideológica de la cual debe escapar la economía antropológica” o, lo que es lo
mismo, la Socioeconomía. Trampa que incluye un asunto ético no menor: la
instalación del egoísmo o la maximización como práctica y criterio normal a nivel
individual y social. Este proyecto pro vicio es legitimado por la “ciencia”, a pesar
de ser muy cuestionable y en ningún caso inherente a la especie:
“Para la mayor parte de la humanidad el interés personal tal como lo conocemos [en
Economía Moderna] es antinatural en el sentido normativo: se considera locura,
brujería o base para el ostracismo, la ejecución o, como mínimo, la terapia (...) esa
avaricia suele verse como una pérdida de humanidad (...) el concepto inherentemente
occidental de la naturaleza animal del hombre como algo regido por el interés propio
resulta una ilusión de proporciones antropológicas a escala mundial” (Sahlins 2011:
67).
Desde el reduccionismo de la perspectiva “científica”, el modelo termina suplantando
a la realidad. Se confunde validez (del modelo o los supuestos) con verdad, y se
termina reemplazando a esta última por la primera. En consecuencia, podría decirse
que la función de utilidad, cual pretendida prueba definitiva del estatus científico de
la Economía Moderna es, a lo más, una especie de victoria pírrica de la “ciencia”
económica. Con todo, en ocasiones sí es posible predecir guiados por un sustento
falso... Mas, ello sólo dejaría conforme a una investigación de un mediocre
pragmatismo; no a una de carácter realmente científico.
Todo indica que ese es un camino de desorientación y error, no sólo por
consideraciones de calidad de la investigación científica, sino por cuestiones como la
imposición cultural y/o de (ir)realidades. Larga experiencia tienen en ello las naciones
y pueblos colonizados o neocolonizados, y los grupos subalternos de cualquier país.
Por otro lado, en el caso de la planificación y aplicación de políticas públicas, al
impedir el reduccionismo económico moderno una acertada comprensión de los
fenómenos socioculturales, a su vez entrega una débil base científica para la
aplicación de la teoría en forma de política económica o proyectos de desarrollo.
Aunque, tal vez, precisamente sirve para justificar ajustes, políticas de choque,
liberalizaciones a ultranza e incluso la corrupción.
Acerca de las leyes económicas
Llegados a este punto, se quiere ahora despejar del todo la errónea creencia de que
existen leyes económicas. En realidad, el punto de fondo es la inexistencia de una
legalidad en cualquier ámbito de la vida sociocultural. De hecho, la adscripción de la
Economía Moderna al modelo científico legalista de la Física, fundándose en la
regularidad de la naturaleza humana egoísta o maximizadora, de por sí implicará la
negación de parte de la realidad y/o la homologación de toda la realidad a una sola
variable arquetípica.
Se debe empezar por recalcar esa definición unidimensional del ser humano realizada
desde la Economía Moderna. Al caracterizarlo en tanto un mero “hombre
económico”, se lo tiene por puramente maximizador y se limita, cuando no se
elimina al extremo toda la diversidad ideológica, simbólica y conductual de la vida
en comunidad. En otras palabras, se atribuyen “cualidades naturales, no conscientes
y automáticas a lo que por lo demás es un proceso social, sumamente consciente y
mediado culturalmente” (McKinnon 2012: 127).
Sólo una variable determinaría/explicaría el fundamento de las expectativas,
motivaciones, razonamientos, creencias y significados de los actos individuales y
sociales. Se debe tener en cuenta que en las sociedades modernas y/o modernizadas
imperan ideas, comportamientos y una moral acordes a la búsqueda individual y
egoísta de lucro. Por consiguiente, no es en absoluto extraño para un observador
desprevenido o para quien se guía simplemente por su sentido común, creer
comprobar la veracidad de la “racionalidad económica” en dichas sociedades
lucrativas. Cuando las personas actúan según el contexto sociocultural maximizador,
no faltará quien concluya que en verdad son hombres económicos siendo dirigidos o
determinados por leyes económicas.
Desde las apariencias surgidas por la unidimensionalidad de la Economía Moderna,
de lo que en forma muy descriptiva Marshall Sahlins (1983) llama su “antropología
ingenua”, se puede entender que no falta quien caiga seducido por su sencillez y su
supuesta gran capacidad explicativa. O, en palabras de John Maynard Keynes, sean
convencidos por su “hipótesis incompleta introducida en aras de la simplicidad”.
Paradójicamente, una ideología hace verosímil una “ciencia”.
Con todo, desde la propia Física —la “madre” de las ciencias modernas— se puede
poner en cuestión a la Economía Moderna, por su discutible enfoque “científico” o
derechamente pseudocientífico. El físico Igor Saavedra expone los serios problemas de
predicción en dicha disciplina. En una cuestión reñida con lo tenido por “ciencia”
en el mundo moderno y/o modernizado, aquella hace variar el sistema social
intervenido. Cuando a partir de la Economía antes se construyó un tipo de sociedad,
una “sociedad de mercado” específicamente, ocurrirá lo esperado por la teoría al
aplicar su esquema técnico, experimentar o medir. La disciplina carga de forma
inherente un sesgo tautológico. Al ser una profecía auto-cumplida, escribe Saavedra,
“en rigor no podría considerarse la economía como una ciencia”:
“Cuando el objeto de estudio es un sistema social, parece fácil que ocurra que al
tratar de verificar las predicciones de una teoría se influya necesariamente sobre el
sistema, y lo modifica de manera tal que el único resultado posible del experimento
sea justamente el que predice la teoría (...) la sociedad sobre la cual realiza
mediciones destinadas a verificar las predicciones de la teoría, no es ya más la
sociedad original, sino otra, en la que impuso que se cumpliera justamente lo que se
está tratando de medir” (Saavedra 1977: 76).
En un país neoliberal como Chile, donde se privilegia la persecución individual de
ganancias monetarias y fue organizado por las élites a partir del principio de
maximización pecuniaria, por supuesto que variaciones de las tasas de interés o de
los precios de los bienes y servicios pudieran provocar respuestas económicas
lucrativas en no pocos trabajadores, ahorrantes y consumidores. Efectivamente, en
una sociedad de ese estilo, hasta el matrimonio o el número de hijos pudieran ser
objeto de cálculo monetario. Mas, no por una supuesta “racionalidad económica”
natural de las personas; sino por las condiciones del contexto sociocultural, las cuales
hacen dura la vida a gran parte de los habitantes de la nación. Recuérdese que en
Chile se han mercantilizado todos los bienes y servicios a elevados precios, se ha
restringido el acceso a los recursos para la mayoría de la población por sus bajísimos
sueldos y por el escaso o nulo apoyo estatal.
He ahí las bases para entender la síntesis utilitaria o de mercado en el país y su
posible uso para validar una legalidad económica. Por un lado, la ética lucrativa
dominante prioriza la riqueza y el estatus ligado a ella; junto a lo cual coexiste una
búsqueda de seguridad material, en una sociedad donde paradójicamente prima la
inseguridad material. El fondo del asunto es que cualquier posible cálculo
maximizador de dinero está incentivado por un contexto social, político, moral o
ideológico que ensalza las ganancias. O, a su vez, la preocupación materialista o por
la supervivencia, está incentivada por las precarias condiciones económicas de gran
parte de la población. Se insiste en que lo central para analizar las acciones
económicas es el contexto sociocultural donde ellas se llevan a cabo. Es dicho
escenario el que entrega el marco institucional indispensable —lógica, significados,
normas, instrumentos, ocasiones, situaciones, participantes e incentivos—, para que
tales acciones económicas puedan ser primero concebidas, luego legitimadas y
finalmente realizadas. Por ello los actos de sustento, además de por realizarse en
sociedad, son en realidad actos socioeconómicos. No son una cuestión individual
determinada por una naturaleza humana egoísta o maximizadora.
Es más, si pudiera ser verdadero el mito/hipótesis/simplificación del “hombre
económico”, no podría existir sino en una sociedad donde estuvieran
institucionalizados socioculturalmente el individualismo, el afán de lucro y un sistema
de mercado autorregulado... O en una sociedad de economistas, sean ellos sujetos
“más egoístas por naturaleza” atraídos por la disciplina o porque “la economía
ayuda a formar a los individuos, haciéndolos más egoístas”. Limitar toda acción
social a la acción individual y concluir que la sociedad no existe, como alguna vez
dijera con inusitada desfachatez Margaret Thatcher, no resiste análisis. Aunque la
sociedad fuera una mera suma de individuos atomizados —y ciertamente no lo es—,
se requerirían pautas e instituciones socioculturales y las personas se
interrelacionarían con ellas o se desenvolverían de todas maneras en ese espacio
social.
Desde los hechos socioculturales, es posible rechazar la propuesta económica moderna
de una tendencia intrínseca o natural a maximizar utilidades... utilidades del tipo que
sean. La consideración de la realidad también coopera a dejar de lado la concepción
general de una tendencia materialista innata en la humanidad. Todo lo cual echa por
la borda la posibilidad de sostener la existencia de una legalidad económica estricta.

Considérense algunos casos de diferentes épocas, zonas y culturas. Marshall Sahlins


(1983) da cuenta del característico desapego que en general muestran las sociedades
cazadoras-recolectoras de todo el mundo, respecto a sus bienes materiales y hasta de
lo esencial para la subsistencia: llega a sentirse tentado a decir que el cazador es un
“hombre antieconómico”. En el Próximo Oriente de la Antigüedad, existieron
prósperos enclaves comerciales costeros cercanos a pueblos del interior y ni esos
vecinos ni los grandes imperios mesopotámicos, ni el Egipto prehelénico o el Imperio
hitita de Asia Menor hicieron esfuerzo alguno por conquistarlos para adueñarse de
sus redes comerciales. Por su parte, en la Roma antigua la expansión territorial no
respondía a expectativas de lucro: no se pueden identificar guerras comerciales o
imperialismo comercial y tampoco quedan en evidencia la defensa ni la promoción de
los intereses de los mercaderes en las decisiones políticas de las élites gobernantes. Y,
en la Sudamérica actual, dentro de los grupos de nativos achuar del Ecuador
coexisten poblaciones establecidas en dos zonas diferentes: una más rica en recursos
que la otra. Aun siendo los achuar un pueblo guerrero, los grupos ubicados en la
zona más pobre nunca han tenido la intención de conquistar el espacio ecológico de
los otros o siquiera de emigrar hacia allí (Monares 2008).
Frente a las posibles objeciones que se pudieran hacer a los ejemplos anteriores, sea
por su larga data o por no corresponder a población moderna y/o modernizada,
tómense en cuenta los siguientes casos. En la ciudad argentina de Rosario, escribe
Howard Richards, a fines del siglo pasado los abonados a la red de gas aceptaron
pagar un 10% más en sus cuentas, a objeto de que ese dinero fuera usado para
ampliar el servicio a barrios pobres. En la misma ciudad, los contribuyentes que por
sus ingresos no se atienden en los consultorios gratuitos, son quienes más aportan
con sus impuestos al sistema público de salud que atiende población pobre y votan
en su mayoría por la coalición política que les impone dichos tributos. Finalmente,
un hecho ocurrido en Chile durante la dictadura de Pinochet: el modernizado
empresariado neoliberal que le era afín, nunca puso su publicidad en los medios
escritos de oposición democrática; a pesar de que su gran tiraje y cantidad de
lectores lo hacían “racional” desde la perspectiva lucrativa.

Lo central en una investigación económica empírica y fructífera, es tener en cuenta


el carácter socioeconómico de los sistemas de sustento. Empezar por determinar
correctamente el contexto sociocultural, sus instituciones y cómo se relacionan entre
ellas. A nada conduce buscar por doquier una supuesta naturaleza humana; sería
como volver a la deducción esencialista que llevó a explicar la caída de las piedras
dada su naturaleza pesada. Ese tipo de generalización no da cuenta de la real
existencia de leyes de la conducta. En cambio, deja al descubierto una mediocre
capacidad de observación y análisis, fruto de una carencia grave o total de
conocimientos socioculturales e históricos. Lo cual, asimismo, está influido por la
falta de una sólida formación en los propios fundamentos económicos y científicos.
Ante esa incapacidad de relacionar los principios de un método con los errores e
insuficiencias del mismo, se continuará con su aplicación indiscriminada. A lo más,
se emprenderán arreglos menores o se lo refinará en términos formales... por
ejemplo, agregando matemática a la misma lógica.
Más allá del rol básico del dinero para la supervivencia en una sociedad inserta en la
economía de libre mercado, cuando se analizan los actos de sus miembros se verifica
el hecho de que en un contexto lucrativo, es obvio que la maximización será una
cuestión relevante. Y esa “racionalidad económica” para nada es algo inherente al
género humano o un asunto de estricta legalidad de los actos. Sencillamente, se
corroboran las específicascondiciones socioculturales lucrativas que influyen,
incentivan, hacen conveniente u obligan a perseguir la maximización de los
beneficios. Según el grupo específico de ingresos al cual se pertenezca, ello se hace
para acumular riqueza o sólo para asegurar la subsistencia. Eso es lo frecuentemente
olvidado por los economistas “científicos”, cuando usan una “representación
idealizada” de la realidad y asumen que “es una simplificación especialmente
fructífera”. Aunque algunos de ellos acepten que es “fácil burlarse” del “cuento”
del “Homo economicus”, generalmente sucede que los modelos simplificados
terminan reemplazando a la compleja realidad. Y, ya se advirtió, se termine
confundiendo validez con verdad e incluso se pueda predecir correctamente con
premisas falsas.

La acumulación y análisis académico de datos empíricos, muestra con claridad la


influencia sociocultural en los actos sustentadores: están institucionalizados.(55) Estos
actos económicos son guiados por patrones y condiciones del contexto o
socioculturales, no están predeterminadas ni responden a una estructura mecánica ni
a una regularidad estricta e inexorable. Los actos humanos, cualquiera sea el ámbito
sociocultural del que se trate, no obedecen a leyes ineludibles del tipo con las cuales
trabajan las ciencias naturales:
“...hay leyes y leyes. Hay leyes científicas, que enuncian las relaciones invariables
entre los fenómenos, hay leyes jurídicas, que indican cómo deben comportarse los
hombres, y hay leyes que ni son jurídicas ni totalmente científicas, aunque
pertenecen sin duda a idéntica categoría que estas últimas. Tales leyes no enuncian
relaciones invariables ni prescriben una conducta, sino que describen cómo tienden a
comportarse en general ciertos grupos de hombres, dadas ciertas condiciones
históricas y jurídicas, y cuando están influidos por ciertas convenciones e ideas”
(Tawney 1945: 56-57).
Generar en las disciplinas socioculturales, de las cuales forma parte la Economía
Moderna, la capacidad de establecer generalizaciones con un alto grado de
rigurosidad y no leyes estrictas al modo de las ciencias naturales, de ninguna manera
supone rebajar a aquellas ramas del saber ni a sus teorías o a los conocimientos a
que han dado lugar. Simplemente, es aceptar la adecuación entre la naturaleza de lo
estudiado y la naturaleza de los métodos para hacerlo. En este caso, la libertad
humana y los medios para conocer sus instituciones socioculturales. Cuestión para
nada novedosa en Occidente: Aristóteles lo había propuesto en la Grecia clásica y su
influencia siguió vigente en el medioevo. Será la Modernidad la que deseche ese
punto de vista y lo relegue al olvido.
Economía Moderna y cultura
A estas alturas se debe entender que la Economía Moderna, en tanto “filosofía de la
avaricia” o “espíritu del capitalismo” moderno que identificara Max Weber, es algo
aún más amplio que un imperativo ético o un deber ser. Si se aborda a la Economía
Moderna desde la Antropología, hay que remitirse al concepto antes nombrado de
“cultura”. Entonces, por elemental que parezca, lo primero a internalizar es que la
disciplina y práctica económica moderna es resultado de un proceso cultural. Es una
creación humana desarrollada en cierta sociedad y en una época determinada. Esta
cuestión básica es ignorada o negada desde las ortodoxas posiciones tecnocráticas, las
cuales no tienen sentido alguno de la historia ni de la dinámica sociocultural. De
hecho, como antes se vio con el paradigmático caso de Theodore W. Schultz (Nobel
de Economía 1979 y profesor de Economía de la Universidad de Chicago), ni siquiera
desean tenerlo. Para quienes asumen esa cuestionable perspectiva, la Economía es
indudablemente parte de la “ciencia”. Sin mayores argumentos empíricos y con una
postura desenfadadamente ideológica (en el peor sentido del término), a partir del
supuesto de una naturaleza humana maximizadora afirman que ella es inherente a las
sociedades modernas y/o modernizadas... ¡y hasta a la humanidad toda!
Pero, el hecho de concebir a la disciplina cual “ciencia” —supuestamente objetiva y
neutral, al no estar relacionada a ningún contexto extracientífico—, implica de igual
modo una concepción cultural desarrollada en el tiempo. Cada idea y actividad
humana inventada corresponde a un fenómeno sociocultural: ¡esa es una cuestión
absolutamente inexorable! Por mucho voluntarismo que se ponga en ignorarlo o
sostener lo contrario, es imposible que sea de otra manera. Es evidente, y sobre
todo, inevitable la especificidad cultural e histórica de la Economía Moderna. No
tiene asidero pretender que una supuesta “ ‘ciencia buena’ funcione fuera de la
cultura y sin referencia a las categorías culturales, mientras que la ‘ciencia mala’ no
hace lo propio” (McKinnon 2012). Esa fantasiosa pretensión de la “ciencia”
económica de estar más allá de la cultura y la historia, en realidad no es más que
“ciencia mala”.

Es manifiesto el carácter histórico-cultural singular de la Economía Moderna. Su


pretendida universalidad, apoyada en su supuesto carácter “científico” y su
progresiva expansión sobre la base de presiones y de las armas, no implica que en
realidad sea universal al ser expresión de la verdadera naturaleza humana. Y, por
tanto, tampoco existe ni la más remota posibilidad de que las culturas no modernas
y sus respectivas formas de procurarse el sustento, sean meras etapas incompletas y/o
previas en una única línea de evolución de la especie hacia la superior Economía
Moderna. Los datos desechan la opción de un evolucionismo rígido hacia la cúspide
ocupada por el sistema occidental moderno: América presenta ejemplos entre grupos
con organizaciones sociopolíticas y económicas distintas de “‘infraestructuras’
diferentes, ‘superestructura’ idéntica” e “‘infraestructura’ idéntica, ‘superestrcuturas’
diferentes” (Clastres 2013). Los datos muestran que no hay correspondencia fija o
predeterminada entre sistemas socioeconómicos y sociopolíticos o viceversa.
Una vez clarificado que el ortodoxo proyecto tecnocrático es un desarrollo cultural,
se hará referencia a un segundo aspecto de la relación entre cultura y Economía
Moderna. Se trata del hecho de que la disciplina, en cuanto rasgo cultural, implica
una manera particular de conducirse en todos los aspectos de la vida. Esos patrones
de acción, junto a su estructura de ideas y su moral, constituyen un sistema. En
otras palabras, ese sistema —la “ética del trabajo” y el “espíritu del capitalismo”
descrito por Weber— es en realidad una cultura.
Se puede dar el caso de que los portadores de una determinada forma de vida,
muchas veces no se percaten de la especificidad de sus costumbres, ni de que están
reproduciendo patrones particulares en su vida cotidiana. Esto puede ocurrir por
diversos motivos: falta de conocimiento y sentido histórico; asumir la opinión
tecnocrática de que la Economía Moderna es una herramienta científica; por una
especie de espíritu modernista inconsciente de las propias rutinas y formas de pensar;
y hasta por un dejo racista, por el cual se cree que sólo los pueblos no modernos o
atrasados tienen costumbres (...curiosamente los modernos pensarían y actuarían en
una especie de presente perpetuo y sin referentes o antecedentes culturales). En
general, esas visiones son consecuencia de una ceguera fundada en la ignorancia y la
inconsciencia. Por fortuna, dos cuestiones solucionables con suma facilidad.
La Economía Moderna en tanto práctica productivo-comercial consiste en la
persecución individual y egoísta de lucro, en un marco autónomo llamado “libre
mercado”. Entonces, por un lado, cuando se habla de persecución de ganancias se
tiene un tipo específico de conducta, la cual no está presente de modo
institucionalizado en todas las sociedades (y en no pocas se la inhibe y/o castiga
cuando se manifiesta); o que de darse, puede adquirir formas diferentes de la
moderna. Esa misma sed ilimitada de ganancias es una idea particular que, ya se ha
dicho, no se encuentra institucionalizada en todos los grupos humanos (y en no
pocos se la inhibe y/o castiga cuando se manifiesta); o, que de existir en alguna
persona o grupo un afán lucrativo, puede expresarse de diversas formas y en
diferentes grados, y no necesariamente al modo moderno. Por otro lado, ese querer
enriquecerse sin pensar en los demás miembros de la comunidad, ha llegado a ser en
las sociedades modernas y/o modernizadas una ética legítima y hasta una considerada
deseable. Y a pesar de que tampoco ha sido la dominante en ninguna otra cultura (y
en no pocas se la inhibe y/o castiga cuando se manifiesta), en la actualidad el
individualismo lucrativo ha sido introducido y/o impuesto en los países que han
establecido los patrones modernos como modelo a seguir. Esa misma legitimidad en
tanto ideas, también la han alcanzado el sistema productivo-comercial de mercado
autorregulado y la filosofía individualista. Aprobación que ha sustentado e impulsado
su aplicación.
Se insiste entonces en que la Economía Moderna —en tanto práctica y sistema ideas,
con un conjunto de valores asociados—, es un agregado de patrones e instituciones
socioculturales específicas. Por más que sea extraño para un nativo moderno,
efectivamente los patrones conductuales e instituciones, la ética y las ideas de las
economicistas sociedades modernas y/o modernizadas son parte o expresión de una
cultura. De su cultura occidental moderna.
Podría especularse que cuando los arqueólogos del futuro reconstruyan las formas de
vida actuales, tal vez se admiren de los contratos laborales individuales, de los
sistemas financieros y bancarios, del actual tipo de industrialización, de la libertad
civil coexistiendo con la sujeción económica, de que el ser humano y la naturaleza
no humana se consideren mercancías o de la posibilidad de conseguir ganancias con
la salud, la educación, las pensiones de jubilación o con los medios básicos de
sustento, y en general les podrá resultar extraña la preeminencia absoluta de la
producción y los intercambios materiales en su perfil lucrativo. Mas, es posible que
el rasgo más sorprendente para aquellos hipotéticos estudiosos de nuestro presente,
sea la creencia en un metafísico mercado autorregulado. Un mecanismo que formaría
de manera automática y autónoma todos los precios, y que sitúa por debajo y en
función suyo no sólo el sistema económico en sí, sino todo el resto de las esferas de
la sociedad.

El mercado autorregulado y su preeminencia absoluta, lo mismo que muchos de los


patrones culturales modernos nombrados en el párrafo anterior, quizás les parecerán
extravagantes o inútiles a esos imaginados arqueólogos del futuro. Tanto como puede
serlo para un nativo moderno la liturgia de la antigua aristocracia griega, el potlach
de los kwakiutl del actual Canadá o el ayni de las primeras naciones andinas. Nunca
ha de olvidarse la condición histórico-cultural de la humanidad, con su ineludible
consecuencia de dinamismo y diversidad. De esta condición no escapan tampoco la
producción, los intercambios, la distribución y el consumo de bienes y servicios. En
tanto hechos socioculturales que son, sería imposible que ello ocurriera.
A estas alturas bien podría valer la pena preguntar si tiene algún mérito descubrir
que la economía es un fenómeno sociocultural. Al tenor de la información disponible
desde hace tiempo, la respuesta manifiestamente es no. El punto es que el desarrollo
económico moderno nos muestra que la duda adquiere otro carácter o perspectiva.
Pues, ¿por qué una cuestión tan evidente no ha hecho mella en el andamiaje teórico-
práctico de la Economía Moderna? Por ende, ¿por qué tantos economistas ortodoxos
y hasta no tan ortodoxos, continúan sosteniendo y generalizando visiones
reduccionistas o derechamente erradas?, ¿por qué siguen negando parte importante
de la historia, de la diversidad sociocultural y de la realidad socioeconómica?
Por si aún no estuviera claro el asunto, calíbrese el tenor de la siguiente situación:
un cazador-recolector amazónico, un capitán de industria italiano del siglo XV o un
burócrata egipcio o inca, buscando en otros grupos de tradición diferente y en
períodos de tiempo diferentes su sistema de sustento, con sus supuestos, lógica,
instituciones y moral... Y, peor aún, ¡encontrándolo! En el caso de los supuestos
sobre los que se sostiene la Economía Moderna, es necesario recordar que las ideas
no tienen por qué ser verdaderas para poder ser llevadas a la práctica. La confusión
y el error surge de creerlas verdaderas porque fueron llevadas a la práctica. Se
insiste en la importancia de diferenciar validez y verdad.
Como ya se expuso, la primera explicación que se puede esgrimir para la mantención
y difusión de los errores de la Economía Moderna, es la expresión y protección de
intereses particulares a través de su cientificismo. Se supone que una ciencia, al ser
neutral y objetiva, no tiene que excusarse de nada. De donde no es posible culparla
de encubrir aspiraciones de grupo alguno... más allá de lo evidente que es la
predilección de la Economía Moderna, y más aun de la ortodoxa, por unos pocos en
desmedro de la mayoría. La aséptica redacción de la afirmación de que los salarios
superiores al nivel de equilibrio acarreará la desocupación y la consecuente
explicación técnica ad hoc acerca de los incentivos lucrativos, no alcanzan para
encubrir que es un axioma derivado de una propuesta sociopolítica: proteger a los
dueños del capital en desmedro de los trabajadores asalariados.
En los siglos XVII, XVIII y gran parte del XIX nadie tenía que esconder con
pseudotecnicismos que los trabajadores, esa “raza aparte”, debían recibir un salario
de subsistencia. En ese contexto era una situación evidente, al punto de ser el
cimiento de la propuesta de David Ricardo respecto al “salario natural”. Si bien, no
debe olvidarse que el fundamento original del sistema era religioso. Para el devoto
Adam Smith, la pecaminosa naturaleza egoísta del género humano era guiada por la
Providencia: la “mano invisible” hacía cumplir el materialista y a la vez místico
designio divino de supervivencia de la especie (Gn 1, 28). Empero, la Providencia
llevaba a cabo la voluntad divina de forma diferenciada o dual: la “mano invisible”
dirigía a unos pocos a acumular ganancias y vivir con comodidades; al tiempo que a
la mayoría los encaminaba a sobrevivir al mero nivel de la subsistencia. La
posibilidad de legalizar la conducta —cimiento del enfoque científico en lo
sociocultural—, derivaba de la regularidad del gobierno providencial de esa viciosa
naturaleza humana materialista. Dicho en lenguaje actual, toda la mecánica
económica derivaría de los incentivos adecuados a la viciosa condición humana.
En el fondo, el fundamento mágico-religioso o providencial de la “mano invisible”,
el hoy secularizado mercado autorregulado, es expresión de la cultura de los nativos
de las islas británicas. Y, en tanto expresión de ideas místicas y sobrenaturales, en
nada difieren de la espiritualización de la naturaleza entre las primeras naciones de
los Andes Centrales o de creencias metafísicas o mágico-religiosas de otros pueblos.
Se olvida con demasiada frecuencia que los británicos son —por así decirlo— sus
propios “indios”, “primeras naciones” o “pueblos originarios”. Su economía sería
tan “étnica” (Harris 1987) como la de cualquier otro pueblo.
La otra línea de explicación para las omisiones de lo obvio por la Economía Moderna
es el etnocentrismo, ese prejuicio acrítico por el cual se realza la cultura propia y se
rechazan/rebajan otras. No es novedad el marcado espíritu autorreferente de los
europeos occidentales y de los ingleses en particular. En pleno siglo XXI, un
historiador inglés destaca orgulloso Cómo Gran Bretaña forjó el orden mundial.
Con mayor razón entre los siglos XVII y XIX, el chovinismo campeaba entre los
anglosajones. La “historia universal” es la historia de Europa Occidental, las demás
naciones aparecen cuando los europeos se contactan con ellas... en general, en el rol
de invasores y conquistadores. Esas otras naciones son simplemente “pueblos sin
historia”, como decía Hegel con un espíritu racista que puede generalizarse a toda
Europa Occidental. El resto del trabajo lo han hecho esos mismos “pueblos sin
historia”, quienes deslumbrados con cuentas de vidrio teóricas han aceptado y
sublimado de manera acrítica el saber del hombre blanco. Llegando incluso a
asumirlo como propio para poder ser ascendidos, por aquellos hermanos mayores, a
la categoría de “civilizados” (Monares 2012).
Se llegó a imponer por encima de un conjunto de racionalidades económicas no
lucrativas, una única y singular racionalidad: la instrumental lucrativa de la cultura
occidental moderna. La cual, para peor, no es racional al basarse en un sentimiento:
el egoísmo (tecnificado a la fecha bajo el concepto de “maximización”). Así, al
tiempo que se limita el conocimiento de los fenómenos humanos, se limita la
diversidad cultural y las consecuentes posibilidades de enfrentar los desafíos que
impone la búsqueda del sustento. Recuérdese que la gran mayoría de la población
mundial pertenece a países subdesarrollados o en vías de desarrollo; en otras
palabras, a pueblos diferentes de las sociedades occidentales modernas. Por eso se
puede nombrar a quienes adscriben al enfoque sustantivo, finalmente a los
socioeconomistas, como los verdaderos economistas. Es evidente la pertinencia y
utilidad teórico-práctica de dicho enfoque, que asume como principio la diversidad
histórica y sociocultural de la humanidad.
No se puede conocer la realidad deformándola para que sea operativa a un rígido
modelo reduccionista. Y ese conocimiento insuficiente o errado, tampoco será
fructífero para ser aplicado, por ejemplo, en proyectos de desarrollo o en algún tipo
de política socioeconómica por una sociedad democrática. Tomar la realidad cual
datodado determinado correctamente por un modelo basado en supuestos —irreales,
errados o tendenciosos—, no es una actitud científica ni menos útil a la investigación
y a la práctica. Por el contrario, es una de las mejores maneras de retrasar el avance
del saber y/o aplicar políticas a lo menos cuestionables. Y aunque se sabe que este
tipo de críticas son deslegitimadas bajo la acusación de ser una mera postura
ideológica (lo cual se hace desde otra postura ideológica que pretende vestirse de
“neutral”), por cierto se apoya en pruebas concretas.
En cuanto a ese saber británico que es la Economía Moderna, es manifiesto que la
disciplina y sus cultores no se limitaron ni se limitan a Gran Bretaña. No obstante,
fue en esa nación en la cual surgió y desde donde se difundió la teoría y práctica
económica moderna; primero al resto de Europa y luego a otras partes del mundo.
Esa economía no se desarrolló en Inglaterra porque ella alcanzara determinadas
condiciones socioeconómicas universales antes que otras naciones. El punto es que
ese sistema productivo-comercial surgió de su propia y particular evolución
sociocultural, y sólo después le fue impuesto a otros países por las armas y las
presiones o fue copiado al importar esos patrones bajo el nombre de “Liberalismo” o
“ciencia económica”. Historia repetida hoy con el Neoliberalismo, que ha actualizado
la teoría clásica.
A la fecha el Liberalismo y el Neoliberalismo, ya no son un conjunto de principios
usados como referencia para quienes estudian y describen lo productivo-comercial.
Hace tiempo que, bajo el poderoso impulso de la ortodoxia político-académica
dominante, son una especie de infalible libro de recetas para transformar la
realidad… por mucho que los fines perseguidos, puedan no tener ninguna
concordancia con las formas de vida, los intereses y el bienestar de los grupos
afectados. La propuesta de la Economía Moderna se convierte en mucho más que un
imperativo ético en lo productivo-comercial. Influirá en todo el resto de las
actividades de una comunidad, al punto de convertirse en una cultura, en una forma
de vida. A las personas les corresponderá actuar irracionalmente en cada ámbito
social: dirigidos por sus sentimientos egoístas perseguirán sus propios intereses
lucrativos o la maximización de sus utilidades. Al acatamiento de esa ahora legítima
obligación, no se le pueden anteponer rancios reparos morales o de cualquier otro
tipo ajeno a la Economía Moderna:
“Una filosofía de la vida es, inherentemente, la idea íntima del capitalismo [de libre
mercado]. Quienes la aceptan, no necesitan justificar sus acciones con motivos de
origen extra-capitalista. Su lucha por la riqueza en tanto que individuos, colora y
modela sus actitudes en todos los órdenes de la conducta (...) Toda la ética del
capitalismo [de libre mercado] se resume en su esfuerzo por liberar al poseedor de
los instrumentos de producción, emancipándolo de toda obediencia a las reglas que
coartan su explotación cabal. El auge del liberalismo resulta de la ascensión gradual
de la doctrina que sirve de fundamento a esta ética” (Laski 1994: 22-23).

El dominio del individualismo se complementa con la creencia en que el sistema de


mercado —un sistema de egoísmos lucrativos en pugna—, se autorregulará si no es
intervenido o podrá guiarse sin coacciones mediante los incentivos adecuados. La
falta de consideración por los otros no es un inconveniente, porque el sistema se
ajustaría automáticamente para bien. Lamentablemente el supuesto deja en evidencia
su calidad de tal, pues un problema no menor hoy es la fuerza del dogma de la no
intervención de la autonomía de una economía que, idealmente, debiera ser
desregulada. Si bien la indignidad y pobreza de millones de seres humanos y la
devastación del planeta, son preocupaciones hasta para el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial, pareciera que no han sido llamados de atención
suficientes. Tampoco lo han sido las periódicas crisis financieras de la última parte
del siglo XX y comienzos del XXI. Millones de empleos perdidos y billones de dólares
estafados o regalados para los “rescates” de las instituciones financieras corruptas o
ineptas (que privatizaron las ganancias y gozaron de la socialización de las pérdidas),
siguen esperando un cambio de las mallas curriculares de las escuelas de economía,
un cambio en la autista rigidez de la economía dominante y sus obtusos tecnócratas,
y un cambio en el discurso y las medidas de los políticos. Lo aterrador es que no se
han aprendido las lecciones: nada varió, ni está siquiera próximo a variar. Las
medidas en Grecia o España dan la pauta en lo político. En lo académico el premio
Nobel del 2013 a Eugene Fama, un fundamentalista de la desregulación financiera,
habla por sí mismo. Por su parte, los currículos de las escuelas de economía siguen
inoculando la droga del equilibrio, la maximización, la desregulación, la no
intervención y el formalismo matemático.
Para no creerlo. Ninguno de los graves sucesos de los que el mundo viene siendo
testigo, han cooperado a dejar en claro los peligros de instaurar una cultura derivada
de la búsqueda egoísta del lucro infinito. Deseo que además puede rondar libre, dado
el sistema autorregulado y autónomo que lo cobija y potencia. Y, por si no fuera
suficiente, todo el sistema está hecho y sirve eficientemente a una mínima parte de
los habitantes del planeta.
Cuando se conocen los fundamentos de esa pretensión de autosuficiencia de lo
económico, más todavía en su rígida manifestación libremercadista ortodoxa, es
posible percatarse con claridad de su carácter, sino pseudocientífico, a lo menos
tendencioso. A su vez, se desnaturaliza la autorregulación y la autonomía económica,
pues todo lo relacionado al logro del sustento ha sido desarrollado, en la mayor
parte de la historia del homo sapiens, por criterios no económicos. Lo económico, en
su sentido de formas institucionalizadas de sustento, ha estado generalmente
incrustado en o integrado a sistemas socioculturales más amplios; en los cuales,
además, todos sus patrones e instituciones se interrelacionan. De ahí la conveniencia
y necesidad del enfoque sustantivo o socioeconómico; en el que de hecho tienen
cabida los estudios de economías modernas, pero desde una mirada realista o
empírica y no dogmática.
Particularmente, los sistemas de sustento han sido influidos por principios políticos de
decisión (en su amplio significado de búsqueda consciente de consensos sociales, que
superan las meras acciones individuales no institucionalizadas). Por cierto, es
insuficiente levantar el estandarte de la política para solucionar los problemas
teórico-prácticos de los sistemas de sustento en general o los de la Economía
Moderna en particular. La política también pudiera ser usada, y de hecho lo ha sido,
para establecer sistemas de groseros privilegios y desigualdad extrema: en el mundo
occidental y fuera de él. Mas, aspirar a establecer principios que racional y
concientemente busquen la felicidad y el bien común, en verdad para todos y todas,
permite al menos partir de la base de un debate plural. Por consiguiente, desde la
perspectiva de un proyecto de toma de decisiones por mayorías informadas, activas y
solidarias. Ante ese posible escenario, se presenta el desafío de ampliar la
participación en el proceso de definición de las metas, las vías para alcanzarlas y su
consecuente materialización. Cuestión muy diferente, en la práctica y moralmente, a
un mundo autorregulado por un egoísmo inconsciente.
De ahí que también nos parezca pertinente volver a entender el espacio de lo
económico, desde el viejo concepto de Economía Política. Tal como lo fue hasta por
los economistas clásicos y, paradójicamente, negado luego por sus cientificistas
continuadores. La mirada desde la Economía Política —más allá del gran peso
ideológico de los supuestos clásicos acerca de la autorregulación—, de por sí
reconoce en la sociedad lo ético y le concede relevancia, al tiempo que no acepta los
cantos de sirena de una teoría pura. Librada de esas pesadas cadenas de la
autorregulación y la no intervención, la Economía Política rechaza el cientificismo y
no tendría problemas en integrarse al enfoque sustantivo o socioeconómico. Es
manifiesto que los sistemas reales de sustento responden a decisiones ético-políticas,
a aplicaciones políticas de las teorías y a juicios ético-políticos respecto de esas
decisiones, aplicaciones y teorías.
Ese apelar a la política y a la ética, por tanto a la cultura y a la identidad, obliga a
considerar dónde esto fue escrito y plantear el reto a las y los latinoamericanos de
que se reconozcan culturalmente. Que dejen de ser un mal remedo de otros pueblos.
Y esa cultura propia —por cierto enriquecida por aspectos de otras formas de vida;
pero elegidos y mediados, no impuestos y sin revisión— debe conllevar un espíritu
de constante autocrítica. De ese modo, se establecerá un sólido fundamento para un
progresivo mejoramiento del debate y la participación política, como asimismo de los
medios de sustento y de la cultura. Ello podrá aportar a terminar con la
históricamente malsana costumbre de aceptar teorías “modernas”, “científicas” o
“civilizadas” que implican olvidar o desmerecer la propia cultura e identidad.
Promesas que, muchas veces, han terminado siendo espejismos o conllevando
sacrificios y penurias para las mayorías. Mientras han rendido cuantiosos beneficios
para las minorías que las publicitan, justamente, por la opulencia en que les
permiten vivir.
Para terminar, como se afirmara al principio de este escrito, estos asuntos son de
importancia teórica, pero tal vez su mayor relevancia esté en lo práctico y/o político.
Son los países del Sur Global los que sufren las consecuencias de los conflictos
socioeconómicos, culturales e identitarios, que no pocas veces se derivan de las
aplicaciones de modelos teóricos occidentales modernos. Cuando la academia del Sur
Global se olvida de lo político y de sus pueblos que pagan los impuestos que la
financian, queda cautiva en unas instituciones de educación convertidas en
confortables torres de marfil. O, peor aun, puede transformarse en una simple
empresa consultora, incluso contra los intereses de su propia nación. Se termina
aunando el trabajo en proyectos de compañas privadas y la naturalización
“científica” del orden neoliberal dominante. Los problemas y contradicciones se
despolitizan, se invisibilizan o simplemente son tratadas como asuntos “técnicos”,
asumiendo el contexto neoliberal cual incuestionable dato dado.
El interés por avanzar hacia enfoques más amplios en economía, no es una mera
cuestión académica. La socioeconomía no ignora y no debe ignorar, las aristas
políticas y culturales de los sistemas de sustento. Esas que la economía “científica”
no ve o no quiere ver.
Psico-neuro-economía
En la actualidad aparecen numerosas convergencias entre las ciencias del pensamiento
la cognición y la psique que atiende a aspectos conscientes y subjetivos e
inconscientes que afectan las emociones, percepciones y formas de pensamiento
racional y sensible, aplicadas al comportamiento de los individuos y a las formas en
que eligen los productos que consumen, o los elementos que utilizan al definir sus
estilos de vida, de trabajo, de estudio, de formas y lenguajes para comunicarse y
construir redes y asociaciones.

Las actuales neurociencias aportan conocimientos utiles para comprender como el


cerebro humano produce los pensamientos tendientes a las acciones mas básicas como
a las mas complejas que describen la vida humana en el planeta y su relación con el
planeta mismo y con los recursos que este genera para sostener la vida y los valores
que de ella se signen y signifiquen.
Se llegó al principio de que Algunas de las claves del funcionamiento de la economía
a escala mundial se esconden en el cerebro. Contrariamente a la creencia
generalizada durante años, el ser humano no actúa siguiendo las leyes de la
economía: las decisiones financieras no se basan en la “razón”, sino que
habitualmente intervienen los sentimientos y las intuiciones.
La neuroeconomía observa el funcionamiento del cerebro cuando evaluamos
decisiones, categorizamos riesgos y recompensas, e interaccionamos con otros agentes
económicos. Las técnicas clásicas de neuroimagen y psicología desempeñan un papel
fundamental en estas investigaciones. El método consiste en estudiar el cerebro
humano mientras se toman decisiones de carácter económico, y en expresar los
descubrimientos en forma de ecuaciones susceptibles de ser utilizadas por los
economistas.
a mediados del siglo XIX principalmente de la mano de la Escuela Marginalista
(Marshall; Walras, Pareto, etc.), la matemática era condición sine qua non para que
los modelos microeconómicos tuvieran reputación de serios.
Esto fue un poco consecuencia del auge del positivismo en la ciencia, que permitió la
aparición del llamado método científico, y que a una ciencia “blanda” como la
economía le venía de maravillas para dotarla de mayor rigor (menos mal que la
sociología sobrevivió a esta tentación).

De esta forma, desde que los marginalistas a mediados del siglo XIX -tratando de
derrotar intelectualmente a las muy de moda ideas de Marx- se metieron de lleno
con la teoría económica, la microeconomía (tanto en equilibrio parcial como general)
y desde hace algunos años también la macroeconomía vienen trabajando con el
supuesto de que el ser humano y las empresas tratan de minimizar el gasto de sus
recursos escasos (su dinero, su tiempo laboral, su capital físico, etc.) a los fines de
maximizar las necesidades que satisfacen (individuos) o la ganancia que buscan
(empresas). Se supone entonces a los seres humanos como sujetos altamente
racionales, que absorben toda la información disponible y la transforman en
decisiones de altísima calidad, ultramaximizadoras y que además son seres vivos lo
suficientemente inteligentes como para aprender de sus errores.
Este discurso en materia de teoría económica tiene muchísimos adherentes, la
mayoría de ellos encuadrados en las llamadas escuelas clásicas/neoclásicas/nuevos
clásicos y todas sus ramas.
Por supuesto que también a lo largo de la historia han surgido voces altisonantes a
esta especie de discurso dominante (inclusive hoy dominante), principalmente desde
la llamada Escuela Keynesiana, desde la cual Keynes y sus seguidores pusieron énfasis
en que la economía no siempre camina por senderos de alta racionalidad y que por
ejemplo muchas veces se dan situaciones de pánico colectivo que implican parálisis
de inversión y consumo aún ante condiciones que deberían permitir a hombres
racionales volver a una situación de equilibrio, o sea a salir de la crisis. Sus
postulados se hicieron famosos durante la crisis mundial del ’30, donde el Estado
tuvo que salir a suplir la falta de iniciativa privada para que el mundo volviera al
crecimiento y también se han corroborado como bastante acertados en innumerables
situaciones en las últimas décadas, donde ciertas economías nacionales cayeron en
situaciones de desequilibrio prolongado (recesión, depresión, estanflación, etc.) y no
se recuperaron fácil (caso Japón en los ‘90, caso Argentina varias veces, etc.). En
una palabra, detrás del pensamiento keynesiano y sus ramificaciones subyace la idea
de que los individuos y las empresas no son 100% maximizadores, por distintas y
discutibles razones, pero no siempre maximizadores. Y por lo tanto, los keynesianos
no pueden modelizar la conducta económica del ser humano como su escuela rival,
mencionada en el párrafo anterior.
Pero cuando leía a Braidot, que no es economista sino un profesional del marketing,
me di cuenta que sus recomendaciones para empresarios, a su vez basadas en
modernos estudios científicos que vienen de las neurociencias, podrían ser altamente
útiles para enriquecer el pensamiento económico dominante.
Dice Braidot: “las neurociencias han demostrado que la decisión que impulsa una
compra no es un proceso racional, sino que en la mayoría de los casos es
relativamente automático y deriva de fuerzas metaconscientes”, o sea nos está
diciendo que la gente incorpora muchas más cosas a la decisión de compra que el
simple análisis costo-beneficio que usamos en micro y ahora también en
macroeconomía, cuestiones irracionales que obviamente no calcula y obviamente no
se pueden matematizar.
Es decir, a la vista de los postulados de Braidot, al menos las funciones de consumo
de los modelos macro, derivadas con los supuestos micro de la maximización,
estarían fuertemente sesgadas, invalidando probablemente todo el modelo y sus
recomendaciones de política. Casi nada!!
Las neurociencias y las ideas de Braidot
Vamos a anotar textualmente a continuación el pensamiento de Braidot, para no
sesgar en nada sus afirmaciones: “Los últimos avances de las neurociencias han
demostrado que la toma de decisiones no es un proceso racional. Es decir, los
clientes no examinan conscientemente los atributos de un producto o servicio para
adquirirlo”.

“En la mayoría de los casos, el proceso de selección es relativamente automático y


deriva de hábitos y otras fuerzas metaconscientes entre las cuales gravitan la propia
historia, la personalidad, las características neurofisiológicas y el contexto físico y
social que nos rodea”.
“Según los científicos, las zonas del cerebro de la racionalidad no pueden funcionar
aisladas de las zonas de regulación biológica-emocional. Los dos sistemas se
comunican y afectan la conducta en forma conjunta, y consecuentemente, el
comportamiento de las personas”.
“Más aún, el sistema emocional (la zona más antigua del cerebro) es la primera
fuerza que actúa sobre los procesos mentales, por lo tanto determina el rumbo de las
decisiones”.
“La fragancia de un perfume, por ejemplo, puede evocar distintas sensaciones. Si el
cliente la asocia con experiencias dolorosas o con una persona con la que no
simpatiza, es muy probable que no lo compre, aún cuando la relación precio-calidad-
marca sea razonable”.
“Estas y otras asociaciones, al igual que la mayor parte de los procesos mentales, se
verifican en el plano metaconsciente y nos obligan a encontrar nuevas herramientas
que nos permitan acceder a ese conjunto desordenado de emociones, recuerdos,
pensamientos y percepciones que determinan las decisiones de compra y consumo, y
que la mayoría de las veces el cliente desconoce”.
Un poco sobre la trayectoria de Braidot
Para resaltar que estamos ante el pensamiento de alguien importante en el tema
neurociencias y marketing, repasemos un poco la historia de este especialista:
Es reconocido como uno de los más destacados a nivel nacional (Argentina) e
internacional en Marketing, Management y desarrollo de inteligencia para la toma de
decisiones y el aprendizaje.

Sus investigaciones en el campo de la toma de decisiones, neurociencias y


programación neurolinguística (PNL) lo han llevado a reformular muchos de los
fundamentos tanto del Management como de la conducción y gestión de
organizaciones.
Su ya clásico libro “Marketing Total”, que agotó siete ediciones, ha formado a varias
generaciones de ejecutivos, junto con “Los que venden”, “Comunicación Relacional”,
entre otros.
Desde hace 15 años conduce el Grupo Braidot, consultora con sedes en Europa e
Hispanoamérica.
Actualmente es catedrático en la Universidad de Salamanca, conferencista en diversas
universidades y foros mundiales.
Una posible revolución si los hallazgos de las neurociencias se aplicaran a la teoría
económica.
Si bien Braidot, aunque también master en economía, no se dedica a hacer avanzar
la teoría económica, quizás las enseñanzas que las neurociencias están dando al
marketing podrían ser aprovechadas por los economistas teóricos para fundamentar
mejor las funciones de los modelos macro, no poniendo tanto en un primer plano al
marginalismo matemático, y quizás potenciando la incorporación de variables
cualitativas que permitan modelizar hombres más humanos que los ultraracionales
supuestos por el ingeniero Robert Lucas y otros que han llevado a una ciencia social
como la economía a adentrarse profundamente en el frío mundo de las matemáticas
y a la pretensión de algunos colegas de “hacer hablar a las matemáticas”.
Y así como en su momento fue necesario decir “paremos un poco con la mera
especulación sin fundamento micro”, ahora quizás es hora de decir “paremos un
poco con tanta maximización y ultraracionalidad e intentemos modelizar también la
irracionalidad del ser humano, que las neurociencias están mostrando que es muy
importante para explicar la conducta humana”.
Obviamente, la ya complicada tarea de teórico económico (por la matemática
compleja que hoy se usa) se va a complicar aún más, pero en otro sentido, mas
interdisciplinario, permitiendo un debate más rico y lo que es mejor, que las políticas
económicas, basadas en dichos modelos, quizás sean más acertadas.
Economía Conductual
Las finanzas conductuales y la economía conductual son campos cercanos que aplican
la investigación científica en las tendencias cognitivas y emocionales humanas y
sociales, para una mejor comprensión de la toma de decisiones económicas y como
afectan a los precios de mercado, beneficios y a la asignación de recursos.
La economía conductual o economía del comportamiento es el estudio de cómo los
factores psicológicos, sociales o cognitivos afectan las decisiones económicas de los
individuos.
La economía conductual está principalmente interesada en explicar por qué los
individuos muchas veces se comportan de manera distinta a la de un agente racional,
alejándose de uno de los supuestos fundamentales de la economía clásica. Al igual
que las finanzas del comportamiento se alejan de los supuestos de las finanzas
tradicionales.
Los modelos que se utilizan para analizar el comportamiento usualmente integran
ideas de la psicología, neurociencia y microeconomía.
Algunos ejemplos de economía conductual
La economía conductual o del comportamiento ha observado varias conductas de las
personas comunes y corrientes que violan el supuesto de racionalidad cuando toman
decisiones de consumo. A continuación vemos algunos ejemplos:
1. Avalancha de información: los consumidores tienen que comparar muchas
opciones y características lo que los lleva a la confusión, elegir al azar o
incluso a no tomar ninguna decisión.
2. Heurística: los consumidores muchas veces toman atajos en sus decisiones, así
por ejemplo, en vez de analizar toda la información se limitan a comprar lo
mismo que sus amigos o familiares.
3. Legado: los consumidores tienden a ser renuentes a cambiar de proveedor o de
marca por miedo a equivocarse.
4. Inercia: los consumidores generalmente no se cambian de proveedor cuando
tienen que hacer algún esfuerzo (como por ejemplo desactivar una cláusula de
renovación automática).
5. Miopía: los consumidores tienden a tener una visión de corto plazo
privilegiando el disfrute actual en vez de esperar para disfrutar en el futuro.
Así por ejemplo, cuando se tienen que tomar decisiones de inversión a largo
plazo o de ahorro para jubilación los consumidores no ponen suficiente valor a
los pagos futuros.
6. Marco: los consumidores se ven influenciados por la forma o el marco en que
la información es presentada. A veces la misma información presentada en
distintas formas lleva a que los consumidores tomen decisiones distintas.
7. Aversión al riesgo: la preferencia por evitar una pérdida es más grande que la
preferencia por ganar algo.

Bibligrafía
ANDER-EGG, Ezequiel. 1995. Técnicas de investigación social. 24ta. edición. Editorial
Lumen. Buenos Aires.
BIDNEY, David. 1977. “Cultura: Relativismo Cultural”. En: Enciclopedia Internacional
de las Ciencias Sociales, Volumen III. Editorial Aguilar. Madrid.
Braidot Nestor 2016, Neurociencias para tu vida. Ediciones Granica
CLASTRES, Pierre. 2013. La sociedad contra el Estado. 2da. edición. Hueders.
Santiago.
CHANG, Ha-Joon. 2007. Retirar la escalera. La estrategia del desarrollo en
perspectiva histórica. Libros de la Catarata. Madrid.
DE LA CADENA, Marisol. 1986. Cooperación y mercado en la organización comunal
andina. 3ra. edición. Documento de trabajo Nro. 2, Serie Antropología Nro. 1.
Instituto de Estudios Peruanos. En:
http://lanic.utexas.edu/project/laoap/iep/ddt002.pdf.
Diamond, Jared. 2007. Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras
desaparecen. Random House Mondadori. México D.F.
FARAH, Ivonne y VASAPOLLO, Luciano (coordinadores). 2011. Vivir Bien:
¿paradigma no capitalista?. Plural Editores. La Paz.
GEERTZ, Clifford. 2000. La interpretación de las culturas. 10ma. reimpresión. Gedisa
Editorial. Barcelona.
Gobierno de Chile. 2012. ENCLA 2011. Informe de resultados. Séptima encuesta
laboral. Departamento de Estudios de la Dirección del Trabajo. Santiago.
GODELIER, Maurice (compilador). 1976. Antropología y economía. Editorial
Anagrama. Barcelona.
HARRIS, Olivia. 1987. Economía étnica. Hisbol. La Paz.
HAYEK, Friedrich. 1981. “Los fundamentos éticos de una sociedad libre”. En:
Estudios Públicos, Nro. 3. Centro de Estudios Públicos. Santiago.
HUANACUNI, Fernando. 2010. Buen Vivir/Vivir Bien. Filosofía, políticas, estrategias y
experiencias regionales andinas. Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas.
Lima.
KEYNES, John Maynard. 1926. El final del laissez-faire.
En:http://www.eumed.net/cursecon/textos/keynes/final.htm.
KRUGMAN, Paul. 2008. ¿Quién era Milton Friedman?. En:
http://www.elpais.com/articulo/primer/plano/Quien/era/Milton/Friedman/
elpepueconeg/20081019elpneglse_7/Tes.
Landerretche M. Oscar Los debates económicos del siglo XXI 21 de enero de 2007
https://capacitacionencostos.blogia.com/2007/012120-los-debates-econ-micos-del-siglo-
xxi.php
LASKI, Harold. 1994. El liberalismo europeo. 13ra. reimpresión. Fondo de Cultura
Económica. México D.F.
LECHTMAN, Heather y SOLDI, Ana (compiladoras). 1985. La tecnología en el mundo
andino. Runakunap kawsayninkupaq rurasqankunaqa. 2da. edición. Universidad
Nacional Autónoma de México. México D.F.
LINTON, Ralph. 1972. Estudio del hombre. 9na. reimpresión. Fondo de Cultura
Económica. México D.F.
LIST, Friedrich. 1997 (1841). Sistema nacional de economía política. 2da. edición.
Fondo de Cultura Económica. México D.F.
MARX, Karl. 1983. El manifiesto comunista y otros ensayos. Sarpe. Madrid.
MCKINNON, Susan. 2012. Genética neoliberal: mitos y moralejas de la psicología
evolucionista. Fondo de Cultura Económica. México D.F.
MIRES, Fernando. 1990. El discurso de la naturaleza. Ecología y política en América
Latina. Amerindia Estudios. Santiago.
MONARES, Andrés. 2008. Oikonomía. Economía Moderna. Economías. Editorial Ayun.
Santiago.
MONARES, Andrés. 2012. Reforma e Ilustración. Los teólogos que construyeron la
Modernidad. 2da. edición revisada y aumentada. Editorial Ayun. Santiago.
MORALES, Héctor. 1997. Pastores trashumantes al fin del mundo. Un enfoque
cultural de la tecnología en una comunidad andina de pastores. Memoria para optar
al Título de Antropólogo. Carrera de Antropología, Departamento de Antropología,
Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. Santiago.
MORIN, Edgar. 1999. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro.
UNESCO. París.
MURRA, John. 1989. La organización económica del estado inca. 5ta. edición.
Editorial Siglo Veintiuno. México D.F.
MYRDAL, Gunnar. 1959. Teoría económica y regiones subdesarrolladas. Fondo de
Cultura Económica. México D.F.
POLANYI, Karl. 1994. El sustento del hombre. Mondadori. Madrid.
POLANYI, Karl; ARENSBERG, Conrad y PEARSON, Harry. 1976. Comercio y mercado
en los imperios antiguos. Editorial Labor. Barcelona.
PRIETO, Carlos. 1996. “Karl Polanyi: crítica del mercado, crítica de la economía”.
En: Política y sociedad, 21, pp.: 23-34, Departamento de Sociología I, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociología, Universidad Complutense de Madrid. Madrid.
Rajam Raghuram, Zingales Luigi. 2003 Saving Capitalism form the capitalists,
RICHARDS, Howard. 2007. Solidaridad, participación, transparencia. Conversaciones
sobre el socialismo en Rosario, Argentina. Tinta Roja. Rosario.
Robbins, Lionel. 1951. Ensayo sobre la naturaleza y significación de la ciencia
económica. 2da. edición. Fondo de Cultura Económica. México D.F.
Rodríguez Heredia Mario Los paradigmas económicos del siglo XX
https://www.facebook.com/notes/foreign-affairs-latinoam%C3%A9rica/los-paradigmas-
econ%C3%B3micos-del-siglo-xx/596510120396696
Roll, Eric. 2003. Historia de las doctrinas económicas. 3ra. reimpresión. Fondo de
Cultura Económica. México D.F.
ROSTOW, Walt. 1967. Las etapas del crecimiento económico. 4ta. edición. Fondo de
Cultura Económica. México D.F.
SAAVEDRA, Igor. 1977. “El método físico en la obra de Smith”. En: La ciencia
económica en Adam Smith. M. Zañartu (editor). Departamento de Economía, Facultad
de Ciencias Económicas y Administrativas. Universidad de Chile. Santiago.
Sachs Jeffrey (2005). The End of poverty Economic Possibilities for Our Time THE
PENGUIN PRESS NEW YORK
SAHLINS, Marshall. 1983. Economía de la Edad de Piedra. 2da. edición. Akal Editor.
Madrid.
SAHLINS, Marshall. 2011. La ilusión occidental de la naturaleza humana. Fondo de
Cultura Económica. México D.F.
SANTA BIBLIA. 1995. Versión Reina-Valera. Sociedades Bíblicas Unidas. Brasil.
Stiglitz Joseph (2006), Making Globalization Work,

Você também pode gostar