Você está na página 1de 210

W M !

1 H Mm

CHIARAMONTE

Nación y Estado
en Iberoamérica
El len gu aje político en tiempos
de las in d e p e n d e n cias

Editorial Sudamericana
JOSÉ CARLOS
CHIARAMONTE

Nación y Estado en
Iberoamérica

El lenguaje político en tiempos de


las independencias

Sudamericana Pensamiento
Chiaramonte, José Carlos
Nación y estado en Iberoamérica. - 1° ed. - Bu
224 p . ; 23x16 cm. - ( Sudamericana pensamiento)

ISBN 950-07-2507-X

1. Ensayo Histórico. 1. Titulo.


CDD A864

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Queda hecho el depósito


que previene la ley 11.723.
© 2004, Editorial Sudamericana SA.®
Humberto 1 531, Buenos Aires.

www.edsudamericana.com.ar

ISBN 950-07-2507-X
enos Aires : Sudamericana, 2004.

A mi madre, Berenice E. T. Buonocuore de Chiaramonte

A mi hermana, Berenice Ch. de Montané


PRÓLOGO

La historia de la formación de los Estados nacionales es


un campo de estudio que posee amplias resonancias políticas
contemporáneas. Sin embargo, aunque será siempre política­
mente útil un reexamen de los fundamentos de nuestras con­
cepciones relativas a la emergencia de las naciones contempo­
ráneas, debo advertir que no ha sido en este campo en el que se
ha definido el objetivo de los trabajos que integran este libro.
Sus motivaciones han sido estrictamente historiográficas, tra­
tando de evitar, justam ente, el riesgo de la espuria relación en­
tre historia y política, que proviene de una proyección anacró­
nica de esquemas contem poráneos sobre el pasado. Sin dejar
de admitir por esto la utilidad que para lo político posee un uso
de la historia cuando ésta se ha despojado de esas deforma­
ciones.

i. Uno de los presupuestos centrales que fundamentan


todo el análisis realizado a lo largo de estos capítulos es el de
considerar que con el término nación no nos estamos refirien­
do a una realidad histórica, ni siquiera de la época moderna,
sino a un concepto que pudo ser aplicado a distintas realidades
según el sentido que le asignaban los protagonistas de esas his­
torias. Porque aquí se impone advertir que, en verdad, en este
punto se pueden confundir tres problemas diferentes. Uno, el
del uso de un término, nación, que implícitamente se suele re­
ducir a la denominación de una de las diversas entidades a las
que ha estado asociado a lo largo del tiempo, esto es, al Estado
nacional contemporáneo. Otro, el de la referencia del término
sin esa limitación, esto es, la alusión al grupo humano que sólo
en ciertos casos podrá ser el organismo político que concluirá
llamándose Estado. Y un tercero (fácilmente confundido con el
primero por el cambiante uso de la voz nación), el de la ju stifi­
cación de la legitimidad del Estado nacional contemporáneo;
legitim ación que inicialm ente se hizo en términos contrac-
tualistas —cuando, como explicamos en el primer capítulo, na­
ción carecía de toda nota de etnicidad y era sólo sinónimo de
Estado—, hasta la llegada del principio de las nacionalidades,
J osé C ar lo s C h ia r a m o n t e

que lo hará en térm inos étnicos —cuando nación se asocie


indisolublemente al concepto actual de nacionalidad.
De acuerdo con lo apuntado, puede considerarse enton­
ces que la historiografía sobre la cuestión nacional muestra
dos grandes caminos de interpretación del concepto de nación.
Uno, el de presuponer que el término refiere a una realidad
que el historiador debe definir adecuadamente para poder his­
toriarla. Otro, el de preocuparse por las distintas acepciones en
que se ha utilizado el término y las realidades históricas a las
que referiría. Como escribim os al fin al del prim er capítulo,
nuestro criterio es que “el problema histórico concerniente al
uso del concepto de nación consiste en apreciar esas mutacio­
nes de sentido no como correspondientes a la verdad o false­
dad de una definición, sino a procesos de explicación del surgi­
miento de los Estados nacionales. Me parece que hemos perdi­
do tiempo, efectivamente, en tratar de explicar qué es la na­
ción, como si existiera una entidad de esencia invariable lla­
mada así, en lugar de hacer centro en el desarrollo del fenóm e­
no de las formas de organización estatal (y dejando para la an­
tro p o lo gía la explicación de nación como grupo hum ano
étnicamente definido), cuya más reciente expresión fue el sur­
gimiento de los Estados nacionales”.

2. Otra de las grandes alternativas que estos trabajos in­


tentan superar es el de una interpretación de las naciones con­
temporáneas en términos, si se me permite un frecuente neolo­
gismo, “identitarios”, o en términos racionalistas. Posiblemen­
te, no sería desacertado suponerlo, la alternativa de fundar la
nación en las formas de identidad o en decisiones políticas,
contractualistas, sea un eco de la colisión entre lo emocional y
lo racional en la interpretación histórica, de amplia resonancia
luego de la difusión del romanticismo. Pero, también como se
señaló en el punto anterior, nuestra intención ha sido otra: la
de discernir cuáles eran las motivaciones que guiaban a los
protagonistas de aquel proceso de formación de naciones, cuá­
les los criterios del período sobre la naturaleza de los organis­
mos políticos en formación y, consiguientemente, cuáles las
particulares modalidades de época en el uso del correspon­
diente vocabulario político.
N ac ió n y E s t a d o en Ib er o a m ér ic a

3. La Introducción del libro examina los efectos que en la


interpretación de la génesis de las naciones iberoamericanas
han tenido los prejuicios ideológicos y metodológicos que el
nacionalismo ha extendido entre los historiadores. Entre los
primeros, el de suponer que las actuales naciones iberoameri­
canas existían a comienzos del siglo XIX, cuando se abre el ci­
clo de las independencias. Un presupuesto que resulta de aso­
ciar nación a nacionalidad y, por lo tanto, inferir la existencia,
hacia fines de la colonia, de comunidades que habrían reivindi­
cado su derecho a conformar Estados independientes en virtud
de la posesión de una cultura común. Este anacronismo —ana­
cronismo dado que la noción de nacionalidad como fundamen­
to de la legitim idad política no existía aún— tiene también sus
consecuencias metodológicas. Por un lado, inclinó a los histo­
riadores a estudiar el pasado colonial sólo en aquellos aspectos
que resultaran relevantes para explicar el origen de las poste­
riores naciones y, por otro, a interpretar los indicios de senti­
mientos de identidad colectiva como gérmenes de sentim ien­
tos nacionales, postulando “protonacionalism os” por doquier.
Por ello, tanto el estudio del vocabulario político de la
época como el de las ideas provenientes del racionalism o
iusnaturalista que lo sustentaban, cobran una im portancia
fundamental, según se expone en los capítulos que siguen a la
Introducción, para evitar aquellos anacronismos en la inter­
pretación de ese vocabulario y poder comprender así las varia­
das alternativas que, en cuanto a la organización política de los
distintos territorios, eran concebidas por los protagonistas de
las independencias.

4. El primer capítulo —“Mutaciones del concepto de na­


ción durante los siglos XVII y XVIII”— analiza las modalidades
de uso de conceptos como nación, patria y Estado, en Europa y
América, durante el siglo XVIII y en los primeros años del XIX.
Respecto del vocablo nación, examina cómo, junto al empleo
étnico que venía de antiguo y que designaba un grupo humano
que compartía unos mismos rasgos culturales, surgió un uso
político que implicaba la sinonimia de nación y Estado y que,
despojado de toda nota de etnicidad, hacía referencia a con­
juntos de personas unidas por su sujeción a un mismo gobier­
no y a unas mismas leyes. El texto expone también cómo este
uso “político” del vocablo nación, fundado en el derecho natu­
. J o s é C a r i .o s C i i i a r a m o n t u

ral y de gentes —que no surgió, como habitualm ente se supone,


con la Revolución Francesa sino que es muy anterior a ella—,
fue el prevaleciente en los procesos de formación de nuevas
naciones.
La explicación del surgimiento de este sentido del térm i­
no nación conduce a advertir el sustrato iusnaturalista del vo­
cabulario político de la. época, extendido a partir de la difusión
en Am érica tanto de los textos escolásticos como de los trata­
dos de derecho
éspecial referencia al de Emer de Vattel, prácticamente olvida­
do en la historiografía latinoamericanista, a diferencia de lo
que se comprueba en la norteamericana— . De ahí que lo habi­
tual haya sido fundar el origen y la legitimidad de los nuevos
Estados en la existencia de un pacto consentido entre sus inte­
grantes y no en los sentimientos de identidad.
De este modo, se expone en primer lugar cómo el uso po­
lítico del término nación es anterior a la Revolución Francesa.
Eñ'segundo lugar, que la fundamentación de la legitimidad po­
lítica en términos puramente cóñtfactualistas se prolonga más
allá de los años treinta del siglo XIX, cuando el romanticismo
acuña el concepto de “nacionalidad” y en consecuencia se pro­
duce la fusión de los usos político y étnico del vocablo nación.

5. Luego del examen de las cuestiones de vocabulario, el


segundo capítulo —“La formación de los Estados nacionales en
Iberoamérica”— indaga el protagonismo adquirido por los “pue­
blos” soberanos y el papel de las ciudades a partir de las inde­
pendencias. En el caso de las colonias hispanoamericanas, el
problema de la sustitución de la legitimidad de la monarquía
castellana fue unánimemente resuelto por los líderes indepen-
dentistas mediante el la prevaleciente doctrina del
pacto de sujeción y su corolario de la retroversión de la sobera­
nía a los
da por los ayuntamientos o cabildos de las capitales virreinales
como fundamento de la decisión de crear nuevas autoridades.
Concepción de la legitimidad política en términos del derecho
natural y de gentes, que de la divisibilidad o
indivisibilidad políticos y
que se expresó en las formas de representación política verifica­
das durante los procesos de constitución de los nuevos Estados.
De allí surgió el enfrentamiento que, formulado doctrina-

12 —
N a i :k ') n y K s t a ih i un I i i i : r i >a m A r ic a

rinmente, se expresó tanto a través del debate en torno a la so­


beranía como de la lucha política concreta entre “federalistas”
y “centralistas”, y caracterizó las primeras décadas de vida in­
dependiente en Iberoamérica. Los primeros buscaban salva­
guardar la “soberanía de los pueblos” dentro del nuevo orga­
nismo político a conformar prefiriendo la figura de la confede­
ración, realidad que la tendencia nacionalista de las historio­
grafías nacionales ocultó al rotular de federalismo a lo que en
realidad eran tendencias confederales, cuando no simplemen­
te autonómicas. En cambio, los partidarios del Estado centrali­
zado se apoyaron en las d o ctrin as de las co rrien tes del
iusnaturalismo que postulaban la indivisibilidad de la sobera­
nía, cuya fragmentación era considerada fuente de anarquía.
Por último, se destaca la importancia que el derecho na­
tural y de gentes reviste para una comprensión más apropiada
de los conflictos políticos del período. El hecho de que una co­
munidad política soberana —que podía ser una ciudad o una
provincia— fuera concebida como “persona moral”, en igual­
dad de derechos con las demás, independientemente de su ta­
maño y poder, es una de las nociones que fundamentan la rei­
vindicación de autonomía en sus distintos grados por parte de
los “pueblos” y que había sido ampliamente difundida entre las
élites iberoamericanas a través del derecho natural. Este enfo­
que permite, por otra parte, superar la limitada interpretación
de las tendencias autonóm icas en térm inos de “anarquía”,
“egoísmos localistas” o “caudillismo”, entre otros.
Otro de los temas centrales en este capítulo es el del prin­
cipio de consentimiento, uno de los conceptos fundamentales
del iusnaturalismo. Su importancia resultaba clave en tanto la
nación era considerada producto de un pacto establecido vo­
luntariamente entre las partes. Éstas fueron representadas en
los congresos constituyentes mediante diputados que adopta­
ron ya la calidad de apoderados —y a veces hasta de agentes
diplom áticos— entre los que aspiraban a resguardar la sobera­
nía de los pueblos, ya la de diputados de la nación, figura que
los partidarios del centralismo intentaron imponer.

6. El capítulo 3 — “Fundamentos iusnaturalistas de los


movimientos de independencia”— da cuenta, por una parte, de
la inexistencia de las nacionalidades en tiempos de las inde­
pendencias y, por lo tanto, de su invalidez como fundamento

— 13 —
------------------------------------- Josf. C a KI.OS C lI lA K A M O N I# -------------------------

de las nuevas naciones. Se examinan en él las evidttnchiH que


muestran, por el contrario, que los sentimientos de identidad
colectiva no trascendían los límites de lo que hoy llamaríamos
“afección local” y que eran com patibles con la inserción en
cualquier tipo de organización política.
Por otra parte, este capítulo retoma el tema de la impor­
tancia del derecho natural mostrando cómo en realidad, más
que una corriente jurídica, constituía el fundamento de lo que
podría considerarse la “politología” de la época y de la vida so­
cial misma. Y aborda los tres ámbitos en los que puede verificar­
se esa condición. Uno, era el de las relaciones entre las personas
así como también el de éstas con las autoridades. Otro, el de la
enseñanza universitaria, a la que se habían incorporado cáte­
dras de derecho natural, a través de la reforma que Carlos III
introdujo en las universidades españolas, las que pese a su su­
presión luego del impacto de la Revolución Francesa, fueron
restablecidas en las colonias hispanoamericanas luego de las in­
dependencias. Por último, el ámbito que más interesa en este
trabajo, el de su relación con el derecho público, en cuanto atañe
al propósito de explicar los fundamentos políticos de los proce­
sos de independencia. Los tratados de derecho natural y de gen­
tes resultaron así fuentes de importancia fundamental al permi­
tir una mejor comprensión de las diversas concepciones vigen­
tes en ese entonces respecto de la soberanía y de la consiguiente
variedad de formas de organización política consideradas posi­
bles. De ese modo, aparecen nuevas claves para una interpreta­
ción más apropiada de la azarosa vida política de la época y de
los conflictos en torno a la organización de los nuevos Estados
que, por momentos, no parecía hallar otra explicación que la de
atribuirlos a la dimensión facciosa de la política.

7. El libro incluye luego un capítulo dedicado a la revisión


de los rasgos y conceptos más sobresalientes de las principales
corrientes iusnaturalistas —“Síntesis de los principales rasgos
y corrientes del iusnaturalism o”—, cuestiones que son exam i­
nadas en la medida en que conciernen a los propósitos de la
investigación.Y, finalmente, otro capítulo — “Notas sobre el fe­
deralismo y la formación de los Estados nacionales”— con tres
textos que analizan cuestiones relacionadas con los tres gran­
des temas que se tratan en este libro: el origen de las naciones
modernas, las revoluciones de independencia y el federalismo.

— 14 —
N a c ió n y K stado kn I iík k o a m A k ic a

8. Cabe informar, por último, que algunos de los trabajos


que componen este libro han sido ya publicados en revistas de
la especialidad, otros fueron textos destinados a reuniones de
historiadores y uno de ellos, el dedicado a una síntesis de las
doctrinas de derecho natural, es inédito. Posteriormente han
sido reelaborados en la medida de lo necesario para la unidad
que posee el libro. En su conjunto, estos trabajos exponen par­
te de los resultados de un proyecto de investigación sobre la
formación de los Estados iberoamericanos, proyecto que tiene
sede en el Instituto de Historia Argentina y Am ericana “Dr.
Emilio Ravignani”, de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, y al que tam bién está vinculado
nuestro anterior libro Ciudades, provincias, Estados: Oríge­
nes de la nación argentina (1800-1846), Biblioteca del Pensa­
miento Argentino I, Buenos Aires, Ariel, 1997 (cuya versión en
lengua portuguesa está actualmente en preparación por Edito­
ra Hucitec de San Pablo).

José Carlos Chiaramonte


Buenos Aires, agosto de 2003
I. INTRODUCCIÓN

i. Si revisamos las características del debate de los últi­


mos años sobre la formación de las naciones iberoamericanas,
parece necesario reflexionar sobre algunas cuestiones que per­
turban el análisis, motivadas por la naturaleza de un tema que
afecta los presupuestos no historiográficos de la labor de los
historiadores y la complican más de lo habitual.
Sucede que examinar los orígenes de una nación entraña
un riesgo para el historiador perteneciente a ella. Ese riesgo con­
siste en que el ineludible procedimiento crítico de la investiga­
ción histórica, sin el cual se invalidarían sus resultados, al ejer­
cerse sobre los fundamentos de su Estado nacional, puede lle­
varlo, o a chocar con el conjunto de creencias colectivas sobre
el que se suele hacer reposar el sentimiento de nacionalidad que
se considera soporte de ese Estado, o a falsear su análisis histó­
rico por la actitud prejuiciosa que derivaría de las limitaciones
inherentes a su lealtad a esa afección colectiva.
Pocas veces se hace explícito el problema. Una especie de
pudor, ó quizá de malestar generado por el dilema, inclina a
eludirlo. Un historiador uruguayo lo ha afrontado con franque­
za, aunque sus conclusiones son curiosamente contradictorias,
confirmando así las apuntadas dificultades. Se trata de Carlos
Real de Azúa, que en la introducción a un libro postumo sobre
la génesis de la nacionalidad uruguaya afronta de entrada la
peculiar dificultad del tema que...

“ ...su ele resistir, m ucho m á s q u e otros, el exam en cien tífico, la


m irad a de in ten ción ob jetiva. P arecería existir en todas partes
un a ten d en cia in coercib le a ritu aliza r la fu erza de los d ictám e­
nes trad icio n a les sob re la cuestión, a preservarla por un a espe­
cie de sacralizació n o tabu ización, con tra todo ‘revisio n ism o ’ y
cu alq u ier variación crítica .”

Pero e n l a página siguiente, el autor de El Patriciado uru­


guayo, pese a lo qu eeste comienzo haría suponer, admite como
legítimas ciertas limitaciones:

— 17 —
Josií C a ri. os C iiia k a m o n tk

“P arece in d iscu tib le —hay que recon o cerlo— que no debe h u r­


g a rse d em asiad o , replantear d em asiad o ‘las ú ltim as razon es’ por
las cu ales un a com unidad se m an tien e ju n ta , las telas m ás ín ti­
mas, d elicad as, de esa ‘co n co rd ia ’, de esa ‘co rd ia lid a d ’ recíp roca
su p rem am en te d eseab le com o fu n dam en to de la m ejor con vi­
vencia. Si, com o m ás de una vez se ha ob servado, esto es cierto
p ara la pareja hum ana, tam bién lo es para el enorm e grupo se­
cundario que una nación co n stitu ye.” 1

Habría que agregar, en homenaje al citado autor, quepese


a estas reticencias, al arremeter contra algunas interpretacio­
nes prejuiciosas de su tema puso por delante las exigencias de
probidad intelectual de su oficio con la excepcional agudeza que
lo caracterizaba.2
Si las limitaciones que se suelen considerar necesarias para
el tratamiento de ciertos temas llevan consigo irremediablemen­
te un falseamiento de los resultados de la investigación históri­
ca, fuese por deformación o por omisión, tampoco es convin­
cente que se las fundamente en el temor a los riesgos que esa
investigación, al ejercerse sin trabas, podría entrañar para los
fundamentos de una nación. Mal puede corroer las bases del
organismo social —empleo expresiones corrientes, de las que
veremos enseguida un caso— el examen sin prejuicios de la His­
toria, pues los supuestos mismos de nuestra cultura proscriben
toda limitación que pueda impedir el mejor conocimiento de
una realidad dada y la difusión de ese conocimiento.
Pero no es a esto a lo que me refiero al descreer de las
razones en que se apoya la demanda de limitar el conocimiento
de ciertos temas. Cabe además al respecto la conjetura de que
quienes aconsejan esas limitaciones estén en realidad, y posi­
blemente en forma no consciente, buscando salvaguardar su au­
toridad, personal o grupal, sobre un público “cautivo” (cautivo
de los presupuestos de una comunidad política, ideológica o con­
fesional); la presunción, en suma, de que estén poniendo a res­
guardo de la crítica el liderazgo que ejercen sobre una comuni­
dad, en la medida que esa crítica compromete los supuestos
doctrinarios con los que se identifica su liderazgo.
Veamos una clara muestra de esto en un incidente ocurri­
do en Buenos Aires a comienzos del siglo XX. En el año 1904, el
decano saliente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Uni­
versidad de Buenos Aires, Miguel Cañé, se veía obligado a for­

— 18 —
N ación y Untado k c

mular algunas reflexiones motivadas por el ciclo de conferen­


cias que había pronunciado un joven historiador, David Peña,
sobre Facundo Quiroga —el caudillo de la primera mitad del
siglo XIX que Sarmiento hizo célebre—, al que se consideraba
entonces inconveniente abordar en una casa de estudios. A fir­
maba Cañé en su discurso:

“Por m i parte he segu id o con interés un en sayo de reivin d ica ­


ción de uno de n u estros m ás som bríos p erso n ajes, hecho po r un
jo v e n p rofesor de esta casa, llen o de b río y talen to, en sayo que,
si bien m ás b rillan te qu e eficaz, con stitu ía a m is ojos un a v e rd a ­
dera lecció n sob re las d istin tas m aneras com o la histo ria puede
en cararse.”

Pero advertía luego que ese atrevimiento socavaba los fun­


damentos del orden social:

“ En la alta en señ anza, la libertad del p rofesor no d eb e ten er m ás


lím ite que los que su p rop ia c u ltu ra m oral e in telectu a l le señ a ­
lan; la prim era le im p ed irá ir siem p re c o n tra lo que él cree la
verdad; la segunda chocar sin necesidad, contra o p in io n es y sen ­
tim ien tos que son la base del organism o so cia l a que él m ism o
d eb e el n ob le p rivileg io de en señ a r.”3 [subrayado nuestro]

Hoy parece incomprensible que se objete el estudio de un


personaje histórico como el polémico caudillo riojano, por más
controversia que pudo y pueda suscitar. Sin embargo, el deca­
no de la facultad que cobijaba los estudios históricos interpre­
taba que ello comprometía los cimientos de la sociedad. La pre­
gunta que este incidente nos motiva de inmediato es si Miguel
Cañé no estaba confundiendo los fundamentos del orden social
con los del liderazgo que sobre la cultura argentina ejercía en­
tonces un conjunto de intelectuales, del que formaba parte, para
los cuales ciertas figuras y ciertas etapas del pasado debían ser
ignoradas. Agregaría que no es necesario interpretar lo que
apunto como un mezquino interés personal de Cañé, sino como
uno de los tantos casos en que un grupo dirigente confunde los
fundamentos de la sociedad con su particular profesión de fe.

2. Según lo que hemos comprobado en anteriores trabajos


sobre el Río de la Plata, e indagado con respecto a otras regio-

— 19 —
J osé Caki.os Chiakamontk

nes de Iberoamérica en las páginas que siguen a esta Introduc­


ción, en tiempos de las independencias no existían las actuales
naciones iberoamericanas —ni las correspondientes nacionali­
dades—, las que no fueron fundamento sino fruto, muchas ve­
ces tardío, de esos movimientos. Si observamos lo que realmente
existió, esto es, el carácter soberano de las entidades autóno­
mas —ciudades, provincias...— que integraron los movimien­
tos de autonomismo e independencia, entonces todo lo que se
ha acostumbrado afirmar de ese movimiento, y de sus resulta­
dos durante un largo período, puede quedar alterado en su mis­
ma sustancia. Porque, para tomar lo más notorio, mal pueden
enunciarse predicados de índole estatal nacional para una geo­
grafía de unidades políticas independientes y soberanas, fre­
cuentemente de las dimensiones de una ciudad y su entorno
rural, que iniciaban la formación de alianzas o confederacio­
nes. Y mal puede suponerse la constitución de una ciudadanía
nacional —venezolana, mexicana, argentina y otras—, cuando
las entidades soberanas eran justam ente esas ciudades o “pro­
vincias” que protagonizaron buena parte de las primeras déca­
das del siglo XIX.
Es cierto que cada vez es más frecuente que se advierta la
tardía emergencia de la nación, esto es, su carácter de resulta­
do, no fundamento, del proceso de independencia. Pero esto no
se ha traducido necesariamente en una mejor comprensión de
qué es entonces lo que habría existido en lugar de la entidad
nacional. Aun desaparecido el supuesto de poner la nación al
comienzo, él sigue dominando la labor historiográfica porque
su larga influencia nos ha impedido indagar la real naturaleza
de las formas de organización y de acción política en el período
que corre entre el desplome de los imperios ibéricos y la forma­
ción de los Estados nacionales. Y, peor aún, frecuentemente se
continúa insistiendo en interpretar los conflictos políticos de
la primera mitad del siglo XIX con un esquema reducido a la
pugna entre quienes habrían sido los loables portadores del es­
píritu nacional y quienes son vistos como mezquinos represen­
tantes de intereses localistas.
Es decir que podríamos considerar que el supuesto de la
nación como punto de partida influye aún en la historiografía
por medio de dos modalidades. Una, directa, es la que pone la
nación al comienzo. Otra, indirecta, es la que, aun habiendo co­
rregido tal error de percepción, continúa sin embargo domina­

— 20 —
N ación y E stado

da por la preocupación de la génesis de la nación, de manera tal


que toda la historia anterior a su constitución se conforma
Ideológicam ente en función de explicarla. Y, de tal modo, per­
manece en un mundo de “protonacionalism os”, de “anticipa­
ciones” o de “demoras”, de tendencias favorables o de obstácu­
los a su emergencia.

3. Una forma que asume esta perspectiva es la de inter­


pretar todo sentimiento de identidad colectiva, aun en épocas
tan remotas como el siglo XVI, como manifestaciones o antici­
paciones de las identidades nacionales del siglo XIX. Nos pare­
ce que datar así la génesis de los sentimientos de nacionalidad
equivale a confundir la ficción del Estado contemporáneo, im­
plícita en el principio de las nacionalidades, de estar fundado
sobre una nacionalidad, con los sentimientos de identidad co­
lectiva que siempre han existido en la Historia y que, entre los
siglos XVI y XVIII, se daban en comunidades políticas sin pre­
tensiones de independencia soberana, tales como las ciudades,
“provincias” y “reinos” que integraban las monarquías europeas.
Al hacerlo así, se admite implícitamente que la identidad
nacional actual, contraparte de un Estado nacional, no es una
construcción de base política sino un sentimiento reflejo de una
supuesta homogeneidad étnica. Homogeneidad que, como la
historiografía de las últimas décadas ha mostrado, tanto para
la historia europea como americana, no es sino otro caso de “in­
vención de tradiciones”, pues no existía en la amplia mayoría
de las actuales naciones. •

4. Otro de los anacronismos que perturba fuertemente la


comprensión del carácter de las unidades políticas soberanas
emergentes de las independencias es nuestra tendencia a redu­
cir la variedad de esas “soberanías” a la dicotomía Estado inde­
pendiente/colonia, con alguna admisión de situación interme­
dia en términos de “dependencia”. Esta composición de lugar,
que refleja aproximadamente la realidad internacional contem­
poránea, no se ajusta al abigarrado panorama de entidades so­
beranas que recorre los siglos XVI a XVIII y que aún se prolon­
ga en el XIX. Como observa un historiador del pensamiento
político moderno respecto de la peculiaridad de la vida política
alemana en el siglo XVII, la multitud de entidades políticas so­
beranas es sorprendente para quienes estamos acostumbrados

21
Josí, C aki.os C h ia k a m o n tk

a la imagen de los grandes Estados dinásticos de la Europa oc­


cidental, y constituye una circunstancia que torna más sugesti­
va las concepciones políticas relativas a “sociedades políticas
de dimensiones reducidas” propias de aquella región europea
—aunque en realidad, en mayor o menor medida, no privativas
de ella— .4 Rasgos que tienen un también sorprendente reflejo
en la dimensión mínima de una república soberana que esta­
blecía Bodino y que comentamos más adelante, en el capítulo
primero: un mínimo de tres familias, compuestas éstas con un
mínimo de cinco personas bastan para definir un Estado sobe­
rano...5
Es de notar también, al respecto, que al recordar que en
tiem pos de las independencias se consideraban como sinóni­
mos los conceptos de Estado y nación, podemos sentir extrañe-
za, y malinterpretar el sentido de época de esos términos, por
proyección inconsciente de nuestra experiencia actual respecto
de la noción de Estado. En el uso de ese entonces, al asimilar
nación y Estado, éste no era visto como un conjunto institucio­
nal complejo, tal como se refleja, por ejemplo, en la expresión
relativamente reciente de “aparato” estatal, sino que “Estado”
—o “república”— eran vistos como conjuntos humanos con un
cierto orden y una cierta modalidad de mando y obediencia,
criterio que hacía posible asimilar ambos conceptos.
Este tipo de observaciones resulta doblemente sugestivo
por cuanto ilustra no sólo sobre un mundo político de muy va­
riadas manifestaciones de autonomía, sino también sobre una
realidad en la que las unidades políticas con mayor o menor
carácter soberano pueden ser, efectivamente, de dimensiones
muy reducidas. Se trata de una característica que resultará casi
inviable en las condiciones internacionales de los siglos XIX y
XX, pero aún presente en el escenario político abierto por las
independencias iberoamericanas, cuando “provincias” de diver­
sa magnitud, frecuentemente compuestas de una ciudad y un
territorio rural bajo su jurisdicción, se proclamaron Estados so­
beranos e independientes, manteniendo tal pretensión de in­
dependencia soberana con suerte diversa. Pues, bajo la infruc­
tuosa tentativa de los Borbones españoles de unificar política­
mente la monarquía, habían seguido presentes en la estructura
política hispana los remanentes de esa variedad de poderes in­
term edios condenados por los teóricos del Estado moderno
como fuente de anarquía, que afloraron luego en sus colonias

— 22 —
N a c i A n v E s t a d o iín I h i í k o a m é k i c a

en las primeras décadas del siglo XIX y que hacían escribir en


Buenos Aires a un indignado prosélito del Estado unitario que
los partidarios de la confederación pretendían que “la repúbli­
ca federativa se componga de tantas partes integrantes cuantas
ciudades y villas tiene el país, por miserables que sean”, y “que
cada pueblo, en donde hay municipalidad, aunque no tenga cin­
cuenta vecinos sea una provincia y un Estado independiente”.6

5. Pese a la reciente crítica al “modernismo” —que exami­


namos en el capítulo I—, la mayoría de historiadores y científi­
cos sociales ha considerado que la emergencia de la nación como
fundamento y/o correlato de los Estados nacionales y del na­
cionalismo son un fenómeno moderno, que nace en las postri­
merías del siglo XVIII. Un fenómeno que, en sus orígenes, apa­
recía como popular y democrático, opuesto a las aún vivas ma-
nifestacioneiliel feudalismo —fuese en las variadas formas de
particularismos, fuese en las opresivas prácticas de despotis­
mo—, y tendiente a la organización de más amplios ámbitos
políticos y económicos unificados sobre la base de la doctrina
de la soberanía popular.7
En este desarrollo, la noción de nacionalidad como fun­
damento de la legitimidad de los nuevos Estados cumplió un
papel esencial. Una de las más influyentes concepciones de la
nacionalidad —desarrollada a partir de criterios que general­
mente se remiten a Herder, y de allí, a través de Fichte, a un
más amplio escenario europeo— la vinculaba a niveles afectivos
de la conducta humana, en oposición al énfasis racionalista de
la cultura de la Ilustración, y tendía a sustituir con esa nueva
noción el papel que la de contrato había cumplido hasta enton­
ces en la fundamentación teórica de la legitimidad de los Esta­
dos. Mientras otra corriente, que generalmente se considera
enraizada en la Revolución Francesa, haría posteriormente de
la nacionalidad un concepto compatible con el supuesto con-
tractualista de la génesis de la nación.
Sin embargo, en la explosión nacionalista de fines del si­
glo XIX en adelante, con su secuela de conflictos y guerras en
amplia escala, el concepto de la nacionalidad se plegaría en la
práctica a la modalidad adversa al racionalismo. De esta mane­
ra, la idea de nacionalidad se superpondría a la diversidad de
intereses de cada sociedad nacional, esa diversidad que la no­
ción de contrato permitía admitir y, al menos en teoría, con

— 23 —
J osé C a r i.o s C iiiar am o n te

atención a los intereses de las partes. Y asociada a otro concep­


to, el de pueblo, que con su amplitud de cobertura social tam­
bién parecía atenuar esa diversidad de intereses, y que adquiri­
ría una útil funcionalidad para el ejercicio de la hegemonía po­
lítica de los sectores de mayor peso dentro de cada país.

6. En esta perspectiva, tanto los denominados “moder­


nistas” (Kedourie, Gellner, Hobsbawm) como sus críticos re­
cientes (Greenfeld, Hastings)8 asumen que el término nación
refiere al fenómeno correspondiente a los Estados nacionales
del mundo contemporáneo. Así, paradójicamente, los críticos
del modernismo están también atrapados en la reducción “mo­
dernista” del concepto de la nación: pues cuando intentan lle­
var los orígenes de las naciones a la Edad Media, están refirién­
dose a esa nación de los modernistas, cuyo correlato indiso-
ciable, actual o virtual, es el Estado contemporáneo.
Efectivamente. Si lo que estamos considerando es el fenó­
meno histórico del Estado nacional, se admite entonces la deli­
mitación cronológica efectuada por Hobsbawm y otros, que ciñe
el análisis a un lapso que va de la Revolución Francesa hacia
adelante. Pero si lo que estamos tratando de entender es qué es
lo que los hombres han denominado nación, entonces el análi­
sis debe remontarse a la Antigüedad. Y no de un modo, frecuente
en los exponentes de ambas posturas, que reduce la diferencia
de sentidos a un mero prólogo filológico, a la manera de una
revisión de los usos de ese término en la historia, sino aten­
diendo a que sus distintas modalidades pueden entenderse, de
otra manera, como correspondiendo a diversas formas de aso­
ciación humana, cuyas sustanciales diferencias históricas resul­
tan encubiertas por un término equívoco, el de nación.
Podemos considerar entonces que la mayoría de la biblio­
grafía dedicada al tema en las últimas décadas ha abordado la
historia de la nación como un correlato del problema del na­
cionalism o contemporáneo. Es decir, una historia del término
nación fuertemente deformada por la proyección de preocupa­
ciones políticas actuales. Otro caso del riesgo del anacronismo
que acecha a los historiadores, que curiosamente se da entre
quienes suelen manifestar explícitos alertas por el riesgo de los
anacronismos.
Con otra perspectiva historiográfica, en cambio, cobran
mayor relieve conceptos de nación que, como el predominante

— 24 —
N ación v E stado k

en el siglo XVIII y prolongado aun en la primera mitad del XIX,


llevan consigo otras características y nos generan otros inte­
rrogantes. Como el que surge de la sorprendente utilización con
contenido político del término nación, despojado de toda refe­
rencia étnica, en el siglo XVIII y vigente en tiempos de las inde­
pendencias iberoamericanas.

7. Por eso, entendemos que, una vez despejada la equívo­


ca cuestión de la nacionalidad, una mejor alternativa consiste
en reexaminar los testimonios de los protagonistas de la histo­
ria de esa etapa para contribuir a aclarar cuáles eran realmente
las entidades políticas que cubrieron el vacío de la desapareci­
da monarquía, y cuáles sus fundamentos doctrinarios. Con tal
propósito fueron elaborados los trabajos que forman este libro,
algunos publicados, otros inéditos, en los que el interés predo­
minante es el de examinar la función del derecho natural y de
gentes como sustento de las relaciones sociales y políticas del
período.

25 -
II. MUTACIONES DEL CONCEPTO DE NACIÓN
DURANTE EL SIGLO X V IIIY LA PRIMERA
MITAD DEL XIX

El propósito de este trabajo es analizar ciertos cambios en


el uso del término nación en un lapso que va de mediados de
los siglos XVIII a XIX. Este objetivo responde a la preocupa­
ción de aclararnos las modalidades con que los independentis-
tas iberoamericanos utilizaban esos conceptos durante el pro­
ceso de construcción de las nuevas entidades políticas que su­
cederían al colapso de las metrópolis ibéricas.
Al respecto, una de las primeras advertencias que necesi­
tamos efectuar es la de destacar el sustrato iusnaturalista del
vocabulario político del siglo XVIII. Sucede habitualmente que
al considerar en forma global los rasgos más destacados del lla ­
mado siglo de las luces, se incluye entre ellos, como un compo­
nente más, el derecho natural. De esta manera, la compleja re­
lación entre el iusnaturalismo moderno y la denominada filo­
sofía de la Ilustración se desdibuja y hasta se llega a invertir al
convertirse el iusnaturalismo sólo en un capítulo de la Ilustra­
ción. La consecuencia es algo que no resulta totalmente ajeno a
la naturaleza del pensamiento de aquella época, pero que al no
percibir el carácter del derecho natural y de gentes como fun­
damento del pensam iento político del siglo XVIII — asunto que
consideramos más detenidamente en el capítulo III— impide
una mejor comprensión de un conjunto de problemas, entre
ellos, el que nos ocupa en estas páginas. Un necesario requisito
previo a lo que vamos a considerar, por lo tanto, es el de tener
en cuenta el señalado sustrato iusnaturalista del vocabulario
político dieciochesco al ocuparnos de los usos de época de tér­
minos como los de nación y Estado.
Por otra parte, debemos también advertir que no es nues­
tra intención pasar revista a la ya más que copiosa bibliografía
relativa a los temas de la nación y del nacionalismo, objetivo
que excedería en mucho las posibilidades de estas páginas, sino
tomar de ella algunas de las sugerencias que nos parecen más
útiles para aclarar, ya sea aquellos usos, ya sea su mala inter­

— 27 —
■Josfi C a ri. os C iiia ra m o n tk

pretación por los efectos de una proyección anacrónica de nues­


tras preocupaciones actuales sobre el vocabulario político de
otras épocas.
En buena medida, esos efectos provienen de la influencia
del nacionalismo en la labor de los historiadores. Aunque el na­
cionalismo ha tenido en los siglos XIX y XX caracteres diversos
y hasta antagónicos, el uso habitual del término lo asocia a sus
manifestaciones más conservadoras, más “de derechas”. Sin
embargo, además de que la diversidad de sentidos de términos
como nación y nacionalidad se ha reflejado también en el con­
cepto del nacionalismo,' éste ha poseído variantes ajenas a la
agresividad de aquellas manifestaciones que parten de la pre­
eminencia de la propia nación en forma exclusiva e intolerante
respecto de las otras. Variantes relativas tanto a la forma de
concebir la relación individual o grupal con la nación, así como
a la relación de la nación propia con otras naciones.
El nacionalismo ha tenido y tiene así versiones compati­
bles con el supuesto de una relación armónica con otras nacio­
nes. Por ejemplo, la mayoría de los historiadores que han re­
flexionado sobre los motivos de su labor profesional le atribuye
a la disciplina de la Historia aplicada al pasado de su país un
objetivo definido en términos nacionalistas, sin que ello impli­
que un criterio de intolerancia hacia otras naciones:

“La historia nacional — escrib ía el célebre h isto riad or fran cés


A gustín T h ie rry — es para todos lo s hom bres del m ism o país una
especie de propiedad com ún; es una porción del patrim onio ge­
neral que cada generación que desaparece lega a la que la reem ­
plaza; ninguna debe tran sm itirla tal com o la recibió sino que to­
das tienen el deber de agregar algo de certidum bre y claridad. Esos
progresos no son solam en te una obra literaria n oble y gloriosa;
dan b ajo ciertos aspectos la m edida de la vid a social en un pueblo
civilizad o, porque las sociedades hum anas no viven únicam ente
en el presente y les im porta saber de dónde vienen para que pue­
dan ve r adonde van. ¿De dónde venim os? ¿A d on de vam os? Esos
dos grandes interrogantes, el pasado y el porvenir político, nos
preocupan ahora y, al p arecer, en el m ism o grad o...”2

Este tipo de nacionalismo —en cuanto asigna a la Historia


una misión superior a la de una rama del conocimiento huma­
no, en forma de un particular servicio a la nación a que perte­

— 28 —
N a c ió n y K st a d o un I h u k o a m ír ic a

nece el historiador—, que incluso puede ignorar o rechazar la


aplicación del término, no es pensado como opuesto a una rela­
ción armoniosa entre diferentes naciones. Pero aun así, es líci­
to inferir que, desde una perspectiva como la de Thierry, aún
viva en nuestro tiempo, las posibilidades de estudiar adecuada­
mente el fenómeno histórico de las naciones se hayan visto fuer­
temente limitadas por la naturaleza de tales presupuestos. Por­
que no es posible desconocer que, tal como lo comentamos al
comienzo del tercer capítulo de este libro, la puesta de la Histo­
ria al servicio del interés nacional es fuente de prejuicios para
la investigación histórica. Si el conocimiento científico se ca­
racteriza, entre otras cosas, por ser incompatible con prejui­
cios, es decir, por la búsqueda de conocimientos “que no resul­
tan ni de convenciones arbitrarias, ni de gustos o intereses in­
dividuales que les son com unes...”,3 la supeditación de nuestra
disciplina al sentimiento nacional, una ya vieja herencia del si­
glo XIX, es un evidente condicionamiento del saber incompati­
ble con el mismo. Se trata de una colisión de intereses que en la
cultura contem poránea no ha sido todavía bien resuelta. De
manera que, podemos observar, el nacionalismo une, a sus no­
torios efectos de diverso tipo en las sociedades contemporáneas,
un efecto “científico” no tan visible pero de profundo y no loa­
ble impacto en la labor de los historiadores.
Es cierto que en la actualidad, al mismo tiempo que diver­
sos escenarios políticos muestran un recrudecimiento de las for­
mas más intolerantes y agresivas del nacionalismo, el fuerte
proceso de interrelación entre los pueblos que se observa desde
lo cultural hasta lo económico no ha podido menos que variar
los presupuestos que condicionan la labor de los historiadores,
contribuyendo a un útil distanciamiento crítico respecto de la
naturaleza del fenómeno. Así, diversos aspectos vinculados con
la historia de las naciones contemporáneas son abordados, cada
vez más, por trabajos de diversas disciplinas desde la perspec­
tiva de despojar al concepto de nación y de nacionalidad de su
presunto carácter natural —uno de los presupuestos más sus­
tanciales a diversas manifestaciones del nacionalism o— para
instalarse en el criterio de su artificialidad, esto es, de ser efec­
to de una construcción histórica o “invención”. “Las naciones
no son algo natural... —escribía Ernest Gellner—, ...y los esta­
dos nacionales no han sido tampoco el evidente destino final
de los grupos étnicos o culturales.”4

— 29 —
Josf. C a r i .o s C iiiar am o n ti;

Sin embargo, con el criterio d é la formación de las nacio­


nes contemporáneas a partir de sentimientos de nacionalidad,
los supuestos derivados del nacionalismo no han desaparecido
y condicionan todavía el estudio de los problemas relativos a la
historia de la emergencia de esas naciones, en especial por me­
dio del tan generalizado como indiscriminado uso del concepto
de identidad, del que nos ocupamos en el capítulo III. Entre
esos problemas, nos interesa considerar aquí el significado que
poseía el concepto de nación en tiempos de las independencias
de las colonias hispanas y portuguesas, asunto de particular uti­
lidad para comprender mejor el proceso de formación de las
naciones iberoamericanas. Se trata de un camino distinto del
que comienza con una previa definición de nación, un punto de
partida éste —del que nos ocupamos más adelante— que encie­
rra el análisis en una visión apriorística de la historia de las
naciones. Esto es, un condicionamiento que no ayuda a com­
prender la sustancia de lo que los protagonistas de cada mo­
m ento entendían al utilizar el concepto ni, asimismo, las diver­
sas modalidades de los conglomerados humanos y/u organis­
mos políticos que en cada momento fueron considerados como
naciones. Por consiguiente, partimos del criterio de que las de­
finiciones no son un buen comienzo para el estudio de un pro­
blema y que, por el contrario, suelen entorpecer la investiga­
ción. Sobre todo, cuando se trata de conceptos tan amplios y
sometidos a tal diversidad de interpretaciones por los especia­
listas de las distintas disciplinas que le conciernen, como el con­
cepto de nación. Esto que estoy observando no es una novedad,
ni tampoco limita su validez a las disciplinas humanísticas ni a
las ciencias sociales.5 Pero nos parece necesario advertirlo aquí
para dejar en claro que este trabajo no intentará discutir la va­
lidez de diversas definiciones de nación, ni, mucho menos, bus­
cará proponer alguna otra.
Entre los problemas que suelen abordarse en los intentos
de lograr definir lo que es una nación existe uno que va mucho
más allá de ese propósito y que no podremos eludir. Nos referi­
mos a que, sea en función de lograr una definición o solamente
para establecer lo sucedido en la historia de la génesis de las
naciones contemporáneas, se ha debatido con intensidad si las
naciones tienen o no un origen étnico. Una cuestión central para
uno de los tantos problemas implícitos en la historia contem­
poránea, pero no para este capítulo, para cuyo objetivo ese de­

— 30 —
N a c i ó n v K s t a h o k n I iik

bate sólo será considerado en la medida en que contribuya a


aclararnos el tipo de utilización que del concepto de nación se
hacía en el período que nos ocupa.
Asimismo, también conviene recordar que uno de los mo­
tivos de más fuerte polémica en años recientes ha sido el crite­
rio de rechazar la tesis de los fundamentos étnicos de las nacio­
nes, considerando que ellos no son una realidad sino una in­
vención del nacionalismo, y de sostener, en cambio, que el pro­
ceso de formación de las naciones contemporáneas es efecto de
una serie de factores correspondientes al desarrollo de la socie­
dad moderna. Al criterio de estos autores —Kedourie, Gellner,
Hobsbawm, entre ellos— se enfrenta el de otros, uno de los cua­
les, justamente, ha escogido como título de uno de sus libros,
The Ethnic Origins o f Nations.6 El papel de la etnicidad en la
formación de las naciones es, entonces, algo que se encuentra
en el centro de la cuestión que nos ocupa. Pero, insistamos, el
concepto de etnicidad —entendido en forma amplia, relativa no
sólo a lo racial, sino también a los atributos culturales y socia­
les de un grupo humano— será abordado aquí no tanto como
tema polémico de la historiografía reciente sino como uno de
los indicadores de distintas modalidades, propias del siglo XVIII
y primera mitad del XIX, de concebir el proceso de formación
de las naciones.

i . E l c o n c e p t o d e n a c ió n y
la R e v o l u c ió n F r a n c e s a

Una vez establecidas estas precisiones respecto del voca­


bulario político de la época, tratemos de analizar un generali­
zado equívoco concerniente a la datación del concepto político
de nación, pues de tal manera lograremos no sólo aclararnos el
uso del concepto en tiempos de las independencias, sino tam ­
bién echar luz sobre los fundamentos doctrinarios de la políti­
ca del período.
La primera observación que necesitamos efectuar es apa­
rentemente cronológica, aunque de implicaciones de mayor al­
cance. Se trata de advertir que entre los mejores trabajos apa­
recidos recientemente subyace una confusión respecto de las
relaciones del concepto de nación con la Revolución Francesa.

— 3i —
J osé C a r i .o s C iiiaram onth

Nos referimos al criterio que data en ella la aparición del con­


cepto no étnico de nación; aquel que, a diferencia del sentido
que posee en el principio de las nacionalidades, la concibe como
un conjunto humano unido por lazos políticos, tal como se lo
encuentra en la famosa definición del abate Sieyés que comenta­
mos más adelante. Por ejemplo, leemos en una reciente enci­
clopedia histórica lo siguiente:

“N A TIO N : D esign an t a l ’origin e un grou p e de personn es, unies


par les lien s du sang, de la lan gu e et de la c u ltu re (du la tin natio,
n a tu s) qui, le plus souven t, m ais pas n écessa irem en t, partagen t
le m ém e so l, le co n cep t de n atio n su b it une ra d ic a le tra n s-
form ation au X V IIIe s., plus précisem en t, lo rs d e la R évolu tion
fr a n ija is e . C o n t r a ir e m e n t á la c o n c e p t io n de l ’ é p o q u e
prérévolutionaire ou plusiers nations pouvaient encore cohabiter
dans un m ém e espace étatique, la nation s ’identifia á l ’État: c’est
la n aissan ce de l ’É tat-n ation . On com prend done pou rq u oi la
R é v o lu tio n fran ija ise c o n s titu e une im p o rta n te c é su re dans
l ’h isto ire du concep t et pou rq u oi l ’in térét porté á l ’étu de de la
n ation reste largem en t si trib u ta ire de l ’esp rit de 1789.”7 [sub­
rayad o nuestro]

Confirmando el juicio de que el concepto nuevo nace con la


revolución, el autor de este artículo cita la definición de Sieyés
como la primera manifestación, y la de Renán como la segunda,
de “la conception proprement moderne de la nation, entendre
de l’État-nation”.8 Este punto de vista es, como ya señalamos, de
amplia difusión. Y en ocasiones, suele ir unido al concepto de un
nexo entre esa idea de nación y el ascenso de la burguesía.9
Es posible interpretar que la dominante preocupación por
el nacionalismo en la historiografía europea ha llevado a super­
poner la historia del movimiento de expansión de los Estados
nacionales a la historia de los conceptos sustanciales al nacio­
nalismo, como el de nación. Ya se observaba esto en el enfoque
de uno de sus más notorios historiadores, Hans Kohn, que pese
a advertir que el nacionalismo no nace en la Revolución Fran­
cesa, data en ella el comienzo de su primera etapa. Como tam­
bién en el de uno de los más recientes, Benedict Anderson, cuyo
punto de partida es que la nacionalidad y el nacionalismo son
artefactos culturales de una naturaleza peculiar, creados hacia
el fin del siglo XVIII.10 Y, asimismo, un criterio similar se pue­

— 32 —
N a c i ó n y U n t a d o k. n I i i i í k o a m í í k i c a

de observar incluso en el notable texto de Hobsbawm, Nations


and nationalism since 1780..., en el que el nuevo concepto es
asociado a las revoluciones norteamericana y francesa.11
Sucede que, en realidad, mucho antes de la Revolución
Francesa, el concepto de nación como referencia a un grupo hu­
mano unido por los lazos de su comunidad política había hecho
su aparición en obras de amplia difusión en los ámbitos cultu­
rales alemán y francés, y también en autores políticos españo­
les. Veamos esto con cuidado, porque no se trata de una simple
corrección cronológica sino que entraña problemas de mayor
envergadura.
En primer lugar, respecto de la España del siglo XVII, ob­
serva Margyall que mientras, por un lado, se usaba el concepto
de nación “a la manera antigua” aplicándolo a gente de un mis­
mo origen étnico, por otro todavía se estaba lejos del principio
de las nacionalidades y, en cambio, se entendía que lo que daba
carácter de pueblo a un grupo humano era su dependencia de
un mismo gobierno:

“...en rig o r, lo que hace que u n grupo hu m ano sea con sid erad o
com o un pueblo, y com o tal dotad o de un p rivativo carácter, es
ju sta m en te la d ep en den cia de un m ism o p o d er.” En d efin itiva,
“ ...es el Príncipe el que fu n d e en real u n id ad a los m iem bros de
una República. Sólo la R epública con un Príncipe form a un cuer­
po, y entonces, de la m ism a m anera que aparece el Estado, apa­
rece un p u e b lo .”12

Esta característica de considerar que lo que une a los miem­


bros de una “república” —esto es, un Estado en lenguaje poste­
rior— en una comunidad es el carácter de su dependencia polí­
tica, no había ido unida, en los testimonios que recoge Maravall,
al concepto de nación, el que era reservado para un uso a la
antigua (aquel que no incluye la nota de existencia estatal inde­
pendiente).
Sin embargo, esta escisión entre las nociones de Estado y
nación va a desaparecer cuando surja —al menos ya en la pri­
mera mitad del siglo XVIII— la luego predominante sinonimia
de ambos términos. Pero una sinonimia que asimila nación a
Estado, y no a la inversa. Es decir, que despoja al concepto de
nación de su antiguo contenido étnico.
Este despojo del sentido étnico del concepto de nación se

— 33 —
J o sé C arlos C iiiaram o ntk

registra en autores iusnaturalistas durante el siglo XVIII. Cuan­


do afirmábamos que el sentido solamente político del concepto
de nación es anterior a la Revolución Francesa, nos referíamos,
por ejemplo, a su presencia, a mediados de aquella centuria, en
la obra del suizo Emer de Vattel (1714-1767), uno de los autores
de mayor peso entonces y cuya influencia se extenderá bien
entrado el siglo XIX. Vattel escribía en 1758 en forma que mues­
tra claramente la referida sinonimia:

“L as naciones o estad os son unos cuerpos po líticos, o so cied a ­


des de h om b res reunidos con el fin de p ro cu ra r su conservación
y ven taja, m ediante la un ión de sus fu erza s.” 13

Más aún, antes de Vattel, en la primera mitad del siglo


XVIII, se encuentra este concepto no étnico de nación en la obra
de su maestro, Christian Wolff. Así, cuando en el Prólogo a su
tratado, Vattel cita in extenso un texto de Wolff, en el que se
encuentra el término nación, se considera obligado a aclarar
en nota a pie de página que “Une nation est ici un État souverain,
une société politique indépendente.”14
Pero no solamente en Vattel, cuya amplia influencia tanto
en Europa como en Am érica ha sido casi olvidada, registramos
tal tipo de criterio. En el mismo sentido, podemos leer en la
Encyclopédie, en uno de sus tomos publicado en 1765:

“N atio n . M o t c o lle c tif d o n t on fa it u sa g e p o u r ex p rim er une


q uan tité considérable de peuple, q u i habite un e certain e étendue
de pays, ren fe rm é e d an s de certain es lim ites, et qu i o b éit au
m ém e go u vern em en t.”15

Es de notar, respecto de este texto, que la ausencia de la


idea de etnicidad en el concepto de lo que es una nación se veri­
fica además porque uno de los rasgos habitualmente incluidos
en la etnicidad, la peculiaridad de carácter de un pueblo, es co­
mentada a continuación en form a accesoria:

“C h aqu é n a tio n a son caractére particu lier: c’est une esp éce de
proverbe que de d ire, lé g e r com m e un fran^ois, ja lo u x com m e
un italien, grave com m e un espagnol, m échant com m e un anglais,
fier comme un écossais, ivrogn e com m e un allem an d , paresseu x
com m e un irla n d a is, fou rbe com m e un grec, E tc.”

— 34
N a c i O n y E n t a p o ün I iiiíroamiírica

Asimismo, pero más lacónicamente, se observa similar


concepto en la segunda de las tres definiciones contenidas en la
primera edición del Diccionario de la Real Academ ia Española
(1723-1726): “Nación [...] La colección de los habitadores en
alguna Provincia, País o Reino”.16 Criterio de alguna manera
sim ila r al que tiem p o an tes re fle ja b a el D iccio n a rio de
Covarrubias: “NACION, del nombre Lat. natio.is. vale Reyno, o
Provincia estendida; como la nación Española.”17
También en Inglaterra, en el siglo XVIII, aunque el térm i­
no conservaba el antiguo sentido indefinido que refiere a las
naciones en general, predom inaba su uso “p olítico”.18 Pero,
mientras que al igual que en la literatura francesa e inglesa, tam ­
bién en lengua castellana se registra un difundido uso no étni­
co de la voz nación,19 no ocurriría lo mismo en tierras de len­
gua alemana, donde el concepto “político” era raro y, en cam ­
bio, predominaba el uso antiguo del término.20
Si bien podría parecer que estamos confundiendo dos con­
ceptos de nación, el que lo hace sinónimo de Estado y el que lo
refiere a un conjunto humano que comparte gobierno y territo­
rio comunes, la definición de Estado que encontramos en la
Encyclopédie revela que en el uso de época su referencia es
tam bién a un conjunto hum ano. En efecto, leem os en la
Encyclopédie una definición de Estado sustancialmente idén­
tica a la de nación:

“E TA T s.m. (D roit polit.) term e générique qui désigne une société


d ’hom m es v iv a n t ensem ble sous un gou vern em en t quelconque,
h eu reu x ou m alheureux.
De cette m aniére l ’on p eu t d éfin ir l ’éta t, u n e société c iv ile p ar
laq u elle u n e m u ltitu d e d ’h om m es son t u n is en sem b le sous la
d ép en dan ce d ’un sou verain , po u r jo u ir p ar sa p rotection et p a r
ses soins, de la sü reté et du b on h eu r qui m anquen t d a n s l’é tat de
n atu re.”21

De manera que la aparente incongruencia, en el uso del


siglo XVIII, de sustentar a la vez una sinonimia de nación y Esta­
do, y a la vez considerar la nación como un conjunto humano
unido por un mismo gobierno y leyes, no sería tal, cuando el
Estado era pensado aún como un conjunto de gente y no de ins­
tituciones.

— 35 —
J osé C a r i .o s C iiiakam on tk

El abandono del contenido étnico del término nación se


percibe en otros textos, como en la traducción española de
Heineccio, especialista en derecho romano pero, asimismo, au­
tor de un manual de derecho natural y de gentes publicado en
Halle en 1738, el que tuvo amplia difusión en territorios de la
España borbónica en ediciones expurgadas de los párrafos con­
siderados inconvenientes para la Iglesia o la monarquía. Es fá­
cilmente perceptible en la edición bilingüe de Heineccio cómo
la palabra nación sirve para traducir distintas palabras latinas:
respublica, gentes. Es de notar también que la noción de repú­
blica es equivalente a la de sociedad civil (no ocurre lo mismo
en Wolff) y es definida de manera similar a la definición “polí­
tica” de nación:

“la so cied a d civ il o rep ú blica , que no es otra cosa que una m u lti­
tud de hom bres asociada bajo ciertas leyes por causa de su segu ­
ridad, y a las órd en es de un gefe com ún que la m an d a.”22

En cuanto a la sinonimia de nación, podemos observar al­


gunas muestras como las que siguen:

“ Q uod reip u b lica e u tile e s t, id et s o c iis fo ie d e r a s tiq u e illu is


r eip u b lic a e p r o d e s t...” / “Lo que es ú til a una nación, lo es tam ­
bién a los con fed erad os de e lla ...”
“ ...quoia fo e d u s est liberarum g en tiu m vel rerum plublicarum
co n v en tio ...” / “ ...supuesto que la alian za es un conven io de las
n aciones o estad os lib r e s ”
“ ...pactum , quo b ella in te r g e n te sfin iu n tu r ...” / “ ...el pacto por
el que se co n clu yen las gu erras en tre las n acio n e s...”23

Pero quizá sea más ilustrativo de esta sinonimia observar


cómo una misma definición es utilizada como predicado de esos
diversos sujetos (nación, Estado, “una soberanía”...). Por ejem­
plo, la que transcribimos más arriba como definición de “socie­
dad civil o república” (“una multitud de hombres asociada bajo
ciertas leyes por causa de su seguridad, y a las órdenes de un
gefe común que la manda”), la podemos encontrar también, con
variantes no sustanciales para nuestro asunto, aplicada al ex­
presivo concepto de “una soberanía” en la Constitución vene­
zolana de 1811: “Una sociedad de hombres reunidos bajo unas
mismas leyes, costumbres y Gobierno forma una soberanía”.24

— 36 —
N a c i ó n v Un t a d o k n I b e r o a m é r i c a

Se percibe fácilmente que hay dos cosas notables aquí: una, el


señalado uso del concepto soberanía como designación del su­
jeto político colectivo que puede ser una ciudad o una provin­
cia. Otra es que la definición de soberanía que comporta el artí­
culo es idéntica a la definición que predomina en la época del
concepto de nación.
En síntesis, el siglo XVIII nos ofrece un uso doble del tér­
mino nación: el antiguo, de contenido étnico, y el que podemos
llam ar político, presente en la tratadística del derecho natural
moderno y difundida por su intermedio en el lenguaje de la épo­
ca. En este punto hemos rehuido la tradicional simplificación
que reducía la cuestión a la coexistencia de una “concepción
alemana” y una “concepción francesa” de la nacionalidad, pues
este criterio oculta, mediante un esquema sim plificador, las
raíces históricas de los diversos enfoques sobre la nación.25
Por otra parte, el concepto de nación como comprensivo
de los individuos de un Estado, se halla ya, antes de 1789, en
los escritos de los promotores de lo que habría de ser la Consti­
tución de Filadelfia. Cuando intentaban explicar la naturaleza
del tipo de gobierno que proponían, argüían que, según sus fun­
dam entos, éste sería “fe d e ra l” y no “n a c io n a l” [esto es,
confederal y no federal, en lenguaje actual], dado que la ratifi­
cación de la nueva Constitución no provendría de los ciudada­
nos norteamericanos en cuanto tales, sino de los pueblos de cada
estado. Es decir, por el pueblo, “...no como individuos que inte­
gran una sola nación, sino como componentes de los varios Es­
tados, independientes entre sí, a los que respectivamente per­
tenecen”. De manera que, comentan con significativo lenguaje,
el acto que instaurará la Constitución “no será un acto nacio­
nal, sino federaF . Y, al explicar la diferencia entre ambos con­
ceptos, declaraban que un rasgo sustancial del carácter nacio­
nal consistía en la jurisdicción directa del gobierno sobre cada
uno de los individuos que integran el conjunto de los Estados.
Así, escribían:

“ ...L a d iferen cia e n tre un gobiern o fed eral y o tro n acion al, en lo
que se refiere a la a ctu ació n del g obierno, se con sid era que es­
trib a en que en el prim ero los poderes actúan sob re los cuerpos
p o líticos que integran la C on fed eración , en su calidad política; y
en el segun do, sobre los ciu dad anos in d ivid u ales que com ponen
la n ación , con sid erad os como tales in d ivid u o s.”

— 37 —
Josfi C a k i .o s C u ia r a m ü n t k

Se infiere así que la nación está definida por el tipo de lazo


que une a los individuos del conjunto de los estados y que, al
mismo tiempo, los une al gobierno.26
Quisiéramos agregar una última observación en este pa­
rágrafo respecto de una diferencia, sustancial para otro objeto
pero no para el de esta discusión, entre las diversas concepcio­
nes “políticas” de nación. Pues, así como la que acabamos de
citar de E l Federalista, refiere nación a un conjunto de indivi­
duos, los que forman una ciudadanía en el sentido contempo­
ráneo del término, otras, como las de la Gazeta de Buenos Ayres
en 1815 (“Una nación no es más que la reunión de muchos Pue­
blos y Provincias sujetas a un mismo gobierno central, y a unas
mismas leyes...”), refieren nación a un conjunto de entidades
corporativas, “pueblos” y “provincias”.27 Una yuxtaposición de
estos dos criterios se puede encontrar, con ese eclecticismo tan
difundido en la literatura política iberoamericana, en el siguien­
te texto de un líder de la independencia guatemalteca, José
Cecilio del Valle, quien, para fundar los “títulos de Guatemala a
su justa independencia” manifestaba, en un proyecto de Ley
Fundamental, que

“ ...quería que subien do al origen de las sociedades se p u siese la


b ase prim era de que tod as son reu niones de in d ivid u o s que li­
b rem en te quieren form arlas; que pasando d espués a las n acio ­
nes se m a n ifestase que éstas son sociedades de provin cias que
p o r vo lu n ta d esp o n tá n ea han d ecid ido com poner un tod o p o líti-

2 . R e sp e c t o d e lo s u s o s d el t é r m in o n a c ió n en lo s
SIGLOS XVIII Y XIX

Los citados argumentos de Hobsbawm motivan dos dis­


tintas observaciones. Una es que en su interpretación se subra­
ya muy acertadamente que el concepto de nación prevaleciente
durante el tránsito del siglo XVIII al XIX no incluía nota algu­
na de etnicidad. Se trata de algo de fundamental importancia
para poder comprender mejor qué entendían estar haciendo,
por ejemplo, los independentistas iberoamericanos al propo­
nérsela construcción de nuevas naciones —las que, además, mal

38 —
N a c i ó n y Lí s t a d o u n I h k r o a m é r i c a

podían estar basadas en nacionalidades aún inexistentes— dada


la general vigencia en Iberoamérica de un concepto de nación
ajeno a toda nota de etnicidad, tal como se desprende de los
testimonios que consideramos en los capítulos siguientes.
Según Hobsbawm, el concepto de nación que habría sur­
gido de la Revolución Francesa igualaba “el pueblo” y el Esta­
do. La nación así entendida devino prontamente en la que, en
el lenguaje francés, era “una e indivisible”. Esto es, el cuerpo de
ciudadanos cuya soberanía colectiva lo constituía en un Estado
que era su expresión política.29 Señala también que esto dice
poco sobre qué es un pueblo desde el punto de vista de la nacio­
nalidad y que en particular no hay conexión lógica entre el cuer­
po de ciudadanos de un Estado territorial, por un lado, y la iden­
tificación de una nación sobre fundamentos lingüísticos, étnicos
o de otras características que permitan el reconocimiento de la
pertenencia a un grupo. De hecho, agrega, ha sido señalado que
la Revolución Francesa “era completamente ajena al principio
o sentimiento de nacionalidad; fue incluso hostil a é l”. El len­
guaje tenía poco que ver con la circunstancia de ser francés o
inglés. Y los expertos franceses tuvieron que luchar contra el
intento de hacer del lenguaje hablado un criterio de nacionali­
dad, cuando, argüían, ella era determinada solamente por la
ciudadanía. Los que hablaban alsaciano o gascón también eran
ciudadanos franceses.30
Si la nación tenía algo que ver con el punto de vista popu­
lar revolucionario, agrega Hobsbawm, no era en algún sentido
fundamental por razones de etnicidad, lenguaje u otras sim ila­
res, aunque ellas pudiesen ser signos de pertenencia colectiva
—el uso del lenguaje común constituyó un requisito para la ad­
quisición de la nacionalidad, aunque en teoría no la definía—.31
El grupo étnico era para ellos tan secundario como lo sería lue­
go para los socialistas. Los revolucionarios franceses no tuvie­
ron dificultad en elegir al anglo-americano Thomas Paine para
su Convención Nacional.

“ P or consigu ien te no podem os le e r en el revo lu cion ario [térm i­


no] nación nada com o el p o sterior program a n acion alista de es­
ta b lecim ien to de E stado s-n acio n es para conju n tos d efin idos en
té rm in o s de los criterios ta n calu rosam ente debatidos p o r los
teóricos d ecim on ó n icos, tales com o etnicidad, len gu aje com ún,
religió n , te rrito rio y m em orias h istó ricas co m u n es...”32

— 39 —
Jos í C a ri. os C iiia ra m o n tií

La otra observación, e n realidad, una objeción, es relativa a


su criterio de que este concepto “político” de nación, el supues­
tamente surgido con la Revolución Francesa, es el primero en
aparecer en la Historia, mientras que el concepto “étnico” apare­
cerá más tarde.33 Es cierto que, al advertir previamente que está
examinando el sentido moderno del término nación desde que
comenzó a ser usado sistemáticamente en relación con el gobier­
no de la sociedad, Hobsbawm se está refiriendo a la nación-Es-
tado del mundo contemporáneo. Y, efectivamente, respecto de
la nación-Estado contemporánea la “definición étnico-lingüísti-
ca”, la del principio de las nacionalidades, es posterior a la sola­
mente política proveniente del siglo XVIII. Pero sucede que esta
limitación nos priva de comprender más adecuadamente el sig­
nificado de las variaciones históricas en el uso del término y, es­
pecialmente, el sentido histórico de una definición no étnica de
nación. Y asimismo, el significado del hecho de que el antiguo
concepto que sumariamente llamamos étnico siguiera en uso
durante los siglos XVIII y XIX, paralelamente al que, también
por economía de lenguaje, hemos denominado político, dato de
la mayor importancia para salir del atolladero en que nos coloca
la ambigüedad del concepto de nación.
Recordemos, al respecto, que tanto en Europa como en Ibe­
roamérica encontramos evidencias de que el criterio étnico de
nación gozaba de amplia difusión en los siglos XVIII y XIX, aun­
que sin la connotación política que adquiriría en el principio de
las nacionalidades. Esto es, para designar conjuntos humanos
distinguibles por algunos rasgos sustanciales de su conforma­
ción, fuese el origen común, la religión, el lenguaje, u otros. Se
trataba, además, de un criterio proveniente del sentido del tér­
mino existente en la Antigüedad —el correspondiente al término
latino, natio-nationis—, de amplísima difusión en tiempos me­
dievales y modernos y aún vigente en la actualidad. Un concepto
que define a las naciones (insistamos, no a la nación-Estado)
como conjuntos humanos unidos por un origen y una cultura
comunes, y que seguía en vigencia —contemporáneamente al nue­
vo concepto político— en los siglos XVIII y XIX. Es el sentido
con que en América, por ejemplo, todavía en el siglo XIX, se dis­
tinguía los grupos de esclavos africanos por “naciones”: la “na­
ción guinea”, la “nación congo”, así como también se lo encuen­
tra aplicado a las diversas “naciones” indígenas.

— 40 —
N a c i ó n y U n t a d o i¡ n I b e r o a m é r i c a

Un clásico ejemplo de este uso, lugar común de los textos


que abordaban el asunto, era el caso de la Grecia antigua, cuyos
habitantes, se argumentaba, estaban dispersos en Estados in­
dependientes pero que poseían una conciencia de su identidad
cultural. Tal como, según hemos recordado en otros trabajos,
se encuentra en los artículos del padre Feijóo en la primera
mitad del siglo XIX, o en la paradigm ática distinción del canó­
nigo Gorriti en el Río de la Plata, cuando en la sesión del 4 de
mayo de 1825 del Congreso Constituyente de 1824—1827 defi­
nía el concepto de nación de dos formas: a) como “gentes que
tienen un mismo origen y un mismo idioma, aunque de ellas se
formen diferentes estados”, y b) “como una sociedad ya consti­
tuida bajo el régimen de un solo gobierno”. Nación en el primer
sentido eran los griegos de la antigüedad o lo es actualmente
toda [Hispano] América, aclaraba, mas no en el segundo, que
era el que correspondía al objetivo del Congreso de crear una
nueva nación rioplatense, luego denominada argentina. Esto es,
lo que se llamaría luego un Estado nacional.34
Respecto de la referida etimología del término nación, con­
viene agregar que en Roma el mismo tuvo diferentes sentidos,
pues podía designar una tribu extranjera, tanto como un pue­
blo, una raza, un tipo humano o una clase.35 Pero, asimismo, el
térm ino era intercam biable con otros, como gens, populus,
civitas y res publica, cada uno de los cuales, por otra parte, tam ­
bién poseía diversos significados y, en su conjunto, podían ser
utilizados para referirse al pueblo o al Estado. Por lo común,
los antiguos romanos llam an a los pueblos y tribus no romanos
“esterae nationes et gentes”. Posteriormente, durante la Edad
Media, en textos latinos, fue usado de manera frecuente en el
sentido antiguo, pero también adquirió otros significados en cir­
cunstancias nuevas.36 Así, los alumnos de las universidades fue­
ron divididos en naciones, y en los concilios de la Iglesia, en los
siglos XIV y XV, sus miembros votaban según naciones, distin­
guidas por su lenguaje común.37
En cuanto a gens, significaba clan y en ocasiones también
algo mayor: la población de una ciudad o un viejo Estado. Pero
en plural, gentes, se aplicaba a los pueblos no romanos, en el
sentido que originalmente tuvo la denominación derecho de
gentes. Posteriormente, fue variando sensiblemente su utiliza­
ción en las lenguas romances. En francés, hacia el siglo VII per­
dió su uso en singular, que lo hacía sinónimo de nation, en be­

— 41 —
J osé C arlos C iu ar am o n tk

neficio de este último término. Leemos así en la Encyclopédie:

“Le m ot g e n s p ris d a n s la s ig n ific a r o n d e n a tio n , se d isa it


au trefois au sin gulier, et se d isa it m ém e il n ’y pas un s ié c le [...]
m ais au jo u rd ’hui il n’est d’u sage au sin gu lier qu en prose o en
poésie b u rlesq u e.”38

Se conservó en cambio en su uso plural para denominar al


derecho de gentes (droit de gens), modalidad que no se obser­
va en el idioma inglés, en el que la denominación utilizada para
designar el derecho de gentes fue law o f nations.39
La equivalencia entre nation y gent se observa claramente
en una edición bilingüe —en el original latín y en francés— de
uno de los tratados sobre derecho natural de Christian Wolff,
autor germano difundido en lengua francesa por la obra de su
divulgador, el suizo Emer de Vattel: “Une multitude d’hommes
associés pour former une société civil s’appelle un peuple, ou
une nation”, se lee en el texto en francés, mientras el original
en latín —que muestra además un uso de populus y gens como
sinónimos— es el siguiente: “Multitudo hominum in civitatem
consociatorum Populus, sive Gens dicitur.”40 La decisión del
traductor francés de verter gens en nation, un término cuyo
más natural equivalente latino natío no es utilizado por Wolff,
es percibida por él como necesitada de una justificación. Ella la
realiza en una nota relativa a su traducción de la expresión “Jus
N aturae ad Gentes applicatum , vocatur Jus gentium ne-
cessarium, vel naturale” como “Le Droit natural appliqué aux
Nations s’appelle le Droit de Gens nécessaire ou naturel.” Al
respecto, escribe a pie de página, en nota correspondiente a un
asterisco puesto luego de la palabra naturel: “Gens est un vieux
mot que signifie Nation, on a conservé ce vieux mot dans cette
expression le Droit de Gens, qu’on peut appeller aussi le Droit
des Nations.”*' Añadamos que, mientras en W olff sociedad ci­
vil y república no son sinónimos sino distintos momentos del
proceso de génesis del Estado, al efectuar su versión, el traduc­
tor trasladó al término francés nation, tanto el rasgo político
de la noción de sociedad civil como también la connotación es­
tatal que derivaba del derecho de gentes; esto es, la connota­
ción política que habría de convertirse en predominante en au­
tores iusnaturalistas del siglo XVIII.
¿Podría estar aquí el motivo del extraño cambio de senti­

— 42 —
N a c i ó n y E s t a d o iín I b i í r o a m é r i c a

do del término nación que se difundirá durante el siglo XVIII?


Más allá de esta cuestión para la que no poseem os información
suficiente y que no es central a nuestro trabajo, lo cierto es que
la modalidad del térm ino en la traducción francesa de W olff
—no así la de Pufendorf cuyo traductor, Barbeyrac, no emplea
el término nation—42 y su reproducción en Vattel le darían una
clara delimitación no étnica que concordaría, por otra parte,
con el rechazo, propio del racionalismo dieciochesco, de los la­
zos grupales como fuente de repudiables sentim ientos de natu­
raleza material, ajenos a los valores morales propios de las con­
cepciones políticas de la época.
Porque, para nuestro objeto, lo más im portante que debe
advertirse en este sumario examen de los usos del término na­
ción es, como escribíamos en un trabajo anterior, que en el lla­
mado concepto “étnico” no se establece una relación necesaria
entre un grupo humano culturalmente distinto y un Estado,
relación que en cambio resultará esencial en el llamado prin­
cipio de las nacionalidades, a partir del comienzo de su difu­
sión en la prim era mitad del siglo XIX. En otros términos, la
diferencia entre ambos conceptos de nación estriba en que sólo
el difundido durante el siglo XVIII, y prevaleciente en tiempo
de las revoluciones norteamericana, francesa e iberoamerica­
nas, correspondía a la existencia política independiente, en for­
ma de Estado, de un grupo humano. M ientras que el otro, el
concepto étnico, a diferencia de lo que ocurrirá más tarde a par­
tir delpríncípío de las nacionalidades, carecía entonces de una
necesaria implicancia política.
Por último, advirtamos que no se nos escapa que la Revo­
lución Francesa comporta, es cierto, una mutación histórica sus­
tancial en Europa en cuanto su papel de difusión del nuevo sen­
tido de la voz nation. Lo que ella divulga, de vastas consecuen­
cias, efectivamente, en la historia contem poránea, no es sólo lo
“político” del término sino también el añadido de lo que ha sido
llamado una nota de alcances constitucionales, que convierte a
la nación en sujeto de imputación de la soberanía. Pero aún esto
está ya anticipado en la obra de Vattel, quien hacía de la nación
la fuente de la soberanía, modificando así, dentro del marco
contractualista que funda su análisis, el “dogm a” de la sobera­
nía popular.43 Vattel prefiere referirse a la “société politique”
entendida como “personne morale”, como el sujeto político que
“confére la souverainité a quelqu’un”, y no al “peuple”, el que,

— 43 —
J osé C arlos C h ia r a m o n t #

en cambio, está contemplado como objeto de la constitución


del Estado: en la “constitution de l’État”, señala, se observa “la
forme souslaquelle la Nation agit en qualité de corps politique”
y cómo “le peuple doit étre gouverné...” La nación es la que con­
fiere el poder al soberano, de manera que

“ ...d even an t ainsi le su je t oú résid en t les o b liga tio n s et les d roits


relatifs au gou vern em en t, c ’est en lui que se trou ve la personn e
m orale q u i, sans cesser a bso lu m en t d ’e x iste r d ans la N ation,
n ’a g it d é so rm a is q u ’en lui et par lu i. T elle est l ’o r ig in e du
c a r a c té r e r e p r é s e n t a t if q u e l ’ on a ttr ib u e au s o u v e r a in . II
rep rése n te sa N atio n dans to u tes le s affaires qu’il p eu t avoir
com m e souverain. [...] le m on arqu e réu n it en sa personne tou te
la m ajesté qui ap p a rtien t au corp s en tier de la N a tio n .”

E insiste más adelante:

“On a vu, au chap itre précéd en t, q u ’il appartien t origin airem en t


a la N ation de c o n fé re r l’au to rité suprém e, de ch oisir celui qui
d oit la go u vern er.”44

3. L a s c r ít ic a s a l “ m o d e r n is m o ” r e s p e c t o d e l
o r ig e n d e l E s t a d o n a c io n a l

La limitación que comportan criterios como los de Gellner


o Hobsbawm al definir a la nación como un fenómeno “m oder­
no” ha merecido otro tipo de objeciones. En este caso, no se
trata de algo relativo a los usos del término nación, tal como
ocurre con nuestras recién apuntadas observaciones, sino al
fenómeno mismo de la aparición de la nación-Estado en la His­
toria. Adrián Hastings ha encarado una extensa crítica de la
postura de los que rotula como “modernistas”, frente a la cual
sostiene que la nación no es un fenómeno moderno sino muy
anterior. Su tesis, siguiendo en esto a Liah Greenfeld,45 es que
existe un caso de una nación que aparece en la Edad Media,
sobre fundamentos bíblicos, y que servirá de modelo a las de­
más. Se trataría de la nación inglesa, que Hastings data de tiem­
pos de Beda (Ecclesiastical History ofth e English People, 730)
y que habría adquirido calidad de nación-Estado en el siglo IX,
durante el reinado (871-899) de Alfredo el Grande.

— 44 —
N a c i ó n y E n t a d q kn Iii u ko am i ík ic a

El rasgo más significativo, para nuestro objeto, que subyace


en el análisis de Hastings desde un comienzo, es la postulación
de la nación como una realidad intermedia entre grupo étnico
y Estado nacional. Esta realidad, que para este autor es algo
más que un conjunto humano distinguible de otros por lazos
diversos pero menos que una organización política, es el punto
débil de este tipo de análisis, dada la ambigüedad que lo afecta
y que genera distinciones demasiado simples como la explica­
ción del paso de la etnia a la nación por dos factores o, mejor
aún, por un factor y su especial concreción: la aparición de una
literatura vernácula, particularmente por la traducción de la
Biblia a las lenguas romances.46 Cuanto más un idioma desa­
rrolle una literatura con impacto popular, sostiene, en especial
una literatura religiosa y jurídica, más se facilita el tránsito de
la categoría de etnicidad hacia la de nación. Y esta correlación
entre literatura y forma de sociedad se hace aún más esquemá­
tica al prolongarse en otras correlaciones: las de lenguaje oral y
etnicidad, por un lado, y literatura vernácula y nación, por otro.
Se trata de un esqu em atism o que llega al m áxim o en la
teleológica afirmación de que cada etnicidad es portadora de
una nación-Estado potencial:

“E very ethnicity, I w o u ld conclude, has a n ation-state poten tially


w ithin it but in the m ajo rity o f cases that p o ten tia lity w ill never
be actived b ecau se its resou rces are too sm all, the allurem ent o f
in corpo ration w ithin an alternative cu ltu re and p o litica l system
too p o w erfu l.”47

La tesis de que la nación no es un producto de la “m oder­


nidad” sino que surge ya en la Edad Media, fundamentalmente
por efecto de la literatura bíblica, tiene por único sustento el
caso inglés. Ella implica suponer que ya en tal época grupos
humanos homogéneos habrían hecho de esa homogeneidad un
argumento para reivindicar su existencia en forma de Estado
independiente, cosa que no está clara aún en este caso. Por otra
parte, si la generalizáramos, advertiremos que no concuerda con
las variadas formas de autonomía política prevalecientes en la
Edad Media, que en parte consistían en privilegios feudales, ni
con la característica coexistencia de “naciones” diversas en el
seno de las monarquías de los siglos XVI a XVIII. Tal como se
observa en este texto de Gracián:

— 45 —
J osé C a k i .o s C iii a k a m o n t i í

“ ...la m on arqu ía de E spaña, donde las p rovin cias son m uchas,


la s n acion es d ife re n te s, las len g u a s va ria s, las in clin a cio n e s
op uestas, los clim as en co n tra d o s...”48

Lo que constituye el supuesto general de un análisis como


el de Hastings es la postulación de una noción definitiva de lo
que serían una etnia, una nación y una nación-Estado, así como
de sus diferencias. En este sentido, es de notar que ese lenguaje
—“una etnicidad es tal cosa, una nación es tal otra cosa”— im­
plica suponer la existencia de formas históricas determinadas
de una vez para siempre y no de conceptos que han sido usados
sin demasiado rigor y aplicados a realidades diversas. De tal
manera, sus definiciones de ethnicity (“An ethnicity is a group
of people whit a shared cultural identity and spoken language”),
nation (“A nation is a far more self-conscious community than
an ethnicity. Formed from one or more ethnicities, and normally
identified by a literature of his own, it possesses or claims the
right to political identity and autonomy as a people, together
with the control of specific territory, comparable to that of
biblical Israel and of other independent entities in a world
thought of as one of nation-states”) y nation-state (“A nation-
state is a State which identifies itself in terms o f one specific
nation whose people are not seen simply as ‘subjects’ of the
sovereign but as a horizontally bonded society to whom the State
in a sense belongs”),49 resultan también conceptos clasificato-
rios, a la manera de los antiguos taxones de los biólogos.
Smith y Hastings, al partir de un concepto de lo que es la
nación, adoptan de hecho una postura que otorga existencia real
al concepto y procuran distinguir los casos empíricos que se
ajustan a él. Pero la dificultad del tema que nos ocupa proviene
de la no existencia de lo que podríamos considerar una idea
verdadera de lo que es una nación, un supuesto que se expresa
en ese comienzo a partir de definiciones. Y en esto no es admi­
sible argüir que esa noción puede existir como una elaboración
inductiva a partir de casos particulares, dado que no es éste el
procedimiento adoptado en este tipo de trabajos, ni parece fac­
tible para un asunto como éste.
A l llegar a este punto se advertirá que lo complicado de la
cuestión no proviene de la incertidumbre sobre cuál es el refe­
rente real del concepto de nación —fuese el conjunto de súbdi­

— 46 —
N a c i ó n y E s t a d o i í n 1i i i í h . o a m é k i c a

tos de una monarquía absoluta o sólo las distintas partes (rei­


nos, provincias, ciudades...) sobre las que ejerce su dom inio—.
Esto es, la complicación no deriva solamente del problema, de
otra naturaleza, de si el concepto de nación se puede aplicar no
sólo a los pueblos de los Estados contemporáneos sino también
a los súbditos de una monarquía medieval o a los de las monar­
quías absolutas; sino que esa complicación es efecto de una pre­
via dificultad, que no es un descubrimiento: la diversidad de
sentidos con que el término nación es utilizado por historiado­
res y otros especialistas, que convierte frecuentemente en inco­
herente toda discusión posible. Por eso nos parece que lo que
corresponde no es interrogarse, el historiador, sobre lo que pue­
de definir él como nación, sino interrogar a los seres humanos
de cada momento y lugar que utilizaban el concepto e indagar
por qué y cómo lo hacían y a qué realidades lo aplicaban. Más
aún, cuando Chabod observaba que lo que hoy llamamos na*
ción en tiempos de Maquiavelo se llam aba provincia,50 nos per­
mite inferir que lo que debemos explicarnos no es la “nación ,
sino el organismo político que pudo ser denominado, según lu­
gar y tiempo, nación, pero tam bién república, Estado, provin­
cia, ciudad, soberanía, o de alguna otra manera.

4. E l r ie s g o d e l a p e tic ió n d e p r in c ip io

Aclarada entonces la confusión derivada de identificar el


término nación entendido como referencia de grupos humanos
unidos por su homogeneidad étnica, y nación como grupo hu­
mano unido por su adscripción política, se entenderá mejor que
la discusión sobre el origen étnico o político de las naciones
puede escollar en una petición de principió: la de proponerse
demostrar la tesis del origen étnico de un objeto histórico, la
nación, ya previamente definida por su etnicidad. Nos parece
notoria la existencia de un círculo vicioso cuando los historia­
dores que parten del supuesto de la conformación de la nación
en clave étnica, se preguntan sobre los fundamentos históricos
de las naciones y responden que ellos son de naturaleza étnica.
Por ejemplo, uno de los autores que ha examinado con mayor
amplitud de cobertura histórica y geográfica la formación de
las naciones, Anthony D. Smith, asume como supuesto las raí­
ces étnicas de las mismas. “The aim of this book —escribe en

— 47 —
Josí. C a r l o s C iiia r a m o n te

The Ethnic Origins o f Nations— istoanalyse some ofthe origins


and genealogy o f nations, in particular their ethnic roots.” Las
diferencias entre las naciones, cuya importancia en sí mismas y
por sus consecuencias políticas destaca, tienen raíces étnicas.51
En este sentido, la etnicidad ha provisto un fuerte modelo para
explicar las formas de sociedad, el que aun en términos genera­
les continúa válido, al punto que las raíces de las naciones ac­
tuales deben buscarse en ese modelo de comunidad étnica pre­
valeciente a lo largo de la historia.52
Afirmar las “raíces étnicas” de las naciones que previamen­
te se han definido en clave étnica implica, efectivamente, una pe­
tición de principio. Ésta se hace posible cuando se parte de adop­
tar una definición de nación, para luego proponerse los proble­
mas de origen y conformación, entre otros, lo que, por lo tanto,
lleva consigo ya la mayor parte de la respuesta. Así, al comienzo
de otro libro suyo, sobre la identidad nacional, el autor recién
citado considera necesario definir el concepto de nación:

“ ...se p u ed e d efin ir la n ación com o un gru po hum ano designado


p o r un g en tilicio y que com p arte un territorio h istórico, recu er­
dos histó rico s y m itos colectivo s, una cultura de masas p ú blica ,
una econom ía unificada y d erecho s y deberes legales iguales
p a ra to d o s sus m iem b ro s.”53

Como es lógico, este punto de partida condiciona el análi­


sis posterior. Ese condicionamiento aparece transparente en las
parejas de preguntas que formula luego:

“i. ¿Q uiénes constitu yen las n aciones? ¿C uáles son lo s fu n d a ­


m entos étn ico s y los m odelos de las n acion es m od ern as?” (...) y:
“2. ¿Por qué y cóm o n acen las n aciones? Es decir, ¿cuáles, de
en tre lo s d iversos recuerdos y v ín cu lo s étnicos, constitu yen las
causas y lo s m ecanism os gen era les que ponen en m archa los
p roceso s de form ación de la n ación ?” [su b ra yad o nuestro]

Preguntas en las que la etnicidad está ya dada, como sur­


ge de lo que hemos subrayado.54
En realidad, sucede que en este tipo de orientación el
principal objeto de estudio ha sido la etnicidad, no la nación
moderna, como se supone que es el punto de partida. Y, por lo
tanto, se bloquea así la percepción de la existencia de naciones

— 48 —
N a c i ó n v E s t a d o un I u i í k o a m é h i c a

constituidas al margen de la etnicidad, como ocurrió en la Eu­


ropa del siglo XVIII y comienzos del XIX. Si, en cambio, tomá­
ramos como punto de partida el criterio predominante en el si­
glo XVIII, que identificaba nación y Estado, sin referencia étnica,
surgen cuestiones distintas y de mayor significación histórica.
Por ejemplo, no se trataba de la necesidad de justificar la domi­
nación política sobre conjuntos humanos sin homogeneidad
étnica porque hasta entonces la dominación política no se ha­
bía asentado en Europa sobre tal supuesto, sino sobre la legiti­
midad dinástica y la sanción religiosa.55 Entre otras razones,
sobresalían la necesidad de las comunidades que integraban el
dominio de un monarca, de poner límites a la arbitrariedad de
esa dominación, mediante supuestos contractuales, y la con­
temporánea necesidad de atenuar los factores que habían con­
ducido a las guerras de religión, lo que se expresa en una no­
ción de Estado y de nación tam bién sustancialmente contrac-
tualista.
Es de notar, entonces, que, a diferencia de aquel tipo de
perspectiva, el problema al que nos enfrentamos no es el de la
peculiaridad étnica de las naciones, sino el del nexo que entre
ellas y la emergencia estatal de grupos supuestamente étnicos
se establecerá más tarde. En otros términos, nos parece que el
problema fundamental no es el de explicar las raíces de lo étni­
co, o la variedad de fuerza, riqueza o persistencia histórica de
ciertas culturas (judíos, armenios, vascos, u otras) —objetivos
de primera importancia para otro tipo de investigación—, sino
por qué la etnicidad se convertirá, en cierto momento, en fa c ­
tor de legitimación del Estado contemporáneo.

5 . L a s t r e s g r a n d e s m o d a l id a d e s h is t ó r ic a s e n e l
USO DE LA V O Z NACIÓN

Pero, retornando al uso dieciochesco de nación como si­


nónimo de Estado, es de considerar que la aparición de un nue­
vo sentido de la palabra nación destinada a dar cuenta de la
conformación política de una comunidad es una novedad cuya
percepción es indispensable para poder aclararnos los equívo­
cos que arrastra hasta hoy el uso del término y, con él, las inter­
pretaciones de los orígenes de las naciones contemporáneas.
En este punto, y antes de continuar, nos parece útil que,

— 49 —
. J o s í . C a r i .o s C n i aram ontií

con una exposición deliberadamente esquemática, reparemos


en las mutaciones operadas en el empleo de la voz nación a lo
largo de la historia. Se trata de una sucesión de tres modalida­
des que podríamos resumir de la siguiente manera: i) el térmi­
no nación es usado durante siglos en un sentido étnico; 2) sur­
ge luego otro sentido —sin que el anterior desaparezca—, es­
trictamente político, aparentemente durante el siglo XVII y ge­
neralizado durante el siglo XVIII, bastante antes de la Revolu­
ción Francesa, sentido que excluye toda referencia étnica; 3) en
una tercera fase, paralelamente al romanticismo, se da la con­
junción de ambos usos, el antiguo sentido étnico y el más re­
ciente político, en el llamado principio de las nacionalidades.
Y es sólo entonces cuando la etnicidad es convertida en fu n d a ­
mento de la legitimidad política, carácter del que habían esta­
do desprovistas las diversas manifestaciones de identidad que
registran los historiadores de los siglos XVI a XVIII —y que sue­
len ser equívocam ente rotuladas como “prenacionalism os”,
“protonacionalism os” o mediante conceptos similares. Nos pa­
rece que la puesta en claro de tales mutaciones es de particular
importancia para contribuir a despejar el equívoco subyacente
en el supuesto fundamento étnico de las naciones contemporá­
neas y'en tantas interpretaciones abusivas de los sentimientos
de identidad.
Agreguemos, a manera de ilustración, que un modo sinté­
tico que refleja la relación entre estos usos de la voz nación lo
ha adoptado el Oxford English Dictionary, aunque de modo am­
biguo pues presenta como matices tem porales lo que en reali­
dad fueron dos formas históricamente diversas de tratar el con­
cepto:

“N ation. A n extensive aggregate o f persons, so clo sely associated


w ith each oth er by com m on descent, lan gu age, or h isto ry, as to
form a d istin ct race or people, u su a lly organized as a separate
p o litical State and occu pyin g a d efin ite territory.
"In early exam ples the racial idea is usu a lly stro n g er than the
p o litic a l; in r e c e n t use the n o tio n o f p o lit ic a l u n ity a n d
in d ep en d en ce is m ore p ro m in en t.” 56 [su brayad o nuestro]

En síntesis, aquel tipo de análisis, insistimos, que estable­


ce una equivalencia entre los conceptos sustancialmente dife­
rentes de nación en el sentido antiguo y de nación en el sentido

— 50 —
N a c i ó n y E s t a d o k n I i i i :k o a m i ';k i c a

de su correspondencia al Estado contemporáneo, encara como


una sola historia, con matices conceptuales internos, lo que en
realidad son dos historias distintas, reflejadas en tres modali­
dades conceptuales: la historia de grupos humanos culturalmen­
te homogéneos (nación en el sentido antiguo vigente hasta hoy),
por una parte, y la historia del surgimiento de los Estados na­
cionales modernos (las naciones en el sentido de Vattel o la
Encyclopédié), y de la posterior fundamentación de su legiti­
midad en el principio de las nacionalidades.
De esta manera, es posible inferir que la discusión sobre
el posible origen étnico de las naciones ha sustituido a la que
tiene mayor sentido histórico: la del porqué de las mutaciones
en el uso del concepto. Esto es, particularmente para el período
que nos interesa, el porqué de la emergencia de un significado
no étnico para un concepto nacido con ese significado y que,
asimismo, continuará usándose con él, paralelamente al otro,
hasta los días que corren. Porque, efectivamente, el uso —apa­
rentemente en el siglo XVII pero inequívoco en la primera mi­
tad del siglo XVIII— de un sentido del término nación despoja­
do de su contenido étnico es uno de los fenómenos más sugesti­
vos del período como indicador de la naturaleza que adquirirá
el proceso de formación de los Estados nacionales. Posiblemen­
te, se trate de un efecto de la necesidad de legitimar Estados
pluriétnicos, como los de las monarquías absolutas.57 Los deta­
lles de cómo se gestó esta mutación se nos escapan. Pero no su
significado, en cuanto refleja coherentemente el punto de vista
racionalista que la cultura de la Ilustración recogerá, en este
punto, del iusnaturalismo moderno.
Sucede que este despojo de contenido étnico que sufre el
concepto de nación en el siglo XVIII, verificado tanto en los tra­
tados del derecho natural como en los escritos políticos de tiem­
pos de las independencias, es congruente, como ya lo hemos
señalado, con el orden de valores propio del período. Un elo­
cuente ejemplo de él lo ofrece el famoso benedictino español,
Benito Jerónimo Feijóo, cuando repudia el sentimiento nacio­
nal por considerarlo de baja calidad moral (lo califica de “afec­
to delincuente”), mientras enaltece el sentimiento de patria.
Pero patria, no en el sentido del lugar de nacimiento, sino a la
manera de los antiguos, explica, que usaban ese término para
designar al Estado al que se pertenecía y los valores políticos
correspondientes.58 Para Feijóo el sentimiento de patria era algo

— 51 —
J osé C a k i .o s C iii a k a m o n t i í

racional, no pasional, así como, y esto es de subrayar, tampoco


era asociado a la voluntad de existencia en form a de Estado in­
dependiente, dado que se trataba de un sentimiento compati­
ble con la existencia de comunidades distintas dentro de un
mismo Estado.59
De m anera sim ilar, en Inglaterra, el tercer conde de
Shaftesbury repudiaba, a comienzos del siglo XVIII, lo que con­
sideraba la forma vulgar, inculta, con que solía concebirse a la
nación en su país. En lugar de diferenciar nación de patria,
como prefirió hacerlo Feijóo, distinguía dos usos de la palabra
nación: “...certain is that in the idea o f a civil State or nation,
we Englishmen are apt to mix somewhat more than ordinary
gross and earthy.” Consideraba absurdo derivar la lealtad a la
nación del lugar de nacimiento o residencia, algo que conside­
raba sim ilar a la relación de “a m ere fungus or com m on
excrescence” con su sucia base de sustento. En el criterio del
conde de Shaftesbury, puntualiza la autora de quien tomamos
la información, el término nación “refered to a ‘civil-state’, a
unión of men as ‘rational Creatures’, not a ‘prim ordial’ unit”.
Asimismo, en Francia, en el artículo P atrie de la En­
cyclopédie —redactado por Jaucourt—, se lee que el término
“exprime le sens que nous attachons á celui de fa m ille, de
société, d’état libre, dont nous sommes membres, et dont les
lois assurent nos libertés et notre bonheur”, razón por la cual
“II n’est point de patrie sous le joug de despotism e.”60
Por eso nos parece que el ya citado Dictionnaire incurre en
una confusión cuando, al referirse al tránsito de una época en
que varias naciones podían coexistir en un mismo Estado, a la
abierta por la Revolución Francesa que identifica nación y Esta­
do, supone un mismo sujeto histórico, la nación, como objeto de
esas mutaciones: “Contrairement á la conception de l’époque
prérévolutionaire ou plusiers nations pouvaient encore cohabiter
dans un méme espace étatique, la nation s’identifie á l’État: c’est
la naissance de l’État-nation.”61 Porque no se trata de un mismo
sujeto, llamado nación, que pasa de un estatuto político a otro,
sino de distintos sujetos históricos que confundimos en una mis­
ma denominación: grupos humanos unidos por compartir un
origen y una cultura comunes, por una parte, y población de un
Estado —sin referencia a su composición étnica—, por otra. Es
el Estado el sujeto que cambia de naturaleza, adoptando la voz
nación para imputar la soberanía.

— 52 —
N a c i ó n v E s t a d o un Iii uk o a m é k ic a

6. “ N a c ió n ” e n e l p r in c ip io d e l a s n a c io n a l id a d e s

Si la aparición del uso “político” del término nación es un


problema histórico relevante para el lapso que va del siglo XVII
a mediados del XIX, otra cuestión de similar naturaleza es la
del sentido que adquirirá el término en el principio de las na­
cionalidades. Puesto que el sentido de nación implicado en él
no es el antiguo, aunque lo parezca, sino algo nuevo que, en
sustancia, consiste en su fusión con el contenido político de la
etapa inmediata anterior.
En el principio de las nacionalidades, el sentido antiguo de
esa palabra se ha trasladado a la voz nacionalidad. Esta innova­
ción posiblemente derive del uso alemán de la voz nación, que
antes del siglo XVIII, en la literatura, enfatizaba la tierra de ori­
gen. La nación era el pueblo nativo de un país. En los siglos XVIII
y XIX el origen común o la raza, el lenguaje, las leyes y las cos­
tumbres devinieron más importantes que el país en las definicio­
nes alemanas de nación. Y cuando se desarrollaron las nuevas
ideas sobre el significado de las naciones, especialmente a partir
del pensamiento de Herder, se hizo énfasis en la existencia de
una nación aun sin un Estado, lo que habría hecho necesario un
nuevo término para tal objeto, que fue principalmente naciona­
lidad.'62 Tal como lo expresaría un autor de amplia difusión a
comienzos del siglo XX, el historiador francés Henri Berr:

“La n acion alid ad es lo que ju s tific a o lo que p o stu la la existen cia


de una nación. U na n acion alid ad es un gru p o hum ano que asp i­
ra a form ar una nación autón om a o a fundirse, por m otivos de
afinid ad , con una nación y a existente. A una n acionalidad, para
ser nación, le fa lta el Estado, que sea propio de ella o que sea
librem en te aceptad o po r e lla .”63

En este sentido, a mediados del siglo XIX, el italiano


Mancini, uno de los principales difusores del principio de las
nacionalidades, definía la nacionalidad como:

“...u n a so cied a d na tu ra l de hom bres conform a d os en co m u n i­


dad de vida y de con cien cia social por la u n id a d de territorio,
de origen, de costum bres y de len g u a ."64

— 53
Josií C a ri. os C iiia ra m o n th

Pero nación y nacionalidad no los utilizaba como sinóni­


mos. Si bien, como ocurre habitualmente en el tratamiento de
las cuestiones referidas a estos conceptos, también en Mancini
la ambigüedad es frecuente, es claro que en su criterio la na­
ción es la expresiónpolítica de la nacionalidad. Así, cuando acu­
ña la voz “etniarquía” para designarlos vínculos jurídicos deri­
vados espontáneamente del hecho de la nacionalidad, sin me­
diación de artificio político alguno, aclara que ellos...

“.. .tienen u n doble m odo esencial d e m anifestación: 1 a libre cons­


titución interna de la nación, y su ind ep en d ien te autonom ía con
resp ecto a las na ciones extra njera s. L a unión de am bas es el
estado n atu ra lm en te perfecto de una nación, su etn iarq u ía.”65

Para Mancini, ciertas propiedades y hechos constantes que


se manifestaron siempre en cada una de las naciones que exis­
tieron a lo largo de los tiempos son la región, la raza, la lengua,
las costumbres, la historia, las leyes y las religiones. Su conjun­
to compone la “propia naturaleza” de cada pueblo distinto

“ ...y crea en tre los m iem bros de la unión n acion al tal particu lar
intim id ad de relacion es m ateriales y m orales, que por legítim o
efecto nace en tre ellos un a m ás ín tim a com unidad de derecho,
de im posible existencia entre ind ivid u os de naciones d istin tas.”66

Pero si bien el término nación, en cuanto “comunidad de


derecho”, conserva en Mancini el sentido “político” del siglo
XVIII, se distingue radicalmente del de Estado. “En la génesis
de los derechos internacionales, la nación, y no el Estado, re­
presenta la unidad elemental, la mónada racional de la cien­
cia.”67
Es en esta fusión de esos dos grandes sentidos del término
nación donde se registra todavía un eco, aunque parcial, de la
Revolución Francesa. Pues si bien, como ha sido señalado más
arriba, la Revolución Francesa era también ajena al uso étnico
del concepto de nación, al hacer de la nación el titular de la
soberanía —cosa posiblemente facilitada por efecto de la anti­
gua sinonimia que tenían en el idioma francés las voces peuple
y nation— concilio la doctrina de la soberanía popular con la
noción política de nación.

— 54 —
N a c i ó n y I v s t a d o u n I i i k r o a m Ur i c a

Esta tradición, que atribuye la emergencia de naciones a


la previa existencia de nacionalidades que buscan su indepen­
dencia política, ha impregnado hasta los días que corren la
mayor parte de la historiografía latinoamericana. Y persiste en
autores que, como Benedict Anderson, al ocuparse de la histo­
ria latinoamericana luego de indagar los factores que del siglo
XVI al XVIII habrían preparado la eclosión de las nacionalida­
des, no advierte que en tiempos de las independencias los líde­
res iberoamericanos que perseguían la organización de nuevas
naciones ignoraban el concepto de nacionalidad y encaraban la
cuestión en términos contractualistas, propios de los fundamen­
tos iusnaturalistas de la política del período (al respecto, véase
inás adelante el cap. VI, i).

R e f l e x io n e s f in a l e s

La manifestación de la conciencia nacional en la segunda


mitad del siglo XVIII fue un fenómeno universal en toda Euro­
pa y el orgullo nacional fue uno de sus rasgos, así como la dis­
cusión acerca del carácter nacional y las virtudes y vicios na­
cionales mostró la tendencia a asumir las diferencias entre las
naciones. Hacia fines del siglo XVIII se expande, entonces, un
sentimiento nacional, una conciencia de pertenencia a una na­
ción. Pero, en este terreno, el término nación no tiene conteni­
do étnico. La conciencia nacional en formación expresa la per­
tenencia a un Estado, en cuanto nación es sinónimo de Estado.
Por consiguiente, en relación con lo estatal, no hay identidad
étnica, pero comienza a darse identidad nacional, de contenido
“político”: la conciencia nacional es producto de la unidad polí­
tica. M ientras que, más adelante, esa identidad nacional adop­
tará el supuesto étnico a partir de la difusión del principio de
las nacionalidades.
Podemos suponer también que la ausencia, en las etapas
iniciales del Estado moderno, de una justificación en términos
étnicos, provenía de las modalidades del ejercicio de la sobera­
nía entonces existentes. Esto es, las modalidades de articula­
ción de distintas soberanías parciales con la del máximo nivel
soberano, el del príncipe. Lo que en términos de ese entonces
se denominaba “poderes intermedios” —corporaciones, ciuda­
des, señoríos—, cuya supresión sería un requisito indispensa­

55 —
J osé C arlos C h iar am o n tk

ble para la afirmación del principio d é l a indivisibilidad de la


soberanía. Se trata de un mundo, en síntesis, en el que la sobe­
ranía superior del príncipe puede ser conciliada con parciales
ejercicios de la soberanía por entidades subordinadas, lo que
implica la posibilidad de la inserción de grupos étnicamente
homogéneos, incluso con algún grado de organización política,
en el conjunto de la monarquía.
Resumiendo una vez más lo que juzgamos que sucedió, ob­
servemos en primer lugar que el término nación ha sido de
antiguo el denominador de un conjunto humano unido por fac­
tores étnicos y de otra naturaleza, entre los cuales la indepen­
dencia estatal puede o no ser uno de los varios rasgos que lo
constituyen y distinguen. Muy posteriormente, registramos un
criterio distinto, cuya gestación desconocemos pero es percep­
tible ya a fines del siglo XVII y explícitamente asumido por au­
tores iusnaturalistas del siglo XVIII, según el cual la nación se
asimila al Estado. Sin embargo, en el lenguaje de estos autores,
si por un lado los vocablos nación y Estado son sinónimos, por
otro parecería que se los distingue al sostenerse que una nación
es un conjunto de gente que vive bajo un mismo gobierno y unas
mismas leyes. Con esto, está preparada la modalidad de un ter­
cer uso del vocablo, como referido a un conjunto humano polí­
ticamente definido como correspondiente a un Estado. Es de­
cir, correlato humano del Estado en el concepto de Estado na­
cional o nación-Estado, que desde tiempos de la Revolución
Francesa hará camino como emanación del pueblo soberano
—el que puede ser tanto un conjunto culturalmente heterogé­
neo como homogéneo—, unido por su adscripción estatal. Por
último, esta calidad de fundamento de la legitimidad política
como fuente de la soberanía, unida al sentido de nación como
conjunto étnicamente homogéneo, expresado en un nuevo sen­
tido del término nacionalidad, se unirán de manera de hacer
de ella el fundamento de su independencia política en forma
estatal, según lo que se ha denominado principio de las nacio­
nalidades.
Es a partir de esta perspectiva que entendemos que el pro­
blema histórico concerniente al uso del concepto de nación con­
siste en apreciar esas mutaciones de sentido no como corres­
pondientes a la verdad o falsedad de una definición, sino a pro­
cesos de explicación del surgimiento de los Estados nacionales.
Me parece que hemos perdido tiempo, efectivamente, en expli­

— 56 —
N a c i ó n y K s t a d o u n I i i u k o a m Ií k i c a

car qué es la nación como si existiera metafísicamente una en­


tidad de esencia invariable llamada de tal modo, en lugar de
hacer centro en el desarrollo del fenómeno de las formas de or­
ganización estatal (y dejando para la antropología la explica­
ción de nación como grupo humano étnicamente definido), cuya
más reciente expresión fue el surgimiento de los Estados nacio­
nales, que, independientemente de haber sido producto de con­
flictos civiles, guerras, o sucesos de otra naturaleza, fueron teo­
rizados en términos contractualistas durante el predominio del
iusnaturalismo —esto es, en tiempos de las independencias ibe­
roamericanas— y que serían teorizados en términos étnicos a
partir del declive de la legitimidad monárquica y la paralela di­
fusión del romanticismo.
III. LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS
NACIONALES EN IBEROAMÉRICA*

“ La lucha del Estado m oderno es una larga y sangrienta lucha por la unidad del
poder. Esta unidad es el resultado de un proceso a la ve z de liberación y
unificación: de liberación en su enfrentamiento con una autoridad de tendencia
universal que por ser de orden espiritual se proclama superior a cualquier poder
civil; y de unificación en su enfrentamiento con instituciones menores,
asociaciones, corporaciones, ciudades, que constituyen en la sociedad medieval un
peligro permanente de anarquía. C o m o consecuencia de estos dos procesos, la
formación del Estado m oderno vien e a coincidir con el reconocimiento y con la
consolidación de la supremacía absoluta del poder político sobre cualquier otro
poder humano. Esta supremacía absoluta recibe el nombre de soberanía. Y
significa, hacia el exterior, en relación con el proceso de liberación, independencia;
y hacia el interior, en relación con el proceso de unificación, superioridad del
p o der estatal sobre cualquier o tro centro de p o der existente en un territorio
determ inado.”

Norberto Bobbio, “ Introducción al De O ve", en N. Bobbio, Thomas Hobbes,


México, FC E, 1992, pág. 71.

El propósito de este breve ensayo no es ofrecer una histo­


ria de la formación de los Estados iberoamericanos, sino sola­
mente exponer algunas comprobaciones que me parecen im­
prescindibles para la m ejor comprensión de esa historia. Claro
está, la primera dificultad para cumplir este propósito es la clá­
sica cuestión del “diccionario”: cómo definiríamos el concepto
de Estado y otros a él asociados, tales, por ejemplo, como na­
ción, pueblo o soberanía. Debo aclarar entonces que no partiré
de una definición dada de Estado, sino sólo de una composi­
ción de lugar fundada en las propiedades que generalmente le
atribuyen los historiadores que se ocupan del tem a.' Esto obe­
dece en parte a la notoria multiplicidad de alternativas que la
literatura especializada ofrece sobre la naturaleza del término
Estado.2 Podría preguntarse, sin embargo, si la confusión que
se observa en las tentativas de hacer la historia de los Estados
iberoamericanos —generalmente, relato de hechos políticos uni­
dos a explicaciones sociológicas— no obedece a una falta de clara
definición del concepto de Estado. La perspectiva que adopta­

— 59 —
J osé C a k i .o s C iiiakam on tk

mos en este trabajo es que, aun admitiendo que el ahondamiento


en las dificultades que ofrece el concepto mismo de Estado con­
tribuye a facilitar la tarea, la mayor parte de los escollos que
complican las tentativas de realizar una historia de los Estados
iberoamericanos provienen, sin embargo, de la generalizada
confusión respecto del uso de época —de la época de la Inde­
pendencia— de las nociones de nación y Estado, confusión en
buena medida derivada de otra que atañe al concepto de nacio­
nalidad.
Para expresarlo sintéticamente al comienzo de estas pági­
nas, la confusión es efecto del criterio de presuponer que la
mayoría de las actuales naciones iberoam ericanas existía ya
desde el momento inicial de la Independencia.3 Si bien este cri­
terio ha comenzado a abandonarse en la historiografía de los
últimos años, lo cierto es que persisten sus efectos, en la medi­
da en que ha impedido una mejor comprensión de la naturaleza
de las entidades políticas soberanas surgidas en el proceso de
las independencias. Esto se observa en la falta de atención que
se ha concedido a cuestiones como la de la emergencia, en el
momento inicial de las independencias, de entidades sobera­
nas en el ámbito de ciudad o de provincias, y sus peculiares prác­
ticas políticas. Circunstancia que, para un intento comparativo
como el de este trabajo, obliga a recurrir predominantemente a
la información contenida en la historiografía del siglo XIX o de
la primera mitad del pasado.
Se trata, en suma, de las derivaciones aún vigentes del cri­
terio de proyectar sobre el momento de la Independencia una
realidad inexistente, las nacionalidades correspondientes a cada
uno de los actuales países iberoamericanos, y en virtud de un
concepto, el de nacionalidad, también ignorado entonces en el
uso hoy habitual, según hemos visto en el capítulo anterior. Un
concepto que se impondría más tarde, paralelamente a la difu­
sión del romanticismo, y que en adelante ocuparía lugar cen­
tral en el imaginario de los pueblos iberoamericanos y en la
voluntad nacionalizadora de los historiadores.
Hacia 1810, el utillaje conceptual de las elites iberoameri­
canas ignoraba la cuestión de la nacionalidad y, más aún, utili­
zaba sinonímicamente los vocablos de nación y Estado. Esto se
suele desconocer por la habitual confusión de lectura consis­
tente en que ante una ocurrencia del término nación lo asocie­
mos inconscientemente al de nacionalidad, cuando en realidad

— 60 —
N a c i ó n v E s t a d o un I i u í k o a m A k i c a

los que lo empleaban lo hacían en otro sentido. Al respecto, la


literatura política de los pueblos iberoamericanos no testimo­
nia otra cosa que lo ya observado respecto de la europea y nor­
teamericana: sin perjuicio de la existencia en todo tiempo de
grupos humanos culturalmente homogéneos, y con conciencia
de esa cualidad, la irrupción en la Historia del fenómeno políti­
co de las naciones contemporáneas asoció el vocablo nación a
la circunstancia de compartir un mismo conjunto de leyes, un
mismo territorio y un mismo gobierno.4 Y, por lo tanto, confe­
ría al vocablo un valor de sinónimo del de Estado, tal como se
comprueba en la tratadística del derecho de gentes.5
Este criterio, con diversas variantes, era el predominante
también en Iberoamérica. El famoso venezolano residente en
Chile, Andrés Bello, hacía explícita en 1832 la misma sinonimia
en su tratado de derecho de gentes:

“N ación o E stado es u n a socied ad de hom bres que tien e p o r ob­


je to la conservación y felicid a d de los asociados; que se gobiern a
por las leyes po sitivas em anad as de ella m ism a y es dueña de
una po rción de te rrito rio .”6

Asimismo, y con mayor nitidez, puede encontrarse este tí­


pico enfoque de época en el texto, de 1823, del profesor de de­
recho natural y de gentes en la Universidad de Buenos Aires,
Antonio Sáenz, quien amplía la sinonimia hasta comprender el
concepto de sociedad: “La Sociedad llamada así por antonoma­
sia se suele también denominar Nación y Estado”. Y define este
concepto de sociedad-Estado-nación de la siguiente manera,
prosiguiendo el párrafo anterior sin solución de continuidad:

“E lla es una reu nión de hom b res que se han som etido vo lu n ta ­
riam ente a la d irección de algu n a suprem a autoridad, que se lla ­
m a tam bién soberana, para v iv ir en paz y procurarse su p rop io
b ie n y seg u rid a d .”7

Se trata de un criterio que los letrados asumían durante


sus estudios y que domina la literatura política de la época, lo
que explica la soltura con que la Gazeta de Buenos Ayres, se­
gún vimos en el capítulo anterior, aludía en 1815 al concepto de
nación.8 Enfoque que adquiere una formulación significativa si
bien menos frecuente en la primera Constitución iberoameri­

— 61 —
Josí; C a k i .o s C iii aka m o n tií

cana, la venezolana de 1811, cuando en uno de sus artículos,


que ya hemos citado, el sujeto que define como entidad inde­
pendiente y soberana no es una nación ni un Estado, sino una
soberanía.
Se me perdonará esta insistencia en cuestiones de voca­
bulario político; más aún, luego de haber manifestado tal dis-
tanciam iento respecto de la necesidad de definiciones como
punto de partida. Pero con esta discusión terminológica, lo que
buscamos no es arribar a una nueva definición de ciertos con­
ceptos, sino aclararnos con qué sentido lo usaban los protago­
nistas de esta historia y, asimismo, gracias a ello, evitar el clá­
sico riesgo de anacronismo por proyectar el uso actual de esos
términos —especialmente en cuanto a la neta distinción de E s­
tado y nación, y al nexo de este último concepto con el de na­
cionalidad— sobre el de aquella época. Porque si bien es cierto
que el no detenerse sobre una pretensión de exacta definición
de ciertos conceptos clave ayuda a no obstaculizar la investiga­
ción con vallas insalvables —dada la disparidad de criterios de
los especialistas sobre esos términos—, o con la peor solución
de adoptar alguna definición por razones convencionales, esta­
mos ante un tema cuyo concepto central, el de Estado, ha sido
una de las muletillas más frecuentadas por los historiadores
para designar realidades muy distintas: gobiernos provisorios,
alianzas transitorias y otros expedientes políticos circunstan­
ciales. Como lo hemos observado en un trabajo respecto del Río
de la Plata, entre 1810 y 1820, lejos de encontrarnos ante un
Estado rioplatense estamos ante gobiernos transitorios que se
suceden en virtud de una proyectada organización constitucio­
nal de un nuevo Estado que, o se posterga incesantemente, o
fracasa al concretar su definición constitucional. Una situación,
por lo tanto, de provisionalidad permanente, que une débil­
mente a los pueblos soberanos, y no siempre a todos ellos.9
En la perspectiva de la época, entonces, la preocupación
por la nacionalidad estaba ausente. La formación de una na­
ción o Estado era concebida en términos racionalistas y con-
tractualistas, propios de una antigua tradición del iusnatura­
lismo europeo y predominante en los medios ilustrados del si­
glo XVIII. No entonces como un proceso de traducción políti­
ca de un mandato de entidades más cercanas al sentimiento
que a la razón, tales como las que se invocarían, luego, a partir
de la difusión del principio de las nacionalidades, mediante el

— 62 —
N a c ió n y E s t a d o iín I iiiík o a m iík ic a

uso romántico de vocablos como historia, pueblo, raza u otros.


En síntesis, constituir una nación era organizar un Estado me­
diante un proceso de negociaciones políticas tendientes a con­
ciliar las conveniencias de cada parte, y en las que cada grupo
participante era firmemente consciente de los atributos que lo
amparaban según el derecho de gentes: su calidad de persona
moral soberana, su derecho a no ser obligado a entrar en aso­
ciación alguna sin su consentimiento —clásica figura ésta, la
del consentim iento, sustancial a los conflictos políticos del
período— y su derecho a buscar su conveniencia, sin perjuicio
de la necesidad de conciliaria, en un proceso de negociaciones
con concesiones recíprocas, con la conveniencia de las demás
partes.10
Antes de examinar algunos ejemplos que nos ayudan a
comprender estos rasgos que sustentaban las prácticas políti­
cas de la época, agreguemos una observación más: que aun cuan­
do parte de los actores políticos de la primera mitad del siglo
XIX leían con simpatía y solían citar a los autores de las mo­
dernas teorías del Estado, por lo general en su acción política
no partían, pues no tenían en verdad de donde hacerlo, de una
composición de lugar individualista, atomística, del sujeto de
la soberanía, sino de la realidad de cuerpos políticos, con todo
lo que de valor corporativo tiene la expresión que utilizamos.
Un elocuente testimonio de esto, pese a lo paradójicamente he­
terogéneo que resulta, es el ya citado texto del guatemalteco
José Cecilio del Valle que definía Estado como reunión de indi­
viduos y nación como sociedad de provincias.
Las sociedades formadas por individuos; las naciones, por
provincias... Estamos entonces en un mundo en el que, si bien
circulan desde hace tiem po las concepciones individualistas y
atomísticas de lo social, la realidad sigue transcurriendo gene­
ralmente por otros carriles y los proyectos de organizar ciuda­
danías modernas en ámbitos nacionales, o se estrellan ante el
fuerte marco local de la vida política, o tienden a conciliar muy
dispares nociones políticas, tal como se refleja en el texto de
del Valle. Nuestro propósito es, entonces, comprender mejor la
naturaleza de esos cuerpos políticos a los que Bobbio alude en
la cita del epígrafe como fuente de esa temible anarquía, p re­
ocupación fundamental en la teoría moderna del Estado. Esos
“cuerpos intermedios” entre los que se incluyen las ciudades y
provincias con pretensiones soberanas, las que con una percep­

— 63 —
J osé C arlos C h jar am o n tk

ción histórica distorsionada, construida a partir del postulado


de la indivisibilidad de la soberanía, vieron rotuladas sus de­
mandas con los conceptos de “localism os”, “regionalism os” u
otros similares. En definitiva, no otra cosa que una anacrónica
interpretación derivada del triunfo del Estado nacional mo­
derno.

La e m e r g e n c ia d e l o s “ p u e b lo s ” s o b e r a n o s

Mientras en las colonias portuguesas la Independencia era


facilitada por la continuidad monárquica, el mayor problema
que enfrentaban los líderes de los movimientos de independen­
cia hispanoamericanos era el de la urgencia de sustituir la legi­
timidad de la monarquía castellana.11 Desde la Nueva España
hasta el Río de la Plata, como es sabido, la nueva legitimidad se
buscó por medio de la prevaleciente doctrina de la reasunción
del poder por los pueblos. Concepto éste, el de pueblo, por lo
común sinónimo del de ciudad.12
Una de las razones que explican esta emergencia de lo que
la vieja historiografía llamó equívocamente “ámbito municipal”
de la Independencia es esta concepción de la legitimidad del
poder, prevaleciente en la época. Como lo expresara el apode­
rado del Ayuntamiento de México en 1808, “...dos son las auto­
ridades legítimas que reconocemos, la primera es de nuestros
soberanos, y la segunda de los ayuntamientos...”13 La iniciativa
del Ayuntamiento mexicano para liderar la constitución de una
nueva autoridad en la Nueva España chocó con el apoyo que la
mayor complejidad de la sociedad en los pueblos novohispanos
ofrecía a la postura antagónica del virrey y del Real Acuerdo.
Por una parte, se revivió la idea de la convocatoria a Cortes
novohispanas, en la que participarían, además de las ciudades,
la nobleza y el clero. Por otra, se esbozó un conflicto que se re­
petiría a lo largo de todos los movimientos de independencia
hispanoamericanos: el de la pretensión hegemónica de la ciu­
dad principal del territorio, frente a las aspiraciones de igual­
dad soberana del resto de las ciudades. Así, al consultar el v i­
rrey Iturrigaray al Real Acuerdo, éste denunció, entre otras co­
sas, que el Ayuntamiento de México había tomado voz y repre­
sentación de todo el reino.14
Al Ayuntamiento mexicano no se le escapaba el riesgo de

— 64 —
N a c ió n y E s t a d o en Ib e r o a m é r i c a

ilegitimidad de su iniciativa, que intentaba disculpar recono­


ciendo la necesidad de una posterior participación de las de­
más ciudades novohispanas. Pues lo que proponía, según el Acta
del Cabildo, era

“ ...‘la últim a vo lu n ta d y resolu ción del rein o que exp lica por
m edio de su m e tr ó p o li... ín terin las dem ás ciudades y villas y los
estad os eclesiástico y n o b le pu ed an ejecu tarlo de po r sí in m e­
diatam ente o por m ed io de sus p rocu rad ores un idos con la c a p i­
ta l’.”15

Pero era la unilateralidad de su decisión la que serviría,


como en otras com arcas hispanoam ericanas, para im pug­
narla.
Sustentadas entonces por una antigua tradición hispáni­
ca, pero sobre todo alentadas por el ejemplo de la insurgencia
de las ciudades españolas ante la invasión francesa, las respues­
tas americanas a la crisis de la monarquía castellana, al ampa­
ro de esa doctrina, se expresan en las iniciales pretensiones au­
tonómicas de las ciudades, pretensiones que van del simple au-
tonomismo de unas en el seno de la monarquía, hasta la inde­
pendencia absoluta de otras. En estas primeras escaramuzas,
que se repetirán en el Río de la Plata, Chile, Venezuela y Nueva
Granada, están ya esbozados algunos de los factores, y escollos,
del proceso de construcción de los posibles nuevos Estados. El
primero, conviene insistir, el problema de la legitimidad del nue­
vo poder que reemplazaría al del monarca, marcaría el cauce
principal en que se desarrollarían las tentativas de conforma­
ción de los nuevos Estados y los conflictos en torno a ellas. Ya
fuera durante el tiempo, de variada magnitud según los casos,
en que el supuesto form al fue el de actuar en lugar, o en repre­
sentación, del monarca cautivo, ya cuando se asumiera plena­
mente el propósito independentista, la doctrina de la reasunción
del poder por los pueblos, complementaria de la del pacto de
sujeción, fundamentaría la acción de la mayor parte de los par­
ticipantes de este proceso.
Frente a ella, las ciudades principales del territorio —San­
ta Fe de Bogotá, Caracas, Buenos Aires, Santiago de Chile, M éxi­
co...— , sin perjuicio de haberse apoyado inicialmente en esa
doctrina, darían luego prioridad al concepto de la prim acía que
les correspondía como antigua “capital del reino” —según len­

— 65 —
J o sé C arlos C iiiaram onth

guaje empleado en Buenos Aires y en M éxico.16 Y, consiguien­


temente, los conflictos desatados por esta autoadjudicación del
papel hegemónico en el proyectado proceso de construcción de
los nuevos Estados, frente a la pretensión igualitaria de las de­
más ciudades fundada en las normas del derecho de gentes
—cimiento de lo actuado en esta primera mitad del siglo—, cu­
brirían gran parte de las primeras décadas de vida indepen­
diente.
Sin embargo, hay todavía otros matices, como la concilia­
ción de posturas autonomistas con el apoyo a los proyectos cen-
tralizadores, en la medida en que en realidad, asumida la nece­
sidad de abandonar una existencia independiente definitiva por
parte de las “soberanías” que se consideraban muy débiles para
perseverar en tal objetivo, autonomía de administración local y
Estado centralizado no resultaban incompatibles. En primer
lugar, cabe advertir que tanto en Buenos Aires, como en la Nueva
Granada o en México, parte de las ciudades y provincias, así
como de los líderes políticos considerados federales, solían afir­
mar su autonomía soberana sin perjuicio de someter la regula­
ción de los alcances de esa calidad a la posterior decisión del
conjunto de los pueblos soberanos reunidos en congreso. Pero,
asimismo, respecto de lo afirmado en el comienzo de este pá­
rrafo, existieron casos en que un celoso autonomismo iba uni­
do a posturas favorables a un Estado unitario. Tal como el de la
pequeña ciudad de Jujuy, en el noroeste rioplatense que, ya en
un comienzo, en 1811, reclamaba su autonomía sin perjuicio de
admitir, respecto del gobierno general del Río de la Plata, una
organización centralizada y el papel rector de Buenos Aires.
Jujuy defendía su autonomía frente a Salta, la ciudad principal
de la Intendencia de Salta de Tucumán, y parece haber evalua­
do que la adhesión a la política de Buenos Aires era una defen­
sa contra la ciudad rival, de cuya tutela logrará emanciparse
recién en 1834 al form ar su propio Estado.
El conflicto desatado por las encontradas posturas ante
la emergencia de las “soberanías” independientes se prolongó
en otro, más doctrinario, que se conformó como una pugna
entre las denominadas tendencias centralistas y federalistas.
Conviene detenerse en su trasfondo por cuanto fundamentará
gran parte del debate político del período y nos proporciona
la definición más sustancial de la naturaleza de las fuerzas en
pugna, por más que la prolongación de ese conflicto en en­

— 66 —
N a c ió n y E s t a d o un I h h k o a m é k ic a

frentam ientos meramente facciosos haya podido ocultar su


sustancia.
La antigua tradición que explicaba el origen del poder como
una facultad soberana emanada de la divinidad, recaída en el
“pueblo” y trasladada al príncipe mediante el pacto de sujeción,
al dar lugar a la figura de la retroversión del poder al pueblo
—en casos de vacancia del trono o de anulación del pacto por
causa de la tiranía del príncipe—, devino inevitablemente en
Iberoam érica en una variante por demás significativa, expresa­
da por el plural pueblos. La literatura política del tiempo de la
Independencia aludía, justamente, a la retroversión del poder
a “los pueblos”, en significativo plural que reflejaba la natura­
leza de la vida económica y social de las Indias, conformada en
los lím ites de las ciudades y su entorno rural, sin perjuicio de
los flujos comerciales que las conectaban. Esos pueblos que ha­
bían reasumido el poder soberano se habían también dispuesto
de inmediato a unirse con otros pueblos americanos en alguna
forma de Estado o asociación política de otra naturaleza, pero
que no implicara la pérdida de esa calidad soberana.
Esta tendencia a preservar la soberanía de los “pueblos”
dentro de los posibles Estados por erigir, si bien se apoyaba na­
turalmente en una antigua tradición doctrinaria y una no me­
nos antigua realidad de la monarquía castellana —cuyo poder
soberano se ejercía sobre un conjunto de “reinos” o “provin­
cias” muchos de los cuales conservaban su ordenamiento jurí­
dico político en el seno de la monarquía—, era sin embargo im­
pugnable por doctrinas propias de corrientes más recientes del
iusnaturalismo, que forman parte de la teoría modernadelEs­
tado, las que postulaban la indivisibilidad de la soberaníayjuz-
gaban su escisión, territorial o estamental, como una fuente de
anarquía.17
El dogma de la indivisibilidad de la soberanía se encarna­
ba en elites políticas de las ciudades capitales —a veces con apo­
yo en parte de las elites de otras ciudades— que proyectaban la
organización de un Estado centralizado bajo su dirección; aun­
que para las fuerzas rivales del resto de las ciudades, la posible
modernidad de aquella postura no se distinguía muy bien de lo
que algunas denunciaban como un “despotism o” heredero del
de la monarquía. De tal manera, frente a la emergencia de las
tendencias centralizadoras en las ciudades capitales, las pro­
puestas iniciales de las otras ciudades apelaron a la figura de la

— 67 —
.Josí; C a r l o s C ii i a r a m o n t k

confederación. Así se dio en prácticamente casi toda Hispano­


américa, como lo muestran los casos de México, la Nueva Gra­
nada, Venezuela, el Río de la Plata o Chile.
Como veremos más adelante, Asunción del Paraguay fue
una de las primeras en recurrir a la idea de una confederación
para defender su autonomía, en este caso frente a Buenos Ai­
res. El programa del gobierno provisorio, publicado en un ban­
do del 17 de mayo de 1811, prevé el futuro inmediato como una
confederación. Y, poco después, en un oficio a Buenos Aires, la
Junta Provisional del Paraguay se pronunciaba por “la confe­
deración de esta provincia con las demás de nuestra América, y
principalmente con las que comprendía la demarcación del an­
tiguo virreynato...”18
En el otro extrem o de Hispanoam érica, la postura de
Gómez Farías y otros liberales mexicanos en el Congreso de 1823
es claramente confederal. En junio de ese año, seis diputados,
entre ellos Gómez Farías, presentaron una propuesta de urgen­
te adopción de medidas acordes con la tendencia a la “confede­
ración” que domina, afirmaban, a la nación mexicana: al Congre­
so resta “terminar de una vez la revolución mexicana y dejando
afianzado el gran pacto de confederación.”19 En otra oportuni­
dad, dentro del mismo congreso exponen el fundamento con-
tractualista de su criterio:

“Q ue es un eq u ívoco d ecir que la so b era n ía de los estad os no les


vie n e de ellos m ism os, sin o de la con stitu ción general, pues, que
ésta no será m ás que el pacto en que tod os lo s estad os sob eran os
exp resen por m edio de sus representan tes los derech os que c e­
den a la confederación para el bien general de ella, y los que cada
uno se reserva .”20

Las ciudades principales mexicanas formaron Estados cuya


mayoría proclamó su independencia, entendiéndola unos como
compatible con la integración en una federación, y otros como
“independencia absoluta”, concepto eventualmente congruen­
te con el de confederación.21 Por ejemplo, leemos en la Consti­
tución del Estado de Zacatecas, de 1825: “El Estado de Zacatecas
es libre e independiente de los demás estados unidos de la na­
ción Mexicana, con los cuales conservará las relaciones que es­
tablece la confederación general de todos ellos.”22 Por otra par­
te, es de advertir que la más temprana reunión de las ciudades

— 68 —
N a c i ó n y K s t a d o u n I h u k o a m P.k i c a

en Estados fue facilitada en México por la existencia, desde tiem­


pos de la Constitución de Cádiz, de las diputaciones provincia­
les, las que tendieron a conformarse como gobiernos de sus ju ­
risdicciones, hasta su desaparición, reemplazadas por las legis­
laturas provinciales electas, entre 1823 y 1824.23
Concordando con su postura adversa a esa tendencia, el
líder centralista mexicano fray Servando Teresa de Mier escri­
bía en abril de 1823 que la república a que todos aspiraban, unos

“ ...la q u ie re n con fed erad a y y o com o la m ayoría la q u ie ro cen ­


tral lo m enos d u ra n te 10 ó 20 años, p orq u e no h ay en las p r o v in ­
cias los elem en tos n ecesarios p ara hacer cada estad o sob eran o,
y todo se vo lv ería d isp u tas y d iv isio n e s.”24

La oposición a la postura de preservar la calidad soberana


de las provincias o Estados mediante una confederación no en­
frentaba solamente a los partidarios de un Estado centralizado
sino también a los líderes federales que concebían al federalis­
mo a la manera de la segunda Constitución norteamericana, esto
es, a los partidarios de lo que hoy se denomina Estado federal.
De modo que dentro de lo que la historiografía une con la co­
mún denominación de “federalistas”, en buena medida porque
la confusión estaba ya presente en el lenguaje de la época, de­
bemos distinguir a quienes intentaban preservar sin mengua la
soberanía de cada Estado o provincia en vías de asociarse a otras,
de quienes pretendían organizar un Estado nacional con plena
calidad soberana, sin perjuicio de las facultades soberanas que
se dejaban en manos de los Estados miembros.25

F e d e r a c ió n , c o n f e d e r a c ió n , “ g o b ie r n o n a c io n a l ”

De alguna manera, la comentada confusión no haría otra


cosa que prolongar la forma en que trataba el asunto la litera­
tura política previa a la experiencia del constitucionalismo nor­
teamericano. Tal como lo hace, por ejemplo, Montesquieu en
una de las más recurridas fuentes del debate constitucional de
aquellos tiempos, su Espíritu de las leyes,26 Hasta el momento
en que la Constitución de Filadelfia inaugurara esa forma iné­
dita de resolver el dilem a de la concentración o desconcentra­
ción del poder que conocemos como federalism o norteameri­

— 69 —
.Jo sil C a i u . o s C iii a k a m ü n i u

cano —y que da origen a la aparición en la historia de un nuevo


sujeto de derecho internacional, el Estado federal—, los trata­
distas políticos sólo utilizaban la palabra federalismo para re­
ferirse a la confederación —unión de Estados independien­
tes—, y utilizaban sinonímicamente los vocablos federación y
confederación.
Por eso, encontramos en los editores norteamericanos de
E l Federalista una distinción de términos que puede sorpren­
dernos. Se trata de su uso, al relacionarlos, con una acepción
extraña a nuestro criterio actual: lo federal opuesto a lo nacio­
nal, entendiendo por “federal” lo confederal, y por nacional el
Estado federal que proponían sus autores. Por ejemplo, al con­
siderar qué carácter de gobierno es el propuesto en la nueva
Constitución que habría de reemplazar a los Artículos de Con­
federación..., Madison observa que, si se considera según sus
fundamentos, el nuevo sistema seguiría siendo federal [esto es,
para nosotros, confederal] y no nacional [federal], dado que la
ratificación de la nueva Constitución sería efectuada no por los
ciudadanos norteamericanos en cuanto tales, sino como pue­
blo de cada Estado.27
La so lu ció n de co m p ro m iso del p re sid e n cia lism o
norteamericano, con su yuxtaposición de una soberanía nacional
y de las soberanías estatales, solución empírica para superar la
ineficacia de los A rtículos de Confederación de 1781 para
organizar una nación, no correspondía a lo que la doctrina
política entendía entonces por federalismo, en cuanto forma de
asociación política opuesta a la de unidad.28 Sólo muy avanzado
el siglo XIX se comenzará a formular la diferencia entre ambas
soluciones. En Estados Unidos, donde todavía a mediados de
ese siglo una figu ra como el ex vicep resid en te Calhoum
interpretaba a la Constitución de Filadelfía como confederal,29
la percepción de la diferencia se impondrá recién en la segunda
mitad de la centuria. A l parecer, sólo en Alem ania se d is­
tinguieron tempranamente los conceptos de confederación y
Estado federal.30 En realidad, ocurría lo que Tocqueville había
percibido, y formulado con mucha agudeza, respecto del uso
del térm ino federalism o referido a los Estados Unidos de
América:

A sí se h a en con trad o una fo rm a d e gobiern o que no era p reci­


sam ente ni n acional ni fed era l; p ero se han d etenid o allí y la

— 70
N a c i ó n y Ií s t a d o k n I b e r o a m é r i c a

p a la b ra nueva que debe expresa r la cosa nueva no ex iste toda­


v ía .”31 [subrayado nuestro]

Posteriormente, a partir del estudio del proceso político


n o rte a m e ric a n o , lo s e s p e c ia lis ta s en d e re ch o p o lític o
elaborarán la distinción entre el concepto de federación y el
de confederación, si bien encuentran todavía serias dificultades
para definirlos y precisar sus diferencias.32 Se ha discutido así
cómo definir la confederación, cómo distinguir sus caracte­
rísticas de la del Estado federal, cómo sortear la dificultad de
la superposición del derecho in tern acio n al y del derecho
interno que ella im plica, cóm o abord ar la cu estión de la
soberanía y la personalidad estatal, y otros problem as, todos
estrechamente conectados entre sí. Según un punto de vista
suficientem ente comprensivo, la confederación sería “ ...una
sociedad de Estados independientes, que poseen órganos
propios permanentes para la realización de un fin com ún.”33
En general, las consideraciones respecto de la confederación,
que en últim a instancia no hacen otra cosa que reflejar la
experiencia histórica conocida —liga aquea, confederación
helvética, confederación norteam erican a...— , subrayan las
cuestiones de la defensa y de la política económica en el origen
de las confederaciones. Así como uno de sus rasgos caracterís­
ticos, señalado por la mayoría de los autores que se ocupan del
tem a, es que los Estados miembros de una confederación retie­
nen su soberanía externa.34
Esta característica, propia de la confederación, de estar
formada por Estados independientes, la encontram os señala­
da tanto en los tratadistas actuales, como anteriorm ente en
Montesquieu o en El Federalista. Montesquieu juzgaba que la
confederación era una form a apropiada de gobierno que reu­
nía las ventajas interiores del republicano y las exteriores
del monárquico, y se refería a ella —en su lenguaje, la repúbli­
ca federativa— como “una sociedad constituida por otras so­
ciedades”, y a sus miembros mediante conceptos como “cuer­
pos políticos”, “sociedades”, “pequeñas repúblicas”.35 El Fe­
deralista, citando a M ontesquieu, definía la confederación
— la “re p ú b lica c o n fe d e ra d a ”— “com o ‘una re u n ió n de
sociedades’ o como la asociación de dos o más Estados en uno
solo”. En cuanto a las modalidades del Estado confederado,
observaba a continuación que “ ...la amplitud, modalidades y

— 71 —
J osé C arlos C iiiaram o nte

objetos de la autoridad federal, son puramente discrecionales”.


Pero, añadía, “mientras subsista la organización separada de
cada uno de los miembros [...] seguirá siendo, tanto de hecho
como en teoría una asociación de Estados o sea una confede­
ración.”36
Esta confusión en la terminología política, que inaugura
el proceso norteamericano y que perdurará durante la mayor
parte del siglo XIX, se registra también, con pocas excepciones,
en la historia iberoamericana. La historia de la independencia
venezolana ofrece un buen testim onio de sus alcances. En
opinión de los partidarios de un Estado centralizado, habría sido
el federalismo de la Constitución de 1811 la fuente de la anarquía
que impidió enfrentar la reacción española y terminó con la
Patria Boba, la primera república venezolana. Bolívar sostuvo
este criterio en varias oportunidades37. Sin embargo, la historia
parece haber sido otra. Inmediatamente después de dado el
primer paso hacia la independencia, la iniciativa tomada por el
Ayuntamiento de Caracas suscitó las clásicas desconfianzas de
las otras ciudades recelosas de las pretensiones de hegemonía
de aquélla.38 Varias de ellas se apresuraron a darse un texto
constitucional en el que proclamaron su autonomía soberana
—algún artículo de la Constitución del Estado de Barcelona llega
a calificarse de “nacional”39— y entablaron un agudo pleito con
Caracas, al punto que algunas adhirieron al Consejo de Regen­
cia, prefiriendo una formal pleitesía a la distante autoridad
peninsular que sujetarse a la más cercana y riesgosa de la ciudad
rival.40 Cuando finalmente se promulga la Constitución, que
delinea algo más cercano a un Estado federal que a una confe­
deración, el resultado no podía menos que disgustar a las
ciudades celosas de su soberanía. Los conflictos, por lo tanto,
parecen más bien haber sido producto de una reacción ante el
grado de centralización entrañado en la Constitución de 1811 y
no por influencia de la misma.41

E l c a s o d e l B r a s il

Tenemos entonces delineadas las distintas posiciones que


se enfrentan en el proceso de construcción de los futuros Esta­
dos nacionales. Y hemos señalado que en buena medida remi­
ten a las distintas concepciones de la soberanía: centralismo,

— 72 —
N ac ió n y E stado en Iuiíkoamékica

confederacionismo, federalismo. Tres tendencias que definirán


gran parte de los conflictos desatados por las tentativas de or­
ganizar los nuevos Estados que debían reem plazar al dominio
hispano y que también se registran en la historia del Brasil, pese
a las notorias diferencias con la de las ex colonias hispanoame­
ricanas, que la continuidad monárquica favoreció allí.
En el caso brasileño “la solución monárquica no fue la usur­
pación de la soberanía nacional como argüyeron más tarde los
republicanos”, sino resultado de la decisión de parte de las elites
brasileñas que aspiraban a formar un Estado centralizado y te­
mían que la vía republicana impidiese la unidad.42 La indepen­
dencia, entonces, no fue aquí tampoco producto de una aún
inexistente nación sino de los conflictos internos de Portugal.
La formación del Estado nacional sería así resultado de un pro­
ceso posterior desarrollado aproxim adam ente hacia 1840-
185o.43
Es ya lugar común advertir que la transición al Brasil in­
dependiente fue menos turbulenta que la de las ex colonias his­
panas en virtud de la perduración de un poder legítimo, el de
un miembro de la casa de Braganza. Pero si la continuidad pa­
rece haber sido la característica del caso brasileño, en compa­
ración con el de Hispanoamérica, es de tener en cuenta sin em­
bargo que esa continuidad no implicó un proceso de unidad
política. Advertía Sérgio Buarque de Holanda que en Brasil,
“ ...as duas aspira<¿oes —a da independencia e a da unidade—
nao nascem juntas e, por longo tempo ainda, nao caminham de
máos dadas. ”44 Entre otras razones, porque el Brasil colonial
no difería de las colonias hispanas en cuanto a los rasgos de
dispersión económica y social.45
Si bien el resultado final de la transición a la independen­
cia sería el de un solo Estado soberano, surgieron también fuer­
tes tendencias autonómicas en varias regiones brasileñas, y al­
gunas de ellas con aspiraciones de independencia soberana. Tal
como ocurrió en el caso de la insurrección de Pernambuco en
1824 —cuyo líder, el sacerdote radical Frei Canepa, criticó el
centralismo de la constitución de Pedro I porque, entre otras
cosas, “despojaba a las provincias de su autonomía”— que de­
sembocó en la proclamación de una república independiente
denominada “Confederación del Ecuador”.46 Al regreso de Juan
VI a Portugal, en muchas provincias que habían formado Jun­
tas Gubernativas fieles a la corona predominaba el “espíritu lo­

— 73
J osé C ar lo s C h iar a m o n te

cal”, que tendría reflejo en la actuación de los diputados a las


Cortes reunidas en Lisboa en enero de 1821. Por ejemplo, Diogo
Antonio Feijó, importante líder liberal, sostuvo allí que los di­
putados no representaban a Brasil sino a sus provincias, las que
eran independientes entre sí: “Nao somos deputados do Brasil
[...] porque cada provincia se governa hoje independente.”47
Es así que el mismo espíritu que había aflorado en la re­
vuelta de Pernambuco se difundiría luego de la abdicación de
Pedro I en 1831, cuando “con la autoridad declinante del go­
bierno central la lealtad de la mayoría de los brasileños se ca­
nalizó hacia la localidad...” Esto conduciría a la monarquía fe­
deral de 1834, cuya Constitución, si bien moderaba el federalis­
mo de un anterior proyecto de 1831, traducía el autonomismo
que ardía en las regiones.48 Por otra parte, las tendencias auto­
nómicas, expresadas por los políticos liberales, se reflejaron en
las rebeliones urbanas que estallaron entre 1831 y 1835 y en la
declaración de su independencia por tres provincias: Pará (1836-
1840), Bahia (1837-1841) y Rio Grande (1835-1845). Asimismo,
ellas tendieron a fortalecer instituciones de gobierno local.49
En la detallada consideración realizada por Sérgio Buarque
de Holanda de las reformas liberales, se puede observar un re­
flejo de la importancia del llamado ámbito “m unicipal” como
fundamento de las tendencias anticentralistas, así como el de­
sarrollo de un proceso dirigido a su aniquilación. Éste es en parte
similar al que conduciría a la supresión de los cabildos riopla-
tenses, entre 1820 y 1834, como imprescindible requisito para
la afirmación de unidades soberanas más amplias, dado que las
cámaras habían tenido ya en tiempos coloniales amplios pode­
res, con jurisdicción no limitada al ámbito urbano, tal como en
las provincias sudamericanas de la monarquía española.50 Es
así que ya hacia 1828 las cámaras brasileñas habían sido priva­
das de funciones políticas y judiciales, y limitadas a las sola­
mente administrativas. Con un lenguaje muy similar al usado
en Buenos Aires, aparentemente por una también común in­
fluencia de Benjamín Constant, se afirmó que “o poder chamado
municipal nao é poder entre nós” y se lo subsumió en el de las
Asambleas provinciales.51

“P arece in e g á ve l — com en ta B u arqu e de H o la n d a — que para


r e a lz a r a p o s ig á o das u n id a d e s t e r r it o r ia is m a is a m p ia s ,
s u c e s s o r a s d a s p r im it iv a s c a p it a n ía s , t e n d e r a - s e a um

— 74
N a c i ó n v E s t a d o k n I h k r o a m í .k i c a

am esquinham ento e até a urna nulificagáo dos corpos m unicipais,


co m o se a p e n a s ñas p r im e ir a s se a n in h a s e o p r in c ip io da
autonom ía reg io n a l.”

Y agrega que se atrib u ye “ ...ao s hom ens de 1834 o


aniquilamento dos corpos municipais, que tamanha latitude de
poderes tiveram nos séculos da colonizagáo.”52
Las reformas liberales, que culminaron en 1834, serían en
realidad intermedias entre el centralismo y el autonomismo,
dado que alejaron definitivamente el riesgo de emergencia de
soberanías independientes. El federalismo brasileño había ter­
m inado por asum ir ese carácter, fe d e r a l, aleján d ose del
confederacionismo, en apoyo al nuevo Estado nacional y con
explícitas declaraciones de su intención de no repetir el proce­
so hispanoamericano. De manera que las expresiones sobera­
nas del autonomismo local tuvieron corta vida y en vísperas de
promediar el siglo parecían ya superadas, con alguna transito­
ria excepción, como la de la riograndense República Farroupilha
entre 1835 y 1845.
Por paradójico que parezca, los mismos factores que en
muchas de las ex colonias hispanas llevaron a la autonomía o a
una unión confederal, en Brasil se orientaron hacia la organi­
zación de un Estado centralizado. Aunque las elites locales con­
servaron en su seno, eso sí, la potestad real que emanaba de su
poder económico y de la reciprocidad de servicios políticos con
el gobierno central.53

E l c o n fe d e r a c io n is m o p a r a g u a y o

La idea de confederación caracterizó —y com plicó— des­


de el inicio las relaciones entre la provincia del Paraguay y la
B uenos Aires re vo lu cio n aria . El recu rso al p rin cip io de
retroversión de la soberanía a los pueblos y la consiguiente
igualdad de derechos entre las ciudades del ex Virreinato se
encuentran ya en el bando del 17 de mayo de 1811 —lanzado
por la flamante Junta paraguaya— y todavía con mayor clari­
dad en el oficio del 20 de julio del mismo año, documentos en
cuya redacción intervino decisivamente el Dr. Francia. En este
últim o se lee:

— 75
J osé C arlos C m iar am o n tk

“ ...Cada P u eblo se con sid era en ton ces en cierto modo p a rtici­
p an te del atrib u to de la Soberanía, [...] reasum iendo los pueblos
sus D erechos p rim itivos se hallan todos en igual caso, y que igual­
m ente corresp on d e a tod os velar sobre su p rop ia con servación .”

También allí se anunció el envío —nunca concretado— de


un diputado al congreso de las provincias puesto que

“L os A utos m ism os m an ifestarán a V .E . que su voluntad d ecid i­


da es u n irse con esa C iudad, y dem ás con fed erad as no sólo para
con servar una recíp ro ca am istad , buena arm on ía, com ercio y
corresp on d en cia, sino tam bién p a ra fo rm ar una sociedad fu n ­
dada en prin cip ios de ju stic ia , equidad y de igu a ld ad .”

A l igual que otras ciudades rioplatenses las autoridades


de Asunción jamás admitieron la preeminencia de Buenos A i­
res. Se ampararon para ello en la afirmación del carácter de
órgano soberano atribuido a la Junta, que quedó en evidencia
al reservarse ésta expresamente el derecho de ratificar “cual­
quier reglamento, forma de gobierno o constitución que se dis­
pusiese en dicho Congreso general”.54
El bando del 14 de septiembre de 1811 dado por la Junta
Gubernativa del Paraguay y el tratado con Buenos Aires del 12
de octubre de ese mismo año establecieron la independencia
definitiva de aquella “provincia”, mientras que en el artículo
quinto del tratado se acordó la construcción de lazos que “deben
unir ambas Provincias en una federación y alianza indisoluble”
y “conservar y cultivar una sincera, sólida y perpetua am istad”,
así como

“a u xilia rse y coop erar m u tu a y eficazm en te con tod o g é n e ro de


auxilios según p e rm ita n las circu n stan cias d e cad a una, tod a vez
que lo d em an d e el sagrado fin de aniqu ilar y d estru ir cualesquier
E nem igos que in ten te oponerse a los progresos de n uestra ju sta
C au sa, y com ú n L ibertad.”55

En consecuencia, el tratado relegó a un incierto futuro la


posibilidad de una confederación y se limitó a establecer tan
sólo una alianza militar.
Julio César Chaves considera el bando del 20 de julio como
documento pionero de la idea de federación en el Río de la Plata

— 76 —
N ac ió n y K stad o en Ik k k o a m é k ic a

—anterior a las Instrucciones del Año X III de A rtigas— y a


propósito de su filiación doctrinal establece un paralelo con el
Acta de Confederación y la Constitución de los Estados Unidos.
A sim ism o a firm a que fu e el Dr. F ra n cia , m iem b ro del
Triunvirato autor del bando, quien lanzó por primera vez la idea
de fe d e ra ció n en Sudam érica y que su s fu e n te s eran la
Constitución de 1778 [sic], El Federalista y sobre todo Benjamin
Franklin. Finalmente añade que Mitre califica dicho documento
como la primera acta de confederación del Río de la Plata.56
Asimismo, Efraim Cardozo considera la existencia de un
“plan federal del Dr. Francia” como solución de compromiso
que perm itiría, por un lado, “conservar la libertad de la patria;
por el otro el deseo ardiente de no romper la reconocida natu­
ral hermandad con Buenos Aires y los demás pueblos del Río
de la P lata”.57 Y si bien reconoce que dicho plan no fue enuncia­
do sistem áticam ente en la citada nota del 20 de julio ni en nin­
gún otro documento, afirma que sus líneas generales pueden
rastrearse a través de los distintos textos oficiales elaborados
en 1811. Ellos propondrían una unión entre todas las provin­
cias rioplatenses y aun las del resto de la Am érica hispana, asen­
tada sobre los principios de independencia civil e igualdad po­
lítica. Para este autor, el plan era contrario a los deseos del go­
bierno central de Buenos Aires, para el cual entrañaba la anar­
quía y la disolución en un momento sumamente crítico por la
precaria situación militar del Alto Perú y de la Banda Oriental.
Tanto para Chaves como para Cardozo, la opción porteña
oscilaba entre dos extremos: la sujeción o la alianza, a pesar de
que esta última implicaba el reconocimiento de la independencia
del Paraguay. Asimismo, para el último de los citados, la alianza
se encontraba “mucho más cerca de los auténticos sentimientos
paraguayos, que el plan federal del Dr. Francia, concebido con
mero espíritu transaccionista”58, y que quedaría sepultado para
siempre.
La discusión sobre la prioridad de uruguayos, paraguayos
o argentinos en la enunciación de una solución federal no parece
dem asiado relevante. Como se ha comentado más arriba, la
alternativa del “federalism o” era lugar común en la literatura
p olítica de la época y cualquier letrado iberoam ericano no
dejaba de estar informado al respecto, incluyendo en esto las
m uy d ifu n d id a s in fo rm a cio n es resp ecto del fed era lism o
norteam ericano. Vista desde esta perspectiva, y teniendo en

77 —
Joslí C a k I . OS C l l l A K A M O N T l i

cuenta la formación en el derecho natural y de gentes de las


elites am erican as de lo s alb ores del siglo X IX , la unión
confederal resultaba ser el modo más natural de conciliar las
pretensiones autonóm icas de ciudades y/o provincias, y la
necesidad de contrarrestar la debilidad de esos nuevos sujetos
soberanos, así como los riesgos de conflictos entre ellos. Tal
como la alianza o la confederación planteadas por el Paraguay
buscaba salvaguardar sus derechos soberanos a la vez que
protegerse de los intentos de Buenos Aires por subordinarlo.
Los textos relativos a las iniciales propuestas paraguayas
de asociación política que se conservan poseen las mismas
características de las iniciativas confederales surgidas en toda
Iberoamérica a partir de los primeros intentos independentistas.
El fundamento de ellos, más allá del grado de conocimiento de la
experiencia norteamericana —que por otra parte fue en todas
partes de Iberoamérica mucho mayor de lo que la historiografía
respectiva había supuesto—, era el derecho natural y de gentes,
base de la conducta política de ese entonces. El objeto del
Congreso General de las Provincias propuesto por Buenos Aires,
ajuicio de quienes el 9 de junio de 1811 separaron del mando al
gobernador Bernardo Velazco, debía ser el de “formar una
asociación justa, racional, fundada en la equidad y en los mejores
principios de derecho natural, que son comunes a todos...”59
Entre esos principios de derecho natural figuraba en pri­
mer término el del consentimiento, requisito ineludible para
que cada parte de una nueva entidad política fuera incluida en
ella, asi como la formalización del pacto de sociedad necesario
para darle forma. Tales rasgos iusnaturalistas se observan tam­
bién en la resolución del Congreso General de la Provincia re­
unido en Asunción el 17 de junio de 1811, que manifiesta la dis­
posición del Paraguay de establecer no sólo relaciones de amis­
tad con Buenos Aires “y demás provincias confederadas, sino
que también se una con ellas para el efecto de formar una so­
ciedad fundada en principios de justicia, de equidad y de igual­
dad”.60
Estos principios confederales, incluido el requisito de pre­
via ratificación, por las partes confederadas, de las resolucio­
nes del proyectado Congreso General de las Provincias, son rei­
terados en la más conocida nota del 20 de julio, atribuida al Dr.
Francia, en la que se lee:

78 —
N a c i i O n y E s t a d o i í n I h k r o a m IIk i c a

“La con fed eración de esta p ro v in cia con las dem ás de nuestra
A m é rica, y prin cipalm en te con las que com prendía la dem arca­
ción del antiguo virrein ato, debía ser de u n in terés m as in m e­
d iato, m as aseq u ib le, y por lo m ism o m as n a tu ra l, com o de p u e ­
b lo s n o so lo de un m ism o o rigen , sin o que por el en la ce de p a rti­
cu lares recíp ro co s in tereses parecen destinados por la n atu rale­
za m ism a a viv ir, y con servarse u n id o s...”61

A pesar del tratado firmado, las relaciones con Buenos


A ires se caracterizaron por las tensiones constantes originadas
por el incumplimiento recíproco de las cláusulas acordadas. La
renuencia del Paraguay al envío de auxilios militares, la subsis­
tencia de impuestos a la yerba y el tabaco y los obstáculos para
el arribo de armas a aquella provincia provocaron finalmente
la ruptura entre ambos gobiernos.
Sin embargo, las autoridades porteñas propiciaron e l res­
tablecim iento de las relaciones bilaterales y, con el pretexto de
la reunión de la Asamblea General Constituyente, enviaron a
Nicolás Herrera con el propósito de lograrla anexión de la pro­
vincia del Paraguay a las demás rioplatenses. La negativa podía
significar para Paraguay la asfixia económica. Pese a las pre­
siones, el congreso convocado el 30 de septiem bre de 1813 para
tom ar una determ inación al respecto no sólo desestimó aquella
posibilidad, sino que dictó un reglamento que estableció, entre
otros puntos, el reemplazo de la voz provincia por la de repú­
blica para la denominación del nuevo Estado, la creación de un
Poder Ejecutivo integrado por dos cónsules, y la adopción de
una bandera y un escudo.
No obstante la mala acogida de su misión y su rotundo
fracaso, Herrera intentó convencer sin éxito al Dr. Francia, en
ejercicio del consulado, sobre las ventajas de renovar el tratado
del 12 de octubre de 1811 o al menos el mantenimiento de la
negociación a través de plenipotenciarios. La política exterior
de Francia se caracterizó de allí en más por el aislamiento di­
plomático y el principio de no intervención. Así, los pedidos de
alianza de Artigas para enfrentarse con Buenos Aires, luego del
rechazo de los diputados orientales por parte de la Asam blea
Constituyente, merecieron la misma negativa. Francia se abs­
tuvo de participar en el conflicto y limitó su acción al ofreci­
miento de mediación y buenos oficios.
En 1815 Alvear impulsó la reanudación de las relaciones

— 79 —
Joslí C a r i .o s C iiiar am o n tk

con el Paraguay e incluso invitó a su gobierno a enviar una vez


más un diputado al Congreso de Tucumán. F ran cia contestó que
la propuesta podía resultar insultante,

“...p o rq u e p reten d e r que un a R epú b lica in d e p e n d ie n te en víe


D ip utad os a un C on greso de lo s P rovin cian os d e otro G obierno,
que p recisam en te ha de ser m ayor en n ú m ero: e s un absurdo, y
un d esp ro pósito de m arca...”62

En la década del 20 las misivas del gobernador bonaerense


Martín Rodríguez y de su ministro Rivadavia, así como las del
gobernador correntino Pedro Ferré, form uladas en distintas
oportunidades, fueron ignoradas por el Dr. Francia. En 1830
Rosas le envió una carta por conducto de Policarpo Arozena,
quieü logró llegar a A sunción y e n tre v ista rse con él. Sin
embargo, debió salir al día siguiente de térritorio paraguayo y
nunca se supo qué se trató en esa conversación. Ésta fue la
última tentativa rioplatense de acercamiento.
A la vez, la organización interna del P araguay no se ajustó
ni a las formas federales ni a las confederales. En cambio, un
fuerte centralismo, reforzado por el control personal que ejerció
sobre todos los asuntos del Estado, caracterizó la política interna
durante la gestión del Dr. Francia. Los cabildos de Asunción y
V illarrica —que eran las principales ciudades del E s ta d o -
fueron suprimidos en 1824, y sólo subsistieron los existentes
en las poblaciones de menor im portancia. De tal m anera,
dejaron de existir las únicas instancias sobre la s que podría
haberse fundado una estructura federal o confederal.
La exigua burocracia estaba compuesta por un ministro
del tesoro y su asistente, y un secretario de gobierno. En los
centros de mayor población se hallaban lo s com andantes
político-m ilitares, quienes ejecutaban en su ju risd icció n las
órdenes de Francia. En las zonas de frontera o de contacto
com ercial con el exterior (Itapúa y Pilar) la s autoridades
tomaban el nombre de subdelegados, que m antenían una fluida
y detallada correspondencia con el Dr. Francia. Paulatinamente,
las demás funciones de gobierno fueron quedando a cargo de
jueces de distinta clase, que resolvían asuntos de carácter
judicial y administrativo. Las apelaciones y los casos de traición,
conspiración o robos infames eran delegados directam ente al
Supremo. Al igual que la oficialidad del ejército, ninguna de

— 80
N a c ió n y E s t a d o un I b e r o a m é r ic a

estas autorid ades p erm an ecía d em asiado tiem p o en sus


cargos.63
Un índice del poco transform ado sustrato de la vida
política paraguayo luego de la muerte del Dr. Francia, lo ofrece
la persistencia del papel político del cabildo de Asunción.
Cuando muerto Francia se suceden tres gobiernos provisorios,
el Congreso de 1841 que organiza el segundo gobierno consular
resuelve que, en caso de discrepancia entre los dos cónsules de
la República que tendrían a su cargo el gobierno, “la dirimirá el
Presidente del cuerpo m u n icipal”, así com o si uno de los
cónsules estuviera impedido de ejercer sus funciones judiciales,
lo reemplazaría en causas graves un juzgado eventual formado
por el otro cónsul, uno de los alcaldes ordinarios y el procurador
general de la ciudad [de Asunción].64

E l d e r e c h o n a t u r a l y d e g e n t e s e n e l im a g in a r io
POLÍTICO DE LA ÉPOCA

Para poder comprender el significado de época de esta va­


riedad de formas de concebir el derecho a la autonomía política
por las ciudades y provincias que se calificaban a sí mismas de
“americanas”, form as que van de la simple autonomía, a la in­
dependencia a secas o a la independencia “absoluta”, y para
explicarnos asimismo el hecho de que no se veía contradicción
alguna en conjugar esas tendencias autonómicas o independen-
tistas con la búsqueda de integración política en pactos, ligas,
confederaciones, o en Estados federales o unitarios —estos úl­
timos denominados comúnmente “centralizados”—, es necesa­
rio recordar las peculiaridades de las concepciones que guia­
ban entonces las prácticas políticas. Pues más allá de prestigio­
sas referencias a autores célebres, hay que advertir la existen­
cia de un trasfondo común de doctrinas y pautas políticas,
conformadoras del imaginario de la época, que los letrados ha­
bían absorbido en sus estudios universitarios, en las aulas o
fuera de ellas, y transmitido en escritos, tertulias, periódicos,
ceremonias y otras formas de difusión del pensamiento de ese
entonces. Se trata de las pautas del derecho natural y de gen­
tes, el que, lejos de conform ar solamente un capítulo de la his­
toria de las doctrinas jurídicas, constituyó, en tiem pos en que
aún no habían nacido la sociología ni las hoy denominadas cien­

— 81 —
Josft C a r l o s C iu a r a m o n t e

cias políticas, el fundamento del derecho político y, por lo tan­


to, de las prácticas políticas de la época.65
Sin perjuicio de distinguir las variantes, a veces antagóni­
cas, de algunas concepciones de ese derecho, variantes que no
dejaron de reflejarse en los antagonismos políticos desatados
por las independencias iberoamericanas, es preciso advertir la
existencia de un campo compartido de supuestos políticos. Es
de notar así que, mientras buscamos en las páginas de los pe­
riódicos de ese entonces las menciones de aquellos más conoci­
dos autores cuya influencia nos interesa verificar, o los párra­
fos que la testimonian aun sin nombrarlos, se nos escape una
frase, casi una muletilla, frecuentemente repetida: “lo que co­
rresponde por derecho natural”, o “en virtud del derecho natu­
ral”, u otras variantes de lo mismo, así como la recurrencia a
autores hoy poco recordados, de lugar secundario en los m a­
nuales de historia de las doctrinas políticas, si se atiende al si­
tio concedido a Hobbes, Locke o Rousseau, pero entonces auto­
ridades indiscutidas, como el citado Vattel.
¿Qué era el derecho natural en la época? ¿Cómo podemos
conocer mejor la concepción de aquello que, por constituir el
fundamento de la comunidad y de sus relaciones con otras, p o­
cas veces se lo hacía objeto de algo más que una simple m en­
ción? Para tal propósito, lo s manuales de derecho natural y de
gentes utilizados en las universidades, tales como los ya cita­
dos más arriba, son una excelente vía de acceso a las concep­
ciones que fundamentaron gran parte del proceso de formación
de los Estados del período. Ante todo, porque si atendemos a lo
ya apuntado respecto a la inexistencia de una “cuestión de na­
cionalidad” en el proceso de formación de los nuevos Estados,
se explicará mejor esta proliferación de “repúblicas”, “pueblos
soberanos”, “ciudades soberanas”, “provincias/Estados sobera­
nos”, empeñados en defender su autonomía y amparar su inte­
gridad, sin perjuicio de su voluntad de unión con otras sim ila­
res entidades soberanas.
En primer lugar, recordemos que, según el derecho de
gentes, todas las naciones o Estados eran “personas m orales”,
a la s que, en cuanto tales, le s eran tam bién pertinentes las
normas del derecho natural. Escribía el ya citado catedrático
de derecho natural y de gentes de la Universidad de Buenos
Aires:

— 82 —
N ación y K stado un Iberoamérica

“Las N acion es o los E stados sob eran os, sien d o personas n oto­
riam en te m orales son de una n atu raleza y organ ización , aunque
análoga pero d istin ta de cada In d ivid u o p a rticu la r...”

Y, por su parte, el venezolano Andrés Bello explicaba:

“L a cualid ad esp ecial q u e h ace a la n ación un verd ad ero cuerpo


p o lítico , una p erso n a que se en tien d e directam en te con otras de
la m ism a especie b ajo la au torid ad del derecho de gentes, es la
facu ltad de go b ern arse a sí m ism a, que la con stitu ye in d ep en ­
d ien te y so b era n a .”66

Congruentemente con este criterio, se entendía que todas


las naciones eran iguales entre ellas, independientemente de
su tamaño y poder. En virtud del derecho natural, escribía el ya
citado Vattel, “una pequeña república no es menos un Estado
soberano que el reino más potente”. Y Sáenz afirmaba que el
derecho m ayestático “ ...tanto le corresponde a una pequeña
República cual la de San Martín [sic: ¿San Marino?] como al
imperio de Alem ania...” Y lo mismo apuntaba Bello:

“S ien do los h o m b re s n atu ralm en te igu a les, lo son ta m b ié n los


agregad os de h om b res que com p o n en la so cied a d u n iversal. La
repúb lica m ás d éb il go za de los m ism os d e re c h o s y e stá su jeta a
las m ism as ob liga cio n es que el im p erio m ás p o d ero so .”67

Esta conciencia de la igualdad de derechos en su relación


con las demás entidades soberanas, independientemente de las
diferencias de tamaño, riquezas y poder, es uno de los puntales
de las prácticas políticas del período y alienta la sorprendente
emergencia de esas ciudades que, como la citada Jujuy de 1811,
quería ser “una pequeña república que se gobierna a sí misma”.
Dado que, como argüía Bello...

“T od a n ación, pues, que s e go b iern a a s i m ism a, b ajo cu alq u iera


form a que sea y tien e la facu ltad de com u n icar directam en te con
las otras, es a los ojos de éstas un estad o in d epen d ien te y sob e­
ra n o .”68

El concepto es el de una antigua tradición del derecho de


gentes, que Bodino explicaba de una manera que puede sorpren­

— 83 —
J osé C a k i .o s C ii i a r a m o n t k

dernos: mientras haya un poder soberano, fuere individual o


colectivo, existe una república, la cual debe contar, al menos,
con un mínimo de tres familias, compuestas éstas con un míni­
mo de cinco personas...69 Es decir, una república soberana po­
día existir con un mínimo de quince personas...
Se trataba de una independencia que no impedía la inser­
ción en una entidad política mayor. Así Bello enumeraba, luego
de lo recién citado, una variedad de formas que podía adquirir
esa calidad soberana, inventario que nos ayuda a comprender
lo limitado de la tradicional restricción de alternativas a la di­
cotomía de colonia o país independiente:

“D eben contarse en el n ú m ero de tales [estad os ind epen d ien tes


y soberanos] aun los estad os que se h a lla n ligad os a otro m ás
p od eroso por un a alianza d esigu al en que se da al pod ero so m ás
honor en cam bio de los socorro s que éste presta al m ás débil; los
que pagan tribu to a otro estado; lo s feu d atarios, que reconocen
c iertas o b liga cio n es de servicio , fid elid ad y obsequio a un señor;
y los fed erad os, que han con stitu id o una au toridad com ún p er­
m anente para la adm in istración de ciertos intereses; siem pre que
por el pacto de alianza, trib u to, fed eración o feu d o no hayan re­
n unciado la facu ltad de d irigir sus n egocios internos, y la de en ­
ten d erse d irectam en te con las n aciones extranjeras. Los estados
de la U nión A m erican a han renun ciado a esta últim a facu ltad , y
por tanto, aunque in d epen d ien tes y sob eran os b ajo otros aspec­
tos, no lo son en el derecho de g e n tes.”70

De tal manera, tenemos algunos de los hilos fundam enta­


les para entender mejor el proceso de organización de los nue­
vos Estados iberoamericanos. La definición de una legitimidad
política a partir de la doctrina de la reasunción del poder por
los pueblos, la adopción de un estatuto de autonomía fundado
en la calidad soberana que aquella doctrina suponía y, a partir
de allí, la búsqueda de una mayor fortaleza y defensa ante el
mundo exterior a Iberoamérica, o ante los propios pueblos ve­
cinos, mediante una variedad de soluciones políticas que iban
del extremo de las simples alianzas transitorias al del Estado
unitario. Una visión tradicional de este proceso atribuía al sen­
timiento de la nacionalidad la formación de esas diversas enti­
dades estatales que reunirían a las “soberanías” menores. Pero
una interpretación más verosímil muestra un conjunto de pue­

— 84 —
N a í 'i ó n y E s t a d o k n I b k r o a m é r i c a

blos soberanos que en la medida en que perciben los riesgos de


una subsistencia independiente, dada la debilidad de sus re­
cursos económicos y culturales, tienden a alejarse de la aspira­
ción a la “independencia absoluta” para asociarse a aquellos con
quienes tienen mayores vínculos, sin resignar su condición de
personas morales y el amparo del principio del consentimien­
to para su libre ingreso a alguna nueva form a de asociación
política.
Pero aproximadamente luego de 1830 se registra ya el in­
flujo del principio de las nacionalidades y comienzan a form u­
larse proyectos de organización o de reforma estatal en térm i­
nos de nacionalidad. Congruentemente, los intelectuales insta­
larían esa cuestión en la cultura de sus respectivos países, y la
preocupación por la existencia y las modalidades de una nacio­
nalidad sería de allí en más predominante en el debate cultu­
ral. Sin embargo, a excepción de Brasil, el resto de los pueblos
iberoamericanos poseía un serio obstáculo para reunir las con­
diciones exigidas por aquel principio. Y testimoniarían, pero en
esto también como Brasil, que en realidad sus respectivas na­
cionalidades, y su figura en el respectivo imaginario, son un pro­
ducto, no un fundamento, de la historia del surgimiento de los
Estados nacionales. El obstáculo, paradójicamente, no era el de
no poseer rasgos definidos de homogeneidad cultural sino el de
compartirlos de un extremo al otro del continente.71 Si el prin­
cipio de las nacionalidades hubiera debido aplicarse no podía
ser de otra form a que en una sola nación hispanoamericana.
Esto, aclaro, no significa que considere factible tal proyecto y
lamente su no concreción.72 Pues tal como lo veían ya los pri­
meros líderes de la Independencia, una nación hispanoameri­
cana era imposible por razones prácticas concernientes princi­
palmente a la enorme extensión del territorio, la irregularidad
de la demografía y al estado de las comunicaciones.

E s t a d o n a c io n a l y f o r m a s d e
r e p r e s e n t a c ió n p o l ít ic a

Si abandonamos entonces la obsesión por la cuestión de


la nacionalidad, se hacen más com prensibles las pautas que
guiaban la conducta política de los pueblos iberoam ericanos.
Cómo proteger la autonom ía dentro de la asociación política

85 —
Josií C arlos C iiiaram o n tk

por constituir, cómo ingresar a ella con libre consentimiento


—preservando la calidad de persona moral que confería un es­
tatuto de igualdad a todas las partes, independientemente de
su poderío real—, cómo armonizar la soberanía de las partes
con la del Estado por erigir, eran todas cuestiones centrales
que absorbían el interés de esa gente. Entre ellas, la cuestión
de la representación política, indisolublem ente anexa a la de
la soberanía, constituiría permanente terreno de disputa. En­
tre la calidad del diputado como apoderado, que al antiguo
estilo de la diputación a las Cortes castellanas perduraría como
expresión de los pueblos soberanos hasta bien entrado el siglo
XIX, y la de diputado de la nación, que las tendencias centra-
lizadoras intentaron imponer temprana e infructuosam ente,
la figura del agente diplomático, correspondiente a la calidad
de pueblos independientes y soberanos, se impondría, por
ejemplo, en el caso de las llam adas provincias argentinas que
term inarían por suscribir el Pacto Federal [confederal] de
1831.73
El carácter soberano de las ciudades, y luego de las provin­
cias rioplatenses, tuvo así expresión en un rasgo central de la
vida política del período, como lo es el tipo de representación.
En todas las reuniones para intentar organizar constitucional­
mente un nuevo Estado, o para arreglar asuntos diversos entre
algunas de las ciudades, luego provincias, los diputados tenían
inicialmente carácter de apoderados, a la manera de los “pro­
curadores” del Antiguo Régimen español. Pese a los intentos,
muy tempranos, por convertir a esos apoderados en “diputados
de la nación” —el primero de ellos registrado ya en la Asamblea
del Año XIII—, el mandato imperativo prevaleció en este tipo
de reuniones hasta que luego del fracaso del nuevo Congreso
Constituyente en 1827, las provincias se asumieron explícita­
mente como sujetos de derecho internacional, reglando sus re­
laciones como tales y designando a sus diputados como “agen­
tes diplomáticos”.74 Recién en 1852, en la reunión de los gober­
nadores argentinos preparatoria del Congreso Constituyente de
1853, cuyas resoluciones son conocidas como Acuerdo de San
Nicolás, se impuso definitivamente el carácter de “diputado de
la nación” a los futuros congresistas.
En el otro extrem o del continente, el ya citado líder
centralista mexicano fray Servando Teresa de Mier, en ocasión
del Congreso Constituyente de 1823, impugnaba el mandato

— 86 —
N a c ió n y E s t a d o kn I b e r o a m é r ic a

im p erativo y p roponía co n sid erar a los dip u tad os com o


representantes de la nación:

“Al p u eb lo se le ha de conducir, no o b ed ecer. Sus d ip u ta d o s no


son los m andaderos, que hem os ve n id o aqu í a ta n ta co sta y de
tan largas d istancias para presentar el b illete de nuestros amos.
Para tan bajo en cargo sobraban lacayo s en las provin cias o p ro­
cu rad ores o corred ores en M éxico.”

Y, consiguientemente, sostenía:

“La sob eranía resid e esen cialm en te en la n ació n , y no pudiendo


ella en m asa eleg ir sus d iputados, se d istrib u y e la elecció n , por
las provincias; pero una vez verificad a, ya no son los electo s, d i­
p u tad os precisam en te de tal o tal p rovin cia, sino de toda la n a ­
ción. É ste es un axio m a recon ocid o de cu an to s p u b licistas han
tratado del siste m a rep resen ta tiv o .”75

Lograr el consentimiento necesario para la erección de un


Estado nacional implicaba de hecho que los diputados de las
partes concurrentes al acto constitucional revistiesen la cali­
dad de diputados de la nación y abandonaran la antigua cali­
dad de procuradores o la reciente de agentes diplomáticos que
convalidaba su independencia soberana. Cuando la maduración
de los factores propicios al éxito de aquella iniciativa lo hizo
posible, como en el caso argentino, el requisito indispensable
fue que los diputados al Congreso Constituyente de 1853 revis­
tieran esa calidad y abandonaran la de ser apoderados de sus
pueblos. En el citado Acuerdo de San Nicolás, de 1852, previo
al Congreso Constituyente del año siguiente, se eliminó el man­
dato im p erativo m ediante la sig n ifica tiv a resolución que
transcribimos:

“ El C on greso san cion ará la C on stitu ción N acion al a m ayoría de


su frag ios; y com o p ara lo g ra r este o b jeto sería un em b arazo
in su p era b le que lo s D ip u ta d o s trajeran in stru ccion es esp eciales
que restrin gieran sus poderes, queda co n v en id o que la elección
se h ará sin con d ición ni restricció n alguna, fian d o a la co n cien ­
cia, al saber y al patriotism o de los D ipu tad os el san cion ar con
su vo to lo que creyesen m ás ju sto y conven ien te, su jetán d ose a
lo que la m ayoría resu elva sin protestas ni recla m o s.”

— 87 —
JosP. C arlos C iiiaram o n te

Y otro artículo hacía más explícita la voluntad de conside­


rar a los constituyentes como “diputados de la nación” y no apo­
derados de sus provincias:

“Es n ecesario que los D iputados estén penetrad os de sen tim ien ­
tos puram en te n acio n a les para que las p reo cu p acion es de lo ca ­
lid ad no em baracen la grand e obra que se em prende: que estén
persu ad id os que el bien de los pueblos no se ha de conseguir por
exigen cias en contrad as y parciales, sino por la consolid a ción de
un régim en n acional, regu lar y ju sto : que estim en la calidad de
ciu d a d a n o s argen tinos a n tes que la de p rovin cian os.”76

Aunque en ciertos casos los acuerdos necesarios fueron


fruto del condicionamiento de las negociaciones por la imposi­
ción de una ciudad o provincia más fuerte, la emergencia del
Estado nacional, si ajustada a derecho, sería entonces fruto de
un acuerdo contractual. Esa sustancia contractual, paradójica­
mente, consistiría en renunciar a la antigua naturaleza de los
representantes, y a la correspondiente calidad de personas m o­
rales soberanas de sus comitentes, mediante la comentada fic-
? ción jurídica de suponer una nación previa para imputarle la
soberanía.77
De tal manera, la relación Estado y nación cobra otra fiso­
nomía. No se trata ya, entiendo, de examinar qué es primero y
determinante de lo otro. Si es la nación la que da origen al Es­
tado o, como se ha solido alegar desde hace cierto tiempo atri­
buyendo a esta perspectiva el valor de hecho de una anomalía,
si es el Estado el que conformó la nación.78 Se trata, si bien
miramos, de un falso dilema, originado por la ya comentada
confusión introducida por el enfoque anacrónico del principio
de las nacionalidades. Pues, de hecho, lo que se intenta al afir­
mar que es el Estado el que habría creado la nación, no es otra
cosa que subrayar la conformación de una determinada nacio­
nalidad por parte del Estado. Y, en tal caso, la composición de
lugar que actualmente parece más razonable es la de advertir
que no hay mucho de qué sorprenderse pues así parece haber
sido el caso de la generalidad de las naciones modernas, no sólo
de las iberoamericanas.79 Si, como es evidente, podemos reco­
nocer la existencia de fuertes sentimientos de nacionalidad en
las poblaciones de los diversos Estados iberoamericanos, esto

— 88 —
N a c i ó n y Ií s t a d o u n I b k k o a m i U i c a

no indica, en manera alguna, una supuesta identidad étnica ori­


ginaria que habría sido el sustento de estos Estados. Ni la his­
toria del Brasil, ni la de los pueblos hispanoamericanos, avalan
tal presunción. En cambio, esa historia proporciona valiosos ele­
mentos de juicio para verificar cuáles fueron los acuerdos polí­
ticos que dieron lugar a la aparición de diversas nacionalidades
y, por otra parte, cuáles fueron los procedimientos utilizados
por el Estado y los intelectuales —los historiadores en primer
lugar— para contribuir a reforzarla cohesión nacional median­
te el desarrollo del sentimiento de nacionalidad siguiendo, por
lo común, criterios difundidos a partir del romanticismo.
IV. FUNDAMENTOS IUSNATURALISTAS DE LOS
MOVIMIENTOS DE INDEPENDENCIA*

Una vez examinadas diversas manifestaciones de la rela­


ción entre los movimientos iberoamericanos de independencia
y el iusnaturalismo, así como ciertos prejuicios que pueden di­
ficultar la labor del historiador, creo conveniente abordar, en
una perspectiva más general, algunos rasgos del enfoque que
sobre la historia de la nación surgen de la historiografía recien­
te y que han producido notables innovaciones en el estudio del
tema.

1. L a h is t o r ic id a d d e l a s n a c io n e s y d e l c o n c e p t o

DE NACIÓN

Recordemos previamente que después de un prolongado


descuido del tema, la preocupación por los orígenes nacionales
ha cundido entre los historiadores en las últimas décadas. Se
ha observado que durante el siglo X IX y la primera mitad del
pasado se publicaron muy pocos trabajos sobre el tema, algu­
nos de naturaleza académica y otros, producto de las preocu­
paciones políticas de intelectuales socialistas, miembros de la
Segunda Internacional. Pero en los últimos treinta años la pro­
ducción se ha incrementado notablemente, según recordamos
en el prim er capítulo.
De esta renovación del interés de los historiadores por la
formación de la s naciones contemporáneas interesa destacar
dos aspectos sustanciales. El primero de ellos consiste en el re­
conocimiento de la historicidad, o “artificialidad”, de la nación.
Esto es, un enfoque que considera a la nación no un fenómeno
natural sino un producto histórico, transitorio, que no siem pre
existió, aparecido en cierto momento —fines del siglo XVIII en
adelante— y que por consiguiente podría dejar de existir en el
futuro.
Un detalle no intrascendente de este prim er aspecto de la
cuestión, que es importante subrayar, es algo no ausente de la

— 91
.Jo s é C a r i .o s C ü iaram o ntií

bibliografía europea dedicada al tema, pero de poco relieve en


la específicamente iberoamericana. Me refiero a que ese enfo­
que sobre la historicidad de la nación no es resultado de la re­
ciente historiografía sino que había sido ya sostenido por Er­
nesto Renán en su clásico ensayo ¿Qué es una nación? (1882):
“Las naciones no son eternas. Han tenido un comienzo y ten­
drán un fin.”1
Si el vaticinio formulado por Renán puede encontrar me­
nor aceptación —por otra parte no compromete la especifici­
dad de la labor de los historiadores, volcada al pasado— su aser­
to sobre el origen histórico de las naciones posee ahora mayor
consenso. Sin embargo, es cierto que el reconocimiento de la
artificialidad y presunta transitoriedad histórica del fenómeno
nación no se generalizó como criterio de investigación históri­
ca hasta hace muy poco tiempo. Es decir, que lo peculiar de la
reciente tendencia historiográfica sobre el problema de la na­
ción es el haber convertido en un posible criterio normativo de
la disciplina algo que hasta entonces existía como una poco atra­
yente tesis de un intelectual positivista y socialista del siglo XIX.
Pero se ha efectuado además una revisión crítica de la antigua
perspectiva que asociaba la emergencia de las naciones contem­
poráneas a las demandas de existencia política independiente
por parte de conglomerados humanos étnicamente homogéneos.
Es decir, un cuestionamiento del supuesto de la existencia de
un nexo necesario entre sentimientos de identidad y génesis de
los Estados nacionales contemporáneos, supuesto que había
formado parte sustancial del llamado principio de las naciona­
lidades, difundido contemporáneamente al romanticismo. En
virtud de esta crítica del principio de las nacionalidades, éste
pierde su valor de explicación del fenómeno nacional, y puede
ser considerado una forma, ideológica, de formular reivindica­
ciones por parte de líderes políticos de las sociedades contem ­
poráneas, pero que con el tiempo ha pasado a convertirse en
postulado indiscutible para los súbditos de cada Estado.
Afirmar, entonces, el carácter “artificial”, construido, del
fenómeno nación, lleva inevitablemente a su disociación del fun­
damento étnico que se le ha concedido predominantemente en
el pensamiento contemporáneo. Porque frente a la innegable
calidad de “artefacto” político que ostenta el Estado, la nación,
asumida en clave étnica, había sido concebida como lo natural,
como lo dado, y los sentimientos de identidad nacional como

— 92 —
N a <’ k ‘) n v E s t a d o i í n I ii i . r o a m I ' r i c a

expresión de esa fuerza natural. Los instintos infantiles, escri­


bía en 1851 uno de los teóricos del principio de las nacionalida­
des, son

.el germ en de d os po d ero sas te n d en cia s del hom bre ad u lto, de


dos leyes n atu rales de la esp ecie, de dos form as p e rp e tu a s de
asociación hu m ana, la fa m ilia y la nación. H ija s am bas de la
naturaleza, y no d el artificio, com pañeras in separab les del o r­
den so cia l...”2

Generalmente, la asociación del concepto de identidad al


de nación, partía del supuesto étnico, y si en el caso considera­
do no se verificaba su existencia, se lo postulaba. Un distinto
punto de vista al respecto es, como se sabe, aquel que atiende a
la “invención” de las tradiciones que contribuyen a formar la
conciencia de identidad.3 Este concepto de invención histórica
ha sido señalado con razón como de efectos “devastadores” para
toda una antigua y muy fuerte tradición historiográfica, pues el
movimiento de historización del fenómeno nacional se ha e x­
tendido hasta incluir en él al mismo concepto de lo étnico. Así,
también la etnicidad puede ser concebida como una especie de
“invención”, resultado de una construcción cultural, integrán­
dola en el dominio de la Historia y restándole el valor de p ri­
mordial e inmodificado dato biológico o cultural.4
Este criterio relativo a la naturaleza del vínculo entre el
fenómeno de la form ación de esas naciones, por un lado, y los
sentimientos de identidad colectiva, por otro —sentimientos que
a partir de críticas como las recién reseñadas pasan a ser consi­
derados más bien producto que fundam ento—, resulta enton­
ces de la mayor im portancia para el tratamiento histórico del
problema de los orígenes de las naciones iberoamericanas. Por­
que la dificultad entrañada por la interpretación de los oríge­
nes de las naciones en términos del principio de las nacionali­
dades no se disipa al admitir la historicidad tanto del fenóm e­
no nación como del sentim iento de nacionalidad. Dado que aun
así, si no se advirtiera lo recién señalado respecto de la crítica
del supuesto vínculo entre sentimientos de identidad y em er­
gencia de la nación, podría concebirse a las naciones como ex­
presión política de nacionalidades preexistentes, fundando esta
perspectiva en las m anifestaciones de sentimientos de identi­
dad colectivos registrados tanto en la América colonial, ya en

— 93 —
.Josf' C a r i . o s C u i a r a m o n t e

tiempos m uy anteriores a las independencias iberoamericanas,


como en Europa, donde son conocidas las manifestaciones de
patriotismo y otras formas de identidad grupal por ejemplo en
los siglos X V I o XVII.
Se trata de una relación compleja y al mismo tiempo de
un también complejo problema de criterio histórico. Quizá, la
mejor form a de acercarse a él es recordar que, si bien es inne­
gable que han existido a lo largo de la historia grupos humanos
culturalmente homogéneos y con conciencia de esa cualidad,
esto es, con sentimiento de identidad, lo nuevo del siglo XIX es
la formulación política de un vínculo necesario entre ese rasgo
y la existencia en forma de Estado independiente.5 Destacamos
esto porque consideramos que contribuye a superar uno de los
preconceptos más arraigados sobre la calidad “identitaria” del
fundamento de las naciones contem poráneas.6 De este criterio
surgen consecuencias diversas, de la mayor utilidad para el caso
iberoamericano.
En primer lugar, nos obliga a preguntarnos qué es lo que
llevó a la formación de las naciones iberoamericanas si descar­
tamos el carácter fundacional de los sentimientos de identidad.
Pero, previamente, sería necesario también responder a otra
pregunta escasamente formulada: ¿existieron sentimientos de
identidad “nacionales” en tiempos de las independencias...?
¿Por qué es complicada esta última pregunta? Porque en la
medida en que la naturaleza de lo que llam am os “nación” es
incierta y debatible, sería tam bién incierta la connotación “na­
cional” de los sentimientos de identidad colectiva entonces exis­
tentes. En este punto, la mejor estrategia de trabajo es poster­
gar la respuesta a la última de esas preguntas y comenzar por
otra anterior: ¿existieron sentim ientos de identidad colectiva
capaces de ser soporte de pretensiones políticas? Si así fuera,
¿cuáles eran ellos?
Es necesario recordar que hacia 1810 en el Río de la Plata
coexistían diversas formas de identidad política, de las cuales
la menos fuerte e r a justamente la que podría considerarse an­
tecesora del sentimiento nacional argentino, sentimiento que
resultó un efecto y no una “causa” del proceso de formación del
Estado nacional argentino.7 La gestación del futuro Estado na­
cional argentino no se fundaba en la em ergencia de un senti­
miento de identidad sino en compromisos políticos, de larga y
accidentada elaboración, entre organismos soberanos que pri­

~ 94 ~
N a c i ó n y E s t a d o k n I u k r o a m P.r i c a

mero eran ciudades y posteriormente se organizaron con diver­


so éxito como Estados “provinciales”, pero que en realidad ter­
minaron actuando hacia 1830 no como provincias sino como
Estados soberanos independientes, sujetos de derecho interna­
cional.8 Un examen comparativo con la historia de otras nacio­
nes iberoamericanas permitiría observar la similitud de la ma­
yor parte de los procesos de formación de los Estados ibero­
americanos con estos rasgos del proceso rioplatense.9
Es cierto que una conciencia de rasgos culturales compar­
tidos podría haber favorecido el proceso de unificación política
que dio lugar al surgimiento de los Estados nacionales. La con­
tribución de ciertos sentimientos de identidad a la emergencia
de un Estado nacional, en cuanto factor concurrente, no deter­
minante, no era ignorada en la literatura política de raíz ilus­
trada que inform a gran parte del proceso político de las prime­
ras décadas del siglo XIX. Pero lo característico de tales casos
es que, si bien esos rasgos de identidad eran concebidos como
factores que podían favorecer la unificación política, no se los
consideraba fundamento de una nación. Como es lógico en el
racionalismo propio de la época, se enfocaba la conciencia de
los rasgos comunes en su conformación natural y en su mani­
festación psicológica, y se los reconocía como generadores de
sentimientos de simpatía, pero no como un conjunto de valores
definitorios de una nación.

I d e n t id a d y l e g it im id a d p o l ít ic a .
A n á l is is d e a l g u n o s e je m p l o s

Veamos algunos ejemplos al respecto. José María Álvarez,


jurista guatemalteco, eco moderado del reformismo ibérico de
tiempos de la Ilustración —que publicó en Guatemala, en 1820,
una obra que tendría amplia difusión como manual universita­
rio tanto en Hispanoamérica como en España—, al ocuparse del
estamento de ciudad, formula las siguientes distinciones que
interesan para la comprensión del valor del término natural
(nativo) en el uso de la época, y que, de cierta manera, entrañan
su visión racionalista de los fundamentos de la identidad colec­
tiva. Al escribir que el estado de ciudad es “...aquél por el cual
los hombres son o no ciudadanos naturales, o peregrinos y ex­
tranjeros”, explica así su concepto de lo natural:

— 95 —
Josfi C ar lo s C i ii a r a m u n t k

“P or n atu raleza en ten dem os una inclinación que reconocen en­


tre sí los hom bres que nacen o viven en una m ism a tierra y bajo
un m ism o go biern o. Esto proviene de que la n atu raleza ha in-
fiindido am or y volu ntad y ha enlazado con un estrecho vínculo
de cierta inclinación a aqu ellos que nacen en una m ism a tierra o
país: a sem ejan za de los que proceden de una fam ilia, que se
aman con esp ecialid ad y procu ran su bien con preferencia a los
extraños. A sí pues, aquellos que se m iran con los respetos de
traer su origen de una m ism a nación, se llam an naturales; y fuera
de estos, lo s dem ás son extra n jero s.” 10

Similar perspectiva se puede verificar en diputados al Con­


greso Constituyente reunido en Buenos Aires en 1824. En el de­
bate sobre ciudadanía, los sentimientos de identidad invoca­
dos, mencionados como “afección al país” o “amor al país”, de
ningún modo lo son en el sentido romántico de sentimiento
nacional. Esto es claramente visible, por ejemplo, en el desta­
cado hombre de la independencia, Juan José Paso, diputado
por Buenos Aires, que discute una sugerencia de aplicar el prin­
cipio de ius sanguinis en la transmisión de la ciudadanía de
padres a hijos. Nótese —superando la dificultad de un texto que
reproduce la compleja ilación de un discurso parlamentario no
corregido— cómo se enfocan los sentimientos de pertenencia a
un lugar con un psicologismo de raíz naturalista:

“La prim era lu z que conoce y el p rim er objeto, es lo que hace la


mas terrible im presión en todos los órgan o s de su vista, y estos
v a n p r o g r e s iv a m e n t e r o b u s te c ié n d o s e , y la s e n s ib ilid a d
desp legán dose m as hacia lo q u e le va afectando y haciendo apre­
ciar y gustar mas lo que se ve en el país que nace. Esto es indu­
dable. [...] y no h a y quien no conozca cuanto in flu ye la afección
que se tiene al país en que uno nace, a sus in stitu cio n es, y a los
derech os e in tereses que se atacan o se defien den en él. Es de
m ucha im portancia que los ciudadanos sean tales; si es que esto
vale algo; que al ver que el país se ataca se sienta con m ovid o...”11

El enfoque estrictamente político de las obligaciones sur­


gidas del nacimiento es mayor aún en su contrincante Valentín
Gómez, que contesta a Paso de la siguiente manera:

— 96 —
N a c i ó n y E s t a d o en Ih k k o a m Akic a

“ ...No su p o n e la le y ni e x ig e en los individuos, que sean llam a ­


dos a ser ciudadanos, haya de haber una afección p referente res­
pecto del p aís; b asta que sea una a fecció n suficiente, y la prueba
es esta, q u e a lo s extran jeros a los tantos años de residen cia, o
con la circu n stan cia de estar afincado o arraigado se les con ce­
den los d erech os de ciu d ad an os.”12

Para mejor percibir las diferencias de los lenguajes de épo­


ca, es útil com parar los criterios predominantes durante el si­
glo XVIII y sus prolongaciones, con el de uno de los principales
teóricos del p rin cip io de las nacionalidades, el ya citado
Mancini, en los argumentos vertidos en 1851 y 1852 en sus cur­
sos de derecho en la Universidad de Turín, que hemos citado en
el primer capítulo de este libro. Recordemos que para Mancini
ciertas propiedades y hechos constantes que se habrían mani­
festado siem pre en cada una de las naciones que existieron a lo
largo de los tiempos, eran la región, la raza, la lengua, las cos­
tumbres, la historia, las leyes y las religiones. Su conjunto, afir­
ma, compone la “propia naturaleza” de cada pueblo distinto y
genera una “particular intimidad de relaciones materiales y
morales”, que tiene por legítimo efecto el de hacer nacer “una
más íntima comunidad de derecho, de imposible existencia en­
tre individuos de naciones distintas”. Esa más “íntima comuni­
dad de derecho” encarna en la idea de nacionalidad que, ad­
vierte, pese a haber ya comenzado a mostrar “su mágica poten­
cia”, todavía se mantiene “...en el estado de una vaga aspira­
ción, de generoso deseo y tormento de espíritus elegidos, de
misteriosa pasión, de indefinido y casi poético sentimiento, de
impulso instintivo de virginales inteligencias”.13
Adem ás de la distancia entre este lenguaje y el de quienes
escribían aún bajo la influencia de la cultura ilustrada, es de
notar que m ientras éstos enfocaban la comunidad de origen y
vida social como propiciadora de rasgos psicológicos útiles para
reforzar los lazos sociales, Mancini la concibe como fundamen­
to de una “comunidad de derecho”.
Mancini había definido al derecho internacional como “ .. .la
ciencia a la que corresponde propugnar el dogma de la inde­
pendencia de las naciones”.14 Consiguientemente, la fundamen­
tal diferencia que establecía Mancini entre el antiguo derecho
de gentes y el nuevo derecho internacional estaba en la sustitu­
ción de la nación al Estado como objeto de ese derecho.15

97 —
J osé C ar lo s C hiaram ontií

Los testimonios que hemos transcripto antes de estos tex­


tos de Mancini son útiles para percibir cómo, en un criterio de
antiguo arraigo, la comunidad de rasgos culturales, si bien se
estim aba propicia para ser utilizada por los gobernantes en fa­
vor del fortalecim iento del sentimiento de pertenencia a un
Estado nacional, no era considerada fundamento de una na­
ción. Por ejemplo, un autor del siglo XVIII, de mucha influen­
cia en su época y sobre todo en H ispanoam érica, Gaetano
Filangieri, que se explaya con elocuencia sobre el sentimiento
de patria en un texto dedicado a las “pasiones dominantes de
los pueblos”, afirma que de las pasiones del ser humano sólo
existen dos que conducen al fin deseable, si el legislador las sabe
introducir y difundir: el amor de la patria y el amor de la gloria.
La primera, “madre de todas las virtudes sociales”, hace de la
segunda fuente de m uchos prodigios.16 Si se cumpliesen, y so­
bre esto escribe varias páginas, todas las condiciones que con­
sideraba necesarias para mejorar la condición de los seres hu­
manos

“[¿]qu ién no ve que los va rio s d eseos e in tereses, las esperan zas
d iversa s del ciu dad ano ven d rían a com bin arse con esta pasión,
y cóm o en los pocos casos d e colisión d eb erían ced er a su fuerza
sostenida y fortalecid a por tan tas partes? quién no v e que la v o ­
lu n tad sería adm irablem ente com binada con la obligación en esta
sociedad feliz y que para lle v a r el am or de la patria a aquél en tu ­
siasm o q u e es el últim o grad o de la pasión no se n ecesitaba más
que d ar al pu eblo los ejem p los lum inosos de aquella virtu d ex­
traordinaria que el legislad or debe b u scar en la segunda de las
dos p a sio n es...”17

N otar que se trata siempre de sentim ientos y pasiones ra­


cionalmente comprendidos y pasibles de ser inculcados a los
seres humanos desde el Estado, mientras no hay apelación a
fuerzas que arrastren al conjunto de los hombres a unirse en
forma de nación independiente.
El criterio que inform a la obra de Filangieri es similar al
del español Feijóo, aunque una mirada a tres escritos del céle­
bre benedictino de la primera mitad del siglo XVIII permite
mayores inferencias, algunas de ellas sorprendentes.18 Esos tex­
tos, sobre todo el último, son de particular valor para aclarar
una serie de cuestiones vinculadas al uso de época de las voces

— 98 —
N a c i ó n y E s t a d o un Ib e r o a m é r i c a

patria y nación. Pero, ante todo, no sólo hay que advertir su


utilidad como un “indicador” de esos usos, sino tam bién el v a ­
lor de formadores de opinión que tuvieron los escritos de Feijóo,
ampliamente leídos tanto en España como en Hispanoam érica
durante el siglo XVIII.
En esos escritos de Feijóo se comprueba el uso reiterado
de la voz nación, en especial para aplicarla a franceses y espa­
ñoles, poblaciones que identifica por vivir bajo un mismo g o ­
bierno y unas mismas leyes.19 Desde este punto de vista, en una
crítica de la opinión que afirmaba la existencia de grandes d ife­
rencias intelectuales, morales o físicas entre las diversas nacio­
nes, Feijóo sostiene que en lo sustancial esas diferencias son
imperceptibles. Y analiza con detenimiento los prejuicios y los
testimonios en contrario, relativos a naciones de tod o s los co n ­
tinentes.20 Pero lo más notable de estos textos es la distinción
que efectúa de dos sentimientos generalmente asociados, si no
identificados, a partir de mediados del siglo XIX: el amor a la
patria y la pasión nacional, que considera como cosas distintas
y de opuesto valor:

“B usco en los hom bres aqu el am or de la patria que h allo tan ce­
leb ra d o en los libros; q u iero decir, aquel am or ju s to , d eb id o ,
n o b le, virtu oso, y no lo en cu en tro. En u n os n o v e o a lgú n a fe c to a
la patria; en otros sólo veo u n afecto d elincu en te, que con v o z
vu lg arizad a se lla m a pasión n a c io n a l.”

Sigue un largo párrafo en e l que denuncia que lo s sacrifi­


cios realizados supuestamente en aras de ese “ídolo” o “deidad
imaginaria” que es la pasión nacional, se deben a intereses egoís­
tas (ventajas materiales, gloria, conservación del poder).21
Feijóo realiza una extensa consideración, con uso de ejem ­
plos históricos, de la arrogancia colectiva o la conveniencia p e r­
sonal que se encierra en esa pasión “hija legítima de la vanidad
y la emulación” (la vanidad nos interesaría para que nuestra
nación sea considerada superior a otras, y la emulación para
buscar el abatimiento de ellas) en la que atribuye a “ese espíri­
tu de pasión nacional que reina en casi todas las historias” el
que en muchos asuntos las cosas del pasado nos sean tan in­
ciertas com o las venideras. Y a l describir los diferentes senti­
dos en que se suele usar la voz patria distingue expresam ente
cuál es el que no considera válido —“aquel desordenado afecto

— 99 —
.JüSrt C a K I . O S C 111 A R A M O N T l i

que no es relativo al todo de la república, sino al propio y parti­


cular territorio”—, advirtiendo que con el nombre de patria se
hace referencia a cosas variadas:

“...no sólo se en tien d e la rep ú b lica o estado cuyos m iem b ros so ­


m os y a quien podem os llam a r p a tria com ún, mas tam bién la
provincia, la d iócesis, la ciudad o d istrito donde nace cada uno,
y a quien llam arem os p a tria p a rticu la r.”

Mientras que la patria que considera legítima, que merece


todos los sacrificios,

“ ...es aq u el cu erpo d e esta d o donde, d eba jo d e un g o biern o c i­


vil, esta m o s unidos con la co y u n d a de unas m ism as ley es. Así,
E spaña es el objeto propio del a m or d el español, Francia del fran ­
cés, P olonia del p o laco.” [subrayado nuestro]

Por eso, agrega, si algunos emigran a otro país y pasan a


ser miembros de otro Estado, “éste debe prevalecer al país don­
de nacieron”. El amor “de la patria particular”, continúa, suele
ser nocivo a la república por muchas razones, pues se trata de
una “peste que llaman paisanismo”, que corrompe los ánimos.
Y añade que muchos se han dejado pervertir míseramente “de
la pasión nacional”, expresión que indica, dado que está tra­
tando de la “patria particular”, que Feijoo establecía una sino­
nimia entre patriotismo particular, paisanismo y pasión nacio­
nal. Matiza lo anterior advirtiendo que se debe servir y amar a
la “república civil” de la que se es parte, con preferencia a otras
repúblicas o reinos. Pero tal cosa es así, aclara, no porque se
haya nacido en ella sino porque se forma parte de su sociedad.
De manera que el que se traslada a otra república contrae con
ésta la misma obligación que antes tenía con aquella a la que
pertenecía.22
De tal manera, podemos considerar que surge de los tex­
tos de Feijóo la distinción de dos grandes clases de sentimien­
tos compartidos, hoy diríamos de identidad. Y que la distinción
se funda en la calidad moral del origen de la motivación de esos
sentimientos. El amor de la patria es enaltecido por constituir
un sentimiento de adhesión a los valores y sostenes del orden
social. En cambio, la pasión nacional es repudiada por su natu­
raleza “material”, por tratarse de una afección que en última

10 0 —
N a c ió n y E s t a d o en I b e r o a m é r ic a

instancia subsiste por causa del interés personal; aunque no


condena un “afecto inocente y moderado al suelo nativo”.
Podemos inferir, entonces, que la pasión nacional que
Feijóo repudia no es el sentimiento de identidad nacional que
conocemos hoy, sino un sentimiento de afección local o regio­
nal. E fectivam en te, el térm ino nación es utilizado por él
restrictivamente, en el viejo sentido de referir a grupos huma­
nos que comparten un origen común, desprovisto por lo tanto
de la carga político-estatal que tendrá en el siglo siguiente. Mien­
tras, el vocablo patria es el que resulta más cercano al de na­
ción que encontraremos en tiem pos de las independencias, dado
que la patria, como hemos visto, es definida por Feijóo como
“...aquel cuerpo de estado donde, debajo de un gobierno civil,
estamos unidos con la coyunda de unas mismas leyes.” Sólo que
se trata de un sentimiento conformado en clave racional, no
pasional y, por otra parte, y es lo más significativo, no es expre­
sión de grupos humanos que requieren construir su propio Es­
tado en forma independiente, sino, por el contrario, un senti­
miento compatible con la inserción en cualquier organización
política de la que se es parte.
Si quisiéram os resumir las conclusiones que permiten los
testimonios revisados, podríamos comentar que los usos de las
voces patria y nación durante el siglo XVIII y todavía a comien­
zos del XIX lim itaban la última de ellas, nación, a la antigua
acepción de un grupo de seres humanos que compartían algún
rasgo fundamental, por lo general, el haber nacido en un mis­
mo territorio. Esto es, la comunidad de origen, unida a la sim i­
litud de rasgos culturales que a ello se atribuía. Mientras que
patria refería al objeto del sentimiento de pertenencia y de leal­
tad a una comunidad política. Esa connotación, sin embargo, si
bien la más frecuente, no era la única, como lo prueban expre­
siones tales como “la nación de los filósofos”, utilizada por
Feijóo, aparentemente en forma metafórica.23 Como lo resume
la obra que acabamos de citar, basada en la compulsa de una
amplia documentación del lenguaje político del siglo XVIII, la
dificultad que implica el estudio del concepto de nación en esa
centuria

“ ...resid e en el h ech o de que su contenido sem ántico b ásico está


ya fijad o, pero es en los d iferen tes empleos con cretos de la p a la ­
b ra don de percibim o s que puede ir puesto el acen to en uncM) $pi

— 101
Josrt C arlos C iiiakam on tu

varios de los factores con figu rativos de la nación: étn icos, geo­
gráficos, cu ltu rales, histó ricos, políticos, de costum bres, de le n ­
gu a, de carácte r.”24

Pero si la voz nación poseía variadas connotaciones, care­


cía de otras a las que estamos acostumbrados actualmente, re­
lativas a la organización estatal independiente con fundamen­
to en el sentimiento de nacionalidad.25 En sustancia, equivalía
a lo que posteriormente, cuando trate de organizarse el Estado
nacional, se fustigaría como “espíritu de localidad”, como una
forma de sentimiento particularista, obstáculo para la creación
de una nación organizada políticamente en forma de Estado
independiente. M ientras que patria poseía una connotación
equivalente a la del uso de la voz nación en el siglo XVIII: sus­
tancialmente, la de designar al ámbito político ideal al que per­
tenecía un grupo humano que compartía un mismo gobierno y
unas mismas leyes.

2. E l d e r e c h o n a t u r a l Y DE GENTES EN LOS
MOVIMIENTOS DE INDEPENDENCIA

“La ciencia que enseña los d erech os y deberes de los hom bres y
los E stados ha sido llam ad a, en los tiem p os m odernos, D erecho
N atural y de G entes. B ajo este com pren sivo títu lo están in clu i­
das las reglas de la m oralidad, cuan do ella s p rescriben la con ­
d u cta de los particu lares h acia sus sem ejan tes, en tod as las d i­
versas relacion es de la vida; cuando ella s regu lan a la vez la ob e­
d ien cia de los ciu dad anos a las ley es, y la au toridad del m agis­
trad o al idear y a p lica r las leyes; cuan do ellas m oderan las re la ­
ciones de las naciones in d epen d ien tes en la paz, y p rescrib en lo s
lím ites a su hostilidad en la guerra. E sta ciencia im portante com ­
prende sólo esa p arte de la ética priva d a que es capaz de ser
red u cid a a reglas fijas y g en era les. C on sid era sólo esos p rin ci­
pios gen erales de ju risp ru d en cia y p o lítica que la sabid u ría del
leg isla d o r adapta a la situ ació n pecu liar de su p rop io país, y que
la h abilid ad del estad ista aplica a las m ás flu ctu an tes e in fin ita ­
m ente varian tes circunstan cias que afectan su inm ediato bienes­
tar y segu rid ad .”26

— 10 2
N a c ió n y E s t a d o en Ib er oa m ér ic a

Pero si el proceso de las independencias iberoam ericanas


no responde al principio de las nacionalidades, ¿ cuáles eran sus
fundamentos? En la historiografía latinoamericanjsta el pro­
pósito de determinar los criterios políticos predom inantes en
el período —criterios perceptibles a través de los periódicos,
debates constitucionales, correspondencias, tratados y otros
documentos políticos, públicos o privados- hab ía tendido a ser
satisfecho mediante el rastreo de la influencia cie las principa­
les figu ras de la h isto ria del pensam iento. M ontesquieu,
Rousseau, Voltaire, Locke, Suárez y otros nombres célebres so­
lían así dominar nuestro interés por las “fuentes” d e esa explo­
sión de escritos políticos provocada por las independencias. Y
con una u tiliz a c ió n d em a sia d o rígida de lo s c rite rio s
periodizadores cubrimos con conceptos excesivamente amplios
como los de Ilustración o Modernidad las características de la
sociedad y la cultura iberoamericanas, las que resisten tozuda­
mente nuestras reiteradas tentativas de dar cabal cuenta de ellas
mediante esos conceptos. Por otra parte, sigue dejando aún su
huella, pese a haber sido superada en el terreno de la historia
económica y social, la antigua falta de percepción de las reales
características de la sociedad de la época, la que lejos de mos­
trar innovaciones radicales permaneció, hasta bien entrado el
siglo XIX, mucho más ceñida a sus antiguas formas existen­
cia y a las pautas de vida política que le correspondían.
Nos parece que la dificultad que entraña el problema se
atenuaría si advirtiésemos que los criterios políticos que guia­
ban o que justificaban la conducta de los participantes de esa
historia no eran tanto resultado del reemplazo de "anacrónicas
lecturas” impuestas por la dominación metropolitana median­
te las de las nuevas figuras del f ir m a m e n to intelectual europeo,
según una de las interpretaciones tradicionales, ni efecto de la
influencia de la neoescolástica española del siglo XVI, como
sostiene otra de esas interpretaciones. Esos criterios, en cam ­
bio, provenían de un conjunto de doctrinas, no homogéneas,
que desde antes de la Independencia guiaban la enseñanza uni­
versitaria y sustentaban tanto la producción intelectual como
el orden social en general, doctrinas comprendidas usualmente
por la denominación de derecho natural y de gentes y cuya pre­
sencia en la historia iberoamericana continuará mal valorada
si siguiéramos concibiéndolo, limitadamente, como sólo un ca­
pítulo de la historia del derecho.

— 10 3 —
J osé C arlos C iiiar am o n te

Esta imprescindible reconsideración del iusnaturalismo


contribuiría a superar la dificultad de encontrar un criterio or­
denador del aparente caos de la vida política iberoamericana de
la primera mitad de esa centuria, que por momentos sólo pare­
cería poder interpretarse por la dimensión facciosa de lo políti­
co. La aparente incoherencia de esa historia podrá ser mejor com­
prendida atendiendo a algunas de las cuestiones básicas que se
desprenden del derecho natural y de gentes, tal como la de la
naturaleza de las nuevas entidades soberanas que debieron re­
emplazar la soberanía de las monarquías ibéricas y, muy espe­
cialmente, la de la concepción misma de la soberanía en cuanto
al dilema de su divisibilidad o indivisibilidad. Pues uno de los
conflictos más hondos y duraderos de la historia iberoamericana
del siglo XIX, el que enfrentaba a “unitarios y federales”, esto es,
a centralistas y confederacionistas, sólo se hace inteligible en sus
fundamentos políticos —independientemente de las distorsiones
que pudiese producir el ulterior faccionalismo— a partir de las
concepciones de la soberanía en el derecho natural y de las di­
vergencias que al respecto bullían en él.
En este sentido, lo ocurrido en la historia moderna euro­
pea es también iluminador de lo ocurrido en América. Tal como
lo resumía Norberto Bobbio al señalar que una corriente del
iusnaturalismo que tuvo en Hobbes su más destacado exponen­
te, y para la cual el objetivo central era la unificación del poder,
había hecho del concepto de la soberanía, y de su indivisibili­
dad, el fundamento de la política y de la lucha contra el riesgo
de anarquía proveniente de los “poderes interm edios”.27 Pode­
res intermedios, acotemos, que en la perspectiva de los políti­
cos centralistas, eran las ciudades soberanas que pulularían
durante los primeros años de las independencias. De acuerdo
con el criterio predominante entre los fundadores de la moder­
na teoría del Estado, la salud de la sociedad, la salvaguardia del
Estado contra los riesgos de la anarquía y la sedición, sólo po­
dían lograrse a través de la indivisibilidad de la soberanía y,
por lo tanto, entre otros recaudos, mediante el rechazo de la
soluciones federales (esto es, confederales).28 En la unidad de
la soberanía se afirmaba la independencia del Estado hacia el
exterior, y su solidez interior contra factores de anarquía como
el poder de las corporaciones políticas, económicas o territo­
riales. Esta postura de Hobbes fue refrendada por Rousseau,
pese a las críticas que le hiciera por otras facetas de su pensa­

— 104 —
N a c i ó n y E s t a d o iín I b e r o a m é r i c a

miento. Si bien Hobbes no era desconocido en el mundo cultu­


ral hispano e hispanoamericano del siglo XVIII, las referencias
explícitas eran generalmente para condenarlo, sin perjuicio de
que pudiera compartirse tácitamente su defensa de la unidad
del poder.29 Rousseau, que tuvo una presencia mayor en Ibero­
américa y tituló justamente el capítulo II de la segunda parte
de su Contrato... “La soberanía es indivisible”, elogió expresa­
mente a Hobbes por su apología de la unidad política en el Es­
tado, declarando que fue “...el único que supo ver el mal y el
remedio [...] para realizar la unidad política sin la cual jam ás
Estado ni gobierno será bien constituido.”30
Cuando comiencen los primeros escarceos para organizar
nuevos Estados, buena parte de los líderes de la Independencia,
aquellos que por razones diversas perseguían reformas inspira­
das en los regímenes representativos de su tiempo, se aferrarían
tenazmente a esos postulados políticos que, como veremos, se­
rían en cambio resistidos por quienes estaban más cercanos a los
cauces corporativos y comunitarios que predominaban en la vida
social y política iberoamericana y optaban por preservar el po­
der soberano de ciudades y provincias mediante formas de aso­
ciación política preferentemente confederales, que también te­
nían su arraigo en otras corrientes del derecho natural.
Pero, para apreciar en su real dimensión esta presencia
del iusnaturalismo en las independencias iberoamericanas, es
necesario recordar que el derecho natural y de gentes era, en
realidad, el fundamento de la ciencia política de los siglos XVII
y XVIII, tal como argüía a fines del siglo XVIII el autor inglés
transcripto en el epígrafe de este parágrafo. La concepción del
iusnaturalismo que se desprende del texto citado —que se verá
ratificada por el uso del derecho de gentes en la historia ibero­
americana de la primera mitad del siglo XIX— no es sin embar­
go frecuente en los historiadores, quienes hemos tendido a res­
tringirlo, ya lo señalamos, a la historia del derecho y a ceñir
con frecuencia la atención a sus manifestaciones en los estu­
dios jurídicos. Consiguientemente, la referencia al derecho na­
tural no ha ido mucho más allá de la comprobación del conoci­
miento por los iberoamericanos de obras de Grocio, Pufendorf,
W olff o algún otro autor, sin ahondar en su omnipresencia en
la vida social y política iberoamericana, ni en sus derivaciones
prácticas, fuera en las relaciones sociales cotidianas, fuera en
los eventos políticos.31

— 105
J osé C arlos C iiiar am o n te

A un la influencia misma de lo s grandes nombres, el de


Rousseau por ejemplo, es necesario reubicarla sobre el trasf on-
do iusnaturalista de su obra.32 Tanto el Contrato como el D is­
curso sobre la desigualdad contienen multitud de alusiones a
las obras de Grocio y Pufendorf, porque es en los tratados de
derecho natural, señalaba Derathé, donde Rousseau ha encon­
trado lo esencial de su erudición política. Y añadía: “Se encuen­
tra en efecto en estas obras una teoría del Estado que en el siglo
XVIII se impuso en toda Europa y terminó por arruinar com­
pletamente la doctrina del derecho divino.” Una teoría que ha­
bía sido anticipada por Grocio, expuesta de manera más siste­
mática y completa por Pufendorf y luego por Wolff, y a la que
autores de segunda línea se lim itaban a reproducir.33 Autores
estos últimos que, sin embargo, como veremos, solían ser los
más frecuentados en Iberoamérica.
Por eso conviene subrayar que el hecho de que el derecho
natural y de gentes fuera competencia profesional de juriscon­
sultos y formara parte del ámbito jurídico de la enseñanza uni­
versitaria, no debe atenuarla percepción del relieve que poseía
como fundamento de la ciencia política, en un período de la his­
toria intelectual europea en el que aún no han nacido, como dis­
ciplinas autónomas, la sociología, la economía política ni la
“politología”. Luego de la publicación de las obras de Grocio
(1625) y de Pufendorf (1672), numerosas ediciones de ellas en
diversos idiomas reflejaron ese uso del derecho natural. Su estu­
dio en las universidades adquirió entonces una particular impor­
tancia. Un indicador de esto se encuentra en la recomendación
de Locke, en su tratado sobre la educación, de encargar al discí­
pulo el estudio de la obra de Grocio o, mejor aún, de la de
Pufendorf, para instruirlo no sólo acerca de los derechos natura­
les sino también respecto del “origen y formación de la sociedad
y de los deberes que le son consiguientes.”34 Porque Pufendorf y
demás tratadistas del derecho natural de su época, advertía
Wheaton, comprendían “en el objeto de esta ciencia, no solamente
las reglas de justicia, sino también las reglas que preceptúan to­
dos los otros deberes del hombre, identificando de esa manera
esos objetos con los de la moral.” Justificada o no, la admiración
de sus contemporáneos por la obra de Pufendorf

“ ...se h a e x cita d o por la novedad de esa exten sió n de lo s lím ites


de la ju risp ru d e n cia natural a la cien cia de la filo so fía m oral,

10 6 —
N ación y E stado en Iberoam érica

con la que iba b ien p ro n to a id en tificarse y co n fu n d irse. D e esa


m an era las obras d e los p u b licista s lle g a ro n a ser los m anu ales
de instrucción de los pro feso res de esta ciencia en a lg u n a s de las
universidades m ás célebres de la E uropa, y fueron m irad as com o
in d isp en sab les para una educación co m p leta.”35

Y esta función del iusnaturalismo es la que se podrá com­


probar reiteradamente en el discurso político iberoamericano
del período que nos ocupa y en los fundamentos de la mayoría
de las negociaciones realizadas entonces para definir las for­
mas de asociación política que se adoptarían. Más allá de las
citas explícitas de autores prestigiosos —la mayoría, además,
inmersos en el iusnaturalism o—, los fundamentos de la acción
política estaban dados por el derecho natural y de gentes. In­
cluso un autor como Montesquieu podía ser conciliado con él.36
Efectivamente, ¿cuál es, pensando en la primera mitad del
siglo XIX iberoamericano, la diferencia entre el uso de algunos
autores céleb res (L ocke, R ou sseau , B en jam ín C o n sta n t,
Bentham, entre otros) y el uso (la función) del derecho natural
y de gentes? Si partimos de reconocer la naturaleza de “sobera­
nías” independientes que se atribuyeron las ciudades y/o pro­
vincias, y la naturaleza de sus relaciones políticas, com proba­
remos que estas últimas tenían una formalización en los pactos
y tratados, cuyas estipulaciones obligaban a las partes. Estas
normas, explícitas o tácitas, estaban fundadas en las concep­
ciones iusnaturalistas de la época moderna, cuyas invocaciones
frecuentes en los textos del período confirm an ese carácter de
constituir un terreno común normativo.
Ésta es la diferencia sustancial de la función de ambas
“fuentes” doctrinarias en el uso de época. La cita de un autor
prestigioso podía servir como apoyo, refuerzo, de lo sostenido,
en razón de algo que no era otra cosa que una forma del viejo
principio de autoridad. En cambio, la invocación del derecho
natural era fuente indiscutida de legitimación de lo sostenido.
Lo otro era algo pasible de ser cuestionado, si un contrincante
no participaba de la afición al autor citado, o se oponía a él. En
cambio el derecho natural era incuestionable por todas las par­
tes, más allá de las diferencias, en muchos puntos profundas,
que separaban a sus principales exponentes. Y, precisamente,
esa sorprendente cualidad de ser invocado por las diversas par­
tes en conflicto, y frecuentemente como si no existiesen dífe-

10 7 —
J osé C arlos C h ia r a m o n tr

rencias doctrinarias, es uno de los rasgos notables de la fun­


ción del derecho natural en la época.37 Pues, pese a la diversi­
dad de líneas de desarrollo que se encuentran en él, cumplía la
función de esa creencia o sentimiento general que funda la le­
gitimidad de la acción política de los grupos dirigentes de una
sociedad. A l respecto, Bobbio invoca la teoría de la “fórmula
política”, de Gaetano Mosca, según la cual, “en todos los países
llegados a un nivel medio de cultura, la clase política justifica
su poder apoyándolo en una creencia o en un sentimiento ge­
neralmente aceptados en aquella época y en aquel pueblo.”38
Así, podríamos considerar que nuestro déficit al hacer la
historia de las ideas políticas es no haber distinguido suficien­
temente la diversa naturaleza de los criterios que movieron a
los agentes históricos de una época dada: el conjunto de nocio­
nes, de ideas, de creencias, en que un grupo humano, una so­
ciedad, cimienta consensuadamente su existencia, por una par­
te, y, por otra, el flujo de nuevas ideas surgidas de los grandes
pensadores, que por más prestigio que tengan no poseen aque­
lla funcionalidad. Y, coincidentemente, el habernos ocupado casi
con exclusividad de las grandes figuras (Hobbes, Locke, Kant,
Rousseau, Constant, etc.), y haber olvidado a las “figuras me­
nores” que solían ser más frecuentadas, entre otros motivos por
su papel de divulgadores.39 Preguntémonos, si no, qué espacio
han ocupado en la historiografía latinoamericanista autores tan
influyentes en la vida política iberoamericana de los siglos XVIII
y XIX como Gaetano Filangieri, Emer de V attel o José María
Álvarez.

3. E l e s t u d io d e l d e r e c h o n a t u r a l e n l a
E s p a ñ a b o r b ó n ic a

En cuanto al ám bito más restringido de la enseñanza


del derecho, la presencia del iusnaturalismo es verificable en
la organización de los estudios universitarios de jurispruden­
cia y en publicaciones correspondientes. Recordemos que en
España —y consiguientemente en Hispanoamérica—, así como
en Portugal, la enseñanza del derecho natural había sido im­
plantada por las monarquías, a diferencia de lo ocurrido en
Francia.

— 108 —
N a c i ó n y I í s t a d o i ;n I i i k r o a m Ií r i c a

Efectivamente, en Francia, en el siglo XVIII, no existieron


cátedras de derecho natural y de gentes, por la oposición de la
Iglesia y de los profesores de derecho romano, circunstancia
que mereció las quejas de diversas figuras, entre ellas Rousseau
y Voltaire.40 En cambio, su enseñanza comenzó a imponerse en
las universidades alemanas en el siglo XVII y se había extendi­
do a los demás países protestantes.41 Pero en la misma Francia,
si la Universidad le cerró las puertas, el iusnaturalismo se di­
fundió inconteniblemente durante el siglo siguiente por otros
medios. Entre ellos, cuentan las ediciones de las obras de Grocio
—no menos de cinco entre la edición de Amsterdam de 1724 y
la de 1768— y las más numerosas de Pufendorf, traducidas por
Jean Barbeyrac, profesor de historia del derecho en la Acade­
mia de Lausanne entre 1711 y 1717, y residente luego en Holan­
da hasta su muerte, en 1744. Otras obras difundieron en el pú­
blico francés las doctrinas de Grocio y Pufendorf, así como las
de Christian Wolff. En 1758 se publicó en Amsterdam una adap­
tación francesa de W olff —Principes du droit de la nature et
des gens— y en 1772, en Leyden, aparece una traducción de su
obra con el título Institutions du dr¡oit de la nature et des gens.42
El tratado de Vattel, una de las máximas autoridades del
siglo XVIII en materia de derecho natural, se ajustará a esta
obra, al punto que puede afirmarse que su autor no es otra cosa
que un expositor de W olff ante el público francés.43 Pero pese a
esto, éste preferirá a Grocio y Pufendorf, en especial gracias a
la obra de Burlamaqui —discípulo de Pufendorf y de Barbey­
rac—, que fue profesor de derecho en la Academia de Ginebra y
autor de dos libros en los que divulgaba, apuntando al público
estudiantil, las doctrinas de Grocio y Pufendorf, y que tuvieron
amplio suceso: Principes du droit naturel (Ginebra, 1747) y
Principes du droit politique (íd., 1751). A partir de 1751 la Enci­
clopedia contribuyó también a la difusión del iusnaturalismo,
sobre todo por los artículos de Jaucourt (“Souverain eté”,
“S ociabilité”, “Droit de la n ature”) y de Diderot (“Autorité
politique” y “Société).44
Pero si en Francia el derecho natural no tuvo lugar en la
Universidad, no ocurrió lo mismo en la España borbónica, don­
de, si bien algo tardíamente, se iniciaría su estudio en 1771 du­
rante el reinado de Carlos III, ni en Portugal, donde Pombal le
abriría sus puertas con los estatutos de reforma universitaria
de 1772. Mediante estos estatutos la monarquía portuguesa re­

— 109
J osé C ar lo s C h ia r a m o n te

solvía im plantarla enseñanza del derecho natural, junto al de­


recho civil y patrio, a la historia eclesiástica, a las matemáticas,
a la historia natural y a la física experimental.45
En la España del siglo XVIII, la función del derecho natu­
ral como fundamento de la vida pública y privada —en la que
fundarán sus pretensiones y sus proyectos los líderes de los
nuevos Estados iberoamericanos durante la primera mitad del
XIX— era claramente percibida por influyentes personajes de
la época prohijados por la corona. En las tramitaciones relati­
vas a la reforma de los estudios superiores, previas a la crea­
ción de las cátedras de derecho natural, el gobierno había soli­
citado algunos inform es, entre ellos al publicista catalán
Gregorio Mayáns y Sisear y a Pablo de Olavide. El criterio que
hacía explícito Mayáns hacia 1767, como raíz de la necesidad de
la enseñanza del derecho natural apuntaba a su imprescindi­
bilidad para manejar las relaciones entre los Estados. Mientras
que Olavide —cuyo plan tuvo aprobación oficial en 1769— iba
mucho más allá y subrayaba su carácter de fundamento de la
ciencia de lo político. Pues así como consideraba que la política
era el “alma de todos los códigos y de cada ley en particular”,
sostenía que el derecho natural y de gentes era imprescindible
“...para comprender el verdadero carácter y norma de las ac­
ciones humanas, las obligaciones del hombre en el estado natu­
ral social, el origen de los contratos, pactos y dominio, sus efec­
tos y consecuencias”. Sin las nociones del derecho natural, ar­
güía, “...jamás se podrá formar idea cabal del legítimo interés
del Estado y de los ciudadanos [...] ni se sabrán colocar en su
debido lugar las jurisdicciones de las potestades legítim as.”46
De tal manera, la enseñanza del derecho natural y de gen­
tes terminó por ingresar en los estudios superiores. Ella comen­
zó en 1771 en los Reales Estudios de San Isidro, en un curso que
fue declarado obligatorio para los abogados que quisieran ejer­
cer en la capital y para el cual el rey ofreció pensiones vitalicias
a los mejores estudiantes. Las Instrucciones del real decreto con
el que Carlos III establecía el contenido y características de esos
estudios, prescribían que el maestro a cargo de la enseñanza
del derecho natural y de gentes debía hacerlo “demostrando ante
todo la unión necesaria de la Religión, de la Moral y de la Polí­
tica”, así como previamente disponía que la enseñanza de la fi­
losofía moral se efectuase “sujetándose siempre las luces de
nuestra razón humana a las que da la Religión Católica”.47

— 110 —
N ación y E s t a d o en Ib e r o a m é r i c a

Es oportuno observar que ese decreto tenía por principal


objeto restablecer los Reales Estudios del Colegio Im perial d e
la Corte, antes a cargo de los jesuítas, a cuya expulsión h ace
referencia al comienzo. Referencia que podría reforzar la h ip ó ­
tesis de que aquellos estudios no fueron una extraña contradic­
ción —por promover la corona misma doctrinas encam inadas
contra el absolutismo—, sino una forma de proporcionar una
versión del derecho natural despojada de las aristas peligrosas
para la monarquía, provenientes tanto de la neoescolástica e s ­
pañola del siglo XVI como de las tendencias del iusnaturalism o
antiescolástico, especialmente en lo relativo al derecho de re ­
sistencia y al tiranicidio.48 Recuérdese que, pocos años antes,
el mismo monarca, “...deseando extirpar de raíz la perniciosa
semilla de la doctrina de regicidio y tiranicidio, que se halla e s ­
tampada, y se lee en tantos autores, por ser destructiva del E s ­
tado, y de la pública tranquilidad...”, había ordenado que p ro ­
fesores y graduados de los estudios superiores, laicos y re lig io ­
sos, juraran la condena del regicidio y del tiranicidio.49
Era entonces patente el carácter de peligrosa innovación
que le atribuían al derecho natural sectores conservadores de
la burocracia estatal y de la jerarquía eclesiástica. Adem ás de
su sesgo antiescolástico, ocurría que la explicación contractua-
lista del origen de la sociedad civil y del poder lo había co n ver­
tido en el arma más poderosa que se esgrimiría para im pugnar
la doctrina del origen divino directo del poder. Debe advertirse
que, como cuestión definitoria de la distancia entre ambas do c­
trinas, como verem os más adelante, contaba el derecho de r e ­
sistencia a la autoridad, cuando ésta afectase las condiciones
del contrato, explícito o tácito, en lo que atañe a la conserva­
ción del bienestar de lo s súbditos.
El profesor a quien se encargó la cátedra en San Isidro,
Joaquín Marín y Mendoza, mostraba una visión del derecho
natural y de gentes que reflejaba esos temores, pero que al m is­
mo tiempo los confirmaba. Porque, pese a los recaudos para
suprim ir las facetas inconvenientes de los autores utilizados
en la cátedra, éstas no dejaban de trasuntarse, ya sea de a lg u ­
nos de los textos no suprim idos, ya porque esos textos e x p u r­
gados servían de incentivo para la lectura de las obras o r ig i­
nales.
En una breve historia del derecho natural que se publicó
por primera vez en M adrid en 1776, y en la que es oportuno

— m —
J osé C ar lo s C h ia r a m o n te

detenerse, Marín había expuesto en forma clara y didáctica su


concepto del derecho natural y resumido el curso seguido por
éste desde Grocio en adelante. Se trata de un texto sin mayor
relieve pero de suma utilidad para comprender qué función se
atribuía a la enseñanza del derecho natural en el seno de la
monarquía borbónica, cómo se juzgaban los aportes de Grocio
y de P u fe n d o rf —y de sus co n tin u ad ores, tra d u cto re s y
divulgadores— , y cómo se veía la relación con la tradición esco­
lástica y se resolvía el problema de la conflictiva relación entre
la afición a autores protestantes y la ortodoxia católica.
Marín comenzaba explicando en qué consiste el derecho
natural y de gentes —un “conjunto de leyes dimanadas de Dios
y participadas a los hombres por medio de la razón natural”— y
en qué se diferencia del derecho político y de la política: “Nues­
tro asunto no es el derecho público, ni la política, sino el dere­
cho natural y de gentes”. Y añadía: “Hablamos aquí de aquellas
reglas que tienen prescritas los hombres para ajustar sus accio­
nes, ya se les considere privadamente de unos a otros, ya como
unidos a cuerpos y sociedades.”50
Criticaba la atribución a Grocio del descubrimiento de los
principios que forman la base del derecho natural, principios,
advertía, que se remontan a los filósofos antiguos y tuvieron
especial consideración en los doctores de la Iglesia, a los que el
mismo Grocio rindió tributo, como Santo Tomás, Vitoria, Soto,
Medina, Ayala, Covarrubias, Menchaca y “otros sabios españo­
les”. Pero, en cambio, admitía con elogios el papel principal de
Grocio en haber desarrollado el conocimiento de esos princi­
pios hasta la creación de una nueva disciplina, el derecho na­
tural y de gentes. Se trata de un “género de filosofía” que a prin­
cipios del siglo XVII tuvo sus primeros cimientos, de tal forma
que “quedó descubierta una nueva ciencia y arte”.
El texto de Marín realiza luego un sumario recorrido por
las principales obras que, a partir de la de Grocio, forman parte
del iusnaturalismo moderno. Resalta el papel de Pufendorf como
sistematizador del derecho natural y, asimismo, por ampliar su
cobertura, indagando “el origen y naturaleza de los Estados, con
lo que empezó a incorporar en este estudio lo más acendrado de
la Moral, de la Jurisprudencia y de la Política”. Y añade:

“Casi todos los dem ás m odernos han ad optad o este prop io ru m ­


bo, po r cu y a causa está rep u tad o po r el prim ero que form ó un

— 112
N a c i ó n y E s t a d o en Ib e r o a m é r i c a

sistem a y cuerpo form al o regu lar de esta m ateria, que es lo que


él m ism o dice qu e se p ro p u so .”

Pero agrega que Pufendorf cometió “errores muy crasos”


y que “descubre su adhesión, aunque disim ulada, a Tomás
Hobbes”, y que Juan Barbeyrac, que tradujo al francés su dere­
cho natural y de gentes, “lo pulió corrigiendo sus citas falsas,
sus inconsecuencias y oscuridades, y lo ilustró, por último, con
notas, de modo que su traducción se estimaba ya más que el
original...” Así como Juan Bautista Almici “lo reformó de sus
proposiciones erróneas y lo imprimió poco ha con propias ilus­
traciones”.
El difundido manual de Heineccio recibe elogios por la ca­
lidad de su estilo en su Elementa Naturae et Gentium, de 1 7 3 7 -
Y W olff es alabado por merecedor, sin disputa, de “la gloria de
haber sido el que puso la última mano y el que completó y redu­
jo a perfecto orden y sistema el derecho de gentes”, el que hasta
entonces “apenas se distinguía del derecho natural, y los más
se habían dado por satisfechos con establecer los preceptos na­
turales, haciéndolos comunes a los Estados y a los individuos”.
En una breve referencia a Vattel —breve pero definitoria de la
visión de época respecto del divulgador de W olff—, lo elogia por
haber suavizado “la sequedad y aspereza del método de W olfio”,
amenizando la exposición e ilustrándola en buen orden con aco­
pio de ejemplos modernos, “de modo que, hasta el día, es la
obra mejor que ha salido del Derecho de Gentes” [subrayado
nuestro],
Marín realiza, por último, una síntesis crítica de esos au­
tores, destinada a cumplir la recomendación del monarca espa­
ñol en el sentido de tornar compatibles con el catolicismo las
teorías que se debían enseñar, en la que señala los errores que a
su juicio cometieron. De Rousseau, por ejemplo, escribe lo si­
guiente:

Su extraord in ario m odo de p en sar en estas m aterias, op u esto a


tod o el buen orden y la quietud p ú b lica, ha sido ju sta m en te des­
preciad o y p ro scrito en todas partes, por cuya causa no es razón
que m e deten ga m á s.”

Y en un parágrafo, el XXIX, titulado “Escritos modernos


detestables”, alude a “ciertos faccionarios modernos”, los auto­

— 113
Josfi C a r l o s C iiia r a m o n te

res del “Emilius, l’Esprit, S y stém ed ela Nature, y otros partos


sem ejantes”, a los que, agrega, por castigo, adrede, no nombra.
En el siguiente, “Vicios y defectos de muchos modernos”,
resume esos “defectos comunes, en que inciden todos los más
de los modernos, y que es necesario tener conocidos para no
caer en sus lazos”, recordando que ya al tratar de Grocio y
Pufendorf advirtió sobre la necesidad de este tipo de preven­
ciones.

“P o r lo com ún, to d o s con cu rren en d esarm ar la au toridad , n e­


gan d o la veneración y asen so que se debe a los autores, tanto
sagrados com o profanos, sobre la sup osición que no m erecen más
fe sus testim on ios que en cu an to van conform es con la recta ra ­
zó n .” [...] ‘‘Así, fun dado el tiran o rein o de la razón, ya no con su l­
tan , para d erivar el D erecho N atu ral, a los libros S agrad os; d es­
p recian los Santos Padres, los teólogos, los escolásticos y ju r is ­
con sultos, fiados en una serie de raciocin ios que cada cu al se
esm era en o rd en ar con m ás a rtificio .”

Y aclara más concretamente la naturaleza de los errores


de esos a u to re s, a p u n tan d o a uno de lo s fu n d a m en to s
iusnaturalistas de la impugnación de las monarquías absolu­
tas, las doctrinas contractualistas:

“El p rin cipio de la o b liga ció n y todos los derechos, los colocan
en los pactos y conven ciones, d escon ociend o la m oralid ad, tor­
peza o rectitud intrínseca en las cosas, que les hace ser en sí b u e­
n as o m alas, in d ep en d ien te de los hum anos in stitu to s.”

Y continúa que para ellos, la ley más sagrada para el ser


humano es la de perseguir su utilidad y conservación y rehuir
lo que sea nocivo y dañoso, máxima que impulsa a lo sensual y
terreno, a la manera de los epicúreos, “sin levantar los ojos, para
no acordarse de su más elevado destino.” De allí, continúa, si­
guen en cadena otros principios arbitrarios, de los que surge el
considerar al matrimonio como sólo una especie de contrato y
a la Iglesia como “una sociedad menor, al modo de uno de los
gremios inferiores, con otras proposiciones dignas de severa
censura.”
En el parágrafo siguiente, “Modo para conocer los autores
sospechosos”, se ocupa de prevenir a sus estudiantes de los ries­

— 114 —
N a c iOn y U s t a d o en Ib e r o a m é r i c a

gos que acechan en los textos iusnaturalistas, para lo cual enlista


los rasgos que permiten discernir en ellos “su buena o mala
creencia”. En la extensa aunque sintética enumeración se en­
cuentra un ataque a la soberanía popular — “Otros no hallan en
la suma potestad sino un encargo y administración amovible a
voluntad del pueblo, en quien se figuran que está radicada la
soberanía”—, así como a la pretensión de someter la Iglesia al
poder soberano — “casi todos cuentan por uno de los derechos
de la majestad el poder absoluto sobre los ministros y cosas
sagradas, y sujetan la religión y el culto al arbitrio del Go­
bierno”—.
También se ocupa de recomendar autores católicos que
perm iten refutar los errores y rescatar lo utilizable. Pero, al pa­
sar, desliza este revelador párrafo que hace inferir la poca efi­
cacia de todas esas precauciones para defender la ortodoxia:
“Es necesario taparse algún tanto los oídos antes de entrar a
escuchar las voces de algunos escritores, porque si no se aven­
turan a quedar pervertidos con el delicioso encanto de sus pen­
samientos.”
Y comenta que con tal precaución se editó en Madrid el
tratado de Heineccio, “añadiéndole las advertencias que han pa­
recido más oportunas de los autores católicos...” Hacia el final
de su obrita, recuerda que la enseñanza del derecho natural no
ocurría sólo en el mundo protestante:

“ .. .la F ilosofía y gu sto delicado, que tan to ilu stran este siglo, han
hecho ex te n d er universalm ente esta ciencia p o r toda Europa,
pues no sólo florece en las universidades protestantes, donde p ri­
m ero se in trod u jo com o pú b lica enseñanza, sino que tien en des­
tin a d a s c á te d ra s por los c a tó lic o s en D illin g a , F re ib u rg del
B risoun; y en Inspruk, en V iena de A u stralia [sic] y P ra ga se fu n ­
daron casi al m ism o tiem po que en esta corte; y por ú ltim o se ha
puesto en la U niversidad de C oim b ra.”

Asimismo, añade, se estudia con esmero en otras capita­


les y provincias, razón por la que hay que proceder con cuidado
y mucha precaución para no caer en “errores que, además de
ser muy reprensibles, pueden traer muy fatales consecuencias.”
Como Mayáns, Marín recomendaba el texto del protestante
alemán Heineccio (Johann Gottlieb Heineccius, Elem entajuris
naturae et gentium —Halle, 1738; Madrid, 1776—), adoptado

— 115 —
J osé C arlos G uiar a m o n te

también en la Universidad de Zaragoza, mientras la de Valen­


cia prefería el de Almici (Johannes Baptista Almici, Institutiones
Juris N aturae et Gentium secundum Catholica Principia,
Brixiae, 1768; Valencia, 1787). Pese a las críticas de Marín al
contractualismo, en el tratamiento del argumento central de
estas obras, relativo a las causas y los medios de instaurar la
sociedad civil, ambas apelaban a la noción de pacto para expli­
car el origen de la sociedad y del poder, y aunque justificaban
teóricamente la monarquía absoluta, “negaban por inferencia
el derecho divino a los reyes”, y admitían que los súbditos po­
dían juzgar la justicia o injusticia de los actos del príncipe se­
gún la “ley fundamental” de la sociedad, adoptada en el pacto
de su nacimiento.51
Esa preocupación por “moderar” el uso del derecho natu­
ral fue también registrada por fray Servando Teresa de Mier
respecto de México, al comentar que luego de las abdicaciones
de Bayona, las Indias tenían más motivo para reasumir sus pri­
mitivos derechos, puesto que se había roto

“el pacto solem n e celebrado con los con q u istad ores de In dias
po r lo s re y e s de C astilla y co n sig n a d o en sus le y e s de no ced er ni
en ajen ar en todo ni en parte aqu ellos reinos para siem pre jam á s
so pena de ser n u lo cuanto contra esto ejecu tasen .”

Fray Servando se apoya en la doctrina de la retroversión,


a la que invoca citando a Pufendorf. Sin embargo, agrega:

“no siguió M éxico sino d octrin as de pu b licistas m ás m oderados


com o H eineccio, y sus com en tadores A lm ic i y D. Joaqu ín M arín
y M endoza, cated rático de derecho n atural en la A cad em ia de
M a d rid .”52

Otro indicador de los problemas que llevaba consigo la di­


fusión del iusnaturalismo en España lo constituye la postura
de Jovellanos, sugestivo reflejo de las dificultades afrontadas
por quienes intentaban reemplazar la tradicional sujeción a la
teología de las disciplinas que concernían al estudio de la so­
ciedad y del Estado, como el derecho natural, la filosofía moral
y la política (disciplinas cuyas diversas menciones en sus textos
muestran una “promiscuidad e indistinción conceptual”53 co­
mún en la época). Jovellanos —para quien derecho natural y

— 116 —
N a i ' I íI n y E s t a d o i í n I h k r o a m é r i c a

ética eran inseparables: “Forman una sola ciencia”, escribía,


“reducida a enseñar los deberes del hombre moral hacia Dios,
hacia sí mismo y hacia su prójimo”54— consideraba el derecho
natural y el de gentes como imprescindibles para la formación
no sólo de los juristas sino de todas las profesiones basadas en
los estudios superiores. Pero a la vez que intentaba librar a la
ética de su supeditación a la teología moral, expresaba una fuerte
preocupación por dejar a salvo los principios de la ética cristia­
na y de la religión católica en general evitando los “extravíos”
en que habrían incurrido autores que él mismo estimaba, como
Wolff, Pufendorf o Vattel. Para ello superponía, de manera no
coherente, la fundamentación racional de aquellas disciplinas
y la apelación a la revelación divina. Porque si bien, argüía en
su Memoria sobre la educación pública, la enseñanza de la éti­
ca sería incompleta si no comprendiese toda la doctrina que los
autores que denominaba “los modernos m etodistas” habían
enseñado, advertía tam bién que posiblem ente, al hacerlo, ha­
bían confundido sus principios. Observación esta últim a que,
como otras similares, tendía a moderar su orientación hacia
autores no ortodoxos y que es ampliada al criticar a los filóso­
fos que no se elevaron “...a buscar sus orígenes [de los derechos
naturales] en el Ser Supremo, de quien sólo pudo descender esta
ley eterna y esta voz íntima y severa que la anuncia continua­
mente a nuestra conciencia”. Razón por la que no debería olvi­
darse, reclama, que la enseñanza de la moral cristiana debía
ser el estudio más importante para el ser humano.55 Por eso,
así como expresaba su preferencia por la filosofía de W olff y en
un Plan de educación de la nobleza recomendaba el uso de
Vattel para la enseñanza del derecho de gentes, lo hacía advir­
tiendo la necesidad de expurgarlos de sus errores. Este distan-
ciamiento iba mucho más allá en otros casos, como cuando alu­
día a “Hobbes, Espinosa, Helvecio y la turba de los impíos de
nuestra edad”.56
Pese a todas las prevenciones, la amplitud de la propaga­
ción del iusnaturalismo había sido notable. Al año siguiente de
la inauguración de la cátedra de San Isidro, Cadalso testim o­
niaba su difusión en las satíricas páginas de una obra de tanto
éxito como su Eruditos a la violeta.57 Y lo mismo hacía otro
publicista de la época, mencionando justam ente autores cuyas
orientaciones preocupaban a la corona y a la Iglesia:

— 117 —
J osé C arlos C h iar am o n th

“Aún los que d esean saber algo, suelen aplicarse a la literatura


que llam an de m o d a ; y h ay quien sin entender un átom o de D e­
recho privad o, se m ete a gobern ar el m undo, tom an do un baño
d e pu b licista, y no se le caen de la boca P ufen dorf, B arbeyrac,
V attel, e tc .”58

Antes de la muerte de Carlos III las universidades comen­


zaron a incorporar cátedras de derecho natural y de gentes. La
Universidad de Valencia, en su nuevo plan de estudios de 1786,
lo había hecho obligatorio para todos los estudiantes de dere­
cho civil y canónico. Hacia 1791 se lo enseñaba también en Za­
ragoza, en Granada y en el Real Seminario de nobles de Ma­
drid. En universidades sin cátedras especiales de derecho na­
tural y de gentes se lo estudiaba igualmente en otros cursos, y
en 1786 el rey y Floridablanca recomendaron que también el
clero debía recibir instrucción en derecho de gentes.
Pero la repercusión de los sucesos revolucionarios france­
ses reforzó la corriente hostil al iusnaturalismo. En 1794 fue­
ron eliminadas las cátedras de derecho natural y de gentes. Al
producirse el vuelco reaccionario en la política de Godoy y ser
reemplazado un inquisidor liberal por el arzobispo de Toledo,
el conservador Francisco Lorenzana, el cambio se reflejó en una
Real Orden de julio de 1794, por la que Carlos IV suprimía to­
das las cátedras de derecho público y de derecho natural y de
gentes y prohibía su enseñanza allí donde sin existir esas cáte­
dras, se le hubiese dado lugar en otras asignaturas.59 Además,
otra Real Orden de octubre del mismo año, dedicada a la Uni­
versidad de Valencia, disponía que la anterior cátedra de dere­
cho natural y de gentes fuera destinada a la enseñanza de la
filosofía moral, trasladada al claustro de Filosofía y reservada a
postulantes de ese claustro que fuesen “Doctores Teólogos o
Canonistas”.60
La iniciativa de Carlos III de recurrir a prestigiosos e
innovadores instrumentos doctrinarios para apuntalar las re­
formas del Estado, tomando los recaudos de expurgarlos de lo
ofensivo para monarquía y religión, no tuvo así larga vida. La
conciliación del iusnaturalismo no escolástico con los funda­
mentos de la monarquía y la Iglesia no se reveló exitosa. Se ha­
bía tratado de armonizar cosas de naturaleza incompatible, en
un intento que:

— 118 —
N ación y E s t a d o en Ib e r o a m é r ic a

“...n o llegó m ás allá de una sim ple com bin ación ecléctica que no
sólo dejaba irresu elto el problem a sino que privaba a las nuevas
te n d en cia s de su verd ad ero sig n ifica d o origin al, de m odo q u e no
lo g ra ro n renovar ni fecu n dar el pensam ien to ju ríd ico esp añ ol.”61

Sin embargo, pese a esa realidad, lo cierto es que en el curso


de ese cuarto de siglo la muy condicionada enseñanza del dere­
cho natural había sido un acicate para la lectura de las obras
que se intentaban combatir o neutralizar. Y, pese a la supre­
sión, no disminuyó el interés por el estudio del derecho natural
y de gentes ni tampoco su difusión. Los periódicos siguieron
ocupándose del asunto, Jovellanos continuó recomendando su
estudio, el índice no incluyó los libros de texto que habían sido
aprobados para su enseñanza y hasta, según testimonio de épo­
ca, se lo estudiaba con mayor interés aún.62

4 . D is t in t a s f u n c io n e s d e l iu s n a t u r a l is m o e n
H is p a n o a m é r ic a

“Las reglas precedentes demuestran que para el estableci­


miento ordenado y legítimo de una sociedad son necesarias tres
cosas; prim ero, el convenio o consentimiento de todos los aso­
ciados entre sí y unos con otros, por el cual se comprometan a
reunirse en sociedad y sostenerla con los recursos que ellos
mismos deben facilitar. Segundo, el acuerdo y convenio de to­
dos y cada uno de ellos por el cual convengan y aprueben el
acto de su establecimiento procediendo de hecho a juntarse, y
som eterse al acuerdo general de los asociados, que es el decre­
to de asociación. Tercero, el convenio o pacto con la persona o
personas que deben tener depositada la autoridad, y ejercer las
funciones y altos poderes que según el pacto se depositaren.”63
En la función del iusnaturalismo en la sociedad colonial
podrían distinguirse tres ámbitos. Uno, el conjunto de relacio­
nes interpersonales así como de los particulares con las autori­
dades, en las que es permanentemente invocado según aque­
llos rasgos considerados como sus normas centrales: “Vivir ho­
nestam ente, no dañar a otro y dar a cada uno lo que es suyo.”64
No sólo eran conocedores del derecho natural algunos clérigos
y laicos, doctores en ambos derechos, sino también quienes sin
haber realizado estudios universitarios eran lectores de obras

— 119
J osé C ar lo s C iiiaram o n te

de esa especie, tales como comerciantes o patrones de buques


que actuaban en defensa de derechos que consideraban vulne­
rados.65 De esta naturaleza son las frecuentes invocaciones al
derecho natural o al de gentes, en el siglo XVIII, en relación
con cuestiones de comercio, afectadas por alguna reglamenta­
ción o decisión de autoridades coloniales.
Por ejemplo, un particular que hizo de guarda en una fra­
gata declara en 1759 que para recibir gratificación no hace falta
ley ni ordenanza, pues sólo bastan la costumbre y el derecho
natural. En 1755, los marineros de un navio en viaje de Cádiz a
Buenos Aires imponen al capitán una escala en Montevideo para
eludir una tormenta, alegando que el derecho natural los auto­
riza a disponer lo necesario para conservar la vida. También el
Cabildo de Buenos Aires, a raíz de una discusión sobre si era el
gobernador o el ayuntamiento el que tenía competencia para
entender en el abasto de la ciudad, se ampara en el derecho
natural, sosteniendo que debía atender a “su propia obligación
y natural derecho a cuidar del abasto”, algo que no le era otor­
gado por “ley ni privilegio de S.M. sino por la ley y derecho na­
tural que mantiene, aunque con sumisión al Monarca, adonde
no se extiende la R.O.”. Un irlandés llegado accidentalmente
en 1706, que se dedica activamente al comercio con tolerancia
de las autoridades, en 1714 es acusado de contravenir las leyes
que prohíben el comercio a los extranjeros, ante lo cual se de­
fiende arguyendo que la ley natural lo autorizaba a comerciar
por ser su único medio de sobrevivir. En 1749, trece cargadores
de Indias, que tenían licencia para introducir mercancías des­
de Buenos Aires a Chile y Perú, al enterarse al llegar a América
que un bando del virrey del Perú lo impedía, se dirigen al con­
sulado de Cádiz reclamando por la violación de “un contrato
recíproco e igualmente obligatorio según natural derecho”. En
torno a este asunto, el de las restricciones al comercio, se fue
formando un lenguaje común que surge reiteradamente cada
vez que se considera el problema: el Cabildo de Buenos Aires
alega ante el monarca que la naturaleza ha privilegiado el co­
mercio del puerto y que “la razón natural dicta que cuando se
trata de proveer alguna Provincia o Reino... se les dé la provi­
sión a aquellos que pueden ejecutarlo con mayor conocimiento
y utilidad”.66
Otro de esos ámbitos de vigencia del iusnaturalismo, ya
considerado más arriba, es el de la enseñanza universitaria. Al

— 120 —
N a c iOn y E s t a d o en Ib e r o a m é r i c a

aplicarse en Hispanoamérica las reformas de los estudios uni­


versitarios españoles, se incorporó la enseñanza del derecho
natural y de gentes, sin perjuicio de que su presencia se encuen­
tre también en los estudios de Ética y Filosofía.67 Esta ense­
ñanza se prolonga luego de las independencias: así como, al
fundarse en 1821 la Universidad de Buenos Aires, una de las
tres cátedras de los estudios de primer y segundo año de ju ris­
prudencia se dedica al derecho natural, en 1823 el Soberano
Congreso Constituyente mexicano autorizaba la creación de
cátedras de derecho natural.68 Asimismo, en Zacatecas, infor­
mes del Instituto Literario al gobierno del estado, consignan
que en 1846 se impartían lecciones de derecho natural y de gen­
tes a los alumnos del primer año, cosa que también ocurría en
la ciudad de México.69 Recordemos que el texto de derecho de
mayor utilización en las universidades hispanoamericanas du­
rante la primera mitad del siglo XIX, luego de su publicación
en 1820, y usado también en las españolas, el de José María
Álvarez, correspondiente a lo que luego se denominaría dere­
cho civil, comienza con una explicación de los conceptos de de­
recho natural y derecho de gentes en la que refleja ese carácter
de ciencia de la sociedad que el iusnaturalismo poseía en la épo­
ca. Al distinguir el concepto de derecho de gentes del derecho
natural —derecho natural “es un conjunto de leyes promulga­
das por el mismo Dios a todo el género humano por medio de la
recta razón”— informaba que el derecho de gentes no es otra
cosa que “el mismo derecho natural aplicado a la vida social
del hombre y a los negocios de las sociedades y de las naciones
enteras” [subrayado nuestro]. Y a continuación insistía en que
derecho natural y derecho de gentes no son dos cosas distintas
sino un mismo derecho que varía de denominación por el obje­
to al que se aplica, los individuos o las sociedades.70
Precisamente, lo que más nos interesa en este trabajo es
el tercero de esos ámbitos de vigencia del derecho natural y de
gentes. Es decir, lo concerniente a su relación con el derecho
público, en cuanto atañe al propósito de explicarnos los funda­
mentos políticos de los procesos de independencia. Los testi­
monios recién comentados nos inform an de la vigencia del de­
recho natural como fundamento de la regulación de la vida so­
cial, heredado del período colonial y persistente durante mu­
cho tiem po después de las independencias. Pero a partir del
momento en que las elites hispanoamericanas deben cubrir el

— 121 —
J osé C arlos C iiiar am o n tk

vacío de legitimidad que desata la crisis de la monarquía, el


derecho natural y de gentes proporcionará las bases doctrinales
para ello y, además, los conceptos y argumentos de la vida polí­
tica independiente. Así, la ficción jurídica de la retroversión del
poder, que implicaba la existencia de un acto contractual tácito
entre los “españoles americanos” y su monarca, gracias a la ge­
neral vigencia del derecho natural tuvo la fuerza necesaria co­
mo para poder fundar en ella la legitimidad de los nuevos go­
biernos.
En la prensa de Buenos Aires de las décadas del diez y del
veinte las invocaciones al derecho natural y de gentes son fre­
cuentes, a veces aludido como tal y otras mediante expresiones
sinónimas como derecho público, derecho público de las nacio­
nes, derechos nacionales y ley délas naciones. Esas invocaciones
aparecen en textos diversos, tales como artículos de los redac­
tores, cartas al editor y proclamas y mensajes oficiales, textos
que también podían ser a veces de fuentes ajenas al medio rio-
platense reproducidos con propósitos diversos. Por ejemplo, se
lo encuentra en escritos del bando español o de líderes ameri­
canos de otras regiones. Tal es el caso de una proclama del ca­
pitán general de Chile, Francisco Marcó del Pont, en la que de­
nuncia las acciones de bandidaj e cometidas por los insurgentes
o un oficio de O’Higgins en el que critica el saqueo de un barco
de origen norteamericano, y por lo tanto neutral, por parte de
los españoles.71
Se lo com pruebatam bién en la reproducción de documen­
tos de diversas naciones, en relación con la legitim idad de los
nuevos estados americanos. Así, una carta al editor aparecida
en el diario inglés The Morning Chronicle el 24 de noviembre
de 1818, transcripta por la Gazeta de Buenos Ayres, argumenta
en favor del reconocimiento de las Provincias del Río de la Pla­
ta como una nación d efa cto luego de ocho años de ejercicio
ininterrumpido de derechos nacionales, y se apoya en uno de
los autores de derecho natural más difundido entonces, Vattel.72
En el mismo sentido se lo encuentra usado en la reproducción
de un mensaje del presidente Monroe al Congreso sobre el re­
conocimiento de la independencia de los nuevos Estados de
América del Sur.73
Uno de los temas clásicos del derecho natural, el de las
doctrinas contractualistas, es más que frecuente. Si bien una
imagen estereotipada lo ha circunscrito frecuentemente a la

— 122 —
N a c i ó n y U nt ad o kn Ii i k r o a m é r i c a

discusión de sus posibles fuentes rousseauniana o suareciana,


existía una variedad de autores leídos por los hispanoamerica­
nos que podría dar cuenta de la forma en que es tratado, por lo
que sus “fuentes” suelen ser inciertas. En el párrafo que cita­
mos a continuación se pueden notar varios de los conceptos
centrales del derecho de gentes, mencionado en este caso como
“derecho público” (pacto social, origen contractual de la nación,
resistencia al despotismo, libre consentimiento, derechos so­
beranos, confederación...). Es una cita extensa, para perm itir­
nos observar cómo el uso habitual del derecho natural y de gen­
tes puede pasar inadvertido por la falta de mayores referencias:

“ ... Es una verd ad sin ré p lic a q u e d esd e que las provincias del río
de la P la ta a rra n c a ro n el cetro d e sp ó tic o de las m a n o s del
realísim o, y se em an ciparon de la España, ellas form aron un
pacto social de p erm an ecer unidas. E xtendido este pacto, [...]
qued aron hechas en su virtu d una nación libre e indepen dien te.
Por un a con secu en cia de este p rin cipio, cada un a de estas p ro ­
vin cias quedó su jeta a la au toridad del cuerpo en tero en todo
aq u ello que podía interesar al bien com ún. Som eterse a otra n a­
ción, sin el con sen tim ien to expreso de la propia, sería un acto
nulo, com o con trad icto rio a sus m ism os em peños, y eversivo de
los derechos sob eranos que prom etió guardar ante las aras de la
patria. [...] Si po r su libre consentim iento p u d iese d esatarse de
las dem ás e invalidar su confederación, no habría estado que m uy
en b reve no se viese disuelto.
A p licad os estos p rin cip ios de derech o público a la incorporación
de la provincia O riental con la nación portuguesa, ¿cóm o puede
calcularse debidam ente su legitim idad? [...] ¿Es acaso que se dude
que ella entró en el pacto social de las dem ás provincias desde
que la de Buenos A ires dio el prim er grito de independencia?”74

El carácter de creencia básica compartida que poseía el


derecho de gentes como fundamento de las relaciones entre las
“soberanías” surgidas con la independencia puede verificarse
también en el tratamiento de problemas económicos. Un diario
mendocino critica la política arancelaria de Buenos Aires por
los efectos de la competencia que encuentran los caldos cuyanos
frente a los extranjeros en el mercado porteño y para ello invo­
ca una vez más las razones que motivaron el pacto entre las pro­
vincias, ya que, de no subsistir aquél, “...no hay una sola línea

— 123 —
Josií C a k i .o s C h ia r a m o n t e

que añadir si cada una de ellas es otra nación independiente en


todos respectos, no hay más consideraciones que guardar que
el derecho de gentes, o público de las naciones”.75 Asimismo,
en el tratamiento de las relaciones entre los pueblos rioplaten-
ses y otros Estados, la argumentación sigue los mismos cauces.

“ ...D e las esp ecies de fed era ció n y a lia n za que se co n o cen en el
derecho público la que form ó la provincia C isplatin a [la Banda
O rien tal, a ctu al U ruguay] con el B rasil (perm itid o y no co n ced i­
do que así fuese) o fu e de a q u ella s que, sin renu n ciar un estado
de derecho de soberanía, sin d esistir de la ad m in istración que le
es p rop ia, se som eten , sólo por in tereses com u n es a su asam blea
nacional leg isla tiv a; o fu e de aq u ellas que por un tratad o de p ro­
tección se pon e uno d éb il bajo la tu tela de otro fu erte ...”76

Advirtamos que las alternativas expuestas al final de este


párrafo reproducían un lugar común de los manuales de dere­
cho de gentes, como el de Andrés Bello del que nos ocupamos
más abajo.
Testimonios del carácter del iusnaturalismo como funda­
mento de la conducta política de individuos y comunidades, se
pueden encontrar no sólo en la prensa, correspondencia y otros
materiales políticos, sino también en los textos de las cátedras
de derecho natural y de gentes. En este caso, más allá de su
carácter de fuente para el estudio de la enseñanza del derecho,
ellos revisten una importancia especial porque además de re­
flejar ese carácter ya señalado de fundamento de la ciencia de
lo político propio del iusnaturalismo, nos proporcionan la ma­
yor parte del vocabulario político de la época.
Por ejemplo, en las Instituciones elementales sobre el D e­
recho Natural y de Gentes, de Antonio Sáenz, apuntes de un
curso dictado en la recién fundada Universidad de Buenos A i­
res en los años 1822-23, el rector de la universidad y catedráti­
co de la materia, al emplear la típica sinonimia de época entre
los conceptos de nación y de Estado —y aún más, incluye en
ella al de sociedad—, nos muestra la total ausencia de toda no­
ción de “nacionalidad” como fundamento de las naciones.77A si­
mismo, al definir la voz patria sigue a Vattel, quien la definía
concisamente como el Estado del que se es miembro, y señala
la falta de contenido político en la acepción común que la aso­
cia al lugar de nacimiento, mostrando una valoración de este

— 124 —
N a c i ó n y E s t a d o e n 1 b f . r o a m P. r i c a

uso que hace recordar a la de Feijóo respecto de la pasión na­


cional: “En un sentido material y que prescinde de toda rela­
ción moral y social, la Patria se toma por el lugar de nuestro
nacimiento.”78
Pero también se pueden encontrar en Sáenz otros temas
de la mayor actualidad en su tiempo. En su texto se ocupa de
las diversas concepciones de la soberanía, y la enfoca de una
manera que no acuerda con el criterio de su indivisibilidad.
Rasgo que, unido a su descripción no condenatoria de las repú­
blicas y monarquías federales, y al énfasis en el clásico princi­
pio del consentimiento como requisito para formar parte de al­
guna form a de asociación política, muestra una de las vertien­
tes del proceso de organización de los nuevos Estados que en el
momento de su curso era minoritaria en Buenos Aires, pero que
se impondría largamente pocos años después.79 Pues, precisa­
mente, frente a versiones del iusnaturalismo como la de Sáenz,
concordante con las formas corporativas y comunitarias de la
vida social y política del período, ejercían también atracción las
que correspondían a sus tendencias individualistas, sumadas a
la adhesión a autores que implicaban ya una superación del
iusnaturalismo: además de la no fácilmente perceptible perdu­
ración de la simpatía por Rousseau, los nombres de Jeremías
Bentham y Benjamín Constant son también de frecuente apari­
ción en la prensa y en los debates de los años en que las tenden­
cias centralistas parecían dominar el escenario político.
En cuanto al principio del consentimiento, que aparece en
diversos lugares del texto de Sáenz, destacamos el siguiente pá­
rrafo al que los conflictos en el seno del próximo Congreso Cons­
tituyente, reunido en Buenos Aires entre 1824 y 1827, presta­
rán mayor significación: “Los pueblos de dos países separados
para reunirse deben prestar su consentimiento libre y espontá­
neo [...] faltando éste, el acto es ilegítimo y pueden rescindir­
lo .”80 Fundados en estos principios del derecho de gentes, no
sólo las ciudades rioplatenses protestaban su igualdad con la
de Buenos Aires, sino hasta los mismos “pueblos” bonaerenses
reclamaron ser tratados como iguales a Buenos Aires, con pres-
cindencia del tamaño de su población, dado que según el dere­
cho de gentes, eran “personas morales” iguales a su ciudad ca­
pital. En 1820 los “Representantes de los pueblos libres de la
campaña” de Buenos Aires exigían ser reconocidos no por su
“valor numérico [...] sino por su valor moral”, porque “ ...los

— 125 —
J osé C a r i .o s C iiiaram o n tk

pueblos que nos han honrado con su confianza, son unos cuer­
pos morales, que tienen de su parte todas las ventajas, aun cuan­
do el pueblo de Buenos Aires tenga la del número”. Reclama­
ban, por lo tanto, que los pueblos concurriesen a un Congreso
provincial, “...cada uno con su diputado, pues no hay razón para
que se les considere por el número de sus habitantes, sino como
unos cuerpos morales, que en el actual estado de cosas, tienen
todas las ventajas sobre el sólo pueblo de Buenos A ires.”81
Sobre el concepto de “persona moral”, que sería de fre­
cuente utilización para justificar las acciones políticas de los
pueblos rioplatenses, leem os en Sáenz que “una asociación for­
mada con el consentimiento de los asociados, y dirigida por una
o más autoridades que se expiden con la representación públi­
ca de todos, y es obligada a proveer acerca de su bien y seguri­
dad, se ha considerado siempre como una persona m oral...”82
Similares características a las del texto de Sáenz, que nos
ayudan a comprender mejor qué se entendía por hacer una na­
ción en tiem pos de las independencias, se observan en el libro
de Andrés Bello, Derecho internacional..., cuya primera edi­
ción chilena de 1832 se titulaba Principios de Derecho de Gen­
tes y que fue reeditado en Caracas en 1837, en Bogotá, 1839, y
en Madrid en 1843.83 Al comienzo de este libro, el autor decla­
raba que su ambición quedaría colmada si la obra contribuyera
a que la juventud cultivase “una ciencia que, si antes pudo
desatenderse impunemente, es ahora de la más alta importan­
cia para la defensa y vindicación de nuestros derechos nacio­
nales”.84
Como el conjunto de los individuos que componen la na­
ción no pueden obrar en masa, continuaba Bello, se requiere
una persona o un grupo de ellas encargado de “administrar los
intereses de la comunidad y de representarla ante las naciones
extranjeras”. Siguiendo a Vattel, unas veces resumiéndolo, otras
utilizando sus mismas palabras, agrega Bello que “esta persona
o reunión de personas es el soberano. La independencia de la
nación consiste en no recibir leyes de otra, y su soberanía en la
existencia de una autoridad suprema que la dirige y represen­
ta”. Posteriormente, Bello resume la variedad de situaciones
compatibles con la independencia soberana, en un párrafo que
no es otra cosa que un resumen de un parágrafo de la obra de
Vattel, el autor posiblemente de mayor influencia en el período
y sobre el cual nos es necesario extendernos.85

— 12 6 —
N a c i A n y K s t a u o e n Ii i e r o a m é k i c a

5. V a tte l

Emer de Vattel —considerado como el último clásico del


derecho de gentes por un historiador del mismo de mediados
del siglo XIX— fue autor de un tratado publicado en 1758 y fre­
cuentemente reeditado, que gozó de amplia popularidad ape­
nas hubo aparecido. Para Marín y Mendoza, ese tratado era “lo
m ejor” hasta entonces publicado sobre el tema. La atracción del
público se debería, según el prologuista de la edición parisina
de 1863, al mérito de su elegancia y simplicidad. Y un juicio
anterior, menos complaciente, el de James Mackintosh a fines
del siglo XVIII, apuntaba, al comenzar una severa crítica, a si­
milares factores de éxito: “Es un realmente ingenioso, claro,
elegante y útil escritor.” Casi un siglo después, era calificado en
Chile, en materia del derecho de gentes, como “...el más m etó­
dico, el más juicioso y de más claro ingenio y mayor elocuen­
cia...”86 En el éxito que tuvo el autor suizo —había nacido en el
principado de N euchátel en 1714, como súbdito del rey de
Prusia— influyó mucho su deliberado propósito divulgador.
Discípulo del filósofo alemán Friedrich Wolff, Vattel se había
propuesto poner al alcance del público europeo lo sustancial de
la obra de Wolff, de difícil lectura no sólo por el alto grado de
especialización con que había sido elaborada sino también por
estar escrita en latín, idioma que Vattel reemplaza por el fran­
cés, entonces la lengua diplomática europea.87
De su amplia difusión en la España del siglo XVIII dan
cuenta las reiteradas menciones suyas que hace Cadalso en su
satírico Eruditos a la violeta, que ya hemos citado, como uno
de los autores a la moda de inexcusable referencia por quienes
pretendieran exhibir conocimiento del tema. En Hispanoamé­
rica fue también una de las máximas autoridades en tiempos de
las independencias. Su obra sobre el derecho de gentes era uti­
lizada desde México hasta Chile, donde fue texto de enseñanza
durante varios años; en el Río de la Plata, donde todavía en los
años '20 se ofrecía en venta en Buenos Aires una edición en
castellano de su Derecho de gentes, o principios de la ley natu­
ral, aplicado a la conducta y a los negocios de las naciones y
de los soberanos, y en Rio Grande do Sul, en tiempos de la Re­
v o lu ció n F a rro u p ilh a .88

— 12 7 —
J osé C a r i.o s C iiiaram o n tk

Pero Vattel no era solamente una autoridad para la ense­


ñanza del derecho natural y de gentes. Era tam bién obra de con­
sulta obligada para los políticos de la época. Congruentemente
con el dato recién citado, comprobamos que en la sesión secre­
ta de la Junta de Representantes de Buenos Aires, del 24 de
enero de 1831, destinada a discutir los artículos del tratado de
la Liga del Litoral —tratado que luego se convertiría en el Pacto
Federal, al ser suscripto por el resto de las provincias argenti­
nas, e inauguraría la débil confederación vigente hasta la caída
de Juan Manuel de Rosas en 1852—, se destaca explícitamente
a Vattel entre las autoridades competentes en lo relativo a la
entrega de delincuentes entre los estados (provincias) partici­
pantes: “...algunos tratadistas notables, y entre ellos Vattel,
aplaudían este medio de reprimir los delitos, que según se ex­
presaba, hacía que los pueblos tomasen el aspecto de una Re­
pública”. Y en la siguiente sesión, del 24 de enero, se apela al
derecho de gentes para legitimar el artículo en discusión y se
vuelve 1 destacar el nombre de Vattel entre sus exponentes. El
artículo, “ ...lejos de estar en oposición con los principios gene­
rales del derecho público de las naciones, era conforme a éste,
y a las doctrinas de los tratadistas más clásicos entre los que se
citó a V attel.”89
Años antes había estado presente también en los debates
del Congreso Constituyente de 1824-1827. Las menciones so­
lían ser acompañadas del epíteto “célebre”, tal como en ésta,
hecha por Valentín Gómez, sucesor de Sáenz en el rectorado de
la Universidad y destacado letrado de la época: “Si me es per­
mitido hacer una cita ante unos Diputados de un pueblo tan
ilustrado, yo haré la del célebre Watel [sic].” Y su carácter de
indiscutida autoridad se observa en menciones como la siguien­
te: “el principio del derecho público de Watel [sic] y de Requeval,
cuya doctrina es el dogma de todas las naciones a este res­
pecto.”90
Otro aspecto que se debe destacar en estos testim onios es
que Vattel y el derecho de gentes en general eran alegados para
el análisis de las relaciones entre las llamadas “provincias”, tes­
timoniando así, además, el carácter de Estados soberanos in­
dependientes que éstas poseían. A lo largo del debate sobre el
Pacto Federal —el más importante de los “pactos preexisten­
tes” que invocará más tarde el preámbulo de la Constitución
argentina de 1853— fue frecuente la invocación del “derecho de

— 128 —
N a c ió n y E s t a ñ o un I iik k o a m iír ic a

gentes”, del “derecho d é la s naciones” o “ del uso de la s Nacio­


nes”, para referir a las relaciones de las provincias signatarias
del pacto. Pero lo que resulta de mayor interés es la utilización
del derecho de gentes para reafirmar su carácter de Estados so­
beranos por parte de las provincias. En el citado d eb ate de 1831
en la Junta de Representantes de Buenos Aires, cu an do el mi­
nistro de Gobierno adujo que las circunstancias de lo s Estados
independientes no eran comparables a la s de las provincias li­
torales, “ ...que formaban una sola fam ilia, anim aban un propio
interés, y sostenían una e idéntica causa...”, su a legato, reflejo
de las tendencias centralistas que aún predom inaban en Bue­
nos Aires, no tuvo eco y los participantes en el debate, incluido
el propio ministro, continuaron analizando los problem as im­
plicados por el tratado sobre la base de las normas d e l derecho
de gentes, al que también aludían con la expresión “derecho pú­
blico de las naciones”. El criterio predom inante en vísp eras de
la ratificación del Pacto Federal fue inm ediatam ente expuesto
en forma muy elocuente por el influyente diputado Ugarteche,
miembro de la comisión encargada de exam inar el tratado de
1831 para su ratificación, mostrando qu e esta d ecisión de ajus­
tar explícitamente las relaciones entre las “p ro vin cia s” al dere­
cho de gentes en ningún lugar cobró m ás fuerza com o en la mis­
ma Buenos Aires:

“ .. .la com isión al considerar el p re se n te tratad o , n o h a b ía p erd i­


do de vista que los pueblos déla R e p ú b lic a en su a c t u a l estado
de in d epen d en cia recíproca, se h a lla b a n en el caso d e otras tan ­
tas naciones igualm ente independientes; y por lo t a n t o , les eran
aplicables los principios generales del d erech o de la s n a c io n e s .”91

El criterio expuesto por U g a r t e c h e no fue cuestionado. Y


esta voluntad de ajustar las relaciones “ interprovinciales” al de­
recho de gentes sería el fundamento al que se a ten d ría Buenos
Aires92 no sólo hasta 1853 sino también al separarse de las de­
más provincias como Estado independiente entre 18 52 y 1860.
En este sentido son coincidentes, pese a los años q u e las sepa­
ran, las firmes declaraciones del representante de B uen os Ai­
res en la Comisión Representativa del Pacto F ederal —especie
de órgano de gobierno confederal prontam ente d isu elt o por ini­
ciativa de Buenos Aires—, en 1832, respecto de qu e esa comi­
sión era un “órgano diplomático”, y e l alegato de Bartolomé

— 12 9 —
J osé C a r i .o s C iu a r a m o n t k

Mitre en la Junta de Representantes de Buenos Aires, en 1852,


cuando al impugnar el Acuerdo de San Nicolás que abrió el ca­
mino para la Constitución de 1853, invocó reiteradamente el
derecho natural como fundamento de la postura de Buenos A i­
res de rechazar ese acuerdo.93
Pero no sólo Buenos Aires se apoyaba en el derecho de gen­
tes, y en el mismo Vattel, para sus pretensiones de Estado so­
berano e independiente. Los diputados de la principal oponen­
te de Buenos Aires en el Congreso de 1824-1827, la provincia de
Córdoba —cuyo desconocimiento de la ley que convertía a los
diputados del Congreso en diputados de la nación suprimiendo
su carácter de apoderados de sus provincias, y su posterior re­
tiro de él, fueron el prólogo a la crisis que culminaría con el
rechazo de la Constitución unitaria de 1826 y la disolución del
Congreso—, invocaban también a Vattel para fundar su pos­
tura:

‘‘T o d a le y p a ra que sea válid a, y para que revista el carácter de


o b ligatoria, debe ser pron u nciad a po r el leg ítim o legislad or, que
ten ga com p eten te facu ltad [...] De con sigu ien te no estan d o en la
es fe ra de este pod er le g isla tiv o el pron u nciarla, no es válid a ni
ob ligatoria, y aun dice W atel [sic] que es un crim en el o b ed ecer­
la en estas circu n stan cias.”94

En otros países iberoamericanos Vattel era también auto­


ridad entre quienes intentaban afianzar la independencia so­
berana de sus Estados. Así, en el m anifiesto del 29 de agosto de
1838, Bento Gon<jalvez, el principal líder de la Revolución
Farroupilha de Rio Grande do Sul —la que segregó a Rio Gran­
de del Imperio del Brasil y lo mantuvo diez años como Estado
independiente—, justificaba, basado en el derecho natural y de
gentes, el derecho a tomar las armas en defensa de su causa; y
en correspondencia de 1844, al referirse a sus tratativas de paz
con el Imperio, se refiere como fundamento de sus ideas y de su
proyecto a Vattel:

“...donde veio este D ireito das G entes? Responderei que de Vattel.


É ele quem diz que o uso dá o nom e de guerra civil a tod a a gu e­
rra que se faz en tre os m em b ro s de unía m esm a S ocied ad e P o lí­
tica: se estáo de um lad o os cid a d á o s e de outros o S ob eran o com
aq u eles que lhe obedecem , b asta que os descon ten tes ten h am

— 130 —
N a c ió n y E s t a d o kn Ib e r o a m é r ic a

alg u m a razáo de tom ar as arm as, para que se ch am e a esta


d eso rd em gu erra civil e nao reb eliá o .”95

La Revolución Farroupilha era justificada por su princi­


pal líder con algunos de los argumentos clásicos extraídos del
derecho de gentes:

‘‘D e s lig a d o o P o v o r io - g r a n d e n s e de C o m u n h á o B r a s ile ira


reassum e todos os direitos da p rim itiva liberd ad e; usa direitos
im prescritíveis, constitu ind o-se R epú b lica Independente; tom a
na extensa escala dos Estados soberanos o lu g a r que lh e com pe­
te p e la su ficien cia de seus recu rso s, civilizaQ áo e n aturais riq u e­
z a s, q u e lhe a se g u ra m o e x e r c íc io p le n o e in t e ir o de su a
In d ep end encia, E m inente S ob eran ía d e D om inio, se m sujeiQáo
ou sacrificio da m ais pequeña p a rte d esta m esm a Independencia,
ou so b e r a n ía á o u tra Na^áo, G o v e rn a e P o te n c ia e stra n h a
q u alq u er.”96

La difusión de un tratado como el de Vattel, objeto de un


uso que excedía en mucho al correspondiente a una obra jurídi­
ca, se debía a ese carácter ya comentado de sustento de la cien­
cia de lo político que había adquirido el iusnaturalismo en al­
gunos de sus más destacados exponentes. Comentando este ras­
go, el anotador de la edición de 1863 escribe que el criterio de
Vattel no era el que, según la terminología atribuida a Bentham,
lo reduce al concepto de derecho internacional:

‘‘M ais te l n ’est p as le p o in t de vu e de V attel. La d éfin ition q u ’il


d on n e du droit de gens, se ré fé re p a r son ex te n sió n au jus
gentium des ju risc o n su ltes rom ain s, qui em b rassait dans son
é ten d u eles droits de l ’h um anité en gén éral, les usages com m unes
á tou tes les nations, qu’on les co n sid érá t so it com m e régles de
leurs relations, so it comme base des rapports sociaux intérieurs
de chaqué État.”97 [subrayado nuestro]

Como destaca el mismo autor en su Avant-Propos, la obra


de Vattel, en la que tienen amplio desarrollo cuestiones relati­
vas a la política interior de los Estados, era más una enciclope­
dia de derecho público que un tratado de derecho de gentes. Es
de notar que el extenso primer tomo de su obra, aproximada­
mente una tercera parte, está consagrado, siguiendo en esto a

— 13 1 —
.losií C arlos C iii a u a m o n t k

Wolff, a lo que a mediados del siglo XIX era considerado pro­


pio del derecho político.98 El primer parágrafo, dedicado a las
nociones prelim inares del derecho de gentes, tiene el ya defini-
torio título, respecto de esta identificación de nación y Estado
que hemos comentado, de “Acerca de lo que es una nación o un
Estado” y comienza así: “Las naciones o Estados son cuerpos
políticos, de sociedades de hombres reunidos para procurar su
salud y su adelantamiento....”99 Esta definición, que según he­
mos visto coincide con otras similares, difundidas durante el
siglo XVIII y primera parte del XIX, en carecer de toda referen­
cia a factores étnicos, era similar a la de Grocio.100 A partir de
allí —antes de comenzar a abocarse, en el Libro II del primer
tomo, a las relaciones entre las naciones, que constituye hoy la
materia del derecho internacional—, el primer libro de la obra
de Vattel examina todos los aspectos concernientes a la organi­
zación interna de las naciones, desde la política a la economía.
En esas páginas, Vattel se ocupa de cuestiones tan vitales para
los pueblos iberoamericanos surgidos del dominio metropoli­
tano, como las concernientes a las formas de gobierno, concep­
to de la soberanía, form as de asociación política —unitarias,
federales o confederales—, entre otras, así como a uno de los
problem as centrales del derecho natural, el de la obligación
política, fundamento de la lealtad de los súbditos al Estado.

6. A l g u n a s c o n c l u s io n e s

A lo largo del proceso independentista esa lealtad había


sido reclamada por elites que buscaban fundarla en las virtu­
des que el concepto de república llevaba consigo. Mientras el
proceso de organización política estuvo reservado a esas elites,
perduraron las antiguas normas que requerían justificar el fin
del vasallaje a la monarquía, por una parte (doctrina de la
vacatio regis), la legitimidad del nuevo ejercicio de la sobera­
nía por otra (doctrina de la reasunción), y asimismo, la legiti­
midad de las nuevas entidades soberanas, fundada en su cali­
dad de “persona m oral” según el uso del concepto en el derecho
de gentes.
El escaso éxito de muchas de las experiencias de organiza­
ción estatal independiente obligaría a buscar nuevos recursos
para apuntalar el edificio social. Tal fue el de la legitimidad mo­

— 132 —
N a c i ó n y U n t a d o f .n I i i i í i u m m í í k i c a

nárquica, que aunque en Brasil tuvo evidente suceso p o r el he­


cho mismo de no haberse producido una interrupción sim ilar a
la del caso español, no fue posible lograr que funcionara en las
colonias hispanoamericanas. En ellas, por otra parte, cuando
la ampliación de la participación política se diese a través de
los nuevos mecanismos electorales, la necesidad de un vínculo
que sostuviera el liderazgo de las elites tampoco pudo hacer pie
en ese culto a las virtudes cívicas del que da cuenta el lenguaje
de innumerables publicaciones periodísticas y otros docum en­
tos de las primeras décadas de la Independencia.
Es así que la revalorización de los sentimientos de com u­
nidad que alentó el rom anticism o en su em bate co n tra el
racionalismo ilustrado, que llevó a reivindicar el sentim iento
de identidad de raíz territo rial, a asignarle connotaciones de
homogeneidad étnica, y a fundar en él la lealtad a los nuevos
organismos estatales, habría de ser más tarde un recurso eficaz
para cimentar la unidad de las nuevas naciones iberoam erica­
nas. Criterios como el de Feijóo, que abominaba de la “pasión
nacional”, eran expresión de una cultura que enaltecía los sen ­
timientos racionalmente fundados y repudiaba los que prove­
nían de las pasiones. Justamente, un orden de valores que el
romanticismo invertirá en su explícito repudio de estas facetas
de la cultura ilustrada.
Resulta claro que esta inversión de la escala de valores es
demasiado tardía como para haber podido contribuir al éxito
del propósito de dar a luz las nuevas naciones iberoam erica­
nas, si se recuerda, insistimos, que el principio de las naciona­
lidades, que vincula necesariamente la formación de las nacio­
nes contemporáneas a previas nacionalidades, se difunde p ara­
lelamente al romanticismo, con posterioridad a 1830. Por eso,
nos parece que una d é la s mayores utilidades del indispensable
examen crítico del supuesto de nacionalidades preexistentes
consiste en que, al despejar la cuestión de esta asociación de
identidad colectiva y emergencia del Estado nacional, nos hace
posible enfocar mejor el estudio de los factores que realmente
confluyeron en la formación de esos Estados. Por un lado, la
naturaleza de los sujetos políticos colectivos soberanos que,
como ya señalamos, fueron inicialmente los “pueblos”, es d e­
cir, las ciudades y/o provincias o Estados, según los casos. Por
otro, la conformación del imaginario político de la época, si ya
no lo reducimos al supuesto sentimiento de identidad nacio-j

133 —
J osé C arlos C iiiaram o ntk

nal. Pues, como hemos señalado, los pueblos iberoamericanos


afrontaron las primeras décadas de esta historia provistos de
los conceptos básicos de la ciencia política de la época, funda­
dos en el derecho natural y de gentes, y asimismo no pudieron
dejar de padecer los efectos del conflicto de las líneas antagóni­
cas que el iusnaturalismo había desarrollado en su seno.

— 134 —
V. SÍNTESIS DE LOS PRINCIPALES RASGOS Y
CORRIENTES DEL IUSNATURALISMO

A lo largo de los capítulos anteriores hemos pasado revis­


ta a un conjunto de problemas abiertos por las independencias
iberoamericanas. En la consideración de los mismos, según lo
advertimos en la Introducción, nuestra principal inquietud fue
la de examinar la función que el derecho natural y de gentes
tuvo en el proceso de gestación de los nuevos Estados, en cuan­
to soporte conceptual de las relaciones sociales y políticas del
período.
Conviene no olvidar, según ya hemos expuesto, que la for­
mación intelectual de las elites iberoamericanas estaba fuerte­
mente impregnada por las lecturas de obras de derecho natural
y de gentes, así como por su estudio en las universidades. Y que
esas lecturas y esos estudios continuaron en Iberoamérica lue­
go de las independencias, como lo hemos ya recordado ante­
riormente en el capítulo III. Y, por otra parte, recordar asimis­
mo que gran parte de lo que habitualm ente computamos como
“influencia de la Ilustración” consistía en doctrinas iusnatu-
ralistas que proveyeron la m ayor parte del arsenal de concep­
tos políticos utilizados en el siglo XVIII.
La dificultad que caracteriza la historia del derecho natu­
ral por la variedad de corrientes que comprendía —tanto den­
tro mismo de la escolástica como en el denominado derecho
natural “racionalista” o iusnaturalismo—, así como por el he­
cho, que suele desconcertar a los historiadores, de constituir,
pese a esa diversidad, un campo de aparente consenso, nos su­
giere la conveniencia de resumir algunos de los principales pro­
blemas de esa historia. Sobre todo, porque esa función del de­
recho natural de proporcionar las herramientas conceptuales
con que los hombres de la época pensaban sus relaciones priva­
das y públicas obliga a una reconsideración de él que ayude a
superar la estrecha interpretación, ya criticada en los capítulos
anteriores, que lo reduce a un tema de historia del derecho.
La complejidad del asunto se advierte de entrada cuando
buscamos, en los textos de época, alguna definición del dere­
cho natural que nos ayude a comprender mejor su naturaleza y

135 —
J o sé C a r i .o s C iiiakam on tií

nos encontramos con un sorprendente laconismo, tal como el


que veremos poco más adelante. Pero advirtamos previamente
que no nos proponemos discutir aquí una definición del dere­
cho natural y de gentes, sino solamente examinar las nociones
que, por una parte, prevalecen hoy entre los especialistas en el
tema y, por otra, y es lo que más importa en este trabajo, las
que predominaban en el siglo XVIII y primeros años del XIX, a
los efectos de hacer posible una mejor comprensión de lo trata­
do en los capítulos precedentes.
Por ejemplo, de manera general, se ha afirmado que el nú­
cleo del derecho natural es la identificación de derecho y justi­
cia, de forma que una ley es estimada como válida si es justa, si
no ofende la equidad que debe existir en las relaciones entre los
seres humanos. Criterio cuya debilidad es evidente, dadas las
dificultades, mostradas por los mismos partidarios del derecho
natural, para poder reconocer qué es lo justo, y para lograr al
respecto un consenso.1
Recordemos previamente que la noción del derecho natu­
ral se remonta a los filósofos griegos y tuvo variadas manifesta­
ciones, tanto en la Antigüedad como en la Edad Media. Duran­
te el Medioevo reinó bastante confusión al respecto, en cuanto
se asociaban doctrinas antitéticas, como la naturalista de
Ulpiano —jurista latino del sigo III d. C., que lo reducía prácti­
camente a un instinto, producto de la creación de la naturaleza
por Dios—, la racional ciceroniana, transmitida al Medioevo por
uno de los padres de la Iglesia de la misma época, Lactancio
—una ley acorde con la razón, inmutable y eterna, que no varía
según las circunstancias de lugar y tiem po—, y otra postura pro­
piamente medieval que identificaba el derecho natural con la
revelación y el Evangelio, tendencia ésta proveniente sobre todo
del canonista del siglo XII Graciano y de sus comentaristas. Esta
diversidad de criterios fue superada a partir de la reformula­
ción de Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, quien sostuvo
el concepto de una ley natural como parte del orden que la ra­
zón de Dios ha puesto en la razón del hombre; es decir, una
norma racional. Sin embargo, el racionalismo tomista chocó con
el voluntarismo de Ockam y otros, para quienes Dios, por el
mismo hecho de ser quien es, puede variar a su arbitrio esa ley.
La crítica voluntarista al criterio de Santo Tomás —que, encar­
nada sobre todo en Guillermo de Ockam en el siglo XIV, poste­
riormente sería retomada por la reforma protestante—, af irma-

— 136 —
N ac ió n y E s t a d o e n Iiíiíroamiírica

ría así que, si bien el derecho natural emana de la razón del


hombre, ésta no es más que un medio que utiliza Dios para co ­
municar su voluntad. Dios puede, por lo tanto, modificar el d e ­
recho natural a su arbitrio.2
Sin perjuicio de reconocer esta antigua historia del d e r e ­
cho natural, en la historiografía contem poránea el térm in o
iusnaturalismo es aplicado por lo común a su renovación o p e ­
rada a partir de la obra de Hugo Grocio D e iure bellis ac p a c is
(1625). Para Grocio, que definía el derecho natural com o un
dictado de la razón que distingue las acciones en contrarias o
conformes con la naturaleza racional del hombre, y por lo tan to
vedadas u ordenadas por Dios, creador de esa naturaleza^ el
derecho natural era, sin embargo, com o veremos más adelante,
independiente de la voluntad de Dios y hasta de su existencia.
Al considerar la profunda influencia del derecho natural
en la historia moderna, una cuestión que surge de inm ediato es
la derivada de la variedad de formas que asumió durante los
siglos XVI a XVIII. En primer término, la diferencia que e x is ti­
ría entre lo que los actuales historiadores del derecho suelen
considerar el iusnaturalismo “moderno” propiamente d ich o y
las tendencias escolásticas aún vivas en el período, en la m e d i­
da de la importancia de este asunto para la interpretación del
papel de esa corriente en los fundamentos de los program as y
conductas políticas que nos interesan.
Pero, si por una parte es fundamental registrar tal d istin ­
ción, importa también advertir, para una perspectiva que t ie n ­
da a rastrear la presencia de las concepciones teóricas en los
conflictos políticos de la Historia, que frecuentemente d o ctri­
nas contrapuestas estaban presentes al mismo tiempo, y a v e ­
ces confundidas, en el curso de las contiendas políticas d e la
época. Pues, como ya explicamos, el derecho natural, más allá
de sus diversas tendencias, cumplió el papel de una creencia
consensuada como fundamento de legitimidad de la vida p o lí­
tica.4
Al respecto, ayudaría a aclarar más las cosas preguntar­
nos qué es lo común de todo el derecho natural moderno, qué
es lo que, más allá de las profundas divergencias que van, por
ejemplo, de Grocio a Locke, hizo posible que cum plieraesa fu n ­
ción. Según el criterio de un destacado filósofo del derecho, lo
común de las distintas expresiones de esa corriente es

137 —
J osé C ari.o s C h ia r a m o n t e

“ ...la id ea de u n sistem a d e norm as lógicam ente anteriores y éti­


cam ente superiores a las d el estado, de cuyo poder constituyen
una lim itació n infranq u eable: las norm as ju ríd icas y la a ctiv i­
d ad po lítica de los estados, de las entidades y de los individuos
que se opongan al d erecho natu ral, de cu alq u ier m anera que se
c o n c ib a éste, son c o n s id e ra d a s ile g ítim a s por las d o ctrin a s
iusn atu ralistas y perm iten la desobediencia de los ciu dad an os.”5

Con tal perspectiva, puede ser útil citar aquí, como ejem ­
plo de uno de los criterios de mayor vigencia en aquel período,
el concepto que del derecho natural está contenido en el artícu­
lo respectivo de la Enciclopedia francesa:

“S e considera m ás frecu en tem en te com o D erecho natural a cier­


tas reglas de ju sticia y de eq u id ad que la razón n atu ral ha esta­
b lecid o en tre los hom bres o m ejor dich o, que Dios ha grabad o
en nuestros co ra zo n es.”

Y agregaba el artículo como ilustración de lo anterior:

‘‘T a le s son los precep tos fu n dam en tales d el D erecho y de tod a


ju sticia: vivir hon estam ente, no ofen d er a nadie y dar a cad a uno
lo su y o . De esto s preceptos fun dam en tales derivan m u ch as otras
reglas p articu lares que la naturaleza, es decir, la razón y la eq u i­
d ad, in sp ira n a los h o m b re s.”

Un derecho, en suma, permanente e inmutable, que no


puede ser derogado ni eludido por motivo alguno, a diferencia
del derecho positivo, cuyas leyes son susceptibles de deroga­
ción o cambio por procedimientos similares a aquellos con que
fueron establecidas.6
Es cierto que es imprescindible tener en cuenta los con­
flictos de tendencias opuestas en el seno del derecho natural
que, como en el caso del problema de la unidad o divisibilidad
de la soberanía, absorbieron gran parte del debate político ibe­
roamericano en la primera mitad del siglo XIX. Pero, al mismo
tiempo, es preciso atender también a ese campo de coinciden­
cias, visible en las usuales invocaciones al “derecho natural”, a
la “ley natural”, a la “ley de la naturaleza”, en los textos políti­
cos de la época, que en su elusión de mayores precisiones ape­
laban a un supuesto campo compartido de creencias que fun­

— 138 —
N a c i ó n y E s t a d o iín l i i i í i t o A Mf . Ri cA

daba la vida social. Sobre todo, porque esa distinción relativa a


su etapa propiamente moderna, que no les ha sido fácil lograr a
los historiadores del pensamiento político, era menos clara aún
a los protagonistas de los sucesos históricos que, como los de
las independencias iberoamericanas, estaban más preocupados
por la eficacia de sus argumentos políticos que por el rigor de
su aparato erudito. Una eficacia, por otra parte, que, buscada
conscientemente o no, provenía muchas veces de ese eclecticis­
mo que los hacía más audibles por un público no afecto a inno­
vaciones radicales.

L a s c o r r ie n t e s iu s n a t u r a l is t a s

i. Según la distinción formulada por Bobbio, y considera­


da por éste como definitoria, el iusnaturalismo propiamente
moderno comenzaría con Hobbes. La distinción surge no de la
discrepancia sobre el origen, natural o artificial, del poder, sino
del método proclam ado para su estudio y explicación: el crite­
rio de Hobbes respecto de la naturaleza del conocim iento en el
campo de lo moral es que el mismo podía y debía lograr el ri­
gor propio de las demostraciones matemáticas. La concepción
de lo moral y lo político como campo de conocimiento asim ila­
do al rigor demostrativo de las matemáticas, se encuentra tam­
bién en Pufendorf así como en Spinoza, cuya Ética llevaba como
subtítulo la expresión “dem ostrada según el orden geom é­
trico”.7
Esta postura marca una diferencia radical con toda una
forma de encarar el conocim iento que, siguiendo a Aristóteles,
distinguía las disciplinas capaces de proporcionar conocim ien­
tos ciertos, como las ciencias exactas matemáticas, de aquellas
otras que producirían conocim ientos solam ente probables,
como las ciencias morales. Para la tradición aristotélica, de la
que en este punto participaban aún Bodino y Grocio, la moral y
la política eran campo de lo probable, no de lo cierto.
Hobbes se propuso asentar la ciencia de lo moral sobre
una base tan rigurosa como la que había descubierto, con ad­
miración, en su lectura de Euclides y en su conocimiento del
método de Galileo, a quien visitó y con quien, en el curso de
dilatadas conversaciones, consultó su propósito de tratar las
ciencias de lo moral more geométrico, y de quien tomó el mé­

— 139 —
J osé C arlos C h ia r a m o n t e

todo “resolutivo-com positivo”, que aplicaría al tratamiento de


los asuntos sociales.8
Pero hay otro plano en que la orientación abierta por
Hobbes —ya en una obra anterior al Leviatán, su tratado De
Cive (1642)9—, se aparta de toda la precedente tradición de la
filosofía política. Se trata de la antes aludida discrepancia so­
bre el origen natural o artificial del poder, en la que Hobbes se
opone al criterio que, a partir de Aristóteles, consideraba al
hombre como un ser naturalmente social, juicio que todavía con­
formaba lo central de las concepciones políticas predominan­
tes en la Inglaterra de su tiem p o.10 Al criterio aristotélico,
Hobbes contrapone el concepto del “hombre lobo del hombre”,
condición que solamente el paso a la sociedad civil perm itiría
superar. Ya en la primera página del De Cive ataca sin rodeos a
la concepción aristotélica:

“La m ayor parte de los que han escrito sobre p o lítica suponen,
preten d en o exigen que el hom bre es un anim al que ha n acido
apto para la sociedad. Los grieg os le llam an Z&ov noZinóv; y so ­
b re ese fu n dam en to constru yen la d octrin a de la so cied a d civil
com o si para la conservación de la paz y el go biern o de la hu m a­
n id ad b astara que los h om b res con sin tiesen en ciertos p a c to s y
con d icion es que ya en ton ces llam aban leyes. A xiom a que, au n ­
que acep ta d o po r m uchos, es sin em b argo falso; y el erro r p ro ce­
de de una con sid eració n ex cesivam en te ligera de la n aturaleza
h u m an a.”11

De manera que si, por una parte, en lo que respecta a la


teoría general del derecho, se puede hablar de una escuela del
derecho natural unificada por su concepción del método, un mé­
todo racionalizante, por otra, en cuanto atañe a la concepción
del fundamento y la naturaleza del Estado, Hobbes añade un
“modelo” teórico, del que, por encima de sus fuertes discrepan­
cias ideológicas, participan tanto Spinoza como Pufendorf, tanto
Locke como Rousseau. Es un modelo construido “sobre la base
de dos elementos fundamentales: el estado (o sociedad) de na­
tu raleza y el estado (o sociedad) civil.”12 Se trata, comenta
Bobbio, de un modelo fuertemente dicotómico, en el que rige el
principio del tercero excluido: el hombre está en uno o en otro
de esos estados, pues no puede existir otro. De acuerdo con esto,
tendríamos entonces una postura que permitiría distinguir en

— 14 0 —
N ación y E stado en Iberoam érica

la historia del iusnaturalismo una corriente propiamente mo­


derna, abierta por la obra de Hobbes.

2. La atribución a Hobbes y no a Grocio de la paternidad


del derecho natural en su versión moderna es parte de una con­
troversia que como tal no tendrá mayor incidencia en la vida
intelectual de Iberoamérica de ese entonces, pero que apunta a
distinciones doctrinarias que pueden en cambio contribuir a una
mejor comprensión de su vida política. Cuando, al igual que lo
haría Bobbio, uno de los principales biógrafos de Hobbes, F.
Tónnies, busca refutar la atribución a Grocio de esa paterni­
dad, escribe que “los teóricos del derecho natural mejor infor­
mados” sabían ya, en el siglo XVIII, “que Hobbes era el funda­
dor de esa disciplina como sistema rigurosamente racional...”
Y añade que ellos también sabían que esa atribución a Grocio
era “un prejuicio muy equivocado”, sobre todo, por creer que

“...Grocio ha removido el ius naturae y lo ha limpiado de los gri­


llos scholasticorum y que tenga que ser considerado como re­
formador, restaurador, etc., ya que todo lo que nos dice acerca
del derecho de naturaleza no es otra cosa que la vieja doctrina
escolástica ...”13

Hobbes sería entonces el fundador del derecho natural mo­


d erno p or h ab er ren ovad o la a n tig u a co rrie n te del
iusnaturalismo, en especial por librarlo de los resabios escolás­
ticos que se prolongaban hasta Grocio.
Pero respecto de la definición de un iusnaturalismo mo­
derno, la postura de Bobbio no es la habitual en los historiado­
res del pensamiento político. Por el contrario, el punto de vista
más generalizado sobre el significado de la obra de Grocio, punto
de vista cuyo origen suele atribuirse a su discípulo Pufendorf,
data el nacimiento del derecho natural moderno en el autor de
De iure bellis acpacis, sobre todo por su abandono del tributo
que habían rendido a la teología todos sus antecesores, incluso
Bodino.14
Es cierto que, antes de Grocio, ya Bodino había mostrado
algunos rasgos prenunciadores de las concepciones modernas
del Estado. Al dividir el derecho en natural y humano, y a este
último en ius gentium y ius civile —aunque vuelve así a la tra­
dición medieval (en especial, San Isidoro), según el cual el de­

— 141 —
J osé C arlos C h ia r a m o n t e

recho de gentes es un derecho humano y, por tanto, positivo—,


en cuanto afirma que el derecho positivo no es producto espon­
táneo de la vida comunitaria sino creación artificial, adopta un
punto de vista cercano a los criterios modernos.15 Pero aunque
Bodino puede ser considerado precursor de algunos de los ras­
gos definitorios del iusnaturalismo moderno, la gran novedad
de Grocio es que afirm a la existencia de un derecho natural vá­
lido para todos los pueblos, basado en la razón e independiente
de la voluntad de Dios y aun de su existencia:

“ Y cierta m en te estas cosas, que llevam os d ich as, te n d ría n algún


lugar, aunque concediésem os, lo que no se puede h acer sin gran
delito, que no h ay D ios, o que no se cuida de las cosas hum a­
n as...”16

Si bien Grocio está aún lejos de una postura deísta,17 su


innovación habría sido fundamental, si no tanto como la de
Hobbes para el futuro desarrollo de la teoría política, sí para la
difusión de una corriente no escolástica del iusnaturalismo, que
se vería prontamente acentuada en autores como Thomasius.18
Una corriente fuertemente atractiva para parte de los protago­
nistas de los conflictos de los siglos XVII y XVIII. Porque, aun­
que el iusnaturalismo moderno continúa en otros aspectos la
tradición estoico-ciceroniana recogida por el tomismo, la pos­
tura secularizadóra de Grocio, y también de Pufendorf, sería la
preferida en el siglo XVIII justam ente por su actitud precurso­
ra de la difusión de una cultura laica, ajena a la tradicional de­
pendencia de la teología.
En cuanto a Christian Thomasius, fue famoso en su tiem­
po por dos razones. Una fuente de esa fama era su carácter de
crítico del derecho romano. La otra fue su carácter de “conti­
nuo escandalizador de teólogos” debido a las tesis contenidas
en dos de sus principales obras, una de ellas sus Fundamenta
Iuris Naturae et Gentium [1705].19 Thomasius sentía gran ad­
miración por un historiador de la Iglesia, Gottfried Arnold, por
el criterio de éste de que

“el uso de la razón p o r la Iglesia a fin de fija r la ‘o rto d o x ia ’ y


actuar contra los herejes en nom bre de esa m ism a razón , olvi­
dando para con ellos la pied ad , la com pren sión , la m iserico rd ia,
d eriva en irra cio n a lid a d . [Y] P artien d o de la p ie d ad , arrib ó

— 142
N ación y E stado en Iberoam érica

[T hom asiu s] a la m ism a in d iferen cia hacia lo s dogm as e c le siá s­


ticos y a sim ilar an ticlericalism o a los que p u d iera lle g a r un p o s­
te rio r ilustrad o, c o n fia d o en su sola razón .”20

Lo cierto es que el rasgo más conflictivo de este iusna­


turalismo para la cultura política de los siglos XVII y XVIII era
una nueva concepción de las relaciones entre derecho y filoso­
fía moral, fundada en la segregación de ambas disciplinas del
ámbito de la teología moral en el que las habían ubicado gran­
des figuras del siglo XVI como el dominico español Francisco
de Vitoria. Es de notar, al respecto, el esfuerzo de Pufendorf
para justificar esa escisión. En la dedicatoria al lector de su obra
De la obligación del hombre y del ciudadano, además de expli­
car sucintamente la diferencia entre ley natural, ley civil y re­
velación, y las correspondientes disciplinas —“tres estudios se­
parados”, derecho natural, derecho civil y teología m oral—, se
advierte una implícita necesidad de justificar al derecho natu­
ral, basado en la razón, frente a la teología, fundada en la reve­
lación:

“el derecho n atu ral no se op one en m odo a lg u n o a los d o g m as de


la verd ad era teología, sin o que sólo abstrae de algu n o s de sus
dogm as que por la m era ra zó n no se pu ed en in v estig a r.”21

Previamente había explicado las diferencias de ambos cam­


pos, para afirmar:

“De aquí que los d ecretos del derecho n atu ral se adapten sólo al
tribunal de los hom bres, que no se extiende después de esta vid a,
y son in correctam en te aplicados en m uchos casos al fo ro o tr i­
b u n al d ivin o, que es esp ecialm en te la m ira o el cam po de la te o ­
lo g ía .”

El fin del derecho natural “se incluye sólo en el ámbito de


esta vida, y por lo tanto forma al hombre en consecuencia para
que viva en sociedad con los demás”. De manera que “los lím i­
tes por los que este estudio está separado de la teología moral
están tan claramente definidos” que se encuentra en el caso del
derecho civil, de la medicina, de la ciencia natural o de las m a­
tem áticas.22
Por último, otra característica del iusnaturalismo de los

— 143 —
J osé C arlos C h ia r a m o n te

siglos XVII y XVIII, la de mayor resonancia política, fue la de


acentuar el aspecto subjetivo del derecho natural, el de los de­
rechos innatos del individuo, frente al aspecto objetivo, el del
derecho natural como conjunto de normas. Animó así las ten­
dencias políticas individualistas y liberales que reclamaban el
respeto, por la autoridad política, de los derechos del hombre.
En síntesis, los conceptos de los derechos innatos, del estado
natural y del contrato social, pese a las diversas maneras en
que se los haya podido concebir, son característicos del iusna­
turalism o moderno “y se encuentran en todas las doctrinas del
derecho natural de los siglos XVII y XVIII...”23

3. A l llegar a estepunto, conviene quizá detenerse a consi­


d erarla diferencia de enfoque que existe entre el historiador de
la teoría política, que basa su trabajo en un análisis interno de
ella y está condicionado por su preocupación respecto del valor
intelectual de las teorías estudiadas, así como de su trascen­
dencia en esa historia intelectual, y el historiador de la vida po­
lítica, a quien le importan las formas, genuinas o espurias, co­
herentes o no, con que asumen las ideas políticas los protago­
nistas, individuales o colectivos, de los procesos históricos en
estudio. Por eso, independientemente de los méritos respecti­
vos de las ideas de Grocio y de Hobbes en la historia de las ideas
políticas, lo que interesa notar en el siglo XVIII, y en sus pro­
longaciones posteriores, es, por una parte, la generalizada afi­
ción al autor de De iure belli ac pacis y a su continuador y difusor
Pufendorf, cuya obra principal, De iure naturae et gentis, se
publicó en 1672.
Por otra parte, es de notar que la visión del derecho natu­
ral y de gentes en cuanto disciplina es cambiante en sus histo­
riadores a través de los siglos. Es así fácilmente perceptible que
en Bobbio y otros autores, en la medida del interés predomi­
nante por la teoría moderna del Estado, se lo analiza haciendo
centro en ella. Si bien Bobbio distingue la perspectiva de los
“juristas filósofos” para quienes el derecho natural y de gentes
comprende tanto el derecho privado como el público —y, agre­
ga, más el primero que el segundo—, subraya que para los “gran­
des filósofos” Hobbes y Locke, y para el gran “escritor político”
Rousseau, el tema de sus obras es casi exclusivamente el dere­
cho público, “el problema de la naturaleza y el fundamento del
Estado”.24
N ación y E stado en Iberoam érica

En cambio, si nos asomamos a una obra muy difundida en


el siglo XIX, publicada al promediar la primera mitad de esa
centuria, como la del diplomático norteamericano Wheaton, ob­
servaremos que ella se ciñe al derecho internacional y que hace
centro de forma casi excluyente en el problema de la regulación
de la guerra y de la paz —problema central, es cierto, al derecho
natural y de gentes en toda su historia, como lo muestra el títu­
lo mismo de la obra de Grocio, pero que no agota ni mucho
menos su contenido. El subtítulo de la obra de Wheaton, “Des­
de la paz de Westfalia hasta nuestros días”, traduce ese crite­
rio, exhibido también por el autor cuando observa que “la paz
de Westfalia continuó formando la base del derecho público
europeo” y que ella “termina el siglo de Grocio” y “armoniza
con la fundación de la nueva escuela de publicistas, sus discí­
pulos y sucesores en Holanda y Alem ania”.25
Mientras que, por otraparte, autores del siglo XVIII, como
el ya citado Mackintosh, o los colaboradores de la Enciclope­
dia, lo enfocan como el fundamento de la ciencia de la política.
Y es este enfoque el que más nos interesa porque responde, ju s­
tamente, a la forma en que el derecho natural y de gentes era
asumido en tiempos de las independencias iberoamericanas.
Esta últim a perspectiva coincide con la atribución a Grocio y
Pufendorf del papel de fundadores de aquél, fundamentalmen­
te por lo que podría llamarse su laicización y racionalización.
Deteniéndonos ahora en este punto, añadamos que el ca­
rácter del derecho natural y de gentes como fundamento de la
ciencia de lo político, por una parte, y el papel fundacional de
Grocio y Pufendorf, por otra, pueden comprobarse en autores
de época, tales como el recién citado Mackintosh, para quien
las dos grandes obras que cambiaron completamente el idioma
de la ciencia son la de Grocio y la de Pufendorf, desde cuya pu­
blicación, comenta, una más modesta, más simple y más inteli­
gible filosofía se introdujo en las escuelas e hizo posible discu­
tir con precisión y claridad los principios de la ciencia de la na­
turaleza humana.26
Asimismo, en los artículos que le dedica la Enciclopedia
francesa, luego de analizarse brevemente las diversas acepcio­
nes que ha tenido el derecho natural, se concluye que “...no es
en rigor otra cosa que la ciencia de las costumbres a la que se
denomina m oral”. Y luego de reseñarse distintos antecedentes
del mismo en la Antigüedad, se afirm a que “el célebre Grotius
J osé C arlos C h ia r a m o n t e

es el primero que ha elaborado un sistema de Derecho natural


en un tratado titulado De iure belli ac pacis...”, y que pese a
que ese título parece no anunciar otra cosa sino que las leyes de
la guerra son su principal objeto de estudio, sin embargo, “no
deja de encerrar los principios del derecho natural y del dere­
cho de gentes”.27 Además de criticarse a Hobbes y a Spinoza
—“no se pretende aquí refutar el pernicioso sistema de estos
dos filósofos cuyos errores se perciben fácilmente”—, los auto­
res a lo s que mayor autoridad se concede son Pufendorf,
Barbeyrac y Burlamaqui.28

4. El derecho natural y de gentes aparecía entonces como


el conjunto doctrinario que daba razón de los fundamentos y
normas de la vida social y política, incluida la internacional.
No sólo, insistimos, como una etapa de la historia del derecho,
tal como suele ser considerado en la historia de las ideas políti­
cas y como se refleja en el siguiente texto:

“Sólo podem os d etenern os b re vem e n te en la profu n d a tran sfo r­


m ación de las con cep cion es ju ríd icas lleva d a a cabo en el siglo
X V II po r lo s teóricos del derech o n atu ral (esp ecialm en te G rocio
y Pufen dorf). L as obra s de esto s teó r ic o s p erten ecen a la h isto ­
ria d el d erecho m ás que a la histo ria de las id ea s p o lítica s, pero
lle v a n la profu n d a h u ella del co n tex to p o lítico y so cia l en que
fu eron ela b o ra d as.”29 [subrayado nuestro]

Ni tampoco como la sola regulación de las normas de la


guerra, pese al lugar preponderante que este problema poseyó
en la gestación y desarrollo del mismo, en buena medida por­
que implicaba de la manera más acuciante la noción de los fun­
damentos, características y relaciones de las sociedades nacio­
nales.
Nada más expresivo de lo apuntado que el citado texto de
Mackintosh —perm ítasenos volver a él una vez m ás—, para
quien el derecho natural y de gentes era una ciencia que se ocu­
pa de los “deberes y derechos” de los hombres como de los de
los Estados. Y al explicar con más detalle, como hemos visto,
que bajo esa denominación están comprendidas las relaciones
entre los individuos que integran un Estado, entre ellos y los
poderes públicos, y entre los Estados mismos, tanto en tiem ­
pos de guerra como de paz, aclara, además, que son las mis­
N a c ió n y E s t a d o en Ib e r o a m é r i c a

mas reglas morales que reúnen a los hombres y los organizan


en naciones, las que rigen también las relaciones entre éstas.
Una parte de esta ciencia es considerada el derecho natural de
los individuos, y la otra, el derecho natural de los Estados; y es
en virtud de sus principios que se ha considerado a los Estados
com o p e r s o n a s m o r a le s .30 El punto de vista que asum e
Mackintosh es el de una estrecha conexión entre la filosofía
moral, el derecho civil y el derecho público, en cuanto el “prin­
cipio de ju sticia” enraizado profundamente en la naturaleza y
en el interés de los seres humanos satura el conjunto hasta sus
mínimos detalles.31
T al dimensión del derecho natural que trasciende a lo ju ­
rídico se percibe ya en la misma obra de Altusio, en la que el
derecho natural está tratado, según se ha observado, de mane­
ra más sociológica que política.32 Así como un enfoque mode­
rado de similar concepción del papel del derecho natural se en­
cuentra en la obra de un hoy olvidado publicista francés del si­
glo siguiente, José Gaspard de Real de Curban. Se trata de un
cartesiano, adversario de los enciclopedistas, que en la segun­
da mitad del siglo XVIII publicó una Science du Gouvernement,
cuya versión castellana de 1775 sería objeto de lecturas por parte
de Juan Manuel de Rosas. Para Gaspard de Curban el derecho
natural era el fundamento de la ciencia política, en cuanto base
de todos los demás derechos, derecho civil, derecho eclesiásti­
co, derecho de gentes, así como de la ciencia moral y la ciencia
política.33

C o r r ie n t e s iu s n a t u r a l is t a s y t e o r ía s
CONTRACTU ALISTAS

1. A partir de Grocio, el iusnaturalismo se convertiría en


una respuesta exitosa a la teoría del origen divino directo del
poder. Más aún, en muchos de sus exponentes, el contractua-
lismo estaba destinado originariamente a combatir el poder tem­
poral del papado, y en sustancia buscaba fundar la autonomía
del poder real apelando a bases puramente laicas. El renaci­
miento de las doctrinas contractualistas fue, entonces, la base
de esta construcción alternativa sobre la naturaleza del poder.34
Agreguemos que es singular que una noción que proviene de la
escolástica se expanda desde el siglo XVI con propósitos anta-
J osé C arlos C h ia r a m o n te

gónieos: entre los neoescolásticos, para combatir el poder del


príncipe cuando se oponga al del papado; en los iusnaturalistas
antiescolásticos, para fundar el poder absoluto del príncipe e
impugnar la pretensión de poder universal del papado. Y, pos­
teriormente, tam bién para combatir el absolutismo y fundar la
doctrina de la soberanía popular en térm inos de la democracia
contemporánea.
En cuanto a una figura del contractualismo de tanta in­
fluencia en la historia iberoamericana como la del pacto de su­
jeción, a la que se ha señalado como proveniente de la tradición
del derecho romano,35 se encuentra no sólo en la neoescolástica
del siglo XVI sino también en el iusnaturalismo no escolástico
y hasta en la Enciclopedia francesa, según veremos más ade­
lante. Sin embargo, en tiempos de Grocio, ella se tomaba de la
tradición escolástica, cuya concepción de la naturaleza social
del hombre y del carácter natural de la sociedad condicionaba
la respuesta al problema de la legitimidad del ejercicio del po­
der. Éste era concebido entonces como producto inmediato de
la comunidad, resultante de un traspaso del poder de ésta al
príncipe —la translatio impertí en terminología escolástica—,
bajo la figura del pacto de sujeción.
En cambio, a partir de Hobbes, la teoría moderna del Es­
tado, que también comparte la tesis contractualista como fun­
damento del poder estatal, se distingue empero por la concep­
ción del carácter artificial, no natural, de la sociedad. Ésta sur­
giría como superación del estado de naturaleza —una forma de
existencia no social de los seres humanos—, mediante el ingre­
so a la sociedad civil y la sociedad política, las que en algunos
autores (Hobbes, Locke, Kant) resultan instancias separadas, y
en otros (Rousseau) se conciben unificadas.36
En cuanto a la noción de estado de naturaleza, es obser­
vación conocida que conviene interpretarla más bien como un
supuesto conceptual necesario para construir la visión de la
sociedad y no como una etapa histórica realmente vivida por la
humanidad. Más aún, para una de las interpretaciones más
aceptadas del pensamiento de Hobbes, su tesis del estado de
naturaleza no sería otra cosa que traslación al plano teórico, en
forma de una abstracción lógica, de la situación de las relacio­
nes sociales en la Inglaterra de su tiempo, sacudida por guerras
civiles y otros conflictos.37
Al abandonarse el criterio de la sociabilidad natural del

— 148 —
N ación y E stado en Iberoam érica

hombre y ser reemplazado por la concepción del estado de na­


turaleza, se requiere una explicación del origen de la sociedad.
Se impone así, como forma de explicar la superación del estado
de naturaleza, la noción de un pacto o contrato formativo de la
sociedad. Este concepto del contrato social —pacto de sociedad
(pactum societatis), distinto del pacto de sujeción (pactum
subjectionis)— es el único admitido por Rousseau, que conde­
na explícitamente el del pacto de sujeción en cuanto incompa­
tible con su tesis de la no enajenabilidad del poder. Mientras
que otros autores admiten los dos pactos, el que da origen a la
sociedad y el que luego, o al mismo tiempo, instaura el poder
político.

2. Dado que en la historiografía latinoamericanista se ha


difundido una postura que atribuye los movimientos de inde­
pendencia al influjo de la neoescolástica española del siglo
XVI,38 es útil, en una breve digresión, detenerse en el artículo
de la Enciclopedia en que se trata este asunto —artículo sin ini­
ciales, de manera que es atribuible a Diderot—, porque nos pro­
porciona un significativo testimonio de cómo la doctrina del
pacto de sujeción que circuló en tiempos de las independencias
iberoamericanas era algo de amplia dispersión en la literatura
política del siglo XVIII y compartida por corrientes opuestas a
las neoescolásticas.
La naturaleza, se lee allí, no ha otorgado a nadie el dere­
cho de mandar sobre otros. Sólo la autoridad paterna puede re­
conocer un origen natural. En cambio, la autoridad política pro­
viene de un origen distinto de la naturaleza. Ella deriva de dos
fuentes: la fuerza, la violencia del que la usurpa, o el “...consen­
tim iento de aquellos que se han sometido mediante el contrato,
expreso o tácito, entre ellos y aquel a quien han transferido la
autoridad”. El poder originado en el consentimiento supone
condiciones que lo legitiman, en cuanto lo hagan útil a la socie­
dad, beneficioso para la República y lo sometan a ciertos lím i­
tes. Esto es así porque el hombre no puede entregarse total­
mente, sin limitaciones, a otro hombre, en razón de que tiene
otro dueño superior, a quien sí pertenece por entero: Dios, cu­
yo poder es inmediato sobre el hombre y lo ejerce como señor
celoso y absoluto, sin perder nunca sus derechos ni transfe­
rirlos.
J osé C ar lo s C h ia r a m o n t e

“É l perm ite, en p ro del b ien com ún y del m an ten im ien to de la


sociedad, qu e lo s h om bres estab lezcan en tre ellos un ord en de
sub ordin ación , que ob ed ezcan a uno de ello s, pero q u ie re que
sea conform e a razó n y m od eradam en te, y no c iega m en te y sin
reserva, a fin de que la c ria tu ra no se ap ro p ie de los derech os del
C read or.”

El príncipe, entonces, recibe de sus súbditos la autoridad


que posee sobre ellos, pero esa autoridad está limitada por le­
yes naturales y del Estado. No puede romper el contrato por el
que la ha recibido sin anular al mismo tiempo esa autoridad.
Cuando el contrato deja de existir, la nación “...recupera su de­
recho y plena libertad de pactar un nuevo contrato con quien
quiera y como le plazca”. Si en Francia se extinguiera la familia
reinante, “entonces, el cetro y la corona retornarían a la na­
ción”.39
Pero esta postura, que coin cide parcialm en te con la
tradición de la escolástica del siglo XVI, no asume la variante
del tiranicidio. En Francia, se lee tam bién en ese artículo,
mientras subsista la familia real en sus varones, nada le privará
de la obediencia y respeto de sus súbditos, y el agradecimiento
por los beneficios que disfrutan al abrigo de la realeza y por su
mediación para que la imagen de Dios se les presente en la tierra.
La primera ley que la religión, la razón y la naturaleza imponen
a los súbditos es la de respetar el contrato que han formalizado.
Y si llegasen a tener algún rey injusto y violento —agrega Diderot
con un criterio similar al de Bodino—, no deberán

“ ...opon er a la d esg ra cia m ás que un solo rem edio: ap a cig u arlo


m ediante la sum isión y a p la c a r a D ios con la s oracion es, porque
sólo este rem ed io es legítim o, en v irtu d del p a cto de sum isión
ju ra d o al p rín cip e rein a n te antigu am en te, y a su s d escen d ien tes
en sus varon es, cu alesq u ier sean; y con sid erar que tod os estos
m o tiv o s que se creen ten er p ara resistir, no son b ien exam in a­
dos m ás que pretextos de infid elid ad es su tilm en te en m ascara­
das; que con esta conducta jam ás se han corregido los p rín cip es
y abolido lo s im puestos; y que solam en te se h a añad ido a las
desgracias, de que se lam entaban , un nuevo grad o de m iseria.”40

3. Retornando al punto de partida escolástico del con-


tractualismo, observemos que, según el pensamiento de Santo
N ación y E stado en Iberoamérica

Tomás y de Suárez, la comunidad no está obligada a ejercer


directamente el poder, ni conviene que lo haga, por razones de
la lentitud y confusión que se seguirían si las leyes tuviesen que
hacerse con intervención de todos. De allí la consecuencia
necesaria del traspaso del poder, a partir de la noción según la
cual el poder reside originariamente en la comunidad, que lo
traslada al príncipe mediante un pacto, y no en el príncipe por
derivación directa de Dios, concepción esta últim a que, en
cambio, es la de San Agustín y de Bossuet, entre otros.
De manera que otra diferencia entre las doctrinas esco­
lástica y moderna sobre el origen y naturaleza del poder es
que para la primera existe un dualismo en la concepción de la
soberanía, una soberanía radical y otra derivada. La doctrina
esco lá stica supone que el dualism o com u n id ad /p rín cip e
(ateniéndonos a una de las tres formas de gobierno definida
ya por Aristóteles, la m onarquía) subsiste luego del traspaso
del poder, lo que se refleja en otro dualismo, el de un poder
originario o virtual de la comunidad, y un poder en función, el
del príncipe. Estas dos consecuencias son comunes a todas las
varian tes de las doctrinas pactistas de la escolástica, pero
mientras en Suárez o Vitoria, una vez transferido el poder al
príncipe la comunidad carece enteram ente de él mientras no
lo recobre —por las razones de excepción ya indicadas—, en
M ariana y otros autores “el poder seguiría conjuntam ente en
am bos”, lo que daba lugar a la concepción de un ejercicio de la
soberan ía conjunto por “rey y rein o”, fórm ula que tendría
buena acogida en los medios autonomistas iberoamericanos
antes de las indepen den cias. Pero esta concepción de la
naturaleza y el ejercicio del poder implicaba una contradicción
con la doctrina de la indivisibilidad de la soberanía, que Bodino
y otros autores encarecían como fundam ento imprescindible
del Estado.41
El iusnaturalism o m oderno, entonces, que afirm a el
carácter artificial y convencional delpoder, rechaza todo vestigio
dualista desde un comienzo, para construir una realidad unitaria
antes desconocida: el Estado. Así ocurre en Hobbes, Rousseau
y Kant, pese a su diferente punto de partida y a su distinta idea
del estado de naturaleza y del pacto social —dado que en la
concepción democratista de Rousseau se excluye todo pacto de
sujeción al par que se anula la distinción entre sociedad política
y sociedad civil, mientras que en las concepciones pactistas
J osé C a r lo s C h ia r a m o n t e

liberales (Hobbes, Locke, Kant), en cambio, el pacto social


implica un pacto político o de sujeción.
Por otra parte, de la concepción escolástica surge la tesis
—incom patible tanto con el dogma del origen divino directo
del poder como con la teoría moderna del Estado— del derecho
de resistencia, y aun del tiranicidio, cuando no se cumpliesen
los fines encomendados al titular del poder político según el
supuesto del pacto de sujeción. Tanto Locke como Barbeyrac
y Burlamaqui, seguidores de Grocio y Pufendorf, acuerdan en
este punto, pese a que la obra de estos últimos tendía a cim en­
tar el absolutism o re a l.42 Durante la Edad Media, observa
Maravall, se había institucionalizado “la capacidad jurídica de
resistencia por parte del pueblo contra un príncipe injusto”,
tal como lo prueba la M agna Carta inglesa (1215) y, en España,
una de las leyes de Partidas, ley que en el siglo XVI era aún
invocada por los com uneros de Castilla para legitim ar su
rebeldía.43
Una de las m a n ife sta cio n e s más co n tu n d e n te s del
tiranicidio, la del teólogo jesuíta del siglo XVI Juan de Mariana,
basaba justamente su alegato en la preeminencia de la potestad
de la república sobre la del príncipe. Su dilatado análisis (en el
Capítulo V, “De la diferencia que hay entre el rey y el tirano”)
de cuándo el príncipe deviene tirano, en qué consiste la tiranía,
y qué medios hay para suprimirla, se basa en su postulado de
que el poder del príncipe proviene del pueblo, que en el Capítu­
lo VIII, “Si la potestad del rey es mayor que la de la república”,
formula así:

“P ero yo ju zg o que cuando la p o testad real es legítim a, tien e


su origen en el pueblo, y los p rim eros rey es en c u alq u iera rep ú ­
b lica han sido elevados al po d er su p rem o por una co n cesió n de
a q u é l.”44

Además, luego de resumir en el Capítulo VI, “Si es lícito


suprimir al tirano”, las razones que hacen lícita la muerte del
príncipe (“...es un pensamiento saludable el que entiendan los
príncipes que, si oprimen la república y se hacen insufribles por
sus crímenes y vicios, viven con tal condición que, no sólo de
derecho, sino con gloria y alabanza, pueden ser despojados de
su vida”), sostiene que el príncipe debe persuadirse de que “la
autoridad de la república es mayor que la de él mismo, y recha­

— 152 —
N ación y E stado en Iberoam érica

zar la opinión contraria que hombres malvados le manifiesten


con el solo objeto de congraciarse con él”.45

La n o c ió n d e s o b e r a n ía

i. En cuanto respecta a la noción de soberanía, podrían en­


contrarse antecedentes, antes de Bodino, en conceptos políticos
formulados en los siglos XII en adelante, pues se ha advertido
que ya entonces se usaba el término, aunque no totalmente en el
mismo sentido con que se lo emplearía luego, o se utilizaban con­
ceptos que, como los de auctoritasy potestas, contienen algunas
de las notas posteriormente propias del concepto de soberanía.46
Pero en su uso actual, el concepto se acuña en el siglo XVI para
dar cuenta del ejercicio del poder político en un contexto que
niega el poder de las dos grandes potencias universales de la Edad
Media, la Iglesia y el Imperio. Ejercicio del poder político, esto
es, del poder del Estado —otro concepto acuñado en el mismo
siglo—, entendido como supremo poder de mando, no sometido
a ningún otro y no eludido por ningún individuo, grupo o corpo­
ración del territorio en que se ejerce. Asimismo, un concepto, el
de soberanía, que tiene como una de sus funciones fundamenta­
les, la de conciliar poder y derecho, esto es, la de proporcionar
legitimidad al monopolio de la fuerza característico del concepto
de todo Estado moderno.
Uno de los problemas centrales del concepto de soberanía
era el de su unidad. Frente a las doctrinas del Estado mixto, de
antigua data, que hacían centro en la necesidad del consenso
de los grupos intermedios de la sociedad feudal para la legisla­
ción, y que tendrá en Altusio (1557-1638) un nuevo y fuerte par­
tidario, la que habrá de ser considerada doctrina moderna del
Estado tiene ya en juristas como Bodino (c. 1530-1596) una ra­
dical afirmación de la indivisibilidad de la soberanía.47 Para
nuestro propósito de indagar los fundamentos de las tenden­
cias centralistas y confederales en la historia iberoamericana,
es útil recordar que Bodino puede ser considerado, efectivamen­
te, punto inicial de la tendencia moderna a fundar la estabili­
dad y éxito de un Estado en la unidad e indivisibilidad de la
soberanía, mientras Altusio lo sería de la opuesta concepción
de la coexistencia de distintos poderes soberanos en el marco
de una misma asociación política.

— 153 —
J osé C arlos C h iar a m o n te

El objetivo de dotar a la monarquía de todo el poder nece­


sario para instaurar un orden de concordiayjusticia, que Bodino
juzgaba no podían alcanzar los grupos sociales intermedios, lo
llevaba a atacar los poderes feudales y estamentales y a acen­
tuar el del príncipe, de una form a que no estuviese trabado por
ninguna clase de fiscalización. En otros términos, como efecto
de la ruptura de un orden social basado en las relaciones de
dependencia personal entre señores y vasallos, la imputación
de la obligación política era desplazada de los poderes interme­
dios (señores, Iglesia, ciudades, corporaciones varias...) al Es­
tado, cuyo poder excluyente manifestado a través de las leyes,
es lo que denomina Bodino soberanía.48
El concepto de la unidad de la soberanía llevaba a Bodino
a condenar sin atenuantes la forma del Estado mixto:

“Si la soberanía es ind ivisible, como hem os dem ostrado, ¿cóm o


se pod ría dividir en tre un p ríncipe, los señ ores y el p u eb lo a un
m ism o tiem p o? Si el p rin cipal atrib u to de la sob eranía consiste
en dar ley a los súbditos, ¿qué sú b d itos obedecerán, si tam bién
ellos tien en poder de hacer la ley? ¿Quién p od rá hacer la ley, si
está con streñ id o a recib irla de aq u ellos m ism os a quienes se
d a ?”49

Pero mientras Bodino se empeñaba en asentar el poder


absoluto, de una forma que, sustancialmente, prevalecería en
la historia de las monarquías de la Europa continental, el pro­
ceso inglés se encaminaba hacia otra form a de ejercicio de la
soberanía, más cercana a la antigua noción del Estado mixto.
Pues, a diferencia de lo ocurrido en monarquías como la fran­
cesa y española, en las que la soberanía se imputaría a la perso­
na del monarca, en la Inglaterra de fines del siglo XVI, a partir
de antecedentes medievales, se terminó de formular la doctri­
na de la soberanía del Parlamento al atribuírsele la capacidad
de aprobar leyes, rasgo esencial de la soberanía para Bodino.50
Según la opinión de los partidarios de imputar la sobera­
nía al Parlamento, en Inglaterra la corona estaba sometida al
derecho que ella misma había establecido de consuno con aquél,
y según el cual, por ejemplo, se requería consentimiento para
aprobar impuestos. Un autor de la segunda mitad del siglo XV,
John Fortescue,
N ación y E stado en Iberoam érica

“...establecía un in extricab le ligam en en tre el rule o f law y la


sup rem acía legislativa del Parlam ento, sob re la que d escansaba
la llam ad a m onarquía d u alista estam en tal, b asada en el binom io
R ey/R eino, representad o este ú ltim o por la C ám ara de los Lores
y la C ám ara de los C om u n es.”51

Es cierto que la monarquía dualista estamental también


existía e n la Europa continental, como en Francia y e n España.
Pero en Francia los Estados Generales dejaron de convocarse
en 1614. Y en España, donde las Cortes de Castilla y las de León
habían surgido casi cien años antes que el Parlamento inglés,
durante los siglos XVI y XVII la soberanía se imputó al monar­
ca y las Cortes fueron prácticamente neutralizadas. En Casti­
lla, luego de 1538, debido al rechazo de los nobles a un im ­
puesto que pretendía el rey, éste excluyó a la nobleza y al clero
de la convocatoria a Cortes. Las Cortes de Castilla quedaron
así integradas por los representantes de las pocas ciudades (fue­
ron dieciocho) con voto en Cortes, las que, entendiendo que
esa representación conformaba un privilegio, no la compartían
con otras ciudades. En cambio, en Inglaterra las cámaras de
los lores y los com unes fueron activos protagonistas políticos,
aun frente al paralelo fortalecimiento de la monarquía. Por otra
parte, es de interés notar que la tendencia absolutista en el
continente se apoyó en algunas normas del derecho romano y
del derecho canónico, que favorecían la interpretación de la
monarquía como creadora de la ley en vez de órgano sujeto a
ella.52
Otro lugar donde siguió teniendo acogida la admisión de
la divisibilidad de la soberanía fue Italia, donde Maquiavelo ha­
bía ya manifestado la conveniencia de que el poder se distribu­
yese entre distintos grupos sociales, para que cada uno sirviera
de control de los otros. Varios autores, además de Maquiavelo,
se pronunciaron por un criterio contrario al de Bodino, soste­
niendo que la soberanía podía ser dividida y repartida entre
varias instancias de poder dado que “su indivisibilidad era un
falso axioma” y, sobre esta base, defendieron el principio del
Estado mixto. Mientras que en España, con excepción de pos­
turas como la de Juan de Mariana, si bien la doctrina del Esta­
do mixto tuvo cierta difusión, no logró hacer pie en la literatura
política dado el peso de la monarquía absoluta.53
.losfí C a r i .o s C m ak a m o n tk

2. Pese a sus diferencias, tanto Rousseau como Hobbes,


Locke y Kant, conciben la soberanía como única e indivisible, y
comparten la afirmación de “...un único sujeto soberano sobre
el que hace reposar la realidad única y unitaria del Estado”. De
manera que la soberanía es entendida por ellos como “una cua­
lidad originaria, permanente, inalienable y perpetua”. No algo
concedido a plazo, limitadamente, “...sino que reside y sigue re­
sidiendo originaria y esencialmente en el sujeto a quien se atri­
buye, ya sea el Monarca o la Voluntad General.” Los teóricos
modernos del Estado, por partir de su idea del estado de natu­
raleza y del carácter artificial del Estado, afirman que al mismo
tiempo que los hombres deciden libremente entrar en la socie­
dad civil, “se someten a la autoridad política por ellos creada”.
No hay pues dos partes previas con autoridad propia sino sólo
individuos en estado de naturaleza. Ellos pactan un Estado que
una vez pactado se coloca por encima de ellos.54
Existe una diferencia importante entre Hobbes y Rousseau,
que proviene de su diferente concepto del sujeto de imputación
de la soberanía y que curiosamente coloca al segundo más cerca
de los neoescoláticos. Mientras en el autor del Leviatán la
soberanía es concedida al m onarca, que la conserva para
siempre, “de un modo irrevocable y perpetuo”, sin compartirla
con quienes se la han otorgado, en Rousseau la soberanía es
inalienable y debe ser ejercida por el soberano mismo. El pueblo
no puede enajenar la soberanía, lo que significa también que el
soberano no puede ser representado sino por sí mismo. Esta
concepción, que reedita a fines del siglo XVIII la noción de la
democracia directa, será fuente de vivos conflictos cuando la
influencia del autor del Contrato Social se haga sentir en las
independencias iberoamericanas y se enfrente a los proyectos
de organización de regímenes representativos.55

3. Si bien Bodino es la piedra angular de uno de los rasgos


fundam entales de la teoría moderna del Estado, la indivi­
sibilidad de la soberanía, sin embargo, estaba aun lejos de
abandonar la tradición escolástica. Él es exponente de una
conjunción del nuevo pensamiento político correspondiente a
la em ergencia de los Estados m onárquicos con tradiciones
escolásticas, conjunción que es particularmente acentuada en
el caso español.
Respecto de éste, advierte Maravall que la nocion de Estado

— 156 —
N a c i ó n y K s t a d o i; n I b k k o a m é k i c a

—un Estado “ordinariamente llamado todavía República por


nuestros escritores del siglo XVII”— se gesta en oposición a la
de Imperio, en el sentido del ideal de un imperio universal, como
el Sacro Imperio Romano. Frente a él, se va formando la visión
de un conjunto de entidades soberanas. Paradójicamente, la voz
que da cuenta del poder del Imperio universal, precisamente
imperium, se aplicará a l poder de cada uno de esos Estados.56
La noción de Estado que se puede registrar en los autores
españoles une generalmente el criterio de Aristóteles —por su
concepto de autarquía y suficiencia— con el de Bodino —por la
nota esencial de la soberanía—. La definición más completa en
este sentido es la de Diego Tovar y Valderrama, de 1645, que
llama República a

‘“ un agregado de m u ch as fam ilias que form an cu erpo civil, con


d iferen tes m iem bros, a quienes sirve de cabeza una suprem a
po testad que les m antiene en ju sto gobiern o, en cuya unión se
contienen m edios para conservar esta vida tem poral y para m e­
recer la eterna. ”57

El concepto de Estado de los españoles del XVII prolonga


aquí todavía la noción organicista m edieval, que m etafóri­
camente concibe un cuerpo político a imagen del cuerpo huma­
no. Pero en él no son individuos los que se relacionan entre sí,
sino las familias. Bodino había ya introducido esta mediación
entre individuo y Estado. De ahí lo toman los españoles, lo
mantienen y lo acentúan. Aún más, el Estado será concebido
como compuesto de otras más amplias...

“ ...con gregacion es d e in d ivid u o s caracterizad os por los d iferen ­


tes m inisterios y oficios. Es la con cep ción estam en tal, viva aún
en la doctrina como en la realidad p o lítica de los países, hasta
que la d isuelva la crítica social y la reform a econ óm ica a que
abocará el siglo X V III.”58

Un destacado ejem plo de la conciliación de tradición


escolástica y concepciones modernas es, en una etapa muy
posterior, a comienzos del siglo XIX, el del español Francisco
Martínez Marina, quien las combina, aparentemente, sin percibir
su disparidad. En su doctrina de la soberanía muestra una extraña
mezcla de individualismo y corporativismo territorial y reúne

— 157 —
Josf. C a ri. os C iiia r a m o n tk

conceptos tomados de la Declaración de los Derechos del Hombre


de 1789 con los de autores tom istas del siglo XVII y otros
escolásticos.59 Comenta al respecto Maravall que, aunque Marina
sabe que la soberanía es permanente y perpetua, acude a un
antiguo criterio estamental para concebir a ésta como divisible y
sostener que los individuos y las provincias la comparten. Así
escribe afirmaciones como la siguiente: “Los pueblos (así, en
plural; se refiere a las ciudades con voto en Cortes), en virtud de
la porción de la soberanía que les compete”. La persistencia de
restos de pensamiento tradicional hace que para él, el concepto
de pueblo refiera a un conjunto de ciudades y villas, resabio
estam ental que no le perm ite com prender la form a de la
representación nacional en régimen representativo y que lo lleva
a interesarse particularmente por las entidades municipales...60
“Influido por el ejemplo de las Cortes medievales y llevado de su
individualismo, en lugar de representación nacional, se atiene al
sistema de mandato imperativo.”61
El caso de Martínez Marina es congruente con la trayec­
toria del reformismo español del siglo XVIII, sincretismo de
influencias ilustradas y otras corrientes, algunas muy anteriores.
Como lo advirtió Richard Herr, en cuanto a cómo se conforma
y evoluciona el derecho natural y de gentes en el ám bito
hispanoamericano, es de notar que cuando el impacto de la
Revolución Francesa pone en situación difícil a los reformadores
españoles, éstos se rehacen combinando diversas tradiciones,
unas ibéricas y otras no, entre ellas las del derecho natural y de
gentes:

“ D e su in te ré s por la h isto ria n acio n a l, de su estu d io d el derecho


n atural y de gen tes y de su conocim ien to d el tem a gen era l d e los
e scrito s de M ontesquieu, co n feccio n aro n la trad ición lib e ra l.
E spaña, descu b rieron (según a lgu n o s y a h ab ían sospechado),
ten ía un a a n tig u a con stitu ció n que estip u lab a restricción popu ­
la r sob re el r e y a través de las C o rtes rep resen ta tivas.”62

4. Si la corriente predom inante en la teo ría política


iusnaturalista moderna fue la que afirmaba la indivisibilidad
de la soberanía, corresponde interrogarse sobre cuál habría sido,
entonces, el sustento doctrinario de las tendencias “federales”
(esto es, confederales) desarrolladas luego de las indepen­
dencias iberoamericanas.

— 158 —
N a c ió n y E st a d o en Ib e r o a m é r i c a

La cuestión es más compleja de lo aparente debido a la


comentada confusión entre confederación y Estado federal que
llevaba consigo el uso de época del vocablo federalism o. En la
medida en que la respuesta más frecuente a la pregunta que
acabam os de form u lar rem ite al ejem plo del federalism o
n o rte a m e ric a n o , es p reciso re co rd a r que los le tra d o s
iberoamericanos estaban al tanto de la difundida discusión de
las virtudes y defectos de la confederación en la literatura
política de los siglos XVI a XVIII, desde autores iusnaturalistas
aún parcialm ente inm ersos en la tradición medieval, como
Altusio, hasta el mismo Montesquieu. Y que, asimismo, eran
por demás conocedores de los casos de las uniones confederales
de los Países Bajos, de las ciudades, p rovin cias y reinos
alemanes, y de la misma Suiza. De manera que la muy recordada
“influencia del federalismo norteamericano” refiere en realidad
a un caso histórico de los tantos que conocían los letrados de la
época. Y, por otra parte, a un caso histórico mal interpretado
por quienes, casi sin excepción, no advertían la radical diferencia
entre el Acta de Confederación y la Constitución de Filadelfía.
La observación recogida más arriba señala a Altusio como
una aislada emergencia del federalismo en el seno del iusna-
turalism o moderno. Altusio forma parte de los comienzos de la
tendencia a liberar el derecho natural de la sum isión a la
teología. Pese a que remite el derecho natural a la revelación,
su teoría política era naturalista, fundada en la noción de
contrato como principio de derecho natural y en la conside­
ración de la sociedad también como un hecho natural y no
artificial. Luego de definir la política como “el arte de unir a los
hombres entre sí para establecer vida social común, cultivarla y
conservarla”, sostiene que la sociedad, objeto de la política, “...es
aquella con la cual por pacto expreso o tácito”, sus miembros
“se obligan entre sí a comunicación mutua de aquello que es
necesario y útil para uso y consorcio de la vida social”.63 Altusio
independizaba así la legitimidad de las sociedades de la sanción
religiosa al considerar su fundamento contractual como algo
natural.
Si bien sería absurdo ver en la obra de Altusio el funda­
mento de las tendencias federales iberoamericanas, las carac­
terísticas de su sistema político corresponden a una tradición
que hunde sus raíces en el Medioevo y que, con variantes a ve­
ces de magnitud, perdurarán a lo largo de la Edad Moderna. Y,

— 159
CAKI.OS C l IlA K A M O N TK

por otra parte, esas características son indicadores de formas


de vida social que en alguna medida tienen similitud con el
mundo iberoam ericano. Por ejemplo, en el capítulo en que
Altusio trata la “consociación o confederación”, la diversidad
de entidades políticas —“reinos, provincias, ciudades, pagos o
m unicipios”— que menciona como capaces de unirse en confe­
deración es un rasgo en cierta medida no extraño al mundo ibe­
roamericano, correspondiente a la emergencia de soberanías de
ciudades y provincias en tiempo de las independencias.64

5. Añadamos, por último, que si bien no hay prácticamen­


te rastros de la presencia de Altusio en los escritos políticos ibe­
roamericanos, el conocimiento de la discusión en torno a las
uniones confederales era, en cambio, un tema por demás di­
fundido. Las tendencias autonomistas surgidas con la indepen­
dencia harían de las confederaciones una de las fórmulas pre­
feridas, fuese que se la considerase solución transitoria o per­
manente. Mientras que la figura del Estado federal, que se im ­
pondría más tardíamente, sería fruto sí de la difusión de la Cons­
titución de Filadelfia y del discernimiento de su eficacia políti­
ca para controlar la conflictividad de las diversas tendencias
soberanas.

— 16 0 —
VI. NOTAS SOBRE EL FEDERALISMO Y LA
FORMACIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES

Lo que sigue son los textos de dos reseñas críticas —la de


los libros de Anderson y Halperín— y de otro sobre el federalis­
mo de Bolívar, expuesto en el seno de un congreso internacio­
nal con ocasión del bicentenario de su muerte. Estos textos, si
bien por su naturaleza no son integrables en los capítulos ante­
riores, tienen estrecha conexión con lo allí tratado y contienen
algunas reflexiones que me ha parecido útil incluir en este
libro.

i. A c e r c a d e C o m u n id a d e s im a g in a d a s , d e
B e n e d ic t A n d e r s o n 1

El libro de Benedict Anderson, editado en Londres hace


diez años y que acaba de aparecer en versión castellana, integra
el conjunto de obras que renovaron el interés por el tema del
nacionalismo en los últimos veinticinco años. Fue objetivo de
su autor, según lo explica en la Introducción, superar la calidad
de “anomalía” que el nacionalismo posee en el enfoque del mar­
xism o y del lib e ra lism o , m edian te lo que llam a un giro
copernicano en la cuestión. Este propósito revolucionario lo
expresará en su tesis de considerar a las naciones como comu­
nidades constituidas en el nivel del imaginario colectivo. Más
precisamente, su punto de partida es que la nacionalidad y el
nacionalism o son artefactos culturales de una naturaleza pe­
culiar: creados hacia el fin del siglo XVIII, como destilación es­
pontánea de un entrecruzamiento complejo de fuerzas históri­
cas, a partir de allí habrían devenido “modulares”, es decir, ca­
paces de ser trasplantados a diversos terrenos sociales y con
intensidades diversas.
Anderson nos entrega así una aproximación al problema
de la formación de las naciones modernas que posee el interés
de señalar la h istoricidad del fenóm eno y de vin cular esa
historicidad con conceptos en boga en la historiografía recien­

— 161 —
J osé C ari.os C iiiaram o nth

te, como los de invención e imaginario. Pero, por una parte,


practica una injustificable ligereza en el manejo de los datos
que, unida a la tendencia a fáciles generalizaciones, produce
resultados tan inexplicables como los que comentamos más
abajo. Por otra, aspectos centrales de su tesis podrían conside­
rarse reformulaciones de lo que, si bien con expresa adhesión
al sentimiento nacional, había sido ya señalado por Ernesto
Renán en su clásico ¿Qué es una nación? (1887): “...la nación
moderna es un resultado histórico provocado por una serie de
hechos qué convergen en un mismo sentido.” O: “Las naciones
no son eternas. Han tenido un comienzo y tendrán un fin .”
AnderSon critica a Ernest Gellner, autor del también ya
clásico libro Nations and Nationalism (1983), porque en su es­
fuerzo por desenmascarar al nacionalismo, al concebir a la na­
ción como “invento”, asimila el concepto de “invención” a “fa­
bricación” y “falsedad”, más que a “im aginación” y “creación”.
Y en una tom a del toro por las astas, que ha constituido el as­
pecto más atractivo de su trabajo, afirma que “todas las comu­
nidades mayores que las aldeas primordiales de contacto direc­
to (y quizás incluso éstas) son imaginadas”. Y añade que ellas
“no deben distinguirse por su falsedad o legitimidad, sino por
el estilo con el que son imaginadas”.
Pero el esquematismo con que maneja luego los diversos
aspectos que confluyen en la génesis de las naciones opaca, si
no invalida, el valor de aquel hallazgo conceptual. Según
Anderson, la nación se hizo posible por un conjunto de factores
convergentes: el declive de las grandes lenguas que se conside­
raban las únicas vías de acceso a la “verdad ontológica”, la de­
saparición de “la creencia de que la sociedad estaba natural­
mente organizada alrededor y bajo centros elevados”, como los
monarcas que gobernaban bajo lo que se creía alguna form a de
favor divino, y el fin de una concepción de la temporalidad en
la que cosmología e historia eran indistinguibles y el origen del
mundo y del hombre eran “idénticos en esencia”. La declina­
ción de estas tres certezas —que, sostiene, arraigaban las vidas
humanas a la naturaleza de las cosas y daban cierto sentido a
las fatalidades de la existencia cotidiana—, bajo el efecto del
cambio económico, los descubrimientos geográficos y la veloci­
dad creciente de las comunicaciones, introdujo una cuña dura
entre la cosmología y la historia, e impulsó a buscar “una nueva
forma de unión de la comunidad, el poder y el tiempo, dotada

— 162 — -
N a c i ó n v E s t a d o un I i i k k o a m é k i c a

de sentido”, proceso en el que influyó en mayor medida el desa­


rrollo del “capitalismo impreso” (“print-capitalism ” en el origi­
nal en lengua inglesa).
Este último concepto, casi una caricatura de un complejo
fenómeno como la invención y expansión de la imprenta, que
Anderson utiliza repetidamente en diversos lugares del libro,
es revelador de una de sus mayores debilidades: la tendencia a
construir explicaciones globales con escasa fundamentación.
Así, en uno de los tantos párrafos en que convergen estos ras­
gos, afirma que “lo que, en un sentido positivo, hizo imaginables
a las comunidades nuevas era una interacción semifortuita, pero
explosiva, entre un sistema de producción y de relaciones pro­
ductivas (el capitalismo), una tecnología de las comunicacio­
nes (la imprenta) y la fatalidad de la diversidad lingüística hu­
mana”. Sustancialmente, esa convergencia del capitalismo y de
la tecnología impresa “hizo posible una nueva forma de comu­
nidad imaginada, que en su morfología básica preparó el esce­
nario para la nación moderna”. Pero como enseguida advierte
que las naciones hispanoamericanas, o las de la familia anglo­
sajona, comparten una lengua común, orilla el problema, que
compromete gran parte de su esquema interpretativo, por el
sencillo procedimiento de declararlo objeto de ulterior investi­
gación.
De manera que en una serie de capítulos dedicados a dis­
tintos casos históricos el libro acumula información de dispar
valor, y tanto cae en insólitos esquematismos como cautiva al
lector con atractivas interpretaciones —ampliadas ahora por los
dos nuevos capítulos que incluye esta edición—, respecto de te­
mas como el papel de la imprenta, la política de diversos Esta­
dos hacia grupos no homogéneos culturalmente, o la im portan­
cia del “c^nso, el mapa y el museo”, en la eclosión de las comu­
nidades imaginadas. Pero, en general, posiblemente con excep­
ción del material referido a la historia del sudeste asiático
—región en la que se especializa el autor—, los fundamentos de
su análisis resultan por demás endebles, característica a la que
no escapa la ligereza con que se ocupa de la historia latinoam e­
ricana. El tratamiento de ésta —tanto más sorprendente dada
la confesión del autor, en la Introducción, acerca de su escaso
conocimiento del tem a— llega al absurdo, al pretender explicar
la formación de las comunidades imaginadas que habrían co­
rrespondido a las posteriores naciones hispanoamericanas, por

— 163 —
J o s í . C a r i .o s G uiar am o n tk

el “peregrinaje” de los funcionarios criollos y el papel de los edi­


tores de periódicos criollos provinciales. En este tipo de argu­
mentación no sólo reduce fenómenos históricos tan complejos
a algunos pocos elementos que lo cautivaron por haber sido uti­
lizados en atrayentes trabajos monográficos de otros autores,
sino que además supone que la Independencia advino como ex­
presión de nacionalidades ya formadas en el período colonial.
De manera que cuando toma nota, al tratar el papel de la im ­
prenta y los periódicos, que los criollos se autocalificaban ame­
ricanos, y no mexicanos, venezolanos o argentinos, sortea nue­
vamente la dificultad por el procedimiento de declararla fruto
de una ambivalencia en el primer nacionalismo hispanoameri­
cano, su alternancia de perspectiva amplia americana y de lo­
calismo. No advierte así que en esa conjunción de am ericanis­
mo y localismo lo que falta es precisamente el nacionalismo
correspondiente a las naciones que surgirían luego, naciona­
lismo que en realidad fue mucho más tardío, en la medida en
que su aparición es fruto y no causa del proceso de la Indepen­
dencia.
En síntesis, respecto de la historia hispanoam ericana,
Anderson esboza una interpretación del proceso de la Indepen­
dencia que lo muestra todavía apresado en la perspectiva abierta
por el romanticismo y criticada por la historiografía reciente,
de que las naciones derivan de nacionalidades preexistentes,
perspectiva que hace que su atención se dirija a la génesis de
los factores que durante los siglos XVI a XVIII habrían conflui­
do en la formación de nacionalidades, deformando con esta pre­
sunción anacrónica el sentido de ellos. En este cometido, se le
escapa además que los iberoamericanos que intentaban orga­
nizar Estados nacionales, desde comienzos de las independen­
cias y antes del romanticismo, ignoraban el concepto de nacio­
nalidad y justificaban su aparición en térm inos racionales,
contractualistas, al estilo de los contenidos iusnaturalistas de
la cultura de la Ilustración.
Por otra parte, el tipo de análisis realizado por el autor
descuida factores tan decisivos como la necesidad de reempla­
zar la legitimidad política de las monarquías en declive por una
nueva forma de legitimidad que, al mismo tiempo, fuese capaz
de concitarla adhesión afectiva de una población. A fin de cuen­
tas, el fenómeno de la nación es también de fundamental ca­
rácter político, y esto reclama no excluir explicaciones de simi­

— 164 —
N a c i ó n v E s t a d o i-:n I h i s k o a m é k i c a

lar naturaleza que, junto a factores de otro orden, den cuenta


de la fisonomía con que se gestó desde fines del XVIII y, ade­
más, de la variedad de form as que adquirió (EE.UU., Francia,
Inglaterra, etc.). La intención de resolver el problema de la gé­
nesis de la nación a partir de datos apresuradamente seleccio­
nados de todo el orbe y todo tiempo es la mayor debilidad, al
par quizá que su no menor atractivo para una lectura rápida,
del trabajo que comentamos.

2 . P a n a m e r ic a n is m o y f e d e r a l is m o e n
S im ó n B o l ív a r

Sería un equívoco, proveniente del anacronismo de supo­


ner existentes las actuales nacionalidades latinoamericanas en
los comienzos de la Independencia, interpretar el panam e­
ricanismo de Bolívar como una unión de naciones. Su experien­
cia había sido no la de una real existencia de naciones —Vene­
zuela, Colombia— sino de gobiernos ocasionales, con una ex­
tensión de dominio comprensiva del actual territorio de los paí­
ses con esas denominaciones, pero que en la época no eran otra
cosa que un conjunto de “pueblos”, ciudades o “provincias”, en
las que era más fuerte el espíritu local que el general —evita­
mos escribir “nacional” dado que aún no existían realmente ni
ese espíritu nacional ni la realidad físico-política que le podía
corresponder— .
Por lo tanto, las grandes unidades políticas que concibe
Bolívar, como la unión de Venezuela y la Nueva Granada,2 de­
ben entenderse como proyectos de naciones no sobre la base de
naciones menores, sino de pueblos mal unidos, cuyas disen­
siones Bolívar atribuye desde un comienzo al sistema federal
—en realidad, confederal— .3
El panamericanismo de Bolívar sería así una variante de
los proyectos de organizar nuevos países a partir de las ex colo­
nias hispanas, desde una perspectiva que convertía la inefica­
cia del federalismo para organizados en argumento en pro de
su prescindibilidad, sin atender a la interpretación alternativa
de la no posibilidad aún de esos nuevos países. Por lo tanto,
Bolívar concedía al poder centralizado posibilidades de acción
que no existían... Desde tal perspectiva, proyectar una nación
colombiano-venezolana, o colombiano-venezolano-ecuatoriana

— 165
Jusíi C arlos C iiiakam on tk

(quiteña), o aun panamericana, parecía más factible que una


co lecció n de nuevos Estados sobre la base de las p artes
componentes.
Ya en 1815, en el Discurso de Bogotá,4 hay matices dife­
rentes con respecto a su visión de naciones: una referencia a la
República de Venezuela como “mi patria” —que podría consi­
derarse según el uso corriente entonces de patria como referen­
cia al lugar de nacimiento, no de nación—, el uso de “nación”
para referirse a toda América, y el uso de “nación” como un
“cuerpo político” referido a Nueva Granada.5 Todo esto mues­
tra la ambigüedad en que se mantiene el concepto de lo nacio­
nal en esta etapa de la historia hispanoamericana, si bien se
concede m ayor grado de realidad a una posible nación colom ­
biana.
En la carta de Jamaica —setiembre de 1815— admite ya la
futura existencia de diecisiete naciones americanas, para las que
rechaza la forma monárquica de gobierno. Quince a diecisiete
naciones, según la “sabia división” del abate de Pradt. Concibe,
en cambio, como quimérica la existencia de una sola nación
americana.6 A lo largo de la carta, el uso de expresiones como
país, para referirse a todo el Nuevo Mundo, como patria, para
referirse a la región o al lugar de su nacimiento, como nación,
para aludir a posibles unidades políticas, es revelador, en su
conjunto, de la no existencia de un referente nacional claro. No
está de más vincular esto con todo lo que sigue y reitera sobre
la anarquía política que siguió a los primeros organismos esta­
tales, comenzando por lo que apunta sobre el carácter improvi­
sado de la Independencia:

“... la A m é ric a no estab a prep arada para d esp rend erse de la m e­


trópoli, com o sú bitam ente su ced ió , po r el efecto de la s ile g íti­
m as cesion es de B ayon a y po r la inicu a gu erra que la R egencia
nos d eclaró, sin derecho alguno p ara ello ...”7

Federalismo

Desde el Manifiesto de Cartagena, en 1812, insiste en la


ineficacia y en los perjuicios que derivan del sistema federal.
Su principal argumento, en estos primeros escritos, es la traba
fatal que significa el sistema federal, por la lentitud y lo com­

— 166 —
N ación y E stado en Ib er oam ér ica

piejo de su organización administrativa, para las necesidades


de la lucha armada contra España. Frente al federalismo, reco­
mienda entonces “gobiernos sencillos”, centralizados.
También lo critica porque, si bien admite que en principio
es el mejor posible, considera que no se adapta a nuestra reali­
dad porque carecemos de las virtudes políticas que nos permitan
ejercer sus derechos por nosotros mismos.8 Este argumento es
constantemente repetido en sus escritos. La forma más expresi­
va que encuentra es la de señalar que los ejemplos europeos, en
materia de organización política, requerirían en América virtu­
des morales, un nivel de educación, que no existían aún.
De manera que la gran cuestión política que concibe Bolí­
var, el núcleo de su reflexión, es una forma del viejo problema:
la paradójica relación Europa/América latina. Paradójica, por
cuanto en la misma medida en que Europa es un ejemplo, un
modelo, es también un escollo, una trampa. Europa, su cultura
política, parte de sus realizaciones políticas, ofrecen un inme­
jorable ejemplo de lo que las nuevas naciones podrían realizar.
Pero ese ejemplo se convierte inmediatamente en un escollo,
en un canto de sirenas ante el que Bolívar intenta una y otra vez
proveer la cera salvadora de sus advertencias: al carecerse en
Hispanoamérica de las mismas virtudes políticas de aquellos
pueblos, ocurre que sus instituciones, sus constituciones, re­
sultan la perdición de los pueblos americanos. Así,

“L os aco n tecim ien tos de la T ierra Firm e nos han p rob ad o que
las in stitu cio n e s perfectam en te represen tativas no son a d ecu a­
das a n u e s tr o c a r á c te r, c o stu m b re s y lu c e s a c t u a le s .” [...]
V en ezu ela “...h a sid o el m ás claro ejem plo de la in efica cia de la
form a d em ocrática y fed era l para n uestros n acien tes E stados.
[...] En tanto que n u estros co m p a trio ta s no ad quieran los ta len ­
tos y virtu d es p o líticas que distin guen a n u estros herm anos del
N orte, los sistem as enteram ente popu lares, lejos de sern os favo­
rables, tem o m ucho que ve n g an a ser nuestra ruin a. D esgra­
ciadam ente estas cu alid ad es parecen estar m uy distantes de n o­
sotros en el grad o que se req u ie re ...”9

Y en 1819, en el Discurso de Angostura, observa que los


legisladores venezolanos, al implantar la Constitución Federal
de 1811, creyeron que las bendiciones de que goza el pueblo de
los EE.UU.

— 16 7 —

lililí! III
Josí. C ari.o s C h ia r a m ü n tk

“ ...son d eb id as exclu sivam en te a la form a d e gobiern o y n o al


carácter y costu m b res de los ciu d ad an os.”

El ejemplo de la Roma antigua muestra

“ ...d e cuán to son cap aces las virtu d es p o lítica s y cuán in d iferen ­
te suelen ser las in stitu cio n e s .”10

Bolívar apoya estas prevenciones en el rechazo de “teorías


abstractas” según el clásico razonamiento relativista, que será
frecuente en Am érica latina. Y lo hace citando a Montesquieu:
las leyes...

“ ...deben ser propias para el pueblo que se hacen [...] e s u n a g r a n


casualid ad que las de una nación puedan conven ir a otra [...] las
leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clim a, a la calidad
del terren o, a su situación, a su extensión, al gén ero de vid a de
los pueblos; referirse al gra d o de libertad que la C on stitución
puede sufrir, a la religión de los habitan tes, a sus inclinaciones,
a sus riquezas, a su núm ero, a su com ercio, a sus costum bres, a
sus m o d a le s.”

Y concluye: “¡He aquí el Código que debíamos consultar, y


no el de Washington!”11
Pero inmediatamente, Bolívar no puede dejar de recurrir
al Viejo Mundo como ejemplo. Y propone enfáticamente a los
constituyentes de Angostura el ejemplo de instituciones ingle­
sas para ser adoptadas en la nueva Constitución colombiana.

“En nada alteraríam os nuestras leyes fundam entales si ad optáse­


m os un P oder L egisla tivo sem ejan te al P arlam en to B ritá n ico .”12

De manera que tenemos dos núcleos ahora del drama lati­


noamericano. Uno, ya lo aludimos, es la nunca totalmente aca­
bada concepción de la naturaleza del vínculo con Europa; la
oscilación entre el énfasis en una radical diferencia del ser ame­
ricano con el europeo —al estilo de lo apuntado por Bolívar se­
gún lo referido más arriba—, y el “no somos americanos sino
europeos en Am érica”, de Alberdi.
Otro es el recurrente conflicto conceptual de abstracción/

— 168 —
N a c i ó n y Ií s t a d o k n I b k r o a m é r i c a

realismo. Podemos observar que lo que es considerado doctri­


na abstracta incompatible con nuestra naturaleza moral y so­
cial por Bolívar, esto es, el federalismo democrático, es lo con­
siderado realista en el Río de la Plata por un criterio predomi­
nante desde aquella época hasta el presente. En cambio, para
contemporáneos de las luchas civiles argentinas tanto como para
historiadores actuales, las doctrinas liberales centralizadoras
del Estado, sostenidas por el llamado partido unitario, podrían
haber sido buenas en teoría, pero resultaban en la práctica una
concepción abstracta, europeísta, que violentaba la realidad y
llevaba por eso mismo a conflictos irresolubles. Bolívar, en cam­
bio, recomienda en aras del realismo, la institución de gobier­
nos centralizados, fortalecidos por las normas constitucionales,
para que fueran capaces de contener la irrupción de las apeten­
cias sectoriales.
En cierta medida, ambos problemas, ambos núcleos del
drama político latinoamericano, se unen. Lo abstracto, lo in­
compatible con una naturaleza social americana, particularmen­
te diferenciada, serían las doctrinas europeas formuladas para
otras circunstancias. Lo realista sería cuanto más la adaptación
de esas teorías, ya que no la adopción de normas originalmente
americanas (que prácticamente no existieron...) En este punto,
lo que puede observarse es que los actores del drama pueden
adoptar el argumento para sostener tesis opuestas: lo realista
será en un caso el federalismo, en otro el centralismo... Y no es
que la realidad rioplatense fuese, en este aspecto, radicalmente
distinta de la venezolana como para explicar la diferencia de
punto de vista. Pues, en ambos casos, el problema es similar: el
de cómo encauzar los particularismos locales y regionales y el
caudillismo, que destrozan el Estado.
Entonces, el problema de los problemas está allí: en el tran­
ce de organizar nuevas naciones a partir de los restos del impe­
rio hispano en las Indias —diríamos más: en el trance de crear
las nuevas naciones, ya que la cuestión no era la de dar forma
estatal a realidades nacionales preexistentes, dada su inexis­
tencia—, la reflexión política de los líderes se enfrenta a las fuer­
zas reluctantes a ingresar en una organización estatal que lim i­
tase su soberanía. Se enfrenta, decimos, con una opción violen­
ta por la incompatibilidad radical de sus términos y dramática
por la urgencia de la decisión: hacer tabla rasa de esas sobera­
nías o conciliar con ellas para hallar una forma de organización

— 169 —
Josfi C ari.o s C iiia r a m o n tk

en un Estado nacional común. Y, como esto no era una cuestión


de principios sino de evaluación de la relación de fuerzas —si
eran o no las fuerzas del centro de dirección política suficientes
para vencer las resistencias locales—, se comprende mejor que
lo de abstractism o /realism o fuese un sim ple recurso de
argumentación —viejo y manoseado por otra parte— para apo­
yar la política elegida.
Volvemos, de tal manera, al punto de partida. ¿Dónde es­
taba el realismo —entendido como eficacia política— ante el caó­
tico mundo político de los nuevos países? ¿En implantar con­
cepciones políticas europeas, forzando a los distintos sectores
sociales a adaptarse a ellas como una forma de meter a América
hispana en la senda del progreso? ¿En desecharlas, salvo par­
ciales y modificadas adaptaciones, para permitir por vía de mí­
nimas dosis de civilización el ingreso real de estos pueblos en
aquella senda? ¿En adoptar el criterio de Bolívar de centralizar
el poder, para someter las fuerzas adversas, pero trasladar con
cautela y sólo parcialmente las experiencias políticas europeas?
Estos interrogantes nos llevan a un último punto crucial
en este drama —por momentos tragedia— de la historia políti­
ca hispanoamericana de la primera mitad del siglo XIX. ¿Cuál
era la real naturaleza “americana” de estos pueblos, su peculiar
idiosincrasia, que los distinguiría radicalmente de los europeos?
O, más restringidamente, ¿cuál era la concepción de los líderes
del momento, la de Bolívar en este caso, sobre esa naturaleza
del pueblo hispanoamericano?
Bolívar, con esa lucidez política con que supo intuir buena
parte de los problemas cruciales del futuro hispanoamericano
en los primeros momentos ya de esa historia, intentó una ver­
sión del asunto que, como el resto de su pensamiento político,
está marcada a fondo por la trágica experiencia de la primera
república venezolana. Su criterio básico reposa en la percep­
ción de “ ...la inmensa diferencia que hay entre los pueblos, los
tiempos y las costumbres de aquellas repúblicas y las nues­
tras”.13 El aspecto de esas diferencias sobre el que más insistía
era la falta de las “virtudes políticas” —ya lo hemos visto— que,
en cambio, poseían los europeos o norteamericanos y que se
hubiesen requerido para poner en práctica el federalismo de­
mocrático al estilo de los Estados Unidos. Sobre el porqué de
esa carencia apunta una interpretación: la servidumbre, la ig ­
norancia, la opresión por siglos del despotismo hispano, edu-

— 170 —
N a c i ó n y E s t a d o un I u h k i m m i í k i Ca

carón al pueblo en la pasividad, en la docilidad apta solamente


para arrastrar sus cadenas. La ruptura del vínculo colonial ha
dejado a estos pueblos “débiles en razón”, aunque encamina­
dos a un mejor destino. Ni indios ni europeos, una suerte de
especie intermedia, americana por nacimiento y europea por
organización social, se podría comparar a los hispanoamerica­
nos en el momento de la Independencia con los pobladores del
Imperio Romano en tiempos de su desintegración; con la dife­
rencia de que aquellos miembros dispersos volvían a reconsti­
tuir sus naciones luego de la desmembración, mientras que na­
die puede decir ahora, insistía, cuál será el futuro de los nuevos
países americanos. Los americanos han pasado de repente, sin
los conocimientos necesarios y sin la experiencia de los nego­
cios públicos, a intentar las funciones propias de “un Estado
organizado con regularidad”.14
En su correspondencia privada avanza juicios un poco más
concretos sobre esa situación de los pueblos hispanoamerica­
nos. Ofrece así una visión desesperanzada de esos llaneros de
su ejército...

“ ...d eterm in ad os, ign oran tes y qu e n u nca se creen igu ales a los
otros hom bres que saben m ás o parecen m ejor. Yo m ism o —a gre­
g a —, que siem pre h e estado a su cabeza, no sé aún de lo que son
cap aces.”

El hecho es que se siente

...sobre un abism o o m ás bien sobre un vo lcán p róxim o a hacer


su ex p lo sió n .”

Bolívar apunta a continuación lo que podría considerarse


la clave de la composición de lugar básica de aquellos líderes
militares de la Independencia:

“Y o tem o m ás la p az que la guerra, y con esto doy a Ud. la idea de


todo lo que no d igo ni p u ed e d ecirse .”'5

Puede pensarse que desde cierto punto de vista, la pers­


pectiva de Bolívar está conformada por las peculiaridades del
mando militar, por la particular dinámica de la empresa bélica
montada contra el dominio español. Podría creerse que en este

— 171 —
J O S I Í C A R l.O S C l I I A R A M O N T E

aspecto la suerte de San Martín y Bolívar es equiparable. Am ­


bos han conocido al máximo toda la eficacia que el mando mili­
tar posee para el logro de un objetivo: la total centralización
del poder, la absoluta disciplina de los subordinados, el com­
pleto sacrificio de los interesespersonales, incluidoel de la con­
servación de la vida, en aras del objetivo adoptado. Es cierto
que, historia latinoamericana al fin, buena parte de la energía
de los grandes capitanes de la Independencia se utilizó en dis­
ciplinar soldados y oficiales que no respondían a aquel esque­
ma. Pero esa labor de sometimiento e instrumentación de los
hombres fue, en general, exitosa.
Esa perspectiva de la empresa guerrera generaba, por otra
parte, una conciencia ética fuerte e intransigente. Ello se ob­
serva en las páginas de Bolívar que critican y aún reprimen el
aflorar de intereses individuales o de grupos:

“Es m enester sacrificar en o b se q u io d e l orden y d el vigor de nues­


tra ad m in istración , las p reten sio n es in teresa d as ...”16

Todo eso, apoyado en la natural fuerza moral que emana


de la conciencia de los sacrificios realizados, en bienes y vida,
por los hombres de armas en el proceso de la lucha por la inde­
pendencia. Aún más, hay un texto de Bolívar en que asoma in­
conscientemente la visión de que sólo los hombres en armas
son acreedores a reconocimiento:

...en C olom b ia el pu eblo está en el ejército, porque realm en te


está, porque adem ás es el p u eblo que quiere, el pu eblo que obra
y el pueblo que puede; todo lo dem ás es gente que vegeta con
m ás o m enos m alignidad, o con m ás o m enos patriotism o, pero
tod os sin n in gú n d erech o a se r otra co sa qu e ciu dad an o p a ­
siv o .”17

De manera que esa experiencia humana en la conducción


de una empresa bélica de la importancia y mérito universal como
era la de la Independencia no podía menos que generar crite­
rios y tendencias políticas extrem adam ente difíciles de ser
compatibilizadas con los criterios y prácticas ineludibles en el
caos del fragmentado mundo político de cada nuevo país hispa­
noamericano. San Martín rehúye la experiencia y elude partici­
par en la política rioplatense. Bolívar intenta unir guerra y po­

— 172 —
N a c ió n y K st a d o kn Ihkroamiíkica

lítica como medio imprescindible de lograr esa “permanencia”


de las nuevas repúblicas que era una de sus obsesiones, y con­
fiesa su desengaño.18

3. S o b r e R e f o r m a y d is o l u c ió n d e l o s im p e r io s
IB É R IC O S , DE T u L IO H aL P E R ÍN D O N G H I19

Este libro de Halperín, como todas sus obras históricas de


alcance general, aunque más aún que su Historia contemporá­
nea de América Latina (1969), es un texto de análisis y reflexión,
a partir de esa notable capacidad suya de reu n iría información
actualizada sobre los distintos planos del desarrollo histórico,
compararla y juzgar la validez de las interpretaciones existen­
tes, así como establecer o sugerir otras. Mencionamos con esto
una de las principales virtudes del libro, fruto de la disciplina
de trabajo del historiador: la atención al flujo de informaciones
de la historiografía latinoamericana de los últimos años, para
algunas áreas como México o Brasil particularm ente intensa,
unida a la capacidad de confrontarla y analizarla en conjunto.
Quien conozca las obras de historia argentina del autor podría
añadir que el esfuerzo de aten ción a los avan ces de esa
historiografía es una d é la s condiciones de sus mejores logros
en ese otro campo, el de la historia nacional, tan empobrecido
en toda América latina por las limitaciones localistas del inte­
rés de los historiadores.
En cuanto a esta nueva obra suya, es de notar, asimismo,
su característica agudeza de reflexión respecto de acontecimien­
tos o procesos históricos parciales, y de la significación que po­
seyeron para el conjunto de la evolución económica y social de
cada país o región. Como se observa, por ejemplo, en el trata­
miento del problema de los costos de la minería mexicana, o de
la decadencia de la minería del oro brasileña, en el plano de la
historia económica. O, respecto de la historia política, en su ex­
posición de la experiencia bolivariana o de los conflictos del li­
beralismo mexicano. Por otra parte, destaca también el propó­
sito de explorar los reales conflictos de intereses en episodios
célebres —los de la Nueva Granada en 1781, la rebelión de Túpac
Amaru, la inconfidencia mineira en Minas Gerais...—, de ma­
nera de evitar los esquem as provenientes de una reducción de
esos conflictos a supuestos intereses de clases a menudo no

— 173 —
J osé C a r lo s C m iar am o n tu

verificables o a supuestas perspectivas independentistas que


aparecerían más tarde.
Si quisiéramos un ejemplo de esto que apuntamos, podría­
mos escoger su análisis de las reformas borbónicas en la prime­
ra parte del libro (“El ocaso del orden colonial”). En él, incor­
pora las últimas discusiones sobre el sentido y valor de esas re­
formas, adoptando la perspectiva más reciente de rechazo del
aura brillante que le había asignado hasta hace poco la histo­
riografía sobre el siglo XVIII iberoamericano, pero delimitan­
do críticamente los alcances de esta perspectiva. Así, hace cen­
tro en la evaluación del conflicto peninsulares-criollos, y pone
en duda el criterio reciente de considerarlo más una “invención
retrospectiva” de la historiografía del siglo XIX para explicarla
independencia, que un real conflicto del momento previo a ella.
Ese criterio innovador se ha apoyado en el rechazo de la tradi­
cional visión de las reformas borbónicas “como una exitosa re­
volución desde lo alto, en que una nueva elite desplaza a otra
más antigua” (pág. 86). Halperín admite la existencia de una
integración de peninsulares y criollos, a través de los linajes,
aunque advierte también que esa integración, en cuanto era
frecuentemente buscada para subsanar, en unos, la falta de po­
der que entrañaba su marginalidad a los altos cargos adminis­
trativos, y, en otros, la carencia de recursos económicos, no im­
pedía percibir, por eso mismo, las desventajas en que queda­
ban los miembros criollos de esas familias cuando no lograban
insertarse en la economía. Pero, una vez reconocida así la exis­
tencia de un conflicto real, afirma a continuación que el resen­
timiento de los criollos hacia los peninsulares no alcanzó a ins­
pirar acciones temibles para la monarquía. Puesto que la intensi­
ficación del conflicto sería “un efecto más que una causa de la
creciente dimensión conflictiva de la relación entre elite colo­
nial y metrópoli” (pág. 86). La conciencia de esa dimensión con­
flictiva se acentuará a medida que aumente la percepción del
colapso del orden vigente. Pero la divergencia que se generaría
entre los partidarios de apresurar el colapso, los defensores del
orden antiguo y los que tomaban distancia ante la crisis no está
anticipada en los conflictos desatados por las reformas ante­
riores. Es decir, que no debe verse a los protagonistas de esos
conflictos como anticipaciones de los sectores que estarán en
pugna cuando la independencia. De manera que “...hay razones
para que esta etapa crepuscular del viejo orden aparezca, más

— 174 —
N a c i ó n y E s i a d o iín I i i k r o a m i í r i c a

que como una en que se dibujan las líneas secretas de un orden


futuro, como un agitado, confuso intermedio entre éste y aquél”
(pág. 88). Análisis que confluye en una tesis, no nueva en él,
según la cual la independencia de las colonias ibéricas fue fun­
damentalmente un fruto del colapso de las metrópolis. “La cri­
sis y disolución del orden colonial —afirm a— no proviene de la
reacción americana a esas reformas, sino de que —aun después
de éstas— las metrópolis ibéricas son incapaces de sobrevivir a
los desafíos mortales de un conflicto europeo y mundial súbita­
mente intensificado por la liberación de energías guerreras...”,
provocada por la Revolución Francesa (pág. 10).
Sin limitarse a esa reevaluación tanto de las viejas como
de la nueva interpretación del valor y efectos de las reformas
borbónicas, avanza sobre otras de las interpretaciones e n ju e ­
go. Las de los que llam a fundadores románticos y positivistas
de la historiografía latinoamericana —es obvio que se incluyen
sus prolongaciones recientes—, y que critica por haber trasla­
dado la de sus maestros europeos ubicando las líneas de con­
flicto en las que dividían a sectores sociales definidos por sus
actividades económicas. En su lugar, señala que esas líneas de
división pasan por dentro de los linajes de que están compues­
tas las elites latinoamericanas luego de las reformas borbónicas.
Y, dado que esos linajes cubren distintas esferas de actividades
económicas y burocráticas, los conflictos que potencialmente
podrían desatarse por esos intereses contrapuestos hubieran
podido ser tan disruptivos quebastaba la conciencia de ello para
evitarlos.
Con no menor agudeza, su comparación de las reformas
borbónicas portuguesas con las españolas le permite reconocer
ciertas diferencias importantes, no sólo por su significación para
la época, sino también por su efecto posterior: las reformas de
Pombal, a lo inverso que las españolas, buscaron apoyarse en
las elites locales brasileñas e integrarlas en el aparato adminis­
trativo; por otra parte, las reformas pombalianas, mucho más
que las españolas, intentaron crear una clase mercantil y em­
presarial poderosa, asociada al imperio mediante específicos
privilegios: objetivo en el que la decisión portuguesa de no di­
ferenciar entre metrópoli y colonia se muestra más rica en con­
secuencias (pág. 93 y ss.). Y a lo largo de la obra, los capítulos
sobre Brasil seguirán dominados por la preocupación de preci­
sar los factores que distinguen la evolución hispanoamericana

— 175 —
J osé C a r i.o s C iiiar am o n th

d é l a brasileña, en la que subraya, luego del fin de la domina­


ción portuguesa, la capacidad de sortear, con escasa violencia
comparativamente con las colonias hispanas, las crisis que po­
drían haber truncado el proceso de afirmación de una indepen­
dencia monárquica. El secreto de ese éxito político, acota,
“...es menos la habilidad de eludir las torm entas que la de
navegarías sin naufragar” (pág. 113).
E l siglo de historia latinoamericana que estudia, Halperín
lo considera entonces dominado por dos tentativas de reestruc­
turación del área. La primera, la intentada por las metrópolis a
través de esas discutidas reformas. La segunda, derivada del
colapso de su dominación. Este segundo intento quedará tam ­
bién a mitad de camino, advierte, pero sin lograr asegurar la
estabilidad que pese a todo había logrado el anterior. En la bri­
llante síntesis de las distintas experiencias revolucionarias que
elabora en la segunda parte del libro, sobresale nuevamente la
capacidad para distinguir los conflictos de intereses reales bajo
las fachadas del momento o tras las interpretaciones de los his­
toriadores posteriores.
Pero m overse a través del caos de la vida política de los
distintos Estados surgidos luego de la independencia hispa­
noamericana —esa vida política cuya mayor posibilidad de ser
rendida a algún denominador común pareció muchas veces re­
sidir en el concepto de anarquía— no es tarea sencilla. Una ex­
posición de conjunto como ésta lograda por Halperín supone el
reconocimiento de ciertas constantes, ciertos factores comunes,
que le permitan ser algo más que un simple relato de conspira­
ciones, asonadas, golpes de estado o guerras facciosas... Mer­
ced a la perspectiva comparativa implícita en su obra, y a esa
agudeza de juicio que lo lleva a trascender, tanto el relato inte­
resado de los contemporáneos, como los esquemas de algunos
historiadores posteriores, Halperín logra ahondar en ese apa­
rente caos. Lo hace mediante algunos hilos conductores, como
el fenómeno de la militarización derivada de la guerra de la
independencia, el peso faccioso de los intereses de los comple­
jos familiares, la colisión de la política de los nuevos Estados
con los intereses regionales, entre otros. En ellos, puede desta­
carse su análisis de la militarización (págs. 188 y sigts.), como
uno de los más ricos de este texto, por la visión del entrela­
zamiento de lo militar, lo político, lo social y lo económico, en
ese legado de la guerra de la independencia que es-la general

— 176 —
N a c i ó n y Ií s t a d o u n I b e r o a m é r i c a

presencia de la fuerza armada, fuese regular o miliciana, nacio­


nal o regional, en la vida de los nuevos países.
Es posible, sin embargo, que en otros aspectos el resulta­
do no parezca totalmente satisfactorio; que los últimos capítu­
los puedan arrojar la impresión de relatar un sinfín de conflic­
tos políticos algo carentes de sentido. Esto ocurre, en buena me­
dida, por limitaciones de las fuentes, dado el estado actual de
las investigaciones. Aunque probablemente rio deje también de
pesar la tendencia del autor a eludir problemas de concepto de
indispensable consideración; tendencia atribuible a su justifi­
cado disgusto hacia los sesgos teóricos cuyos efectos negativos
sobre el análisis histórico han sido frecuentes en parte de la his­
toriografía latinoamericana, y cuya crítica realiza en diversos
lugares del texto, a alguno de los cuales hemos aludido. Pero,
pese a este justificable rigor, ¿podríamos ir más allá en busca
del sentido de ese flujo político-guerrero de fines de la primera
mitad del siglo? En todo caso, limitémonos a señalar que aun­
que quisiéramos responder negativamente, la propia dinámica
de un texto como éste revela algunos de los nudos frente a los
que se interroga desde hace mucho tiempo la Historia, sin dema­
siados frutos, en cuanto a sus pretensiones de ciencia, y que
conciernen a la cuestión. Nos referimos a algunas expresiones
fundamentales, inevitables en toda obra histórica aunque su­
midas en constante ambigüedad, que remiten a ciertas lagunas
conceptuales cuya crítica podría contribuir a la interpretación
de procesos políticos como los que son objeto de este libro. Así,
cuando Halperín dice “la sociedad hispanoamericana”, o cuan­
do más restringidamente alude a alguna “sociedad” nacional,
se puede observar que no está clara la existencia de una reali­
dad a la que correspondería el concepto. Pues, ni referido al
conjunto de los países hispanoamericanos, ni aun a la mayoría
de ellos por separado, es dado reconocer, en la primera mitad
del siglo XIX, la existencia de algo más que un conjunto de
sociedades locales, más o menos relacionadas por los flujos
mercantiles, los residuos de viejas estructuras burocráticas, o
los proyectos político-estatales aún inmaturos. Y es posible que
un mayor ahondamiento en esta realidad diese también mayo­
res frutos en el análisis de la complicada historia política de
esos años. Puesto que, podríam os argüir, si los intentos de
organizar Estados nacionales —la etapa denominada en la A r­
gentina de “organización nacional”— tienen tan poco suceso,

— 177 —
J osé C a r i .o s C h iar am o n th

es justam ente por la inexistencia o la inmadurez aún de algo


que podría ser llamado una sociedad mexicana, o argentina, o
venezolana. En lugar de esas sociedades nacionales, todavía en
proceso de formación —procesos cuyas direcciones y futuros
resultados serán, frecuentemente, distintos de los que los lím i­
tes originales de muchos Estados indicaban—, las sociedades
imprecisamente denominadas regionales se nos aparecen con
mayor realidad.
Si nos apoyamos en los resultados, que hemos comentado
más arriba, del análisis del autor en la primera parte de la obra,
es decir, si advertimos que la independencia sobreviene no como
un proceso de maduración social de las colonias, esa inexisten­
cia de sociedades correlativas de supuestas nuevas naciones se
hace más comprensible. De la misma manera, también podría­
mos explicarnos mejor por qué, en ese caótico proceso de defi­
nir una identidad colectiva, la vertiente nacional coexiste con
otras dos que la preceden en el tiempo y tienen en los comien­
zos m ayor vigencia que ella: la hispanoamericana y la local. Pues
la primera forma en que los insurgentes contra el poder metro­
politano se piensan a sí mismos como algo distinto de los pe­
ninsulares es bajo la especie del “español am ericano”, catego­
ría de raigambre colonial. Junto a este conato de identidad co­
lectiva, muy fuerte en los comienzos de la independencia, pero
más bien por su función diferenciadora de lo hispano y pronta­
mente desdibujado —aunque prolongado en residuos como el
panamericanismo—, el de la patria chica es mucho más sólido.
Y el de la incierta nación futura recién comienza, en la mayoría
de los casos, a intentar definirse. De manera que, luego del des­
plome de la dominación ibérica, en ese vacío de poder en que
desembocaron tantas regiones del continente, en esa falta de
integración en unidades políticas estables de dimensiones na­
cionales —procesos, todos, tan bien estudiados por Halperín—,
en esa indefinición de una identidad nacional, el ámbito de la
sociedad local —provincia, Estado, “región”— aparece como la
más real, más “natural” unidad político-social, que nos remite
a todo un conjunto de fenómenos, desde la economía a la polí­
tica, que se corresponden con ella. Y esto sugiere, entonces, la
existencia de un tipo de sociedad capaz de ofrecer algunas cla­
ves, en los correspondientes particularismos que genera, para
el fenómeno de la fragilidad, cuando no fracaso, de los intentos
de organizar Estados nacionales. Algo que no sólo interesa por

— 178 —
N a c i ó n y E s t a d o iín I b i í k o a m é k i c a

la importancia de cada unidad local en el conjunto, según el


viejo criterio con que la historiografía latinoamericana se ocu­
pó del tema —y de los temas a él unidos, como los del federalis­
mo y el caudillismo— sino como una de las claves del tipo de
vida política y de Estado —o falta de Estado— nacional de la
época. Algo que, en suma, atañe sustancialmente a la delimita­
ción de ciertas categorías que utilizam os frecuentem ente
—sociedad, Estado, elite, grupo social, etc.—, cuya discusión teó­
rica general no pareciera ser competencia profesional del his­
toriador, pero para las cuales, por lo menos la discusión de sus
concreciones históricas, de las correspondencias entre los di­
versos niveles que implican o a los que remiten, economía, socie­
dad, política..., parece necesaria.
Éstas son algunas de las reflexiones sugeridas por un tex­
to cuya riqueza de contenido las justifica, aunque no las ampa­
re. Por un texto, por otra parte, que reitera las cualidades de
otras obras del autor. Un texto, por ejemplo, cuya intención po­
lém ica es constante. Una polém ica continua: con viejas inter­
pretaciones ya superadas por el avance de la investigación, con
nuevas interpretaciones insuficientes para dar cuenta del con­
junto de los datos enjuego, con las transferencias de esquemas
derivados de análisis doctrinarios sin sustento historiográfico
real —sobre todo los provenientes de izquierdas y derechas
latinoamericanas, con las cuales se deleita la vena satírica del
autor— y, creemos advertir también, hasta una sutil polémica
consigo mismo. Pues uno de los rasgos más característicos, y
más valiosos, de Halperín, es la continua inquietud del pensa­
miento en permanente búsqueda de rom per la cristalización del
saber.

179 —
NOTAS

I. IN T R O D U C C IÓ N

1 C a rlo s Real d e A zúa, Los orígenes de la nacionalidad uruguaya, M o n te ­


v id e o , A rc a , [ 19 9 0 ], págs. I 3 y 14.
2 A d e m ás, Real d e A zú a d e fie n d e el análisis h is tó ric o d e la p o sib le
a cu sa c ió n d e q u e c o n su “fria ld a d ” p u e d a re s u lta r a d v e rs o a “ ...las c o n v e n ­
c io n e s y tra d ic io n e s e n q u e se fu n d a u n a cred ib ilid ad n acio n al. P o r el c o n tr a ­
rio, p u e d e n fu n d arla m ejo r, h a ce rla m ás r e s is te n te a te n ta tiv a s m ás te n d e n ­
c io sas d e d e m o lic ió n , p re stig ia rla in te le c tu a lm e n te , e n su m a .” Id., p á g . 14.
3 R e p ro d u c id o e n D avid P eñ a, Facundo, B u e n o s A ire s, 1986, pág. 9.
4 “ D e s d e e s te p u n to d e v ista, e s p a rtic u la rm e n te su g e stiv a p a ra n o s o ­
tr o s , a c o s tu m b r a d o s a t o m a r c o m o p u n to d e m ira el E stad o d in á stic o , y
lu eg o nacional, c e n tra liz a d o , p r o p io d e la E u ro p a o c c id e n ta l, la c o n c e p c ió n
p o lítica d e c u ñ o c e n tr o e u r o p e o , re fe rid a a las s o c ie d a d e s p o lítica s d e di­
m e n s io n e s re d u c id a s , c o m o las q u e ex istían en los Países B ajos y en Suiza,
que A ltusio n o s o f r e c e ” . A nto n io Truyol y S e rra , “ P re s e n ta c ió n ”, e n Juan
A ltu sio , La Política, M etódicam ente concebida e ilustrada con ejemplos sagra­
dos y profanos, M adrid, C e n tr o d e E stu d io s C o n stitu c io n a le s, 19 9 0 , p ág s. XI
y XII. P o r e je m p lo , en el c a p ítu lo en q u e A ltusio t r a t a d e las c o n f e d e r a c io ­
n e s, s e lee q u e e n ellas s e unen “re in o s , p ro v in cias, c iu d a d e s , p a g o s o m u n i­
c ip io s..." Id., pág. 179. V é a se , c o m o re fle jo d e e s a re a lid a d p o lític a d e la
é p o c a , las c o n s id e ra c io n e s s o b r e fo rm as, m o d a lid a d e s y d isp o sic io n e s d e las
u n io n e s c o n fe d e ra le s q u e siguen a lo tra n s c rip to .
5Je a n B odin, Los seis libros de la República, M adrid, T ecn o s, 19 8 5 , págs.
I 6 y I 7.
6 “ C o n tin ú a n las o b s e rv a c io n e s so b re la facción f e d e ra l” , La G azeta de
B u en os Ayres, m ié rc o le s 2 de m ayo de 1821.
7 V é a s e u n a s ín te s is d el t e m a e n A n th o n y S m ith , N a tio n a lism and
M odernism . A Critica! Survey o f Recent Theories o f N a tions a n d Nationalism ,
L ondon, R o u tle d g e , 1998.
6 V é a n se las re s p e c tiv a s re fe re n c ia s , m á s a d e la n te , e n el c a p ítu lo I.

— l8 l —
.Joslí C a r i .o s C iiiaram o niii

II. M U T A C IO N E S DEL C O N C E P T O DE N A C IÓ N D U R A N T E EL SIGLO


XVIII Y LA PRIMERA MITAD DEL X IX

1 V é a s e , al re s p e c to , A ira K em iláinen, Nationalism , Problems Concerning


the Word, the Concept and Clossificotion, Jyváskylá, K u sta n tajat P u b lish e rs,
1964, p á g . I 3 y sigts.
3 A g u stín T h ie rry , Consideraciones sobre la historia de Francia, B uenos
A ire s, N o v a , 1944, pág. 27. R e sp e c to d e tie m p o s r e c ie n te s , v é a s e la d istin ­
ció n c o m e n ta d a p o r A n th o n y Sm ith e n tr e u n a fo rm a “b e n ig n a ” d e “civic
n a tio n a lism ” y u n a a g resiv a y exclusiva, d e “e th n ic n a tio n a lism ”, ta l c o m o se
h a b ría m a n ife s ta d o h a c e p o c o e n la g u e r ra e n tr e se rb io s y c ro a ta s e n Bosnia.
A n th o n y D . S m ith, The N a t io n in History. H istoriographical D eb a te s about
Eth nicity and N ationalism , H an o v er, U n iv e rsity P re s s o f N e w E ngland, 2 0 0 0 ,
p á g . 16.
3 S o c ie d a d F rancesa d e Filosofía, Vocabulario técnico y crítico de la Fi­
losofía, p u b lic a d o p o r A n d ré L alande, B uenos A ires, El A te n e o , 1953, pági­
na 183.
4 E rn e s t G ellner, N a cio n e s y nacionalism o, M adrid, A lianza, 19 8 3 , págs.
70. El c o n c e p to m ism o d e invención, que p a re c e h a b e r sido e c h a d o a ro d a r
p o r G e lln e r ( “El n a cio n alism o e n g e n d ra las n a c io n e s, no a la in v e rs a ” , y “es
p o sib le que se haga re v iv ir len g u as m u e r ta s , que s e in v e n te n tra d ic io n e s , y
q u e s e r e s ta u r e n e se n c ia s o rig in a les c o m p le ta m e n te ficticias”, id., pág. 80 ),
fu e e s p e c ia lm e n te t r a ta d o e n E. J. H o b s b a w m a n d T e re n c e R anger (e d s.),
The Invention ofT radition, C a m b rid g e , C a m b rid g e U n iv e rsity P re ss, 1983.
V é a n se las in te re s a n te s re fle x io n e s s o b r e la a m p litu d d e l c o n c e p to e n las
páginas iniciales d e W e rn e r S ollors, The Invention o f Ethnicity, N e w Y ork,
O x fo rd U n iv e rsity P re ss, 1989.
5 “ El h a m b r e p o r las d e fin ic io n e s e s m uy a m e n u d o m an ifestac ió n d e
la c r e e n c ia m uy e n ra iz a d a (u n a d e las m u c h a s fan tasías filosóficas d e las q u e
se m o fa L ew is C a rro ll e n sus e n c a n ta d o r a s sá tira s Alicia en el país de las
maravillas y A través del espejo) d e que to d a s las p a la b ra s tie n e n un significa­
d o in te r n o , que la reflex ió n p a c ie n te y la in v estig ació n e s c la re c e rá n y d is tin ­
g uirán d e los significados falsos o falsificados q u e ta l v e z hayan u su rp a d o los
v e r d a d e r o s .” P B. M ed aw ar, y J. S. M ed aw ar, De Aristóteles a Zoológicos, U n
diccionario filosófico de biología, M éxico, FCE, 1988, págs. 8 2 y 83.
6 A n th o n y D . Sm ith, The Ethnic Origins o fN a tio n s, O x fo rd , B lackw ell,
1996. V é a se a sim ism o la c rític a d el “m o d e r n is m o ” e n A d rián H astings, The
Construction o f Nationhood, Ethnicity, Religión and Nationalism , C a m b rid g e ,
C a m b rid g e U n iv e rsity P re ss, 1997.
7 Lukas S o so e , “ N a tio n ”, e n Philippe R aynaud e t S té p h a n e Riáis [dirs.],
D ictionnaire de Philosophie Politique, París, PUF, 2 a e d ., 19 98, p á g . 4 1 1 .
8 La defin ició n d e Sieyés: “¿ Q u é es u n a nación? Un c u e rp o d e a so c ia ­
d o s q u e viven bajo una ley com ún y e stá n r e p re s e n ta d o s p o r la m ism a legis­
latura." E m m a n u el J. Sieyés, ¿Qué es el Tercer Estado? Seguido del Ensayo
sobre los privilegios, M éxico, U N A M , 19 8 3 , pág. 6 1. La d e R enán c o n c ib e a la

182 —
N ación y E stado en Iberoam érica

nación a p a r tir d e c rite rio s su b je tiv o s. E sto es, a p a r tir d e la e x iste n c ia d e


u n a c o n c ie n c ia d e p e r te n e c e r a ella: la n a c ió n c o m o un p le b isc ito d iario o
individual. E rn esto Renán, ¿Q u é es una nación?, B uenos A ires, E levación, 1947,
pág. 40.
9 Tal c o m o a p a re c e e n e s t e te x to d el h isto ria d o r fran c é s A lb e rt Soboul:
“ La R evolución fra n c e sa ha p u e s to t o d o su a lie n to e n c ie rta s p a la b ra s. U na
d e ellas es nación. [...] La id ea d e n ación se p re c isó en el c u rs o d e l siglo
XVIII, c o n la difusión d e las lu ce s y los p r o g re s o s d e la b u rg u e s ía ”. A lb e rt
S o b o u l, Com prender la Revolución Francesa, B a rce lo n a , C rític a , 1983, págs.
281 y 282.
10 “ El nacio n alism o , tal c o m o lo e n te n d e m o s n o s o tr o s , n o e s a n te r io r
a los últim os c in c u e n ta a ñ o s d e l siglo XVIII. La R evolución f ra n c e s a fue su
p rim e ra gran m an ifestac ió n , d a n d o al n u e v o m o v im ie n to u n a fu e rz a d in á m i­
c a c r e c ie n te .” H a n s K ohn, H istoria del nacionalism o, M éxico, FCE, 19 4 9 , pág.
I 7; B e n e d ic t A n d e rs o n , Com unidades imaginadas, Reflexiones sobre el origen
y la difusión del nacionalism o, M éxico, F o n d o d e C u ltu ra E co n ó m ica , 1993,
pág. 2 1.
11 Eric H o b sb a w m , N a tio n s a n d nationalism since 1780, Programme,
mith, reality, C a m b rid g e , C a m b rid g e U n iv e rsity P re ss, 1990, pág. 18.
12 Jo sé A n to n io M aravall, La teoría española del Estado en el siglo X V II,
M adrid, In stitu to d e E stu d io s P olíticos, I 944, pág. 110.
13 [E m e r d e ] V attel, £/ Derecho de Gentes o Principios de la Ley Natural,
Aplicados a la C onducta y a los N e gocios de las N a cio n e s y de los Soberanos,
M adrid, 1834, “ P re lim in are s, Idea y P rin cip io s G e n e ra le s del D e r e c h o d e
G e n t e s ”, p á g . I . En el t e x t o o rig in al fra n c é s s e lee: “ U n e N a tio n , un E ta t e s t,
c o m m e n ous l’a v o n s dit d e s l’e n tr é e d e c e t o u v ra g e , un c o r p s p o litiq u e, ou
u n e s o c ié té d ’h o m m e s unis e n s e m b le p o u r p r o c u re r le u r a v a n ta g e e t le u r
s u r e t é á fo rc e s r é u n ie s .” E m m e r du V attel, Le droit de ge n s ou principes de la
loi naturelle appliqués a la conduite et aux affaires des nations et des souveraines,
Paris, 1863 [p rim e ra e d ic ió n : L eyden, 1758], to m o I, pág. 109. S o b re la g ra n
difusión d e la o b ra d e V attel y su in fluencia e n el siglo XVIII fra n c é s, v é a s e
R o b e rt D e rz th é , Jean-Jacques Ro u ssea u et la science politique de son temps,
P a rís, L ibrairie P h ilo so p h iq u e J. Vrin, 1979. R e sp e c to d e su d ifusión e n Ib e ­
ro a m é ric a , v é ase c ap ítu lo III, “ F u n d a m e n to s iu sn a tu ra lista s d e los m o v im ie n ­
to s d e in d e p e n d e n c ia ”. N ó t e s e e s t e e je m p lo , e n t r e o t r o s , d e la le c tu ra d e
V attel e n el Río d e la P lata: “ U na n ació n o un e s ta d o es un p e rs o n a je m o ral,
p r o c e d e n te d e e s a a so c ia ció n d e h o m b re s que buscan su se g u rid a d a fu e r­
z as re u n id a s ”. In tro d u c c ió n al R e g la m en to d e la división d e p o d e r e s , d e la
Ju n ta C o n s e rv a d o ra , 22 d e o c tu b r e d e 181 I, en Emilio Ravignani [c o m p .],
Asam bleas Constituyentes A rgentinas , B u en o s A ires, In stitu to d e Investiga­
c io n e s H istó rica s, 1 9 37-39 , t. VI, pág. 6 00.
M E. d e V attel, El derecho ..., ob. cit., pág. 54.
15 Encyclopédie ou dictionnaire raisonne des sciences, des arts e t des
métiers, par une société de gens de lettres, Paris, I 75 1-1765, to m o I I [ I 765],
16D iccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero se n ­

— 183 —
Josf, C a r i .o s C m ar am o n tk

tido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases y m odos de hablar, los
proverbios o refranes, y otras co sa s convenientes al uso de la lengua, 6 vols.,
M adrid, Real A c ad e m ia E spañola, I 7 2 6 - 1739. U tilizam os la e d ic ió n facsim ilar:
D iccionario de autoridades, M adrid, G re d o s , 1963. N o t a r q u e el D ic cio n ario
d e la A c a d e m ia F ra n c e sa , en su p rim e r a e dición d e 16 9 4 , a n tic ip a la n u e v a
m o d alid ad au n q u e, al incluir el len g u a je e n tr e los ra sg o s d e fin ito rio s d e una
n a ció n , a ñ a d e al c o n c e p to p o lítico d e na ció n un ra sg o “é tn ic o ”: “N a tio n .
T erm e c o lle ctif. T ous les h a b ita n ts d ’un m e s m e E stat, d ’un m e s m e pays, qui
v iv e n t s o u s m e s m e s loix, e t u s e n t d e m e s m e la n g a g e ”. A R T FL P ro je c t,
Dictionnaire de l ’Académ ie franqaise, l a e d ., 1694. P e ro un se n tid o m ás c e r ­
c a n o al d e la A c a d e m ia e sp a ñ o la se r e g is tr a e n el p rim e ro d e los u so s d e uno
d e los t é r m in o s fra n c e se s sin ó n im o s del d e n a c ió n : “ PEU PLE. s. m . T erm e
collectif. M u ltitu d e d 'h o m m e s d ’un m e s m e p a y s, qui v iv e n t so u s les m e s m e s
loix.”
17 S e b a stiá n d e C o v a rru b ia s O r o z c o , Parte Segunda del Tesoro de la
Lengua Castellana, a Española, M adrid, 16 7 4 .
18 “T h o u g h th e w o rd ‘n a tio n ’ w a s a lso u se d in E ngland in th e I8 th
C e n tu ry in th e oíd m ea n in g s d e riv e d fro m Latin, th e n e w m ea n in g o f a S tate
nation d o m in a te d í E ngland w a s an oíd n a tio n State, and t h e r e f o r e ‘n a tio n ’
v e r y n a tu ra lly w a s u n ite d w h it ‘s t a t e ’.” A. K em iláinen, Nationalism... , ob.
cit., p á g . 36.
19 V é ase P e d ro A lvarez d e M iranda, Palabras e ideas: el léxico d e la
Ilustración tem prana en E sp añ a (1 6 8 0 -1 7 6 0 ), M adrid, Real A c a d e m ia E spa­
ñola, 1992, págs. 21 I y sigts.
20 A. K em iláinen, Nationalism ... , o b . c it., p á g . 42.
21 Encyclopédie..., ob. c it., to m o 6 [1 7 6 1 ].
22 H e in ec cio , Elem entos del derecho natural y de gentes, corregidos y
aum entados por el Profesor D. M ariano Lucas Garrido, a los que se añadió los
de la Filosofía M oral del mismo autor, to m o II, M adrid, 1837, pág. 8 3 . N o
s a b e m o s si la tra d u c c ió n e s d e e s e a ñ o o d e la e d ic ió n q u e s e h iz o en el siglo
a n te r io r ( Elem enta iuris naturae et gentium..., o b . cit., M adrid, I 776; 2 a. e d .,
M adrid, 178 9 ), p e r o e s to no c am b ia el s e n tid o d e la ev id e n cia .
23 íd., p ág s. 168/169 y 170/171.
24 "C o n s titu c ió n fe d era l p a ra los e s ta d o s d e V e n e z u e la ”, [C a ra c a s, 2 1
d e d ic ie m b re d e 1811], C ap. O c ta v o , S ec. P rim e ra , a r t. 143, en [A c ad e m ia
N acional d e la H isto ria] E l pensam iento constitucional hispanoam ericano h a s­
ta 1830, Compilación de constituciones sancionadas y proyectos constitucionales,
V, Venezuela - Constitución de Cádiz (1 8 1 2 ), C a ra c a s , 1961, pág. 80.
25 V é ase, al re sp e c to , G e o rg e s W eill, La Europa del siglo X I X y la idea
de nacionalidad, M éxico, U T E H A , [1 9 6 1 ], pág. 2 y sigts.; a sim ism o , J. B.
D u r o s e l l e , o b . c it., pág. 2 2 . U n e s q u e m a q u e e s lle v a d o , in c lu s o , a
c o rre la c io n a r a m b a s c o n c e p c io n e s con el d e r e c h o n a tu ra l, p o r una p a rte , y
el d e re c h o h istó ric o , p o r o tra . Así, con la h abitual p o s tu r a que d a ta e n la
R evolución F ra n c esa p ro c e s o s h istó ric o s a n te rio re s , e sc rib ía W eill: “La Re­
volu ció n fra n c e sa había p ro c la m a d o los p rin cip io s del d e r e c h o n a tu ra l, q u e

— 18 4 —
N a c i A n y E s t a d o e n I i í k k o a m P.k i c a

Invoca la v o lu n ta d d e los h o m b re s d e hoy; el ro m a n tic ism o a le m án le o p u so


el d e r e c h o h is tó ric o , fu n d a d o en las re g la s fo rm u la d a s p o r los h o m b re s d e
a n ta ñ o ; los ju rista s a le m a n e s, c o n Savigny a la c a b e z a , le d ie ro n un a p o y o
p r e c io s o con su a p o lo g ía d e la c o s tu m b re . D e re c h o h istó ric o y d e r e c h o na­
tu ra l, e so s dos a d v e rsa rio s irre c o n c ilia b le s han c o n trib u id o a m b o s a fo r ta le ­
c e r el p rin cip io d e las n a cio n alid ad e s; el p rim e r o lo justificó in v o ca n d o la
a u to rid a d d e los sig lo s p a sa d o s; el s e g u n d o m o s tró e n e s e p rin cip io la apli­
c a c ió n leg ítim a d e los d e r e c h o s del h o m b re p ro c la m a d o s en I 7 8 9 .” G. W eill,
o b . c it., pág. 10.
26 H a m ilto n , M adison, Jay, El Federalista, M éxico, FCE, 1974, págs.
161 y 162. En tal se n tid o , se lee en un a rtícu lo a n te r io r ; " P e ro si n o d e s e a ­
m o s v e rn o s e n tal p e lig ro sa situ ac ió n ; si n o s a d h e rim o s aún al p r o y e c to de
un g o b ie rn o n acional o , lo que e s lo m ism o , d e un p o d e r re g u la d o r bajo la
d ire c c ió n d e un c o n se jo c o m ú n , d e b e m o s d e c id irn o s a in c o r p o r a r a n u e s tr o
plan los e le m e n to s q u e c o n stitu y e n la d ife re n c ia c a r a c te rís tic a e n tr e una li­
g a y un g o b ie rn o ; d e b e m o s e x te n d e r la a u to rid a d d e la U n ió n a la s p e r s o ­
n as d e los c iu d a d a n o s — Jo s ú n ico s o b je to s v e r d a d e r o s del g o b ie r n o — Id.,
pág. 60.
27 G azeta de Buenos Ayres, N° 3, 13 d e m ayo d e 1815, R eim p resió n
facsim ilar..., o b . c it., p á g . 2 61. S o b re e s t e u so d e la v o z n ació n : " N o s halla­
m o s a q u í c la ra m e n te fre n te a un s u je to s o b e r a n o q u e d eriv a su p o d e r d e la
s u m a d e so b e ra n ía s te r r ito ria le s — c o n c e b id a s c o m o c o m u n id a d e s d e a n ti­
g u o ré g im e n — y no d e u n a so b e ra n ía única e indivisible”. N o e m í G oldm an y
N o r a S o u to , “ D e los usos a los c o n c e p to s d e ‘n a c ió n ’ y la fo rm a c ió n del
e sp a c io p o lítico e n el Río d e la P lata (1 8 1 0 -1 8 2 7 )" , Secuencia, M éxico, N°
37, e n e ro -a b ril 1997, pág. 4 2 .
26 J o s é C ecilio del Valle, “ M anifiesto a la n a ció n g u a te m a lte c a , 20 d e
m ay o d e 1825", O bra Escogida, C a ra c a s , A y a cu c h o , 1982, p á g . 29.
29 E. H o b s b a w m , N a tio n s a n d nationalism..., o b . c it., p á g . 18. Ver, del
m is m o a u to r , La era del ca p italism o , V ol. I, M a d rid , P u n to O m e g a /
G u a d a rra m a , 1977, C a p . 5, “ La fa b ric ac ió n d e n a c io n e s ".
30 íd., págs. 19 y 20.
31 íd., págs. 21 y 22.
32 íd., pág. 20.
33 “ ...en la a c tu a lid a d e s ta m o s t a n a c o s tu m b ra d o s a u n a d efinición é t-
n ico -lin g ü ístic a d e las n a c io n e s, que o lv id a m o s q u e , e n e se n c ia , e sa d e fin i­
ció n s e in v e n tó a fines d el siglo X IX .” Eric H o b s b a w m , La era del imperio
(1 8 7 5 -1 9 1 4 ), M adrid, L abor, 1990, pág. 147.
M P a d re F ray B e n ito J e ró n im o F e ijó o y M o n te n e g ro , “A m o r d e la
p a tria y pasión n a c io n a l”, O bras Escogidas, B ib lio teca d e A u to re s E sp a ñ o le s
[t. I], M adrid, M. R iv ad en ey ra, 1863, p á g s. 141 y sigts.; D isc u rso d e Juan
Ignacio G o rriti, A c tas d el C o n g re s o N acional d e 18 2 4 , S esió n del 4 d e m ayo
d e 1825, en Emilio Ravignani [c o m p .], Asam bleas..., ob. c it, to m o p rim e ro ,
18 13 - 18 33, pág. 1324 y sigts.
35 “¿Q ué s e e n te n d ía e n to n c e s p o r nación? N atío en el lenguaje o rd i-

18 5 —
J osé C a r i .o s C iiiaram o n tb

n a n o significaba o rig in a lm e n te u n g ru p o d e h o m b re s fo rm a d o p o r q u ie n e s
c o m p a rtía n un m ism o o rig e n , m a y o r q u e u n a fam ilia p e r o m e n o r q u e un
clan o p u e b lo . P o r c o n sig u ie n te se h a b la b a d e Populus Rom anus y n o d e la
n a tío rom anorum : el té r m in o se a p lic ab a en p a rtic u la r a u n a c o m u n id a d d e
e x tra n je ro s ." Elie K e d o u rie , Nacionalism o, M adrid, C e n tro d e E studios C o n s ­
titu c io n a le s, 19 8 8 . K ed o u rie se e q u iv o c a lu eg o al c o n s id e ra r q u e e s te uso
del té rm in o n a ció n e s el m ism o q u e se e n c o n tr a r á en H um e o e n la E n ciclo ­
p e d ia fran c e sa : “El u so d e la p a la b ra c o m o n o m b re c o le c tiv o p e r s is te en el
siglo XVIII y n o s e n c o n tra m o s a H u m e a firm a n d o en su e n sa y o O f N ational
C haracters que ‘u n a nación no e s sino una colección d e in d iv id u o s’ q u e ,
m e rc e d a un c o n s ta n te in te rc a m b io , llegan a a d q u irir a lg u n o s tr a z o s e n c o ­
m ú n , y a D id e ro t y d ’A le m b e rt d e fin ie n d o ‘n a c ió n ’ c o m o ‘u n a p a la b r a c o le c ­
tiv a utilizad a p a r a significar u n a c a n tid a d c o n s id e ra b le d e la p o b lac ió n q u e
h a b ita u n a c ie r ta e x te n s ió n g e o g rá fic a d e fin id a d e n tr o d e c ie rto s lím ite s y
que o b e d e c e al m ism o g o b ie r n o ’.’’ Id., pág. 5.
36 A. K em iláinen, Nationalism ... , ob. cit., pág. 13 y sigts. E stas p r e c i­
sio n e s so n fr e c u e n te s en las o b ra s d e h is to ria d el p ro b le m a , y p u e d e n r e ­
m o n ta rs e , c o m o se o b s e rv a rá en la sig u ien te n o ta , a te x to s d e la é p o c a que
e s tu d ia m o s . Un re su m e n sim ilar al d e K em iláin en p u e d e v e r s e e n Liah
G re e n fe ld , Nationalism , Five Roads to M odernity, C a m b rid g e (M ass.), H a rv ard
U n iv e rsity P re ss, 1992, pág. 4. A sim ism o, F e d e ric o C h a b o d , La idea de n a ­
ción, M éxico, FCE, 1987.
37 La división d e los a lu m n o s u n iv e rs ita rio s en n a c io n e s, ta m b ié n r e ­
c o r d a d a p o r K e d o u rie lu eg o d e lo tr a n s c r ip to m ás a rrib a y casi un lugar
com ún d e los tra b a jo s s o b re el te m a , e s tá y a o b s e rv a d a e n la Encyclopédie,
e n el a rtíc u lo s o b r e la v o z Nation, el que lu eg o d e su d efinición, a g reg a :
“ ...Le m o t nation e s t aussi e n usage dans q u e lq u e s u n iv e rsité s p o u r d istin g u e r
les s u p ó ts o u m e m b re s qui les c o m p o s e n t, se lo n les d iv ers pays d ’o ú ils s o n t
o r i g in a r e s ...’’, e tc . Encyclopédie..., o b . cit., to m o I I [1 7 6 5 ]. El re c ié n c ita d o
C h a b o d — h is to ria d o r que tie n d e a p rivilegiar la re la ció n del c o n c e p to d e
n a c ió n con el ro m a n tic ism o — a d v ie rte c ó m o e s a s “n a c io n e s " d e la U n iv e r­
sidad d e París p o c o te n ía n que v e r c o n lo que el té rm in o significará m ás
ta r d e , p u e s c o m p re n d ía n g e n te d e o rig e n d iv e rso : la n ació n “anglica", p o r
e je m p lo , a b a rc a b a a ingleses, e sc a n d in a v o s, p o la c o s y o tr o s , id., pág. 24 (su
afirm ació n d e que la ¡dea d e nación “su rg e y triu n fa con el ro m a n tic is m o " ,
e n pág. 19).
38 Encyclopédie..., ob. cit., to m o 7 [I 762]. Según un d ic c io n a rio h is tó ­
ric o d e la len g u a fra n c e sa , G ent, en fe m e n in o singular, se u só d e s d e el siglo
XI h a s ta el siglo XVII c o n el se n tid o d e nation y peuple. Así c o m o nation
significaba, hacia la m ism a é p o c a , y d e fo r m a sim ilar a gent o race, “un e n -
se m b le d 'é t r e s h u m ain s c a r a c té ris é s p a r u n e c o m m u n a u té d ’o rig in e , d e
lan g u e , d e c u ltu r e ”. Alain R ey (dir.), D ictionnaire historique de la langue
franqaise, Paris, Le R o b e rt, 1998.
39 “C h a ra c te risc a lly th e w o r d ‘g e n s ’ in th e te r m ‘jus g e n tiu m ’ w a s
tra n s la te d in to English by ‘n a tio n ’. ‘G e n s ’ w a s no a d o p te d in English in th is

18 6 —
N a c i ó n y K s t a d o i ;n I m í r o a m é r i c a

s e n s e .” A. K em iláinen, Nationalism ... , o b . c it., pág. 33.


'I0 [C h ristia n W olff], Institutions du Droit de la Nature et des Gens, D a n s
lesquelles, p a r une chaine continué, on déduit de la N A T U R E méme de l’H O M M E ,
toutes les O B L IG A T IO N S / tous les D R O IT S, 6 vols., L eide, C hez Elie Luzac,
M D C C LX X II, vol. 5, págs. 311 y 310.
■" í d t . 6, pág. 14.
42 Le Droit de la Nature et des Gens, ou Systém e G énéral des Principes
les plus importans de la M orale, de la Jurisprudence, et de la Politique. P ar le
B arón d e P u fe n d o rf, tr a d u it du latin p a r j e a n B a rb ey ra c..., S ix iém e é d itio n ,
Basilea, I 7 50. Se lee en c am b io la sig u ien te definición d e Esta d o : “Voici d o n e ,
a m on avis, la d é fin itio n la plus e x a c te q u e l’o n p e u t d o n n e r d e l’E tat: (I)
c ’e s t une Personne M orale com posée, dont la volonté formée p a r l'assem blage
des volontez de plusieurs, reunies en vertu de leurs Conventions, est reputée la
volonté de tous généralment, et autorisée par cette raison ó se servir des forces
et des facultez de chaqué Particulier, p o u rp ro cu re rla p a ix e t la süreté com m une."
T. II, lib. VII, C ap. II, pág. 295.
43 K e m ilá in e n — a q u ien p e r te n e c e la o b se rv a c ió n s o b re la “n o ta c o n s ­
titu c io n a l” que h a b ría a p o rta d o la re v o lu c ió n — p aga tr ib u to al e n fo q u e t r a ­
dicional c u a n d o afirm a q u e la v o z nation no h a b ía sido u tiliza d a h a sta e n to n ­
c e s e n te o r ía p o lítica p a ra t r a t a r c u e s tio n e s c o m o las fo rm a s d e g o b ie rn o .
“T h e F ren ch R evolution m ad e th e F re n c h ‘n a tio n ’ th e r e p o s ito r y of p o p u la r
so v ereig n ity , a n d ‘n a tio n ’ b e ca m e a c o n stitu tio n a l te r m . [...] T h is te r m w a s
n o id en tica l w ith th e w o rd ‘n a tio n ’ w h ic h h a d d e v e lo p e d in F rance a n d
England p re v io u sly a n d w h ic h w a s used in th e sen se o f a S ta te natio n , i. e.,
t h e w h o le p o p u la tio n , no m a t t e r w h a t t h e fo rm o f g o v e r n m e n t.” A.
K em iláinen, Nationalism ... , ob. cit., pág. 56.
44 V attel, E l derecho... , o b . c it., vol. I, págs. 153, 177 y 2 0 9 . S o b re la
n a c ió n c o m o fu e n te o rig in a ria d e la so b e ra n ía , v e r el C a p ítu lo IV, Lib. I, “Du
so u v e ra in , d e se s o b lig a tio n s e t d e se s d r o its ”, págs I 73 y sig ts. De alg u n a
m a n e ra , a u n q u e u tiliza n d o la v o zpeuple, e s t o e s t á a n tic ip a d o en Wolff: “C u m
imperium civile originarie sit penes populum... / C o m m e l’e m p ire civil a p p a rtie n t
o rig in a ire m e n t au p e u p le ...” C h . W olff, Institutions ... , ob. c it., págs 3 2 2 /
323.
45 L. G re e n fe ld , Five roads..., o b . c it., págs. 6, y 2 9 y sigts.
46 “O n c e an e th n i c it y ’s v e r n a c u la r b e c o m e s a la n g u a g e w ith an
e x te n siv e living lite r a tu re o f its o w n , th e R ubicon on th e ro a d to n a tio n h o o d
a p p e a r s to h a v e b e e n c r o s s e d .” A. H a stin g s, The Construction ... , o b . cit.,
p á g 12.
47 Id., págs. 20, 21 (“O ra l languages a re p r o p e r t o e th n ic ities, w id e ly
w r itte n v e rn a c u la rs to n a tio n s. T h a t is a sim plification re q u irin g all s o r t s o f
q u alifícatio n s, b u t is sufficiently tr u e to p ro v id e a b a se fro m w hich to w o r k
o n th e re fin e m e n ts ”) y 3 I .
48 C it. e n P e d r o A lv arez d e M iranda, Palabras ... o b . cit., pág. 2 16.
49 Id., pág. 3. A s im ism o , d e n t r o d e los lla m a d o s “ m o d e r n is ta s ” ,
B e n ed ict A n d e rso n c o n sid e ra n e c e sa rio tam b ién p a rtir d e definiciones: “ ...co n

— 18 7 —
J osé C a k i .o s C iiia r a m o n t k

u n e sp írítu a n tro p o ló g ic o p ro p o n g o la d e fin ic ió n sig u ien te d e nación: una


c o m u n id a d p o lítica im aginada c o m o in h e r e n te m e n t e lim itada y s o b e r a n a .”
B. A n d e rso n , C om unidades ... , o b . cit., p á g . 23. La defin ició n d e la nació n
c o m o e n te im a g in ad o e s u n a n tig u o c r i t e r i o ya e x p u e s to p o r T ocqueville: “ El
g o b ie rn o d e la U nión r e p o s a casi p o r e n t e r o s o b r e ficciones legales. La U nión
e s u n a n ació n id ea l q u e n o e x is te , p o r d e c ir lo a sí, sino e n los e s p íritu s y c u ­
y a e x te n s ió n y lím ite s só lo los d e s c u b r e la in te lig e n cia .” A lexis d e T o c q u e ­
ville, La dem ocracia en América, M éxico, F o n d o d e C u ltu ra E co n ó m ica , 1992,
pág. 159.
50 “T odavía e n M aquiavelo el t é r m i n o ‘p ro v in c ia ’ se utiliza c o n m u ch a
fre c u e n c ia e n n u e s tro s e n tid o d e n a c ió n , m ie n tr a s q u e el té r m in o ‘n a ció n ’
a p a re c e m u y p o c a s v e c e s .” F. C h a b o d , L a idea..., o b . c it., pág. 24.
51 “ My b e lie f is t h a t th e m o s t i m p o r t a n t o f t h e s e v a ria tio n s a r e
d e te rm in e d by specific h isto rical e x p e r i e n c e s and by th e ‘d e p o s it’ left by
th e s e c o lle c tiv e e x p e r ie n c e s .” A. D. S m ith , The Ethnics Origins..., ob. cit.,
“ P re fa c e ” , pág. IX. A sim ism o: “By t h e t e r m nation, I u n d e rs ta n d a nam ed
hum an population occupying a historie territory or hom eland and sharing com m on
myths and memories; a mass, public culture; a single econom y; and com m on
rights and duties for all members. A. D. S m ith , The N a tion in History, o b . cit.,
pág. 3.
53 A . D . Sm ith, The Ethnic Origins..., o b . c it., pág. X . S m ith a d v ie rte
q u e , si bien las n a c io n e s m o d e rn a s no p o s e e n h o m o g e n e id a d é tn ic a , ellas
su rg e n a p a rtir d e un “n ú c le o é tn ic o ” c o m o los “q u e c o n s titu y e ro n el m e o ­
llo y la b a s e d e E stad o s y re in o s c o m o lo s r e g n a b á rb a ro s d e p rin cip io s d e la
E d ad M e d ia.” Id., pág. 35.
53 A n th o n y D. S m ith , L a identidad na cio na l, M adrid, T ram a, 1997,
pág. 13.
54 íd., pág. I 7.
55 V é ase lo im plicado e n e s te e je m p lo del y a c ita d o Dictionnaire d e la
A c ad e m ia Francesa, que in fo rm a d e uno d e los v a ria d o s u so s d e la v o z nation:
“un P rin ce qui c o m m a n d e á d iv e rs e s n a ti o n s ” .
56 Oxford English Dictionary, 2 a e d ., O x f o r d U n iv e rsity P ress, 19 9 4 .
57 C o n g lo m e ra d o s c u y a leg itim id ad , p o r la m ism a ra z ó n , s e r ía n o b je ­
to d e la c rític a d e H e r d e r al e n c a r e c e r la h o m o g e n e id a d nacional c o m o ba se
d e los E stados: “ ...n a d a se o p o n e ta n to al fin d e los g o b ie rn o s c o m o e sa
e x te n sió n a n tin a tu ra l d e las naciones, la m e z c la in c o n tro la d a d e e s tirp e s y
ra z a s b ajo un solo c e tr o [...] c a re n te s d e un c a r á c t e r nacional n o p o s e e n vida
a u té n tic a y a los q u e v iv en d e n tr o d e ellas, u n id o s a la fu e rz a , só lo u n a m al­
dición del d e s tin o p o d ría c o n d e n a r a la in m o rta liz a c ió n d e su d e s g ra c ia .” J.
G . H e rd e r, Ideas para una filosofía de la histo ria de la hum anidad, B u e n o s
A ire s, L osada, 1959, p á g . 285.
59 L o s a n tig u o s, se lee e n un p e r ió d ic o e s p a ñ o l del tie m p o d e las C o r ­
te s d e C ádiz (1 8 1 2 ), “llam aban p a tria al e s t a d o o so c ied a d a que p e r t e n e ­
cían y cuyas le y e s les a se g u ra b a n la l ib e r t a d y el b ie n e s ta r [...] d o n d e no
hab ía ley e s dirigidas al in te r é s d e to d o s , d o n d e no h abía un g o b ie rn o p a te r ­

— 188 —
.. N a c ión y E s t a d o kn Ihkkoam í' kica -----------------------------------

nal q u e m ira se p o r el p ro v e c h o c o m ú n ...; allí h abía c ie r ta m e n te un país, u n a


g e n te , un a y u n ta m ie n to d e h o m b re s ; p e r o n o h abía P a tria ...” Sem anario Pa­
triótico, cit. en P ie rre Vilar, " P a tr ia y nació n en el v o c a b u la rio de la g u e r ra de
la in d e p e n d e n c ia e s p a ñ o la ”, en Hidalgos, am otinados y guerrilleros, Pueblo y
poderes en la historia de España, B arcelo n a, C rítica, 1982, pág. 216.
59 V éan se los a rtíc u lo s d e fra y B en ito J e ró n im o Feijóo y M o n te n e g ro ,
"A ntipatía d e fra n c e se s y e s p a ñ o le s ”, “ M apa in te le c tu a l y c o te jo d e n a cio ­
n e s ”, “A m o r d e la P a tria y p a sió n n a c io n a l”, O b ra s escogidas... , o b . cit.
“ L os te x to s d e S h a ftesb u ry e s tá n c ita d o s en L. G re en fe ld , Five roads...,
ob. cit., págs. 399 y 400; el a rtíc u lo d e J a u c o u rt, e n la Encyclopédie ... , ob.
cit., to m o I 2 [I 765].
61 L. S o so e, “ N a tio n ”, en Dictionnaire Politique..., ob. cit., lug. cit.
62 A. K em iláinen, N ationalism ... , o b . cit., págs. 38 y 42. V é ase, asi­
m ism o , “Los o ríg e n e s d e la p a la b ra 'n a c io n a lid a d '”, e n G. W eill, La Europa...,
o b . cit., pág. I y sigts. E ste a u to r, q u e d a ta el u so del té r m in o e n las p rim e ra s
d é c a d a s del siglo X IX , r e g is tra un uso muy a n te r io r en la In g la te rra d e fines
del siglo XVII. Sin e m b a rg o , se t r a t a del viejo s e n tid o d e l té rm in o c o m o
in d ic a d o r d e l o rig e n n a cio n al d e alg o o alguien, a je n o al c o n te n id o q u e a d ­
qu irirá en el siglo X IX . Así, se lee e n el c ita d o Oxford English Dictionary:
“N a tio n a lity : N ational q u ality o r c h a r a c t e r ” , d efinición a la que a g re g a el
sig u ie n te e je m p lo : “ 1691 T. H [ale] Acc. N e w Invent. 3 7 T he I n g re d ie n ts
e m p lo y e d a r e o f F oreign g ro w th ; w hich w e m ak e u se o f n o t so m uch fo r th e
sa k e o f th e N a tio n a lity o f its A rg u m e n t [e tc .] .” C o n un m a tiz d istin to , p e r o
ta m b ié n a je n o al im plícito e n el p rin cip io d e las n a cio n a lid a d e s, se lee en la
p rim e r a ed ic ió n del D ic c io n a rio d e la Real A c ad e m ia E sp a ñ o la : “ N A C IO N A ­
LIDAD: A fecció n p a rtic u la r de alg u n a n ació n , o p ro p ie d a d de ella” , Real
A c a d e m ia E spañola, Diccionario de la lengua castellana. .., ob. cit., to m o c u a rto ,
1734.
63 H en ri B err, “ P ró lo g o ” a G. W eill, La Europa ... , o b . c it., pág. VII.
M P asq u ale S tanislao M ancini, Sobre la nacionalidad, M adrid, T ecnos,
1985, pág. 37.
65 íd., pág. 38.
66 íd., pág. 27.
67 íd., p á g . 42.

III. LA FO R M A C IÓ N DE L O S ESTADOS N A CIO N A LES EN IBEROAMÉRICA

* En e s te tra b a jo u tiliza m o s m a te ria le s to m a d o s d e d o s c a p ítu lo s q u e


h e m o s e la b o ra d o p a ra el Vol. VI, La construcción de las naciones latinoam eri­
canas, 1 8 2 0 -1 8 7 0 , d e la H istoria general de A m érica latina, U nesco, en c u rso
d e ed ición (c ap . 5, “C o n s titu c ió n d e las p ro v in cias y el p o d e r local. L as b a ­
s e s e c o n ó m ic a s, so c ia le s y p o líticas del p o d e r re g io n a l”, y c ap . 6, “ Las e x ­
p r e s io n e s del p o d e r re g io n a l: análisis d e c a s o s” ). U na p rim e r a v e rsió n d e
é s t e fu e p r e s e n ta d a al S im posio C u ltu ra y N a c ió n en Ib e ro a m é ric a , o rg a n i­

— 189 —
Joüft C arlos C ih a r a m o n tk

z a d o p o r el C o m ité E d ito r d e l P r o y e c to G r e a t B o o k s S e r ie s , O x f o r d
U n iv ersity P re ss, c o n el a p o y o d e las fu n d a c io n e s L am padia y M ellon, y r e a ­
lizado en B uenos A ires e n tr e el 21 y el 23 d e a g o sto d e 1996. El a u to r a g ra ­
d e ce los c o m e n ta rio s d e los p a rtic ip a n te s en la discu sió n del tra b a jo , así
c o m o a Liliana R oncati p o r su ayuda e n la b ú s q u e d a d e in fo rm a ció n y a A n to ­
nio A nnino, C a rlo s M arichal y M arcela T ernavasio p o r las o b s e rv a c io n e s e f e c ­
tu a d a s al t e x t o original.
1 P o r e je m p lo , O s c a r O s z la k , La form ación del Estado argentino, B u e­
n o s A ire s, E d ito ria l d e B e lg ra n o , 19 8 5 , pág. 15. En o t r o tra b a jo su y o el a u ­
t o r re fie re el c o n c e p to d e e sta ta lid a d al tra b a jo d e J. R N e ttl, "T h e S ta te as
a C o n c e p tu a l V ariab le", W orld Politics, N ° 20, julio 1968, y al d e Phil^ppe C.
S c h m itte r, John H . C o a s t w o r t h y J o a n n e F o x P r z e w o r s k i, “ H is to ric a l
P e rsp e c tiv e s on th e S ta te , Civil S o ciety a n d th e E c o n o m y in Latin A m e ric a:
P ro le g o m e n o n t o a W o rk sh o p a t th e U n iv e rsity o f C h icag o , ( 9 7 6 -1 9 7 7 ”,
m im e o . O . O szla k , Form ación histórica d el E stado en A m érica latina: elem en­
tos teórico-m etodológicos pa ra su estudio, 2 a e d ., B uenos A ires, E stu d io s C E ­
DES, 1978.
3 V éanse las o b s e rv a c io n e s d e O t t o H in tz e , Stato e Societó, B ologna,
Z anichelli, 1980, pág. 138.
3 Al r e s p e c to , v é a s e el c ap . III, “ Las fo rm a s d e id e n tid a d p o lítica a
fines del V irre in a to ”, d e n u e s tr o libro Ciudades, provincias, Estados: orígenes
de la nación argentina (1 8 0 0 -1 8 4 6 ), B iblioteca del P e n s a m ie n to A rg e n tin o I,
B uen o s A ire s, A riel, 1997.
4 V éase E ric H o b s b a w m , Nations and nationalism .... o b .c it, cap. I,
“ T h e n a tio n a s n o v e lty : fro m re v o lu tio n t o lib e ra lism ” (hay e d ic ió n e s p a ñ o ­
la: Eric H o b s b a w m , N ociones y nacionalism o desde 1780, Programa, mito, rea­
lidad, B a rce lo n a , C rític a , 1991).
5 R e c u é rd e s e el ya c ita d o te x to d e V attel: “ Las n a c io n e s o E stad o s
son c u e rp o s p o lítico s, d e so c ie d a d e s d e h o m b r e s re u n id o s p a ra p r o c u ra r
su salu d y su a d e la n ta m ie n to ...” V attel, Le droit de gens..., o b . cit., to m o I,
pág. 7 1.
6 A n d ré s Bello, Derecho Internacional, I, Principios de Derecho Interna­
cional y E scritos Com plem entarios, C a rac as, M inisterio d e E ducación, 1954,
pág. 3 I . [P rim e ra ed ic ió n : Principios de D erecho de Gentes, p o r A. B„ S a n tia ­
g o d e C hile, 1832]
7 A n to n io Sáenz, Instituciones Elem entales sobre el Derecho Natural y
de Gentes [C u rso dictado en la Universidad de Buenos Aires en los años 1 8 22 -
2 3 ], B uenos A ires, In stitu to d e H isto ria d e l D e re c h o A rg e n tin o , F acu ltad d e
D e r e c h o y C ien cias Sociales, I 9 39, pág. 6 1. L o e d ita d o e s la p a r te d e l c u rso
d e d ic a d a al d e re c h o d e g e n te s . La p a rte a n te rio r, d e d ic a d a al d e re c h o n a tu ­
ral, s e e x tra v ió , y d e ella se c o n se rv a n ú n ic a m e n te d o s fra g m e n to s s o b r e los
d u e lo s p u b lic a d o s e n la p re n sa . El te x to sigue e n m u c h o al t r a t a d o d e V attel,
a v e c e s tra n s c rib ie n d o p á rra fo s d e él.
8 N ó te s e q u e la d efinición d e Sieyés, c ita d a e n el c ap ítu lo a n te rio r,
d ifie re d e la del p e rió d ic o rio p la te n s e al a ñ ad ir la e x is te n c ia d e un c u e r p o

— 190 —
N a c i ó n v E s t a d o un I b e r o a m é r i c a

re p re s e n ta tiv o . P e ro e s ta d ife re n c ia , su stan cial e n lo q u e h a c e a las fo rm a s


d e r e p re s e n ta c ió n política, n o lo es en c u a n to a lo que c o m e n ta m o s e n el
t e x t o . E ste c o n c e p to d e n ación r e c o g e c rite rio s m ás a n tig u o s, c o m o el que
L o ck e e x p o n e r e s p e c t o d el c o n c e p to d e “s o c ie d a d p o lític a ” o “so c ie d a d
civil”, q u e en c ie r to m o d o e s e q u iv a le n te a lo q u e a c o m ie n z o s d el sigo XIX
se llam aba nación: 'A q u ello s que e s tá n unidos en un c u e r p o y tie n e n una
e s ta b le c id a ley co m ú n y una ju d ic a tu ra a la q u e ap elar, c o n a u to rid a d p a ra
d e c id ir e n tr e las c o n tro v e r s ia s y c a s tig a r a los o f e n s o r e s , fo rm a n e n tr e sí
u n a so c ie d a d civil.” Jo h n L ocke, Segundo trotado sobre el gobierno civil, M a­
d rid , A lianza, 1990, pág. 103.
9 V é ase J o sé C a rlo s C h ia ra m o n te , “El fe d e ra lis m o a rg e n tin o e n la p r i­
m e r a m ita d del siglo X IX ”, en M arcello C a rm a g n a n i (c o m p .), Federalism os
latinoamericanos: México/Brasil/Argentina, M éxico, El C olegio d e M éxico/FC E ,
1993.
10 R e sp e c to del p rin cip io del consentim iento, fu n d a m e n ta l e n el D e r e ­
c h o d e G e n te s , v é a se ta m b ié n la c ita d a o b r a d e L ocke, esp. c ap . 8, “ Del
o rig e n d e las s o c ie d a d e s p o lític a s ”, págs. I I I y sigts.
11 V é ase una rica visión d e e s e p e río d o en F ranqois X a v ie r G u e rra ,
M od ern id ad e independencias, Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, 2 a
e d ., M éxico, FCE, 19 9 3 . Se t r a t a d e un re n o v a d o e n fo q u e , p e s e a la te n d e n ­
cia a c e ñ irs e al e s q u e m a c la sifica to rio d e m o d e rn id a d /tra d ic ió n , a n te una
re alid a d f r e c u e n te m e n te re a c ia al m ism o .
12 R e sp e c to del c a so rio p la te n s e , que no c o n s id e ra m o s e n p a rtic u la r
e n e s t e libro p o rq u e ya lo h e m o s a n aliza d o e n o t r a s p u b lic a c io n e s , v é a n s e ,
ju s ta m e n te , los sig u ien te s tra b a jo s n u e s tro s : J o s é C a rlo s C h ia ra m o n te , C iu ­
dades, provincias, E stad os: Orígenes de la nación argentina ( 18 0 0 - 18 4 6 ), B ue­
n o s A ire s, A riel, 1997; Id., “El fe d e ra lism o a rg e n tin o en la p r im e ra m ita d del
siglo X IX ”, e n M arcello C a rm a g n a n i (c o m p .), Federalism os ... ob. cit.
13 L icenciado F ra n c isco V e rd ad , “ M e m o ria p o s tu m a (1 8 0 8 )”, e n Jo sé
Luis R o m e ro y Luis A lb e r to R o m e ro , Pensam iento político de la em ancipa­
ción, C a ra c a s, B ib lio teca A y a cu c h o , I 9 77, pág. 89.
H Jo sé M iranda, L a s ideas y la s instituciones políticas m exicanas, p ri­
m e r a p a r te , 1 5 2 1 -1820, M éx ico , U n iv e rsid ad N acional A u tó n o m a d e M éxi­
c o , s e g u n d a edición, 1978, pág. 2 3 9 .
15 C it. en íd em , pág. 238.
16 La e x p re s ió n u sa d a p o r el A y u n ta m ie n to de M éxico la a c a b a m o s d e
citar. En c u a n to a un e je m p lo d e su uso e n B u en o s A ire s tra n s c rib im o s , de
un d o c u m e n to d el P rim e r T riu n v irato , d e 1811, e s te b re v e fra g m e n to : “ El
p u e b lo d e B u e n o s A y res, q u e e n el b e n e p lá c ito d e las p ro v in c ia s a s u s d is p o ­
sic io n e s a n te r io r e s , ha re c ib id o el te s tim o n io m ás liso n je ro -d el alto a p re c io
q u e le d isp e n sa n c o m o a c a p ita l d e l re in o y c e n tr o d e n u e s tr a g lo rio sa re v o lu ­
c ió n ...” La m ism a fu o n te se re fie re al A y u n ta m ie n to “d e e s ta cap ital, c o m o
r e p r e s e n ta n te do un p u e b lo el m ás d ig n o y el m á s in te r e s a d o e n el v e n c i­
m ie n to d e lo i p a lig ro i qu<> a m e n a z a n a la p a tr ia .” “ E s ta tu to p ro v isio n al del
g o b ie rn o s u p e r io r dfl Ini P rovincias U nidas d el Río d e la P la ta a n o m b re del

— 191 —
JosP. C a ri. os C iiia r a m o n tk

Sr. D . F e rn a n d o V il” , e n [In stitu to d e In v e stig a cio n e s H istó rica s] Estatutos,


reglamentos y Constituciones argentinas (1 8 1 1 -1 8 9 8 ), B uenos A ires, U niversi­
da d d e B uenos A ires, 19 5 6 , pág. 27.
17 V é a s e el c rite r io e n R ousseau: Juan Ja c o b o R o u sseau , “ El c o n tr a to
social o p rin cip io s del d e r e c h o p o lític o ”, Obras Selectas, B uenos A ires, El
A te n e o , 2 a e d ., 1959, lib ro II, c a p . II, “ La so b e ra n ía es indivisible", pág. 864
y sigts. En la c o n c e p c ió n ro u ss e a u n ia n a c o m o ta m b ié n e n la d e H o b b e s y
Kant, la s o b e ra n ía e s única e indivisible. S o b re la c u e s tió n d e la so b e ra n ía en
la é p o c a , R. C a r r é d e M alberg, Teoría general del Estado, M éxico, FCE, 1948,
cap . II, § 2. A sim ism o, Joaquín V arela S u a n z e s -C a rp e g n a , La teoría del Estado
en los orígenes del constitucionalism o hispánico (Las Cortes de Cádiz), M adrid,
C e n tr o d e E stu d io s C o n stitu c io n a le s, 19 8 3 , pág. 6 8 y sig ts. V éase u n a s ín te ­
sis d e las d iv e rsa s v a ria n te s del iu sn a tu ra lism o e n N o r b e r to B obbio, Estudios
de historia de la filosofía, De H obbes a Gram sci, M adrid, D e b a te , 19 8 5 , e sp .
c a p s . I y II.
18 Julio C é s a r C h a v es, H istoria de las relaciones entre Buenos Aires y el
Paraguay, 1 8 1 0 -1 8 1 3 , B uen o s A ire s, E diciones N iza, 1959, 2a ed ició n , pág.
I 20; “O fic io d e la J u n ta Provisional del Paraguay, en que d a p a rte a la d e la
capital d e su in stalació n , y u n ió n c o n los vín cu lo s m ás e s tr e c h o s , e in d iso lu ­
b les, q u e exige el i n te r é s g e n e ra l en d e fe n s a d e la cau sa co m ú n d e la lib e r­
ta d civil d e la A m érica, que ta n d ig n a m e n te s o s tie n e " , G azeta de Buenos
Ayres, ju e v e s 5 d e s e tie m b r e d e 1811, to m o II, pág. 7 17.
19 C it. en Je sú s R eyes H e ro le s , El liberalismo mexicano, I. Los orígenes,
M éxico, FCE, I 9 8 2 , pág. 3 82.
20 íd em , pág. 4 17.
21 V éase la p o stu ra d e c a d a E stad o e n 1823 e n íd em , pág. 380.
22 C o n stitu c ió n d el E s ta d o L ibre F e d e ra d o d e Z a c a te c a s, títu lo I, ca ­
pítu lo I, a rtíc u lo I .
23 V é ase el clásico tra b a jo d e N e ttie Lee B en so n , La diputación provin­
cial y el federalismo mexicano, M éxico, El C o leg io d e M éxico, 1955.
21 C it. e n C h a rle s H ale, El liberalismo m exicano en la época de Mora,
I 8 2 I - I 8 5 3 , M éxico, Siglo V eintiuno, I9 7 2 , pág. 86. En d ic ie m b re d e I8 2 3 ,
c u a n d o se a p r o b ó h a c e r d e M éxico u n a re p ú b lic a fe d era l re p re s e n ta tiv a , al
v o ta rs e el a rtíc u lo 6 q u e c o n v e rtía a las p ro v in cias e n lib res s o b e ra n a s e
in d e p e n d ie n te s , M ier v o tó q u e sí a lo d e lib res e in d e p e n d ie n te s y n o a lo d e
so b e ra n o s . Id., pág. 202.
25 V é ase un d e s a rro llo d e e s to s p ro b le m a s e n n u e s tro tra b a jo “ El fe ­
d e ra lis m o a rg e n tin o ...” , en M. C arm ag n an i (c o m p .), Federalismos..., ob. cit.
26 M o n te sq u ie u , D e l espíritu de las leyes. U tilizam os la edición e s p a ñ o ­
la d e M adrid, T ecn o s, 19 85. S o b re la “re p ú b lica fe d e ra tiv a ” (c o n fe d e ra c ió n ),
v é a s e se g u n d a p a r te , libro IX, “ D e las ley e s e n su relació n con la fu e rz a
d e fen siv a ", c ap s. I a III.
27 H a m ilto n , M adison, Jay, E l Federalista, pág. 16 1. A ñ ad e M adison,
luego d e un análisis d e los ra sg o s ya fe d e ra le s, y a nacio n ales, del siste m a
p ro p u e s to : “ La d ife re n c ia e n tr e un g o b ie rn o fe d era l y o tr o nacional, en lo

— 192 —
-------------------- N a c i ó n y E s t a d o en I b e r o a m é r i c a --------------------

q u e se re fie r e a la actuación del gobierno, se c o n s id e ra q u e e s tr ib a en q u e e n


el p rim e ro los p o d e r e s a c tú a n s o b r e lo s c u e r p o s p o lítico s q u e in te g ra n la
C o n fe d e ra c ió n , e n su calidad política; y en el s e g u n d o , s o b r e los c iu d a d a n o s
individuales que c o m p o n e n la nación, c o n s id e ra d o s c o m o ta le s individuos."
O b . cit., p. 162.
28 C a r a c te r ís tic a que y a o b s e rv a b a T ocqueville e n un te x to q u e , al
m ism o tie m p o que d a c u e n ta d e la d istin c ió n — que p o s t e r io r m e n t e se
e x p r e s ó e n el u so a c tu a l d i f e r e n c i a d o d e los t é r m i n o s fe d e ra c ió n y
confederación — , sigue e m p le a n d o el v o c a b lo c o n fe d e ra c ió n p a ra a ludir al
e sta d o fe d e ra l su rg id o d e la C o n stitu c ió n d e Filadelfia: “ E sta c o n stitu c ió n ,
q u e a p rim e r a v is ta se ve uno t e n t a d o a c o n fu n d ir c o n las c o n s titu c io n e s
fe d e r a le s q u e la h a n p r e c e d id o , d e s c a n s a e n e f e c to s o b r e u n a t e o r í a
e n te r a m e n te n u e v a, q u e se d e b e s e ñ a la r c o m o un g ra n d e s c u b rim ie n to d e
la c ie n cia p o lític a d e n u e s t r o s d ía s. En to d a s las c o n f e d e r a c io n e s q u e
p re c e d ie ro n a la c o n fe d e ra c ió n N o r te a m e ric a n a d e 1789, lo s p u e b lo s q u e
s e aliaban c o n un fin c o m ú n c o n s e n tía n e n o b e d e c e r a los m a n d a to s d e un
g o b ie rn o fe d e ra l; p e r o c o n se rv a b a n el d e r e c h o d e o r d e n a r y vigilar e n tr e
ellos la e je c u c ió n d e las leyes d e la U n ió n . Los E stad o s d e N o rte a m é ric a q u e
se u n ie ro n e n I 789, n o s o la m e n te c o n s in tie ro n q u e el g o b ie r n o fe d e ra l les
d ic ta ra ley e s, sino ta m b ié n q u e él m ism o h ic ie ra e je c u ta rla s ." A lexis d e
T ocqueville, La dem ocracia ... , p. 151.
29 John C a lh o u m , “A D isc o u rse o n t h e C o n s titu tio n a n d G o v e rn m e n t
o f th e U n ite d S t a te s ” (I 8 4 9 ), e n Ross M. L ance, e d ., U nion and Liberty, The
Political Philosophy o f John C. Calhoum (L ib e rty F und, 19 9 2 ).
30 V e rn o n B o g d a n e r [e d .], Th e Bla ck w e ll E n c y clo p e d ia o f Political
Institutions, p. 129.
31 A . d e T ocqueville, L a dem ocracia ..., o b . cit., p. 153.
32 U n d a to significativo p a ra p e rc ib ir la p e rs is te n c ia e n la A rg e n tin a d e
la confusión d e lenguaje es q u e to d a v ía L ucio V. L ópez, e n su c u r s o d e d e re c h o
c o n stitu c io n a l, n o p e rc ib a e s a d ifere n cia e n tr e c o n fe d e ra c ió n y e s ta d o fed eral,
ta n to al t r a t a r el c a s o n o rte a m e ric a n o c o m o el a rg e n tin o . Lucio V. L ópez,
Curso de D ere ch o constitucional. Extracto de las conferencias d a d a s en la
Universidad de Buenos Aires (B u e n o s A ire s, 189 I , t r e s vols.), vol. I, págs. 96,
y 2 7 1 y ss. T odavía m á s n o ta b le e s q u e , en el s e g u n d o d e e s o s lugares, t r a t e
el caso a rg e n tin o c o m o c o n fe d e ra l.
33 R e su m ie n d o su análisis, el a u to r q u e tra n s c rib e e se t e x t o , a ñ ad e :
“ La ¡dea c o n s is te , p o r lo ta n to , e n q u e e n la c o n fe d e ra c ió n los E sta d o s se
vinculan d e m o d o p e r m a n e n te en una o rg a n iz ac ió n p a rita ria , p o r m e d io d e
laz o s in te rn a c io n a le s, que d a lugar a una in stitu c ió n in te rn a c io n a l que o b ra
e n n o m b re d e los E sta d o s m ie m b ro s e n d e te r m in a d a s re la c io n e s, tra ta d o s ,
d e c la ra c ió n d e g u e rra , y a v e c e s c o n fines e c o n ó m ic o s, a d m in istra tiv o s o
po lítico s, c o n d iverso g r a d o d e c rista liz ac ió n y eficacia p rá c tic a . Las n o ta s de
p e rm a n e n c ia , o rg a n iz a c ió n y d iv e rs id a d d e fin es d e la c o n fe d e ra c ió n la
d istin g u en d e o tr a s ligas in te rn a c io n a le s (alianzas, p o r e je m p lo )." O tto le n g h i,
Lezioni di Diritto Internazionale Pubblico, a ñ o a c a d é m ic o 19 4 6 -4 7 , (Turin, G.

— 193 —
Josfi C a r i .o s C u ia k a m o n t e

G iappichellí, e d ito re ), p. 146, c it. p o r Pablo L ucas V e rd ú , " C o n f e d e r a c ió n ”,


e n C a r lo s E. M a s c a r e ñ a s , d ir., N u e v a E n c iclo p e d ia J u ríd ica (B a rc e lo n a ,
F ra n c isco Seix, 19 5 2 ), t o m o IV, p. 9 I I . E ste a rtíc u lo p r o v e e u n útil re s u m e n
del te m a , pág. 9 1 0 y ss. U n a sín te s is , c o n u n a e x te n s a b ib lio g ra fía , se
e n c u e n tr a ta m b ié n e n A lb e r to A n to n io S p o ta , Confederación y estado federal,
Conceptos y esenciales disimilitudes (B u e n o s A ire s, C o o p e r a d o r a d e D e re c h o
y C ien cias Sociales, 1976).
3,t En la C o n fe d e ra c ió n A rg e n tin a su rg id a del P a c to F e d e ral d e 183 I ,
se delegaba la r e p re s e n ta c ió n e x te r io r e n el g o b ie rn o d e la p ro v in c ia de
B u e n o s A ire s, p e r o n o se la e n a je n a b a . Las p ro v in c ia s p o d ía n , c o m o lo
h ic ie ro n o c a s io n a lm e n te , a n u la r e s a d e le g a c ió n e n e je rc ic io d e su so b e ra n ía .
35 M o n te sq u ie u , D el Espíritu ... , ob. cit., p. 9 I .
36 E l Federalista, p. 35.
37 El c r i t e r i o d e B o lív a r e s t á y a e x p u e s t o e n el “ M a n ifie s to d e
C a rta g e n a ”, d e d ic ie m b re d e 1812: S im ón Bolívar, D octrina del Libertador,
C a r a c a s , B ib lio te c a A y a c u c h o , s e g u n d a e d ic ió n , 1 979, p á g s. 8 y sig ts.
A sim ism o, v é a s e lo q u e e s c rib e e n la “C a r ta d e J a m a ic a ”, d e s e tie m b r e d e
1815 — Id., p á g . 6 7 — , y e n el “ D isc u rso d e A n g o s tu r a ”, d e f e b re r o d e 1819
— í d ., págs. 109 y 113.
38 V é ase C a rra c io lo P a rra P é re z , H istoria de la prim era República de
Venezuela, dos vols., C a ra c a s , 19 5 9 , t o m o I, 2 a p a r te , C ap II, “ La re v o lu c ió n
e n las p ro v in cias” .
39 “ La n ació n b a rc e lo n e sa , d e q u ien s o la m e n te e m a n a n t o d o s los P o ­
d e r e s S o b e ra n o s n o los e je r c e sino p o r d e le g a c ió n ." C o n stitu c ió n d e la P ro ­
vincia d e B a rc e lo n a (1 8 1 2 ), tít. c u a rto , a r t. 3, e n Las constituciones provin­
ciales, C a ra c a s , B ib lio teca d e la A c a d e m ia N acio n al d e la H isto ria, 1959,
pág. 164.
't0 P o r e je m p lo , B arcelo n a: V é a se C . P a rra P é re z , o b . c it., pág. 410.
M N o e s d e s o r p r e n d e r q u e m u c h o m ás t a r d e , un c o n flic to sim ilar se
re g is tra ra e n la A rg e n tin a , c u a n d o el E s ta d o d e B u e n o s A ire s se e scin d ió e n
1852 d e la re c ié n c re a d a C o n fe d e ra c ió n A rg e n tin a . E sta, p e s e a su n o m b re
— c o m o o c u r r e c o n el d e la C o n fe d e ra c ió n H e lv é tic a d e 1848— , e r a en
re a lid a d un E sta d o fe d e ra l, a n t e el c u al B u e n o s A ire s re a c c io n ó im p o n ie n d o
re fo rm a s , e n 1860, q u e a p u n ta b a n a lo c o n fe d e ra l, sin llegar a e llo . V éase
Jo rg e R. V anossi, “ La influencia d e la C o n s titu c ió n d e los E sta d o s U n id o s de
N o rte a m é ric a e n la C o n stitu c ió n d e la R epública A rg e n tin a ”, Revista Jurídica
de San Isidro, D ic ie m b re 1976, pág. I 10; R ica rd o Z o rra q u ín B ecú, “La fo r­
m ac ió n c o n stitu c io n a l del fe d e ra lis m o ” , Revista de la Facultad de Derecho
y Ciencias Sociales, a ñ o VIII, N ° 33, B u e n o s A ire s, m a y o -ju n io d e 1953,
pág. 478.
■*2 J o s é M urilo d e C a rv alh o , “ F e d e ra lism o y c e n tra liz a c ió n e n el Im p e ­
r i o B r a s i le ñ o : h i s t o r i a y a r g u m e n t o ” , e n M. C a r m a g n a n i ( c o m p .) ,
Federalismos..., o b . c it., pág. 57.
43 U n re s u m e n d e e s ta te s is , e n O d ila Silva D ia s, "A I n t e r i o r iz a d o d a
M e tró p o le (1 8 0 8 -1 8 3 3 )” , en C a rlo s G u ilh e rm e M ota, 1822, D im enstes, 2 a

— 194 —
N a c i ó n y E s t a d o kn Ii h í k o a m é k i c a

e d ., S áo P aulo, P e r s p e c tiv a , 1986, pág. 160. V é a s e u n a v isió n o p u e s ta ,


tr ib u ta r ia d e l tra d ic io n a l e sq u e m a d e l p rin c ip io d e n acio n alid ad , e n Jo sé
H o n o rio R odrigues, Independéncia: revolugáo e contra-revolu$áo. A evolugáo
política, Rio d e Ja n e iro , F ra n c isco A lves, 1976, c a p ítu lo “ E volu$áo p o lítica
p ro v in c ia l”, pág. 301 y sig ts. El a u to r c ita a h is to ria d o re s q u e s o s te n ía n el
p re d o m in io d e la “d iv e rs id a d ” s o b r e la “u n id a d ”, c o m o C a p is tra n o d e A b re u
y O liv eira V iana, p e r o , a d ife re n c ia d e ellos, s o s tie n e la p rim a c ía d e ra íc e s
m ás p ro fu n d a s d e riv a d a s d e la c o m u n id a d d e lengua, re lig ió n , m e s tiz a c io n e s
v a ria d as, s e m e ja n z a d e in s titu c io n e s p o líticas e in te r e s e s e c o n ó m ic o s c o m u ­
n e s. “S o m e n te a m in o ría d irig e n te — a ñ a d e — d e u rn a s p o u c a s p ro v in cias
n a o t e v e a se n sib ilid a d e h istó ric o -p o lític a d e se n tir q u e o Brasil e r a singular,
ú n ico , individual, d if e re n te d e P o rtu g a l” . Id., pág. 301.
^ S é rg io B u a rq u e d e H o la n d a , H istoria Geral da Civilizagáo Brasileira,
to m o II, O Brasil M onárquico, 10 Volume, O Processo de Em ancipaqáo, San
Pablo, D ifu sá o E u ro p é ia d o L ivro, 1962, pág. 9.
<s “En 18 2 2 , e n Brasil n o e x istía unid ad e c o n ó m ic a y ta m p o c o ningún
s e n tim ie n to p ro fu n d o d e id e n tid a d nacio n al. La u n id ad m a n te n id a d u r a n te la
tra n s ic ió n d e c o lo n ia p o r tu g u e s a a im p e rio in d e p e n d ie n te fu e p o lític a — y
p re c a ria — L eslie B ethell y J o s é M urilo d e C a rv a lh o , “ Brasil (1 8 2 2 -1 8 5 0 )”,
L eslie B e th e ll (e d .), H istoria de A m érica Latina, vol. 5. La Independencia, Bar­
c e lo n a , C rític a , 1985, pág. 3 2 3 . V é ase ta m b ié n al r e s p e c t o J. M urilo d e
C a rv a lh o , ob. c it., pág. 54.
46 L. B ethell y J. M urilo d e C a rv a lh o , “ F e d e ra lis m o y c e n tra liz a c ió n ...” ,
a r t. cit. en M. C a rm a g n an i (c o m p .), Federalismos ..., ob. c it., pág. 325.
17 S. B u a rq u e d e H o la n d a, H istoria Geral ...,o b . c it., lug. cit.; O c tá v io
T arq u ín io d e S o u sa, D io g o Antonio Feijó, Sáo Paulo, Itatiaia, I9 8 8 , pág. 61.
E ste tr a b a jo e s ta m b ié n u n a m u e s tra d e c ó m o la p r o y e c c ió n a n a c ró n ic a del
p rin c ip io d e nacio n alid ad s o b r e u n a é p o c a a n te r io r a su v igencia o s c u r e c e la
c o m p re n s ió n d e los m ó v ile s d e los líd e re s in d e p e n d e n tis ta s ib e r o a m e r ic a ­
n o s: “A i n d ic a d o d e Feijó tin h a o te rrív e l in c o n v e n ie n te d e n a o r e s g u a r d a r a
u n id a d e d o Brasil: o C o n g re s s o r e c o n h e c e r ia a in d e p e n d e n c ia d e c a d a urna
d a s p ro v in c ia s , q u e d e c id iria m s o b e r a n a m e n te a c e r c a d e s e u s d e s tin o s ,
a p ro v a n d o o u n a o a C o n s t i tu i d o , c o n tin u a n d o o u n a o a fa z e r urna s ó n a ^ á o
c o m P o rtu g al — e aquí o p o n to trá g ic o — c o n tin u a n d o o u n a o na c o m u n h á o
b ra sile ira . Ficava in te ira m e n te a o a rb itrio d a s p ro v in cias c o n s titu ír e m - s e e m
p a íse s in d e p e n d e n te s o u se m a n te re m u n id as. [...] U rna n a ^ á o n a o e r a a
c o m u n id a d e d e o rig e n s , d e tra d i^ ó e s , d e língua, d e religiáo, d e fo rm a $ á o
social, d e c u ltu ra : e r a a p e n a s a fó rm u la p o lítica, o fa m ig e ra d o ‘p a c to s o ­
cial’!” íd., lug. cit.
48 R ichard G ra h am , “ F o rm a n d o u n g o b ie rn o c e n tra l: las e le c c io n e s y
el o r d e n m o n á rq u ic o e n el Brasil del siglo X IX ”, e n A n to n io A n n in o (c o m p .),
H istoria d e las elecciones y d e la form ación del espacio político nacional en
Iberoamérica, siglo X IX , B u e n o s A ire s, F o n d o d e C u ltu ra E co n ó m ica , I9 9 5 ,
pág. 348.
49 J. M urilo d e C a rv alh o , "F e d e ra lism o y c e n tra liz a c ió n ...” , a r t. c it., e n

— 195 —
Josí: C a ri. os C iiia r a m o n tu

M. C a rm a g n an i, Federalismos..., ob. cit., pág. 61; Id., Teatro de sombras: A


Política Imperial, Río d e Ja n e iro , IUPERJ, 1988, págs. 12 y sigts. V éase ta m ­
bién R o d e ric k J. B arm an, Brazil, The Forging o f a N ation, S ta n fo rd U n iv e rsity
P re ss, 1988, e sp . c ap . 6, “T h e liberal e x p e r im e n t”, y L. B ethell y j . M urilo de
C a rv alh o , ob. c it., págs. 333 y sigts.; Boris F a u sto , H istoria do Brasil, 4a. e d .,
San Pablo, 1996, pág. 164 y sigts.
50 R. G rah am , "F o rm a n d o un g o b ie rn o ...”, a rt.c it., en A. A nnino, H is ­
toria de las elecciones..., ob. cit., pág. 353.
51 “ F e d e ra lis m o ...”, o b . cit., pág. 61. S. B u arq u e d e H o lan d a, H istoria
Geral..., ob. c it., págs. 25 y 26.
52 S. B u a rq u e d e H o lan d a, H istoria Geral..., o b . c it., pág. 24.
53 “L uego d e e x p e rim e n ta r c o n u n a v irtual re p ú b lica fe d era l d u r a n te
la m in o ría del re y (h a sta 1840) las e lites p ro v in ciale s y m u n ic ip ales lleg aro n
a a c e p ta r la id ea d e q u e un o r d e n c e n tra liz a d o e r a n e c e sa rio p a r a asig n arse
leg itim idad p r o p ia .” R. G raham , “ F o rm a n d o un g o b ie r n o ...”, a rt. cit. e n A.
A nnino, H istoria de las elecciones..., ob. cit., pág. 349.
54 O ficio d e la Ju n ta G u b e rn a tiv a del P arag u ay a la d e B u e n o s A ires
c o m u n ic a n d o las re s o lu c io n e s to m a d a s e n el c o n g re s o del 20 d e julio d e
181 I, en B enjam ín V argas P e ñ a , Paraguay-Argentina. Correspondencia diplo­
m ática (1 8 1 0 -1 8 4 0 ), B u en o s A ires, A y a cu c h o , 1945, págs. 37, 38 y 39.
55 B ando d e la Ju n ta G u b e rn a tiv a d e l P ara g u ay (I 4 -IX -1 81 I ), págs. 5 1-
54 y T ra ta d o d e a m ista d , unión y lím ites e n tr e el P araguay y B uenos A ires
( I 2 -X -1 8 1 I ), en íd„ págs. 5 1 a 54 y pág. 65.
56 Julio C é s a r C h a v es, H istoria d e las relaciones entre Buenos Aires y el
Paraguay, 1 8 1 0 -1 8 1 3 , B uen o s A ire s, E d icio n es N iza, 1959, págs. 143-145.
( Ia e d ic ió n , 1938).
57 Efraim C a rd o z o , El plan federal del Dr. Francia, B u en o s A ires, 19 4 I .
58 íd., pág. 23.
59 C it. e n Efraim C a rd o z o , E l plan federal..., o b . c it., pág 14.
60 V éanse las n o ta s c a ra c te rís tic a s del p e n s a m ie n to iu sn a tu ra lista en
los d o c u m e n to s c ita d o s p o r C a rd o z o en Id., págs. 14 y I 5. Y n ó te s e ta m b ié n
q u e la r e fe re n c ia c o n tra c tu a lis ta re c o g id a p o r e s t e a u to r e s al “p a c to d e
s o c ie d a d ” , no al d e su jeció n .
61 “O fic io d e la Ju n ta Provisional d el Paraguay, en q u e d a p a r te a la d e
la capital d e su in stalación, y unión con los v ín c u lo s m ás e s tr e c h o s , e in d iso ­
lubles, q u e exige el in te ré s g e n e ra l en d e fe n s a d e la c a u s a c o m ú n d e la lib e r­
t a d civil d e la A m é ric a, q u e ta n d ig n a m e n te s o s tie n e ” , G a z e ta de Buenos
Ayres, ju e v e s 5 d e s e tie m b r e d e 1811, vol. I, p ág s. 7 17 - 7 18.
62 F ran cia al D e le g a d o d e Pilar, 22 d e n o v ie m b re y 15 d e d ic ie m b re d e
181 5, en Julio C é s a r C h a v es, El suprem o dictador, B u en o s A ire s, N iza, 1958,
p á g . 175.
63J. C . C h a v es, o b . c it.; John H o y t W illiam s, The Rise and Fall o f the
Paraguayan Republic, 1 8 0 0 -1 8 7 0 , A ustin, T exas, In s titu te o f Latin A m e ric an
Studies, T h e U n iv e rsity o f T exas a t A ustin, 1979.
64 R afael E la d io V e lá z q u e z , “ M a rc o h i s t ó r i c o d e los s u c e s iv o s

— 196 —
N ación y K stad o en Iberoam érica

o rd e n a m ie n to s in stitu c io n a les del P arag u ay ", H istoria Paraguaya, vol. XXVIII,


A sunción, 1991, pág. 101.
65 “ La cie n cia q u e h a ce c o n o c e r los d e r e c h o s y d e b e r e s d e los h o m ­
b re s y d e los E stad o s — d ecía un pub licista b ritá n ic o d e fines del siglo XVIII—
se ha llam ado e n los tie m p o s m o d e r n o s derecho natural y de ge n te s." Ja m es
M a c k in to sh , A D isco u rse on the Stu d y o f the Law o f N a t u re and N ations,
E dinburgh, 1838, p á g . 7. V é ase m ás a d e la n te , e n el cap . II d e e s t e lib ro , las
re fe re n c ia s d e M ack in to sh y o t r o s a u to r e s s o b r e el p a rticu la r. A sim ism o, en
el c a p . III, una m a y o r in fo rm a ció n s o b re la h isto ria del iu sn a tu ra lism o .
66 A. Sáenz, Instituciones... , ob. c it., p á g . 6 1; A. Bello, D erecho Interna­
cional..., o b . c it., pág. 35.
67 V attel, Le Droit des G ens ..., o b . cit., T. I, pág. 100; A. S áenz, Institu­
ciones..., o b . c it., pág. 78; A. B ello, D erecho Internacional..., o b . c it., pág. 3 1.
68 A. B ello, D erecho Internacional..., ob. cit., pág. 35.
69Je a n Bodin, Los seis libros de la República, M adrid, T ecnos, 1985,
págs. 16 y 17.
70 A. Bello, Derecho Internacional..., ob. c it., pág. 35.
71 V é ase u n a c la ra p e rc e p c ió n d e e s to en un d isc u rso d e l can ó n ig o
Juan Ignacio G o rriti, en el s e n o d el C o n g re s o C o n s titu y e n te d e 1824-1 827,
q u e c o m e n ta m o s en n u e s tr o lib ro Ciudades, provincias, Estados..., o b . cit.,
pág. 2 1 8 . F ra g m e n to del d is c u rs o e n pág. 519.
72 E sta p o s tu ra p u e d e v e rific a rse en los tra b a jo s d e R icau rte Soler,
e s p e c ia lm e n te e n Idea y cuestión nacional latinoam ericanas, M éxico, Siglo
V eintiuno, 1980.
73 La fig u ra d e agente diplomático fu e d e fin id a p o r el C o n g re s o d e V iena
y c o b r ó difu sió n a p a r tir d e e n to n c e s . S o b re las d iv e rsa s fo rm a s d e r e p r e ­
se n ta c ió n d el p e río d o , v é a s e n u e s tr o tra b a jo : “C iu d ad a n ía, so b e ra n ía y r e ­
p re s e n ta c ió n e n la g é n esis del E sta d o a rg e n tin o , 18 10 - 18 5 2 ” ; en Hilda S ábato
(c o o rd .), C iudadanía política y form ación de las naciones: perspectivas históri­
ca s de A m érica latina, M éxico, El C olegio d e M éxico — F id e ic o m iso H isto ria
d e las A m é ric a s— , F o n d o d e C u ltu ra E conóm ica, 1999.
74 V é ase al r e s p e c to el c ap . 2 d e la t e r c e r a p a r te d e n u e s tro libro
Ciudades, provincias, Estados..., ob. cit.
75 C it. e n J. R eyes H e ro le s, o b . c it., págs. 358 y 406.
76 R e so lu cio n e s 6 a y 7 a d el “ [A c u e rd o c e le b r a d o e n tr e los g o b e r n a d o ­
r e s d e las p ro v in cias o su s r e p re s e n ta n te s , e n San N icolás d e los A rro y o s ...]” ,
“ [31 d e m ay o d e 1852]”, e n E. Ravignani, [c o m p .], Asambleas..., o b . c it., T.
VI, 2a p a rte , pág. 4 60 .
77 Sin e m b a rg o , la tra d ic ió n a u to n o m is ta d e las p ro v in cias no d e s a p a ­
re c e r ía fá c ilm e n te . V é a se al r e s p e c to N a talio B o tan a , “ El fe d e ra lism o lib e ­
ra l e n A rg e n tin a , 1 8 5 2 -1 9 3 0 ”, e n M. C a rm a g n an i (c o m p .), Federalismos...,
ob. cit.
78 M a rio G ó n g o ra , Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile
en los siglos X I X y X X , Sgo. d e C h ile, Ed. U n iv e rsita ria , 19 86, págs. 25 y 37.
El c rite rio d e c o n s id e ra r q u e la n ación e s p ro d u c to d e u n a d e lib e ra d a a cc ió n

— 19 7 —
Josfc C a r l o s C iiia r a m o n tk

del E stado h a lo g rad o c ie rta difusión qu izá p o r p a re c e r una a lte rn a tiv a al


c a s o in v erso , c o n s id e ra d o c o m o el natural, del o rig en del E stad o a p a rtir de
la nación. P o r e je m p lo : “ ...la nación c o m o e x p re s ió n c o n s c ie n te d e las c asta s
c o lo n ia le s no c r e ó el E sta d o , sino que e s é s te el q u e su rg e c o m o fu n d a d o r
d e la n a c ió n .” H e rm e s T o v ar Pinzón, " P ro b le m a s d e la tra n sic ió n del E stad o
colonial al E sta d o n acional (1 8 1 0 -1 8 5 0 )” , e n J. P. D eler/Y . S a in t-G e o u rs ,
(c o m p s .), Estados y naciones en los Andes, H a c ia una historia comparativa:
Solivia - Colom bia - Ecua d or - Perú, d o s vo ls., Lima, IEP/IFEA, 1986, vol. II,
págs. 3 7 1 /3 7 2 .
79 V é a se E. H o b s b a w m , N a tions and Nationalism.... o b . c it., p á g . 19.
A sim ism o, C h a rle s Tilly, "S ta te s and n atio n alism in E u ro p e sin ce 1 6 0 0 ” , p o ­
n e n c ia e n la re u n ió n a n u al d e la S ocial S c ie n c e H isto ry A sso c ia tio n , N e w
O rle a n s , 1991.

IV. F U N D A M E N T O S IUSNATURALISTAS DE LOS M O V IM IE N T O S DE


IN D E P E N D E N C IA

' E ste te x to , c o rre g id o , e s el d e u n a p o n e n c ia p r e s e n ta d a en el C o n ­


g re s o In tern a cio n a l “ Los P ro c e s o s d e In d e p e n d e n c ia en la A m é ric a E sp a ñ o ­
la ”, In stitu to N acional d e A n tro p o lo g ía e H istoria-E I C o le g io d e M ichoacán;
M orelia, M ich., M éxico, 1999. D e b o a g ra d e c e r las o b s e rv a c io n e s d e los in­
v e s tig a d o re s del In stitu to Ravignani, R o b e rto Di S te fa n o , N o e m í G o ld m an ,
D a río R oldán, N o r a S o u to y M arcela T ern a v asio . A sim ism o, las ú tile s s u g e ­
re n c ia s d e A n to n io A nnino e n los c o m ie n z o s d e n u e s tr a investig ació n .
1 E. R enán, ¿Qué es u n a nación?, o b . c it., pág. 41.
2 R S. M ancini, Sobre la nacionalidad, o b . c it., pág. 25.
3 “El n a cio n alism o e n g é n d r a la s n a c io n e s, n o a la in v e rs a .” A p ro v e c h a
las c u ltu ra s e x is te n te s , p e r o ta m b ié n " ...e s p o sib le q u e se h aga re v iv ir len ­
g u a s m u e rta s , q u e se in v e n te n tra d ic io n e s , y q u e se r e s ta u r e n e s e n c ia s o r i­
g in a le s c o m p le ta m e n te ficticias." E. G ellner, N a cio n e s y nacionalism o, o b .
c it., p á g . 8 0 . G e lln e r ju z g a e s t a s c a r a c t e r í s ti c a s c o m o un a s p e c t o del
n a c io n a lis m o ‘'c u l t u r a l m e n t e c r e a t i v o e im a g in a tiv o , p o s i t i v a m e n t e
in v e n tiv o ...” N o se e n tie n d e así la c rític a d e A n d e rso n a G e lln e r p o r q u e e s te
ú ltim o h a b ría asim ilad o “in v en c ió n ” a “fa b ric ac ió n " y “ fa ls e d a d ”, m ás q u e a
“im aginación" y “c re a c ió n ” . B. A n d e rso n , Com unidades imaginadas..., ob. cit.,
p á g . 24. S o b re el c o n c e p to d e “in v e n c ió n ”, v é a se , a sim ism o , el y a c ita d o
tr a b a jo d e E ric H o b s b a w m , “ In tr o d u c tio n : In v e n tin g T ra d itio n s ”, e n E.
H o b s b a w m y T. R a n g e r [e d s.], The Invention o f Tradition, ob. cit., esp. págs.
6 y sigts.
■* W e rn e r Sollors, " In tro d u c tio n : T h e Invention o f E th n ic ity ”, en W.
S ollors, e d ., The Invention..., o b . cit.
5 Sim ple a u n q u e aguda o b serv ació n d e E ric H o b sb a w m , que su e le p a sa r
in a d v e rtid a p e se a que sus c o n se c u e n c ia s p a ra la lab o r d e los h is to ria d o re s
so n d e p r im e ra im p o rta n cia. E. H o b sb a w m , ob. c it., pág. 125. V é a s e un

— 19 8 —
N ación y E s t a d o en Ib e r o a m é r ic a

p u n to d e v ista d istin to , q u e s o s tie n e el o rig e n é tn ic o d e la s n a c io n e s, en


A n th o n y D. S m ith, La identidad nacional.... o b . cit., y The Ethnic Origins...,
ob. cit. A sim ism o, A drián H astings, The Construction of..., ob. c it., o b ra e n la
que se e x p o n e una f u e rte crítica a la p o s tu ra s d e los que el a u to r llam a "los
m o d e rn is ta s ” (G e lln e r y H o b s b a w m , e n tr e ello s). En c a m b io , r e s p e c to d e la
a u se n c ia d e h o m o g e n e id a d é tn ic a e n el o rig e n d e las n a c io n e s e u r o p e a s ,
v é a s e un re s u m e n e n C h a rle s Tilly, " S ta te s a n d N a tio n a lis m ...” , o b . cit.
6 La te s is d e la e x is te n c ia d e u n a n ación " id e n tita ria ” e n el Río d e la
P lata in d e p e n d ie n te h a sido s o s te n id a p o r Pilar G o n z ále z B e rn a ld o , "La ‘id e n ­
tid a d n a cio n al’ e n el Río d e la P la ta p o stc o lo n ia l. C o n tin u id a d e s y ru p tu ra s
c o n el a n tig u o ré g im e n ”, Anuario IE H S , N° 12, Tandil, U N C P B A , 1997.
7 V é ase n u e s tr o tra b a jo “ F o rm a s d e id e n tid a d ...”, a r t. c it., e n Boletín
del Instituto.... ob. cit.
8 V é ase n u e s tr o libro Ciudades, provincias, Estados..., o b . cit.
9 V é ase c a p ítu lo II.
10 Jo sé M aría A lv a rez , Instituciones de D ere ch o Real de Castilla y de
Indias, d o s to m o s , M éxico, UNAM, 1982, to m o I, pág. 8 2 del to m o I d e la
re p ro d u c c ió n facsim ilar. La p rim e ra e d ic ió n , en c u a tr o to m o s , a p a re c ió en
G u a te m a la e n tr e 1818 (to m o I), 1819 (to m o s II y III) y 1820 (to m o IV).
11 Emilio Ravignani [c o m p .], Asam bleas..., o b . c it., to m o III, pág. 6 1 9 -
620. (Sesión del C o n g re so N acional C o n s titu y e n te , del 15 d e s e tie m b re de
1826. D u ra n te las se s io n e s del I 5 al 25 d e s e p tie m b re d e 1826 se d is c u tie ­
ro n los a rtíc u lo s 4 , 5 y 6 d e la S ección S e g u n d a del P ro y e c to d e C o n stitu c ió n
d e la R e p ú b lic a A r g e n t in a , e l a b o r a d o p o r la C o m is ió n d e A s u n to s
C o n stitu c io n a le s. El a rtíc u lo 4 e sta b le c ía lo sig u ien te : “S o n c iu d a d a n o s d e la
N a ció n A rg e n tin a : I . to d o s lo s h o m b r e s lib re s, n a c id o s e n su te r r ito rio ; 2.
lo s e x tr a n je ro s , q u e han c o m b a tid o e n lo s e jé rc ito s d e la R epública; 3. los
E sp a ñ o le s e s ta b le c id o s en el p a ís d e s d e a n te s del a ñ o 16, e n q u e se d e c la r ó
s o le m n e m e n te su in d e p e n d e n c ia , q u e se inscriban e n el re g is tro cív ico ; 4.
t o d o e x tr a n je r o a rra ig a d o y c a s a d o e n el país, o c o n o c h o a ñ o s d e re s id e n ­
cia, sin a rra ig a rs e , ni c a s a r s e , q u e o b te n g a c a r ta d e c iu d a d a n ía ”, o b . cit.,
p á g s. 501 y 50 2 .)
12 íd.. págs. 621 y 625.
13 R S. M ancini, o b . c it., págs. 2 7 y 5.
11 íd.. p á g . 4.
15 Id., pág. 4 2 . D efin e al d e r e c h o in te rn a c io n a l c o m o una ra m a d e la
c ie n cia ju ríd ic a q u e se o c u p a d e "la c o e x is te n c ia d e las n a c io n a lid a d e s seg ú n
la ley del d e r e c h o ” (pág. 25).
16 C a y e ta n o Filangieri, Ciencia de la Legislación, 10 to m o s , M adrid,
Im p re n ta d e Ib a rra , 1813, to m o IX, p a r te II, p á g . 2 6 1. D el te x to d e Filangieri
se d e s p re n d e q u e el s e n tim ie n to p ú b lico m áx im o e s el " a m o r d e la P a tria ”,
q u e en la m e d id a e n q u e p o d r ía c o r re s p o n d e r al fu tu ro s e n tim ie n to n a c io ­
nal, lo e s p o rq u e e s tá aludido p o r Filangieri con p a la b ra s d e la usual defini­
ción d e é p o c a d e n a ció n : "La utilidad in estim a b le d e p e r te n e c e r a u n a p a ­
tria , d e d e p e n d e r d e un g o b ie rn o y d e e s ta r a rre g la d o p o r las le y e s ”. P e ro

— 199 —
J osé C ari.o s C h ia r a m o n t e

s e t r a t a d e u n a defin ició n q u e p o d ía c o n v e n ir ta n to a los sú b d ito s d e un


E sta d o in d e p e n d ie n te c o m o a lo s h a b ita n te s d e te r r ito r io s s o m e tid o s a al­
g u n a fo r m a d e d o m in a c ió n e x te r n a , c o m o e ra el c a s o d e las p ro v in c ia s q u e
in te g ra b a n el r e in o d e N á p o le s y las D o s Sicilias.
17 íd., p á g s. 2 6 8 , 2 6 9 y 2 72.
18 Fray B e n ito J e ró n im o F eijóo y M o n te n e g ro , “A n tip a tía d e fra n c e se s
y e s p a ñ o le s ” , “ M apa in te le c tu a l y c o te jo d e n a c io n e s ”, “A m o r d e la P a tria y
pasión n a c io n a l” , O bras escogidas..., o b . cit.
19 A sí, e n u n a c ita q u e h a ce F eijóo d e un t e x t o d e o t r o a u t o r se a d v ie r­
t e la sin o n im ia d e p ro v in cia y n a ció n , y la d istin c ió n , c o m o su je to s d ife re n ­
te s , d e r e y e s y sus n a c io n e s: “ N in g u n a s p ro v in cias, son p a la b ra s d e e s te g ra n
p o lític o , e n tr e c ris tia n o s e s tá n e n tr e sí tr a b a d a s c o n m a y o r c o n fe d e ra c ió n
que C a stilla y Francia, p o r e s t a r a s e n ta d a c o n g ra n d e s s a c ra m e n to s la am is­
ta d d e r e y e s c o n r e y e s y d e n ación c o n n a c ió n .” Feijóo, al c o m e n ta r el p á ­
rra fo , usa, re firié n d o s e a las d isp o sic io n e s a a lia rse, la e x p re sió n “d e r e y a
re y y d e re in o a re in o , p e ro aun d e p a rtic u la re s a p a r tic u la re s ”. B. J. Feijóo,
“A n tip atía d e fra n c e s e s y e s p a ñ o le s ”, o b . c it., p á g . 82.
20 íd., pág. 87.
21 íd., “A m o r d e la p a tria y p a sió n n a c io n a l”, o b . c it., p á g . 141.
22 íd ., págs. 144, 145 y 147.
23 La e x p re s ió n d e F eijóo e s tá c ita d a e n P e d ro A lvarez d e M iranda,
Palabras e ideas..., o b . c it., pág. 2 16.
24 íd., pág. 219.
25 E sta c a re n c ia del s e n tid o p o lítico q u e a d q u irirá la v o z n ación e n el
siglo X IX e s tá e x p re s a d a p o r un h is to ria d o r del siglo XVII e sp a ñ o l e n fo rm a
que re fle ja la c o n fo rm a c ió n p e c u lia r del p ro b le m a e n e s a é p o c a y que se
p u e d e c o n s id e ra r c o m o v á lid a p a ra el siglo sig u ien te : “ ...la n a ció n , c o m o
e n tid a d n a tu ra l q u e e s, no p ro ta g o n iz a d ir e c ta m e n te , n o s a tre v e m o s a d e c ir
q u e ni aun e n fo rm a d e re in o , la h is to ria u n iv ersal. Es a tr a v é s d e la M o n ar­
q u ía c o m o las n a c io n e s d e s e m p e ñ a n su m isión h is tó ric a .” Jo sé M aría Jover,
“S o b re lo s c o n c e p to s de m o n a rq u ía y n ación en el p e n s a m ie n to p o lítico e s ­
pañol d el XV II” , cit. e n R A lv a re z d e M iranda, o b . cit., pág. 2 1 5 . E ste a u to r
a ñ ad e un ilu stra tiv o t e x t o d e G racián : “ ...la m o n a rq u ía d e E spaña, d o n d e las
provincias son m u ch a s, las n a c io n e s d ife re n te s , las lenguas v arias, las inclina­
c io n e s o p u e s ta s , los clim as e n c o n tr a d o s ...” Id., pág. 2 16.
26 “T h e S c ien c e w h ich te a c h e s th e rig h ts a n d d u tie s o f m en a n d o f
s ta te s , has, in m o d e r n tim e s , b e e n called th e L aw o f N a tu re a n d N a tio n s.
U n d e r th is c o m p re h e n s iv e title a r e in clu d e d th e ru le s o f m orality, as th e y
p re s c rib e th e c o n d u c t o f p rív a te m en t o w a r d s e a c h o t h e r in all th e v a rio u s
re la tio n s o f hum an life; as th e y r e g ú la te b o th th e o b e d ie n c e o f c itiz e n s to
th e law s, and th e a u th o rity o f th e m a g istra te in fram ing law s and ad m in isterin g
g o v e rn m e n t; as th e y m odify th e in te rc o u rs e o f in d e p e n d e n t c o m m o n w e a lth s
in p e a c e , a n d p re s c rib e lim its to th e ir hostility o n w ar. T h is im p o rta n t Science
c o m p r e h e n d s only t h a t p a r t o f p rív a te e th ic s w hich is c a p a b le o f being
re d u c e d t o fixed a n d g e n e ra l ru les. It c o n s id e rs only th o s e g e n e ra l p rin cip ies

--- 2 0 0 ----
N ación y E stado en Iberoam érica

o f ju ris p ru d e n c e and politics w h ic h th e w isd o m o f th e law g iv er a d a p ts to


th e p e cu liar situ atio n o f his o w n co u n try , a n d w h ich th e skill o f th e sta te sm a n
ap plies to th e m o re flu ctu atin g a n d infinitely v a ry in g c irc u m s ta n c e s w hich
a ffe c t its im m e d ia te w e lfa re a n d sa fety .” Ja m es M ack in to sh , A D isc o u rse on
the Study o f the Law o f N a tu re and N ations, E d in b u rg h , 1838, pág. 7. Sir
Ja m es M ackintosh ( 17 6 5 - 1832) había g a n ad o re p u ta c ió n p o r su Vindicas Gálicas
(1 7 9 1 ), e s c rita e n r e s p u e s ta al te x to de B urke c o n tr a la R evolución F ra n ­
c esa.
27 “ In tro d u c c ió n al ‘D e C iv e ’”, en N o r b e r to B obbio, Thom as H obbes,
M éxico, FCE, 1992, pág. 71. D e e s a c o r rie n te fue u n a e x c e p c ió n el casi
olvid ad o A ltusio. V é a se O t t o von G ierke, Giovanni Althusius e lo sviluppo stórico
delle teoría politiche giusnaturalistiche, T orm o, Einaudi, 1943.
28 S o b re la sinonim ia, e n el uso d e é p o c a , d e las v o c e s federación y
confederación, v é a s e n u e s tr o tra b a jo “El fe d e ra lism o a rg e n tin o ...” , a r t. cit.
e n M .C arm ag n an i, Federalismos..., o b . cit.
29 V é a s e la d u ra c rític a d e F eijóo: “Sé q u e e s c e le b ra d o p o r su a g u d e ­
za, p e r o ta m b ié n sé q u e e s d e te s t a d o p o r su im p ie d ad : h o m b re q u e q u iso
q u ita r la d e id a d al Rey del C ielo , p a ra c o n s titu ir d e id a d e s los re y e s d e la
t ie r r a ...” , e n “ R e sp o n d e el a u t o r a un te r tu lio q u e d e s e a b a s a b e r su d ic ta ­
m en e n la c u e s tió n d e si e n la p r e n d a del ingenio e x c e d e n unas n a c io n e s a
o t r a s ”, Feijóo, Cartas eruditas, M adrid, E sp a sa -C a lp e , 1944, pág. 182.
30 E l contrato social..., e n J. J. R o u ssea u , O bras selectas, o b . cit., pág.
960.
31 N ó te s e , p o r e jem p lo , q u e Jo sé M iran d a p r á c tic a m e n te no r e g is tr a ­
b a el papel del d e r e c h o n a tu ra l y d e g e n te s, s e a en lo que e sc rib ió s o b re
E sp añ a c o m o s o b re la N u e v a E spaña. Jo sé M iranda, Las ideas y las institucio­
nes p olíticas m exicanas, p rim e ra p a r te , 1 5 2 1 -1 8 2 0 , M éx ico , U n iv e rsid a d
N acional A u tó n o m a d e M éxico, s e g u n d a e d ic ió n , 1978. Lo m ism o p u e d e
o b s e rv a rs e e n un c a s o m ás re c ie n te , la H isto ria d e A m é ric a latina d e la U n i­
v e rsid a d d e C a m b rid g e : Leslie B ethell, e d ., H istoria d e Am érica latina, B ar­
celo n a, C rítica, 1 9 9 1, vols. 4 — Am érica latina colonial: población, sociedad y
cultura — y 5 — La independencia — . En c am b io , un p o co f re c u e n te c a s o de
c o m p r e n s i ó n d e l uso p o lític o d e l i u s n a tu r a l is m o en t i e m p o s d e las
in d e p e n d e n c ia s e s el d e J.R eyes H e ro le s , E l liberalismo mexicano... /., o b .
c it., q u e a b u n d a en te s tim o n io s al r e s p e c to .
32 Tal c o m o fue d e s ta c a d o en el clásico tr a b a jo d e R o b e r t D e ra th é ,
q u ien a d v ie rte q u e p a ra c o m p r e n d e r el C ó n tra to So c ia l n o e s su fic ie n te c o m ­
p a ra r lo c o n las te o r ía s p o lítica s d e V o ltaire y M o n te sq u ie u , o an alizarlo en
re la c ió n con las d e L ocke y H o b b e s: “N o u s n o u s so m m e s p ro p o s é d e m o n tr e r
d a n s c e t o u v ra g e q u e la d o c trin e p o litiq u e d e R o u ssea u e s t issue d ’u n e
ré fle x io n s u r th é o r ie s s o u te n u e s p a r le s p e n s e u rs q u e se ra tta c h e n t á c e
q u 'o n a a p p e lé l’E cole du d r o it d e la n a tu re e t d e s gens. ” R o b e rt D e ra th é ,
Jean-Jacques Rousseau et la Science politique de son temps, París, L ibrairie
P h ilo so p h iq u e J. V rin, 1979, pág. I.
33 “O n tro u v e e n e f fe t dans c e s o u v ra g e s u n e th é o r ie d e l'E ta t, qui, au

201 —
J osé C a r i .o s C iiiaram o ntk

X V IIIe s i é c l e , s ’e s t ¡ m p o s é e á l’E u r o p e e n t i é r e e t a finí p a r r u i n e r


c o m p lé te m e n t la d o c trin e du d r o it divin. C e tt e th é o r ie , d o n t les é lé m e n ts
se tr o u v e n t d é já c h e z G ro tíu s, a é té e x p o s é e d e fa^on plus s y s té m a tíq u e e t
plus c o m p lé te p a r P u fe n d o rf, puís p a r W olff. Les a u te u rs d e se c o n d plan se
b o r n e n t á r e p r o d u ir e sans c h a n g e m e n t la d o c trin e d e c e s deux p e n s e u rs .”
íd., p á g . 27.
34 E n riq u e W h e a to n , Historia de los progresos del Derecho de Gentes en
Europa y América, desde la P a z de W estfalia hasta nuestros días, con una intro­
d u cción sobre los progresos del D erecho de G entes en E u rop a antes de la Paz de
Westfalia, 3 a e d ., tra d u c id a y a u m e n ta d a c o n un a p é n d ic e p o r C a rlo s C alvo,
París, 1861 (la la . ed. e s d e 1841), to m o p r im e r o , pág. 126.
35 íd., pág. I 34.
36 V é ase e s te c o m e n ta rio d e W h e a to n : “ P o co tie m p o a n te s d e la p u ­
blicación d e l tr a ta d o d e V attel, a p a re c ió el Espíritu de las leyes, o b r a d e un
alc an c e ta n d if e r e n te d e las d e los p u b lic istas fo rm a d o s e n la e s c u e la d e
G ro c io y d e P u fe n d o rf, q u e h a d a d o , se g ú n la o p in ió n d e alg u n o s, el g o lp e
d e m u e r te al e s tu d io d e la c ien cia d e la ju ris p ru d e n c ia n a tu ra l...” E. W h e a to n ,
o b . cit., to m o p r im e ro , pág. 2 3 4 . Sin e m b a rg o , M ackintosh, al p a s a r re v is ta
al p e n s a m ie n to p o lítico d el siglo XVIII, y lu eg o d e e x p o n e r algunas c rític a s a
M o n te sq u ie u , e s c rib e q u e , p e se a to d o , D el espíritu de las leyes p e r d u r a r á
“no sólo c o m o uno d e los m ás só lid o s y d u r a d e r o s m o n u m e n to s al p o d e r d e
la m e n te h u m a n a , sino ta m b ié n c o m o u n a n o ta b le e v id e n c ia d e las in e s ti­
m a b le s v e n ta ja s q u e la filosofía po lítica p u e d e re c ib ir d e u n a a m p lia rev isió n
d e las va ria d as c o n d ic io n e s d e la s o c ie d a d h u m a n a ”. J. M a c k in to sh , o b . cit.,
p á g . 28.
37 U n e je m p lo d e lo q u e a p u n ta m o s en la h isto rio g ra fía a rg e n tin a e s
n u e s tra c o n c e n tra c ió n del in te r é s e n el v ínculo d e l p e n s a m ie n to d e M ariano
M o re n o co n el d e R o u ssea u , d e sc u id a n d o el fu e rte m a rc o iu sn a tu ra lis ta d e
sus e sc rito s en el q u e se in s e rta el m ism o , sin p e rju ic io incluso d e a p a rta rs e
d e R ousseau en c u e s tio n e s co m o la del c o n tra c tu a lis m o al e m p le a r la figura
del p a c to d e su je ció n . V é an se sus a rtíc u lo s e n la G azeta de Buenos Ayres, de
n o v ie m b re d e 1810.
38 G a e ta n o M o sca, Sto ria delle dottrine politiche, c it. en N o r b e r to
Bobbio y M ichelangelo B o v e ro , Origen y fundam entos del poder político, M éxi­
c o , G rijalbo, 2 a e d ., 1966, P rim e ra P a rte , N o r b e r to B obbio, “El P o d e r y el
D e r e c h o ”, pág. 20.
39 C o m o se h a o b s e rv a d o a c e r ta d a m e n te , se h a h e c h o un c an o n q u e
v a d e H o b b e s a L ocke, R ousseau y Mili, q u e ha d o m in a d o tra d ic io n a lm e n te
los e stu d io s a ca d ém ico s. E sto d esc u id a las figuras m e n o re s, que p u e d en h a b e r
e s ta d o m u c h o m ás e n la m e n te d e u n a g ra n figura que un d is ta n te “g r a n d e ”.
A sim ism o: “ B esides m issing 'm in o r fig u re s’, a n g lo p h o n e th e o r i s t s also m iss
‘g r e a t ’ fig u res fro m o t h e r lan g u ag es, su c h as P u fe n d o rf, w h o has b e e n th e
su b je c t o f a revival only re ce n tly .” John C h ristian L aursen, “Intellectual H isto ry
in Political T h e o r y ” , en Intellectual New s, ISIH, NE I, o to ñ o 1996, pág. 19.
40 R. D e ra th é , ob. cit., pág. 30.

--- 2 0 2 ----
N a c ió n y E st ad o en I b e r o a m é r ic a

41 V é ase H e lm u t C o in g , “ Las fa c u lta d e s d e d e r e c h o en el siglo d e las


lu ces (o d e la Ilu stra c ió n )”, Revista de la Facultad de Derecho de la Universi­
dad Com plutense de M adrid, vol. XV, N° 42, 1971.
42 R. D e ra th é , o b . c it., págs. 30 y sigts.
43 V attel, Le droit de gen s ..., ob. cit.
44 R. D e ra th é , o b . cit., lug. cit.
45 A n to n io C a m te s G o u v e ia , “ E stra té g ia s d e I n t e r i o r iz a d o d a D isci­
plina” , en A n to n io M anuel H e sp a n h a [c o o rd .], O Antigo Regime (1 6 2 0 -1 6 8 7 ),
vol. c u a rto d e Jo s é M a tto s so [dir.], H istoria de Portugal, p á g s. 375 y 384.
46 C its. e n A. Ja ra A n d re u , o b . cit., págs. 4 9 y 155. A sim ism o, el a u to r
d e uno d e los te x to s r e c o m e n d a d o s p a ra la e n s e ñ a n z a del d e r e c h o n a tu ra l
a ju s ta d a a la religión c ató lica, A lm icus, d e c la ra b a que sin el d e re c h o n a tu ra l
n o p o d ría n s o s te n e r s e ni la s o c ie d a d ni los in dividuo s “...p o rq u e to d o lo q u e
c o n trib u y e a la salud, c o m o d id a d y p e rfe c c ió n d e la so c ie d a d h u m a n a y d e
to d o el g é n e r o h u m a n o , e s tá p r e s c r ito p o r el D e re c h o n a tu ra l: y to d o lo
q u e , p o r el c o n tra rio , tie n d e a su c o rru p c ió n y d e s tru c c ió n e s t á p ro h ib id o
p o r el m ism o D e r e c h o ”. C it. en Id., p á g . I 53.
47 Real d e c r e to d e l 19 d e E n e ro d e I 7 7 0 p o r el cual C a rlo s III r e s ta ­
b lec ía los R eales E stu d io s del C o leg io Im perial d e la C o rte , a n te r io r m e n te a
c a rg o d e los jesu íta s. N ovísim a Recopilación, tít., II, ley III.
48 V é a se Ia p rim e ra in te r p r e ta c ió n e n R . H err, Esp a ñ a y Ia revolución...,
o b . cit., pág. 149, y su c rític a p o r A . Ja ra A n d re u , o b . c it., pág s. 2 4 0 y sigts.
P a ra J a ra A n d re u , la iniciativa d e C a rlo s III h a b ría te n id o un o b je tiv o m ás
c o m b a tiv o : “ P o r p a ra d ó jic o que p a r e z c a h a b ría que c o n c lu ir q u e t a n t o el
.e s ta b le c im ie n to d e las c á te d r a s d e D e re c h o n a tu ra l y D e re c h o p úblico, en
'e l re in a d o d e C a rlo s III, c o m o su su p re sió n en el d e C a rlo s IV, o b e d e c e n al
m ism o p ro p ó s ito y se su stan cian en el se n o d e un m ism o p ro c e s o id e o ló g i­
c o , c u y o fin e s im p e d ir la d ifu sió n d e un iu s n a tu r a lis m o ra c io n a lis ta ,
s e c u la riz a d o y, p o te n c ia lm e n te , re v o lu c io n a rio .” A. Ja ra A n d re u , ob. cit.,
p á g . 89.
49 N o vísim a recopilación..., o b . cit., 23 d e m ay o d e 1767, VIII, IV, III,
pág. 18.
50 J. Marín y M en d o za, H istoria del Derecho..., ob. cit., pág. 24.
51 R. H e rr, E sp a ñ a y la revolución..., ob. cit., pág. 147. La o b r a d e
H e in e c c io , q u e g o z a b a d e am plio p re stig io , e r a c o n s id e r a d a c o m o te x to
b á sico p a ra una c á te d r a d e d e re c h o n a tu ra l y d e g e n te s p o r M ayáns, en
I 767, e n su p r o p u e s ta d e un plan d e e s tu d io s p a r a la r e fo rm a d e la u n iv e rsi­
d a d . P e se a la inclin ació n p o r H e in e c c io , M ayáns a c o n s e ja b a u n a p re v ia
e x p u rg a c ió n del te x to . A. Ja ra A n d re u , o b . cit., p á g . 43.
52 Fray S e rv a n d o T ere sa d e M ier, H istoria de la revolución d e N ueva
España, antiguam ente Anóhuac, o verdadero origen y cau sas de ella con la rela­
ción de sus progresos hasta el presente año de 1813, e d ic ió n facsim ilar, M éxi­
c o , In stitu to M exicano d e S eg u rid ad Social, 19 8 0 , pág s. 4 5 -4 6 . R e sp e cto d e
la p o s tu ra d e P u fe n d o rf, v é a s e su De la obligación..., ob. cit., pág. 225 y
sig ts., 2 3 0 y sigts.

— 203 —
Josfi C a r l o s C iiia k a m q n tk

53 A. Ja ra A n d re u , ob. cit., pág. 76.


54 G. M. d e Jo v e lla n o s, Carta al Dr. Prado sobre el m étodo de estudiar el
Derecho, cit. e n A. J a ra A n d re u , o b . c it., p á g . 8 1. A sim ism o: “ ...L a é tic a , o r a
se c o n s id e r e sim p le m e n te c o m o la c ie n cia d e las c o s tu m b re s , o r a c o m o la
q u e d e te r m in a las o b lig a c io n e s n a tu ra le s y civiles d el h o m b r e , en v u elv e n e ­
c e s a ria m e n te en sí la n o c ió n del D e re c h o n a tu ra l, d e d o n d e se d e riv a n su s
prin cip io s; del d e g e n te s , q u e tie n e el m ism o o rig e n , o m á s p r o p ia m e n te e s
uno c o n él, y del D e r e c h o social d e riv a d o d e e n tra m b o s ." G a sp a r M elch o r
d e Jov ellan o s, " M em o ria s o b r e e d u ca ció n p ública o s e a tr a ta d o te ó r ic o -p rá c -
tic o d e e n s e ñ a n z a ..." , e n Jovellanos, O b ra s escogidas, t. II, M adrid, E spasa-
C a lp e , 1935, pág. 107.
55 íd., pág. I 32.
56 A. J a r a A n d re u , o b . cit., págs. 8 1 y 84. G . M. d e Jo v e lla n o s, o b . cit.,
p á g . 1 10.
57 José C a d also , Los eruditos a la violeta o curso com pleto de todas las
ciencias dividido en siete lecciones para los siete d ías de la sem ana, publícase
en obsequio de los que pretenden saber mucho, estudiando poco, en Jo sé C a ­
da lso , O b ras escogidas, B arcelo n a, B ib lio teca C lásica E spañola, 18 8 5 . V é ase
“Ju e v e s, C u a r ta lec ció n , D e re c h o natural y d e g e n te s " , págs. 215 a 2 18.
A sim ism o, págs. 292 y 308.
58 F. P é r e z Bayer, Por la libertad de la literatura española... [1 7 8 5 ], cit.
p o r M a rian o P e s e t-J o s é Luis P e se t, La universidad española (siglos X V III y
X IX ) , M adrid, T au ru s, 1974, pág. 178.
59 C a r lo s IV, Real O r d e n d el 3 1 d e julio d e I 794, e n N ovísim a recopila­
ción, tít. IV, ley V.
60 C a rlo s IV, Real O rd e n del 25 d e o c tu b r e d e I 7 94, e n N ovísim a re co ­
pilación, tit. IV, ley VI.
61 R. K re b s W ilc re n s, El pensam iento histórico, político y económ ico del
C ond e de C am pom anes, C hile, 1960, cit. e n A. J a ra A n d re u , o b . cit., pág.
2 45.
62 R. H e rr, ob. cit., págs. 3 10 y 3 I I .
63 A n to n io S áenz, Instituciones..., ob. cit., pág. 66. Sáenz r e p ro d u c e el
p asaje e n q u e P u fe n d o rf se ñ a la que p a ra q u e se fo rm e un E stad o “se n e c e ­
sitan d o s p a c to s y un d e c r e to " . Sam uel von P u fe n d o rf, De la obligación del
h om bre y del ciudadano según la ley natural en dos libros, d o s to m o s , C ó r d o ­
ba, U n iv e rsid a d N acional d e C ó rd o b a , 1980 [P rim e ra e d ic ió n , C a m b rid g e ,
1682], pág. 209.
64 " In fo rm e d e la C o m isió n n o m b ra d a p a ra c e n s u ra r el c u rs o d e d e r e ­
c h o n a tu ra l d ic ta d o p o r el D o c t o r D on A n to n io S á e n z ...", en A n to n io S áenz,
ob. cit., pág. I I . La C o m isió n re p itió te x tu a lm e n te un p á rra fo del a rtíc u lo
" D e re c h o N atural" d e la Enciclopedia: v é a s e " D e r e c h o N atural o D e re c h o
d e la N a tu ra le z a " , en D enis D id e r o ty je a n Le R ond D ’A le m b e rt, La Enciclope­
dia (selección de artículos políticos), M adrid, T ecn o s, 1986, pág. 41.
65 Jo sé M. M ariluz U rq u ijo , "El d e r e c h o n a tu ra l c o m o c rític a del d e r e ­
c h o v ig en te e n el s e te c ie n to s r io p la te n s e ” , Revista de H istoria del Derecho,

— 20 4 —
N a c i ó n y E s t a d » k n I i i i í k o a m /í k i c a

In stitu to d e In v e stig a cio n e s d e H isto ria del D e re c h o , N ° 18, B u e n o s A ires,


1990, pág. 216.
66 O tr o s te s tim o n io s d e in v o cació n del d e r e c h o n a tu ra l se re g istra n
e n I 733, I 768, 1778, y en o tr a s o c a s io n e s. íd., págs. 220 y 2 2 2 . N o e s tá de
m ás r e c o r d a r que se t r a t a del m ism o tip o d e a le g a to del A y u n ta m ie n to de
M éxico c u a n d o , en 1771, a b o g a p o r los d e re c h o s d e los nativ o s a los e m ­
p leos p ú b lico s: "...la provisión d e los n a tu ra le s c o n e x clu sió n d e los e x tr a ­
ños e s una m áxim a a p o y a d a p o r las L eyes d e to d o s los R einos, a d o p ta d a p o r
to d a s las n a c io n e s, d ic ta d a p o r se n c illo s p rin cip io s, que fo rm a n la razón na ­
tural, e im p re sa en los c o ra z o n e s y v o to s d e los h o m b re s . Es un d e r e c h o
q u e sino p o d e m o s g r a d u a r d e n a tu ra l p rim a rio , e s sin d u d a co m ú n d e to d a s
las Gentes, y p o r e so d e sa c ra tís im a o b se rv a n c ia ." [subr. n u e stro ] E sto, sin
p e rju ic io d e a p e la r ta m b ié n al d e r e c h o p o sitiv o in v o c a n d o las ley e s 4 a y 5a
tít. 3, lib. I d e la R ecopilación d e C astilla. " R e p re s e n ta c ió n q u e hizo la c iu ­
d a d d e M éxico al r e y D. C a rlo s III en I 7 7 1 s o b r e q u e lo s c rio llo s d e b e n s e r
p re fe rid o s a los e u r o p e o s e n la d istrib u c ió n d e e m p le o s y b e n e fic io s d e e s ­
to s re in o s ”, en J. E. H e rn á n d e z y D ávalos, Colección de D o cu m e n to s para la
Historia de la Guerra de Independencia de M é xico de 1 8 08 a 1821, M éxico,
1877, to m o I, pág . 4 29.
67 V íc to r T a u A n z o á te g u i, C asuism o y sistema, Indagación histórica s o ­
bre el espíritu del D erecho Indiano, B u e n o s A ire s, In stitu to d e In v e stig a cio n e s
d e H isto ria del D e re c h o , 1992. El a u to r c ita a G a rc ía G allo, q u e h a p u e s to
d e re liev e la p re se n c ia d e d e re c h o n a tu ra l e n los c o m ie n z o s d e la c o lo n iz a ­
ción a m e ric a n a. íd., pág. 186. En Lima, a fines del siglo XVIII, R odríguez de
M e n d o z a s o s te n ía q u e "el d e r e c h o n a tu ra l e s el fu n d a m e n to de to d a legisla­
ción. La s a b id u ría y la justicia d e las ley e s p ositivas se d e b e n calcu lar p o r la
m a y o r o m e n o r c o n fo rm id a d q u e tie n e n c o n él". Id., p á g . 303.
68 " E n tre ta n to s e sa n cio n a el plan g e n e ra l d e e stu d io s , se c o n c e d e la
facultad d e e s ta b le c e r c á te d r a s d e d e r e c h o n a tu ra l, civil y c a n ó n ic o a to d o s
los co le g io s d e la nación, que n o las te n g a , b a jo las re g la s q u e se d ie ro n al
sem in ario d e V alladolid, y d e m á s leyes v ig e n te s .” En “ Colección de órdenes y
decretos de la Soberana Junta Provisional gubernativa y Soberanos Congresos
Generales de la N a ció n M exicana, Tomo II, que comprende los del primer co ns­
tituyente, Segu nda edición corregida y aum entada [...] M éxico, 1 8 2 9 " [...], cit.
p o r J o rg e M ario G a rc ía L aguardia y M aría del Refugio G o n z ále z, "Significado
y p ro y e c c ió n h isp a n o a m e ric a n a d e la o b r a d e Jo sé M aría A lv a re z ”, e stu d io
p re lim in a r a Jo sé M aría A lv a re z , o b . c it., T. I, pág. 47.
65 íd., págs. 4 8 y 49.
70 J. M. Á lv a rez , o b . cit., pág. 4 9 .
71 L a G azeta de Buenos Ayres, t o m o V, 2 d e abril d e 18 17 y 3 d e e n e r o
d e 1818.
72 E sp a ñ a “ ...re c la m a su o b e d ie n c ia [de las co lo n ia s re b e ld e s ], p e ro
ín te rin d is p u ta tal p re te n s ió n , d e b e o b s e r v a r las leyes que son o b lig a to ria s a
las n a c io n e s q u e s o s tie n e n la g u e rra m u tu a m e n te . V attel (lib ro 3 s. 293)
e s ta b le c e e x p r e s a m e n te la d o c trin a d e q u e una g u e rra civil p r o d u c e e n u n a

— 205 —
JosP. C a r l o s C h ia r a m o n th

nació n d o s p a rtid o s in d e p e n d ie n te s , q u e p o r el tie m p o q u e d u ra s e d e b e n


s e r c o n s id e ra d o s c o m o e s ta d o s d iv e rs o s , sin n ingun a s u p e rio rid a d e n el t e ­
rrito rio ; y d e a q u í in fiere, q u e las ley es d e la g u e rra d e b e n se r o b s e rv a d a s d e
a m b a s p a rte s . ...U n p rin cip io c o m o é s t e que e s v a le d e ro e n to d a s las g u e ­
r r a s civiles d e b e a p lic a rse c o n m ás q u e c o m ú n fu e rz a a u n a d is p u ta ta l c o m o
la d e E spaña y su s c o lo n ia s, d o n d e la c o n tie n d a n o e s t á e n tr e d o s fa cc io n e s
e n un re in o , sin o e n t r e d o s d is tin to s m ie m b ro s d e l q u e fue e n o t r o tie m p o
un im p e rio — e n tr e p ro v in c ia s h a sta a h o ra d e p e n d ie n te s , y p ro v in cias a c o s ­
tu m b ra d a s a e je r c e r una a u to rid a d s u p r e m a ...”, La G azeta de Buenos Ayres,
to m o V, 5 d e m ay o d e 1819.
73 "...L u e g o q u e el m o v im ie n to to m ó una fo rm a só lid a y p e rm a n e n te ,
d e m a n e ra q u e h a c ía p ro b a b le el b u e n é x ito d e las p ro v in cias, se les e x te n ­
d ie ro n a q u ello s d e r e c h o s , q u e p o r la ley d e las n a c io n e s les c o m p e tía n , c o m o
p a r te s ¡guales e n u n a g u e r r a civil [...] B u e n o s A ire s to m ó aq u el ra n g o p o r
u n a form al d e c la ra c ió n e n 1816, y lo h a b ía g o z a d o d e s d e 1810, lib re d e
invasión d e la P e n ín su la ...” M ensaje del P re s id e n te M o n ro e al C o n g re s o s o ­
b re el r e c o n o c im ie n to d e la in d e p e n d e n c ia d e los n u e v o s e s t a d o s d e A m é ri­
c a del Sur, Argos de Buenos Ayres, to m o II, 29 d e m a y o d e 1822.
74 R e fle x io n es s o b r e la in c o rp o ra c ió n d e la B a n d a O rie n ta l a P ortugal,
Argos de Buenos Ayres, T. III, 15 d e e n e ro d e I 8 2 3 , pág 19. Es d e n o ta r que el
a rtíc u lo , al s o s te n e r m ás a d e la n te q u e p o r su consentim iento inicial a f o r m a r
un a n ació n c o n las d e m á s p ro v in cias, la B anda O rie n ta l no p o d ía a b a n d o n a r
su a so c ia c ió n c o n ellas, r e c u r r e al m ism o d e re c h o d e g e n te s p a r a o p o n e r s e
a q u ie n e s lo usan p a ra d e f e n d e r el d e r e c h o a u to n ó m ic o d e aquella p ro v in ­
cia. En to d o los c a s o s, e s e v id e n te la a u se n c ia del p rin c ip io d e las nacio n ali­
dades.
75 A rtícu lo d e El verdadero amigo del país c ita d o p o r El Argos de B uen os
Aires, to m o III, 3 d e m ay o d e 1823, pág. 149.
76 “...u n a n ació n o un e s ta d o c u a lq u ie ra no p u d ie n d o c e le b r a r un t r a ­
ta d o , s e a el q u e fu e se c o n tra rio al que lo liga a n te r io r m e n te , no p u e d e p o ­
n e rs e b ajo la p r o te c c ió n d e o tr o , sin r e s e r v a r to d a s su s alianzas, y t o d o s su s
tr a ta d o s s u b s is te n te s , p o rq u e la c o n v e n c ió n p o r la cual un e s ta d o se p o n e
b ajo la p ro te c c ió n d e o tr o e s un t r a t a d o .” A rtícu lo s o b r e la in c o rp o ra c ió n
d e la B anda O rie n ta l al Im perio del Brasil, El Argos de Buenos Ayres, t o m o III,
2 9 d e o c tu b r e d e 18 2 3 , p ág 356.
77 A. S á e n z, o b . c it., pág. 61.
78 A . S á e n z , o b . c it ., p á g . 143. S e g ú n V a tte l, p a tr i a “ ...s ig n ifie
c o m m u n é m e n t l'É ta t d o n t o n e s t m e m b r e ”. Y a g re g a q u e é s e e s el s e n tid o
c o n q u e lo u sa en su o b r a . E. V attel, o b , cit, I, p á g . 3 30. La m ism a d efinición
se e n c u e n tr a e n un m a n u s c rito d e 1830, a p a r e n te m e n te d e un a lu m n o d e
los c u r s o s d e d e r e c h o d e g e n te s : “Patria : Significa el E sta d o del cual s o m o s
m ie m b ro s. En e s t e s e n tid o d e b e c o m p r e n d e r s e e n el d e r e c h o d e G e n te s .”
“ R ecopilación d e V arios P rincipios d e d e r e c h o Civil, d e G e n te s y P olítico
[...] A ño 1830. B u e n o s A ire s ”, e n M afalda V ic to ria D íaz-M elián, “ U na a n ó n i­
m a ‘R ecopilación d e v a rio s p rin c ip io s d e d e r e c h o civil, d e g e n te s y p o lític o ’.

— 206 —
N a c ió n y E s t a d o en I b e r o a m é r ic a

C o n v a rio s d e ta lle s d e ley e s, y p e rs o n a je s d e la re p ú b lic a r o m a n a ”, Revis­


ta de H istoria del Derecho “R icardo Levene", N° 3 I , B u e n o s A ires, 1995,
pág. 2 5 7 .
79 S á e n z n o c o m p a r te el p u n to d e v ista d e m u c h o s p u b lic istas q u e
s u p o n e n a la s o b e ra n ía indivisible e in alien a b le . “ N o s o tr o s — -c o m e n ta —
o b s e rv a m o s q u e estas c u e s tio n e s no se s o s tie n e n , sin o a c o s ta de un ju eg o
d e v o c e s p e s a d o y fa stid io so ..." R e sp e c to del fe d e ra lism o , lo t r a t a e n un
b re v e p a rág ra fo e n el q u e lo d e fin e d e la sig u ie n te m a n e ra : “ La F e d e ra c ió n
e s c o m ú n a las R epúblicas y a las M o n a rq u ías. El e s ta d o fe d e ra tiv o e s una
re u n ió n d e d is tin to s e s ta d o s s o b e ra n o s e in d e p e n d ie n te s , q u e se ligan e n tr e
sí con u n a alianza p e r p e tu a b a jo d e c ie r to s c o n v en io s, d e ja n d o libre la a d m i­
n istra c ió n in te r io r d e c a d a u n o .” D e fin ic ió n a la q u e sig u e el a c o s tu m b ra d o
análisis d e los c a s o s h is tó ric o s clásicos. A . S áenz, ob. c it., pág s. 69 y 127.
80 íd., pág. 131.
01 “El M e m o ria l” [d e lo s p u e b lo s d e la c a m p a ñ a d e B u en o s A ires],
Luján, I 0 d e julio d e 1820, e n G re g o rio F. R o d ríg u ez, Contribución H istórica
y Docum ental, to m o I, B u en o s A ires, P e u se r, 1921, pág. 244 y sigts. El d o c u ­
m e n to fu e firm a d o p o r los d ip u ta d o s d e P e rg a m in o , B a ra d e ro , S a lto , San
A n to n io d e A r e c o , San N icolás, N a v a rro , P u e b lo d e la C ru z , Luján, Pilar, San
Isidro y L as C o n c h a s , fa lta n d o las f irm a s d e los d e San P e d r o y A rre c ife s p o r
ha lla rse e n co m isió n .
82 íd., pág. 66.
83 A n d ré s Bello, D ere cho Internacional..., I., o b . cit.
84 íd., pág. 6.
85 V é ase el p á rra fo e n el q u e B ello re s u m e la d iv ersid a d d e situ a c io n e s
c o m p a tib le s c o n la c alid ad d e in d e p e n d e n c ia s o b e ra n a , t e x t o q u e a y u d a a
c o m p r e n d e r có m o la d ic o to m ía colonia-nación independiente e s in su ficie n te
p a ra d a r c u e n ta d e la v a rie d a d d e “s o b e r a n ía s ” d e s a ta d a s p o r las in d e p e n ­
d e n c ia s . A. Bello, o b . cit., p á g . 35. En c u a n to al te x to sim ilar d e V attel, o b .
c it., t o m o I, lib. I, c ap . I, § 4, Q u e ls s o n t les E tats so u v e ra in s , p á g . 123 y
sigts. En el p ró lo g o a la p rim e ra e d ic ió n d e su lib ro , Bello d e s ta c a a V attel y
a M arten s e n tr e las p rin cip ale s a u to rid a d e s a las q u e ha se g u id o en m a te ria
d e d o c trin a . “ P ró lo g o d e la p r im e r a e d ic ió n , 1832", en A. Bello, ob. c it.,
pág s. 4 y 5.
86 R P ra d ie r-F o d é ré , “A v a n t- P ro p o s ”, en E. V attel, o b . c it., T. I, pág.
VIII; W h e a to n , H istoria de los progresos del Derecho de Gentes.., ob. cit.,
T om o P rim e ro , pág. 376; J. M arín y M en d o za, o b . cit., p á g .4 8 ;J . M ackintosh,
o b . cit., pág. 30; A n to n io Jo sé d e Irisarri, “A d v e rte n c ia ” a A n d ré s Bello, Prin­
cipios de D ere ch o Internacional, t e r c e r a e d ic ió n a u m e n ta d a y c o rre g id a p o r
el a u to r, P a rís, G a rn ie r H n o s., 1873, pág. 6 — el a u to r d e e s t e c o m e n ta rio
no d e ja d e a d v e r tir la d e sa c tu a liz a c ió n d e V attel p a ra los a c o n te c im ie n to s
del siglo X IX a m e ric a n o (íd., pág. 7). S o b re la ubicació n d e V attel e n las
c o rrie n te s iu sn a tu ra lista s, v é a s e R. D e ra th é , ob. cit., págs. 27 y sigts.
87 R P ra d ie r-F o d é ré , "A v a n t-P ro p o s”, o b . cit., pág. VIII. R e sp e c to de
W olff, v é a s e C h ristia n W olff, Institutions du Droit.... ob. cit.

— 207
Josft C a r i .o s C h ia r a m o n tk

88 J. R e y es H e ro le s , ob. cit., passim ; E d u ard o Plaza A., “ In tro d u c c ió n "


a A n d ré s Bello, o b . c it., pág. XCV; A le ja n d ro E. P arada, El m undo del libro y
de la lectura durante la época de Rivadavia. U na aproxim ación a través de los
avisos de La G a c e ta M e rca n til (1 8 2 3 -1 8 2 8 ), B uen o s A ires, C u a d e rn o s de
B iblio teco lo g ía N ° I 7, In stitu to d e In v e stig a cio n e s B iblio teco ló g icas, Facul­
t a d d e F ilosofía y L e tra s, UBA, 1998, p á g s. 131 y 136; M aría M e d ian e ira
Padoim , “O fed era lism o no esp a g o fro n teiriq o p latin o . A re v o lu ^ áo farro u p ilh a
( 18 3 5 - 18 4 5 )” , te sis d e d o c to r a d o , inédita, U niversidade F ed eral d o Rio G ra n ­
d e d o Sul, P o rto A le g re, 19 9 9 , d e la q u e , p o r c o r te s ía d e la a u to ra , h e to m a ­
d o la in fo rm a c ió n . En c u a n to a Brasil, ya Jo sé d a Silva L isboa, v izc o n d e d e
C airú , m o s tr a b a c o n o c e r la o b r a d e V attel q u e influyó e n a lgunos d e sus
e s c rito s ta le s c o m o “ D e fe s a d a R eclam agáo d o B rasil" y el “M em orial a p o lo ­
g é tic o d a s R e d a m a q ó e s d o B rasil". Jo su é M on tello , H istoria da independencia
do Brasil, Río d e Ja n e iro , A C a sa d o Livro, 19 7 2 , 4 vols, vol. I , p . 166.
89 “ R eunión s e c r e ta d e la Ju n ta d e R e p re s e n ta n te s d e la p ro v in c ia de
B uenos A ire s ...” , e n E. Ravignani [c o m p .], Asambleas..., ob. cit., to m o p ri­
m e ro , 18 12 -1 8 3 3 , p á g s. 8 6 6 y 8 67.
90 E. Ravignani [c o m p .], Asambleas..., o b . cit., to m o t e r c e r o , 1 8 2 6 -
1827, d isc u rso d e los d ip u ta d o s P ortillo , pág. 39, y V alentín G ó m e z , págs.
14 6 y 2 1 I.
91 D isc u rso s d e l m in istro d e G o b ie rn o y d el m ie m b ro in fo rm a n te d e la
co m isió n e n c a rg a d a d e re v is a r el T ratad o d e 183 I , e n la re u n ió n s e c r e t a d e
la Ju n ta d e R e p re s e n ta n te s d e la p ro v in c ia d e B u e n o s A ire s, se sió n del 22 d e
e n e r o d e 1831, e n Emilio Ravignani [c o m p .]. Asambleas..., o b . cit., to m o
p rim e ro , 1 8 1 3 -1 8 3 3 , B u e n o s A ire s, In s titu to d e In v e stig a cio n e s H istó rica s,
F acu ltad d e F ilosofía y L e tr a s , U n iv e rsid ad d e B u en o s A ires, 19 3 7 , p ág s. 863
y 8 6 4 . S o b re el c a r á c te r d e n e g o c ia c io n e s d ip lo m á tic a s q u e a su m ie ro n e x ­
p líc ita m e n te la s re u n io n e s d e las p ro v in cias a rg e n tin a s y su a ju s te al d e re c h o
in te rn a c io n a l, lu eg o del fra c a so d el C o n g re s o C o n s titu y e n te d e 1824-1827,
v é a se ta m b ié n n u e s tr o c ita d o tra b a jo “El fe d e ra lism o a rg e n tin o en la p r im e ­
r a m itad del siglo X IX ” .
92 En c a r ta a R osas del 4 d e d ic ie m b re d e 1846, T om ás M anuel d e
A n c h o re n a c o m e n ta b a q u e en 18 14 en B u en o s A ire s no se p o d ía h a b la r d e
fe d e ra c ió n . “E n to n c e s el q u e un p o r te ñ o h a b la s e d e fe d e ra c ió n e r a un c ri­
m e n . A mí m e m ira b an a lg u n o s d e los d ip u ta d o s c u í c o s y p ro v in cian o s c o n
g ra n p re v e n c ió n , p o r q u e algunas v e c e s les llegué a in d ic a r que sería el parti­
do que tendría al fin que tomar Buenos Aires para preservarse de las funestas
consecuencias a que lo exponía esa enem istad que m anifestaban contra él. El
g rito d e fe d e ra c ió n e m p e z ó a r e s o n a r en las p ro v in cias in te r io r e s a c o n s e ­
cuencia d e la r e f o r m a lu te ra n a (sic) q u e e m p re n d ió d o n B e rn a rd in o R ivada­
v ia...” Cit. en E n riq u e M. B arba, “O ríg e n e s y crisis del fe d e ra lism o a rg e n ­
tin o " , Unitarios y Federales, Revista de Historia, N° 2, B u e n o s A ires, 1957,
pág. 4.
93 M a n ifesta cio n e s del d ip u ta d o d e B u en o s A ire s, R am ón O la v a rrie ta ,
en el se n tid o que “ ...e s te c u e rp o e ra m e ra m e n te d ip lo m á tic o ..." , V igésim a

— 20 8 —
N a c ió n y Ií s t a d o un I iiiík o am é k ica

c u a rta re u n ió n d e la c o m isió n re p re s e n ta tiv a ..., I 7 d e f e b re r o d e 1832, en


E. Ravignani (c o m p .), Relaciones interprovinciales, La L ig a del Litoral (1 8 2 9 -
1833), D o c u m e n to s p a ra la H isto ria A rg e n tin a , to m o X V B u e n o s A ire s, 19 22,
p á g . 3 47. En c u a n to a B a rto lo m é M itre, al s o s te n e r q u e el A c u e r d o d e San
N icolás c r e a b a un p o d e r d e s p ó tic o , a p elab a a “los p rin c ip io s g e n e ra le s d e
buen g o b ie rn o , las re g la s d e n u e s tr o d e r e c h o e s c rito , y las b a s e s fu n d a m e n ­
ta le s d el d e r e c h o n a tu ra l” . Y m ás a d e la n te : “ La a u to rid a d c r e a d a p o r el a c u e r­
d o d e San N icolás no se funda so b re el d e r e c h o n a tu ra l, d e s d e q u e e s u n a
a u to rid a d d e s p ó tic a , sin re g la s, sin ley, sin lím ites, sin c o n tr a p e s o . Es u n a
a u to rid a d m a y o r q u e la d el p u e b lo , y m á s fu e rte q u e la lib e rta d . P o r e s to e s
c o n tr a n a tu ra le z a ” (p ág . 14). A sim ism o: “ ...e s a a u to rid a d e s in a c e p ta b le , p o r­
que e s c o n tra el d e r e c h o e s c rito y c o n tra el d e r e c h o n a tu ra l, y p o rq u e ni el
p u e b lo m ism o p u e d e c r e a r la .” B a rto lo m é M itre, “ D isc u rso c o n tr a el a c u e r ­
d o d e San N ico lás, Junio 21 d e 1852”, e n Arengas, to m o p rim e r o , B uenos
A ire s, B ib lio teca d e La Nación, 1902, p á g s. 12, 14 y 20.
94 D isc u rso d el d ip u ta d o Emilio E tu sa e n la se sió n d el 7 d e s e tie m b r e
d e 1826, en Emilio Ravignani [c o m p .], Asam bleas..., to m o t e r c e r o , o b . cit.,
pág. 5 6 3 . A sim ism o , m ás a d e la n te e x p o n ía el m ism o d ip u ta d o : "...y a lo di­
c e n lo s p u b lic istas q u e la s ley e s fu n d a m e n ta le s se incluyen e n las c o n s titu ­
c io n a les, y que las fu n d a m e n ta le s son las que fo rm a n la c o n s titu c ió n : lo d i­
c e W atel, en el c a p ítu lo 3. En fin, ¿ p a ra q u é h a c e r c ita s d e e s ta clase?” Id.,
pág. 564.
95 B ento G o n g alv ez d a Silva a G a sp a r F ra n c isco M e n n a B a rre to , Vila
S e te m b rin a , 15 d e m a rz o d e 1840; cit. en M a ria M e d ia n e ira P adoim , p r o ­
y e c to d e te s is d o c to ra l en H isto ria , d e la U n iv e rsid a d e F e d e ra l d o Rio G ra n ­
d e d o Sul, s o b re “O esp ag o fro n te irig o p latin o e o fe d e ra lism o : a R evolu$á°
F a rro u p ilh a (1 8 3 5 -1 8 4 5 )’’. [D e b o a g r a d e c e r a la Prof. P adoim el a u to r iz a r­
m e a u tiliza r e s ta in fo rm a ció n .]
96 M oacyr F lo re s, M odelo Político dos Farrapos, P o rto A le g re , M e rca d o
A b e rto , 19 8 2 , pág. I 38, cit. en M aria M e d ia n e ira P a d o im , o b . cit. T am b ién
fray S e rv a n d o T ere sa d e M ier se a p o y a b a en V attel r e s p e c to d e la d ife re n c ia
e n tr e re b e lió n y g u e r ra civil seg ú n el d e r e c h o d e g e n te s : v é a s e J. R eyes
H e ro le s, ob. cit., pág. 18, n. La in fluencia d e V attel, c o m e n ta R eyes H e ro le s,
“su b s is tirá la r g a m e n te ”. El p e n s a m ie n to d e fray S e rv a n d o , a g re g a , “re s u lta
fu e rte m e n te m a r c a d o p o r el iu sn a tu ra lism o ra c io n a lista y la t e o r í a c o n tr a c -
tu a lis ta c o m o o rig en y fu n d a m e n to d e la s o c ie d a d ” . Id., pág. 23.
97 R P ra d ie r-F o d é ré , e n V attel, o b . c it., pág. 7 5 , n o ta .
98 M p P ra d ie r-F o d é ré , ob. c it., pág. XVII. A sim ism o: “C o m o el p ri­
m e r c a p ítu lo d e W olff De officiis gentium erga seipsas ac indé nascentibus
juribus, el p rim e r libro d e V attel, De la nación considerada en sí m ism a, e s tá
e m p le a d o en la discu sió n d e m a te ria s e x tr a ñ a s al d e re c h o in te rn a c io n a l, y
p e r te n e c ie n te s a la c ie n cia d is tin ta del d e r e c h o p o lítico e n lo q u e c o n c ie rn e
al g o b ie rn o in te rn o d e los E sta d o s p a rtic u la re s . E sta p a r te d e su a s u n to llena
a lo m e n o s u n a t e r c e r a p a r te d e t o d a la o b r a d e V a tte l” , E. W h e a to n , o b .
c it., to m o p rim e r o , pág. 230.

— 209 —
J o s é C a r i .o s C i i i a k a m o n t i !

99 [E m m e r de] V attel, Le droit de gens.... to m o I, pág. 71.


100 E. W h e a to n , Élem ents du Droit International, c u a rta e d ic ió n , to m o
I, Leipzig, 1864, c a p ítu lo II, " D e s n a tio n s e t d e s É ta ts s o u v e ra in e s ”, pág. 29.

V. S ÍN T E S IS DE L O S P R IN C IP A L E S R A S G O S Y C O R R IE N T E S D E L
IUSNATURA LISM O

1 “A q uí la c o r r ie n te del d e re c h o n a tu ra l — a d v ie rte B o b b io p a ra ju s ti­


ficar la fo rm a en q u e la t r a t a r á e n el m a r c o d e la te o r í a del D e re c h o — e s
d isc u tid a só lo e n c u a n to e x is te u n a te n d e n c ia g e n e ra l e n sus te ó r ic o s a r e ­
d u c ir la validez a la justicia. La c o rrie n te d e d e r e c h o n a tu ra l s e p o d ría d e fin ir
c o m o el p e n s a m ie n to ju ríd ic o q u e c o n c ib e q u e la ley, p a r a q u e s e a ta l, d e b e
s e r c o n fo rm e a la justicia. U na ley n o c o n fo rm e c o n é s t a , non e s t lex sed
corruptio legis." N o r b e r to B obbio, Teoría general del D erecho, M adrid, 19 9 1,
pág. 40.
1 N ic o la A b b a g n an o , Diccionario d e filosofía, M éxico, FCE, 1974, " D e ­
r e c h o ”, p á g . 295 y sigts.
3 “ El d e r e c h o n a tu ra l e s un d ic ta d o d e la r e c t a ra z ó n , q u e in d ica q u e
alg u n a acc ió n p o r su c o n fo rm id a d o d isc o n fo rm id a d c o n la m ism a n a tu ra le z a
ra cio n al tie n e fe a ld a d o n e c e sid a d m o ral, y d e c o n sig u ie n te e s t á p ro h ib id a o
m a n d a d a p o r D ios, a u to r d e la n a tu ra le z a ." H ugo G ro c io , D el derecho de la
guerra y de la paz, 4 to m o s , M adrid, R eus, 1925, t o m o I, pág. 52.
4 “ ...lo q u e llam a re a lm e n te la a te n c ió n al e s tu d io s o m o d e rn o e s la
función d e l D e re c h o n a tu ra l, a n te s q u e la d o c trin a m ism a; las c u e s tio n e s
q u e se o c u lta n t r a s él, a n te s q u e las c o n tro v e rs ia s s o b r e su ese n cia." A.
P a sse rin d ’E n tre v e s , D e re ch o natural, M adrid, A guilar, 1962, c it. p o r A . Ja ra
A n d re u , D e re ch o natural y..., o b . c it., pág. 161.
s G u id o Fassó, “Ju s n a tu ra lism o ”, en N o r b e r to B obbio, N ico la M atteuci
(d irs.), D iccionario de Política, A-J, M éxico, Siglo V ein tiu n o , 1985, pág. 8 6 6 .
6 " D e r e c h o N a tu ra l o D e re c h o d e la N a tu r a le z a ”, e n D . D id e r o t y J.
Le Rond d 'A le m b e rt, L a Enciclopedia..., o b . c it., págs. 41 y 4 2 . N o ta r q u e e n
18 2 3 , e n B u e n o s A ires, e s a d efinición e s tra n s c r ip ta lite ra lm e n te p o r la c o ­
m isión e n c a rg a d a d e c e n s u ra r el t e x to d e A n to n io S á e n z c ita d o m ás a rrib a :
“ In fo rm e d e la C o m isió n n o m b ra d a p a ra c e n s u ra r el c u r s o d e d e re c h o n a tu ­
ral d ic ta d o p o r el d o c to r d o n A n to n io S á e n z ...” , e n A. S á e n z, Instituciones
Elementales..., o b . cit., pág. I I.
7 V é ase al r e s p e c to , N . B obbio, Estudios de historia ... o b . cit., c a p . I,
"El m o d e lo iu sn a tu ra lis ta ” , págs. 7 3 y sigts. "E n re alid a d , si c o r r e s p o n d e a
alguien el d isc u tib le títu lo d e G alileo d e las c ie n c ia s m o ra le s (d isc u tib le, p o r ­
q u e d e la ap licabilidad del m é to d o m a te m á tic o a las cie n cia s m o ra le s aú n se
d is c u te ho y d ía y la discusión d ista d e e s t a r a g o ta d a ), n o e s a G ro c io , sin o al
a d m ira d o r d e G alileo, T h o m a s H o b b e s .” íd., pág. 79.
8 J o a q u ín R o d ríg u ez F eo, “ In tro d u c c ió n " a T h o m a s H o b b e s, El ciuda­
dano, M adrid, D e b a te , 1993, págs. XIV y X IX .

--- 2 1 0 ---
N ación y E stado en Iberoam érica

9 H a y v e rsió n e n c a s te lla n o : T. H o b b e s, £ / ciudadano, o b . cit.


10 N. B obbio, o b . cit., p á g . 9 4 ; J. R o d ríg u ez Feo, o b . c it., p á g . XVIII.
11 T. H o b b e s , o b . c it., pág. 14.
12 íd., pág. 95.
13 F. T b n n ie s, "V ida y d o c tr in a d e T h o m a s H o b b e s ”, Revista de O cci­
dente, M adrid, 1932, pág. 2 2 9 ., cit. e n J. R o d ríg u ez F e o , o b . c it., pág. XXIII.
S o b re la m a triz e sc o lá stic a d e g ra n p a r te d e l p e n s a m ie n to d e G ro c io v é a s e ,
d e s d e una p e rs p e c tiv a d e l iu sn a tu ra lis m o c a tó lic o , H e in ric h A. R om m en,
The N atural Law, A Study in Legal a n d Social H istory a n d Philosophy, Indianapolis,
L iberty Fund, 1998, c a p ítu lo II, "T h e N a tu ra l L a w in t h e A g e o f S cholasticism ”
y c a p ítu lo III, " T h e T urning P o in t: H u g o G r o tiu s ”: " G ro tiu s th u s s to o d in th e
tw ilig h t b e tw e e n t w o g r e a t e p o c h s . Still linked by m a n y tie s t o t h e p re c e d in g
age, h e y e t s e r v e d t o tr a n s m it t o th e n a tu ra l-la w t h e o r y o f th e m o d e rn p e rio d
its distin g u ish in g m ark s: ra tio n alism , sociality, an d p a rtic u la r political a im s.”
Id., pág. 65.
14 En u n a n te r io r tr a b a jo ( N o r b e r to B obbio, £/ problem a del positivis­
m o jurídico, B uenos A ire s, E u d eb a , 19 6 5 ), el m ism o B o b b io a d m itía e s e cri­
t e r i o q u e d ifie re d e su s e s c rito s m ás re c ie n te s r e s p e c to d e l iu sn a tu ra lism o ,
p u e s c o n c ib ié n d o lo c o m o la a firm ac ió n d e "la s u p e rio rid a d del d e r e c h o n a ­
tu ra l s o b r e el d e re c h o p o s itiv o ”, a ñ a d e q u e e s a p re e m in e n c ia ha sido s o s te ­
nida p o r " t r e s f o r m a s típ ic a s d e l Ju s n a tu ra lism o : el e sc o lá stic o , el ra cio n alis­
t a m o d e rn o y el h o b b e s ia n o ...” , p á g . 70.
15 P e d ro B ravo G ala, "E stu d io p re lim in a r ”, e n Je a n B odin, L os seis li­
bros de la república, M adrid, T ec n o s, 19 8 5 , pág. Lili.
16 H. G ro c io , " P ro le g ó m e n o s ...” , o b . c it., t o m o I, pág. I 2. A sim ism o,
s e le e e n el lib ro p rim e r o : “Y el d e r e c h o n a tu ra l e s t a n in m u ta b le q u e ni au n
D io s lo p u e d e cam biar. P o rq u e , si b ien e s in m e n so el p o d e r d e D ios, p u e ­
d e n c o n t o d o s e ñ a la rs e algunas c o sa s a las c u a le s n o alcanza, p o r q u e lo q u e
s e d ic e así, s o la m e n te se d ice , p e r o n o tie n e s e n tid o a lg u n o q u e signifique
u n a c o sa ; a n te s b ien , e s a s c o s a s s e c o n tr a d ic e n a sí m ism as. / A sí, pu es,
c o m o ni D ios siq u ie ra p u e d e h a c e r q u e d o s y d o s n o s e a n c u a tr o , así t a m p o ­
c o q u e lo q u e e s m alo in tr ín s e c a m e n te n o lo se a . / P o rq u e así c o m o el s e r d e
las cosas, d e s p u é s q u e ya e x is te n y e n c u a n to so n n o d e p e n d e d e o tro , así
ta m b ié n las c u a lid a d e s que sig u en n e c e s a ria m e n te a e s e ser: y tal e s la m ali­
cia d e c ie r to s a c to s e n re la c ió n a la n a tu ra le z a q u e u sa d e r a z ó n s a n a . / P o r
e s o , h a s ta el m ism o D ios s u f r e s e r ju z g a d o se g ú n e s t a n o rm a , c o m o p u e d e
v e r s e e n el Gen. XVIII, 25, Isaías V, 3, E ze ch ie l XVIII, 2 5 , Jerem ías II, 9, M ichea s
VI, 2, San Pablo ad Rom. II, 6, III, 6.” H. G ro c io , ob. cit., to m o I, pág. 54.
17 H. A. R o m m en, o b . c it., pág. 63.
18V é a n s e la s ácidas c rític a s d e T h o m a siu s a los e sc o lá stic o s: C h ristia n
T h o m a siu s, Fundam entos de derecho natural y de gentes, M adrid, T ecnos, 199 4
[p rim e ra e d ic ió n : 1705]; Id., H istoria algo m ás exten sa del D e re ch o N atural
[1 7 1 9 ], M adrid, T ecn o s, 1998.
19 “ El argum entum auctoritatis del C orpus Juris Civilis, r e s p e ta d o en el
M e d io e v o d e s d e la c re a c ió n d e las U n iv e rsid ad e s, y fo rm a n d o tr ía d a d e a u -

— 2 11 —
J uné C arlos C iiiaramuntk

to ríd a d re c o n o c id a ju n to al D ecre tu m d e G ra c ia n o y a las Sententiae de


L o m b a rd o , se p o n e en e n tre d ic h o en el H u m a n ism o [con] la c rític a filológica
que, al d e s c u b rir las in te rp o la c io n e s, d e s e n m a s c a r a la m anip u lació n que Sa­
c e rd o c io e Im p e rio han h echo d e los te x to s a fa v o r d e sus te sis re sp e c tiv a s
en d isp u tas c o n d u c id a s p o r los ju rista s a su r e s p e c tiv o s e rv ic io .” Pág. X X I.
20 íd., pág. XII.
21 S. P u fe n d o rf, De la obligación ..., o b . cit., pág. 15.
22 íd., págs. 14 y 21.
23 G. Fassb, o b . c it., pág. 869.
24 N . B obbio, Estudios..., o b . cit., p á g . 74.
25 E. W h e a to n , H isto ria d e los progresos..., o b . cit, to m o p rim e ro , págs.
9 6 y 97. R e c u é rd e s e la ya c ita d a o b se rv a c ió n d e W h e a to n en n o ta 98 del
c ap . a n te rio r.
26 J. M a c k in to sh , "A D is c o u rs e ...” , ob. cit., págs. 23 y 24.
27 D. D id e r o t y J. Le R ond d ’A le m b e rt, ob. cit., " D e re c h o natural o
d e re c h o d e la n a tu ra le z a ” , pág. 42, y “ D e re c h o d e g e n te s ”, pág. 36.
26 Del ú ltim o se afirm a: “La o b r a m ás re c ie n te , m ás e x a c ta y m ás
m e tó d ic a que te n e m o s s o b re el D e re c h o natural e s la que h e m o s citad o de
J. J. B urlam aqui, c o n s e je ro d e E stado, y en a d e la n te p ro fe s o r d e d e re c h o
n a tu ra l y civil en G in e b ra , im p re sa en G in e b ra en 17 4 7 ...” íd., p á g s. 4 7 y 48.
El e lo g io d e P u fe n d o rf e s quizá m a y o r en el a rtíc u lo “ D e r e c h o d e g e n te s ” :
íd., pág. 37 y sigts.
29Jean T o u ch a rd , H istoria de las ideas políticas, M adrid, T ecn o s, 1996,
p á g . 254.
30 J. M a c k in to sh , “A D is c o u r s e ...” , o b . c it., p á g . 10. En su tr a t a d o d e
filosofía m o ra l, p u b licad o casi c u a re n ta a ñ o s d e s p u é s , p o c o a n te s d e su m u e r ­
te , h a d e sa p a re c id o e s te énfasis en el d e r e c h o n a tu ra l, q u e a p a re c e su b su m id o
en sus c o n s id e ra c io n e s s o b r e la Etica. V é a n s e , p o r e je m p lo , los p a rá g ra fo s
d e d ic a d o s a G ro c io y a H o b b e s: Sir Ja m es M acK intosh, Dissertation second:
exhibiting a general view o f the progress o f ethical phiíosophy, chiefly during the
seventeenth and eighteenth centuries, E dinburgh, 18 3 5 , págs. 3 15 y sigts.
31J. M ackintosh, ob. cit., pág. 59.
32 A n to n io Truyol y S e rra , " P re s e n ta c ió n ” a Ju a n A ltusio, La Política,
M etódicam ente concebida e ilustrada con ejemplos sagrados y profanos, M a­
drid, C e n tr o d e E stu d io s C o n stitu c io n a le s, 1990, pág. XI.
33 [José G a sp a rd ] d e Real d e C u rb a n , L a ciencia del Gobierno, O bra de
M oral, de Derecho y de Política, que Com prehende los Principios del M a n d o y de
la Obediencia..., B arcelo n a, 1775, T om o I, pág. 25 y sigts. Juan M anuel de
Rosas, e n to n c e s g o b e r n a d o r d e B u en o s A ires, so licitó en dos o p o rtu n id a d e s
la v e rsió n e sp a ñ o la a ía B ib lio teca d e la U n iv ersid ad : A r tu r o E nrique Sam pay,
Las ideas políticas de Juan M a n u e l de Rosas, B u en o s A ires, Ju á re z , 19 7 2 , págs.
34 y sigts.
34 "O n tro u v e en e ffe t d a n s c es o u v ra g e s une th é o rie d e l'É ta t, qu i, au
X V IIIe s ié c le , s ’e s t i m p o s é e a l 'E u r o p e e n t :é r e e t a fini p e r r u i n e r
c o m p lé te m e n t la d o c trin e du d r o it divin.” R. D e ra th é , o b . cit., pág. 2 7 . "D ans

--- 212 ---


N a c ió n y K s t a h » un I i i k k o a m í .k ic a

l'e s p rít d e ceux qu¡ l’o n t fo rm u lé e , la th é o r íe du c o n tra t social é ta it d e s tin é e


á c o m b a ttr e e t á r e m p la c e r la d o c trin e du d r o it divine, o u th é o rie d e l’o rigine
divine du p o u v o ir civil.” Id., pág. 33. Ese p r o p ó s ito co n d ic io n a el c ap . III del
lib ro VII d e D ro it de la nature et de gens, d e P u fe n d o rf. Id., pág. 4 5 .
35 "El d e r e c h o ro m a n o clásico r e d e s c u b ie rto en lo s siglos m e d io s a
tra v é s d e la o b r a d e Ju stin ian o re c o g ía el p rin c ip io u lp ia n e o d e que lo q u e
p la c e al p rín c ip e tie n e v a lo r d e ley. E s ta a trib u c ió n al re y d e la s u p re m a
ju risd icció n e im p e rio e r a fr u to d e u n a tr a n s fe re n c ia d e a m b o s e n el p rín c i­
p e p o r p a r te d e la c o m u n id a d .” [...] “En la d e te rm in a c ió n d e la s e d e o rig in a ­
ria d e la iurisdictio habían c o n te n d id o d u r a n te largo tie m p o d o s te n d e n c ia s
a b ie rta m e n te c o n tra p u e s ta s . Una, la ‘a s c e n d e n te ’, situ a b a e se o rig en e n la
p ro p ia com unidad que, v o lu n ta ria m e n te , tra n s fe ría el p o d e r al príncipe, quien,
d e e s ta fo rm a, se tr a n s fo rm a b a e n r e p re s e n ta n te d e la m ism a. Es la te s is
q u e e n c o n tr a m o s a p lic ad a en R o m a h a s ta el siglo IV. La o t r a , la ‘d e s c e n d e n ­
t e ’, p ro fu n d a m e n te influenciada p o r el c ristia n ism o , afirm ab a c a te g ó ric a m e n ­
t e q u e el o rig e n d e to d o p o d e r e s tá e n D ios. E sta c o n c e p c ió n e s la p ro p ia d e
la E uropa cristian a m e d ie v a l.” Jo sé Ma. G a rc ía Marín, "La d o c trin a d e la s o ­
b e ra n ía del m o n a rc a ( 12 5 0 - 17 0 0 )”, en Fundam entos, Cuadernos M onográficos
de Teoría del Estado, Derecho Público e Historia Constitucional, 1/1998, Sobe­
ranía y Constitución, O v ied o , In stitu to d e E stu d io s P a rla m e n ta rio s E u ro p e o s
d e la J u n ta G e n e ra l del P rin c ip a d o d e A s tu ria s, 19 9 8 , pág. 27. V é a s e , a sim is­
m o , W a lte r U llm ann, “ Las c o n c e p c io n e s a s c e n d e n te s y d e s c e n d e n te s a c e r ­
c a del g o b ie r n o ”, en Principios de gobierno y política en la Edad M edia, M a­
drid, R evista d e O c c id e n te , 1971, págs. 23 y sigts.
36 J. V a reta S u a n z e s-C a rp e g n a , La teoría del Estado..., ob. cit., pág. 67.
37 íd., págs. 10 y I I.
38 D e e s t a te s is , q u e p a r te d e un lim itad o c rite r io s o b r e las d o c trin a s
políticas d e los siglos XVI a XVIII, e s p e c ia lm e n te e n lo re la tiv o a las te o r ía s
c o n tra c tu a lista s, te sis e x p u e s ta y a h a c e tie m p o p o r M anuel G im én e z F er­
n á n d e z (Las doctrinas populistas en la independencia de H ispanoam érica, Se­
villa, 1947), y re to m a d a , e n tr e o tro s , e n la A rg e n tin a p o r G u ille rm o Furlong
(N a cim ie nto y desarrollo de la filosofía en el Río de la Plata, B uenos A ires,
K raft, 19 5 2 ), v é a s e u n a n u e v a v e rsió n en O . C a rlo s S to e tz e r, Las raíces e sco ­
lásticas de la em ancipación de la A m érica Española, M adrid, C e n tr o de E stu­
dios C o n stitu c io n a le s, 19 8 2 . N o s h e m o s o c u p a d o del p ro b le m a en n u e s tr o
libro La Ilustración en el Río de la Plata, Cultura eclesiástica y cultura laica
durante el Virreinato, B u e n o s A ires, P u n to Sur, 1989.
39 D . D id e ro t y J. Le R ond D 'A lem b ert, La Enciclopedia..., o b . cit., a r­
tíc u lo "A u to rid ad p o lític a ”, págs. 6 y 7.
40 Id., págs. 15 y 16. S o b re los lím ites q u e e sta b le c ía B odino p a ra el
d e r e c h o d e re siste n c ia , v éase Je a n Bodin, o b . cit., lib ro se g u n d o , c a p ítu lo V,
e s p . pág. 105.
41J. V a rela S u a n z e s -C a rp e g n a , o b . c it., págs. 66 y 67.
42 R. D e ra th é , ob. cit., pág. 56. B odino, q u e a d m itía el tira n icid io p a ra
los caso s d e p rín c ip e s cu y o a c c e s o al p o d e r no fu e ra legítim o, lo re c h a z a

— 213 —
J osé C a r i .o s C iiiakam on tk

ta j a n te m e n t e e n c a s o c o n tr a r io , aun c u a n d o el p rín c ip e c o m e t ie r a las


injusticias m ás te r r ib le s . E n ta le s c a s o s , n o e s lícito “ ...a te n ta r c o n tra el h o n o r
o la v ida d e l m o n a rc a , se a p o r vías d e h e c h o o d e justicia, a u n q u e haya
c o m e tid o to d a s las m aldades, im p ie d a d e s y c ru e ld a d e s im ag in ab les.” J. Bodin,
o b . cit., lib ro se g u n d o , c a p ítu lo V, p á g . 105.
43 J o s é A . M aravall, Estado m oderno y m entalidad social, siglos X V a
X V II, 2 to m o s , M adrid, R evista d e O c c id e n te , 1972, t . I , pág. 382.
44 Juan d e M ariana, D e l R e y y de la Institución d e la D ignidad Real, B ue­
n o s A ire s, P a rte n ó n , 1945, p á g . 1 16.
45 íd., pág. 102.
46 P e d r o B ravo G ala, “ E stu d io p re lim in a r”, e n J. B odin, o b . cit., pág.
LVII.
47 B o d in o hacía pie e n u n a tra d ic ió n c ris tia n a q u e s e r e m o n ta a los
p a p as B onifacio VIII e In o c en c io IV, a quien B o d in o elogia: “Tras su rig u ro sa
c o n s tru c c ió n lógica d e la so b e ra n ía , e s tá p r e s e n te , d e b id a m e n te se c u la riz a ­
d a , la v ieja te o r ía p o lítica c ristia n a , d e a c u e r d o a la cual e s p re c is o re c o n d u -
c ir la d iv e rs id a d del o r d e n ju ríd ic o a la unidad ( om nis m ultitudo derivat ab
uno), se g ú n la fo rm a e n q u e h a sido e x p u e s ta p o r B onifacio VIII e In o c en c io
IV, a quien B odino, p o c o a m ig o d e p ro d ig a r e lo g io s, se re fie r e , sin e m b a rg o ,
c o m o celui qui a m ieux entendu que c ’est de puissance absolue." R B. Gala,
o b. cit., pág. LVIII.
48 “ En e s t e p r o c e s o d e o b je tiv a c ió n d e l p o d e r, e l c o n c e p to d e s o b e r a ­
nía s e re v e ló c o m o el in stru m e n to a d e c u a d o p a ra la in te g ra c ió n d e los p o ­
d e r e s fe u d a le s y e s ta m e n ta le s e n u n a u n id ad su p e rio r, el E stad o . A h o ra b ien ,
e n la m e d id a e n q u e la s o b e ra n ía a p a re c e n e c e s a ria m e n te v in cu la d a a su
titu lar, é s t e se id en tific ó c o n el E stad o , p u e s s ó lo a tr a v é s d e él c o b r a el
E sta d o re a lid a d ." íd., págs. LIV y LV.
45 J. B odin, o b . cit., lib ro se g u n d o , c ap . I, pág. 89.
50 Jo a q u ín V arela S u a n z e s -C a rp e g n a , “La s o b e ra n ía e n la d o c trin a b r i­
tá n ic a (d e B ra c to n a D ic ey )” , e n Fundam entos, Cuadernos M onográficos de
Teoría del Estado, Derecho Público e H istoria Constitucional, 1/1998, Sobera­
nía y Constitución, O v ie d o , In stitu to d e E stu d io s P a rla m e n ta rio s E u ro p e o s
d e la Ju n ta G e n e ra l del P rin c ip a d o d e A s tu ria s, 19 9 8 .
51 íd., p á g . 92.
53 íd., págs. 9 6 y 97.
53 J. A. M aravall, Estado moderno..., o b . c it., I, págs. 3 2 8 y 329.
54 J. V arela S u a n z e s-C a rp e g n a , La teoría del Estado..., o b . cit., págs. 6 8
y 69.
55 J. J. R ousseau, o b . cit., lib ro II, c a p ítu lo p rim e ro , “ La s o b e r a n ía e s
in alie n a b le ”, pag. 8 6 3 . S o b re el c o n flicto e n tr e d e m o c ra c ia d ire c ta y ré g im e n
re p re s e n ta tiv o e n B uenos A ires, v é a s e n u e s tr o libro Ciudades, provincias,
Estados: O rígenes de la nación argentina (1 8 0 0 -1 8 4 6 ) , B u e n o s A ires, A riel,
1997, p á g s. 169 y sigts.
56 “ La ilusión del Im p erio , b r o te ta r d ío d e la tra d ic ió n m ed ie v al e n el
R e n a c im ie n to e sp a ñ o l, p a s a rá p id a m e n te . Lo q u e ju ris ta s y p o lítico s tie n e n

— 2 14 —
N a c i ó n y E s t a d o k n I j i u k o a m P.k i c a

a n te s( e s la g ra n c re a c ió n m o d e r n a d e l E stad o . En E u ro p a, un s is te m a d e
e n tid a d e s e s ta ta le s , in d e p e n d ie n te s , s o b e r a n a s , h a e m p e z a d o a a c tu a r.
D u r a n te c e rc a d e tre s siglos, y en ellos p le n a m e n te c o m p re n d id o el XVII,
los E stad o s se rá n los p r o ta g o n is ta s d e to d a la h isto ria e u r o p e a , h a sta q u e el
ro m an tic ism o y la re v o lu c ió n los d e sp la c e n co n el a d v en im ie n to d e los p u e b lo s
n a c io n a le s . D e la e x is te n c i a d e a q u é llo s q u e d a r á f u n d a m e n ta l m e n t e
c o n d ic io n a d o el p e n s a m ie n to p o lítico d e la é p o c a .” Jo sé A n to n io M aravall,
L a teoría española. ...o b . cit., pág. 94.
57 C it. en Id., pág. 9 9 . V e r d e fin ic io n e s e s p a ñ o la s d e c iu d a d y d e
R epública, en págs. 97 y sigts.
58 Y a ñ a d e M aravall: “T ovar e n u m e r a e s o s m ie m b ro s o e s ta m e n to s ,
q u e r e d u c e a o c h o : los re lig io so s, los m a g istra d o s y ju e c e s — p re d o m in io d e
la ‘n o b le z a to g a d a ’, c a ra c te rís tic a del g ra n E sta d o a d m in is tr a tiv o — , lo s
so ld a d o s, lo s n o b le s , los la b ra d o re s , los c o m e rc ia n te s y m e r c a d e r e s , los
oficiales lib e ra le s y m e c á n ic o s , y s o b r e to d o , c o m o prin cip al ‘m ie m b ro ’, la
s u p re m a p o te s ta d , q u e c a u sa la a m ista d , u n ió n y o b e d ie n c ia e n el c u e r p o del
E stad o , e s d e cir, q u e le d a v ida c o m o ta l. 'Sin ella n o p u e d e un c u e rp o
n o m b r a r s e v iv o ’.” Id., p á g . I 00.
59 J o s é A n to n io M aravall, “ E studio p re lim in a r" a F ra n c isco M a rtín e z
M arina, D iscu rso sobre el origen de la m onarquía y sobre la naturaleza del
gobierno español, M adrid, C e n tr o d e E stu d io s C o n s titu c io n a le s , 1988, págs.
56 y 59. El Discurso... a p a re c ió e n M adrid e n 1813, fue r e e d ita d o e n el m ism o
a ñ o c o m o p ró lo g o a la o b r a m a y o r d e M a rtín e z M arina, Teoría de las Cortes,
y s e re im p rim ió c o m o e s tu d io p re lim in a r d e e s a m ism a o b r a e n 1820. Id,
pág. 7.
60 íd. pág. 55. A g re g a M aravall que M artínez M arina significa el p a so
d e la Ilu strac ió n al ro m a n tic ism o , p e ro q u e “ ...la Ilu strac ió n e sp a ñ o la , d e la
q u e él v ien e , tie n e d e p e c u lia r h a b e rs e m a n te n id o m ás a fe c ta a la tra d ic ió n ,
a la c u ltu r a m ed iev al m ism a , y, p o r t a n t o , e l c a m b io d e v a lo ra c ió n q u e el
ro m a n tic ism o lleva c o n s ig o n o significa n e c e s a r ia m e n te un c o r t e p a r a los
¡lustrados e s p a ñ o le s ” [...] c u y a c a s i to ta lid a d “ ...son, p o r lo m e n o s, v e rd a d e ro s
p r e rro m á n tic o s , d e sd e F eijó o y Luzán h a s ta Jo v e lla n o s."
61 Id ., p á g s . 57 y 66. M ie n tr a s S ie y é s e x c lu y e del p u e b lo a los
e s ta m e n to s p rivilegiados, M arina, q u e los c r itic a d u r a m e n te , n o lo h a c e . D e
la a n tig u a c o n c e p c ió n e s ta m e n ta l q u e d a u n c o rp o ra tiv is m o te r r ito ria l q u e
lleva a M a rtín e z M arina a s o s te n e r “q u e las p ro v in cias y los re in o s d e q u e se
c o m p o n e la M o n a rq u ía so n p a r t e d e la a so c ia c ió n g e n e ra l, y si alguna d e
ellas fa ltara en el m o m e n to del p a c to o d e su re n o v a c ió n n o q u e d aría obligada
e n ta n to que no ra tific a ra el a c u e rd o " . íd., pág. 55.
62 R. H e rr, o b . c it., pág. 3 6 9 . A e s ta o b se rv a c ió n s o b r e la tra d ic ió n
p o lítica q u e s e c o n fo rm a e n E sp a ñ a, el m ism o a u t o r ag reg a , r e s p e c to d e la
tra d ic ió n e c le siá stic a e sp a ñ o la , q u e a la d e sc o n fia n z a r e s p e c to d e la p o lítica
re g a lis ta r e c i e n t e , s u s c ita d a p o r la r e s u r r e c c ió n d e la In q u isic ió n p o r
F loridablanca, añ ad ían el d isg u sto p o r el d o m in io to ta l del c le ro p o r el p u e b lo ,
c o m o se hab ía in stitu id o e n Francia. D e m a n e ra q u e “ ...en su lugar, a ñ a d ie ro n

— 215 —
Jo s P . C a r l o s C i i i a r a m o n t k

a la r e c e ta d e la n u e v a tra d ic ió n liberal una antig ua sa z ó n galicana, p u e s ta


r e c ie n te m e n te a la v e n ta en P istoia, y lle g a ro n al c o n v e n c im ie n to d e q u e la
Iglesia te n ía ta m b ié n u n a v e r d a d e r a c o n stitu c ió n q u e c o n fe ría a los o b isp o s
la s o b e ra n ía , c o n a u to rid a d s o b r e los h e re je s . En sus m e n te s , la m o n a rq u ía
a b so lu ta , la Inquisición y la s u p re m a c ía papal a p a re c ía n a h o ra re v e la d a s en
su fo rm a v e r d a d e ra : llagas g a n g re n o sa s d e fo rm a c ió n r e c ie n te .” Id., lug. cit.
63 J. A ltusio, o b . c it., pág. 5.
M J. A ltu sio , o b . c it., p á g . 179. Siguen a e s t o n u m e ro s a s c o n s id e ra c io ­
n e s s o b r e fo rm a s , m o d a lid a d e s y d isp o sic io n e s d e las u n io n e s c o n fe d e ra le s .
La im p o rta n c ia d e A ltusio c o m o a n te c e d e n te d e las c o n c e p c io n e s fe d e r a le s
fu e r e c o r d a d a p o r R ichard M o rse e n El espejo de Próspero, M éxico, Siglo
V eintiuno, 1982, pág. 57.

VI. N O T A S SOBRE EL FEDERALISM O Y LOS ESTADO S N A C IO N A LE S

1 B e n e d ic t A n d e rs o n , Com unidades im aginadas .... o b . cit.


2 C a r ta a C a m ilo T o rre s, p r e s id e n te del C o n g r e s o d e la N u e v a G ra n a ­
da, I 3/IX /81 3, e n Sim ón Bolívar, D octrina del Libertador, C a ra c a s , B ib lio tec a
A y a cu c h o , s e g u n d a e d ic ió n , 1979, págs. 27 y 28,
3 “ M anifiesto d e C a r ta g e n a ”, I5 /X II/8 I2 , e n íd ., p ág s. 8 y sigts.
A D isc u rso d e instalación d e las P rovincias U nidas, B o g o tá, 23/1/815,
en íd., págs. 4 6 y sigts.
5 íd., págs. 46, 4 7 y 49, re s p e c tiv a m e n te .
6 “C a r ta d e Jam aica", 6 /IX /8 I5 , e n íd., págs. 68 y 72.
7 Id., p á g . 64.
8 "M an ifiesto d e C a rta g e n a " , íd., pág. 12.
5 “C a r ta d e Jam aica", íd., pág. 67.
10 “D is c u rs o d e A n g o s tu ra ”, 15/11/819, íd., págs. I 09 y 113.
11 Id., pág. 108. Lo d e “te o r ía s a b s tr a c ta s ” , “q u e p ro d u c e n la p e r n i­
c io s a id e a d e u n a lib e rta d ilim itada", en p á g . I 20.
12 íd., p á g . I 14. Siguen v a ria s páginas re fe rid a s a ra sg o s d e la o rg a n iz a ­
ción del E sta d o b ritá n ic o y su c o n v e n ie n c ia p a r a s e r a d o p ta d o s en V e n e ­
z u e la .
13 “ M anifiesto d e C a rta g e n a ”, íd., p á g . 10.
H íd., págs. 62 y 65.
15 C a r ta a P e d ro G u a l, G u a n a re , 2 4 /V /8 2 1 , íd., p á g . 156.
16 C o m u n ic a c ió n al g o b e r n a d o r d e la p ro v in c ia d e B arinas, C a ra c a s,
12/VIII/813, íd., pág. 25.
17 C a r ta a S a n tan d e r, I3/V I/82I — v ísp e ra s d e la b a ta lla d e C a r a b o -
b o — , íd., pág. 157.
18 D isc u rso d e A n g o stu ra (1819) y C a r ta a S a n ta n d e r (Pativilca, 23/1/
8 2 4 ), íd., p á g s. 107 y 176.
19 Tulio H a lp erín D o n g h i, Reform a y disolución de los im perios ibéricos,
1 7 5 0 -1 8 5 0 , M adrid, Alianza E ditorial, 1985.

--- 2 16
ÍNDICE

P R Ó L O G O ................................................................................................. 9

I. IN T R O D U C C IÓ N .......................................................................... 17

II. MUTACIONES D E L CONCEPTO DE NACIÓN DURANTE


EL SIGLO XVIII Y LA PRIM ERA M ITAD DEL X I X ......... 27
1. E l concepto de nación y la R evolución F rancesa ......................31
2. R especto de los usos del término nación en los siglos
XVIII y X IX .......................................................................................38
3. L as críticas al “ modernismo” respecto del origen del
E stado nacional ...............................................................................44
4. E l riesgo de la petición de principio ............................................47
5. L a s TRES GRANDES MODALIDADES HISTÓRICAS EN EL USO DE LA VOZ
NACIÓN ............................................................................................................................. 4 9
6. “N ación” en el principio de las nacionalidades.........................53
R eflexiones finales............................................................................... 55

III. LA FORM ACIÓN DE LOS ESTADOS NACION ALES EN


IB E R O A M É R IC A ........................................................................... 59
L a emergencia de los “ pueblos” soberanos...................................... 64
F ederación, confederación, “ gobierno nacional” ..........................69
E l caso del B rasil ..................................................................................72
E l confederacionismo paraguayo........................................................75
E l derecho natural y de gentes en el imaginario político
de la época ......................................................................................... 81
E stado nacional y formas de representación política .................. 85

IV . FU ND AM EN TO S IU SN ATU RALISTAS DE LOS


M O VIM IEN TO S DE IN D E P E N D E N C IA ................................ 91
1. L a historicidad de las naciones y del concepto de nación .....91
Identidad y luoitimidad política. A nálisis de algunos ejemplos .. 95
2. El diíruciio na tural y de gentes en los movimientos de
INDHI'KNDKNCIA ..................................................................................102
3. E l estudio ihíi. pki íciio natural en la E spaña borbónica .... 108
4. D istintas funciones diíl iusnaturalismo en
H ispanoamérica ...............................................................................119

— 2 17 —
5. V attel ................................................................................................127
6. A lgunas conclusiones ....................................................................132

V. SÍNTESIS DE LOS PRINCIPALES RASGOS Y


CORRIENTES DEL IUSNATURALISM O............................ 135
L as corrientes iusnaturalistas........................................................ 139
C orrientes iusnaturalistas y teorías contractualistas.............147
La n o c i ó n d e s o b e r a n í a ............................................................................................. 153

VI. NOTAS SOBRE EL FEDERALISMO Y LA FORMACIÓN


DE LOS ESTADOS NACIONALES .......................................... 161
1. A cerca de C o m u n id a d e s im agin ad as, de B enedict A nderson .. 161
2. Panamericanismo y federalismo en S imón B olívar ’................ 165
3. S obre R e fo r m a y d i s o w c i ó n d e l o s im p e r io s ib é r ic o s , de
T ulio H alperín D o n g h i ................................................................173

N O T A S ............................................................................................181

— 218 —
Esta edición de 3.000 ejemplares
se terminó de imprimir en
Verlap S.A.,
Comandante Spurr 653, Avellaneda, Bs. As.,
en el mes de mayo de 2004.

Você também pode gostar