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92 Man• Daca OrOZCO Cita en el Café La Bolsa 93

— Así es en todas las regiones del país y el problema se está todos los rincones y ganaban, en principio, los más antiguos,
agravando, -comentó. los depositarios del folclor de los iniciadores; venían a re-
frendar su arte y a llevarse la corona que los nimbaba corno
— Los desplazados se distinguen de los juglares en que és- los mejores. Ya se temía que se acabaran los viejos juglares
tos traen la cabeza en alto, las pisadas alegres y el acordeón y no quedaran competidores y aparecieron como una oleada
atesorado sobre la espalda y aquellos llevan la mirada perdi- los acordeoneros jóvenes, que aún siguen con la misma pu-
da, los pasos lacerados y la incertidumbre como un fardo reza cultivando la música autóctona.
sobre la espalda.
Margo vibraba al comenzar el Festival. Se apostaba cerca a
— Sí, -dijo Francisco, y agregó: las miradas de los desplaza- la tarima a escuchar a los concursantes y sabía con exactitud
dos son opacas, inestables, anhelantes de vislumbrar un lu- si el intérprete fallaba en una nota o si era soberbio en la
gar seguro donde quedarse; en cambio la de los juglares (me puya, el aire más difícil de interpretar. Llegaba a nuestra casa
refiero a los de antes que caminaban, los de ahora andan en y en el balcón comentaba: "la corona está entre Fulano o
autos modernos) es brillante, iluminada por el placer de com- Zutano". Muchas veces discutía con el abuelo, que era fer-
petir y de ganar y por llevar la música derretida en las venas. voroso seguidor del viejo Emiliano Zuleta, de quien decía
nadie lo había superado en su nota pura, ni en el uso del tono
Se sentía aire de fiesta. Se nos ocurrió la extraña compara- menor; mientras que Margo insistía en que Colacho Mendoza
ción, al fin y al cabo eran los personajes del momento en la era el mejor concertista que nunca "pelaba una nota".
ciudad: acordeoneros y desplazados, los primeros con un
grupo de seguidores entusiastas detrás, los segundos con el — Esos son los antiguos, ahora hay nuevos muy buenos
grupo familiar siguiéndolos hacia un destino incierto. -aseguraba yo, metiéndome en la discusión sin ser invitada.

El ambiente abrileño revolvía las añoranzas; la proximidad — En la música vallenata no hay antiguos ni nuevos, hay
del duelo entre artistas convertía a la ciudad, durante tres buenos o malos, lo importante es que sean auténticos para
días, en un surtidor de notas de acordeón, de cantos y de que este mundo nuestro no decaiga -aseguraba el abuelo.
gritos nostálgicos, expresión de una tierra que, en primer lu-
gar, sólo sabe cantar. —Eso no pasará nunca, porque detrás de los actuales vienen
empujando los pequeñitos, los niños que casi no pueden con
La Plaza es el escenario, en la Tarima Francisco el Hombre; el peso del acordeón; esa es una constante, como en todo lo
por ella han pasado a enfrentarse a golpes de acordeón le- que tiene que ver con el juego de las generaciones.
yendas como Alejo Durán, un negro carismático que con-
quistó con ardentía al público tocando y cantando "Ese pe- —Sí, es verdad, esto no se acabará nunca, —vaticinó el abuelo.
dazo de acordeón, donde tengo el alma mía...", y que se alzó
con la primera corona. Y año tras año siguieron llegando de La música del juglar en el Café La Bolsa me sacó de ese
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instante de remembranzas; sonó clara la canción Amor Sen-


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acordeonero y a espiar los grupos de personas que pasaban por la


sible, de Fredy Molina: Calle del Cesar "de arriba abajo", como dice la canción.

"Como pájaro que vuela alegre, Ahora que estoy aquí recordando lo de anoche y lo de toda
que aun estando herido no lo cuenta la vida, no puedo apartarme del día en que conocimos al
y que en la inmensidad se pierde Maestro. El abuelo organizó una parranda en el patio de la
como si no llevara penas...". casa, lo hacía todos los años para su cumpleaños, llegaban
los amigos parranderos, guitarristas, acordeoneros y
—¿Quién crees que sea este año el rey del acordeón? verseadores. Cajas de whisky, hielo abundante, y en la coci-
—Hay varios muy buenos, pero el favoritismo está con Fredy na Aída dirigía a las famosas cocineras de platos típicos. El
Sierra, un sabanero que ha traído de las orillas del río Sinú primero en llegar era el viejo Emiliano Zuleta con el compo-
toda una explosión musical y además marca muy bien el son. sitor ciego Leandro Díaz, el mismo que pronosticó la sequía
de los campos en su canto El Verano:
—El último rey que Margo vio elegir fue Egidio Cuadrado,
el guajiro que más tarde se fue con Carlos Vives a llevar "Ahora se van los árboles llorando
canciones por el mundo; eso no lo logró ver Margo porque viendo rodar su destino...".
en noviembre desapareció, -dijo Francisco suspirando pro-
fundo. Francisco y yo nos instalamos en una ventana a detallar la
parranda y a cumplir la orden del abuelo:
—También se perdió del Festival de los veinte años, cuando "—Se están en su cuarto porque los niños no van a las pa-
ganó como rey de reyes su favorito Colacho Mendoza. ¡Cómo rrandas". Desde nuestro improvisado minarete divisamos a
habría disfrutado! un señor bien vestido, al que abrazaban y le decían Maestro.
—Ésta es una fiesta grande -comentó Francisco. Y agregó: Le preguntamos a la tía Delfina, que andaba de un lado para
—Se tiene que ser vallenato para comprender; que no está otro ayudando a la abuela para que no fallara nada:
en la competencia de acordeoneros, ni en escuchar los nue-
vos cantos que concursan por el mejor del Festival, ni en el —¿Quién es ese señor que habla despacio y lo mira todo?
repentismo de los verseadores; no, la verdadera importancia —Ese es Rafael Escalona -contestó entre carcajadas.
está en que todo eso unido hace que los habitantes de esta —¿El que le hizo a su hija una casa en el aire?
provincia tengan una especial actitud ante la vida y sepan —El mismo -contestó la tía, y se alejó riéndose de nuestro
cantar para festejar la alegría, o para desechar las penas, para asombro.
celebrar la vida y para aceptar la muerte. Es un pueblo signado
para cantar, y definitivamente eso es lo importante. Nuestra atención se fijó todo el tiempo en el Maestro Esca-
lona; nos pareció tan increíble que él le hubiera hecho a su
De repente volvimos al silencio y a escuchar al viejo hija una Casa en el Aire, desde que nuestras madres lo can-
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taban y se nos desbordaba la imaginación buscando varia- Recuerdo su llegada a Bogotá luego de que Francisco le avi-
das formas de cómo subir a una casita en las nubes y nos sara que Margo no aparecía. Se presentó ¡con qué valor! Le
imaginábamos lo feliz que lo pasaría Ada Luz en lo alto. dio ejemplo de serenidad a Francisco. Secaba sus lágrimas
sin aspavientos, hablaba calmada y salía a visitar a las auto-
—¡Qué afortunada es! -Le dije un día a Francisco. ridades para pedir colaboración en la búsqueda de su hija,
—¿Quién? siempre acompañada de un vallenato. Dejó cartas al Presi-
— Ada Luz, tiene una Casa en el Aire. dente de la República, a los altos mandos militares, a los
—Sí, aunque la abuela dice que eso es pura imaginación. organismos que trabajan por los Derechos Humanos; fue a
la universidad donde estudiaba Margo, a casa de sus amigos
Nuestro asombro fue aún más grande el día en que la tía y cuando vio que no lograba nada efectivo, dejó la búsqueda
Delfina llegó a casa con una niña de nuestra edad, de ojos en las calles para Francisco y el apartamento y el teléfono a
negros vivaces, piel dorada y linda sonrisa, y nos la presentó. mi cargo, y ella regresó a su casa desde donde no ha dejado
de insistir ante las autoridades y ante sus devociones en el
— Esta es Ada Luz. cielo.
—Quedamos pasmados. Yo iba a preguntarle por su Casa
en el Aire y si nos podía llevar hasta ella, y me atajó Francis- Andrea de Monsalve ha tenido serenidad y señorío para todo,
co secreteándome que recordara que eso era fantasía. Juga- para encarar la viudez, para sacar adelante su casa y sus bie-
mos toda la mañana con Ada Luz, que aún no era consciente nes y para el matrimonio de Margo. Todavía me conmuevo
del regalo eterno que le hizo su papá. al recordarlo:

Desde ese día fue una de nuestras mejores amigas, y ya de Lo acordamos por la noche. Iríamos a pasar el fin de semana
mayores reíamos con el cuento de la Casa en el Aire y nues-, a Pueblo Bello, un villorrio lleno de flores, clima frío y meti-
tros asombros. Al desaparecer Margo una de las cartas que do entre montañas de la Sierra Nevada, que por sus jardines
más conmovió a Francisco fue la de Ada Luz que le decía, rebosantes de color, por el cielo azul pálido y sus montañas
entre otras cosas, que el amor lo llevaría por la ruta segura verde esmeralda hace honor a su nombre.
del encuentro.
Salimos temprano y en una hora estuvimos allá. Margo
***
respiraba profundo y alzaba los brazos como queriendo ab-
sorber de una sola bocanada el aire puro del ambiente. Nos
Se recibieron muchas cartas solidarias de los vallenatos. La gustaba excursionar por los alrededores, acompañadas de
mamá de Margo, Andrea de Monsalve, no ha pasado ni un Francisco; en esa ocasión Francisco tenía una expresión que
día sola; siempre ahí, en su residencia, recibe la visita de no pude descifrar sino al día siguiente, cuando Margo insis-
alguien que le da ánimo y le llegan cartas de muchas regiones. tió en que subiéramos por los caminos de Nabusímake, la
capital arhuaca. Llegamos a un paraje de ensueño, en donde
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los cerros se descuelgan en verdes abismos y en el fondo se


nal nuestra; y no estamos locos o quizás sí, pero eso no está
escucha el rumor de los arroyos. Nos sentarnos en un plano
en discusión, sólo que no creemos en tantos formalismos
desde donde veíamos las chozas de los indígenas y los picos
para quedar unidos por siempre. En cuanto a mi madre y a
brillantes de las nieves perpetuas. De pronto Margo, con la
mi abuela tendrán que aceptarlo como es, corno algo que
cabeza llena de flores silvestres, que fue recogiendo en el está señalado para cumplirse, Francisco y yo nacimos para
camino, se puso de pie y dijo: unirnos irremediablemente.
—"Aquí quiero casarme".
Regresamos a Valledupar y Margo todavía tenía el cabello
lleno de florecitas de colores, las mejillas encendidas y los
Francisco se acercó a ella, sacó del bolsillo dos anillos y
ojos con un reflejo indescriptible. Se presentaron, tomados
dijeron a dos voces:
de la mano, ante la abuela y le contaron los detalles de la
boda frente a la naturaleza. La abuela no dijo nada, los miró
—"Ante Dios, ante la naturaleza y ante ti nos convertirnos
con interés y luego llamó por teléfono a Andrea de Monsalve,
en marido y mujer con la intención de amarnos para siem-
le dijo que la esperaba en casa. Se sentó de nuevo en su sillón
pre". Se intercambiaron los anillos y se abrazaron y me abra-
y nosotros en otras sillas en la sala. Francisco y Margo se-
zaron a mí que no podía hablar del susto, de la emoción, del guían tomados de la mano. Nadie se atrevió a hablar hasta la
dolor, de tantos sentimientos atropellados. llegada de la mamá de Margo. El saludo de la abuela fue:
Se besaron, hablaron, brindaron con jugo de frutas que lleva- —Andrea, veamos cómo resolvemos la última locura de es-
ron en los morrales, hicieron planes y yo permanecía callada
tos muchachos que se creen hippies-, y pidió a Margo que
y asombrada. Después de varias horas de celebración regre- contara todo.
samos a Pueblo Bello, y ante mi silencio me preguntaron
insistentes: Andrea de Monsalve escuchó con atención y sólo hizo una
pregunta:
—¿Qué te pasa, no querías que nos casáramos?
—Pienso en tantas cosas. En que si esto es un matrimonio; —¿Consumaron el matrimonio?
en que si están locos; en cómo lo van a tornar la abuela y la —Claro que sí -dijo Margo con voz alta.
mamá de Margo, en fin, en que quizá ustedes me están to- —Entonces prepárense para un matrimonio como debe ser
mando del pelo.
-y se fue con la abuela a hablar con el padre Becerra, en la
—En primer lugar esto, como tú lo llamas, sí es un matrimo- Iglesia de la Concepción.
nio porque es nuestro deseo y tú oficiaste como testigo...
-Comenzó a decir Margo, y la interrumpí: Aproveché para preguntarle a Margo:
—Testigo no consultado. —¿A qué hora consumaron el matrimonio, si yo siempre
—Eso no importa -continuó-, sabemos que eres incondicio- estuve con ustedes?
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—Hace bastante tiempo -dijo, y soltó una carcajada.


Me sentí traicionada, un dolor agudo me recorrió el cuerpo,
pero disimulé.

Dos semanas después, diez de diciembre, Margo entró ves-


tida de blanco en la Iglesia, adornada con ramos de azucena;
la llevó hasta el altar su tío Guillermo. Francisco esperaba
con la abuela a su lado, y yo junto a la tía Delfina secaba las Diez
lágrimas imprudentes. Mientras tanto las bancas eran ocu-
padas por las amigas de la abuela y por los amigos de Fran-
cisco y de Margo, que cuando salió la pareja le hicieron la
bulla acostumbrada y hasta le lanzaron arroz para la felici-
dad. En casa de Margo hubo un brindis y pudín de boda.
Margo lanzó el ramo; haciendo caso a la tradición, lo hizo Pasé por un momento de ensoñación, como si me hubiera
con la intención de que cayera en mis manos, lo recibí apa- salido de mí misma; ¿un instante o una hora?, no lo sé, por-
rentando alegría, pero por dentro sabía que era inútil porque que no uso reloj, sólo sé que vi más allá de la ventana a
el hombre que amaba se acababa de casar. Margo incorpórea, atravesando la plaza, caminando perdida
entre nubes rosadas mientras la luna vallenata desgajaba ra-
Cuando Margo desapareció apenas iba a cumplir un año de yos platinados sobre las paredes y techos de las casas. Ines-
haberse casado y mudado a compartir el cuarto de Francisco peradamente me sacó de mi rapto alucinante Aída, que me
en nuestro apartamento de Bogotá. traía un vaso de leche con miel.

—¿Leonor, estás enguayabada por la partida de Francisco?


-Me preguntó.
—No, no es el guayabo, es ese tiempo en que me da por
recordar el pasado, tú sabes.
— Eso no lo creo, a través de los años he visto en ti tanto
amor por nuestro querido errante, que sé de tu tristeza cre-
ciente cada vez que él viene y se va.
—No niego que me da nostalgia, pero ya estoy acostumbra-
da a sus partidas; además, si Francisco no viniera no tendría
fuerzas para seguir acompañándolo.
— Te estás permitiendo el paso de los años y te vas a quedar
sola, necesitas un hombre que te quiera y tener tus hijos,
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pronto ya no vas a poder -dijo con la franqueza a veces cho- te has dado cuenta de que estás aferrada a un pasado que por
cante que la distinguía, y salió del cuarto. más que lo recuerdes, lo añores y lo sueñes, no va a volver.
El presente es ya y hay que asumirlo con serenidad y cordu-
Si Aída supiera que con lo que me pasó anoche me sentiré ra, ayudando a Francisco en su tragedia, pero sin compro-
dichosa para toda la vida. En fin, siempre que se va Francis- meter la vida entera, minuto a minuto, a pensar en una
co ella me dice lo mismo; en resumen, que me voy a quedar persona y a secundarla en todo lo que se le ocurra inventar
solterona. Una vez fue la tía Delfina, hace cuatro años, cuando para encontrar a quien ama.
vino dos días después de la partida de Francisco, luego de su
rápida visita abrileña; me sacó de mi cuarto y me dijo que Cesó en su discurso al notar que yo sólo la miraba, al rato
teníamos que hablar. continuó:
—¿No ves que si Francisco encuentra a Margo se va tran-
Nos sentamos en el comedor alrededor de la antiquísima mesa quilo a vivir con ella, a disfrutar su amor y tú te quedarás
de nogal importada, uno de los tesoros afectivos de la fami- sola? Es más, si Margo no aparece, nunca te va a amar Fran-
lia. Vis a Vis me encaró: cisco; tú para él no eres una mujer, simplemente eres una
hermana.
—¿Leonor, estás en tu proceso amodorrado de recordar a
Francisco? Se me llenaron los ojos de lágrimas y luego lloré sobre la
—Sí, no lo puedo evitar. mesa de nogal. La tía Delfina, silenciosa, me dejó derramar
— Bien, yo tengo la fórmula. todo el llanto que tenía atascado por mucho tiempo. Des-
Abrí los ojos cuanto pude, llena de curiosidad. pués, cuando traté de calmarme entre hipos y resoplidos de
—Te vengo a invitar a una excursión por las Antillas, sali- nariz, me insistió:
mos en unas semanas, -dijo entusiasmada.
—Tía, no puedo, estoy comprometida con Francisco a no —¿Te vas conmigo a las Antillas o no?
desperdiciar ni un día. Necesito estar al tanto de lo que ocu- —Definitivamente no, tía.
rre en el país, sobre todo lo que nos pueda dar una señal de
Margo. —Bien -dijo poniéndose de pie-, espero que ami regreso las
—No, por Dios. Eso es una locura. Sólo a ustedes se les cosas hayan cambiado y que el panorama sea más claro.
ocurre que desde esta casa, escribiéndole a todo el mundo y Se fue dejándome sin capacidad para pensar en nada, como
escuchando noticias, tú vas a dar con Margo. Además es si me hubieran dado con un mazo en la cabeza.
una doble locura que hayas entregado tu vida a escuchar las Esas recomendaciones de Aída y de la tía Delfina me con-
peripecias de Francisco durante diez años. vencen más de que a los que me quieren les preocupa mi
—No es locura, es un deber. Francisco y yo crecimos juntos situación. Es más, que soy egoísta, porque a ellos les debo
y lo quiero mucho, lo que le ocurre a él, me ocurre a mí. un poco de entrega. A pesar de ser consciente de ello, sé que
—No sé cuál de los dos está más loco; tú, especialmente, no no voy a cambiar, simplemente porque no quiero, y después
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de anoche creo que nunca pueda separarme de Francisco aun- né por donde lo hizo con el grupo que vi en la televisión, y
que él esté muy lejos. seguí hasta en frente del Museo de la Independencia. Entré
y observé todo el recinto, me detuve desentrañando miste-
Hice intentos fallidos para llevar una vida normal, especial- rios inexistentes en los rincones, recorrí el segundo piso a
mente al regresar de Bogotá desesperada por la última locu- donde llevaron a los sospechosos y los maltrataron, bajé y
ra de Francisco, que fue el detonante de mi decisión esculqué cuarta por cuarta las paredes; el guía me preguntó
inmodificable de venirme definitivamente a Valledupar. varias veces qué era lo que buscaba. Al fin le contesté:
-«Busco el rastro de una mujer». Se molestó, el rostro se le
Francisco tenía veinticuatro horas de no aparecer por el apar- encendió, creyó que era una burla, y me dijo en voz alta con
tamento. Nay llegó a buscarlo para ir a los recorridos y se acentos didácticos:
extrañó de que no estuviera en casa. Nos sentarnos a pensar
en lo que le pasaría a Francisco, nos hacíamos preguntas "—"¡Aquí hay que guardar el debido respeto porque este
que no podíamos responder, y me atacó la preocupación de lugar simboliza la libertad, es el sitio en el que se comenza-
que Francisco también había desaparecido. Nay se angustió ron a romper cadenas!
y dijo que quizá le había pasado algo grave; fui a buscar el "—"No me aguanté y le grité:
directorio telefónico para llamar a los hospitales, cuando sonó "---"¿Se guardó respeto en este lugar desapareciendo a tanta
el teléfono: era una llamada de la Estación 100 de Policía, gente que trajeron hasta aquí luego de tener la fortuna de
habían retenido a Francisco. Nay me tomó del brazo y sali- salir con vida del Palacio de Justicia? Esa misma justicia
mos angustiados a tomar un taxi. A las dos horas, luego de por la que se gritó hace tantos años en este mismo lugar.
llenar unos trámites de rigor, regresamos al apartamento con ¿Cuántos floreros en conflicto se necesitan para que la na-
Francisco. Su estado era patético, parecía un loco errante o ción escuche, para que abra bien los ojos y se decida de nue-
un mendigo, con el cabello desordenado, el rostro rasguña; vo por la existencia digna? Aquí hubo una profanación, en
do y la ropa mojada, estaba completamente empapado. Así este templo desde el que se gritó la Independencia, se les
se sentó en la salita, y Nay y yo nos dispusimos a escuchar cortó la libertad a los inocentes.
lo que había ocurrido.
"Cuanto más me decía el guía que hiciera silencio tanto más
"Quise recorrer todo de nuevo. Fue como atravesar la via- gritaba yo. Un coro de gente me rodeó; turistas de todas par-
crucis estación por estación. La idea me surgió por la noche tes, atentos escuchaban mi discurso. El guía me ordenó de
y la puse en práctica inmediatamente me levanté. De aquí nuevo silencio y me desbordé, volví a la carga con más
me fui a las inmediaciones del Palacio de Justicia, me ima- fuerza:
giné la entrada de Margo allí, su llegada a la oficina de su "—Escuchen, señores: desde allí, de la sede de la justicia en
director de tesis, ¿alcanzaría a llegar?, pensé en su charla llamas salió un grupo de gente que por designios de Dios o
con él, luego escuché el eco de la primera detonación, la del destino se salvó de perecer. Eran decenas de inocentes
balacera, las explosiones; la recordé saliendo de allí y cami- aturdidos, que no sabían si estaban vivos porque no llegaron
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a asimilar el milagro de haber salido del horror, porque se —No, Francisco, por ahí no es, de nada sirve gritar. En si-
los llevaron. Ahora no aparecen y nadie sabe en dónde lencio y por nuestra cuenta logramos más. Los gritos de los
están. desesperados ya no conmueven, ya el mundo se acostumbró
a los gemidos, a los alaridos de dolor y se tapa los oídos para
"El corrillo creció, entró gente curiosa, de la calle, gente que poder seguir en la indiferencia tranquila que lo domina, sin
pasaba y se asomaba curiosa hasta el punto de que algunos voces lastimeras que lo interrumpan.
me acompañaron a gritar, y decían conmigo: ¡ Respondan!...
¡Respondan!... Al día siguiente, Francisco me abordó en la salita y me dijo
que yo tenía razón, que no era justo que me tuviera anclada
"—Sentí un golpe fuerte en la espalda y me doblé por el a su vida llena de sobresaltos, que debía venirme para
dolor. Me arrastraron por la calle, me metieron a un carro- Valledupar y que desde aquí podía ayudarlo. No contesté.
patrulla y luego a los patios de la Estación 100; allí seguí Salí a la calle a visitar los sitios que me eran queridos, la
gritando: universidad, la Carrera Séptima, desde el Parque Nacional
hasta más allá del Centro; o tomaba una buseta y me iba al
"¿Díganme dónde está mi esposa? Ustedes la desaparecie- norte a mirar los letreros apagados de los rumbeaderos a los
ron. que acudíamos cuando tocaba celebrar algo, o simplemente
a divertirme con los compañeros de la universidad. Regre-
"Se rieron de mí y me lanzaron cubos de agua para callarme. saba al Centro a un rincón escondido en la Décima con
Allí duré hasta cuando fueron ustedes a sacarme". Décima a donde iba a comprar libros baratos; entré en la
Iglesia de San Francisco a contemplar pinturas de la época
Me puse de pie, lo tomé de un brazo y lo sacudí. de la Colonia, visité la Biblioteca Luis Ángel Arango, en
fin, estuve cuatro o cinco días metiéndome en los lugares
—Te vas a dar una ducha caliente, y luego me llevas al aero- que se me hicieron familiares durante mi permanencia en
puerto, no voy a seguir acompañando a un loco para que con Bogotá. No buscaba en ese recorrido hacer una dolorosa
el tiempo tenninemos los dos perdidos en cualquiera de las despedida sino retrasar más el tiempo para dejarlos, quería
calles en que se acumulan los rastrojos humanos -dije-, y me salir de la locura de vida que llevaba y venirme para la tierra
fui furiosa ami cuarto. del sol brillante. Lo dificil era decir 'ya me voy, en este ins-
tante dejo esto'; sin embargo llegó. Retorné una tarde al apar-
Escuché a Nay cuando lo aconsejaba. tamento y Francisco me esperaba.

—Usted no puede estar protagonizando escándalos en la vía —¿Qué has decidido?


pública. —Que me voy.
—Necesitaba gritar la injusticia que se cometió con nues- —Está bien -contestó con voz tristona.
tros seres queridos. —¿Seguiremos en contacto?
Cita en el Café La Bolsa I09
IO8 Marv Daza Orozco

—¡Claro! -Me dijo-. Te prometo que de ahora en adelante emocionante. En ese teatro vimos coronar a una reina del
mi comportamiento será distinto, echaré mano de la cordura carnaval. Con princesas, heraldos, elegancia y señorío salió
y no me dejaré llevar por los impulsos. Sólo espero que me de la residencia Baute Uhía, una casona de la Calle Santo
continúes ayudando desde Valledupar. Domingo, bautizada para la ocasión "El Palacio de las
Trinitarias", por la profusión que de estas flores había en sus
Asentí y a la mañana siguiente fue con Nay a acompañarme patios. En medio de la velada de coronación apareció el filó-
al aeropuerto El Dorado. ¡La llegada a Valledupar! Mi pri- sofo y poeta Aarón Martínez, que vivía perdido entre el em-
mer impulso fue regresarme en el mismo avión, me debatía brujo del mar y los paisajes de Gayra. Deslumbrado por la
entre el profundo amor por mi ciudad y el profundo amor sonrisa de la reina exclamó:
por Francisco. Sentí que lo había perdido y me encerré a
llorar en el cuarto tres días seguidos, hasta que Aída me re- —¡"Majestad, vengo de las playas ardientes del Caribe, don-
criminó por lo que llamó "un comportamiento que no se de no existen perlas del color de tus dientes!". El aplauso
compadece con tus años y con el carácter que siempre has cerrado dio inicio a una fiesta que, todos los arios, duraba
tenido"; me animó, además, dicíendome: "crees que no lo tres días y terminaba con la "mojadera del Miércoles de Ce-
vas a volver a ver, estoy segura de que algún día vendrá o tú niza", una costumbre heredada de la intransigencia religiosa
irás a él. Desde aquí lo puedes seguir ayudando, puedes es- de los viejos tiempos y que se fue convirtiendo en una diver-
tar siempre a su lado aunque esté muy lejos". sión más de las carnestolendas. Barras de jóvenes y mayo-
res aprovisionados de agua abundante bañaban a todo el que
Cobré ánimos y me dediqué a ordenar el mamotreto de car- se atrevía a salir a la calle, era la ablución obligada para
tas, recortes de periódicos y mensajes que comencé a acu- lavar los pecados cometidos durante el rito pagano al dios
mular desde el día en que Margo desapareció. Por las tardes Momo. Margo, Francisco y todos sus amigos eran persona-
salía a reencontrarme con Valleclupar, daba paseos por calles jes fuertes de la mojadera, no respetaban pinta y lo mismo
y sitios que me hablaban de Francisco y Margo, de nuestra mojaban a cualquier jovencito que a la más acartonada per-
niñez y principios de la juventud, época en la que comenza- sonalidad que se asomara a la calle. Los carnavales poco a
mos a asistir al cambio de la ciudad; la de los abuelos, poco se fueron acabando porque sus más eminentes figuras
nostálgica y poseedora de un alma esencialmente provincia- se fueron, murieron, o porque el empuje, la fuerza auténtica
na y la que se iniciaba con la llegada del progreso arrollador del Festival de la Leyenda Vallenata los derrotó. Así las rei-
y la invasión de las costumbres citadinas que no eran de la nas, los retratos, los discursos y las frases grandilocuentes
simpatía de nuestros mayores. Eran mis paseos vespertinos, quedaron consignadas en los álbumes familiares.
recorridos por la ciudad de los recuerdos y por la nueva,
vital y adolescente. Pasaba por el Teatro Cesar, de donde Paseaba también por la Calle San Cayetano, nombre que sólo
muchas veces salimos, luego de la función de la tarde, con quedó grabado en las piedras de las esquinas porque la
el cabello pegado de chicle que los chistosos de la fila de moderna nomenclatura la rebautizó con el número dieciséis;
atrás nos untaban cuando la película estaba en su parte más por ahí llegaba al Estadero de la Bella, un enclave de los que
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le rinden culto a la gastronomía típica vallenata. Recorría enfermedad que proliferó en la provincia desde la Guajira
los barrios Altagracia, El Cerezo, La Garita con el afán de hasta la Zona Bananera; abogados que se hacían cargo de
volver a sentir los aromas de los jacintos, heliotropos y jaz- las carteras de los bancos, en que requerían el pago de millo-
mines en floración. Pasaba por callejones y callejuelas con narios préstamos para el cultivo del algodón; agrónomos que
sus pisos de adoquines, sus banquitas románticas bajo faro- se deleitaban con la bondad del campo; zootecnistas que
les con bombillas rotas por los vándalos nocturnos. Algunas traían adelantos para la cría del ganado; periodistas que lle-
tardes me iba para Hurtado y desde el puente me embebía en garon a escribir sobre la magia escondida en la región del
las peripecias de las aguas del río Guatapurí, que inútilmen- Cacique Upar; comerciantes que dieron empuje a los amo-
te trataban de hacerles el quite a las rocas cinceladas por el dorrados almacenes que atendían sus dueños sin afán de en-
tiempo, un sitio donde convergen la naturaleza imponente riquecimiento, los pioneros de esas lides: Valledupar pasó
con las leyendas de sirenas y ahogados; los sueños arhuacos de ser un pueblo que apacentaba sus ganados, cantaba a la
con los olores a perehuétanos y guásimos; los arcoiris que vida y cultivaba la tierra y la amistad, para mezclarse con
nacen en la Sierra Nevada (según Escalona) con los vuelos toda la carga de ventajas que le brindó la vida moderna.
cortos de las marialucías, garzones y perdicillas; el murmu-
llo del torrente, con los gritos de los bañistas. Los martes iba a la Casa de la Cultura a ver los ensayos del
Ballet Vallenato, del que hace años formó parte Margo, y
En mis recorridos pensaba en Francisco y me ilusionaba con asistía a la exposición del pintor Álvaro Martínez o de algún
la idea de que me llamaría por teléfono; yo lo hice dos veces otro pintor local. Otras veces iba hasta las periferias y me
pero nadie me contestó; presentí que nunca lo iba a escu- inquietaba la formación de pequeñas bolsas de miseria que
char, por lo menos no por ese medio, y no me equivoqué: en comenzaban a circundar la ciudad, la violencia desatada que
diez años no hemos hablado así. comenzaba a traer familias enteras de desplazados que hoy
recorren las calles, como lo comprobamos Francisco y yo
Algunas tardes iba a disfrutar del nuevo Valledupar. Era sa- anoche desde el Café La Bolsa.
lirme del pasado al encontrar el crecimiento desaforado de
la ciudad en barrios con nombres sonoros, donde se Un año después, luego de mi recorrido por la ciudad, entre
aglutinaba la gente llegada de otras regiones, movida por el al Café La Bolsa, había rumor de fiesta con la llegada de los
carisma y las posibilidades de mejoras económicas que brin- juglares; con la preparación de los acordeones en todos los
daba la región. Las migraciones se iniciaron con el apogeo barrios; con el barullo en las oficinas subterráneas de la
del algodón. Después los cantos vallenatos, ágiles mensaje- Tarima Francisco el Hombre, donde se inscribían los parti-
ros de las bondades de esa tierra, fueron el anzuelo para que cipantes; en las calles el afán de la gente no hablaba de
llegaran médicos que venían atraídos por una plaza intere- angustias y vértigo sino de alegría y preparativos para la
sante en la que descollaron nombres sagrados para los gran parranda. Me hice en la mesa del rincón y cuando esta-
vallenatos de antaño, como los doctores Pupo, el de los gran- ba a punto de terminar una cerveza vi en la puerta la figura
des aciertos y Maya, el elegante estudioso del vitiligo, de Francisco. Me pasé la mano por los ojos, creí que era una
I12 Mary Daza Orozco

imagen que salia de mi mente; cuando se fue acercando me


puse de pie como impulsada por una fuerza extraña, traté de
correr hacia él y abrazarlo, pero permanecí paralizada, con
el corazón acelerado; me contuve por la sorpresa (era la se-
gunda vez que venía desde cuando abandoné a Bogotá); ade-
más, por la aversión de Francisco a las manifestaciones sen-
timentales en público. Se acercó a mí y me dijo sin más sa-
ludos: Once
—"Vine a ver cómo van tus pesquisas sobre el paradero de
Margo", y se sentó, así como lo hizo anoche, aunque menos e

sereno, menos conversador, menos seguro; eso se lo iba a


dar el correr de los años. •

Cada venida de Francisco era un acontecimiento para Aída, Ya es la media noche. El silencio dormita en los rincones de
que disponía sus platillos favoritos, arreglaba lo mejor que la casa. A través de la ventana, en la negrura se ven los re-
podía su cuarto, pero todo le quedaba a medias porque nun- lámpagos "como velas que se apagan", como dice Escalona
ca se acostumbraba a que Francisco viniera, como dicen aquí, en uno de sus cantos. Los muchachos que en la Tarima Fran-
"de entrada por salida". cisco el Hombre jugaban a La Libertad o a ser coronados
reyes vallenatos, ya se fueron a dormir. Son estas las horas
Las primeras visitas de Francisco para la tía Delfina fueron la del sueño profundo o del insomnio inclemente o de casos
confirmación de que estaba loco, que su método de buscar a atípicos como el que me ataca, de permanecer despierta para

Margo estaba fuera de la realidad del mundo actual y de toda recordar el pasado. Esta situación nadie la entiende. Lógica-
el mundo. Para Andrea de Monsalve, la presencia de Fran- mente nadie va a entender nunca que le esté entregando la
cisco era un pedacito de Margo que llegó hacia ella y la miró vida a un hombre que busca desesperado a su amor que se le
convencido de que algún día aparecería. Para Darío y Gusta- perdió. A menudo yo pensaba igual y tenía que hacer un
vo la oportunidad de reafirmar la amistad y para mí el esfuerzo para reprimir el deseo de claudicar en mi segui-
deslumbramiento, y el surgimiento de lo que Aída llamaba miento del drama de Francisco, un hombre que se hizo pe-
guayabo, la tía Delfina locura y yo, la etapa de recordar y dazos y al que ayudé a recoger poco a poco los fragmentos
añorar. para juntarlos hasta formar de nuevo ese ser humano, ese
héroe callado. Todos los hombres son héroes de sus propias
vidas y Francisco es un héroe de su propia guerra, una gue-
rra que nadie comprende, pero que para mí y obviamente
para él tiene un profundo significado, una poderosa razón de
ser: luchar contra acostumbrarnos a la situación. Una guerra
1 14 Mary Daza Orozco Cita en el Café La Bolsa 115

contra la aceptación de que Margo no va a aparecer y lucha- te con el Festival de la Leyenda Vallenata es porque el ta-
mos con las armas del interés diario, de la renovación de lante luchador de los artistas concursantes no le da impor-
fuerzas para no dejarnos vencer. Con el impulso de Francis- tancia; ellos tocan, cantan y triunfan en verano ardiente o en
co y su cuidado en aceptar cada día como el preciso en que invierno inclemente. Por la ventana entra ese olor a tierra
va a aparecer Margo, conseguimos una ruptura con la indi- mojada que a todos los seres humanos les trae recuerdos de
ferencia y un ataque frontal a la costumbre. una niñez, de una casa paterna, de un hogar. Del patio sube
el vapor que recuerda la alegría del abuelo que pensaba en
Acostumbrarse es peligroso porque nos lleva a aceptar todas sus cultivos; el temor de la abuela por el recrudecimiento de
las desgracias, todos los dolores, todas las muertes y condu- sus dolores de los huesos; el canturreo de Aída que saluda-
ce a la postración. El mal de acostumbrarse incita a la volun- ba, con dos meses de anticipación, el dorado florecer de los
tad, a la mente, a las vísceras'a un déjame estar, porque la cañahuates. El olor a la tierra mojada del patio o de las ca-
costumbre con raíces de insensibilidad es una peligrosa y lles destapadas lo lleva todo el mundo como la más dulce
grave enfermedad . El país se contagió de costumbre insen- añoranza de la casa , del pueblo, del sitio donde se han deja-
sible, se le enquistó y se hizo resistente a los esfuerzos que do las huellas imprecisas de las primeras pisadas.
hace un puñado de corajudos que tratan de sacudirla.
Cuando éramos niñas, Margo y yo esperábamos ansiosas
"El país se acostumbró a las desapariciones forzadas", me que terminara de llover para trazar La Peregrina. Con un
dijo Francisco anoche, en el Café La Bolsa. Da frío en todo palo, sobre el suelo mojado y con los pies descalzos saltar
el cuerpo comprobarlo, sobre todo cuando se palpan la an- cuadro por cuadro, era un doble placer: sentir el piso frío, el
gustia y el dolor que deja una desaparición. Aseguró que el barro fresco y el juego primitivo, sin la tiza, sin las elabora-
país se acostumbró al problema que se agudiza con la exis- das rayas de colores listas para pegar en los cuartos de juego
tencia de tantos grupos armados con ideales distintos, que de los niños ricos. Era gozoso jugar La Peregrina desde el
desaparecen a las personas, y al tratar alguien de dar con momento de trazarla, a veces con los dedos, hasta el de bo-
ellas tiene que comenzar por hacer un estudio de quiénes las rrarla con la planta de los pies. Margo me enserió a disfrutar
quitaron de en medio y nunca se logra hacer claridad; lo más de ese mundo de pequeñas cosas. Ella aun de adulta encon-
cómodo es resignarse, el gobierno se resigna, los pueblos se traba un hondo significado en un juego infantil, en una flor,
resignan; y hay familias de desaparecidos que también se en un pájaro con su vuelo inestable, en las curiosas historias
resignan, y a la larga esa resignación no es otra cosa que una de los pueblos con sus frases chéveres, que cazaba en los
costumbre que hace carrera. cantos, cuentos y poemas. Un día llegó diciéndome:
—"Encontré en La Plaza a un filósofo extraordinario y ni
***
siquiera sabe leer".
Al ver mi curiosidad soltó una carcajada, después aclaró:
La lluvia cae incesante sobre el Valle de Upar. Siempre para —"Es Juancho Polo Valencia, que canta "Donde quiera que
finales de abril aparecen los aguaceros, que si no dan al tras- uno muere/toa'las tierras son benditas".
Mary Daza Orozco Cita en el Café La Bolsa 117
116

Era pleno Festival de la Leyenda Vallenata y ella se pasaba fue altamente impresionante, seis muertos, semienterrados,
horas escuchando a los juglares en La Plaza y de rato en rato con signos de haber sido torturados. Se le llenaron los ojos
venía a reportar cualquier curiosidad que le llamaba la aten- de lágrimas y sentí que se ponía muy triste; lo regresé a su
ción. Una vez entró atropellándolo todo y nos dijo a la abue- casa y me prometí no llevarlo más a esas pruebas, sería mor-
la y a mí, que disfrutábamos de la fiesta desde el balcón: tal para él si en una de esas se encontraba con el cadáver de
su hijo...
—"Le trajeron a Valledupar un regalo curioso".
"Por la noche, como era costumbre, después de un corto re-
La miramos intrigadas; su explicación fue cantar, imitando corrido por las calles, me senté frente a las ruinas del Pala-
a andrés Landero, que con su voz sabanera estrenó La Ha- cio de Justicia a esperarlo; mientras llegaba, alcé los ojos y
maca Grande, de Adolfo Pacheco: clamé a Margo: «Tu ausencia es imposible de asimilar, no
aprendo a vivir con ella, dame una señal de dónde puedo
"Una hamaca grande, encontrarte...». Me interrumpieron unos pasos leves detrás
más grande que el Cerro e'Maco, de mí.
pa'que el pueblo vallenato,
meciéndose en ella cante...". "—Amigo, casi no llega, ¿por qué se retrasó?

La abuela sonreía y movía la cabeza con un gesto clarísimo "No hubo contestación. Me tensioné. Todos mis músculos
de: "¡Esta niña no se va a enseriar nunca!". se pusieron en guardia; me imaginé a un asaltante listo para
atacarme. Lentamente me puse en pie, giré y lo enfrenté. Era
*** el hijo de Nay, tenía los ojos enrojecidos y no atinaba a arti-
cular palabra. Contra el pecho apretaba la chaqueta de piel
La lluvia comienza a amainar. Hace cuatro años, cuando es- de camello. Nos miramos largamente; creí adivinar lo que
tábamos Francisco y yo asistiendo a nuestra cita en el Café había pasado, sin embargo no dije nada. Como si nos hubié-
La Bolsa, se desprendió un aguacero que hizo más triste el ramos puesto de acuerdo nos sentamos en el suelo y fijamos
encuentro. Sí, ese fue el encuentro más doloroso que hemos la mirada en lo alto, en el punto donde años atrás se alzaran
tenido, por la noticia lacerante que me trajo Francisco. Lue- las llamas que destruyeron tantos ideales. Después de un
go de tomar un trago, de respirar con fuerza como preámbu- profundo suspiro le pregunté:
lo de su relato, captó mi atención con su forma de narrar que "—¿Por qué no vino Nay?
tanto me gusta: "—Mi padre murió, -dijo rápidamente.
"—¿Cómo? -Pregunté transido.
"Por la mañana había salido temprano con Nay. Nos avisa- "—Desde el medio día se puso mal y esta tarde murió; él
ron que en la sabana bogotana, por los lados de Funza, ha- sufría del corazón.
bían encontrado unos cadáveres. Para Nay el espectáculo "—¡Dios, fue por la impresión de ver los cadáveres!
118 Mary Daza Orozco Cita en el Café La Bolsa 119

"—No. No se atormente, mi padre quedó herido de muerte cidad de la noche, de otra noche con intensidad amarga. Lloré
el día en que desapareció mi hermano -dijo y me tendió la la partida de Nay, lloré la ausencia de Margo, lloré por la
chaqueta. vida a la que en últimas no le encontraba explicación, llo-
"Se limpió las lágrimas, paseó la mirada por toda la Plaza de ré...".
Bolívar y luego, como si despertara de un sueño, me dijo:
"—Me pidió que si moría se la entregara, que usted com- Terminamos llorando los dos en el Café La Bolsa. Me dolió
prendería el significado y que no olvidara la promesa que le mucho la muerte de Nay, nos repusimos con la entrada en el
había hecho. recinto de unos amigos de Francisco que lo saludaron; a ellos
"Tomé la chaqueta y la apreté entre mis manos. No supe qué no les habría extrañado vernos llorar, son conscientes de que
contestar. El joven se puso de pie y arrastrando los pasos vivimos atormentados por la ausencia de Margo.
emprendió la marcha hacia la funeraria donde velaban a su
padre. Se volteó y me preguntó: ***
"—¿Me puede decir de qué promesa se trata? El acordeonero fue rodeado por un grupo de adictos al
"—Continuar la búsqueda de Orestes. vallenato; interpretaba una puya, aire explosivo, rápido, de
alegría contagiosa, que no se compadecía con el momento
"El muchacho se perdió de vista, no supe qué hacer, caminé que estábamos viviendo. La muerte de Nay era un duro gol-
de un lado para otro, recordé vagamente el sueño del Centro pe que Francisco ya había aceptado pero que yo acababa de
del Mundo, en el que caminaba como ahora del Parlamento recibir; por un momento pensé que me había tocado perte-
a los escombros de la Sede de la Justicia. Me sentí sofocado necen a la generación de la muerte: todos los seres que que-
y comencé a hablar solo. ría se iban sin darme tiempo para una despedida.

"Tuve que hacer un esfuerzo para no gritar: ¡Viejo, ahora —¿Por qué nadie nos enseña a aceptar que la muerte llega?
fue usted! ¿Por qué, si apenas comenzábamos la lucha? Me —pregunté a la abuela cuando murió el abuelo.
ha dejado con las manos extendidas buscando entre la indi- —Quizás porque no llega, está siempre con uno, está ahí,
ferencia humana una explicación. Ahora, donde quiera que —me contestó.
se encuentre ya usted, tendrá claridad sobre el paradero de
Margo y Orestes. ¡Si me lo pudiera decir! Me sacudí de los recuerdos y traté de convencerme de que
todo se debe a la violencia. Así de simple: la violencia no
"Hice una pausa, tomé aire y apreté la chaqueta de piel de
camello contra mi pecho. Por momentos me desorienté, se- sólo de las balas o de las bombas, violencia de la vida
guí caminando hasta cuando lentamente me senté a mirar al misma.
frente y a murmurar: 'nadie entenderá mi dolor como usted,
fue tan corta la amistad y tan largo el dolor. Fue tan corta la Francisco apuró un trago y observó a los alegres parranderos
comprensión y tan larga la búsqueda'. Lloré con la compli- que cantaban haciendo coro al músico; luego me preguntó:
T
120 Mary Daza Orozco Cita en el Café La Bolsa 121

—¿Te dio duro la noticia? Cuando la madrugada llegó con su aire refrescante, luego de
—Es lo normal, ¿o no? la lluvia, salimos del Café La Bolsa; esa fue la cita más triste
—Sí, yo todavía no me repongo, sólo que el hijo de Nay ha que tuvimos, sin lugar a dudas.
tomado su lugar, me acompaña a los recorridos; hice que
usara la chaqueta, como lo hacía su padre, y pasé de ser orien-
tado por la serenidad y experiencia de Nay a dirigir en la
búsqueda al joven. Es más, creo que le ha inyectado fuerza a
la causa, muchos de sus compañeros de estudios le colabo-
ran.

Me atreví a preguntar, exponiéndome a que Francisco se


sumiera en uno de sus largos silencios y se olvidara de res-
ponder; era una manera de evitar situaciones que le acrecen-
taban el dolor, pero respondió y con eso comencé a vislum-
brar un cambio en él:

—¿Cómo va con el proceso de búsqueda? ¿Qué hay en claro


y qué no?
—Nada hay claro, nada se ha logrado, todo está como al
principio; sólo existe una Asociación de Buscadores de Des-
aparecidos que se hace cada vez más fuerte, un número pa-
voroso de desapariciones registradas, y no quiero pensar en
las no registradas.
—Aquí, en Valledupar, han ocurrido varias.
—Sí, en todo el país, ya eso es una endemia y mientras per-
sista la violencia seguirán ocurriendo. Por todas partes hay
paredes infamantes llenas de fotografías de desaparecidos y
nadie se percata de la gravedad del problema y del dolor de
quienes las pegan allí. Esas paredes son la historia mural de
la nación, una de las manifestaciones más dolorosas de la
violencia. A pesar de eso todo sigue igual, porque la gente
no se da cuenta o trata de no darse cuenta de que está en
guerra, aunque el aire tenga olor de chamusquina, vapores de pól-
vora y ráfaga de odio sin causa y ese es el más peligroso.
Doce

La lluvia cesó. La luz de la lámpara de mi mesa de noche


proyecta arabescos en la pared; "son arreboles de candil",
decía Margo, cuando en ratos de ocio nos dedicábamos a
descifrar las figuras de luces y de sombras que se patentaban
en los muros y techo del balcón.

Ya se inició la madrugada y yo sigo en la tarea de recordar;


no es que me proponga en forma consciente a esculcar el
pasado, es un proceso espontáneo de los recuerdos que me
atropellan y no me dejan hacer nada distinto de permanecer
en esta especie de trance. La tía Delfina dice que eso tiene
que ser una manía y se ríe de mí. ¡La tía Delfina siempre
presente! No se me olvida la vez en que me acompañó en mi
paseo vespertino, nos fuimos por la vía a Hurtado, y llega-
mos a la orilla del río Guatapurí y nos sentamos en una roca.

—Necesitaba este descanso -me dijo sudorosa.


—Sí, usted trabaja mucho, ¿por qué lo hace si ya sus hijos y
usted están organizados?
—Precisamente para que no se rompa esa organización; es
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134 Marv Daza Oro co
Cita en el Café La Bolsa 135

pacio al whisky. En la época del abuelo tenían en la casa todo el mundo pensaba que aquí el dinero no se iba a acabar,
cajas de diversas marcas, que se iban poniendo de moda a que los campos producirían eternamente y que el ganado
medida que los contrabandistas llegaban afamándolas. llegaría a ser de los mejores del mundo, por eso cuando lle-
gó la crisis económica y social les dio muy duro.
—Claro, siempre lo dicen en las parrandas; al último que se —El derroche recordaba el cuento de los hombres que ha-
lo escuché fue al poeta Juan Manuel Roca. cían alarde de riquezas y encendían los fajos de billetes, en
—Ah, el poeta Roca, siempre lo evoco. lugar de velas, para alumbrar las cumbiambas.
—¿Cómo? —le pregunté entusiasmada. —En todos los pueblos hay historias de crisis y abundan-
—Repitiendo su Mapa de un país Fantasma: cias, y en todos la constante es el mal manejo que se da a
"Yo ignoraba que ir de viaje en mi país, ambas situaciones.
Que soltar pie por los rincones de Colombia
Es entrar en un mapa cuyos predios Francisco calló un rato para escuchar el canto que llenaba el
Siempre son ajenos..." recinto: "Regresa porque los ausentes son sombras del alma,
son sombras de amor..."
Francisco se quedó pensativo, de pronto dijo como alejando
una ráfaga de dolor: Se volteó a mirarme y contestó en diferido mi pregunta ini-
—Sí que tiene nombres esta ciudad, ¿verdad? cial:
—Todo el que quiere la llama como la siente: Capital Mun-
dial del Vallenato, los folcloristas; Ciudad de los Santos —Sí, he vuelto a tener sueños fantásticos y los disfruto por-
Reyes del Valle de Upar, los historiadores; Valle del Caci- que es la única manera de ver, escuchar y sentir a Margo, y
que Upar, los tradicionalistas; Viejo Valledupar, los román- son espontáneos, ya no uso barbitúricos.
ticos; Ciudad de mis Amores, yo; lo que sí te aseguro es que , —Y ¿siempre sueñas que estás en el Centro del Mundo, o
nunca será ni el Valle de los Lamentos, ni de los Olvidos, sea en la Plaza de Bolívar, y que llegan delegaciones de
eso no puede ocurrir mientras siga respirando canciones. buscadores de desaparecidos de toda América?
—No exactamente. Lo curioso de mis sueños es que siem-
Francisco me miró complacido y dijo: pre me plantan en cualquier lugar donde ha ocurrido una
—A propósito del "Old Parr", ¿recuerdas que el abuelo nos tragedia o un suceso que genere desapariciones de personas.
contaba sobre un señor muy rico, de Codazzi, que compraba En Soweto fue mi más reciente sueño: en él vi llegar delega-
muchas botellas de whisky y las vaciaba en las heridas y ciones de todo el África y tuve a Margo más bonita que nun-
llagas del ganado porque, según él, era el mejor desinfectan- ca, nada menos que en la meseta del Alto Veld. De pronto
te para sus animales? un sueño me lleva a Siberia; o a Chile, en el desierto de
—Sí, lo más chistoso es que le pusieron el remoquete de Calígula, Atacama; o a El Salvador, o a las planicies de Nigeria; en
porque algunos aseguran que hacía beber licor a los caballos. fin, voy a los lugares adoloridos.
—Si, era un derroche de la bonanza que se vivía; era cuando Me estremecí al sentir un poco de la angustia de esos días en
136 Marv Daza Orozco Cita en el Café La Bolsa 137

que sufrió esa especie de delirio onírico, lo notó y se apresu- mi propia vida, a salir con amigos, a divertirme y conseguir
ró a decirme: a alguien a quien amar. Eso era posible, así lo comprendí y
me propuse darle marcha a mi nuevo proyecto de vida; pero
— Eso ya pasó, ahora es distinto. sucedió lo que menos esperaba, y aquí me tiene anclada por
—¿Tu dolor sigue igual? siempre.
—No, cada día que pasa se hace más intenso, pero estoy
aprendiendo a llevarlo de otra forma; quiero sacudirme de Me quedé observando el cenicero lleno de colillas de ciga-
los devaluados cánones del sufrir, y salir de la caverna y rrillos ubicado en el centro de la mesa. Francisco me miraba
levantar mi visión frontal hacia las estrellas. como si estuviera descifrando mis pensamientos. De pronto
—¡Uuy, qué poético!, ¿cómo lo lograste? preguntó algo que nunca antes se había dignado hacer:
—¿El qué?
—El cambio, porque tú sí que has cambiado. —Y, ¿qué hay de ti?
—No, apenas estoy comenzando a cambiar. Es un proceso —Cuidando la casa, escribiendo a todos los lugares del país
largo porque el dolor está ahí, más vivo, más palpitante; sin que me sugieran alguna pista alentadora, enviando la foto-
embargo comencé a razonar, antes sólo me movían los im- grafía de Margo por el mundo, escribiendo el reporte de cada
pulsos, dejaba que mi corazón me llevara libre como el vien- año, ya llevamos diez libros -dije todo rápidamente por la
to que no tiene la capacidad de retroceder si equivoca el rumbo sorpresa de su pregunta, porque nunca se había interesado
y sólo sabe estrellarse. Este es el inicio de una nueva forma por mí.
de ordenar mi vida; no quiere ello decir que deje de sentar- —Y, ¿cuándo te vas a casar, o no lo vas a hacer nunca?
me en el suelo de la Plaza de Bolívar, frente al nuevo Pala- —No lo he pensado; es más, no me he enamorado -le dije
cio de Justicia, reconstruido sobre la infamia, ni que deje de con ira escondida.
mostrar la fotografía de Margo, acompañado de Hernán, el . —Leonor, yo creo que estás enamorada, lo que pasa es que
hijo de Nay que, a propósito, es uno de los más dinámicos tu amor es tan imposible como el mío ahora.
colaboradores de la Asociación y dirige la oficina en el apar-
tamento; en eso lo convertimos, allí todo es movimiento y Quedé sin habla mientras él se volteaba a escuchar los versos
trabajo, ojalá algún día vayas. del acordeonero que seguía: "Regresa o sólo la muerte po-
drá brindar calma a mi corazón...".
Tomó un trago mientras yo pensé en que nunca, si estaba de
mi parte, volvería allí. Yo llegué a Bogotá a buscar la reali- Tomó un trago y siguió hablando sin darse cuenta del vol-
zación de mis sueños, lograr un título, irme a otros lugares cán que había explotado en mí; todas las fibras de mi cuerpo
del mundo a estudiar otras lenguas; es más, dos días antes y de mi alma se colapsaron, ¡Francisco me había descubier-
de la tragedia pensé que sería bueno mudarme, salir del apar- to! No quedaba duda de que sabía de mi amor por él, lo
tamento, evitar el dolor (sin rencor), sólo me dolía contem- había sabido siempre. Tuve que respirar muy hondo y hacer
plar el amor de Francisco y Margo; quería irme a construir un gran esfuerzo para seguir escuchándolo con serenidad.
138 Mary Daza Orozco Cita en el Café La Bolsa 139

—Viajo a distintos países para asistir a diversas reuniones —¿No te parece que sigue siendo dura la desaparición de
que tienen que ver con mi cargo de presidente de la Asocia- Margo y cualquier desaparición forzada? Si una persona
ción de Buscadores de Desaparecidos; antes lo hacía para muere a causa de la violencia o en cualquier accidente, y eso
buscar a Margo, pero me di cuenta de que no es en la Argen- lo vivimos de niños, el dolor es inmenso pero al fin y al cabo
tina, ni en Soweto, ni en Nigeria, ni en Cuba, donde voy a se sabe que es el final, que aunque cruel, a él iremos todos;
resolver mi problema, es aquí en mi país. Eso lo aprendí de pero que una persona hable contigo, te llene de alegría con
las madres de la Plaza de Mayo, allí se están, allí reclaman y la realización del milagro de estar viva a pesar de la catás-
es allí donde les tienen que responder; en fin, es en tu propia trofe y que sin más desaparezca, es cuestión de volverse loco,
casa, a mí, a todos los que perdimos nuestros familiares en se pasa uno los días pensando en ella y preguntándose ¿dón-
el Palacio de Justicia tienen que respondernos aquí. de estará? Esa es una pregunta que me hago en todos mis
momentos
Tarea dificil si se tiene en cuenta que son más de cien mil
los desaparecidos en todo el país, -dije al desgaire, impactada Lo miré. Un ramalazo de dolor le oscureció la mirada y lo
todavía por mi amor, que había quedado al descubierto. hizo fumar aprisa. Luego comenzó a serenarse, se volteó a
escuchar los versos del "Amor, Amor". Recordé a Margo, y
— Lo más seguro es que nunca lo hagan, pero hay que insis-
creo que él también, cuando se subía en una de las mesas del
tir, con cartas, con manifestaciones, con todo lo que habla Café La Bolsa y con su voz parrandera, acompañándose de
de que hay dolientes que tienen derecho a una respuesta. las palmas y el movimiento gracioso de su cuerpo, cantaba:
Ahora mismo hay una petición de algunos familiares de gue-
rrilleros que desaparecieron en la toma, para que se haga la "Ese es el Amor, Amor,
exhumación de los cadáveres de una fosa común en Bogotá. el amor que me divierte;
Y voy a estar pendiente porque, aunque estoy seguro de que cuando estoy en la parranda,
Margo vive, debo estar allí. no me acuerdo de la muerte..."
—¿Cómo estás tan seguro de que Margo vive luego de tan-
tos años? -Me atreví a preguntar ya sin miedo; poco a poco
fui tomando confianza.
— Estoy completamentamente seguro, porque la intuición y
el corazón no fallan.
No respondí; pensé más bien que en ese aspecto sí no había
avanzado Francisco: su amor seguía siendo tan inexplicable
que no admitía ni una duda sobre la existencia de su esposa.
—Nuestros caminos son más duros de lo que imaginamos,
—dijo inesperadamente.
—¿A qué viene eso?
CATORCE

¡Si supieran el alboroto que ármo mi corazón!. Fue en el


Café La Bolsa, y todo por un abrazo de Francisco. No fue al
principio, fue en un momento especial.

Luego de que escucháramos los versos del "Amor, Amor",


y de que mi espíritu todavía hiciera esfuerzos para no dejar
traslucir mi agonía ¿o gozo? porque Francisco sabía que lo
amaba, mejor dicho porque me lo dio a entender; después de
que comprobamos que el dolor por la desaparición de Margo
seguía afincándose cada día más y de que Francisco, aunque
más mesurado, continuaba su ruta de buscador irredento y
por ende yo seguía metida en su vida hasta el fin, nos dedi-
camos a vivir la media noche en el Café La Bolsa, la hora
más importante de las parrandas y los encuentros, cuando se
desterraba la timidez y afloraban los sentimientos de una
bohemia lejana que sembró profundas raíces.

Nadie se embriagaba; por lo menos, no de licor. Se tomaba


para tensar el ánimo y ponerlo a tono con una noche plena
de sentimientos. Es más, muchos ni se permitían un trago para
142 Mary Daza Orozco Cita en el Café La Bolsa 143

disfrutar con plena lucidez de un mundo para el que no hay galán de cine, escuchaba complacido al maestro de maes-
más explicaciones que las del corazón. tros, Rafael Escalona, que le cantaba una de sus últimas com-
posiciones. Estalló la piqueria con verseadores espontáneos;
Seguía el canto del "Amor, Amor", y fue cuando Francisco fue un duelo a muerte, con palabras afiladas como floretes
me miró como si me preguntara si escuchaba y sentía lo que románticos de caballeros encantados. Y de nuevo escucha-
él; era una alucinación de sonidos y de luces. Era el antiguo mos las voces declamando, los tiples y guitarras llorando, y
Café La Bolsa, el de los primeros tiempos, en todo su es- al fondo el tenue sonido del violín de Evaristo Gutiérrez y se
plendor. El detonante fue la voz de uno de los románticos alzó irreverente la voz caribeña de Bambino Ustáriz:
mayores, Poncho Cotes, que rememoraba a Carranza: "Te- "Guantanamera... guajira guantanamera...", y sonrió Carlos
resa en cuya frente el cielo empieza/como el aroma en la Dangond y Carlos Espeleta cambió de silla tres veces en un
sien de la flor..."; la melopea surgió del tiple del abuelo Chi- minuto, José Jorge Arregocés disfrutó un momento exultan-
co, de la flauta de Lucho Pimienta y de la guitarra de litigues te. Y siguieron desfilando nombres y rostros; nombres que
Martínez, "Teresa la del suave desamor...", se volvió un su- para el mundo no representan nada, pero para el que quiera
surro que rescató la voz de El Cuinque para tejer un bolero: revisar la historia de la bohemia vallenata están ahí auténti-
"amor mío tu rostro querido...", mientras que Gustavo cos, irrepetibles, inmortales.
1
Gutiérrez pestañeaba insistente esperando turno para pedir:
"Dame tu mano mi amigo que quiero saludarte/ven y char- Las luces oscilaron. La Chave con su pantalón de poliéster
lemos de cosas, que nos traerán recuerdos...", y lo siguió gris, su camisa blanca y portando un maletín ejecutivo, ofre-
Leandro Díaz con su lamento "A mí no me consuela nadie". cía un número prometedor de la lotería, mientras que Berta,
Se escuchó la voz afanada del Turco Pavajeau: "¡Colacho, con una cachucha calada hasta las orejas, zapatos tenis, jeans
toque algo antes de que esto se convierta en un solo llanto!". apretados y camisa de hombre, le hacía contrapeso asegu-
Y se abrió el acordeón y sonaron las notas y escuchamos el 1 rando tener el número de la suerte.
más extraordinario concierto de música vernácula cuando
se le unieron Emiliano Zuleta, Torio Salas y Lorenzo En mesa aparte, comandados por Darío Pavajeau, los galleros
Morales y retumbó la caja de Pablo López y las almas se hablaban de las próximas riñas del gallo fino con la concu-
estremecieron. rrencia de cuerdas de Cuba, Santo Domingo o España. Más
allá el tema era el algodón, la cosecha, el desmote, el precio
Se hizo silencio para escuchar al poeta Beltrán, "la tarde se por tonelada.
diluye entre las sombras..."; Jaime Molina, con sonrisa so-
carrona, los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos entor- En otra mesa el diálogo desaforado de los políticos era la posible
nados, los observaba a todos; Coly Botero, de un lado para fundación del Departamento del Cesar, con capital Valledupar. De
otro, se preocupaba porque la parranda fuera un éxito; An- nuevo la poesía, ahora de César Vallejo: "Me moriré en París con
drés Becerra apuntó un chiste que produjo una carcajada aguacero/un día del cual ya tengo el recuerdo...", y música y luces y
general. Alfredo Araújo Noguera, con su famosa sonrisa de risas y rostros y llantos, y dimos vueltas y fue como si despertára-
144 Mary Daza Orozco
Cita en el Café La Bolsa 149

mos. Francisco se frotó los ojos y yo me sobresalté, así sali- Al rato seguimos caminando y entramos a La Plaza; nos de-
mos de un rapto de ensoñación bohemia; de una que nunca tuvimos en el centro, en el cuadrado de baldosas rojas donde
vivimos pero que se nos dio en la vida de nuestros mayores, alguna vez bailó Margo; recibía la luz azulada de las bombi-
fueron los tiempos de un Café La Bolsa que no logramos llas esquineras que hacían filigranas sobre el piso.
compartir, sólo que ahora lo hacemos por obra y gracia de la
inspiración. Por un momento nos pareció ver a Margo bailando su ritmo
inventando al compás de una música inventada, y sonaron
La madrugada se insinuó en la Calle del Cesar, la vimos por en nuestros oídos los pitos de los automóviles, los silbidos,
el amplio ventanal y recordamos otras madrugadas de hace las palmas, los gritos y la risa inconfundible de la desapare-
muchos años: eran iguales, sólo que no tenían involucrado cida.
el dolor. Francisco se puso de pie, lo imité y me pasó un
brazo por los hombros y me apretó contra su cuerpo, así Francisco, con su brazo sobre mis hombros, me llevó hasta
salimos a la Calle Grande. Si antes estuve aturdida, ahora el portón de la casona; subimos lento los peldaños de la
estaba de muerte lenta. ¡Era mi abrazo!, con el que soñé toda estrecha escalera y cuando llegamos al balcón nos recosta-
la vida, por el que esperé tanto tiempo. Así, apretada a su mos sobre la baranda, se volteó y me dio un beso sutil en la
costado, me llevó por el sardinel de la derecha; no me atreví frente. ¡Sí, me besó!, lo sentí profundo, lacerante, dulce y
a respirar fuerte por el temor a que me soltara. Caminamos explosivo; aunque haya sido en la frente, fue mi primer beso,
silenciosos, de pronto me dijo: tan esperado, grande, intenso, como si me poseyera; es que
la importancia de los besos no se mide por su intensidad. Mi
—Te aseguro que venceré, daré con ella si soy afortunado en corazón se desbocó, mi cuerpo se desaforó, quería pedir más,
esta vida, o en el peor (?:,o el mejor?) de los casos en la otra. pero al tiempo sabía que eso era todo, un acto inocente y
1
cariñoso de Francisco que había desatado mi pasión
No contesté nada, no podía. Estaba disfrutando del cálido contenida.
cuerpo de Francisco. ¡Oh Dios, qué de cosas sentí!
Allí continuamos recibiendo los embates de la brisa alocada.
Nuestros pasos sonaban en el silencio de la noche; a lo lejos, Francisco pensando en su vida, en su Margo, en sus amigos,
por la Calle del Cesar, los desplazados por la violencia bus- y yo en mi abrazo y en mi beso. Miró hacia la Sierra Neva-
caban un norte en cada esquina. Llegamos a la casa silencio- da, no se veía por la cerrazón de la noche, pero él tenía que
sa de Margo, frente a su puerta Francisco me apretó más. hacerlo; al fin y al cabo allí se casó con Margo y para ellos
Parecía estar frente a un altar, no sé si orando o deseándola, ese matrimonio era el que valía. Después paseó la vista por
lloró. Sí, sus lágrimas eran lo más lógico en ese momento; toda La Plaza y miró al frente, con voz ronca prometió: "La
por mi parte sentía un brazo recio sobre mi hombro y el roce encontraré, ¡juro que la encontraré!".
de un cuerpo capaz de darle calor, fuego derretido a cada
célula de mi cuerpo, de mi piel.

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