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CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL

Cuadernos de Estudios de Derecho Judicial


Escuela judicial
Centro de Documentación Judicial
La imprudencia

Calderón Cerezo, Ángel


Magistrado

AUTORIA Y PARTICIPACION EN EL DELITO IMPRUDENTE.


CONCURRENCIA DE CULPAS.

ÍNDICE

I. Sobre el delito imprudente


1. Planteamiento
2. Sobre la noción y estructura del delito imprudente
3. El "desvalor del resultado"
4. ¿Delitos imprudentes de conducta?
II. Autoría
1. Planteamiento
a) Concepto unitario de autor
b) Concepto extensivo
c) Concepto restrictivo
d) El dominio del hecho
e) Autoría mediata
f) Autoría - participación: conclusiones
2. Autoría en el delito imprudente
a) Consideraciones generales
b) Autoría mediata imprudente
3. Pluralidad de sujetos intervinientes en régimen de autoría
a) Sin acuerdo en la acción
b) Con acuerdo en la acción
III. Participación
1. Planteamiento
a) Posiciones doctrinales
b) Declaraciones jurisprudenciales sobre coautoría y participación
2. Casos de participación imprudente
a) En delito imprudente
b) En delito doloso
c) Participación dolosa en delito imprudente
d) Declaraciones jurisprudenciales sobre participación imprudente en delito
imprudente
3. Participación y autoría imprudente en el ejercicio de la profesión médica
a) Autoría mediata y organización vertical del trabajo en equipo
b) Casos de organización horizontal del trabajo
c) Declaraciones jurisprudenciales
4. Participación y autoría en la denominada imprudencia laboral
a) Criterios para la exacción de responsabilidad penal por hechos imprudentes
laborales. La posición del empresario y asimilados a efectos de la seguridad en el
trabajo
b) Declaraciones jurisprudenciales
5. Participación en delitos de omisión
IV. Concurrencia de culpa de la víctima, del perjudicado o de terceros
1. Planteamiento
2. Criterios doctrinales y jurisprudenciales de valoración de la conducta de la
víctima, perjudicado o terceros
a) Incidencia sobre la infracción del deber de cuidado
b) En la determinación de la autoría
c) En la determinación de la gravedad del injusto
d) En la imputación del resultado
V. Conclusiones
NOTAS
BIBLIOGRAFIA

TEXTO

I. Sobre el delito imprudente

1. Planteamiento

La dogmática penal ha venido girando tradicionalmente en torno a los principios y a la


problemática propios del delito doloso, que fue el primero en el tiempo en ser
aprehendido por la sensibilidad humana, con olvido de las cuestiones peculiares
inherentes al delito culposo o imprudente, que hasta hace poco tiempo ha sido
tributario de la aplicación traslativa "mutatis mutandis", de los planteamientos
acuñados para las infracciones de "malicia".
No son frecuentes en la doctrina española las obras monográficas en la materia (1).
Aún se cita con habitualidad entre nuestros autores la obra, ya clásica, de QUINTANO
aparecida en el año 1958. Trabajo genial, lo que constituyó el común denominador de
la producción científica de este autor, y aún precursor por la anticipación con que
vislumbró algunas de las cuestiones del "Derecho Penal de la culpa", varias de las
cuales lejos de poder considerarse resueltas enfrentan todavía a la doctrina.
Modernamente el hecho de que la ciencia alemana, con la influencia que ejerce sobre
la española, no haya llegado a encontrar soluciones completamente satisfactorias a la
construcción del delito imprudente, a través del esquema finalista, con sucesivas
elaboraciones del creador WELZEL y de sus inmediatos seguidores de Escuela,
creemos que sigue condicionando el desarrollo científico que, por ahora, y a pesar del
creciente interés doctrinal por el tema, constituye en palabras de GIMBERNAT (2),
"uno de los más graves fracasos de la dogmática jurídica penal".
El inconveniente es tanto más de sentir, en la medida en que cobra importancia la
frecuencia con que se producen esta clase de infracciones, en cierto modo
consustanciales al progreso humano basado en el desarrollo técnico e industrial; es
decir en la puesta en funcionamiento de fuentes de riesgo, que se suman a la
representada por el uso y circulación de vehículos de motor, hecho a partir del cual
comenzó a adquirir importancia cuantitativa la imprudencia punible, dando lugar al
surgimiento de normas específicas en el orden penal sustantivo y procesal (3).
Ocurre que, ya sea por la tolerancia social de determinados riesgos, el escaso reproche
que suscitan las conductas denominadas de "bagatela" o de poca significación, o bien
por razones más pragmáticas de evitar la excesiva acumulación de trabajo en los
órganos jurisdiccionales del orden penal, es lo cierto que la doctrina mayoritaria se
viene decantando, en la línea del Preámbulo de la Ley Orgánica 3/89, de 21 de junio,
de modificación del Código Penal, por la descriminalización de determinados
comportamientos imprudentes que pueden ser tratados eficazmente por otras ramas del
ordenamiento jurídico, o bien por exigir el cumplimiento de requisitos formales para su
perseguibilidad penal, con la secuela de los problemas de naturaleza procesal que la
reforma está suscitando; cuestión ésta objeto de estudio en otra de las Ponencias del
Curso.
El manejo de los datos estadísticos referidos al año 1991 (4), permite apreciar el que
durante dicho año se incoaron un total de 86.260 causas criminales por hechos
imprudentes, cifra únicamente superada por los cometidos contra las personas y la
propiedad, dato más significativo si cabe en la medida en que la despenalización
relativa a que nos acabamos de referir, ha debido operar como límite a la iniciación de
procedimientos penales.
El incremento de la delincuencia imprudente unido al hecho del cada vez más
restringido acceso a la casación de estas causas, por aplicación del Procedimiento
Abreviado introducido por la Ley Orgánica 7/88, de 28 de Diciembre, reformadora de
la Ley de Enjuiciamiento Criminal, determinará el que tanto las Audiencias
Provinciales como los Juzgados de lo Penal vayan a verse privados con frecuencia de
nuevos criterios jurisprudenciales, a añadir a los hasta ahora acuñados por la Sala
Segunda del Tribunal Supremo, en aspectos problemáticos tales como la configuración
del deber de cuidado, la relación causal y la imputación objetiva, o los concernientes a
la autoría y la pluralidad de intervinientes en el hecho imprudente, problemas de
participación y de concurrencia de culpas, que son objeto de este trabajo que se
presenta sin otras pretensiones que la de dar a conocer determinados aspectos
doctrinales y jurisprudenciales en la materia y otras cuestiones conexas.
El tratamiento que nuestro Derecho positivo hace de la imprudencia, se inscribe dentro
del denominado sistema de "numerus apertus", que posibilita la incriminación a título
de culpa, en principio, de cualquier infracción de la parte especial cuyo tipo no resulte
incompatible con la estructura del hecho imprudente. El art. 565 C.P. concibe el delito
imprudente como un "minus" en relación con el delito doloso del que sólo le separa el
componente malicioso (en la dicción anterior a la reforma de 1989). Poniendo en
relación este precepto con el art. 1º C.P. resulta que, en realidad, no existe un delito
imprudente autónomo sino que la imprudencia es un elemento del delito, ya se sitúe en
la acción (con el finalismo) o en la culpabilidad (con la doctrina clásica y neoclásica).
No obstante lo cual la Jurisprudencia viene afirmando la existencia de tres
infracciones imprudentes en atención a su gravedad: la temeraria y la simple con y sin
infracción reglamentaria (arts 565, 586 bis y 600 C.P.), reconducibles a cualquier
delito no esencialmente doloso por la vía de las formas de culpabilidad, lo que ya
mereció en su día las críticas de QUINTANO (6).
De esta observación se desprenden las dos siguientes consecuencias:

a) Que la concepción abierta, salvo excepciones (arts 127; 135 bis d; 346; 355; 358;
360; 395; 412 y 563), de los delitos imprudentes no se compadece con el principio de
legalidad penal (arts 9.3 y 25.1 de la Constitución), ni tampoco es respetuoso con la
deseable seguridad jurídica. Por ello la doctrina coincide en reconocer el acierto que
representa el sistema de "numerus clausus", propio del Derecho alemán entre otros
ordenamientos legales, y el avance en su día representado por el proyecto de 1980 y
por el actual proyecto C.P., remitido por el Gobierno a las Cortes en el mes de
septiembre de 1992.
La ausencia de una enumeración cerrada de los delitos imprudentes como "crimina
culposa", creemos que propicia la consideración del delito imprudente con un carácter
residual o subsidiario respecto del doloso, recurriéndose con frecuencia a la
calificación como culposos de hechos que incorporan un reproche penal mínimo pero
cuyo resultado lesivo o dañoso puede ser de la máxima gravedad, sirviendo en estos
casos la condena penal, por ínfima que sea, para sustentar la declaración de la
responsabilidad civil que es de lo que se trata, con frecuencia de carácter subsidiaria o
a cargo de las entidades aseguradoras.
Es discutible la valoración imprudente de delitos esencialmente dolosos en nuestra
opinión, como sucede con el parricidio (T.S. 28.03.84, A. 229; 19.12.85, A. 6.345 y
03.10.87 A. 6.947), la violación (T.S. 30.05.1890; 15.10.31 y 11.04.77 A .1.549); o
con determinadas falsedades documentales (T.S. 21.11.83 A. 5.675 y 10.02.92 A.
1.110). En la sanción por esta vía del delito de infidelidad en la custodia de
documentos, a pesar de que hayan recaído varias sentencias coincidentes en la materia
(04.03.77 A . 939; 10.06.87 A. 4.723 y 24.10.90 A. 8.229), creemos que se ha
extremado la interpretación de los elementos descriptivos de la conducta típica en pos
de su sanción imprudente.

b) La causación de dos o más resultados como consecuencia de la actuación


imprudente, debería dar lugar a la apreciación de otras tantas infraccionos punibles, al
igual que sucede con los delitos dolosos, en lugar de estimar como hace la
jurisprudencla constante (T.S. 24.11.84 A. 5.950 y 20.11.85 A. 5.440), que a estos
efectos sólo se ha de tomar en consideración el resultado más grave en el que quedan
absorbidos todos los demás, despreciándose así otros tipos referidos, por ejemplo, al
resultado dañoso en las cosas.
De acuerdo con la doctrina mayoritaria (7), los distintos resultados deberían calificarse
como hechos punibles, sancionables por la técnica del concurso ideal del art. 71 C.P.,
pues sólo así la pena reflejaría lo injusto del hecho.

2. Sobre la noción y estructura del delito imprudente

En la explicación del delito imprudente, como en tantas cuestiones de la ciencia del


Derecho Penal, se enfrentan las concepciones o doctrina causalista y finalista. Aquélla
sosteniendo el carácter naturalístico de la acción que, en adecuada relación causal,
produce la lesión del bie n jurídico, dejando para el examen de la culpabilidad el juicio
de reproche, a título de dolo o de culpa según proceda.
El finalismo sostiene un concepto ontológico de la acción vinculada al ser de las
cosas; la acción dirigida a la obtención de un fin real o potencial, inteligente o ciega,
que permite desde el primer momento distinguir entre lo injusto del delito doloso y del
imprudente, sin aguardar al momento del juicio de culpabilidad.
La explicación causal de la acción y del delito imprudente, centra su atención en el
"desvalor del resultado", igual que en los delitos dolosos, como si el contenido objetivo
del injusto fuera el mismo en ambos casos, separándose en lo subjetivo es decir, en el
mayor o menor nivel de reprochabilidad.
Por el contrario el finalismo al incluir el deber objetivo de cuidado en el tipo de lo
injusto de los delitos imprudentes, esta consideración lleva a sus seguidores a efectuar
la distinción en el momento mismo de afirmar la tipicidad; con lo que si el dolo es el
elemento del injusto en los delitos dolosos, la infracción dicha del deber de cuidado lo
es para los imprudentes.
Su estructura básica se concibe en función de que la parte objetiva del tipo viene
constituida por la infracción de la norma de cuidado, equivalente al "desvalor de la
acción", y asimismo por la producción de un resultado coincidente con el que esté
previsto en el tipo doloso, lo que equivale al desvalor del resultado. Mientras que la
parte subjetiva del tipo exige el elemento positivo de querer la conducta negligente,
bien conociendo el peligro que entraña (culpa consciente o con representación), o
estando ausente dicho conocimiento (culpa inconsciente); así como el elemento
negativo de no haber querido la producción del resultado.
La infracción de la norma de cuidado presenta dos aspectos distintos: el deber de
cuidado interno, con arreglo al cual el sujeto ha de advertir la presencia del riesgo
(previsibilidad); y el deber de cuidado externo que radica en la exigencia de
comportarse conforme a la norma de cuidado previamente advertida.
Sin embargo no se cuenta en nuestro Derecho con un concepto positivo de lo que deba
entenderse por norma de cuidado ni, en consecuencia, se sabe cuál sea el módulo o
criterio con que valorar la actitud del sujeto en la situación concreta, ya sea al tiempo
de prevenir el riesgo o de evitar sus consecuencias. La doctrina alemana obtiene el
concepto de la imprudencia a partir del art. 276.2 de su Código Civil: "actúa
imprudentemente quien no observa el cuidado necesario en el tráfico"; mientras que
nuestro art. 565 C.P. da por supuesto el concepto de imprudencia, que positivamente
sólo cabría obtener a partir de lo que el Código Civil establece a propósito de la culpa
del deudor (art. 1.104): "la culpa o negligencia del deudor consiste en la omisión de
aquella diligencia que exija la naturaleza de la obligación y corresponda a las
circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar. Cuando la obligación no exprese
la diligencia que ha de prestarse en su cumplimiento, se exigirá la que correspondería a
un buen padre de familia".
A pesar de los limitados efectos del precepto transcrito, en el mismo se encuentran,
como advierten OCTAVIO DE TOLEDO -HUERTA (8), los elementos
fundamentales de la imprudencia; a) el concepto normativo de la diligencia debida y b)
el relativismo en la medida objetiva del cuidado exigible a cada individuo; que se
gradúa en relación con lo normalmente esperable de las personas situadas en las
mismas circunstancias que el autor.
El T.S. sostiene como doctrina general a propósito de los caracteres configuradores de
la imprudencia (T.S. 13.12.85 A. 6.255; 22.04.86 A. 2.084; 19.06.87 A. 4.973;
25.03.88 A. 2.098; 22.05.89 A. 4.238; 28.12.90 A. 10.102 y 25.02.91 A. 1.412 entre
otras), el que ésta requie re: a) una acción u omisión voluntaria no intencional o
maliciosa, con ausencia de cualquier dolo directo o eventual; b) el factor psicológico o
subjetivo consistente en la actuación negligente por falta de previsión del riesgo,
elemento no homogeneizable y por tanto susceptible de apreciarse en gradación
diferenciadora; c) el factor normativo u objetivo representado por la infracción del
deber objetivo de cuidado (9), traducido en normas convivenciales tácitamente
aconsejadas y observadas en la vida social en evitación de perjuicios a terceros, o
específicas reguladoras de determinadas actividades, contenidas en normas
reglamentarias en cuya observancia confía la comunidad la evitación de los riesgos
correspondientes a determinadas actividades; situándose en la violación de estas
normas el elemento de la antijuridicidad; d) producción del resultado; y e) adecuada
relación causal entre el proceder descuidado desatador del riesgo y del daño o mal
sobrevenido.
El contenido del deber objetivo de cuidado tanto interno, es decir la advertencia o
previsión del riesgo potencial que conlleva determinada conducta, como externo, es
decir el comportamiento diligente para conjurar el peligro, deben relacionarse con las
condiciones afectantes al sujeto inculpado.
El hecho imprudente se ofrece, por tanto, lleno de relativismo y de circunstancialidad
(T.S. 29.02.92 A. 1.509), lo que determina a los órganos judiciales a realizar en cada
caso la tarea de valorar jurídicamente aquellos comportamientos, a partir de los hechos
probados con virtualidad incriminatoria.
Tal valoración es el resultado de subsumir los hechos en la norma aplicable, con lo
que la conclusión a que lleguen los Tribunales sobre la calificación como imprudente
de una conducta, por tanto con relevancia jurídico-penal, es cuestión de legalidad
ordinaria reservada al Juez; sin que la presunción constitucional de inocencia se
extienda a estas consideraciones, una vez que exista prueba de cargo válidamente
producida. La inocencia del art. 24.2 C.E. se refiere a la determinación de los hechos y
no a sus consecuencias jurídicas, que incumbe extraer a los órganos de la jurisdicción
penal, sin que el Tribunal Constitucional pueda sustituirlos en esta función como si de
una nueva instancia judicial se tratara (T.C. 12.11.86 y 07.06.87 y T.S. 26.09.90 A.
7.250; 04.01.91 A. 19; 15.01.92 A. 116; 27.01.92 A. 458 y 10.10.92 Actualidad Penal
826). Y si la S.T.C. 150/89, de 25 de septiembre, resolvió en el fondo declarando la
nulidad de la sentencia determinante del amparo, decretando la firmeza de la anterior
absolutoria, fue debido a la ausencia de prueba directa o indirecta sobre la implicación
en los hechos de la persona condenada, además de apreciarse la infracción de legalidad
penal (art. 25 C.E.), por subsumirse los hechos en un precepto que no se hallaba
vigente al tiempo de su ejecución.

3. El "desvalor del resultado"

Para la realización del tipo de lo injusto en el delito imprudente no basta la infracción


o inobservancia del deber objetivo de cuidado, sino que todavía es preciso que tenga
lugar la producción del resultado en que se concreta aquella inobservancia de deberes,
es decir al "desvalor de la acción" debe seguir el "desvalor del resultado". La
consideración del resultado en los delitos imprudentes sugiere dos cuestiones de interés
que nos parece deben ser siquiera planteadas en esta introducción. Me refiero a su
naturaleza y ubicación en la estructura del delito imprudente en primer término, y en
segundo lugar al alcance y significación que haya de darse al concepto mismo de
resultado; y aún habría que referirse a la posibilidad de prescindir de la lesión de un
bien jurídico en los delitos imprudentes; o dicho de otro modo, posibilidad de que se
sancionen las conductas imprudentes de mera actividad.
En principio cabe afirmar que la presencia del resultado no es ajena tampoco a los
delitos dolosos. Así es que no merece igual sanción el delito intentado o frustrado que
el consumado. Pero es en el imprudente en donde cobra toda su importancia, porque a
primera vista, no es concebible el delito culposo sin que esté presente el binomio
"desvalor de acción-desvalor de resultado" planteado así desde la perspectiva del
esquema o sistema finalista del delito culposo, mayoritariamente aceptado por la
doctrina española (10).
Tradicionalmente, para los causalitas, el resultado ha venido considerándose como un
elemento esencial constitutivo del delito culposo. Autores clásicos como CARRARA
o más modernos como JIMENEZ DE ASUA (11), lo han entendido de este modo,
aludiendo el primero a la extravagancia de defender la posible incriminación de hechos
culposos que no hubieran ocasionado daño alguno. Si bien que en congruencia con la
doctrina causal, el resultado habría de estar vinculado al anterior comportamiento
peligroso portador de un riesgo objetivamente previsible, dejando el juicio de valor
para el momento de la culpabilidad, en donde se decidiría sobre la forma dolosa o
culposa y ésta en base a la previsibilidad y evitabilidad.
Es en el seno de la misma doctrina clásica donde surge la idea de, tratando de restar
influencia al azar en estos delitos, concebir el resultado como mera "condición objetiva
de punibilidad", bastando según MANZINI la voluntaria infracción de la norma de
conducta para tener por cometido el delito culposo.
Será la obra de los finalistas la que reproducirá la cuestión, al advertir WELZEL que
el injusto de los delitos imprudentes queda completamente constituido o realizado con
el "desvalor de la acción", mientras que, según este autor, el "desvalor del resultado"
cumple una función selectiva o delimitadora de las conductas imprudentes a efectos de
la punibilidad, es decir, que toda actuación contraria al deber objetivo de cuidado es
antijurídica en sí misma, pero sólo cuando se concreta en el resultado tendrá efectos
penales.
Esta posición welzeliana de carácter intermedia, que lógicamente llevaría al
tratamiento como condición de punibilidad, se vió desbordada por la obra de A.
KAUFMAN quien así lo afirmó explícitamente al sostener que "la producción del
resultado no es ninguna condición necesaria, ni de la tipicidad ni de la antijuridicidad,
sino condición de punibilidad".
La postura mayoritaria entre los finalistas es la de la reafirmación del valor del
resultado según las tesis de STRATENVERTH, seguida por los autores españoles
expositores de aquella doctrina (CEREZO MIR y SUAREZ MONTES) (12); postura
según la cual lo injusto no se puede tener por cumplido, sino cuando se da el "desvalor
del resultado" junto al "desvalor de la acción". Si sólo se cumple el primero pero no el
resultado, tratándose de un delito doloso quedará éste en grado de tentativa, pero en el
imprudente no quedaría más alternativa que la impunidad, a no ser que la culpa sin
consecuencias se halle excepcionalmente tipificada.
El significado de uno y otro desvalor lo marca la previsión legal del delito, puesto que
no existe injusto penal sin tipo y si el tipo exige, como ocurre en los delitos culposos,
el desvalor del resultado éste no es menos constitutivo de lo injusto que el desvalor de
la acción.
En conclusión: el resultado forma parte del tipo de lo injusto y la inobservancia del
deber objetivo de cuidado, no constituye por sí sola lo injusto del delito culposo, sino
que es preciso la producción del resultado que por ello representa el objeto material de
estas infracciones. En otras palabras: lo que habitualmente determina la conversión de
la lesión del cuidado en injusto típico, es precisamente la aparición de la ofensa a
concretos bienes jurídicos ( RODRIGUEZ MOURULLO ) .
Sobre lo que deba considerarse como resultado del delito imprudente, la
jurisprudencia tradicional lo viene identificando con la producción de un daño real, es
decir "la modificación del mundo exterior por lesión o daño", "mal efectivo y
concreto", "la lesión material de un bien jurídico (T.S. 23.06.58 A. 2.432; 11.11.64 A.
4.747; 05.03.74 A. 1.200 y 27.12.74 A. 5.285), que en sentencias más recientes se
denomina sólo "evento mutatorio o alterador de situaciones preexistentes", o
simplemente "daño" o "mal" (T.S. 22.04.86 A. 2.084; 19.06.87 A. 4.973; 25.03.88 A.
2.098; 21.04.89 A. 3.495; 28.12.90 A. 10.102; 25.02.91 A. 1.412 y 29.02.92 A. 1.509).
Los preceptos penales reguladores de la culpa (arts. 565, 586 bis y 600) no exigen este
resultado material, o al menos no lo exigen en la misma medida. El art. 565 habla sólo
de ejecutar un hecho, mientras que el art. 586 bis es de interpretación más dudosa
cuando exige la causación de un mal a las personas, mientras que el art. 600 (así como
el 563) no dejan lugar a dudas de que, efectivamente, el resultado ha de consistir en un
daño concreto recayente sobre las cosas. La lectura de estos preceptos permite extraer
la conclusión de que, excepto los delitos y las faltas imprudentes afectantes a la cosas,
que sí exigen la causación de un daño real y concreto, en los demás el resultado típico
consiste en la afección o alteración de un bien jurídico aun sin producción de resultado
material, o bien excepcionalmente sin afectar a ningún derecho subjetivo como sucede
con los delitos de estructura formal que admiten la comisión imprudente, por ejemplo
con la prevaricación por ignorancia, las falsedades documentales o el cheque en
descubierto.
Parte de la doctrina (13) sostiene que dentro del resultado se compr enden no sólo los
casos de lesión, sino de mera puesta en peligro de bienes jurídicos; es decir, que cabe
la posibilidad de comisión imprudente de delitos de riesgo, interpretando
extensivamente la expresión "mal a las personas" entre lo que se incluye no sólo a los
resultados materiales sino las situaciones de riesgo o peligro.
La jurisprudencia no lo cree así (auto de 17.09.70 y sentencias T.S. 21.04.89 A. 3.495
y de 29.02.92 A. 1.509); ni tampoco la doctrina dominante entendiendo que los delitos
de peligro son en realidad delitos dolosos cuya estructura obsta la comisión
imprudente.
4.- La influencia que el resultado desempeña en estos delitos ha llevado desde antiguo
(H. MAYER) a criticar la incidencia del azar en la imprudencia y el que,
frecuentemente, la magnitud del "evento" no guarde relación directa con la gravedad
de la conducta imprudente.
Esta observación condujo a algunos a sostener la condición objetiva de punibilidad
representada por el resultado -según se ha apuntado antes-, y a otros a prescindir del
resultado postulando el castigo de las conductas a modo de mero "desvalor de la
acción" al margen de la alteración del bien jurídico; razonando en el sentido de que tan
imprudente es la conducta productora del resultado, como aquélla de la s mismas
características que por puro azar no lo ocasiona, por lo que debería sancionarse la
imprudencia con resultado o sin él (14).
Ciertamente que lo azaroso es un componente importante de los delitos imprudentes,
aunque de menor entidad de lo que se piensa. Como ponen de relieve OCTAVIO DE
TOLEDO-HUERTA (15), la mayor o menor punición o incluso la punidad de
determinados comportamientos va a depender de la "buena o mala suerte" del sujeto, lo
que es de ver también en los delitos dolosos en donde el autor del delito no consumado,
se beneficia de la correspondiente rebaja de la pena.
Los casos más llamativos de aparente impunidad azarosa, mediando graves
infracciones de normas reglamentarias reguladoras, sobre todo, de la circulación viaria,
no tienen por qué serlo en la realidad, ya que la parte especial del C.P. disciplina
aquellos supuestos, que no pueden ser en ningún caso formas imperfectas de tentativa
o frustración en la imprudencia, como delitos específicos de peligro concreto (arts. 340
bis a) 2) y 340 bis d)) o incluso abstracto (arts. 340 bis a) 1º y 340 bis b)), anticipando
de esta forma la protección del bien jurídico sin aguardar a que la lesión efectiva se
produzca.
Esto sin desconocer la virtualidad del derecho administrativo de carácter sancionador,
para castigar aquellos comportamientos imprudentes por el peligro potencial que
entrañan. Por ello concluyen OCTAVIO DE TOLEDO-HUERTA en el sentido de
que "la funcionalidad del azar de cara a engendrar la ausencia de sanción de las
conductas imprudentes, es más bien relativa y depende de un correcto entendimiento
de la fragmentariedad y subsidiariedad del Derecho Penal".
La proliferación de infracciones imprudentes de naturaleza penal tampoco es deseable,
ni desde el punto de vista político-criminal ni por motivaciones de mera
practicabilidad; porque el principio de mínima intervención informador del Derecho
Penal, es incompatible con la punición de comportamientos de escasa significación (de
bagatela), que no son acreedores al reproche social justificativo de su criminalización,
cuando además existen otros mecanismo legales para la sanción (en vía
administrativa), o para la composición de intereses subjetivos (culpa extracontractual
habitualmente); y asimismo porque se comprometería de manera importante la eficacia
de los órganos judiciales del orden penal, con el aumento de la denominada carga
competencial que se derivaría del conocimiento de multitud de infracciones de esta
clase, en perjuicio de la dedicación a otras atenciones jurisdiccionales objetivamente
preferentes (16).

II. Autoría

1. Planteamiento

a) Concepto unitario de autor. Fundamentado en la equivalencia causal de las


aportaciones con virtualidad para la producción del resultado, parte de la inexactitud
que supone trasladar lo que es correcto en el plano naturalístico a lo jurídico. El criterio
naturalístico no permite distinguir entre la entidad de las contribuciones causales, lo
que sí es factible en el terreno de lo valorativo jurídico en donde, como se verá, cabe
distinguir entre autor y partícipe.
La tesis de que autor es todo aquél que realiza una aportación causal que condiciona la
lesión del bien jurídico, es criticable desde diversos puntos de vista: a) porque no
permite la distinción entre autores y partícipes, ni consiente la accesoriedad de éstos
respecto de aquéllos; b) no es conforme con los principios del Derecho Penal propios
del Estado de Derecho basado en la legalidad (arts. 9.3 y 25.1 C.E), porque con ello se
realiza una desmesurada ampliación de los tipos lo que pugna con su función
garantista. Diluye las fronteras de los tipos, al afirmar que cualquier provocación
causal de un resultado es típica y ha de castigarse como comportamiento de autoría; c)
amplía la punición de la formas imperfectas al considerar en todo caso la participación
como autoría, con lo que cualquier tentativa sería punible al referirse a la autoría; y d)
se basa en el "desvalor del resultado" antes que en el "desvalor de la acción".
El C.P. italiano de 1930 (17) sigue este concepto de autor, al igual que la ley alemana
de contravenciones de 1968 (18). La doctrina penal de este último país también lo
sigue, pero sólo para los delitos imprudentes sobre lo que se tratará más adelante.
Las ventajas prácticas que se derivan de este concepto, se encuentran no sólo a la hora
de resolver los problemas del concurso de personas en el hecho imprudente, sino para
explicar la participación (autoría) en los delitos especiales, en los que todos los
intervinientes (extraneus e intraneus) responderían a título de autor del delito especial.
El concepto unitario no tiene acogida entre nosotros, ni en la doctrina ni en la
jurisprudencia. Lo más próximo que se advierte en la jurisprudencia es la doctrina del
T.S. acuñada a propósito del "acuerdo previo", que sin guardar relación directa con el
concepto unitario ni con el extensivo, llega a las mismas consecuencias de considerar
que todos los intervinientes en un hecho son autores del mismo al actuar
concertadamente entre sí, reduciéndose en extremo las posibilidades de apreciar en la
práctica los casos de complicidad (19).
b) Concepto extensivo de autor. Se explica en términos semejantes al anterior, es
decir, comparte la idea de que quien coopera causalmente a la producción del resultado
también es autor, aunque admita supuestos de participación a modo de "actuaciones
externas" como sucede con la inducción y la complicidad. Ni en la doctrina ni en la
jurisprudencia ha merecido acogida, sobre todo en la fundamentación deparada por las
teorías subjetivas (20), ni siquiera en sus variantes denominadas teorías del dolo (que
distingue entre "animus autoris y animus socii", según que la voluntad del interviniente
sea o no autonóma e independiente), y del interés, conforme a la cual es autor quien
persigue con la realización del hecho un interés propio, (cuya aplicación por la
jurisprudencia alemana dió lugar a decisiones realmente llamativas, tildadas por la
doctrina como aberrantes) (21).
c) Concepto restrictivo. El concepto válido de autor creemos que es el restrictivo que
consiente la distinción entre autor y partícipe. Se han sucedido las teorías explicativas.
La objetiva formal considera autor al que ejecuta la acción descrita en el tipo penal
correspondiente, y ha sido la preponderante hasta el surgimiento de la teoría del
dominio del hecho. La teoría objetiva formal fue aceptada en el VII Congreso de la
Asociación de Derecho Penal (Atenas 1957), y tiene la ventaja de que desvela
enseguida quien sea el autor y quien el partícipe, distanciándose de las posiciones
causalistas; pero entre sus críticas destaca la de que no sirve para explicar la autoría
mediata, ni los supuestos de coautoría en quienes no realizan acciones ejecutivas.
Respecto de los delitos especiales, como la condición personal es intransferible, sólo
podría castigarse al extraneus por el posible delito común o impropio.
La explicación del concepto restrictivo de autor a base de teorías objetivo materiales,
ha tenido mucho menor acogimiento acudiéndose a la "necesidad" o contingencia de la
aportación causal, que realmente sirve sólo para distinguir entre cooperación necesaria
y complicidad, pero no para diferenciar autoría y participación. En el mismo sentido la
tesis de la "simultaneidad", conforme a la cual, en una noción temporal de la autoría,
sostiene que autor es el que actúa en la fase de ejecución del delito, guardando cierta
proximidad con la producción del resultado.
d) El dominio del hecho. La teoría del dominio del hecho creo que debe ser tratada
con algún detenimiento, no sólo porque hoy es la preponderante en la doctrina
científica española y prácticamente unánime en Alemania, sino porque ha sido acogida
por la jurisprudencia del T.S. (22) que recurre a ella cada vez con más frecuencia para
calificar supuestos de coautoría directa, de cooperación necesaria e incluso de
inducción, y asimismo porque a través de esta teoría y de algunas variantes
introducidas en España (23), se centrará el enfoque del estudio de la autoría y de la
participación en los delitos imprudentes.
Como es sabido la doctrina del dominio del hecho, en su primera formulación del año
1939, es obra de WELZEL en la línea de su concepto final de la acción, si bien que
como propagador de la misma al día de hoy se considere a ROXIN, a quien se debe su
elaboración más completa.
En síntesis, autor conforme a esta teoría es quien "domina el hecho delictivo, el que
con su actuación decide el sí y el cómo de la producción del delito dirige el proceso
que desemboca en dicha producción" (GARCIA-CONLLEDO) (24). Por el contrario
el partícipe carece de dicho dominio o control.
Al objeto que nos interesa de verificar si esta teoría, con todas sus consecuencias
incluida la autoría mediata, es aplicable a los delitos imprudentes, lo primero que debe
afirmarse es el carácter objetivo-material de la misma, es decir que el dominio del
hecho es naturalístico y objetivo y la voluntad o actitud consciente de quien se
encuentra en tal posición, se refiere en todo caso a la consciencia de que su
intervención es destacada o preponderante, pero no necesariamente a la intención
(dirección final), que vaya a dar a su actuación. Dicho de otro modo con
GIMBERNAT (25): el que tiene el dominio (natural) del hecho puede actuar con la
voluntad que quiera, porque tal dominio lo seguirá teniendo; mientras que quien no
tiene el dominio, por mucho que quiera el acto como propio no por ello entrará en la
posición del control que antes no tenía.
Formas especiales de dominio del hecho se han elaborado en la dogmática alemana
tratando de explicar la autoría en los delitos imprudentes, verdadero talón de Aquiles
del sistema finalista; tales como el dominio potencial del hecho (MAURACH), sobre
la base o con el argumento de que el delito imprudente se caracteriza precisamente por
la ausencia del dominio final sobre el ataque al bien jurídico. Ese actuar, no dominado
finalmente pero dominable, se convierte en la esencia de la autoría imprudente; pero en
la medida en que esta doctrina afirma (en una explicación causal), que el dominio
potencial lo tienen todos los que contribuyen con su actuación imprudente a la
producción del resultado, se está defendiendo el concepto unitario de autor en estos
delitos que, por lo demás y como luego veremos, es una posición absolutamente
dominante en la doctrina alemana pero no en la española. Otra variante viene
constituida por lo que entre nosotros LUZON PEÑA (26) denomina "determinación
objetiva del hecho", aportación con la que trata de hallar el sustrato común de la
autoría o núcleo válido tanto para la autoría dolosa como la imprudente. Parte de la
convicción de que el dominio del hecho no sirve para lo imprudente, por cuanto que
exige la concurrencia de componentes subjetivos, que es la dirección final o al menos
la dirección consciente. La cualidad de la acción o característica fáctica de la autoría,
razona LUZON PEÑA, es la determinación objetiva del hecho, del curso causal de la
producción del resultado. Y esta base objetiva de la autoría, la realización del hecho
típico, conviene tanto a uno como a otro delito. En el doloso ese sustrato pasa a
denominarse dominio del hecho cuando al mismo se le añade una decisión y dirección
consciente y final. Pero igualmente en el delito imprudente, la autoría requiere la
misma realización objetiva del hecho típico, no sólo contribución a la misma, por lo
que sólo es autor imprudente aquél cuya conducta determine objetiva y positivamente
la producción del resultado.
e) Autoría mediata. Pero antes de obtener las primeras conclusiones sobre el concepto
de autor válido debemos referirnos, también con brevedad, a la denominada autoría
mediata de la que posteriormente predicaremos, en la línea marcada primero por
RODRIGUEZ MOURULLO (27), su aplicabilidad a los delitos imprudentes. Se trata
de que el autor mediato -el hombre de atrás- no realiza por sí actos ejecutivos sino que
se sirve de otro para su ejecución y, en definitiva, para la comisión del hecho, por lo
que consecuentemente la responsabllidad a título de autor se desliza desde el autor
aparente (inmediato) al real que permanece atrás. Aunque los autores españoles han
tratado de encontrarle acomodo dentro del art. 14 C.P., sobre todo en el 14.2,
actualmente se considera que no tiene encaje dentro de dicho precepto, en donde en
realidad se regulan supuestos de participación, o extensiones de la condición de autor a
efectos de punibilidad, pero la autoría mediata habrá que buscarla en cada caso, al
igual que en los demás supuestos de autoría, a través del estudio del correspondiente
tipo penal.
El proyecto de C.P. de 1992, en la línea del anterior proyecto de 1980, incorpora en su
art. 25 el concepto de autor mediato que, como se dice, falta en nuestro Derecho. El
T.S. viene incluyendo la categoría de autor mediato dentro del art. 14.2 (T.S. 31.01.46
A. 2.163; 06.12.57 A. 3.231 y 23.05.81 A. 2.272).
f) Autoría - participación: conclusiones. La participación en el delito equivale a la
intervención en el mismo, pero con un comportamiento cuyas consecuencias van a
depender de la conducta de autor. Es un comportamiento agregado al de éste y por ello
se considera accesorio. La participación se construye por asimilación a la autoría. De
ahí nace la accesoriedad (limitada) de la participación.
La separación entre autores y partícipes es difícil de extraer a partir de la exte ndida, y
criticada, doctrina jurisprudencial del "acuerdo previo", según la cual el acuerdo de
voluntades configura la autoría, sin necesidad de comprobar la aportación material de
cada uno al delito.
Es nota común predicable de los partícipes la de haber actuado sin tener el dominio
del hecho. Los partícipes también pueden realizar actos ejecutivos, pero a diferencia de
los autores no tienen el dominio del acontecer causal . Su carácter accesorio exige que
el hecho principal alcance al menos el grado ejecutivo de tentativa (en los delitos
dolosos) y de otra parte que el hecho principal sea típico y antijurídico (accesoriedad
limitada),con lo que la culpabilidad es individual.
A modo de conclusiones de lo antes dicho, se pueden establecer las siguientes:

1.- Sujeto activo del delito es quien realiza los elementos objetivos y subjetivos del
tipo, mientras que autor es una de las personas responsables del delito.

2.- Que el concepto de autor en nuestro derecho es el restrictivo que es el más


respetuoso con la tipología penal y, consiguientemente, con el principio de legalidad.

3.- El autor no se extrae de la enumeración contenida en el art. 14 C.P. sino de cada


uno de los tipos en particular.

4.- El autor mediato tiene sustantividad formal propia y, al igual que los demás
autores, se encuentra fuera del art. 14.C.P.; es decir en la parte especial.

5.- Autor es quien tiene el dominio objetivo del hecho y está en posición de determinar
(objetivamente) la producción causal del resultado, mientras que los demás
intervinientes son partícipes.

6.- Los partícipes se encuentran en los arts. 14 y 16 C.P. como cooperadores


ejecutivos, inductores y cooperadores necesarios y secundarios.

7.- Los partícipes se encuentran en función de accesoriedad limitada respecto del


autor.

8.- Que es consustancial a la participación el mantenimiento del título de la


imputación, que determina o marca el autor.

2. Autoría en el delito imprudente

a) Consideraciones generales. A la hora de adaptar a los delitos imprudentes los


conceptos y los criterios generales, utilizados para los delitos dolosos surgen
inevitablemente dificultades, derivadas de la propia estructura del hecho culposo, de la
explicación finalista del delito y de la teoría del dominio del hecho, como actuación
finalmente dirigida al logro de determinado objetivo.
La doctrina española mayoritaria sostiene, con la jurisprudencia también más
numerosa, que el concepto de autor imprudente sigue siendo el restringido propio de
los delitos dolosos, sin que existan argumentos bastantes para manejar un doble
concepto de autor, restringido en los dolosos y extensivo en los imprudentes.
Ello no es así en la ciencia y en la jurisprudencia alemanas, en donde sí que se opera
con aquella dualidad, lo que se explica por la aceptación de la autoría como el final
dominio del hecho sólo predicable de los delitos de intención, mientras que para los
culposos se sostiene una especie de configuración causal de modo que todo aquel que
infringiendo el cuidado debido influye, además, en la producción del resultado,
deviene en autor; sin posible distinción de intervinientes a modo de partícipes.
Además, y como consecuencia de dicha premisa, tampoco va a ser posible el
planteamiento de la autoría mediata en el ámbito de estos delitos.
Algunos de nuestros autores (significadamente LUZON PEÑA), partiendo de que el
concepto de autor desde luego es uno solo, pero por estimar que el dominio del hecho
no es susceptible de ser utilizado para explicar la autoría imprudente, han tratado de
hallar el sustrato o núcleo de la misma en uno y otro delito, situándolo en lo que
denomina LUZON PEÑA (28) la "determinación objetiva del hecho" es decir en el
control del curso causal y de la producción del resultado, que cuando se le adicciona
una dirección final consciente se denomina dominio del hecho presente sólo en los
delitos dolosos. Aportación doctrinal aceptada por el monografista en materia de
autoría GARCIA-CONLLEDO (29).
b) Autoría mediata imprudente. La autoría mediata, el servirse de otro como mero
instrumento, ha precisado de una profunda argumentación para ser admitida por un
sector importante de la doctrina (30), y reflejarse en alguna manifestación esporádica
de la jurisprudencia españolas.
Si se parte de la idea de que el dominio final del hecho es, en palabras de
MAURACH, "el doloso tener las riendas del acontedimiento típico" no hay duda de
que autoría mediata y delitos imprudentes son incompatibles. Ahora bien, si como
sostiene RODRIGUEZ MOURULLO, el autor mediato sólo debe ser consciente de
las circunstancias que convierten al ejecutor (autor inmediato) en su instrumento y que
le erigen a él en señor del acontecimiento, entonces sí que cabe esta clase de autoría
porque la relación señor-instrumento puede tener un carácter puramente objetivo o
natural, encaminada incluso a la obtención de resultados extratípicos; pero si aquella
conducta de señorío se realiza desprovista de diligencia y se yerra sobre el proceso
causal, produciendo en vez del acto no típico el hecho imprudente, entonces no se
podrá evitar que lo realizado por quien venía comportándonse como mero instrumento
sea tenido en realidad como obra del hombre de atrás; que es justamente el fundamento
de la autoría mediata.
La jurisprudencia, en S.T.S. 06.04.49 (A. 501) negó terminantemente la posible
aplicación de esta clase de autoría a los delitos culposos, lo que resulta congruente con
su postura de identificarla con la inducción, sucediendo sin embargo que la inducción
no es autoría sino modalidad de participación en el delito.
No obstante, cita RODRIGUEZ MOURULLO como caso de autoría mediata
imprudente el hecho tratado por la S.T.S. 05.06.57 (A. 2.036), en la que se estableció
cómo el acusado dirigía desde el suelo las maniobras de un camión en plena calle; y
cómo el conductor del vehículo obedeciendo puntualmente las instrucciones de aquél
de quien además era empleado, sin tener visibilidad en la parte trasera, inició y
continuó en una maniobra de marcha atrás, sin que quien le dirigía le apercibiera de la
presencia de un viandante que caminaba por la acera, al que finalmente aplastó contra
la pared.
En la instancia se condenó por delito de imprudencia con resultado de homicidio,
exclusivamente a quien impartía las instrucciones desde el suelo, lo que fue
confirmado por el T.S. atribuyendo al recurrente la condición de "responsable aunque
por mano ajena del resultado, sin que en consecuencia pueda exculpársele por no haber
sido el que maniobró personal y materialmente, pues era la mente directora y vinculaba
por la orden dada a su empleado, ya que éste le seguía con exactitud". A partir de este
razonamiento pudieran extraerse, en efecto, los presupuestos de la autoría mediata
imprudente por cuanto que el conductor, trabajador por cuenta del acusado, se limitó a
cumplir puntualmente las instrucciones que éste le impartía, sin que mediara
comportamiento doloso o aparentemente imprudente por el ejecutor.
Pero creemos que ésta no sería la única valoración posible de los hechos, sino que
admitida -como luego veremos- la participación en el delito imprudente y sin excluir la
omisión del deber de cuidado en este caso concreto, se estaría más bien ante un
supuesto de coautoría atribuible al conductor ejecutor material del hecho, por
infracción del deber de cuidado que le obligaba al control de la maniobra del vehículo,
por tratarse de un instrumento cuya mera circulación por las vías públicas genera una
situación de peligro potencial, en los términos de los arts. 17 y 27 del Código de la
Circulación entonces vigente, y hoy también de los arts. 11.1 y 31 de la Ley sobre
Tráfico, Circulación de vehículos a motor y Seguridad Vial (Texto Articulado
aprobado por Real Decreto Legislativo 339/1990); por hallarse el riesgo prevenido y el
resultado producido dentro del fin de protección de la norma (imputación objetiva), sin
posibilidad de delegación o desplazamiento del deber de cuidado que incumbe al
conductor, a quien desde el suelo le indicaba la maniobra a seguir, pues el despliegue
de la diligencia interna y externa es personalmente exigible.
Si esta argumentación fuera correcta, la actuación punible del acusado también
hubiera revestido carácter punible, pero por la vía de la cooperación ejecutiva del art.
14.1 C.P.
LUZON PEÑA (31) afirma la existencia también de autoría mediata por parte del
conductor de un automóvil que, tras atropellar a varias personas que formaban parte de
un grupo de viandantes que caminaban por la acera, provoca el pánico en otra persona
del grupo no atropellada que despavorida atraviesa la calzada, siendo entonces
arrollada y herida por otro vehículo que correctamente circulaba en sentido contrario,
cuyo conductor se vio sorprendido por la presencia de aquella en la vía S.T.S. 27.01.84
(A. 421).
En los comentarios a esta sentencia, referidos también a cuestiones afectantes a la
relación causal, imputación objetiva, autoría, concurrencia de culpas, etc. todos ellos
del mayor interés, este Profesor sostiene que se está ante un caso de autoría mediata
atribuible al conductor del primer vehículo, en cuanto que es éste quien con su primera
actuación imprudente provoca el que la víctima se viera obligada a realizar una acción
peligrosa para sí misma. La explicación se sitúa en que es el primer actuante quien
tiene "potencialmente el dominio positivo" sobre el hecho lesivo que otro realiza, es
decir que se está ante un caso en que objetivamente se tiene una posición de control.
La aportación de LUZON PEÑA, así resumida, serviría para explicar las situaciones
de autoría en los casos frecuentes en que la actuación imprudente de una persona,
influye causalmente en la producción del resultado a través de las conductas
imprudentes de terceros o de la propia víctima, porque establecida la existencia de
relación causal, la cuestión se concretará al juicio de autoría y de imputación objetiva
del resultado.
Cierto que el T.S., como pone de relieve la doctrina, sigue utilizando el "dogma
causal" para explicar los denominados procesos causales irregulares o concurrentes,
resolviendo estas cuestiones a través de la causalidad aunque distinga entre una
causalidad material y otra jurídica, en unos términos en que ésta complementa a
aquélla revistiéndola del elemento valorativo de la culpabilidad, de tal manera que la
causalidad física no es suficiente cuando el resultado se habría producido en cualquier
caso, aun con la actuación prudente del sujeto. Lo que ocurre es que para llegar a esta
conclusión no es necesario acudir al elemento de la culpabilidad, cuando la imputación
objetiva como elemento del tipo de lo injusto imprudente, ofrece el mismo resultado
pero más correcto conforme a la estructura propia de estos delitos (32).
La S.T.S. 08.11.91 (A. 8.298), se enfrenta con un curioso caso de autoría en delito
imprudente, atribuido a quien con su camión recogió a una joven que en la carretera
hacía "auto-stop", y a la que durante el trayecto dirigió proposiciones sexuales en unos
términos de impertinente insistencia, que determinó a la pasajera a pedirle que parara
el vehículo para descender del mismo, llegando a anunciar en su estado de tensión que
se arrojaría en marcha en otro caso. Como el acusado continuó con sus desagradables
requerimientos, la mujer se bajó sobre la marcha cayendo en la calzada, en una
posición en que fue alcanzada por las ruedas traseras del camión.
La sentencia tras descartar, creemos que correctamente, la posible existencia de algún
delito contra la libertad personal o sexual (detención ilegal, agresión sexual en grado
de tentativa o rapto), y rechazar asimismo que el procesado hubiera obrado con dolo
eventual, confirma la condena por imprudencia temeraria, en base a la existencia de
nexo causal entre la grave conducta imprudente, (la impertinente insistencia del
acusado frente a las reiteradas negativas de ella) y la perturbación anímica de la joven
de lo que debió percatarse el conductor, concibiendo aquélla como única posibilidad de
librarse de la agresión a que estaba siendo sometida, la de arrojarse de la cabina del
camión con tan lamentable resultado.
La autoría mediata no se llega a afirmar expresamente por el T.S., aunque tanto ésta
como la imputación objetiva, el dominio del hecho y el control del proceso causal se
extraen de la lectura de sus razonamientos: "el procesado era el dueño de la situación y
pudo evitar que la joven llegara a realizar tan peligrosa acción, simplemente cesando
en sus proposiciones deshonestas. Tal conducta voluntaria al haberse realizado dentro
del ámbito de riesgo creado por el acusado, no interrumpió el nexo causal entre el
anterior comportamiento y las posteriores lesiones de la víctima".
Sobre la autoría mediata volveremos a ocuparnos al tratar de los hechos imprudentes
en el desempeño de actividades médico-quirúrgicas.

3. Pluralidad de sujetos intervinientes en régimen de autoría

a) Consideraciones generales. A la producción del delito imprudente pueden concurrir


diversas personas, sin obrar de acuerdo desde luego que en cuanto a la lesión del bien
jurídico, pero tampoco respecto de la infracción de la norma objetiva de cuidado. Se
trata de una situación de concurso de culpas que confluyen, sin acuerdo, en la misma
dirección del resultado final (culpas plurales coincidentes). Así el Arquitecto planifica
defectuosamente la construcción, el Aparejador ejecuta también imprudentemente y en
falta de diligencia incurre por su cuenta el encargado de las obras que materialmente
las ejecuta, originándose finalmente el derrumbamiento de las mismas; o el piloto
efectúa indebidamente la maniobra de aterrizaje y el controlador no está en su puesto
para auxiliarle, originándose la catástrofe; o el farmacéutico suministra
equivocadamente una medicina distinta de la prescrita, y el médico sin cerciorarse la
aplica al enfermo causándole lesiones.
La S.T.S. 04.11.71 (A. 4.471), resuelve como caso de culpas plurales concurrentes
(complementarias), el hecho de que ocupando varios usuarios un automóvil y
circulando a hora nocturna a "enorme" velocidad, a pesar de que el conductor se
hallaba bajo los efectos de la embriaguez, por pura diversión uno de los ocupantes se
entretenía en cambiar la posición de los proyectores luminosos, procediendo a apagar
las luces cuando el vehículo se internaba en una curva saliéndose de la carretera y
volcando, con lo que falleció uno de los ocupantes y otro resultó herido. El T.S.
entendió, con criterio discutible, que no hubo acuerdo en la acción imprudente por lo
que condenó a ambos como autores de un delito de imprudencia temeraria.
La S.T.S. 15.11.74 (A. 4.337), establece la exigencia del concierto de las voluntades
coincidentes, para que se produzca la situación de codelincuencia.
La S.T.S. 28.05.81 (A. 2.291), habla de participación en un caso que, en puridad,
creemos que es de concurso de culpas (concausas culposas y concurso de delitos
imprudentes en terminología jurisprudencial), en el que interviene el Arquitecto que
confeccionó el proyecto y dirigió técnicamente las obras; el Aparejador o Arquitecto
técnico que se hallaba al frente de los trabajos y el contratista que se encargó de la
realización material; sin que constara la existencia de acuerdo entre ellos.
La S.T.S. 22.12.84 (A. 6635), distingue entre concausas culposas cuando no media
acuerdo y participación en los demás casos, admitiendo la posibilidad de jerarquizar la
entidad de las conductas imprudentes, en un supuesto de culpas concurrentes, no
concertadas, entre el Arquitecto y los demás intervinientes en la ejecución de la obra.
La existencia de culpas concurrentes se aprecia en la sentencia, no firme, de la
Audiencia Provincial de Valencia (Sección 3ª) de 23.10.90 (rotura de la presa de
Tous), en la que se condena por delito imprudente tanto al Director de la presa como al
Comisario de Aguas del Organismo de cuenca, apreciando que incurrieron en sendos
comportamientos negligentes no concordados, pero confluyentes a la hora de producir
el resultado de diversas muertes y cuantiosos daños materiales.
Dejando para un momento posterior las cuestiones específicas de la concurrencia
(interconcurrencia) de culpas de las víctimas o de los perjudicados, diremos ahora que
la autonomía con que se produce cada comportamiento, no permite hablar de
cooperación ni de participación (autoría accesoria en terminología de LUZON PEÑA
y de CORCOY BIDASOLO ), por no mediar vinculación entre las conductas, que
ciertamente pueden revestir diversa gravedad y habrán de ser valoradas
individualmente respecto del mismo delito (imprudencia temeraria para un autor y
simple para otro), lo que habría de reflejarse no sólo en la determinación de la pena,
sino también en la fijación de la cuota de responsabilidad civil de que cada condenado
deba responder (en los términos del art. 106 C.P.).
b) Con acuerdo en acción. Si el concurso de personas tiene lugar mediando acuerdo en
la conducta imprudente (desde luego que no en el resultado), y realizando cada uno
actos ejecutivos típicos, se puede afirmar la situación de coautoría (codelincuencia), a
lo que se opone parte de la doctrina científica, en base al argumento de que ello
requiere un codominio del hecho producto de una decisión común, mientras que en los
delitos culposos la falta del deber de cuidado no puede ser previamente acordada, y si
esta situación se llegara a producir se trataría de un delito doloso, al menos por dolo
eventual (33). El argumento no es convincente porque el acuerdo se limita a infringir
conscientemente la norma de cuidado, sin abarcar el resultado que ni siquiera se tiene
como probable ni se consiente.
Habrá coautoría, por ejemplo, cuando varios operarios que transportan una viga
deciden lanzarla al vacío sin reparar en que por allí transita una persona a la que
alcanzan; o bien cuando dos conductores compiten con sus vehículos por la vía pública
sin respetar las señales de tráfico, por lo que colisionan entre sí produciendo con ello la
muerte de un tercero. Creemos que como el acuerdo es genérico en cuanto a la
conducta imprudente, también será variable la graduación de la culpa advertida en cada
coautor, con sus consecuencias penológicas y en materia de responsabilidad civil.
Más adelante nos referiremos al tratamiento jurisprudencial de la coautoría al
ocuparnos de la participación, con la que el T.S. la identifica.
Ahora sólo comentaré el que la antigua renuencia del T.S. a admitir la coautoría en los
delitos imprudentes llevó a alguna consecuencia impunista insatisfactoria, como la
producida en la sentencia 30.01.52 (A. 27) (34), en que dos Guardias Municipales
dispararon al aire, "de acuerdo y en acción simultánea" las armas cortas que portaban
con intención de reducir a unos alborotadores tabernarios, con tal falta de previsión y
con tal descuido que uno de los proyectiles alcanzó a X produciéndole lesiones que
determinaron su muerte. La Audiencia condenó a los dos Guardias procesados como
autores de un delito de imprudencia, mientras que el T.S. por entender que no pudo
determinarse cuál de ellos fuera el autor del disparo mortal, optó por la absolución por
cuanto que el acuerdo no se había extendido al resultado producido, tratándose de un
hecho culposo en el que no cabía establecer la "solidaria responsabilidad". Con lo que
pese al concierto de voluntades y a la unidad de conducta imprudente no se llegó a
admitir en este caso la autoría.

III. Participación

1. Planteamiento

a) Posiciones doctrinales. La posibilidad de la participación en los delitos


imprudentes ha sido sostenida desde antiguo en España, con buen criterio tanto por
cierta jurisprudencia como por los autores científicos. Con la cita de concretos
antedecentes comprobaremos que esto es así al menos desde el año 1928. No obstante
la posición de la doctrina alemana ha pesado negativamente en este planteamiento, lo
que si resulta explicable en ese país, por la aceptación casi unánime de la doctrina del
dominio del hecho incompatible, en su concepción finalista, con los delitos
imprudentes y por forzosas razones de derecho positivo (35), no lo es en el Derecho
español que parte de premisas no coincidentes que conducen a que uno solo sea el
concepto de autor, el restrictivo, tanto en los delitos dolosos como en los culposos, en
lo que están de acuerdo la jurisprudencia y la mayoría de la doctrina (36), que en
ocasiones se pronuncia en sentido crítico para con la ciencia alemana por esta cuestión,
destacando el atraso que ello representa en su dogmática e incluso la contradicción (por
lo causalista) con las posiciones finalistas (entre ellos RODRIGUEZ MOURULLO Y
LUZON PEÑA).
Expresamente y a nivel internacional, la viabilidad de esta participación sólo se
admitió hasta el VII Congreso de la Asociación Internacional de Derecho Penal,
celebrado en Atenas (octubre de 1957) merced en buena medida a los esfuerzos de
QUINTANO y a pesar de la oposición del Ponente General en la materia JIMENEZ
DE ASUA, apoyado en esta ocasión por BOCKELMANN.
La necesidad de distinguir en nuestro Derecho positivo entre autores y partícipes, se
deduce de la misma redacción del art. 565 C.P. Como ha puesto de relieve
RODRIGUEZ MOURULLO (37) el mencionado precepto establece un paralelismo
objetivo entre delitos culposos y dolosos, lo que se traduce en la necesidad de realizar
la misma conducta objetiva, apareciendo la imprudencia encadenada a todo el proceso
de ejecución, no bastando el "dogma causal", con lo que autor imprudente no es todo
aquél que con infracción del cuidado exigible pone un antecedente causal del resultado,
sino quien realiza imprudentemente la acción típica del correspondiente delito doloso.
Autor del delito de homicidio será el que mate y el que hiera en las lesiones, y no quien
haya contribuido con su aportación causal a la producción del resultado, sin realizar la
conducta propia del delito doloso.
QUINTANO defendió en su momento (año 1958) la posibilidad, y aún la
conveniencia, de distinguir también en la culpa las situaciones de codelincuencia y de
participación en iguales términos que en los delitos dolosos, en lo que no resultara
inconciliable con la especial configuración de aquélla, lo que técnicamente consideraba
posible por la naturaleza esencialmente objetiva de la participación referida a la
actividad ejecutiva del hecho, sin menoscabo del ulterior juicio valorativo radicado
según este autor en la culpabilidad, como una de sus formas junto al dolo; pues en caso
de considerarse que la intervención de varios sujetos activos pudiera dar lugar a otras
tantas culpas distintas, consecuentemente habría que reconocer la existencia de varios
delitos de imprudencia, siendo entonces tan ilógico como sostener que hay varios dolos
en un solo delito de asesinato, rompiéndose caso de estimarse la pluralidad de delitos la
"continencia" de la figura delictiva dando lugar, decía QUINTANO , a que en el
ejemplo clásico de los seis obreros que arrojan de acuerdo la viga a la calle y matan al
transeúnte, se califique el hecho como constitutivo de seis delitos de imprudencia o de
homicidio culposo, a pesar de la unidad de la acción, de comportamiento y de resultado
(3). La pretensión de QUINTANO también se encaminaba a evitar la injusticia que
había advertido en determinadas sentencias del T.S. (significadamente la citada de
30.01.52), que acabó por absolver a los dos procesados que en unidad de acción y de
propósito, dispararon al aire provocando no obstante la muerte de un tercero, ante la
imposibilidad de determinar quién efectuara el disparo causante de las heridas, y ante
el escrúpulo científico de admitir la coautoría en delitos culposos; o a la falta de
tecnicismo de otras resoluciones (T.S. 06.04.49 A. 501 y 05.07.55 A. 2.175),
negadoras de la autoría mediata en lo culposo y de la codelincuencia en situaciones
manifiestas de conductas acordes.
La opinión extendida entre nuestra doctrina es la que admite la participación, con las
importantes excepciones minoritarias recogidas en la nota (36), que siguen afirmando
la existencia de cocausación (autoría) pero no cooperación (participación) en el delito
imprudente, por las razones a que también se ha hecho mención.
Singular es el criterio de LUZON PEÑA (39) que, admitiendo la participación en el
delito imprudente, postula en cambio su impunidad, tanto por razones de técnica-
jurídica, (por la interpretació n restrictiva de los preceptos reguladores de la
participación que son causas de ampliación de la punibilidad, en el sentido de que los
arts. 14 y 16 C.P. se refieren sólo a la participación dolosa en hechos dolosos); como
de política-criminal (por la menor gravedad y desvalor de lo imprudente respecto de lo
doloso, dejando sin sancionar las conductas menos relevantes y remitiendo su
disciplina a la vía civil o administrativa).
b) Declaraciones jurisprudenciales sobre coautoría y participación. La jurisprudencia
del T.S. distingue, como vimos con la cita de la S. 04.11.74 (A. 4.471), entre. "culpas
plurales coeficientes" cuando hay coincidencia de comportamientos imprudentes,
procedentes de diversos sujetos que confluyen en la producción del resultado, en
actuación autónoma porque no hay acuerdo en la acción, cuyo tratamiento es el de
valorar aislada y separadamente cada conducta. Mientras que cuando concurren
diversos sujetos a la producción del daño no querido, desplegando idéntica conducta
peligrosa con acuerdo de voluntad, entonces se trata de un supuesto de coautoría,
siempre que la coincidencia alcance a todo el desarrollo de la conducta sin admitirse la
coincidencia sólo parcial.
En el mismo sentido la precedente S. 05.03.74 (A. 1.200), resolviendo un caso en que
habiendo quedado atascado un camión en un lado de la carretera, acude en su auxilio
una grúa móvil. Ambos conductores, del camión y de la grúa, se ponen de acuerdo para
lanzar un cable de acero desde un extremo del camión hasta la grúa situada en el otro
lado de la vía, obstaculizando así la carretera. Iniciada la maniobra y tenso el cable se
aproxima al lugar un turismo al que nadie advierte del peligro, ni su conductor puede
apreciarlo dadas las deficientes condiciones de visibilidad, produciéndose en estas
circunstancias el accidente al seccionar el cable al automóvil.
Igual la S.T.S. 17.02.76 (A. 779), distinguiendo entre "concurrencia culposa" y
"codelincuencia culposa" que además contiene una exposición explicativa de la
evolución doctrinal en materia de coautoría y codelincuencia, que se vino negando en
los delitos culposos en base a la "voluntas scaeleris" y finalidad delictiva encaminada
al resultado, que tradicionalmente se entendió propio de la codelincuencia. La
sentencia distingue correctamente el que en los delitos culposos no existe intención de
dilinquir, sino voluntad de realizar el acto imprudente productor del resultado lesivo.
Se trataba de coautoría entre el conductor habitual de una furgoneta, quien conocedor
de que su acompañante ni estaba habilitado para conducir ni sabía hacerlo, le cede el
vehículo circulando ambos por las calles de una importante ciudad, llegando el
conductor habitual a introducir alguna marcha situándose a su lado; y por la ineptitud
de quien conducía se produce el accidente.
En parecidos términos la S.T.S. 16.11.79 (A. 4.241), distinguiendo entre "coexistencia
de culpas" que se anudan causalmente para producir el resultado, que también se
denomina "concurso de delitos imprudentes" y "concurso de delincuentes" en el mismo
acto imprudente, si bien que cuando los codelincuentes no realizan actos delictivos
típicos, se está ante un caso de participación por inducción dirigida a la realización del
acto, o por cooperación necesaria o secundaria para la producción del resultado
(aunque esta misma sentencia al abordar la participación por complicidad, diga que se
obscurece y aún desaparece la causalidad mediata de la causa inmediata y directa del
daño, afirmando que el cómplice sólo es condición u ocasión para el acto, por lo que en
ese mismo punto habrá de detenerse el carácter punitivo de la conducta).
Según se desprende de la anterior sentencia asiste parte de razón a LUZON PEÑA
cuando postula la no punibilidad de la participación, al menos en lo que concierne a las
intervenciones mínimamente significativas, es decir las conductas de "bagatela".
En este punto diremos que no se encuentra, al menos en el curso de nuestra búsqueda,
ningún antecedente del T.S. condenando por participación imprudente en complicidad,
como en su día advirtió QUINTANO, y a pesar de que la jurisprudencia lo admite al
menos en términos teóricos, expresamente en S.T.S. 21.11.80 (A. 4.531) y de manera
tácita al sostener la virtualidad de la cooperación necesaria, que debería conducir a
igual conclusión respecto de la secundaria del art. 16. C.P.
RODRIGUEZ MOURULLO (40) no encuentra inconvenientes de orden técnico
para su admisión, al contrario que sucede con el encubrimiento en que se exige que el
partícipe tenga conocimiento de la perpetración del hecho punible, constatando
también este autor que no existen pronunciamientos jurisprudenciales en tal sentido, lo
que atribuye no sólo a la limitación que se ha impuesto el T.S. al estimar que el dolo
forma parte de la complicidad, sino también a razones de justicia material no
requeriente de la punición de esta modalidad de mínima eficacia en el auxilio que
pudiera pactarse.
La S.T.S. 06.10.80 (A. 3.661) se sitúa en la misma línea en la ya vistas de 05 y 14 de
marzo de 1974, a las que cita, sobre codelincuencia por mediar acuerdo en la acción
pero no en el resultado y "concurrencia culposa" sin acuerdo.
La S.T.S. 21.11.80 (A. 4.532), mismo Ponente que la anterior, continúa sosteniendo lo
que es la "concurrencia culposa", que en esta ocasión se denomina "concurrencia de
delitos o infracciones", pero en cuanto a la codelincuencia, ahora "concurrencia de
delincuentes", lo trata como un caso de participación génerica ya sea directa, por
fuerza o inducción, o a través de cooperación principal o secundaria, con mención de
los arts. 14 y 16 C.P.
La S.T.S. 28.05.81 (A. 2.291), mismo Ponente que las dos anteriores, aprecia
participación culposa en lo que es coautoría e incluso un caso de concurso de culpas
confluyentes o coeficientes.
La S.T.S. 22.12.84 (A. 6.635), distinto Ponente que las anteriores, persiste en que
cuando el concierto de voluntades o "pactum scaeleris" se haya referido al acto
imprudente, se trata de participación sin distinguir si se han realizado por los partícipes
actos ejecutivos típicos o no típicos. No habiendo acuerdo, se sigue calificando
"concurrencia de culpas" (lo que es de ver recientemente en S.T.S. 24.03.92 A. 2.421).
En igual sentido S.T.S. 21.04.89 (A. 3.495), insistiendo en que el acuerdo determina
por sí solo la participación en la causa desencadenante del resultado dañoso, sin
distinción en base a actos ejecutivos típicos o no.
La conclusión que se extrae de esta panorámica de la doctrina jurisprudencial, es la de
que los supuestos de codelincuencia (coautoría) se consideran como casos de
participación del art. 14 C.P. (en ninguna ocasión como complicidad), con lo que la
consecuencia práctica es el que todos los intervinientes sean castigados como autores.

2. Casos de participación imprudente

a) En delito imprudente. La única participación posible creemos que es la imprudente


en delito asimismo imprudente, con voluntad consciente de participar en el hecho por
otro protagonizado, que excluya la finalidad de alcanzar el resultado, ni siquiera como
algo probable que como tal se acepta.
b) En delito doloso. No cabe la participación imprudente en delito doloso, en nuestra
opinión, pues por razones derivadas del principio de accesoriedad lo doloso no es
compatible con lo imprudente, y su heterogeneidad da lugar a dos delitos distintos
respondiendo de cada uno su autor. En el caso de que una conducta imprudente facilite
la realización de un hecho doloso, habrá participación causal en el hecho pero no en el
delito. Quien participa en delito doloso ha de realizarlo dolosamente también
conociendo a lo que contribuye y, al menos, en lo probable de la ocurrencia del
resultado. El T.S. admitió excepcionalmente esta clase de participación en la antigua S.
de 30.05.1890 (citada y criticada por QUINTANO ), en un supuesto en que una
persona propició que una niña llegara a acostarse con un adulto por quien luego fue
violada; cuando lo procedente hubiera sido, posiblemente y conforme al C.P. ahora
vigente, sancionar aquella conducta como corrupción de menores del actual art. 452
bis, b) o, en su caso, del delito imprudente que correspondiera pero no en relación
accesoria respecto de la violación.
Por ello creemos que resolvió acertadamente el T.S. en su S. de 29.01.83 A.702)
conceptuando de autoría la intervención del periodista Vinader (41), ya que como
sostenemos no podía tratarse de un mero supuesto de participación en delito doloso,
cuando los artículos periodísticos se elaboraron y divulgaron con la grave infración del
deber de cuidado que apreció el T.S., creando conscientemente la situación de riesgo
para las personas a que aquellos reportajes se referían; si bien que por lo demás sea
criticable el que la sentencia admitiera la existencia de relación causal, cuando ni
siquiera pudo determinarse la autoría de las muertes y, en todo caso, sin reparar en que
el hipotético nexo quedaba "interrumpido" por la actuación dolosa de terceros, con
imposibilidad de regresar en el curso causal.
LUZON PEÑA (42) cree que en el caso comentado sí hubo participación imprudente
en delito doloso, pero sostiene que aun habiéndose llegado a probar la existencia de
relación causal, en cuanto que se trataba de un acto de mero favorecimiento, pero no de
autoría imprudente, procedería la impunidad; congruentemente con su tesis ya vista de
la no punición de la participación imprudente, en base a razones de técnica-jurídica y
de política-criminal.
La doctrina sentada por la sentencia que se acaba de mencionar, se invoca en otra de la
Audiencia Provincial de Madrid de 20.09.89 (43) pendiente de Recurso de Casación,
en la resolución de un robo violento planeado por los dos procesados, en el que
incumbía a uno de ellos la ejecución material y a otro las funciones de vigilancia.
Como la víctima se negara a entregar el dinero exigido, aquél le agredió con un
cuchillo causándole heridas que determinaron la muerte; sin que este desenlace
estuviera previsto de común acuerdo.
Entiendo que la Audiencia decidió correctamente la ruptura del título de imputación,
condenando al autor material por delito de robo con homicidio doloso y al coautor por
igual delito complejo pero del 501.4º por homicidio culposo, en función de que en
cuanto a la muerte ni se quiso ni se aceptó a título de dolo eventual, reprochándole el
que coadyuvara a la creación e incremento de la situación de riesgo para la vida, siendo
previsibles las consecuencias al portar su compañero un arma blanca, sin hacer cosa
alguna para eliminar o reducir el riesgo que comportaba el hecho violento concebido
por ambos (44).
Se trata de un exceso sobre el plan conjunto aceptado por los procesados, que fue
correctamente resuelto con arreglo al principio de culpabilidad, respondiendo ambos
dolosamente por el delito base contra la propiedad y el no ejecutor del hecho típico,
como coautor accesorio imprudente del resultado mortal al ser éste meramente
previsible.
La solución está en la línea de la doctrina científica (45) y de la jurisprudencia
representada entre otras por las sentencias de 30.04.71 (A. 1.995) y la más reciente de
16.09.91 (A. 6198), ésta en un caso de exceso del inducido que distingue entre el
exceso en el fin y en los medios, concluyendo que en caso de discordancia entre lo
concertado y lo realizado no responde quien no sea ejecutor material, salvo cuando lo
realizado sea consecuencia necesaria y previsible de cuanto se había pactado, en cuyo
caso si es meramente previsible el coautor respondería de robo y homicidio
imprudente.
La conclusión se impone más fácilmente si cabe si se tiene en cuenta que desde la
reforma penal de 1983, no es posible sostener la naturaleza del delito complejo robo-
homicidio como un delito cualificado por el resultado, que servía de fundamento a la
anterior doctrina jurisprudencial representada, entre otras, por la S. de 03.12.64 (A.
5.155).
c) Participación dolosa en delito imprudente. Por análogas y todavía más evidentes
razones no es imaginable la participación dolosa en un delito imprudente. Se trata más
bien de supuestos, en su caso, de autoría mediata cuando se utilice a otra persona, por
ejemplo inducida a error, para realizar el hecho imprudente. Y si el ejecutor material
actuara por su parte con infracción del deber de cuidado, habría que distinguir entre el
comportamiento doloso del primero y el imprudente del segundo (así en el caso del
médico que indujera a error a la enfermera, que con su actuar imprudente causa la
muerte del paciente. T.S. 15.01.86 (A. 138).
d) Declaraciones jurisprudenciales sobre participación imprudente en delito
imprudente. El campo de aplicación de la doctrina de la participación imprudcnte se
refiere, precisamente, a los delitos imprudentes, extremo éste en el que coinciden la
mayoría de la ciencia y de la práctica jurisprudencial, con las precisiones ya dichas en
cuanto a ésta, acerca de que no se conoce ninguna sentencia condenatoria por
participación en complicidad y que, en suma, la consecuencia es la de que por la vía
del art. 14 C.P., todos los casos de participación en el hecho ajeno protagonizado por
quien realiza los actos ejecutivos típicos se sanciona como de autoría.
En todo caso hemos creído advertir mayor preocupación por precisar el tema, desde el
plano teórico al menos, en la jurisprudencia que pudiéramos denominar ya antigua,
puesto que la más moderna antes vista parece inclinarse por la postura de la valoración
de las participaciones como si de autoría se tratara, con lo que curiosamente el
denominado "dogma causal" opera como punto de coincidencia en esta materia entre
nuestra jurisprudencia y la doctrina y la práctica imperante en Alemania. A
continuación nos referimos a toda una serie de casos resueltos por el T.S. como de
participación en delito imprudente.
S.T.S. 31.10.28, en que se condenó por cooperación necesaria en delito imprudente, a
quien confió la dirección de un camión a otro que se hallaba en estado de embriaguez,
que conocidamente carecía de título y de pericia para la conducción.
En semejantes términos la de 22.02.30 (A. 162 bis), pero en comisión por omisión y
sin que conste la posición de garante que correspondiera al condenado.
S.T.S. 25.11.52 (A. 2.378), que establece la participación por cooperación necesaria,
en quien ordena a un dependiente manejar un vehículo de motor con importantes
deficiencias de funcionamiento.
S.T.S. 05.10.56 (A. 3.041), también condenatoria por cooperación necesaria, en
conductor del Parque Móvil que cede el vehículo a un tercero inepto.
S.T.S. 03.06.61 (A. 2.152), advierte la misma cooperación que atribuye al acusado,
taxista de profesión, que consiente que conduzca otra persona en estado de
embriaguez.
S.T.S. 05.07.61 (A. 2.823), en el mismo sentido condenatoria de un repartidor que
cede la furgoneta a su ayudante, mientra el primero se dedica a cobrar facturas.
S.T.S. 02.02.63 (A. 415), igual que las anteriores en el caso del patrón que entrega el
vehículo a un operario inepto.
S.T.S. 12.05.69 (A. 2.784), lo mismo en el caso del profesor de autoescuela que lleva
al alumno, en su segundo día de clase, a un lugar de tráfico complicado.
S.T.S. 20.05.70 (A. 2.164) que niega la existencia de participación en la madre que
cede el uso de su automóvil a una hija de 16 años, siendo ésta la que posteriormente lo
deja estacionado de forma descuidada propiciando que otro vehículo colisione con
aquél.
S.T.S. 14.03.74 (A. 1.331), condena por cooperació n necesaria al padre que deja
conducir a su hijo menor, e incluso le ayuda manejando el volante, dando lugar a que
el vehículo finalmente choque contra una tapia.
Por cierto que en esta última, en cuanto que la sentencia recurrida no hacía declaración
de cuotas sobre la responsabilidad civil de los condenados, conforme al art. 106 C.P.,
el T.S. interpreta que siendo dos los condenados debe entenderse impuesta por mitad a
cada uno; no obstante lo cual acuerda que se diga al Tribunal Provincial que en lo
sucesivo dé cumplimiento al contenido de dicho precepto.
S.T.S. 25.02.74 (A. 872). Se trata del único caso que hemos encontrado de
participación por inducción en delito imprudente, consistente en que el condenado
como inductor pidió a un amigo, aun constándole su inhabilidad e ineptitud práctica
para la conducción, que guiara un tractor hasta una población por deber el peticionario
hacer lo propio con distinto vehículo. La sentencia se ocupa de otras dos cuestiones de
interés, que sólo mencionaremos por no referirse directamente al contenido de este
trabajo: a) si la participación se extendía a la conducción ilegal; lo que fue resuelto en
sentido negativo, con buen criterio, por tratarse de un delito de propia mano; y b) si
debía imponerse al inductor la pena, omitida por el Tribunal Provincial de privación
del permiso de conducir incluida en el art. 565 C.P. aplicado. El T.S. optó por una
solución formalista, según nuestro criterio, al estimar el recurso del Ministerio Fiscal
en este extremo, ya que la privación del permiso de conducir sólo cobra sentido
penológico cuando se imponga por hechos cometidos en el uso y circulación de
vehículos de motor, como sanción al mal ejercicio de esta habilitación en el manejo de
dichos vehículos y cuando su utilización lo requiere. (Por la misma falta de
proporcionalidad, no creemos que sea correcto el empleo inmotivado de la facultad que
al Juez concede la vigente Ley de Caza 1/1970, de 4 de abril, en su artículo 42, dos,
para el caso de cazar de noche auxiliándose con los focos de un vehículo de motor).
En cuanto a la jurisprudencia posterior al año 1974 nos remitimos a las sentencias
relacionadas en las páginas precedentes (III, 1 b) y las que se consignarán luego, al
ocuparnos de los supuestos singulares de participación en el ámbito de la imprudencia
médica, laboral y en los delitos omisivos; al igual que al abordar en el apartado
siguiente las peculiaridades de la "concurrencia de culpas", ya que en algunas
ocasiones el T.S. se plantea, en una perspectiva causal, la cuestión de la codelincuencia
(coautoría imprudente), como de verdadera "concurrencias de culpas"

3. Participación y autoría imprudente en el ejercicio de la profesión médica

a) Autoría mediata y organización vertical del trabajo en equipo. La autoría y sobre


todo, la participación imprudente en los delitos de esta naturaleza cometidos en el
ejercicio de la profesión médica (46), comportan algunas peculiaridades cuando se
trata del ejercicio en grupo de la actividad (el equipo médico), con lo que a la
estructura del hecho imprudente, en lo que concierne al deber objetivo de cuidado,
deben añadirse otros criterios radicados en la división del trabajo y en el principio de la
confianza que depara la actuación de los profesionales integrados en el grupo de
médicos (47).
La autoría mediata imprudente, ya vista, encuentra amplias posibilidades de aplicación
en la organización vertical del trabajo basada en relaciones de jerarquía y de
dependencia, en donde el Jefe del equipo imparte las instrucciones que han de cumplir
los subordinados quienes, en principio, serían meros instrumentos a las ordenes de
aquél (así en la sentencia antes citada 15.01.86, en las relaciones entre médico y
enfermera en la que se declaró la responsabilidad del facultativo). Si bien que en las
relaciones de médicos entre sí aun integrados en organización vertical, debe regir el
principio de la responsabilidad personal, por la preparación cualificada del destinatario
de la orden que está en condiciones de verificar el acierto de la misma, lo que no
siempre estará al alcance del personal auxiliar. En tales casos es posible la distinta
graduación de la infracción del deber de cuidado, pudiendo valorarse como grave en el
Jefe del grupo y como leve en el dependiente.
El principio de confianza en la normalidad con que cada uno de los individuos del
grupo ha de desempeñar su cometido, puede dar lugar asimismo a la autoría mediata
que llamaríamos invertida o de abajo a arriba, cuando sea el auxiliar el que con su
actuación descuidada induzca a error al facultativo que produce el resultado lesivo o
mortal, por ejemplo el cirujano operando con instrumental no convenientemente
desinfectado.
Un caso de la autoría mediata en nuestra jurisprudencia más reciente, aunque no se
estableciera expresamente como tal, se aprecia en la sentencia 18.11.91 (A. 9.448), en
la que se resolvió la actuación en régimen de culpas concurrentes, del Director médico
del hospital y la Doctora Jefa del Servicio de Hematología y Hemoterapia, que dejaron
de cumplir la normativa específica sobre cribado de sangre procedente de donaciones,
para la detección de anticuerpos anti-virus VIH, utilizándose sangre contaminada en
transfusiones realizadas en el establecimiento.
b) Casos de organización horizontal del trabajo. La relación organizada en régimen
horizontal o de igualdad se presta menos a la estimación de esta autoría "desde atrás",
siendo posible no obstante en aquellos casos en que otro profesional, por ejemplo
anestesista, con su actuación desprovista del deber de diligencia determine la
equivocación del cirujano que concluye con la muerte del paciente. Así S.T.S. 26.06.80
(A. 2.997) y más recientemente la de 01.12.89 (A. 791), si bien que en esta última la
cuestión se trata desde la perspectiva de la causalidad.
Lógicamente que, por aplicación del principio de confianza en la pericia de cada
profesional integrado en el equipo en relación jerarquizada, la infracción del deber
objetivo de cuidado es exigible en cada caso al interviniente en su respectiva esfera de
competencia, y con posterioridad habrá que determinar la posible autoría en atención a
la relación causal y a la imputación objetiva, conforme a criterios del dominio objetivo
del hecho o control del proceso causal, afirmación que de compartirse llevará a la
consecuencia de determinar, en distintos niveles o graduaciones, la actuación
imprudente a cada uno atribuible, respondiendo los protagonistas (cirujano o
anestesista) como autores por la realización de la conducta del tipo y los demás como
partícipes, ejecutivos del art. 14.1º C.P. o por cooperación necesaria del 14.3º siendo
menos sostenible la inducción o impulso del art. 14.2º, como consecuencia de la
vinculación jerárquica del inductor respecto del inducido.
El "concurso de culpas" y la coautoría, considerado jurisprudencialmente como
participación, tendrán ocasión de presentarse en las relaciones horizontales en pie de
igualdad, entre los facultativos que desempeñan su tarea con autonomía en el equipo
quirúrgico, relación en la que a efectos del delito imprudente, puede entrar a formar
parte quien ejerza funciones de dirección administrativa.
c) Declaraciones jurisprudenciales. El T.S. en S. 05.02.90 (A. 1.053), en un caso de
sencilla operación de extirpación de amígdalas en un niño, complicada con una intensa
hemorragia que determinó la muerte por asfixia por obstrucción de vías respiratorias,
se calificó de temeraria la actuación del facultativo-cirujano reprochándosele el
enfoque rutinario de la intervención y su inhibición en el curso de la complicación
sobrevenida; mientras que se graduó de simple la del anestesista por su tardía actuación
profesional en el tratamiento para corregir dicha complicación. El razonamiento de la
Sala es concluyente a la hora de justificar la condena de ambos: "aunque el cirujano
fuera el director técnico de la operación quirúrgica, el anestesista en su área especial de
actuación conserva su propia responsabilidad".
La S.T.S. 04.09.91 (A. 6.021) aprecia la responsabilidad en régimen de "concurrencia
de culpas", en base al razonamiento causalista de haber contribuido todos a la
producción del resultado, en un supuesto que más bien parece de coautoría por la
existencia de acuerdo en la acción imprudente, en que se implica al anestesista que
"con su dejación y abandono desencadena el evento peligroso determinante del
resultado lesivo, la del Director del establecimiento que tolera la práctica de los
anestesistas de simultanear intervenciones quirúrgicas, y la del cirujano que consiente
tal corruptela" (49).

4. Participación y autoría en la denominada imprudencia laboral

a) Criterios para la exacción de responsabilidad penal por hechos imprudentes


laborales. La posición del empresario y asimilados a efectos de la seguridad en el
trabajo. La cuestión tiene que plantearse asimismo con arreglo a criterios peculiares
cuando se trata de la autoría y de la codelincuencia en el ámbito laboral o del accidente
de trabajo, con negativo resultado para la vida o la salud de los trabajadores,
ocasionado por infracción del deber de cuidado (cuestión sobre la que se insistirá al
ocuparnos luego de la "concurrencia de culpa" de la víctima o de terceros).
La abundante jurisprudencia recaída en la materia (50), pone de relieve que el bien
que se protege en estos delitos no es sólo la integridad de los trabajadores, sino la
propia seguridad en el trabajo como valor colectivo constitucionalmente proclamado
(entre otros en el art. 40.2 C.E.), lo que junto a un extenso número de normas y
disposiciones que regulan las relaciones laborales y las condiciones generales o
específicas de tal seguridad laboral (Estatuto de los Trabajadores de 10.03.80;
Ordenanza de Seguridad e Higiene en el Trabajo de 09.03.71; Reglamentación Técnica
de Líneas de Alta Tensión de 28.11.68; Ordenanza de la Construcción de 28.08.70
etc.), determinan bien por la creación del riesgo o por la situación dominante del que a
efectos penales se denomina "empresario", o por su posición de garante derivada de la
injerencia en la seguridad de los trabajadores, una ampliación del deber de cuidado que
se traduce en un mayor rigor, a la hora de la formulación del reproche y de la exacción
de responsabilidad, que se afirma con frecuencia sobre la mera infracción de preceptos
reglamentarios, sin analizarse siempre y a fondo la virtualidad de dicha infracción en el
caso concreto, por entrar el riesgo y el resultado en el ámbito de protección de la
norma.
Se llega así, en ocasiones, a consecuencias próximas a la responsabilidad objetiva o
por el resultado, que en tales casos exige al "empresario", a modo de rechazable
presunción de culpabilidad, la carga de probar el carácter fortuito del suceso, la
extralimitación del operario o su culpa exclusiva, la válida delegación de funciones en
tercera persona cualificada etc; es decir se utilizan criterios que pudiendo ser de
aplicación válida en el ámbito de las infracciones laborales, o para sostener las
situaciones de culpa originadora de responsabilidad civil, no son siempre compatibles
con la responsabilidad penal en general, ni con la estructura del hecho imprudente.
La invocación de la alarma social que producen los accidentes de esta naturaleza, con
su secuela de muertos y lesionados (en la misma medida que ocurre con los accidentes
de vehículos de motor), puede ciertamente justificar la modificación de la normativa
referente al aumento de las medidas para la prevención de estos hechos y el
incremento, asimismo, de las medidas de inspección y de sanción administrativa, pero
no para promover la punición de tales hechos olvidando el carácter fragmentario del
derecho sancionador, así como los principios de intervención mínima y de
subsidiariedad del derecho penal.
El empresario atrae hacía sí la responsabilidad por el resultado consecutivo al riesgo
imprudente, con frecuencia por el hecho de ocupar tal posición como persona
individual o jurídica, ampliándose el contenido del deber objetivo de cuidado respecto
de otras personas, porque así lo requiere la norma laboral que le confiere el poder de
dirección y de organización en el centro de trabajo, debiendo velar por la seguridad en
el trabajo y por la indemnidad de los trabajadores, que en materia de seguridad son
cooperadores de aquél, sin que esté prevista la responsabilidad de éstos en el accidente
de trabajo, ni se les exija con frecuencia por otra vía, computándose su actuación
imprudente como una concausa a tener en cuenta para degradar la responsabilidad
penal, en su caso, del destinatario de la norma de cautela y, generalmente, para
moderar el alcance de la responsabilidad civil del obligado al pago. La doctrina penal
(51) destaca cómo el principio de confianza cede en este caso, ante el deber jurídico
público que al empresario incumbe, hasta el punto de que ha de prever y adoptar las
medidas para neutralizar las imprudencias de los trabajadores, lo que veremos que
produce efectos tanto en materia de autoría y codelincuencia como de "concurrencia de
culpa" de la víctima.
La atribución de responsabilidad genérica que, en principio, corresponde al empresario
abarca también al personal técnico, incluso encargados de explotaciones y de obras con
tal que estos últimos tengan una mínima potestad de mando, de representación o de
organización, aunque sea "de facto"; quedando liberado el primero en los casos en que
conste que haya delegado su poder directivo a persona competente, siempre que los
hechos punibles se sitúen en el alcance y contenido de la delegación.
b) Declaraciones jurisprudenciales. En las sentencias que ahora se van a mencionar,
salvo en una ocasión, no se han suscitado ante el T.S. problemas acerca de la
calificación de la intervención de las personas implicadas en el hecho imprudente,
siendo condenadas en cada caso como autores sin que se determine si lo fueron en
régimen de culpas concurrentes coeficientes y no concertadas, o mediante acuerdo o
concierto en la ejecución; si bien que en algún caso se gradúan los distintos
comportamientos imprudentes en el mismo hecho como graves o como leves.
S.T.S. 21.03.73 (A. 2.413), en la línea de la S.T.S. 14.10.70 (A. 4.048) reitera que los
técnicos son destinatarios de las disposiciones legales sobre seguridad e higiene en el
trabajo; argumento que se utiliza para condenar al Arquitecto-Director Técnico de la
obra, "quien no puede limitarse a hacer unos planos". Si bien respecto del Encargado
de la obra se le reprocha ser el representante de la empresa constructora y "sumarse al
total ambiente de abandono y de descuido". Se condena a ambos como autores sin
cuestionarse la participación de cada uno.
S . T . S . 13 . 02 . 74 (A . 668), sostiene que las normas sobre cuidado y seguridad se
extienden a los empresarios, encargados de dirigir los trabajos a los que aquellas
normas se refieren, a las personas de alta y media dirección y a los simples ejecutores o
capataces, es decir "cualquier persona que asume o a la que se confía la realización de
una tarea, con mando sobre otros y con función general de vigilancia y cuidado".
S.T.S. 06.06.77 (A. 2.711), razona acerca del bien jurídico protegido del trabajo; por
lo que la legislación laboral obliga a los empresarios a velar por la vida, integridad
corporal y salud de los trabajadores.
S.T.S. 21.03.80 (A . 1.180) en la misma línea que las dos anteriormente reseñadas y en
aplicación de su doctrina se condena: a ) al empresario de la construcción porque, aun
teniendo delegadas las funciones técnicas, era quien se encargaba "de hecho y de
derecho de la empresa"; b) al Arquitecto Director de la obra, como formalmente
obligado a observar y hacer cumplir las normas de seguridad en su condición de
técnico, (con cita del art. 10 de Ordenanza de Seguridad e Higiene en el Trabajo); c) al
Aparejador por las mismas razones que el anterior; y d) al Encargado por ser
destinatario asimismo de las normas de seguridad.
S.T.S. 07.07.80 (A. 3.133), condena a dos Aparejadores y al Encargado de la obra, a
quienes el Arquitecto-Director de la misma encomendó la adopción de las medidas de
seguridad precisas. La S.T.S. no justifica la exoneración de responsabilidad en cuanto a
este último.
S.T.S. 10.04.81 (A. 1.622). Es la única que se plantea el problema derivado de la
pluralidad de sujetos activos, distinguiendo en la línea jurisprudencial advertida desde
el año 1.971 (III, 2), la "concurrencia de culpas o culpas plurales coeficientes" que
coinciden en el acto imprudente sin acuerdo, y la "codelincuencia culposa" cuando tal
acuerdo se da aunque no en cuanto al resultado. Se califica el hecho de "concurrencia
de culpas" afectantes al contratista o empresario y al equipo técnico, a quienes se
condena como autores de imprudencia temeraria.
S.T.S. 10.12.81 (A. 4.991), según ésta no es obstáculo a la responsabilidad del
empresario el hecho de que el operario accidentado estuviera contratado por otra
persona, cuando consta que al tiempo del accidente trabajaba por cuenta del acusado,
quien ordenaba la realización de los trabajos.
S.T.S. 30.04.82 (A. 2.297). Con arreglo a esta sentencia está incluido entre los
obligados al cumplimiento y observancia de las normas de seguridad en el trabajo y,
por tanto, es responsable por imprudencia del accidente y de sus consecuencias, un Jefe
de ventas apoderado de la empresa que ocasionalmente asumió funciones de
responsabilidad administrativa.
S.T.S. 30.05.88 (A. 4.116). Se condena al Jefe técnico de la obra por ser el destinatario
principal de las disposiciones administrativas tendentes a asegurar la vida e integridad
física de los operarios. Aunque ahora adiciona el T.S. el dato de que así se deduce de
una interpretación sociológica (art. 3.1 del Código Civil) de las normas vigentes. Es
interesante el tratamiento que en este caso se hace de la "concurrencia de culpa" por
parte de la víctima, que tal vez fuera un supuesto de culpa exclusiva en cuanto que si
bien el acusado consintió en que quedara el hueco en un graderío, sin barandilla de
protección, por donde cayó el operario soldador, éste obró por su iniciativa sin que el
acusado ordenara la ejecución de los trabajos que originaron el percance, apreciándose
en cambio la virtualidad para degradar la imprudencia de temeraria a simple
antirreglamentaria.
S.T.S. 07.06.88 (A. 4.489). En la misma línea que las sentencias de 13.03.74 y
06.06.77 a propósito de las personas destinatarias de las normas de seguridad, así como
la entidad del bien jurídico protegido del trabajo. Se condena al Director-Gerente y
representante de la empresa constructora y al Encargado general de las obras; en ambos
casos por la omisión de las pertinentes medidas de seguridad.
S.T.S. 17.02.90 (A. 1.566). Se condena al Arquitecto por imprudencia simple, y al
Encargado de las obras por temeridad.
Auto de 22.03.90 (A. 2.590), mediante el que se inadmite el recurso de los dos
procesados condenados en la instancia por delito de imprudencia temeraria, con motivo
de accidente en el que falleció electrocutado un operario, a quien aquéllos habían
encargado una tarea de impermeabilización arriesgándose por su cuenta el accidentado
a hacer lo que no se le había ordenado expresamente.
S.T.S. 30.03.90 (A. 2.651). Se condena al Empresario y a los Aparejadores por
imprudencia temeraria. Alega el Empresario la delegación de las funciones técnicas en
los Aparejadores y éstos, a su vez, que impartieron las instrucciones precisas sobre la
utilización de una grúa torpemente manejada por un tercer operario. Se impone la tesis,
digamos que ordenancista, sobre atribución de la responsabilidad penal y no se degrada
la imprudencia por la actuación negligente de tercero.
S.T.S. 09.04.90 (A. 3.216). Condenatoria de Arquitecto, imprudencia temeraria, y de
dos Aparejadores por imprudencia simple. Se ocupa del principio de confianza que
declara inaplicable en materia laboral, argumentando que el deber de previsión del
peligro forma parte de las obligaciones impuestas a los técnicos de las obras, por el art.
10 de la Ordenanza de Seguridad e Higiene. Descarta el que la exigibilidad de la
previsión y de evitación del resultado, se restrinjan por haber pasado la empresa
previamente una inspección administrativa.
S.T.S. 18.05.90 (A. 4.146). Condena al Arquitecto que confeccionó los planos de
colocación indebida de una farola debajo de una conducción eléctrica de alta tensión,
cuya existencia omitió reflejar en los planos; aunque en la realización los operarios
actuaron con autonomía. Se descarta la interrupción del nexo causal, porque la
actuación de éstos se desarrolló en el ámbito del riesgo producido por la conducta
negligente del redactor del proyecto.
S.T.S. 05.07.90 (A. 6.239). Con igual argumentación que las sentencias 13.02.74;
06.06.77 y 07.06.88 (del mismo Ponente). Condenatoria del Director Técnico y del
Capataz, a ambos por imprudencia temeraria.
S.T.S. 22.12.90 (A. 10.004). En accidente ocurrido en el tendido de línea de
conducción eléctrica, se condena a los Jefes de línea y de la obra, si bien que rebajados
a imprudencia simple por la actuación negligente (concurrente) de un encargado o
capataz.
S.T.S. 07.11.91 (A. 7.983). En esta sentencia se contiene un análisis de la doctrina
jurisprudencial sobre la actuación imprudente de los Arquitectos, cuya condena se
produce en la casación junto con la de los que ya lo fueron en la instancia, Empresario
y Aparejador, razonándose sobre la posición de garante del Arquitecto y la escala
jerárquica de la empresa organizada. (La doctrina general sobre responsabilidad penal
de los Arquitectos y de los Aparejadores puede verse en las S.T.S. 03.02.92 A. 882 y
28.02.92 A. 1.389).
S.T.S. 20.11.91 (A. 8.334). se condena al Director Gerente y no al encargado del
servicio de seguridad y funcionamiento de determinada máquina, ya que este último
carecía de funciones decisorias. Se degrada la infracción a mera falta por apreciar
negligencia también en el operario que resultó lesionado.

5. Participación en delitos de omisión

La mayor complejidad en la materia se presenta en lo concerniente a los delitos de


omisión (52). Con razón opina ROXIN que la delimitación entre autoría y
participación en las omisiones constituye el problema más oscuro de la teoría de la
participación.
Sin entrar en cuestiones respecto de cuya solución la dogmática se encuentra
enfrentada, a la vista de la jurisprudencia y de la doctrina científica, podrían
establecerse las siguientes conclusiones al respecto:
a) En los delitos de omisión pura o propia (arts. 338 bis y 489 ter C.P.) no cabe la
comisión imprudente. Así lo ha declarado la S.T.S. de 18.01.66 (A. 106) respecto del
delito de omisión del deber de socorro, criterio que consideramos aplicable al art.338
bis, ya que el tipo requiere que la abstención se produzca voluntariamente, con lo que
según lo expuesto en su momento se obstaría cualquier hipotética participación en un
delito de omisión pura.
b) En los delitos de omisión impropia, o de comisión por omisión, el tema se inscribe
en el seno de los problemas peculiares de los delitos especiales, ya que esta clase de
omisiones tienen un círculo también limitado de posibles autores concretados en
quienes se encuentren ocupando, por cualquier título, la posición de garante del bien
jurídico lesionado. Por ello la primera afirmación que cabría hacer es la de que éstos,
los garantes, serían autores en todo caso sin posibilidad de intervenir en concepto de
partícipes, en atención al especial deber que tienen de impedir la producción del
resultado.
c) La participación de los no garantes en delito de omisión impropia sería
normalmente activa y excepcionalmente omisiva, debiendo descartarse los supuestos
de inducción dada la naturaleza de la misma (incitación o determinación para
dilinquir).
d) Cabe la autoría mediata en los delitos de actuación positiva, no omisiva, en los
casos en que el autor mediato pretenda que no haga lo debido quien estuviera obligado
a realizarlo.
e) Que en los casos excepcionales de participación omisiva en delito de omisión
impropia, estas intervenciones serán constitutivas de delito de omisión propia, omisión
del deber genérico de impedir determinados delitos del art. 338 bis del C.P.
(QUINTERO Y OCTAVIO DE TOLEDO-HUERTA).
Distinto es el caso de la participación omisiva en un delito comisivo (53), respecto de
lo cual la doctrina española viene defendiendo las mismas tres posiciones que la
alemana en el sentido siguiente:a) "concepto indiferenciado de omitente" según la que
el garante sería siempre autor, aunque el hecho lo realice activamente otro sujeto y éste
también sea autor del mismo delito; b) la que, aplicando la doctrina del dominio del
hecho, considera que el control de la acción la tiene el que realiza la conducta activa,
teniendo el omitente garante sólo el dominio potencial por lo que éste sería participe;
c) la posición intermedia afirmando que, como regla general, si el que omite impedir la
comisión por otro es garante, siempre será autor del delito de comisión por omisión sin
posibles distinciones participativas, pero que es posible recurrir a la participación para
impedir la impunidad del garante en aquellos tipos en los que se requieren cualidades
especiales en el autor o especiales formas en la ejecución, casos en que el garante no
puede ser considerado como autor. E1 T.S. en sentencias 10.04.81 (A. 1.624); 31.01.86
(A. 211); 26.06.90 (A. 5.679); 31.10.91 (A. 7.473) y 06.04.92 (A. 2.761), viene
admitiendo la participación por omisión en delito (doloso), cometido cuando el
omitente se hallara en posición de garante, calificando en otro caso la pasividad como
mera omisión genérica del art. 338 bis C.P. Del comentario a las dos primera
sentencias citadas se ocupa con cierta amplitud LUZON PEÑA (en la obra a que se
refiere la cita precedente y en otro artículo publicado en "Poder Judicial", año 1986
número 2), quien en consecuencia con su tesis ya conocida acerca del tratamiento
impunista de la participación imprudente, sigue sosteniendo que si la conducta omisiva
que propicia la situación de riesgo y la ulterior realización del hecho, no consta que
fuera dolosamente dispuesta constituiría un auxilio en cooperación imprudente no
punible.
Este Catedrático en un intento, quizá no investigado en todas sus posibles
implicaciones, de superar el problema de la participación omisiva a cargo de
determinadas autoridades, funcionarios o profesionales responsables del
funcionamiento de servicios o de equipos, ha sugerido la posibilidad de que en los
delitos imprudentes de resultado, la responsabilidad de estas concretas personas opere
como un caso de autoría de "delito de infracción de un deber" (54); impuesto
expresamente por normas extrapenales, de manera que la infracción de ese específico
deber de diligencia quedara equiparada a la realización del tipo, en cuanto que la
norma estaría encaminada precisamente a la evitación del resultado, y ello aunque el
hecho lo realizaran directamente otras personas. La formalidad del delito permitiría,
según LUZON PEÑA, atribuir los resultados a las personas obligadas por aquel deber,
no sólo en los casos de conductas activas de mínimo favorecimiento que no llegaran a
determinar objetivamente la producción del hecho, sino incluso en los casos de
actuación omisiva en que ni siquiera se haya contribuido causalmente a la producción
del resultado, que se han limitado a no evitar casi siempre inconscientemente. Es decir,
que se atribuiría al infractor del deber la producción de las consecuencias, como si él
mismo hubiera producido el resultado directa y únicamente.
La iniciativa, aunque referida a supuestos muy concretos, no deja de presentar las
dificultades propias de toda responsabilidad objetiva, difícil de conjugar con el
principio de culpabilidad. De la misma manera que no resulta aceptable la
responsabilidad por las consecuencias, tampoco el delito imprudente parece que pueda
determinarse en base a la mera infracción de una norma legal o reglamentaria,
presumiéndose o dándose por supuesto que el sujeto ha infringido el deber de cuidado,
suplantado por aquel incumplimiento formal de normas cualquiera que sea su rango.
Las presunciones en Derecho son siempre peligrosas y en el orden penal pugnan
abiertamente con los fundamentos del sistema.

IV. Concurrencia de culpa de la víctima, del perjudicado o de terceros

1. Planteamiento

La situación que se presenta en los casos de plural intervenció n de sujetos en el hecho


imprudente, ya se ha considerado desde la perspectiva de la "concurrencia de culpas
convergentes o eficientes", en que varios comportamientos confluyen en la producción
de un resultado, de lesión o alteración del bien jurídico protegido, sin que medie
acuerdo alguno entre los individuos, y también en el caso de la codelincuencia cuando
aquellos sujetos se pongan de acuerdo conscientemente en la realización del acto
desprovisto del deber de cuidado, sin extender su concierto a la causación del
resultado, supuesto este último que se ha presentado genéricamente como de
codelincuencia y que, en concreto, puede manifestar la forma de coautoría o de
participación; distinción más bien teórica puesto que en la práctica jurisprudencial se
identifica como casos de coautoría a través del art. 14 C.P., sobre todo si se repara en
que no conocemos casos en que el T.S. haya llegado a estimar la participación
imprudente en forma de complicidad del art. 16 C.P.
La última parte de ese trabajo se dedica a la concurrencia de culpas cuando ésta
procede de la víctima o del perjudicado o bien, en su caso, de un tercero, que es una
situación de la que con frecuencia conocen los Tribunales del orden penal y que
plantea interesantes cuestiones a la hora de fundamentar la imprudencia del sujeto
activo, su graduación, imputación de los resultados y cuantificación de la
responsabilidad civil (55).
La jurisprudencia resuelve estos problemas haciendo aplicación una vez más del
denominado "dogma causal" (últimamente S.T.S. 27.01.92 A. 458), es cierto que cada
vez con mayor referencia al deber objetivo de cuidado y a la previsibilidad (así T.S.
17.07.90 A. 6.728). Con arreglo a este planteamiento causalista QUINTANO (56)
ofrecía ya en en el año 1958 un cuadro en donde de forma esquemática, y automática,
brindaba la solución en las situaciones de culpa de la víctima en orden a la exoneración
de responsabilidad del llamado autor, degradación del reproche culposo a éste dirigido
en uno o dos niveles, o bien intrascendencia por la irrelevante contribución al evento
por parte de la víctima.
La doctrina general se puede encontrar en múltiples sentencias del T.S. tales como
28.01.80 (A. 246); 05.12.80 (A. 4.779); 26.01.81 A. 246; 24.03.83 (A. 2.176); 28.05.84
(A. 3.490); 18.12.85 (A. 6.343); 30.12.87 (A. 9.906); 25.10.88 (A. 8.097); 09.03.90 (A.
2.436); 25.02.91 (A. 1.412) y 29.02.92 (A. 1.509); sentencias en base a las que se
establece: a) la concurrencia de culpa de la víctima no exonera, sino excepcionalmente,
de responsabilidad criminal al sujeto activo de la infracción culposa; b) que cuando la
influencia o incidencia de la conducta del sujeto pasivo haya contribuido
poderosamente a la producción o desencadenamiento del resultado, la intensidad de la
culpa del agente se debilita o difumina, pudiendo los Tribunales hacerla descender en
la escala imprudente; c) que la culpa coadyuvante debe también determinar una
disminución del "quantum" de la indemnización; y d) excepcionalmente, la culpa
intercedente del ofendido puede ser de tal magnitud e intensidad que, disminuyendo la
del agente, la eclipse absorba o desvanezca, en cuyo caso dicho agente podrá quedar
exonerado de toda responsabilidad.
La eficacia causal que en el hecho produce el comportamiento de la víctima, es
definitiva para determinar la culpabilidad del sujeto activo, porque al tiempo que
aquella sea más notable se disminuye el deber de previsión de éste, afirmación que se
encuentra en algunas sentencias clásicas en la materia, y que hoy es frecuente en la
jurisprudencia de la Sala 2ª ; superada definitivamente la primera etapa jurisprudencial
anclada en la inaplicación de la compensación de culpas, doctrina rechazable en la
medida en que no respetaba el principio de culpabilidad y, además, representaba otra
muestra de la pervivencia en la práctica del "versarii in re illicita".
El proceso que siguen los Tribunales para la ponderación de las conductas
concurrentes, consiste tanto en la individualización de los comportamientos con sus
correspondientes contenidos; como en la valoración en orden a la causación del
resultado y elevación a un plano comparativo para extraer su nivel de eficacia en grado
de inferioridad, igualdad o preponderancia. Según el nivel de eficacia se llegará a la
conclusión de la irrelevancia de la conducta del sujeto pasivo, o bien a la degradación o
exoneración de la responsabilidad del sujeto activo; con lo que al final la
jurisprudencia, en esta segunda etapa conocida en la doctrina por "concurrencia de
culpas", acude a la técnica de la compensación, aunque sea lugar común el sostener la
negativa a admitir la posibilidad de que esta institución civilista opere en el ámbito
penal, en donde la responsabilidad es personalmente exigible a través de la propia
conducta (57).

2. Criterios doctrinales y jurisprudenciales de valoración de la conducta de


la víctima, perjudicado o terceros

Luego me referiré a varias sentencias del T.S. para exponer el tratamiento práctico que
se hace de la cuestión, ocupándonos ahora de los distintos criterios con que la doctrina
científica (58) aborda el estudio de la influencia de la conducta imprudente de la
víctima.
a) Incidencia sobre la infracción del deber de cuidado. En cuanto a su incidencia sobre
la infracción del deber de cuidado, debe tenerse en cuenta que este deber comprende
los de naturaleza genérica y de común experiencia, que desde el principio (ex ante)
aparecen como adecuados para evitar la lesión del bien juridico; así surge la
previsibilidad como fundamento del deber interno subjetivo, mientras que el deber
externo habrá que graduarlo en función de la observancia u omisión de las normas y
reglas establecidas para evitar la lesión de aquel bien jurídico, teniendo en cuenta
también la capacidad del autor y las exigencias que se deriven de las circunstancias
externas concurrentes.
En la determinación de este deber de cuidado se tendrá en cuenta el principio
denominado de "confianza", en base al cual el "partícipe en el tráfico (en general)
puede confiar en que los demás se comportarán correctamente, mientras no le conste lo
contrario por circunstancias especiales" (WELZEL); que en materia de circulación
viaria se formula como principio de "confianza ajustada a la normalidad del tráfico", es
decir la expectativa fundada y legítima en un comportamiento de los demás ajustado a
la norma, por parte de quien se comporta "reglamentariamente". Es oponente de la
confianza el principio de "defensa", creado precisamente para dotar de protección a los
miembros de la sociedad que se consideran más desvalidos, tales como niños, ancianos
o minusválidos psíquicos, y con arreglo al cual el partícipe en el tráfico deberá prevenir
hasta sus comportamientos defectuosos, incluyendo medidas de cuidado
extraordinarias para conjurar el peligro potencial de las conductas de estas personas.
Que el principio de confianza está subordinado al de defensa, es una realidad
perceptible a través de la doctrina jurisprudencial (S.T.S. 01.06.74 A. 2.781; 17.04.78
A. 1.430; 14.03.80 A. 1.126; 08.06.85 A. 2.976 etc.). Sin perjuicio de lo cual el
principio de confianza permite afirmar que sólo han de comprenderse dentro del deber
de cuidado las conductas de las víctimas, o de los terceros, que pudieran conocerse
anticipadamente porque para el sujeto activo no resulta exigible la previsión de lo que
no pudo saberse "a priori" (así la sentencia de la Audiencia Provincial de Valencia
23.10.90 sobre rotura de la Presa de Tous). Con el principio de defensa, en cambio, se
amplía el deber objetivo de cuidado, pero nunca hasta el punto de comprender los
acontecimientos imprevisibles (S.T.S. 05.02.73 A. 602; 02.02.78 A. 326; 21.01.80
A.112 y 25.02.91 A. 1412).
Cuando los acontecimientos revistan el carácter de imprevisibles, en función del
peligro introducido por la víctima, habrá lugar a la exoneración ya por la vía de que el
riesgo lo creó ésta, o porque el peligro introducido por el sujeto activo no haya sido el
adecuado para la producción del resultado (así S.T.S. 18.06.90 A. 5.563 que habla de
culpa exclusiva de la víctima, y reconduce la cuestión al campo de la culpabilidad
afirmando que se trata de un caso fortuito en que no hay dolo ni culpa). Y si la
situación concurrente se presenta de parte de terceros entonces, además de lo dicho,
habrá de tenerse en cuenta que como cuestión previa se deberá decidir sobre la relación
de autoría o de participación.
Al hablar del deber objetivo de cuidado y de los principios de confianza y de defensa,
no debe omitirse una referencia, al menos, a las peculiaridades del campo laboral, ya
tratado desde el punto de vista de la autoría y de la intervención participativa.
Tanto el Estatuto de los Trabajadores como las Ordenanzas Laborales, constituyen al
empresario y a sus asimilados como destinatarios del deber subjetivo público de velar
por la seguridad en el trabajo, colocando a éstos en una posición genérica y difusa de
garantes de la salud física y psíquica de los trabajadores bajo su dependencia, y sólo en
el caso de que los riesgos sean introducidos por terceros no destinatarios de aquél
deber general, podrá el empresario invocar la operatividad del principio de confianza.
Antes aludíamos a que la jurisprudencia incluía entre los sujetos destinatarios de la
normativa reguladora de las condiciones de seguridad en el trabajo, tanto al empresario
propiamente dicho como a los técnicos y mandos intermedios, e incluso a encargados y
capataces con tal de que ejercieran sus funciones en régimen de alguna autonomía o
con poder de mando, organización, o representación. También se dijo que la
jurisprudencia, habitualmente, estimaba las actuaciones imprudentes de estas personas
como casos de "concurrencia de culpas" en régimen de autonomía y casi nunca de
codelincuencia en régimen de autoría, a pesar de que con alguna reiteración las
conductas de éstos obedecen a la existencia de acuerdo en cuanto al hecho imprudente,
sin virtualidad para exonerar o disminuir siquiera la responsabilidad del empleador.
Concretando lo antes dicho a propósito de la más propia "concurrencia de culpa",
diremos que la intervención de la víctima-operario resultará intrascendente cuando el
deber de cuidado por éste infringido traiga causa del cumplimiento, aún defectuoso de
la orden emanada del empresario y producirá efectos excluyentes o atenuatorios de la
responsabilidad de dicho empleador, en los casos en que el deber infringido por la
víctima no esté incluido en el deber omitido por el empresario, o para éste resulte
imprevisible la infracción del trabajador, siendo un claro caso de no exigencia de
responsabilidad cuando el operario accidentado llegara a actuar contra la prohibición
expresa de las personas encargadas de la dirección (S.T.S. 15.11.75 A. 4.388; 02.10.76
A. 4.595 y 13.11.77 A. 4.332), situaciones que el Tribunal Supremo trata a base de
explicaciones causalistas, como supuestos de ruptura del nexo causal.
La degradación de la responsabilidad por culpa de la víctima o de terceras personas
también trabajadores, se produce según el T.S. en los casos en que es el operario quien
genera la situación de riesgo concreto, actuando por su cuenta aunque sin contravenir
instrucciones precisas (S.T.S. 30.03.90 A. 2.651; 22.12.90 A. 10.004 y 20.11.91 A.
8.334).
b) En la determinación de la autoría. El segundo criterio que considera a este respecto
la doctrina científica es el que concierne a la determinación de la autoría. Cuando la
conducta de la víctima, o de terceros, adquiere tal protagonismo que la del sujeto
activo resulta secundario, no parece necesario acudir a la explicación de la relevancia
causal, justificando la exoneración en base a que la culpa de la víctima desplaza a la
del autor aparente, sino que en realidad de lo que se trata es de una cuestión relativa a
la autoría o participación, correspondiendo la primera a la víctima y la condición de
partícipe en hecho atípico al sujeto activo que por tanto resulta impune. La doctrina
(59) incluye en estos casos los de provocación imprudente de suicidios, auto-lesiones y
los de autopuesta en peligro. Casos que en la obra de ROXIN se enfocan a través del
fin de protección de la norma, y que la doctrina española (CORCOY y LUZON
PEÑA) tratan como cuestión de autoría o de participación (impune esta última en la
tesis ya conocida de LUZON PEÑA).
La Sala 2ª del T.S. ha tenido ocasión de ocuparse recientemente (S. 17.07.90 A.
6.728), de un caso de puesta en peligro de la víctima con su consentimiento, en el que
un joven que finalmente resultó fallecido retó a un amigo, miembro de un Instituto
Armado, con quien compartía una fiesta, a que acertara a dispar sobre una botella
mientras el retador bebía de la misma. Aquel aceptó la proposición y disparó su arma,
en el instante preciso en que el proponente efectuaba un movimiento con el cuerpo
para limpiarse una mancha de vino, siendo alcanzado por el proyectil y falleciendo días
después.
En el recurso se alega la "interconcurrencia de culpas", argumentando que fue la
víctima, al inducir al procesado, quien realizó como único autor el tipo penal. La
sentencia estima que se trata de un supuesto de consentimiento en el riesgo propio, en
que tal consentimiento no resulta relevante en la medida en que la vida o la integridad
corporal no son bienes disponibles. Es decir, que el bien que se protege con la norma
de cuidado no se vería afectado por el consentimiento lo que excepcionalmente se
produciría, razona la sentencia, en los casos en que el riesgo provenga exclusivamente
de la víctima; sin que en esta ocasión se tenga en cuenta al introducir el sujeto un factor
de elevación del riesgo al disparar en una situación no prevista, lo que excluye la
eliminación de la imputación objetiva. No obstante el T.S. aprecia una atenuación de lo
ilícito, que sitúa genéricamente en el art. 9.10 C.P. aunque tratándose de un delito
culposo entiende que no hay necesidad de operar expresamente con la aplicación de las
reglas del art. 61 C.P.
Teniendo en cuenta que el incremento del riesgo, realmente fue introducido por la
víctima con su comportamiento imprevisto, opinamos que aún sosteniendo la
irrelevancia del consentimiento, este extremo quizá debió haberse contemplado por la
Sala, para apreciar un menor nivel de exigencia en el cuidado del acusado (al parecer
un tirador experto), lo que disminuyendo la previsibilidad pudo motivar la degradación
del reproche a título de falta del art. 586 bis C.P.
Se comparten los fundamentos de la sentencia en cuanto que ni se interrumpe el nexo
causal, ni deja de existir imputación objetiva en los resultados consecutivos a
situaciones de puesta en peligro con consentimiento de la víctima, estimando no
aplicables en nuestro Derecho las posiciones de la doctrina alemana (60), en cuanto a
la "relativización" del bien jurídico voluntariamente puesto en peligro, o sobre lo inútil
de la protección del Derecho penal, cuando la víctima consiente en la lesión del bien de
que es titular. Afirmación esta última que sí creemos aplicable en el ordenamiento
español, cuando el resultado se concrete en la producción de daños materiales
recayentes sobre cosas propias del consentidor.
x0 Para concluir este apartado diremos que el T.S. no admitió que se tratara de un caso
de autopuesta en peligro, el contemplado en la Sentencia 26.01.81 (A. 246), en que un
obrero agrícola iba subido en los aperos que el tractor accidentado remolcaba; sin dar
lugar siquiera a la degradación de la responsabilidad del conductor del vehículo.
c) En la determinación de la gravedad del injusto. El tercer criterio doctrinal viene
referido a la valoración de la gravedad del injusto imprudente, a tener en cuenta en los
casos en que aun manteniéndose la relación de autoría para el sujeto activo, la conducta
de la víctima crea un riesgo que al disminuir el deber de cuidado determina la
valoración individualizada de cada una de las conductas portadoras de riesgo;
degradando la entidad del injusto por disminución de la previsibilidad y no como
cuestión de "compensación de culpas concurrentes".
Antes se explicó el procedimiento a que acude el T.S., para ponderar el nivel de las
"imprudencias concurrentes" y llegar luego a la conclusión correspondiente, sobre
degradación o exoneración en el sujeto agente, limitándonos a citar ahora algunas
manifestaciones de los criterios jurisprudenciales, (pudiendo sobre este particular
consultarse la casuística recogida en la obra de CABALLERO GEA) (61):
- Las situaciones de peatones caminando por lugar inadecuado de la calzada, o bien
situados indebidamente en la vía pública, dan lugar a la degradación de la culpa del
sujeto activo (en S.T.S. 23.10.74 A. 3.846; 22.01.82 A. 119 y 25.02.91 A. 1.412).
- Los casos de peatones que cruzan antirreglamentariamente la calzada se resuelven
también con efectos degradatorios (en S.T.S. 28.09.79 A. 3.166; 24.03.83 A. 2.176 y
21.10.88 A. 8.097).
La última de las sentencias reseñadas ha sido objeto de comentario a cargo de
LUZON PEÑA (62), creemos que acertado en sus críticas, en cuanto que el acusado
conducía bajo los efectos de la embriaguez y la Sala le condena por delito contra la
seguridad del tráfico y falta de imprudencia por degradación del posible delito
imprudente por la culpa concurrente de la víctima; cuando lo correcto hubiera sido
estimar sólo el delito de peligro abstracto por ser el más gravemente penado en
aplicación de la regla de "alternatividad" contenida en el actual art. 340 bis c) C.P.
- También con efectos degradatorios en los casos de cambios de dirección con
excesiva lentitud interfiriendo la calzada, mientras que otros vehículos avanzan a
excesiva velocidad o sin advertir que la vía se encuentra ocupada (en S.T.S. 15.11.74
A. 4.337 y 28.01.80 A. 246).
- Igual en situaciones de incremento de riesgo; así S.T.S. 05.12.80 (A. 4.779), en que
un usuario de energía eléctrica suministrada en defectuosas condiciones por
sobrecarga, acomete la tarea de reparar un interruptor llevando calzado humedecido, y
que en estas circunstancias fallece por electrocutación.
- Igual solución en los casos de invasión parcial y momentánea del lado contrario de la
calzada, también por el vehículo conducido por la víctima, cuando el autor la ocupaba
asimismo y en mayor medida. (30.12.87 A. 990).
- Igual en casos de accidente ocasionado al hallarse mal estacionados los vehículos de
los perjudicados (S.T.S. 12.12.83 A. 6.516 y 16.05.88 A. 3.663).
- O el caso del conductor que no se apercibe con antelación de la presencia de un
ciclomotor en la vía pública, indebidamente manejado por su conductor (T.S. 26.06.79
A. 2.775).
- Un caso de exoneración por "culpa exclusiva de la víctima", se encuentra en la
S.T.S. 18.06.90 (A. 5.563), en peatón que en hora nocturna cruza una vía interurbana y
es atropellado por quien con luz de cruce, en función de otros vehículos que circulan
en sentido contrario, conduce a velocidad superior a la que le permitiría detener la
marcha del vehículo dentro de la zona iluminada. La Sala absuelve por apreciar caso
fortuito, estimando que no concurre la culpabilidad en concepto de dolo ni de culpa, es
decir, apreciando el caso fortuito porque, según razona, "cuando un peatón se coloca
inesperadamente delante de un vehículo, necesariamente se tiene que producir el
atropello, sea cual fuere la atención del conductor, la velocidad a la que marche o la
hora del día en que el suceso ocurra". Como se aprecia, el T.S. sigue tratando como
una cuestión de causalidad y de culpabilidad, lo que es materia más propia de lo injusto
del delito imprudente, en base a la creación de la situación de riesgo por infracción del
deber objetivo de cuidado.
d) En la imputación del resultado. El cuarto y último de los criterios utilizados por la
doctrina se refiere a la cuestión de la imputación del resultado. Al considerar la
determinación del deber de cuidado, nos referíamos a que sólo lo cognoscible
anticipadamente es previsible y puede justificar el ilícito imprudente, por no haberse
previsto lo previsible y no haberse evitado lo evitable con el empleo de medidas,
generales o especiales, al alcance del autor teniendo en cuenta las circunstancias; por el
contrario los hechos de la víctima sobrevenidos (ex post facto) habrían de tenerse en
cuenta para la imputación del resultado. En este sentido el T.S. aprecia la "interrupción
del nexo causal" sólo en el caso de los accidentes extraños sobrevenidos que sean
imprevisibles, distinguiendo según se trate entre conductas posteriores dolosas o
culposas. Cuando sean imprudentes dependerá de su previsibilidad, rigie ndo el
principio de confianza en la actuación de los demás, y siendo dolosa impide la
atribución de los resultados (en aplicación de la teoría de la prohibición del regreso).
Al aludir a la intervención posterior dolosa de terceros, vuelve a suscitarse el
precedente establecido por el T.S. en la sentencia, ya citada, mediante la que se
resolvió el conocido "caso Vinader", criticable por cuanto que no se hizo uso de la
doctrina que conduce a la interrupción del nexo causal.
- En los casos de daños posteriores, consecutivos al primer accidente, el T.S. viene
sosteniendo la autoría directa del causante del primer hecho, lo que CORCOY
BIDASOLO insinúa que pudiera ser una reminiscencia versarista. Sostiene esta
monografista del tema, que en tales casos el resultado no entra dentro del fin de
protección de la norma pudiendo, además, excluirse la relación de autoría cuando aquél
no llegara a controlar el proceso causal del segundo resultado.
En el caso de la S.T.S. 27.01.84 (A. 804), ya vista (II 2 b), en la que se enjuiciaba el
hecho de la persona que huyó despavorida por la irrupción en la acera de un coche que
atropelló a otros viandantes, atravesando el peatón la calzada por lo que a su vez fue
arrollado por otro vehículo que circulaba en sentido opuesto; LUZON PEÑA al
comentar esta resolución estimó que se trataba de un caso de autoría mediata, criterio
válido para explicar la relación de autoría en los casos de procesos causales complejos,
seguidos de actuación imprudente de la víctima o de terceros, siempre que el control
del proceso causal correspondiera al autor del primer accidente. Criterio no compartido
por la autora de la completa monografía sobre el " Delito imprudente" CORCOY
BIDASOLO (63).
- En el caso de accidentes múltiples, como sucede en las colisiones en cadena, la
práctica de los Tribunales suele llevar a la condena de la totalidad de los conductores,
cuyos vehículos hallándose en movimiento colisionan por alcance con otros, situando
la actuación imprudente en el hecho de no haberse respetado la distancia de seguridad
(art. 99 del Código de la Circulación) y, con frecuencia, en base al artículo 17 del
mismo Código viario (hoy art. 11 de la Ley sobre tráfico) que es una especie de "cajón
de sastre" (64), en donde se incluyen las imprudencias residuales de difícil encaje en el
ámbito de la circulación y en base al cual se ha construido el principio de seguridad o
de circulación dirigida. Claro que con arreglo al principio de confianza, el autor de la
primera colisión puede esperar que los demás conductores que le siguen en la marcha
guarden la distancia reglamentaria, lo que les permitiría detener anticipadamente sus
vehículos y evitar el choque, por lo que el primero no debería responder de los
acontecimientos inmediatamente posteriores. No obstante la S.T.S. 21.11.80 (A.
4.532), en un caso complejo de una primera colisión sobre cuatro vehículos
estacionados, en la que se ocasionó la muerte de una persona y daños materiales
importantes, luego se precipitaron contra los primeros coches accidentados entre sí
otros dieciséis vehículos, sin resultados apreciables, y cuando habían transcurrido unos
instantes se aproximó al grupo otro vehículo que chocó contra todos ellos,
ocasionándose entonces cinco muertes entre los conductores y usuarios de los
vehículos. El T.S. entendió, argumentando sobre la "concatenación causal", la
concurrencia de culpas no concordadas, es decir la existencia de dos autores del hecho
imprudente, atribuyendo también la cocausación de la segunda colisión al autor de la
primera, por entender que el corto lapso de tiempo transcurrido entre uno y otro hecho
no era suficiente para interrumpir el nexo causal.

V. Conclusiones

I
1.- La configuración que en nuestro Ordenamiento Jurídico recibe el delito imprudente
según el denominado sistema de "numerus apertus", no es el más conforme al principio
de legalidad de los delitos y permite la incriminación de hechos punibles de dudosa
comisión imprudente. Por ello es deseable la fijación de supuestos tasados a modo de
"numerus clausus", en la línea del proyecto de Código Penal de 1.980 y la propuesta de
1983; por lo que se valora positivamente en este extremo el Proyecto C.P. de 1992.
2.- La causación de dos o más resultados típicos mediante un solo comportamiento
imprudente, debería sancionarse por la vía del concurso ideal, en lugar de absorber el
resultado más grave los de inferior entidad; pues sólo así la imposición de mayor pena
reflejaría la mayor gravedad del injusto, basado en el "desvalor de la acción - desvalor
del resultado".
3.- El delito imprudente requiere la producción de resultado, consistente en la lesión
del bien jurídico protegido, no bastando la mera puesta en peligro del mismo.
Consecuentemente, los delitos imprudentes de actividad, sin resultado diferencia do
respecto a la conducta, sólo son posibles en la medida en que se tipifiquen
expresamente.
4.- El tipo de lo injusto en los delitos imprudentes es distinto que el de los delitos
dolosos, por lo que no es preciso aguardar al juicio de reproche radicado en la
culpabilidad, para diferenciar una y otra clase de infracción punible.

II y III

1.- El concepto de autor elegido es el restrictivo, que consideramos aplicable tanto


para el delito doloso como para el imprudente, explicado conforme a la doctrina del
dominio del hecho objetivo, positivo y naturalístico; que en los supuestos de coautoría
sería de codominio funcional (negativo) del hecho.
2.- Cabe la autoría mediata en el delito imprudente, conforme al concepto objetivo-
naturalístico del dominio del hecho, que no incorpora la noción del dominio final y
doloso hacia determinado objetivo.
Tal concepción puede servir para explicar la autoría en los procesos causales
complejos, o en los que intervienen conductas imprudentes de la propia víctima o de
terceros, siempre que el agente mantenga el control del proceso causal y se pueda
afirmar la imputación objetiva; así como la autoría de los hechos imprudentes
realizados en el ámbito de las relaciones de trabajo en régimen jerarquizado.
3.- La intervención de una pluralidad de sujetos activos en el hecho imprudente, puede
tener lugar en algunas de las siguientes formas:
a) En concurso de comportamientos coeficientes:
- Autónomo y sin acuerdo ni en la acción imprudente; cuyo tratamiento es el de
autoría en cuanto que todos tienen el dominio positivo del hecho, pudiendo graduarse
la infracción del deber de cuidado.
- Concertado en la acción y dando lugar a una situación de codelincuencia mediante
coautoría, en la que todos los intervinientes tienen el codominio del hecho (funcional y
negativo), realizando todos actos ejecutivos típicos. También admite graduación.
- Asimismo mediando acuerdo en la conducta peligrosa, pero con intervención
subordinada a la del autor y sin realizar actos ejecutivos típicos. Se trata de la
participación accesoria que puede presentarse en cualquiera de las manifestaciones de
los artículos 14 y 16 C.P.
b) En concurrencia de comportamientos imprudentes atribuibles tanto al sujeto agente,
como a la víctimas, perjudicados y terceros ("concurrencia de culpas").
4.- La jurisprudencia del Tribunal Supremo denomina "culpas plurales coeficientes";
"concurso de delincuentes" y "coexistencia de culpas" a los supuestos de concurrencia
de comportamientos coeficientes autónomos; mientras que los demás casos
concordados en la acción los resuelve como si de participación se tratara, con la
consecuencia práctica de castigar a todos por la vía del art. 14 C.P.
Aunque conceptualmente el T.S. admite la participación secundaria, en la
jurisprudencia no se advierte ningún antecedente de complicidad imprudente.
5.- Sólo cabe admitir la participación imprudente en delito asimismo imprudente.
Los casos, supuestamente de participación dolosa en delito imprudente, serían más
propiamente posibles manifestaciones de autoría mediata, o bien haría preciso la
distinción entre dos delitos distintos de los que respondería cada uno de los autores.
En iguales términos no cabe la participación imprudente en delito doloso; a resolver
asimismo atribuyendo al partícipe el delito imprudente autónomo que pudiera haber
cometido si tuviera entidad separada respecto de la actuación dolosa.
6.- No creemos que existan razones atendibles, de orden técnico-jurídico o de política-
criminal, que se opongan a la punición de la participación imprudente.
7.- El principio general de confianza y en particular referido a la aptitud y
cualificación profesional de las personas integradas en el equipo quirúrgico, en la
imprudencia médica, permite reprochar a cada uno de ellos la infracción del deber de
cuidado en que personalmente haya incurrido y el correspondiente resultado.
En la organización del trabajo vertical y jerarquizada, caben situaciones de autoría
mediata cuando no sea posible verificar la normalidad de la orden recibida, o bien
cuando sus destinatarios sean personas no cualificadas.
8.- El tratamiento jurisprudencial de la autoría y participación en el hecho imprudente
en el ámbito de las relaciones laborales, nos parece criticable por lo siguiente:
a) Porque el T.S. no distingue entre niveles o grados de intervención castigando a
todos como autores, sin reparar en la existencia o no de acuerdo previo en la acción, ni
plantearse la posible realización de actos ejecutivos típicos.
b) Por la extensión, casi indiscriminada, que a veces se hace del círculo de posibles
responsables, que abarca no sólo al empresario, sino también al personal técnico de
nivel superior o medio, y a cualesquiera otros que ejerzan funciones de dirección,
organización o mando, aunque sea con competencias limitadas y aún de carácter
circunstancial, sin ahondar siempre si son verdaderamente los destinatarios de deberes
generales de cuidado.
par c) Por la configuración "ordenancista" de la responsabilidad imprudente, llenando
el contenido de la infracción del deber de cuidado con el mero incumplimiento de la
norma reglamentaria, con criterios a veces formalistas y objetivos.
9.- No creemos admisible la participación imprudente en delitos puros de omisión, y
en cuanto a los de comisión por omisión sólo cuando se ostente la cualidad de garante,
pues los obligados a impedir la producción de determinados resultados (garantes),
creemos que deben considerarse autores en todo caso.
10.- Como regla general, estimamos que no cabe la participación imprudente por
omisión en delitos de comisión por omisión. Estas actuaciones excepcionales
pensamos que constituirían el delito genérico, de omisión del deber de impedir
determinados delitos (art. 338 bis C.P.).
11.- La infracción de deberes impuestos por normas extrapenales que tengan como
destinatario a autoridades, funcionarios y personas encargadas de la vigilancia y del
funcionamiento de determinadas actividades o servicios de relevante interés, no
creemos que puedan castigarse penalmente como conductas imprudentes de mera
pasividad, cuando no se hubiera contribuido causalmente, en imputación objetiva, a la
producción del resultado; por ser ello contrario al principio de culpabilidad.

IV

1.- A efectos de sistema conviene considerar como genuina "concurrencia de culpas",


los casos de contribución imprudente de las víctimas, perjudicados o de terceros en la
producción del resultado.
2.- El Tribunal Supremo viene sosteniendo la virtualidad de la concurrencia de culpas,
habitualmente para degradar la del sujeto agente y, excepcionalmente, para exonerarle
de responsabilidad, con las consiguientes repercusiones en el "quantum"
indemnizatorio. Si bien que se enfoque la cuestión a través de la causalidad y de la
culpabilidad, en vez de reconducirla al ámbito propio de lo injusto del tipo imprudente.
3.- Cuando la creación del riesgo se deba a la actuación de la víctima, del perjudicado
o de terceros, en estos casos no creemos necesario acudir a explicaciones causalistas
sino de autoría y participación.
4.- Dentro del deber de cuidado sólo pueden incluirse los riesgos previsibles
anticipadamente. Ni siquiera la aplicación del principio denominado de defensa puede
imponer la previsión de lo que no fuera previsible.
Las actuaciones posteriores de las víctimas o de terceros, y los consiguientes
resultados no son imputables en ningún caso cuando tengan carácter doloso, y si fueran
imprudentes han de ser asimismo previsibles por el agente.
5.- El ámbito de aplicación del principio de defensa parece desmesurado, en cuanto
que no se tome siempre en consideración el riesgo introducido por la víctima.
6.- Las consecuencias prácticas a que llega el T.S., degradando el título imprudente o
exonerando de responsabilidad, debe considerarse correcto aunque la técnica de acudir
a la causalidad y culpabilidad, creemos que debiera sustituirse por la referencia a la
menor entidad o inexistencia de la infracción del deber de cuidado.
7.- Por lo mismo creemos que la alusión al caso fortuito, "en donde no hay ni dolo ni
culpa", deberá sustituirse por el juicio de autoría y de imputación objetiva.
8.- En los casos de daños plurales consiguientes, sólo deberían atribuirse al primer
agente, cuando éste hubiera llegado a controlar el proceso causal, aunque sea a título
de autoría mediata.
9.- En los casos de accidentes múltiples con pluralidad de intervinientes, el tratamiento
habitual del hecho en base a la infracción formal de preceptos reguladores de la
circulación viaria, que lleva a la condena de la totalidad de los infracctores, pudiera
sustituirse por la indagación acerca de la infracción, o no, del deber de cuidado y de
imputación objetiva del resultado.

Notas

(1) Entre otras pueden verse: BUSTOS RAMIREZ, Juan. "Culpa y Finalidad.
Los delitos culposos y la teoría final de la acción". Santiago de Chile, 1967.
CORCOY-BIDASOLO, Mirentxu. " El delito imprudente. Criterios de
imputación del resultado" Barcelona, 1989. JORGE BARREIRO, Agustín. "La
imprudencia punible en la actividad médico-quirúrgica". Madrid, 1990.
MARTINEZ-PEREDA RODRIGUEZ, José Manuel. "La imprudencia punible en
la profesión sanitaria según la jurisprudencia del Tribunal Supremo". Madrid,
1985. NUNEZ BARBERO, Ruperto. "El delito culposo". Salamanca, 1975.
QUINTANO RIPOLLES, Antonio. "Derecho Penal de la culpa". Barcelona,
1958. SERRANO GONZALEZ DE MURILLO, José Luis. "Teoría del delito
imprudente". Madrid, 1991.
(2) En "Delitos contra la seguridad del tráfico y su prevención", varios autores.
Valencia, 1975.
(3) Ley Penal del automóvil de 9 de mayo de 1.950, Ley de 8 de junio de 1957
reformadora de la Ley de Enjuiciamiento Criminal y Ley de uso y circulación de
vehículos de motor de 24 de diciembre de 1.962.
(4) Memoria de la Fiscalía General del Estado.
(5) La simple ahora constitutiva de falta en cualquier caso.
(6) QUINTANO RIPOLLES: "Tan impropio es hablar de delito de imprudencia
como de delito de dolo". En Derecho penal de la culpa página l9.
(7) Así LUZON PEÑA en: Derecho penal de la circulación pag. lOl y ROMEO
CASABONA en: los delitos culposos en la reforma penal. ADP l.990 pag. 474.
(8) En Derecho Penal. Teoría jurídica del delito pag. 610.
(9) La infracción del deber objetivo de cuidado figura en la jurisprudencia desde
las sentencias de ll y 16.06.1964 (A. 3.068 y 3.146).
(10) CORDOBA RODA; CEREZO MIR; MIR PUIG; GIMBERNART; NUäEZ
BARBERO; QUINTERO OLIVARES; OCTAVIO DE TOLEDO-HUERTA;
BUSTOS RAMIREZ; BACIGALUPO; LUZON PEäA; entre otros.
(11) En el trabajo de GUALLART Y DE VIALA la significación del resultado en los
delitos culposos en el Derecho Penal español. ADP 1.979 pag. 617 y ss.
(12) "El nuevo sistema de Derecho Penal. Una introducción a la doctrina de la acción
finalista" Traducción y notas de CEREZO MIR. Barcelona 1.964 y "La polémica en
torno a la doctrina de la acción finalista en la ciencia del Derecho Penal español".
Revista Nuevo pensamiento penal, 1.972.
(13) RODRIGUEZ RAMOS: ÈEl resultado en la teoría jurídica del delito". Cuadernos
de política criminal nº 1 del año 1.977, pag. 57 y s.s.
(14) RODRIGUEZ RAMOS obra citada pag. 61.
(15) Teoría jurídica del delito citada, pag. 598 y ss.
(16) Según datos estadísticos obrantes en la Memoria sobre el estado,
funcionamiento y actividades de los Tribunales de Justicia (Tribunal Supremo);
durante el año 1.991 se tramitaron un total de 4.362.052 asuntos civiles y penales,
dictándose un total de 1.417.309 sentencias. Según la Memoria del Fiscal General
del Estado, durante igual periodo de tiempo se tramitaron un total de - 1.854.295
causas penales y 344.799 juicios de faltas.
ain (17) Artículo 110.
(18) OWIG artº 14.
(19) Para un estudio detallado, doctrinal y jurisprudencial ver GARCIA
CONLLE DO. "Autoría en Derecho Penal". Barcelona 1.991, pag. 349 y ss. Y la
crítica de la Teoría en GIMBERNART "Autor y Cómplice" pag. 54 y ss.
(20) Sobre S.T S que hacen referencia a este concepto de autor y a las teorias
subjetivas, ver GARCIA-CONLLEDO, pag. 306 y ss.
(21) Casos conocidos como "De la bañera" y "Statsckinsky", citados por
GIMBERNART en "Autor y cómplice" pag. 52.
(22) Sentencias a partir de 1.967 en la obra de GARCIA - CONLLEDO. Con
posterioridad pueden citarse las de 21.02.89 y 02.07.91. La primera de ellas
ampliamente comentada en Poder Judicial nº 27, año 1.992, sobre todo en cuanto al -
"codominio funcional". Con anterioridad pueden citarse las de 26.05.47 (A. ñ 708), y
de 11.03.64 (A. 1.408).
(23) Sobre todo LUZON PEÑA.
(24) Obra citada pag. 547.
(25) GIMBERNAT en "Autor y cómplice" pag. 126, quien sin embargo
posteriormente y en esta misma obra defiende que el dolo es elemento integrante
del dominio del hecho. En el mismo sentido JESCHEK y MAURACH.
(26) LUZON PEÑA: "Observaciones sobre la autoria en delitos dolosos e imprudentes
de resultado". En Estudios Penales; Barcelona 1.991
(27) En comentarios al Código Penal, Barcelona 1.972, pag. 800 y ss.Este autor junto
con GIMBERNAT son los principales divulgadores de la teoría.
(28) En los términos reflejados en la anterior página 16.
(29) Obra citada pag. 625 y ss.
(30) RODRIGUEZ MOURULLO: "El autor mediato en Derecho Penal español".
ADP 1.969, pag. 480. "Comentarios al Código Penal", pag. 817; y LUZON
PEäA en "Autoria e imputación objetiva en el delito imprudente. Valoración de
las aportaciones causales". En Derecho Penal de la circulación, 1.990, pag. 82 y
ss.
(31) En "Autoria e imputación objetiva", ya citada, pag. 83 y ss.
(32) La jurisprudencia tradicional en este entido y su crítica en GIMBERNAT:
"Delitos cualificados por el resultado y causalidad". Edición 1990, pag. 129;
además del trabajo citado de LUZON PEÑA.
(33) JAEN VALLEJO: Código Penal comentado. AKAL 1.990 pag. 119.
(34) Comentada por JUAN DEL ROSAL: "Sobre la codelincuencia culposa"
ADP 1953 pag. 529 y ss.
(35) Los párrafos 26 y 27 del Código Penal alemán sólo castigan la participación
dolosa.
(36) Entre otros QUINTANO; RODRIGUEZ MOURULLO; COBO - VIVES;
MIR PUIG; OCTAVIO DE TOLEDO - HUERTA; LUZON PEäA (tras negarla
inicialmente y sostener ahora la impunidad). CORCOY BIDASOLO etc; en
contra, entre otros, JIMENEZ DE ASUA; CEREZO MIR; BACIGALUPO;
MUäOZ CONDE; ROMEO CASABONA; QUINTERO OLIVARES; GOMEZ
BENITEZ y ARROYO ZAPATERO.
(37) "Comentarios", pag. 814 y ss.
(38) Derecho Penal de la culpa, pag. 335.
(39) En Derecho Penal de la circulación, pag. 94.
(40) Comentarios,pag. 895
(41) La Crítica, por otras razones, en GIMBERNAT: "Libertad de expresión y
Derecho penal" 1.985, pag. 107 y ss.
(42) Estudios penales, pag. 214.
(43) Sección Séptima, Ponente ALBERTO JORGE BARREIRO.
(44) Poder Judicial nº 27, año 1992, puede verse el trabajo genérico sobre
"Autoría o participación en determinados supuestos de vigilancia". Comentarios a
laS.T.S21.02.89.
(45) Entre otros RODRIGUEZ MOURULLO, en "Comentarios", pag. 841 y ss. y
GIMBERNAT en "Autor y Cómplice", pags. 318 y 321.
(46) JORGE BARREIRO: "La imprudencia punible en la actividad médico-quirurgica
Madrid", 1990, pag. 120 y 8S.
(47) La doctrina general a propósito de la imprudencia médica en ST.S.12.03.90 (A.
2.987): y sobre la "Conexión" de las actividades de los profesionales intervinientes la
de 04.09.91 (A. 6.021).
(48) Una visión general de la doctrina jurisprudencial en la imprudencia médica, en la
obra de MARTINEZ-PEREDA, año 1.985.
(49) La sentencia recuerda la obligació n de los Tribunales de señalar la cuota de
responsabilidad civil en aplicación del art 106 C.P., con libertad de criterio sólo
revisable en casación en cuanto a las bases.
(50) Una visión de la misma hasta 1.978 en la obra monografica de ARROYO
ZAPATERO: "Protección Penal de la seguridad en el trabajo" 1.981
(51) ARROYO ZAPATERO, obra citada pag. 57 y ss.
(52) Se ocupan del tema LUZON PEäA en "Estudios penales" pag. 225; HUERTA
TOCILDO: "Problemas fundamentales de los delitos de omisión", 1.987 y SILVA
SANCHEZ: "El delito de omisión: concepto y sistema" 1.986
(53) LUZON PEäA en"Estudios penales" pag. 227 y ss. y ROSARIO DE
VICENTE:"la responsabilidad penal omisiva de los funcionarios públicos por
delitos contra el medio ambiente", 1.992 (Obra inédita).
(54) "Estudios penales", pag. 210 y ss.
(55) Sobre responsabilidad civil nos remitimos, entre otros trabajos, a las obras
de SOTO NIETO:"La responsabilidad civil derivada del ilícito culposo", ñ
Montecorvo, 1.982; y SANTOS BRIZ "La responsabilidad civil", Montecorvo,
1.991
(56) Derecho Penal de la culpa, pag. 324.
(57) Como pone de relieve LUZON PEäA, en "Derecho penal de la circulación", pag.
75 y ss.
(58) CORCOY BIDASOLO: "El delito imprudente", sobre todo pag. 345 y ss.
(59) En CORCOY BIDASOLO, obra citada, pag. 358.
(60) En CORCOY BIDASOLO, obra citada,pag. 550 y ss
(61) "Las responsabilidades penal y civil dimanantes del accidente de circulación ", A.
1.986
(62) En " Poder Judicial" 21/1991, pag. 129 y ss. También comentada por
UJALA JOSHI JUBERT en "Comentarios a la jurisprudenia penal del Tribunal
Supremo". Barcelona 1.992.
(63) En el mismo sentido SILVA SANCHEZ, que comenta la sentencia en "La Ley"
1.984/4.: "Límites en la responsabilidad por imprudencia", pag. 1040.; para quien el fin
de protección de la norma no abarca los daños no directos.
(64) Así en S.T.S. 25.02.91 (A. 142).

Bibliografia

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