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CREMACIONES ESPONTÁNEAS II
A las ocho, un mozo trajo un telegrama para la señora Reeser. Al tratar de entregárselo,
lanzó un grito pidiendo auxilio: la manecilla del de la puerta del departamento de la
señora Reeser estaba caliente. Dos pintores que trabajaban enfrente se aproximaron. Al
abrir uno de ellos la puerta salió una onda de aire caliente. Entraron en actitud de rescate,
pero no había rastro de la moradora en la cama. Algo de humo ocupaba el cuarto y el
único rastro de fuego era una llama pequeña en la viga de separación entre la habitación y
la cocina.
Los bomberos la eliminaron fácilmente, con parte del tabique. Su jefe realizó la
inspección pertinente y, asombrado, convocó a su superior inmediato, Claude Nesbitt.
Hasta cierta altura se apreciaba un hollín oleoso. También era perceptible en el cielo raso.
El interruptor de la luz (de plástico) por debajo de la línea de fuego se había fundido; otro
situado más arriba estaba indemne y funcionaba correctamente. Ningún elemento del
mobiliario situado fuera del círculo estaba dañado por el fuego. A un metro y medio del
lugar del suceso, las sábanas de la cama se veían intactas. En la cómoda se habían
derretido las velas, pero el pabilo no había ardido. El reloj eléctrico estaba detenido a las
4,20. Siguió andando cuando se le conectó a otro enchufe.
Dado que la señora Reeser sufría dolores en una pierna, la estiraba sobre una banqueta.
Así se explica que uno de los pies no hubiera sido consumido por la combustión. Tanto el
jefe de policía Reichert como su lugarteniente Burguess – veteranos ambos –
manifestaron su estupor. Ni en el apartamento ni en vecindario había el característico (y
desagradable) olor a carne quemada. Quienes han trabajado en crematorios conocen lo
tremendo de su intensidad, y el mismo olor tendría que haberse percibido en las
inmediaciones del suceso.
No sucedió así. Los peritos revisaron de arriba a bajo las instalaciones del lugar sin
localizar nada extraño. El certificado de defunción expresó: “Muerte accidental por fuego
de origen desconocido”.
El seis de julio, los restos entregados al doctor Reeser fueron sepultados en el cementerio
de Chesnut Hill.
Las cenizas fueron remitidas a Washington, para que el F.B.I. investigara la posible
acción de elementos químicos en la muerte.
La noticia publicada en los diarios produjo un aluvión de cartas con teorías de todo
calibre: una “píldora atómica”, un soplete de oxiacetileno, suicidio con fósforo o
gasolina… y hasta un bromista que expresó de modo anónimo: “una bola de fuego entró
por la ventana y la batió. He visto como sucedió”.
Los análisis no revelaban la existencia de ningún fluido o producto químico que pudiese
iniciar una combustión o acelerarla.
Este articulo se publico el Domingo, Noviembre 26, 2006 a las 7:02 pm y esta en la
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1. German escribi :
Febrero 14th, 2007 de 8:11 pm
Yo he leido este artículo y está presente en un libro que se publicó en el año de 1973,
“Los Grandes Enigmas del Cielo y de la Tierra”, libro de Andreas Faber-Kaiser escrito en
colaboración con otro autor, el también fallecido periodista argentino Alejandro Vignati.
Editorial: A.T.E.
El libro es muy bueno, interesante, realmente te pone a pensar sobre estos y muchos
misterios que existen en el mundo