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El lado oscuro del deseo


Marsha Canham

El lado oscuro del deseo (1993)


Título Original: Dark & dangerous (1992)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Súper Novela 30
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Michael Vallaincour y Megan Worth

Argumento:
La asistente de la oficina del fiscal, Megan Worth, sabía que las
vacaciones pagadas por el Departamento de Justicia tenían muchos
inconvenientes. Especialmente, el de identificar al director del casino,
Michael Vallaincour. Lo reconoció de inmediato. Michael había sido su
primer amor, y la atracción entre ellos surgió tan potente como quince
años atrás. Pero Michael ya no era el colegial rebelde que volvía locas a
todas las jovencitas. Estaba metido en un peligroso juego... y se
suponía que ella debía desenmascararlo. Megan estaba muy confusa.
Cuanto más tiempo pasaba con él, menos creía que Michael pudiera ser
culpable... hasta que vio la prueba de su culpabilidad.

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Prologo

-Yo no soy detective. No tengo ningún deseo de serlo, ni nunca


he tenido aspiraciones de hacer el papel de mujer fatal en una
novela negra. Y lo que es más, no pienso arruinar mis merecidas va-
caciones por el capricho de un par de ejecutivos incompetentes.
El fiscal del Distrito, Philip Levy se reclinó hacia atrás y se frotó la
frente. Como persona que había ganado su posición en la oficina con
una campaña de justicia severa, Phil un rudo hombre de voz grave,
estaba mostrando' ya síntomas de cansancio de tener que reprimir
el uso de epítetos de cuatro letras.
Sentada frente a él, esbelta y elegante en un traje de dos piezas,
estaba una de sus asistentes, la abogada de distrito Megan Worth.
Lo que la libraba de uno de los famosos arrebatos del terrible
temperamento de él, era que estaba considerada como una de las
mejores abogadas de su departamento. Eso, y el hecho de que él
estaba completamente de acuerdo con sus conclusiones de que
aquello no sería más que un desperdicio del dinero de los
contribuyentes.
-Megan, no creo que estos caballeros esperen que arriesgues tu
licencia de abogada por algún decodificador secreto. Simplemente
te están pidiendo que alteres un poco tus planes de vacaciones.
En lugar de ir en coche a Cape Cod, donde creo que lleva ya
lloviendo dos semanas, quieren enviarte a Las Bahamas a que
tomes un poco el sol ¿Te parece eso tan terrible?
Megan golpeteó una de sus larguísimas uñas pintadas en la
madera del brazo de la silla.
-Si es eso, no veo la razón por la que quieren hacerla. Además,
ya he alquilado y pagado la casa de Cape. Y como bien sabes, los
asistentes de distrito no tenemos un sueldo precisamente de
directivos.
Philip sonrió con paciencia. Sabía perfectamente que Megan
podría comprar y vender en el acto la mitad de las propiedades de
Cape, sólo con que mencionara el nombre de su padre.
-No tengo duda, Megan, de que estos caballeros del
Departamento del Tesoro tienen la sana intención de hacer los
arreglos financieros oportunos para reembolsarte tus pérdidas. Es
más, estoy seguro de que no solamente te devolverán lo que has
gastado ya en Cape, sino que cubrirán con todos tus gastos en
Freeport ¿Señores? ¿Me he explicado correctamente?
Uno de los tres extraños, un hombre bajo y vestido de forma
pedante con un traje cruzado oscuro, dio un paso adelante y
frunció el ceño. Le irritaba tanto el destello de diversión en los
ojos de Levy como actitud de la fría mujer rubia que le estaba
convirtiendo el día en una pesadilla.
Por supuesto que le abonaremos todos los gastos razonables,
señorita Worth. A cambio de su cooperación.
Megan estudió al pequeño hombre. Su placa lo identificaba
como agente del Departamento del Tesoro, pero su aspecto y sus

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modales eran los de un exterminador de insectos. Bajo, con ojos


todavía más diminutos debido a los gruesos cristales de las gafas,
la miraba fijamente sobre una nariz roja e irritada por un catarro
terrible. Cuando le había dado la mano, la había apretado con
fuerza excesiva y la había retirado como si le desagradara el
contacto con Megan.
Ella cruzó una pierna sobre la otra y se quitó una inexistente
bolita del cuello de su camisa color fresa.
-Todavía no me han dado una razón convincente de por qué
debería cooperar, agente Hornsby. Me está sugiriendo que puedo
colaborar en un caso en el que llevan trabajando casi dos años y
que según usted está en vía muerta, pero no me ha explicado en
qué puedo yo ser de ayuda.
El agente Abner Hornsby sonrió levemente.
Señaló a uno de sus colegas, un tipo vestido con la misma
pretensión que él. Este dio un paso adelante y le tendió un
alargado sobre de papel manila.
-Quizá podamos empezar por refrescar su memoria.
Hornsby abrió el sobre y extrajo varias fotografías en blanco y
negro. La primera era una toma original de cuatro hombres y las
otras dos, ampliaciones de la primera.

-Vincent Giancarlo murmuro Megan frunciendo el ceño al


identificar a la figura central -o ¿No fue acusado el año pasado por
evasión de impuestos?
-Una memoria excelente señorita Worth. Sí que lo fue. Por
desgracia, las acusaciones fueron inconsistentes, como siempre, Y
consiguió salir libre. Aunque se trata de una condición temporal,
se lo puedo asegurar, porque estoy resuelto a meter a ese hombre
entre rejas.
"Tú y otros cien como tú", pensó Megan con escepticismo.
Giancarlo estaba considerado como la piedra angular de la
mafia y su familia era una de las tres más prominentes bajo la
protección de Don Carlos Vannini. Este era, también
supuestamente, uno de los padrinos más importantes de la mafia.
Don Vannini había pasado con creces los ochenta años, y según
los rumores, llevaba varias décadas blanqueando su negocio. Era
la prueba viviente de que se podían hacer fortunas trabajando al
otro lado de la ley, o por lo menos muy cerca del límite.
Vincent Giancarlo era uno de los últimos supervivientes. Sus
beneficios todavía dependían en gran medida del juego ilegal y las
drogas. También era sospechoso de controlar personalmente una
de las mayores operaciones de blanqueo de dinero de la Costa
Este.
-Vio estas fotos hace varios meses -comentó Hornsby-. Cerca de
un año, para ser más exactos ¿Estoy en lo cierto?
Megan echó un vistazo a Phil Levy, que sólo se encogió de
hombros asombrado

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-Veo cientos de fotos en el curso de mi trabajo, señor Hornsby.


Si usted dice que vi esas fotos en particular hace un año, no tengo
motivos para no creerle.
-Entonces, quizá, me pueda hace el favor de fijarse en el
segundo individuo empezando por la izquierda
Megan volvió a cruzar la mirada con Philip y tuvo una idea
exacta del favor que éste deseaba hacerle al agente Abner
Hornsby.
-De acuerdo -dijo-. Me estoy fijando ¿Qué se supone que debo
ver?
La foto original era de baja calidad. Había sido tomada a
distancia tras una verja de hierro. Las ampliaciones era
muchísimo peores, con el perfil del hombre en cuestión bastante
oscuro.
Para hacer la identificación todavía más difícil, tenía la cara un
poco ladeada y no dejaba apreciar más que la impresión de una
mandíbula muy angulosa y una larga mata de cabello oscuro.
-Lo siento, pero simplemente no...
Megan sintió un helado escalofrío en la parte posterior del
cuello.
-¿No qué, señorita Worth? -presionó ansioso el agente Hornsby.
Aquel hombre había tomado ajo en la comida, y el fuerte olor de
su aliento no la dejaba concentrarse. Sacudió la cabeza. El
escalofrío había desaparecido dejando sólo una enojosa
curiosidad.
-¿Le ayudaría que le repitiera un comentario de la primera vez
que echó un vistazo a ese hombre? Uno de nuestros agentes lo
apuntó en .aquel momento.
-No sé cómo podría ayudar, pero como creo que de todas
maneras me lo va a decir usted, adelante.
-Sus palabras exactas señorita Worth fueron: ¿Quién es este
hombre! Me resulta terriblemente familiar.
-Bueno -le interrumpió ella irritada- ¿Y quién es?
-En aquel momento, no lo sabíamos. Estas fotos se sacaron en
Miami y él acababa de llegar allí un par de días antes de que
nosotros empezáramos a investigar. Como no teníamos razones
para creer que pudiera ser importante, los agentes del equipo
centraron sus esfuerzos en Giancarlo, como siempre, y dejaron
que Michael Vallaincourt siguiera su camino con toda libertad.
-¿Michael Vallaincourt? -el nombre no le sonaba en absoluto--.
Bueno y ¿quién es?
-Es el propietario de una larga cadena de casinos en Las
Bahamas. Una muy exclusiva, por cierto. Al principio, no
teníamos motivos para creer que tuviera alguna conexión con
Vincent Giancarlo o Don Carlos Vannini, por lo que su nombre y
su foto quedaron olvidados en los archivos.
-Supongo que habrá pasado algo para que cambiaran de idea,
¿no?
-Ha vuelto a aparecer en Miami de nuevo. Cuatro veces en tres

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semanas.
-Sí, un delito muy grave. Supongo -murmuró Megan con
sequedad.
-Bueno, hace dos semanas, llegó a Miami muy tarde por la noche
y permaneció encerrado con Vincent Giancarlo durante varios
días.

-Sigo sin comprender que tiene eso que ver conmigo.


Hornsby estiró el dedo y se detuvo para causar más efecto
antes de continuar.
-No creímos que mereciera la pena lo suficiente como para
investigar más. Imagine nuestra sorpresa cuando descubrimos
que nuestro misterioso señor Vallaincourt... no tenía pasado. El
nombre, aparentemente francés, es falso. Lo investigamos para no
llegar a ningún sitio. Y usted misma puede ver lo poco efectivos
que fuimos en capturar su illlagen en una fotografía. El equipo de
seguridad de su casino afecta a la película de la cámara y, desde
que vive en el hotel, nadie ha conseguido seguir sus movimientos
fuera de él. En definitiva, tenemos a un hombre sin nombre, ni
cara, ni pasado señorita Worth. Una combinación de secretos
bastante peligrosa, especialmente cuando se une el nombre de
Giancarlo.
Megan miró a Hornsby. Parecía estar esperando que ella le
ofreciera una opinión, así que se encogió de hombros antes de
hablar.
;.Y no podían Giancarlo y él ser solamente amigos?
-Los hombres como Giancarlo no tienen amigos Sólo tienen
rivales o enemigos.
Entonces parece que su señor Vallaincourt es un buen reto.
Del tipo de los que le pueden tener meses abrillantando sus
prismáticos de espía.
Esa es la cuestión, señorita Worth -dijo el agente con tono
sarcástico, Ya hemos perdido demasiadas horas en Vincent
Giancarlo con muy pocos resultados. Si está pensando trasladar
algunos de sus negocios al continente, es imperativo que
confirmemos nuestras sospechas cuanto antes. Si, como
sospechamos, el casino es sólo una tapadera de blanqueo de
dinero de la mafia, entonces se convierte en doblemente
importante que sepamos exactamente que conexiones existen en-
tre Vincente Giancarlo y Michael Vallaincourt. La oportunidad,
aunque muy remota, de que usted nos pueda ayudar a identificar
a Vallaincourt, merece el esfuerzo de que intentemos convencerla
de que se tome unas vacaciones pagadas.
-Pero si dije que me resultaba conocido, podría solo ser -Megan
sacudió una mano buscando una explicación lógica-, porque
realmente parece conocido, quiero decir, que podría ser
cualquiera de los hombres con que una se cruza en la calle cada
día. Yo no lo podría haber visto en ningún otro sitio
El agente Hornsby intentó contener su impaciencia, pero el tono

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de su voz se hizo más impaciente cuando le pidió que examinara


las fotos otra vez,
-No tengo que examinarlas otra vez, señor Hornsby -se negó ella
con frialdad-o No reconozco esa cara y no reconoceré el nombre.
Entiendo su preocupación, pero por lo que me ha contado, parece
evidente que si enviara a un agente entrenado, conseguiría algo
más que conmigo,
-Podríamos hacerlo, desde luego. De hecho, tendremos un
agente en el puesto cuando usted llegue, Pero nos llevaría
semanas, o quizá meses, mandar a uno permanente,
Hornsby miró con enfado a Megan, pero no consiguió ningún
efecto. Seguía teniendo la mirada tan calmada y fría como antes,
pero el agente estaba seguro de haber percibido un destello
extraño en las profundidades del vívido verde cuando contempló
las fotos por primera vez.
No tenía motivos para pensar que ella le ocultara información a
propósito. Después de todo, era la protegida de Levy y casi su
sombra. Y aún más, aquella mujer provenía de una familia adine-
rada y con muchas influencias. Su padre ocupaba un escaño en
el Tribunal Supremo y sus dos hermanos mayores estaban
metidos en política. La misma Megan estaba trabajando para el
sistema judicial y no había nada en su pasado que la conectara
con otra cosa que con la elite. Aquella fría reina era una mujer de
clase alta y sin embargo...
-No tenía intención de exagerar la situación, señorita Worth. O
de asustarla haciéndola pensar que es más que una petición de
ayuda para identificar su cara. Si está preocupada por su
seguridad personal. ..
-Mi preocupación, caballero, es que estaré perdiendo mi tiempo
y el de ustedes -atajó ella con seguridad.
-Nosotros deseamos correr ese riesgo. Los gastos han sido ya
aprobados. Usted podrá creer que se trata de una caza inútil,
pero por experiencia sé, que algunos de los tiros al azar han
llegado a aportar la pieza perdida de un rompecabezas. Si hubiera
la mínima oportunidad de que pudiera ayudarnos, me sentiría
obligado a convencerla.
Los ojos de Megan brillaron con un destello de amenaza que
hicieron que Philip sintiera un vuelco en el estómago cuando se
volvió hacia él.
-Phil, esto es ridículo ¿No puedes hacer algo?
-Francamente, soy el primero que cree que esto es una pérdida
de tiempo enorme -replicó phil con debilidad-, pero la dura realidad
es que la petición ha sido firmada por la Oficina del Fiscal General.
No tenemos ninguna evidencia que demuestre que Giancarlo
pretende ampliar su negocio. Por otra parte, sabemos que blanquea
mucho dinero negro a través de su casino en Miami ¿Y si hubiera
desviado algo hacia Las Bahamas...?
Phil dejó la pregunta abierta a la especulación un momento antes
de completarla con una mueca definitiva.

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-Personalmente creo que no son más que conjeturas. No estoy


diciendo que el loco bastardo no ande tras algo, pero, ¿sacar su
negocio de Miami? No. El sabe que Vannini está deseando meterse
en esta zona y no va a ceder algo que le costó tantos años
establecer. Sobre todo, con lo que le costó al viejo limpiar su
conciencia. Pero hay algo que sí me preocupa. De momento, estos
señores burócratas sólo quieren un Documento de Identidad de
Vallaincourt. En el mejor de los casos, lo verás lo suficientemente
de cerca como para que les traigas un informe diciendo que te
recuerda al tío de Mickey Mouse o algo así. En el peor de los casos,
tu prima y tú tendréis unas vacaciones pagadas en uno de los
mejores hoteles de Las Bahamas. Por favor -Phil apretó las dos
manos como si suplicara-, hazle un favor a este viejo. Yo me
jubilaré dentro de diez meses. Tómate esas vacaciones. Consigue el
decodificador secreto y aprende un poco de Morse para enviarles
una palabra de cuatro letras. No te vas a matar y conseguirás que
mi úlcera no se agrave. Hablando de úlcera... -
Mientas Philip rebuscaba en el cajón de su escritorio, Megan
miró por la ventana. La lejana amenaza de tormenta se había
acercado, y ya estaba lloviendo con fuerza.
No le dejaban mucha elección. Megan descruzó las piernas y se
levantó. Prolongó el denso silencio mientras se estiraba una arruga
inexistente de la falda.
-Suponiendo solo suponiendo, que estuviera de acuerdo con este
asunto y reconociera a Vallaincourt, ¿entonces qué?
-¿Entonces? -Hornsby se adelantó con una ansiedad patética.
Entonces, simplemente le pasa la información a uno de nuestros
agentes y sigue con sus vacaciones como si nada hubiera pasado.
«Nada», pensó Megan. «Excepto quizá tener que identificar a un
tipo asocial al que ya había tenido ocasión de acusar».
-No se preocupe, señorita Worth -añadió Hornsby en tono
paternal-o Estará perfectamente a salvo. El hotel Privateer es uno
de los complejos turísticos más exclusivo de las islas. Nuestro
señor Vallaincourt no es de los que trata mal a sus clientes de
pago... a pesar de lo que le provoquen.
Megan hizo un esfuerzo para no sacudir a aquel hombrecillo
hasta que le castañetearan los dientes.
-¿Y cómo me comunicaré...?
-Ah, sí, bueno. El agente que ya hemos enviado tiene órdenes
estrictas de no descubrirla ni violar su intimidad a menos que
usted misma entre en contacto. Como no estamos seguros de lo
que vamos a encontrar allí, le pediría que no se arriesgara a
menos que tenga algo importante que informar.
-¿Y cómo iniciaré el contacto? -preguntó Megan-. ¿Colgando
una sábana blanca en la ventana de mi habitación?
El agente Homsby se sonrojó y Phil Levy tuvo que contener la
sonrisa bajo su bigote blanco.
-Naturalmente no podemos fiamos de las líneas de teléfono, así
que hemos pensado que lleve esta pulsera -el agente se volvió de

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nuevo hacia uno de sus hombres que se sacó un aro de oro del
bolsillo-o Nuestro agente la identificará, por supuesto. Así que
cuando necesite ponerse en contacto, póngasela. Él la buscará a
usted en cuanto la reconozca y todo se habrá acabado.
"Todo se habrá acabado», pensó ella, ¿Por qué no conseguía
creerle?
-Ya tendrá los billetes, supongo.
El tercero de los agentes dio un paso adelante al instante y le
pasó un sobre.
-Son los billetes de avión y las reservas del Privater Paradise -
anunció-. Uno para usted, con el apellido de su ex-marido como
precaución y el otro para... para la señorita Stevenson, creo que
se llama.
Megan dejó escapar un suspiro ¿Qué iba a pensar Shari de
todo aquello?
Shari Stevenson no era sólo su prima, sino su mejor amiga.
Llevaba meses intentando convencer a Megan de que se fueran
juntas de vacaciones.
Las últimas semanas le había llamado casi a diario para que ella
no buscara ninguna excusa como otras tantas veces.
Y aunque no es que estuviera cancelando exactamente las
vacaciones, Megan tendría que ser de lo más diplomática para
explicarle el repentino cambio de destino.
Después de todo, no había autopistas ni trenes para llegar a
Las Bahamas y Shari tenía un miedo atroz a volar, meterla en un
avión sería tan difícil como descubrir algo de lo que aquellos
hombres esperaban.

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Uno

Megan contempló la brillante bola plateada dar vueltas


alrededor del surco de la ruleta. Se preguntó como podría sentirse
ridícula y excitada al mismo tiempo. Era absurdo pensar que la
bola caería en la ranura correspondiente al número que ella había
elegido en el tablero verde. Sin embargo era excitante creer que de
alguna manera, mágicamente, increíblemente, lo conseguiría.
La lógica le decía que estaba despilfarrando cinco dólares. La
imagen del agente de nariz roja en traje cruzado le hizo sonreír
vengativamente y colocó la ficha en el número siete, negro.
Casi al instante, una larga y rugosa mano colocó una pila de
fichas alrededor de los números rojos que rodeaban al siete negro.
Megan contempló la barrera de fichas rojas, después siguió con
la vista la mano arrugada hasta llegar a su propietario: Un alto y
viejo tejano.
-A veces funciona, muchacha, a veces no -dijo con una sonrisa.
-Pues no parece estar funcionando muy bien esta noche -
murmuró ella en voz alta.
Se sentía en cierta forma culpable de la pobre elección que había
realizado. Había jugado cinco veces una ficha de cinco dólares a
un número y las cinco veces, el tejano había puesto la barrera de
fichas rojas. Como sistema de apuestas, Megan pensaba que se le
podía haber ocurrido algo mejor, aunque el hombre decía haber
tenido un éxito sorprendente en el pasado.
-Todo está en el aura -le explicó con sagacidad- y la suya es tan
brillante como una moneda de dólar de oro. Eso quiere decir que
algo bueno va a ocurrir. Algo inesperado. Algo... -el hombre se
inclinó hacia delante con un guiño de conspiración-, algo
afortunado. No es que yo sea demasiado supersticioso, pero la
suerte es caprichosa. Y, ¿por qué no me va a caer a mí en vez de
a cualquier otro?
A Megan le caía bien el tejano. Su entusiasmo era tan
contagioso como la carcajada que usaba para resaltar sus
comentarios a cualquiera de los otros jugadores. Tenía una
sonrisa pícara y unos ojos azules brillantes que perseguían el
primer par de piernas que se cruzaban delante de él. Podría ser la
imagen de una amable abuelo, excepto por la enorme cantidad de
oro que llevaba en los dedos, muñecas y cuello. Todavía más
sorprendente era la presencia de una joven sonriente y superficial
que llevaba pegada del brazo.
Se había presentado a sí mismo como Dallas, aunque no
estaba muy claro si el nombre era auténtico o sólo indicaba sus
preferencias en materia de ciudades. Era un hombre calvo,
ruidoso y grandote. Buena compañía, pensó Megan, que no podía
pensar en nada peor que estar sentada sola en un taburete
perdiendo pequeñas fichas de colores al capricho de una bola
plateada.

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«Bueno, no. Sí había algo peor», pensó Meg. Cada vez <que
pensaba en Shari, sentada sola en el bungalow, pálida y
temblorosa, yendo del baño a la cama, sentía una oleada de
culpabilidad. Su auténtico terror a los aviones, unido al
exagerado abuso de ron para combatido, habían surtido efecto.
Por eso Shari no había podido salir de la habitación en las
veinticuatro horas pasadas.

Con estoicismo, había insistido en que Megan disfrutara del sol


y la playa. Después, le había encargado una cena exquisita de
almejas naturales y bebidas de color púrpura servidas en cáscara
de coco. Su prima ni siquiera había arqueado una ceja en señal
de extrañeza cuando Meg había sugerido que quizá se pasara a
conocer el casino esa noche.

Era evidente que Shari no estaba en plena posesión de sus


facultades. Con su agudo olfato para los problemas, unido a que
su prima nunca había jugado a juegos de azar, se hubiera
sorprendido de que Meg tuvierd algún interés en visitar un casi-
no.

Y Megan estaba encantada de que no se hubiera olido nada.


Había decidido que sería mejor no contarle a Shari nada del
agente Hornsby. Conociendo a Shari tan bien como la conocía,
sabía que su prima hubiera comprado enseguida gabardinas y
lupas para pasarse las dos semanas tras las esquinas en busca
de intriga.
Megan prefería hacer lo que debía, quitárselo de encima y seguir
con sus vacaciones. Y la verdad, bajo el brillante sol y los
maravillosos reflejos en las aguas cristalinas, casi había
conseguido quitarse de la cabeza toda la historia. La arena de la
playa era tan rosada como el sonrojo de un niño. El agua una
mezcla de los más variados tonos de azul. Desde el turquesa más
brillante hasta el zafiro más oscuro. Había demasiada paz y
demasiada belleza en aquel lugar, como para perder el tiempo con
las sospechas de la recalentada imaginación de un funcionario.
Ese era el motivo por el que Megan se encontraba, con el calor
de todo el día al sol, sentada en el taburete de la ruleta. Esperaba
encontrarse al escurridizo Michael Vallaincourt antes de que la
vaciedad de su estómago la llevara al atestado comedor.
El Privateer Paradise merecía su nombre. Era de verdad un
paraíso privado, uno de los complejos más lujosos de Las
Bahamas. Tenía doscientas cincuenta suites de lujo, un
restaurante de cinco tenedores y un casino. En un semicírculo
rodeando el edificio principal, se alineaban los bungalows, cada
uno con su porche y terraza frente al mar. Ofrecían a los
huéspedes buceo, submarinismo, navegación a vela y hasta siete
excursiones diarias. O bien, uno podía quedarse en las tumbonas
a pasar el día entero tostándose al sol.

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El casino era ruidoso, y estaba atestado de gente. Los mismos


turistas que por el día paseaban por las playas perezosamente,
bajaban las escaleras alfombradas de color púrpura a la caída del
sol. Eran como pirañas al olor de la sangre.
Los ricos y los menos ricos probaban fortuna codo con codo en
las mesas de la ruleta. Las mujeres, vestidas en trajes largos de
seda contrastaban con otras en vestidos playeros. Ninguno parecía
pensar que los demás estuvieran fuera de lugar.
El cavernoso interior había sido lujosamente decorado como la
cueva de un pirata. Las paredes estaban tapizadas en color
púrpura y las barrocas molduras en forma de hojas eran doradas.
Había máquinas tragaperras de todas las formas y tamaños
recogidas en hornacinas excavadas en el muro y cubiertas con
cortinas. Sobre sus cabezas, los enormes ventiladores aspiraban el
humo y el calor.
El ambiente estaba saturado de dinero ganado y perdido. Las
copas se bebían como si fuera agua y al instante eran rellenadas
por las camareras vestidas al estilo árabe con sedosos velos. No
había ventanas, relojes ni ninguna señal que pudiera identificar si
era de día o de noche. El reloj de muñeca de Megan se había
parado poco después de cruzar la inmensa entrada de arco y al
recordar los comentarios de Hornsby sobre los sistemas de se-
guridad del casino, se preguntó si habría también algún campo
magnético oculto en las paredes para desanimar a cualquiera que
le preocupara el paso del tiempo.
Megan sólo podía calcular la hora al azar. Había entrado al
casino mientras los primeros comensales se empezaban a agrupar
en el recibidor. Eso, junto con el agujero que sentía en el estóma-
go, le indicaron que llevaba unas dos horas sentada a la ruleta.
Hasta el momento, todavía no había encontrado a nadie que se
pareciera ni remotamente a la imagen borrosa de la fotografía.
Después de espiar con disimulo a cada hombre que pasaba a su
lado durante dos horas, podría jurar que todos tenían algo en
común con los rasgos de la foto de Hornsby.
-Hagan sus apuestas, señoras y señores. Hagan sus apuestas.
Megan echó un vistazo .al croupier, un hombre austero y alto
con rasgos hispanos. Su cara se hubiera deshecho antes que
traicionar alguna emoción.
Después revisó su pequeña pila de fichas. Se había fijado un
límite de cien dólares y casi se habían agotado. Además, no quería
tirar por tierra la teoría de DalIas y prolongar su agonía. Así que
con un giro decidido de muñeca, colocó sus últimas diez fichas
juntas en la mesa.
«¿Y por qué no?», pensó. El ruido de su estómago era cada vez
más audible. Vallaincourt no estaba por ningún sitio a la vista.
Quizá al día siguiente...
El repentino estallido de felicitaciones, voces y risas que surgió
de la mesa de al lado captó la atención de Megan. Algo más, una
especie. de presentimiento o una oleada de aprensión, le hizo girar

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la cabeza lentamente para ver al hombre que acababa de entrar


por la puerta principal del casino.
Con los ojos muy abiertos, sintió que el pulso se le aceleraba y
las sienes le palpitaban.
Era él, el hombre de la fotografía. A pesar de la pobre calidad y
el grano de la imagen, aquella mandíbula cuadrada no daba lugar
a error. Y todavía era más definitivo el que su cara sí le resultaba
familiar. Asombrosa y dolorosamente familiar.
Pero cuando ella lo había conocido, su nombre era Michael
Antonacci, no Vallaincourt y Megan había estado enamorada de él
hasta la desesperación, como cualquier colegiala de su primer
amor.
Habían pasado quince años desde la última vez que había visto
a Michael Antonacci, y podría haber sido ayer mismo. Junto con
el eco de las palpitaciones en los oídos, volvió a sentir aquel
sonrojo de adolescente en las mejillas, y el vahído en el estómago.
La boca se le quedó seca y, de repente, le dio la impresión de que
hacer el mínimo movimiento podía ser un trabajo hercúleo.
«Michael Antonacci».
Había cambiado su cazadora de cuero y vaqueros desteñidos
por un elegante esmoquin de seda, pero debajo, seguía
manteniendo el mismo cuerpo fuerte y atlético. Su espesa mata
de cabello negro era tan larga como en su juventud. Las puntas
se ondulaban a la altura del cuello con la misma arrogancia
descuidada que había causado que los corazones de las jovencitas
se derritieran en otra época. Y aquellos ojos... Sus luminosos ojos
de color azul grisáceo, enmarcados por unas pestañas casi
indecentemente largas, observaban, se aseguraban y
reaccionaban con su entorno con el mismo aire de indiferencia de
quince años atrás.
Atractivo de adolescente, Michael Antonacci estaba
asombrosamente sensual en la treintena.
Con timidez, Megan levantó una mano para retirarse un mechón
de cabello dorado. Estaba recogido, como siempre, en un elegante
moño; un estilo que le iba muy bien a su cara ovalada y al largo y
gracioso cuello. Se acarició una de las mejillas, ardiente por la
combinación de demasiado sol y demasiados recuerdos. Megan
todavía seguía usando la misma talla que usaba en sus tiempos
de colegiala. A pesar de sus veintiocho horas al día en los
tribunales y la mala dieta a base de sandwiches y litros de café
negro, el espejo le seguía devolviendo una suave y estilizada
imagen. Sus rasgos seguían siendo los de alguien acostumbrado a
escuchar silbidos al pasar entre desconocidos.
Aún más sonrojada, bajó la vista con cuidado y se quedó
mirando fijamente a la bolita plateada rodar alrededor del círculo.
Michael Antonacci en un casino en Las Bahamas ¡Qué
maravilla! Casi tanta como el perfecto bronceado y el lujoso
esmoquin.
-¡Dieciocho negro! ¡Dieciocho negro! -interrumpió sus

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pensamientos la voz del croupier ¡Dieciocho negro! La señora es la


ganadora. -¡Maldición muchacha! Esa eres tú -rugió Dallas.
El tejano agarró a Megan por el brazo con suficiente
entusiasmo como para rompérselo.
Asombrada, Megan vio cómo el croupier empujaba un pequeño
montón de fichas en dirección a las suyas. Sonrió casi
inconscientemente a Dallas y respondió sin enterarse a lo que él
le estaba diciendo. Cuando alzó la vista, ya no había nadie de pie
en las escaleras enmoquetadas en color púrpura. Ni rastro del
hombre de anchos hombros ni del grupo de mujeres agolpadas a
su alrededor.
Megan pestañeó varias veces y se preguntó si no lo habría
conjurado simplemente con su mente.
Dejó escapar el aliento que había estado reteniendo durante
segundos y sintió una tenue oleada de excitación en su interior.
Por lo que ella creía, no podía tratarse de Michael Antonacci para
nada, sino de un atractivo hombre que se le parecía mucho. Y
aunque se hubiera tratado de Michael, ¿qué se suponía que debía
hacer ella?
Dios santo, ¿cómo se suponía que debía actuar?
Hornsby la había enviado allí a costa del gobierno, con la
esperanza de que pudiera identificar una cara de una fotografía.
Una palabra de ella atraería a los sabuesos del gobierno.
Michael... Después de tantos años... Había sido el primer y el
único rebelde auténtico que ella había conocido. Era hijo de un
inmigrante italiano, nacido y criado en un barrio bajo de la zona
este. Por casualidad, o no tanta casualidad, había llamado la
atención del párroco de la iglesia, un hombre que creía que el
talento de Michael estaba muy por encima de las pocas oportuni-
dades que el ambiente familiar podía ofrecerle. El párroco se
había responsabilizado del muchacho y había conseguido que lo
aceptaran en una escuela fuera del barrio. La escuela a la que
asistía Megan.
Al principio, la imagen de él aparcando su Harley Davidson en
el aparcamiento de la escuela, provocaba miradas altaneras.
Fue el símbolo del beso de la muerte para todas las chicas que
vivían tras paredes cubiertas de hiedra y cuyas madres insistían
en que se pusieran guantes blancos y sombreros para ir a la
iglesia los domingos. y sin embargo, había algo irresistible en él.
Algo amenazador y sensual. El mismo tipo de atracción que tienta
a una persona a acercarse demasiado a la jaula del tigre.
Megan había tenido tanto en común con Michael Antonacci
como el agua con el aceite. Sin embargo, cada uno se había fijado
en el otro intercambiando tímidas miradas durante semanas, an-
tes de que él se atreviera a pedirle directamente una cita.
Una cita.
Eso había sido todo lo que habían tenido, y ella no había
necesitado más para acabar perdidamente enamorada.
Todo en su vida, desde haber nacido debido a una cuidadosa

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planificación familiar, hasta graduarse con matrícula en la


universidad de Harvard, había sido pensado, planeado y
conseguido sin un sólo murmullo de protesta. Hasta su matri-
monio había constituido más una alianza política y social por
parte de sus familias, que una unión basada en auténticos
sentimientos.
Salir con Michael había sido la única fisura en la progresión de
acontecimientos planificados. Una sola cita. Una tarde en la que
sintió que sus entrañas se deshacían, sus rodillas temblaban y su
sangre se hacía de fuego. Una tarde, después de pasar tantas
soñando lo imposible, y entonces... él simplemente había
desaparecido. Había abandonado la escuela sin una sola palabra
y nunca más había vuelto a verlo. Megan nunca había descu-
bierto qué había sido de él.
-¡Treinta y tres rojo. Treinta y tres rojo!... la señora gana otra
vez.
El croupier estaba arrastrando su paleta de madera hacia
adelante. Esa vez arrastró cuatro impresionantes columnas de
fichas de colores. Megan había apostado sin enterarse al número
ganador de nuevo.
-Hay que verlo para creerlo -exclamó Dallas de buen humor
mientras se llevaban sus propias fichas-o Lucy, cariño, quizá
deberíamos probar el sistema de la señora. Mirar a algún tipo
guapo y dejar que los dedos escojan el número.
Dallas le dio a la morenita un pellizco juguetón en el brazo y le
guiñó el ojo a Megan. Esta abrió los labios para explicar su
distracción, pero una sombra sobre el hombro de Dallas hizo que
las palabras murieran en sus labios.
El tigre se había acercado... lo suficiente como para tocarlo si
estiraba una mano.
Michael Antonacci estaba de pie a menos de veinte centímetros
de distancia. Se había acercado a otros dos hombres, a uno de los
cuales parecía conocerlo lo suficiente como para saludarlo con un
ligero movimiento de cabeza. El otro tenía sin duda el encanto de
los Antonacci.
Era Michael. Sin duda. A esa distancia, Megan comprobó que no
había cambiado apenas. Quizá le habían salido unas pocas
arrugas en el borde de los ojos, y ligeros mechones plateados en
las sienes. Pero si algo habían hecho los años, había sido mejorar
la larguirucha promesa de su juventud. Sus espaldas se habían
ensanchado y cubierto de músculos y su estómago era tan plano
como el de un atleta. Sus manos habían sido siempre fuertes y
poderosas y, cuando Megan observó el intercambio de cortesías,
divisó el sello de oro en el dedo. Aquel anillo había pertenecido a
su padre y lo había llevado puesto desde que sus dedos habían
tenido la suficiente anchura como para no perderlo.
Algo más. Algo acerca del anillo irrumpió en la memoria de
Megan, pero fue borrado al instante por una serie de recuerdos
más potentes ante el sonido de la voz de barítono de Michael.

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-Ahora que puede echar un vistazo en persona-estaba diciendo-,


¿qué es lo que piensa?
El sórdido hombre bajo miraba admirado a su alrededor.
-Estoy impresionado, señor Vallaincourt. Creo que ha puesto
mucho de usted mismo en el Privateer.
-Lo único que hice fue descartar algunos fallos y potenciar lo
que funcionaba. El casino casi funciona por si solo.
-y con buenos beneficios, imagino. Michael sonrió.
-No sufrimos mucho, la verdad.
-El señor Romani --el hombre se volvió e hizo un gesto al tercero
de los presentes, un hombre fuerte que le sacaba más de la cabeza
y era el doble de ancho que él-, ha sido muy amable en en-
señármelo todo.
-Gino es conocido por su amabilidad, aunque no por su sentido
del humor. Espero que no le haya aburrido demasiado con
pequeños detalles.
-A mí siempre me ha fascinado la mecánica de una máquina bien
engrasada, señor Vallaincourt. Y la suya parece estar en perfectas
condiciones. No creo que usted tuviera dificultades en introducir
nuestra nueva... tecnología a su sistema.
-Me alegro de que piense eso, señor Sarnosa.
Dormiré mucho mejor esta noche sabiendo que usted lo aprueba.
Sarnosa se permitió una negligente sonrisa.
-En ese caso, haré las llamadas necesarias y volveré con usted
tan pronto como me informe de los detalles finales de la entrega.
¿Ha comprendido bien los términos de la venta?
Una levísima mueca de desprecio asomó a la comisura de los
labios de Michael.
-Entiendo perfectamente el principio de la libre empresa,
Sarnosa, pero las últimas cifras que me ha enseñado han sido de
alguna manera más "libres» de 10 previsto. Yo también tendré que
hacer algunas llamadas antes de garantizarle nada.
El hombre se tensó un poco.
-Si se refiere a mi comisión, señor Vallaincourt, quedó
perfectamente clara desde el principio. Si tiene algún problema
con ello, le sugiero que se tome algunas horas para pensarlo.
Haga sus llamadas y vuelva a reunirse conmigo antes de que sal-
ga mi avión mañana por la mañana. Naturalmente, después de
invertir tanto tiempo y esfuerzos, sería una pena tener que buscar
otro comprador, pero le aseguro que 10 encontraremos.
El hombre arqueó ligeramente una ceja y se dio la vuelta. Un
cuarto hombre, que había permanecido cuatro pasos por detrás,
le siguió de inmediato después de dirigir una mirada cáustica a
Michael y Gino Romani.
-Bien, bien, bien -suspiró Gino-. Un pequeño bastardo
¿verdad? ¿Crees que 10 piensa en serio?
-Creo que está faroleando y no muy bien. En algún lugar entre
aquí y Venezuela ha metido la pata y creo que será él el que se
pase unas cuantas horas pensando en su salud.

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Michael se metió la mano en el bolsillo interior del esmoquin y


sacó un cigarrillo extra largo.
-Sólo me quedaré tranquilo cuando este negocio esté
solucionado. No me gusta Sarnosa ni ninguno de sus amigos
colombianos. Especialmente, no me gusta que me obliguen a
jugar una mano a unas cartas que acaban de marcar ante tus
mismos ojos.
-Es parte del juego, Mickey -dijo Gino sacando un encendedor-o
No dejes que te gane ahora, sobre todo cuando estamos tan cerca.
Megan se fijó en la mano de Gino cuando éste volvió a guardar
el encendedor. Los bordes desabrochados de su americana se
abrieron y Megan volvió a ver 10 que antes había intuido.
Gino llevaba una pistola.
La pistolera era pequeña y estaba discretamente camuflada
bajo la axila, pero allí estaba de todas formas, albergando una
semiautomática. Al verla, Megan sintió que todos sus sentidos se
erizaban. Todos los que no estaban concentrados en la con-
versación que estaba escuchando. No era de extrañar que apenas
le quedaran facultades para reaccionar al enterarse de que
Sarnosa se había dirigido a Michael Antonacci como Michael Va-
llaincourt. O que los ojos grises azulados, acostumbrados a
visualizar multitudes con facilidad, se hubieran vuelto lentamente
hacia ella.
-Cincuenta y dos rojo. Cincuenta y dos rojo
-gritó el croupier-. Y de nuevo gana la señora.
-¿Cómo lo ves gatita? ¡Que me aspen si no lo ha vuelto a
conseguir!

El tejano arqueó las canosas cejas y le dio una palmada en la


espalda con la fuerza suficiente como para que a Megan se le
escapara la mano contra la copa. El cristal tembló y el líquido se
derramó por su vestido de seda antes de caer al suelo.
-¡Ay! Perdona querida. Lo siento. ¡Mira lo que he hecho!. Déjeme
ayudar1a.
-¡No, no por favor! -Megan detuvo la mano de Dallas antes de
que la frotara con un enorme pañuelo blanco-. Era sólo agua del
hielo derretido. De todas formas, ha sido culpa mía por poner la
copa tan al borde y no prestar atención a lo que estaba haciendo.
-Bueno, para alguien que no está prestando atención, estás
escogiendo muy bien los números. Has ganado tres veces y yo
aquí sentado sin ganar nada.
Megan sonrió débilmente y acabó de sacudirse las últimas gotas
de su vestido. La mayoría se había derramado sobre la moqueta.
Lo peor era el número de ojos que la observaban con curiosidad.
Especialmente un par de ojos.
Y peor todavía, cuando al agacharse a recoger la copa, una
mano se le adelantó. Al ver el brillo del sello de oro, se ruborizó.

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Por un largo momento, se quedó mirando fijamente el anillo,


esperando poder tranquilizarse lo suficiente como para poder
mirarle a la cara
Cuando lo hizo, fue poco a poco según se lo iba permitiendo la
cobardía.
Primero la manga, después la chaqueta, el cuello, la mandíbula...
Siempre había habido algo sombrío y peligroso en la expresión de
Michael Antonacci. La sonrisa nunca acababa de ser una sonrisa;
la mandíbula era tan cuadrada que resultaba casi indecente; los
dientes demasiado blancos y perfectos. Cada uno de sus rasgos
era suficiente como para hacer temblar a cualquier mujer, pero
cuando se comparaban con aquellos seductores ojos azules...
«Aquello era ridículo», se riñó Megan a sí misma. «Eres ya una
mujer madura, no una adolescente temblorosa. Has estado casada
y divorciada. Y has tenido ya tu ración de hombres atractivos y
triunfadores durante todos estos años, sin deshacerte en
pedacitos ante una sonrisa».
-Espero que me permita pedir1e otra copa fría
-estaba diciendo Michael-. Sería una pena estropear su buena
estrella por unas gotas derramadas. ¿Señorita?
-Señora -interrumpió ella ocultándose tras su nombre de
casada-o Señora Thomas, Y se lo agradezco, pero no. Ya estaba
terminando de jugar por esta noche. .
-Pues será la primera vez en la historia del casino que la buena
suerte echa a alguien de las mesas.
Los luminosos ojos azules bajo el marco devastador de las
negras pestañas, se deslizaron sin prisa de la zona mojada de su
vestido hasta el sonrojo que le subía del cuello hasta las mejillas.

A Megan le dio la impresión de que había inspeccionado cada


centímetro cuadrado de su piel desnuda bajo el vestido playero de
color ámbar. Un vestido que no debía ser ni remotamente inte-
resante para los gustos tan refinados de un hombre como
Michael.
-¿Está usted alojada en el hotel? -le preguntó con educación.
Megan captó el levísimo arqueo de una ceja. -Sí, sí, lo estoy.
No me recuerdes ahora», rogó ella en voz baja. Ella desvió la
cabeza con rapidez y se dedicó a recoger la pila de fichas para
ocultar el azoramiento. -Entonces, al menos permítame cubrir
los gastos de la limpieza de su vestido.
-¿Que le permita? Pero si fue un accidente.

Para ser exactos, fue por culpa de mi torpeza. Y usted estaba a


más de un metro de distancia.
Megan se detuvo, paralizada por la repentina idea de que había
admitido en público que se había fijado en su presencia.
Aquello fue el remate. El vahído en su estómago desapareció
junto con el temblor de sus manos dejándola fría y firme. Terminó
de recoger sus ganancias y las metió en la caja de seguridad que

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el casino proporcionaba para tal fin, alcanzó la correa de su bolso


y se levantó.
-Gracias por su amabilidad, pero la verdad no es necesario. Era
sólo agua.
-y sólo es mi reputación como anfitrión lo que está usted
poniendo en juego -la advirtió él con suavidad-o Michael
Vallaincourt -añadió, extendiendo la mano para presentarse-o Soy
e! propietario de! Privateer's Paradise.
-Sí, ya lo sé -explicó ella antes de darse cuenta-. Yo...
La mirada de Michael, levemente distraída por las carcajadas que
venían de otra mesa, se volvió a ella y, por un segundo, pareció
traspasarle la piel. -¿Sí?
-Nada -añadió Megan con rapidez-o No era nada. Si me
disculpa ahora, he tenido un día muy largo.
Michael hizo un gesto de cortesía bajando ligeramente la cabeza
y se hizo a un lado para dejarla pasar.
-Espero que disfrute del resto de su estancia con nosotros,
señora Thomas. Si necesita algo, o podemos hacer algo por usted,
por favor, no dude en decírnoslo.
Consciente de que todos los ojos estaban clavados en ella,
hasta los de DalIas, Megan murmuró unas palabras de
agradecimiento e hizo una apresurada escapada del casino. Tenía
la mano, y casi el resto de brazo, todavía temblorosos de
estrechar la de Michael. Apenas se dio cuenta de haber recorrido
la entrada y el corredor hasta que llegó al camino que llevaba a
los bungalows. Detrás y por encima de ella estaba el inmenso
restaurante acristalado, con el patio bañado por la dorada luz de
la puesta de sol.
El sonido sordo de una banda de música la siguió durante e!
camino empedrado que rodeaba a la piscina. Si hubiera estado en
condiciones de mirar hacia atrás, se habría dado cuenta de que
Michael la había seguido hasta el mismo borde de la terraza y
permanecía fijo contemplándola.

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Dos

-Entonces, ¿dónde está el misterio? -preguntó Shari un poco


irritada. Tenía la cabeza entre las manos como si se le fuera a
escapar si no la sujetaba-. Mucha gente cambia de nombre
cuando se traslada a vivir a otro sitio.
-Mucha gente se va a vivir a otro sitio, pero no cambia de
nombre a menos que tenga una maldita buena razón para hacerla.
-De acuerdo, de acuerdo. Ya lo has crucificado. Seguramente es
culpable de alguno de los más horribles crímenes de la historia.
-Su familia estaba... relacionada ... bueno con la mafia. Ya sabes
lo que quiero decir -dijo Megan bajando la voz con misterio.
-Como la mayoría de los italianos en Nueva York, así que no sé
por qué te sorprende tanto.
-Había rumores en la escuela de que su hermano estaba en la
cárcel por asesinato. Por lo que yo sé, Michael podría haberse
involucrado en actividades parecidas. Desapareció dos meses
antes de la graduación.
-Quizá sólo odiara la escuela. Quizá iba a suspender de todas
formas.
-No, no lo creo. Era bastante inteligente -recordó Megan con un
fruncimiento de cejas-o De los que no necesitan hacer apenas
esfuerzos ¿sabes a qué me refiero? El nunca tenía que aplicarse
como el resto de nosotros. Nunca se pasaba por la biblioteca a
estudiar. Ni siquiera creo que abriera un libro alguna vez.
-Entonces debe de ser culpable -replicó Shari con sequedad-
Olvídate de ese tipo.
Megan bajó la mirada hacia la sombrillita de papel del cóctel. .
Sus ojos se posaron en las manchas de humedad de su vestido,
que le recordaron por centésima vez lo ocurrido en el casino. Aquel
encuentro la había turbado visiblemente. Lo suficiente, como para
que Shari lo notara en medio de su mareo y le pidiera una
explicación.
Le había contado a su prima que había encontrado a un
fantasma del pasado, que era lo más cercano a la verdad que
podía contarle. Valdría como explicación suficiente hasta que
decidiera el siguiente paso a dar.
Lo adecuado sería ponerse la pulsera que le había dejado
Hornsby y mostrarla lo suficiente hasta que una sombra
desconocida la encontrara. Debería contarles a los agentes del
tesoro el verdadero nombre de Michael. Entonces podría irse de
allí y dejar la solución del misterio para los que estuvieran mejor
preparados que ella para afrontar indeseadas o desagradables
sorpresas.

Y había muchas posibilidades de que fueran desagradables.


Michael Antonacci era muy inteligente. Tenía valor y olfato para el
peligro. Sólo el hecho de que se hubiera convertido en propietario
de uno de los más lujosos complejos de la isla, conociendo su

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pasado, daba que pensar.


Como si hubiera leído sus pensamientos, Shari dejó escapar un
suspiro y se pasó la mano por una de las mechas pelirrojas.
-Oh, vamos, cálmate. No creo que sea un asesino o no poseería
uno de los hoteles más caros de la isla. Por otra parte, si es el
propietario, debe de ser un delincuente muy bueno y muy
inteligente.
-¡Vaya ánimos me das, primita!
-Tú eres la que te tomas tu trabajo demasiado en serio. Has
estado rodeada de ladrones y criminales tanto tiempo, que no
reconocerías a un honesto empresario aunque te toparas con él.
Bueno, quizá Michael haya tenido una juventud dudosa, ¿y qué?
¿Quién no la ha tenido? Todas las escuelas tienen algún rebelde
de cazadora de cuero y pantalones rotos. De esos que creen que El
Padrino es la película de culto. Eso no quiere decir que todos
lleven después una vida de conspiración y delincuencia. La
mayoría de ellos acaban gordos y calvos, jugando al béisbol con
sus doce hijos los domingos por la mañana. Por eso yo tenía como
norma no volver a las fiestas de antiguos alumnos. Odio que me
tiren por tierra las ilusiones. ¡Maldición! -Shari se acomodó entre
la montaña de almohadas que había traído la camarera y se
colocó el pañuelo mojado sobre la frente-o Me siento fatal. ¿Queda
algo de té caliente?
-Debe de estar frío -Megan descruzó las piernas y se levantó-.
¿Quieres que llame al servicio de habitaciones y pida más?
Shari entreabrió los labios para responder, pero de repente se
quedó con una expresión extraña. Se tragó lo que había estado a
punto de decir con una bocanada de aire seco y ácido. Su rostro,
normalmente delicado era como de cera y su mata de cabello
rizado estaba apelmazada. Los ojos vibrantes de siempre estaban
hinchados y casi cerrados.
-Esto es increíble -gimió-. Dos semanas en Las Bahamas. Dos
gloriosas semanas de sol y arena y nada que hacer salvo ponerte
más aceite bronceadora y... y ¿dónde me encuentro? ¿Qué es todo
lo que hago? Medio muerta y devolviendo cada dos minutos en el
water de un hotel de cinco estrellas.
-Es todo sugestión.
-Lo cierto es que ya no se trata del estómago
-le dio la razón Shari con un gemido.
-Ya te avisé de que tuvieras cuidado con las dosis de ron para
quitarte el miedo. Apuesto a que todos tus males vienen de la
borrachera, no del avión.
Shari se mordió la lengua y Megan se rió.
-Lo creas o no, tienes mejor aspecto que esta mañana. Una
buena noche de sueño y te levantarás del mismo mal humor de
siempre.
Shari se dio la vuelta sobre un costado hipando ligeramente.
-Odio volar. Ya sabes que lo odio. ¿No se te podía haber ocurrido
otra forma mejor de torturarme que este viaje? ¿Por que no

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probaste a meterme alfileres bajo las uñas, o fibra de vidrio en la


ropa interior?
-¿Querías que renunciara a un viaje gratis?
-Un viaje muy sospechoso, querida Meggy. Y no pienses ni por
un instante que me conformaré con esa explicación de que
alguien de tu oficina tenía los billetes comprados y no podía
usados. Te has librado porque me he dedicado a pensar en una
venganza apropiada para mi sicoanalista. Le estaría bien
empleado si consigo llegar de vuelta a Nueva York y me muero en
su regazo nada más salir del avión. Porque tenemos que volver en
avión, ¿verdad?
-Sobrevivirás -Megan cruzó la habitación hasta la cómoda y
arrugó la nariz con disgusto al levantar la tapa de plata de la
tetera-o Pero no si bebes esto. ¿Quieres que te pida una nueva?
-No te molestes. Creo que para cuando la traigan, estaré más
mareada que ahora. Prefiero que te sientes y hables conmigo. Me
he tomado una pastilla hace un rato y, aunque no tengo muchas
esperanzas, creo que el carrusel que tengo metido en la cabeza va
ya más despacio. Cuéntame lo que me he perdido hoy. El
aburrimiento de tu voz me hará al menos dormir.
-He tenido un día muy tranquilo y relajado.
-Estupendo. Ahora cuéntamelo sin apretar los dientes.
-¡No, de verdad! He tenido un día muy agradable y muy
tranquilo. Desayuné muy pronto en nuestro patio privado -Megan
estiró la mano para señalar las puertas que conectaban las dos
habitaciones con el patio lleno de plantas-. Después me fui a la
playa y empecé a leer una novela de amor bastante intrigante.
Su prima frunció el ceño con gesto de sorpresa. -Una novela de
amor. ¿Lees novelas de amor?
-No es que lo haga muy a menudo, ya lo sabes. Lo que leo
normalmente son informes políticos y libros de leyes. Además,
pensé que ya era hora de saber exactamente cómo te ganabas la
vida.,
Shari se sonrojó tanto, que el brillante pelo rojizo parecía una
llama sobre su cara, -¿Cómo lo descubriste? -preguntó.
-Razonamiento deductivo,
-Melvin Pimble -Shari dejó escapar un suspiro-. Sabía que no
debía haberte preguntado a ti por un buen abogado, ¿Y qué pasa
con el secreto profesional entre cliente y abogado?
-Mel no tenía ni idea de que mantuvieras en secreto tu carrera.
Simplemente me dio las gracias por llevarle a una famosa
novelista. ¡Ah!, y me dijo que su mujer adora tus novelas, sobre
todo una que trata de... espera un minuto, Quiero decirte sus
palabras exactas... De una abogada con una actitud de «mírame
y te mato» hacia los hombres que acaba enamorándose de un
camionero itinerante. Mel se preguntaba si tenías en mente a al-
guien en concreto para modelar el papel de la protagonista.
Shari tragó saliva con dificultad con las mejillas todavía
ardiendo.

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-¿Mírame y te mato? -preguntó cáustica Megan,


-Bueno... necesitaba un conflicto bueno y fuerte entre mis
personajes. Necesitaba contraste.
-Me has sacado como una solterona frígida con complejo de
Grace Kelly ¡Y el protagonista! Es como un hombre de
Neardenthal que no puede tener la cremallera abrochada.
-¿Esa es la novela rosa que has empezado a leer?
-Corazón de piedra de Constance Fairbreast
Un pseudónimo estupendo. Confieso que nunca lo hubiera
adivinado.
Shari se arrellanó en los almohadones.
-Así que por eso me hiciste volar hasta aquí.
Bueno, pues adelante. Acábalo. Rómpeme los brazos, las piernas
o lo que te apetezca. Pero antes de que lo hagas, deberías saber
que Corazón de Piedra fue un betseller durante diez semanas y
que mi agente tiene ya un productor de cine interesado en
adquirir los derechos.
-Lo demandaré.
-¿Bajo qué acusación? La protagonista era una mujer guapa e
inteligente, lo que no es tan raro de encontrar. Tuvo que
sobrellevar un desagradable matrimonio e incluso un divorcio
todavía más desagradable. Y tuvo que superar toda la publicidad
de la prensa. Entonces se encerró en su trabajo y se pasó cinco
años castrando verbalmente a cada hombre que se acercaba a
ella. De acuerdo, tú llevas divorciada ocho años y prefieres hacer
creer a la opinión pública que disfrutas de tu soledad.
-Pues claro que disfruto de la soledad. Y tengo un vida social
muy completa, gracias.
-Mmm. Aburridas comidas de negocios con clientes, abogados y
políticos. Muy estimulante para las hormonas, supongo.
-Yo ya estoy un poco fuera de época como para dedicarme a
perseguir macarras de playa o corredores de coches -dijo Megan.
-Absolutamente. Treinta y dos años es la cumbre de la
montaña. Y Richard no era corredor de coches, era chofer -Shari
se detuvo con los ojos brillantes.
-¿Y dónde está hora?
Shari dejó escapar un suspiro.
-Aquel hombre era un espíritu libre. Y me sienta mal que llames
hombre de Neanderthal al protagonista de Corazón de Piedra. Era
fuerte y bravucón, con tanto pelo en el pecho como para que
cualquier chica se pudiera perder, pero a mí me gustan los
hombres así. Fuertes, silenciosos, que me dirijan.
Dejó escapar un suspiro y Megan sacudió la cabeza.
-No tienes remedio. Shari entrecerró los ojos.
-¿Y qué hay de ese antiguo romance tuyo? Parece haber
despertado tus hormonas donde otros han fallado.
-No fue un romance. Michael y yo salimos sólo una vez. Eso es
todo.
-¿Eso es todo?

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-Fuimos a una fiesta juntos y había tanta gente alrededor


nuestro, que no creo que se pueda llamar propiamente una
cita.
-¡Ah, ah! ¿Así que lamentas no haber estado nunca con él a
solas?
-¡No! -gimió Meg-. No lo lamento.
-No es verdad -Shari se incorporó y retiró el paño mojado de la
frente como si fuera un guante lanzado a reto. Y ahora aquí lo
tienes, quince años más tarde, ofreciéndote una oportunidad de
terminar el romance.
-Sólo me ofreció pagar la tintorería. Ni siquiera me reconoció.
Megan se acercó a las puertas acristaladas y Shari observó el
perfil de su prima a contraluz en la puesta de sol. Cada mechón
de cabello dorado estaba cuidadosamente recogido en su lugar.
Su postura era perfecta, su cuerpo esculpido como para satisfacer
las fantasías eróticas de cualquier hombre. El éxito parecía estar
impreso sobre ella y sin embargo, no conseguía engañar a Shari.
Ella conocía a Megan desde hacía demasiado tiempo como para
no notar su intranquilidad. Algo fallaba, y, con los afinados
instintos de una creadora de parejas, Shari pensó que sabía de
qué se trataba.
-Si no te reconoció, podrías rectificar la situación con facilidad
si ...
-Olvídate de eso, Constance -le advirtió Megan, dirigiendo una
ácida mirada a sus espaldas-o No me interesa arreglar nada con
Michael Antonacci... o Valaincourt, o como quiera que se llame.
De hecho, pienso estar lo más apartada que pueda de él el resto
del tiempo que me quede aquí. Y si no quieres pasar los próximos
doce meses encerrada en una de mis celdas, harás lo mismo que
yo.
-¿Pero no sientes curiosidad por saber qué fue de él después de la
escuela? ¿O cómo acabó aquí, o a qué se debió su éxito?
-No -cortó con sequedad Megan al recordar la semi automática
que llevaba bajo la axila el compañero de Michael-. No soy tan
curiosa.
Shari estornudó.
-y te creo, Megan Worth. Eso es lo que hace de ti un personaje
tan fantástico para mis libros.

Tres

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Una hora después, el hambre más que la curiosidad, llevó a


Meg a una de las pequeñas mesas de la terraza del restaurante. La
pastilla que había tomado Shari le había hecho efecto por fin y
Megan había apagado las luces y colocado el cartel de "No
molestar» en la puerta. De puntillas y sin ruido, había salido del
bunga10w para sumergirse en la fragancia y la oscuridad de la
noche hacia las brillantes luces del hotel.
La mesa de Megan estaba pegada a la labrada balaustrada con
una vista panorámica de la piscina, los bunga10ws, la playa y la
bahía. Las hojas de las palmeras se agitaban con la brisa marina
y el calor del sol todavía impregnaba los edificios llenando la
noche de un cálido perfume. Cientos de luces iluminaban la
terraza y en cada mesa había una pagoda de cristal con una vela
encima.
Nueva York era su ciudad y Megan estaba sentimentalmente muy
unida a ella, pero había algo innegab1emente sensual en beber
aquel vino a la luz de la luna tropical. Como humana que era, no
pudo evitar que sus pensamientos volvieran a Michael Antonacci.
Y tampoco pudo evitar un respingo. Cuando lo vio de pie entre
las sombras a sólo unos pasos de distancia. Mirándola.
-Perdona, no quería asustarte.
-¿Desde cuándo...? Quiero decir... ¿de dónde has salido? No
estabas ahí hace un minuto… -Estaba dentro, en el bar. No
pude evitar verte cuando te trajeron a esta mesa.
Michael bajó la mirada y Megan sintió que se le aceleraba el
pulso. Se había quitado el vestido de seda mojado y se había
puesto otro de punto muy ajustado. Pareció incluso ajustarse
más cuando él deslizó la vista por la curva de sus senos, o quizá
era sólo su propia piel, tan tirante que la suavidad del punto
pareció transformarse en papel de lija.
Megan volvió a cruzarse con su mirada. No le gustó la
sensación de que le pillaran con la guardia baja dos veces en el
mismo día. Y lo peor fue la oleada de excitación que le recorrió la
columna al salir él de la penumbra para adentrarse en la bri-
llante luz.
-Megan Worth -dijo él en voz muy bajo-. Ese es tu nombre, ¿no
es cierto?
No tenía nada que ganar con negado, así que sonrió con un
gesto que esperaba pasara por una disculpa y asintió.
-No pensé que me reconocieras en el casino y no me parecía ni
el momento ni el lugar oportuno para renovar viejas amistades.
Michael sonrió con amplitud y se acomodó en la silla vacía
frente a ella.
-No te reconocí, por lo 'menos al principio. Tu pelo -movió una
mano y frunció el ceño- ni siquiera me acuerdo de haberte visto
nunca llevando un moño. El nombre tampoco me sonaba co-
nocido, pero cuando revisé la lista del hotel y vi Señora Megan
Thomas junto con señorita Sharon en el bungalow cuatro,

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supongo que fue por fin el nombre de Megan lo que me dio la


pista.
-¿Y siempre te tomas tantas molestias para asociar un nombre
con una cara?
-Si sé que me va a mantener toda la noche en vela, entonces sí -
Michael alzó una ceja en dirección al asiento vacío- ¿Estás
cenando sola? -Bueno, la verdad es que... sí. Mi prima no se
siente demasiado bien esta noche.
-Nada serio, espero. Tenemos doctores entre el personal del
hotel. Si crees que deberían visitada...
-No, a menos que tengan una cura mágica para la resaca -dijo
Meg con una carcajada-o Shari tiene tal fobia a volar, que trata
de compensado siempre con ron en vez de con otro tratamiento
médico. Creo que sólo necesita una noche de buen sueño y será
la misma mañana por la mañana. Mientras tanto, me apetece
bastante inspeccionar por mi cuenta los alrededores.
Mencionaste que eras el propietario del Privateer, ¿verdad? Estoy
impresionada. Es un complejo precioso.
-Entonces hemos logrado nuestros propósitos.
Lo que pretendíamos era impresionar, y -añadió arrepentido- si
tengo que ser completamente sincero, sólo poseo un pequeño
porcentaje del negocio. Minúsculo, de hecho. Pero decir que soy
el propietario me ahorra muchas explicaciones. ¿Cuánto tiempo
te quedarás con nosotros?
-Dos semanas. Supongo que no estuvo bien planificado venir al
sur a mediados de junio. Deberíamos haber reservado el viaje
para enero o febrero.
-Ah, sí. Para evitar el frío y la nieve. Yo creo que casi he
olvidado lo que es la nieve, gracias a Dios.
-¿Cuanto tiempo llevas viviendo aquí? Michael apretó los
labios pensativo.
-Sólo dos años, pero llevo ya casi ocho en otros paraísos
tropicales.
-No parece que hayas sufrido mucho ¿Nunca has sentido
añoranza de casa, del frío y del invierno? -Cuando me pasa, me
tomo un par de aspirinas y me acuesto hasta que se me pasa ¿Tú
vives en Nueva York?
-Sí, y supongo que soy una chica urbana hasta la médula.
-No lo asegures tanto. Aquí hemos tenido algunas conversiones
bastante espectaculares. Si no l11e equivoco, ahora mismo llega
una de ellas.
Una segunda figura emergió de las sombras consiguiendo que
Megan desviara la mirada de Michael. Era el hombre del casino, y
a pesar de su tamat1o, a ella le había pasado desapercibido hasta
que estuvo casi en la mesa. Gino Romani se disculpó por la
interrupción y se inclinó para murmurar unas palabras al oído de
Michael. Este no apartó sus azules ojos de la cara de Megan
mientras escuchaba a Gino. Si notó o no la ligera tensión en la
expresión de ella, no dio muestras de ello.

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-Está bien -dijo-o Simplemente asegúrate de que el viejo firma


el cheque cruzado delante de ti. Gino Romani, esta es una vieja
amiga mía, Megan Worth. Crecimos juntos en los mismos
bosques, aunque en distintos lados del camino.
Gino sonrió y extendió la mano. -Señora Worth, es
un placer.
-Señor Romani -murmuró ella, respondiendo
con discreción a su apretón de manos.
--Gino es el jefe de seguridad del hotel y del casino -explicó
Michael-. Si tienes algún problema...
-Sólo tiene que darme una voz -terminó Gino con un guiño
amistoso-. De acuerdo, Mikey, será mejor que me vaya. ¿No ibas
de camino al George's?
-Si pregunta alguien, dile que me fui hace diez minutos.
-De acuerdo. El tiempo se va que da gusto. Encantado de
conocerla, señora WOlth. Que disfrute de sus vacaciones.
-Gracias, lo haré -dijo Megan, sintiéndose culpable y aliviada a
la vez.
La verdad es que no había nada siniestro en que el jefe de
seguridad de un hotel llevara una pistola. Era una explicación (an
lógica que casi se le escapó una carcajada.
-Mikey -Gino alzó un dedo como si le estuviera recordando algo
a un chico olvidadizo--. Estate de vuelta antes de medianoche,
¿vale? Y saluda a George de mi parte.
Michael asintió con un gesto y agitó la mano para despedirlo. -
Es difícil encontrar hoy en día empleados respetuosos. Y si no
fuese dos veces más grande que yo, se lo diría a él también.
Megan le devolvió la sonrisa. Después de mirarla durante unos
instantes más, Michael se levantó con desgana y con un gesto de
impaciencia que ella todavía recordaba muy bien, se pasó la mano
por los cabellos ondulados y suspiró.
-Escucha, tengo que ir a un sitio.
-Lo entiendo perfectamente... -empezó ella a decir.
Las siguientes palabras de ella quedaron interrumpidas por el
inesperado contacto de la mano de Michael en su hombro.
-Me comentaste que no pensabas hacer ahora nada especial.
¿Por qué no te vienes a cenar conmigo y podremos recordar algo
de nuestra malgastada juventud?
-Pero dijiste que tenías que ir a algún sitio.
-y tengo que hacerla, pero di! la casualidad de que es el mejor
restaurante de toda la isla. -¿Mejor que el tuyo incluso?
-¿Estás de broma? Los precios de aquí son ofensivos. Tengo a
tres chefs franceses que no hacen nada en todo el día más que
soñar con nuevas formas de combinar crema, huevos y
mantequilla en recetas tan elaboradas que empachan a cual-
quiera.
-Pero ya he pedido la cena...
-Como decimos aquí: sin problema. Podemos anularla al salir. -
Anularla sí, pero...

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-Nada de peros -atajó él mientras estiraba la mano para tomar


la de Megan entre las suyas, El calor del contacto fue tan
repentino y potente, que Megan tuvo que reprimir el deseo de
mirarse la piel para ver si se la habían quemado. Reprimir
deseos era una sensación bastante nueva para Megan, que se
encontró a sí misma de pie, preguntándose si sus piernas
tendrían la fuerza suficiente para sujetarla.
Michael desvió la vista para llamar la atención del camarero.
Sin la amenaza de Sus ojos, que conseguían que se le secara la
boca, Megan tuvo la fuerza de esbozar una ligera protesta. Pero
sólo emitió un balbuceo, ante el intoxicador efecto de su sonrisa.
-Me quedan un par de horas antes de que la avalancha de
jugadores fuertes aparezca por el casino. Me gustaría ir a algún
sitio donde pueda aflojarme la corbata sin tener una horda de
miradas acusadoras. Por supuesto, tendrás que hacer un ju-
ramento de sangre de no desvelar mi refugio secreto a ninguno de
los huéspedes. Ya es bastante difícil conseguir un sitio en el
aparcamiento del George's ahora.
A Megan le disgustó que le soltara la mano, pero el sentimiento
desapareció en cuanto comprobó que todas las miradas
femeninas estaban centradas en ella con envidia.
¿No le había parecido que el restaurante estaba desierto sólo
unos minutos antes?
-Debe acabar de terminar la primera función del Princess -
explicó Michael.
La guió a través de la multitud arremolinada a la entrada del
restaurante, pasándole una mano por debajo del codo.
Recorrieron todo el camino del recibidor enmarcado de columnas
de mármol hasta llegar a un pasillo en el que ponía "privado». En
apenas unos segundos, se encontraron en el aparcamiento y
Megan tuvo que enfrentarse a otro dilema: ¿Cómo sentarse en
aquel bajísimo asiento del deportivo sin perder la elegancia?
-¿Y qué pasó de tu Harley? -preguntó en voz alta. Michael abrió
la portezuela del pasajero del Ferrari rojo y sonrió.
-La traeré mañana, si te apetece.
-¿Todavía la tienes?
-Es una versión más moderna de la que usaba para trajinar
por las calles del Bronx, pero sí. Todavía me sigue gustando el
sabor a polvo de vez en cuando.
De alguna forma, la imagen de rebelde de Michael rompió la
tensión que Megan había estado sintiendo. En ese momento ya
fue capaz, con una ligera ayuda, de agacharse lo suficiente como
para entrar en el coche con relativa gracia. Michael se introdujo
con toda su altura en el otro asiento sin una pizca de esfuerzo.
Metió la llave en la ranura de encendido, echó un vistazo para
comprobar si Megan tenía el cinturón de seguridad y giró la llave.
El potente motor arrancó con un ruido tremendo, rompiendo el
silencio de la noche.
Michael conducía como si acariciara la palanca de cambios, un

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gesto que hizo que Megan sintiera una envidiosa oleada de placer
por la espina dorsal.
Las multitudes de turistas se arremolinaban a ambos lados de
la calle. Algunos gritaron y saludaron al ver el Ferrari rojo pasar.
Y hubo dos veces en que alguien sacó la cámara de fotos para
tener una instantánea de aquel brillante deportivo. En ambas
ocasiones, Megan observó que Michael desviaba la cara del flash,
y cuando se dio la vuelta, tenía un ligero gesto de enojo que le
arrugó la frente.
¿Sería sólo que no le gustaba que le deslumbraran con la
potente luz o que no deseaba que ningún desconocido tuviera
una foto suya? ¿Y qué diablos les pasaba a los hombres de
Hornsby para no poder seguir a un hombre que conducía un co-
che tan llamativo?
-¿Sabes? Quizá no sea una buena idea, después de todo -
empezó a protestar Megan-. Me siento muy culpable de irme sin
siquiera haber echado un vistazo a ver cómo se siente Shari.
-Dijiste que estaba dormida.
-Lo estaba cuando yo la dejé, pero no me parece bien irme del
hotel sin siquiera dejarle una nota. No es mi estilo.
-Me sorprende que todavía pueda corromperte. No te
preocupes. Te llevaré de vuelta antes de media noche. Shari ni
siquiera sabrá que te has ido.
"Nadie sabe que me he ido», pensó Megan. "o dónde he ido. ¿No
es esta la situación contra la que te advierten todos los policías
del mundo?» Y sin embargo, allí seguía, a cientos de kilómetros
de casa, en un país extraño, aceptando una invitación a cenar de
un extraño al que no había visto en quince años. Un hombre al
que la había encargado identificar el Departamento de Justicia de
su país.
Megan recordó la pulsera de oro posada en la cómoda de su
habitación y se mordió los labios.
-Si eso te preocupa tanto -dijo Michael, mirando por el
retrovisor-, podemos llamar al hotel y dejarle un mensaje en
recepción. O mejor todavía, -Michael sacó el receptor de un
pequeño teléfono celular, apretó algunos botones y se lo puso al
oído-. ¿Suzie? Creo que mi secretaria tiene la tarde libre, pero,
¿podrías hacerme un favor? Busca a Gino y dile que vaya a echar
un vistazo al bungalow número cuatro. La señorita no se
encontraba muy bien esta tarde y una amiga suya está preocu-
pada por dejarla sola. Dile a Gino que he secuestrado a la señora
Thomas y que vigile con atención a la señorita Stevenson hasta
que volvamos. Eso es todo, gracias.
-Ya está -dijo al colgar con una sonrisa que podría haber
derretido un glaciar-o Solucionado. -Gracias -murmuró ella. Se
sintió infantil y se arrellanó en el asiento-. No quería molestar a
nadie.
-Sin problema.
Un segundo rugido de potencia del motor del Ferrari, desvió de

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nuevo la atención de Megan hacia la carretera. Ya habían pasado


la congestión de la calle principal y se dirigían a una carretera
pavimentada de forma muy rústica que salía de la ciudad. Iban
dejando atrás el ruido, las luces y la riqueza de los brillantes
hoteles de turistas, a medida que el deportivo aceleraba. Era
imposible hablar con el rugido del motor y Megan se dedicó a ver
cómo los kilómetros volaban. Intentó concentrarse en el paisaje,
pero una vez que la ciudad desapareció de la vista, sólo quedaba
la oscuridad y el fugaz brillo de los faros de los coches que se
cruzaban. Y las curvas. Curvas de casi noventa grados que aquel
hombre doblaba como si él y su máquina no tuvieran ningún
sentido de la gravedad.
Megan estaba empezando a aflojar los dientes y a
acostumbrarse a aquella velocidad que quitaba el aliento cuando
el coche dio una curva brusca y entró en un camino empedrado.
Después de unos cincuenta metros, el camino se ensanchó y se
convirtió en un aparcamiento. Junto al agua, había una
construcción ruinosa.
Michael aparcó al lado del único vehículo a la vista; una
oxidada furgoneta que parecía mantenerse en pie gracias a los
alambres que la rodeaban. Después apagó el motor con una
melancólica caricia. Antes de que Megan dejara de sentir las vi-
braciones del potente motor, ya se encontraba él al otro lado del
coche abriéndole la portezuela. Todavía desorientada por el ruido
y la velocidad, fue vagamente consciente de que Michael se incli-
naba a desabrocharle el cinturón y después tiraba de sus dos
manos para ayudarla a salir.
El suelo pareció deslizarse sin firmeza y Megan buscó
inconscientemente apoyo en el fuerte muro del pecho de Michael.
El aire le deshizo algunos mechones del moño y pareció un gesto
muy natural y familiar el que él se los retirara del cuello y las
mejillas. Y todavía más natural e inesperado que él deslizara el
dorso de sus dedos a lo largo de la curva de su barbilla y le alzara
la cara en su dirección. Los labios de Michael rozaron los de ella,
flotantes al principio, como si probaran su resistencia. Megan
sabía que debería haberse defendido un poco; haberse separado
con una sonrisa o alguna frase ingeniosa para esconder la
intensa sensación de indefensión. Pero sólo fue capaz de emitir
un suave suspiro.
Michael apretó las manos en torno a su cuello.
Su boca buscó la de ella con más ansiedad. Su lengua conquistó
otro gemido entrecortado y 10 silenció con un tierno y lujurioso
asalto a los sentidos de ella. En lugar de apartar10 de sí, Megan
subió las manos por su musculoso pecho y sus dedos se cerraron
bajo las solapas de seda del esmoquin.
El masculino cuerpo la apretó contra la carrocería del Ferrari y
Megan se sintió aprisionada contra la musculosa fuerza de sus
piernas, cintura y torso.
El beso terminó con la naturalidad con la que había empezado.

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Las manos de Michael continuaron cerradas bajo su barbilla y


sus ojos fijos sin pestañear en los de ella. Megan no podía pensar
en nada que decir o hacer.
-He estado deseando esto desde que te vi en el casino -
murmuró Michael.
-Pero si dijiste que no... que no me habías reconocido en el
casino.
El brillo en los ojos de él se intensificó.
-¿Es que tengo que conocer personalmente a cada mujer bella
antes de fantasear con tener1a en mis brazos y besar1a? Además,
ahora que te conozco... quiero decir... ahora recuerdo que me
engañaste y no conseguí más que un beso en nuestra única cita.
Y a mí no me gusta que me engañen con lo que me deben.
Su boca descendió de nuevo reclamando la de ella como
vengándose en broma. Megan sintió una oleada de escalofríos
recorrer1e el cuerpo. Las manos de Michael se deslizaron a
ambos lados de su cuerpo y le rodearon la cintura, apretándola
fuertemente contra su ardor.
Entonces ella recordó...
Habían vuelto de la fiesta y estaban hablando en el porche de
entrada de su casa. Michael había estado vacilante, casi tímido
aquella primera vez. Cuando Megan empezó a sentir que
estallaría si esperaba más, la había tomado en sus brazos y la
había besado.
Ella nunca había olvidado aquellos gloriosos y apasionados
momentos. Nadie la había besado nunca de aquella forma, ni
antes ni después. Siempre se había preguntado si el brillante
barniz de su memoria habría exagerado y embellecido los hechos
con el tiempo.
Ahora lo sabía.
Y no lo había hecho.
Mientras permanecía de pie a su lado, sintió - que aquel ardor
volvía a nacer. Una creciente y expansiva urgencia crecía y crecía
hasta que todo su cuerpo se estremeció. La carne de los muslos le
tembló y la de sus pechos se estiró inundándola de una necesidad
que no podía comprender ni controlar.
Con un gemido, consiguió liberar los labios durante diez
segundos enteros. El deseo que sentía era tan potente que la
asustaba. Cerró los ojos, intentando creer que no había
sucedido, que no estaba sucediendo, pero los brazos de él
estaban todavía rodeando su cintura y el cuerpo de él... el cuerpo
de él no estaba disculpándose por tener la misma respuesta que
ella podía sentir atronándole en las sienes.
-Me gusta la forma en que pagas tus deudas
-susurró él con voz temblorosa y suave-o Ahora desearía que tu
padre hubiera esperado otros diez minutos antes de
interrumpimos.
Megan arqueó la cabeza para apoyar la frente contra su
mandíbula. La verdad era que su padre los había interrumpido

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demasiado pronto. Había encendido todas las luces del porche y


había salido por la puerta como un tornado. Sólo con un vistazo
a la posición de sus manos y sus cuerpos, y casi había
despertado a toda la vecindad con sus gritos.
-Mi madre y él habían estado toda la noche en vela, esperando
por mí -susurró ella con una vergüenza que no había sentido en
todos aquellos años-o Estaba furioso por que yo pudiera perder
mi buena reputación por salir con... con alguien como tú.
-¿Alguien como yo?
-Él había oído algunos rumores ...
Michael bajó la cara para mirarla.
-La gente no debería creer todo lo que oye. A veces hasta lo que
vemos nos puede llevar a conclusiones equivocadas.
Michael retiró las manos y dio un paso atrás rompiendo la
intimidad entre sus cuerpos. Entonces, como si no confiara lo
suficiente en sí mismo como para decir algo más, aligeró la
seriedad del momento con una sonrisa y agitó la mano en di-
rección al restaurante.
-Mira, este sitio por ejemplo. Parece una cueva, ¿verdad? Un
turista nunca se pararía aquí ni aunque su autobús estuviera
ardiendo, pero sólo espera a probar lo que George es capaz de
hacer con un poco de agua hirviendo y algunas especias.
-¿Vienes aquí muy a menudo?
-No tanto como me gustaría. Y espero que tengas hambre.
George no cree en las raciones pequeñas ni en los apetitos
pobres.
-No le decepcionaré. Me estoy muriendo de hambre.
El pulso de Megan había recuperado casi el ritmo normal y
agradeció los minutos de tregua. Hasta se sintió capaz de poder
caminar sin tambalearse.
Pero Michael la tomó de la mano de todas formas y la guió por
entre los profundos socavones que nadie se había tomado la
molestia de reparar en años.
Al llegar a la puerta, la sujetó entre chirridos y se hizo a un
lado para cederle el paso con un gesto galante.
Si aquello no era una cueva, Megan no creía poder encontrar
otra cosa con que comparar el lugar. Las paredes eran de caucho
sin refinar, pintadas en verde en algunas zonas y con tantos
tonos diferentes que parecía que el pintor había esperado años
entre capa y capa. El suelo era de baldosas blancas y negras,
descascarilladas y rotas, pero pegaba perfectamente con los
cristales manchados por las moscas.
Sólo había cuatro mesas, y todas de diferente forma y color. Las
sillas eran también una colección de diferentes tamaños y formas
y había algunas extras apiladas contra la pared como la Torre de
Pisa. Un mostrador dividía la cocina de la zona del comedor y una
puerta con una cortina de flecos daba acceso a la parte de atrás,
donde se encontraba un único y sucio cuarto de baño.
A pesar de la presencia de un solo coche en el aparcamiento, el

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comedor estaba lleno. Las cuatro mesas estaban ocupadas por


hombres morenos y enjutos que encajaban con el local y con el
pobre mobiliario. El aspecto de Michael recibió algunas duras
miradas y Megan alzó las cejas al ver dos o tres codazos en los
riñones del vecino.
Casi inmediatamente, un hombre negro salió del mostrador, y
los recibió con una sonrisa blanquísima de oreja a oreja.
-¡Vaya elegante que nos vienes esta noche! Michael esbozó una
sonrisa mientras escoltaba a Megan a través de las cortinas y le
presentaba formalmente al dueño como George Samson.
-No hace falta tanta cortesía, ni me gusta en mi casa. Mis
amigos me llaman sólo George.
-Mis amigos me llaman sólo Meg -contestó ella mientras recibía
un fuerte apretón de manos.
Bajo la dura luz de las bombillas desnudas de la cocina, la edad
de Geoge seguía siendo un misterio, aunque parecía al borde de la
vejez. El poco pelo que le quedaba estaba salpicado de gris y tenía
el cuerpo huesudo y delgado. Los pantalones y la camisa parecían
varias tallas mayores de la suya. -Supongo que vuelves a ver si
consigues comer algo, ¿eh? ¿Es que esos elegantes cocineros tu-
yos no saben preparar una comida decente?
-La verdad es que quería impresionar a Megan y enseñarle la
verdadera hospitalidad de la isla. -Entonces has venido al sitio
indicado-se rió George-. Sin problema.
Todavía riéndose los guió a través de la cocina, un estrecho
pasillo de cacerolas, sartenes y enormes ollas con agua hirviendo.
Después los condujo hada otra puerta casi oculta. Michael tuvo
que agacharse para cruzarla. Allí, un amplio porche en malas
condiciones rodeaba el edificio. El ondulado techo estaba
apuntalado por postes y del alero colgaban manojos de hierbas
tan viejas como su propietario. Había una mesa redonda en medio
y cuatro sillas al lado de la barandilla. .Si es que se podía llamar
barandilla a aquella cosa torcida y endeble que los separaba de las
aguas de la bahía.
George se adelantó para retirar dos de las sillas y con su mandil
limpió el polvo de la mesa. El porche se movió peligrosamente bajo
su peso y aún más cuando Michael y Megan se acercaron a sus
asientos. Megan sintió una salpicadura de agua fría en el tobillo y
miró horrorizada cómo la madera se hundía ligeramente en el
agua.
-¿Es esto seguro? -preguntó en un susurro, en cuanto George
se metió adentro. -¿Sabes nadar?
-Por supuesto.
-Entonces es seguro. Llevo viniendo aquí dos años y todavía no he
oído que George haya perdido a ningún cliente por culpa de los
tiburones. -¿Tiburones? -Megan se separó de la barandilla-. ¿Es
que hay tiburones por aquí?
-Sólo pequeños tiburones y crías de tiburón blanco, pero no
tienes que preocuparte demasiado. Normalmente no vienen a

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comer a estas horas de la noche.


Michael se apoyó en el respaldo de la silla y estiró sus largas
piernas a un lado de la mesa. Después metió la mano en un
bolsillo interior y sacó una pitillera larga de oro.
-¿Te importa?
A Megan normalmente le molestaba cualquier tipo de tabaco:
cigarrillos, pipas, puros. Especialmente los puros. Pero de alguna
manera allí, en el porche bamboleante de un grasiento lugar de
Las Bahamas, con el océano amenazando sus tobillos y un
elegante hombre en esmoquin frente a ella... fumar le pareció de
lo más apropiado.
-¿Qué has estado haciendo todos estos años,
Michael? -preguntó de repente. -Sobreviviendo. ¿Y
tú?
-Sobreviviendo -repitió ella.
Los pálidos ojos azules de Michael se posaron en la mano
izquierda de Megan.
-Con lo cerca que he estado de seducirte en el aparcamiento,
supongo que debo preguntar si hay algún... algún señor Thomas.
-Lo hubo... durante un tiempo -Megan siguió con la vista la de él,
fija en la alianza de oro y la retorció inconscientemente-o Lo llevo
por costumbre, y porque ... Bueno, porque me libra de un montón
de preguntas innecesarias y de dar explicaciones que no me
apetecen ¿Y tú?
-Yo decidí hace mucho tiempo que no valgo para ser un hombre
casado.
Michael se detuvo para acercar la llama al extremo del puro. El
aroma a tabaco virgen, dulcemente mezclado con el de la bahía y
el ron, se elevaron sobre la mesa. Megan se encontró a sí misma
intentando identificar qué perfume emanaba de su ropa y de su
piel.
-¿Niños?
Megan alzó los ojos en su dirección. -No, no tengo
niños.
-Supongo que la profesión de abogada te mantendrá muy
ocupada.
-¿Y cómo sabes que soy abogada?
-Casualidad -Michael se rió-o Además, tu padre, tu abuelo y la
mayoría de tus tíos eran abogados. Por no mencionar a los
hermanos Grimm. ¿Todavía siguen metidos en política?
-Anthony es congresista y Ryan se presenta este año a un
escaño al Senado.
Michael silbó con suavidad.
-Tu padre debe de sentirse muy orgulloso.
-Papá es... como es. Siempre asumió que mis...
¿Cómo los llamaste? mis hermanos Grimm serían lo que han
llegado a ser. Él nunca tuvo la mínima duda con respecto a
ninguno de nosotros.
-Siempre que siguierais en la dirección en que él quería. Quiero

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decir, puede que él no se sintiera tan efusivo si tú hubieras


querido ser, bueno... pongamos una florista, por ejemplo. -Él
quería que tuviéramos éxito -dijo Megan en voz baja. No veo
nada malo en ello.
-Nada en absoluto -le dio él la razón dejando una nota de
sarcasmo flotando en el aire.
Antes de que Megan pudiera responder, apareció George por la
puerta guardando como podía el equilibrio de una bandeja con
las copas y el vino. Dejó la carga sobre la mesa y con el aplomo
de un auténtico maitre, sacó el sacacorchos de uno de sus
voluminosos bolsillos, lo posó y volvió silbando a la cocina
dejando que Michael descorchara la botella.
Cuando este terminó, levantó su copa y ofreció un brindis.
-Por los asuntos inacabados.
-¿Inacabados?
Michael dio un sorbo a su copa.
-Puede que tú no lo supieras en aquella época, pero me llevó
meses hacer acopio del valor suficiente como para pedirte una
cita. Tú eras la chica dorada. Intocable. Inconquistable.
Demasiado dulce y entera como para ser manchada por... por al-
guien como yo. Además, tenías cerebro y una especie de clase sin
pretensiones que le hacía a cualquiera fijarse en ti, aunque
estuvieras sudando en la clase de gimnasia, con el chándal
arrugado y el pelo por toda la cara. Hasta me acuerdo de haber
apostado una vez bastante dinero a que tú nunca sudabas.
Megan pestañeó. -¿Era yo tan horrible?
-¿Al principio? Peor. Y estuviste saliendo con un gigante rubio
durante bastante tiempo. Era el capitán del equipo de fútbol o
algo así. Estuve pensando en sabotearle un partido, o pegarle
una paliza... Si no hubieras recuperado el sentido y hubieras
mandado al tipo a la porra antes de que ... bueno, antes del final
del trimestre -Michael quedó en silencio y su sonrisa se
desvaneció-. ¿Te acuerdas de un chico con cara de perrillo al que
llamaban Delgaducho? Tenía una nariz enorme y tenía fama de
tener algo más tan prominente como la nariz.
El nombre le sonaba vagamente familiar, pero Megan estaba
demasiado hechizada por la voz de Michael y sólo pudo
encogerse de hombros.
-Bueno, pues le pagué veinte dólares para que presentara a tu
capitán a Betty "la tetonas», esperado que ella desatara los
naturales instintos de tu gigante durante un tiempo.
Megan abrió unos ojos como platos y se quitó la mano del
mentón. El apodo de Betty "la tetonas» era bien merecido, y el
repentino interés de ella por el novio de Megan había sido el
cotilleo del colegio durante semanas. El escándalo había sido
superado sólo por la aparición de- Megan en la fiesta de mitad de
trimestre con Michael Antonacci a su lado.
-¿Así que tú arreglaste lo de que Caulder y yo rompiéramos?
-Quería tener vía libre.

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-¿Y siempre consigues lo que quieres?


Megan estaba muy enfadada por aquella manipulación de su
vida de años atrás.
-La mayoría de las veces -los dientes de Michael brillaron blancos
entre las sombras- ¿Por qué te sienta tan mal? Deberías sentirte
orgullosa de que me tomara tantas molestias.

-¿Orgullosa? Por tu culpa, no tuve ni una cita en el baile de graduación.


Estuve destrozada durante un mes y tuve que escuchar todo tipo de
bromas sobre la euforia sexual de Betty y de Bill en las fiestas. Y, ¿a
dónde fuiste, de todas formas? ¿Por qué dejaste el colegio casi a punto
de la graduación?

El buen humor se desvaneció visiblemente de los ojos de Michael. Se


entretuvo un momento para ordenar sus pensamientos mientras
encendía un cigarrillo.

-Asuntos familiares. Había estado retrasando el tomar ciertas


decisiones durante meses y, bueno... ya no lo podía retrasar más.

-Pero seguramente tu familia lo habría comprendido.

-La educación no era una de sus prioridades y li siquiera le llegaron a


agradecer al padre ]oe que insistiera en meterme en Fairgate. Pero si eso
te tranquiliza, te diré que no sólo acabé el bachiller, si sino que terminé
un master en Administración de empresas. Por supuesto, que si se lo
cuentas a alguien, lo negaré en rotundo. Ese no es el tipo de noticia que
a nosotros, los hombres antisociales, nos gusta que se sepa.

Megan alzó una ceja con delicadeza.

-Lo que me tranquilizaría es saber por qué te presentas como Michael


Vallaincourt en vez de Michael Antonacci.

-Vallaincourt era el apellido de soltera de mi madre. Me pareció más


apropiado para el ambiente sofisticado de estas islas que el apellido
italiano. -¿Tu madre era francesa?

-Nació y se crió en París. Mi padre la conoció en la guerra, pero no


acabaron juntos hasta muchos años después. Se murió cuando yo tenía
seis años ¡Ah! ¡Por fin llega la comida!

Michael apagó su puro en el mismo instante en que George empujó la


puerta. Esa vez, el hombre apareció con un manojo de periódicos
doblados y una cazuela humeante.

Extendió los papeles sobre la mesa y después de advertir a Megan que


levantara con cuidado las copas de vino, hizo un gesto a Michael para
que vaciara el contenido de la cazuela sobre los papeles. Un montón de

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patas de langosta, gordas y suculentas, rodaron sobre los periódicos.


Uno de los clientes apareció por detrás de George con unas servilletas y
pinzas. Las posó quejándose de que a él no le pagaban para ser
camarero. Después, dejó también dos pequeños tazones con salsas,

-Ésta -avisó Michael golpeando una pata contra el tazón-, es tan picante
que te deja sin habla. La otra no es mucho mejor, pero al menos puedes
recordar como hablar y andar después de probarla, Te gusta la
langosta, ¿verdad?

Michael sabía que sí, porque había cancelado una ración de langosta a
la crema del menú de su hotel poco antes.

Megan dejó escapar una carcajada al vede anudarse una enorme


servilleta de tela alrededor del cuello de aquella camisa de doscientos
dólares. La increíble contradicción entre su carácter y sus modales la
confundían cada vez más.

Aquel hombre tenía el aspecto, hablaba y actuaba con la suavidad de


alguien acostumbrado a la vida lujosa. Sin embargo, ella sabía que se
había criado en un apartamento de dos habitaciones encima de un
mercado de frutas. Coche deportivo, esmoquin de seda... todo aquello le
pegaba al hombre que se hacía llamar Michael Vallaincourt. y a pesar
de todo, allí se encontraba, cascando patas de langosta encima de
papeles de periódico y chupandose los dedos con la fruición de un
marinero. Megan no se atrevió a echar un vistazo bajo la mesa, pero lo
podía imaginar descalzo y frotándose los dedos de los pies con placer.

La conversación surgió fluida entre bocado y bocado. Enseguida se


encontraron sacando a relucir viejos recuerdos y riendo de las antiguas
anécdotas. George les sirvió más vino y aunque Michael rellenaba su
vaso con la misma frecuencia con que llenaba el de Megan, se sentía
más intoxicado por la belleza suavemente iluminada de ella. La
observaba mientras hablaba, desviando la atención de sus labios
jugosos, al exótico color de jade de sus ojos.

Le costó un esfuerzo inmenso no sucumbir a la tentación de alargar la


mano para retirarle un mechón dorado de la cara. O simplemente,
olvidarse de todas las convenciones y quitarle todas las horquillas que
le mantenían el pelo prisionero. Pudo imaginar el aspecto que tendría
con aquella melena esparcida por sus hombros y cuello como una nube
dorada y se enfadó con las diminutas horquillas por privarle de aquella
visión.

La combinación de la luz de la luna con la de las ventanas del comedor


a sus espaldas, le produjo el mismo efecto, igualmente debilitante.
Juntas, parecían conspirar para delinear los sensuales contornos de su

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cuerpo, como retándole a que encontrara algún defecto en cualquier


parte de él.

Pero no había ninguno. Sus pechos eran altos y firmes. Los botones de
frambuesa de sus pezones delataban el hecho de que no había nada
entre su piel y el suave tejido del vestido. El cuello era gracioso, la
cintura fina y esbelta, y las piernas se alargaban hasta la eternidad.

Megan apenas llevaba nada de maquillaje, lo que era un cambio


refrescante en comparación con las mujeres que él solía tratar. Jóvenes
bellezas desperdiciadas, la mayoría de ellas rellenas de silicona de
arriba abajo. Cada cabello en su lugar y cada centímetro de piel
pintada, maquillada y arreglada en technicolor...

-Hola ¿Hay alguien en casa? Michael pestañeó.

-Lo siento, tenía la mente a un millón de kilómetros de aquí.

-Me resulta extraño... estar juntos después de tantos años.

Michael sacudió la cabeza lentamente.

-A mí me resulta la cosa más natural del mundo. Tú no has cambiado


nada, ni tu aspecto, ni la forma en que te ríes, ni siquiera la forma en
que ladeas la cabeza cuando crees que alguien te está atacando.

Megan estiró el cuello con un ligero sonrojo.

-Pues no es que tú estés gordo y calvo precisamente. Y antes de que te


lo creas demasiado, eso que veo son canas, ¿verdad?

-¿Quieres que nos acerquemos a una lámpara para comparar?

-No encontrarías ni una sola cana en todo mi cuerpo -afirmó Megan


orgullosa.

-¿En ninguna parte? Eso es un reto que ningún hombre podría rehusar.
¿Te importa que me ponga primero las gafas?

Megan se sonrojó con violencia.

-Eso no era lo que yo estaba sugiriendo. ¿Es que usas gafas?

-No -afirmó él con una sonrisa-, pero puedo imaginar en lo que los
miopes tendrían ventaja.

Megan lo miró a los ojos un instante antes de levantar las manos.

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-Me está pasando otra vez, lo siento. Mírame ¿No estoy otra vez
sofocada?

-Tienes definitivamente un precioso sofoco.

-Pero no me sonrojaba desde... -Megan desvió la mirada hacia la bahía


y suspiró-, desde que contesté al teléfono aquel día y escuché tu voz
pidiéndome que te acompañara a la fiesta. Me paso el día entero
tratando con abogados y clientes y nunca me agito ni se me traba la
lengua. Nunca siento timidez ni pierdo el control. Nunca me siento...
vulnerable -Megan volvió la vista y los ojos de Michael la estaban
esperando-. Así que, ¿por qué siento todas estas cosas cuando estás tú
alrededor? Las sentí hace quince años y ¡maldita sea! las vuelvo a sentir
ahora.

-Yo no lo sé, Meg -dijo él con suavidad-o Quizá porque nunca


terminamos lo que habíamos empezado.

La misma sensación de ardor que la había invadido en el aparcamiento


la recorrió el cuerpo quitándole el aliento y haciéndola temblar.

-Quizá sea porque tú eras todo lo que yo no podía tener -susurró ella-o
Tú eras el típico chico rebelde. Nunca tenías miedo de mandar a alguien
al infierno y nunca hacías o decías lo que los demás esperaban de ti, a
menos que te apeteciera. No pertenecías a nadie más que a ti mismo, ni
respondías a nadie más que a ti... imagino que es un poco turbador
descubrir que la vida no te ha cambiado. No te has vuelto gordo ni
calvo, ni te conformas con jugar al fútbol con tus doce hijos el domingo
por la tarde. -¿Doce hijos?

-No importa -replicó Megan, dándose cuenta del brillo de sorna que
había en los ojos de Michael-o El asunto es que incluso pertenecer al
llamado sistema y llegar a adquirir un cierto grado de riqueza, éxito e
influencias no te ha cambiado. Todavía sigues teniendo tu Harley, ¡Dios
santo!

-Es lo que me mantiene con los pies en la tierra.

-Eso es lo que te hace peligroso, Michael. Peligroso e intimidador para


alguien que siempre ha tenido la vida completamente planificada.

Michael ladeó la cabeza lo suficiente como para poder ver sus tobillos
bajo la mesa.

-No veo que lleves ninguna cadena o atadura.

-Pues están ahí. Siempre lo han estado. Y había veces en que apretaban
tanto que apenas podía respirar.

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Michael tenía los brazos cruzados sobre el pecho, pero no había nada
retador en su profunda mirada azul. La examinó en silencio y Megan
deseó apartar la mirada, no reconocer de dónde habían salido aquellas
palabras, o por qué le había confesado a él todo aquello... pero no pudo
hacer nada.

Deseaba que él apartara la vista, que la dejara sentir su fracaso en


privado... pero sabía que tampoco lo haría.

-¿Y qué fue de tu marido? ¿No te dio ninguna satisfacción?

-¿Mi marido? Sólo se casó conmigo para abrirse camino en la asesoría


legal de mi padre. Su primera aventura empezó la semana después de
volver del viaje de luna de miel.

-Ese hombre era un idiota -dijo Michael con fervor.

-También lo fui yo. Pero sólo esa vez. Y nunca más.

-¿Te lo has marcado a fuego en algún sitio? Michael notó que la


confusión de Megan se había transformado en rabia y una parte de él
sabía que debía avanzar con suavidad y lentitud. A ella le habían
destrozado una vez y quería dejar bien claro que no iba a permitir que
la dañaran de nuevo.

Sin embargo, otra parte de él no conseguía suprimir aquella oleada de


satisfacción al descubrir que aquella mujer no tenía ataduras ni
sentimientos hacia su ex-marido. Nadie que la atara, ni nadie que la
hubiera explorado por completo. Era una perspectiva muy intrigante:
Megan Worth, una mujer que podría despertar todas las fantasías de
pasión de cualquier hombre, y no había conseguido sentidas nunca.

La rabia que sentía ella en ese momento era una especie de armadura
contra la excitación. ¿Cómo conseguiría convertir aquella chispa en un
fuego inagotable? ¿Cómo hacer que su pasión ardiera?

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Cuatro

-Debe de ser cerca de media noche -consiguió susurrar Megan por fin
¿No deberíamos irnos?

Michael volvió en sí y frunció el ceño con desgana. -Supongo que sí.


Gino va a presentarme su dimisión otra vez si no llego a tiempo.

-¿Otra vez? ¿Es que ya lo ha hecho antes?

-Lo hace al menos una vez a la semana - asintió Michael burlón-o


¿Recuerdas lo que te conté de esos convertidos al sol? Pues Gino no es
uno de ellos. Echa de menos la nieve y las carreras suicidas contra los
taxistas de Nueva York.

-¿Sois amigos desde hace mucho tiempo?

La vacilación de Michael fue demasiado ligera como para poderse


apreciar.

-Un tiempo más que suficiente. ¿Has recogido todo?

Megan desenroscó el asa de su bolso del respaldo de la silla y se puso


en pie. No le sorprendió encontrar a Michael a su lado al instante. Tan
cercano como para que sus cuerpos se rozaran.

-¿Tenéis tu prima y tú el calendario muy apretado mientras estéis aquí?

Megan sacudió la cabeza y sonrió.

-La idea de Shari de un calendario apretado es planear despertarse a


alguna hora del día.

-Bien. Así no le importará si te rapto para cenar mañana por la noche.

_Yo... yo ... no lo sé. Depende de cómo se encuentre.

-Si te tienta, me encargaré de que le pongan un somnífero en el té de la


tarde.

Megan se rió.

-No te puedo prometer nada, Michael. Tendré que esperar a ver lo que
pasa mañana.

-Me parece bien -dijo él, pasando el brazo bajo el codo de Megan.

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Volvieron sobre sus pasos a través de los obstáculos humeantes de la


cocina y se detuvieron en el mostrador. Allí George clavó los ojos en
Megan y le preguntó qué le había parecido la cena. Sólo los desvió
cuando creyó que la felicitación era auténtica. Ella prometió que nunca
había tomado un marisco tan delicioso y que volvería para probar sus
filetes de tiburón.

Ninguno de los dos prestó demasiada atención a Michael cuando éste se


sacó una cartera de piel y extrajo una pila de billetes. Megan ni siquiera
hubiera echado un segundo vistazo, de no ser porque los billetes eran
de cien dólares y sacó los suficientes como para sumar al menos mil
dólares. En un instante, habían desaparecido en uno de los profundos
bolsillos de George.

-Gracias, George -estaba diciendo Michael-. La salsa podría haber


estado un poco más picante, pero en conjunto estaba todo bastante
bueno.

-¿Bastante bueno? -se quejó George-. La próxima vez, te prepararé mi


propia salsa picante y veremos si puedes probarla sin empezar a gritar
como un niño.

-No es tu salsa lo que me hace gritar a mí -le confió Michael con un


guiño.

George echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada que siguió a
Megan y a Michael todo el camino hasta la salida.

Meg estaba todavía impresionada por la enorme suma de dinero que


acababa ver cambiar de manos. Con lentitud sintió la presión de los
dedos de Michael en su antebrazo desnudo. Con más lentitud aún,
reaccionó ante el Mercedes negro aparcado al lado del Ferrari.

-Buenas noches, señor Vallaincourt -surgió una voz de entre las


sombras-o La recepcionista de su hotel tuvo la amabilidad de decimos
dónde podíamos encontrarle.

Eran tres hombres. Los tres vestidos con trajes oscuros. Se habían
situado sospechosamente entre ellos y el restaurante como para ser
pura casualidad. El más cercano, que era el que había hablado, se
adelantó y la grava crujió bajo sus pisadas. Se detuvo al llegar a la
portezuela y, bajo la débil luz, Megan reconoció a uno de los hombres
que había visto en el casino.

-Al señor Samosa le gustaría vedo, si no está demasiado ocupado.

-¿No puede esperar hasta mañana? -preguntó Michael con tono de voz
helado.

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El hombre se encogió de hombros y se retiró a un lado la americana


para mostrar una pistolera abrochada a su cintura.

-Parece ser que el señor Samosa ha decidido volver esta noche a


Venezuela y quiere hablar con usted antes de irse.

La fría mirada de Michael se deslizó brevemente sobre los tres hombres


con la agudeza del filo de una navaja. Tenía el cuerpo tenso, y a través
de la presión de sus dedos, le comunicaba a Megan confusos mensajes.
Él conocía a aquellos hombres. No le gustaban ni se fiaba de ellos, sin
embargo, y no le seducía particularmente la idea de acompañarlos a
ningún sitio en medio de la noche.

-Supongo que podría concederle diez minutos ¿Les importa que la


señora se vuelva a su hotel?

El extraño miró a Megan con desinterés y se encogió de hombros de


nuevo.

-Despídanse rápidamente. Ah, y... -el hombre alzó una mano cuando
Michael empezó a avanzar y le detuvo apoyándola en el pecho de su
esmoquin. Sonrió y deslizó los dedos bajo las solapas sacando una
pequeña automática-o Le guardaremos esto un ratito, si no le importa.
Se la devolveremos después.

Los músculos de la mandíbula de Michael se tensaron y su expresión se


volvió más sombría cuando acompañó a Megan hasta el Ferrari. -
Michael, ¿quiénes son esos hombres? ¿Qué tienen que ver contigo y por
qué llevas un arma?

Su última pregunta resonó en la cabeza de Megan al comprender que la


había llevado toda la noche mientras cenaba sentado frente a ella. -
¿Sabes conducir con palanca de cambios?

-¿Con palanca de cambios? Sí, pero...

-Bien. Llévate el coche al hotel. ¿Crees que sabrás encontrar el camino


de vuelta? Tienes que girar a la izquierda al llegar a la autopista y
seguir recto hasta el puerto. No creo que tengas problemas una vez que
llegues allí. Pregunta a cualquiera si te pierdes.

-¡Michael! ¡No puedo conducir tu coche!

-No tienes otra elección -dijo él sin rodeos-

No te preocupes. Lo harás bien.

-Michael, ¿quiénes son esos hombres? ¿A dónde te llevan? ¿Quieres que


llame a la policía?

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Él inspiró con fuerza para calmarse, pero dio la impresión de que


hubiera preferido sacudida.

-No, no quiero que llames a la policía. No quiero que hagas nada salvo
meterte en ese coche y conducir hasta el Privater. Conozco a esos
hombres. Trabajan para un socio mío que duerme por el día y trabaja
por la noche. Todo va bien. A esos tres... -hizo un gesto a su espaldas-,
les pagan extra para actuar como matones.

-Pero Michael…

Él la besó, con fuerza y rapidez, y la apartó a un lado para abrir la


puerta del deportivo.

-Entra. Vuelve al hotel. Vete directa a tu bungalow y duerme bien esta


noche. Mañana me pasaré para invitarte a desayunar.

Megan miró a sus espaldas. Los tres hombres estaban yendo hacia el
Mercedes. El que había hablado antes pareció divertirse al examinar el
revólver de Michael. Pareció sentir los ojos de Megan clavados en él
porque se volvió y sonrió. La fea expresión hizo que Megan sintiera una
oleada de repulsión por todo el cuerpo. Michael sintió su reacción y se
tornó aún más sombrío.

-Te lo explicaré todo mañana -prometió y la empujó con gentileza


dentro.

Cuando la sentó tras el volante, le abrochó el cinturón de seguridad,


metió la llave en la ignición y pulsó varios botones del salpicadero hasta
que los faros iluminaron la noche.

-¿Debería... debería al menos buscar a Gino y contarle lo que ha


sucedido?

Michael analizó por unos segundos la ovalada cara, y se inclinó a


besada de nuevo.

-Haz exactamente lo que te he dicho -murmuró contra sus labios-. Vete


a tu habitación, cierra la puerta con llave y no abras a nadie hasta por
la mañana.

Cediendo a un impulso, Megan alargó los brazos y le rodeó el cuello. Lo


empujó hacia abajo para atraerlo hacia ella y lo besó con la urgencia y
la desesperación que estaba sintiendo. La respuesta de Michael fue un
intenso brillo en los ojos cuando finalmente se enderezó. Megan pudo
ver la promesa reflejada en los plateados ojos azules y escuchó el eco
del susurro, apenas audible por el ruido del motor.

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-Mañana.

-Michael, por favor. ..

-Vete. Ahora mismo. Quiero verte conducir de vuelta.

Megan deslizó una mano temblorosa sobre la palanca de cambios.


Encontró el embrague con el pie izquierdo y lo apretó. Después
maniobró hasta que el brillante deportivo rojo empezó a dar marcha
atrás.

-No le tengas miedo -le ordenó Michael-. Trátalo como a un amante.


Con delicadeza pero con firmeza. Lo harás muy bien.

Megan metió la primera y, al segundo tirón, se encontró de camino en


dirección a la carretera principal. La última visión que tuvo de Michael
fue a través del retrovisor. El seguía allí de pie donde lo había dejado,
con las manos en los bolsillos y el cuerpo bañado por la luz rojiza de los
faros traseros del Ferrari.

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Cinco

Con más de diez imágenes diferentes discurriendo por su mente, Megan


se encontraba al borde del pánico cuando entró en el aparcamiento
privado del Privateer's Paradise. Había estado luchando contra sus
instintos y su sentido profesional cada kilómetro del camino. Ambos le
inducían a conducir directamente a la primera estación de policía para
informar de lo sucedido.

Unos hombres armados se habían llevado a Michael. Había intentado


calmarse diciéndose a sí misma que el comportamiento de su socio era
normal, aunque excéntrico, pero Megan no podía olvidar la tensión en
la cara de Michael. La había sentido en su brazo y saboreado en sus
labios. Tensión y rabia. Una rabia ciega y sorda que ella había visto
muchas veces en los años dedicados a la persecución del crimen.
Demasiado conocida como para tomársela con ligereza.

¿Quién era Sarnosa y por qué insistía en una cita a altas horas de la
noche? Megan intentó recordar los retazos de conversación oídos en el
casino entre los dos hombres y se acordó del enfado de Michael sobre
una supuesta discrepancia en las comisiones.

Pero, ¿comisiones sobre qué? ¿Qué era lo que Sarnosa vendía y quién lo
compraba? Los dos hombres habían dejado entender que no podían
llegar a un acuerdo final hasta que no hicieran una serie de llamadas
telefónicas a sus respectivos clientes. Si los dos eran intermediarios,
entonces ¿podría ser Vinncent Giancarlo el cliente de Michael?

¿Podría haber alguna base con fundamento en las sospechas de


Hornsby o estaba dejando que su imaginación se desbocara?

Por desgracia, no hacía falta un gran esfuerzo imaginativo para ver que
el casino podía ser la tapadera perfecta para una operación de blanqueo
de dinero. Miles de dólares pasaban por las manos de los croupiers
cada día. Dinero de cualquier procedencia podía entrar por una puerta
y salir por otra limpiamente y sin poder seguirle la pista.

y otra cuestión más escabrosa ¿Quién era George Samson y por qué le
había dado Michael tanto dinero?

Megan se estremeció al comprender que seguía sentada dentro del


Ferrari aparcado. El luminoso reloj señalaba las 12:15 la última vez que
se había fijado. Quince minutos más tarde de la hora en que Gino
Romani esperaba que Michael apareciera por el casino.

¿Qué podía hacer?

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A pesar de las firmes instrucciones de Michael de que volviera


inmediatamente a su bungalow y de que no hiciera nada hasta por la
mañana, Megan sabía que no podía obedecerlo. Y aunque iba en contra
de su instinto, también sabía que tampoco podría llamar a la policía
local. Fuera cual fuera el asunto en que Michael estuviera involucrado,
dudaba mucho que los perezosos policías isleños, pudieran ayudada, o
siquiera que apreciaran su intromisión.

Eso sólo le dejaba una alternativa.

Megan se apresuró a salir del aparcamiento para entrar en la recepción


del hotel. Pasó por delante del mostrador y siguió por el corredor de
columnas de mármol hasta el arco de la entrada del casino. Sofocada
por la prisa, se aproximó al primer hombre de seguridad que encontró.
Le preguntó dónde podría localizar a Gino Romani.

-¿El señor Romani? Terminaba su turno a media noche ¿Puedo yo


ayudarla en algo?

-¿Terminaba su turno?

Megan no había contado con eso y se quedó pestañeando


estúpidamente ante el guarda.

-Sí, señora. Y a decir verdad, hoy se fue un poco más pronto de lo


normal, pero volverá a incorporarse mañana al mediodía. Si no le
importa esperar...

Megan no escuchó el resto de la información del guarda. Se volvió y


salió corriendo por el pasillo. Se abrió camino por entre la multitud de
huéspedes maldiciendo entre dientes al escuchar piropos de borrachos
a su paso. Tropezó con dos amorosas parejas sentadas al borde de la
piscina aprovechando las amplias sombras, pero les hubiera importado
lo mismo que si hubieran sentido un tornado pasando hacia el
bungalow número cuatro.

Las llaves, naturalmente estaba en el fondo de su bolso y Megan dejó


escapar un juramento que hubiera hecho sentirse orgulloso a cualquier
camionero. Por fin las encontró y las metió en la cerradura. Cuando
empujó la puerta se encontró con un inesperado brillo de luces.

Shari estaba reclinada en uno de los cojines de flores con la brillante


mata de cabello rojo limpia y esponjosa Y perfectamente maquillada.
Llevaba puesto uno de los pareos de seda de Megan y se lo había
enrollado artísticamente para mostrar más piel de la que el diseñador
había pretendido.

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-¡Vaya, Megan! ¡Ya has vuelto! ¿Has tenido una buena cena? Gino vino
a decirme lo del restaurante de George y que teníamos que hacer un
hueco para que lo conociera yo. Quizá podamos ir los cuatro juntos.

Shari sonrió brillantemente Y agitó las pestañas y Megan sólo pudo


mirar de un cojín al otro. De la postura enrollada y relajada de Shari en
una esquina a Gino, en mangas de camisa, en la otra.

-Señora Worth -saludó poniéndose en pie al instante-o Espero que no le


importe. Vine antes a ver si Shari, si la señorita Stevenson se
encontraba... bien y bueno, nos quedamos charlando.

_y le invité a que volviera a tomar una copa cuando terminara de


trabajar. No me mires tan escandalizada, Meg. Hemos mantenido la
mesa entre los dos todo el tiempo.

-Señor Romani, me alegro de que esté usted aquí -consiguió decir


Megan a pesar suyo-o Me pasé por el casino a buscarle y me dijeron que
no volvería hasta mañana.

-¿Estaba usted buscándome?

-Sí... yo -Megan vaciló y miró a Shari-. Señor Romani, ¿podemos hablar


un instante en privado? Es importante.

Gino respondió a la urgencia de su voz y sólo se retrasó lo justo para


recoger su chaqueta y caminar hacia la puerta. Al ponérsela, pareció
recuperar su papel de jefe de seguridad y con un saludo brusco a la
asombrada Shari, siguió a Megan a la luz de la luna.

-Señor Romani -Megan se volvió, demasiado impaciente como para dar


un paso más-o Pensé que debería saber... que le ha pasado algo a
Miichael. Estábamos yéndonos del restaurante de George cuando nos
encontramos a unos hombres que lo estaban esperando. Eran tres y
todos llevaban armas. Michael tenía también una pistola, pero se la
quitaron y...

-¡Espere, espere! -le pidió Gino-. Un poco más despacio, señora Worth.
¿Me ha dicho que tres hombres atacaron al señor Vallaincourt?

-No lo atacaron exactamente, pero estaban esperando por nosotros


cuando salimos del restaurante. Yo sólo vi una pistola, pero sé que
todos la tenían. Al menos tenían pinta de tenerla, si entiende lo que
quiero decir.

-Sí, sé lo que quiere decir. O sea que estaban saliendo del George's y los
detuvieron en el aparcamiento.

¿Aquel hombre era sordo o sólo lento?, pensó Megan con impaciencia.

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-Sí, nos estaban esperando en el aparcamiento.

Creo que había visto a uno de ellos antes en el casino. Estaba con el
hombre bajo de aspecto latino con el que Michael y usted estaban
hablando, Sarnosa, creo que se llamaba.

-¿Sarnosa? -las duras facciones de Gino se fruncieron durante los


segundos que tardó en soltar una maldición-o ¿Y qué hizo Michael?

-¿Perdone?

Gino repitió la pregunta.

-¿Que si actuó como si fuera con ellos de buena gana o intentó hacerles
dar con la nariz en tierra antes de que le convencieran?

Megan pareció asombrada.

-No creo que eso sea lo importante, señor Romani. Yo estaba tan
preocupada que casi me salgo con el Ferrari fuera de la carretera media
docena de veces antes de llegar aquí.

-¿Que él la dejó conducir el Ferrari?

A Gino se le abrieron unos ojos como platos de la sorpresa.

-No teníamos mucha elección -le cortó ella con frialdad-o ¿Y qué
importa que lo condujera yo o no? ¿No le preocupa más lo que le haya
ocurrido que el maldito coche?"

Gino se frotó la barbilla pensativo.

-Señora Worth... si Mikey no conociera a esos muchachos y no hubiera


querido ir con ellos, los habría tirado por tierra y estaría con usted
ahora mismo aquí.

-¡Pero tenían pistolas!

-Todo el mundo en la isla las tiene. Es de los que no las llevan de los
que hay que preocuparse. Y yo conozco a Sarnosa. No vale más de un
par de dólares, así que cree que necesita un par de matones para ir a
cualquier sitio. Pero sólo son mensajeros que consiguen su sueldo por
parecer peligrosos.

-Eso es lo mismo que dijo Michael -afirmó Megan muy despacio.

-Pues ya lo ve. No hay problema -Gino sonrió como un enorme osito de


peluche-o y ahora, ¿qué le dijo Michael que quería que hiciera?

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-Dijo ... me dijo que volviera al hotel.

-¿Y?

-Y… Y que durmiera bien esta noche. Que me explicaría todo por la
mañana.

-¿Y no le dijo que me buscara a mí?

-No. No lo hizo. Se lo sugerí, pero...

-Pero le dijo que volviera a la habitación y que no se preocupara.

-Sí, pero...

-Entonces, creo que debería hacer lo que él le sugirió. Mire, si le dijo


que él le explicaría todo por la mañana, aquí estará.

Megan no estaba muy convencida. Todavía muy nerviosa, no podía


dejar de enrollar y desenrollar la correa de su bolso.

-Señora Worth -susurró Gino con suavidad-o Mikey es un hombre


crecido. Sabe cuidar de si mismo. Y esta no es la primera vez que le
interrumpen los planes de una noche. Va con el trabajo. El Privater's
tampoco es el único casino de la isla. Algunos de los muchachos, los
grandes jugadores, ¿sabe?, tienen horarios muy extravagantes. Toman
el desayuno por la tarde y la cena a las cuatro de la mañana. Realizan
su trabajo en las horas intermedias. Samosa lleva revoloteando por aquí
desde hace un par de días, poniéndonos a todos los nervios de punta,
especialmente a Michael -Gino posó la mano sobre el brazo de Megan en
un gesto de ánimo-. No se preocupe. Como le he dicho, si le dijo que la
verá por la mañana, la verá por la mañana. Y en lo que a mi respecta,
parece que tendré que volver al trabajo unas pocas horas extra. ¿Se lo
explicará a la señorita Stevenson de mi parte?

Megan asintió, demasiado aturdida y enfadada como para fiarse de sus


propias palabras.

Gino la dejó de pie sola en el camino de grava. Pocos minutos después,


cuando Megan volvió al bungalow, encontró a Shari todavía acomodada
en el cojín. El pareo estaba estratégicamente situado para mostrar sus
graciosas piernas dobladas.

-¡Ah! -pareció decepcionada-o ¿No ha vuelto contigo?

-Tuvo que volver al casino, pero te envía sus excusas.

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-¡Maldición! ¿No es el más fantástico tiarrón que has visto en tu vida?


Tiene unas espaldas por las que se moriría cualquier chica... y unos
músculos...

Megan se dejó caer en el asiento que había dejado vacío Gino.

-Parece que te sientes mejor.

-Yo siempre he dicho que la mejor cura para cualquier enfermedad es


un buen hombre.

Megan echó la cabeza hacia atrás e hizo una mueca cuando el moño se
le clavó en la nuca. Metió la mano hacia atrás y se quitó el prendedor de
perlas. Después empezó a quitarse horquillas hasta que el sedoso
cabello de oro se esparció libre como una cascada por sus hombros.
Entonces empezó a darse masajes con la punta de los dedos.

-Me da la impresión de que algo te ha estropeado la cita con Michael,


¿me equivoco?

Los dedos de Megan quedaron paralizados. -No era una cita. Nos
encontramos por casualidad en el restaurante del hotel y él sugirió que
podíamos ir a algún sitio a cenar.

-¿A algún sitio estando ya en un restaurante?

¡Qué original!

-Tenía que resolver unos asuntos.

-¿En el George's?

-Sí, en el George's -repitió Megan con rapidez.

"Un asunto de algunos cientos de dólares", pensó Megan. ¿Se habría


perdido ella algo durante la cena? ¿Algún intercambio de otro tipo? No.
Michael había estado a la vista toda la noche. Si algún alijo hubiera
cambiado de manos, ella se habría dado cuenta.

-Para ser alguien que disfruta tanto de su intimidad -comentó Shari con
sequedad-, estás mejorando mucho. ¿O también era Gino otra vieja
asignatura pendiente?

-¿Qué? ¡Oh, no! -Megan se frotó los ojos con las manos-o Michael nos
presentó esta tarde. Necesitaba hablar con alguien y, bueno, era la
primera persona en la que pensé.

-¿Y yo qué soy? ¿Un pedazo de berza?

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-Quiero decir, alguien conectado con el complejo. Siento haber


interrumpido vuestra conversación.

El enfado de Shari cedió al ver la preocupación de su prima.

-Dos cabezas son mejor que una, ya sabes

-le ofreció apoyo- Puede que yo no sea elegida para la oficina del fiscal
general, pero sé algunas cosas sobre cómo resolver guiones de misterio
un poco complicados. Y como mi cerebro parece siempre funcionar al
contrario que el tuyo, quizá pueda servirte de ayuda.

Megan se mordió el labio pensativa. Sabía que tarde o temprano tendría


que contarle a su prima la historia entera, pero por el momento, le
contaría sólo 10 necesario para que tuviera algún sentido.

-De acuerdo, Shari debería decir Constance.

Suponte que el protagonista y la protagonista están disfrutando de una


agradable velada juntos en un pequeño chiringuito aIado del mar...

Le contó a Shari todo lo de la cena, la conversación fluida y los


recuerdos que habían compartido. La reacción de su prima ante lo de
los mil dólares fue la misma que la de Megan: De asombro. Pero su
respuesta a la historia de los tres hombres esperando en el
aparcamiento, para sorpresa de Megan, se pareció a la de Gino.

-Si accedió a irse con ellos, es que los conocía.

-¡Pero tenían armas! Parece ser que yo soy la única aquí que piensa que
es un poco asombroso que a alguien lo obliguen a acompañar a unos
matones a punta de pistola. Por no mencionar el que podía ser algo
ilegal…

-Ya sale la abogada en ti, Megan. Sumado al hecho de que vives en la


parte más lujosa de Manhattan, donde las pistolas sólo son un
accesorio de moda como mucho. Deberías visitar Queens más a
menudo. Pero volviendo a 10 de Michael, si hubiera algo turbio y que se
les fuera escapar de las manos, ¿por qué esos matones te habrían
dejado a ti volver sola? Y aunque no quisieran retenerte como rehén, no
creo que te dejaran detrás como testigo. Es evidente que no les
preocupabas demasiado. Simplemente tendrían que hablar de negocios
en privado. ¿No te parece?

Megan se frotó las sienes. Por desgracia, sí que tenía algún sentido. Si
aquellos hombres hubieran tenido intención de hacerle daño a Michael,
definitivamente no habrían permitido que ella escapara con tanta
facilidad. Sí, podía suponer que no se trataba más que de un asunto de
negocios.

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-Decepcionante, ¿verdad? Un magnífico guión que se cae por tierra


delante de tus mismas narices.

-Yo no diría que es exactamente decepcionante -le contradijo Megan,


enfadada.

-¿Lo vas a ver mañana?

-Supongo que tendré que hacerla. Tengo las llaves de su coche.

-¿Vas a volver a cenar con él si te lo pide? Megan alzó la cabeza


sorprendida.

-¡Por supuesto que no!

-¿Ni siquiera si la explicación es medianamente convincente?

-Ni aunque me hiciera gemir de miedo.

-Si un hombre me hiciera gemir con cualquier cosa, aunque fuera sólo
de asma, no lo despreciaría con tal facilidad. De hecho... -Shari
contempló con picardía la copa que Gino había dejado en la mesa-,
Ginio me ha contado que hay una fiesta en el salón de baile principal
mañana, y él... bueno, me preguntó si pensaba ir. Es una fiesta de rock
y ya sabes cómo me gusta a mí esa música. Me gusta tan poco como las
pasas, pero si te vas a enfurruñar porque vaya, entonces...

-No estoy enfadada. Estaba preocupada y todavía lo estoy, a pesar de


tus deducciones y teorías. y en cuanto a Gino, no soy tu guardián.
Puedes hacer lo que te venga en gana con quien te venga en gana.

-Mmm. Reconozco ese tono de voz. Es el que usas en los tribunales


antes de pedir la pena de muerte.

-No tienes ni idea de cómo discuto cuando la pena de muerte está en


juego -empezó a defenderse Megan enfadada-o No estoy intentando
convencerte de que hagas algo o lo dejes de hacer. Estoy cansada. He
pasado una hora demencial y estoy un poco atontada. Lo siento.

Shari observó la cara de derrota de su prima bajo una máscara de


preocupación.

-Michael se encontrará bien, Meg. No te preocupes. Lo verás por la


mañana y te explicará todo, como te ha prometido. Naturalmente,
entonces espero que tú me lo expliques a mí. Suena a un guión
estupendo para una romántica novela de misterio.

-En tus sueños, Constance -le amenazó Megan.

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-Sí, bueno. Por desgracia ahí es donde encuentro a la mayoría de mis


seductores protagonistas. . Por lo menos hasta ahora. Estoy pensando
que esta situación tiene un montón de posibilidades. Muchas
posibilidades, para ser sincera.

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Seis

Megan no pudo dormir en toda la noche. Se adormiló justo cuando el


sol empezó a levantarse sobre el horizonte, que fue cuando decidió que
ya había perdido demasiado tiempo mirando al techo. Volvió a
despertarse un par de horas más tarde, sintiéndose peor que antes. La
cabeza le palpitaba y los nervios se le pusieron de punta con el sonido
de las carcajadas de los nadadores madrugadores.

Las manecillas del reloj pasaron de las 8:15 a las 8:16 entre los gemidos
de Megan. Saltó de la cama y se puso un ligero albornoz. Después de
luchar con el nudo del cinturón durante algunos segundos, abrió de par
en par las puertas del patio para que entraran los rayos del sol.

Su terraza privada se alargaba a todo lo ancho del bungalow en un


semicírculo de palmeras. Tras ellas se extendía la franja de playa
poblada también por palmeras más altas y arbustos marinos. Después
empezaba la arena rosada que era una tentación para tomar el sol. Los
más valerosos ya nadaban y buceaban en las cristalinas aguas de la
bahía, que sólo estaban a un grado por encima del punto de
congelación.

Megan se apoyó en el marco de la puerta y se preguntó por centésima


vez qué estaba haciendo allí y como se las había arreglado para tener
que resolver la ineficacia de Hornsby.

¿Por qué tendría ella que revelar el nombre auténtico de Michael al


Departamento de Justicia? ¿Y dónde estaba él? ¿Qué le habría pasado
la noche anterior? ¿A dónde lo habían llevado aquellos hombres?
¿Estaría involucrado en algo turbio? ¿Y hasta qué punto?".

Un ligero alboroto desvió la atención de Meg hacia la playa. Un chiquillo


estaba llorando. Se había enganchado el pie y había tropezado con una
raíz. La caída le había hecho derramar el fajo de periódicos que llevaba
a las cabañas. Un hombre en pantalones cortos se acercó y lo ayudó a
ponerse en pie. Después le frotó las delgadas piernas y el pie para
quitarle la arena y le ayudó a recoger los periódicos desparramados. Lo
despidió con una palabra amable y una moneda plateada y el chico
salió corriendo feliz hacia la playa. El homhre, cuya silueta quedaba en
sombras por el reflejo de la luz, dobló un periódico bajo el brazo y
empezó a caminar en dirección al patio de Megan.

Era Michael. Vivito y coleando. Tan saludable como si hubiera acabado


de salir de las páginas de una revista de modelos masculinos.

Tenía el cabello todavía mojado de la ducha de la mañana. Lo llevaba


completamente peinado hacia atrás. La camiseta que tenía puesta era
de un rojo tan intenso como el del Ferrari y contrastaba con fuerza
contra el profundo bronceado de su piel. Su complexión musculosa, que

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sólo podía haber intuido bajo el esmoquin, levantaba cabezas y hacía


bajar las gafas a su paso. Incluso la misma Megan, notó que estaba
conteniendo la respiración y sujetándose al borde metálico de la puerta.

-Buenos días -saludó Michael a distancia. Se quitó las gafas de sol y


echó un vistazo al cielo-. Parece que vamos a tener otro día paradisíaco.
-Buenos días -replicó Megan con calma- Supongo que habrás venido a
buscar las llaves de tu coche.

Él se detuvo sólo lo justo para esbozar una sonrisa.

-Pues la verdad es que no. Pero creo recordar que tenía una cita para
desayunar contigo. Aquí te traigo el periódico y el café llegará en cinco
minutos.

Megan no hizo caso del periódico que le tendió ni le devolvió la sonrisa.


Sin embargo, en vez de estropear su disposición festiva como pretendía,
su sequedad sólo consiguió aumentar la viril sonrisa. Los ojos de
Michael brillaron con aprecio y aprovecharon la generosidad de la brisa
que marcaba los contornos del cuerpo de Megan. Su camisón era de un
fino satén que se rendía sin protestas a las suaves caricias del viento.
Llevaba el cabello largo y suelto, bastante parecido a como Michael
había soñado la noche anterior y el efecto de todo ello en sus sentidos le
costó unos momentos de dura concentración.

-Ya sé que está muy usado -murmuró él-Pero, ¿te han dicho que estás
preciosa cuando te enfadas?

-No estoy enfadada. ¿Por qué debería estarlo?

-Oh... supongo que puedo equivocarme, pero yo diría que anoche


estabas un poco irritada por lo que sucedido.

-Según tú y el resto del mundo, no sucedió nada anoche. Y no estaba


irritada -cortó ella en seco-o Estaba muerta de miedo.

-No deberías haberlo estado. Ya te dije que no había nada de qué


preocuparse. Era una reunión de negocios, arreglada de una manera
muy poco ortodoxa, lo reconozco. Pero en mi línea de trabajo, a veces
tropiezo con personajes muy poco ortodoxos.

-¿Y cuál es exactamente tu línea de trabajo, Michael?

Los intensos ojos azules se entrecerraron ligeramente.

-Empresario y futuro capitalista. ¿Algo ilegal en ello, Consejera?

-No, si eso es todo lo que haces -la falta de sueño y los pocos
remordimientos de Michael consiguieron que el enfado de Megan

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subiera de tono-Pues en mi línea de trabajo, los hombres que acuden a


una reunión de negocios en compañía de unos gorilas armados,
normalmente no llevan a cabo transacciones que se puedan publicar en
el Wall Street Journal!.

Michael estudió su expresión durante unos segundos.

-Ya entiendo. Y por asociación, supones que yo debo ser uno de esos
gorilas armados, ¿verdad? -Si la pieza encaja...

Michael dobló las patillas de sus gafas muy despacio y las colgó del
cuello de la camiseta. Al flexionar la mano, el anillo de sello reflejó un
rayo de sol directamente en los ojos de Megan.

-Si no te conociera más -comentó él en voz muy baja-, pensaría que me


estás acusando de algo.

-Siento que lo veas de esa forma. La curiosidad insaciable es una


deformación profesional en mi trabajo. Es un hábito muy difícil de
romper, incluso cuando estoy de vacaciones.

-¿Lo estás? De vacaciones, quiero decir.

Megan sintió una oleada de calor por todo el cuerpo. El tinte de sus
mejillas era tan intenso como imposible de disimular. A Michael le pilló
con la guardia baja. Había lanzado un tiro al aire, y no esperaba recibir
la respuesta con tal rapidez.

El cambio de su expresión fue una de las cosas más desagradables que


Megan había presenciado en toda su vida. Todo el calor y la
camaradería desaparecieron al instante. Sus ojos brillaron con la
frialdad de un glaciar y sus labios se tensaron.

Megan pudo sentir cómo él volvía con la memoria a la conversación que


habían tenido el día anterior, buscando pistas que se le hubieran
pasado por alto, errores que pudiera haber cometido. Fue entonces
cuando Megan lo creyó capaz de hacer casi cualquier cosa.

-Si... si esperas un segundo, te daré las llaves -interrumpió ella ansiosa


por romper el hielo de sus ojos.

-No te molestes. Puedes dejarlas en recepción cuando te venga bien.

Los dos se volvieron ligeramente al oír unos pasos a sus espaldas, pero
era sólo el chico al que Michael había ayudado poco antes. Llevaba en
las manos una pequeña bandeja.

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-Aquí llega Rickey con tu café. Me perdonarás si no te acompaño, pero


si bebo demasiado pronto por las mañanas, me estropea el buen humor
para el resto del día.

Con esas palabras se dio la vuelta. El paso desenfadado y alegre con


que había aparecido desde la playa, se convirtió en uno brusco y rápido,
que salvó la distancia del patio al camino de grava en unos segundos.

La ligera oleada de pánico de Megan se transformó en una fuerte


sensación de resentimiento. Miró furiosa al muchacho que posaba la
bandeja en la mesa del patio. No respondió a su amistoso saludo, sino
que lo envió tembloroso de vuelta a la playa, al cerrar la puerta de un
portazo.

Se fue directamente al armario y abrió de golpe el cajón superior. Allí, al


lado de algunas joyas y bisutería que Megan había llevado para el viaje,
estaba la pulsera de oro que le había dado Hornsby.

Cogió el brazalete, lo mantuvo en la palma de la mano y comparó el


peso de su conciencia con el peso de sus sentimientos. Quince años era
mucho tiempo. La gente cambiaba. Era obvio que Michael ya no era
aquel muchacho que había intentado convencerla con toda su alma de
que él no estaba hecho de la misma madera que los vecinos de su
barrio. ¿Pero en que se había convertido? ¿Qué era ahora Michael? ¿Un
criminal? ¿Un estafador?

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Siete

-Tienes que decidir ahora -insistió Shari-. O vamos juntas a la fiesta, o


nos pasamos aquí la noche contando las flores del papel pintado.

-No quiero ir a la fiesta -anunció Megan con calma-o No me siento de


humor para fiestas.

-Pero es una fiesta de rock and rool Con música antigua, bandas
divertidas, gomina, patillas y calcetines de los cincuenta-o ¡Será muy
divertido!

-Creía que odiabas el rock and rool

-No es que sea mi música favorita –suspiró Shari con aplomo-, pero no
la odio.

-La comparaste con tu afición por las pasas.

-Las pasas son un alimento necesario a veces.

-Pues vete tú y diviértete. Yo no te lo estoy prohibiendo.

Shari frunció el ceño y se cruzó de brazos.

-De acuerdo. Adelante. Estropéame el resto de las vacaciones.

-Sólo llevamos aquí dos días. No unas vacaciones enteras.

-Lo son si una se ha pasado el día de la cama al retrete y del retrete a la


cama en vez de recorrer la isla por la noche en un Ferrari rojo.

Megan se fue a buscar una aspirina.

-Fui al mercadillo contigo esta mañana, ¿no te acuerdas? Comí sopa de


almejas típica y me quemé la nariz en la playa contigo esta tarde, ¿o no?
y acabo de venir de acompañarte a cenar langosta... ¿Cuanta más
compañía necesitas? Además, pensé que tenías una cita con Gino esta
noche.

-No tengo ninguna cita. Bueno, al menos no exactamente. Él sólo


mencionó que estaría trabajando en el baile del casino esta noche, y
que si por casualidad me pasaba por allí, me invitaría a una copa.

Megan tragó dos aspirinas y miró a su prima desde el borde del vaso.

-Entonces, ¿para qué me necesitas a mí?

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-No quiero ir sola -repitió Shari con obstinación-. No quiero que nadie
piense que no tengo nada mejor que hacer que estar sentada esperando
a que él tenga tiempo de invitarme a una copa.

Megan dejó escapar un gemido de impaciencia. -¿Y qué hay de los tipos
que conociste esta tarde en la playa? ¿No va a ir ninguno a la fiesta?

Shari la miró horrorizada.

-¡No quiero que parezca que voy con una cita!

Y lo que es más, esos tipos no me pedirían que fuera con ellos por
miedo a que aparezcas tú. Sinceramente, Meg. Estuviste insoportable
esta tarde. Sólo porque estés enfadada por lo que Michael te dijera o
dejara de decir, no tenías por qué descargarlo con nosotros, gruñendo y
mordiendo a cualquiera que se acercara a un metro de ti.

-No gruñí ni mordí.

-Bien, entonces, ¿vendrás a la fiesta?


Megan abrió la boca para discutir, pero la cerró sin decir una sola
palabra. Sería más fácil acceder. Ir a la dichosa fiesta el tiempo
suficiente como para que Shari encontrara alguna cara amistosa.
Entonces, cuando hubiera cumplido con su cometido, se escaparía
discretamente para volver a la paz y tranquilidad de su bungalow.

-De acuerdo. Si te va a hacer feliz, iré. Pero me debes un favor, querida


prima. Como una excursión de buceo por el acantilado mañana.

La expresión de triunfo de Shari se desvaneció un segundo. Le


encantaba estar en el agua casi tanto como volar. Como compensación,
estaba la bronceada musculatura de Gino Romani. Tomó la decisión
con un vaivén de cabeza y una expresión de pesadumbre.

-Trato hecho. Estaré lista en cinco minutos. Megan se movió a un ritmo


menos entusiasta.

Estuvo maldiciendo en voz baja todo le rato mientras escogía un


vestido. Al final eligió uno de un verde tan pálido que era casi blanco. El
corpiño era una banda ajustada con muchos tirantes finos como
spaghetis. Mientras se ajustaba los pliegues de la falda, la pulsera de
oro que llevaba centelleó en el espejo.

Un toque de laca puso en su sitio los mechones que se le habían


escapado del moño. Una gota de perfume en el cuello la revitalizó lo
suficiente como para responder con una sonrisa de resolución a las
llamadas impacientes de Shari desde la salita.
El vestido de su prima era de color rosa palo y florecitas que pegaban
muy bien con el ambiente tropical de la isla. Se había puesto varias

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hileras de conchas alrededor del cuello y las muñecas y se había


recogido el rebelde pelo rojo a ambos lados de la cara con dos peinetas.

Shari contempló la elegancia desenfadada de su prima con ojos críticos.

-Parece que te has vestido como para un concierto de música clásica.

-Siempre estoy a tiempo de ponerme el camisón -le advirtió Megan.

-He oído que el buceo es fantástico.

Las dos primas salieron riendo del bungalow y recorrieron del brazo la
corta distancia hasta el edificio principal. Justo al llegar a las puertas
correderas, Megan se detuvo al ver una enorme mano que se les
adelantó a alcanzar el pomo.

-Bien, bien ¡Mira a quien tenemos aquí! Señora Megan -saludó Dallas
jovial- ¿Van a intentar probar suerte en las mesas esta noche?

-No creo -dijo Megan con una sonrisa burlona-. Creo que ya he gastado
mi estrella de la suerte para el resto de las vacaciones.

-¡Bah! ¡Bobadas! Si cambia de idea antes de que se le acaben las dos


semanas... me dijo que iba a estar dos semanas, ¿verdad? Bueno, tiene
tiempo suficiente para dejar al casino en bancarrota. Y si lo hace, ya
sabe dónde encontrarme. El mismo asiento en la misma mesa.

"Pero no la misma encantadora jovencita", pensó Megan al contemplar


la alta rubia pegada al cuerpo de DalIas. Lucy no debió de ser tan buen
talismán como para seguir dos noches a su lado en la mesa.

DalIas las dejó al lado de los ascensores. El salón de baile principal


estaba en la segunda planta y mientras Megan contemplaba al tejano
apresurarse hacia la entrada del casino, llegó el ascensor y las
empujaron dentro entre la avalancha de gente.

-Era simpático, si te gustan los rancheros murmuró Shari a su oído- Un


rico ranchero, debo añadir. ¿Te fijaste en el tamaño del brillante de su
anillo? Por lo menos de dos kilates.

Megan sonrió tensa y jugueteó con la pulsera de oro. Había notado la


atención de varios hombres cuando cruzaron la recepción, y de algunos
más aquella tarde en la playa. ¿Se habría enterado la persona adecuada
de que ella estaba intentado establecer contacto pronto?

Megan había llevado todo el día el brazalete puesto. A medida que


pasaban las horas, sentía que el peso crecía progresivamente. Ya había
decidido que en el momento en que cumpliera con su objetivo, Shari y
ella abandonarían el hotel. No había pensado en cómo conseguir meter

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a su prima de nuevo en un avión, pero buscaría una excusa razonable


para cambiar de hoteles al menos. Preferentemente uno al otro extremo
de la isla.

El salón de baile no era ni tan grande ni tan cavernoso como el casino.


Ni siquiera tenía el tamaño que su nombre daba a entender, pero no se
libraba de las típicas bolas giratorias de espejos colgadas del techo.
Había un escenario en uno de los extremos por el que desfilaban las
diferentes bandas que actuaban. Las mesas estaban colocadas
alrededor de la inmensa pista de baile y la mayoría ya estaban
ocupadas. Las parejas que todavía permanecían sentadas,
contemplaban las piruetas de los que bailaban una melodía de Chubby
Checker.
-¿No es fantástico? -gritó Shari.

-Maravilloso -murmuró sin entusiasmo Megan.

Encontraron una mesa libre, cerca de la puerta de salida de atrás para


alivio de Megan. Enseguida pidieron las bebidas a una camarera con
coleta y minifalda. Cuando volvió con la bandeja minutos más tarde,
depositó las copas, pero se negó a cobrar el dinero que Megan había
sacado de su monedero.

-Están invitadas, señoras. El jefe ha dicho que paga la casa.

Megan siguió la mirada de la camarera y sintió al instante un nudo en


la garganta.

Michael estaba de pie al lado de la puerta. Estaba exactamente igual


que la noche anterior, con su esmoquin negro que contrastaba
terriblemente con los vestidos de florecitas de las muchachas y los
atuendos rockeros de los hombres.

-¿Ese es Michael? -se atragantó Shari. Le dio un pellizco a Megan en el


brazo con tal entusiasmo que casi le clavó las uñas-o ¿De verdad que es
Michael? ¡Es guapísimo!

Megan desvió la mirada con rapidez. No quería hablar con él. No


deseaba que aquella turbadora sensación que la invadía en su
proximidad, le nublara el juicio. Echó otro vistazo a la pulsera de oro y
la retorció calculando con desesperación la distancia desde su mesa a
la puerta de salida.

Esta viniendo hacia aquí -avisó Shari-, ¡Dios Santo si hasta anda como
un actor de cine.

Megan se levantó de golpe y tropezó con el bolso que cayó al suelo. Con
la prisa por recogerlo al instante, la cerradura se abrió y todo el
contenido se desparramó a sus pies.

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¡Maldición, maldición, maldición! –murmuró, entre dientes mientras


recogía las monedas, gafas de sol y todo lo que parecía el contenido de
la caja de Pandora.

Cuando se incorporó, pudo ver por la mirada de placer de Shari, que


toda la prisa había sido en vano.

-Buenas noches, señoras.

Shari se quedó con la boca abierta y Megan cerró los ojos.

"Si dice que es guapísimo, le pegaré un tortazo", pensó Megan con


desesperación. Juro que lo haré".

-Divirtiéndose, espero -Los ojos de Michael se posaron un instante en


Shari y sonrió- Usted debe de ser la señorita Stevenson. Megan me dijo
que te sentías mal ayer, pero veo que hoy ya has podido tomar el sol.

Shari se ruborizó hasta la punta del cabello, pero se recobró con la


suficiente rapidez como para devolverle la sonrisa.

-Hemos tenido un día maravilloso, gracias. Tu hotel es fantástico.

Michael aceptó el cumplido, ladeando ligeramente la cabeza.

-Si no te importa, me gustaría raptar a Megan para el siguiente baile.


He conseguido escabullirme del casino por unos minutos, pero estoy
seguro de que ya habrán enviado los sabuesos en mi busca.

Shari agitó una mano con aire ausente.

-No me importa en absoluto. Llévatela tanto tiempo como quieras. La


verdad es que estoy aquí sentada para acompañada hasta que lleguen
otros amigos. Y, ¡mira por donde!, ahí aparecen.

-¡Shari!

Megan no podía creer lo que estaba oyendo. Inmune a las chispas que
saltaban de los ojos de su prima, Shari se levantó e hizo el teatro de
saludar a alguien al otro lado de la pista antes de recoger el bolso y la
bebida. Antes de desaparecer, consiguió susurrar unas palabras al oído
de Megan.

-¡Por Dios Santo! Suéltate la melena de una vez. Ahora no estás en una
sala del tribunal.

Megan se quedó mirando fijamente los rojizos rizos agitarse entre las
mesas. Cuando se volvió hacia Michael, encontró una sombría mueca

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de diversión en sus ojos y, antes de que pudiera protestar, él la tomó


con delicadeza en sus brazos mientras empezaba a sonar la música.

Megan estaba todavía aturdida. Consiguió permanecer tensa la primera


mitad de la canción, pero cuando la melodía y la letra empezaron a
conspirar con el calor y la cercanía del cuerpo de Michael, se sintió
sucumbir. Todas sus resoluciones se disolvieron junto con la rigidez de
su espalda.

-No juegas limpio, señor Vallaincourt -lo acusó.

-Si me dan a elegir entre jugar limpio y ganar, prefiero ganar siempre.

Estaba tan cerca y olía tan malditamente bien... un aroma cálido, una
intoxicadora mezcla de masculinidad, sol y tabaco ...

Su mano era firme contra la parte más estrecha de su espalda. Su


corazón estaba demasiado cerca del de Megan.

-Quería disculparme por mi comportamiento de esta mañana -dijo él en


un susurro--. Me comporté con rudeza y no tengo ninguna excusa.

-No tienes nada de qué disculparte -le contradijo Megan-. En todo caso,
debería ser yo la que se disculpara. Dije algo que nunca debería haber
dicho. Yo... yo estaba enfadada y disgustada y ... y no lo debería haber
dicho.

-No, no deberías haber asumido el papel de acusador y de jurado. Pero


tenías derecho a estar enfadada. Te debía una explicación mejor que la
que te di.

Megan cerró los ojos, deseando con fervor que su boca no estuviera tan
cercana a su oído mientras hablaba. Cada palabra enviaba diminutos
ecos que resonaban por toda su columna. Allí, allí abajo se
concentraban y hervían hasta que el placer era demasiado como para
poder soportado.

-No... no me debes nada -susurró.

-Sí te lo debo.

Michael apretó el brazo alrededor de su cintura y Megan no pudo evitar


un gemido interior. Tenía que luchar contra la debilidad, contra la
tentación. Intentó concentrarse en las otras parejas de baile que se
movían sinuosamente a su alrededor, pero fue todavía peor. Miró los
destellos que se reflejaban en las bolas de espejos, pero se parecían
demasiado a los que pasaban por su mente. Era inútil. Cuanto más se
resistía al ardor, más aumentaba el calor de la llama. Cuanto más

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intentaba ignorar las sensaciones de su cuerpo, más intimidad le pedía


su carne.

Michael sintió el temblor del cuerpo de Megan y aprovechó la situación.


Enroscó su mano más posesivamente sobre la de ella y la alzó para
llevársela a los labios. Escuchó el femenino gemido y sólo tuvo que
desviar ligeramente los labios para capturado y fundido con el suyo. La
atrajo más hacia sí y la mantuvo tan cerca que sus cuerpos parecieron
fundirse juntos. Megan supo que no era ella la única que sentía aquella
necesidad y debilidad.

La boca de Michael era salvaje e incansable. Su beso tan electrificante


como las luces y la música que los envolvían. Y sin embargo, podrían
haberse encontrado completamente solos en la pista de baile. Todo lo
que había a su alrededor no existía para ellos dos.

Y cuando el beso terminó, la boca de Megan, su corazón, su ser entero,


ardían en un deseo que no había sentido en quince años.

-¿Megan?

Abrir los ojos y levantar la vista hacia él fue todo lo que ella pudo hacer.

-Megan, si te pidiera que vinieras a mi casa conmigo esta noche, ¿qué


me responderías?

-¿A tu casa?

La palabra sonaba tan sensual y turbadora en la lengua de Megan...


Sólo pronunciada pareció agootar la pocas defensas que le quedaban.

-Megan... Te prometo que contestaré a todas tus preguntas y te daré


todas las explicaciones que necesites ... pero no esta noche. Esta noche,
no quiero hablar de nada.

Megan gimió con suavidad cuando los labios de Michael cubrieron de


nuevo los suyos. La sensación de fundirse en él se extendió con una
intensidad alarmante y tuvo que apretar el brazo con fuerza contra su
cuello para evitar que le cedieran las rodillas.

Megan pensó lo desvergonzada que debía parecer, la facilidad con que


había sucumbido sólo a la presión de su cuerpo. Pero no le importaba.
No quería vivir el resto de su vida como una reina de hielo. Ella era de
carne y hueso y tenía emociones y, ¡por Dios bendito! Michael también
las tenía.

Por la mañana podría luchar contra la tormenta de recriminaciones y


culpabilidad que la asaltarían. Por la mañana podría dejar que su
conciencia la acusara. Pero por el momento... por el momento sólo

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deseaba eso. Sólo deseaba a Michael. Quería su ardor y su pasión y


quería que le enseñara a liberar aquel ardor y pasión en ella misma.

Michael dejó escapar una maldición entre dientes mientras deslizaba la


mano desde su cintura hacia abajo. Sus dedos presionaron su cadera
primero y después su pierna, subiendo de nuevo por encima de la falda.

-Dime que sí -apremió con voz ronca-o Dime que vendrás a mi casa o te
juro que te raptaré ahora mismo.

-Sí -susurró ella- Sí, Michael. Iré contigo Michael la estudió


profundamente, buscando alguna señal de falsedad. Lo que vio, sin
embargo, fue una llamarada de intensa excitación que le despertó una
oleada de primitivo ardor por todo el cuerpo.

La música terminó y Michael se soltó un poquito. Megan quedó


asombrada al comprobar que él se las había arreglado para arrastrarlos
a los dos al ritmo de la música a pocos pasos de la salida.

-Yo... tendré que avisar a Shari. Él negó con un gesto.

-No, esta vez pretendo raptarte en condiciones.

Quizá dentro de unas horas te deje usar el teléfono o... -sus ojos se
posaron en la excitante humedad de los labios de Megan -, o quizá no.

-¿Y qué hay de ti? ¿Y el casino?

-El casino seguirá funcionando perfectamente sin mí.

Michael la cogió de la mano, echó un vistazo a sus espaldas y se


apresuró a arrastrarla entre la multitud y las luces hacia la puerta.

Lo que estaba haciendo, lo que los dos estaban haciendo, era una
auténtica locura. Habían pasado quince años de cambios en sus vidas y
seguían viviendo y trabajando en direcciones opuestas. Sin embargo, a
Megan no le importó nada en ese instante. Sentía que los años, las
presiones y las responsabilidades habían sido barridos por la fresca
brisa tropical.

Se hundió en el profundo asiento del Ferrari con una sensación de


excitante libertad. Era sólo ligeramente consciente de que el tráfico que
dejaban atrás y las luces los llevaban en dirección a Freport. No sabía si
habían recorrido un kilómetro o veinte, pero a los diez minutos, el coche
se detuvo y giró adentrándose en un camino de grava, largo y sinuoso.

De la oscuridad emergió una casa blanca. Los cristales de las ventanas


reflejaron la luz de los faros del Ferrari.

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Michael apagó el motor y desapareció en la oscuridad de nuevo. Con el


coche silencioso, Megan pudo escuchar el sonido de las hojas de las
palmeras y el de las olas rompiendo en una playa muy cercana.

Dejó que él la ayudara a salir del deportivo y sintió con desmayo que
sus piernas no tenían más fuerza que cuando dejó el baile. Agradeció
que Michael le pasara el brazo por la cintura y también que la
oscuridad impidiera que se pudiera ver el color de sus mejillas.

-Dos escalones -le advirtió él mientras la dejaba sola un instante para


buscar la llave y meterla en la cerradura.

Sin estar exactamente segura de lo que iba a encontrar cuando se


encendiera la luz, Megan quedó sorprendida por la visión que apareció
ante sus ojos. La casa de Michael era simplemente eso, una casa de
playa pequeña y atestada de cosas. Los muebles no hacían juego y
habían sido elegidos sólo por comodidad, no por su estilo.

-Ya te lo advertí -dijo él y sonrió burlón mientras recogía unas prendas


que colgaban del respaldo de un sillón.

-Yo pensé que vivías en el hotel.

-Tengo habitaciones allí -explicó él-, pero vivo aquí. Cocino cuando
tengo hambre -señaló con el dedo la diminuta cocina americana-, y
limpio cuando tengo ganas.

Las últimas palabras las pronunció mientras observaba a Megan cruzar


el salón para acercarse al ancho muelle de madera de detrás de la casa.
De nuevo, se quedó sin respiración. La casa de Michael tenía una vista
espectacular a una bahía bañada por la luz de la luna. La superficie del
agua estaba tan inmóvil como una balsa de aceite. Y aún más, la bahía
se abría al océano, en una vasta franja de agua que se perdía en el
horizonte.

-Es... tan bonito -susurró ella.


-Me alegro de que te guste. Ahí es donde suelo dedicarme a meditar la
mayor parte del tiempo -Micha el se acercó por detrás y le rodeó la
cintura con las manos-o Las estrellas me dedican espectáculos
nocturnos fascinantes, los delfines se bañan justo enfrente para
acompañarme. Y lo mejor de todo -sus labios se posaron en la curva
desnuda de su hombro-, no tengo ningún vecino en más de un
kilómetro a la redonda. Así que puedo patear lo que quiera, no sólo mis
zapatos, cuando necesito relajarme.

Megan cerró los ojos. Los dedos de Michael estaban ocupados en el


contorno de su cuello, quitándole las horquillas que le aprisionaban el
cabello. Cuando terminó, le extendió la larga melena dorada y la peinó
con sus dedos, estirándola contra el calor de su piel.

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-Tu prima tenía razón, ¿sabes? Deberías dejarte el pelo suelto más
veces. Ésa era una de las cosas que me volvían loco hace años. Solía
quedarme despierto más de media noche preguntándome como sería el
tacto de tu pelo, qué aspecto tendría todo esparcido por la almohada.

Megan se estremeció y sujetó con más fuerza la barandilla de madera.


Los labios de Michael no se habían detenido en su asalto a la piel
desnuda de su cuello y sus manos se habían embarcado en actividades
más tentadoras. Primero le bajó un tirante, después el otro, deslizando
el ligero soporte que las tiras ejercían sobre el cuerpo del vestido.

-Estás temblando -murmuró bajándole cada tirante hasta el codo.

-Estoy aterrorizada -reconoció ella con dolorosa sinceridad-Ha pasado


mucho tiempo para mí, Michael. No estoy segura de recordar lo que hay
que decir o hacer en estos momentos.

Él se quedó inmóvil durante un largo instante. -No tienes que decir


nada si no lo deseas. Y en cuanto a lo que hacer, sólo déjame a mí
tomar las decisiones por ti. .. a menos, por supuesto, que tengas alguna
objeción a la forma en que lo he hecho hasta ahora.

-No tengo ninguna objeción en absoluto susurró ella con el aliento


entrecortado.

-Una mujer sensata -musitó él aprobador mientras seguía acariciándola


con los labios.

-Oh, Michael -Megan se volvió para encerrarse en el círculo de sus


brazos y buscó los azules ojos con los suyos-Eso es exactamente lo que
no quiero ser esta noche -susurró ella con fiereza- No quiero ser
sensata.

-No tienes que ser nada si no quieres -insistió él- No mientras estés
aquí. Al menos mientras estés conmigo.

La luz de la luna hizo brillar la humedad en las pestañas de ella y las


manos de Michael delataron el fuerte temblor que sacudía su cuerpo.
Los labios masculinos capturaron la suavidad de los de ella y sus bocas
se fundieron con ansiedad, uniéndose las lenguas y los alientos. Los
dedos de él se deslizaron entre la dorada melena acariciándole la cabeza
con una reverencia que hizo a Megan gemir.
Los suspiros y jadeos inundaron el aire mientras el ardor crecía entre
ellos hasta una explosión tormentosa. Tirando de las barreras de ropa
que los separaban, sus cuerpos se separaron y unieron
alternativamente; manos, piernas y labios ansiosos por explorar la
desnuda piel del otro en el momento en que quedaba libre.

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Megan se despojó de la última prenda en el mismo momento en que


Michael la tomaba en brazos para llevada a la habitación. El cuerpo
masculino era duro y caliente, un haz de músculos esculpidos como
sensual acero. Sus pasos eran poderosos, y sin embargo elegantes.
Urgentes y sin embargo medidos como para prolongar el placer y la
agonía de la anticipación. Cuando la depositó en la cama, se arrodilló
un momento con toda su masculina belleza al desnudo. Entonces
desaparecieron todos los retazos de duda o vacilación en Megan.

Ella abrió los brazos y los alzó hasta él, con un grito de agonía al recibir
el bienvenido calor del cuerpo de Michael. Sus labios estuvieron allí
para saborear el susurro de su nombre en los de ella; sus manos para
suavizar sus gritos, potenciando con sus caricias los profundos y
estremecedores suspiros femeninos.

Megan ladeó la cabeza de lado a lado en la almohada. La visión de su


cabello desparramado logró que el corazón de Michael se desbocara. Él
trazó con su boca un ardiente camino de caricias desde la curva de su
hombro hasta las cumbres de sus senos. Una y otra vez, frotó su pezón
con la lengua y los dientes y bebió la tierna carne en la calidez y la
humedad de su boca.

Las duras piernas de él se introdujeron entre las de ella y Megan se alzó


para encontrarse con su carne ansiosa. Se estremeció con un gemido de
incredulidad cuando sintió toda la fuerza y pasión masculina entrar en
su cuerpo.

Michael gritó con fiero placer en el instante en que su cuerpo se cerró


alrededor del de ella. Arqueó la cabeza y sus brazos quedaron rígidos.
Los músculos de su pecho y espalda se tensaron con la increíble
tensión que invadía su cuerpo. Una tensión que amenazaba con minar
los pocos restos de control que le quedaban. Los jadeos rotos de Megan
no eran de ninguna ayuda. El tembloroso y húmedo cuerpo de ella no
apoyaba a la poca cordura que le quedaba mientras cada empuje lo
conducía más y más dentro de su apretado abrazo.

Una vez y otra, ella se estiró y gritó bajo él y las manos de Michael se
deslizaron bajo sus caderas atrayéndola hacia sí, abrazándola mientras
buscaba la fuente de aquellas estremecedoras pulsaciones que pedían
aún más.
Megan, que no podía creer que se pudiera llegar a más, sintió una
oleada de pasión que le recorrió las venas. Le tensó todos los nervios del
cuerpo en un nudo de éxtasis a punto de erupción. Gritó en alto el
nombre de Michael, se estiró hacia él y se pegó a su cuerpo mientras
sentía que su ardor se fundía con el de él.

La suave expansión de ella se convirtió gradualmente en una lujuria


ondulante y sensual. Se quedó con los ojos abiertos contemplando los
dibujos que formaba la luna contra el techo. Michael se había

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derrumbado en sus brazos; el cuerpo maravillosamente húmedo y


pesado. La respiración era jadeante contra su cuello y ella supo que él
tampoco había experimentado nunca algo tan explosivo.

Una oleada de orgullo la invadió casi tanto como el cuerpo de él, todavía
sumergido en el interior de ella. Megan deseaba permanecer allí,
encerrada en sus brazos y no dejarlo ir nunca. Deseaba reír, llorar y
gritar su alegría en voz alta...

Michael se estiró y apoyó su peso en los codos. La luz de la luna era


apenas lo suficientemente brillante como para distinguir los contornos
de las sombras y Megan deseó poder ver su cara, sus ojos... saber en
qué estaba pensando.

-¿Estás frunciendo el ceño? -murmuró él- ¿Te he decepcionado?

-Un poco presuntuoso por tu parte preguntarlo, ¿no crees? -Pero


Michael notó el tierno sarcasmo de su voz y sintió la sonrisa que
acompañó a sus palabras-o Especialmente cuando ya conoces la
respuesta.

Michael bajó los labios hacia los de ella y la besó con la firmeza
suficiente como para hacer que todo su cuerpo volviera a temblar.

-No era vanidad, te lo aseguro -susurró con suavidad- Era más parecido
al miedo... o la timidez. Por si no te lo dejé bastante claro en el George's,
eres una mujer preciosa. De las que desaparecen. De las que uno
nunca soñaría que le dejaran tocar ni un cabello... bueno, no importa.

La voz de Michael falló como si estuviera buscando las palabras


adecuadas y no las encontrara. -¿Y ahora, quién está acusando a quién
de vanidad? -protestó ella con debilidad.

Megan sentía casi ganas de llorar. Estaba muy cerca de reconocer una
emoción que creía perdida hacía años.

-Tú nunca fuiste vanidosa -objetó él-Sólo un poco cauta... entonces y


ahora.

-La noche después de haberte vuelto a encontrar, he acabado en tu


cama, ¿y me llamas cauta?

Los labios de Michael descendieron sobre los de ella y su cuerpo se


tensó ligeramente.

-¿Y cómo lo llamarías tú? -preguntó en un susurro.

Megan oyó la pregunta y hubiera sido hasta capaz de responderla de no


ser porque el suave movimiento de las masculinas caderas reclamaron

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de nuevo toda su atención. Michael esperó hasta que el gemido sordo lo


animó a seguir y entonces deslizó los labios sobre las crecientes
palpitaciones de su cuello.

-Por mi parte -murmuró él-lo llamo satisfacer un sueño que he tenido


durante quince años. Y si no tiene nada que objetar, abogada, tiene dos
segundos antes de que satisfaga otro.

-¿Otro?

Como respuesta, sus manos, su boca y su cuerpo se deslizaron hacia


abajo. La cálida insistencia de su lengua ganó la atención sensual de
sus senos para deslizarse más abajo provocando una tensión
insostenible en su cintura y muslos.

-Oh... no!

-Demasiado tarde -murmuró él mientras se sumergía en la sedosa


suavidad del interior de sus muslos.

Megan se sonrojó desde la punta de los dedos a la del cabello. Intentó


permanecer calmada sabiendo que era absurdo sentir modestia. Y sin
embargo, tenía treinta y dos años y nunca... ningún hombre la había ...

-¡Dios santo! -jadeó mientras apretaba los pliegues de las sábanas con
las manos- ¡Michael!

Pero él no la estaba escuchando. Y después de unos momentos más, ya


no importaba, porque ella ya no gritaba para que se detuviera, sino que
le suplicaba que continuara.

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Ocho

Megan se despertó muy despacio. Sus sentidos respondieron con


desgana al limpio y denso aroma marino. Alzó levemente las pestañas
para comprobar que la luz del sol ya se filtraba por la ventana abierta.
Con un gemido las volvió a cerrar para sumergirse en la suavidad de la
almohada.
Se encontraba sola en la cama arrugada. Vagamente recordó haber
sentido el colchón crujir cuando Michael se había ido hacía un rato,
pero había vuelto a caer rendida al instante, en un merecido sueño que
aparentemente él pensó no debía interrumpir.
Y no era de extrañar. Aparte de los cortos ratos de somnolencia,
ninguno de los dos había podido dormir apenas. Un suspiro, una mano
deslizándose aquí o allí, un pierna que resbalaba sobre el otro, un
palabra susurrada con la ternura más inocente, era suficiente para
desencadenar una impetuosa respuesta. Megan sospechaba que
Michael había hecho realidad todas sus fantasías, y hasta una o dos en
las que no había soñado hasta la noche anterior.

Una sonrisa iluminó el ya familiar sonrojo en su cara. Siempre se había


sentido orgullosa de ser conservadora y reservada; siempre con un
control tan absoluto de todas sus emociones. La noche anterior había
despedazado todas las ilusiones que le pudieran quedar sobre su
autodisciplina. Michael le había hecho el amor libremente, sin
inhibiciones y ella no sólo le había respondido en el mismo tono, sino
que se había entregado con ansiedad y espontaneidad. Se sentía
saciada. Radiante, resplandeciente y completamente viva por primera
vez en más años de los que podía recordar.

La noche anterior Michael le había preguntado por su matrimonio con


Craig Thomas, y ella había sido completamente sincera. Craig había
entrado en su vida en el momento en que ella había tenido más
presiones por cumplir con las expectativas familiares. Había
abandonado un trabajo en la oficina del fiscal, un trabajo que adoraba,
para unirse a la asesoría de la familia.

-Tienes que pensar en tu fututo, Megan -le había dicho su padre con la
misma severidad con que siempre le hablaba-o Tienes que considerar la
forma mejor de conseguir los objetivos que te has impuesto en la vida.

¿Que se los había impuesto ella?

En aquel momento había aparecido en escena Craig Thomas; un


hombre brillante, arrogante y atractivo. La familia de los Thomas era
rica, y respetada políticamente. Casarse con Craig sólo podría ayudada
en sus ambiciones profesionales.

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y divorciarse de él sólo podría tener el efecto contrario. Pero cuando se


descubrió su carácter mujeriego y su dependencia de las drogas, la
simpatía pública estuvo del lado de Megan y años más tarde, le
ofrecieron el trabajo como asistente del Abogado Defensor de Distrito,
Phil Levy.

Su matrimonio había durado menos de dos años. En todo ese tiempo,


Megan no podía recordar ni una sola noche en que hacer el amor con
su marido no le hubiera producido más que prisa por acabar. Había
sido un amante egoísta y aburrido. Su necesidad de demostrar su
propia destreza había nublado todo deseo de ternura o placer
compartido.

Michael era justo lo contrario. Jugaba con su cuerpo como si fuera un


instrumento bien afinado, obteniendo tanto placer en orquestar los
varios coros y crescendos del éxtasis de ella como de producir los
mismos en él. Ni un solo centímetro de su carne había sido considerado
demasiado insignificante o remoto como para no merecer toda su
atención. Ni uno solo de sus sentidos había quedado sin afectar. Y a su
vez, ella se había dedicado a explorar los misterios de su cuerpo.

Misterios que le producían una sonrisa y le causaban rubor sólo de


recordarlos.

Megan se estiró y se echó de espaldas. Donde había habido dibujos


producidos por la luna la noche anterior, ahora eran potentes rayos de
sol contra el techo ¿Qué pensarían sus amigos y su familia si pudieran
verla en aquel momento? Estoicos, serios y un poco vanidosos,
seguramente quedarían perplejos si la vieran desnuda a la luz del sol,
con el cuerpo gloriosamente suplicante de las atenciones de un
hombre... un hombre al que debería hacer lo posible por llevar a los
tribunales, no a la cama.

La sonrisa de Megan se desvaneció.

Por mucho que intentara desechar los feos presentimientos, la sospecha


no se apartaba de ella.

Michael estaba viviendo en Las Bahamas bajo el nombre de soltera de


su madre. ¿Por qué? Porque era más sofisticado, como él mismo había
sugerido, o porque así sabía que no podría ser identificado con
facilidad.

Michael estaba en el punto de mira de una investigación del


Departamento de Justicia. ¿Dirigía sólo el casino y el complejo como el
mismo decía, o llevaba una operación de blanqueo de dinero para la
mafia? ¿Y quiénes eran aquellos hombres que lo habían llevado a una
reunión a punta de pistola? ¿En qué tipo de negocio estarían los
colombianos metidos?

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Megan se frotó las sienes con los dedos intentando en vano detener
aquellas turbadoras cuestiones... y conclusiones. Un destello de oro en
su muñeca le llamó la atención y con un gemido de angustia, se quitó el
brazalete y lo tiró contra la pared opuesta a la cama.

-¡Eh! ¿Qué pasa aquí? -gritó Michael apareciendo de repente cuando la


pulsera botó en la pared y casi le golpeó-. Espero que no sea por algo
que yo haya dicho.

-¡Michael!

Él arqueó una ceja y recogió el brazalete. -¿Es que esperabas a otro?

-No, no... por supuesto que no. Es sólo que yo... me desperté y no
estabas aquí y ... y ...

-¿Y me echaste de menos? -Michael sonrió y sus ojos se deslizaron


intencionadamente a lo largo del cuerpo desnudo-. Entonces parece que
he vuelto de mi baño justo a tiempo.

Los densos rizos negros de su pelo estaban mojados y la piel brillante y


empapada como la plata recién abrillantada. Michael se despojó de la
toalla que llevaba anudada a la cadera, pero en lugar de reunirse con
ella en la cama, que era lo que Megan estaba deseando, pasó por
delante hasta el armario. Allí rebuscó un momento hasta sacar un par
dé pantalones cortos y una camiseta que le tiró a la cama.

-Estos te valdrán. Por mi parte, me gusta más lo que llevas puesto


ahora, pero los otros residentes de la bahía podrían empezar a usar los
prismáticos si te vieran navegar como Dios te trajo al mundo.

-¿Navegar?

Megan recogió las prendas al vuelo y lo observó tapar su desnudez con


un par de vaqueros cortados.

-Llámalo excursión de desayuno si te apetece.

Lo que te parezca mejor -se inclinó para besada en la punta de la nariz-


Conozco un sitio muy apartado donde los trajes de noche no son de
rigor -La volvió a besar, esa vez en la frente-Tienes el tiempo justo para
una ducha rápida antes de que te necesite en el muelle.

-¡Vale, vale, capitán! Sus deseos son órdenes. Michael se detuvo a


medio camino de la puerta y miró hacia la cama. No dijo nada durante
un largo instante, dejándola que leyera sus pensamientos por la
mirada. Una mirada más clara, más cálida y más azul que nunca.

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-Cuidado -le advirtió con suavidad-Podría tomarte la palabra.

Entonces desapareció y Megan fue capaz de soltar el aliento que había


estado conteniendo.

¿Qué había visto en aquellos ojos? Un destello de emoción que le había


comprimido el pecho y había hecho que su corazón palpitara con
fuerza. Preciosa, la había llamado la noche anterior. ¿Había sólo
convertido en realidad una fantasía o era la misma oleada de emoción
que había obligado a Megan a buscarlo una y otra vez durante toda la
noche?

¿Qué era lo que estaba sintiendo ella? ¿Qué la hacía sentir? Desde
luego viva, y más deseable que la que había sentido en muchos años.

Casi al final de su matrimonio, la mera visión de su marido le había


producido repulsión. Sus ásperas caricias la habían dejado fría. Y aún
más, durante los ocho años de divorciada, no había habido un solo
hombre que al estrecharle la mano no le hubiera producido la misma
reacción. Había llegado a temer incluso haberse vuelto fría como el
hielo.

Michael la había demostrado que no, pero, ¿a qué precio? En los


mismos ocho años, Megan había prosperado gracias sólo a su propia
energía. Se había encerrado en su profesión con tal resolución que
había dejado a un lado todas sus preocupaciones personales. No había
querido ningún retroceso emocional, ni lo había necesitado.

Ni tampoco lo deseaba o necesitaba ahora, al menos si eso significaba


sufrir aquel intenso deseo que le producía simplemente el aroma de
Michael en las sábanas.

Megan se había vuelto fuerte e independiente, consciente y trabajadora.


Estaba más que cualificada para sustituir a Levy cuando se retirara.
Una perspectiva que había emocionado a su padre. No necesitaba a
Michael Vallaincourt en su vida. No necesitaba complicaciones, ni
tentaciones ¡No, no! Nunca más.

Megan se dirigió al baño. Se metió en la ducha y abrió el grifo al


máximo volviendo la cara hacia el chorro para no poder distinguir las
lágrimas del agua.

Aquello no estaba bien. Tenía que contarle a Michael por qué estaba en
Freport y lo que le habían pedido que hiciera. No tenía forma de saber
como reaccionaría. Con rabia, seguramente, por decepcionarlo. Con
desdén. Quizá con odio.

Pero sólo podía ser peor si no se lo decía. Si se iba a navegar con él


como si no pasara nada o si le dejaba hacerle el amor de nuevo. O si la

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volvía a acariciar de aquella manera que hacía que sus miembros se


derritieran y su corazón saltara desbocado.

Megan dejó escapar un gemido y se dio la vuelta, pestañeando para


quitarse el agua de los ojos.

-Estaba pensando en lo que estabas haciendo-dijo Michael al entrar


desnudo en la ducha-Y pensé que muy mal anfitrión debía ser si no me
ofrecía a frotarte la espalda.

Michael se acercó y le retiró con los dedos la húmeda cortina de su


melena. Sus palmas devoraron la carne y sus dedos danzaron
ligeramente por la superficie de su piel. Antes de que Megan pudiera
pensar siquiera en abrir la boca para protestar, ya había cogido él la
pastilla de jabón.

-Además -añadió mientras se enjabonaba las manos-, de repente me


acordé de otra de mis fantasías.

-Michael, yo...

-¡Ssss! Es mi fantasía. Date la vuelta y déjame a mí.

Con manos firmes la volvió de espaldas y con largas caricias le dio un


masaje por toda la columna. Allí, dedicó especial atención a las
voluptuosas curvas de sus caderas y sus muslos, deslizando los dedos
en círculos que hicieron que Megan tuviera que morderse el labio para
no gritar.

El agua se deslizaba sobre ellos, inundando el recinto de vapor caliente.


A sus pies, la espuma hacía enormes burbujas.

Amorosamente, las manos de Michael circularon con lascivia bajo sus


brazos hasta alcanzar sus senos. Los pezones aterciopelados
merecieron una dosis extra de tormentosa concentración hasta que
quedaron tan duros y erectos como bayas verdes.

El aliento de Megan empezó a ser jadeante. Se apoyó contra él y estiró


las manos hacia atrás para alcanzar la morena cabeza. Su erección se
apretaba contra ella con una fuerza que le obligó a devolverle la
provocación frotándose rítmicamente contra su ardor.

Michael aceptó el reto con una áspera risa. Se puso más jabón en las
manos y dejó bajar más los dedos, enjabonando su cintura y sus
caderas hasta conseguir cumbres de espuma en el nido de sus rizos
dorados. Allí sus dedos se enterraron y presionaron llevándola a unos
espasmos incontrolables con sus expertas caricias.

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El cuerpo entero de Megan se estremeció de placer. Volvió entonces la


cara e intentó capturar su boca, pero el temblor sólo le permitió frotar
la cascada de su pelo contra los ojos de él.

Excitada hasta lo imposible, Megan se dejó dar la vuelta y empujar


contra los baldosines mojados. Michael le rodeó el cuello con las manos
jabonosas y su lengua devoró los jugosos labios con la l11ism:\
ansiedad con que sus dedos habían devorado su carne. El agua los
envolvía salpicando sus cuerpos mientras Michael la alzaba para unirse
a ella lujuriosamente. Megan enroscó las piernas alrededor de su
cintura moviéndose con urgencia contra su cuerpo... moviéndose dentro
de él antes de que siquiera estuviera preparado para recibir la invasión
de placer.

El jabón la había dejado resbaladiza y Michael gimió con la sedosa


fricción. Entró en ella profunda, agresivamente hasta que el ardor lo
invadió obligándole a echar la cabeza hacia atrás. La apretó contra sí
con más fuerza, mientras la mutua necesidad de más rapidez, más
profundidad, casi minó su habilidad de conducir aquellos torrentes de
sensación.

Sólo cuando se liberó el último espasmo y el último gemido y la última


oleada de tensión salió de sus cuerpos, Michael fue aflojando
gradualmente el abrazo.

Dejó a Megan muy despacio en el suelo para que ayudara a soportar el


peso de los dos. Pero siguió abrazado acariciando su cuerpo y
consumiéndose en su boca hasta que se dieron cuenta de que el agua
estaba ya fría.

Megan saltó de la ducha con las piernas temblorosas mientras él la


arropaba en una toalla y la frotaba para secarla.

Cuando le tocó a ella el turno, se demoró sobre los fuertes contornos de


su cuerpo. Si no hubiera sido por la inesperada llamada a la puerta, se
habría demorado aún más.

-Debe de ser el desayuno -murmuró Michael acariciándole con ternura


las mejillas-. Pero prométeme que terminarás después lo que habías
empezado.

Michael salió del cuarto de baño con la toalla enrollada a la cintura.


Megan lo siguió con la mirada y vio su reflejo en el espejo al lado de su
propia imagen. Quedó aturdida ante la desconocida que le devolvía el
espejo. Tenía los ojos extrañamente grandes y oscuros, las pupilas
dilatadas por el efecto de la reciente pasión. Su boca parecía
pecaminosamente sensual y su cuerpo...

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Megan cerró los ojos y suspiró. No se lo había dicho. No se había podido


resistir a él. Ni siquiera había tenido la fuerza de preocuparse por las
marcas que le había dejado la pared en las caderas.

Con una sonrisa sacudió la cabeza con fuerza, se vistió y salió del baño
justo a tiempo para encontrar a Michael pagando una enorme cesta de
picnic. El repartidor dejó escapar un grito y una sonrisa al ver la
propina.

-Gracias señor Val1aincourt ¡Que pasen un buen día!

-Eso es lo que pretendemos.

-¿Y cómo te las puedes arreglar sin comida en la casa?--preguntó ella


poco después.

Estaba echada a bordo del barco de vela de Michael y su cuerpo se


balanceaba al ritmo de las olas.

-Yo no he dicho que no tuviera comida en la casa -corrigió Michael-.


Simplemente pensé que necesitaríamos algo más sustancioso que
cerveza y cereales.

Megan se relajó y le observó maniobrar la pequeña embarcación con


manos expertas. Pasaron la estrecha franja de la bahía hasta llegar a
mar abierto. Las aguas eran de un brillante color turquesa y el cielo
estaba igualmente limpio. Las duras facciones de Michael encajaban a
la perfección en aquel paisaje que cortaba la respiración.

Megan no tuvo dificultad en imaginárselo como un pirata con una larga


coleta. De pie en el puente de mando de un buque de madera, con un
aro en la oreja y un sable en la mano.

El ligero barco de vela ondulaba graciosamente sobre las olas y, en poco


tiempo, Michael estaba conduciendo hacia las aguas que rodeaban a
una diminuta isla. No tenía más de un kilómetro de larga; un oasis de
arena rosada y palmeras en medio de las aguas turquesas.

Era un sitio maravilloso para un picnic y, una vez más, Megan sintió lo
J'{¡dl que era olvidarse del resto del mundo por completo. Michael había
encargado raciones de gambas frías y ensalada de calamares, croisants
recién horneados, fruta y queso. Había dos botellas de vino espumoso,
una de las cuales tomaron con el desayuno y la otra la ataron dentro
del agua para que se mantuviera fresca.

Cuando terminaron de comer, Michael se estiró a la sombra de una


palmera y apoyó la espalda contra el tronco. Cerró los ojos de nuevo
ante la agradable combinación de sol y brisa marina. Cuando encendió

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uno de sus aromáticos puros, tenía todo el aspecto de un hombre sin


una sola preocupación en el mundo.

Megan no pudo resistir acercarse y peinar con los dedos las gruesas
ondas morenas de su pelo. Él sonrió y, con los ojos todavía cerrados, le
pasó un brazo sobre los hombros y la atrajo hacia abajo a su lado.

La piel de Michael era cálida bajo sus mejillas y el eco de los latidos de
su corazón era mucho más intoxicante que el vino que habían bebido.
Megan trazó pequeños círculos con los dedos en su pecho. Sintió que se
le cerraban los párpados con pesadez. Dejó escapar un suspiro y se
enroscó más contra él. Sonrió secretamente y se relajó al ritmo de las
caricias en su cuello.

-Siento una necesidad imperiosa de cortar, el ancla y dejar que el barco


navegue libre -comentó Michael pensativo.

-Suena maravilloso. ¿Cuánto tiempo tardarían en encontramos? -


preguntó Megan, incorporándose un poquito.

-Oh... como una hora.

Michael soltó una carcajada de placer y señaló los barcos de recreo en


busca de viento costeando la isla mayor.

-¡Qué lástima! -murmuró Megan, arrellanada contra su cuerpo-. Creo


que me acostumbraría a vivir así.

Los dedos de Michael dejaron su sensual masaje y, después de unos


instantes de pensativo silencio, deslizó una mano bajo su barbilla y le
alzó la cabeza hacia él.

-¿Podrías de verdad?

-¿Que si podría de verdad qué? –preguntó ella soñadora.

-Que si podrías abandonarlo todo. Los clientes importantes, la oficina,


las brillantes letras con tu nombre. ¿Te atreverías de verdad a dar ese
disgusto a tu familia? ¿A no cumplir con sus expectativas?

Megan estudió su expresión, asombrada por aquellas preguntas, y


todavía más asombrada por la seriedad con que las había formulado.

-¿Podrías tú? -preguntó ella a su vez.

-Pareces haber olvidado que mi mayor ambición en la vida era recorrer


el país con mi Harley y acabar casándome con una viuda rica.

Megan entre cerró los ojos.

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-No, creo recordar que deseabas recorrer el país en tu moto, pero sólo
por que no querías atarte a ninguna persona ni a ningún lugar.

-Es extraño como cambian las cosas cuando te haces mayor.

-Sí, tú pareces bien atado al Privateer's Paradise. Michael sonrió


lentamente.

-Te sorprendería ver la rapidez con la que podría abandonarlo todo.

-¿El casino? ¿El Ferrari? ¿Las mujeres bonitas, la acción y la


excitación?

Estuvo a punto de añadir el peligro, pero se contuvo.

-Dirigir el casino es sólo un trabajo y el Ferrari es bonito, pero es sólo


un coche. ¿La acción? ¿La excitación? Turistas borrachos y tiburones
que intentan estafar a la casa no es exactamente mi idea de estímulo.

-Entonces, ¿por qué te quedas?

El brillo de los ojos de Michael que había mantenido su atención en


todo momento se desvaneció al instante.

-Por las mujeres bonitas, por supuesto.

-¡Claro! -murmuró ella.

-Pero debo admitir que es una idea muy tentadora abandonado todo,
todos los dolores de cabeza, agravios y frustraciones. Dejado todo y
establecerse en alguna isla desierta, con una buena mujer a mi lado, la
tierra por cama y las estrellas por almohada. ¿Suena atrayente?

-¿Y de qué vivirías? -preguntó Megan, mirando la cesta de la merienda-


¿de pescado crudo y cocos?

Michael siguió su mirada y se rió.

-Todo el tiempo que pudiera. Después correría a buscar a la viuda rica


para que me pagara mis vicios. O quizá una rica divorciada .....,añadió,
rozándole los labios con los suyos.

Cuando terminó de besarla, aflojó ligeramente el abrazo y contempló la


cara sonrojada. -Se me está ocurriendo otra idea mejor.

-¿Otra?

-Mmm ¿Es todavía delito el rapto?

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-Hay... hay circunstancias atenuantes -respondió ella con la voz entre


cortada al sentir una mano bajo su camiseta.

-¿Qué te parece si llevo a cabo el delito?

Los labios de Megan temblaron cuando los dedos juguetearon


provocativamente con su pezón. -Llevado a cabo, ¿cómo?

-Manteniéndote como huésped unos días más.

Tengo que hacer algunos trabajos en la casa de la playa. Tú podrías


ayudarme o simplemente pasear descalza por la arena y mirarme.

-No podemos. Yo no puedo.

-¿Por qué no? -preguntó Michael-. Me dijiste que no tienes gran cosa
que hacer... que estabas de vacaciones.

-Ya lo sé, pero...

-¿Pero qué?

Megan desvió ligeramente la cabeza y apartó la vista de los azules ojos.

-Shari pensaría que me he vuelto completamente loca.

Michael contempló la parte alta de su cabeza. El viento jugueteaba con


su coleta y le había soltado largos mechones dorados que le caían sobre
el cuello. No pudo remediar el vívido recuerdo de la cortina sedosa y
húmeda cubriendo su piel en la ducha.

Ella no era la única que corría el peligro de perder contacto con la


realidad. Los quince años se habían desvanecido ante sus ojos en un
parpadeo. Era como si nunca hubiesen estado separados, como si no
hubieran compartido más de media vida con otra gente.

Una oleada de la antigua rebelión obligó a Michael a apretarla contra la


arena.

-Quiero que pases los próximos días conmigo, ¿lo harás?

-¿Los próximos días? Pero, yo... yo no puedo dejar así a Shari.

Shari parece una chica que puede arreglárselas por sí misma. Me da la


impresión de que Gino estaría más que encantado de cuidar de ella.

-Pero... mi ropa, mis ... mis cosas ...

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-Te prometo -murmuró él, deslizando una mano hacia el lugar donde la
camiseta estaba anudada- mantenerte caliente y cubrirte con mi cuerpo
cada minuto... cada hora... cada día. Hasta que estés tan débil que no
puedas tenerte en pie. No te preocupes por tu ropa.

Megan abrió los ojos al sentir sus hambrientos labios cerrarse sobre su
pezón. Hundiendo los dedos en su pelo, sucumbió a los temblores que
su lengua despertaba. El corazón le latía con placentera furia y dejó
escapar un suspiro ante la imposibilidad de resistirse.

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Nueve

A Megan no le hubiera extrañado que la llave del bungalow cuatro no


hubiera encajado en la puerta. Llevaba tres días fuera, pero se sentía
como si hubieran sido tres años. Esperaba haber encontrado las
habitaciones vacías y su equipaje criando telarañas en la sección de
objetos perdidos.

Estaba vestida, al igual que los días anteriores con ropa de Michael:
una camisa de algodón atada en un nudo a la cintura y unos
pantalones cortos¡ de deporte. El vestido que había llevado a la fiesta, el
que le había costado casi un mes de sueldo, descansaba arrugado en el
fondo de una bolsa de plástico que llevaba al hombro. Llevaba el pelo
recogido en una coleta de la que escapaban algunos mechones. No iba
maquillada y, con los zapatos en la mano, había sonreído y deseado
buenas tardes a las parejas con las que se había cruzado en los paseos
del hotel.

-¡Meg! -Shari parpadeó al recibir el destello del sol-o ¡Has vuelto!

Megan miró con sorpresa la cara sonrojada de su prima y la otra más


bronceada de rasgos mediterráneos. La camisa de Gino estaba tirada en
el suelo frente a ellos, y tenía los pantalones aflojados a mitad de las
caderas. Shari no estaba en mejores condiciones y Megan comprendió
con timidez que los había interrumpido en el momento más inoportuno.

-Yo... puedo irme y volver dentro de un rato-propuso Megan con una


sonrisa de embarazo.

-Bueno, yo...

Shari volvió la cara mientras intentaba arreglarse la ropa.

-Sin problema -les tranquilizó Megan-. Tomaos el tiempo que necesitéis.


Estaré fuera en la piscina.

Todavía sonriendo, volvió al camino de grava y se acomodó en una


hamaca blanca. Con la puesta de sol, quedaba poca gente afuera. La
mayoría estaban cenando o mirando con ansiedad las mesas del casino.

Megan se reclinó y aspiró la fragante brisa. Todavía tenía el sabor de


Michael en los labios. Podía sentirlo en su piel. Si cerraba los ojos,
podía hasta sentirlo dentro de ella, fuerte y firme, empujándolos a
ambos a las tumultuosas alturas del olvido.

Los tres días con Michael habían sido la gloria.

Habían dormido y desayunado todas las mañanas a la sombra de la


bahía. Habían paseado durante horas por la soleada playa. Las

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conversaciones habían surgido espontáneas y naturales, y sólo habían


discutido acerca de la comida. Megan lo había retado a comer los platos
típicos de la isla y él había aceptado. Habían comprado langosta y
cangrejos y los habían hervido en un fuego al aire libre.

Michael había trepado a una palmera y había recogido una docena de


cocos y, después de abrirlos con un cuchillo, había preparado bebida
natural con la dulce leche y un poco de ron.

Habían navegado también a la diminuta isla cada día y habían hecho el


amor bajo las palmeras. Se habían abrazado en las aguas de la bahía al
lento y sensual ritmo de sus cuerpos. y por la noche, habían
descansado sin aliento y saciados al azulado brillo de la luna,
durmiéndose abrazados y sabiendo que despertarían de la misma forma
por la mañana.

Michael no había realizado muchos de los trabajos que tenía planeados.


Había clavado una tabla suelta del muelle yeso había sido todo.

También la había tomado de la mano, con una pícara sonrisa y la había


arrastrado hasta una pequeña caseta detrás de la casa. La Harley
estaba allí encerrada; una máquina negra con suficientes cromados
como para cubrir tres coches. Había montado a Megan y habían dado
una salvaje vuelta alrededor de la isla. Cuando volvieron, hicieron el
amor con el mismo salvaje atrevimiento.

Megan abrió los ojos. La puerta del bungalow número cuatro se había
abierto enviando un destello de luz a la oscuridad del exterior. Gino
estaba de pie en el umbral mientras se metía los bordes de la camisa
entre los pantalones. Shari apenas le llegaba al hombro y, casi sin
esfuerzo, el amigo de Michael se inclinó y la levantó en uno de sus
brazos. Después la besó hasta que los dos se separaron con los ojos
brillantes y una sonrisa.

Gino le robó el último beso y, después de unos susurros, desapareció


dejando tras él el ruido de sus pisadas apresuradas hacia el hotel.
Megan vio a Shari escudriñando las sombras.

Después, tomó aliento con intensidad y se acercó hacia donde su prima


descansaba al lado de la piscina.

Durante un largo instante, ninguna de las dos dijo nada. Tampoco se


atrevían a encontrarse con los ojos de la otra y se miraron furtivamente
hasta que las dos estallaron en carcajadas.
-¡Vaya par de golfas que estamos hechas! siguió decir Shari por fin
mientras se echaba en la hamaca de al lado-. ¡Dios santo! Estoy
pasándolo de miedo. ¿De quién fue la idea de todas formas? ¿De verdad
que tenemos que volver la próxima semana?

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-Parece que no me has echado mucho de menos -dijo Megan con ironía.

-No te he echado de menos nada -declaró Shari-. Oh, Meg... Meg ... es
maravilloso. Torpe, fuerte y tierno. Se tomaba tan en serio lo de
comportarse como un caballero para no darme la impresión equivocada,
que me ha llevado los tres días estar con él a solas en la habitación. Y
allí estábamos... tan cerca... bueno -se rió-, tan cerca como para
empezar a hacer algo, ¿y quién aparece por la puerta?

-Lo siento -dijo Megan-. ¿Cómo iba a saberlo yo?

-No importa. No se escapará tan fácilmente-Shari suspiró de felicidad y


se derrumbó en los cojines. Después alzó una ceja en dirección a
Megan-. Pues tú no pareces haber estado sufriendo estos días.

-No -admitió en un susurro Megan-. No he estado sufriendo.

Shari se sentó en una tumbona. Miró fijamente a su prima y notó con


extrañeza el desarreglo de su ropa y de su pelo tan poco usual en ella. y
el bronceado por todo el cuerpo que le daba un aspecto tan saludable.
Pero todavía era más evidente el destello de sus ojos verdes. No había ni
una brizna de cansancio o de fatiga, sino una suavidad que Shari no
había visto en años.

-¡Dios Santo! -susurró Shari-. ¡Estás enamorada!

-¡No seas ridícula! -se defendió Megan.

Pero la respuesta había llegado demasiado lenta y demasiado baja para


ser convincente.

-No lo soy. Eres tú la que está siendo ridícula ¡Si lo llevas escrito en
toda la cara! ¿Lo sabe él? ¿Siente él lo mismo? ¿Qué vais a hacer? ¿Te
ha pedido...?

-No me ha pedido nada -interrumpió Megan con impaciencia-Y antes de


que te embarques en más conjeturas, señorita rápida, él no me ha
dicho nada, no sabe nada, y en lo que a mí respecta, no hay nada que
preguntar, saber o decir. Así que, olvídate.

-Pero Meg...

-Mira, ¿no podemos simplemente disfrutar del resto de las vacaciones


sin complicamos más la vida? Me gusta la compañía de Michael. Lo
pasamos bien junios y me hace reír. Mc relaja. Y me estoy enamorando
terriblemente de las palmeras, de la arena y del mar, pero eso es todo.
Cuando se acaben las dos semanas, volveré a Nueva York y Michael
seguirá dirigiendo su casino.

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-¿Podrías hacer eso? ¿Podrías salir volando y seguir con tu vida?

-¡Dices eso como si tuviera otra elección!

-La gente siempre tiene elecciones. Podrías elegir salir del carrusel de la
política en el que te le has metido antes de que alguien tome la
iniciativa y te empuje fuera. Podrías elegir volver a hacer lo que siempre
te ha gustado: ejercer de por libre en un pequeño bufete. La época en
que te he visto mas feliz en toda tu vida fue cuando trabajabas en
aquella atiborrada oficina de ayuda social. Cuando defendías a gente
que no tenía un duro. Entonces eras feliz, Meg. Sin esos trajes de Yves
Saint Laurent ni esos zapatos de Gucci. Eres una abogada
malditamente buena y no necesitas la aprobación de tu padre ni de tus
hermanos para demostrarlo. Siempre has hecho lo que ellos creían que
era lo mejor para ti. ¿Por qué no haces lo que creas tú para cambiar?

-No es tan fácil.

-¿Por qué no? Miles de personas lo hacen cada día. Si los escuchas con
atención, los puedes oír reírse y pasarlo bien. No es un pecado, Meg. No
es un crimen no desear lo que otros desean para ti.

Megan se dio la vuelta con una respuesta quemándole en la garganta.


¿Qué podía decir? ¿Que Shari estaba equivocada!' No lo estaba, al
menos no del todo. Megan había adorado su polvoriento despacho de
ayuda social y las notas de agradecimiento de los niños y las botellas de
vino que le enviaban como pago.

Su familia había bromeado con su entusiasmo mientras aquel sirviera


para ganarse la vida hasta que tuviera experiencia.

Pero cuando llegó la propuesta para unirse al Abogado Defensor del


Distrito, su padre había encargado champán y había organizado una
fiesta antes de molestarse en saber si ella había aceptado el puesto.

No, ella no era del todo feliz, pero estaba satisfecha. Seguía siendo su
duro trabajo lo que la había llevado a donde estaba en el departamento.
No se apoyaba en los triunfos de nadie sino en los suyos propios... Pero,
¿eso era todo lo que esperaba de la vida? ¿Era suficiente sentirse
satisfecha?

¿Y qué pasaba con Michael? Él la había hecho reír. Había sido cálido,
tierno y amoroso, y sin duda, aquella faceta de él era la que había
ganado su corazón. ¿Y qué había de la faceta oscura de él? Había
prometido explicarle lo sucedido la noche del restaurante, pero en los
tres días que habían pasado juntos, él no había sacado el tema y ella
tampoco lo había preguntado. Permanecía entre ellos como un muro.
Igual que la velada y fría sombra de rabia en sus ojos la mañana del
patio.

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¿Que le había disgustado más, la acusación de estar metido en


actividades ilegales o la sospecha de que ella no estuviera pasando sólo
unas inocentes vacaciones? Cualquiera de las dos debía estar jugando
en la mente de Michael de la misma forma en que las sospechas y las
dudas la atormentaban a ella.
Especialmente si él tenía algo que ocultar. ¿Enamorada de él? Sí, lo
estaba ¿Feliz de estarlo? Ni mucho menos.

-Megan Worth, no has estado escuchando ni una sola palabra de lo que


te he dicho.

-No, supongo que no...

-Bueno, entonces. ¿Qué piensas hacer?

-¿Hacer? -Megan dejó escapar un suspiro-. Lo primero, voy a entrar en


el bungalow a darme un buen baño caliente. Después pretendo
meterme en la cama con una bonita y aburrida novela y dormir el resto
de la noche.

Shari frunció el ceño y miró por encima de Megan.

-¿Estás segura de que no tienes otros planes? Megan siguió la mirada


de su prima y sintió la familiar sensación de ahogo en la boca del
estómago al reconocer el esmoquin de Michael. Como un camaleón,
había transformado el aspecto descuidado de descanso y playa por el
atractivo e impecable de director de casino, y lo había conseguido con
una facilidad que le produjo a Megan un temblor en las rodillas.

Shari se había incorporado como un sabueso.

Lo había escudriñado con tal descaro que hubiera hecho correr a


cualquier soltero un poco respetable.

-Señorita Stevenson -saludó a Shari con un movimiento de cabeza y


una sonrisa-o Espero no haberle estropeado las vacaciones por haberle
robado a Megan tanto tiempo.

-Me las ha estropeado trayéndola de vuelta-respondió ella con


ingenuidad- Gino y yo estábamos empezando a... a conocemos mejor...
si entiende lo que quiero decir.

Michael se rió con suavidad.

-Me preguntaba por qué habría pasado volando frente a mí como un


gato escaldado hace un rato. Para ser un hombre con ese tamaño y esa
fuerza, es muy tímido con las mujeres. Usted debe de haberle causado
muy buena impresión.

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-Yo diría lo mismo de otra persona que conozco -acusó Shari-. No es


que ella lo admita nunca, por supuesto, pero Meg estaba prácticamente
recluida en Nueva York. Ahora mismo le estaba diciendo que era una
lástima que tuviéramos que regresar la semana próxima. Por otra parte,
tampoco tenemos tanta prisa. Quiero decir que Meg no se ha tomado
unas vacaciones en años. Estoy segura de que nadie pondría ninguna
pega si se quedara una o dos semanas más. Y yo soy mi propia jefa, así
que, si quiero tiempo extra, ¿quién va a discutir conmigo?

-Ah, sí -Michael sonrió y evitó con diplomacia darse por enterado del
pellizco que Megan le había dado a su prima- Megan me ha dicho que
escribe novelas.
Shari se apartó a una distancia prudente de su prima y se frotó el brazo

-Novelas de amor, para ser más exacta. Bastante buenas según dicen, y
muy creíbles. Si le interesa, Meg tiene una copia de la última. Se titula
Corazón de Piedra. Con lo culta y sofisticada que es ella, la querida Meg
siempre las había mirado por encima del hombro, pero ahora quizá sea
capaz de admitir que el argumento y los personajes son bastante reales.
Bueno -Shari pasó la vista de la cara divertida de uno a la lívida de la
otra-Creo que es hora de darme un largo paseo por la playa. Si me
perdonáis...

Michae1 y Megan vieron cómo Shari desaparecía entre las palmeras que
daban a la playa. Megan tenía las mejillas inflamadas y agradeció la
oscuridad del patio. A Michael no parecía haberle afectado nada la
claridad de Shari.

-Me pregunto si Gino sabrá que es ya un hombre marcado -comentó en


voz alta Michael divertido.

-Me alegraría darle algunos buenos consejos.

-Es un chico crecido. Sabe lo que está haciendo.

-y yo soy una chica crecida también -se quejó ella con suavidad-, pero
no tengo ni la más remota idea de lo que estamos haciendo los dos ¿Y
tú?

Michael la tomó en sus brazos con delicadeza.

El asomo de pánico en su voz era demasiado patente como para


tranquilizarla con una broma. Enterró sus labios en el pelo de ella para
darle tiempo a que volviera a recuperar el control.

-Sé que te prometí dejarte una tarde tranquila para ti misma -dijo
mientras le levantaba el mentón-, pero eché un vistazo a la montaña de
mensajes que tenía en el escritorio y bueno... pensé que un

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Chateaubriand para dos era mucho más apetecible. Esperaba que tú


pensaras lo mismo...

-¡Oh, Michael! No lo sé.

Michael bajó la cabeza y la besó, pero lo que empezó siendo una caricia
para tranquilizada, se volvió algo mucho más potente y significativo.
Cuando separó sus labios de los de ella, la siguió mirando fijamente a
los ojos y, por primera vez, Meg fue capaz de contemplar las emociones
de Michael con toda su pureza.

-Tenemos algunas cosas de que hablar, Megan Worth. No, yo tampoco


sé que estamos haciendo, o a dónde llevará todo esto, pero sí sé que
cuando desapareces de mí vista más de diez minutos, casi enloquezco.
Hay algunas... cosas... que debes conocer de mí. Cosas que debería
haberte contado antes y que tengo que contarte ahora, antes de
volverme loco -Michael miró su reloj de muñeca y soltó una maldición
entre dientes-o Todavía tengo que supervisar el casino, pero no me
llevará mucho. Aquí -le puso algo pesado y metálico en la mano-, aquí
está la llave de mi habitación. Ya he encargado la cena. Te veré allí en...
¿una hora, te parece?

-Una hora -susurró ella-o De acuerdo.

La volvió a besar, después se metió las manos en los bolsillos.

-Si diez minutos me vuelven loco, en una hora estaré botando. Por
favor, no llegues tarde-dijo en voz baja mientras se marchaba.

Megan se acercó despacio al bungalow, con toda su compostura por


tierra de nuevo... en esa ocasión, con la desconocida sensación de las
lágrimas.

No era posible... ¿O sí? Michael no podía estar enamorado de ella.

Megan se preparó un baño de agua hirviendo e intentó desprenderse de


la confusión que la devoraba, pero era muy difícil, concentrarse en otra
cosa que no fuera la excitación que sentía.

Empleó la mitad del tiempo en bañarse y secarse la cabeza y la otra


mitad en elegir el vestido adecuado.

Después de una búsqueda concienzuda en los cajones de la cómoda, se


decidió por una erótica camisola ajustada y unas medias de satén a
juego. El mini vestido que había escogido tenía un gran escote en V por
delante y se ajustaba lo suficiente a su silueta como para hacer olvidar
cualquier recuerdo de camisetas enormes y pantalones cortos grandes.
No era que quisiera influenciarlo a propósito, pero si existiera alguna
oportunidad... la mínima oportunidad ...

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Megan miró a su alrededor al oír la llamada en la puerta. Shari no


había regresado de su paseo por la playa y Megan imaginó que se
habría olvidado las llaves.

-Cinco minutos más tarde y no hubieras tenido suerte -empezó a decir


Megan.

Pero las palabras murieron en sus labios al contemplar las oscuras


facciones de la última persona a la que esperaba ver en el mundo.

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Diez

Era Dallas.

-Buenas tardes, señora. Espero no haberla interrumpido.

El alto tejano de cabello blanco, se recortaba contra la puerta con el


sombrero en la mano. Con una sonrisa aborregada y un guiño de
admiración, frunció los labios Y dejó escapar un silbido.

-¡Dios Santo! Parece más en forma que una yegüa en una exhibición
nacional.

-Yo... bueno, me estaba arreglando para ir a cenar.

-Afortunado muchacho, sea quien sea, pero esperaba poder tener unas
palabras en privado con usted.

Con un estremecimiento, Megan abrió la puerta más y le invitó a pasar.

-He estado intentando verla los tres días pasados -dijo el tejano-. ¿Ha
estado escondida en algún sitio?

-He pasado unos días... en el otro extremo de la isla -explicó Megan con
desgana-o ¿Me buscaba por alguna razón en particular?

Dallas se frotó pensativo la mandíbula y arqueó una de sus pobladas


cejas.

-Bueno, la verdad es que pensaba que era usted la que me estaba


buscando.

-¿Buscándolo? No lo entiendo. ¿Le dijo alguien que le estaba buscando


yo?

-Me lo dijo usted misma, querida.

La sonrisa de Dallas apenas cambió ni bajó un milímetro la mirada


mientras buscaba en el bolsillo de su americana hasta encontrar una
fina cartera de piel. Una placa que lo identificaba como agente del
Departamento del Tesoro centelleó ante los asombrados ojos de Megan.

Dallas era el agente que Hornsby había puesto en el complejo hotelero.


La persona a la que habían avisado de su llegada a Freport y con la que
se suponía que tenía que contactar cuando él viera el brazalete de oro.

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Pero sólo se había puesto el maldito brazalete medio día, la mayor parte
del cual 10 había pasado en una playa desierta. No había visto a Dallas
cerca, ni en el restaurante, ni...

-Parece que hubiera visto al diablo ¿Se encuentra bien?

-Sí, estoy bien.

De repente se acordó. Dallas había sido una de las pocas personas con
las que se había cruzado en el camino hacia la fiesta del salón de baile.

-Es mejor que me cuente lo que quiera decirme y así los dos podremos
seguir con lo que estábamos haciendo.

Megan abrió la boca y la cerró de golpe antes de hablar.

-Es curioso, ¿no cree?-entrecerró los ojos especulativamente- que el


señor Vallaincourt haya desaparecido al mismo tiempo. Le pregunté a
su secretaria como por casualidad y me dijo que se había tomado dos
días libres para ir a pescar. Imagínese. A pescar.

Megan se acercó a las puertas del patio. La luna no estaba todavía en el


horizonte, pero había ya miles de estrellas tachonando el cielo. Algún
cliente del hotel había organizado una fiesta en la playa y el resplandor
del fuego iluminaba la oscuridad de la noche.

-No es asunto mío si usted se dedica a renovar una vieja amistad, pero
lo que si es asunto mío es si usted tiene un viejo amigo que puede
ayudarnos en una investigación -los ojos de Dallas se cerraron hasta
formar una fina raya-Abner Hornsby me dijo que usted era una joven
muy inteligente, demasiado inteligente como para ponerse una pulsera
en la muñeca por error. Y demasiado inteligente como para olvidar el
motivo principal por el que se encuentra aquí.

Megan cerró los ojos, pero fue peor, porque lo único que consiguió
recordar fue la cara de Michael y su voz.

"Tenemos cosas de que hablar.


Cosas que debes saber y que debería haberte contado antes... "

Uno de los motivos por los que no había presionado a Michael y por lo
que no había tenido valor para contarle exactamente por qué estaba
allí, era por miedo a que sus peores sospechas se confirmaran. Si lo
hacían, si descubría alguna verdad desagradable sobre Michael
Antonacci, tendría que enfrentarse al dilema más terrible de qué hacer
al respecto.

Como abogada, estaba obligada por juramento profesional a informar de


todas las actividades ilegales de las que se enterara. Amar a un hombre

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sospechoso de tales actividades, no le eximía de complicidad si aquellos


delitos se probaban. Y un amante no se convertía automáticamente en
un cliente que le pudiera dar los privilegios del secreto cliente-abogado.

-Odio tener que ver a una preciosa jovencita como tú arruinada por un
estúpido error-dijo Dallas muy despacio.

Megan se volvió para enfrentarse a su mirada.

Era extraño. Hasta aquel mismo momento no se había fijado en que


aquellos anchos rasgos y aquella mandíbula poderosa tenían algo más
que un lejano parecido con su padre. El bonachón aire de abuelo que le
había resultado tan agradable la primera noche en el casino, se había
desvanecido al mismo tiempo que las graciosas arrugas de los ojos.
Dallas sólo era ahora el símbolo de la autoridad. Una autoridad que
Megan había aprendido a respetar antes de asistir incluso a la Facultad
de Derecho.

-Ya que ninguno de los dos va a rejuvenecer más por esperar y usted
necesita tomar una decisión, quizá ayude a acelerar las cosas un poco
si le cuento lo que hemos descubierto durante sus tres días de
excursión. Parece que su amigo ha jugado sus cartas hasta el límite.
Parece también que él no posee ninguna acción de este complejo
hotelero. Simplemente lo dirige, como ha estado dirigiendo muchos
otros negocios durante los pasados diez años o así... para su jefe,
Vincent Giancarlo.

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Once

Megan pensó que comprendía perfectamente cómo se debía sentir Un


condenado a la cámara de gas. Sentía en la garganta un nudo de
culpabilidad tan enorme que apenas podía tragar. Tenía las manos
temblorosas y frías. La piel era como un pedazo de hielo. Sus pasos
eran lentos y rígidos y parecía estar sumergida en una pesadilla en la
que el resto del mundo giraba a su alrededor a toda velocidad

Las habitaciones de Michael estaban en el piso más alto. El tiempo de


espera en el ascensor se le hizo una eternidad. Ver a todos los clientes
que subían y pulsaban los botones de cada piso, le hizo castañear los
dientes.

La llave era de bronce, diseñada para parecer la antigua llave de un


cofre del tesoro. Megan la apretó en las manos antes de llamar a la
puerta. Había llegado bastante más tarde de la hora límite que Michael
le había fijado y esperaba encontrarlo ya allí esperando.

Pero no estaba. Las habitaciones estaban iluminadas de forma muy


tenue y romántica y sobre la mesita de té había un ramo de flores
naturales. Al lado, en una cubitera, se estaba enfriando una botella de
champán. Las velas sin encender parecían esperados.

Las dependencias de Michael comprendían seis enormes habitaciones y


dos baños. La decoración parecía recién sacada de la revista. Ricos y
Famosos, pero Megan no encontró a ninguno allí. Estuvo buscándolo
media hora por todas las habitaciones antes de decidir ir a buscado en
otro sitio.

Volvió a tomar el ascensor y atravesó el recibidor para llegar al casino.


Echó una rápida ojeada a su alrededor sin ningún éxito. Las máquinas
tragaperras y las mesas estaban a rebosar. Reconoció un par de caras
del restaurante y la playa, pero Michael no aparecía por ningún lado.

-Perdone -se excusó al acercarse a uno de los hombres de seguridad-o


¿Ha visto hace poco al señor Vallaincourt?

La mirada apreciativa del hombre le recordó lo ajustado y corto de su


vestido.

-Creo que estaba aquí hace un rato, pero... -se encogió de hombros y
sonrió a modo de disculpa-. Podría probar en su oficina.

Megan le dio las gracias y volvió sobre sus pasos hacia el recibidor. En
ese momento, varias limusinas descargaban a sus clientes y la
recepción estaba abarrotada. Megan cruzó a toda prisa y se acercó a la
zona de oficinas de detrás de recepción.

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Había tres enormes puertas de roble, con placas de latón que indicaban
los nombres y los cargos de los ocupantes de los despachos. Megan se
acercó a la que indicaba manager.

Miró a sus espaldas y vio una horda de turistas agolpados contra el


mostrador de recepción. Giró el pomo y le sorprendió que cediera con
tal facilidad. La puerta se abrió sin rechinar y Megan echó un vistazo
antes de entrar. Se detuvo ante lo que debía ser el escritorio de la
secretaria. Después de echar otra mirada al hall, entró del todo y cerró
la puerta tras ella.

En una de las esquinas había un grupo de elegantes muebles. Un


enorme escritorio muy pulcro cortaba el paso de otras enormes puertas
hasta el techo. Una de ellas estaba entornada unos centímetros, lo
suficientemente abierta como para que Megan pudiera ver a Michael de
pie tras su despacho.

Dio un par de pasos decidas adelante y se detuvo de nuevo con el


corazón palpitante. Iluminado sólo por un par de lámparas verdosas, la
masculina belleza de Michael la sobrecogió.

¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente atractivo? ¿Por
qué no habría envejecido y se habría vuelto gordo y calvo? No tenía
aspecto de gánster ¡Por dios bendito! No parecía en absoluto la mano
derecha de Giancarlo, como DalIas le había contado.

El tejano casi había gemido de placer cuando ella le había dado su


verdadero nombre. Su nombre real. Pero, ¿qué otra elección le
quedaba? Se había puesto aquella maldita pulsera y había sido mala
suerte el que DalIas la hubiera visto. Mentirle sólo habría complicado
las cosas. Lo mejor que podía esperar era que Michael comprendiera por
qué lo había hecho Y no la odiara demasiado. Que le diera la
oportunidad de aclarar las cosas... si todavía había tiempo.

Michael frunció el ceño al inclinarse sobre su mesa. El gesto sólo


acentuó la aguda y cincelada mandíbula, la sensualidad de su boca Y la
seducción de sus ojos.

Una imagen de sus cuerpos desnudos enroscados juntos, ondulando


bajo la luz de la luna casi consiguió derrotar a Megan antes de realizar
lo que iba a hacer. Sabía que debía proceder con rapidez, sin pensar,
sin un retraso ni una duda de lo que podría haber sido bajo otras
circunstancias.

Sin molestarse en llamar ni anunciar su presencia de otra forma,


Megan empujó las puertas y caminó directamente hacia el despacho de
Michael.

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Él alzó los ojos con severidad para cambiar la expresión por una de
sospecha.

-¿Megan?

-Michael, tenía que verte. Tengo que hablar contigo sólo unos minutos.
Hay algo importante que tienes que saber.

-Megan, yo...

-No, por favor, déjame hablar. Déjame sacar todo esto de dentro de mí
antes de perder del todo el valor. Después, podrás echarme a patadas o
hacer lo que quieras conmigo.

-¡Megan No hay nada que me apetezca más que hablar contigo, pero
como puedes ver, estoy un poco ocupado en este momento.

Megan siguió su mirada Y las palabras, la respiración Y la habilidad de


pensar o moverse se le paralizaron. Michael no estaba solo.

Sentado en el sofá, débilmente iluminado en una esquina de la


habitación, estaba el pequeño colombiano que había visto en el casino.
A su lado, con un aspecto tan frío como en los tribunales de justicia
meses atrás, reposaba Vincent Giancarlo.

Los dos hombres estaban flanqueados por dos guardas de seguridad y


enfrente de ellos, con una expresión tan inexpresiva como la de
Michael, estaba Gino Romani.

Megan sólo pudo mirar asombrada con los ojos muy abiertos mientras
Vincent Giancarlo se ponía en pie. Pareció llevarle una eternidad y,
cuando lo consiguió, dio la impresión de llenar completamente la
habitación. Era sólo una impresión, por supuesto, porque era unos
centímetros más bajo que Michael, y no tan fuerte ni tan bien formado

Giancarlo estaba sin embargo impecable. Ni un cabello fuera de lugar ni


la sombra de una arruga en sus abrillantados zapatos de piel de
serpiente. Sus ojos, oscuros y profundos, le produjeron a Meegan la
sensación de que podían atravesarla.

-Michael -el hombre tenía una voz grave, suave y seductora como la
seda-o Parece que has estado guardándome secretos.

Megan notó tensarse la mandíbula de Michael antes de que consiguiera


esbozar una débil sonrisa. -La señora Thomas y yo somos viejos amigos,
fuimos a la escuela juntos. Está de vacaciones en la isla pasando un
par de semanas.

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Giancarlo se acercó a Megan.

-Todo el mundo debería tener viejos amigos tan encantadores. Y ahora


entiendo por qué un hombre que no ha dejado de trabajar un solo día
durante años, de repente se toma tres días libres -Los enormes ojos de
color ámbar se volvieron hacia Michael-. Cuentas con mi aprobación.

-Yo... lo siento -se disculpó Megan-. No pretendía interrumpirles.

-No se preocupe -Giancarlo le estrechó la mano con fuerza-o Este es el


tipo de interrupción que mantiene la sangre de un hombre caliente. Es
usted la que debe excusamos. Parece que ustedes tenían planes para
esta noche y somos nosotros los que estamos alterándolos.

Megan reprimió un escalofrío al sentir la mirada descarada de


Giancarlo. De repente, el vestido se le hizo demasiado corto y
demasiado apretado para ser cómodo. Maldijo el impulso de frivolidad
que le indujo a ponérselo.

-La verdad -dijo sin aliento- es que no era nada importante. Sólo íbamos
a cenar.

-¿Sólo a cenar? -Giancarlo pareció disfrutar con las palabras-Señora


Thomas, permítame decirle que si mi mujer se vistiera así sólo para
cenar, yo ya tendría doce hijos y estaría diez kilos más delgado.
Michael, deberías habérnoslo dicho.

-Tú también deberías haberme dicho que venías, Vince -le contradijo
Michael inexpresivo.

-Ah, ¡tocado! Sin embargo, por desgracia yo tampoco lo supe hasta hace
unas horas. Y además, prefiero ir y venir de los sitios inesperadamente.
Eso mantiene a todo el mundo en su sitio... ¿no crees, Eduardo?

El pequeño y moreno colombiano llevaba un tiempo haciendo los


mayores esfuerzos para pasar desapercibido. Al oír su nombre, se
removió incómodo en su asiento y asintió, lo que provocó una sonora
carcajada del siciliano.

-Sin embargo, hay hombres a los que no les gustan las sorpresas, ni
siquiera las lujuriosas. Michael, no debes dejar que interfiramos en tus
planes. Nunca me perdonaría a mi mismo ser el motivo de enfado de
una dama tan encantadora por una aburrida reunión de negocios.
Además -echó una ojeada a su Rolex de oro-, si no me equivoco, la
última vez que probé bocado fue al amanecer. ¿Todavía sigue
trabajando aquí ese loco de chef alsaciano? ¿El que derrite una onza de
mantequilla con medio kilo de queso para preparar la pasta?

-René -aclaró Michael-. Sí, todavía está aquí.

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-Entonces, resuelto. Eduardo y yo probaremos las habilidades


culinarias de René y discutiremos los resultados del fútbol mientras tú
y la señora Thomas... intentáis no discutir de nada -dijo con un guiño.

-¡Vince!

-No, no Michael. Insisto. Me has asegurado que todo está en orden y


listo para partir. Sólo queda esperar y me harías dudar de tu salud
mental si prefirieras esperar con nosotros en vez de con esta bella
dama.
Si a Michael le disgustó la despedida, al menos no lo mostró.

-¿Estás seguro de que no me necesitas? Giancarlo desvió los ojos de


Megan y frunció el ceño.

-Por supuesto que te necesito. Necesito que llames a la cocina y


encargues un filete de medio kilo. Y pasta, mucha pasta y calamares.
Cuando te necesite, le diré a Gino que te busque. Hasta entonces,
relájate y diviértete.
Michael parecía todo menos relajado. Dudó un par de segundos más,
pero cuando la' conversación pareció aligerarse, se volvi6 para usar el
teléfono de su escritorio.

Cuando lo hizo, la luz que había estado interceptando con su cuerpo,


iluminó a Megan con más claridad y acentuó sus colores. Giancarlo, en
medio de una frase, se quedó repentinamente silencioso y contempló
con fijeza al verde esmeralda de sus ojos.

-Perdone, señora Thomas, pero... ¿no nos hemos visto en alguna parte
antes?

Megan ni siquiera pestañeó, pero pudo distinguir el inconfundible eco


de sus latidos como si le corazón se le hubiera subido a la garganta.

Aquel día, por lo demás rutinario, unos meses atrás, ella había subido
hasta la sala del tribunal a observar los preliminares del juicio contra
Giancarlo. En menos de veinte minutos, sus abogados habían hecho
trizas las pruebas del fiscal. Al abandonar la sala del tribunal, con un
gesto de triunfo, Vincent Giancarlo había pasado muy cerca de Megan.
Peor todavía, la nube de fotógrafos que esperaba por él en el corredor, lo
había arrinconado contra las puertas hasta que sus guardaespaldas
habían conseguido despejar el camino. Había sido cuestión de unos
segundos, no más, pero para un hombre con fama de analizar a las
mujeres como otros analizaban los periódicos, había sido suficiente.
Vincente Giancarlo la había visto mirado y había reconocido su interés
con un gesto de asentimiento.
Pero no había forma humana de que recordara un encuentro tan trivial
después de dos años.

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-Yo... no lo creo, ¿señor...?

Giancarlo pareció volver a la tierra.

-¡Qué imperdonable rudeza! Michael es como un hijo mío, pero a veces


sus modales...

Giancarlo sacudió la cabeza en gesto de cómica desesperación.

Michael había escuchado la conversación y cubrió el auricular con la


mano. Miró fijamente a Meegan durante un segundo antes de
disculparse y presentarlos.

-Señora Megan Thomas... Vincent Giancarlo. Giancarlo inclinó la


cabeza.

-El placer es todo mío, se lo aseguro. Y debo advertirle que yo raramente


olvido una cara. Si nos hemos visto antes en cualquier sitio, más pronto
o más tarde, lo recordaré.

-Encargado -anunció Michael al colgar el teléfono-. René ha prometido


superarse a sí mismo, y están preparando el comedor privado. Gino te
acompañará abajo, Vince. Se asegurará de que te sirvan todo lo que
necesites.

A Megan no le pasó inadvertida la tensa mirada de Michael a Gino.

-Excelente, excelente. Vámonos entonces, Eduardo. Mi estómago está


rugiendo como un volcán.

El colombiano no necesitó que se lo dijeran dos veces. Se levantó y se


encaminó a la puerta con sólo una inclinación de cortesía en dirección a
Meegano Gino y los dos guardaespaldas lo siguieron y Giancarlo se unió
a ellos.

-Confío en que nos volvamos a ver, señora Thomas.

Megan esbozó un sonria y murmuró algo confuso. Fue Michael el que


los siguió hasta el vestíbulo y no quedó satisfecho hasta que todos
desaparecieron en dirección al restaurante. Cuando volvió, Megan se
había acercado a la ventana y estaba mirando a la concurrida calle. Oyó
a Michael cerrar la puerta tras él y el ruido del cerrojo.

Contempló el reflejo de él en los cristales de la ventana. Parecía


enfadado. Furioso, para ser más exactos. Megan se tensó en espera de
la confrontación que parecía inevitable. Dejó caer la cortina, pero no
pudo enfrentarse a él. Todavía no.

-Lo siento. No sabía que estabas ocupado.

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-Ha sido culpa mía. Debería haber leído los mensajes que tenía en
recepción. Si me disculpas un segundo, tengo que hacer unas llamadas
por teléfono.

El tono de su voz era distante y formal. Contrastaba terriblemente con


el ardor con que le había pedido que no llegara tarde a su cita una hora
antes.

Michael marcó algunos números en el teléfono de consola y habló en


voz muy baja, demasiado baja como para que Megan pudiera entender
lo que estaba diciendo. Era algo sobre invitados y reservas.

Cuando terminó, colgó, pero no se movió del escritorio. Megan sólo


pudo echar rápidos vistazos con el rabillo del ojo. Y no pudo hacer
siquiera eso cuando sintió que los ojos de él estaban concentrados con
toda su inmensa fuerza en sus esbeltos hombros.

Megan cerró los ojos.

-Michael... el Departamento de Justicia sabe todo sobre los negocios de


Vincent Giancarlo. Saben que es el propietario del casino y que tú
trabajas para él.

Le falló la voz y se quedó en silencio.

-¿Y eso era todo lo importante que tenías que decirme?

-No del todo.

Él la estaba mirando, esperando... Megan hubiera deseado no haber


puesto nunca los ojos en Abner Hornsby, no tener que sufrir tanta
angustia como estaba sintiendo.

-La otra mañana en la playa... cuando discutimos... me preguntaste si


estaba aquí sólo de vacaciones y no te contesté. No podía contestarte
porque;... porque la verdad es que... no estoy exclusivamente de
vacaciones. Tampoco te conté toda la verdad sobre mi carrera. Soy
abogada, pero trabajo para el Fiscal del Distrito y estoy aquí porque
ellos me enviaron. Bueno... no es que ellos me enviaran... fue más una
petición del Departamento del Tesoro. Un despreciable agente llamado
Hornsby. Me enseñó un fotografía tuya de hace unos meses con
Giancarlo. Estaba tan borrosa que no te reconocí, pero parece que hice
algún comentario la primera vez que me la enseñaron y... y él pensó que
podría identificarte mejor si aparecía simplemente por aquí para verte
en persona.

Una sola lágrima se deslizó del borde de sus ojos, deslizándose hasta la
barbilla.

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-Sólo sabían que tu nombre era Vallaincourt, y empezaron a sospechar


de ti al descubrir que ese nombre no tenía pasado.

Michael tomó aliento y expulsó el aire muy despacio.

-Supongo que ese error ya ha sido rectificado, ¿cierto?

Megan se volvió a enfrentarse con sus ojos por primera vez.

-No tenía mucha elección. No podía echarme atrás o renunciar a


colaborar una vez aquí. Y no podía mentir. Aunque lo deseaba con toda
mi alma, y auque estuve tentada de hacerlo. ¡No podía mentir! Hubieran
descubierto enseguida que algo iba mal y entonces los dos estaríamos
comprometidos. Pero de esta forma... de esta forma, al menos ya lo
saben y podré ayudarte. Sea lo que sea en los que estés metido,
Michael, yo puedo ayudarte. Haré lo que quieras que haga, lo que
pueda para buscar la forma de sacarte de esto... mientras no me pidas
que mienta por ti.

Michael la contempló en silencio. Parecía necesitar tiempo para digerir


su apasionada confesión. Bajó la mirada hacia sus manos y las apretó.
Después deslizó la vista por todo su cuerpo con intensidad.

-Así que quieres ayudarme -murmuró.

Megan contuvo el aliento hasta que pensó que se iba a ahogar.

-Has venido aquí en... digamos una pequeña misión secreta para el
Departamento del Tesoro, a las órdenes de, ¿cuál es el nombre de tu
jefe? ¿Hornsby?

-¡No es mi jefe! Sólo le estaba haciendo un favor. ¡Ni siquiera quería


venir aquí al principio! Tenía planeadas unas tranquilas vacaciones en
Cape Cod hasta... hasta que...

-¿Hasta que te convencieron de hacerle ese favor a Hornsby? -Michael


apretó los labios con fuerza-. Y entonces, por el motivo que sea, después
de haberle hecho a él el favor te has sentido impulsada a venir aquí y
hacerme a mí otro.

-¡Quiero ayudarte, Michael! -susurró-Si me dejas. Pero no puedo a


menos que me cuentes en lo que estás metido, y yo... yo no lo haré si
tiene algo que ver con drogas.

-¡Qué noble discriminación! -exclamó él con sarcasmo-o Yo creía que un


delito era un delito -entonces dio dos pasos en dirección a ella-o Pero tú
no crees que sea un asunto de drogas, ¿verdad?

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-Yo ya no sé que creer. Las drogas era lo peor en lo que podía pensar
y... después está Sarnosa. Es colombiano, ¿verdad? Una asociación
natural con las drogas. Y no me puedes decir que Giancarlo tenga
nobles discriminaciones con respecto a nada.

Michael sonrió torcidamente. -No, supongo que no las tiene.

Él se estaba acercando cada vez más. Megan empezó a retroceder. Se


tropezó contra la esquina de una estantería mientras buscaba mantener
la distancia prudente entre ella y la furia de Michael.

-Podrías habérmelo dicho, ¿sabes? Podrías haberme contado a que


habías venido y haberme preguntado directamente lo que querías saber.

-¿Y tú me lo habrías contado?

Los ojos de Michael se posaron en la seductora curva de su cuello.

-Si hubieras elegido el momento oportuno, es posible que te hubiera


contado todo lo que hubieras querido saber.

Megan intentó contener una oleada de lágrimas.

Él estaba siendo deliberadamente cruel, castigándola con sus


insinuaciones.

-Hubiera sido igual. Tú eres quien eres y yo soy quien soy. Nunca
hubiera funcionado, a pesar de que hubiéramos sido sinceros el uno
con el otro.

-Pues yo pensé que estaba funcionado bastante bien los pasados tres
días -- aseguró Michael con el ceño fruncido acortando el espacio que
los separaba con amenazadora facilidad-o Pero supongo que eso era
parte del juego también, ¿me equivoco?

-Juego?

-Vamos, Megan. Los dos somos adultos. Los dos hemos disfrutado de la
compañía del otro, del cuerpo del otro. Y debo admitir que haces muy
bien el papel de ingenua. La timidez era de lo más convincente. Casi
conseguiste que me pusiera en ridículo una vez más.

Megan lo miró a los ojos muy dolida.

-¡No estaba actuando! Pienso todo lo que dije.


Y todo lo que hice mientras estábamos juntos. Lo único que no pensaba
era enamorarme de ti, pero ha sucedido y no me arrepiento. Si tú eres
el único que ha estado jugando, o si crees que sólo he hecho esto para

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ganarme tu simpatía, entonces... entonces eres un maldito idiota,


porque podría haberte querido para siempre y ahora ... ahora lo acabas
de estropear todo.

A pesar de todos sus esfuerzos por contenerse, las lágrimas empezaron


a derramarse. Calientes y rápidas, le empaparon las mejillas y
descendieron hasta la barbilla. Y las odiaba. Odiaba llorar y odiaba a
Michael por verla llorar. No había llorado así desde que era una niña,
pero así se sentía en ese momento; como una niña pequeña. Así la
hacía sentir Michael, desesperada y vulnerable y fuera de lugar sin
remedio.

La cara de Michael había perdido parte de su color. Estiró las manos en


su dirección y aunque ella las rechazó, insistió hasta que le rodeó la
cara y la obligó a mirarlo a los ojos.

-¡Déjame irme! -suplicó Megan.

Los ojos de él estudiaron su cara con una ansiedad incontenible y la


sujetó con más fuerza.

-¿Has dicho que... que me amabas?

-No, no te quiero -insistió Megan aunque ya ninguno de los dos lo creía.

-Ni yo te quiero a ti tampoco -aseguró Michael con aplomo-. Y supongo


que si no te quiero ahora, tampoco te quise hace quince años.

Megan dejó de resistirse y se quedó rígida.

¿Qué diablos estaba diciendo? ¿Que había sentido lo mismo que ella
hacía tantos años?

-Curioso, de todas formas -murmuró él-Tardé mucho tiempo en


olvidarte. Tuve que irme y sabía que te olvidaría, pero... no lo conseguí.
Lo intenté con toda mi alma. Salí con mujeres como si no existiera el
futuro, pero siempre salía algo mal. Y ni siquiera sabía lo que era hasta
el momento en que te volví a ver en el casino.

-Michael, por favor, no...

-Me quedé de piedra. Sólo pensar que la mujer que había visto se
parecía a ti, me hizo ir corriendo a buscar el nombre en los registros. Y
cuando descubrí que eras tú...

Megan alzó la vista. Tenía que saber la verdad. -Cuando te besé en el


aparcamiento, estaba temblando como un colegial. Me sorprende que
no lo notaras ¿Y en la pista de baile? No sé que hubiera hecho si no

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hubieras venido conmigo... pero lo hiciste y volví a enamorarme de ti...


como un tonto -añadió con suavidad.

Megan pestañeó. Se llevó una mano a la cara y se limpió los restos de


las lágrimas con un gesto tan inocente y tan resuelto, que Michael
estuvo a punto de sonreír.

-Pero, ¿cómo puedes decir que todavía me quieres? -le retó ella-o Te he
traicionado.

-No me has traicionado. Yo me he traicionado a mí mismo.

-Yo fui la que les conté lo de tu nombre. Michael suspiró y le frotó los
labios suavemente con los dedos.

-Estoy seguro de que Hornsby y los otros lo hubieran descubierto por sí


mismos. Simplemente te han utilizado, yeso no ha sido muy noble.
Debería darles una lección.

-¡Oh, no Michael. No deberías... !

Él se rió de repente y la alejó un poco.

-¿Que no debería qué? ¿Enviar a alguien a que les rompa el cuello?


Creo que has visto demasiadas películas de gánsters. Hoy en día somos
más discretos.

Megan se sonrojó.

-No era eso lo que quería decir.

-Me alegro, porque ya sólo rompemos dedos y el dedo gordo del pie de
vez en cuando.

-Me estás tomando el pelo. Y este asunto no es para tomarlo a broma.

-No, no lo es -asintió él tomándola en sus brazos-, pero si no te tomo el


pelo, podría acabar enfadándome y ninguno de los dos lo encontraría
divertido.

Megan suspiró resignada y enterró la cabeza en el hueco de su cuello.

-y estás enfadado. Lo podría jurar-

-Parece que me has puesto entre la espada y la pared.

-Michael...Yo puedo ayudarte. Puedo hacer una llamada a Nueva York


esta noche. Ahora mismo, si quieres. Hablaré con el Fiscal del Distrito,

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Phil Levy. Es un hombre bueno y justo. Él sabrá qué hacer. Hay unos
programas de protección de testigos y...

Michael le echó la cabeza hacia atrás para obligarla a no desviar la


mirada.

-¿Protección de testigos? ¿Para testificar ante un jurado?

-E inmunidad ante el fiscal. Es la única forma de libramos de Abner


Hornsby... y de Vincent Giancarlo.

Michael, a la vista de su innegable sinceridad, pareció completamente


asombrado.

-¿Sabes cuántos testigos han sobrevivido para declarar contra Vincent?

-Estarías protegido...

-Estaría muerto -afirmó él sin un asomo de

duda-o ¿Y quién te ha dicho que a mí me guste la idea de declarar ante


un Tribunal?

-¿Estás diciendo que definitivamente no lo harás?

-Ni por asomo, Megan. Lo siento, si te rompo las ilusiones que te hayas
hecho sobre mi honradez y mi nobleza, pero la dura realidad es que me
gusta vivir. Me gusta respirar y andar por la calle sin tener que dar un
respingo cada vez que alguien estornuda. No puedes hacer esas cosas
desde el fondo del río Hudson.

-Entonces estamos metidos en un problema, ¿verdad? -dijo ella en un


susurro.

-Supongo que sí.

Michael observó el provocativo rubor de sus mejillas y la mirada


retadora de sus profundos ojos verdes. El silencio se hizo inmenso entre
ellos.

-No pienses que no me importas, Megan. Te dije lo que sentía cuando te


confesé que te amaba y ahora te digo que te amaré hasta el día en que
me muera. Si eso no te hace condenadamente importante para mi...

Megan se puso de puntillas y le cerró los labios con un apasionado


beso.

-Tú eres igual de importante para mí, Michael. Y no tengo intención de


perderte.

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Lo volvió a besar sin recibir ninguna respuesta durante un largo y


tormentoso momento. Entonces sintió un ronco juramento contra sus
labios mientras las manos de Michael la rodeaban de la cintura y la
atraían contra el calor de su cuerpo.

-Ya sabía que eras un problema -murmuró él con voz ronca-o Lo supe
en la cena, y lo supe en la pista de baile. Sabía que nunca debería
haberte tocado. Que no debería tocarte ahora...

Pero en lugar de apartarla, la atrajo con tanta fuerza contra su cuerpo,


que Megan no pudo evitar notar la pasión que lo devoraba.

El jadeo entrecortado en su garganta mostró la intensidad de sus


emociones primitivas, el desinhibido deseo que le producía cada caricia
de la lengua de Michael, los temblores que le hacían arder de ansiedad.

Sus labios se separaron sólo lo justo para mirarse profundamente a los


ojos. Después se volvieron a unir, con el aliento y el pulso acelerado.

Michael deslizó las manos bajo la seda del vestido y Megan escuchó el
suave gemido al rozar la pequeña tira de seda de su ropa interior.
Cuando sus dedos jugaron con el borde de encaje, Megan sintió una
oleada de exquisito placer. Michael sabía exactamente dónde tocarla
para provocar aquellos deliciosos temblores. Dónde presionar su piel
para confundir sus más básicos sentidos del bien y del mal.

-Michael... no podemos. No debemos.

-No sé lo que pensarás tú, pero yo ya estoy cansado de no poder, no


deber. Si hay algo que desee hacer en el mundo es esto.

Sus dedos presionaron con dulzura y la dulce espiral de rendición la


hizo fundirse en él. Su boca la esperaba para acallar sus gemidos,
silenciando sus jadeos de capitulación cuando su resistencia se
derrumbó ante aquellas sensuales manos.

Megan sintió las rodillas temblorosas y no intentó siquiera detenerlo


cuando él la tomó en brazos y la llevó hasta el sofá. Se hundieron los
dos en los mullidos cojines, y él enseguida le levantó el borde de la falda
y tiró hacia arriba del arrugado pedazo de seda. La dejó sólo con la
camisola que ella había escogido con tanto cuidado y le brillaron los
ojos de admiración. Esto era para mí, espero -murmuró rozando con la
punta de los dedos las sensuales curvas de sus senos.

El tacto del satén era casi tan erótico como sus caricias suaves como
plumas y Megan se incorporó implorando su boca con la mirada.

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Al leer aquel deseo, reflejo el suyo propio, Michael inclinó la cabeza y


tomó el apretado pezón en su boca por encima del satén. Megan se
arqueó hacia él y clavó los dedos en sus rizos morenos. La experta boca
masculina le producía ríos de inflamadoras sensaciones, mojando la
tela, enfriándola contra la ardiente piel, añadiendo un tormento helado
al fuego que ardía en su piel.

La húmeda intimidad se detuvo el tiempo que él tardó en provocar un


estremecimiento de ansiedad más abajo, rozando el minúsculo pedazo
de satén y encaje que cubría levemente la uve entre sus muslos.

-y esto -murmuró Michael, perdiendo la compostura al notar la


suavidad de seda de sus caderas-, esto no es justo, señora abogada.

-Si me dan a elegir entre jugar limpio y ganar, prefiero ganar siempre.

Michael la miró aturdido al descubrir el orgullo y el amor en sus ojos.


Bebió la dulce y rosada piel de sus mejillas y de los húmedos labios
entreabiertos que .le producían todo tipo de lujuriosas fantasías.

Su mano se deslizó hacia el frío pedazo de satén y lo arrancó con


impaciencia. Megan gimió ante la repentina desnudez y rápidamente
enroscó sus largas piernas alrededor del cuerpo de él.
Medio se rió, medio gimió cuando su piel se encontró con el
impedimento de la ropa de Michael. La americana y la camisa salieron
volando para revelar la potente musculatura de su torso. Con una
maldición por tener que separarse de ella esos leves segundos, las
manos de Michael tropezaron con las de Megan sobre la cremallera de
su pantalón hasta que comprendió que se las arreglaba por sí misma y
la dejó maniobrar.

Dejó escapar un gemido al sentir sus fríos dedos cerrarse sobre él. Bajó
la cabeza hacia su pecho de nuevo, pero esa vez, apenas pudo saborear
a tersura de su piel. Con otro ahogado gemido se vio obligado a alzar la
cabeza hasta encontrarse con la tierna curva de su cuello y su pelo.
Entonces deslizó las manos bajos sus caderas y se apretó con ansiedad
contra el húmedo y ondulante paraíso.

Megan se estiró para recibido con ansiedad, pero cuando empezó a


hundirse sobre ella, los mullidos cojines cedieron absorbiendo la mayor
parte de la potencia de él.

Michael la volvió a levantar y la sujetó mientras cambiaban las


posiciones en el sofá, Sentado ahora, la bajó lentamente sobre él, con
las rodillas pegadas a sus caderas temblorosas de incertidumbre.

Megan se inclinó hacia atrás instintivamente al sentir la enormidad de


su deseo, pero al deslizarse más y más profundamente dentro de él, se
abandonó a la dirección de sus expertas manos. Centímetro a

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centímetro, la llenó hasta que sus cuerpos estuvieron tan unidos como
nunca habían podido soñar. Los dos gimieron al unísono uniendo sus
bocas para compartir el placer.

Las manos de Megan apretaron los hombros de él y tuvo que recurrir a


toda su fuerza de voluntad para no empujar y empujar contra él.

Pudo sentir los estremecimientos de placer que empezaron a minar su


compostura y luchó contra ellos con todas sus fuerzas. Intentó
concentrarse en los masculinos rasgos de su cara, pero ver el efecto que
su excitación producía en él, fue peor.

Megan arqueó la espalda lentamente haciendo una ligera presión donde


más lo necesitaba. Susurró su nombre en un gemido y sintió que los
labios de él presionaban contra el hueco de su cuello. Entonces el
gemido se convirtió en un grito desnudo cuando las manos masculinas
empezaron a agitada al ritmo de los salvajes latidos de sus corazones.

Michael sintió sus profundas contracciones contra él. Dejó llegar los
primeros espasmos del orgasmo con la tranquilidad de un estadista,
pero cuando las oleadas de ardor empezaron a nublarle los sentidos, y
las demandas del cuerpo de Megan empezaron a escaparse de la
sujeción de sus manos, dejó toda idea de contención a un lado y la
arrastró con todo el poder y la pasión que el cuerpo le pedía.

No fue suficiente. Nunca sería suficiente, comprendió Michael cuando


sintió el placer estallar dentro de él. Con ansiedad empujó más y más
adentro pensando que aquellos benditos momentos debían bastarle
para una vida entera. Ya la había perdido una vez y había tardado
quince años en recuperarla. Y era probable que la perdiera otra vez en
cuestión de unas horas, como resultado de su propia estupidez. Pero en
aquel momento, ella le pertenecía y, con desesperación, casi con furia,
prolongó los espasmos de ella hasta lo humanamente posible.

Sólo deseaba que todos sus recuerdos fueran de Megan, de su


asombrosa belleza, de su fiera pasión, de sus rotos gritos de increíble
placer. Allí y en ese momento, la amaba todo 10 que un hombre pudiera
amar a una mujer. La tentación era tan real, tan palpable como para
escapar con ella, tan rápido y tan lejos como pudiera. Pero Michael
sabía que no era posible. Lo mismo que sabía que no podía pensar en
ningún futuro con Megan Worth a partir de aquella noche.

Después de aquella noche, indudablemente lo odiaría hasta el límite en


que una mujer pudiera odiar a un hombre.

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Doce

Megan todavía estaba sofocada mientras intentaba poner su pelo y su


ropa en orden. Sin cepillo ni peine, la rubia cascada de su melena se
arremolinaba sobre sus hombros como si hubiera acabado de pasar
una tormenta. Y su vestido... la tela estaba arrugada sin esperanza de
poder pasar desapercibida.

Michael dejó de vestirse para mirada. Megan estaba frunciendo el ceño


al ver el enganchón de su media.

-No tendrás problema si no te agachas a recoger peniques -bromeó


consiguiendo sólo que Megan se sonrojara más.

-Me siento desnuda -se quejó ella incómoda.

-Estás preciosa.

Megan desvió la mirada y tiró de la falda como para alargada algunos


centímetros.

Michael se encogió de hombros dentro de su americana y se acercó a


ella por detrás. Por mucho que lo intentara, no podía resistir a
tentación de tocada, de volver a sentir su calor entre sus brazos. Con
delicadeza, le retiró el pelo y depositó un beso en la suave curva de su
cuello.
-Siento que estés incómoda. La culpa es mía y la acepto por completo.

-No es toda tuya -corrigió ella con un suspiro-Supongo que yo podría


haberte detenido si hubiera querido.

-¿De verdad? ¿Y en qué momento exactamente? Megan volvió a suspirar


mientras los labios de él seguían jugueteando con su cuello. Ya que no
le sorprendía que él supiera lo indefensa que se sentía en sus brazos,
¿por qué tenía capacidad para sorprenderse a sí misma? Y además,
¿cuántas veces había estado enamorada en su vida como para saber
como actuar o reaccionar?

-Michael... ¿qué vamos a hacer?

Los labios de Michael se detuvieron y le dio un último beso en lo alto de


la cabeza.

-Eso depende. ¿Decías la verdad cuando me confesaste que harías todo


lo que yo te pidiera? -Por supuesto que la decía.

Cuando Megan intentó volverse para mirarlo a los ojos, Michael le


plantó con firmeza las dos manos en los hombros para detenerla.

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-y si te pidiera que hicieras algo por mí, ¿lo harías sin demasiadas
preguntas?

Megan se sintió desolada.

-Eso depende... de lo que quisieras que hiciera.

-Nada ilegal -le aseguró rápidamente-o Nada que te comprometiera ni


por lo más remoto.

El corazón de Megan se aceleró. -¿Qué quieres que haga?

-Primero, quiero que me digas quién es tu contacto aquí en el hotel.

-¿Mi contacto?

Michael sintió cómo los delicados hombros se tensaban bajo sus manos
y sonrió.

-Estoy seguro de que el Departamento del Tesoro no te ha enviado aquí


sola. Y sólo te lo estoy pidiendo para saber si él puede sacaros a tu
prima y a ti de la isla esta noche.

-¡De la isla! -Megan se volvió a pesar de los esfuerzos de Michael para


impedírselo-. ¿Y por qué quieres que me vaya de la isla?

-Megan, dijiste que no harías demasiadas preguntas-la recordó


entristecido-. Si te diera demasiadas respuestas, te metería a ti, junto
conmigo, en un callejón sin salida.

Megan estudió su cara con detalle. La estaba protegiendo de algo ... y


como quería que desapareciera de la isla esa misma noche, tenía que
estar relacionado con la súbita aparición de Giancarlo.

-No me pienso ir.

-Sí, lo vas a hacer.

-No -sacudió ella la cabeza-o No me voy.

Michael apretó la mandíbula y frunció el ceño. -Además, no me gusta la


forma en que me echas, como si fuera incompetente, inútil e incapaz de
sobrellevar los peligros de la situación.

"Sean los que sean», pensó sin atreverse a decirlo

-Megan, te pedí que confiaras en mí y me dijiste que lo harías.

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-y confío en ti. Pero también te amo y espero que las dos cosas juntas
no me hayan nublado el cerebro por completo.

Michael exhaló un profundo suspiro.

-No, no lo han hecho. Te doy mi palabra, Megan, de que te lo explicaré


todo por la mañana. Y ya no habrá más secretos, ni más misterios.

Megan arrugó más el ceño, aunque sospechaba que ya no podía


presionarlo más. Le estaba prometiendo aclarárselo por la mañana y
tendría que creerlo; Esa vez, tendría que confiar en él y ver si mantenía
su palabra.

-Sin embargo, no pienso irme de la isla. Michael dejó escapar un


gruñido y cerró los ojos un instante.

-Entonces, al menos saldrás de este hotel y te alojarás con tu prima en


otro, preferiblemente en el otro extremo de la isla.

-¿Por qué?

-Porque te lo estoy pidiendo, ¡maldición! Y te vuelvo a preguntar, ¿quién


es tu contacto aquí?

Megan capituló a regañadientes.

-Se llama Dallas. Así se hace llamar, al menos.

No sé si es su apellido o su apodo. Sólo lo conozco como Dallas.

-Está bien. ¿Y cómo te pones en contacto con él cuando lo necesitas?

Megan vaciló de nuevo, incapaz todavía de contarle lo del brazalete. Se


había sentido estúpida la vez que lo había usado, y a Michael le
parecería infantil y peliculero.

-No lo hago. Quiero decir, no lo hice. Él contactó conmigo.

Michael entornó los ojos.

-¿Qué aspecto tiene? Descríbemelo.

-Alto, fuerte. Pelo blanco. Tiene un fuerte acento tejano y va lleno de


joyas desde los dedos hasta el cuello.

Michael asintió.

-Lo conozco, y ¿estás segura de que es él?

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-Sí, pero ¿por que estás tan preocupado. por mi seguridad? No estoy en
peligro.

-No directamente, pero yo sí. Tu presencia aquí aumenta los riesgos


para mí.

-¡Para ti!

-Lo primero que se aprende en este negocio es a no mostrar a nadie tu


debilidad. Giancarlo te vio esta noche y ahora sabe que tú eres mi
debilidad. La segunda regla, e igualmente importante, es no dar nada
por supuesto. El hecho de que tú supieras quién era Giancarlo desde
que entraste en esa habitación comporta un riesgo doble: para ti, por
poder identificarlo y para mí por estar con una ayudante del Fiscal de
Distrito.

-Pero él no lo sabe.

-No te engañes, lo sabrá mañana. Vi la forma en que te miraba y


Vincent no es del tipo de hombres que dejan escapar a una mujer
bonita de las manos.

La obstinación de Megan se derrumbó al recordar las palabras de


Giancarlo.

"Yo raramente olvido una cara. Si nos hemos visto antes en cualquier
sitio, más pronto o más tarde, lo recordaré».

-¿Me dejarás actuar a mí? ¡Por todos los diablos!

-¿Qué?

-Que no estoy acostumbrado a estos sentimientos de responsabilidad


que despiertas en mí.
Nunca he tenido que preocuparme más que por mi propio cuello.

-¿Estás preocupado? -preguntó Megan con solemnidad-. y no me refería


solo a mí misma.

-Estoy lleno de preocupaciones -murmuró Michael rodeándole la cara


con las manos-o Me preocupa lo que pueda suceder el próximo minuto
si sigues mirándome así. ¿O has olvidado que estás medio desnuda bajo
ese diminuto pedazo de nada?

Megan se fundió en su beso, sin saber si se sentía mejor o peor por el


efecto.

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-No me convencerás tan fácilmente con esos intentos de distracción -le


advirtió ella con suavidad-Cambiaré de hotel si eso es lo que quieres
que haga, pero no me vas a alejar de tu lado para siempre, Michael.
Volveré. De una forma u otra, volveré y entre los dos encontraremos la
forma de que todo salga bien.

Sin esperar una respuesta, Megan dio la vuelta al escritorio. Se sentía


bastante orgullosa de haber sido capaz de decirlo sin que le temblaran
las rodillas. Pudo sentir el ardor de la mirada de Michael posada en su
espalda sabiendo que no resultaría tan fácil como ella quería hacer
creer. Había una barrera entre ellos, una barrera llamada justicia. Con
un lado bueno y otro malo, que los separaba.

Megan recuperó los zapatos de donde habían caído al lado del


escritorio. Una ojeada rápida le mostró que Michael estaba con la
guardia baja y sin saber que decir.

Por la mañana, cuando le explicara lo que había prometido, le tocaría a


él el turno de confiar en ella. Ella era una reconocida abogada y
encontraría la solución de alguna forma. Si Phil, o cualquiera del
Departamento, tuvieran alguna duda ética acerca de que ella quisiera
defender a Michael Vaallaincourt, bueno pues podían meterse su
precioso trabajo y su preciosa ética donde...

Michael volvió la cabeza hacia la puerta con brusquedad. Levantó al


mismo tiempo la mano en señal de precaución en el instante en que
Megan escuchó un ruido fuera de la oficina. Una sombra se deslizó por
delante de la ranura de las puertas correderas.

El pomo de latón empezó a girar, muy despacio, como si lo estuvieran


probando.

Michael se aproximó sin ruido al escritorio y abrió uno de los cajones.


Estaba alcanzando el mango de una brillante Beretta 9 mm. cuando
alguien llamó suavemente a la puerta.

-Mikey, ¿estás ahí? Era Gino.

-Un minuto.

Michael cruzó la mirada con la de asombro de Megan. Ella había visto


la pistola y el repentino cambio en las facciones de Michael. El mismo
cambio que la mañana de la playa. Todo arrogancia y calma un
segundo y frialdad y peligrosa decisión en el siguiente.

Michael se acerco a la puerta y la abrió. -¿Qué pasa?

Gino ladeó la cabeza ligeramente al ver a Megan detrás de Michael.

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-Han acabado de cenar. Vincent quiere verte.

Michael dejó escapar una maldición entre dientes. Miró su reloj de


pulsera y maldijo de nuevo. -De acuerdo. Tendré que llevar a Megan
antes a su bungalow y entonces...

-No creo que sea buena idea. Quiere verte ahora mismo. No parece muy
contento acerca de un par de cosas que ha averiguado durante la cena,
y si eres inteligente, dedicarás un poco de tiempo a pensar en algo
rápido.

-¿Algo como qué? ¿Qué es lo que pasa? preguntó Megan para disgusto
de Michael.

Ella había supuesto que Gino era amigo de Michael, pero también era
empleado de Giancarlo. Su lealtad y obligación serían primero para
Giancarlo por mucha amistad que pudiera sentir por Michael.

Aquello estaba poniéndose más complicado a cada minuto. Necesitaba


tiempo para pensar a solas.

Alcanzó el bolso y echó una última ojeada al despacho para comprobar


si se había dejado algo. En el último minuto, se dio cuenta de que
llevaba todavía en la mano las medias rotas. Se sonrojó por el descuido
y las guardó en el pequeño bolso de piel.

-No te preocupes por mí, Michael. Puedo volver sola a mi habitación.

-Lo siento Megan, me libraré de esto en cuanto pueda.

-Lo primero es el trabajo.

Con una brillante sonrisa hacia Gino, se dirigió a la puerta. Casi había
pasado a los dos hombres cuando sintió la mano de Michael en su
brazo.

No se dio la vuelta pero Megan sabía que estaba pendiente de los ojos y
oídos de Gino.

-No hagas nada apresurado hasta que sepas algo de mí -le susurró al
oído.

Megan se detuvo al otro lado de la puerta. Alzó la vista hacia los finos y
elegantes rasgos de él y la sonrisa le salió ligeramente forzada.

-Ya sabes que esperaré lo que haga falta.

Lo besó, a pesar de la presencia de Gino. Después se fue antes de


perder completamente el valor. Por una vez, agradeció las multitudes

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agolpadas en la recepción del hotel. Se mezcló entre la gente sin


preocuparse por las miradas de curiosidad que despertaba su aspecto.
Sabía que Michael estaba al otro lado de la puerta mirándola. Atravesó
el pasillo de mármol y salió hasta sentir el frío aire de la noche en la piel
quemada.

Los bungalows a ambos lados del suyo estaban invadidos de música y


carcajadas. Y a juzgar por el sonido, la fiesta de la playa estaba también
en pleno apogeo.

Megan buscó la llave con torpeza. Irritada, notó que la bombilla del
porche se había fundido y estaba casi a oscuras. Le costó dos intentos
inútiles acertar en la oscuridad antes de oír el click de la cerradura.

Escuchó un leve ruido de forcejeo en el interior, seguido de un grito


reprimido. Pero antes de poder reaccionar, la puerta se abrió de par en
par y se encontró con el cañón de una automática a la altura de los
ojos.

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Trece

-Creo... que debería ser yo el que hiciera esa pregunta, ¿no cree?

-No sé lo que quiere decir.

-Oh, vamos, señorita Worth. Podrá haber drogado a Michael con esos
enormes ojos verdes suyos, pero no a mí. No me gustan las
coincidencias de ningún tipo o bajo ningún concepto.

-y a mí no me gusta su presencia de ninguna forma ni bajo ningún


concepto. Ahora, ¿sería tan amable de pedirle a ese animal que le quite
las manos de encima a mi prima?

Giancarlo sonrió animado.

-Sus manos se quedarán exactamente donde están hasta que me


conteste a unas cuantas preguntas. Y si no me gustan las respuestas,
bueno...

Giancarlo alzó una mano y Shari gimió, dejando de forcejear al instante.


El animal le había rodeado la cintura con un brazo y la sujetaba en una
posición forzada contra su otro brazo, un brazo tan ancho como para
romperla la columna sin ningún esfuerzo.

-Suéltela -gritó Megan asustada-o Ella no tiene nada que ver con todo
esto.

-¿Eso quiere decir que usted sí tiene algo que ver?

-Eso no quiere decir nada -le cortó ella con sequedad-Y lamento su
intrusión. El allanamiento de morada es un delito.

Giancarlo echó hacia atrás su atractiva cabeza y se rió.

-Ya veo por qué le resulta tan atractiva a Michael. Tiene un fino sentido
del humor, señorita Worth y guarda la calma ante las situaciones
difíciles. Muy importante en los días que corren. En

-Entre, entre, señora Thomas... o debería decir señorita Worth. Únase a


nosotros -la recibió la voz de Vincent Giancarlo, acomodado en el diván
de flores.

El guardaespaldas que Megan había visto poco antes en la oficina de


Michael estaba apostado en la puerta con la pistola en la mano. Un
segundo matón, de aspecto brutal, forcejeaba para sujetar a su prima.

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-Pase, pase señorita Megan Worth, asistente del Fiscal de Distrito de


Manhattan. Dios mío, supongo que debe haber disfrutado de su cena
bastante. Una lástima que haya terminado tan rápido.

Megan hizo caso omiso de la mirada inquisitiva que Vincent dirigió a su


ropa arrugada y a su peinado deshecho. Tuvo que concentrar todas sus
fuerzas en controlar el impulso de chillar, pero el esfuerzo le agotó el
último retazo de energía que le quedaba. No pudo pensar siquiera en
Michael y apenas le quedó valor para emitir una pregunta con voz
quebrada.

-¿Qué está haciendo aquí? -preguntó-. ¿Qué es lo que quiere?

En cuanto a mí... A mí me gusta la mujer calmada. La que puede


sopesar la situación y sabe cuál es su mejor recurso--. ¿Sabe usted cual
es su mejor recurso, señorita Worth?

-¿Por qué no me lo dice usted?

-La verdad, señorita Worth. Toda la verdad y nada más que la verdad.
¿Es así la fórmula ¿Cierto? -su sonrisa se ensanchó y se frotó la
bronceada mandíbula-o Ya le dije que nunca olvidaba una cara.
Especialmente una cara bonita. Y sobre todo con unos ojos de color
esmeralda. Eso fue lo que me llamó la atención en los tribunales,
señorita Asistente del Fiscal de Distrito. Ojos como esos, y un cuerpo
hecho para el placer... imagine mi disgusto cuando me enteré de que
pertenecía a la oficina del Fiscal. Esperaba que quizá fuera una
periodista buscando una entrevista en exclusiva.

-¿Se supone que debo sentirme halagada? ¿Qué es lo que quiere señor
Giancarlo?

-Ya se lo he dicho: la verdad. ¿Por qué ha venido a esta isla?

Megan sopesó la respuesta un momento, pero un rápido vistazo a los


ojos de Shari, muy abiertos por el miedo, la convenció de que la única
salida estaba en decirle lo que quería.

-Vine aquí a identificar a Michael.

-¿A identificar a Michael? ¿Qué quiere decir con identificar a Michael?

Aquello no era lo que Giancarlo había esperado oír y Megan sintió una
momentánea satisfacción al ver su expresión de confusión.

-Nadie del Departamento de Justicia parecía saber quién era Michael


Vallaincourt. Por algún motivo, pensaron que yo lo reconocí en una
fotografía borrosa y para dejar el expediente cerrado, me enviaron para
conseguir una identificación positiva -Poco a poco, Megan empezó a

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sentir que recuperaba su autocontrol, permitiéndole dejar las


emociones a un lado, como hacía en las salas de los tribunales-El
nombre de Vallaincourt no figura en ningún registro. Así que, encontrar
una cara sin nombre, hubiera llamado la atención tarde o temprano.

La explicación era tan simple y tan básica que Megan pensó que sería
muy difícil que la aceptaran.
-Ya veo. Y como ustedes eran antiguos compañeros de colegio, supongo
que hasta ahí, debe estar diciéndonos la verdad. Usted conocería el
apellido auténtico de Michael Antonacci. Vino, lo vio y pudo darles un
nombre para sus archivos. ¿Y qué más debía averiguar para ellos?

-Nada más. Eso es todo.

-¿Nada más? ¿No hay otro motivo por el que te hayan metido en su
cama?

Megan se sonrojó de rabia.

-Nadie me ordenó acostarme con él.

-¿No era parte de su cometido? ¿No se suponía que debía acercarse a él


para descubrir lo de las placas?

-¿Placas? ¿Qué placas? Giancarlo soltó una carcajada.

-No está siendo muy convincente y diría que tampoco muy cooperadora.

Entonces levantó la mano en dirección al hombre que sujetaba a Shari,


pero una voz por detrás de Megan lo detuvo.

-Ella está diciendo la verdad. No sabe nada acerca de las placas.

El sonido de la voz de barítono de Michael hizo que Megan diera un


brinco. Estaba de pie detrás de ella, al lado de la puerta y con las
manos en los bolsillos. Se había apoyado de espaldas contra la pared en
postura retadora. No era posible que Giancarlo no lo hubiera visto
entrar, teniéndolo justo en el punto de mira.

-Dices que no sabe nada, pero te advierto que tu juicio podría estar un
poco nublado en este momento.

-A mi juicio no le pasa nada -le contradijo Michael-. Quizá seas tú el


que se está precipitando en sacar conclusiones.

Los ojos de Giancarlo brillaron de soberbia.

-Ya sabes que no me gustan las sorpresas, Michael. ¿Por qué no me


dijiste quién era y lo que hacía aquí?

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-Porque no estuve seguro hasta hace una hora.

Lo único que sabía era que era abogada y estaba de vacaciones.

-¿Y ahora? ¿Qué es lo que sabes ahora?

-Sé que si hubieras pasado por alto la rutina de forzar las cosas, y
hubieras hablado conmigo directamente, te habría dicho que ella no
sabe nada y que no había nada de qué preocuparse.

Giancarlo se puso en pie. Juntó las manos por detrás de la espalda y


dio unos pasos a lo largo del sofá. Después se volvió a mirar a Michael
con ojos furiosos. Al instante desvió la vista hacia Megan.

-¿Quién te envió aquí? ¿Quién sentía tanta curiosidad por la identidad


de Michael?

Megan estaba todavía sorprendida por la brusca aparición de Michael y


por su actitud. Estaba dando toda la impresión de ser un hombre que
acababa de realizar una labor desagradable pero necesaria. Megan no
estaba segura de qué decir o hacer o si el querría que dijera algo.

-Ella me ha contado que fue tu viejo amigo del Departamento del Tesoro
-se adelantó Michael-. Abner Hornsby.

-¿Hornsby? ¿Ese pequeño bastardo? ¡Maldito! ¡Le habrán dado el


chivatazo de que pensamos enviar la mercancía esta noche!

Michael negó con la cabeza.

-No lo creo. Creo que está dando palos de ciego.

Los ojos oscuros de Giancarlo pasaron de Michael a Megan y volvieron


al primero.

-¿Es otra suposición o lo sabes con seguridad?

-Digamos que después de nuestra última hora juntos, no creo que la


asesora me haya guardado secretos, ¿verdad dulzura?

Megan se encogió para evitar que la mano de Michael le rozara la


mejilla. Estaba sobrecogida y no solo por su contacto. Michael pareció
divertido con su reacción. Estaba sonriendo cuando pasó por delante de
ella hasta la salita.

Giancarlo sacudió la cabeza y sonrió.

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-Ah, Michael, Michael! Lo que yo daría por tener veinte años menos y tu
poder de persuasión. Debes haber estado increíblemente convincente en
tu papel. Mira a la pobre chica, casi la habías convencido de que eras
humano...

Michael se encogió de hombros.

-Ella ha tenido los ojos bien abiertos todo el tiempo. Bueno, la mayoría
del tiempo, para ser más exactos.

La sonrisa de Giancarlo se convirtió en una sucia mueca.

-Quizá debería haberos dejado más tiempo juntos...

-¡Oh, no, por Dios! Ya me va a llevar más de un mes quitarme de la


boca el sabor de toda esa paciencia y dulzura.

Megan sintió una oleada de desmayo y agradeció estar apoyada en la


pared.

¿Era posible que sólo hubiera estado actuando?

Las promesas de amor, las tiernas palabras, las caricias... ¿Había


estado sólo usando su encanto para descubrir lo qué sabía el
Departamento de Justicia de ellos?

-¿Te sientes mejor? -le estaba preguntando a Giancarlo-. ¿Serás capaz


de relajarte ahora?

-Yo nunca me relajo. Por eso sigo aquí mientras otros están entre rejas
o a dos metros de profundidad. Pero si tú dices que no hay nada de que
preocuparse, te tomaré la palabra. Dime una cosa, sin embargo, ¿te
mencionó ella si estaba sola en esta aventura o hay otros sabuesos
olfateando por los alrededores?

Megan miró a Michael de arriba abajo. Su último rayo de esperanza se


hundió bajo su cínica sonrisa.

-Sólo hay otro que ella sepa. Un tejano llamado Dallas. Nada de que
preocuparse.

-Tú sigues diciendo eso, pero yo sí me preocupo, Michael. He esperado


mucho tiempo para poner las manos en esta mercancía. Demasiado
tiempo como para echarlo a perder por un bufón como Abner Hornsby.

Michael se encogió de hombros.

Si eso te preocupa, ordenaré a Gino que se encargue del asunto.

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-No, a Gino no. Te encargarás tú mismo, Michael. No quiero ni una


sorpresa desagradable más.

-Gino es un buen chico. Nunca has dudado antes de su habilidad.

-Tampoco nunca he llevado encima diez millones de dólares. Quizá eso


me esté poniendo un poco quisquilloso.

Megan se puso furiosa ¡Diez millones de dólares! ¿Qué podría costar


tanto dinero? Intentó recordar lo que Homsby le había contado, pero
todo lo que pudo oír fue el eco de la voz de Giancarlo diciéndole a
Michael:
-Encárgate de Dallas.

Al mirarlo, se le ocurrió la idea de que todo el tiempo que le había


estado haciendo el amor, no había sentido nada. Ni entonces ni ahora.
Se quedó de pie rígida, con el vestido arrugado mirando con sorpresa
aquellos fríos e indiferentes ojos azules.

Giancarlo rompió por fin el tenso silencio con un suspiro impaciente.

-Tenemos que estar en el aeródromo a las tres.

Ahora tenemos otras dos pequeñas preocupaciones que resolver antes


de irnos.

-Ninguna de las dos sabe nada que pueda perjudicamos -aseguró


Michael- Las podemos dejar aquí, bajo custodia, claro, y meterlas en el
primer avión mañana por la mañana.

-Una opción viable -estuvo de acuerdo Giancarlo-. Para entonces, ya


nos habremos ido todos, así que no importará a quién quieran ir a
llorarle. Sin embargo -señaló con un dedo a Megan y los ojos le brillaron
con malicia-, prefiero guardarme a esta. Si todo sale como hemos
planeado, lo peor que puede pasarle, será un viaje de vuelta más largo.
Por otra parte, si algo... inesperado sucede, nos sentiremos mejor con
un pequeño seguro de riesgo.

-¿Es que no te fías de mis planes de seguridad?

-le preguntó Michael en voz muy suave.

-Pondría en tus manos hasta mi vida –insistió Giancarlo-, pero lo que es


más importante, prefiero que sea antes la tuya propia, compadre. En
definitiva, digamos que me gustaría mantener la compañía de la
señorita Worth un poco más de tiempo.

Michael pareció querer discutir la decisión de su jefe. Durante aquellos


pocos segundos, Megan sintió un rayo de esperanza. Pero murió al

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instante en cuanto lo vio encogerse de nuevo de hombros y meterse la


mano en el bolsillo para sacar uno de sus puros.

-Tú mandas -dijo.

Shari, con la boca paralizada de terror, no pudo controlarse ni un


segundo más. Eh un arrebato de energía, consiguió liberarse de los
brazos de su guardián y se lanzó a cruzar la habitación.

-¡Bastardo! -gritó rabiosa-o ¡Insensible, animal, bruto!

El resto de la retahíla se perdió cuando la callosa mano del


guardaespaldas consiguió cerrarle la boca de nuevo. En respuesta a la
mirada enfadada de Giancarlo, el hombre la alzó en brazos y se la llevó
pataleando a la habitación.

-¿Qué van a hacer con ella? -gritó Megan, empezando a sentir pánico.

Otra señal de Giancarlo y el hombre de la pistola se adelantó para


bloquear el camino a Megan con su potente brazo.

-Su amiga quedará bastante tranquila bajo un kilo de cuerdas -dijo con
sequedad Giancarlo-, y en cuanto a usted, a menos que le apetezca
andar veinte kilómetros en tacones altos, le sugiero que se ponga algo
más... apropiado. Mi guardaespaldas, Pauli, la acompañará a hacer su
elección. Para que no se le ocurra hacer ninguna tontería

Antes de que se encaminara a su habitación, una mano firme la sujetó


por el codo. Megan se sometió a la brutalidad del hombre, pero cuando
pasó por delante de Michael, no pudo evitar tirar hacia atrás y buscar
en su cara alguna expresión de... de algo.

-¿Por qué? -preguntó con suavidad-Sólo dime por qué.

Sus ojos eran como dos pedazos de hielo azules.

-Será mejor que te pongas algo caliente. Va a ser una larga noche.

Pauli la tiró del brazo y lanzó un gruñido cuando ella tropezó contra él.
Megan se enderezó, se soltó de su mano y caminó erguida hacia su
habitación.

Durante un segundo permaneció de pie en la oscuridad. Demasiado


atontada, ofendida y confusa como para hacer otra cosa que luchar
contra las emociones que la ahogaban. No entendía lo que le estaba
pasando. No entendía en qué momento se había estropeado todo, ni por
qué. Había estado tan segura de que él la amaba... Lo había visto con
tanta claridad en sus ojos ...

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-¡Vamos! -le gritó Pauli-. No tenemos toda la noche.

Como un fardo, Megan se movió hacia la cómoda para sacar un jersey y


unos pantalones, zapatillas de tenis y calcetines. Intentó encerrarse en
el baño, pero se lo impidieron de una patada en la puerta.

Apretó los dientes sintiendo cómo aumentaba su rabia. Se medio tapó


con la puerta entornada y se quitó con rapidez el vestido arrugado. Le
hubiera gustado darse una ducha caliente y cepillarse el pelo con
calma, pero dudaba que incluso así se pudiera sentir limpia. Al menos
estaba más caliente con los pantalones y cuando consiguió cepillarse
un poquito, empezó a sentirse menos sexy, menos vulnerable a sus
maliciosas miradas.

Cuando echó un último vistazo al espejo, se detuvo a mirar con


atención su propia imagen. Estaba pálida bajo el ligero bronceado, tenía
los ojos enrojecidos y el iris verde bastante oscuro. Los labios estaban
pálidos y no tenía ni sombra de color en las mejillas. Era una mujer
completamente distinta a la que había visto en el espejo apenas dos
días atrás.

Estaba perdiendo el contacto con la realidad.

Estaba tan ocupada en compadecerse de sí misma, que estaba hasta


olvidando quién era, o quién debería ser. De acuerdo, algo bastante
importante estaba sucediendo esa noche. Algo mucho más importante
de lo que hubiera soñado Hornsby. Si Michael le había mentido
respecto a todo lo demás, también podía haber mentido en lo de que la
mercancía no era droga. Pero Giancarlo había mencionado unas placas
¿Qué tipo de placas podían valer diez millones de dólares y la presencia
de Giancarlo en persona?

-Vale, Miss América -Pauli se asomó a la puerta y frunció el ceño-. Se


acabó el tiempo.

Megan lo miró furiosa. Las facciones duras y la poca limpieza del


hombre le daban el aspecto de un matón de película. Megan pasó con
rapidez por delante de él y volvió a la salita.

Giancarlo estaba de pie al lado de las puertas del patio. Michael ya se


había ido dejando detrás el leve aroma de su puro.

-Muy práctica, señorita Worth -asintió con un gesto Giancarlo-. y sin


perder tontamente el tiempo. Una cualidad admirable en una mujer.
¿Nos vamos?
Megan se cruzó de brazos.

-No tengo intención de ir a ningún sitio hasta que no pueda ver a mi


prima y me asegure de que no le han hecho daño.

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Pauli gruñó y estiró una mano como para sujetarle el brazo, pero se
detuvo ante un gesto de advertencia de Giancarlo.

-No. Es una petición razonable. y si nos libra de tener que arrastrarla a


todos los sitios, merece la pena perder un minuto. Un minuto, señorita
Worth. Un minuto exacto.

Megan hubiera salido corriendo, pero se obligó a cruzar despacio la


habitación.

Shari había sido atada de pies y manos y estaba tirada sobre la cama.
Le habían puesto una venda en la boca y los ojos asomaban enormes
bajo sus rizos pelirrojos. Megan notó el fuerte olor de Pauli detrás de
ella, así que no podía hacer otra cosa que intentar aliviar algo el pánico
que veía en los ojos de su prima.

-No te pasará nada -prometió Megan-. Ni a mí tampoco. No tienen nada


que ganar si nos hacen daño.

Shari pestañeó como para contener las lágrimas y Megan esbozó una
sonrisa de ánimo. .

-Sólo piensa en lo que esta historia supondrá para tu próxima novela.

La mano de Pauli ya estaba bajo su codo, de nuevo empujándola hacia


la puerta. A pesar de su decisión de pensar, mirar y escuchar con todos
sus afinados sentidos, Megan estaba temblando por dentro. Cada paso
que la alejaba de la relativa seguridad de su bungalow, resonaba en la
vaciedad su corazón; cada aliento que tomaba para darse valor sólo la
llenaba de la terrible sensación de que algo horrible iba a suceder.

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Catorce

Una hora más tarde, tres coches abandonaron el aparcamiento del


Privateer's a toda velocidad. La autopista conducía a un pequeño
pueblecito al otro extremo de la isla. Si es que a cuatro tiendas y unos
cuantos edificios ruinosos se les podía calificar como tal.

En las afueras del pueblo, había un aeródromo privado sobre una


ancha franja de tierra. Construido durante la Segunda Guerra Mundial,
había sido utilizado sólo como centro de aprovisionamiento para la base
naval levantada a dos kilómetros de distancia. La base había sido
clausurada a finales de los años cincuenta.

El aeropuerto adyacente había sido abandonado también, a merced de


los vientos y la corrosión de la sal marina. La madre Naturaleza había
vuelto a recuperar su terreno. En uno de los extremos, el océano batía
incansablemente contra los restos de un muro de contención, lanzando
oleadas de espuma contra las piedras. En el otro, a menos de un
kilómetro, las ruinas de una torre de control emergían de una maraña
de árboles y arbustos.
Un piloto tenía que ser muy bueno, o estar muy motivado par intentar
un aterrizaje a plena luz en aquellas condiciones. Pero en la más
completa oscuridad, con sólo una hilera fina de luces para guiarlo, un
hombre tenía que estar loco.

Sin embargo, el hecho de que hubiera luces, era la primera pista para
saber que no estaba tan abandonado como al principio daba a
entender. Era, de hecho, uno de los sitios más ajetreados de la isla a
ciertas horas, principalmente por la noche. Y para el transporte de
ciertas mercancías. Un paraíso para los contrabandistas, bien
mantenido sin aparentarlo y hábilmente ignorado por la policía local.

Los tres Mercedes se detuvieron cerca de los árboles. Megan iba en el


último, obligada a compartir el obstinado silencio de Michael así como
la opresora compañía de los tres guardaespaldas. Gino Romani iba con
Giancarlo y su guarda personal en otro, mientras que el sórdido
Eduardo Sanasa y sus hombres ocupaban el tercero.

Con excepción de un hombre que se apostó al lado del Mercedes de


Megan para vigilar, los otros desaparecieron por la pista. Sus contornos
apenas se distinguían en la negrura de la noche.

A Megan le sorprendió, pero se alegró de que la dejaran sola. Todo


estaba sucediendo demasiado rápido y necesitaba un poco de tiempo
con el eco de sus palpitaciones como única distracción.

Ya había dejado de intentar descubrir alguna señal en el


comportamiento de Michael, alguna discrepancia en sus modales o en
su tono de voz. Pero no había habido ninguna. Ella se había enamorado

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perdidamente de él, igual que quince años atrás y, como entonces, iba a
desaparecer de nuevo de su vida.

¿Cómo podrían aquellas manos, aquellos labios haberla saboreado de


aquella manera? ¿Cómo podrían haber brillado aquellos ojos con la
sinceridad que ella había visto, para quedar vacíos de humanidad al
minuto siguiente? ¿Cómo podía haberla amado con aquel
desprendimiento, con aquella pasión, para tratarla después como a un
trapo sucio?

No era posible.

Michael había encendido otro puro y su silueta se distinguía de la de los


demás cada vez que daba una calada. Gino estaba a su lado y Samosa y
Giancarlo enfrascados en una conversación de pie.

Megan apretó la frente contra el frío del cristal.

Era incapaz de desviar la mirada de Michael.

No sabía la hora que era, ni cuanto tiempo llevaba esperando en la


oscuridad. Le hubiera gustado poder bajar la ventanilla, pero habían
bloqueado los cierres y todas las puertas estaban cerradas con llave.
Sólo habían dejado una ranura de la ventanilla del conductor, lo
suficiente como para ventilar el coche de los olores masculinos yeso le
permitió captar retazos de las conversaciones.

A pesar de lo comprometido de su situación, Megan no podía dejar de


pensar en Shari atada y amordazada en su habitación. Esperaba con
fervor que Giancarlo fuera un hombre de palabra ¿Le perdonaría alguna
vez su prima que no le hubiera contado la verdad? ¿Y que la hubiera
puesto en peligro aunque no hubiera sido su intención?

¿Y a Dallas? ¿Qué le habría costado su descuido?, pensó alicaída


Megan.

Después de abandonar el bungalow, la habían encerrado en las suites


de Giancarlo con un vigilante. Ni Michael ni Gino habían aparecido
hasta pasada una hora. Suficiente tiempo, suponía ella, como para
haber encontrado a Dallas... y haberse encargado de él.

Megan no había sido capaz de enfrentarse a los ojos de Michael. Había


mantenido la mirada apartada, cualquier cosa antes que arriesgarse a
que él mirara en su dirección. De todas formas no lo había hecho.

Un ligero cambio nervioso en los movimientos de los hombres hizo que


Megan contuviera el aliento para escuchar, Un leve, levísimo rugido
sobre sus cabezas, anunció la llegada del esperado aeroplano, Alguien
presionó un interruptor y se encendió otra hilera de luces paralelas.

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Todavía pasaron unos minutos más hasta que Megan pudo escuchar
los motores con claridad. Después, el aparato rodeó en círculos la pista
de aterrizaje. El rugido de los motores creció a medida que el Cessna se
aproximaba, hasta desaparecer cuando apagaron el motor.

Una pequeña luz roja titilaba en la cabina. Sarnosa salió corriendo en


su dirección y Megan vio que Michael daba la última calada del puro
antes de tirarlo en el asfalto.

Gino se movía inquieto, pero firme y atento a la vez, con los ojos fijos en
el Cessna.

Megan frotó agitada el vaho que había formado con su propia


respiración. De repente sintió que era muy importante poder ver y
escuchar todo con 1:1 mayor claridad posible.

Al abrirse la puerta del helicóptero, un haz de luces como estrellitas


iluminó la pista. De la cabina saltaron tres hombres, uno de los cuales
saludó con efusión al sonriente Sarnosa. Después de un corto abrazo,
los dos hombres se aproximaron a la línea de los coches, dejando al par
de guardaespaldas detrás.

-Un viaje sin problemas, espero -preguntó Giancarlo-, ¿No tuvo


dificultad su piloto en encontrarnos?

-Es un buen piloto -dijo el recién llegado-¿Tienen el dinero? ¿La


cantidad acordada?

Giancarlo sonrió.

-¡Ah, Mendoza! Un verdadero hombre de negocios. Ya veo. Directo al


grano.

-No veo motivos para retrasarlo más de lo necesario ¿Y usted?

-Yo tampoco. ¿Michael?

Michael asintió con un gesto y se acercó al coche de atrás. Abrió el


maletero y sacó dos largas maletas para posarlas donde Gino había
encendido una potente lámpara portátil. Allí accionó la combinación de
seguridad, las dejó abiertas y se hizo discretamente a un lado.

-Diez millones de dólares era la cantidad acordada, creo recordar -dijo


Giancarlo mientras invitaba a Mendoza a inspeccionar el contenido-
Cuéntelo si lo desea.

Los ojos de Mendoza brillaron de avaricia al acercarse al coche, pero


Giancarlo lo interceptó con la mano.

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-Pero después de que yo vea las placas y verifique la calidad de la


mercancía que estoy comprando, claro.

El hombre sacó un estuche de cuero del maletín que llevaba y se lo


tendió a Vincent. Éste lo abrió con ansiedad revelando dos
compartimentos divididos y protegidos por esponja aislante.

-Naturalmente, estas no son las mejores condiciones para probarlas,


pero tiene mi palabra de que las placas son perfectas. Los billetes que
saque de ellas, como habrá visto por la muestra que le enviamos,
pueden pasar la inspección más cuidadosa. Con los materiales y el
equipo apropiados, puede reemplazar lo que tiene en estas maletas en
menos de dos semanas.

Megan clavó los dedos en la tapicería del asiento de atrás. ¡Placas!


Placas falsas para hacer dinero falso. Mientras Hornsby había estado
intentando atrapar a Giancarlo por las pequeñas operaciones en Miami,
él estaba fijando su vuelo mucho más alto.

Y Michael tenía un papel muy importante en todo ello.

Megan se había quedado tan ensimismada mirando a Giancarlo que


casi se había olvidado de Michael. Pero allí estaba, de pie a lado de los
demás, mirando por encima del hombro de Giancarlo mientras sacaban
una prueba de imprenta con un papel que Mendoza había llevado.

Fue entonces cuando Megan hizo otro asombroso descubrimiento.


Inclinada como estaba, pudo ver un destello metálico.

¡La llave de contacto estaba puesta!


El corazón le empezó a palpitar con violencia a 1:1 vista de lá llave,
aunque todavía no sabía si le I raería algo bueno. Los asientos eran
altos y compactos, y para cuando consiguiera saltar por encima hasta
llegar al asiento del conductor, ya la habrían descubierto. Y además,
eso le hizo pensar en lo poco útil que les resultaba ya a aquellos
hombres.

Megan no era ingenua. A Giancarlo no le gustaría tener como testigo a


una asistente del Fiscal de Distrito. Desearía, si es que las placas eran
tan perfectas, mantener en secreto su existencia. Era un secreto que le
podía dar cientos de millones de dólares. Merecía correr el riesgo de una
investigación, por un "fortuito» accidente de una abogada de la oficina
del fiscal.

Megan se concentró en la llave. Casi tuvo que llevarse la mano a la boca


par ahogar un grito. De repente comprendió que el que había estado
conduciendo su Mercedes era Michael. Michael había dejado la llave

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puesta. También había dejado la ventana abierta, para permitirle que


escuchara todo lo que sucedía.

Antes de poder sacar conclusiones, el repentino movimiento del grupo


detrás del coche le llevó un gemido a los labios.

Michael había desenfundado su pistola. Había saltado detrás de


Giancarlo y lo estaba apuntando en el cuello.

Giancarlo se quedó rígido, con las manos todavía sobre las placas.
Nadie había visto ni la amenaza, ni la pistola y la sorpresa fue tan
auténtica como el gemido de pena de Giancarlo.

-Si nadie hace ningún movimiento brusco, nadie saldrá herido -advirtió
Michael con calma.

Las manos de Mendoza quedaron congeladas en los montones de


dinero. La reacción instintiva de Gino fue llevarse la mano bajo el
abrigo.

-No lo hagas, Gino -le avisó Michael-. Vince y tú sólo quedaríais en el


recuerdo antes de que consiguieras hacer un disparo.

-¡Michael! -el ronco susurro de Giancarlo rompió el silencio como un


cuchillo-¿Qué diablos crees que estás haciendo?

-Terminando un asunto pendiente -entonces rodeó el cuello de su jefe


con un brazo mientras lo obligaba con la presión del arma a
enderezarse y separarse del coche-Mendoza, tú puedes volver a poner
las placas en una de esas maletas. Después, acerca muy despacio, y he
dicho muy despacio, el lote aquí.

Giancarlo se puso rojo.

-¡Michael, en el nombre de Dios! ¿Por qué? ¿Por qué estás haciendo


esto? Has sido como un hijo para mí ¿Es que no te he tratado como si lo
fueras?

-Sí lo has hecho, y ¿no he sido yo siempre tan leal y agradecido como
esperabas que fuera?

-Entonces, ¿por qué... ?

-Yo solía creer que lo habías hecho por cariño a mi padre, porque
crecisteis juntos y erais más hermanos que amigos. Por eso me costó
tanto creer que fuiste tú el que ordenaste que lo asesinaran.

-¡Que lo asesinaran? -Giancarlo intentó girar la cabeza y Megan vio


unos finos hilillos de sudor en su frente-¡No sabes lo que estás diciendo!

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-Al contrario. En los últimos meses me he enterado de demasiadas


cosas. Piensa bien, Vince. ¿Te acuerdas de mi hermano Frank?

-¿Frank? ¿Frank? ¿Qué tiene él que ver con todo esto?

-Fue a prisión a cumplir condena por alguien que era más importante
para ti que un chico punki. Todavía estaría hoy allí, cumpliendo los
veinte años, si no hubiera sido porque alguien lo acuchilló en la celda.

Giancarlo intentó tragar saliva, pero le resultó imposible.

-Michael...

La Beretta se acercó a la parte más sensible bajo la mandíbula de


Giancarlo, apretándole los nervios hasta la agonía.

-Los guardianes declararon que no tenían la más remota idea de quién


podía haber sido, pero casualmente, el dinero que tú repartiste por ahí,
se quedó un poco corto y un amigo de dentro consiguió que corriera la
voz. Sólo un nombre, te recuerdo. Pero el nombre pertenecía al hombre
que estaba cumpliendo cadena perpetua por el asesinato de Nickolaus
Antonacci. ¿Y sabes que más descubrí? Que ese mismo hombre estaba
viviendo una vida estupenda; dinero, drogas, todo lo que quería. ¿Y
sabes por qué?

Giancarlo dejó escapar un juramento entre dientes.

-Porque estaba bajo tu protección, Vince. Era uno de tus hombres,


comprado y pagado. Era el que había disparado a mi padre y, cuando
Frank estuvo a punto de averiguar la verdad, le ordenaron que lo
quitara de en medio.

-¡No, no Michael! Yo quería a tu padre. Éramos la familia. Yo nunca


hubiera hecho eso. Ni a tu padre ni a Frank.

-No a menos que se interpusieran en tus negocios -le cortó Michael con
acidez-o Y mi padre se interpuso, ¿verdad? Él tenía a los miembros del
sindicato en la palma de la mano, yeso le daba demasiado poder.

-Michael... podemos hablar de todo esto.

Cuando estemos calmados y tengamos la oportunidad de analizarlo


despacio.

-No, yo ya he dicho todo lo que tenía que deecir... excepto quizá lo que
le diga a Don Vannini. Él no sabe nada de esta pequeña transacción,
¿verdad? Él no sabe que uno de sus capas se está volviendo tan
avaricioso como para pasar por encima de toda la familia. Esas placas

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hubieran imprimido mucho dinero. Hubieras conseguido con él todo el


apoyo para hacerte el jefe.

Giancarlo pestañeó cuando el sudor le nubló los ojos. El conocía


demasiado bien a Michael como para dudar de la autenticidad de su
furia.

Y también lo sabía Gino, cuya voz ronca sonó desde el otro lado del
coche.

-No te saldrá bien Mikey. Mira a tu alrededor.

Hay al menos una docena de pistolas apuntándote al corazón.

-Ésta es la única que cuenta, sin embargo -replicó Michael, apretando


más el cañón contra el cuello de Giancarlo-. Ahora, haz lo que te he
ordenado. Pon las placas en la maleta y empújala hasta aquí.

Para Megan, que miraba horrorizada desde la oscuridad del coche, todo
sucedió en cámara lenta. Vio que Gino se adelantaba y metía las placas
en el estuche. Lo cerró de golpe y lo puso encima de los billetes. Cuando
se inclinó para abrochar la maleta, aprovechando que esta le cubría de
la vista de Michael, se metió una mano a la cazadora y sacó su revólver.

Michael repondió a la descarga de fuego apartando la Beretta del cuello


de Giancarlo y dirigiéndola hacia la amenaza más inmediata. Una
segunda ráfaga de disparos hizo tambalear a los dos hombres; Gino se
arqueó hacia atrás y aterrizó pesadamente en la arena y Michael se
retorció antes de caer de cara.

En el siguiente minuto, Megan quedó deslumbrada por una luz blanca


que venía de todos y de ningún sitio. Iluminó a los coches, los hombres
y la pista de aterrizaje.

Al mismo tiempo se escucharon más ráfagas de disparos. Esa vez era


fuego rápido de metralleta disparado desde el Cessna. Los dos
guardaespaldas habían empezado a disparar cegados en dirección a las
luces. Simultáneamente, los guardas apostados en la pista dispararon a
la oscuridad, pero la única respuesta que recibieron fue una vibrante
voz desde un megáfono.

-¡Tiren las armas al suelo! Es la policía. Están completamente rodeados.


Tiren las armas al suelo de una vez.

Vincent Giancarlo, con unos reflejos rápidos como los de un felino,


agarró la maleta con las placas. Se detuvo sólo una fracción de segundo
para mirar a Michael. Pero una fracción de segundo fue demasiado
tiempo; De la oscuridad salieron cuatro hombres enfundados en negro

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de los pies a la cabeza. Apuntaron sus rifles automáticos directamente


al pecho de Giancarlo.

El piloto del Cessna aceleró los motores a toda su potencia, pero, de


nuevo, llegó tarde por segundos. Los potentes focos de dos helicópteros,
lo iluminaron desde el cielo y le bloquearon la salida en la pista de
aterrizaje.

Alguien empezó a gritar.

Megan se tapó los oídos con las manos, pero los gritos seguían
resonando en el interior del coche. Aporreó las ventanas con los
nudillos, pero nadie le prestó la menor atención. Para entonces, ya
habían rodeado los coches docenas de hombres enmascarados,
desarmando a todos los hombres de Giancarlo.

Un sonido horriblemente familiar resonó en la pista y la vista de la luz


roja obligó a Megan a reaccionar. Tenía que salvarse ya que nadie la
ayudaría.

Se inclinó entre los dos asientos y consiguió encender el motor del


Mercedes. El cierre automático de las puertas estaba en el panel central
y tuvo que pulsar todos los botones hasta que escuchó el sonido
metálico de desbloqueo.

Con un suspiro, abrió la puerta y salió temblorosa. Unos hombres con


batas blancas estaban arrodillados sobre el cuerpo caído de Michael y
dos más corrieron entre los coches para llegar hasta Gino Romani.

-¡Michael!

Su grito fue casi un susurro roto y su terror fue tal que no consiguió
dar un paso.

-¡Pero qué…! ¿De dónde sale esta mujer? -la grave voz autoritaria
provino de una borrosa silueta frente a ella que le tapó la vista-¿Quién
es usted?

-¡Por favor! -suplicó Megan-. Está herido. Tengo que ir con él.

Unas rudas manos la sujetaron impidiendo que diera un paso más.

-Espérese, señora. Usted no va a ir a ningún sitio hasta que me diga


quien es y qué es lo que está haciendo aquí esta noche.

-¡Por favor! ¡Usted no lo entiende!

-¡Pues claro que no! Claro que no lo entiendo así que, ¿por que no
empieza por decirme su nombre? Porque tendrá un nombre, ¿no?

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Megan cerró los puños y se los llevó a la boca.

Michael estaba herido, quizá muriendo y no iban a dejarla acercarse a


hablar con él. Otra silueta oscura emergió de las sombras y le bloqueó
la luz. Se detuvo a enseñar algo al hombre que la estaba sujetando y le
mandó retirarse.

La presión salvaje en el brazo de Megan se hizo más suave. El hombre


que la sujetaba ahora le habló con delicadeza, como un padre a una
hija. O a un niño dolorido.

-Ese hombre sólo estaba intentando hacer su trabajo. ¿Por qué no se


viene conmigo y nos quitamos de en medio?

-Tengo que ayudar a Michael -gritó asustada.

-Sólo conseguirá interrumpir a los médicos, y no creo que desee hacer


eso, ¿verdad?

Megan miró al oficial a la cara, pero el destello de los focos y sus


lágrimas le impidieron ver más que una superficie opaca. Intentó
identificarlo por la placa que llevaba en el pecho.

Su nombre, George Madison, junto con su fotografía y su número de


identidad, figuraban bajo la inscripción de "Policía» en la tarjeta
plastificada.

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Quince

Megan estaba temblando, a punto de desmayarse.

-¿Estás bien? No estás herida, ¿verdad?

-George?- consiguió susurrar.

Entonces se llevó las manos a los ojos para limpiarse las lágrimas, sin
poder comprender todavía lo que ocurría delante de ella. Era George
Samson. El mismo George Samson que había conocido en el
restaurante la noche que fue a cenar con Michael... sólo que ahora era
la placa de policía la que lo identificaba.

Aquel aire de indiferencia había desaparecido.

En su lugar, una fuerza cargada de autoridad emanaba de él. Y también


había desaparecido aquel acento de Las Bahamas junto con la ropa
hawaiana y la incipiente barba.

-¿George? -volvió a preguntar, más sorprendida que nunca-¿Qué es lo


que está pasando? ¿De dónde has salido?

La expresión de su cara mostraba la reticencia a contárselo. No estaba


seguro de lo que ella sabía o de lo que debía saber. Y aún más, no sabía
qué hacer, frente a una mujer anegada por las lágrimas. Casi no la
había reconocido como aquella elegante y esbelta belleza, perfectamente
arreglada y pintada que Vallaincourt había llevado a cenar. El pelo le
caía a mechones deshechos de la coleta y tenía la cara tiznada y la ropa
arrugada y deformada.

-Mira, ¿por qué no me dejas que te lleve a una de las furgonetas? Allí
tienen mantas y café.

-No quiero café. ¡Quiero saber que es lo que ha sucedido aquí esta
noche! ¡Y quiero ver a Michael!

-No -dijo con firmeza George-. No puedes ir.

Ahora te vas a quedar aquí y, si haces algún movimiento que pueda


interferir con cualquier cosa, no te pediré que vayas a las furgonetas, te
llevaré a la fuerza. ¿Me has comprendido?

Megan tembló de rabia y confusión con una penosa desesperación por


saber que estaba pasando con Michael pero por fin asintió con un
gesto. -No... no interferiré.

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-Bien -George hizo una señal a otro policía que había a su lado-. Ella no
tiene nada que ver con todo esto, al menos no de forma voluntaria, pero
será mejor que recojas su declaración. De acuerdo, muchachos -Alzó la
voz en dirección al alborotado grupo-Radiad un mensaje a las
furgonetas para que se acerquen a recoger a estos tipos. Pero
mantenedlos separados. No quiero que las declaraciones coincidan
demasiado. Bueno, bueno, bueno ¿Qué es lo que tenemos aquí?

George se detuvo y se inclinó para abrir las maletas.

Miró con un poco de curiosidad las apretadas hileras de dinero, pero lo


que le hizo soltar un silbido de asombro fue descubrir las placas.

Sacó una con mucho cuidado y la examinó con atención antes de


arquear una ceja en dirección a Giancarlo.

-Supongo que esto explica por qué querías atender en persona esta
transacción. Una auténtica belleza, ¿no es cierto? Mendoza hizo un
trabajo excelente en Brasil. Es una pena que lo hiciera bajo la vigilancia
de uno de nuestros aprendices.

Giancarlo tenía las manos esposadas, pero apretó los puños con rabia
ante el sarcasmo del policía.

George echó un vistazo hacia la sábana manchada de sangre que cubría


el cuerpo de Gino Romani, y después desvió la vista al ver que se
paraba la actividad alrededor del otro cuerpo caído.

-Supongo que no nos querrá aclarar que es lo que ha sucedido aquí,


¿verdad?

Los ojos de Giancarlo centellearon de furia. -¿Por qué no se lo pregunta


a ellos?

George sonrió mientras los doctores empezaron a quitar los tubos y a


recoger las bolsas de fluidos que ya no iban a necesitar más. Captó la
mirada y el gesto de desaliento de un internista sobre el cuerpo de
Michael. Un gesto que no le pasó desapercibido a Giancarlo.

-Venganza, amigo mío. Un poderoso incentivo-dijo con desagrado


George-Debe usted haberle echo enfadar mucho. Vallaincourt creo que
se llamaba, ¿verdad?

Giancarlo dejó escapar un juramento y desvió la cabeza.

-¡Eh, eh! No me estropee la celebración con su basura, senor Giancarlo.

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-Será mejor que lo celebre mientras pueda, viejo, porque estas -Vincent
levantó las manos para enseñar las esposas-, estarán fuera antes de
que termine su informe.

George sonrió.

-Yo no estaría contando el dinero de la fianza si fuera usted. En primer


lugar, tiene suficiente tinta en las manos como para hacer la mayor
parte del informe usted mismo. Y a nuestro hombre de impresiones, no
le importará pasarse una noche extra tomando huellas. Muy chapucero,
Vince. Usted va a ser mucho más viejo que yo antes de que sus
abogados encuentren la forma de sacado de ésta. Eso suponiendo que
quieran intentado cuando Carlos Vannini se entere de lo que intentaba
hacer. !Pss Pss! Puede que el hombre sea viejo, pero todavía tiene
bastante carácter.

Giancado frunció el ceño y soltó una retahíla de insultos en italiano.

-Sí, eso lo será su madre también -le amenazó George con la mano-.
Saquen a esta basura de aquí.

Cuando terminaron de cargar el último de los vehículos y empezaron a


arrancar del camino de grava, George hizo un gesto para que apagaran
los focos. Se detuvo en la ambulancia para hablar con los médicos y
después se arrodilló junto al cuerpo de Michael. Sacudió la cabeza unas
cuantas veces y le acarició la frente.

Con el ceño fruncido, recorrió los pocos pasos que lo separaban de


donde estaba Megan con una taza de café en las manos.

-Debería haberme retirado de este trabajo hace años -murmuró-. No


más úlceras. No más llamadas de teléfono en mitad de la noche. No más
basura.

George observó la cara de Megan, que no estaba mostrando ningún


interés en sus palabras. La mujer se cruzó de brazos para esperar lo
peor. Estaba demasiado atontada como para gritar, todavía
traumatizada como para digerir lo que había sucedido. Michael la había
amado, después la había traicionado, pero al final...

-Él intentó ayudarme -dijo en voz casi inaudible-. Dejó puestas las
llaves del coche para que yo pudiera escapar en medio de la confusión.
¿Cree que eso querría decir... ?

¿Que la amaba? O, si amor era una palabra demasiado fuerte, ¿que al


menos se preocupaba por ella? ¿Aunque sólo hubiera sido ese poquito
al final? Megan no sabía si eso le ayudaría a soportar las noticias que le
diera George.

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Ella misma había visto a los doctores llevarse el cuerpo de Michael y no


necesitaba la expresión de George para confirmar sus sospechas.
Michael estaba muerto. El hombre al que amaba... odiaba... amaba,
estaba muerto y la había vuelto a dejar sola. Toda su confusión, su
interminable agonía sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal... todo
para nada, Una pérdida de tiempo. Ahora podía sentirse orgullosa de sí
misma por no haber comprometido ni su puesto ni sus principios...

-¿En dónde nos equivocamos? -se preguntó en voz alta.

George agitó la cabeza y murmuró algo entre dientes.

-Mire, señora Worth. No creo que esto sea prudente, pero no parece que
me quede mucha elección. Le puedo dejar cinco minutos con él. No
más. Tenemos que sacarlo de la isla antes de que nadie empiece a
investigar por aquí y haga demasiadas preguntas.

-No... no lo entiendo.

George se hizo a un lado para que Megan pudiera contemplar con


claridad la zona de la ambulancia. El cuerpo de Michael ya no estaba
tendido en el suelo. Los doctores continuaban allí, riendo sobre alguna
anécdota, pero su paciente había desaparecido.

-¿Michael?

Megan captó un leve movimiento por el rabillo del ojo y volvió la cabeza
para mirar a los dos hombres que salieron de las sombras. Michael se
detuvo y Gino Romani terminó de sacudirse la mancha falsa de sangre
de su camisa antes de pararse también.

La manta se deslizó de los hombros de Megan y cayó al suelo. La siguió


la taza de café que aterrizó con un crujido y derramó todo el líquido.
Megan se llevó las manos a la boca intentando llevar aire a su garganta
seca.

Gino intercambió una mirada de complicidad con Michael antes de


retirarse a toda prisa para reunirse con George en el iluminado asfalto.
Michael dio un torpe paso en dirección a ella, después otro...

-Lo siento. Era la única forma.

Megan lo miró sin poder dar crédito a lo que estaba viendo. La brisa
levantó un mechón de pelo negro y se lo agitó contra la cara. Michael
alzó una mano con impaciencia para retirárselo y un chorro de aquel
líquido rojo le goteó por toda la camisa.

Michael siguió la mirada de ella y dejó escapar un juramento.

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-Ya les dije que tenía que ser convincente, pero no creí que fueran a
ponerme como un vampiro.

Megan pestañeó y después alzó la vista con incredulidad.

-¿No... no estás herido?

-No. Eran balas de fogueo, pero necesitábamos más ruido y confusión


para hacer creer a Vince que me habían matado.

La sonrisa de Michael quedó congelada al no encontrar la reacción que


esperaba en Megan. Entonces dio otro paso adelante con cautela y
frunció el ceño.

-Si te sirve de consuelo, me di un buen golpe en la cabeza al caer al


suelo.

Megan desvió la atención al instante hacia el moretón que tenía en la


sien. También notó las abultadas venas de su cuello, palpitando con la
aprensión que reflejaba todo su cuerpo. Pero había algo más, algo en
sus ojos que le produjo un temblor involuntario y le impidió volverse
sobre sus talones y salir corriendo Aquellas ventanas de su corazón no
eran tan infranqueables como el hubiera pensado. Vio asomar el miedo
desde lo más profundo de aquella barrera azul. Un miedo auténtico a su
rabia y rechazo.
Y con motivos.

-¿Y qué hubieras hecho si todos hubieran empezado a dispararte con


balas de verdad?-

-Le hubiera echado la culpa a Gino. La idea fue suya.

-¿Que fue suya? Michael asintió.

-De él y de George. Planearon todo después de descubrir que Giancarlo


había encargado las placas a Mendoza. Imaginaron que podrían
detenerlo mejor si tenían a alguien cerca de él, alguien de quien Vince
se fiara. Vinieron a mí hace unos meses con la información sobre la
muerte de mi hermano. Naturalmente, estuve a punto de matar a Vince
en aquel mismo momento, pero Gino me convenció de que había una
forma mejor.

-¿Ésta? -preguntó Megan con un gesto hacia el caos que se había


formado.

-Servía para los propósitos de todos. George, como tu agente Hornsby,


lleva intentando atrapar a Giancarlo media vida. Cuando supo lo de las
placas, imaginó que sería lo suficientemente importante como para que

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Vince hiciera la transacción en persona. Y más aún, cuando vio lo


perfectos que salían los billetes de cien dólares.

-Aquella noche en la cena -dijo ella en voz muy baja-, pensé que le
pagabas una cantidad desorbitada.

-Debió ser un despiste -Michael frunció el ceño-Pensé que no te habías


fijado. O eso, o es que no pensaba con lucidez.

Megan arqueó las cejas con una oleada de indignación.

-y supongo que no valorabas mucho mi capacidad de razonamiento. ¿Es


que acaso se te ocurrió que unos días de sexo y de sol me nublarían el
entendimiento lo suficiente como para quedar ciega y sorda? ¿No podías
haber confiado en mí?

-Me pediste que no te mintiera -dijo él muy despacio-La verdad nos


ponía en peligro a los dos, así que tuve que contarte lo mínimo posible.

Sus ojos se cruzaron y quedaron fijos en los del otro. Se hizo un denso
silencio entre ellos, mientras ambos sopesaban los errores e
incomprensiones que habían tenido.

-Pensé que estabas muerto -confesó Megan con suavidad-o Estaba ahí
de pie sintiendo pena de mí misma, sintiéndome engañada y
traicionada y pena por ti, porque habías muerto sin saber -las palabras
le fallaron por un momento y tuvo que desviar la mirada para romper el
terrible hechizo de sus ojos-Eres muy buen actor, Michael. Me
convenciste en los dos papeles que interpretaste. En los tres, si
añadimos esta pequeña conferencia de tu currículum. Lo que me
pregunto es si habrá un cuarto papel.

-Megan...

-Porque si lo hay, prefiero no verlo. No creo que pueda soportar más


daño por esta noche.

Michael asintió despacio.

-Me lo merezco. Me lo merezco y no te culpo por lo que piensas. No era


justo meterte a ti en todo esto.

-No, no lo era.

-Supongo... supongo que tendrá algo que ver con mi parte italiana.

-¿Qué?

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-Mi sangre italiana corre de la cabeza para arriba y mi sangre francesa


de la cabeza para abajo.

Por desgracia, es la influencia italiana la que dirige mis pensamientos...


bueno ...

-Que el hombre es el hombre y la mujer debería saber cuál es su lugar y


no entrometerse en el grandioso orden de las cosas. Dios Santo, ¡qué
arcaico!

-¡Yo no he dicho que pensara de esa forma! Ni nunca he pensado así.

-Me alegro -dijo entre dientes Megan-. Porque me darían ganas de darte
otro golpe en la cabeza y no hubiera podido resistirme.

Michael la miró asombrado y después aliviado.

El alivio era tan auténtico, que ella tuvo que hacer un esfuerzo para no
responder a su sonrisa. -Entonces, ¿qué pasará ahora? -preguntó ella
con ansiedad.

-Ahora... con suerte, el señor Vincent Giancarlo pasará una larga


temporada entre rejas. Porque lo han pillado in fraganti. Mi
participación, voluntaria o no, termina aquí y salgo relativamente bien
parado.

-¿Relativamente?

-Yo nunca accedí más que a entregarles a Giancarlo. Mientras siga aquí
y no me exíba demasiado en sitios muy poblados, no tendré que mirar a
mis espaldas cada vez que oiga un disparo. Siempre existe la
posibilidad de que alguien me reconozca en cualquier calle. Algo con lo
que tendré que aprender a convivir.

Megan no quiso escarbar más en las implicaciones de lo que le había


contado y, en lugar de eso, fijó la vista en las manchas de color
escarlata de su camisa.

-¿Cuándo... hiciste todo esto?

-Después de irme del bungalow. Se suponía que tenía que encontrar a


Dallas, que fue lo primero que hice, para alivio tuyo. Le dije que soltara
a tu prima en cuanto fuera seguro hacerlo.

Megan entrecerró los ojos.

-¿Sabías que Giancarlo estaría esperando por mí en mi habitación?

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Arrinconado de nuevo, Michael evitó la pregunta y se desvió hacia la


luz. Los rasgos de su perfil quedaron claramente marcados. Después de
un momento, suspiró y se pasó los dedos por el pelo.

-Gino vino a avisarme de que Vince estaba allí esperando por los dos.
Se había acordado de quién eras, pero no tenía ni idea de por qué
estabas aquí y no le gustó el hecho de que yo le escondiera alguna
información. Quise ir detrás de ti para detenerte antes de que llegaras a
la habitación, pero eso sólo hubiera hecho sospechar más a Vince.
Gino... y yo ... pensamos que te las podías arreglar por ti misma. Y lo
hiciste.

-¿Arreglármelas por mí misa? Estaba asustada a morir. ¿Y Shari? Sólo


Dios sabe lo aterrorizada que estaba la pobre.

Michael dio un paso adelante y se detuvo.

-¿Es que no lo ves, Megan? No tenía otra elección. Tenía que seguirle el
juego y tenía que hacerte creer a ti que era un bastardo para que no se
notara lo mucho que significas para mí. Nunca pensé ni por un segundo
que te traería con él esta noche. Maldición, ni siquiera sabía si
podríamos salir de ésta, y menos vivos. Y si algo fallaba, apresaran o no
a Vince, lo metieran entre rejas o no, él hubiera destruido cualquier
cosa que fuera importante para mí. No podía correr ese riesgo, Megan.
Tenía que hacerle creer que no me importabas nada. Y para eso, tu odio
tenía que ser real.

-Lo era -aseguró ella con suavidad-No podía creer que me hubieras
mentido... que me hubieras mentido en todo.

-Pude ocultarte algunos hechos de la semana pasada, pero nunca te


mentí en mis sentimientos hacia ti. Y en cuanto a esta noche... esta
noche he sido un bastardo, pero tenía que saber que tú estarías a salvo
hasta que todo acabara. Tenía que asegurarme de que no te convertirías
en el blanco de la ira de Vincent incluso a costa de perderte. Y todavía
sigo queriendo que lo estés...

Toda la rabia y el resentimiento de Megan reaparecieron al comprender


lo que le estaba contando. Nada había cambiado.El iba a salir de su
vida, dejándola otra vez sola.

-Pero yo no quiero perderte, Michael. No así.

No cuando no hay ya ningún motivo por el que no podamos estar


juntos.

Michael ladeó la cabeza.

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-Tú tienes tu carrera, Megan. Ese es motivo suficiente. Yo nunca podría


pedirte que abandonaras nada por mí. Y además, si juegas bien tus
cartas, creo que podrás llevarte todo el triunfo de lo que ha pasado esta
noche. Con la publicidad y el prestigio de meter a Giancarlo entre rejas,
no habrá ningún impedimento para que llegues a lo más alto en tu
profesión.

-¿Y qué pasa si te digo que no quiero llegar a lo más alto? ¿Y si te digo
que ya no significa nada para mí? Que nada significa nada si no estás
tú.

Michael sonrió con tristeza.

-Te diría que no estás pensando con claridad por el susto.

-Estoy pensando con claridad y lo que me asusta es que tú creas que mi


amor por ti no es tan fuerte, ni tan importante como el tuyo por mí. Es
muy noble por tu parte, Michael, intentar sacrificarte por mi carrera,
pero no te saldrá bien. Lo que es más, no es un sacrificio lo que estoy
más que dispuesta a hacer.

Michael se adelantó y le acarició la mejilla con delicadeza.

Por un momento, ella pensó que había ganado la partida, pero al


siguiente, vio la cerrada expresión de Michael y la lucha contra sus
emociones. -¿Quien está siendo noble? -murmuró él. Megan lo agarró
por la muñeca y le sujetó la mano con fuerza contra su mejilla.

-Yo no estoy siendo noble, maldito seas, Ya te dije que haría cualquier
cosa por ti. No comprendí lo que significaba ese cualquier cosa hasta
que te vi tirado en el suelo Te quiero, Michael. No es algo que pueda
quitarme de encima con facilidad, ni olvidar o enterrar con el trabajo.
Sí, reconozco que tengo bastante éxito en lo que hago y podría llegar a
ser lo que mi familia esperaba de mí: una mujer fría y sola, seca por
dentro, dura y sin compromisos para el exterior. Esa es la vida a la que
quieres condenarme, Michael.

Los inquietantes ojos azules se clavaron en ella casi con desesperación.


Megan sintió el temblor de su mano y la batalla que estaba librando
entre la lógica y las emociones.

Duró más de lo que ella se creía capaz de soportar y, con un gemido de


frustración, le pasó las manos por los hombros y le apretó la cabeza
atrayéndola hacia sí hasta que estuvo a un centímetro de la suya.

-Dime que no me quieres. Dime que quieres que salga de tu vida para
siempre y me iré.

A Michael le tembló la barbilla.

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-Si tuvieras un poco de sentido común, no te irías de mi lado, saldrías


corriendo.

-Entonces, dime que me vaya. Dime que serás más feliz tú solo. Dime
que no me echarás de menos y que no pensarás en mí y que nunca
lamentarás haber roto la única promesa que me has hecho.

Michael arrugó la frente y contempló la sensualidad de sus labios.

-¿Qué promesa?

-La de que me cubrirías con tu cuerpo cada minuto de cada hora de


cada día hasta que los dos quedemos tan débiles que no podamos
mantenernos en pie.

Los azules ojos se alzaron levemente hacia los de ella. Megan se acercó
más y apretó su cuerpo contra el de él hasta escuchar su nombre en un
roto susurro.

-No tengo nada que ofrecerte. Ni siquiera sé a dónde vaya ir.

-Buscaremos un sitio juntos. Algún lugar pequeño e íntimo, donde


podamos jugar en la playa y ver como aterrorizas a las gaviotas con tu
Harley.

-Suena muy aburrido -declaró Michael. Pero sus manos ya se estaban


deslizando temblorosas hacia su cintura.

-Suena delicioso -susurró Megan-. Podremos ir desnudos y me


enseñarás a pescar.

Megan sintió su sonrisa al presionar sus labios contra los de él y su


rota carcajada cuando él reclamó su boca. Lo hizo con tal pasión, que
desvaneció cualquier duda que a ella le pudiera surgir. Apretó los
brazos alrededor de ella y la sujetó con tal ansiedad, que el cuerpo de
Megan se infló de ardor por cada sitio que él lo tocaba.

-¿Michael? Mmm, ¿perdona... Michael?-


Ninguno de los dos se dio cuenta de que George Madison se había
acercado a la zona iluminada ni de la auténtica expresión de pena con
que contempló a los dos amantes abrazarse.

Se aclaró la garganta y lo volvió a llamar. En esa ocasión, Michael


apartó los labios, pero su cuerpo permaneció pegado al de Megan sin
poder soltarse.

-El helicóptero está esperando. Será mejor que salgas ya.

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Los brillantes ojos azules no abandonaron la cara de Megan.

-¿Hay sitio para otro pasajero?

A Megan le dio un vuelco de alegría el corazón, mientras volvía a buscar


sus labios con ardor.

George los miró a los dos como si hubieran perdido la razón.

-¿Qué? ¿Qué es lo que acabas de decir?-


Michael liberó su boca con dificultad.

-Ya me has oído. La señora viene conmigo-

George tiró el cigarrillo que acababa de encender y lo pisoteó.

-¿Estás loco? ¿Qué crees que es esto? ¿Un servicio de taxis? Ya te dije
que era una mala idea, Te dije que sería mejor que te fueras solo, pero
no, Tú tenías que decírselo. ¿Sabes lo que estás haciendo, hombre?
¿Sabéis alguno de los dos lo que estáis haciendo?

-Tenemos una ligera idea -dijo Michael con tranquilidad-, pero tú ya


estás casado, George, así que, ¿por qué no dejas a los demás que lo
intenten también?

-¿Casarse? ¿Has dicho casarse?

-Exactamente... si ella me acepta.

George emitió un gruñido y se volvió hada Gino con la esperanza de que


alguien lo apoyara. Pero Gino tenía su propio dilema que resolver. Un
dilema de pelo rojo que acababa de llegar lleno de polvo y arañazos.
Salió del coche mientras Dallas intentaba averiguar la forma de aparcar
el Ferrari.

-No puedo creerlo -murmuró George-. Esto es un circo. Me han


encargado de un maldito circo.

Michael se volvió hacia Megan ignorando el comentario de George y la


retahíla de protestas y amenazas.

-¿Y bien? -preguntó con suavidad-¿Te casarás conmigo, Megan Worth?

Los ojos de ella brillaron cuando se apoyó en su hombro.

-Sólo si es para siempre. Michael sonrió.

-Para siempre probablemente no será suficiente, pero podemos


intentarlo, ¿te parece bien?

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Fin

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