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DETALLADOS MAPAS DE SUDAMERIC


V LA ANTARTIDA
ANTERIORES AL S. 111 a. J.C.

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EL ENIGMA DE LOS MAPAS DE PIRI REIS. P. GUIRAO


-

1


P. 6UIRAO


'

lilnexpres

© Libroexprés
Avda. . Sarriá, 137 08017 Barcelona España
ISBN:84-741'2-178-0 •
, Depósito Legal: B· 34.960-89
Impreso en España
Printed in Spain
GRAFIC-CAS
Teodoro Llerente, 14 · D Barcelona •


Ensayo histórico-arqueológico.
orig:itw de:

• P. Gu,r40

Dedicado al profesor Charles


H. Hapgood, de la Universidad
de New Hampshire, Estados Uni·
dos, sin cuya obra, Maps of the
Ancient Sea Kings, ésta no po­
dría

escribirse; • con

nuestro más
smccro rcconOCJ011cnto.

P. Guirao .

'

1
f1 '


'

PROLOGO

«Creo que este mapa es una prue­


ba de la existencia, en tiempos remo­
tos, de una civilización mundial en
- la cual los cart6grafos trazaban sus
mapas del mundo con un mismo ni·
vel de tecnología, con los mismos

métodos, con el mismo conocimiento
de las matemáticas y probablemente
con el mismo tipo de instrumentos ...>
.

Pierre Duval, lA ciencia ante


lo extraño.

Nos hallamos a punto de iniciar una tarea que, de an­


temano, sabemos lo ardua y difícil que se nos presenta.
No por ello, sin embargo,. nos arredramos. El lector cons­
ciente que nos siga hasta el final sabrá apreciar la tarea
que vamos a desarrollar y esperamos no defraudarle.
De los numerosos inforines que tenemos acerca de]
ya famoso mapa de Piri Reis surgen disonancias que re­
percuten de modo discordante en nuestros sentidos. La
primera nos fue ofrecida, cuando aún teníamos los· ojos
vendados, por el dueto Louis Pauwels y Jacques Bergier,
en El retorno de los brujos. Repasamos esta magnífica
obra y nos choca extraordinariamente el leer.
«A mediados del siglo XIX, un oficial de marina turoo,
Piri Reis, regala a la "Library of Congress" 11n paquete
de mapas que ha descubierto en el Oriente. Los más, re·
cientes datan del tiempo de Cristóbal Colón; los más an­
tiguos, del siglo I después de J. C., y los unos son copia

9

de los otros. En 1952, Arlington H. Mallery, gran espe­


cialista en cartografía, estudia estos documentos. » (1)
Con esta llamada al pie de página, Pauwels y Bergier
no� indican que el asunto del mapa de Piri Reis se había
tratado en tin debate celebrado en diciembre de 1958 en
la Universidad de Georgetown y los datos que ellos po-
seían, ¡ erróneo_s, por supuesto!, procedían de Universo
fantástico, original de Iván T. Sanderson.
La «historia» se ha confundido, cambjado > mal inter­
pretado e incomprendido. Pero • el aldabonazo, a pesar de
todo, estaba dado. Lo que entre unos y otros, citándose
o «remodelándose», se había dicho era que los mapas
revelaban la existencia, en un remoto pasado, de cartó­
grafos que conocían el planeta en que vivimos tanto o
más que nosotros. Lo demás se dio por añadidura. Unos
«hinchan » aquí, otros exageran allá y el resultado no se
hizo esperar: ¡ hasta se llegó a ·escribir que los mapas
......-�a no era uno, sino varios de Piri Reis eran copia
fiel de fotografías aéreas tomadas, hace más de diez mil
años, sobre la vertical de Egipto!
El lector ¡ y nosotros lo somos en grado máximo! -
se ha visto, frecuentemente, desconcertado ante obras
«serias» que dicen cosas absurdas. Nosotros no vamos
a reprochar aquí nada a los precursores del realismo fan­
tástico ya que sabemos muy bien lo que representa escri­
bir una obra como El retorno de los brujos y no cometer
ni siquiera un error, que bien podemos atribuir al tra­
ductor, al corrector o a cualquier linotipista. En el enor­
me cúmulo de datos aportados por Pauwels y Bergier
algo tenía que colarse de matute, pues Piri Reis, muerto
en el siglo XVI, no podía regalar sus mapas a la Biblioteca

del Congreso. Y ya hemos visto, también, que fue Iván
T. Sanderson, en su Universo fantástico, el que aireó la

to •

1
cuestión de las mapas de Piri Reis.
La Historia, que tantas veces ha sido deformada, pue�
de, no obstante, hallar su sendero clarificador y más si,
como en este caso, interesa conocer la verdad, porque
afi1·mar que en un remoto pasado existían cartógrafos
que conocían la Geografía del planeta en que viv·imos
tanto o más que nosotros es una declaración muy seria.
¿Comprenden lo que queremos decir con todo esto?
Por otra parte, el señor I. Walters, agregado al Servi-
cio Hidrográfico de la U.S. Navy, en unas declaraciones
radiofónicas difundidas en 1956 desde la Universidad de
Georgetown, dijo con respecto a uno de los mapas
de .Piri Reís: «Este mapa del mundo tiene 5.000 años y
aí1n más. Pero contiene datos todavía anteriores en va­
rios miles de años. »
En honor a la verdad, el profesor Charles H. Hapgood
ha demostrado que esto es cierto. El mapa de Piri Reis,
compuesto de otros mapas mucho más antiguos, de­
muestra que en el pasado, muchísimo antes de que Cris­
tóbal Colón descubriera América, alguien navegaba por
las costas del Nuevo Mundo y... ¡ hasta trazaba mapas
del litoral sudamericano con una exactitud sorpren­
dente!
Nosotros hemos venido manteniendo reiteradamente
que la Humanidad es más antigua de lo que se ha pre..
tendido hacernos creer. Incluso hemos llegado a decir
que, posiblemente, los primeros hombres vinieron de al-
8Wl planeta y se instalaron en la Tierra como explora­
dores o colonos. Y la cuestión del famoso mapa de Piri
Reis o los mapas de los que fueron copiados podría
ser una prueba más a favor de nuestra teoría. Pero... '
¡ Ah! Las cosas no son tan fáciles. Con la cronología
prehistórica, tal y como ha sido admitida por la Ciencia,

11
. hay tiempo más que suficiente para que sumerios, aca­
dios, caldeos, egipcios,· cananeos, fenicios o griegos, ·pon-
. gamos por caso, pudieran lanzarse a la aventura de
cruzar · los tenebrosos mares, y no precisamente en frá­
giles embarcaciones, piraguas o cáscaras de nuez, sino
en naves de grandes velas, doble o triple hilera de· re­
mos, bodegas para almacenar la mercancía o los víveres
y unos hombres capaces de orientarse por las estrellas y,
si mucho nos apuran, ¿por qué no utilizar también la
brújula de hierro magnético? ¿O era esto imposible tre�
o cuatro mil años antes de J. C.?
Hay más. La Biblia, un documento antiguo y serio,
nos dice en I Reyes (9, 26 ): «Hizo también el rey Salo­
món naves �n Ezion-geber, que está junto a Elot,' en la
ribera del mar Rojo, en la tierra de Edom. Y envió Hiram
en ellas a sus siervos, marineros y diestros en el mar,
con··1os siervos de Salomón, los cuales fueron a Ofir y•
tomaron de allí oro, cuatrocientos veinte talentos, y se
los trajeron al rey Salomón.»
Nadie sabe exactamente dónde estaba Ofir, pero de la
pericia. náutica de los fenicios no tenemos la menor
duda. Y tampoco concebimos que expertos navegantes
no sintieran la necesidad de dibujar mapas del litoral •

volver. · · ·=
ante el que navegaban, ya que debían tener obligación de
· · ·

· La historia de la navegación, como ·es obvio, einpezó


muchísimo antes que el hombre. Agua corriente� río o
arroyo, y algo flotante o menos denso que el agua, para
ser arrastrado por ésta. El hombre utilizaría la balsa de
troncos, la almadía o la piragua..
Pero, ¿cuándo sintió la necesidad del mapa? Forzo·sa­

mente, debió ser primero sobre tierra, durante el largo
y oscuro período del nomadisco, cuando recolectaba fnt-

12

tos y semillas para subsistir. Y de esto }1ace muchos mi·
les de años, probahlen1ente en el Paleolítico. Par� ir de
un lugar a otro, el mapa era imprescindible
¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Por qué?
El mapa de Piri Reis se limita a decirnos cómo era la
orografía de parte de Africa, Europa y América hace tinos
diez mil años. Y en esto parece no existir duda para los
científicos norteamericanos, que han examinado no sólo
el mapa de Piri Reis, sino portulanos antiguos como los
de Eratóstenes, Claudia Ptolomeo, Dulcert, Mercator o
el .no menos enigmático mapa de Oronteus Finaeus, don­
de aparece la Antártida con muy significativos detalles,
¡ a pesar de que fue trazado en 1531 !
Si hemos de creer al poeta e historiador indio Valmi­
ki (siglo IV antes de J. C.), los mayas de Yucatán fueron
auténticos navegantes, ya que, cruzando el océano Pací­
fico, arribaron a Birmania, el Valle del Indo y a otros
lugares del sudoeste de Asia muchísimo antes de que se
construyeran las pirámides de Egipto.
Y si creemos al profesor Cyrus H. Gordon, de la Uni­
versidad de Brandeis, de Boston, los fenicios estuvieron
en América, donde dejaron inscripciones cuya autentici­
dad no está del todo clara y los indios de piel blanca del
oeste de Tennessee, los melangeons, descienden de aque­
llos famosos navegantes a los que se atribuye también la
invención de la escritura.
De los fenicios, s11merios, egipcios y griegos hablaremos
aquí como posibles cartógrafos y de los que el almirante
turco Piri Reís pudo copiar su mapa, ensamblando pe­
dazos de aquí y allá y confeccionando algo que llevó de
cabeza al profesor Hapgood y a su equipo de la Univer·
sidad de New Hampshire durante varios años. Hablare­
mos de Piri Reís, que en idioma turco significa «Señor

13
Admirable» y de su libro de 1Vlemorias, o Bahriye, que
quiere decir El Libro del mar.
Ahora bien, creemos necesario este preátnbulo para
aclarar la cuestión más importante del tema,. como son.
en sí, los mapas de Piri Reís y que se dibujaron alrede·
dor de 1513, o sea unos veinte años después del primer
viaje de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo. De hecho,
América, oficialmente, ya estaba descitbierta cuando Piri
Reis compuso sus mapas ..., ¡pero aún no estaba explora·
da! La labor de cartografía que se realizó en años pos·
teriores, entre la que cabe destacar la de Américo Ves­
pucio, el navegante italiano nacido en Florencia en 1451 y
muerto en Sevilla en 1512 ¡ y rogamos retengan bien
estas fechas, porque más adelante volveremos a hablar
de ello!= ,, al que el geógrafo Waldseemüller inmortalizó
en su Cosmographiae introductio al dar el nombre de
América al Nuevo Continente, se inició antes de la del
almirante turco, el cual, obviamente, no visitó las tierras
allende el Atlántico, pero sí poseía mapas que el supues­
tamente genovés Colón o Vespucio no habían visto ja·
más.
Y aquí está el meollo de la cuestión. En los trece pri·
meros años del siglo XVI, Piri Reís, almirante de la flota
otomana, pudo hacerse con mapas de italianos, portu·
gueses o españoles y escribir su Bahriye, donde incluyó

doscientos mapas y cartas marinas, dos de los cuales eran


mapas mundiales.
Ahora, los investigadores norteamericanos han des­
cubierto que Piri Reis incluyó territorios en sus mapas
que «oficialmente» no estaban explorados en 1513, o
sea que sabía más de geografía de lo que es aceptable

suponer. Y esto, además de desconcertar, nos plantea
una interminable serie de enigmas, el principal de los·

14


cuales es: «¿Quién conocía América antes de la llegada
de los descubridores españoles?»
Esto es lo que trataremos de aclarar aquí. Sabemos
que el mundo es muy antiguo... ¡ mucho más de lo que
creen1os!


'

15

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....

1





l. ¿QUIEN FUE PIRI REIS?

«Los mapas de Piri Reís podlan


representar el Antártico, pero las in­
,
formaciones que exponen no fueron
• recogid11s antes de ·la glaciación que
se produjo hace un millón de años.•

Prof. L. D. Dolguchln. del Ins.­


tituto Geográfico de Moscú.

Piri Muhyi 'I Din Re'is parece ser el nombre de este


marino turco, nacido en Gelibolu, ciudad portuaria del
estrecho de los Dardanelos, allá por los tiempos de Mo­
hamed 11, El Conquistador (1431-1481), que fue quien
arrebató Constantinopla a los cristianos, en 1453. Ign�
ramos la fecha del ·nacimiento de Piri Reis, pero no así
la de su muerte, ya que fue decapitado por mandato de
Solimán el Magnífico, en El Cairo, en el año 962 de la
Héjira, o sea entre 1554 y 1555, por el delito de haber
emba1..rancado su nave.
Se ha dicho Pierre Duval, en La cie11cia ante lo e.t-
1,·a110 (Plaza & Janés, 1975)- que «su padre debió ser un
,·encgado llan1ado Hadji Mehmcd. Piri Reis también se
convirtió en corsario>>. A su vez, era sobrino de otro fa­
moso co1·sario tttrco, llamado Kemal Reis.
Parece ser que llegó a ser « kapurdán» en Egipto, ad·
quirió grandes conocimientos ná11ticos y consiguió vic­
to1·ias cont1·a los na,,fos cristianos, siéndole atribuidas
nt1mcrosas inct1rsiones a ciudades y puertos del l\1edite-

17
• •

.
rráneo, donde el saqueo, el pillaje y la captura de escla-
vos estaba asolando los dominios del cristianismo.
En cierta ocasión, el tío de Piri Reis, Kemal Reis, cap­
• turó a un <<infiel», como se llamaba al que no practicaba
la ley coránica, que había navegado con Cristóbal Colón
y· que poseía un mapa que había pertenecido al gran al­
mirante de la Mar Océana. El propio Piri Reis lo men�
· ciona así en la <<Inscripción V.,, de su Bahriye:
<�Cómo ft1eron descubiertas estas costas y estas islas.
Se las llama costas de las Antillas. ·Fueron descubiertas
el año 896 del calendario árabe. Se dice que un genovés

infiel, de nombre Colombo, fue quien descubrió estas cos-


tas. Un libro cayó en manos del ·mencionado Colombo,
quien descubrió que en aquel libro se decía que al tér­
mino del mar occidental (el Atlántico), es decir, sobre
su costa Oeste, había costas e islas y toda clase de me­
tales y de piedras preciosas. El ya mencionado, habien­
do estudiado a fondo este libro, le explica su contenido
a uno de los grai:ides de Génova. » . .
Hemos de tener en cuenta el lugar en donde vivió
Piri Reis y lo que significaba en la época en que nació
y que, evidentemente, debió ser después de Constanti­
no XII, último rey del Imperio latino de Constantinopla,
ya que sabemos que Piri Reis murió en 1554-1555. Nació,
pues, bajo la égida otomana. Pero remarquemos que Geli­
bolu, situada en la Península de Gallipoli, pertenecía al
imperio otomano desde 1357, en que fue conquistada
por ·orkhan, quedando Constantinopla casi aislada a muy
escasa distancia.
La conología histórica otomana de aqttellas fechas nos
indica:

Mohamed II (1451-1481) conquistó Constanti11opla en
1453, y se apoderó de Morea, Trebizonda, Crimea, Ser-

18


\·ia, Bust1ia )' Herzegovina.


Bayaceto 11 (1481-1512) ¡ posiblemente fue en este
reinado cuando vino al mundo nuestro personaje! aca­
hó con las posesiones venecianas de Morea.
Selim I ( 1512-1520) amplió el territorio turco, exten­
diendo sus co11quistas hasta el Kurdistán, Siria y Egip­
to. Piri Reis dibujó su famoso mapa durante este rei­
nado, siendo ya, por tanto, notable navegante. Pero se

lo dedica1·ía al sucesor de Selim 1, Solimán el Magní-


fico, el mismo sultán que lo hizo decapitar, ¡ y no por
haber esc1·ito el Bahriye, como ya hemos aclarado!
Sería, si11 duda, Solimán el Magnífico el que dio todo
su apogeo al Imperio otomano que fundase Osmán en
el siglo XIII. Este soberano turco llevó sus dominios has­
ta Belgrado, parte de Hungría, en Europa, y Túnez y
Argel, en Africa; aliado con Francisco I de Francia, ex­
tendió su poder a casi toda la cuenca del Mediterráneo,
poseyendo bases hasta en Marsella y Tolón. Pero todo
ello se desmoro11aría cinco años después de la muerte de
Solimán, cuando los turcos fueron derrotados en Le-

panto.
Este breve bosquejo histórico nos permite deducir
que Piri Reis, el <<señor admirable o sublime>> no fue
almirante en 1,1na época oscura o de ignorancia náutica,
sino en circt1nstancias realmente importantes de la His­
toria y del desarrollo de la navegación en el Medite­
rráneo.
Se nos ha dicho, además · ,Paul-Emile Victor y Ar­
lette Peltant, en El enigma de Piri Reís (Revista Hori­
zotzte, núm. 16, Plaza & Janés, 1971)-, que «su cono­
cimiento del griego, del italiano, del catalán, del caste·
llano y del portugués le ayudó mucho a sacar el mayor
partido de las indicaciones contenidas en todos los ma-

1

pas que corisultó. ·1'ambién tenía, 11aturaln1e1-11e, un ruapu


ejecutéfdo por el propio Cristóbal Co]ón, y que había
llegado a sus m�nos a t1·avés de t111 micml>1·0 de la tri·
pttlacióri del célebre geno\'és (J1zsc1·ipció1l 1··, a11tcs ci·
t�da): el 111a1·i110 e11 cuestión había sidc, capturado por·
Kemal Reis, tío de Piri Reis, y pudo así completar 01·al- ·
n1ente la ciencia ele nuestro cartógrafo turco>>.
Piri Reis, es presumible, conocía bien la complicada
historia de Cristóbal Colón y no debía igno1·ar la exis­
tencia de un mapa misterioso co11 el cual se realizó el
descub1·imie11to de América, ya qtte él 1nismo ¡Joseía una
extensa colección de ellos.
Acerca del enigmático mapa de Cristóbal Colón, el
soviético D. Tsukernik, en Kakbila Otkrila A1nerika en
Novyi Mir, núm. 12, Moscú, 1962, págs. 217-24\, trató de
demostra1· que el Gran Almirante utilizó ·un mapa tra­
zado antes de 1492, gracias al que logró llega1· a América.
La orden que Colón dio a los hermanos Pinzón, al
dejar las Islas Afortunadas, fue la de navegar, día y
noche, setecientas leguas hacia el Oeste. D. Tsukernik
supone que dicha ordefi significaba abandonar la nave-
gación nocturna una vez recorridas las setecientas leguas.
Pero hay más. En los días 23 y 24 de septiembre de
1492 los marineros españoles �staban amedrentados
ante lo prolongado de la singladura y la inmensidad del
océano. Colón los tranquilizó y mostró a los hermanos
Pinzón los cálculos que había efectuado, así como las
notas ... ¡ y un mapa! Fernando Coló11, hijo del almiran­
te, y el historiador Fray Bartolomé de las Casas, con­
firman este hecho.
Volvemos con Piri Reís y su Inscripción V (ahora ex­
traemos la documentación de Pierre Carnac, en La his­
toria empieza en Bimini, de Plaza & Janés, 1975), que

20 •

:,igue de este modo:


« ... ante los grandes de Géno,'a, y les dijo: , "Dadme
dos barcos, e i1·é en busca de esos lugares ... . Y ellos
le respondieron: ''¡Oh·, i11sensato!, la mar de Occidente,
¿ tiene un límite o un fin? Está rodeada de ,,apares �·
tinieblas." El citado Colombo ,1 io que no podía cspera1·
nada de los genoveses y fue entonces a explicar la cosa
al rey de España. :e1 también le dio la misma contes­
tación que los genoveses. Pero Colombo mostróse ta11
apremiante, que el rey de España le dio dos barcos, cui­
dó de que fuesen bien armados j' equipados y dijo:
u¡ Oh, Colombo!, si es co1no tú dices, te hago capitán de
esos lugares", y lo en,1ió al mar de Occidente.
»Gasi Kemal poseía un esclavo_ e?pañol, el cual es­
clavo explicó a Kemal Reis que había ido tres veces a
aquellos países con Colombo, y decía: ''Llegamos pri­
mero al estrecho de Ceuta, y luego, habiendo recorrido
cuatro mil millas por el camino justo... "
»Ahora, estos países están abiertos a todos y son co­
nocidos. Colombo dio los nombres que designan las ci­
tadas islas y litorales, para que fuesen conocidos por
estos nombres. Colombo era también un gran astróno-
1no. Los litorales y las islas que figuran en este mapa
han sido tomados del mapa de Colombo.»
Esto lo escribió Piri Reis después de haber trazado
el primer Mapamundi, fechado por él en 1513, y que
realizó en Gelibolu entre el 9 de marzo y el 7 de abril
de ese año, o sea el 919 de la Héjira. Pero dibujaría
otro Mapamundi en 1528, es decir, con quince años de
retraso respecto al primero. Y es este mapa último, tra­
zado sobre cuero de gacela, de 85 X 60 centímetros,' el
que Piri Reis regaló a Solimán el Mag11ffico, y que, en
1929 fue encontrado por el <<bey» Jalil Edhcm en Ja bi-

21

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M -..1-.. c..thl O '-1 ..uit1.a1c•

El Mapa de Piri Reis ( 1513)


sob:e el que trabajó Charles
H. Hapgoo<l

22
• 1

blioteca del SerralJ o de Estambul, y al que le faltaba


un trozo, ya que el mapa fue partido en dos, de norte
a sur, y sólo muestra la costa Este americana, Espatía
y una parte de Africa.
Esta información nos la facilita Pierre Duval, en La
ciencia ante lo e.,ttraño (ant. cit.). Pero Paul-Emile Vic­
tor y Arlette Peltant nos la dan ligeramente distinta,
cmpezaodo así:
«Estos mapas fueron hallados en el Museo Topkapi.
»Comencemos por lo que se sabe de manera segura e
irrefutable. El 9 de noviembre de 1929, Malil Edhem,
director de los Museos Nacionales turcos, al ordenar que
se procedie1·a a un inventario y una clasificación de todo
lo que a la saión contenía el famoso Museo Topkapi,
de Estambttl, descubrió dos mapamundis más bien
fragmentos que se creían desaparecidos para siempre:
los de Piri Reis, célebre héroe (para los turcos) o pirata
(para todos los demás) del siglo XVI, quien relata abun­
dantemente las condiciones y las circunstancias en que
t1·azó estos mapas, en su lib1·0 de Memorias o Bahri_ye. »
Rizando el rizo, por emplear una frase aeronáutica,
pode1nos afi1·n1ar que este Bahriye sólo trataba de restar
mérito al descubrimiento de Cristóbal Colón, pues de
sobras es sabido que si América no hubiese sido descu­
bie1·ta en 1492 lo habría sido más tarde o más temprano
pttesto qt1e un continente tan grande no puede comparai·­
sc.� con la mítica Isla de San Brandan.
Sabemos, sin que Jo haya dicho Pi1·i Reís, que Col611
había acogidt) en su casa de Porto Santo a un pilote)
que, llevado por· un temporal, había estado c11 las A11-
tillas, de donde logró volver, exten11ado, para fallecer al
poco tiempo, no sin haber contado a Colón stt aventura.
Así lo dijeron n11n1erosos cronistas de su tiempo. Pe1·0

23

vistas las cosas desde nuestra perspectiva histórica, es­


tamos s'eguros de que el Almirante de Castilla sabia
muy bien hacia dónde se dirigía y lo. que llevaba entre
manos.
'••

Santiago él Sirio (633-708), obispo de Edesa, en El
' Hexameron, escribió estas palabras: << Frente a España ·
y las columnas de Hércules, liasta el país de los chinos,
el cual se halla al Oriente de Ja India, hay una tierra
desconocida "'y deshabitada. »
Por otra parte, Piri Reis nació y vivió en un enclave
marítimo que hqsta muy poco antes había sido de domi­
nio cristiano y en donde existían tradicio11es milenarias
de navegación. La «circunstancia>> de Piri Reis fue el
mar y todo lo relacionado con la náutica. Al otro lado
de los Dardá11elos, a pocos kilómetros de Gclibolu, se
había alzado Troya tiempo atrás. Naves pe1�sas, fenicias
y griegas habían dejado sus· estelas en las aguas donde
se bañó Piri Reis. Y el Antiguo Testamento debió serle
familiar, así como los libros de viajes, enigmáticos y
oscuros, como todo lo que se escribía ento11ces, entre
mítico, fabuloso, esotérico o críptico. A un marino, sea
otomano o veneciano, lo que más le interesa son las co­
sas del mar. Y la Biblia menciona viajes fascinantes a
distantes regiones, como Tarsis u Ofi1·, de donde se traía •

oro, plata y piedras preciosas.


El descubrimiento de América hizo que todos los ma­
rinos del Mediterráneo sintieran, ct1ando les fueron lle­
gando noticias progresivamente, un vehemente deseo de •

cruzar el Atlántico y emular la proeza de Colón. Pero, co­


mo sien1pre, no faltaría quien dijese: << ¡ Bah, ya lo sabía­

mos! Desde los tiempos más remotos se tienen noticias
de que la Tierra es redonda. Y na,,egando hacia Occi­
dente se v11eJ,,c por Oriente. >>

24
'


Para el turco Piri Reis, que cstU\/O en Aleja11dría ':i


El Cairo, la esfe1·idad de la Tier1·a no debía ser ningún
secreto. En algún momento debió tener acceso a los
1napas de Claudio Ptolomc<J, a los portulanos de la épo
l·a y a informes 11át1ticos de gL·an antigüedad.
Precisamente, en la !1zscripció11 \' 1, el propio Piri Reis
nos cuenta cómo realizó su mapa: «Esta sección nos
clicc muestra cómo ha sido realizado este mapa. Nadie
en este siglo posee un mapa similar... (fue realizado)
a partir de unos veinte mapas de Mappae Mu11di éstos
son unos mapas que fueron trazados en los días de
Alejandro, el señor de los Dos Cuernos, y muestran la
parte habitada del mundo . Los árabes los llaman Za­
feriye. (Este mapa fue realizado) partiendo de ocho Zafe­
riyes del tipo mencionado y de un mapa árabe del
Hind y de mapas que se supone fueron realizados por

cuatro portugueses que remontaron las comarcas del


Hind, del Sind y de la China y las diseñaron geomé­
tricamente; y también ha sido realizado partiendo de
un mapa diseñado por Colombo que mt1cstra la región
occidental ( ...). Reduciendo todos estos mapas a la mis-
ma escala, l1e llegado a esta disposición final... >>
Pirata, corsario o berberisco de los tiempos de Kair­
ed-Din o Barbarroja, de quien debió ser amigo y aliado,
Piri Reís tuvo ocasión de l1ablar con csc]a\'OS y prisio­
neros españoles que habían estado en América, porque
sería muy aventurado asegurar que estuvo él mismo
también, a pri11cipios del siglo XVI. Pero, ¿por qué no?
Más adelante, cuando tratemos de explicar que Amé­
rica ya era conocida en tiempos del rey Sargón de Akad
(2.000

años antes de J. C.) y que parecen existir pruebas
de que su nieto Naram-Sin, al n1enos, estuvo en el Nue\·o
Mundo, basado todo ello en la obra de Verrill, Old

c.:i v i[i::,·aiioris uf l he N �..,, W 01·/d, expo11drcmos 1·azoncs


de peso para demostrar que Piri Reís tenía motivos para
conocer muy bien la costa a.rnericana· ��· saber cuál era
la ruta que conducía a ella.
Piri Reis afir1na que copió los 111aiJas del Mappae
Mundi, o sea de los que fue1·on trazados en tiempos de.
Alejandro ( 300 a11tes de J. C.), y que, lógicamente, no
estaban al alca11ce de cualquiera, sino secretamente
guardados como si fuesen planos militares de la mayo1'
importancia estratégica. Y bien s,,bido es que, en la an­
tigiiedad, el dominio del mal' otorgaba poderío a un
• •
1mper10.
Los mapas antiguos apenas p14estaban atención a los
territorios del interior, salvo en los casos de las desem 4
bocaduras de los grandes ríos y sus riberas. Pero las
costas eran de vital importa11cia para los navegantes,
en especial. los lugares que podían ofrecer refugio a las
naves, los centros de intercambio de mercaderías o los
posibles bastio11es que, en caso de defensa, podían aco­
ger a las naves perseguidas.
En realidad, las costas, especialmente del Mediterrá-
11eo, se conocían muy bien prácticamente desde siem­
pre. Pero otra cosa era aventurarse fuera del Mare �os·
trum )', por supuesto, ir más allá de las Columnas de
Hércules, o sea el Estrecho de Gibraltar, aunque sabe­
mos por numerosos autores clásicos y hasta por el An­
tiguo Testamento que esta peligrosa aventura se había
realizado ya desde antes del predominio marítimo de
los fenicios.
A pesar de todo, en la Edad Media se tenía un con­
cepto muy reducido de las dimensiones de la Tierra. Al

• hundirse el Imperio romano, la cultura se retiró a los


escasos claustros religiosos y la oscuridad y la ignoran-

26

cia pa1·cció adueñarse de las gentes. Todo parecía haber


q11cdado redttcido a las orillas del Mediterráneo, más
allá del cual sólo existían monstruos fabulosos, abismos
r>or los que caía11 Jas 11a\'es, brumas espantosas y tene­
brosos parajes plagados de horrores.
Costó siglos salir de esta ignorancia. Los pueblos fuc-
1·011 adqui1·iendo 11ueva conciencia y se indagó e11 el pa­
sado, a Ja búsqt1eda de vestigios olvidados que devolvie-
1·a11 la fuz a la verdad escondida. Pero el Mediterráneo
y sus pueblos ribereños se habían enf1�entado una ,,ez
más en sangui11aria con tienda, ahora con el pretexto de
rivalidades religiosas, cttando en realidad la expansión
olJedecía a predominio á1·abc en África y Europa.
r
E] mt1ndo islár 1ico <!cabaría siendo derrotado y arrin­
cor1ado Ci1 sus reductos. Pero en los siglos xv y XVI aún
dominaba c11 ]os mares. La batalla de Lepanto sería de­
finiti,1a y, c.011 ella, tcr111inaría la Edad Media del mar,
dando paso al Renacimiento.
La a,,entura de Cristóbal Colón se inició antes de ha­
l1crse l111ndido el predon1inic, naval islámico, pero en una
éi,oca muy distarlte del poderío griego, de ]os Pueblos
del Mar o de. la talasoc1·acia. Sus carabelas en nada se
parecían a las 11a,1es que intervinieron en la Batalla de
Salami na., JJongan1os ¡)or caso, donde los pe1·sas de Jcr­
jes, en número superio1.. a los trescientos barcos y dos­
cientos mil hombres, se enfrentaron, con ayuda de los
fe11icios, cont1·a las naves griegas que mandaba el almi­
rante Temístocles, en el año 480 antes de J. C.
Digamos, como ejemplo, que las tri1�remes de enton­
ces podír-tn llc\·ar hasta ciento ochenta reme1·os )' dos­
cientos o t1·escic11tos soldados de co1nbate. Había na­
,·es de sesenta o setenta n1etros de eslora, provistas de
una sola vela que no se izaba en los combates por temor
• •

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1

• •

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1
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• 1

-
Trirreme fenicio (siglo v a. J. C.), según reconstrucci6n
artística de Fred Frceman. En ella podían viajar hasta 400 hombres


a los caprichos del viento, pero ¡ y esto es lo que qt1e­


ríamos remarcar! muy capaces de cruzar el Atlántico
y hasta de capear los más furiosos temporales.
Todo el esplendor de las naves griegas, asirias, feni­
cias o romanas se había olvidado en la Edad Media,
at111que, a decir verdad, hubo navegantes' escandina·
vos, como Erik el Rojo o su hijo Leif Ericsson, que
cruzaron el Atlántico Norte y llegaron hasta « Vinland»,
después de haber explorado Groenlandia. De todas for­
mas, estas aventuras apenas si se conocían en Europa,
per111anecie11do ocultas para la Historia o para unos po­
cos iniciados, aunque el biólogo y químico francés Louis
Kervran asegura en ¿ Desct1.briero11. América los breto-
11es?, que mil años antes que Cristóbal Colón los celtas
mantenían relaciones constantes con América del Norte.
Y dice aún más, que nosotros vamos · a transcribir en
frases sueltas de su trabajo, publicado en el número 5
de la revista Horizonte (Plaza & Janés, 1969).
Oigamos una: «La mayoría de los conocimientos ad-

quiridos en aquella época eran transmitidos oralmente,


y algunos no habrían podido ser retocados sin que de
ello se derivasen graves incidentes. ¿Dónde sino en stt
memoria los marinos archivaban su ciencia? Descubri­
mientos recientes prueban que existían mapas en tiem­
pos muy antiguos: los de Piri Reís, de Thordsten o de
Zeno no han revelado aún todos sus misterios a los
cartógrafos.•
Louis Kervran cuenta la saga de Ari Marson, un is­
landés que, en el año 893, cuando los vikingos conquis­
taron su isla, navegó sin rumbo, desviado por una tem­
pestad, hasta uria costa desconocida, donde habitaban
hombr.es blancos que hablaban gaélico y practicaban la
fe católica.
Y al estudiar las sagas de los vikingos vemos que
éstos, en sus viajes a América del Norte, mencionan a
los celtas aposentados allí desde el 893 al 1029. El pro­
pio Leif· Ericsson invernó allí, en 1003, acompañado de
cuarenta y cinco hombres.
Y otro párrafo transcrito de la obra de Louis Ker- ·
vran:
«Las sagas no constituyen las únicas fuentes de infor­
mación sobre la América precolombina: los archivos
vaticanos per·miten valiosas verificaciones. >> (Y en nota
aparte, este autor añade: <<Los archivos vaticanos tie­
nen, ciertamente, numerosos secretos por revelar aún
sobre el asunto que nos ocupa, aunque son de difícil
acceso. No obstante, hemos tomado de ellos diversas
indicaciones: los nombres de diecisiete . obispos de
Groenlan<;lia, las cuentas que _están en orden a partir
del siglo XIII sobre el diezmo pagado por los cristianos
groenlandeses y las bulas que mandan al rey de Norue­
ga que organice expediciones hacia el Oeste. » )
<< La Igle�ia sigue diciendo el autor de ¿ Descubrie­
ron América los bretones?· , no podía desinteresarse de
los cristianos instalados en las tierras situadas a la otra
ribera del Atlántico, aunque no fuera más que para re­
cordarles que eran deudores del dinero del culto. La
autoridad del Papa fue lenta en extenderse al conjunto
de la Cristiandad, pero, desde 1026, Inocencia III pro­
cede al nombramiento de un arzobispo para Noruega,
Islandia y Groenlandia, y se lamenta de que el dinero
de San Pedro se pague demasiado irregula1·mente. Se
organizan varias expediciones para ir a reclamar el diez-
mo a los siete mil vikingos residentes en Groenlandia
· convertidos al cristianismo. En 1354, el papa Inocen­
cio IV lanza un grito de alarma: desde hace doce años

30


Groenlandia no ha enviado una sola piel ni un solo col­


millo de morsa a San Pedro. Requerido por el Papa,
el rey de Noruega prepara una nueva expedición, la cual
nos interesa más que las primeras, ya que los enviados
especiales del rey y del pontífice no se contentan esta
vez con ir a Groenlandia; prolongan su viaje basta el
continente americano. El Vaticano aporta así la prueba
de que los marinos poseían a partir del siglo XIII el d9-
minio absoluto del Atlá�ticó, y conocían la existencia de
un continente más allá de Islandia.>>
Y no queremos entrar aquí en la especulación histó­
rica de si las naves· de la soberana Orden del Temple
iban y venían de América cargadas de oro y plata, con
lo qu� llegaron a ser la fuerza económica y espiritual
más grande del mundo, hasta el extremo de que fue pre­
ciso «decapitar>> a sus grandes maestres porque tenían
más poder que el propio Papa, ya que si existen las
pruebas deben estar celosamente guardadas en los ar­
chivos secretos que Louis Kervran ha mencionado antes.
Y no es esto todo. En la Gran Enciclopedia america·
na, nos dice Pierre Carnac; se lee: <<Niccolo Zeno, noble
veneciano que navegó en dirección a las costas de Amé­
rica hacia el año 1380.J>
Y antes que Cristóbal Colón, o sea en 1480, el «piloto
anónimo» de que hablaron los cronistas del descubri­
miento, estuvo en Haití y volvió, como único supervi­
viente de la carabela Atlante, para morir en brazos
del futuro Almirante de Castilla, en Porto Santo, isla
de Madeira. Esta <<historia» ha sido escrita por Manuel
López Flores en El piloto anónimo, quien extrajo los
datos de la Historia de las Indias, de Fray Bartolomé
de las Casas y del propio hijo de Colón, don Fernando.
La carta que Alonso Sánchez escribió, según Manuel

31
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Mapa de «Sánches•, con la representación de la I�1a de Quisqueia (La Española, ele C.016n,
o la Actual Santo Domi ngo )


López Flores, dice �sí:
«Muy altos y muy poderosos señores, (yo), Alonso
Sáncbez, ( de la ciudad) de Huelva, jefe de tripulación de
la carabela que Dios presen'e y que lleva el nombre
de Atlante... voy a informarles sobre las tierras descu­
biertas por mí en el ,riaje que emprendí por la mar
océano... Desembarqué en una isla nombrada por los
indígenas con el nombre de Quisquei... que se encuen­
tra en las extremidades del océano occidental, rodeada
de gran nt'imero de islas, que no son conocidas y des­
critas por los cosmógrafos que se han ocupado de este
océano ... Añado que me enteré por los indígenas de esta
tierra de que más allá, hacia Poniente, se encuentra una
gran extensión de tierra fir·me. •
Pierre Camac, que nos recuerda estos datos en LA
historia empieza en Bimini, añade que, efectivamente, el
nombre de Quisqueia fue el que oyeron los navegantes
del descubrimiento en 1492. Y dice:
«Si esta carta publicada en 1962 por Manuel López
Flores es auténtica,. constituye pura y simplemente el
relato del verdadero descubrimiento de América por los
españoles. Sin embargo, pe1·manecen oscuras las condi­
ciones de este descubrimiento, y conviene observar la
mayor reserva en lo tocante a este documento. Sólo es
cierta la navegación de Sánchez. No faltan las referen­
cias a este último. Treinta y siete autores españoles.
cuatro portugueses y cinco de diversos países escribieron
sobre él en el siglo XVI. Originario de Huelva, trans­
portaba mercancías hacia las Canarias cuando fue apar­
tado de su ruta y ar1astrado por las corx·ientes oceáni·
cas, que lo llevaron, tras diecisiete días de navegación.
a las costas de una tierra desconocida que, verosímil-
mente, era Haití.•

33
l1 a1·ecc se1·, además, que Alonso Sánchez e:,taba rela­
cionado con M¡1rtín Alo11so Pinzón, que fue piloto de
Cristóbal Colón. Y Bartolomé de las Casas no oculta la
sorpresa de los descubridores cttando, tras haber desem­
barcado en Cuba, s11pieron por los indígenas q11e, pocos
años antes, un grupo de l1ombres blancos y barbudos.
habían desembarcado en una isla vecina.
Hay más, ¡ muchísimo más! En Centro y Sudamérica,
los españoles se encontraron indígenas de piel blanca y
cabellos rubios ... ¡ Y hasta ame1·icanos de piel negra que
nadie había llevado allí desde Africa, porque la esclavi-
tud y la trata de negros no empezó hasta más tarde!
Y los árabes, según el cronista Ibn Fadlallah el-Omari
\
( 1301-1348), también 1�ealizaron excursiones en dirección
a América., por orden de Muza, el sultán de Malí.
Y no debe extrañar a nadie que los navíos fenicios,
griegos, persas o cualquier otro pueblo de la antigüedad,
al pasa1· del Mediterráneo al Atlántico, como le ocurrió
a Alonso Sánchez, fuesen atraídos por las corrientes ma­
rinas del Gulf Stream y transportados hacia el otro lado
del Atlántico, ya que ese río marítimo, por lo que sa­
bemos, existe desde tiempos inmemoriales.
Por todo esto, por los mapas que Piri Reís consultó
para realizar los suyos, por su experiencia propia, los •

informes que debió recoger en los puertos del Medite­


rráneo · ·i y porque, posiblemente, también estuviera en
América, ya que tiempo tuvo para ello! , nosotros cree­
mos que el litoral americano, llamado entonces con el
nombre de Brazil, ya era conocido de antiguos navegan­
tes, posiblemente mucho antes de la época de Alejan­
dro, «el señor de lus dos Cuerno_S>>, y nada nos extraña­
ría que, además de los mapas de aquella época, hubiese
tenido acceso a otros, de desconocido origen, muchísimo

34

, .
mas antiguos.
Poco más podemos decir ar:crca de Piri Reís. sal\i O,
r1aturalmentc, estudiar sus n13]J,,s, como l1jcieron Arling­
Jon H. Mallor}' �, el profcso1· CJ1arles 11. Hapgood, c<Jn
los que pronto \'amos a ent1·a1· en coi1 tactc), ya en época
moderna, partiendo del principio en que se «redescu­
brieron» los mapas de Piri Rcis, el día 9 de noviembre
de 1929, en el Museo Topkapi.
Y es en el estudio de esos enigrniticos 1napas, }' en
otros, donde los científicos se han da(lo cuenta de la
sorprendente verdad: ¡p.ay regiones, com,> en la Tjerra
de !a Reina Maud, en la Antártida, que el mapa del almi­
rante tttrco es más perfecto qtte los nuestros actuales,
tal vez porque debió ser trazado en una época en qt1c
aquella región no estaba cubierta por los hielos!
Las consecuencias que podrían extraerse de estos des­
cubrimientos son muy singulares. Ncsotros hemos en1pe­
zado a explorar la Antártida a partir de 1820-1821, cuan­
do el norteamericano Palmer estuvo allí por vez prime­
ra, aunque el continente, propiamente dicho, ya había
sido descubierto por James Co·ok, en 1774, aunque no
llegó a tocar tierra. Pero ]a conquista de la Antártida.
en su totalidad, no se llevó a cabo hasta el año 1957, coi,
la participación de Edmund Hilla11' y el doctor Vivian
Fuchs.
Es obvio, por tanto, que a Piri Mt1hyi 'I Din Re 'is, se
le debía hacer un respetuoso ht1eco en Ja Historia por
su contribución al descubrimiento del globo terráat1eo.
por aquello de que nunca es tarde si la dicha es buena,
mientras nos esforzamos en averigt1ar de dóncle obtuvo
los datos que dibujó en sus mapas. De todas forrnas, a
Piri Reis ya poco le puede importar ¡ y a Crist'óbal
Colón muchísimo menos, porque stt descubrimiento 1

trajo más desventuras que alegrías! que se hable <J no


de él. Lo más seguro es que no viera ja1nás las costas
que tan n1eticulosamente había dibujado. Pero si stt es­
fuerzo .fue recompensado <) no, Solimán el Magnífico
poco se lo tu,,o en cuenta a 1 (>rde11ar reha11arle e.l cue­
llo con una cimatarra.
Ahora, trataremos de �egui1· los pasos de Mallory )"
Hapgood, que no va a se1· tarea fácil, porque los· méto­
dos empleados en el «descifrado>> de los mapas de Piri
Reis no son asequibles a 111t1chas en tendederas, rogando
a 1 lector que nos perdone de antemano por los errores
(!n que podamos incurrjr, ¡ q1.1e no van a ser pocos o
mttcho nos lo tememos!
Clar·o que nos vamos a <<protege1·>> t1·as Pierre Dtt\•al,
a quien ya hemos mencionado. Pero, aun así, los cabe­
llos se nos erizan presintiendo el ter1·eno en que vamos
a meternos.
Charles H. Hapgood estuvo varios años en ]a tarea y
fue ayudado por sus alumnos de la Universidad de Ne,v
Hampshire, así como por expertos cartógrafos y ocea­
nógrafos cuyas técnicas son como magia para nosotros .

. 36

//. EL DESC01VC!ERTO DE /.,A CIENCIA

<<Entre Las estrellas hay una que


,
no desaparece jamás, como si estuviera
fija. Es Ja estrella Alfa de la Osa
Menor, llamada Polar. porque está
muy cerca del Polo Norte Celeste.Y>

Marce! Moreau. Las Civrf,.


zcciones de lar Estrellas.

El capitán Arlington H. l\1alle1·y era ingeniero, pero


prestó sus servicios a los Estados Unidos, durante la
Segunda Guerra Mundial, en el transporte de tropas.
Y si esa poderosa nación de Occidente ganó la contien­
da gracias a él, nada nos extrañaría porque su tenaci­
dad es increíble. Ironías aparte, Mallery an1aba el mar
y se interesaha por todo lo relacionado con él, desde un
punto de vista arqueológico y científico.
Naturalmente, a este hombre extraordinario le sobra·
han motivos para creer que la historia del descubrimien­
_..
to de América era un «cuento>> urdido por los que en
el siglo XVI y siguientes, tuvieron interés más que sobra-
do para hacer creer al mundo que todo se había iniciado
con ellos. Pero sabía muy bien que la Tierra es un pla-
11eta esférico, de mttchos millones de años de antigüedad
v que la na,'egación ma1·{tima es casi tan a11tigua como
l!I hombre.
Arlington H. Mallery sabía, además, que los vikingos

habían estado e11 América ante.s q_ue Cristóbal Colón �,


esto lo podía probar fácilmente. Para ello, se dedicó a
estudiar a fondo antiguos mapas y portulan.os, así como
otros aspectos históricos y arqueológicos, sagas escan­
dinavas y la etimología de la lengua iroqttesa, ya que
estaba convencido de que ésta derivaba del antiguo no­
ruego.
De todo esto habló en tm libro titulado Los· t America
que publicó en 1951 y que le prologó Mattew W. Stirling,
director entonces de la Oficina de Etnología del Instituto
Smithsoniano.
Lo que Malle1y· expresaba en su libro era que, mucho
antes de la llegada de los españoles a América, en st1
continente había existido u11a civilización del hierro, :''
que, posiblemente, era anterior a las más antiguas cul­
j
turas europeas. Y todo esto, dicho con aportación de
pruebas y datos, con verificaciones y estudios, fechados

con radiocarbono y documentación testificial, habría de
dar a su obra una considerable rele,rancia.
No obstante, el nombre de Arlington H. Mallery qt1e­
daría en un discreto segundo término, porque la Cien­
cia es reticente, consentadora y poco flexible en cuanto
a cambiar los moldes de la Historia, de no haber sido
por los mapas de Piri Reis.
Ya dijimos que estos mapas habían sido hallados e)
9 de noviembre de 1929, al ordenar Malil Edhem·, el di­
rector de los museos nacionales turcos, qtte se hiciera
inventario del Museo Topkapi. Pero los acontecimientos
políticos de la época, que condujeron años después a
la Segunda Guerra Mund.ial, impidieron que el mundo
se enterase del hallazgo de los mapas.
Y sería una vez finalizada la conflagración mundial
cuando t1n oficial de la J\rmada turca enviase una copia

38

de los mapas de Piri Reís al i11gcniero jefe de la Oficina
Hid1·ográfica de la Arn1ada de los Estados Unidos. Y así,
casualmente, el especialista Arlington H. Mallery se en.
contró con algo sorprendente.
Los nombres de las personas que tomaron parte en
el «affaire>> desde aquellos tiempos de 1953 fueron Mr.
l. Walters, agregado al Servicio I-Iidrográfico de la Ma­
rina norteamericana; el R. P. Linehan, jesuita y sismó­
logo, perteneciente al Observato1·io astronómico y geo-
lógico de Boston, y miembro de las expediciones que
la Armada había enviado al Antártico, y, por último, el
profesor Charles H. Hapgood. Se menciona también el
nombre del R. P. Hayden, compañero de Lineham, y to­
dos ellos, con ligeras variaciones, confirman lo expuesto
por Mallery.
�ste había declarado, sin paliativos, qu� Piri Reís, en
su 1napa de 1513, describía la costa oriental de América,
que todavía era desconocida en aqt1ella época, pero iba
más lejos aí1n y mo�traba el te1·ritorio de la Antártida
�.,, especialmente, la Tierra de la Reina Maud... ¡ ANTES
DE HABER SIDO CUBIERTA POR LOS GLACIARES!
• Y como nos dice Pierre Duval en La cie11cia ante lo
c.1::t1-ai10 ( op. cit.), << ••• por lo tanto, posible es suponer
que el mapa de Pi1·i Reis e1·a una copia de otros docu­
mentos de ttn origen fabulosamente remoto, ya que, si·
gttiendo las st1posiciones más optimistas, el Polo Sur }'ª
se hallaba bajo el hielo diez 1nil años antes de J. C. » .
Obsér,,esc el meticuloso cuidado que ponemos en es­
tas comprometedoras palabras, poniéndolas en las pltt·
n1as correspondientes y autorizadas, para evitar caer en
el cepo tendido por los que no quieren, ¡ o no pueden!,
pasar por donde nosotros pasamos.
Arlington H. Mallery se encontró con un mapa « has·

39

tante bien» dibujado, pero con datos que no correspon­


dían a los conocimientos geológicos atribuidos a los hom­
bres que vivieron en la época en que fue trazado. Y esto es

tanto como si alguien se encontrase, de pronto, con una
fotografía · ,hecha con cámara, película, revelado quími­
co y todo lo que Niepce nos enseñó a principios del �i­
glo XIX . de Tutmo�is o de Alejandro Magr10.

Lo que Arlin�ton H. Malle1'1' estaba viendo, al poco


de enfrascarse en los enigmáticos map_as, era algo así
como la fotografía de algo que estaba oculto por los
hielos desde tiempos inmemoriales... ¡y, por tanto, no
había podido ser observado por ningún cartógrafo, no
sólo en tiempos de Piri Reis o Cristóbal Colón, sino
muchísimos siglos antes!
El «¡Oh!>>, o el «¡Santo Dios!>> no era para menos.
El capitán de la U.S. Navy era, además, ingeniero; ha­
bía estudiado numerosos mapas antiguos para su tesis
en Lost America y lo que tenía delante le hizo parpa­
dear. Las preguntas se atropellaron en st1 mente.
¿Quién pudo dibujar la Antártida de aquella forma
tan <<irregular>> en una época en qt1e ni siquiera se co­
nocía la existencia de aquel continente? ¿ Y a qué obe­
decía la <<irregularidad»? ¿No podía ser qtie... ? Pero...
<<¡Cielos! ¡ No es posible! ¿Cómo me atrevo a pe11sar... ?»
Se atrevió, por supuesto. Se enfr·ascó en el estudio,
consultó cuantos mapas cayeron en sus manos, habló
con expertos y con matemáticos, y así, lenta y pacien­
temente, fue penetrando en el misterio de] n1apa de Piri
Reis.
Veamos lo que nos dicen a este respecto Paul-Emile
Victor y Arlette Pelta11t, a los que debemos recurrir en

estos prolegómenos <<técnicos>> porque nosot1·os no so­
mos cartógrafos y nos queremos curar en salud.

40


«El primer problema que se planteó (Mallery) fue el


desciframiento mismo de los mapas, es decir, del sis­
te1na de proyección empleado, que parece extr·año al
primer examen, por lo menos ésta es la impresión que
da a un profano. Pero los especialistas, gracias a los
1·ecursos de la trigonometría mode1·na, han podido des­
cifrarlo: ttn explorador sueco, Nordenskjold, tardó die­
ciocho años en establecer la ''traducción" de los portu­
lanos al lénguaje cartográfico mc>derno. Su trabajo sirvió
de base primero a Mallery y luego a Charles H. Hapgood
y sus discípulos. »
Este especialista, llamado Adolf Erik, barón de Nor­
denskjold, nació en Helsinki (Finlandia), en 1832, y lue­
go se nacionalizó en Suecia, mt1riendo en Dalbjo, Lund
(Suecia), en 1901. Realizó expediciones a G1·oenlandia,
en 1870, y al Mar de Kara, en 1875. Se hizo famoso a
raíz de un viaje al océano Pacífico, partiendo de Escan­
dinavia, a t1·avés del Paso del Noroeste. Efectuó múlti­
ples expediciones y describió sus a venturas y experien­
cias en Viajes de la « Vega>>, fruto de un periplo por el
océano Glacia� Ártico a bordo. de ]a Vega ( un , elero a ·
motor) tripulado por veintiún hombres.
Nordenskjold publicó también importantes libros so­
bre mapas y portulanos antigt1os, u110 de ellos el Fac­
Si111ilé Atlas (1889), del que Mallery y Hapgood extrajc-
1·on extraordinarias experiencias.
Angelino Dulcert, JJOr ejemplo, el cartógrafo mallo1·-
c¡uín del siglo· x1v, había trazado un n1apa que fechó
en 1339. Hay quien asegura que era italiano un caso
similar al de Cristóbal Colón y que se llamaba Dalor­
to. Nosotros no vamos a entrar aquí en discusión � sí
a analizar su portulano que, a juicio de Nordenskjold

41

estaba << dt�masiado bien hecl10>> para la fecha en que fue


trazaclo.
Los especialistas se dieron c11enta de que las copias
de car.tas nát1ticas de principios del siglo XIV eran tan
¡:>erfectas como las realizadas dos siglos más tarde.
"Parece como si alguien = ,nos cuenta Pierre Duval . ,
a fines del siglo XIII o a principios del x1,r, hubiera en­
contrado t1n modelo excelente y que a continuación se
l1ubiera dedicado a copiarlo o volverlo a copiar.»
Se tr·ataba, principalmente, de una cuestión de esca­
la. Todos los portulanos del Mediterráneo eran casi igua-
les y <<e11 todos se utilizaba la misma escala».
Sería Adolf Erik Nordenskjold el que señalaría que
esta escala no tiene 1iingu1ia relación con las i11zidade.. 'i
de medida utilizadas en el Mediterrá11eo, a exce1,ción de
las medidas catalanas, supuestan1ente derivadas de las
medidas fenicias o cartaginesas ( aquí intI·oducimos no-
• sotros una <<cuña>> ac]aratoria: y decimos que los carta­
gineses descendían de los fenicios. En otro capítulo nos
ocuparemos <le esta cuestión, todavía en el alero). Y es
este sueco extraordinario ouien más alentó las ideas re-
novado1�as· de Arlington H. 1\1alle1·y y Charles H. Hapgood
con su atinada intuición. .
Y dice Pierre Duval, co11 el que coincidimos ple11a.
mente: << Por Jo tanto, según Nordenskjold, es posible
que los portulanos se remonten a una época bc:1stante
1·en1ota, al menos a la época de Marino de Tiro (en el
siglo 11 antes de J. C.). Lo más extraño es que Marino
de Tiro precedió en algunas décadas, si11 duda, al céle­
b;re geógrafo Clat1dio Ptolomeo, que trabajó en la famosa
biblioteca de Alejandría durante el siglo 11 antes de J. C.
. . Ahora bien, los portulanos . t1"azados bajo sus órdenes
son bastante peo1..cs que el portulano de Dulcert. La con-

42 •


tradicción que frena a NorJenskjold eb el !1ecl10 de


que Ptolomeo tenía a su disposición una e1101�me docu­
mentación geográfica y conocía muy bien las matemá.
ticas.•
Más adelante, cuando hayamos concluido este plan­
teamiento y hablemos de los mapas del florentino Tos­
canelli, consejero que fue de Colón en el descubrimiento
de América, del mapa de Pizigano (1367) o del veneciano

Andreas Bianco, de 1436, veremos que no sólo se cono-


cía bien el Mediterráneo sino que ya se tenían noticias
de un territorio situado al oeste de Europa y que ya se
conocía con el nombre de Brasil, B1·asile o Bra�ir, y todo
ello nos dará pie para sostene1.., jt1nto con I 1allery y
v

Hapgood, que los mapas de Piri Reis, copiados de otros


anteriores, reflejaban litorales que debieron ser explora.
dos antes del descubrimiento de América.
Hemos de tener en cuenta que tina carta náutica es
algo muy serio y no se puede dib�jar en ella nada más
que la verdad. Si a l� entrada de un puerto no se explica
en la carta si existen arrecifes u otros obstáculos, el
peligro que corren los 11avegantes es muy grande.
Piri Reís, auténtico marino, dijo en su Bahriye: «No
hay nada en este libro que no esté basado en hechos. El
más pequeño error l1ace inutilizable una carta marina. »
Y es cierto. Arlington I-I. Mallery llegó a la conclusión,
tras 11n prolongado estudio, de que el mapa de Piri Reis
era más exacto de lo que parecía.
Y, sin embargo, hay algo en los mapas del almirante
turco capaz de desconcertar a cualquier cartógrafo. En
efecto, Piri Reís d"ibujó el litoral del Antártico de forma
distinta, a como lo conocen los cartógrafos modernos.
Sabemos, por otra parte, que el espesor de la capa de
hielo en Groenlandia es de 3.300 metros y en Ja Antár-

43
. .

tida de 4.SUO. Y al comp1·oba1· lds dt;siguaJdades existen­


tes, Mallery, en vez de descorazo11arse, intuyó la increi·
ble verdad .. ¿ Y si Piri Reis l1abía copiado Stl mapa de
algún otro dibujado antes de que lc,s l1ielos cubriera11
Groenlandia o la Antártida?
Recorden1os que en 1952, o sea algún tiempo antes de
qµe Mallery iniciase su estudio, se había publicado el
resultado de la expedición antártica noruego-sueco-bri­
tánica y el Geographic Joun1al aportaba datos en los
que nuestro investigador podía apoyarse.
Es más, estudiando milímetro a milímetro el mapa
de Piri Reis, Mallery observó la ya mencionada diferen­
cia en la Tierra de la Reina l\1aud, que ft1e establecida
por el expedicionario Peterman en 1954. Todo era casi
perfecto, pero Piri Reís señalaba dos. bahías y Peterman,
sobre el mismo lugar, indicaba tierra firme.
Ante esto, Mallery recurrió al Servicio Hidrográfico
y el engranaje de la U.S. Navy se puso en movimiento
cor¡ todos sus recursos modernos, iniciándose sondeos
sísmicos, pruebas de gravimetría y fotografías aéreas,
con el resultado de que Peterman ·se había equivocado,
engañado por los hielos, y Piri Reis estaba en lo cierto.
Y fue por esto que Arlington H. Mallery declaró:
«En la época en que fue trazado el mapa, no sólo ha­
cía falta que hubiesen habido exploradores, sino también
técnicos e11 hidrografía particularmente competentes y
organizados, ya que no se puede dibujar el mapa de con­
tinentes o de territorios tan grandes como la �tártida,
Groenla.ndia o América, como al parecer fue hecho hace
algunos milenios, por un solo individuo o l1asta un pe­
queño grupo de exploradores. Para ello hacen falta téc-
nicos experimentados familiarizados con la Astronomía,
así como métodos necesarios al trazado de mapas.

44

>>No comprendemos �ómo esos mapas pudieron sec·
trazados sin ayuda de la aviación. Además, las longitu·
des son absoluta1nente exactas, lo que nosotros mismos
no sabemos hacer sino desde hace apenas dos siglos.,,
Alguien podrá decir: « ¡ Apaga y vámonos! ,. }p no nos
sorprendería nada. Estamos como apabullados ante es·
tas afirmaciones que nos apresuramos a decir de dónde
las hemos obtenido antes de que alguien crea que, por
exceso de celo, nos las hemos inventado y puesto en
boca de Mallel)p para causar efecto. No; las hemos co­
piado literalmente del trabajo de Paul-Emile Victor y
Arlette Peltant. Nosotros no llegamos a la osadía de
mezclar la a,,iación en esto, pero tampoco desca1·tamos
la posibilidad que se nos aptinta.
Lo que Arlington H. Mallery señala es la posibilidad
de que, en un remoto pasado, existiera una civilización
técnica muy avanzada, posiblemente extendida por todo
el globo, pero coexistiendo con pueblos atrasados, capaz
de trazar sobre papel o pergamino los litorales de islas
y continentes.
Los lectores que sigan esta colección y l1ayan leído El
e1tigma de Tiahiw11aco no habrán olvidado lo que allí
decimos sobre los descubrimientos lle,1ados a cabo en
una mina de hierro de Ngwenya (Sv.1azilandia) por
P. Beaumont y Raymond A. Dart, utilizando las propie­
dades del carbono 14, gracias a lo cual existían indicios
de que la mina estaba siendo explotada hace ¡ nada me­
nos que cuarenta y tres mil años!
Si alguien tiene duda de esto, sólo debe dirigirse a
Mr. Raymond A. Dart, del lnstitute for Achievement of
Human Potencial, 8801 Stenton Avenue, Philadelphia.
Estados Unidos. Nosotros, dando por bueno los info1··
mes de los laboratorios de Física de las Uni,1ersidade ·

45

de Yale y de Groninga, damos el <<placet» a las decla­


raciones del profesor Dart.
Arlington H. Mallery, en tema aparte de los mapas
de Piri Reís, hizo un informe, tratando de demostrar
que en l-Iarrisburg, Pensilvania, existió en la antigüedad
un alto l1orno para fundición del hierro y en él hablaba
de unas inscripciones que los especialistas en la materia
habían encontrado semejanza co11 las pri1neras escritu­
ras mediterráneas, o sea fenicias o cretenses.
Hemos dicho que la cuestión del hierro de Harrisburg
es un tema aparte al de los mapas que aquí nos ocupa
y no es exactamente cierto, puesto que si el mineral de
hierro era traído de Africa, pqngamos por caso, para ser
fundido y tratado, se necesitarían barcos de carga, ma­
rinos para tripularlos y cartógrafos que hicieran los ma­
pas a fin de que los buques pudieran navegar.
Apolonio de Rodas (295 - 230 a11tes de J. C.), autor
de las Argonáuticas (libro IV, cap. V) nos cuenta: «Se
dice que un hombre (se refiere a Sesostris, pero ignora­
mos si fue el 1, II o III, aunque todos ellos vivieron en­
tre 1820 y 1740 antes de J. C.) partió de Egipto y reco­
rrió Europa (aunque otros autores aseguran que estuvo
en América ¿! ?) a la cabeza de un ejército fuerte y va­
leroso. Conquistó multitud de ciudades, algunas de ellas,
habitadas aún hoy; otras, ya despobladas, pues, desde ese
tiempo han transcurrido gran número de años. Los des­
cendientes de estos hombres conservan de sus antepasa­
dos tablas esculpidas en las que vemos trazados los lí­
mites de la tierra y del mar, las rutas y los caminos,
para que sirvieran de guía a todos los viajeros. »

Sesostris hizo, pues, dibujar mapas «de la tierra y el
raar», Alejandro, el Señor de los Dos Cuernos, también
poseía mapas, y Eratóstenes (284- 192 antes de J. C.),

46
utilizando los datos de la biblioteca de Alejandría, con­
feccionó un mapamundi que, a] parecer, estaba plagado
de errores. Sin emba1..go, Erc.tóstenes dete1.. minó la am­
plitud del arco de meridiano comprendido entre Siena
y Alejandría, estableciéndolo en 252.000 estadios {unos
39.700 l{ilómetros), •v las modernas mediciones han con-
firmado que su error es inferior al 1 % .
Pe1·0 ... ¡ Ah, aquí aparece el profesor Charles H. Hap­
good y nos asegura que los mapas de Piri Reis son a11te­
riores a Eratóstenes!
Entramos, por tanto, en una zona escabrosa y ár·ida.
Podríamos aceptar la tesis de Arlington H. Mallery de
que nuestro planeta estuvo habitado hace muchos mile­
nios por seres que conocían muy bien la Tierra y las es­
trellas y hasta hacer hincapié en nuestras propias teo­
rías de que el Hombre no nació 2quí, sino que llegó, ya
adulto, de otr·o planeta y se instaló en este mundo cam-
hiante iniciando una civilización que hn st1frido múlti-
ples contratiempos, altibajos, progresiones y recesiones
y, si nos apuran, que hasta llegó a estar al borde mismo
de la extinción o el aniquilamiento· y cuya mejor prueba
sería la ]ejrcnda, mito o hecho históri�o del Diluvio Uni­
versal, del que sólo se sal\·arían los arcanos (habitantes
del Arca de Noé).
Hay motivos más que sobl·ados para aceptar esta hi­
pótesis. El hombre debía se1· na,:cgante en un rnu11do
en donde ]as aguas pred9minan sobre las tierras. La
Atlántida, de haber existido, porecría ttna flota enorme.
y de hecho así nos lo explica Platón: barcos de pesca,
mercantes ,, ele co1nbf\.te. 1Y cómo se realizaba la na,·e-
• •

gación? D�1 modo más simple; pr·imero explorando Jas


i�las o costas n1ás próximas :· luego, poco a poco, a,ren­
turándose en mayores singladuras, a parajes más di ·

47

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No es difícil imaginar la primera balsa

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49
tantes. Eso es lo que hemos venido haciendo desde que
tenemos uso de razón y el presunto descubrimiento de
América nos lo confirma.
Las estrellas, el Sol y la Luna, sirvieron de puntos de
orientación. El Sol, qtte nosotros sepamos, ha salido
siempre por el Este y se ha puesto por el Oeste, varian.
do ligeramente su curso en el horizonte terrestre, según
sea verano o invierno. Y antes que los hombres de tierra
firme, como los enigmáticos constructores de megalitos,
los marinos hubieron de aprender estas señales celestes
para poder orientarse al perder de vista los litorales co­
nocidos.
Ahora sabemos a ciencia cierta que, arrastrado por
· la corriente del Golfo, o Gulf Stream, cualquier objeto
flotante que se arroje al mar en el litoral portugués se�
guirá las corrientes de las Canarias y acabará entrando
en la Norecuatorial, con lo que, en pocas semanas, al­
canzará las costas de América o bien regresará a Euro­
pa. Lo mismo sucede en los diferentes océanos del gl�
f
bo. Corrientes marinas surcan el océano Pacíico de Este
a Oeste y viceversa, sobre las que cualquier embarcación
puede deslizarse o dejarse llevar y sólo es cuestión de
tiempo el alcanzar el otro extremo de los mares.
Pero,¡ ah!, se debe conocer el arte de marear, manejar
la corredera, el sextante y haber estudiado longitudes y
latitudes para, alcanzado el punto al que se pretende lle­
gar, saber dar el golpe de timón y enderezar la nave ha­
cia el puerto señalado en la carta.
¿Comprenden por qué la navegación marítima es una
ciencia tan antigua? Efectuar un viaje por mar desde Bar­
celona a Tarragona, aquí en España, pongamos por caso,
es sencillo y simple. Se trata de seguir la línea de la
costa a prudente distancia y, conocedores de la silueta

50
litoral, virar bacía puerto antes de llegar al cabo de Salou
o pasado los acantilados de Altafulla. Pero efectuar la
travesía desde Barcelona a Mallorca no es igual de sen­
cillo, porque la costa no nos servirá de p11nto ,
de refe-
rencia y habremos de fijar 11n rumbo si no queremos
pasar de largo e irnos al norte de Africa o a I talla.
Por esto decíamos que los primeros navegantes tuvie­
ron que regirse por el curso del Sol, durante el día, y
por las estrellas, durante la noche. Naturalmente, los na­
vegantes se dieron cuenta hace muchos siglos de un he­
cho incuestionable, pero que hasta nuestros días ha es- •
tado en discusión, ¡ y es que la Tierra era redonda!
El Sol se ponía siempre por el Oeste y asomaba por
el Este. Situándose de cara al lugar por donde salía el
Sol, el brazo izquierdo señala al Norte y el derecho, al
Sur. Así se trazó la cruz que luego ha servido para tan­
tísimas cosas, unas veces litúrgicas y otras geométricas.
Subdividiendo el círculo en nuevas cruces. se llegaron a
º
obtener 360 que son otros tantos rumbos para la na­
vegación.
Naturalmente, el curso del Sol y la sombra que de­
jaba en su inmutable· trayectoria sirvió también para
dividir el día en horas la sombra de 11n palito nos da
la hora solar y de esta forma se obtuvo el concepto
del tiempo. Por la noche, y de fo1·ma más sofisticada, se
recurrió a la Luna, a la Estrella Polar y a otros puntos
de referencia, pero hay que tener en cuenta que la na­
vegación se había transforrnado ya, dejando de ser de
bajura para convertirse en altura, y, forzosamente, se
requer1a un mapa.
Cuando Piri Reis trazó los suyos, en 1513, los hom­
bres llevaban muchos siglos navegando. Sabemos que
hace cuarenta y tres mil años. se explotaban minas de

51

hematites en Swazilandia, pero no estamos seguros de


que el ocre rojo fuese embarcado y transportado a otros
lugares por mar en aquellas fechas. De lo que sí estamos
seguros es de que algunos milenios antes de J. C. por
el Mediterráneo na\'egaban persas, cananeos, asirios,
griegos, pelasgos, fenicios, cretenses y egipcios. Y si no
1)


estamos equivocados, aquellos marinos salieron del Mare

l
1

I

1
Corrientes marinas principales que hacen posible la navcgaci6n
mundial en todos los tiempos

Nostrum y se aventuraron por aguas más procelosas, ya


fuese por afán de aventura, conquista o curiosidad o in­

voluntariamente, ya que las corrientes, los vientos o

52 •


los temporales pud.iero11 c1r1·astrarlos lejos de sus Utora·
les conocidos.
Esto ocurrió. Unos murieron y otros sobrevivieron.
quedándose en las nuevas tierras descubiertas o regre­
sando a su punto de partida y explicando dónde habían
estado. Pero, ¿cuándo?
Podemos estar plenamente convencidos de que esto
ocurrió muchísimo antes de que el almirante turco Piri
Reis copiase sus mapas de otros anteriores. Platón, Dio­
doro de Sicilia, Herod9to, Josefa,· Apolonio de Rodas y
muchos otros autores clásicos nos lo explicaron a su
modo.
Pero hay más, ¡ muchísimo más! El investigador nor­
teamericano Alexander Marshack ha establecido que los
«cavernícolas» de la gruta de Placard, los del refugio de
Blanchard y los de Lartet, todos ellos del Paleolítico,
habían estudiado las fases l11nares ... ¡ nada menos que
hace veintiocho mil años!
Se podría establecer que debido a circunstancias gla­
ciales, monzónicas o diluviales, hombres de algunas de­
tern1ioadas regio.nes se vieron obligados a buscar refu­
gio en grutas y cavernas, ¡pero no q!-,le estuvieran tan
atrasados como para acabar de salir de la animalidad!
La idea de supervivientes de una civilización destruida
por algún cataclismo es la que más se va abriendo paso,
ya que no impide que hubiesen muerto sabios, stimos
sacerdotes o grandes filósofos o científicos y hubiesen
sobrevivido campesinos o simples marinos.
En Glozel, por ejemplo, se encontró tina escritura pri­
miti,,a, anterior a la fenicia, según parece, que se co­
rresponde con caracteres similares hallados en Karano­
vo (Bulgaria), en Petra Frisgiada (Córcega), en Puygravel
(Francia), y hasta en San Agustín {Colombia). Pero hay

53

r11ás: esta escritura, llamada )'·a <<glozeli.�r:ia>> por los ar­
queólogos seguidores del doctor M-0rlet, corresponde,
nada menos que con cuarenta }' tres de los ciento once
signos hallados en la famosa Piedra Pintada de Parahiba
(Brasil).
¿Qué hemos de deducir de todo esto?
En primer lugar, de ser cierto todo lo que nos cuen­
tan arqueólogos e il1vestigado1�es de «lo extraño», hu­
·• bo unos hombres en un remotísimo pasado que de­
jaron huellas de idéntica escritura eu distintos lugares
del planeta. Debieron ser los mismos o haber asistido
a idéntica <<escuela», ya que las tablas comparativas que
nos presenta el doctor Morlet 110 admiten dudas, ¡ al
menos a nosotros!, y por dejarlas en lugares tan sepa­
rados hemos de deducir que viajaron de iin lado a otro ,

del Atlántico y suponer - si ello no es mucho suponer·-


que lo hicieron por mar, ya qt1e por tierra se nos hace
muy cuesta arriba.
¿ O es que hubo un territorio i11termedio, la Atlánti­
da, por ejemplo, a través de la ct1al se podía ir de Amé­
rica a Europa, sin necesidad de embarcarse?
Alguien, a quien califica1nos de imbé ... , nos dijo una
vez que en la Antigüedad no había mares y que todo era
tierra firme, gracias a.· lo cual el hombre pudo recorrer
todo el planeta por su propio pie. Preguntamos qué be­
bía el hombre en aquel tiempo y se nos contestó que
agua de los ríos. ¿Y dónde iba a parar esta agua? A los
lagos, se nos respondió. ¿ Y cómo se cruzaban los lagos
o los ríos?
-Bordeándolos .nos respondieron. Dejamos al hom­
bre y nos fuimos. Sin embargo, en ocasiones, no hemos
dejado de preguntarnos.. << ¿Qué surgió primero, la tierra
o el agua?»

54

//!. PELASGOS, CARIOS Y FENICIOS

«El Rig Veda ha resultado ser el


• libro de un pueblo marítimo que co­
merciaba con tierras del otro lado del
mar, que amasó una gran fortuna en
ese tráfico y que se enfrentó con los
probleinas de la navegación.,.

Swami Sankarananda, Hindu


States o/ SumeritJ ( 1962).

Teníamos preparados los apuntes del trabajo realiza­


do por el profesor Hapgood, de la Universidad de New
Hampshire, para desarrollar este capítulo, pero nos he­
mos detenido a reflexionar. ¿ Qué preferirá el lector?, nos
hemos preguntado, sabiendo que alg11nos eligirán el «des­
piece>> de la labor de ese científico, un tanto árida, pero
convincente, y que otros, creemos que la mayoría, pre­
ferirían saber algo de los pueblos del mar que sttrcaron
las aguas en la Antigüedad.
No nos asusta la tarea de Hapgood, que viene expues­
ta en Maps of tl1.e ancient sea Kings (Chilton Book, Fila·
delfia) y que reproduce Pierre.Duval en La ciencia ante
lo extraño (op. cit). Pero no nos gustaría que muchos
lectores cerrasen nuestra obra antes de tiempo y por
eso hemos optado por dejar ese tema para más adelante
a fi11 de tratar de explicar algo que empieza por apasio-

narnos a nosotros mismos.
Hurgar entre los recoveicos de la Historia es como pe-

5

• ••

.,
.... ••

Her6doto de Helicarnaso ( 500:424 a. J. C.) llamado el Padre


de la Historia

56

11et1·ar en u11 túnel del tit:111po y desandar el camino de
los hombres, tratando de 1·egresar a los orígenes, ir más
allá que nadie en el pasado, conscientes de lo resbaladi.
zo, inseguro y poco fiable que es e] terreno en donde nos
proponemos pisar. No obstante, nos tienta la aventura.
¿Cuántas veces nos hemos preguntado quiénes fue-
1·on los que le,,antaron los menhires, crómlechs o dól·
menes a lo largo y ancho de la Tierra y por qué? La res­
puesta, á pesar que llevamos ya bastantes años tratando
de hallarla, aún no la hemos encontrado, pero podría.
mos dar versiones amplísimas �e hecho ya las hemos
dado en obras anteriores y, posiblemente, podríamos
dedicar el resto de nuestros días a ello sin agotar el
tema.
Suponemos que los constructores de megalitos fueron
un pueblo de marinos: atlantes, uighures, mayas, vedas,
arios, celtas, etc. Pero estos nombres están tan confun­
didos con las leyendas, tan desprestigiados por la Hister
ria, que es imposible «reflotarlos». Y, sin embargo, ya
dentro de la Historia clásica, encontramos a un pueblo
de marinos de los que se ha hablado muy poco. Nos
referimos a los pelasgos, de los que algunos filólogos
• han pretendido relacionar la farma Pelag-skoi, que sig­
nifica gente del mar, con elementos etruscos llegados del
Este a través del mar.
Los pelasgos están considerados como una civiliza­
ción prehelénica y se habla de ellos en la Odisea y la
llíada. Pero fue Herodoto quien dijo que eran aborí­
genes de Grecia y que habían aprendido el griego en su
contacto con los helenos. La mitología tampoco aclara
mucho la cuestión de Pelasgo, ya que hay dos versiones
acerca del héroe epónimo: una dice que nació en el mon·
te Arcadia, y era hijo de Niobe y Zeus, así como padre

57
de Licaón; e11 cambio, la ot1 a di�c qul! Pelasgo e14 a
hijo de Triopas y Sosis.
,
Se sabe que los pelasgos vivieron· en Tesalia y en el
Epiro, así como en las mmedíaºciones de Troya, la actual
Turquía y rec.ordemos que aquí fue donde vino al
mundo Piri Reis--- y en Creta. Y Ho1nero nos dice que lo�
pelasgos lucharon con los troyanos contra los grjegos.
Pierre Ca1:nac ·nos habla también de los pelasgos y
como seguimos rumbos paralelos, le dejamos que nos
guíe, al decirnos: «La idea que tenían los griegos de
estos 110 g1·iegos ha provisto del material necesario a
todas las ext1·avagancias de los exégetas modernos. Un
erudito como Busolt ve en ellos semitas; Herman-Thum­
ser, esclavos, o sea, polacos. Para Jean Cserep serían
húngaros; para Gluje, antiguos fineses, J. A. R. Munro
les as�gna una patria que, desde el Adriático hasta Cri­
mea y desde los Cárpatos polacos hasta Creta, cubría
toda la península balcánica. Aún podemos observar ta­
les lucubraciones... y firmadas por eminentes historia­
dores. ¿Qué podemos decir, en fin, del pobre E. D. Sch­
neider, de París, que, al dirigirse, en 1894, a sus lectores
franceses, escribía: «Los pelasgos, nuestros antepasados>>?
Por otra parte, el arqu·eólogo alemán Adolf Schulten,
creía que Tartessos era la capital de la misteriosa Atlán­
tida desc1·ita por Platón, y aseguró que había sido fun­ •

dada, cuanto mucho, hacia el siglo XII antes de J. C. por


navegantes etruscos.
Gérard de Sede, en El tesoro cátaro (Plaza & Janés,
1968), nos dice:
«¿Quiénes eran los etruscos? Eran pelasgos, pueblo
errante, marcado con el signo sagrado de la blancura,
· que fue sembrando por su camino ciudades blancas y
países blancos. Venían de un país del Asia Menor situado

58

a 01�illas del mar Egeo: Lidia. Según dice Herodoto, los li­
dios, al morir su rey Manes, sufrieron un han1bre que
los obligó a emigrar. Guiados por su rey Tyrrhenus,
hiciéronse a la mar, y bajo los nombres de tirrenos, ra­
seni y luego de etruscos los hallamo!, a su vez, a unos
en Argos (la cual rodearon de murallas megalíticas), a
otros en Albania, a otros (los más numerosos) en Italia,
donde fundaron Alba, la rival de Roma, y civilizaron el
país; algunos, por último, rechazados de Egipto en el
año 1227 antes de J. C. por el joven faraón Meneptah,
inventor. de los primeros carros de asalto, hubieron de
reembarcarse rápidamente y emigraron más al Oeste.
»Estos últimos hall&ron en la Penínst1la Ibérica una
civilizaci611 ya antigua y que seguía floreciendo. Proce­
dentes de África del No1"te, los íberos habían pasado las
Columnas de Hércules desde la época neolítica. A co­
mien.zos del segundo milenio, extraían oro, plata y co­
bre de las minas andaluzas. A los fundadores de Tar­
tessos, mineros y metalúrgicos sin par, Iberia les recor­
dó seguramente su Lidia, en la que las arenas auríferas
del Pactolo enriquecieron al rey Creso. Pronto, los ibe­
roetruscos llevaron sus naves a la conquista del valioso
estaño hasta Bretaña, Irlanda y Albión. sembrando di­
chas tierras de templos megalíticos del Sol, colosales
y enigmáticos libros de piedra a imagen de los que se
encuentran en España en la cue,,a de Menga (Antequc­
ra) y Los Millares. >>
Nos gustaría seguir citando a Gérard de Sede porque
nos maravilla su sapiencia, aunque, el1 algunas cosas,
no estemos de acuerdo con él ni con ot1·os protobisto­
riadores. Nosotros nos hemos sentido sien1pre vinculados
con el Jardín de las Hespérides, el Atlas y la Atlán­
tida, y nos costará mucho evadir110� de esta imp1·esión.

9

i aunque sepamos que fuimos íb.eros, celtas, etruscos, le­


legos, carios o fenicios, ya que los nombres de los mu­
chos pueblos que nos visitaron no son- más que eso, nom­
bres d� una geopolítica olvidada, de un pasado arcano,
remoto y confuso.
Tampoco estamos de acuerdo en otro detalle. Los
iberoetruscos, por supuesto, fueron a Bretaña, Irlanda
• y Albión, como dice De Sede, pero también estuvieron
en las famosas islas Casitérides. ¿O hemos de aceptar
que ya no eran iberoetruscos, sino fenicios?
¿ Quién sabe dónde estaban las Casitérides, en Euro­
pa o en América?
De lo que no parece haber duda entre los investiga­
dores es que si los fenicios salieron del Mediterráneo y
remontaron el litoral portugués rumbo a Bretaña, Irlan­
da e Inglaterra, ¿por qué no pudieron dejarse llevar
por las corrientes oceánicas?
Recogemos un dato que confesamos haber ignorado
hasta ahora. Nos lo facilita Pierre Carnac. Según Pausa­

r\
nias, un griego, llamado extrañamente Eufernos de Ca­

) ria, abandonó el Mediterráneo y fue más allá de las Co­
lumnas de Hércules, perdiéndose en las brumas del At­
lántico.
«Tras un largo y peligroso viaje ,nos dice P. Carnac,
quien nos aclara que ''las cosas ocurrieron en otro tiem­
po, en la At:tigüedad, para Pausanias, que escribía .hacia
el 170 después de J. C. ' este "cario n llegó a una gran
1

isla cuyos habitantes tenían la piel roja; los cabellos,



largos y espesos, peinados en cola de caballo. ¿Qué tie­
rr� de amerindios abordó? ¿ Atravesó el "Golfo de las
Mujeres" para llegar a las Antillas y regresar, desde
• aquí, a Grecia? ¿Y cuándo? La Historia no nos diGe nada
de esto.,,
l

60

i

¡ Ah, la Historia ... ! ¡ Cuántas falsedades se pronun·


cian en tu nombre!
Fue Tucídides (460-402 antes de J. C.) el historiador
de la Guerra del Peloponeso, quien atestiguó la exis.
tencia de los carios, parientes o descendientes de los
pelasgos, al explicarnos cómo aparecieron en las Cicla­
das, donde eran navegantes y constructores muchísimo
antes dt: que aparecieran los fenicios.
Si hemos de creer a ciertas leyendas, estos pelasgos
eran los supervivientes de una paradisíaca isla perdida
en medio de lejanos mares, y hay quien ha visto en ellos
a los supervivientes de la Atlántida. Y se nos dice que
fueron los carios los que enseñaron a los griegos a pin­
tar y grabar sus escudos, así como se les atribuye la
invención de la visera en los cascos de combate, y que
fue de ellos de donde partió la imagen de Marte, el dios
de la guerra.
A bordo de sus grandes naves, a remo y vela, reco­
rrieron todos los rincones del Mediterráneo y dejaron
• su huella en dos países de Asia Menor, Halicarnaso, de
la. región de Caria, y Cara, en Cilicia.
Pueblos cuyos nombres acaban en «essosJ> o «assos» t
como Halicarnasos o Tartessos, se cree que fueron fun­
dados por los carios, entre los .que se incluye a Gade!
(Cádiz). Y no olvidemos que estas regiones del Sur de
España se encuentran más allá del. Estrecho de Gibra 1-
tar, fuera de las tranquilas aguas del Mediterráneo.
Es obvio que ya fuese con el nombre de pelasgos,
etruscos, carios o fenicios · porque los cartagineses apa­
recieron mucho más tarde • aquellos navegantes del pa­
sado se conocían perfectamente, como mínimo, todos
los recodos de las costas Mediterráneas e incluso de fue-
ra. Y para recordar los cabos, islas, ar1·ecifes, dársenas

61

o puertos naturales, lo más lógico es trazar un mapa,
por muy tosco que sea .
· Poseemos mapas antiguos que son auténticas alego-
rías y gue nos hacen sonreír, como el Mapamttndi de
· la Biblioteca Reale, de Turín, considerado del siglo x,
en donde aparece incluso el Paraíso Perdido, con Adári
y Eva junto � la serpiente. Y otro, llamado Mapa del
Mundo antiguo, según San Beato de Liébana, que perte-
nece al siglo XI.
En la Antigüedad, cabe admitir, podían existir los
mapas «orales», o sea los que la tradi9ión transmitía de
padres a hijos entre las far11ilias marineras. Pero no du­
damos que alguien debía poseer mapas dibujados, tanto
de las constelaciones zodiacales, para poder regirse en
la noche por las estrellas, como de las costas, o de islas
'
situadas en algún distante lugar.
El famoso mapa del padre Kircher, •
aunque pertene-
ce al siglo XVII, nos muestra, incluso, la isla continente
de la Atlántida y lleva consigo una leyenda, en donde se

•• dice: <<Lugar donde se hallaba la is�a de la Atlántida, aho­
ra sumergida en el mar, según la creencia de los egipcios
V

y la descripción de Platón.»
Diodoro Sículo (o de Sicilia), un historiador griego
que nació en Agyrion en el año 90 antes de J. C. y mu­
rió alrededor del 21, ídem, escribió una historia de cua­
renta libros que al?arca desde la prehistoria de los pue­
blos asiáticos hasta la guerra de las Galias. Y no vamos
a reproducir aquí esos cuarenta tomos, pero sí un frag­
mento que se ha interpretado de muy distintas maneras
y que los atlantófilos no podían pasar por alto. Dice así:

« En lo más profundo de Libia hay una isla de consi­
derable tamaño que, situada como está en el océano, se
halla a 11na distancia al oeste de Libia de ,,arios días

62
• •

de viaje. Su suelo es fértil, pues a11nque muy montañosa,


cuenta con una gran llanura. La recorren ríos navega­
bles que se utilizan para el regadío, y posee muchas
plantaciones de árboles de todo tipo y jardines en áb11n­
dancia, atravesados por corrientes de agua dulce. Tam­
bién hay villas particulares de costosa construcción, y
4
en los ja1 dines se han construido comedores entre las
flores. Allí pasan el tiempo sus habitantes durante la
estación'veraniega, ya que la tierra proporciona en ab1.10-
dancia todo cuanto contribuye a la felicidad y al lujo.
La parte montañosa de la isla está cubierta por densos
matorrales de gran extensión y por árboles frutales de
todas clases, y, para invitar a los hombres a vivir entre
montañas, tienen gran número de acogedores valles y
fuentes. En una palabra, esta isla está bien provista de
pozos de agua . dulce que no sólo la convierten en un
gozo para quienes allí residen, sino que también contri­
buyen a la salud y vigor de su cuerpo. Hay asimismo
excelente caza de animales feroces y salvajes de todo
tipo, y los habitantes, con toda esta caza para sus fies­
tas, no carecen de ningún lujo ni extravagancia. Pues
el mar que baij.a las costas de la isla contiene multitud
de peces, y el carácter del océano es tal que tiene en
toda su extensión peces en abundancia de todas clases.
Y, hablando en general, el clima de esta isla es tan be­
nigno que produce gran cantidad de frutos en los árbo­
les y todos los demás frutos de estación durante la
mayor parte del año, de modo que parece que la isla,
dada su condición excepcional, es un lugar para una
raza divina y no humana.
»En la Antigüedad, esta isla no estaba descubierta
debido a su distancia del m11ndo habitado, pero se ,des­
cubrió más tarde por la siguiente razón. Los fenicios co-

63
.
tnerciaron desde muy antiguo por toda Libia y muchos
lo hicieron también con la parte occidental de Europa.
Y puesto que sus aventuras resultaron bien según sus •

esperanzas, amasaron una gran fortuna e intentaron via­


jar más allá de las Columnas de Hércules, hacia el mar
que los hombres llaman océano. Y, en primer lugar, a la.
salida del Estrecho, junto a las Columnas, fundaron una
ciudad en las costas de Europa, y como la tierra forma­
ba una península llamaron a la ciudad Gadeira (Cádiz) .
En ella construyeron muchas obras adecuadas a la na-
turaleza de la región, entre las cuales destacaba un rico
templo de Hércules (Melkarth), y ofrecieron magníficos
sacrificios que se llevaron a cabo según el ritual fenicio...
»Los fenicios, al explorar la costa exterior de las Co­
lumnas por las razones que ya hemos mencionado, y
al navegar por las costas de Libia, ft1eron arrastrados
por fuertes vientos a una gran distancia dentro del océa­
no. Y d�spués de ser zarandeados por tormentas durant�
l varios días, llegaron a tierra, a la isla que hemos dicho
antes, y cuando se dieron cuenta de su felicidad y na­
turaleza, la dieron a conocer a todos los hombres.
> Por consiguiente, los tirios, �n la época en que eran
dueños del mar, se dispusieron a fundar allí una colo­
nia. Pero los cartagineses se lo i1npidieron, temiendo en
. . ..
parte que muchos habitantes de Cartago emigraran ha-
cia la isla debido a su excelencia, y en parte para tener
1 allí un lugar donde refugiarse en caso de un revés de
fortuna, por si alguna vez Cartago se veía asolada por
un desastre total. Pues pensaban que, al ser dueños del
mar, podrían así trasladarse, con casas y todo, a tJna
isla que era desconocida para sus conquistadores. >
Según Pierre Carnac, «La época a la que se refiere
Diodoro se halla tan alejada de la de los carios del fa-

64

1

raón Psamético, como esta última de los tiempos actua­


les, lo cual la situaría alrededor de cinco mil años
atrás». Y más adelante, añade: «Entre tanto, las nave.
gaciones de los carios de Tartessos .convertidos en
tartesios tras su fusión con los indígenas
• tudules los
habían conducido hasta las Islas Británicas, a Bretaña
y, tal vez, más lejos, hacia el Norte. Según algunas inter­
pretaciones modernas, llegarían incluso hasta América,

pero este último p11nto no puede verificarse.»


Por supuesto que «no puede verificarse», ¡ ya que no •
hay peor sordo que quien no quiere oír! No importan

las huellas encontradas en América; los escritos en ca­
racteres fenicios, las estructuras sumergidas de Bimini,
las investigaciones del profesor Manson Valentine, Ro­
bert Marx o Dimitri Rebikof, o las declaraciones de
Cyrus H. Gordon. ¡La ciencia no está para alentar utopías!
¡ Faltaría más! ¿Quién iba a atreverse a navegar por el
Océano Tenebroso antes de que lo hiciera el mensajero
de los Reyes Católicos?
• •

Y, sin embargo, son legión los investigadores que han


aportado algo acerca de la presencia de los carios o fe-
nicios en América. La lista sería exhaustiva. Nosotros
nos limitamos a señalar la civilización megalítica de
San Agustín, en Colombia, las murallas de Sacsahuamán,
en Cuzco (Perú), las pirámides de Yucatán (México) o las
ruinas de Moscopán, donde existió la cultura indígena
de los carachos.
Si nos dejamos guiar por Pierre Carnac hemos de
aceptar que el prefijo car, de los carios, aparece en nu­
merosas tribus amerindias.
«Entre los caribes de Honduras nos dice este au­
tor figura la tribu de los caras. En el centro y e'n el
sur de una vasta región contigua viven las tribus de los

65
caricos, carihos, caripunos, cara}'as, caras, carus, caris,
carais, caribos, carios, carannas, caribocas, cariocas, cara­
toperas, carabuscos, cauros, caricoris·, cararaporis, cara-

rar1s, e.te.»
Puede que esto, señala P. Carnac, no signifique una
prueba, pero sí resulta significativo que en todas las •

tribus en cuyo nombre aparece el prefijo <<car», a los


bl!.ncos europeos se les llama «caras». Carioca, por
ejemplo, en lenguaje guaraní, significa la tierra de los
hombres blancos.
Sobre esta cuestión quisiéramos plantear un nuevo
problema. Un pueblo del mar como el fenicio, que estu­
vo siendo empujado continuamente hacia el Oeste, tanto
por persas .como por griegos y romanos, y cuyas naves,
en distintas épocas, durante casi un milenio, dominaron
los mares, ¿sucumbió totalmente en la última de las
guerras púnicas u optó, después de la caída de Cartago,
por irse hacia el otro lado del océano, como nos dijo
Diodoro de Sicilia?
Sabemos que los cartagineses se habían instalado en
España, donde Amílcar Barca estableció la dinastía bár­
cida. Desde .el año 237 antes de J. C. basta el 146, las
guerras púnicas acabaron con los fenicios occidentales.
Numancia, la capital de los arévacos, cayó en el 133 an­
tes de J. C., en poder de Publio Cornelio Escipión, des­ •

pués de ocho meses de asedio.


Y ahora la preg11nta del problema: ¿Murieron todos
los arevacos de Numancia, inmolados durante el prolon­
gado sitio? ¿No sobrevivieron tartesios, cartagineses
<<nuovos>> o antiguos carios, fenicios, cananeos e semí­
ticos? ¿Y los que estaban navegando en los numerosos
buques cartagineses-púnicos? ¿Fueron capturados to­
dos por los romanos?

66

1

Algunos, tal vez muchos, optarían por embarcarse en
Cádiz hacia las islas paradisíacas de allende el Atlántico,
porque ya se les habían cerrado todos los puertos del
Mediterráneo. Y existe una razón de mucho peso para
creer que esto fue así. Los fenicios eran tirios, sidonios,
giblitas, cartagineses, motios, carios, etruscos o pelas­
gos, sin exceptuar los «bíblicos>> cananeos, edomitas,
moabitas, amorreos, hititas, fereceos o jeveos que Jeho­
vá, en el I!xodo (11 ), prometió a Moisés expulsar. Y a
pesar de tantas expulsiones y persecuciones, retroce­
diendo siempre desde Canaan (e] actual Líbano), los fe­
nicios conservaron el dominio del Mediterráneo durante
muchos siglos. Si Alejandro Magno los expulsó de Sidón
o Tiro, ellos se instalaron en Túnez o en España; y cuan­
do los expulsaron los romanos de estos últimos refugios,
¿dónde fueron?
Hay autores que han asociado la retirada de los pen­
takóntores fenicios (naves enormes, en donde _podían
viaiar hasta quiniei:itos pasajeros, sin contar la tripula­
ción) del Mediterráneo con la aparición en La Venta,
Oaxaca y Morelos, en México, de la enigmática civiliza­
ción olmeca, cuyo nombre significa «gente del país del
hule,..
Nos agradaría mucho poder aceptar a pie� juntillas, o
sea sin rechistar, todas las teorías que ya llevamos ex­
puestas ¡ y las que todavía nos quedan por exponer! -
sobre viajes, exploraciones y travesías atlánticas en épo­
cas remotas. Nosotros creemos en ellas, pero las prue­
bas científicas o irrefutables no existen, a pesar de las
inscripciones, restos aislados, huellas más o menos du­
dosas y hasta hallazgos, porque si se han encontrado
monedas fenicias en las islas Bahamas alguien, en f -
chas muy posteriores, ha podido dejarlas allí con la

67

intención de ·hacer prevalecer su tesis.


No olvidemo� que lo que aquí tratamos de dilucidar
es el antiquísimo origen de los mapas que utilizó Piri
Reis p·ara los suyos propios: Y, naturalmente, el almi­
rante turco, en efecto, pudo haber tenido mapas en su
poder que hubieran sido trazados en tiempos de ....
¿Sumerios.? ¿Cretenses? ¿Egipcios? ¿Fenicios? ¿Grie­
gos? ¿Romanos? Observen que ahora, al sintetizar, es-
quematizamos las grandes civilizaciones del pasado re-
lativamente inmediato, pero muy anterior al siglo xv,
fecha del descubrimiento de América, y que, por su
historia, idiosincrasia, características, desarrollo y con­
ducta, pudieron enviar sus naves más allá de las Colum­
nas de Hércules y explorar el mundo desconocido q�e
existía fuera del Mar Mediterráneo.
Históricamente, nada de eso se hizo. Es más, las gran­
des culturas centro y sudamericana parecen ser po�te­
riores, o todo lo más contemporáneas de las culturas
europeas, norteafricanas o del Próximo Oriente. Hay 11n
cerrado y hostil muro a través del que es imposible pa­
sar sin que unos y otros se opongan con argumentos
más o menos válidos.
En efecto, existían barcos. Tres mil años antes de J. C.
se navegaba por los mares de la. Tierra. Se pescaba de
bajura o de altura; se comerciaba entre pueblos situa­
dos a orillas del mar,
• próximos o lejanos; se estudiaban
las estrellas y se sabían guiar por ellas o por el Sol y
la Luna.
Existen pinturas rupestres en parajes próximos a las
playas en las que aparecen animales salvajes, pero tam­
bién rústicas y extrañas embarcaciones. Charles Berlitz,

por ejemplo, en El misterio de la Atlántida (Ed. Pomai­
re, 1976) nos reproduce en la página 214 varias de estas

68
embarcaciones prehistóricas, llamadas «barcas del Sol>>,
y que se han encontrado en Egipto, Sumer, California.
España, Suecia, etc.
Nos inclinamos por creer que fueron cretenses o fe.
nicios los que viajaron «más allá del ilustre Océano ci­
tamos aquí a Hesíodo, que vivió entre los siglos VIII y VII
y escribió la Teogonía y Los trabajos y Los días, sobre
el origen de los dioses mitológicos donde habitan las
Gorgonás y las Hespérides de voz sonora, habitantes de
bellos jardines».
Estos pueblos, junto a otros del Mar Egeo, formarían
la llamada talasocracia, cuyo dominio del Mediterráneo
está fuera de toda duda. Y es el propio Hesíodo, con-
temporáneo de Homero al parecer, quien recogió anti­
guas leyendas de marineros y nos habló de los viajes de
Heracles o Hércules, « que dio muerte._ a Orthos y al bar­
quero Euritión en la isla Erytheia, situada en medio de
las olas cuando el héroe atravesó el océano>>.
Estrabón, por su parte, al hablar de Tartessos, ]a re�
gión del sur de España que, según algunos historiado­
res fue fundada por los fenicios, nos cuenta que se em­
pleaba el alfabeto y que poseían antiquísimos escritos
en prosa, poemas y leyes en verso, que según los tarte­
sios tenían «más de seis mil años de antigüedad».
¿ Y por qué hemos de intuir que Tartessos o Tarshish
no fue fundada por fenicios, sino por atlantes, cuyos
descendientes, los íberos de El Argar, Menga (Málaga),
Los Millares, crearon una metalurgia y una cultura que
los aborígenes del mítico país de Punt exportaron por
todo el Mare Nostrum?
Ya estamos tirando chinitas y escondiendo la mano,
pero no disparatando. ¡ No lo crean! Si hemos de hacer
caso a las fechas, alguien extraía oro y plata en Sierra

69

Cabrera y en las orillas del río Antas, en Aln1ería, ¡ pop


siblemente antes de que se construyeran las pirámides
<le Egipto!
¿ Y por qué no podían haber-- trazado mapas de Amé·
rica por las mismas fechas?
El oro, la plata, el cobre y el estaño movieron muchos
barcos en la. Antigüedad. Y los barcos no se mueven
solos ...


70

IV. EL DESCIFRAMIENTO

«Si aos malintencionados conocie­


rm el secreto, harían mal uso de él
• , y -trastornarían el mundo. No debo
yo, pues, ir contra la voluntad de
• Dios y el iriterés de la ciencia.»

Roger Bacon (1214-1294).


Opus Terti"m.

Fran9ois Derrey, en La Tierra, planeta desconocido


(Enciclopedia Horizonte, núm. 11, Plaza & Janés, 1970)
nos hace un breve relato sobre los mapas de Piri Reis,
de todo lo cual ya hemos hablado en capítulos anterio­
res, y, entre otras cosas, nos dice:
<< El caso de la carta geog1·áfica de Piri Reis no es
único. Se encontraron igualmente en una catedral is­
landesa, tres vetustos mapas nórdicos que mostraban
Groenlandia dividida en tres islas. El estudio sismoló­
gico de Groenlandia fue emprendido por las expedicio­
nes polares francesas de Paul-Emile Victor, que confir­
maron que, bajo el casquete glacial, Groenlandia se
compone en realidad de tres islas separadas, cuyos con­
tornos corresponden perfectamente al trazado de los do-
cumentos antiguos.» -
De Paul-Emile Víctor ya hemos hablado. Hemos estu­
diado a fondo su trabajo El enigma de Piri Reis ( op. cit.),
y lo seguiremos haciendo puesto que no pretendemos
más que explicar la Historia con los nombres de sus

71


auténticos personajes. Nosotros aquí son1os simples cro-
nistas.
Las consecuencias que se derivan de las investigacio­
nes llevadas a cabo, tanto por Arlington H. Mallery, como
por el profesor Charles H. Hapgood o el propio Paul­
Emile Victor, son desconcertantes para los que sigue�
aferrados a la ciencia oficial, puesto que los conocimien­
tos adquiridos a costa de tantos desvelos no se corres­
ponden con la realidad. Y es que, como bien dijo Roger
Bacon, «si los malintencionados conocieran el secreto... »
el «status>> actual sería muy distinto. Muchos creen que

con asistir a los centros de enseñanza superior y apren-


der lo que allí se divulga ya es suficiente para merece1·
privilegios, considerarse superior a los demás mortales
y gozar del prestigioso nombre de Maestro, estimando
que su cultura es completa, exacta e indiscutible.
Es el propio Fran�ois Derrey, con quien iniciamos
este capítulo, quien nos dice a este propósito: «Esa ne­
gativa al libre acceso al sab�r no fue solamente cosa de
los alquimistas. Casi todas las civilizaciones la conocie­
ron. En la misma Edad Media, numerosas corporaciones
ocultaban celosamente los secretos de su arte. Las razo­
nes de semejante actitud no son exclusivamente morales.
Correspondían a menudo a un propósito de conservar
dentro de una cierta casta cerrada el monopolio del
saber. »
Y estamos plenamente convencidos de que en la Anti­
güedad, los conocimientos náuticos también se oculta-
han celosamente para impedir la competencia. Estrabón
nos cuenta una anécdota muy significativa. Los romanos
querían saber de dónde obtenían el estaño los cartagi­

neses y ordenaron que uno de sus barcos siguiera a un
mercante cartaginés que zarpó de Gaclir con rumbo al

72


Norte. Al darse cuenta el de Cartago que era seguido


ordenó encallar su barco en la costa, defraudando así
a los espías de la nave romana. De regreso a Cartago, el
senado de los «sufetes», una especie de consejo de cien­
to, aprobó la acción e indemnizó por la pérdida del na­
vío y por la ganancia malograda.
Hemos de suponer que los fenicios, en competición
comercial y política con los griegos, tratarían por todos
los medíos de que sus mapas marítimos no cayeran en
poder del enemigo. PosibleID:ente, ni siquiera los lleva·
han escritos o dibujados. Pero, según Gilbert Pillot, que
efectuó un estudio exhaustivo sobre la cuestión, según
nos explicó en El código secreto de la Odisea (Plaza &.
Janés, 1971), los griegos ocultaron sus rutas marítimas
en poemas épicos, como La Odisea, de Homero, hacien­
do su lectura imposible para quien desconociera las cla·
ves adecuadas. Por ejemplo, en el Canto X, de la isla de
Eolia, Homero dice: « Es una isla flotante, a la que cer­
ca un broncíneo e inquebrantable muro, y una escarpada
roca la bordea por doqu.ier. » El propio G. Pillot, siguien­
do a los comentaristas clásicos, cree que la isla de Eolo
es la Stromboli. Y más adelante, cuando Ulises llega
hasta Telépilo de Lamas, «en el país de los lestrigones»,
cree haber identificado el lugar como los acantilados de
Bonifacio, en Porto Pozzo, al norte de la isla de Cer­
deña.
Nosotros creemos que Homero fue mucho más lejos
en sus intenciones «parabólico-infor111ativas» y sospecha­
mos que la Odisea pudo ser un largo viaje por el Atlán­
tico, hasta las Antillas o las costas americanas, a imita­
ción de la obra de Apolonio de Rodas, Los Argonautas.
Pero de todo eso, si hay lugar, ya hablaremos más ade­
lante.

73


La piedra de Nora (Cerdeña) del siglo XI a. J. c., prueba


de la pe11etraci6n fenicia en el Mediterráneo

74 •
Durar1te las 4ltin1a� guerra , hcn1os \i'isto que los co­
mandantes de buque, al ser alcanzadas sus naves por los
torpedos, destruían los códigos secretos para impedir
que las claves cayeran en pode1.. del enemigo. A pesar
de ello, los servicios secretos navales lograron apoderar­
se de códigos y burla1· la «cifra» del contrario, hacién­
dole creer cosas inexis�entes o dirigirse a trampas de
las que no podrían librarse:
Los mapas, en el siglo xx, ya son conocidos de todo
el m1indo y la navegación pór los océanos no representa
un secreto para los oficiales de navegación. Sin embar­
go, durante la II Guerra Mundial se colocaron campos
de minas en numerosas rutas y estos lugares sólo los
conocían los que habían ordenado su colocación.
Durante más de mil años, naves cretenses, fenicias,
griegas y cartaginesas pugnaron por el dominio del Me­
diterráneo, acrecentando su poderío naval para conser·
var así los secretos de las rutas del estaño, el cobre, la
plata y el oro. La rivalidad, la ambición o el deseo de
librarse de 11n poder hegemónico avasallante hacía que
la astucia y el secreto fuese el ar1na más empleada. Pese
a ello, todos los países acabaron por conocer las rutas
del mar y pronto el secreto de los mapas dejó de guar­
darse con tanto celo. Pero esto no ocurriría hasta des·
pués del descubrimiento de América.
¿Comprenden el mérito de los mapas de Piri Reis,
ya que reproducían tierras desconocidas en su época?
Pero ¿ qué puede ocurrir si tin mapa es inexacto y los
marinos que lo utilizan confían plenamente en él, como
ocurre en la actualidad? Los resultados, como bien sa-
ben los navegantes, pueden ser desastrosos.
Pierre Duval, en La ciencia ante lo extraño ( op. cit.),
nos dice a este propósito: «Voy a detenerme un poco

75
, • •

en el trabajo cartográfico realizado por Hapgood par·


tiendo de Piri Reis porque ilustra l?ien el enorme es- ·
fuerzo llevado a cabo por el profesor amer:.cano, por un
·· lado, y ·1as grandes dificultades de su empresa, por otro.
»Hapgood partió de tJn principio que señala que si
un mapa terrestre puede ser bastante inexacto sin poner
en peligro la vida del que lo utiliza, los mapas marinos
( también llamados portulanos según la nomenclatura
empleada en la Edad Media) son inútiles si no son exac­
tos, pues de otro modo el navegante corre el riesgo (lo
corría especialmente en la Antigüedad) de morir rápi...
damente de hambre y de sed. Y partiendo de este hecho
ciertos portulanos del siglo XVI (e incluso del siglo XVII)
son, a veces, de una exactitud sorprendente. :Éste es un
hecho muy común a propósito del cual parece que, corµo
siempre, no se han llevado a cabo las investigaciones
suficientes. Como ejemplo, Hapgood compara el mapa
de Andreas Walsperger, de 1448 (el cual es un tejido de
estupideces) con el portulano de Dulcert (1399), que re-.
presenta el Mediterráneo de una manera evidentemente
exacta.»
Y es que, para viajar, tanto por mar como por tierra,
los hombres del pasado se vieron forzados a inventar la
Cartografía, que, como su nombre indica, es la Ciencia
que trata de la preparación y el trazado de las .cartas
geográficas.
Se trata, por tanto, de una antigua ciencia, entronca­
da al principio con la astronomía, y que la iniciaron los
babilonios y los egipcios. La representación geográfica
más antigua que conocemos hasta la fecha es la tablilla
de Kirkuk (Irak), descubierta en 1930.
Los griegos, especialmente después de las conquistas·
de Alejandro Magno, tuvieron necesidad de servirse de

76


mapas. Y es a finales del siglo 1v antes de J. C. cuandú
se inició en Grecia el estudio cartográfico sobre bases
científicas. Destacaron notablemente en esta labor Di·
cearco de Mesina, Eratóstenes e Hiparco, entre los que
se calculó el radio terrestre ¡ dejando bien sentado
que la Tierra era esférica! y se establecieron las. re­
glas que per1nitían representar en un plano la superficie
curva del planeta.
Destacó también el griego Claudio Ptolomeo (90-168
después de J. C.), que perfeccionó los sistemas carto­
gráficos de su tiempo y t.razó nuevos mapas, inexactos
y confusos, pero que sirvieron para los descubrimientos
realizados en el siglo XVI. Su Geografía recoge el mundo
conocido durante el Imperio Romano, pero son muchos
los lugares citados por este autor que no se han podido
localizar, pese a que sus mapas representaban lugares
situados más allá de la India, en Oriente, las islas Cana­
rias, en Occidente, el Mar Báltico, al Norte, y Zanzíbar,
al Sur.
Con la caída del Imperio Romano, la invasión de los
pueblos del Norte y la expansión musulmana desde el
Oriente Próximo hasta la Península Ibérica, la ciencia
cartográfica cayó en la oscuridad medieval y la ignoran­
cia difundió el mito de que la Tierra era plana, ya que
más allá del Estrecho de Gibraltar se consideraba que
existían abismos terroríficos y bestias fabulosas capaces
de acabar con los temerarios que osaran aventurarse en
las aguas del Océano Tenebroso.
La navegación, sin embargo, que había experimenta·
do un considerable retroceso, empezó a recuperarse a
partir de la Baja Edad Media y pronto hicieron su a�a­
rición los llamados portulanos. Primero fueron los ára­
bes, adoptando los métodos de la antigua Grecia, y des-

77
.
f>ués, en Occide11te, apa1·ecieror1 los \'iejos 111..ipas de
Ptolomeo.
Hubo cartógrafos genoveses, venecianos y catalanes
de gran prestigio, como el ya mencionado Angelino
Dulcert, Paolo Dal Pozo Toscanelli, físico y astrónomo
florentino (1379-1482), que fue quien dijo a Cristóbal
Colón que se podía llegar a Asia navegando hacia el
Oeste, como Juan de la Cosa, que acompañó al descu­
bridor en su primer viaje, Sebastián Cabot, Gerardo
Mercator ( 1512-1594 ), que fue el inventor de un sistema
de proyección de lJDa superficie curva sobre tina super­
ficie plana, y cuyo nombre quedó unido a la Cartografía
como el de Américo Vespucio quedó unido al del Nuevo
Continente, y muchos otros que mencionaremos.
Ahora, permítasenos significar algunos datos biográ­
ficos de este Américo Vespucio, nacido en Florencia,
en 1451, y muerto en Sevilla en 1512, o sea un año antes
de que Piri Reis hubiera trazado su mapa del mundo.
Los biógrafos nos cuentan que este navegante italiano,
amigo del sabio Toscanelli, fue nombrado agente de la
familia Médici en Sevilla y tuvo relación muy directa
con el descubrimiento de América. Esto ocurrió en 1487,
o sea t1nos años antes del primer viaje de Colón.
Posteriormente, Vespucio cuidaría del equipamiento
de las naves que tomaron parte en el tercer viaje de
Colón, en 1498, pero también hizo un viaje al· Nuevo
Mt1ndo, en compañía de Juan de la Cosa y Alonso de
Ojeda, en el transcurso del cual se exploraron las des­
embocaduras del río Orinoco y el río Amazonas.
En otro segundo viaje, bajo los auspicios del rey de
Portugal, Manuel I, el Afortunado, Américo Vespucio

llegó hasta el extremo sur de la Patagonia y exploró la
bahía de Río de Janeiro. Fue este influyente italiano
• •

78

quien demostró que las Indias Occidentales no fo1ma­
ban parte del continente asiático, y, precisamente, a 1·aíz
de este \riaje, que tuvo lugar entre 1501 y 1502, el geó­

grafo alemán, Martin Waldseemüller, dio el nombre de
América al continente recién descubierto en su Cosmo-
graphie introductio, nombre que ha prevalecido y no el
de Colombo, como seria lógico. Pero eso es otra historia.
Lo que pretendemos significar aquí, dentro de esta
bre,�e biografía de Vespucio, son las fechas y los luga­
res que reco1-rió, acompañado por J11an de la Cosa y
Alonso de Ojeda, que eran expertos en cartografía.
Y piénsese que Martín Waldseemüller hizo imprimir su
Cos,,zographie introductio en 1507. Seis años más tarde,
Piri Reis puso la fecha de su primer mapa.
Esto no significa nada más que 11na cosa: al gun o de
los mapas que Piri Reis copió piulo ser el de Américo
Vespucio, debidamente corregido, a11nque no exacto, ni
mucho menos, según han comprobado los miembros del
equipo del profesor Hapgood, en Nc,v Harnpshire, como
pronto veremos. Y pudo, también, copiar los del propio
Colón, como él mismo asegura en el Bahri}·e. O sea que,
bien mirado, la costa oriental sudamericana no ofrece,
a nuestro juicio, el mayor enig111a, aunque ya no poda­
mos decir lo mismo de la región antártica o de Groen­
landia, que es otro cantar.
Ahora bien, cuando obsen·amos el mapa de Piri Reis,
lo primero que nos llama Ja atención son dos círculo
de cada ,,no de los cuales parten treinta y dos líneas y
que se entrecruzan con otro círculo más pequeño que
podríamos situar en la línea ecuatorial. Los antiguos .,
debemos aclarar, no utilizaban longitudes ni latitud
Esta técnica la empleó por ,,ez primera 110 tal De Ca­
nerio, en 1502, para realizar el entramado de un mapa

79
de Africa por medio de la trigonometría esférica.
Parece ser que el sistema de los portulanos y el que
aparece en los mapas de Pit"i Reis ya era utilizado e11
tiempos de los griegos, en la época de Timóstenes, y su
manejo era bastante simple, con la ayuda de un compás,
si se conocía el radio de un círculo central.
Atengámonos a las explicaciones de Pierre Duval,
quien dice:
« El cartógrafo comenzaba trazando un gran círculo
que abarcaba la mayor parte de la zona que intentaba
reproducir (copiando un documento). Luego trazaba los
ocho (dieciséis o treinta y dos) diámetros equidistantes,
º
que debían ser obligatoriamente de un ángulo de 22,5
º
(11,25 o 5,625º, ya que hemos introducido esas subdivi·
siones, como aparecen en el mapa de Piri Reís). No le
hacía falta más que unir las extremidades de dos diá­
metros, de modo que pudiera trazar un cuadrado que
luego . sería fácil subdividir en otros cuadrados todos
iguales. Después se colocaban en cada cuadrado los de­
talles geográficos correspondientes. Si se deseara aumen­
tar o disminuir la escala, bastaría con trasladar a la
copia un círculo con un radio más grande o más peque­
ño, y así tendríamos, con el mismo sistema, los cuadra­
dos pequeños de una talla también proporcional. Ahora
bien, los radios que part'en de las rosas de los vientos
º
tienen siempre entre ellos un ángulo de 22,5 {pero en
el caso de Piri Reís es 11,25 º ). La construcción geomé­
trica descrita más arriba es, por lo tanto, la misma que
empleaba Piri Reis.» · .
. El profesor Charles H. Hapgood, cuando inició el es­
tudio de los mapas del almirante turco, ignoraba el cen­
tro del gran círculo que utilizó aquél, ya que las líneas
que partían de las cinco rosas de los vientos conver-

80


gían, precisamente, hacia la parte que faltaba al mapa.
Los vericuetos y entresijos que empleó Hapgood para
localizar aquel punto geográfico merecían todo un tra­
tado de análisis sintético-histórico que, inevitablemente,
debía conducirle a Egipto y, concretamente, al meridiano
que pasa por Alejandría, lugar de residencia y estudios
de Eratóstenes, Claudio Ptolomeo y otros no menos in­
signes cartógrafos de la Antigüedad. Y donde el meri­
diano se cruza con el trópico de Cáncer, en un lugar muy
próximo a Asuán (antiguamente Siena, ciudad egipcia
de Tebaida, cercana a la frontera nubia), aquél era el
punto buscado, centro de una gran circunferencia cuyo
radio se perdía al otro lado de continentes y mares.
Insistimos en recordar que el mapa de Piri Reis no
estaba completo y, además, ofrecía otra peculiaridad:
una línea pasaba a través de la rosa de los vientos del
Norte y luego a través de Brasil. Hapgood y sus cola­
boradores pensaron que podía tratarse de la línea de
demarcación establecida en 1494, según el acuerdo de
Tordesillas, firmado entre los Reyes Católicos, Isabel y
Fernando, y el rey Juan 11 de Portugal.
Pierre Duval, aunque muy esquemático, nos resume
el acuerdo de Tordesillas, en el que fue preciso la inter­
vención del papa Alejandro VI, del modo siguiente: «Los
portugueses debían ]imitar sus conquistas a uno de los
lados de la línea y los españoles al otro lado. La línea
corría de Norte a Sur, a 370 leguas marítimas al oeste
de la isla de Cabo Verde y, según los modernos, debía
pasar a 46 º 30' de latitud Oeste. Si tomamos esa línea
como extremo, el círculo que tiene por radio la distancia
º
de Siena a la mencionada línea mide, por lo tanto, 79 .
Fue después de numerosas sesiones nocturnas dedicadas
al mapa, cuando uno de los colaboradores de Hapgood,

81
John Malsbenden, lanzó un rugido de indignación al
mostrar una inscripción de Piri Reis que había pasado
inadvertida.
«Los infieles portugueses no podrtan pasar al Oeste
( de esta línea). Toda esta parte pertenece a Españ�. Am­
bos se han puesto de acuerdo para que una línea a dos
mil millas del Estrecho de Gibraltar, en su lado occi-
dental, sea tomada como frontera ... »
P. Duval señala que esa línea era la primera, o sea
la establecida en 1493, la cual se encuentra mucho más
cerca de Europa y Áfri9a que la establecida, después,
en 1494.
Aquí es, precisamente, donde hemos de dejar a Pierre
Duval y saltar a la palestra, dejando a un lado el papel
de cronista para tratar de «hacer historia». Veremos que
la investigación de Charles H. Hapgood se deslizó a par­
tir de entonces por senderos más llanos, pero la «la­
guna,> de la brújula, el polo magnético, las fechas del
Tratado de Tordesillas y los «incidentes» entre Cristóbal
Colón y el rey Juan II, han quedado diluidos y oscuros
y entendemos que, para ser un almirante turco, enemi­

go de la Cristiandad, ¡ Piri Reis estaba a la page de


cuanto ocurría muy lejos de El Cairo o Alejandría!
Y esto es sintomático, ya que el propio Piri Reis no
niega que sus mapas estaban copiados «partiendo de un
mapa diseñado .. .
por Colombo que muestra la ·región
occidental».
Esto nos per·n1itiría dejar bien sentado que Piri Reis
trazó sus mapas con el que dibujó Colón en sus viajes
(cuatro en total: 1492-3, 1493-6, 1498 y 1502-4. Moriría
en Valladolid en 1506) y con otros, posiblemente con el
de Américo Vespucio, Ojeda y Juan de la Cosa, realizado
entre 1499 y 1500. Recordemos que el primer mapamun-

82

di de Piri Reis está fechado en 1513.


La cuestión de Groenlandia, aparte de que los vikin­
gos ya la conocían desde siglos atrás, se puede dilucidar
de muy distintas formas. O bien por los viajes realiza­
dos· por John y Sebastián Cabot, en 1497, 1498 y 1509, o
por los realizados por Gaspar y Miguel Corte-Real, por
encargo de la corona británica. Una región habitada
por noruegos desde el siglo XIII no podía ser descono­
cida, aunque no explica que Piri Reis conociera el relie­
ve orográfico desprovisto de hielos, como es el caso alta­
mente enigmático de la Antártida.
Se nos hace, por tanto, necesaria la <<resurrección»
del navegante genovés, a fin de que nos explique algunas
de las peculiaridades de su viaje a las Indias Occiden­
tales, las anomalías que descubrió en la brújula, cómo
y desde cuándo se empleaba ésta, y la cuestión del inci­
dente entre españoles y portugueses que estuvo a punto
de resolverse en enfrentamiento bélico, y otras cuestio­
nes importantes sobre si América era ya conocida o no,
¡ porque nosotros sostenemos que se la conocía desde
muchísimo tiempo atrás!
A este respecto, Séneca (-Córdoba, 55 antes de J. C.
y 39 después de J. C.), diría en su Medea, una versión
ligeramente distinta a la de Eurípides, el cual narró la
aventura de Jasón en su viaje a La Cólquida y su casa­
.miento con Medea, la hija del rey Eetes: «Llegará un
tiempo en que gran parte de la Tierra vendrá a ser co­
nocida, y un nuevo marinero ... descubrirá un nuevo
mundo, y Thule dejará de ser la última de las tierras. »
En nuestra obra anterior, de esta misma colección,
El enigma de Tiahuanaco, hablamos ligeramente acerca
del viaje de Jasón y la nave Argos a La Cólquida, des­
crito por Apolonio de Rodas en Los Argonautas, y ex-

83
pusimos el criterio de algunos autores modernos sobre
que el viaje en busca del Vellocino de Oro no se hizo
�acia el interior del Bósforo, el Mar Negro y las estriba­
ciones del Cáucaso, sino que los griegos atravesaron las
Columnas de Hércules Herakles viajaba con Jasón y

se adentraron �n el tenebroso Atlántico.


Los antiguos navegantes exploraron el mt1ndo, pe1·0
ocultaron celosamente sus descubrimientos. Nada, sin
embargo, se oculta totalmente, y siempre hay un Séne­
ca, un Diodoro Sículo o un Estrabón que se entera de
ello y lo divulga. Hay quien lo cree, como Cristóbal
Colón, y quien no lo cree, como el rey Juan 11 de Por­
tugal, pero que luego tiene que morderse los labios y
• •
reconocer su error o su 1gnoranc1a.
'
A nosotros nos corresponde, no obstante, esclarecer.
la Historia y colocar a cada personaje en su sitio. A es-
. tas alturas, los sabios italianos, <<guardianes de la gloria
de Colón>> .como dice Pierre Carnac en La historia em­
pieza en Bimini (op. cit.)- ya �o pueden seguir mante­
niendo su justa cólera y no creemos. que la verdad del
descubrimiento influya en las estatuas erigidas por todo
el mundo al Aln1irante de Castilla, quien murió creyendo
habe� llegado a Cathay o a Cipango. Lo que sí sabemos
es que los portugueses, cuando realizaban un descubri-
miento, lo silenciaban taimadamente.
Aquí, la Historia nos ofrece un «punto negro» que,
directa o indirectamente se relaciona con los mapas de
Piri Reis, ya que, según nos cuenta Richard Hennig en
Grandes enigmas del universo, la existencia de una isla
atlántica llamada Brasil ya venía aceptándose, como re­
flejan el Atlas Mediceo de 1351 y el mapa de Soleri,
de 1385.
· Y nuestra pregunta es: ¿Conocían los portugueses

84

América antes de que Cristóbal Colón se ofreciera al rey


J11an 11 para ir a descubrirla? Suponemos que alguien
fruncirá el ceño al leer esto y hasta se preguntará qué
pretendemos, quedándose un tanto perplejo. Pero todo
tiene su explicación. Sabemos que Enrique el Navegan­
te (1394-1460) fue un gran marino y alentó los descu·
brimientos geográficos, fundando, incluso, una escuela
de náutica, por llamarla de algún modo, en donde se
organizaban expediciones y se adiestraban pilotos y car·
tógrafos.
Lo que se pretendía e11 aquellos tiempos e1·a llegar a
la India y Extremo Oriente sin tener que pagar tributo
a los árabes que hacían de intermediarios en el comer­
cio de las especies. Exactamente lo mismo que pretendía
Cristóbal Colón.
De las iniciativas de Enrique el Navegante surgieron
exploraciones por el Atlántico que llevaron, según nos
dicen, hasta las islas de Cabo Verde, en 1456. De la es­
cuela de Segres salió Bartolomé Días, que descubrió el
Cabo de Buena Esperanza, en 1487, y no hablemos de
Vasco de Gama.
Es por esta razón que algtmos l1istoriadores aseguran
que los portµgueses conocían la existencia de Brasil an-.
tes de que los españoles pusieran su bandera en La Es­
pañola y, por supuesto, es bien sabido que Portugal te11ía
el defecto de silenciar sus descubrimientos geográficos
en todos los países del Mediterráneo.
Es más, el Tratado de 'f 01..desillas, firmado el 7 de
junio de 1494, alargaba doscientas cincuenta leguas ha­
cia el Oeste las cien leguas que España había solicitado
al papa Alejandro VI y que éste concedió en mayo
de 1493. Y lo que allí se ventilaba era, nada más y naaa
menos, que la zona de América del Sur que corresponde

85

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Cristóbal C.016n, el «descubridor>> de un cononente qt1e ya
era conocido por los fcnicios

86


a la parte oriental de Brasil , ·I oficialmente aún no des­
cubierto! y por lo que Juan 11 de Portugal pugnó con
los de Castilla. ¿ Por qué?
Sabemos muy bien que Cristóbal Colón, nacido en
Génova en 1451 ,esto es un supuesto , se enroló en una
flota corsaria francesa la cual atacó a naves italianas
ante la costa de Portugal, en 1476·.
La mala suerte se cebó con Colón, ya que su barco
se incendió, y tuvo que nadar hasta la costa para salvar
la vida. De haberle capturado los italianos, su fin habría
sido peor que el de morir ahogado, seguramente, porque
el futuro Almirante de Castilla estaba peleando contra
sus propios compatriotas. ¿O era- mallorquín y los ita·
lianas le importaban un bledo? De todas fo1·mas, esto
nos dará una idea de la clase de caballero castellano
que fue don Cristóbal.
En Portugal, Colón se enroló en las naves portuguesas
y, como él mismo escribiría, visitó Thule o Islandia, las
islas Madeira, Porto Santo y las costas de Guinea, así
como las islas Canarias y las Azores. ¿Qué le faltó para
cruzar el Atlántico? ¿Medios? ¿Se los pidió en verdad
al rey Juan 11 o fue otra la historia, si es que los por­
tugueses ya iban y venían de Brasil y mantenían celo­
samente guardado su secreto?
La historia que contamos anteriormente, sobre el
«piloto anónimo», Alonso Sánchez, que murió en brazos
de Colón, en Porto Santo, puede ser verdad y no haber
sucedido. El caso es que, informado o no, iluminado o
intuitivo, Colón trató de interesar al rey de Portugal en
su aventura y, ya sea porque exigía demasiado o porque
Juan 11 no necesitaba descubrir lo que ya estaba desc;u­
bierto, se le dio con la puerta en las narices, a pesar de
que el ·genovés se casó con una noble dama portuguesa,

87

' •


lo que le facilitó varias entrevistas con el monarca, el
cual accedió al trono en 1481, o sea cuando Colón llevaba
ya cinco años viviendo en Portugal.
Rechazada su proposición, como nos han contado,
en 1482, por un consejo de sabios, Colón, que había que­
dado viudo.y con un hijo, se fue a Españ� y habló con
los franciscanos de La Rábida. Sus argumentos podrían
ser que Portugal «ya iba y venía» de un país rico en
plata y oro, o especies, sin divulgar su secreto. Y que
j aquellas tierras podían ser anexionadas a la Corona de
Castilla, o algo parecido.
Históricamente, esto no es cierto. Pero, en realidad,
hay muchas pruebas que podrían aportarse y el mapa
de Piri Reis, con sus exactos conocimientos de las costas
de Sudamérica, podría ser una de ellas.
En España, los Reyes Católicos estaban combatiendo
contra los últimos reductos árabes en la península y
apenas si prestaron atención al aventurero llegado de
Portugal. Se intentó también convencer al rey de Ingla­
terra, Enrique VII, y no se obtuvo nada. •
Pero en el m·es de enero de 1492 las cosas cambiaron.
Los Reyes Católicos escucharon a Colón y patrocinaron
su idea con tal entusiasmo que, en agosto de aquel mis­
mo año, las tres carabelas se encontraban dispuestas
para zarpar del puerto de Palos. Eran la Santa María,
de 35 metros de eslora y 18,5 de manga, la Pinta y la
Niña, mandadas por los hermanos Alonso Pinzón, Mar­
tín y Vicente.
Una vez descubierta América, Colón regresó a... Por­
tugal. El día 4 de marzo de 1493, la Niña, mandada por
el almirante después del desastre de la Santa María, la
• víspera de Navidad en la isla La Española, enfilaba la de·
sembocadura del Tajo y, poco después, cursaba un de�-

88
pacho al rey Juan, pidiéndole ser recibido en audiencia.
El rey de Portugal accedió y Colón no desaprovechó
la oportunidad de echarle en cara la negativa recibida
en 1482. Parece ser que hubo palabras muy fuertes
y Colón estuvo a punto de morir a manos de uno de los
cortesanos del rey. Medió Juan II, apaciguó los ánimos
y se mostró amable con el almirante castellano, aunque
por dentro llevase su procesión.
¿A qué fue Cristóbal Colón a Portugal, si, costeando,
podía llegar a Palos de Moguer en pocos días? ¿ Sólo a
<<frotar ante las narices del rey>> su éxito? Aquí hay ma­
teria de indagación, pero no resultará fácil. El caso es
que el día 1-5 de marzo, Colón llegó a Palos y, a finales
de abril, se entrevistó, en Barcelona, con los Reyes Ca·
tólicos, quienes le acogieron con júbilo y le colmaron de
recompensas.
Portugal, sin en1baigo, no se quedó con los brazos cru­
zados y envió barcos hacia el Nuevo Mundo, como, posi­
blemente, ya venía haciendo desde mucho antes. La prisa
porque Cristóbal Colón volviera a La Española no parece
justificada, salvo qt1e, en la e11trevista de los Reyes Ca­
tólicos y el almira11te, se viera la necesidad de ello. Y esto
queda confirmado por el hecho de que antes de que Colón
emprendiera su precipitado segundo viaje, los Reyes Ca­
tólicos ya se habían dirigido al Papa Alejandro VI, soli­
citando el derecho exclusivo de las exploraciones transa­
tlánticas, lo que concedió el Papa el 3 de mayo de 1493.
Juan 11 protestó, ¡y sus motivos tendría para ello!, por
lo que fue preciso entablar negociaciones que duraron
hasta el 7 de junio de 1494, fecha en la que se firmó el
Tratado de Tordesillas, con lo que el n1onarca lusitano
quedaba en posesión de Brasil, y que debía conocer muy
bien, porque es obvio que nadie discute por algo que

89
no existe o, en su defecto, no se había dado a conocer.
El rey lusitano murió en octubre _de 1495, llevándose
a la tumba muchos secretos que bien pueden estar ar­
chivados o desaparecieron por razones de Estado. Le su­
cedió Manuel 1, que luego se conocería como El Afortu­
nado, y durante su reinado se ·realizaron todos los pro­
yectos que iniciaron Enrique el Navegante, Alfonso V y
Juan 11.
Aparte del famoso viaje de Vasco de Gama, iniciado
el 8 de julio de 1497, y que se efectuó en aguas del Atlán­
tico sur, llegando· muy cerca de América, pero partiendo
del golfo de Guinea, la Historia nos dice que el 19 de
marzo del año 1500 partió de Lisboa 11na flota de trece
naves bien ar·madas y pertrechas que mandaba el. no­
ble Pedro Alvarez Cabral, al que secundaban el veterano
Bartolomé Días, descubridor. del Cabo de Buena Espe-.
ranza, y Nicolás Coelho, capitán de la nave Berrio, de la
expedición de Vasco de Gama.
Y aquí es cuando se nos comunica oficialmente q�e
Cabral ha descubierto el Brasil, en la costa oriental de
América del Sur, pero mucho más al Sur del viaje efec­
tuado por Colón en 1498.
¡ Y en los mapas de Piri Reis vemos que faltan 900 mi­
llas de la costa Este de América del Sur, así como que
el Amazonas está trazado dos veces!
Para desentrañar el enigma del mapa de Piri Reis,
Charles H. Hapgood hubo de repasar muy bien la histo­
ria del descubrimiento de América y deducir, como no­
sotros, que una cosa es lo que ocurrió después de la Se­
gunda Guerra Mundial y otra muy distinta lo que se

acordó en Yalta, o lo que es lo mismo, lo que se escribió
sobre el descubrimiento de Colón y lo que ocurrió en rea­
lidad. Pero, ¡ sigamos estudiando la Historia!

90

7
l'°. t /AJE HACIA EL ,\,Jl.JNDO PERDIDO

"Cuando Colón se hizo a la mar


par el descubrir el Nue\'O Mundo, C\
redescubrir uno viejo, partió de un
puerto fenicio fundado por aquella
gran raza. dos mil quinientos años
antes.»

Ignacio Donoelly. Mitos del


mundo d1tledilt1t 1ia,10 ( 1882).

Si dejamos aparte «historias» como la de San Bra11-


dán ( o San,1olrandan, como lo escribió' el propio Piri Reís
en su Bahriye), fueron muchos ilustres na,·egantes del
pasado los que llegaron a las costas americanas antes
que Cristóbal Colón. Pierre Carnac nos facilita una ex­
tensa lista de ellos en su obra La l1istoria empieza e11
Bimini.
Menciona a los <<d1·akkars» escandinavos, que pilotaba
el rey danés Gorm, y la aventura de Erik el Rojo ya
mencionada aquí . Habla asimismo de la travesía de La
Chirriante, realizada entre los años 1354 y 1362 )' que di­
rigió Paul Knutsson, por orden del rey de Noruega, Erik
Magnusson.
Nos habla también de la piedra nínica de Kensigton,
que se puede contemplar en el �useo Nacional de Wash-
ington, en donde se lee:

«Ocho godos �· veintidós noruegos en

91

»camino de búsqueda, partidos .de


»Vinlandia hacia Poniente,
»nos detuvimos en las cercanías de dos rocas,
»a la distancia de algunos días de esta piedra.
»Partimos a pescar a un día de distancia, y cuando
»regresamos, encontra1nos a diez de los nuestros
[enrojecidos
»en medio de su sangre y muertos. A.V.M.
>>¡ Salvadnos!
»Tres de nuest1�os ho1nbres se encuentran en el
[litoral.
,.Guardan nuestro navío a catorce días
»de esta isla. El a110 1362. >>

Hay quien ha dicho que esta piedra es <<falsa» y que


fue g-rabada mucho tiempo después. ¿Qué más da? ¿Aca­
so el mundo fue creado por generación espontánea? Las
«pruebas>> poco in1portan. Pero, ¿y la verdad?
Pierre Car11ac nos menciona también a Madoc, que se
perdió en el Atlántico allá por el año 1170; nos menciona
a Niccolo y Antonino Zeno, que estuvieron viajando por
las costas americanas allá por el año 1380, trazaron un
plano de las mismas y descubrieron la región de Drqgio.
Lo malo
,
es que esto se supo en 1558. .

Luego, el autor que comentamos nos narra las aven-


turas de los pescadores vascos y bretones en Terranova,
las aventuras de Jean Cousin, navegante francés, que es­
tuvo en Brasil en 1488 y hasta puso nombre al río Ma­
rañón, aclarando que le acompañaba un piloto español
llamado Pinzón.
Y, naturalmente, no podían faltar hecho� tan riguro-
samente históricos como los viajes portugueses a Amé-
-
92

rica. Reproduzcamos tinas líneas, para curarnos en sa­


lud.
« Por ejemplo dice Pierre Carnac, hablando de En-
rique el Navegante ,, se comprueba, al examinar lo� dos
mapas del veneciano Bianco, que si el primero fecha·
do en 1436- representa sólo el Viejo Mundo, el segundo,
que es de 1448, registra, aparte las costas africanas más
allá de Cabo Verde, el trazado de una costa allende el
océano. La leyenda indica que se trata de una • isla atttén­
tica, distanciada 3.500 millas hacia el Oeste", la cual es,
en efecto, la distancia que separa la costa africana del
litoral brasileño. El mapa fue levantado en Lisboa en
el año 1447, y la única explicación de este trazado e!
una relación, hoy perdida, de un descubrimiento portu-
gués.•
Esto demuestra, creemos, que la corona de Portuj!al
sabía muv bien lo que estaba haciendo al reivindicar la
línea de 250 leguas más hacia el Oeste de lo Que, en prin­
cipio, había establecido el Tratado de Tordesillas ... ¡ Y de-·
muestra también que Juan II se estuvo mofando de
Cristóbal Colón cuando éste le propuso ir a descubrir las
Indias Occidentales!
Se sabe que don Diego de Teive estuvo explorando el
Atlántico septentrional entre 1452 y 1472, y que JAo Vaz
Cortereal y Alvaro Martínez Ornen también estuvieron
en América en 1472, de todo lo cual habló extensamente
Sophus Larsen en su obra El desctJ.brimiento de América
del Norte veinte años antes de Colón (Londres, 1924).
En conclusión, por esta parte: América ya era cono.
cida antes de 1492 y un marino notable como Piri 'Rcis
estaba al corriente de todo ello puesto -que disponía de
mapas todavía mt1chísimo más antiguos y podía com-

93

pararlos con los de Colón, Ojeda, Vespucio, Toscane­
lli, etc.
Charles H. Hapgood, el investigado.r moderno de los
mapas d·e Piri Reis, debía tener muy en cuenta estas cues­
tiones, y muchas otras. Por ejemplo, la cuestión de la
brújula también era importante.
De un libro de <<Aldus Books» titulado Historia de los
descubrimientos y exploraciones, y cuya parte de la His­
toria del Descubrimiento de América firma un tal Felix
Barker, en colaboración con Anthea Barker, extraemos
el caso de la brújula del almirante de la mar Océana.
« Entretanto se presentó otro motivo de ansiedad. A lo
largo de la costa atlántica de Europa la aguja de la brú­
jula apuntaba siempre un poco al este del Norte. Pero
sólo a los cuatro días de desaparecer Ferro (la isla de
Hierro, en las Canarias) de su vista, Colón empezó a
comprobar que dicha aguja apuntaba considerablemente
al oeste del Norte. Ahora, sin previo aviso, resultaba esa
aguja inexacta. No podía haber encontrado peor momen­
to, para darse a conocer, el problerna hasta entonces des­
conocido del magnetismo de la Tierra.
»Colón debió estremecerse ante el descubrimiento de
que ya no podía confiar en la brújula y podemos estar
seguros de que, a partir de ese momento, fió principal­ •

mente en la Estrella Polar a la hora de fijar posiciones


y rumbos. Pero el fracaso de la brújula ofrecía otra po­
sible causa de alar1na entre la tripulación. Colón no ig­
noraba que su moral se derrumbaría al perder la fe en
este instruI11€nto. Hízoles saber, por tanto, que el proble­
ma no residía en la brújula, sino en algún fallo por parte
de la Estrella Polar. La cosa parecía tanto más razonable

cuanto que a la sazón se creía (el mismo Colón compar­
tía la creencia) que era la Estrella Polar la que ejercía

94 •

su atracción sobre la aguja de la brújula.»
¡Ah, la brújula! Otro grao enigma histórico que debía
tratar de desentrañarse, y que, como en todo lo que de
importancia nos atañe, habría que remontarse a lugares
y tiempos que se pierden en las brumas del pasado, a11n­
que, a decir verdad, no podría ir más allá de la Edad del
Hierro. Lo malo es que el hierro no tiene edad y la mag­
netita tampoco.
Sin émbargo, como siempre hay quien busca el origen
de las cosas, parece ser que se ha podido averiguar
que los chinos utilizaban la aguja imantada allá por el
año 211, y también conocían la atracción del hierro por
parte de la piedra imán.
Se dice también que los chinos emplearon la «aguja
marca sur>> y se guiaron por ella para sus viajes por tie­
rra, pero serían los árabes los que, copiando a los orien­
tales, la introducirían en Occidente.
Otras fuentes aseguran que fue Aristóteles el primero
en señalar que el hierro dulce se imanta en su roce con
la piedra imán.
La primera aguja náutica, propiamente dicha, fue ex­
tendida primero en Europa por los árabes y consistía en
una aguja imantada dispuesta sobre dos briznas de paja
que flotaban en 11n recipiente de agua.
Positivamente, se sabe que a principios del siglo XIII,
los marinos venecianos, genoveses y catalanes utilizaban
la brújula, y, lógicamente, la debían utilizar también sus
rivales, los árabes, a los que se la copiarían los occiden­
tales.
Sería en 1483 cuando el portugués Ferrande colocó ia
aguja imantada sobre una rosa náutica que llevaba los
nombres de los vientos de su correspondiente sector' geo­
gráfico.

95
Cristóbal Colón, por supuesto, se guió por la brújula
en los primeros días. Pero ya hemos visto que hubo de
renunciar a ella, pese a haber descubierto la declinación
magnética, como corroboraría posteriormente el físico
inglés William Gilbert ( 1544-1603 ), que fue quien esta­
bleció la distinción entre la atracción magnética y la
eléctrica y descubrió que la Tierra actúa como un gigan­
tesco imán.
Lógicamente, como los viajes hacia América eran prác­
tic2mente desconocidos antes del siglo xv salvo las ex­
cepciones antes mencionadas, y que suponemos se reali­
zaron sin brújula , el fenómeno de la desviación magné­
tica, a medida que se avanza hacia el Oeste, se ignoraba, y
ello se debe a que el polo magnético no corresponde con
el polo terrestre. •

Aquí nó podemos asegurar que en los «hipotéticos»


viajes de los antiguos, se utilizase la brújula, pero sí es­
tamos seguros de que se utilizaba la posición del Sol, en
determinadas horas, de la Luna, cuando la había, o de
las estrellas, especialmente la Polar, que ha sido desde
tiempos muy remotos el faro de los navegantes noc­
turnos.
La cuestión de la brújula no fue, en realidad, el mayor
impedimento de los marinos. En el Mediterráneo dio ex­

celente resultado antes del descubrimiento de América, y
en el Atlántico lo daría •también cuando los1 marineros
se acostumbraron a las travesías más largas y en condi-
ciones distintas, aunque, en verdad, serían las corrientes
marinas del Atlántico las que facilitarían las cosas y ayu­
darían a disipar los temores de la tenebrosidad de aque­
llas aguas desconocidas y que, a partir del siglo XVI, de­
jaron de serlo.
1
1

Con estos datos, el equipo del profesor Hapgood,. en

96 •

1
-

New Hampshire, dedicó n1ás de dos años al trabajo de


desciframiento del mapa de Piri Reis, pero se hubieron
de consultar otros mapas y portulanos a fin de poder
establecer las latitudes y longitudes de las rosas de los
vientos.
Se tomó de referencia la línea recta que iba desde el
Polo Norte a Siena como el· primer meridiano. En cuanto
a la línea para señalar las ]atitudes se tomó la referencia
del ecuador.
Fue entonces cuando intervino un maten1ático a1nigo
de Hapgood, llamado Strachan, para .•
calcular las latitu-
des y longitudes. Y, p.ara ello, existían dos procedimien-
tos: uno era utilizando la trigonometría plana y otro, la
trigonometría esférica. Esta última es la más exacta, ya
que la Tierra es esférica. Pero lo que se trataba era de
proyectar una superficie esférica sobre un plano. Y, ade­
más, la trigonometría plana permitía construir una re­
jilla o entramado mtt),. de acuerdo con el mapa de Piri
Reis.
Este tipo de trabajo reqt1iere una paciencia oriental.
Y lo que se realizó fue t1n trabajo de entramado que
avanzaba de cinco e11 cinco grados. Colaboraron en esto
un estudiante ae la cátedra de Hapgood, llamado Frank
Ryan, que, además, había servido como cartógrafo en Ja
aviación norteamericana. Fue éste quien habló con el ca­
pitán Burrough, de la base aérea de Westover, y logró la
ayuda de otros cartógrafos.
Al fin, cuando estuvieron identificados los puntos esen­
ciales señalados por Piri Reis, se efectttó la compa1·ación
de latitudes y longitudes con un mapa moderno.
Aquí fue donde surgieron los primeros contratiempos.
Unos lugares coincidían exactamente. Pero otros, no. Los
disparates e1·an asombrosos. Faltaban 900 millas de la

97
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costa de Sudamérica y el río Amazonas estaba trazado


dos veces.
El profesor Hapgood no olvidó la <<Inscripción VI» del
almirante turco, donde se admitía que el mapa estaba
trazado con trozos de otros mapas. Y el resultado, des­
pués de dos años de trabajo laborioso, era que Piri Reis
había calculado los puntos de su mapa partiendo de dos
ecuadores.

Pierre Duval nos cttenta: <<No obstante, algunos erro-


res residuales demostraron que el radio elegido como
base debía ser algo más largo; se había admitido, en
º
efecto, que el radio tuviera 66 S', es decir, el largo co­
rJ"ecto, pero después de varios inte11tos se descubrió que
º
un largo de 69 S' era más co'nveniente para el mapa de
Piri Reis. Había una sobreestimación del 4,5 por ciento.
Ahora bien, fue Eratóstenes (276-196 antes de J. C., na­
cido en Cirene, filósofo y astrónomo griego de la Escuela
de Alejandría, midió un grado del meridiano terrestre)
quien calculó la circunferencia de la Tierra con un error
del 4,5 por ciento. Y existe aún otro argumento que de­
muestra que las medidas del mapa de Piri Reis se re­
montan, por lo menos, a la época de Eratóstenes. »
Aquí, P. Duval nos habla del estadio, medida de lon­
gitud griega, y de los cálculos efectuados en la Univer­
sidad de Harvard, por Serton, para deter1ninar que el
estadio griego medía 186 metros (559 pies), ya que Era­
tóstenes había dicho que la circunferencia de ]a Tierra
era de 250.000 pies. Lo que hizo Charles H. Hapgood fue
tomar la verdadera circunferencia te1·restre, o sea 24.800
millas, y aumentarlas un 4,5 por ciento. Aquí realizó Hap­
good una serie de cálculos, convirtiendo pies de Erató ·
tenes y pies de Sarton en medidas convencionales y
obtuvo una diferencia del 2 por ciento. El propio pro-
fes�r dijo: «De todas maneras, lo mejor que pude haber
hecho hubiera sido tomar la circunferencia de Eratós­
tenes y el estadio de Sart.on. De ese modo, los resultados
finales hubieran sido indiscernibles del original.•
Efectivamente, si la circunferencia de Eratóstenes era
errónea, los cálculos de las posiciones de las rosas de los

vientos del mapa de Piri Reís también debían serlo. Y así


quedó demostrado al volverse a dibujar el entramado
que los americanos llaman grid. Esta labor puede ob­
servarla el lector en el dibujo adjunto.
Claro que una vez resuelto un problema, surgió otro.
En cartografía resulta más fácil calcular una latitud que
una longitud. Pero en el mapa de Piri Reis las loñgitudes
eran bastante exactas, mientras que las latitudes lo eran
menos. ¿Se dan cuenta los profanos de las dificultades
que hubieron de salvarse para finalizar el trabajo?
Aquí el problema consistía en que los antiguos cartó­
grafos habían utilizado distintos sistemas de graduación
para las latitudes y para las lo11gitudes, es decir, que el·
entramado no estaba formado por cuadrados, sino por
rectángulos y éstos se iban haciendo alargados a medi­
da que se aproximaba a los polos.
Y esto, para asombro de Hapgo·od y sus ayudantes, no
es otra cosa que la llamada proyección de Mercator,
ideada por este matemático y geólogo flamenco en el si­
glo XVI ,_ lo que demuestra que... ¡ la proyección de Mer­
cator es muchísimo más antigua que el propio Gerhard
Mercator! Apabullante, ¿no?
Una vez más, podríamos repetir aquella frase de Sha­
kespeare, ya convertida en tópico, de que «no hay nada
nuevo bajo el Sol», pero ni fue esto lo que dijo el famo­

so, ni nosotros la recordamos. Y no merece la pena per­
der varias horas hurgando entre libros para decir algo

100
que todos sabemos muy bien. ¡ Ignoramos si Ja conoció
Horacio!
Dejémonos ele bobadas y volvan1os con Piri Reis.
Pierre Duval nos cuenta que en el mapa famoso apa­
rece la isla de Marajó, que separa la desembocadura del
río Pará (Brasil), y añade que <<es imposible encontrar
esa isla en ningún mapa del siglo X\7! hasta 1543, año en
que la isJa fue descubie1·ta. Y también ha sido, a menu­
do, mal ubicada. En el ma¡Ja de América del Sur de Mer­
cator, fechado en 1569, se la puede distinguir en la de­
sembocadura del Orinoco ... >>
Llegados aquí, se nos ocurre una pregunta: ¿Hubo al­
guien en aquellos incipie11tes tiempos náuticos que se de­
dicó a trazar dos ti pos de cartas marinas, una buena,
correcta, y otra inexacta, desorientadora o con la mala
uva suficiente para que pudieran const1ltarla los compe­
tidores e ir a romperse la crisma sobre desdibujados
arrecifes?
Parece absurdo a primera vista. En buena lógica, la
inexactitud de los mapas debía atribuirse a impericia
cartográfica y no a mala fe. Pero si recordamos que Es­
paña y Portugal estu,1ieron a punto de acometerse por
la cuestión de una <<hipotética>> línea de demarcación
atlántica, la cosa ya no nos parece tan absurda.
Luego, hay otras cuestiones, y una de ellas ha hecho
consumir ríos de tinta. Nos estamos refiriendo a la isla
llamada Antilia, en donde algunos han creído ver los res­
tos de la Atlántida.
¡ Ah, sugestivo y fascinante nombre!
Pierre Duval nos cuenta: << Una isla de g1·a11 tan1año, que
Piri Reis llama Antilia, se encuentra en el mapa entre
América del Sur y África. Esta isla, evidentemente, no
existe; lo único que hay son dos islotes peqt1eños, el de

101

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Homero, en Odisea, describe el viaje de a ...


¿América?

102
San Pedro y el de San Pablo, al norte del ecuador y a
700 millas de la costa del Brasil. Un mapa de 1737, he­
cho por el geógrafo francés Btiache, representa también
esta isla e incluso otra isla más, ubicada entre la primera
y la costa de África. Pero Buache señala que allí hubo
unas islas y no que las islas sigan existiendo. Todo lo que
puede decirse es que esas islas fantasmas se encontrarían
sobre la gran cadena que atraviesa todo el Atlántico, de
Norte a Sur, entre el continente americano, Europa y
África. Como era de esperar, muchos imaginaron que es­
tas islas eran un resto de la Atlántida, sobre todo admi.
tiendo la antigüedad fabulosa de la carta de Piri Reís.•
Añade Pierre Duval que en el mapa se pueden apreciar
unas enormes montañas situadas en la costa este de Amé­
rica del Sur, lugar en donde se encuentran los Andes.
Y nos recuerda muy atinadamente que esta cordillera
a1'1n no había sido descubierta en tiempos de Piri Reís,
ya que fueron Francisco Pizarro y sus compañeros los
que primero avistaron la cordillera, a principios de 1525.
Tenemos dos datos significativos: la isla Antilia y los
Andes, dos nombres geográficos cuyo prefijo es «ant» y
«and». Sabemos que Aristóteles (384-322 antes de J. C.),
discípulo que fue de Platón y de éste no vale la pena
mencionar lo que habló sobre la Atlántida , dijo no creer
en el continente desaparecido, pero escribió sobre una
gran isla atlántica, a la que los cartagineses llamaban An­
tilia.
Diodoro Sículo ya nos explicó en el capítulo 11 de esta
obra lo que sabía de una «isla de considerable tamaño
que, situada como está en el océano, se halla a una dis-
tancia al oeste de Libia de varios días de viaje».
Plutarco nos descubrió 110 continente que él llamó Sa­
turnia y la famosa isla Olygia, que se encontraba a cinco

103
días de navegació11 hacia el oeste de Inglaterra, y Home-
ro, en la Odisea, hace decir a Atenea: <<Mi corazón está
destrozado por el sabio Odiseo, hombre desgraciado,
que abandonó hace tanto tiempo a sus amigos y que vive
tristemente en u11a isla situada en el centro mismo del
mar. En esta isla boscosa habita una diosa, hija del ha­
bilidoso Atla�, que conoce la profundidad del mar... >>
Charles Berlitz, autor de El misterio de la Atlá11tida
(op. cit.), un erudito en las cuestiones que aquí nos ocu­
pan, dijo acerca de esta enigmática isla: «Antilla, que es
el mismo nombre si no la misma isla que los carta­
gineses con tanto afán procuraron mantene1· en secreto,
fue considerada por los pueblos hispánicos como el lugar
de refugio durante la conquista de España por los ára­
bes. Se cree que los refugiados que escapaban de ellos
navegaron hacia Occidente, conducidos por un obispo, y
llegaron sanos y salvos hasta Antilla, donde construyeron
siete ciudades. En los antiguos mapas se la sitúa gene­

ralmente en el centro del océano Atlántico. >>
Y este notable autor añade, a contint1ación, algo que
nosotros estamos repitiendo aquí desde un pr·incipio:
«Los esfuerzos de fenicios y cartagineses por cerrar el
Atlántico a otros pueblos marineros dieron como resul­
tado la perpetuación de la idea de que el Atlántico era un
mar condepado. Sin embargo, la Humanidad nunca ol­
vidó las islas Afortunadas y otros territorios perdidos.
En los mapas anteriores a Colón aparecen una y otra
vez, ya sea cerca de España o en el borde occidental del
mundo: Atlántida, Antilla, las Hespérides y las '' otras is­
las'' . Como dijo Platón1 ''y desde las islas se podría pasar
hacia el continente opuesto, que bordea el mar océano''.•

Es indudable, por tanto, que la isla Antilia debió ser
copiada por Piri Reís de algún mapa griego, fenicio, ere-

104


tense o árabe y que no podía ser una utopía ya que tanta


gente, muchísimo antes que él, habían hablado de ella.
Lo que los pueblos modernos han perdido de los restos
del. pasado no lo sabremos nunca. Nuestro planeta es 11n
mundo cambiante y lo que hoy cubren las aguas, mañana
podría quedar al descubierto, o viceversa.
Con respecto a la otra cuestión, la de los Andes, la
cosa sólo ofrece un camino: alguien, remontando el cau­
daloso cúrso del Amazonas, debió llegar a las estribacio­
nes de la cordillera. Lo que fueron aquellos anónimos
navegantes a buscar allí es fácil deducirlo. En las orillas
y arenas de los tributarios del gran río, se encontró oro.
Y esto conduce sien1pre a los buscadores 'hacia las cum­
bres, al origen, al lugar donde debe hallarse el filón.
Suponemos, sin muchas dudas y la historia del Ve­
llocino de Oro, Los Argonautas, nos lo parece confirmar·­
que Jasón realizó ese viaje 1.250 años antes de J. C., al­

canzó los Andes, donde estaba el reino de Eetes, y trajo
4
oro. Los Andes que apa1 ecen en el mapa de Piri Reis son
de un origen geológico relativamente reciente, como han
comprobado los geólogos, entre 10.000 y 20.000 años, pero
lo más asombroso es la extr·aña y misteriosa cultt1ra que
floreció allí, en un lejano pasado. (Véase nttestra obra
anterior, El enigma de Tiahuanaco.)
Antillas, Andes, Anteo, Andalucía, Andrómeda... Los
nombres representan algo; no se pusieron por capricho,
aunque su significado se haya olvidado y la lengua que
lo expresó en un principio se haya perdido.
Evémero (o Et1hémero), at1tor griego del siglo IV an­
tes de J. C. y auto1.. de Doci,1ne1ztos Sagrados, dijo que
los dioses no existieron y la divinidad atribuida a los
hombres era debido a st1s hechos, que fueron exaltados
por sus conciudadanos. El eve1·ismo, por tanto, es una

105
1

doctrina según la cual los personajes mitológicos deben


ser considerados como seres humanos que fueron divi­
nizados por el fervor popular. Debemos recordar que al­
gunos padres de la Iglesia, como San Agustín, se sirvie­
ron del everismo para desprestigiar el paganismo.
Pues bien, la mitología • ,¡y aquí pretendemos ver la$
cosas desde un punto de vista evemérico! nos ·cuenta
que Hércules llegó de la Argólida · para enfrentarse con
el gigante Anteo, quien le obstaculizaba el paso hacia el
Jardín de las Hespérides. Recordemos que éstas eran
hijas de Atlas y disfrutaban una plácida existencia en
un maravilloso y paradisíaco jardín cuyos árboles da­
ban manzanas de oro.
Plinio, cronista romano del siglo 1, no consideró esta
leyenda como un mito, sino que la conceptuó como un
hecho histórico. Señaló el lugar de la contienda así como
la tumba de Anteo, en Lixus (actual Larache, Marruecos).
La lucha entre Anteo y Hércules fue titánica. El grie­
go derribó al gigante (lo derrotó), pero como éste era
hijo de la Tierra (o sea que vivía en aquel lugar) recu­
peró fuerzas (se rehízo, como se rehace un ejército que
recluta nuevos combatientes) y prosiguió el combate.
Tres veces fue «derrotado» Anteo, pero tres veces se
rehízo. Por fin, Hércules lo separó de la Tierra y lo
estranguló entre sus brazos. •

Siguió Hércules su camino, robó las manzanas ·de oro


del Jardín de las Hespérides y, a su vuelta, separó el
promontorio de Calpe del de Abila (¿Por qué será que
este nombre nos recuerda tanto el versículo del Géne­
sis (2,11 ), donde dice: «El nombre del uno era Pisón;
éste es el que rodea toda la tierra de Havila, donde hay

oro»?). Así fue cómo, según la mitología, se formó el
Estrecho de Gibraltar.

106

Esta epopeya, como es lógico, data de tiempos anti·
quisimos, seguramente. Y hasta quizá sea de la que ha­
bló Platón en Critias. Recordémoslo:
.:Han transcurrido en total nueve mil años desde que
.estalló la guerra, según se dice, ent1·e los pueblos que ha­
bitaban más allá de las Columnas de Hércules y los
que habitaban al interior de las mismas. Esta guerra es
Jo que hemos de referir ahora desde su comienzo a su
fin. De Iá parte de acá, como hemos dicho, esta ciudad
era la que tenía la hegemonía y ella fue quien sostuvo
la guerra desde su comienzo a su tern1inación. Por la
otra parte, el mando de la guerra estaba en manos de
los reyes de la Atlántida. Esta isla, como ya hemos di·
cho, era entonces mayor que la Libia y el Asia jt1ntas.
Hoy en día, sumergida ya por los temblores de tierra,
no queda de ella más que un fando limoso infranquea­
ble, difícil obstáculo pa.ra los navegantes que hacen sus
singladuras desde aquí hacia el gran mar.»
Hace, pues, más de once mil años, que se enfrentaron
los pueblos de «más allá de las Columnas de Hércules»
contra los que vivían «al interior de las mismas». Pero
los combatientes atlantes (o gigantes, según la mitolo­
gía griega) no fueron vencidos por sus adversarios, sino
por las fuerzas desencadenadas de la Naturaleza, contra
las que ningún ejército, por grande que sea, puede com­
batir.
Platón, en Timeo, asegura que fueron los griegos los
que vencieron a los atlantes, «un poder insolente que
invadía a la vez toda Europa y toda Asia y se lanzaba
sobre ellas al fondo del mar Atlántico.
«En aquel tiempo añade Platón , en efecto, era
posible atravesar este mar. Había tina isla delante de
este lugar que llamáis vosotros las Columnas de Hér-

107
cules. Esta isla tr� n1ayo1· que la Libia y el Asia unidas.
Y los viaje1·os de aquellos tiempos podían pasar de esta
isla a las demás islas y desde estas islas podían ganar
todo el continente, en la costa opuesta de este mar que
merecía realmente su nombre. Pues, en uno de los la­
dos, dentro de este estrecl10 de que hablan1os, parec.e
que no habí� más que un puerto de boca muy cerrada
y que, del otro lado, hacia afuera, existe w1 verdadero
mar y la tierra que lo rodea, a la que se puede llamar
realmente un continente, en el sentido propio del tér-
mino.»
Nos asombra la precisión de Platón, cuatro siglos
antes de J. C., al descubrir que <<desde estas islas po­
dían ganar todo el continente, en la parte opuesta de
este mar que merecía realmente su nombre>>. Es decir,
que de�de la Atlántida se podía ir a las islas que estaban
próximas al continente, en <<la costa opuesta >>, o sea al
Nuevo Mundo, según la terminología actual.
En muchos lugares, como en Yucatán, cuando los es­
pañoles desembarcaron por vez primera, preguntaron a
los nativos cuál era el nombre del lugar. Y de la incom­
prensión entre aborígenes y recién llegados surgió el
nombre que ha pasado a la cartografía. Pero, en otros
lugares, no hubo incomprensión y se respetó el nombre
original. El Atlántico, por ejemplo, -es un nombre cuyas
raíces etimológicas se remontan a tiempos inmemoria­
les, a11nque se hayan dado distintas versiones sobre su
ongen.

Y haciendo caso a Evémero, suponen1os que los grie-
gas, mandados por Hércules o Herakles, atacaron a los
atlantes. Primero fue Gerión, un gigante que cuidaba

bueyes, y después se atacó a Anteo, el que cuidaba el
paso al Jardín de las Hespérides. Se trató por tanto, de

108

dos ejércitos, como nos cuenta Platón, y vencieron los
griegos. Luego, ocurrió aquello del cataclismo, se h,in·
dió la isla Atlántida y se «separó Calpe de Abila » cuando
los griegos se encontraban por allí, por lo que se dice
que fue la maza de Hércules la que separó las coltJmnas,
cosa que nosotros no vamos a creer, •
así por las buenas .
«Como Hércules no era marino nos cuenta Lo11is
Charpentier en Los gigantes y el misterio de los orígenes
(Plaza & Janés, 1971)- ni tenía naves, intimó al Sol si·
gue diciendo la leyenda a que le cediera la barca· que
lo transportaba a través del océano y de la noche ,
hasta Occidente. Habiéndose negado a ello el Sol, el hé­
roe tendió su arco y lo amenazó - con dispararle una
flecha, lo que hizo capitular al astro. Entonces, Hércu­
les pudo embarcarse -en el esquife solar. »
Y Charpentier, que opina como Evémero y nosotros,
concluye: «Sin forzar demasiado la leyenda, puede creer­
se que· pediría prestada la nave ,con la dotación ne-
. cesaría a alguna tribu de la costa más o menos adora­
dora del Sol y habituada a orient�rse según el recorrido
de éste, es decir, hacia el Oeste ... Barca pedida a prés·
tamo, desde luego, bajo amenazas ... »
Esto prueba que, desde muy antigllo, los griegos qui­
sieron viajar hacia Occidente, ¡ seguir el curso del Sol,
hacia su ocaso! ¿O no?

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VI. ¿OLMECAS O FENICIOS?

«El primero de los pueblos fcni­


cios de México estaba situado junto
a la costa del golfo, y las pruebas del
C-14 lo fechan en 800 años antes de
Jesucristo.,.

Constancc Irwing, Fair Gods


and Stone Faces (St. Mar­
tin's, 1963 ).
«La cultura amerindia asociada con
la fenicia fue la olmeca. Estaba cen­
trada en La Venta.»

James Bailey, The God-Kings


and The Titans (Londres,
1973).

A los fenicios, o <<phoinikes», como los llamaron los


griegos, se les conocía también como <<punoS>> o «poeni»
entre los romanos. Las guerras púnicas son un hecho his­
tórico que envolvió a romanos y cartagineses, por el do­
minio marítirr "' del Mediterráneo desde el año 264 al 146
antes de J. C.
Puno es también el nombre de una región andina del
Perú, precisamente de una parte del altiplano que rodea
el lago Titicaca, y que comprende nueve provincias, de
las que vamos a citar Melgar, Carabaya, Azángaro, etc.
Hay un monte, el de mayor altura, que se llama Nevado
de Ananea, y en el lago Titicaca hay islas que llevan el
nombre de Amantani, Anapia, etc.
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Vinjes de fenicios y cartogjnescs a América
�n 480, 310, y 146, a. J. C .. según hipótesis de
CJ,. M. Bolond

113
Los toponimios, según el alemán Schnetz, pueden lle­
gar a detertninar qué lengua corresponde a los habitan­
tes de u� lugar, región o país. Claro que esto no signi­
�ca mucho para la arqueología, pero puede ser impor­
tante. Y a nosotros se nos antoja que el nombre de
Melgar puede tener relación con Melqart, que era el dios
adorado por los tirios. Aclaremos, de paso, que el pan­
teón fenicio se componía de algo así como una tríada
o Santísima Trinidad que se adoraba tanto en Biblos
como en Tiro, Sidón, Arvad o Ugarit. El principal era
el dios-padre, llamado El, al que los griegos identifica­
ron con Cronos.. A El acompañaba Aserá o Astarté, y les
seguía el hijo de ambos, llamado Baal, pero al que los
giblitas, o sea los naturales de Biblos, dieron el nom­
bre de Adon, Adoni, y los griegos, más tarde, llamaron
Adonis.
Añadamos que Aserá o Astarté no era una diosa autén­
ticamente fenicia, sino una divinidad vinculada con otras
deidades· anteriores del Próximo Oriente. Así, se la iden­
tifica con la lnniu de los sumerios, la Ishtar de asirios
y babilonios y con la Isis de los egipcios. Y Baal-Adon­
Asmun-Melqart era una deidad que... ¡ moría y resucitaba
cada año!
Ahora bien, la Historia nos cuenta que mil años antes •

de J. C., los fenicios llegan hasta Gibraltar y fundan la


ciudad de Gades, fuera del Mediterráneo, o sea, en aguas
del Atlántico. La explicación es obvia. Por aquellas fe­
chas reina Salomón en Jerusalén y se trae oro de Ofir
y Parvaim (I Reyes, 9,28; 2 Crónicas, 3,6).
Y poco después, siguiendo con nuestra cronología
<<intercontinental» o entre el Viejo y el Nuevo Mundo,
los olmecas aparecen en La Venta (México) y se van ex­
tendiendo hacia Morelos, Oaxaca y Tres Zapotes, a la

114

• •

vez que irradian una cultura impresionante de altares,


sarcófagos, pilastras y estatuas, que habría de influir so­
bre Teotihuacán y, posiblemente, sobre los mayas-tolte­
cas y las impresionantes culturas de Yucatán.
Fue el antropólogo (además de notable escritor y pin­
tor) mexicano, Miguel Covarrubias (1904-1957), quien
llamó a los olmecas la civilización-madre, porque, sur­
,..
giendo de un punto estratégico, en el golfo de México,
pudo propagar sus ideas artísticas hacia el Sur y hacia
el Norte.
¿ Y no pudieron ser los <<phoinikes», «poenis» b fe­
nicios, llegados de América, los que influyeron sobre los
pueblos del Mediterráneo? Parece ser que poseían la piel
rojiza, y de ahí el nombre que les pusieron los griegos.
Pero no aparecieron en un día, de la noche a la mañana.
A los fenicios les debemos el alfabeto... Nadie ha po­
dido comprender cómo llegaron a ser dueños del Medi­
terráneo, ni de dónde vinieron, aunque se sabe que se
mezclaron con a11?,orreos, cananeos, jebuseos, etc., y
pronto estaba el «cul de sac>> que hoy es el Líbano pla­
gado de ciudades-estado a semejanza de las ciudades­
estado que se formarían en el mundo maya centroame-
r1cano.
Gerhard Herm, en Los fenicios (Ediciones Destino,
1976 ), nos explica: .e Cartagineses y cartaginesas impor­
tantes se llamaron Asdrúbal (ayudado por Baal), Aníbal
(amado de Baal), Amílcar (servidor de Melqart), o Bat­
baal (hija de Baal).>> Y poco más adelante nos dice:
« Y de Astarté, el modelo de Afrodita, salió la más altiva,
importante y majestuosa Tanit, llamada también Tanit
Pene Baal, Tanit la faz de Baal.»
Ante esto, y sin ánimo de presumir de filólogos, y mu-
cho menos de etimólogos, se nos ocurre pensar si el

115
nombre qtie lleva una isla del lago Titicaca, llamada
Amantani, no podría significar algo así como el «servidor
amado de Tani» o Tanit.
Es curioso todo esto. Nombres que, como Teo (dios,
en griego), o Atl (agua en nahuatl) aparecen indistinta­
mente en Europa y América. Y curioso que hubiese ne-
gros en América cuando los pintores mayas dibujaron
los frescos de sus templos, allá por el siglo primero de
nuestra Era. Y no menos significativo es que los olme­
cas fueran los escultores más grandes de la América
precolombina, como demostró Matthew Stirling, el cé­
lebre americanista, al descubrir, en 1940, varias cabezas
montimentales, maravillosamente cinceladas, y ante las
que el escultor inglés Henry Moore, exclamaría: «No
conozco sobre la Tierra nada tan grandioso como estas
cabezas, tanto en su espíritu como en su for,na. »
Recordemos, de paso, que el Antiguo Testamento nos
dice que fueron artistas fenicios los que construyeron
el Templo de Salomón, allá por el año 950 antes de J. C.
Escultores, navegantes, comerciantes, hombres de la piel
cobriza o rojiza ... ¿Por qué no podían· ser también car-
tóg1·afos, si iban a Ofir o Parvaim en busca de oro? ¿ O en
la Antigüedad no se necesitaban mapas para recorrer los
mares?
Aquí, alguien podría preguntar: Pero ¿es en serio esto
de que fueron los olmecas los que descubrieron Europa
y el Mediterráneo mil años antes de J. C.? Y la respuesta
ha de ser negativa. Nadie podía descubrir lo que ya
estaba descubierto desde siglos antes.
Erich van Daniken, en su obra Pro/eta del pasado
(Ediciones Martínez Roca, 1979) nos menciona al «colec­
cionista» de grabados rupestres, Oswaldo O. Tobisch,
quien, para tratar de demostrar lo que nosotros asegu-

116

ramos aquí, ha reunido unos seis mil dibujos y « n1cdian­


te veinte cuadros sinópticos demuestra hasta qué punto
son estrechas las vinculaciones ent1·e los grupos de sím·
bolos de Europa, Asia y América>> (sic).
Añade Daniken: «En su estudio, Tobiscl1' llega a la
conclusión de que necesariamente todas las culturas se
han influido entre sí, más aún, de que debe postularse
el mismo origen para todos los grafisn1os rupestres.>>
Esto no es nuevo. Según James Churchward, Augusto
Le Plongeon, el Abate Brasseur y muchos otros investi·
gadores del pasado llegaron a la misma conclusión, a11n­

que bajo distintos aspectos. Para unos, fue Mu, un con­
tinente desaparecido del Pacífico, donde surgió la pri·
mera civilización de la Madre Patria; para otros, fue la
Atlántida, situada en el Golfo de México; ante las costas
del Yucatán.
Por otra parte, La Doctri11.a Secreta, de la inefable
H. P. Blavatsky, nos habla de Lemuria, lugar en donde
se gestaron todas 1·as razas. Allí estaría el ·Paraíso Terre­
nal, del que han hablado• todas las religiones; allí pu·
dieron haber estado los «dioses>> y de allí pudieron salir
emisarios, naacales o �ermanos Santos, que difundieron
por el m11ndo la religión del Sol.
Naturalmente, el mundo ya no es igual que en aque­
llos tiempos, cuyas fechas son imposibles de precisar,
aunque se podría hablar de cientos de miles de años o
de millones. ¿Importa eso mucho? Ignacio Donnelly,
en Atlantis, el mundo a11.tediluviano, aseguró que todas
las civilizaciones derivaban de la de la Atlántida y que
los �upervivientes del cataclismo que destruyó la gran
isla se refugiaron en Egipto.
Fran�ois Derrey, en La Tierra, pla11eta desconocido
( op. cit.), a este respecto, escribió: « Estas audaces hipó·

117

'6
......
U)
:::,
·-
ü
e::

118 •
tesis no deben hacernos olvidar el problema planteado:
¿se puede admitir la existencia de una civilización diez
mil años anterior a Jesucristo? Estamos aquí en el punto
de unión de la arqueología y de la prehistoria. La civili­
zación propiamente dicha no cesa de retroceder en el
tiempo. En el transcurso de los últimos años, ·el arqueó­
logo J. Mellaart ha puesto al día, en Catal Huyuk (Ana­
tolia), los restos de una civilización que se habría desa­
rrollado siete mil años antes de nuestra era. Se aproxima
uno, pues, progresiv�mente, aº los atlantes, y su existen­
cia se hace cada vez menos imposible. »
Ante esta exposición tan meticulosa como cauta, no
podemos por menos que asentir. Sabemos que los pue­
blos, al igual que las personas y las cosas, nacen, crecen
y mueren. Incluso cabe la posibilidad de una «resurrec­
ción», pero jamás será lo mismo que antes, ya que se
habrán aglutinado nuevas formas, conceptos, ideas o
personas. Los imperios del pasado han muerto, pero los
pueblos que los formaron, habitados por otras gentes,
descendientes unos de aquéllos y otros no, todavía sub-

s1sten.
Si existió la Atlántida, algo debemos llevar en nues­
tra herencia genética de aquellos llombres; tal vez el
recuerdo intuitivo o una «memoria subyacente ». Y todo
esto nos permite casi asegurar qt1e en un planeta cubier­
to de agua en sus dos terceras partes, la navegación
atlántica no pudo empezar hace apenas cinco siglos, ha­
bida cuenta de la cantidad de vínculos existentes entre
América y Europa o Africa, como es el desarrollo de la
arquitectura piramidal, tan sorprendentemente similar
en México y Egipto, o la existencia de razas no oriun­
das en el Nuevo Mundo, que se consideraba, en cierto
modo, «separado» del Viejo.

119
Y esto, unido a los hechos ciertos, incontrovertibles,
de la pericia náutica de los misteriosos navegantes fe­
nicios y la influencia que ejercieron en el Mediterráneo
durante ·siglos, nos vuelve, de nuevo, a nuestro tema
principal, o sea a la cartografía, sin la que
· es imposible
realizar viajes marítimos. ·
Suponemos que si Platón, Diodoro Sículo, Herodoto,
Donnally, Churchward, etc., entre otros muchos, tenían
razón en sus teorías o exposiciones, aquellos antiguos
atlantes, uighures, carios, olmecas o fenicios depen­
diendo de la época o la ubicación , debieron ser unos
magníficos navegantes, como debió serlo Noé, el primer
arcano. Nuestra base de sustentaci9n podría ser la de
que el hombre aprendió a navegar casi al mismo tiempo
que a caminar, ya que, al convertirse en Horno sapiens,
se vio rodeado de agua casi por todas partes.... ¡ Y crú­
zar el Atlántico a nado nos parece un poco exagerado!
Damos por sentado que los fenicios pudieron haber
estado en América y hasta que, tal vez, fuesen origina­
rios de allí. Sobre esta cuestión aún hay mucho que
investigar. Admitimos también que, mu�hísimo antes,
• pudo existir una éivilización marítima cuyas naves re­
corrieran los siete mares y hasta hubieran trazado ma­
pas de lugares que hoy_ se nos ofrecen cubiertos con gla- •

ciares y hasta de lugares que hoy cubren las aguas y,.por


• •
tanto, son 1nex1stentes.
Sabemos, por otra parte, que Piri Reis se había inspi­
rado, mejor sería decir documentado, en viejos mapas,

algu nos de los cuales hasta cabe la posibilidad de que,
por otros derroteros, hayan llegado hasta nosotros. Y esta
posibilidad la tuvo bien en cuenta el profesor Charles
H. Hapgood, porque recµrrió a todo lo imaginable para
ampliar sus conocimientos sobre portulanos.

120

Pierre Duval nos dice acerca de esto: <<Hapgood cuen­


ta, no sin l1umor, cómo tuvo la ocasión de consultar
unos viejos mapas en la biblioteca del Congreso durante
las vacaciones de Navidad de 1959. Había pedido al jefe
de la sección cartográfica que le entregara todos los vie·
jos portulanos que pudiera consegt1ir. ¡ Y se encontró
con varios centenares de portulanos amontonados en· }a
sala de lectura!»
El «trastero de los recuerdos 11áuticos>> se desempol­
vaba ante la ciencia. Hapgood tenía ante sí muchísimo
más de lo que podía esperar. Allí estaba, entre otros, el
mapa de Oronteus Finaeus, fecl1ado en 1531, y en él apa·
recía la representación del continente antártico que, a
primera vista, era casi idéntico a nuestros mapas mo­
dernos.
¡El mapa de Piri Reís, por tanto, 110 era único!
Y la Antártida era, precisamente, lo que había lleva­
do de cabeza a Charles H. Hapgood, a Arlington H. Ma­
llery y a cuantos trataron de estudiar los mapas .de
Piri Reis, como aho1"'a los inte11tamos estudiar nosotros
también.
La cuestión empezó cuando dos colaboradores de Hap­
good, llamados Baraw y Spencer, se dedicaron a desen­
trañar los ptintos y líneas que aparecen al extremo sur
de América. Y si en el litoral encontraron errores de
bulto, la situación se volvía cada vez más difícil ante el
hecho de que la costa se prolongaba hacia lo que podía
ser el continente antártico.
Hay un dato curioso y que aparece también en el
mapa de Oronteus Finaeus (u Oroncc Fine): los cartó­
grafos del siglo XVI creían o sabían que la Antártida se
encontraba en el cono sur, pero le concedían una exten­
sión casi cuatro veces mayor de la que tiene en realidad.

121
,
Reloj astron6mico de Petrus ºApiano, astrónomo y matema-
tico de lngelstad ( siglo XVI)

122
• 1

,. ]1a�ta que el capit�\n Cook, en su viaje de 1772.1775,


tlcscubrió e1 conti11entc helado, 110 se redujeron las
climcnsioncs que se le l1abían <lado. Y, por otra parte,
Pic1·1·e Duval nos asegura: «No es otra cosa que el hielo
lo qtte otorga a la Antártida una apariencia de conti·
11e11tc. En realidad, no existe un continente, sino apenas
u11as islas separadas por brazos de mar, o por lo menos
esto era Jo que existía antes de la formación de los gla·
ciares. De ahí Ja hipótesis sobre la fabulosa antigüedad
del mapa de Piri Reis. >>
Arlington H. Mallery señaló que si el mapa de Piri
Reis trataba de representar el Polo Sur, lo hacía libre
de hielos. «Se esforzó en seguir el mapa milímetro a
n1ilín1etro nos cue11tan Paul-Emile Victor y Arlette
Peltant, refiriéndose a Mallery , estableciendo cada vez
la comparación con los datos modernos. Es preciso de­
cir que llegó a conclusiones de lo más sorprendente; por
ejemplo, ]as islas jndicadas por Piri Reis a la altura de
las costas coinciden con lo que fi gu ra como picos mon­
tañosos subglaciares, descubie14tos en la Queen Maud
l..and (Tierra de la Reina Maud) por la expedición antár­
tica noruego·sueco.británica. :i.
Pierre Duval, por st1 parte, nos asegura que el mapa
de Piri Reis omite el Estrecho de Drake, o sea el paso
que separa la Tier1·a de Fuego de la Antártida, es de­
cir, que An1érica del Sur y la Antártida están unidas.
¡ Exactamente igual que expresaban casi todos los ma­
pas . del siglo XVI!
Árbitro de esta cuestión sería Charles H. Hapgood, el
cual, como ya hemos adelantado, consultó otros mapas
para dilucidar el asunto. Y fue el de Oronteus Finaeus,
más perfecto y definido que el de Piri Reis, el que ven­
dría a dilucidar la cuestión.

123

No faltó paciencia al equipo de Hapgood para com·


prender a Oronteus Finaeus o, Jo que es lo mismo, «SU·
perponer.le un entramado de latitudes y longitudes».
Piénsese que tan cerca del Polo Sur
• los grados de Jon·
gitud se hacen excesivamente cortos.
Dejemos que nos cuenten otros este proceso que ner
sotros consideramos muy árido. Pierre Duval nos expli­
ca que: «En principio, el continente antártico parecía
demasiado grande. Pero si se miden las distancias sobre
un mapa moderno, trazando dos perpendiculares que se
crucen a través de una superficie, se obtiene para la
primera, de la península de Palmer a la costa de Subri·
na, 78,S centímetros y para la segunda, del mar de Ross
a la costa de la Reina Maud, 38 centímetros. Las dimen­
siones correspondientes, en el mapa de Oronteus Fi·
neaus son de 129 y de 73 milímetros. Se obtiene, por lo
· tanto, la. siguiente relación:

78,5 : 38 2,06
-- - ---
. ...... -
...........
.

129 : 73 1,73

<<0 sea, una relación de 8/7, que de ningún modo pue-


de considerarse fortuita y, po1" consiguiente, las propor­
ciones indicadas por Oronteus Finaeus se halla11 muy cer­
ca de ser correctas. »
La operación se simplifica po1· el hecho de que el círcu.
lo antártico está ubicado a 23 º 5' del polo y se puede
trazar una circunferencia en torno a la Antártida de
. Oronteus Finaeus, cuyo centro será el Polo S11r, de suer­
te que, dividiendo por 23,5, se podrá obtener la longitud
del grado de latitud. y en tales condiciones, el círculo

124 •

º
corresponde al paralelo 80 y se confunde casi exacta­
mente con el viejo mapa.
Este error hace que el tamafio de la Antártida se mul­
tiplique casi por cuatro, cosa que imitaban ca�i todos
los mapas de su tiempo.

Hechas estas rectificaciones, el mapa era casi exac·
to. Y Hapgood comprendió que Fineaus, al igual que
otros cartógrafos, se había servido de mapas o fragmen­
tos de mapas anteriores agrupados con mejor o peor
suerte.
«Es posible hacer coincidir fragmentos de las costas
de Oronteus Finaeus explica Pierre Duval con 110
mapa moder110, y esta operación se realiza con una exac­
titud total. Pero no es posible hacer coincidir todas las
• •
costas a un mismo tiempo. »
Aquí es preciso detenerse y hacer constar que no to­
dos los que han investigado los mapas de Piri Reis y
otros, respecto a la Antártida, están de acuerdo. Cientí­
ficos soviéticos, entre los que hemos de destacar al pro­
fesor L. D. Dolguchín, del Instituto Geográfico de la
URSS, han asegurado que «el trazado de Piri Reís no
corresponde al Antártico, sino a la extremidad sur de la
Patagonia y de la Tierra de Fuego». Y este hombre de
ciencia añade que si la infor1nación que expone fuese
correcta, habría sido recogida antes de la última glacia·
ción, la cual, supone él, tuvo lugar hace un millón de
años. Y es aquí donde no estamos de acuerdo nosotros,
puesto que de la cuestión de la inclinación del eje polar,
de paleoclimatología, glaciaciones u otros «desmanes»
geológicos del pasado, como la deriva de los continentes
o los desplazamientos ecuatoriales, podríamos empezat
v no acabar.
El prof. N. Y. Mepert nos dice Paul-Emile Víctor ,

12
secretario del Instituto de Arqueología, declaró: «En la
Historia han de esperarse sorpresas tan grandes como
en física nuclear. Por ello es necesario estudiar esos
mapas.J>
Y eso hizo Charles H. Hapgood, con ayuda de la ·Nova
et Integra Universi Orbis Descriptio, que es el título que
ostenta el map·a de Oronteus Fineaus, volcándose ávi­
damente sobre él y dándos_e cuenta de que la Antártida
se representaba libre de hielos en su mayor parte. Estu­
dió los ríos y los fiordos, observando que la costa estaba
más recortada que en nuestros mapas actuales, donde
observó la ausencia de la península de Palmer. Y esto
dejó perplejo a Hapgood hasta dars� cuenta de que di­
cha península, en realidad, no existe... ¡ y no es otra cosa
que un banco de hielo que une una isla con el conti·
nente!
Entonces surgió la pregunta alarn1ante. Ante estos
resultados, ¿cómo y cuándo se trazó el modelo en el
que se «inspiró» Oronteus Fineaus?
A falta de una respuesta concreta, los científicos que
han investigado el casquete glaciar antártico ya no creen
que los hielos date11 de varios millones de años, ya que,
durante el último millón, por lo menos ha habido tres
períodos de clima templado. Los sondeos geológicos así
lo han confir1nado. Y se sabe que el último período cá­
lido acabó alrededor de cuatro mil años antes de J. C.,
habiendo durado largo tiempo.
Esto no coincide con lo que se suponía de que los
casi cuatro kilómetros de espesor del hielo llevaban allí
varios millones de años. Y nos sitúa en condiciones de
afir111ar que hace más de seis mil años... ¡ alguien pudo
cartografiar las costas de la Antártida sin el obstáculo
de los hielos!

.- 126

Por increíble que parezca, especialmente para los que


no aceptan más que lo estudiado en la escuela ¡ y re­
cordemos que, según Raymond A. Dart, alguien explota­
ba qna mina de hierro en Ngwenya (Swazilandia) hace
cuarenta y tres mil años! , el resultado obtenido por
Charles H. Hapgood y sus colaboradores no puede ser
más desalentador.
Heil}.os efectuado un largo rodeo y esgrimido argu­
mentos más o menos válidos para llegar a la conclusión
de que si Piri Reis, en 1500 no pudo costear y cartogra­
fiar la Antártida, su afirmación de que su mapa «fue
realizado a partir de tinos veinte mapas de Mappae Mztn­
di» es cierta. Esto es evidente e innegable.
Entonces, ¿ quién hizo los mapas de los que Piri Reis
extrajo la información? Recordemos sus propias pala­
bras y tengamos en cuenta que el almirante turco no
tenía motivos para mentir: «Estos son unos mapas que
fueron trazados en los días de Alejandro, el señor de los
Dos Cuernos, y muestran la parte habitada del mundo. »
Los preamericanistas saben muy bien quién vivía en
América en tiempos de Alejandro, o sea el famoso rey
de Macedonia (356-323 antes· de J. C.). Por ejemplo, en
México, y según los arqueólogos más conservadores, exis­
tían las civilizaciones llamadas· preclásicas superiores:
olmeca, zapoteca, El Tajín, maya, husteca, etc. Al sur, en
la otra gran civilización pamperuana, los incas aún no
habían hecho su aparición, pero la enigmática cultura
de Chavín ha sido cronologada entre el año 1000 y el
300 antes de J. C. Coexistían, al parecer, con períodos
larvados o de esplendor, las culturas de Nazca, Mochica,
Paracas, Chimít y ¡ cómo no! la de Tiahuanaco.
Ahora bien, el Alejandro a que se refiere Piri Reis,
además de haber sido discípulo de Aristóteles, poseer

127
un �norme ejército y haber conquistado gran parte del
mundo antiguo y expulsado a los fenicios de sus ciuda­
des-estado y de casi todo el Mediterráneo, también po­
seía una . enorme flota naval. Y lo singular es que esta
gran flota se hallaba dispuesta para iniciar 110 viaje ha­
cia lo desconocido cuando murió Alejandro .. ,
Dejemos que sea Pierre Carnac, el autor de La histo­
ria empieza en Bimini ( op. cit.), cuente su versión:
<<En la época de la 113.1' Olimpiada ocurrió algo que
llamaría poderosamente la atención con el tiempo. Sa­
bemos que Alejandro Magno, hacia el año 323 a. J. C. con­
centró una nutrida flota en la 1·egión del golfo Pérsico.
Algunos autores hablan incluso de ochocientos navíos y
de una dotación de cinco mil hombres. Pero también
sabemos que dicha flota. desapare·ció inmediatamente
después de morir el gran rey. La víspera de la muerte
de Alejandro, los navíos habían sido preparados para
zarpar hacia un destino desconocido. Sea como fuere,

es poco probable que los pilotos hubiesen puesto mar-


cha hacia el Sudoeste para contornear la Península Ará­
biga. En efecto, encontrarían en el litoral árabe algún

puerto, al que se acercarían para reponer sus provisio­
nes de agua. Por tanto, es mucho más verosímil que la
flota partiera en dirección a 011i,�nte, para llegar a los
ricos puertos de las Indias, o bien a Indonesia y, desde
aquí... "¿No habría que ver aquí el origen de las velas
latinas triangulares, específicas del Mediterráneo, y que
el capitán Cook descubrió entre los indígenas de las islas
del océano Pacífico y del oeste del océano 1ndico? , pre­
n

gunta el historiador ruso A. Garbovski ( 1 ). Pero el área

( 1) Nótese que, gracias a estas velas, los indígenas navegaron contra


el viento a una velocidad superior a la de �as pequeñas chalupas del explo­
rador inglés .

128 •


de difusión de este tipo de vela se extiende mucho más


allá de Indonesia, hasta las Américas, siguiendo una línea
que pasa por las islas de la Sonda y por la Columbia
británica, antes de llegar al Perú. »
Para corroborar esta tesis, Pierre Carnac abunda en
información de tipo arqueológico y, citando As Duas
An1éricas, un libro de Cándido Costa, editado en Río de
Janeiro, en 1925, nos dice que un granjero encontró en
Doris, lugar próximo a Montevideo, una tumba muy an­
tigua cubierta con una losa de pied1�a, sobre la que se
veían los trazos casi borrados de u11a inscripción. Bajo
la losa existía una sepultura que contenía un jarrón con
cenizas. Había también armas y un casco, inequívoca·
mente griego. Por si fuese poco, un investigador urugua­
yo, R. P. Martins, descifró la inscripción, redactada en
griego antiguo, y ésta decía: «Alejandro, l1ijo de Filipo,
era rey de ·Macedonia dura11te la 113.ª Olimpiada. Así,
Ptolomaios... »
De ser cierto todo esto, cosa que ha sido puesta en
duda, resultaría que los griegos estuvieron en América
tres siglos antes de J. C. Y piénsese que en tal fecha, los
más grandes navegantes de la Historia, ya habían sido
derrotados, en el Mediterráneo, precisamente por Al�­
jandro y sus antecesores, tanto en Troya como durante
las guerras médicas, en donde los fenicios lucharon con­
tra los griegos.
(Recordemos un dato curioso. En la famosa Batalla
de Salamina, los griegos derrotaron a los persas y los
fenicios. Esto ocurrió en el año 480, en una isla griega
del nomo de Atica. Salamina es el nombre de un muni­
cipio de Colombia, en el departamento de Caldas, 'de
2
545 Km y 40.000 habitantes, donde existe un importan­
te yacimiento de oro y plata. Pero hay más en esta re-

129
• •

gión minera, bañada. por el río Cauca, se encuentran


localidades que llevan los nombres de Cartago, Palmira,
Armenia, Líbano, Antioquía, Caucasia y algunos más
que contrastan con Pamplona, Santander, z·aragoza, nom­
bres españoles. Colombia fue descubierta en 1499 por
·Alonso de Ojeda, Américo Vespucio y Juan de la Cosa,
quien regresó en 1501, con Rodrigo de Bastidas. Los abo­
rígenes que encontraron allí, ¡ fíjense bien! , eran los ca­
ribes. ¿ Recuerdan a los carios? Y se dedicaban al cultivo
del maíz, la patata, el algodón, el tabaco, etc., así como
explotaban minas de sal gema, oro, plata, cobre y cal.
Y piénsese también en los hallazgos arqueológicos de
San Agustín correspondientes a una civilización antiquí-
sima.)
Singular es también que la cultura Mochica, de aque­
llas regiones andinas, muestre una semblanza extraordi­
naria en sus dibujos con la cultura griega. Diversos ja­
rrones de alfarería Mochica representan a s11s guerreros
provistos con cascos semejantes a los de los antiguos
soldados macedonios.
Todos estos datos no resistirían un estudio serio y
profundo de la Historia, tal y como se considera que
actúan los investigadores clásicos. Pero nosotros no so-
mos investigadores de este tipo, sino que vemos las co­
sas desde prismas diferentes. Tampoéo · aseguram9s po­
seer la verdad, ni mucho menos. Pero algo podemos tener
de razón y como nuestros argumentos no pueden ser to­
talmente refutados, �l margen residual nos permite alen­
tar la esperanza en nuestras verdades.
· Hay mapas, hombres, pueblos, épocas, acontecimien­

tos... El mundo es más antiguo de lo que se había su­
puesto ... No somos el centro del Universo... El hombre
ha tenido que sobrevivir para alcanzar las cimas desde

130

las que ahora contemplamos el pasado, hurgando entre
lo que nos contaron y lo que verdaderamente ocurrió.
Y, por todo esto ¡ y mucho más que omitimos!­
estamos convencidos de que, además de revisar la His·
toria, es necesario volverla a escribir desde nuevos fun­
damentos. Si hace cuarenta y tres mil años se explotaba
una mina de hierro en Africa del Sur, �i los fenicios
fueron los olmecas, o sus parientes o amigos próximos,
si los griegos, imitando a sus adversarios mediterrá·
neos, viajaron también hacia el Nuevo Mundo... ·¿Por
qué no pudo haber alguien que, además de trazar los
planos de los grandes y enigmáticos templos de la An­
tigüedad, como las Pirámides de -Egipto o las de Teoti­
huacán o Tiahuanaco, no hiciese también mapas de las
costas del mundo entero?
Piri Reis no se inventó todo lo que puso en sus ma­
pas y que en su época aún no estaba «oficialmente» des­
cubierto. Asegura que lo copió de otros mapas. Pudo
estar equivocado en cuanto al auténtico origen de su
información, ¡ vale! Pero no hay duda de que los inves­
tigadores modernos están desconcertados de la sabiduría
de aquellos misteriosos cartógrafos que, por ejemplo,
sabían de la Antártida casi tanto �orno nosotros.
¿Quiénes somos, en realidad? ¿De dónde venimos?

131
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VII. ¿UNA CIVILIZACIÓN DESCONOCIDA?

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<,¿Era esa civilización de origen
extraterrestre? En cuanto a los ma·
pas de Piri Reís, afortunadamente, no
vemos cómo hacer in ter venir a venu­
sianos o cualesquiera otros extraterres·
tres ...»

Paul-:Bmile Victor y Arlette


Peltsnt, El enigma de Piri
Reís

Conocemos muchos de los aspectos importantes del


enigma de los complicados mapas de Piri Reis. Sabemos
que fueron trazados de acuerdo con otros mapas, anti­
guos y recientes con respecto al siglo XVI, por supues­
t�, y que hubo errores en ellos, del orden del 2,5 S,
en las coordenadas de la isla de Cuba, y del 7 ,5 W en la
posición del golfo de Guacanaybo.
Esto, como es lógico, descarta la posibilidad, apun­
tada por alguno de los autores que trataron. del asunto,
de que <<alguien estttvo tomando fotografías aereo-espa­
ciales» sobre la vertical de El Cairo hace diez o doce
milenios. �sta fue la impresión que causó a los primeros
que examinaron los mapas, entre los que se encuentran
Arlington H. Mallery. Pero fue descartada con un estu..
dio más profundo. Y, como bien señalan Paul-Emile
Victor y Arlette Peltant: «¿Por qué diablos habrían te­
nido ellos necesidad, equipados, como puede suponerse,

133

de las más perfeccionadas astronaves, de trazar el mapa


detallado no ya de los continentes, lo que podría expli­
carse, sino de las orillas y las costas? Ello no excluye
que, por lo demás, se pueqa examinar ese problema;
pero los mapas de Piri Reis son exclt1sivamente obra de

marinos terrestres.»
�sta es, también, nuestra sincera opinión. Pel'·o... ma­
ticemos un poco. Los mapas de Piri Reis son de <<este
mundo>>. Si del espacio exterior hubiera llegado alguien
a fotografiarnos de modo semejante a como nos fotogra­
fían en la actualidad los satélites artificiales, o como lo
hicieron los. astronautas de la Operació11 Apolo, los erro-
res de transcripción realizados por Piri Reis no habrían
sido tan notorios. Esto por una parte; y, por otra, el
hecho de que sólo aparecen costas e islas, a excepción
de la enigmática cordillera supuestamente de los Andes,
¡ la que, además, nos facilita una pista importante!
Aquí no descartamos, sin embargo, que, en un 1·emo­
to pasado llegaran a la Tierra seres procedentes de otro
planeta. Es más, lo mantenemos y lo defendemos como
hemos hecho en obras anteriores nuestras de esta misma
colección. Pero cttando esto ocurrió el mundo que habi­
tamos se parecía muy poco al de �hora. La geología nos
demuestra que los ca1nbios son continuos y en do11de
hubo tierra firme ahora puede haber mar.
Por otra parte, de 11uestra prehistoria sólo conoce­
mos muy poco, ya que partimos de hace veinte o treinta
mil años, a lo sumo, y no creemos que se descubra mu­
cho más de lo hasta ahora descubierto y que corres-
ponda a fechas mt1y anteriores.

Si apareció el Horno Sapiens en algún lugar de nues­
tro mundo, posiblemente ese Paraíso Perdido ya no exis­
ta. El hombre de_ Cro-Magnon es una especie demasiado

'134
L:\·ulucio11a<la ya para que, sin más ayuda que la selec·
ció11 natural, haya pasado de ca,,ernícola a supertécnico
en un período tan corto. Creemos que, por el contrario,
el hombre llegó del exterior y tras una larga historia de
v·icisitudes, retrocedió a lo qt1e llamamos la Era Antro­
pozoica o Cuaternaria.
Supongamos que durante esos dos o tres millones de
años llegó la astronave que hemos aludido antes. Los
seres que vi,1ían en la Tierra eran antropoides, primates
o simples simios, lo que no es óbice para que alguno de
ellos, o muchos a la vez, fuese <<educado>> por los visi­
tantes. Luego, o se fueron los alienígenas o se mezcla­
ron con los aborígenes. Pero la <<mutación>> genétiéa ya
se había producido.
Luego, pudimos sufrir la <<invasión» de otros seres
antropomorfos. Incluso hay quien asegura que «descen­
demos>> de seres que, previamente, se habían ido de la
Tierra· y a su regreso, por esa misteriosa ley de la relati­
,,idad temporal, ¡fueron los continuadores de la especie!
Hay muchas posibilidades de que el Universo esté
más densamente poblado de lo que -suponemos y hasta
de que los <<dioses>> del pasado hayan e.xistido, en forma
de superhombres, magos, rC)'es o hasta gigantes de entre
dos o tres metros de estatura, cosa que la biogenética
no desca1·ta en absoluto, ya que se trata de una simple
cucs tión de hormonas.
Ya te11emos al hombre ,,iviendo en la Tierra, tutelado
por sí mismo o por alienígenas. Para subsistir es pre-
ciso obtener alimentos y el mar ofrece abundancia pro­
teínica en los peces. Embarcaciones y redes son los útiles
necesarios, como el arado lo es para la agricultura. Si
los ·dioses enseñaron o no a los hombres la navegación,
la pesca y la agrict1ltura, no importa. Lo importante ocu-

135
rrió cuando, en algún lugar, la tierra te1nbló, se hundió
o se inundó. Esta catástrofe se está repitiendo continua.
mente durante siglos. La muerte i11di\1idual o colccti,·a
es el tributo que el hon1bre paga poi· la ,rida.
¿ Y pues? I-Ienos aquí ante la ignora11cia de cuántas
civilizaciones han surgido e11 nuestro planeta. De tres ·o
cuatro mil años antes de J. C. tenemos noticias de algu.
nas, así como de vestigios inclasificables aún que podrían
testimoniar la existencia de otras. Y l1enos también en
la ignorancia de lo que nos ocul ta11 las aguas oceánicas
en sus profundidades, }·a que el mito de la Atlántida no
ha sido descartado aquí, como señalan1os. Los diálogos
de Platón son un argun1ento tan válido co1no cualquier

otro, si estuviese apoyado poi· algún otro testimonio, de
lo contrario, sólo puede quedar en l1ipótesis.
Ahora bien, en lo tocante a civilizaciones anteriores
a la sumeria, acadia, babilónica, fenicia o griega, ponga­
mos por caso, las que l1ubie1..an podido existir anterior­
mente, o sea más allá de ocho o diez mil años, poca
huella podrían l1abernos dejado res1Jecto a .una descrip­
ción más o menos fidedigna de las costas y litorales,
puesto que de sobra sabemos que hay regiones que se
están hundiendo paulatinamente bajo las aguas, mien­
tras que en otros lugares afloran tierras o islas. La Tie­
rra está en ininterrumpida transfor1nación. Pero mapas
del Mesozoico o el Neozoico poco podrían interesarnos.
¿Con qué los íbamos a comparar?
No podemos, por tanto, suponer tina edad muy anti­
gua a los mapas que sirvieron de paLita para que Piri
Reis trazase los suyos, tan parecidos a los nuestros. Su­
poner que hace más de diez mil años el. mundo era
como es aho1·a es tanto como decir que la glaciación de
Würn1 III es un cuento inventado por los glaciólogos.

136
Pero, además, la Arqueología nos apoya al asegurarnos
que, cuando el mt1ndo era poco más o menos como es
ahora, o sea cuatro o seis milenios antes de J. C., el
hombre vivía de 11na forn1a más o menos primitiva en
casi todas partes menos en el Oriente Próximo.
�ste habría de ser, por tanto, nuestro punto de par­
tida para iniciar este capítulo de la Historia de la Nave­
gación, a no ser que descartemos la posibilidad de 11na
cultura precolombina en tierras del Nuevo Mt1ndo y que
los acontecimientos históricos hubiesen hecho desapare­
cer como tantas otras culturas y civilizaciones.
Por tanto, si en 11n remoto pasado existió t1na civiliza­
ción creada por seres extraterrestres, escasa o ninguna
relación debía tener con mapas de litorales que, como
máximo, pueden remontarse a diez mil años atrás, aparte
de que, como señalaron Paul-Emile Victor y Arlette Pel­
tant, ¿para qué querían 11n mapa sólo de las costas los
que podían contemplar la Tierra desde el aire? Ahora
sabemos que interesan tanto los mapas de «tierra aden­
tro• como los marítimos. Pero los de Piri Reis están en
la línea de estos últimos.
Descartada la posibilidad extraterrestre y de una ci­
vilización anterior a los diez mil años ¡ como podría
ser la de Atlántida o Mu, si es que existieron! , sólo
nos quedan civilizaciones relativamente recientes, pero
anteriores, con mucho, al siglo xv.
Ya hemos visto que sumerios, acadios, fenicios, grie­
gos pudieron haber reco1·rido las costas americanas.
Y hasta hemos barajado la posibilidad de que algun os
pueblos enigmáticos americanos, como los olmecas, hu­
biesen podido trazar los primeros mapas . y gt1ardar ce­
losamente el secreto de los lugares en donde obtenían el
cobre, el estaño, el oro Y. la plata. Ir por todos los puer-

137
·-u

·-e

-...,
(.)
:..,.
·-
......
(.)

C)

138
tos del 1\'lediterráneo revelando a las gentes de dónde
traían la mercancía es tanto como incitar a la compe­
tencia. Y ya ,·irnos a naves romanas seguir a las carta­
ginesas pa1·a enterarse de la situación de las misteriosas
islas Casitérides.
Por lo tanto, 11uest1�a opinión es que los mapas en que
se inspiró Piri Reis fueron hechos por navegantes que re­
corrieron. el mundo antes de J. C., pero después de
que el .hipotético hundimiento de la Atlántida se hubiese
producido. Esto es tanto como decir que durante el
transcurso de los diez mil años anteriores a J. C., nave­

gantes desconocidos visitaron la Antártida, Groenlandia

y la costa sur de América.
Como, por otra parte, retroceder mucho en el tiem­
po no nos conduce a nada seguro, lo más lógico es su­
poner que estos navegantes pudieron existir sólo unos
miles de años antes de J. é., ya en un período relativa­
mente histórico, en el cual entran perfectamente gentes
como los fenicios o los griegos.
¿ Qué posibilidades tuvieron éstos de· haber realizado
viajes transatlánticos? Al· parecer, todas. Poseían naves
que, sin llegar a ser el Titanic o el Queen Mary, podían
transportar hasta quinientas o más personas. Utilizaban
velas y remos. Pero las corrientes del Gulf Stream han
demostrado incuestionablemente que hasta sin arboladu­
ra se puede viajar de Europa a América y viceversa. Ese
enigmático «Dragón>> que se muerde la «cola», como
simbólicamente llamaron los antiguos a la corriente del
Golfo, llevó a celtas, bretones, escandinavos, árabes,
portugueses y españoles, al otro lado del océano.
¡ Y sabemos que mil años antes de J. C. los fenicios
ya comerciaban en Gades, Tartessos, Lixur y las Islas
Afortunadas!

139

Luego, poseemos los relatos de Herodoto, Diodoro


Sículo, Apolonio de Rodas, Homero, Avicena y muchos
otros. Los hallazgos arqueológicos de América son otra
prueba·, aunque algunos se empeñen, por defender la
teoría del aislacionismo america110, en afirmar que son
falsas. Y, por si no fuese bastante, cuando estudiamos
las culturas americanas precolombi11as, nos encontra­
mos con pueblos de enigmático origen y perdidos en la
nebulosa del tiempo, pero que construyeron templos y
n1urallas de una «factura» ciclópea, superior, si cabe, a
la arquitectura micénica, egipcia o griega.
Desbrozando el terreno, vemos también que fue un
pueblo desarraigado, de indefinido origen, mezcla tal vez
de razas tanto orientales como occidentales, llamados
los «púrpura», «rojos>>, p1ínic9s o fenicios, a los que se
ha pretendido desprestigiar acusándoles inclus9 de ofre­
cer sacrificios humanos a sus dioses, los que domina­
ron tanto las costas mediterráneas como atlánticas en
unos tiempos casi olvidados. Y fue este pueblo el que
aportó el alfabeto a la Humanidad, ayudó a construir
el templo de Salomón y extendió el .comercio por todas
partes, fundando colonias-factorías, ciudades-estado y
una cultura que, necesariamente habría de despertar la
envidia de otros pueblos, como el egipcio, el griego o
el romano.
De las experiencias de los marinos fenicios, los grie­
gos de Alejandría· pudieron obtener ventajoso provecho.
Cartógrafos como Eratóstenes y Ptolomeo hicieron sus
mapas que, al parecer, no eran correctos. Y debemos
suponer la razón ya que en ninguna mente cabe la idea
de facilitar medios al enemigo para que nos ataque.
En la Antigüedad, como en todos los tiempos, se
guardaban secretamente los lugares en donde babia ri-

140
..
queza, ya que no se tenía otro modo de p1X>teger la «p1�0.
piedad». Ofir, el país de PtJot, Parvaim, etc., son el ejem­
plo clásico de esta política «ocultista», ya que ni han
podido ser localizados. El oro representaba el poder en­
tonces y ahora y divulgar a los cuatro· vientos dónde se
obtenía era y es una necedad impropia de la condición
humana.
Dijimos que Homero y. Apolonio de Rodas, en La Odi·
sea y Los Argonaittas, tal vei pretendieron difundir en·

tre los griegos un «mapa escrito», con las rutas, días de


navegación o puntos de referencia· a modo de latitudes
y longitudes, para que· no se perdiera la situación del
lugar en donde habían encontrado riquezas. Libros de
«aventuras», aparentemente, que podían tener claves se­
cretas para poder navegar hasta la Cólquida, las islas
Casitérides o la región del Termodonte (Amazonas), en
cuyas riberas se encontraba oro.
También pudieron aprender esto los griegos de los
marinos fenicios con los que convivieron. Los esclavos
solían viajar con sus amos y su aciago destino les obli­
gaba a la infidelidad, si, a cambio, obtenían la libertad
o un trato más justo.
Para confir1nar o corroborar cuanto estamos dicien­
do, existen además las leyendas de los· «dioses>> que apa·
recieron en América en distintas épocas y lugares. Sa­
bemos, por ejemplo, que cuando Hernán Cortés desem­
barcó en México, los nativos le acogieron como al dios
Quetzacoatl que había prometido regresar. Los aztecas
conservaban recuerdos del pasado de «hombres �lancos
y barbudos» que difundieron entre ellos una religión
del bien.
En Perú, los incas de Atahualpa también creían en
el retorno de Viracocha, que había llegado tiempo atrás

141

por mar y se marchó del mismo modo. El hombre blan­


co, incluso, había fundado pueblos en América y sus des­
cendientes, mezclados con las tribus indias, eran rubios,
de oj·os azules y piel ano1·malmente blanca.
Luego tenemos el enigma de los vestigios arqueológi­
cos. Las enormes pirámides de Yucatán; de Cbolula, de
Teotihuacán, de Guatemala y de diversos lugares del al­
tiplano andino, de una similitud con las antiguas cons­
trucciones asirias, babilónicas o egipcia�, nos sugieren
que algún vínculo debió existir en el pasado sin que
podamos precisar cuándo entre las civilizaciones asiá­
ticas, africanas y americanas.
Este último es un argumento muy sólido. Antropólo­
gos, etnólogos, arqueólogos o paleólogos no se ponen de
acuerdo para explicar este comportamiento, pero se va
abriendo camino la lógica de la intercomunicación, y de
lo que se trata ahora es de establecer cómo, cuándo y
por quién se efectuó.
El profesor Charles H. Hapgood no vaciló, en su obra
Maps of the Ancien Sea Kings, al decir que hace 11n siglo
empezó a retroceder la cronología de la Historia, y que
lo que hasta hace poco se consideraba como algo recien­
te hay que situarlo mucho más atrás, en el pasado. Los
egiptólogos modernos, como André Pochán, colocan ya
la primera dinastía egipcia en el 5619 antes de J. C., o
sea más de dos mil años antes de lo que creían Maspero,
Flinder Petrie, Lepsius y otros.
Y de creer a Sergie Hutin, Le Plongeon o James
Churchward, la historia habría de retroceder setenta y
dos mil años,. según las <<observaciones astronómicas» de
mayas o caldeos. ¿O fueron éstos un mismo pueblo,

asentado a ambos lados del mundo, para mejor contem­
plar las estrellas?

142

Civilizaciones míticas, como fueron Troya y Creta,


gracias a investigadores como Schliemann y Evans, han
pasado a históricas. En Tiahuanaco se pueden descubrir,
en cualquier momento, huellas del pasado que, debida­
mente interpretadas, nos revelen cosas sorprendentes.
De hecho, esos descubrimientos se han efectuado ya en
América, pero falta la interpretación correcta. Nos es­
tamos refiriendo a las piedras grabadas de lea (Perú),
a las esculturas enigmáticas de Marcahuasi, que divulgó
ampliamente Daniel Ruzo, al <<cosmódromo>> de Nazca,
cuyas misteriosas líneas sólo pueden ser contempladas
desde e] aire y a muchos vestigios más túneles andi-
nós, esferas de Costa Rica, esculturas colosales e incla-
sificables, la losa del Templo de las l.nscripciones, de
Palenque, con su «cosmonauta», etc. , todo lo cual, al
menos, nos obliga a una revisión metodológica y a una
nueva cronología histórica.
Charles H. Hapgood dijo que era necesario continuar
investigando, no sólo en los mapas antiguos, sino en los
lugares más destacados de ellos, a fin de encontrar las·
huellas de la civilización que se extendió por el mundo
hace diez mil años.
Sir Francis Bacon (1561-1626), filósofo y político inglés,
en su lnstauratio Magna insinuó que Platón, al hablar
de la Atlántida, lo hacía de la América recién descubier­
ta. Y esta idea nos parece bastante se11sata puesto que
se trata de un verdadero continente que siempre ha exis­
tido y que, en el siglo xv, cua.ndo fue descubierto, ya
ofrecía vestigios de unas civilizaciones altamente desa­
rrolladas, ¡ pero no desvinculadas del Viejo Mundol
�ste es, pues, nuestro caballo de batalla. Hubo un
tiempo en que América, con el nombre de Antilia o An­
tilla, estuvo siendo visitada. Y son muchos los egiptólo-

143
gas que nos aseguran algo verdaderamente digno de
tener en cuenta: cuatro mil años antes de J. C., los egip­
cios efectuaron la primera navegación a vela. Pero mil
años antes, o sea en el 5000 antes de J. C., ¡ ya se extraía
cobre en Isle Royale, Lago Superior (Estados Unidos)!
De creer al egiptólogo André Pochan, el faraón Keops
vivió entre los años 4829 y 4766 antes de J. C. Pero otros
arqueólogos nos aseguran que la primera gran pirámide
fue construida allá por el año 2500 antes de J. C. La Histo­
ria es confusa a este respecto, pero tenemos el dato des­
concertante de la minería, que nos facilita James Bailey
en Los dioses reyes y los titanes ( op. cit.), coincidente
con hallazgos paleolíticos, tanto �n Oriente Medio como
en Europa, que sugieren algo así como ritos funerarios
. . .
y creencias metemps1qu1cas o reencarnat1vas, ¡ya que a

los difuntos se les embadurnaba con ocre rojo!


¿ Significa esto que los hombres primitivos necesita­
- ban esta pintura para sus ritos funerarios, como siglos
después necesitarían cobre y estaño para obtener herra­
mientas, hachas en particular, más sólidas?
El ocre rojo, o variedad terrosa del oligisto, es una
mena del hierro. Y parece incuestionable, segú11 exper­
tos de los laboratorios de Yale y Groninga, que hace más
de cuarenta mil años se extraía de las minas de Ngwenya
(Swazilandia). No es que se pretendiera obtener hierro
-·i cosa que no descartamos en absoluto! para fabri­
car hachas más resistentes que las de bronce, en épocas
anteriores a la Edad de este metal o aleación.
Sabemos, por otra parte, que el color rojo era el pre­
ferido de los dioses. Las Pirámides de Egipto estaban

pintadas de este color, al igual que las de México y
Sudamérica. En Europa había ocre rojo, pero hubo una
época en que de estas latitudes apenas si quedó un ani-

144


mal de caza. Nos referimos a cualquiera de las glaciacio­


nes que se produjeron entre ]os años 110.000 y 10.000
(cuarta glaciación, Würm III, II y 1), si el geofísico se1·­
vio, A. Milankovitch, con datos que nadie le ha discu·
tido, no estaba en el errQr.
¿ Y qué sucedió, por ejemplo, durante la última de
estas glaciaciones? Sencillamente, que el hielo hizo re­
fugiarse' en caverna� a muchos seres, mientras que otros
se retiraban hacia las zonas cálidas del Ecuador. Y pién-
sese que en aquellos tiempos ya se conocía la navegación,
aunque no fuese a vela.
Tenemos una idea bastante confusa e incoherente de
los pueblos, tribus o razas que poblaban nuestro mundo
hace cuarenta mil años. Pero· sabemos que por entonces
aparece el hombre de Cro-Magnon en Europa. Estamos
en el Paleolítico medio, ¡ pero ya existe un calendario
lunar, hecho de hueso! (Hallazgo en la Dordoña (Fra11-
cia), hace cincuenta años. Alexander Marshack, del Mu­
seo Peabody, de Harvard, sugirió que las señales del
asta de reno constituyen un registro de las fases de la
Luna. ¡ Aquí no inventamos nada! )
Y, por las mismas fechas, aproximadamente, los re·
fugiados en las cavernas de Francia y España, obligados
por los hielos, se entretenían en pintar los techos y pa­
redes con animales qtte, prácticamente, habían desapa­
recido. Altamira es un alto exponente del uso que los
antiguos hacían tanto del ocre rojo como del consumo
de �}mejas y mejillones, puesto que la caza habíase des­
vanecido. ¿ Se extraña alguien que, en tales circunstan­
cias, los hombres del Cro-Magnon se hicieran pesca-
dores?
Recurramos de nuevo a Raymond A. Dart (op. cit.),
para que nos apoye con sus palabras. Y nos dice: «La

145

necesidad básica de la raza del Mesolítico y del Neolí­


tico durante los últimos diez mil años antes de J. C. fue
conseguir mejores hachas para fabricar vehículos mari­
nos más eficaces, como canoa� y barcos de vela, con la
corteza y la madera de los árboles mayores y más lige­
ros. Aquellos hombres dependían de la pesca más que
de la caza, que fue escaseando progresivamente durante
la última época glacial. En el mismo caso se vieron to­
dos los pueblos de Europa, el Próximo Oriente y África
del Norte, durante los treinta mil años anteriores. La
afición por las conchas marinas y las espinas de pez para
la decoración personal, la invención del arpón y de la
lanza de pesca, conocida en América como el '' atlatl ",
son manifestaciones del Aurifiaciense, es decir, del Pa­
leolítico superior.•
Egipto y Sumer empiezan a despertar de su letargo
de siglos después de la última invasión glacial. Mientras
en Europa se pintan bisontes en los techos de las caver­
nas, Manetón, según Eusebio de Cesarea, nos cuenta que
se inicia la Historia de Egipto con la dinastía de los
Dioses, allá por el año 30.544 antes de J C. ¡ Y esta di­
nastía duró 13.900 años!
Piénsese que por entonces se hacían estatuillas para
rendir culto a las diosas-madres y a la Naturaleza. Los
adoradores del Sol surgían por doquier, después �e si­
glos de frío, nubes densas y hielos casi perpetuos. Es
por entonces cuando se producen las primeras migra­
ciones hacia Australia y surgen los ·primeros americanos
que, según unos, llegaron de Siberia a través del estre­
cho de Bering y otros, del Pacífico o de Europa, nave­
r
gando. Naturalmente, todos debían huir del f ío y del
hambre; sólo por estas. razones abandona el hombre su

hábitat. Y el frío hizo que se hicieran ropas adecuadas,

146

de pieles, y se inventara la primera aguja de coser, que


los paleontólogos sití1an allá por el año 20.000 antes
de J. C.
Huellas inequívocas revelan que en aquel tiempo se
realizaron las primeras cacerías de bisontes en las lla­
nuras de Norteamérica. Se empleaban para ello instru­
mentos _de piedra y hueso. Luego, las «hordas» invasoras
continuaron su peregrinaje hacia el Sur, donde no tar­
darán en aparecer el maíz, el algodón, la patata... ¡ y los
primeros agricultores! El Sol había vuelto, y con él la
vida. Adorar al Sol fue tin acto reflejo colectivo inter­
continental que preocupa hondamente a los investigado­
res, porque entre continentes aislados esta similitud de
creencias es desconcertante.
Pero hemos de tener en cuenta la peculiar caracte­
rística htimana de no arredrarse jamás ante lo imposi­
ble. ¿Y por qué habría de parecer imposible cruzar el
Atlántico si alguien tuvo -que ser el primero y, volviese
o no, demostraba lo realizable de la empresa?
Ante nosotros tenemos tin recorte de prensa en don­
de se nos dice que el inglés Andrew Wilson, de veintidós
años, va a tratar de cruzar el Atlántico en tina barca de
remo. «El atrevido estudiante añade la información­
está decidido a batir el actual récord de setenta días, es­
tablecido por Tom McClean, quien también cruzó los
3.500 kilómetros en tin bote de remos. »
La travesía piensa hacerse desde Terranova a Irlanda
en este próximo verano (1980), pero al joven Andrew Wil­
son no le arredra nada, ya que ha dirigido recientemente
tina expedición de seis hombres al Polo Norte.
¿ Comprenden lo que queremos decir? Esto se hace
ahora por amor al deporte. ¿ Y cuando se tenía que ha­
, cer por necesidad, hambre o cwiosidad? No hay obs-

147
táculo que se oponga a las empresas del hombre y ha
quedado bien demostrado. Por ello estamos seguros de
que hace mucl1ísiruo tiempo, segura1nente en los albores
de la Humanidad, alguien cruzó el Atlántico, aunque no
podamos decir en qué dirección.
Por lo tanto, estamos en la obligación de reconocer
que, en tiempos mucho más remotos de lo que algunos
están dispuestos a admitir, el hombre se hizo a la mar
y cruzó los océanos en todas direcciones. Se alimentó
de peces y bebió del hielo derretido de los «icebergs»
-aunque bien pudo llevar odres de agua consigo-, y
cuando las corrientes lo desviaban posiblemente utiliza­
ría el remo. Así se llegó a Australia, a América y, tal
vez, procedente de Centroamérica, siguiendo las corrien­
tes surecuatoriales del Pacífico, se alcanzó las islas Fili­
pinas, el surdeste de Asia y pudo establecerse en el Valle
del Indo, como aseguró Valmiki, al referirse a las expe­

riencias náuticas de los mayas o sus antepasados .
Naturalmente, creemos que no fueron aquellos los
tiempos en que se trazaron los mapas de los que, trans­
curridos los siglos, copiaría el almirante Piri Muhyi 'I
Din Re'is, entre otros motivos porque la escritura no
surgió hasta mucl10 después.

Lo que �inceramente opinamos es que los mapas de
Piri Reis fueron copiados de 'ºs que, sin duda al·guna,
trazaron los marinos de la llamada talasocracia, los pue­
blos del mar, o sea los fenicios, los cretenses o los aqueos,
sin olvidar por un instante que desconocemos cuál fue
el verdadero origen del pueblo egipcio.
Y, por supuesto, no olvidamos que en Santa Rita, jun­

to al lago Maracaibo (Venezuela), se ·encontró una pin­
tura «rupestre>> en donde aparecían el nombre y los tí­
tulos de Sargón �e Akad, correspondiente al año 2370

148

a11tes de J. C. De no tratarse de una broma de 1nal gusto


de alguien que pretendió vincular Sumer con Venezuela
en el pasado, la prueba de los viajes transatlánticos en
el tercer milenio antes de J. C. quedaría establecida.
Pero hay más. En Nuevo México se encontró no h��e
mucho un colgante que los in,,estigadores atribuyen a
Naram-Sin, nieto del fundador de Akad y Sumer.
Y otro «detalle»: alrededor del año 1800 antes de J. C..
cuando el Imperio egipcio se empezó a extender por Asia,
se construyó el primer «canal» de Suez. Y nos pregun­
tamos, ¿para qué querían unir el Mediterráneo y el Mar
Rojo?
De todo eso hablaremos en el último capítulo .

149

- •

'



VIII. WS CRETENSES

, «Minos, rey de Creta -isla medi­


terránea donde nació Zeus-, vivió
en Knosos y fue el primero en esta­

blecer el poder nava:l.i.

Tt1dclides ( 460-402 a. J. C.)

Como introducción a esta parte final de nuestro es­


tudio, citaremos a un famoso mitólogo español, Juan B.
Bergua, en un párrafo de su Mitología griega, que dice:
«Basta ver en un mapa la situación geográfica de la
isla que los griegos llaman Kreta o Krete, hoy Creta o
Candía, para darse cuenta que está aproximadamente a
la misma distancia de la Grecia peninsular que de la
isla de Rodas (la «Rodos» griega), vecina de Karia, comar­
ca ya del Asia Menor. Y naturalmente, no es difícil com­
prender q1ie su religión tuvo que sufrir las dos influen-
cias: la griega y la asiática; más particular111ente, la
fenicia. Si ahora tenemos en cuenta que esta isla, llama­
da por 1-Iomero "la vasta Kreta , grande, de cerca de
n

9.000 kilómetros cuadrados, que se extiende de Oeste a


Este en una longitud de 260, y en cuyo suelo se levantan
montañas como la famosa Ida cretense, de 1.457 metros
de altura, y no es la mayor de la isla; si tenemos en
cuenta, decía, que esta isla tuvo en la época protohistó­
rica que los arqueólogos llaman minoense, tina sorpren·
dente y rica civilización, más antigua y admirable aún

151
que la miceniense, y que, evidentemente, ejerció una ac­
ción enor111e en toda la cuenca del mar Aigeus, se com­
prenderá la importancia de esta isla, y por ella la de
Minos, su rey héroe histórico, legendario.»
Precisamente, en Creta, según la leyenda mitológica,
fue donde nació Zeus, en una gruta del monte Ida. Zeus
«tuvo amores» con Europa y de esta unión «divina»
-¡ vayan los mitólogos modernos o los evemeristas a
interpretar esto como quieran! , nació Minos, el legen­
dario rey de Creta-, que no sólo es el hijo, sino también
el amigo del Dios Padre (Zeus = Júpiter = Dios).
La mitología clásica griega nos cuenta que Minos fue
a visitar a su padre a la gruta y allí Zeus le instruyó y le
facilitó un código legal. Contrajo matrimonio; con Pasi­
fae, hija de Helios ( el Sol) y Perseis. El trono de Creta,
según la leyenda, lo consiguió con ayttda de un gran toro
que Poseidón hizo surgir de las agt1as y que fue guardado
por Minos ·para mejorar la raza de sus rebaños. Pero
Poseidón dio al toro tal acceso de rabia que sólo Hércu-·
les pudo acabar con él.
Pasifae, esposa de Minos, tu\'O contacto carnal con el
toro y el resultado fue el nacimiento del Minotauro, al
que Minos �ncerró en el Labe1·into construido por Déda­
lo. Parece ser que el rey Minos fue un auténtico muje­ •

riego y los celos de Pasifae hicieron que todas las aman­


tes de su esposo se vieran transfo1·madas en serpientes
y e�corpiones. Pero Procris, ayudada por Circe, deshizo
el hechizo.
La Mitología termina diciendo que el rey Mi11os, igual
que Osiris, el Rey-dios de los egipcios, cuando murió fue
• a ejercer de juez a los infiernos.
José Pijoan, en Historia clel Mundo (Salvat, 1961), con
mucha menos mitología, nos cuenta: « F-ste rey de Creta,

1.52 •
f

que acaso personifique a toda una dinastía, vive en Kno­


sos y, según Tucídides, fue el primero en establecer un
poder naval. Herodoto dice que Minos, el rey de Kno­
sos, es el primero de los griegos que se hizo dueño del
mar.•
Ignoramos quién «lapidó» la frase de «el dueño de ,in
mar lo es de todos los mares», pero sabemos demasiado
bien que esto es cierto, no importa lo ancho que sea el
mundo y lo pequeño que pueda ser un barco. El Imperio
otomano, al que pertenecía Piri Reis, se ht1ndió · cuan­
do, en Lepanto, un golfo de Grecia al noroeste del de Co­
rinto, aquel 7 de octubre de 1571, la Ar1nada de la Cris·
tiandad, al mando de Juan de -Austria, compuesta de
208 galeras, derrotó a las 260 galeras de la flota de Ali
Bajá.
En 1588, o sea diecisiete años después de Lepanto, la
Arn1ada Invencible, enviada por Felipe 11 a invadir In·
glaterra, quedó destruida por la flota inglesa y las tem­
• pestades, en el Paso de Calais, lugar que desde entonces
todos los españoles conocen como el Canal de la Man-
cha. Y, desde aquel momento, hasta la Segunda Guerra
Mundial (1939.1945), el predominio naval británico en
todo el mundo fue indiscutible.
Ser el dueño del mar, por tanto, significa algo muy
importante para cualquier pueblo. Los fenicios lo fueron
durante muchos años, aunque su poderío no fue mili­
tar, sino comercial. Y, por extraño que parezca, los feni·
cios tuvieron mt1cho que ver con los cretenses.
El mítico rey Minos gobernaba en casi todo el Medi­
terráneo. Imponía tributos a Sicilia y Atenas, a la cual
exigía que, cada nueve años, se debía enviar a Creta siete
parejas de jóvenes, las cuales serían sacrificadas en el
Laberinto del Minotauro. Dice la leyenda que el príncipe

153
ateniense, Teseo, fue a Creta a poner término a este hu­
millante tributo, y tuvo la suerte de «caer bien• a la hija
de Minos, Ariadna, la que le ayudó a entrar y salir del
Laberinto, dándole 11n ovillo de hilo. Teseo mató al Mi·
notauro y regresó a Atenas, no sin antes arrojarse al mar
a recobrar el anillo de oro que el rey de Creta había arro-·
jado al agua.
Y José Pijoan nos dice: <<He aquí otra fase de la le-
•••

yenda: el anillo, símbolo del poder, el cetro del mar,


pasa de Creta a Atenas con Teseo. Minos muere en 11na
expedición contra Sicilia. Poco después de su mue1'1e,
Creta queda desolada y tienen que poblarla otras tribus,
especialmente griegas, dice Herodoto.,,
1
¿Y cuándo tuvo lugar todo esto?� podemos preguntar
nosotros. No hay respuesta concreta, pero los arqueólo­
gos nos aseguran que 8.000 añós antes de J. C. se fundó
Jericó, en el valle del Jordán, aunque, Catal Huyuk, Ha­
rappa y otros lugares de Oriente y Asia Menor parece ser
que no son muy posteriores. Pero, por otra parte, se nos
dice que en Colombia, por aquellas fechas, ya se culti­
vaban los pimientos y que en Norteamérica se había do­

mesticado al perro.
En el mes de marzo de 1900, 11n próf�sor de Oxford,
llamado Arthur Evans (1851-1941 ), iniciaría las excava­
ciones del palacio de Knosos, en Creta. Y un año .des­
pués, o sea en abril de 1901, Evans anunciaba en la
Monthly Review, de Londres, haber descubierto el famo­
so Laberinto del rey Minos, confirmando la leyenda que
los historiadores griegos, incluyendo a Platón, habían

considerado como fábulas y cuentos de viejas.
Casi al mismo tiempo, el profesor Halbherr, de Roma,
· excavaba un palacio similar al de Minos, pero en otro
lugar de la isla de Creta, en un paraje llamado Festos.

1'4

Y allí aparecería el famoso disco de Festas, todavía in­
descifrado, que está dividido en palabras.
Parece ser que ab11ndan los escritos de los antiguos
cretenses. En el palacio de K.nosos se hallaron archivos
de tablas de arcilla con incisiones que todavía no han
podido ser descifradas. Son dos los sistemas de escritura
cretense: 1100 es jeroglífico, con representaciones de ob­
jetos reunidos por sílabas y el otro el de escritura cunei­
forrne o incisiones en barras de plomo, que fue encon.
trado en Creta y en la propia Grecia.
José Pijoan nos dice que «estas marcas lineales agru­
padas como sílabas han sido descifradas recientemente
por 11n arquitecto londinense_, y por lo que se desprende
de sus estudios algunas veces son análogas al lenguaje
griego más primitivo y otras reproducen nombres de
personajes homéricos. »
Desde Creta se comerció con Asia Menor, en donde
habitaban frigios, lidios e hititas. Se trató además con
los egipcios, quienes han dejado constancia de los «pue­
blos de la isla», llamados también «kafti», y que han
aparecido en muchas pinturas sepulcrales faraónicas.
Sabemos, también, que los marinos cretenses estuvie­
ron en Sicilia, Venecia, Marsella, Mallorca y en la Penín­
sula Ibérica. «Minos y los reyes tartesios de Andalucía
- ,asegura José Pijoan debieron de sostener relaciones
que dejaron indelebles huellas en los pueblos españoles
de raza mediterránea. La cerámica ibérica tiene influen­
cias de las cerámicas prehelénicas. »
Y no es necesario que añadamos nosotros el singular
culto al toro de lidia que tanto practicaron los creten­
ses, rafees imborrables en España y que, según Platón,
tuvieron su origen en la mítica Atlántida. La «tauroka·
thapsia» o salto del toro, una suerte de la lidia que aún
practican los for�ados portugueses, nos sugiere un ori-
gen comúi1 a estos. pueblos de la Antigüedad.
La civilización minoica desapareció hace muchos años
y no es descabellado pensar que sus gentes hubieran
«huido» o emigrado hacia Occidente, en busca de las.
Hespérides, la Atlántida o las costas de América, ya que
sus naves estaban en condiciones de cruza1· el Atlántico.
Y tampoco es un disparate sugerir que los constructores
del Palacio de Knosos, obra verdaderamente impresio­
nante en una época en que alin no se habían alzado las
piedras de Stonel1enge, bien pudieron ser los que instn1-
yeron ¡ o realizaron por sí mismos! las grandes obras
arquitectónicas de México y Yuca�án, o, quizá, las de
Tiahuanaco. ¿Por qué no?
Para esta cuestión de las. fechas queremos apoyarnos
en el prestigio del profesor Pijoan, quien nos dice en su
Historia del mundo:
«Así, pues, hoy distinguimos en la civilización medi­
terránea, que floreció primero en Creta y después en la
Grecia propia, tres tipos de cultura: minoano antiguo,
minoano medio y minoano moderno. La cultura micénica
parece pertenecer al minoano tercero; los poemas ho­
méricos serían un eco de esta última época, que fijamos
1
hacia el 1300 antes de J. C. Evans dice: ' Nada posterior
al 1200 puede llevar el nombre de minoano." Y como de
esta fecha a ]a primera Olimpíada van seis siglos, ello
explica que se olvidara todo y que cuando Grecia volvió
a tener noción de su existencia como pueblo, ya Minos
era un monstruo o un semidiós, Teseo un héroe legen­
dario y el palacio de Knosos m1 laberinto. >>
«Pero si el 1200 antes de J. C. es la última fecha de
las civilizaciones minoanas, ¿ cuál será la de su origen y
cuándo empieza a revelarse esta civilización original me-



diterránea ?» Con esta pregunta, José Pijoan nos evita


l1acerla a nosotros, )' nadie con más autoridad que él o
Arthur Evans para contestarla. Les dejamos ]a palabra
por eso de que a cada cual lo st1yo. Según Evans, �los pue­
blos de las islas del Mediterráneo oriental desarrollaron
su cultura sin grandes influencias exteriores, avanzando
gradualmente desde Ja Edad de Piedra, y el primer pe­
ríodo minoano puede hacerse empezar hacia el 3000 an­
tes de J. C. » .
Esto, por supuesto, sólo es una conjetura. Jericó, en
un lugar relativamente próximo, se fundó 8000 años an­
tes de J. C. y pronto sería un gran centro comercial.
Catal Huyuk no estaba tampoco muy lejos. Pero debie­
ron existir otros focos de «irradiación» que los arqueólo�
gos no han encontrado. Y todo parece indicar que hacia
el Mediterráneo afluyeron dos corrientes culturales: una
procedente del Este y otra del Oeste. La Atlántida «si­
tuada más allá de las Columnas de Hércules» y las leyen­
das de Anteo, Gerión, Herac1es, los toros y las manzanas
de oro, por no mencionar la aventura del Vellocino de
Oro, nos remiten a una cultura occidental, que también
influyó en Egipto. Pero el Lejano Oriente, los arios, cau­
casios, indoeuropeos, carios. hititas y demás razas afluían
desde el otro lado del mundo, ¡ un mundo que, no lo du­
den, era tan redondo entonces como ahora!
En Europa se vivía en cabañas de troncos. Las tribus
11ó1·dicas huían de los rigores de} invierno, de los hielos
y del hambre. El Mediterráneo se nutría de estas oleadas
pe1·i6dicas que, du1·ante siglos, configuraron la geopolí­
tica de los pueblos antiguos, cualquiera que fuese el nom­
hr6 con el que se le quiera llamar. Pero 3000 años ,antes
de J. C. había pueblos en el Mediterráneo con capacidad
11a,�a1 para emigrar, especialmente si sabían que a] Oeste

157
existía un paraíso terrenal, invadido de exótica y luju­
riante vegetación, plagado de caza y cubierto de una ri­
queza que había deslumbrado a los marinos cretenses,
minoicos, prehelénicos, carios o egipcios • ·i ya que esto
poco importa! cuando la descubrieron.
Y ante la amenaza continua de los dorios, aqueos o
gentes del Norte, ¿quién se resiste, si la llamada era tan
sugestiva?
No queremos decir que esto fuese así y que los tala­
sócratas (pueblos del mar) descubrieran América. Perso­
nalmente, intuirnos que América estaba descubierta
muchísimo antes. Pero de algún punto hemos de partir.
O bien los primeros habitantes del Mediterráneo llega­
ron de América o de algún continente atlántico interme­
dio, o en el trasiego que se produjo durante las últimas
glaciaciones pudieron llegar los americanos hasta el Me­
diterráneo. Posiblemente, esto no lo averiguaremos nun­
ca. Pero podemos aceptar que durante aquellos años
-3000 antes de J. C. · se iba y venía de América, por
poco ortodoxo que parezca.
Luego... Nuevos pueblos, nuevos estilos, decadencias,
olvidos, silencios y turbios intereses hicieron el resto.
América fue olvidada, aunque no para todos. Los fenicios
pudieron recoger la herencia y aprovecharla mientras les •

fue posible.
Hemos· de tener presente que el mundo no estab·a en­
tonces tan poblado como ahora. 3000 años antes de J. C.,
podía haber en todo el orbe de veinte a cincuenta millo­
nes de habitantes, que, comparados con los casi cinco
mil millones que somos ahora hay para reflexionar. Los
pueblos, sin embargo, tenían las mismas necesidades que
. hoy y el alimento cotidiano había que buscárselo. La
«reserva» americana, por tanto, debía ser sigilosamente

1.58

guardada como despensa para los momentos acuciantes,


que debieron de darse, como, según el Antiguo Testa­
mento, se dieron en Egipto y los pueblos del Oriente
Medio.
En resumen, y para no extendernos demasiado, pode­
mos aceptar el hecho de que los cretenses de la época
minOica y recordemos que por aquellas fechas desapa­
reció la isla de Tera, al estallar un volcán. pudieron
sufrir algún peligro, ya fuese telúrico o bélico, y sus na­
ves enfilaron hacia el estrecho de Gibraltar, para, des­
pués, cruzar el Atlántico.
Podemos aceptar también que los sumerios, durante
el reinado de Sargón el Viejo, pudieron asimismo realizar
la «proeza>> del descubrimiento americano. Y pudieron,
por idénticas razones, hacer lo mismo griegos, fenicios
o cartagineses. Luego, ¿qué sucedió en Europa para que
se cerrase aquel capítulo trascendental de la Historia?
Sencillamente, hizo su aparición el cristianismo, se arrin­
c..onaron dioses paganos y se pasó, de un período glorio­
so, como había sido el clásico griego, a un período de
oscuridad, de estancamiento feudal y de ignorancia, que
nos transportó hacia la Edad Media, época de magia, su­
perstición, fanatismo, dogmatismo y misticismo, con su
aciaga secuela de contiendas, plagas, holocaustos, perse­
cuciones, simonías, cruzadas, guerras santas y locuras.
Pero con el Renacimiento volveríamos a recordar que el
geocentrismo era un error, que el planeta era redan.do y
que más allá del horizonte había tierras ubérrimas que
nos estaban esperando.
Pero, afortunadamente, el conocimiento del pasado no
se había extinguido por completo, pese al incendio de la
biblioteca de Alejandría, por las legiones de César, o a
la quema de libros de León Isauro en Bizancio, algo se

159
salvó y el Saber, como poder oculto, se había ido trans­
mitiendo a templos y conventos, hasta terminar por re­
sucitar de nuevo.
Para ·1a Historia, Cristóbal Colón l1abía descubierto
América. Eso es cierto. Para nosotros, sin embargo, lo.
que hizo Colón fue redescubrirla. Y no queremos con
ello quitar mérito a su obra, aunque supiera a ciencia
cierta que al otro lado del Atlántico estaban las Indias
Occidentales.
Todo esto no altera los hechos. Si se sabía de la exis­
tencia de un nuevo continente, arrostrar el peligro de
ir hasta él sin experiencia alguna tiene un extraordinario
mérito. Pero si se tiene un mapa meticulosamente deta­
llado del lugar a donde se piensa ir, el mérito es menor,
sin duda.
Y nosotros, lo que nos proponemos afirmar aquí, por­
que los hechos y las investigaciones modernas realizadas
·e n Estados Unidos por un equipo de científicos lo con­
firma, es que ese mapa existía. Ignoramos quién lo hizo.
Tampoco s�bemos cuándo. Pero· sabemos que Piri Reis
copió unos mapas antiguos muy detallados ¡asombro­
samente descriptivos! . y tales mapas alguien tuvo que
hacerlos. •

Luego tenemos una cuestión importante que, delibe­


radamente, hemos dejado como c·olofón. Vamos a sacar­
lo ahora, y no crean que se trata de una baza oculta o
un as camuflado, no. Es, sencillamente, un argumento de
peso.
Nos estamos refiriendo al enigma de las escrituras. Pa­
rece ser que una civilización o cultura no está completa•
si entre sus dignatarios, sacerdotes o magos, no se escn-
be la ley o el código por el que tienen que regirse. Y sa-

160

bemos que esas escrituras existían, aunque no podamos
saber cuándo se emplearon.
Atengámonos a los hechos. Los mayas de Centroamé­
rica utilizaban una forma de escritura jero�lífica que, en
parte, ha sido descifrada. La otra parte, por razones que
ignoramos, sigue oscura y enigmática. Pero es que, ade­
más, a la cultura maya se le ha dado un período crono­
lógico posteI·ior al de las culturas occidentales, porque
no estaría bien visto que unos «bárbaros>> e ignorantes
castellanos conquistaran, o descubrieran, a pueblos mu­
cho más cultos y antiguos que ellos. Esto por una parte;
y, por otra, que nuestro Dios era el auténtico, y el de
ellos era falso.
El obispo de Yucatán, don Diego de Landa, ordenó
«purificar» con fuego los códices mayas salvándose
muy pocos de la quema y el resto lo hicieron los sol­
dados con la espada. A la galería europea se le dijo lo
que quería saber y el oro fue trasladado a España y
Roma.
¿Y la escritura maya? ¿Y la escritura preinca? Son
dos cuestiones distintas. La primera sigue ahí, revelando
que los sacerdotes ·astrónomos llevaban miles de años
observando el cielo y hasta conocían las fases de Venus.
Poseían un calendario tan perfecto como el egipcio y,
por si fuese poco, sus templos y construcciones eran más
admirables que nuestros viejos castillos. Y, por añadi­
dura, más sólidos.
La escritura preinca... ¡ No existía! «Estos indígenas
no saben leer ni escribir dijeron los cronistas castella­
nos . Utilizan Hquipos·, o sea cuerdas anudadas, para
recordar ciertas cosas. » Y no era cierto. En Cuzco había
un templo del Sol con inscripciones preincas. En Tia­
huanaco hay estelas y esculturas. con escritura jeroglífi-

161

ca. Pero no es eso todo. Parece ser que los antiguos pre­
incas, hombres blancos que habitaro=°" en las orillas del
lago Titicaca, se fueron hacia el Pacífico, arribando a la
isla de· Pascua, y allí se han conservado tablillas de es­
critura llamada <<rongo-rongo». cuya s·emejanza con la
escritura hindú de la Antigüedad es notable.
O sea que. aquellos antiguos pobladorés de América
sabían escribir, conocían la astronomía y, por supuesto,
navegaban sobre las olas. Hemos leído en la obra de Ja­
mes Bailey la frase de Beatrice Lillie acerca de las olas.
«Cuando se ha visto una ya se han visto todas.» Pero esta
autora, según Bailey, sostuvo que cuando nuestros ante­
pasados del cuarto y quinto milenio hubieron dominado
el océano, lo recorrieron todo, igual que los españoles y
los portugueses mucho más tarde.
Es cierto. Lo recorrieron. Tuvieron tiempo sobrado

para hacerlo. Pispusieron de medios adecuados: eµibar­
caciones para recorrer un mundo cubierto de agua en sus
dos terceras partes. Tenían que averiguar qué cantidad
de tierra les pertenecía y cuál era el territorio más idó­
neo para instalarse, dadas las cambiantes condiciones del
suelo que pisaban. Y obvio es decir lo que buscaban.
Pero hicieron más. Lo midieron, lo dibujaron y... ¿Lo
dibujaron?, puede algu ien pregunt. ar. ¿Dónde están los
dibujos? ¡ Vamos, por favor! ¿Puede durar algo más allá
de un tiempo lógicamente razonable? ¿No se cuidaron
en el pasado de que desapareciera el revestimiento que
cubría la Gran Pirámicle porque, al parecer, alií había es­
crito algo que los nuevos dirigentes no querían que pa­
sase a la posteridad?
Puede que existan esos mapas, aunque en tal caso de­
ben estar muy d·eteriorados. Pero la lógica nos hace su­
. poner que desaparecieron con el transcurrir del tiempo,

162
como la lógica también nos hace suponer que sin mapas
se hace muy difícil la navegación. Los libros antiguos se
reproducían a mano, se copiaban. Y no sería hasta que
Gutenberg inventó la imprenta que ·estas cosas se ven
con óptica distinta.
Y si se copiaba un libro, ¿por qué no iban a copia1·
]os mapas los marinos? Piri Reis lo hizo. Copió regiones
del globo .que sus contemporáneos no conocían por to-
das las razones que llevamos expuestas aquí. Y ya hemos
visto cuáles eran estas razones. Y piénsese también que
un mapa, a bordo de una embarcación, corría ta11to pe­
ligro como sus tripulantes.
Precisamente, Pierre Duval, en La cierzcia ante lo e.t:­
traño, reiteradamente mencionada aquí, dedica una parte
de su libro a explicarnos el enigma de la Máquina de
Antikythera, hallada entre los restos de una nave que se
hundió alrededor del año 80 antes de J. C., y que, según
el arqueólogo De Solla Price, se trata de un reloj ast1�0-
nómico «sin balancín y sin escape.>>, fabricado en bronce
y en el que se habían practicado soldaduras, posiblemen­
te autógenas. ¡ Caramba con los marinos de la Antigüe­
dad!
Naturalmente, el objeto estaba hecho 11na lástima �·
fue precisa una labor de restauración meticulosa y ar­
dua, pero que per111itió dejar al descubierto números e
inscripciones. El bronce resistió dos mil años de inme1·­
sión, pero los mapas, no.
Por otra parte, no son necesarios los mapas de pet·­
gamino, papiro o piel. El propio Charles H. Hapgood
pudo examinar un mapa de China, grabado en piedra er1
el año 1137, aunque ya era conocido muchísimo tiempo
antes, y pudo deter1ninar los grados de latitud y longi­
tud basándose en referencias fácilmente identificables.

163
Y Hapgood quedó convencido de que, en la Antigüe­
dad, hubo algu ien que trazaba mapas. del mundo con una
técnica sorprende11temente tecnológica.
Esa civilización tan avanzada, por supuesto, pudo de·
saparecer. Quizás, alguien encontró sus huellas y las con·
servó, reservándoselas para sí, y nosotros hemos estado
en la ignorancia de todo ello hasta que los· mapas de Piri
Reis l1an puesto a un grupo de técnicos y científicos so­
bre la pista de lo que, si guiendo el curso conocido del
progreso de los pueblos, era imposible que fuese cierto.
Y, sin embargo, lo es. En un remoto pasado al guien
estuvo en la Antártida y dibujó sus costas. El mismo nom­
bre de Antártida parece señalarnos el nombre de Ant, o
And, tan antiguo. Y el hecho de que la cordillera de los
Andes figure en el mapa, ¡ la única! , señala un camino
a seguir, cuyo curso podía ser el río Amazonas o el Pa-
rana.
En los Andes existió una- antiquísima cultura que pudo
extender sus naves hasta más allá del Mediterráneo, en
tiempos que nos estremece pensarlo.
¿Tendrá razón el doctor Javier Cabrera Darquea, de
lea (Perú)?
Sinceramente, creemos que sí.

164

ANEXO

I abla cronológica parcial c.on la�


grandes fechas que señalan la evolu­
ción del mundo antiguo. La Historia
cie ?a navegación. se sobreentiende.

P. G ttir,,I)


,
• •

'

\
.....
1
Gl<A.\ 1Jf:'S J'l:.CIJAS DE LA JJJSTORJA

4241 a J.l. t'al\.!11da1·io sular preciso inaugurado en On


o Heliópo]is {la ciudad del Sol), en el Anti­
guo Egipto.
4004 » Según el obispo Usher, Dios había hecho
el mundo en esta fecl1a.
4000 Primera navegación a vela en Egipto.
Apadeccn las primeras poblaciones en los
llanos de Sumer.
Los sellos cilíndricos se utilizan por vez
primera en Oriente Medio como señales
de identificación.
Primer templo de Malta.
3800 » Construcción de megalitos en Carnac. Bre­
taña.
3760 » Fecha en que, según los judíos, hizo Dios
el mundo.
3600 » Primer cultivo de algodón en Perú.
• 3500 » Cultivo de patatas en América del Sur. Se
inventa la 1ueda en Sumer. Empieza a cul­
tivarse el arroz en el Lejano Oriente. Se
culti\•a en China el gusano de seda. Se do­
mestica el caballo al sur de Rusia. Los
mercaderes navegantes egipcios empiezan
a recorrer el Mediterráneo. Primer escrito
pictográfico redactado en Oriente Medio.
Se fundan ciudades sumerias cerca del
golfo Pérsico, en la desembocadura del Ti­
gris y el Éufrates. Antigua escritura medi­
terránea usada desde Caria a España. Los
s,imerios emplean el sis tema decimal.

167

3400 a. J. C. Primer cultivo del algodón en México.


3250 » Principios de Mohenjo-Daro, de civilización
ya muy avanzada. Uso del oro y el cobre

además de la piedra .
3200 » Templo blanco (no zigurat) construido c11
Uruk. Oltimo período de la civilización de
Nagada, en la I11dia. tpoca pretinita.
3100 » •
Principio del calenda1io maya, con llegada
de cuatro «Becabs» de ultramar. Cerámica
al norte de Columbia.
3000 » Uso del bronce en Oriente Medio para ha­
cer herramientas. La vida ciudadana se
extiende hasta el valle del Nilo. El arado
se desarrolla en Oriente Medio. Primera di­
nastía de Egipto unido aparentemente su­
meria (?). Fabricación de bronce en Me­
sopotamia, Creta y Grecia. Comienzo de
]a escritura jeroglífica y hierática en Egip­
to. Los semitas, descendientes de Sem, se
instalan en Mesopotamia.
2900 » Primer zigurat mesopotámico. Pirámides
escalonadas en Egipto.
2850 »

Fundación de la monarquía egipcia del
Imperio Antiguo (I Dinastía tinita).
2800 Se empieza en Gran Bretaña el monumen­
to megalítico de Stonehenge. Construcción
de las pirámides de Gizeh (?). Los nave.
gantes cretenses se aventuran más allá del
Mediterráneo.
2700 >> Cerámica en el sur del Ecuador. ·
2600 Gran variedad de dioses y héroes son glo­
rificados en el Gilgamesh y otras epopeyas
de Oriente Medio.
2500 • Comienza el período del bronce antiguo
en Oriente Medio (Asia Occidental). En tina
colonia de la costa de Ecuador aparece el

mismo estilo de cerámica que en el sur
del Japón. Agricultura en Prieta Huaca,
con algodón y cogordas. Surgen ciudades

168

en el Valle del Indo. Código de leyes más


antiguo (Sumer). El uso del bronce se ex­
tiende a Europa. Principio de la civiliza­
ción de Harappa, en la India.
2500 a. J. C. Primera civilización de Troya.
2472 • Reinado de Mes-anni-pada, fundador de la
I Dinastía de Ur.
2400 Primer imperio terrestre del Próximo
, Oriente unificado por el sumerio Lugal
Zaggisi con la a}-uda del bronce, el carro
y la falange.
2370 F.echa probable del fresco de Santa Rita
(Venezuela) con el nombre y títulos de
Sargón el Viejo. El Próximo Oriente agota
su estaño. Imperio conquistado por el se­
mita Sargón de Akad, que unifica Sumer
v Akad. El estaño se ,,.a a buscar al otro
extremo del Mediterráneo.
. 2320 » Todo el Próximo Oriente es gobernado por
el activo nieto de Sargón, Naram-Sin.
2306 • Período del bronce antiguo II en Asia Oc­
cidental. 11 civilización de Troya.
2300 Fecha probable del colgante de Naram-Sin,
l1allado en Nuevo México ( Estados Uni­
dos). El bronce es usado en Tbaflandia.
2205 Los asiáticos se instalan en el delta del
Nilo.
2200 J) Aparición de• la escritura jeroglífica en
China.
2150 Prosperidad de Troya 111 y florecimieñto
del bronce cretense. Hundimiento del Im­
perio Antiguo en Egipto.
2065 !) Comienza el Iroperio Medio en Egipto.
2000 Instalación de los indoeuropeos en la me­
seta del Irán. Los hititas se instalan en
Anatolia. Se domestican las gallinas y los
elefantes en el Valle del Indo. Comienza
la cultura esquimal en Ja región del estre.
cho de Behring.

169

1950 a. J. C. Hegemonía cretense en el Egeo. Cultura


minoica de los palacios.
1930 » Destrucción de los sumerios por amorreos
y elamitas.
1900 Viaje de Abraham. Llegada de los prime­
ros griegos a Grecia.
1855 • Principios del Imperio egipcio en Asia.
1850 Empieza a emplearse el hierro en Anatolia.
1813 » Fundación de la I Dinastía de Babilonia.
1800 » Construcción del primer « Canal de Suez•.
El poder político pasa al interior, a Babi­
lonia, en Mesopotamia, y a Tebas, en Egip.
to. Los hititas empiezan a usar el hierro.
1760 Primeras manifestaciones de la potencia
militar de los hititas.
1700 )) Egipto es gobernado por los reyes pasto­
res de Canaán, adoradores del Sol (Cananeo
= fenicio). Los aqueos aparecen en Grecia.
1690 » Hundimiento del Imperio Medio.
1675 )) Promulgación del código de Hammurabi.
1650 Amorreos.
1600 » Zigt1rat mexicano de Cuivilico. Inicios de
influencias cretenses en Europa continen­
tal. Micenas.
1555 Empieza el Imperio Nuevo en Egipto.
1550 )) Civilización cretense de los segundos pa­
lacios. Apogeo de la talasocracia minoica. •

Civilización micénica que extiende. su in­


fluencia minoica sobre el Peloponeso y
Grecia Central.
1515 » Los casitas se instalan en Babilonia.
1500 )) Destrucción de la civilización del Indo por
• los arios, utilizando el hierro. Desarrollo
del alfabeto en Bíblos. Los marinos medi­
terráneos comercian extensamente en el
Báltico. Embarcaciones más perfecciona­
das per1niten navegar por el océano y los

170
primeros na\'egantes llegan a las islas de!
Pacífico Sur. En China, fundición de escul·
turas ceremoniales en bronce. Se establece
por los hititas el gobierno imperial que in­
clu}·e provi11cias distantes. Aparición de 104;
(Iterramares� en Italia del Norte.
1475 Batalla de Mcgiddo.
1450 Explosión de la isla de Tera. Conquista de
Creta por los micénicos.
1400 Empieza el desarrollo de !a civilización mi­
cénica. Invención y uso del hierro en Orien­
te Medio. Primer alfabeto manuscrito com­
pleto (Ugarit, Siria). Los hebreos introdu·
ccn el concepto del monoteísmo.
1380 » Reinado <.le. Suhbiluliuma, rey de los hi·
titas.
1365 » Intento de reforma religiosa de Ameno­
fis IV -Akena ton-, en Egipto.
1300 » Aparición del alfab�to. Los arios se insta·
Jan en el valle del Indo.
1269 )' Ramsés 11 impone al Próximo Oriente la
«·Paz egipcia».
1250 Comienzan en Grecia las invasiones dorias.
Saqueo de Troya y la Tróade por los mi­
céo icos.
1235 (�ampañas en el Mediterráneo por los pue­
blos del mar con aliados terrestres.
1230 '> Colonia fenjcia de Lixo (Marruecos).
1210 » Fundación fenicia de Cádiz. La prime1·a de
las dos colonias fuera del Mediterráneo en
la costa atlántica. Se conquistan los puer­
tos que utilizaron los pueblos del mar.
1200 Cultura Chnvín, en el Perú.
1190 » Utilización del hierro. Destrucción de los
1nicénicos, Creta, los hititas, Ugarit y otros
puertos fenicius.
)183 1 ()) r= inal de la gt1cr1·a de Troya.
1180 )1
Hundimiento del Imperio hitita.
1 1 58 �l . J . e. J":'i 11al <.le la dinastja casita de Babilonia.

171

1139 Muere Ramsés 111 y empieza la decaden·


cia de Egipto.
1100 Fundación fenicia de U tica.
1010 Empieza el reinado de . David.
1000 Los primeros fenicios en Rodas. También,
alrededor de es tas fechas, alcanzarán Gi­

braltar y se inicia la fundación de varias
ciudades, entre ellas Gades. El reno es do­
mesticado en el Norte de Europa. Los arios
inicia11 la conquista del Valle del Ganges.
970 Empieza el reinado de Salomón.
930 Escisión de los reinos de Judá e Israel.
900 » Los celtas en la Galia. Predominio de Asi­
ria, potencia terrestre de la Edad de Hie-
rro. Los fenicios desarrollan el alfabeto
moderno. Inscripción parahíba fenicia en
Brasil.
883 Auge asirio con Assurnasirpal.
850 » Composición áproximada de los poemas
homéricos. Fecha probable de la llegada de
los etruscos a I talla.
814 )) (?) Fundación de Cartago por los fenicios.
800 » Empieza a extenderse el uso del hierro por
toda Europa. Se construye en Asiria el pri·
mer· sistema de carreteras. Los nómadas
montados aparecen en Oriente Medio con
nueva y poderosa ft1erza. Los espartiatas •
concluyen la conquista de la Laconia. De­
cadencia de la dinastía Tcheon y feudali·
zación en China. P1incipio de la cultura
olmeca en México.
776 » ( ?) Creación de los Juegos Olímpicos.
770 )) Comienza el apogeo de los Tsin.
753 • (?) Fundación de Roma.
750 Homero y Hesíodo.
734

» Ftindación de Siracusa por los co1·intios.
706 » Los laconios fundan Tarento.
700 a. J. C. Se invent·a, en China, la carretilla.

172

b6U luve11c;¡ón Je lu mor,e;Ja r,or :lJ:) gr1ego'l,
en Asia.
66) ., Conquisl�1 de Egipto por los asirio� .
660 Fundación de Bizancio.
654 • Colonia fer1icia en Ibiza.
f.50 P1-incipio de cultura ma),a en Guat\!TI'>i.lla.
625 Nacimiento de Tales de Mileto.
622 Redacción del Deuteronomio.
621 7'' Dracón, legislador de Ate11as.
616 Establecimiento de la dinastía de los Ta1·
quinios, en Roma.
612 • Hundimiento del In1perio Asirio .
600 'h Fundación de Marsella.
594 • Legislación de Solón de Atenas.
586-539 )> Cautividad . de los .iudíos e11 Babilonia.
563483 J) (?) Vida de Buda.
560 )) Fundación, en Egjpto. de la colo11ia griega
de Bauc1·atis.
549 » Vida de Confucio. Auge de los persas: Ciro,
rey de medos y persas.
539 Ciro, auténtico dueño de Oriente.
525 l) Conqtústa de Egipto por los persas.
512 » Expedición de Darío a 11 India.
509 )) Caída de los Tarquinios. Instauración de
la República en Roma.
508 Reformas democráticas de Clístencs, en
Atenas.
500 » Primera tragedia de Esquilo.
498 >> Primera oda de Píndaro.
494 » ( ?) Creación de la Magistratura 1·oma11a d\!
los tribct1ales de la plebe.
490 » Batalla de Maratón.
480 » Batalla de Salarnina.
479 » Batalla de Platea.
449-443 » Final de las guerras médicas.
447 ,. Construcción clcl Partenón.
446 )) Paz entre Atenas y Espart:i.
443 a. J. C. Apogeo de Pericles.
442 » Sófocles: Antígona.

173

436 Fidias esculpe su Athena Parthenos.


431 Empieza la guer14a del ?cloponeso.
332 " XXXII Dinastía (Lágidas. Egipto). 302
••
anos.
.. I1nperio de Macedo11ia. bajo Aleja11dro
�·iagno. Dest11.1cción de Sidón y Tiro. J.,a
flota de Alejandro 11avega l1acia el Indo.
200 )>

Composición de ]os poemas épicos Mahab-
. 1zarata y Ramaya11a, acerca de los dioses y
héroes de la India. Se inven ta la rueda de
agua en Oriente Medio. Contactos del
Oriente asiático con Ecuador.
140 )) Imperio Romano.. Destrucción de Cartago.
Conquista de España por los rómanos. So­
metimiento de los griegos.
50 » Cfeopatra de Egipto se suicida utilizando
una serpiente, símbolo real, y anuncia que
,·olverá con su padre, el Sol. Roma desa­
n·o]la una avanzada red viaria.
30 César Augusto.
1 » Jesucristo. Principio de la Era cristiana.

174



INDICE

Prólogo • • • • • • • • • • • 9

¿ Quién fue Piri Reis? . . • • • • • 17

El desconcierto de la Ciencia . - . • • 37

Pelascos, carios y fenicios • • • • • SS

El desciframiento • • • • • • • • 71

Viaje hacia el mt1ndo perdido • • • • 91

¿ Olmecas o fenicios? • • • • • • 111

¿ Una civilización desconocida? • • • 133

Los cretenses • • • • • • • • • 151

Anexo. Grandes fechas de la Historia . • 165

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El a_lmirante turco Piri R.eis dibujó un mapa marítimo en 1513,


o sea veinte años después del descubrimiento · de América, en
donde incluyó territorios de Sudamérica y la Antártida...
· ¡que, ·oficialmente•, no estaban exploradosf
Añadió, además, la Cordillera Andina, descubierta por los
e�pañoles de Francisco Pizarro algunos años después.
Este mapa, que se encontraba.. en un museo de Turquía, llegó a
manos de · un investigador norteamericano llamado Mallery, ··
y sus sorprendentes descubrimientos pusieron en marcha
al �quipo del profesor Charles H� ºHapgood, de la Universidad de
New Hampshire. Al cabo_ de unos años de estudios
se demostró que Piri -Reis, en el inicio del siglo XVI, había
- copiado sus mapas de otros anteriores, posiblemente del
siglo 111 a. de J.C., y que los geómetras de Alejandría,
I seguramente Eratóstenes, habí.an tenjdo notici·as de regTonea
.. ...,, - -.:..
hasta entonces desconocidas. .

¿QUIEN CARTOGRAFIO LA TIERRA


HACE MILES DE AÑOS?

- ¿POR QUE TRES SIGLOS ANTES DE JESUCRISTO


SE CONOCIAN. BAHIAS Y ESTRECHOS
DE LA ANTARTIDA? •

¿DE DONDE COPIO PIRI REIS SU FAMOSO.MAPA?


• •

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