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Luis Gómez González Desigualdad y ciudadanía económica
El trabajo tiene, como se ha proclamado por todos los sociólogos desde los albores de
nuestra disciplina, un valor de cohesión social, un valor integrador de la vida social de
los ciudadanos, y por consiguiente, la falta de trabajo es un elemento perturbador de la
cohesión social. En palabras de Robert Castel 2: “El trabajo (…) es más que el trabajo,
y por lo tanto el no trabajo es más que el desempleo”.
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José Félix Tezanos, “Desigualdad y exclusión social en las sociedades tecnológicas”, Revista del
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales número 35, 2002
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predominante, con todos los efectos sociales y humanos que de ello se derivan, sobre
todo para las nuevas generaciones”
“Se está produciendo una segmentación ocupacional que obedece a que los modelos
de producción económica emergentes requieren para su funcionamiento de dos tipos
de trabajos muy diferentes entre sí; por un lado, una minoría de ejecutivos, expertos
y técnicos de alto nivel que organizan, diseñan, programan, etc., y que son muy
necesarios para el sistema –lo que algunos analistas como Robert Reich han
calificado como los «analistas simbólicos» – y, por otra parte, una masa de
asalariados indiferenciados, intercambiables, «descualificados», «devaluados» y
«prescindibles» que realizan tareas menos «importantes» para la funcionalidad del
sistema como tal –lo que otros analistas como Manuel Castells han calificado como
la «mano de obra genérica»–. Lo importante sociológicamente es que la polarización
entre estos dos sectores ocupacionales está conduciendo a una notable dualización
de ingresos, oportunidades vitales, estilos de vida, etc., hasta el punto que la
estratificación por el trabajo (también como «carencia») está convirtiéndose en uno
de los principales factores de estratificación social.”
5
Ibíd., pp. 45-46
6
Robert Reich, “El trabajo de las naciones”, Vergara, Madrid, 1993. Citado por J. Félix Tezanos en
“Desigualdad y exclusión social en las sociedades tecnológicas”, op. cit.
7
Castel, R., “La metamorfosis de la cuestión social”, Paidos, Barcelona, 1997, p. 390, citado por José
Antonio Díaz en “Ciudadanía política y exclusión social”, Las terceras vías, Ediciones Internacionales
Universitarias, Madrid, 2001, p. 91.
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Los Estados, en una política de lucha contra la exclusión a todas luces insuficiente,
destinan recursos para toda una serie de programas encaminados a aumentar la tasa de
empleo de los más desfavorecidos. Generalmente se trata de estrategias de
capacitación que tienen como objetivo aumentar las posibilidades de empleo de los
sectores menos cualificados y más proclives a la conflictividad social, a través de
cursos cortos e instrumentales.
El paso del tiempo ha demostrado en muchos casos que tales programas no han
favorecido la integración en el empleo de esos grupos, porque las empresas ya estaban
inmersas en cambios tecnológicos acelerados en los que no encajaban los asistentes a
cursos que sólo proporcionaban algunas habilidades básicas. Como vemos, la
efectividad productiva basada en la automatización tiene un coste muy grande: el paro
estructural.
Por otra parte, flexibilidad y disponibilidad son los dos conceptos claves del mundo
laboral moderno. De hecho, en contraposición al absentismo, surge la figura del
“presentismo”. G. Standing escribe que actualmente es lugar común entre los
profesionales médicos el fenómeno de los trabajadores que evitan pedir la baja cuando
se sienten enfermos por miedo a perder su empleo, de tal forma que hay personas que
por no cuidar una pequeña dolencia acaban seriamente enfermas8.
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Una vez que hemos examinado parte de las causas de las nuevas formas de
desigualdad que están emergiendo con las nuevas tecnologías en las sociedades
tecnológicamente avanzadas, estamos en disposición de describir qué forma adapta la
nueva pirámide de estratificación social.
Con este marco contextual, Tezanos propone como figura descriptora del modelo de
estratificación propio de estas sociedades el siguiente:
“…una figura híbrida y dual en forma de hongo, con un perfil semicircular y una base
inferior trazada como un paralepípedo poco comunicado –con escasa movilidad
ascendiente- con la zona superior. La parte superior de este modelo de estratificación
presenta perfiles poco discontinuos y diferenciados como consecuencia del
predominio de unas clases medias difusas y muy amplias, en un contexto bastante
poroso en el que no resulta fácil visualizar un núcleo de poder superior de cierta
entidad numérica, tanto debido a factores de opacidad y de poca transparencia social
como a su progresiva reducción, en un proceso impresionante de concentración de
riqueza en manos de un pequeño grupo de personajes y grupos que tienden a
conformar una verdadera superclase que opera fundamentalmente a nivel
internacional. A su vez, la parte inferior de la figura se puede representar como una
9
J. Félix Tezanos, “La sociedad dividida. Estructuras de clase y desigualdades en las sociedades
tecnológicas”, op. cit., pp. 330 y ss.
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especie de contenedor al que van cayendo todas las personas que se ven postergadas y
excluidas, y que sufren un deterioro y precarización de sus condiciones sociales
(infraclases)”
10
Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, , Cómo nos venden la moto , Icaria, Barcelona, 2002, p.56
11
José Félix Tezanos, “Desigualdad y exclusión social en las sociedades tecnológicas”, op. cit.
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“…su residencia en Inglaterra le sugirió una nueva idea –que la libertad puede ser
resultado no de una moralidad cívica superior sino de una organización adecuada
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del estado-.”12
Por supuesto, los escritos de Rousseau sobre el Contrato Social son también un punto
de referencia en desarrollos posteriores. Recordemos que el contrato social surge, en
palabras de Rousseau, por algo que en nuestro planeta globalizado parece olvidado
por los poderosos; porque el derecho basado en la fuerza no es tal derecho:
Lo que hace que la voluntad general tenga este carácter no es el hecho cuantitativo y
externo de su mayoría, sino la cualificación interna, moral, del bien que persigue. La
voluntad es general cuando persigue el bien común, y pone a éste sobre el interés
particular. Por lo tanto, podríamos establecer una hipotética correlación entre las
políticas públicas del Estado del bienestar y las directrices de la “voluntad general”.
12
George H. Sabine, “Historia de la teoría política”, FCE-España, 1999 (cuarta reimpresión), p.423
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13
T.H. Marshall y Tom Bottore, “Ciudadanía y clase social”, Alianza Editorial, Madrid, 1998.
14
“Por elemento político entiendo el derecho a participar en el poder político como miembro de un
cuerpo investido de autoridad política, o como elector de sus miembros”, Ibíd, p.23.
15
Ibíd, p.59.
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Respecto a las etapas que Marshall refiere para las ciudadanías, J. Félix Tezanos 16 las
relaciona con diferentes fases de la evolución de las sociedades industriales y con
diferentes grados de maduración política y de explicitación de nuevas necesidades
sociales y exigencias políticas.
16
José Félix Tezanos, “La libertad de los iguales”, Revista Sistema, n.173, Enero 2003, Madrid, pp. 5-6
17
T.H. Marshall y Tom Bottore, “Ciudadanía y clase social”, op. cit., pp. 68-69.
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El apogeo del darwinismo social en los EE.UU. coincidió con el auge de las grandes
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fortunas, con los años de gran desigualdad y de enorme ostentación. Puesto que las
cualidades superiores se transmitían hereditariamente, se legitimaba la riqueza
heredada, lo cual favorecía especialmente a los biológicamente superiores. Mientras
tanto, los olvidados obreros que hacían posible esta riqueza vivían en fétidas
barriadas. El socorro público, e incluso el privado, fue desterrado, no por
insensibilidad, sino por un reconocimiento de las leyes de la naturaleza tal como las
enseñaba la doctrina darwinista. En este contexto sobrevino la crisis del 29, que trajo
consigo el desempleo masivo y el aumento radical de la pobreza.
Junto a Polany, en su visión de que los mercados mundiales debían trabajar para la
gente y no a la inversa, se encontraba John Maynard Keynes, un influyente
economista formado en Cambridge, que en su obra La teoría general del empleo, el
interés y el dinero19, publicada en 1936, postulaba que si no se cambiaba el laissez
faire por un sistema donde existieran normas y controles por parte del Estado, el
capitalismo moriría victima de su propia codicia.
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durante tres décadas, en parte integrante de las formas de vida de los habitantes de los
países avanzados, hasta que la crisis que se inició en la década de los setenta socavó
las bases del modelo y replanteó el problema de su viabilidad. Algunos de los factores
que han influido en estas dificultades son el envejecimiento de la población, el
crecimiento de los costos de atención en salud, los cambios en el mercado de trabajo
(que tienden a reducir la proporción de empleados contribuyentes a la seguridad
social) y, finalmente, la inestabilidad financiera, que disminuye los ingresos y
aumenta los riesgos de los fondos financieros dirigidos a ese fin.
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Entre estos dos modelos, existe una amplia gama de fórmulas intermedias de Estado
de Bienestar, siendo el caso más paradigmático Alemania (se lo ha llamado también
"Estado de Bienestar compensatorio blando"). En este éste, el mercado laboral y su
regulación, es el mecanismo principal de asignación inicial de los recursos. Las
instituciones de bienestar social juegan un papel auxiliar de la economía y de la
acción del mercado. Este modelo no provee cobertura a todo el mundo, sino a
aquellos que han realizado las contribuciones o cotizaciones necesarias en el pasado.
Los beneficios y prestaciones guardan relación con las contribuciones realizadas.”
La regulación de los conflictos entre el capital y el trabajo es otra función que ha
contribuido a la vigencia del Estado de bienestar, al situarse éste como árbitro
regulador y redistribuidor del ingreso, tanto por medio de leyes de protección de los
derechos de los más desfavorecidos, como por la vía de los sistemas de impuestos y la
prestación de servicios universales. El nuevo tipo de Estado que emerge se caracteriza
por socializar la responsabilidad y generalizar el aseguramiento.
Pero los límites del Estado de bienestar no sólo son técnicos sino políticos, ya que las
críticas que se le dirigen frecuentemente están orientadas por un modelo teórico que
recomienda la retracción del Estado y la ampliación del espacio del mercado en el
campo de la seguridad y los servicios sociales. Esta orientación ha tenido cierta
influencia en las reformas a los sistemas de seguridad social que se han producido en
los últimos años, donde tanto el concepto de ciudadanía social como el de Estado de
bienestar han recibido diferentes críticas. Una de ellas es la que considera que la
ciudadanía social enfatiza en el carácter pasivo del ciudadano como receptor de
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prestaciones por parte del Estado. Por otra parte, existe la duda acerca de si los
derechos sociales pueden ser considerados conceptual y prácticamente idénticos en
estatus a los civiles y políticos. En efecto, si los primeros exigen una intervención
genérica del Estado para garantizar “condiciones externas” de igualdad, como la
existencia de un sistema de justicia imparcial no sesgado por la condición
socioeconómica de los sujetos, los derechos sociales exigen una intervención mucho
más explícita del Estado en la vida económica y social, cuyos costos, efectos y
limitaciones complican las posibilidades de aquél de cumplir efectivamente con las
prestaciones derivadas de esos derechos.
Es por ello que en el ámbito jurídico se debate si los derechos sociales son
“programáticos” o plenamente exigibles. Según la primera posición, representan sólo
una obligación moral y política para el Estado, pero no podría un individuo acudir a
un tribunal para exigir empleo, tal como puede de pleno derecho acudir para exigir la
protección de su vida o sus derechos políticos.
Para la segunda, son derechos del mismo carácter que cualquier otro, y deben ser
exigibles, aunque se reconoce que su realización efectiva es más una cuestión de
capacidad política que de orden estrictamente jurídico.
Hasta aquí hemos explicado los fundamentos teóricos en los que se basó la economía
occidental de la posguerra, la creación en Europa de los Estados del bienestar. Pero
como apunta José A. Díaz Martínez 21, más allá del Estado del bienestar se encuentra
el Estado social. Mientras que el primero fundamenta su visión cultural de la sociedad
sobre valores de competitividad, el segundo lo hace sobre valores de igualdad; el
primero se da en una sociedad que da la mayor importancia al esfuerzo individual y al
trabajo personal mientras que el segundo se dará en sociedades que valoran en primer
lugar la pertenencia al grupo, la cooperación entre individuos y la ayuda mutua.
21
José Antonio Díaz Martínez, “Ciudadanía política y exclusión social”, Las terceras vías, Ediciones
Internacionales Universitarias, Madrid, 2001, p. 91.
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En la base de actuación del Estado social estarán los procesos de inclusión social
mientras que la concepción del Estado de bienestar, al vincularse con un modelo
donde puede existir exclusión social, lo lleva a paliar los problemas relacionados con
dicho modelo económico.
Ciudadanía Económica
Como podemos ver, el concepto de ciudadanía social tiene una gran carga de lo que
podríamos denominar “solidaridad social”, que a su vez se fundamenta en una
subyacente idea de igualdad, que se hace más explicita en el texto de Marshall
mediante el termino “igualación”. A este respecto viene muy al caso la
conceptualización de J. Félix Tezanos22, que en su obra “La democracia incompleta”
explica que, en su sentido más profundo, la democracia es igualdad.
“Un estatus (la ciudadanía) concedido a aquellos que son miembros plenos de una
comunidad. Todos aquellos que poseen el estatus son iguales respecto a los derechos
y deberes con los que el estatus está dotado. No hay un principio universal que
determine cuales son estos derechos y deberes, pero las sociedades donde la
ciudadanía es una institución en desarrollo crean una imagen de una ciudadanía
ideal con la que puede medirse el logro y hacia la cual pueden dirigirse las
22
José Félix Tezanos, “La democracia incompleta. El futuro de la democracia postliberal”, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2002
23
T.H. Marshall y Tom Bottore, “Ciudadanía y clase social”, op. cit., p. 37.
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aspiraciones”
Así las cosas, los ciudadanos están atenazados por problemas de índole laboral y
24
A. Gorz, “Metamorfosis del trabajo. Búsqueda del sentido. Crítica de la razón económica”, Sistema,
Madrid, 1995, pág. 97.
25
“La primera tendencia que se está registrando en la mayor parte de los países desarrollados es la
regresión en las políticas de protección social. De manera específica en los países de la Unión Europea
desde el año 1993 se está reduciendo la proporción del PIB destinado a gastos de protección social,
habiendo pasado del 29,1% del PIB en la media de la UE en 1993 a un 28,4% en 1997. Las
disminuciones han sido mayores no siempre en los países donde los niveles de gastos sociales más
altos pudieran hacer factible un mayor grado de ajuste o economización de gastos, sino en algunos de
los países donde eran menores, como Irlanda, donde se ha pasado del 21% al 17,8% del PIB, o en
España, donde se ha bajado del 24% al 21,4% en 1997.” José Félix Tezanos, “Desigualdad y exclusión
social en las sociedades tecnológicas”, Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales número
35, 2002, p. 38
26
“La segunda tendencia-marco es la que se refiere a la presión política organizada que se está
ejerciendo en el mundo para promover una mayor regresión en las políticas sociales. Esta presión se
hace notar básicamente desde tres perspectivas: en primer lugar a partir del predominio de las
concepciones neoliberales y de los planteamientos propios de la «nueva economía», cuya influencia se
ha extendido incluso a sectores socialdemócratas, y que supone una afirmación de criterios extremos de
individualismo insolidario y de búsqueda del lucro y la codicia. La prevalencia de estos enfoques está
conduciendo a una nueva experiencia de lo social que se traduce, como luego veremos, en un aumento
notable de los procesos de desigualdad y de exclusión social. En segundo lugar, opera también a favor
de esta tendencia regresiva la influencia que se ejerce a través de determinados organismos
internacionales, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la OCDE, etc., que actúan
como una especie de «intelectuales orgánicos » de la nueva situación, haciéndose portavoces explícitos
de los sectores políticos más proclives a las políticas de recortes sociales.”, Ibíd., p.40.
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económica, y son estos problemas los que actualmente más limitan el ejercicio de la
ciudadanía plena en nuestra sociedad. Las inseguridades perturbadoras para una
existencia digna que la ciudadanía social pretendía erradicar por medio de un conjunto
de derechos sociales, no solo siguen existiendo, sino que han aumentado
considerablemente. Por lo tanto es necesario avanzar, como en su día se avanzó desde
la ciudadanía política a la ciudadanía social, hacia una ciudadanía económica que
genere las condiciones para que todos los miembros de la sociedad tengan
oportunidades razonables de acceder al desempeño de una tarea útil y retribuida de
acuerdo al nivel de riqueza y desarrollo alcanzado por la sociedad.
Con las nuevas tecnologías se producirán cambios culturales que afectarán al ocio, la
salud, la seguridad, etc., y surgirán nuevos yacimientos de empleo. A todo ello habrá
que unir un cambio en las políticas sociales del Estado. Como comenta Tezanos en
“La libertad de los iguales”27:
27
José Félix Tezanos, “La libertad de los iguales”, op. cit., pp. 13-14.
28
Ibíd, p. 6.
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Es más, se aduce que este sistema impediría incluso una verdadera meritocracia en la
medida en que los padres pueden transmitir a sus hijos sus ventajas adquiridas en
términos de acceso a la educación y por lo tanto no existiría igualdad de
oportunidades, creándose así un traspaso hereditario de las desigualdades. Sobre todo,
se teme que sería un factor de polarización, de destrucción de la mínima cohesión
social necesaria para vivir en democracia. Marshall 30 captó perfectamente la esencia
de este problema: “Obligar a los niños de cierta edad a pasar un número requerido de
horas en el colegio es fácil, pero no lo es tanto satisfacer las aspiraciones legítimas a
tener profesores formados y clases de un tamaño apropiado”
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principio de distribución de los beneficios "por ciudadanía", vale decir, por extensión
de los derechos civiles, políticos, sociales. En consecuencia, se trata de un mecanismo
de recompensa intrínsicamente igualitaria, porque el derecho a la igualdad proviene
de la pertenencia a una ciudadanía.
31
Adela Cortina, “Ciudadanía económica cosmopolita”, articulo aparecido en El País, 05-06-2001.
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Por último, cabe mencionar el “Esquema de Renta Básica” 32 que ha sido, y es, un
concepto emblemático en la política económica que propugna la ideología verde. La
idea es que los actuales sistemas de subsidiación se eliminen y en su lugar cada
persona reciba una retribución semanal, sin corresponderse con los recursos
económicos, y suficiente para las necesidades básicas.
Paul Ekins argumenta que no es extraño que el actual sistema de subsidios esté a
punto de desplomarse. Ekins enumera una serie de “trampas” por las que el sistema
no puede ser viable; la trampa de la pobreza, por la cual un aumento del sueldo para
un salario bajo puede resultar en realidad una perdida de renta debido al retiro del
subsidio, junto con la trampa del desempleo, en la que si solo se dispusiera de
trabajos de renta baja, trabajar podría suponer una caída de renta debido a la retirada
de subsidios; la trampa de la sociedad que acarrea las prohibiciones de hacer trabajo
voluntario y no hacer otra cosa que buscar empleo, incluso cuando no lo hay; por
último la trampa del derrochador, que convence a la gente para no ahorrar, porque
pierde el subsidio por tener activos financieros.
No vale la pena, nos dice Ekins, reparar un sistema así, es mejor construir uno nuevo
con principios cuyas raíces residan en las realidades, estilos de vida y aspiraciones de
los ciudadanos. Este es el Esquema de Renta Básica. Este sistema otorga un derecho a
una renta a todos los ciudadanos, al margen de otra renta, estado laboral, civil o sexo.
Por motivos de justicia, lógica y sencillez recomienda además sustituir los subsidios y
desgravaciones por un sistema de impuestos y subsidios integrado.
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1. POBREZA
Se considera como pobre a toda persona cuyos ingresos monetarios netos son
inferiores al 60% de los ingresos medianos. Este es el criterio que actualmente utiliza
la Unión Europea para sus estadísticas, y es al que se refieren las tablas nº 1 y 2,
basadas en el Panel de Hogares de la Unión Europea (PHOGUE).
Los datos que se ofrecen en la tabla siguiente indican que en España existían en
1995 unos 7 millones de pobres.
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referencia es el conjunto de las mujeres, pero que afecta especialmente a las mujeres
mayores de 65 años que viven solas o a mujeres solas con hijos a su cargo, es decir, a
las familias monoparentales.
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Los estudios empíricos realizados sobre el fracaso escolar muestran que éste es, en
gran medida, reflejo de las condiciones de desigualdad y exclusión social en la que se
encuentran las familias de los alumnos.
Los datos del Panel de Hogares de la Unión Europea muestran que las
probabilidades que tienen las personas con un nivel educacional bajo de adscribirse
a la pobreza son del doble de quienes presentan unos estudios medios, y del
cuádruple de aquellos con estudios superiores. Fuente: Income, Poverty and Social
Exclusión. Eurostat, 2000 (con datos del PHOGUE realizado en 1995).
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Viviendas que no reúnen las condiciones mínimas de habitabilidad (2) 387.000 casas
Viviendas en estado ruinoso (2) 37.000 casas
Chabolas (3) 48.000 chabolas
Hogares con mucha dificultad para llegar a final de mes (2) 1.908.800 hogares
Fuente: (1) La desigualdad urbana en España, Ministerio de Fomento, 2000. (2) Panel
de Hogares de la Unión Europea, INE, 1996. (3)
Jornadas sobe vivienda e inserción social. Materiales de Trabajo nº 6. MTAS, 1999.
Según el Registro Nacional de SIDA del Ministerio de Sanidad, de los 59.466 casos
de SIDA detectados hasta 31 de diciembre de 2000, el 46,7% permanece vivo (27.777
personas).
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