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Derecho y amor en la

primera parte del Quijote

Estudio de la confluencia de estos dos


motivos mediante el análisis de tres
escenas representativas

Ana Martín Tutor


Índice

Introducción................................................................................................................................................... 2

El entierro de Grisóstomo (I, XIV) ......................................................................................................... 3

La liberación de los galeotes (I, XXII) ................................................................................................... 5

El cuadrado amoroso de Cardenio, Luscinda, don Fernando y Dorotea (I, XXXVI) ........... 9

Conclusión ....................................................................................................................................................11

Bibliografía ...................................................................................................................................................12

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Introducción

Como bien ha indicado González Echevarría, «(m)ás que de caballería o cualquier


otro tema, el Quijote trata del amor. *…+ Tanto la primera como la segunda parte de la
novela son como laboratorios del amor, con muestras de casi todos los tipos de relaciones
amorosas concebibles y especímenes de prácticamente todas las clases de amantes»
(p. 31). Cervantes abandona la tradición neoplatónica anterior y se propone describir el
choque entre amor y ley que tiene lugar en la sociedad española de comienzos del XVII a
través de los distintos personajes que desfilan por su obra cumbre. La consolidación a lo
largo de la Edad Moderna de un sistema judicial más centralizado, paralela al desarrollo
del Estado moderno español, así como la creación en 1540 del Archivo General del Reino
en Simancas con la intención de recoger toda la documentación derivada del mismo,
produjeron una amplia casuística, centrada en individuos concretos contemporáneos, que
escritores como Cervantes supieron aprovechar. De hecho, la «criminalización de las
transacciones del amor», en términos de González Echeverría, para regular el ascenso
social de la naciente burguesía, suministró material suficiente, no solo para reinterpretar
desde un punto de vista más realista los relatos tradicionales, sino para engendrar nuevas
historias (p. 48). No es de extrañar, por lo tanto, que la novela española hunda sus raíces
en el propio derecho.

El objetivo de este trabajo es demostrar la enorme presencia que el sistema


judicial español vigente a comienzos del XVII tuvo en la redacción de los episodios de
temática amorosa insertados a lo largo de la primera parte del Quijote. Según González
Echevarría, en esta obra «(l)os conflictos amorosos cubren toda la gama, desde las riñas de
burdel hasta las contiendas entre aristócratas imbuidos de la retórica de la tradición del
amor cortés» (pp. 68-69). Así pues, nos proponemos exponer la confluencia de estos dos
grandes motivos, el derecho y el amor, mediante el análisis tanto literal como contextual
de tres escenas, a saber: el entierro de Grisóstomo (I, XIV), la liberación de los galeotes (I,
XXII) y el cuadrado amoroso existente entre Cardenio, Luscinda, don Fernando y Dorotea
(I, XXXVI). Si bien es cierto que la obra está plagada de episodios en los que amor y
derecho confluyen, hemos acotado nuestro objeto de estudio a estas tres historias de la
primera parte debido, por un lado, a la brevedad del presente trabajo y, por otro, al
magistral análisis que González Echevarría hace de los mismos en su obra Amor y ley en
Cervantes, la cual tomamos como base de nuestro análisis.

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El entierro de Grisóstomo (I, XIV)

La tragedia amorosa de Grisóstomo y Marcela, si bien se relata en los capítulos


precedentes de forma interrumpida en boca de distintos personajes, culmina sin duda con
el entierro del amante desdeñado, escena que se identifica claramente con un juicio, tanto
civil como cortés, como veremos más adelante. Pero antes de proceder al análisis del
capítulo en sí, es necesario explicar el contexto de la historia.

El relato en cuestión se presenta como una reinterpretación de las novelas


pastoriles, propias del Renacimiento, pero inserta en la realidad socioeconómica y jurídica
de la época. Grisóstomo, hidalgo acaudalado y culto, pretende a Marcela, labradora
heredera de una fortuna considerable, pero este matrimonio, tan corriente en la Castilla
del cambio de siglo, dado que el título nobiliario se transmitía por vía paterna, se hace
inviable cuando los protagonistas abandonan la civilización y asumen las reglas propias del
amor cortés. Como explica González Echevarría, «(e)l eje que une los dos códigos jurídicos
–el civil y el cortés– es el matrimonio, pero en ambos casos porque brilla por su ausencia.
En la tradición del amor cortés, el matrimonio no era una opción, y podría decirse que
Grisóstomo viola la ley al proponer matrimonio a Marcela, mientras que ella, al rechazarlo
con firmeza, la acata. En la situación legal en la que se basa el incidente, el rechazo al
matrimonio es una infracción implícita que provoca la pérdida correlativa del patrimonio
de las dos partes» (pp. 130-131). De esta forma, Cervantes consigue mostrar el inevitable
choque entre literatura y realidad, a imagen y semejanza de la propia historia de don
Quijote.

En lo que respecta al capítulo en cuestión, González Echevarría aporta asimismo las


claves necesarias para interpretar la escena del entierro como un juicio civil en toda regla.
Por un lado, Ambrosio y Grisóstomo se identificarían con la acusación, los cabreros y
pastores reunidos con motivo del entierro constituirían el jurado, Marcela sería la
presunta homicida, y don Quijote haría las veces de juez. Por otro, los cargos se presentan
tanto en el poema que da inicio al capítulo como en el discurso de Ambrosio, Marcela
pronuncia su defensa cuando trata de exculparse de la muerte de Grisóstomo, y don
Quijote falla claramente a su favor al pronunciar estas palabras:

—Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a


la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha

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mostrado con claras razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte
de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de
sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea
honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella
es sola la que con tan honesta intención vive.
(I, XIV, p. 128)

Este fragmento, de gran interés para el tema que aquí nos concierne, está plagado
de jerga legal, subrayada en negrita, lo cual deja entrever los conocimientos jurídicos de
Cervantes, ya fuese por sus diversos encontronazos con la justicia o por la labor que
desempeñó durante un tiempo como comisario de abastos. En esta especie de sentencia
no solo emplea fraseología especializada («de cualquier estado y condición», «so pena»,
«a cuya causa es justo»), sino que también hace referencia a términos de marcado
carácter legal, como «culpa» u «honra», si bien es cierto que, dado el carácter pleitista de
la sociedad de la época, esta jerga podía formar ya parte del lenguaje común.

Sin embargo, más allá de la vertiente estrictamente jurídica, cabe señalar que esta
escena también puede verse como un juicio regido por las normas del amor cortés. Según
González Echevarría, «(e)n el castillo de Leonor de Aquitania se celebraban simulacros de
juicios de casos que presentaban relaciones amorosas conflictivas, sobre todo, se supone,
para entretenerse y aguzar el ingenio; para adquirir, como diría Dante, inteletto d’amore.
*…+ Los fallos se dictaban en consonancia con las leyes y las convenciones expresadas en la
poesía» (pp. 128-129). En consecuencia, podemos afirmar que este capítulo se identificaría
con uno de esos simulacros.

En este caso, al acatar al pie de la letra las normas del amor cortés, Marcela se ha
visto obligada a desdeñar a todos y cada uno de sus pretendientes, mientras que
Grisóstomo, al ser rechazado por su amada, no ha encontrado otra solución posible más
allá del suicidio. Aquí queda patente la incoherencia de este tipo de convención amorosa,
ya que el objeto de deseo se presenta siempre inalcanzable, por influencia de la teoría
neoplatónica, lo cual nos lleva a suponer que dicho deseo no puede ser en medida alguna
real, pues desembocaría en desesperación e incluso en suicido. Mediante esta
reinterpretación de las novelas pastoriles, con el amor ficticio de don Quijote por la
inexistente Dulcinea de fondo, Cervantes trata de satirizar la teoría del neoplatonismo, tan
en boga durante el Renacimiento, dejando entrever la hipocresía que rodeaba al amor

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cortés y considerándolo quizás una máscara más de las muchas que empleaba la sociedad
para ocultar sus vicios.

En lo que respecta a las consecuencias jurídicas, no parece haber reparación


posible para el principal afectado, Grisóstomo, ya que está muerto. Por su parte, el resto
de pretendientes tampoco quedan satisfechos, ya que el fallo de don Quijote les impide ir
tras Marcela. La exposición que Cervantes hace de los bienes y posesiones de los
protagonistas, algo totalmente fuera de lugar en una novela pastoril propiamente dicha,
nos lleva a pensar que los lectores de la época se percatarían de los problemas
hereditarios inherentes a este episodio: Grisóstomo muere sin descendientes y la fortuna
de Marcela quedará en manos de su tío, un miembro del clero, por lo que ambos
patrimonios se perderán inevitablemente. Cabe señalar, sin embargo, que existe cierta
compensación, puesto que «*…+ Marcela es condenada a ser una paria en un entorno sin
ley del que tal vez no pueda salir. *…+ (M)ientras que Grisóstomo sufre una muerte real,
Marcela es condenada a una muerte civil» (p. 130). De hecho, para una mujer en esta
época la única alternativa al matrimonio era la entrada en un convento, pero Marcela, en
su búsqueda de la libertad sin ataduras que le prometían las novelas pastoriles, se ve
obligada a pagar el precio de vivir alienada de la sociedad.

En resumidas cuentas, en este capítulo Cervantes contrapone el ideal neoplatónico


del amor cortés, donde el matrimonio no es siquiera una opción, a la realidad jurídica de la
España de comienzos del XVII, en la que dicha unión es la única vía posible para perpetuar
el linaje nobiliario y garantizar la continuación del patrimonio individual. De esta forma se
plantea, por un lado, la hipocresía existente detrás de esta anticuada convención amorosa,
incompatible con la realidad social de la época, y se exponen, por otro, las nefastas
consecuencias testamentarias y sociales de evitar este tipo de enlace, a pesar de que por
ley nadie podía ser forzado a contraer matrimonio.

La liberación de los galeotes (I, XXII)

El episodio que relata la liberación a manos de don Quijote de una cadena de


galeotes que se dirigía a redimir su castigo en las galeras reales se puede entender como
un mecanismo del propio Cervantes para contraponer el sistema judicial de la época al
«concepto aristocrático y obsoleto de la justicia» defendido por su protagonista (p. 37), en
términos de González Echevarría. De hecho, don Quijote, al actuar de nuevo como juez,

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esta vez de los delitos cometidos por los galeotes, se presenta como una figura totalmente
anacrónica, en su defensa de la ley divina sobre la terrenal, del libre albedrío que
caracteriza al ser humano sobre la jurisprudencia vigente en la España de comienzos del
XVII. Gracias al desarrollo de la imprenta y la consiguiente democratización del nuevo
sistema judicial, «(e)l sentimiento popular identificaba la justicia y la dignidad regia» (p.
479), en términos de Del Arco y Garay. Así pues, gran parte de la sociedad contemporánea
a Cervantes había abandonado la creencia en una justicia divina y, en su lugar, relacionaba
este concepto con la autoridad real y el mundo de los abogados. De hecho, esta
contraposición se hace patente al comienzo del capítulo en cuestión:

–Ésta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.
–¿Cómo gente forzada? –preguntó don Quijote–. ¿Es posible que el rey haga
fuerza a ninguna gente?
–No digo eso –respondió Sancho–, sino que es gente que, por sus delitos, va
condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.
–En resolución –replicó don Quijote–, comoquiera que ello sea, esta gente,
aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.
–Así es –dijo Sancho.
–Pues desa manera –dijo su amo–, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer
fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
–Advierta vuestra merced –dijo Sancho– que la justicia, que es el mesmo rey, no
hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus
delitos.
(I, XXII, pp. 199-200)

A partir de los elementos subrayados en negrita se puede deducir que Sancho, en


representación de las capas populares de la sociedad, asume que los galeotes responden
ante el mismo rey por sus delitos, de manera que el libre albedrío que Dios concedió al
hombre en los albores de la Humanidad queda invalidado en este caso por la ley terrenal.
Sin embargo, don Quijote, desde su concepción idealizada del mundo, explica que el
sistema judicial de la época somete a los hombres contra su voluntad, quebrantando la ley
divina que dotó de libertad a nuestra especie.

En lo que respecta a la relación entre derecho y amor, tema central del presente
trabajo, cabe analizar detenidamente el caso de los dos últimos delincuentes. En primer

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lugar, a través de otro condenado, don Quijote conoce los delitos del cuarto galeote, a
saber, haber actuado en repetidas ocasiones como alcahuete y ser sospechoso de ejercer
la hechicería. A ojos de nuestro protagonista, fiel defensor del amor cortés, hacer las veces
de intermediario amoroso no debe ser motivo de delito, ya que esta labor es necesaria
para el buen funcionamiento de la sociedad. Sin embargo, la actuación de los alcahuetes
constituye un delito en la España moderna que, lejos de la inocencia platónica que tiene
en mente nuestro protagonista, en la vida real estos individuos fomentaban relaciones
amorosas ilícitas, ya fuesen prematrimoniales o adúlteras, que ponían en peligro la
institución del matrimonio, con las nefastas consecuencias socioeconómicas y jurídicas
que esto podía acarrear, como las analizadas en el apartado anterior.

Por su parte, Cervantes aprovecha la defensa que su protagonista hace de esta


cuestionable profesión para satirizar a «los soplones de corte, que pululaban en torno de
los personajes de influjo en la gobernación o en la administración de justicia», según Del
Arco y Garay (p. 145). Don Quijote explica que el trabajo de alcahuete requiere de una
gran discreción, una cualidad que todos los espías cortesanos deberían poseer, de manera
que no solo critica a estos últimos al calificarlos de inútiles, sino que fija su referente en
una labor delictiva en la época:

(P)or solamente el alcahuete limpio, no merecía él ir a bogar en las galeras, sino


a mandallas y a ser general dellas; porque no es así comoquiera el oficio de
alcahuete, que es oficio de discretos y necesarísimo en la república bien
ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida; *…+ y desta
manera se escusarían muchos males que se causan por andar este oficio y
ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de
poco más a menos, pajecillos y truhanes de pocos años y de poca experiencia,
que, a la más necesaria ocasión y cuando es menester dar una traza que importe,
se les yelan las migas entre la boca y la mano y no saben cuál es su mano derecha.
(I, XXII, pp. 202-203)

En segundo lugar, cabe analizar el testimonio del quinto y último galeote, que
González Echevarría ha tenido a bien denominar «prisionero del sexo». Este individuo, un
estudiante de derecho a todas luces, como trataremos de demostrar a continuación, fue
condenado a galeras tras cometer incesto en repetidas ocasiones:

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–Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías, y
con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con
todas, que resultó de la burla crecer la parentela, tan intricadamente que no hay
diablo que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, víame a
pique de perder los tragaderos, sentenciáronme a galeras por seis años, consentí:
castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con ella todo se alcanza.
(I, XXII, p. 204)

El despliegue de jerga legal que este personaje, en contraposición al resto de


galeotes, presenta en su testimonio, subrayada aquí en negrita, nos hace pensar que se
trata de un estudiante de derecho. Como explica González Echevarría, los términos
«parentela» y «declarar» tienen aquí un sentido puramente jurídico: como resultado del
incesto, la descendencia del galeote resultó tan enrevesada que ni él mismo, experto en
jurisprudencia, podría determinar las relaciones de parentesco, poniendo en peligro la
continuación de su patrimonio (pp. 40-41). De hecho, este es uno de los motivos, además
de los problemas genéticos derivados de la consanguineidad, por los que el incesto estaba
prohibido legalmente. Por otro lado, cabe señalar el doble sentido que presenta el término
«burlar» en este fragmento: no solo responde al significado popular de engañar a alguien,
sino que en la germanía de la época también hacía referencia a tener comercio sexual con
alguien (p. 43). Este no es el único ejemplo de argot que aparece en el capítulo, ya que por
la falta de comprensión de don Quijote podemos deducir que «gurapas» y «cantar en el
ansia» son expresiones que tampoco pertenecen al lenguaje habitual.

Asimismo, el análisis textual de este testimonio deja entrever la corrupción


existente en el sistema judicial de comienzos del XVII. Cuando el supuesto estudiante de
derecho afirma que «faltó favor» y «no tuve dineros», hace referencia directa al
mecanismo de sobornos a escribanos y procuradores, tan habitual en la época, del cual no
se pudo aprovechar. Como explica Del Arco y Garay, «[Cervantes] no castigó nada de
cuanto en España se veneraba, sino lo ya condenado por nuestras leyes y lo censurado por
nuestros teólogos y moralistas, las corruptelas y abusos –y España no era una excepción
en ello, antes lo contrario– de las Municipalidades, de los ministros de justicia, de los
gobernantes *…+» (p. 140).

Por último, al igual que en la escena analizada en el apartado anterior, don Quijote
pone fin a esta especie de juicio con un discurso similar a una sentencia judicial, en el que

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recapitula no solo el choque entre ley divina y terrenal, sino también la corrupción
inherente al sistema jurídico de la época, ya expresado en boca de los distintos galeotes:

–De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que,
aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os
dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra
voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la
falta de dineros déste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del
juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia
que de vuestra parte teníades.
(I, XXII, p. 207)

En conclusión, como bien indica González Echevarría, «(e)l capítulo entero está
plagado de jerga jurídica y contiene una descripción muy detallada del funcionamiento de
la administración de la justicia española, que sin duda Cervantes conocía de primera mano.
El episodio trata tanto de la ley como de su aplicación, incluidas, por supuesto, las
desviaciones de la misma y la corrupción institucionalizada» (pp. 106-107). Cabe añadir
que, a través de los dos casos analizados aquí, don Quijote también se enfrenta a la
realidad jurídica de la época, donde la libertad amorosa choca de pleno con los problemas
socioeconómicos y legales derivados de las relaciones fuera del matrimonio, ya sean
prematrimoniales, adúlteras o incestuosas.

El cuadrado amoroso de Cardenio, Luscinda, don Fernando y


Dorotea (I, XXXVI)

Al igual que la historia de Grisóstomo y Marcela, este cuadrado amoroso se relata


en los capítulos precedentes de forma interrumpida en boca de distintos personajes,
aunque el entuerto se resuelve en la escena semejante a un juicio donde se sellan los
acuerdos de matrimonio. Asimismo, antes de proceder al análisis del capítulo en cuestión,
es necesario explicar el contexto de ambas historias.

Por un lado, el matrimonio de Cardenio y Luscinda viene determinado no solo por


su atracción mutua, sino también por las circunstancias socioeconómicas de sus familias,
ya que ambos pertenecen al mismo estamento, la baja nobleza, y su respectivo patrimonio
es de cuantía similar, como se deduce de las palabras del propio Cardenio al describir a su
amada como una «doncella tan noble y rica como yo» (I, XXIV, p. 224). Por otro lado, la

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relación entre Dorotea, hija de labradores acaudalados, y don Fernando, segundón de un
grande de España, presenta enormes desigualdades sociales que, en cierta manera,
pueden considerarse la causa de este cuadrado amoroso.

El hecho de que don Fernando no sea el primogénito puede explicar en gran


medida su comportamiento: debido a la institución del mayorazgo, solo el primer hijo
varón heredaba tanto el título nobiliario como las riquezas y propiedades vinculadas al
mismo, por lo que el resto de hermanos se veían obligados a iniciar carreras en el Ejército
o en la Iglesia, o a trabajar para la Corona como diplomáticos o administradores (González
Echeverría, pp. 144-145). «Al verse desposeídos del legado de sus padres, los segundones
se convertían en trepadores sociales y económicos que intentaban por todos los medios
compensar su deficiencia social. En la España de los siglos XVI y XVII, se convirtieron en
una clase por derecho propio: una clase laboriosa, cabría decir, que buscaba avanzar social
y económicamente con desesperación. La situación y las acciones de don Fernando
reflejan todos los rasgos de su clase» (González Echeverría, p. 146). Por un lado, su
relación con Dorotea vendría determinada por intereses meramente económicos, ya que
el cuantioso patrimonio de esta familia campesina podría conformar un nuevo mayorazgo
que dejar en herencia a su futuro primogénito. Por otro, su intento de boda con Luscinda,
además de garantizar una dote considerable y la unión de dos familias pertenecientes al
mismo estamento, le permitía importunar a Cardenio, quien había entrado al servicio de
su hermano mayor, recordándole su destino como segundón.

Sin embargo, los intereses socioeconómicos no solo influyen en las acciones de don
Fernando, sino que también quedan patentes en las decisiones de Dorotea. Hija de
cristianos viejos y acaudalados, puede medrar socialmente sin ningún tipo de obstáculo,
de ahí que se deje seducir por este segundón que, si bien no puede acrecentar la hacienda
familiar, al menos aporta sangre noble al linaje (González Echeverría, pp. 147-148). Este
tipo de enlaces eran bastante habituales en la Castilla de los siglos XVI y XVII, dado que el
título nobiliario se transmitía por vía paterna, como Dorotea se encarga de recordarle a
don Fernando:

[…] No permitas, con dejarme y desampararme, que se hagan y junten corrillos en


mi deshonra; no des tan mala vejez a mis padres, pues no lo merecen los leales
servicios que, como buenos vasallos, a los tuyos siempre han hecho. Y si te parece
que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mía, considera que pocas o

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ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la
que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres
descendencias, cuanto más, que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si
ésta a ti te falta negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con
más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, señor, lo que últimamente te
digo es que, quieras o no quieras, yo soy tu esposa: testigos son tus palabras, que
no han ni deben ser mentirosas, si ya es que te precias de aquello por que me
desprecias; testigo será la firma que hiciste, y testigo el cielo, a quien tú llamaste
por testigo de lo que me prometías […].
(I, XXXVI, p. 379)

En este fragmento del discurso que Dorotea dirige a su amado delante de todas las
personas reunidas en la venta, a modo de defensa, encontramos asimismo gran cantidad
de jerga legal, subrayada aquí en negrita. Términos como «honra» y «virtud» hacían
referencia en la época a la aptitud de las mujeres para contraer matrimonio, mientras que
la mención final a la promesa de don Fernando es clara muestra de que «Dorotea sigue
fielmente la doctrina religiosa y la ley castellana, que consentían las relaciones sexuales
prematrimoniales tras el compromiso que ella obliga a don Fernando a contraer»
(González Echevarría, p. 149), en su afán por no dejar ningún cabo suelto que ponga en
peligro su reputación o su ascenso social. Finalmente, tras oír las palabras de la amante
desdeñada, los amigos de don Fernando allí reunidos, así como el cura, el barbero y
Sancho, a modo de jurado imparcial, le instan a cumplir sus peticiones. Por lo tanto, no
cabe duda de que en este episodio, al igual que en la historia de Marcela y Grisóstomo,
están más que presentes tanto el derecho penal como el testamentario vigente en la
España de comienzos del XVII.

Conclusión

Con este breve análisis de la confluencia de derecho y amor en la primera parte del
Quijote, queda demostrado que la oposición entre literatura y realidad que Cervantes
establece como trama principal, mediante el delirio caballeresco del protagonista, también
está presente en las distintas interpolaciones episódicas que conforman la novela. En un
intento por dotar de realismo y contemporaneidad a su obra cumbre, Cervantes recurrió al
sistema judicial de la época para aportar nuevas soluciones a los problemas ya planteados

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en los relatos tradicionales, como en el cuadrado amoroso anterior. Asimismo, la amplia
casuística derivada de esta nueva macroestructura legal le proporcionó material suficiente
para inventar tramas originales, como la del «prisionero del amor».

Como bien ha señalado González Echeverría, «(l)as historias intercaladas tienen en


común, no solo entre sí, sino también con la trama central […] el hecho de que los
personajes, movidos por la pasión, cometen infracciones que atentan contra el honor, el
cuerpo y la propiedad, con la consiguiente necesidad de restituir, compensar, retribuir,
perdonar o vengar» (p. 134), haciéndose eco de las transformaciones jurídicas que estaban
teniendo lugar en la España moderna. Por lo tanto, no podemos más que darle la razón a
Del Arco y Garay cuando afirma que «Don Quijote, surgido de una idea simple, poco a poco
llegó a ser la gran novela social de la España del comienzo del siglo XVII, donde todo lo que
marca esta época: sentimientos, pasiones, prejuicios, costumbres e instituciones encontró
su lugar» (p. 82).

Bibliografía

Arco y Garay, R. del. (1951). La sociedad española en las obras de Cervantes.


Madrid: Patronato del IV Centenario del nacimiento de Cervantes.

Cervantes Saavedra, M. de. (2004). Don Quijote de la Mancha (ed. del IV


Centenario de la Real Academia Española). Madrid: Alfaguara.

González Echevarría, R. (2008). Amor y ley en Cervantes (ed. revisada). Madrid:


Gredos.

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