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Introducción................................................................................................................................................... 2
El cuadrado amoroso de Cardenio, Luscinda, don Fernando y Dorotea (I, XXXVI) ........... 9
Conclusión ....................................................................................................................................................11
Bibliografía ...................................................................................................................................................12
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Introducción
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El entierro de Grisóstomo (I, XIV)
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mostrado con claras razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte
de Grisóstomo, y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de
sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea
honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella
es sola la que con tan honesta intención vive.
(I, XIV, p. 128)
Este fragmento, de gran interés para el tema que aquí nos concierne, está plagado
de jerga legal, subrayada en negrita, lo cual deja entrever los conocimientos jurídicos de
Cervantes, ya fuese por sus diversos encontronazos con la justicia o por la labor que
desempeñó durante un tiempo como comisario de abastos. En esta especie de sentencia
no solo emplea fraseología especializada («de cualquier estado y condición», «so pena»,
«a cuya causa es justo»), sino que también hace referencia a términos de marcado
carácter legal, como «culpa» u «honra», si bien es cierto que, dado el carácter pleitista de
la sociedad de la época, esta jerga podía formar ya parte del lenguaje común.
Sin embargo, más allá de la vertiente estrictamente jurídica, cabe señalar que esta
escena también puede verse como un juicio regido por las normas del amor cortés. Según
González Echevarría, «(e)n el castillo de Leonor de Aquitania se celebraban simulacros de
juicios de casos que presentaban relaciones amorosas conflictivas, sobre todo, se supone,
para entretenerse y aguzar el ingenio; para adquirir, como diría Dante, inteletto d’amore.
*…+ Los fallos se dictaban en consonancia con las leyes y las convenciones expresadas en la
poesía» (pp. 128-129). En consecuencia, podemos afirmar que este capítulo se identificaría
con uno de esos simulacros.
En este caso, al acatar al pie de la letra las normas del amor cortés, Marcela se ha
visto obligada a desdeñar a todos y cada uno de sus pretendientes, mientras que
Grisóstomo, al ser rechazado por su amada, no ha encontrado otra solución posible más
allá del suicidio. Aquí queda patente la incoherencia de este tipo de convención amorosa,
ya que el objeto de deseo se presenta siempre inalcanzable, por influencia de la teoría
neoplatónica, lo cual nos lleva a suponer que dicho deseo no puede ser en medida alguna
real, pues desembocaría en desesperación e incluso en suicido. Mediante esta
reinterpretación de las novelas pastoriles, con el amor ficticio de don Quijote por la
inexistente Dulcinea de fondo, Cervantes trata de satirizar la teoría del neoplatonismo, tan
en boga durante el Renacimiento, dejando entrever la hipocresía que rodeaba al amor
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cortés y considerándolo quizás una máscara más de las muchas que empleaba la sociedad
para ocultar sus vicios.
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esta vez de los delitos cometidos por los galeotes, se presenta como una figura totalmente
anacrónica, en su defensa de la ley divina sobre la terrenal, del libre albedrío que
caracteriza al ser humano sobre la jurisprudencia vigente en la España de comienzos del
XVII. Gracias al desarrollo de la imprenta y la consiguiente democratización del nuevo
sistema judicial, «(e)l sentimiento popular identificaba la justicia y la dignidad regia» (p.
479), en términos de Del Arco y Garay. Así pues, gran parte de la sociedad contemporánea
a Cervantes había abandonado la creencia en una justicia divina y, en su lugar, relacionaba
este concepto con la autoridad real y el mundo de los abogados. De hecho, esta
contraposición se hace patente al comienzo del capítulo en cuestión:
–Ésta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.
–¿Cómo gente forzada? –preguntó don Quijote–. ¿Es posible que el rey haga
fuerza a ninguna gente?
–No digo eso –respondió Sancho–, sino que es gente que, por sus delitos, va
condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.
–En resolución –replicó don Quijote–, comoquiera que ello sea, esta gente,
aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.
–Así es –dijo Sancho.
–Pues desa manera –dijo su amo–, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer
fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.
–Advierta vuestra merced –dijo Sancho– que la justicia, que es el mesmo rey, no
hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus
delitos.
(I, XXII, pp. 199-200)
En lo que respecta a la relación entre derecho y amor, tema central del presente
trabajo, cabe analizar detenidamente el caso de los dos últimos delincuentes. En primer
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lugar, a través de otro condenado, don Quijote conoce los delitos del cuarto galeote, a
saber, haber actuado en repetidas ocasiones como alcahuete y ser sospechoso de ejercer
la hechicería. A ojos de nuestro protagonista, fiel defensor del amor cortés, hacer las veces
de intermediario amoroso no debe ser motivo de delito, ya que esta labor es necesaria
para el buen funcionamiento de la sociedad. Sin embargo, la actuación de los alcahuetes
constituye un delito en la España moderna que, lejos de la inocencia platónica que tiene
en mente nuestro protagonista, en la vida real estos individuos fomentaban relaciones
amorosas ilícitas, ya fuesen prematrimoniales o adúlteras, que ponían en peligro la
institución del matrimonio, con las nefastas consecuencias socioeconómicas y jurídicas
que esto podía acarrear, como las analizadas en el apartado anterior.
En segundo lugar, cabe analizar el testimonio del quinto y último galeote, que
González Echevarría ha tenido a bien denominar «prisionero del sexo». Este individuo, un
estudiante de derecho a todas luces, como trataremos de demostrar a continuación, fue
condenado a galeras tras cometer incesto en repetidas ocasiones:
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–Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías, y
con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con
todas, que resultó de la burla crecer la parentela, tan intricadamente que no hay
diablo que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, víame a
pique de perder los tragaderos, sentenciáronme a galeras por seis años, consentí:
castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con ella todo se alcanza.
(I, XXII, p. 204)
Por último, al igual que en la escena analizada en el apartado anterior, don Quijote
pone fin a esta especie de juicio con un discurso similar a una sentencia judicial, en el que
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recapitula no solo el choque entre ley divina y terrenal, sino también la corrupción
inherente al sistema jurídico de la época, ya expresado en boca de los distintos galeotes:
–De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que,
aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os
dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra
voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la
falta de dineros déste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del
juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia
que de vuestra parte teníades.
(I, XXII, p. 207)
En conclusión, como bien indica González Echevarría, «(e)l capítulo entero está
plagado de jerga jurídica y contiene una descripción muy detallada del funcionamiento de
la administración de la justicia española, que sin duda Cervantes conocía de primera mano.
El episodio trata tanto de la ley como de su aplicación, incluidas, por supuesto, las
desviaciones de la misma y la corrupción institucionalizada» (pp. 106-107). Cabe añadir
que, a través de los dos casos analizados aquí, don Quijote también se enfrenta a la
realidad jurídica de la época, donde la libertad amorosa choca de pleno con los problemas
socioeconómicos y legales derivados de las relaciones fuera del matrimonio, ya sean
prematrimoniales, adúlteras o incestuosas.
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relación entre Dorotea, hija de labradores acaudalados, y don Fernando, segundón de un
grande de España, presenta enormes desigualdades sociales que, en cierta manera,
pueden considerarse la causa de este cuadrado amoroso.
Sin embargo, los intereses socioeconómicos no solo influyen en las acciones de don
Fernando, sino que también quedan patentes en las decisiones de Dorotea. Hija de
cristianos viejos y acaudalados, puede medrar socialmente sin ningún tipo de obstáculo,
de ahí que se deje seducir por este segundón que, si bien no puede acrecentar la hacienda
familiar, al menos aporta sangre noble al linaje (González Echeverría, pp. 147-148). Este
tipo de enlaces eran bastante habituales en la Castilla de los siglos XVI y XVII, dado que el
título nobiliario se transmitía por vía paterna, como Dorotea se encarga de recordarle a
don Fernando:
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ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la
que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres
descendencias, cuanto más, que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si
ésta a ti te falta negándome lo que tan justamente me debes, yo quedaré con
más ventajas de noble que las que tú tienes. En fin, señor, lo que últimamente te
digo es que, quieras o no quieras, yo soy tu esposa: testigos son tus palabras, que
no han ni deben ser mentirosas, si ya es que te precias de aquello por que me
desprecias; testigo será la firma que hiciste, y testigo el cielo, a quien tú llamaste
por testigo de lo que me prometías […].
(I, XXXVI, p. 379)
En este fragmento del discurso que Dorotea dirige a su amado delante de todas las
personas reunidas en la venta, a modo de defensa, encontramos asimismo gran cantidad
de jerga legal, subrayada aquí en negrita. Términos como «honra» y «virtud» hacían
referencia en la época a la aptitud de las mujeres para contraer matrimonio, mientras que
la mención final a la promesa de don Fernando es clara muestra de que «Dorotea sigue
fielmente la doctrina religiosa y la ley castellana, que consentían las relaciones sexuales
prematrimoniales tras el compromiso que ella obliga a don Fernando a contraer»
(González Echevarría, p. 149), en su afán por no dejar ningún cabo suelto que ponga en
peligro su reputación o su ascenso social. Finalmente, tras oír las palabras de la amante
desdeñada, los amigos de don Fernando allí reunidos, así como el cura, el barbero y
Sancho, a modo de jurado imparcial, le instan a cumplir sus peticiones. Por lo tanto, no
cabe duda de que en este episodio, al igual que en la historia de Marcela y Grisóstomo,
están más que presentes tanto el derecho penal como el testamentario vigente en la
España de comienzos del XVII.
Conclusión
Con este breve análisis de la confluencia de derecho y amor en la primera parte del
Quijote, queda demostrado que la oposición entre literatura y realidad que Cervantes
establece como trama principal, mediante el delirio caballeresco del protagonista, también
está presente en las distintas interpolaciones episódicas que conforman la novela. En un
intento por dotar de realismo y contemporaneidad a su obra cumbre, Cervantes recurrió al
sistema judicial de la época para aportar nuevas soluciones a los problemas ya planteados
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en los relatos tradicionales, como en el cuadrado amoroso anterior. Asimismo, la amplia
casuística derivada de esta nueva macroestructura legal le proporcionó material suficiente
para inventar tramas originales, como la del «prisionero del amor».
Bibliografía
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