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Shakespeare,
el humanista
Gerardo Piña*
Resumen: A partir del esbozo de una crítica sobre cómo se interpreta a Shakespeare en la
posmodernidad, se muestra el concepto de naturaleza humana como centro de humanismo
shakespeariano tomado como ejemplo fundamental la tragedia Ricardo III.
Shakespeare,
el humanista*
tengan algo que ver con la naturaleza humana. Dollimore afirma que
para los isabelinos, el ser humano era inestable y fragmentado; a ningu
no de ellos se le habría ocurrido pensar en el yo. También afirma en
este libro que la idea de la originalidad era un concepto completamen-
te ajeno para los artistas de la época y que el concepto de genio no
existía en el Renacimiento. Tal vez me equivoque, pero la mayoría de
los estudiosos actuales (no sólo de Shakespeare, sino de humanida
des en general) estarán de acuerdo con lo expuesto por Dollimore.
Después de todo, su libro fue uno de los más influyentes en los estudios
del Renacimiento. Pocos marcos de referencia han sido tan convenien
tes como el de la posmodernidad para adaptarse a cualquier época
y circunstancia; se trata de un marco casi vacío en el que lo poco que
hay es como un disco pirata: el contenido es siempre relativo con res
pecto a lo que promete y también es siempre muy barato. La crítica
posmoderna a partir de Dollimore nos dice que los isabelinos creían
que el solo acto de vestirse de mujer hacía que un actor se transforma
ra sobre el escenario en una de ellas.
Decir que en el Renacimiento las personas no creían en la origina-
lidad, ni tenían la idea de un yo, ni calificaban a alguien de genio cuando
les parecía que su trabajo era muy sobresaliente es algo falso según las
32 propias pruebas que arrojan los textos y otros testimonios de la época,
pero podría discutirse de dónde salieron esas ideas. Sin embargo, decir
que el público ‒el público del Renacimiento, quizás la época en la que
el arte ha desarrollado simultáneamente su más alto potencial en varios
países‒ creía que cuando un señor se ponía un vestido se convertía en
señora es atentar contra las leyes más elementales de la inteligencia
de los estudiosos del siglo veinte (y de lo que va del veintiuno). Por-
que mientras más leemos a los autores, filósofos y demás escritores
del Renacimiento, más evidencia encontramos de que, para ellos, el
tema de una naturaleza humana era esencial. Había diferencias sobre
cuál era la esencia de dicha naturaleza humana, pero no había duda
de que existía; así que afirmar que el Renacimiento inglés era práctica
mente una calca de la posmodernidad norteamericana no sólo es irres
ponsable: es de mal gusto.
La historiadora Janet Coleman, al referirse a los pensadores me-
dievales y renacentistas, afirma que “en todas las sociedades a través
de la historia, las personas han demostrado por sus acciones que hay
un tipo de naturaleza, una naturaleza específica de los seres humanos”.
La palabra humanista llegó a Inglaterra desde la latina humanitas,
cuyo sentido primigenio era el de “naturaleza humana”. En el latín clá
sico esta palabra tenía tres acepciones principales: naturaleza humana,
civilización o cultura y benevolencia, y así era como se entendía en
la época de Shakespeare. Somos nosotros, desde las ópticas del siglo xx
y xxi, quienes hemos enfatizado el carácter secular del humanismo,
así como sus ambiciones de proyecto educativo. Pero en aquella épo-
ca este concepto se extendía a las acepciones mencionadas; de ahí que
los humanistas se ocuparan del estudio del ser humano y su naturaleza.
En el Renacimiento se estudiaba la literatura, se leía poesía o se acudía
a presenciar una obra de teatro porque se pensaba que la literatura fun
cionaba como un espejo que retrataba nuestros vicios y virtudes más
característicos. El arte nos enseñaba nuestras contradicciones y cómo
equilibrarlas en pro de una mejor calidad de vida, de una sociedad
más justa.
Dentro de las varias obras a las que pudo acudir a presenciar el pú
blico isabelino está La tragedia de Ricardo III. En ella encontramos un
ejemplo de cómo Shakespeare retrataba dichas conductas. Esta obra, 33
escrita en 1591, fue el texto dramático más exitoso de Shakespeare
como libro, aunque su best-seller haya sido el poema “Venus y Adonis”.
La obra cuenta el ascenso y la caída política del rey Ricardo III; éste
inicia la obra como duque de Gloucester (pues se coronará como rey
hasta el cuarto acto); conspira contra el rey Eduardo IV, acusa de traición
a su hermano, el Duque de Clarence, y lo manda asesinar mientras está
encarcelado. Ricardo utiliza el asesinato como la forma más práctica para
deshacerse de sus rivales políticos; también mata al suegro de Lady Anne
(viuda de Eduardo), cuyo ataúd transporta cuando éste la convence
de que se case con él, a pesar del homicidio. Por último, asesina a su so
brino Eduardo y a su pequeño hermano, ambos herederos potenciales
del trono, niños aún. (De hecho, estaban bajo la tutela del propio Ricardo
tras el asesinato de su padre.) La madre de Ricardo y la reina, viuda de
Enrique VI, lo maldicen y le auguran un final terrible.
Gloucester:
Now is the winter of our discontent
Made glorious summer by this sun of York;
And all the clouds that lour’d upon our house
In the deep bosom of the ocean buried.
Now are our brows bound with victorious wreaths;
Our bruised arms hung up for monuments;
Our stern alarums changed to merry meetings,
Our dreadful marches to delightful measures.
Grim-visaged war hath smooth’d his wrinkled front;
And now, instead of mounting barded steeds
To fright the souls of fearful adversaries,
He capers nimbly in a lady’s chamber
To the lascivious pleasing of a lute.
But I, that am not shaped for sportive tricks,
Nor made to court an amorous looking-glass;
36 I, that am rudely stamp’d, and want love’s majesty
To strut before a wanton ambling nymph;
I, that am curtail’d of this fair proportion,
Cheated of feature by dissembling nature,
Deformed, unfinish’d, sent before my time
Into this breathing world, scarce half made up,
And that so lamely and unfashionable
That dogs bark at me as I halt by them;
Why, I, in this weak piping time of peace,
Have no delight to pass away the time,
Unless to spy my shadow in the sun
And descant on mine own deformity:
And therefore, since I cannot prove a lover,
To entertain these fair well-spoken days,
I am determined to prove a villain
And hate the idle pleasures of these days.
Queen Margaret:
And leave out thee? stay, dog, for thou shalt hear me.
If heaven have any grievous plague in store
Exceeding those that I can wish upon thee,
O, let them keep it till thy sins be ripe,
And then hurl down their indignation
On thee, the troubler of the poor world’s peace!
The worm of conscience still begnaw thy soul!
Thy friends suspect for traitors while thou livest,
And take deep traitors for thy dearest friends!
No sleep close up that deadly eye of thine,
Unless it be whilst some tormenting dream
Affrights thee with a hell of ugly devils!
Muchas gracias.