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Patrimonio y turismo
¿Quién sirve a quién en la construcción del paisaje cultural?
Gabriela C. Pastor1

Resumen:
Los paisajes culturales en Argentina no resultan fácilmente reconocibles, valorados o incluso
percibidos por las mismas poblaciones locales, poseedoras del mencionado patrimonio. Es
más, la misma condición de paisaje cultural aparece desdibujada al lado de la magnificencia
de elementos del paisaje natural, que incluso a veces no es tal, sino que por tratarse
simplemente de elementos verdes, la "naturalidad" emerge como atributo incuestionable. Sin
embargo el paisaje cultural constituye uno de los principales atractivos de un destino turístico,
ya que condensa las principales señas de identidad del lugar.
El turismo, por su parte, se nutre, aprovecha e incluso explota los valores de los paisajes
culturales en la generación de productos que pretenden satisfacer determinadas demandas
de la actividad turística, así como inducir otras. Está claro entonces, que el turismo no es
inocuo respecto del territorio que lo soporta y que en esa relación, es factible reconocer en los
elementos que se ponen en juego, los resultados de las ecuaciones sociales, económicas y
ambientales.
En este contexto, la ponencia se propone reflexionar en torno al binomio patrimonio y turismo
en el marco de la construcción del paisaje cultural en territorios en los que la actividad turística
ha ido sumando protagonismo. Desde una concepción del paisaje cultural como recurso para
un desarrollo más sostenible, el trabajo explora el papel que le cabe en la conformación de los
espacios turísticos y avanza en la formulación de algunas estrategias sobre las que articular
objetivos de ordenación de dichos espacios.

Abstract:
Cultural landscapes in Argentina are not easily recognized, valued or even perceived by the
local populations, owners of this heritage. Moreover, the very condition of cultural landscape
appears to be blurred by the magnificence of elements of the natural landscape, which is
sometimes not that natural, but, simply because of their being green elements, “naturalness”
emerges as an unquestionable attribute. However, the cultural landscape is one of the major
attractions of a tourist destination, as it encompasses the main identity signs of the place.
Tourism, in turn, feeds on, takes advantage of, and even exploits the values of cultural
landscapes by generating products aimed at meeting certain demands of the tourist activity
and at inducing others. It is therefore clear that tourism is not innocuous to the territory that
supports it and that, in this relationship, it is feasible to recognize the results of social,
economic and environmental equations in the elements at play.
In this context, this presentation attempts to make a reflection upon the heritage-tourism
binomial within the framework of the construction of cultural landscape in territories where the
tourist activity has gained great relevance. From a conception of the cultural landscape as a
resource to achieve a more sustainable development, this work examines its role in forming
tourism spaces, and advances in the formulation of some strategies on which to articulate
management of such spaces.

                                                            
1
Investigadora CONICET. Laboratorio de Desertificación y Ordenamiento Territorial (LaDyOT);
Instituto Argentino de Investigaciones en las zonas áridas (IADIZA). Av. Ruiz Leal s/n. Parque Gral. San
Martín. 5500 MENDOZA; Tel/Fax: 0261- 5244102 - E-mail: gpastor@lab.cricyt.edu.ar

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Introducción
Los paisajes culturales en Argentina no resultan fácilmente reconocibles, valorados o incluso
percibidos por las mismas poblaciones locales, poseedoras del mencionado patrimonio. Es
más, la misma condición de paisaje cultural aparece desdibujada al lado de la magnificencia
de elementos del paisaje natural, que incluso a veces no es tal, sino que por tratarse
simplemente de elementos verdes, la "naturalidad" emerge como atributo incuestionable. Sin
embargo, el paisaje cultural constituye uno de los principales atractivos de un destino turístico,
ya que condensa las principales señas de identidad del lugar.
El estudio del paisaje posee una ya larga tradición en diversas disciplinas. Avalado por la
característica polisémica del concepto y la vocación multidisciplinar para su abordaje, en los
últimos años, se ha ido ensanchando ese espacio plural de conocimiento y accionar. Producto
de estos procesos, numerosos autores han elaborado diversas definiciones de paisaje, que
coinciden en señalar que el paisaje: posee una dimensión tangible y una intangible, que
abarca la totalidad del espacio y que se halla compuesto por elementos diversos de carácter
objetivo.
En este trabajo se asumen estas características y se entiende al paisaje como un patrimonio
de construcción permanente en cuya imagen se conjugan las valoraciones que del territorio
han efectuado o efectúan los observadores / actores / constructores / consumidores, quienes
en función de su cosmovisión –individual y/o colectiva- le atribuyen valores o no y/o proyectan
acciones resignificando ese proceso de re-construcción continua.
El turismo, por su parte, se nutre, aprovecha e incluso explota los valores de los paisajes
culturales en la generación de productos que pretenden satisfacer determinadas demandas
de la actividad turística, así como inducir otras. Está claro entonces, que el turismo no es
inocuo respecto del territorio que lo soporta y que en esa relación, es factible reconocer en los
elementos que se ponen en juego, los resultados de las ecuaciones sociales, económicas y
ambientales.
En este contexto, la ponencia se propone reflexionar en torno al binomio patrimonio y turismo
en el marco de la construcción del paisaje cultural a la luz de las incidencias territoriales
protagonizadas por el desarrollo de la actividad turística. Desde una concepción del paisaje
cultural como recurso para un desarrollo más sostenible, el trabajo explora el papel que le
cabe en la conformación de los espacios turísticos, particularmente en los ámbitos rurales y
avanza en la formulación de algunas consideraciones conceptuales sobre las que articular
objetivos de ordenación de dichos espacios.

Patrimonio, desarrollo y paisaje


Tradicionalmente, el abordaje de los temas patrimoniales ha sido efectuado a escala de los

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objetos -piezas de arquitectura o urbanas- propios de los espacios emblemáticos de nuestra


cultura occidental, en el que la mirada histórica es la que ha primado en la identificación y
valoración de ese patrimonio, en la que en no pocas ocasiones, cargada de nostalgia y
romanticismo.
En tiempos más recientes y en forma recurrente, se ha comenzado a asociar al patrimonio
como factor de desarrollo, inducido por las necesidades de un mejor y más eficiente
aprovechamiento de los bienes culturales2. Sin embargo, en un principio fue más lo que se
intuía en torno a la potencialidad de este factor que lo empíricamente comprobado en los
hechos.
Paralelamente y por otra parte, las nociones de desarrollo también fueron cobrando nuevas
dimensiones que las fueron acercando a señalar el carácter cualitativo y complejo del
desarrollo para diferenciarse de lo cuantitativo y lineal del crecimiento. Boisier (1993) señala
que el desarrollo como proceso, es de naturaleza intangible y que “no es causado por la
inversión material, sino por acciones que potencian fenómenos que se encuentran
preferentemente en el ámbito de la psicología social”. Es decir, que contrariamente a lo que
sucede con los capitales económicos, en los de naturaleza cultural cuando más se usan,
mayor es su acrecentamiento. Esta afirmación explicaría el aumento del peso del capital
intangible por encima del capital fijo, antes dominante.
Además, el mismo Boisier (2000:103) afirma que el desarrollo es, fue y será territorial. Se
advierte entonces, la importancia que adquiere la articulación entre actores en el
aprovechamiento de los recursos territoriales -económicos, políticos, sociales y culturales
(Boisier, 1993) - sobre los cuales diseñar un entorno territorial innovador para llevar a cabo
estrategias de desarrollo (Albuquerque, 2004).
En este sentido y a partir de las dinámicas impuestas por la mundialización de la economía, se
generaron reacciones de los territorios y sus dinámicas económicas, así como nuevos tipos
de relaciones internacionales, interregionales e incluso interurbanas e intraurbanas. Las
posibilidades de reacción de cada uno de estos ámbitos, condicionadas en gran medida por
las características territoriales, productivas y socioculturales, han promovido una
concienciación en la que cualquier bien que adquiere forma de recurso o capital se comporta
como estratégico para la promoción del desarrollo.

                                                            
2
La denominación de bienes culturales se comienza a utilizar a partir de la Convención para la
Protección de los Bienes Culturales en Caso de Conflicto Armado (1954) promovida por UNESCO, para
designar a los bienes muebles e inmuebles, desde monumentos arquitectónicos, sitios arqueológicos,
obras de arte, manuscritos, libros, hasta colecciones científicas de todo tipo, siempre desde el valor
primordial dado por las características históricas y artísticas del bien objeto de atención. Su
incorporación al lenguaje patrimonial en América Latina habría de esperar hasta aproximadamente, las
últimas dos décadas del siglo XX.

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Sin subestimar las fuerzas de la economía global, la presencia de empresas multinacionales,


de monopolios o de otros importantes intereses foráneos, ni tampoco la emergencia de redes
que vinculan los nodos dinámicos del mundo globalizado, se reconoce que es en el medio
local o regional -y no necesariamente en el nivel nacional/global- donde surgen
comportamientos innovadores. En este caso, el interés por la compleja trama de recursos
internos puestos en juego en la articulación local-global no implica despreciar la influencia
inexorable de los factores externos sino, por el contrario, explorar los recursos endógenos
disponibles para enfrentar un sistema mundial en el que los márgenes de actuación de los
ámbitos locales tienden a restringirse3.
El paisaje cultural, como bien patrimonial, permite visualizar los capitales, culturales y fijos
tanto tangibles como intangibles. Pero el paisaje es mucho más que la sumatoria de ellos y de
sus componentes. Es la sinergia creada por la interrelación del conjunto de bienes y del
contexto natural y socioeconómico en el que se inserta, que es a su vez cambiante en un
proceso de evolución y adaptación continua. Así, el desarrollo sostenible se presenta como el
encuadre adecuado para comprender el patrimonio como recurso en un contexto más amplio
que permita conciliar en las políticas de desarrollo, el potencial devenido de los capitales
intangibles asociados a los de naturaleza tangible, ya sean naturales, culturales, económicos
y sociales.
Cabe señalar que adjetivar al desarrollo como sostenible quizá sea un eufemismo que denota
una cierta carga de utopía y buenas intenciones, al menos teóricamente. Se trata pues, más
que de un objetivo a alcanzar, de un modo de formular la respuesta a una necesidad de
intervención que señala una tendencia hacia el ideal de un desarrollo durable, sostenible,
social, cultural, ambiental y económicamente. Globalización y sustentabilidad son procesos
conjuntos que, mientras el primero tiende a hacer más difusos los límites políticos y
geográficos, el segundo intenta compensar esa tendencia mediante la incorporación de la
noción de otros límites referidos principalmente, a los procesos de apropiación y vertido de
residuos que ese mismo proceso genera. En este contexto y como afirma Naredo (1998), el
principal problema reside en que la sostenibilidad local ha venido apoyándose en una
insostenibilidad global; por tanto, queda claro que la sostenibilidad local es una condición
necesaria pero no suficiente para que un proceso pueda definirse como sostenible y
viceversa, tanto en lo ambiental como en lo social y en lo económico.
Esta perspectiva permite pensar estrategias para un aprovechamiento responsable tendiente
no sólo a la conservación de los recursos sino al incremento del capital involucrado en el

                                                            
3
Sin caer en dos posiciones extremas: el reduccionismo a lo particular y su idealización y en el sentido
opuesto, el ignorar las especificidades y posibilidades locales frente a una globalización inexorable.

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proceso, de manera de promover la equidad en la distribución de la riqueza dada por estos


capitales y recursos territoriales.
Es por ello que, en el contexto de lo expuesto, los bienes del patrimonio cultural, adquieren la
categoría de recurso en función de los valores que les son atribuidos, fundamentalmente
simbólicos y de uso. Los primeros, en tanto existe el bien y es un referente de identidad; el
segundo, de uso, vinculado a la posibilidad de acceso y control –apropiación- de esos bienes.
Estos valores se complementan y resemantizan mutuamente en una dinámica en la que
incidirán notablemente las acciones que sobre ellos se imprima desde los distintos estratos de
poder. Ese conjunto de bienes constituye entonces un recurso de múltiples valores para la
sociedad, como: mejora de la calidad de vida de los habitantes: nuevas y mejores
oportunidades de trabajo, mejoramiento de la renta y de la calidad ambiental ergo, del paisaje.
Pero, un bien cultural, no es válido como recurso por si mismo, sino que para ser considerado
como tal debe tener definido su rol en la satisfacción de algún objetivo planteado. Esos bienes
incorporados como recursos culturales activos para el alcance de los objetivos mencionados,
presentan la particularidad de ser al mismo tiempo recursos potenciales respecto de los
nuevos objetivos que se pudieran plantear. De allí, la relevancia de la noción de
sustentabilidad en el aprovechamiento de los bienes culturales como recurso para el
desarrollo.
Desde esta perspectiva, el desarrollo sostenible tiende a que las acciones sobre el capital
involucrado, o sea, el patrimonio, se orienten hacia una búsqueda que ensanche la estrecha
área de equilibrio dinámico entre las dimensiones sociales, ambientales y económicas.

El aprovechamiento de los recursos a través del turismo


El turismo es una práctica generadora de actividad económica a partir del aprovechamiento
intensivo del territorio. Se trata de uno de los sectores más pujantes de la economía
internacional, que por encima de recesiones económicas y épocas turbulentas, ha
demostrado ser una de las actividades económicas más resistentes. Según la Organización
Mundial del Turismo (OMT), en las regiones menos desarrolladas, es el mecanismo más
propicio para competir en un sector de servicios en dinámico crecimiento y contribuir a
equilibrar las oportunidades económicas, favorecer el arraigo de la población y promover la
mejora de su calidad de vida mediante la generación de empleo, la conservación del medio
ambiente y la puesta en valor de la cultura local4.

                                                            
4
Los beneficios, impactos y costes de la actividad turística han sido profundamente analizados en
diversas publicaciones anteriores por lo que no serán explicitados aquí. Ver: CASASOLA, Luis.
“Turismo y ambiente”. Editorial Trillas. ISBN: 968-24-3955-8 -4º reimpresión, México, 2000; OMT.
“Introducción del turismo”. Sancho, A. (Dir). 1ª edición. 1998. Madrid, 1998. ISBN: 92-844-0269-7;

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El modelo de desarrollo sobre el que se ha basado tradicionalmente la actividad turística ha


estado orientado por el crecimiento incesante del número de visitantes. Modelo que fue
implantado las más de las veces, disociado de las posibilidades de acogida del territorio de
destino, en el marco del cual se priorizaron los beneficios a corto plazo de las empresas y
emprendimientos, impactando fuertemente en dichos territorios. Estas actuaciones se vieron
acompañadas con la dotación de grandes infraestructuras para la satisfacción de las
crecientes demandas de servicios y la creación de una oferta standardizada que dejaba de
lado la cultura y tradiciones locales.
Las cargas ambientales -en términos de recursos como agua, suelo, energía, biodiversidad,
paisaje, producción de residuos, etc.- que dicho modelo fue generando, aceleraron el ciclo de
vida e indujeron al ocaso de numerosos destinos en función de los altos impactos negativos
obtenidos, que redundaron en la disminución de la atractividad del destino y por ende, en la
pérdida de cuota de mercado, disminución de la fidelidad de los visitantes, así como la merma
de la rentabilidad, entre otras consecuencias. Pero si además, a estos resultados se le suman
las incidencias que dichas presiones han ejercido sobre los aspectos socio culturales, como la
marginación y segregación de las comunidades locales, sustitución y simplificación de
prácticas tradicionales, desterritorialización del patrimonio derivado de la mercantilización de
sus bienes, la homogenización y degradación del paisaje, por mencionar algunos, se deduce
que la llamada “industria sin chimeneas” ha dejado una huella profunda sobre sectores
sociales y aspectos culturales y ambientales, por tanto se su paisaje cultural, de los territorios
ligados a estos usos. Estos sectores -particularmente las culturas locales- no sólo han
permanecido al margen de los beneficios pregonados por la OMT, si no, que han resultado ser
la moneda de cambio de las transacciones económicas destinadas a saldar los costos del
ejercicio de la actividad. Una actividad que se fue conformando sobre una relación inversa de
beneficios: mientras los impactos en los aspectos económicos resultaban ser los más
positivos, los ambientales y socioculturales recibían los perjudiciales para el destino turístico.
Derivado de la difusión de la noción de desarrollo sostenible y a partir de los años noventa, se
generaron distintas propuestas tendientes a incorporar los criterios de sostenibilidad a la
actividad turística con los que se intenta saldar las deudas pendientes a través del reto
ineludible que es necesario asumir, si se piensa en el largo plazo para el desarrollo de la
actividad. La búsqueda de destinos alternativos, menos masificados y especializados, con los
que efectuar una contraoferta al modelo tradicional de desarrollo turístico “de masas”, llevó a
                                                                                                                                                                                          
AYUSO SIART, Silvia. “Gestión sostenible en la industria turística. Retórica y práctica en el sector
hotelero español”. Tesis Doctoral - Universidad Autónoma de Barcelona. Septiembre 2003. Disponible
en:
http:// .tdx.cesca.es/TESIS_UAB/AVAILABLE/TDX-0621104-151345//sas1de4.pdf [citado 09 mayo
06].

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explorar y poner en el mercado, territorios y espacios -algunos insertos en ecosistemas de


marcada fragilidad- que se han visto rápidamente dañados de un modo irreversible.
Consecuentemente y a la luz de las crecientes presiones sobre el medioambiente
fundamentalmente, se comenzaron a generar formas alternativas al modelo turístico
tradicional que bajo distintas modalidades intentaron instaurar modalidades más respetuosas
y responsables en el desarrollo de la actividad.
El cambio de paradigma fue acompañado e incentivado por declaratorias y documentos con
los cuales se llegó a conformar un corpus conceptual y técnico tendiente a afianzar el cambio
de enfoque en el ejercicio de la actividad. La Declaración de Manila (1980), más tarde la
Agenda 21 para los Viajes y Turismo (1992)5, la Carta de Turismo Sostenible6 (1995) el
Código Ético Mundial para el Turismo7 (1999) reconocen lo ambivalente de la actividad, que
puede promover el desarrollo a la vez que causar serios perjuicios. Para ello, estos
documentos intentan crear un marco de referencia conceptual y operativo para el desarrollo
responsable y sostenible del turismo mundial.
Indudablemente el reto de la sostenibilidad de las acciones de la actividad turística, constituye
el eje central sobre el cual articular las estrategias para su desarrollo. En la triple visión de la
sostenibilidad, donde confluyen argumentos económicos, ambientales y sociales que definen
las dimensiones en las cuales se consolida el concepto, el turismo se identifica como una de
las actividades capaces de efectuar una contribución positiva a la sostenibilidad del planeta
dada su capacidad de incidencia en forma directa o indirecta en múltiples sectores
productivos. Nos referimos a la sostenibilidad económica, derivada de una ecuación positiva
en la rentabilidad de las acciones que permita la equidad en la obtención de los beneficios por
parte de todos los actores; la sostenibilidad ambiental, que garantice el desarrollo natural de
los procesos ecológicos, así como la conservación de la biodiversidad y la sostenibilidad
social y cultural que debe propiciar el aumento de las capacidades de decisión de las
personas, facilitando su desarrollo en armonía con su cultura e identidad.
Sin embargo el enfoque todavía imperante fomenta el crecimiento económico -aunque con
mayores consideraciones de protección al medioambiente y a las culturas locales- sin que se
visualicen aún, estrategias que conduzcan hacia un papel proactivo del turismo. Un papel que
efectivamente inserte al turismo dentro de las estrategias para el desarrollo sostenible que
capitalice a favor del medioambiente y la cultura y sociedad locales, los aspectos económicos,
ambientales y socioculturales a favor de la equidad.

                                                            
5
Programa de acción adoptado en la Cumbre de la Tierra realizada en 1992 en Río de Janeiro, Brasil.
6
Adoptada en el marco de la Conferencia Mundial efectuada en Lanzarote en 1995.
7
Aprobado por unanimidad en la reunión de la Asamblea General de la OMT en Santiago de Chile, en
octubre de 1999.

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Patrimonio, paisaje y turismo en el ámbito rural: entre el desarrollo local y la


tematización del espacio
En Argentina, los nuevos escenarios derivados de la crisis de los modelos económicos de los
años noventa, promovieron una apuesta muy fuerte al turismo receptivo como estrategia para
el desarrollo, fundamentalmente económico. La urgente necesidad de generación de empleo,
así como de atracción de capitales extranjeros, encontraron en la actividad turística una
oportunidad para emerger de la crisis. En ese contexto y al mismo tiempo, algunos sectores
productivos incentivados por esta situación iniciaron la diversificaron sus productos,
incorporando los turísticos en función de determinados perfiles regionales. Para ello, el
patrimonio cultural y fundamentalmente el vernáculo construido, resultó un recurso
preferencial al que se recurrió para promover los nuevos posicionamientos sectoriales
requeridos por el contexto de competitividad. García Canclini (1999) afirma que todo el
conjunto de bienes materiales e inmateriales –tangibles o intangibles- estaría disponible para
su aprovechamiento, sin embargo advierte que las vinculaciones sectoriales – de apropiación,
difusión, conflicto, puja, etc.- se realizan según “las disposiciones subjetivas que cada uno ha
podido adquirir y según las relaciones sociales en que está inserto”.
El patrimonio, como rasgo de identidad, permitía generar valores agregados a los productos
nuevos o existentes en el marco de esta nueva dinámica económica. Es así como se utilizaron
referencias y/o citas de algunos bienes extraídos de territorios diversos, no necesariamente
propios o locales, que permitían singularizar los productos en base a la “autenticidad” que
estas referencias les otorgaban. Elementos de la iconografía indígena, de las tipologías
arquitectónicas y hasta de las tecnologías tradicionales vernáculas pasaron, bajo distintas
modalidades y formas, a adosarse a estos otros productos reafirmando que “el patrimonio no
es un conjunto de bienes estables y neutros con valores sentidos y fijados de una vez para
siempre, sino un proceso social que, como el otro capital, se acumula, se renueva, produce
rendimientos y es apropiado en forma desigual por diversos sectores”.
En este contexto los ámbitos rurales generaron sus reacciones para intentar reposicionarse
en los nuevos escenarios y capitalizar las nuevas oportunidades que se vislumbraban para
alcanzar el mentado “desarrollo”. Un desarrollo rural que, en Argentina así como en los otros
países de la región, ha sido tradicionalmente encarado desde la sumatoria de programas, con
superposiciones y vacíos entre ellos, sin que mediara una política que definiera un modelo de
desarrollo, que delineara las estrategias a seguir y caracterizara el marco de actuación del
mismo (Manzanal, 2000). En general, se ha tratado de programas que han sido pensados
como paliativos -con grandes dosis de asistencialismo- de los efectos del contexto
macroeconómico (Posada, 1999; Manzanal, 2000) más que como promotores del desarrollo

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rural o de los pequeños productores rurales.


Sin embargo los últimos 15 a 20 años han sido testigos de numerosos cambios en el ámbito
rural. Una de las expresiones más acabadas en este sentido, según Posada (1999), son los
cambios en la conceptualización del uso de lo rural: lo que antes era un espacio para la
producción, hoy es un espacio para el consumo. Pero no para el consumo de lo producido
exclusivamente, sino para el consumo del espacio en sí. No se trata sólo de cambios en los
aspectos físicos o funcionales, sino también en la manera de valorar a lo rural por parte de lo
urbano, y lo rural vuelto a ser mirado desde lo rural mismo a partir de las demandas que esas
valoraciones como espacio de consumo conllevan. Es en esa realidad subjetiva donde las
percepciones y connotaciones agregan, quitan o transforman significados que son
particularmente aprovechados en la creación de productos turísticos que a su vez, construyen
paisaje cultural.
Esta nueva concepción del espacio rural como productor también de servicios ha permitido la
incorporación de la actividad turística como alternativa productiva, complementaria a los usos
tradicionales agropecuarios o bien, como una reconversión del espacio rural. Los nuevos usos
del espacio rural que de esta concepción se derivan han orientado hacia una diversificación e
incremento de actividades recreativas y de ocio más especializadas y menos masificadas, las
que han resultado etiquetadas como agroturismo, turismo verde, ecoturismo, turismo rural,
turismo de estancia, entre otros.
En este marco se puede afirmar que las comunidades rurales son cada vez más conscientes
de su patrimonio así como del potencial de atracción que éste posee para satisfacer tales
demandas; de la oportunidad que ello significa en cuanto a la posibilidad de incrementar los
ingresos, de promover la creación de infraestructuras así como de articular las nuevas y viejas
actividades a través de otros modos de integración territorial. También se hacen más
evidentes los riesgos que estas transformaciones conllevan, como el deterioro del paisaje
natural, el abandono de actividades tradicionales, la tematización y/o banalización del
territorio, la expulsión de los pobladores de sus áreas productivas, el incremento del precio de
la tierra, la apropiación diferencial del patrimonio, el crecimiento de la urbanización difusa en
suelo rústico, la contaminación visual, la desnaturalización de las cuencas visuales, la
fragmentación y creación de zonas de exclusión. Se trata de beneficios y problemas que en
combinación y medida variable, ya están incidiendo en el escenario rural y en la conformación
del paisaje cultural de los espacios rurales sujetos a usos turísticos.

¿Quién sirve a quien?


El turismo, como ha quedado claro, no es inocuo respecto del ámbito en el que se inserta,
incide en el paisaje y según la modalidad que adopte, interactúa de manera variable en su

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conformación: desde la implantación del equipamiento necesario para el desarrollo de la


actividad hasta los cambios culturales -tradiciones, costumbres, prácticas, etc.- inducidos en
las comunidades anfitrionas pasando por la mercantilización y transformación en bienes de
consumo de los elementos de valor patrimonial, tangibles o intangibles. Incidencia que se
manifiesta en todos los paisajes en los que transcurre la experiencia turística, tanto
excepcionales como cotidianos. Indudablemente, las improntas que el turismo imprime en el
paisaje son lo suficientemente fuertes como para que, de no mediar un modelo consensuado
de desarrollo, las sucesivas actuaciones nieguen, modifiquen, sustituyan o incluso destruyan
los atractivos que generaron la actividad turística en esos territorios.
El paisaje constituye uno de los principales recursos dado que se trata del rasgo esencial en la
caracterización de un destino. Al respecto, Ballart (2002:130) afirma que "… el paisaje
humanizado representa la expresión más completa e integrada de la noción de patrimonio
material;… la quintaescencia que persigue el principio conservacionista y su última frontera.
El paisaje como patrimonio es la concreción de la idea de paisaje como identidad, idea que
está consiguiendo cada vez más fuerza en las sociedades contemporáneas y que el turismo
ayuda en muchos rincones a despejar”.
No obstante ello, el patrimonio cultural y particularmente, el paisaje cultural, no siempre ha
sido evidente como recurso y asumido como tal por el conjunto de los agentes con poder de
decisión vinculados a la actividad turística. En no pocas ocasiones, el accionar en este sentido
ha sido efectuado desde una visión que ha circunscrito al patrimonio, como recurso
meramente económico. En este sentido, el resurgir de las preocupaciones por el territorio,
motivadas en la necesidad de establecer las estrategias para la conservación y gestión de
recursos -fundamentalmente los escasos y no renovables-, sugieren el campo propicio para el
abordaje del paisaje en el contexto de los recursos territoriales.
Desde esta perspectiva, el interés se ha centrado en los bienes de mayor potencial de
atractivo para potenciales visitantes, con el fin de obtener la mayor rentabilidad económica del
bien que ha sido puesto en juego. El mismo González Bernáldez (1988:34), ha señalado que
“el paisaje es uno de los recursos de mayor importancia tanto por su valor monetario como por
ser el componente esencial del patrimonio natural y cultural”.
Esta concepción restringida del alcance del recurso, provoca a su vez la concentración y
explotación intensiva de los bienes que mejor posicionados resultan, en detrimento de otros
potenciales. Dicho de otro modo: potencia el desequilibrio territorial no sólo respecto de la
posesión de la riqueza patrimonial si no de la sostenibilidad y equidad territorial para llevar a
cabo la empresa destinada al desarrollo. Entonces, nos remite al inicio del problema y del
circuito de producción de recursos turísticos. Nuevamente, el patrimonio monumental de

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objetos singulares vuelve a “correr con ventajas” o con desventajas, según desde donde se lo
mire: desde el turismo, desde el patrimonio histórico tradicional o desde la interpretación del
patrimonio.
Las pérdidas tanto cualitativas como cuantitativas pueden ser originadas bien por la
sobreexplotación de los bienes como por la subutilización de los mismos. Ambas actitudes
conducen a un despilfarro de capital que en el contexto actual constituye una importante
reserva como referente de identidad, memoria colectiva, valores económicos devenidos de su
asociación a actividades productivas, entre otros, susceptibles de ser aprovechados
responsablemente por propios y ajenos.

Consideraciones finales: El paisaje cultural, desafío y oportunidad para un turismo


más sostenible
En el contexto argentino, un cúmulo de visiones fragmentarias articula el estado del
conocimiento y la gestión del paisaje cultural, el cual se asemeja a un rompecabezas al que le
faltan piezas así como también la idea del “modelo terminado” o de intenciones a alcanzar.
Entonces cabe preguntarse ¿Cómo se concilian los intereses de los diversos actores en un
proyecto común que articule al patrimonio y al turismo en la construcción de un paisaje cultural
sostenible?
Ballart (2000:242) afirma que el turismo, bien orientado, aparece como el más factible garante
del futuro del patrimonio. Habría que sumar el supuesto que, para que ello ocurra, es
necesario formular marcos teóricos que permitan reconocer los diversos patrimonios y
paisajes que enriquezcan la noción del paisaje cultural a partir de las especificidades propias
del contexto americano y argentino con todas sus particularidades y riquezas. Es decir,
construir un concepto inclusivo capaz de abarcar la yuxtaposición de infinita cantidad de
proyectos inconclusos, de las diversas miradas sobre los mismos, de las dicotomías
devenidas de la construcción de territorios polares, excluyentes y subordinados, de las
inmensas periferias urbanas en continua expansión sobre territorios aún más periféricos; una
conceptualización que además de contener los centros históricos “no consolidados” 8
(Waisman,1993:137), las preexistencias étnicas y sus invisibilizaciones, resulte proactiva en
la participación ciudadana en los procesos de conservación, ordenación y creación de su
patrimonio.
Quizá los resultados no resalten lo más bello, pero sí lo más representativo y referencial de
nuestros paisajes culturales.
Para ello, un inicio puede ser, concebir al paisaje como bien patrimonial de escala territorial,
                                                            
8
Define a los centros históricos no consolidados a aquellos centros que poseen monumentos de valor
inmersos en un tejido débil.

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como recurso para un turismo más sostenible que favorezca al desarrollo local,
fundamentalmente, a través de un proyecto que capitalice los rasgos identitarios como marca
territorial propia y apropiable por el conjunto de la ciudadanía, para beneficio mutuo de la
gente que vive y disfruta su paisaje.

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Bibliografía
• ALBURQUERQUE, F. (2004) El enfoque del Desarrollo Económico Local. En Cuadernos
DEL nº I. Buenos Aires.
• BALLART, J. (2002) El Patrimonio Histórico y arqueológico: valor y uso. 2ª ed. Ariel,
Barcelona,. p. 130. ISBN: 84-344-6594-9.
• BOISIER, S. (1993) “Desarrollo regional endógeno en Chile: ¿Utopía o necesidad?”. En
Ambiente y Desarrollo. Santiago de Chile, CIPMA, vol. IX-2.
• BOISIER, S. (2000) Desarrollo (local): ¿de qué estamos hablando? Estudios Sociales.
Santiago de Chile.
• BOLÓS I CAPDEVILA, M. (Dir.) (1992) Manual de ciencia del paisaje: teoría, métodos y
aplicaciones. Masson S.A, Barcelona, 1ª ed.
• CAPARRÓS LORENZO, R.; ORTEGA ALBA, F. y SÁNCHEZ DEL ÁRBOL, M. Á. (2002)
“Bases para el establecimiento de una red de miradores de Andalucía”. En Paisaje y
Ordenación del territorio. Sevilla, Consejería de Obras Públicas y Transportes. ISBN
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