LA PROYECCIÓN de la película “Tiempos Modernos”, escrita y dirigida por C. Chaplin,
representa una supuesta «coacción» de las fuerzas productivas industriales durante la época de la Gran Depresión. En términos sociológicos —e, incluso, a nivel psicoanalítico si se quiere— Charlot puede ser definido como un ser «anómico», en tanto éste se niega a integrarse a la sociedad industrial de su tiempo: la ‘sociedad moderna’. Entendiendo por ‘sociedad moderna’, o supuesta tal, al entramado complejo de relaciones catalácticas intersubjetivas basadas en el principio de acción económica en el sentido de Weber, dicho «sistema» de producción exige como condición sine qua non la represión del sujeto. Ya sea por el uso de la violencia de Estado, reflejada en la escena de prisión de nuestro héroe, o a nivel individual como cierto nivel de compromiso dentro de aparato productivo, concomitante a las imágenes emblemáticas donde Charlot se vuelve uno con la máquina. Eso es lo que, grosso modo, para Deleuze y Guattari representaría ser una “máquina deseante”. Sin embargo, esta pobre interpretación antropológica, que responde más a una idea polilogística que a un análisis sociológico, encuentra en el filme una sátira magistral en tanto en cuanto la pareja protagonista continúa reproduciendo el mismo esquema de represión- autocontrol que en su estancia preso Charlot había logrado evitar con picardía. Es así que la obra adquiere su peculiar ejecución, convirtiendo el rodaje en una muestra ecléctica de humor, drama, crítica social y demás expresiones artísticas. A nuestra forma de ver, la interpretación que se hace de la complejidad social pretende extraer de la misma fenómenos como el desempleo o la precariedad inherente a este no está exenta de supuestos, a su vez, componentes de ella. En otras palabras, los aspectos de crítica social se ven deteriorados por las concepciones políticas implícitas plasmadas en escenas tales como la marcha obrera en la cual, y de manera fortuita, nuestro protagonista dirige. Luego, nos parce imposible abstraernos de nuestras preconcepciones tal y como asevera el «método» positivista en ciencias sociales, concretamente en sociología. De tal suerte, resumir con un manierismo mecanicista, a saber «solidaridad mecánica», el orden espontáneo del mercado nos parece, cuanto menos, atrevido; principalmente a nivel ontológico, ya que, como ha elaborado Popper en buena parte de su producción epistemológica, los hechos humanos nos traspasan al problema del indeterminismo, siendo que la perspectiva positivista no logró solventar la dicotomía historicista de sus planteamientos metodológicos.