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Dipesh Chakrabarty

Al margen

¿ E s t a m o s ante el final
det predominio cultural europeo?
D ipesh C h ak rab arty
AL MARGEN DE EUROPA
P en sam ien to p o sco lo n ial
y d iferen cia h is tó ric a

Traducción de Alberto E. Álvarez y Araceli M aira

Colección dirigida por Josep R am oneda


c o n la c o la b o ra c ió n de J u d i t C arre ra

75
ENSAYO
TUSÜUETS E O IT O R C 5
T ítulo original: Provincializing Europe: Postcolonial Thought
a n d H istorical Difference

1.a edición: ju n io de 2008

© 2000 by P rin ceto n U niversity Press

Todos los derech o s reservados. N inguna p arte de este lib ro p u ed e ser


re p ro d u cid a o tra n sm itid a en n inguna form a a través d e m ed io s electró n ico s
o m ecánicos, ni tam p o co a través de fotocopias, g ra b a c io n e s o cu a lq u ier
sistem a de alm acenam iento de inform ación, sin p erm iso escrito de la editorial

© de la trad u cció n : A lberto E. Álvarez y Araceli M aira, 2008


D iseño de la colección: Lluís Clotct y R am ón Úbeda
D iseño de la c u b ierta: E studio Úbeda
R eservados todos los derechos de esta edición p ara
T usqucts E ditores, S.A. - Cesare Cantil, 8 - 08023 B arcelo n a
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ISBN: 978-84-8383-079-6
D epósito legal: B.' 27.251-2008
F o tocom posición: Pacm er, S.A. - Alcolea, 106-108, 1.° - 08014 B arcelona
Im presión: L iberdúplex, S.L.
E n c u ad em ació n : R einbook
Im p reso en E sp añ a
índice

Agradecimientos .................................................................................. 9
La provincialización de Europa en los tiempos
de la globalización (Prefacio a la edición de 2007) . . . . 15
Introducción: La idea de provincializar E u r o p a ....................... 29

P r im e ra parte:
El h is to ric is m o y el relato d e la m o d e rn id a d
1. La poscolonialidad y el artificio de la historia ..................... 57
2. Las dos historias del c a p i t a l ........................................................ 81
3. La traducción de los m undos de la vida al trabajo
y a la h i s t o r i a ................................................................................ 112
4. Historias de las minorías, pasados s u b a lte r n o s ...................... 142

S e g u n d a parte:
H istorias de p erte n en cia
5. Crueldad dom éstica y el nacim iento del s u j e t o .................... 165
6. Nación c imaginación ............................................................... 204
7. Adda: un a historia de socialidad ........................................... 239
8. Familia, fraternidad y trabajo a s a l a r i a d o ............................ 278
Epílogo: La razón y la crítica del h i s t o r i c i s m o ......................... 307

Apéndices
N o t a s ....................................................................................................... 331
índice o n o m á s t i c o .............................................................................. 381
Para
ParaAnne,
Anne,Fiona,
Fiona,Robin,
Robin,
Debi G autamy yShilo,
, Gautam
Debi, Shilo,
con
conamistad
amistad
A G R A D EC IM IE N TO S

Arjun Appadurai, Hom i Bhabha, Gautam B hadra, Carol Brec-


kenridge, Faisal Devji, Simón During, Leela Gandhi, Anne Hard-
grove, Pradeep Jeganathan, David Lloyd, Lisa Lowe, Uday Mehta,
M eag han Morris, S tep h en Muecke, R ajyashree Pandey, Sheldon
Pollock, Sanjay Seth, Ajay Skaria y Kam ala Visweswaran han n u ­
trido este libro con su afectuosa, crítica y constante disposición al
diálogo. Ranajit G uha ha estado siempre ahí: maestro, crítico c o m ­
prom etido, in spirador y, al m ism o tiempo, amigo. Con su p ropio
ejemplo, Asok Sen me ha m ostrado cóm o c o m b in ar en las dosis
correctas la crítica, la m entalidad abierta y el esfuerzo. Tom La-
queur, tras leer los borradores de algunos capítulos, m e ofreció su
acostum brada crítica honesta y cordial. Ron Inden, Steve Collins,
C.M. Naim, Clinton Seely, N orm an Cutler, Jam es Chandler, Loren
Kruger, Miriam Hansen, John K elly-todos ellos colegas de la Uni­
versidad de Chicago- me han ayudado respondiendo, críticam en ­
te o no, a mis consultas sobre algunos aspectos de este proyecto.
Y Philip Gossett ha sido un decano de quien he recibido un apoyo
extraordinario. Mi reconocido agradecim iento para todos ellos.
M ediante la correspondencia y las conversaciones, amigos de
diversos lugares del m undo me han ayudado a hallar mis propios
puntos de vista. Soy perfectam ente consciente de cu á n to d ebo a
cada uno de ellos pero, por razones de espacio, sólo puedo m e n ­
cionar a unos pocos por su nombre. Vaya mi gratitud para los e s ­
pecialistas de las siguientes publicaciones: Scrutiny 2, de Sudáfrica
(en especial, para León de Cock); Historia y Grafía, de México; P u­
blic Callare, de Estados Unidos; Pos ¡colonial Studies, de Australia;
el grupo de «geografías poscoloniales», del Reino Unido y Shiso, de
Japón, por el interés que han m ostrado en este trabajo. Un privi­
legio del que he disfrutado durante estos años es el de ser m ie m ­
bro del colectivo editorial Estudios Subalternos. En las páginas que

9
siguen q u e d a rá claro cu án to debo a los colegas de este grupo:
S h a h id Amin, David Arnold, G au tam B h ad ra , P a rth a Chatterjee,
David H a rd im a n , Shail Mayaram, Gyan Pandey, M.S.S. P andian,
Gyan Prakash, Susie Tharu, Ajay Skaria y Gayatri Spivak. Mi agra­
decim iento a todos ellos.
Com encé este proyecto m ientras dab a clases en la Universidad
de M elbourne, Australia. En la últim a década, la Universidad Na­
cional de Australia me concedió varias becas de investigación de
corta duración. Agradezco a las autoridades de a m b a s institucio­
nes el apoyo moral y económico que m e h a n dispensado. Mis am i­
gos de Australia han ayudado a que ese país se co n v irtie ra en mi
s eg und a casa. Por su generosidad intelectual, ac ad ém ica y perso­
nal he contraído una enorme deuda con Ien Ang, David Bennet,
P u ru s h o tto m Bilimoria, John Cash, Charles Coppel, Phillip Darby,
Greg Dening, R ashm i Desai, Michael Dutton, M ark Elvin, Antonia
Finnane, John Fitzgerald, el difunto J o h n Foster, Debjani Ganguly,
Mary Gottshalk, Chris Healy, Barry H indess, Jean ette H oorn, Jane
Jacobs, R ob in Jeffrey, M iriam Lang, Jen n y Lee, B en M addison,
Vera Mackie, Brian Massumi, Lewis Mayo, Iain M cCalm an, Gavan
M cCormack, Jonathan Mee, Donna Merwick, Tony Milner, Tessa
M orris-S u zuk i, Klaus N eum ann , M ary Quilty, B e n ja m in Penny,
P eter Phipps, C hristopher Pinney (c u an d o estuvo en la Univer­
sidad N acional de Australia), K alp ana R am , A nth ony Reid, Craig
Reynolds, Michael Roberts, John Rundell, Ken R uthven, Renuka
S harm a, Sanjay Srivastava, Julie Stephens, Helen Verran, Andrew
Wells y Patrick Wolfe. Anthony Low ha sido m u c h o m á s que un
m aestro. Su apoyo, su aliento y sus buen os consejos siem pre han
llegado en mi ayuda cuando más los necesitaba.
E n estos últimos diez años, la co m u n id a d ac a d é m ic a de E s ta ­
dos Unidos poco a poco se ha ido convirtiendo en la mía. Me re­
sulta gra to reconocer las ideas, las críticas y la am is ta d que me ha
d ispen sad o. P or todo lo que me han d a d o y p o r lo q u e h a n c o m ­
partido conmigo mientras preparaba este proyecto agradezco a Lila
Abu-Lughod, Pranab y Kalpana B ardh an, Tani Barlow, Crystal
Bartolovich, Dilip Basu, Sugata Bose, Alice Bullard, S a ra Castro-
Klaren, D ipankar Chakravarti, C hoongm oo Choi, J a m e s Clifford,
Law rence Cohen, Rosemary Coombe, F ern a n d o Coronil, Nicholas
Dirks, S au ra b h Dube e Ishita Banerje-Dube, S an d ria Freitag, Keya
Ganguly, Dilip Gaonkar, M aitreesh G hatak, M ichael H a rd t. Gail
Hershatter, Lynn Hunt, Qadri Ismail, Vinay Lai, P atricia Limerick,

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George Lipsitz, S aba Mahmood, Lata Mani, Rob McCarthy, Alian
Megill, Tom y B arbara Metcalf, Walter Mignolo, Tim Mitchell, Al­
berto Moreiras, Aamir Mufti, Mark Poster, Arvind Rajagopal, Su-
m athi Ramaswamy, Naoki Sakai, Ann Stoler, Julia Thomas, Lee
Schlesinger y Stephen Vlastos. Nicholas Dirks, Peter van der Veer
y Gauri V isw anathan tuvieron la am abilid ad de leer el b o rra d o r
completo de la obra. Alan Thomas, Timothy B rennan y Ken Wis-
soker expresaron su interés y entusiasmo por este proyecto, sin sa­
ber, quizá, cuán significativo fue para mí su aliento.
Me place tam bién recordar la gentileza, el reconocimiento y el
apoyo intelectual que tuve el privilegio de recibir d urante todos
estos años en mi propia ciudad: Calcuta. Vaya mi ag rad ecim ien ­
to para Añil A c h a c a , Pradyum na Bhattacharya, Gouri Chatterjee,
R aghabendra Chattopadhyay, Ajit Chaudhuri, S ubhendu y Keya
Das Gupta, Susanta Ghosh, Dhruba Gupta, Sushil Khanna, Indra-
nath Majumdar, B haskar Mukhopadhayay, R udrangshu Mukher-
jee, Tapan Raychaudhuri, Prodip Sett, los amigos vinculados con
las publicaciones Naiya y Kathapat y los colegas del d ep a rta m e n ­
to de Historia de la Universidad de Calcuta y del Centro de E s tu ­
dios de Ciencias Sociales de Calcuta. Echaré siempre de menos las
críticas afectuosas que H itesranjan Sanyal y Ranajit Das Gupta
probablem ente habrían formulado a este trabajo de h aber estado
aún entre nosotros. Agradezco a B arun De p o r su generosidad in­
telectual, de la que siempre me he beneficiado. Recuerdo especial­
mente u na visita a la Universidad Jawaharlal de Nueva Delhi en
1998 debido al afecto y a los com entarios que recibí de Sabyasa-
chi Bhallacharya, Kunal y S hubhra Chakrabarti, Mushirul y Zoya
Hasan, Majid Siddiqi, Muzaffar Alam, Neeladri B hattacharya y
Chitra Joshi, Prabju Mohapatra, Dipankar Gupta y Ania Loomba.
Espero que consideren que su interés constante en mi trabajo q u e­
da justificado por este libro. Mi apreciado amigo Ahmed Kamal,
historiador de la Universidad de Dacca, Bangladesh, ha sido mi
m aestro en historia social de los m u su lm a n es bengalíes. Sin su
am abilidad y su interés crítico en este trabajo yo h ab ría sido aú n
menos consciente del inevitable carác te r hindú de mis c o n c e p ­
ciones.
He tenido la fortuna de enseñar a estudiantes m uy lúcidos en
Australia y Estados Unidos. Curiosos, críticos e intelectualm ente
audaces, me han proporcio nad o la m ejor caja de re so n an cia que
uno p u eda desear. A m anda Hamilton, S pen cer L eonard y Avvad-

11
h e n d ra S h a ra n colaboraron adem ás com o asistentes de investiga­
ció n en el p re s e n te proyecto. Vaya p ara to d o s ellos mi a g rad ec i­
m iento y m is mejores deseos.
Las circ u n sta n c ia s de u na vida «globalizada», que se h a de­
sarrollado con dificultades en tres co ntinen tes y ciertas flaquezas
naturales del cuerpo, me han hecho sentir a ú n m á s agradecido por
la am istad y el afecto que he tenido la fortuna de recibir en mi vida
personal. Estoy, com o siempre, colm ado de agradec im ien to a mis
p adres y a mi h erm a n a y su familia p or h a b e r estado siem pre pre­
sentes toda vez que los he necesitado. Kaveri y Arko me h o s p e d a ­
ro n con la m ay or gentileza en mis visitas a Australia de los últimos
años. Este libro, espero, explicará a Arko qué es esa «jerigonza pos-
m arxista y posm od em a» que a m en u d o le d a b a pie para to m a rm e
el pelo. Sanjay Seth, Rajyashree Pandey y Leela G andhi en Mel-
b o u m e , y Kam al y Thun en Dacca han c o n stitu id o d u ra n te largo
tiem p o mi a m p lia d a familia s u b c o n tin en tal. Mis am igos Shilo y
R ita Chattopadhyay, Debi y T andra Basu, G a u ta m B h a d ra y Na-
rayani B anerjee -to d o s ellos de C alcuta- h a n hecho que hablara
de ellos co m o n o rm alm ente se h ab la de los h e rm a n o s . La a m is ­
tad de Fiona Nicoll y su interés en los estudios sobre los aborígenes
au stralianos h a n enriquecido mi vida de m á s m an eras de las que
sería cap az de referir. Robin Jeffrey ha sido m u y generoso en su
am istad desde el prim er día en que arribé a Australia. Y sin el amor,
la am istad y las conversaciones cotidianas con Anne Hardgrove h a ­
b ría sido im posible escribir este libro. A estas personas q u ed a de­
dicado este libro con la m ayor gratitud y el m a y o r aprecio.
Agradezco al personal de la Biblioteca N acio nal de Calcula, de
la Biblioteca de la India Office y de la Biblioteca B ritánica de Lon­
dres (en particular, a G raham Shaw), de la B iblioteca Baillieu de
la Universidad de Melbourne, de la B iblioteca Menzies de la Uni­
versidad Nacional de Australia y de la Biblioteca R egenstein de la
Universidad de Chicago (especialmente, Jam es Nye) por su am a b i­
lidad y la ayuda que me han prestado. M ary Muirell, mi editora
de P rinceton University Press, ha sido un m od elo de inteligencia,
p aciencia y com prensión en la tarea de llevar el b o rra d o r de este
texto a la etapa de su publicación final. No p u e d o más que confir­
m a r los elogios q ue sobre ella ya otros han escrito. Y mi c a ro a g r a ­
decim iento a M argaret Case, cuya revisión del b o rra d o r h a c o n tri­
buido al logro de u n texto más ajustado y claro de lo que yo habría
podido realizar sin ayuda.

12
Varios de los capítulos de este libro son versiones corregidas
de ensayos publicados previamente. El capítulo 1 ap areció origi­
nalm ente en una versión m ás extensa en Representations, n.° 37,
invierno de 1992. El capítulo 3 fue publicado en Lisa Lowe y David
Lloyd eds., The Politics o f Culture in the Shadow o f Capital (Dur­
ham: Duke University Press, 1997). El capítulo 4 fue publicado, en
prim er término, como un ensayo breve en H um anities Research,
invierno de 1997, y en Perspectives 35, n.° 8 (noviembre de 1997) y,
luego, revisado para Econom ic and Political Weekly 33, n.° 9 (1998),
Scru tin y 2, 3, n.° 1 (1998) y Postcolonial Studies 1, n.° 1 (abril de
1998). Una versión anterior del capítulo 5 fue publicada en Timo­
thy Mitchell y Lila Abu-Lughod, eds., Contradictions o f Modernity
(Minneapolis: University of Minnesota Press, 1999). El capítulo 8
se inspira en mi ensayo «The Difference-Deferral of Colonial M o­
dernity: Public Debates on Domesticity in British India», en H is­
tory Workshop Journal 36 (1993). Agradezco a los editores de todas
esas publicaciones y textos por permitirm e publicar a hora esos e n ­
sayos en su forma actual en el presente libro. Agradezco también
a C om m unications and Media People de Calcuta por perm itirm e
reproducir un dibujo de Debabrata Mukhopadhyay.

Chicago, 31 de julio de 1999

13
La provincialización de Europa
en los tiem pos de la globalización
(Prefacio a la edición de 2007)

Pese a todas las críticas que podían alegarse, la idea de Roland


B arthes de que el m ito opera haciendo que lo histórico parezca
«natural» tenía elementos interesantes. P o r descontado, con «his­
tórico» B arthes no se refería a n ada que pud iésem o s en c o n trar en
los libros de historia, puesto que p ara él esos m ism os libros per­
tenecían a sistem as míticos de representación. La «historia», en el
famoso ensayo de Barthes sobre «el m ito hoy», se'refería a la ac­
tividad de vivir, u n a actividad que, al m enos según Barthes, con ­
sistía en salvar la brecha hasta cierto pu nto (pues n u n ca podía sal­
varse p o r co m p leto ) entre la p a la b ra y el m u n d o o rie n ta n d o el
lenguaje m ás directam ente hacia sus referentes de «ahí fuera».1
Involucrados en La actividad de vivir, las palabras poseerían sobre
todo u na c o n n o ta c ió n directa y práctica. La p a lab ra «Europa»
n unca me preocupó en mi infancia y ju ven tud de clase m edia ben-
galí cuando crecía en la Calcuta poscolonial. El legado de Europa
- o del dom in io colonial británico, pues así es com o E u rop a e n ­
traba en nuestras vid as- estaba en todas partes: en las no rm as de
tráfico, en las qu ejas de los m ayores sobre la falta de sentido cí­
vico de los indios, en los juegos de fútbol y criquet, en mi unifor­
m e escolar, en ensayos y poem as del nacionalism o bengalí críticos
con la desigualdad social, especialmente con el denom inado siste­
m a de castas, en debates explícitos e implícitos sobre el m atrim o ­
nio por a m o r o concertado, en las sociedades literarias y los cine-
clubes. E n Ja vida diaria, práctica. «Europa» no era un p roblem a
que n o m b ra r o d iscu tir conscientem ente. Las categorías o las p a ­
labras que h abíam o s tomado prestadas de las historias europeas
habían encontrado un nuevo hogar en nuestras prácticas. Nada h a ­
bía de extraño, p o r ejemplo, en que un a m ig o radical de la u n i­
versidad se refiriese a alguien -p o n g a m o s que a un posible suegro
o b stru c c io n is ta - c o m o a u n a p e rso n a llena de actitud es «feuda­

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les», o en d ebatir -d u ra n te horas interm inables ju n to a u n a taza de
café o té en restaurantes o cafés baratos donde solíamos quedarnos
m á s de la c u e n t a - si los capitalistas indios e r a n u n a «burguesía
nacional» o u n a clase «de interm ediarios», in s tru m e n to del ca p i­
tal extranjero. Todos sabíamos, en la práctica, lo que significaban
aquellas p ala b ra s sin tener que colocarlas bajo n in g ú n g éne ro de
m ic ro s c o p io analítico. Sus «significados» no viajab a n m á s allá
del en to rn o inm ediato en el que se em pleaban.
Entonces, ¿p or qué hablar de «provincializar Europa»? La res­
p uesta se relaciona con la historia de mi p ropio d esplazam iento de
esta vida cotidiana de modo tanto m etafórico co m o físico. C onta­
ré brevem ente la historia, pues sus implicaciones, creo, su p eran lo
m era m e n te autobiográfico. Mi desplazam iento m etafórico de mi
vida cotid ian a de clase media se produjo al p re p a ra rm e , en círcu­
los m arxistas de la ciudad, a fin de convertirm e en u n h istoriador
profesional p ara quien las ideas de Marx h a b ía n de ser u n a h e r ra ­
m ien ta analítica consciente. Palabras que e ra n familiares p o r su
uso diario (debo explicar que había estu diado ciencias y gestión
em presarial) ec h a b a n ahora alas analíticas, re m o n tá n d o se al nivel
de lo que B arthes habría den om inado m etalenguajes «de segundo
o tercer nivel». El marxismo, incluso m ás que el liberalismo, era
la fo rm a m ás co n centrad a en que aparecían los pasa d o s intelec­
tuales de E u ro p a en los círculos indios de las ciencias sociales.
La cuestión que abordo en este texto em p ezó a form ularse hace
dos décadas, cu a n d o com pletaba el b o rra d o r de mi libro R eth in ­
king Working-Class History: Bengal ¡890-I940.1 Las raices de mi in ­
terés en el estudio de la historia del trabajo se h u n d ía n en ciertos
encendidos deb ates de mi juventud, en bengalí y en el contexto del
m arxism o a la m an era india, sobre el papel en la historia u niv er­
sal q u e el p roleta riad o podía d e s e m p e ñ a r en u n país c o m o la I n ­
dia, que era, a ú n , p re d o m in a n te m e n te rural. H a b ía lecciones o b ­
vias q ue a p r e n d e r de las revoluciones c h i n a y v ie tn a m ita . No
obstante, cu a n to m ás trataba de im aginar las relacion es en las fá­
bricas in dias m ed ian te las categorías que M arx y s u s segu ido res
p o n ían a mi disposición, tanto m ás me p e r c a ta b a de u n a tensión
s u rg id a de los orígenes p r o f u n d a m e n te -y, c a b ría decir, p ro v in ­
c ia n a m e n te - europeos de los conceptos m arx istas y su indudable
significación internacional. H ab lar de personajes históricos cuyos
an á lo g o s c o n o c ía de la vida d ia ria co m o a tipo s fa m ilia re s e m ­
pleando no m b res o categorías derivados de revoluciones eu ro peas

16
de 1789 o 1848 o 1871 o 1917 parecía u n a actividad doblemente dis-
tanciadora. Estaba, en p rim e r lugar, la d istancia de la objetividad
histórica que yo trataba de representar. Pero tam bién estaba la dis­
tancia de la falta de reconocimiento cómica, sim ilar a lo que había
experim entado a m enudo al ver representaciones de obras benga-
líes en las que actores bengalíes, caracterizados com o colonos euro­
peos, llevaban a cabo su imitación, con un fuerte acento bengalí,
del modo en que los europeos podrían h ab lar bengalí, es decir, ¡sus
propios estereotipos de cóm o los europeos nos percibían! Algo si­
milar les ocurría a mis personajes de la historia bengalí e india, que
llevaban, en mi texto, el vestuario europeo p re sta d o p o r el d ra m a
marxista de la historia. H abía una com icidad en mi propia grave­
dad que no podía pasar p o r alto.
Sin em bargo, en el debate sobre Marx que yo hered ab a en Cal­
cuta -d iscusió n siempre mediada, p o r razo n es históricas, p o r la
bibliografía en inglés disponible sobre la c u e s tió n - no cabía la p o ­
sibilidad de p en sa r en Marx com o alguien q u e perteneciese a cier­
tas tradiciones europeas del pensamiento que se podían com partir
incluso con intelectuales no marxistas o q u e pensasen de m an era
opuesta a la propia. La razón de esto no se en c o n tra b a en la falta
de lecturas. Calcuta no pad ecía de escasez d e bibliófilos. La g e n ­
te conocía los entresijos de la erudición eu ro p ea. Pero no había
un sentido de las prácticas académ icas co m o parte de tradiciones
intelectuales disputadas y vivas en Europa. No había la noción de
que una tradición intelectual viva no p ro po rcio nase n u nca solu­
ciones finales a las cuestiones que surgiesen den tro de ella. El m a r­
xismo era, sencillamente, verdadero. La idea del «desarrollo d esi­
gual», por ejemplo, tan m edular en buena p arte de la historiografía
m arxista, se tra ta b a com o u n a verdad, c o m o m u c h o u n a h e r r a ­
mienta analítica, pero n u n ca como u na m a n e r a provisional de o r ­
ganizar inform ación, ni com o algo inventado originalm ente en el
taller de la Ilustración escocesa. Marx tenía razón (aun que le h a ­
cía falta u n a actualización) y los an tim arxistas se equivocaban to ­
talmente, si es que no eran inmorales: ésas e ran las cru das a n ti­
nomias políticas p or medio de las cuales p e n sá b am o s. Ni siquiera
Weber a traía un interés serio en los años s e ten ta en el apasionado
trabajo de los historiadores indios de o rien tació n m arxista. Hubo,
de hecho, algunos prom inentes sociólogos e historiadores no m a r ­
xistas en la India. Vienen fácilm ente a la m e n te los n o m b re s de
Ashis N a n d y y los fallecidos Ashin Das G u p ta o D h a rm a Kum ar.

17
P ero en los vertiginosos y turbulentos tiem pos de la entente políti­
ca y cultural e n tre la India de la señora G andhi y la Unión Sovié­
tica, los m arxistas e ran los que ostentaban el prestigio y el p o d er
en las instituciones académ icas de la India,
Mi te m p ra n o m alestar -q u e después se convirtió en u n a cue s­
tión de cu rio s id a d in telectu al- relativo a la ten sió n e n tre las ra í­
ces e u ro p e a s del p e n s a m ie n to m arxista y su significación global
no tenía m u c h o s ade p to s en tre mis am igos m arx istas de la India
en aquel entonces. La única voz disidente significativa, d en tro del
b a n d o m arxista, e ra la del m aoísm o indio. El m ovim iento maoís-
ta, conocido co m o el movimiento naxalita (1967-1971) p o r u n a re­
vuelta c a m p e sin a en la aldea de Naxalbari en Bengala occidental,
sufrió u n a d e rro ta política catastrófica a principios de 1970, c u a n ­
do el G o b iern o aplastó sin p iedad la re b e lió n .3 El m a o ís m o , es
cierto, tuvo u n a vibrante presencia intelectual en la o b ra te m p r a ­
na del G rup o de E studios Subalternos, con el que m e identifiqué
a p a r tir de los año s ochenta. Pero el m aoísm o en sí se hab ía c o n ­
vertido en u n movimiento soteriológico en la época en que em pecé
a fo rm a rm e co m o especialista en ciencias sociales, y sus «correc­
ciones» o «modificaciones» del pensam iento m arx ista e ran p ra cti­
cas. En lo concerniente a la cuestión de la eu ropeidad de Marx, los
m aoístas e ran indiferentes.
Mi m alestar teórico se agudizó con la experiencia de alejam ien­
to físico de mi vida diaria en la India. Dicha experiencia c o n s ti­
tuyó otra in fluenc ia im p o rtan te sobre este proyecto. Me fui de la
India en d iciem b re de 1976 para doctorarm e en historia en la Uni­
versidad Nacional de Australia y he vivido fuera del país d esde e n ­
tonces, a u n q u e me he involucrado en discusiones con mis am igos
indios m ediante visitas anuales, conferencias y publican do con re­
g ularid a d en la Ind ia tanto en inglés com o en mi p rim e ra lengua,
el bengalí. Sin la vivencia de la migración, sin e m b arg o - c o m b i n a ­
ción profunda de sum as y restas, surgimiento de nuevas posibilida­
des que no necesariamente com pensan las que se cieiran -, d ud o de
q ue hub iera escrito este libro.
H asta que llegué a Australia, n unca había c o n sid erad o de ver­
d ad las im plicaciones del hecho de que u n a idea a b s tra c ta y u n i ­
versal característica de la m o dernid ad política en todo el m u n d o
- l a idea, p o r ejem plo, de la igualdad, la d e m o c r a c i a o in c lu s o la
de la dignidad del ser h u m a n o - pudiese tener un aspecto to ta lm e n ­
te distinto en contextos históricos diferentes. Australia, co m o la I n ­

18
dia, es u n a pu jan te d em o cracia electoral, pero el día de las elec­
ciones no tiene allí n ad a del am b ien te festivo al que estab a ac o s­
tu m b ra d o en la India. Ciertas cosas que en Australia se suponen
esenciales para preservar la dignidad del individuo -e l espacio p e r­
sonal, p o r ejem plo- resultan sencillam ente im practicables en mi
pobre y atestada India. P or otro lado, las estructuras de sentim ien­
tos y em ociones que subyacen a ciertas prácticas específicas eran
cosas que sentía hasta cierto punto ajenas hasta que, con el tiem ­
po, yo m ism o llegué a hab itar m u ch as de ellas.
El hecho de ser un m igrante me hizo ver, de un m o d o m ás cla­
ro que antes, la relación, necesariam ente inestable, entre toda idea
ab s tra c ta y su in stan ciac ió n concreta. N in g ú n ejem p lo concreto
de u n a abstracción puede pretend er ser m anifestación de sólo esa
abstracción. Por lo tanto, ningún país es u n m odelo p ara otro país,
au nq ue el debate acerca de la m o d ern id a d que se p lan tea sobre la
base de «alcanzar» p ro p o n e p re cisam en te tales m odelos. No hay
nada com o la «habilidad de la razón» p ara asegurar que todos c o n ­
vergem os en el m ism o p u n to final de la historia pese a n uestra s
aparentes diferencias históricas, Pero nuestras diferencias históri­
cas, de hecho, son relevantes. Esto es así porque nin g u n a sociedad
h u m a n a es u na tabula rasa. Los co n c ep to s u n iversales de la m o ­
dernidad política se encuentran an te conceptos, categorías, insti­
tuciones y prácticas preexistentes a través de los cuales son tra d u ­
cidos y configurados de m anera diversa.
Si este argum ento es cierto respecto a la India, será cierto t a m ­
bién de cualquier otro sitio, incluyendo, p o r supuesto, E u rop a o,
en sentido amplio, Occidente. Esta proposición tiene consecuencias
interesantes. Significa, en p rim er lugar, que la distinción que he
establecido arriba entre la cara figurativa de un concepto (cómo
se visualiza un concepto en la práctica) y su ca ra discursiva (su
pureza abstracta, p or así decirlo) es, en sí, u n a diferenciación p a r ­
cial y exagerada. Com o F erd in an d de S a u ssu re nos enseñ ó hace
m ucho tiempo, podem os distinguir entre la «imagen acústica» de
una idea y su «imagen conceptual» sólo de u n a m a n e r a artificial.
Las dos caras confluyen la una en la o tra .4 Si esto es así, co m o
pienso, se sigue u n a s egu nd a conclusión im p o rta n te . Se tra ta de
que las d en o m in ad a s ideas universales que los p e n sa d o res e u r o ­
peos produjeron d u ra n te el periodo que va desde el R en a c im ie n ­
to hasta la Ilustración y que, desde entonces, han influenciado los
proyectos de m o d e rn id a d y m o d e rn iz a c ió n en to d o el m u n d o ,

19
n u n c a p u eden ser conceptos co m p le ta m e n te universales y p u ro s
(m ientras sean expresables en prosa; no m e concierne aq uí el len­
guaje simbólico co m o el álgebra). Pues el p ropio lenguaje y las
circunstancias de su formulación deben de h a b e r im p o rta d o ele­
m e n to s de histo rias preexistentes singu lares y ún icas, h isto rias
q ue p e rte n e c ía n a los múltiples p a s a d o s de E u ro p a . C iertos ele­
m en to s irreductibles de estas historias locales deben de h a b e r p er­
sistido en conceptos que, por lo demás, parecían valer p ara todos
los casos.
«Provincializar» Eu rop a e ra p re c is a m e n te d e s c u b rir c ó m o y
en qué sentido las ideas europeas que eran universales, al m ism o
tiem p o , h a b ía n surgido de tra d ic io n e s in telectu ales e h istó ricas
m u y particu lares, las cuales no p o dían a s p ira r a n in g u n a validez
universal. S u p o n ía p lan tear la interro gació n p o r el m o d o en que
el p e n sa m ie n to se relacionaba con el espacio. ¿P uede el p e n s a ­
m ien to trasc en d er su lugar de origen? ¿O es que los lugares dejan
su huella en el pensam iento de m a n e ra tal que p uede cu e s tio n a r­
se la idea de categorías pu ra m e n te abstractas? Mi p u n to de p a r ti­
da en este cuestionam iento, com o he afirm ado antes, era la pre­
sencia callada y cotidiana del pensa m ie nto europeo en la vida y
las prácticas de la India. La Ilustración form aba p arte de mis se n ­
tim ientos. Sólo que yo no lo veía así. Marx era u n n o m b re bengalí
m u y conocido. Su educación alem an a n u n ca se c o m en ta b a. Los
investigadores bengalíes tradu cían Das Kapital sin el m e n o r aso­
m o de preocupación filológica. Este reconocim iento de u na d euda
p ro fu n d a -y, a m enu do, d e s c o n o c id a - con el p e n s a m ie n to e u r o ­
p eo fue mi p u n to de partida; sin ella no p o d ía d arse la «provin-
cializa ció n de E u ro pa». Uno de los objetivos del p ro y e cto era,
pre c isa m e n te , s e r consciente de la n a tu ra le z a específica de esta
deuda.
Así pues, la relevancia global del pensam ien to europeo era algo
qu e yo d ab a p o r sentado. Tam poco cu estion aba la necesidad de
u n p e n s a m ie n to universalista. N u n c a fue, p o r ejem plo, objetivo
de este libro el «pluralizar la razón», com o u n a re señ a seria s u ­
gería en u n a lectu ra algo d e s c a m in a d a - u s o la p a la b ra con res-
p e to - del p roy ecto.5 Como m o s tra rá mi ca p ítu lo so b re Marx, no
a r g u m e n ta b a co n tra la idea en sí de los universales, sino que s u ­
bray aba que el universal es u n a figura de gran inestabilidad, u n a
variable necesaria en nuestro em p eño p o r p en sa r las cuestiones de
la m odernidad. Atisbamos sus conto rno s sólo en tan to que y c u a n ­

20
do u n p articular u s u rp a su posición. Sin em bargo, nada que sea
co ncreto y partic u la r puede ser el universal en sí, pues entrelaza­
das con la im agen acústica de u n a palabra co m o «derecho» o «de­
m ocracia» hay im ágenes conceptuales que, pese a ser (a grandes
rasgos) trad u c ib le s de u n o a o tro lugar, ta m b ié n en c ie rra n ele­
m entos que desafían la traducción. Tal desafío a la traducción es,
desde luego, parte del proceso cotidiano de la traducción. Una vez
ex presado en prosa, todo co ncepto universal lleva en su interior
huellas de lo que G a dam er d en om inaría «prejuicio» - n o un sesgo
consciente, sino un signo de que p ensam o s a p a r tir de una s u m a
p artic u la r de historias que no siem pre nos resulta transparente.6
De m an era que provincializar E u ro p a consistía entonces en saber
cóm o el pensam iento universalista estaba siem p re ya modificado
po r historias particulares, pudiésem os o no dese n te rra r tales p a ­
sados plenam ente.
Al ac om eter este proyecto era consciente de que había, y sigue
habiendo, m uchas Europas, reales, históricas e imaginadas. Quizá
las fronteras entre ellas sean porosas. Me interesaba, sin e m b a r­
go, la E u ro p a que ha presidido históricam ente los debates sobre
la m o dern idad en la India. Esa E u ro p a se hizo a im agen de un p o ­
d e r c o lo n iza d o r y, com o he sostenido en el libro, no fue u n p r o ­
ducto ún icam ente de los europeos. Esta E u ro p a era, en el sentido
en que Lévi-Strauss usó la p alabra, un «m ito» fu n d a d o r p a ra el
pensam iento y los movimientos em an cipad ores en la India. La re­
flexión sobre la m odernización, sobre el liberalismo, sobre el so ­
cialismo -e sto es, sobre diversas versiones de la m o d e rn id a d - lle­
vaba a esa Europa a la existencia. E n la India, nosotros - y nuestros
líderes políticos e intelectuales antes que n o s o tro s - e m p le á b a ­
m os esa E u ro p a para resolver nuestros d e b a te s sobre las te n sio ­
nes su rg id as de las desigualdades y o p resiones cotidianas en la
India. D ura n te m u ch o s y largos añ o s e s p e ra m o s un regreso de
aquella Europ a en forma de «democracia», «civilización b urg ue­
sa», «ciudadanía», «capital» y «socialismo» de la m ism a m anera en
que Gramsci esperó que la «primera revolución burguesa» de 1789
se produjese en su país.
La p rim era parte de este libro p re te n d e a b o r d a r la form a de
pensam iento que perm ite po stu lar u n a E u ro p a de ese género. Yo
arg u m e n to que está en cuestión u n a corriente concreta de.pensa-
miento desarrollista a la que d eno m ino «historicismo». Se trata de
un m od o de pensar acerca de la historia en el que se asum e que

21
todo objeto de estudio retiene u n a u n id ad de co n cepción a lo lar­
go de su ex isten c ia y alcanza u n a expresió n plena m e d ia n te un
proceso de desarrollo en el tiempo histórico y secular. E n este p u n ­
to, b u e n a p a r t e de mi p la n te a m ie n to se in s p ira b a e n lo que Fou-
c a u lt a firm ó e n Nietzsche: la genealogía, la historia.1 T am bién a n ­
tes, en mi libro sobre historia del trabajo, h ab ía p ro c u ra d o p ensar
de la m a n o de la crítica foucaultiana de toda catego ría histórica
que sea «o bien trascendental en relación con el cam po de los acon­
tecim ientos o bien que recorra en su identidad vacía el curso de la
historia».8 P ero el pensam iento posestructuralista no era la única
base sobre la q u e pretendía apoyar mi crítica. No p u d e evitar d a r­
m e cuenta de que, m ucho antes de Foucault, u n aspecto radical del
p e n sa m ie n to nacionalista anticolonial hab ía repu diado en la prác­
tica lo que yo denom inaba «historicismo» p rim ero exigiendo y, con
la in d epen dencia, concediendo efectivam ente la plena ciud adanía
a las m a s a s iletradas en u n a época en que todas las teorías clási­
cas y o cc id e n tales de la dem o cracia re c o m e n d a b a n u n p ro g r a m a
de dos pasos: p rim e ro educarlas, lo que las desarrolla, y después
concederles sus derechos de ciudadanía. Así pues, sostenía yo, esta
relación crítica con la historia desarrollista o en estadios in teg ra­
b a la h e r e n c ia anticolonial. No p o r c a s u a lid a d el h is to ria d o r del
G rup o de E s tu d io s Subalternos (y nu estro m ento r) R anajit Guha,
en su libro so b re la insurrección c a m p e sin a en la Ind ia colonial,
re c h a z a b a la caracterización de H ob sbaw m del c a m p e sin ad o m o ­
dern o co m o «prepolítico».9 El p en sam ien to anticolonial resultaba
sin d u d a u n suelo fértil para el cultivo de las críticas posestructu-
ralistas de F o u cau lt al «historicismo».
La p rim e ra parle de este libro se u ne a esta crítica desde varios
ángulos. El resto del libro d em u estra con ejem plos históricos que
la )m o d e rn id ad fue un proceso histórico q u e im plicab a no sólo la 1
tra n s fo rm a c ió n de instituciones sino ta m b ié n la trad ucción de c a ­
tegorías y prácticas. '

Hay, así lo espero, m u c h a h isto ria e n este ensayo. P ero n o


pensé en esta historia com o re p resentativa de tal o cual g rupo en
sociedades particulares. Puesto que se me h a re la cio n ad o con E s ­
tudios S u b altern o s, que en efecto p ro y e ctab a in scrib ir en la h is ­

22
toria de Asia m eridional los p asado s de los gru pos m arginales y
subalternos, algunos críticos h a n visto en Al margen de Europa
sólo p ruebas adicionales de lo que el h is to ria d o r indio S u m it Sar-
k a r d eno m inó «el declive de lo sub alterno en Estudios S u b alter­
nos», pues la segunda parte de Al margen de Europa extrae todo
su material ilustrativo de la historia de la clase m edia bengalí, de
los d e n o m in a d o s b h a d ralok.'0 Esta crítica se h a fo rm u lad o d e s ­
d e m u ch as posiciones, p ero perm ítase m e cita r sólo u n a fuente,
u n a reseña a n ó n im a y furiosa p ublicad a en Internet en la página
en que Am azon.com publicitó p rim ero este libro. La reseñ a ac a ­
b ab a afirmando:

«Finalmente, el hecho de que las fuentes docum entales de Cha-


krabarty se circunscriban al varón de clase m edia bengalí y de
que él, jun to con sus socios, se enzarce en teorizar y desatien­
da la investigación fundam ental de la historia subalterna habla
po r sí m ismo...».11

Los puntos suspensivos de la cita no indican que he om itido un


fragmento; son originales de la oración citada, un gesto dram ático
po r parte del crítico sobre la obviedad de su tesis. ¿Qué m ás p o ­
dría decir él o ella? ¡Mi elección de m aterial de la historia del gru ­
po social del que provengo hablab a p o r sí misma!
No escojo esta recensión p or resentimiento. Al margen de Euro­
pa ha recibido censuras peores a m anos de algunos críticos indios
hostiles. Después de todo, los lectores son libres de hacer de un li­
bro lo que quieran. Además, se apren de h asta de la m ás e n c arn i­
zada de las críticas. Cito esta reseña concreta porque, a mi p are­
cer, lo que sostiene la carga de la crítica es u n a lectura poco atenta
del libro, especialmente de la introducción, en la que traté de ex­
plicar mis objetivos y métodos. Incluso si un lector discrepa de mis
propósitos, la etiqueta de la crítica exige que mis propias a firm a­
ciones explícitas sobre el a su n to en cuestión se reconozcan. Afir­
m aba en la introducción que las historias que co ntab a no e ran re­
presentativas de los bhadralok. Tam poco pretendía p ro p o rcio n ar
un a historia de ese género. S eñalaba que las personas en cuyos es­
critos e historias me basaba no eran representativas de la m ayoría
de los bhadralok, que aquellos fragm entos de la historia bhadralok
entraban en el libro prim ordialm ente com o parte de u n arg u m e n ­
to metodológico. Pero algunos críticos sencillamente hicieron caso

23
o m iso de esas afirmaciones. Me a c u s a ro n d e a b a n d o n a r la h is ­
to ria s u b a lte rn a po r los m ás «elitistas» h o rizo n te s de los pasa d o s
bhadralok. (Tengo dem asiados parientes indigentes y sem ieduca-
dos co m o p ara no saber lo desafortunada y asignificativa -s i se me
perm ite a c u ñ a r una palab ra- que la expresión «elite» resu lta en
este contexto, pero lo pasaré por alto.) Sus cargos llegaban de una
au se n cia total de atención a lo que yo h abía advertido al explicar
el ca m b io en tre las partes prim era y segu nd a del libro. «Es difícil
a n tic ip a r los problem as de los lectores distraídos», a ñ r m ó u n a vez
E.P. T h o m p s o n con frustración.12 C iertam ente es difícil, pero p e r ­
m íta sem e intentarlo u na vez más.
Una de las tesis de m ayor calado de Al margen de E uropa es la
de q ue el p ensam iento crítico com bate los prejuicios y, sin e m b a r­
go, tam b ién encierra prejuicios, pues el p e n s a m ie n to crítico, a mi
juicio, sigue relacionado con los lugares (p o r m á s tenue que p u e ­
d a p a r e c e r tal vínculo). De este m odo, el libro se e n fre n ta h a s ta
cierto pu n to co n las m aneras diversas en las que m u ch o s teóricos,
en su m ay o r parte marxistas, critican la idea de lo local. De h e ­
cho, tal posición es com ún a tantos m arxistas que sing ulariza r a
u n o en concreto podría resultar algo injusto. E á c o m ú n en su c o n ­
cepción la idea de que todo sentido de lo «local» es u n fenóm eno
de superficie de la vida social; es, en últim a instancia, algún tipo de
efecto del capital. Estos estudiosos, p o r tanto, su b ra y a n la n ecesi­
dad de c o m p re n d e r cómo se produce efectivam ente el sentido p r o ­
pio de lo local. Al m irar todos los sen tid o s locales de este m o d o
particular, estos críticos no suelen plan tearse sob re sí m ism o s n in ­
g u n a p re g u n ta sobre el lugar del cual p ro c e d e su p ro p io p e n s a ­
m ien to . Es de s u p o n e r que p ro d u c e n su c rític a d esd e « nin gún
sitio» o -lo que es lo m ism o - desde «todos los sitios» de un c a p i­
talism o que siem pre parece global en su alcance. E n Al margen de
Europa lo aceptaba como un tipo de p ensam iento universalista - r e ­
fleja lo que den o m in o Historia 1 en el capítulo sob re M arx-, pero
es u n m odo de pensar que, a mi m odo de ver, vacía todo sentido
vivido de lugar asignándolo a lo que se con sid era u n nivel m ás p r o ­
fundo y determ inante, el nivel al cual el m o d o de pro du c ció n ca
pitalista crea el espacio abstracto. E n el ca pítulo d ed ica do a Mar>
trato de p ro d u c ir una lectura que se resista a esta i n t e r p r e t a d o r
y que vea la corriente sub terránea de h isto rias singulares y ún icas
mis Historias 2, como enfrentándose sie m p re al em p u je de tale>
historias universales y produciendo lo c o n c reto co m o u n a com bi

24
nación de la lógica universal de la H istoria J y los horizontes he-
terotem porales de in n úm eras Historias 2. La falta de espacio me
im pide desarrollar m ás esta cuestión pero tam b ién m e arriesgo a
repetir lo que ya sostengo en el capítulo 2.
Algunos teóricos de la globalización como Michael H ardt y An­
tonio Negri, p or otro lado, celebran las form as con tem poráneas
de deslocalización com o u n a h erra m ie n ta expeditiva p a ra la lucha
global contra el capital. También p arte n de la proposición de que
las «posiciones localistas» son «falsas y dañinas». Falsas p orque
m ed ian te la «naturalización» de las diferencias locales sitúan el
origen de tales diferencias «fuera de toda duda». Y d añinas porque
hay que reconocer que las «identidades locales» de hecho «alimen­
tan y apoyan el desarrollo del régim en imperial capitalista». Es la
globalización la que «pone en juego circuitos móviles y m o d u lan ­
tes de diferenciación e identificación». «Lo que hay que abordar,
por el contrario», aducen Hardt y Negri, «es precisam ente la pro­
ducción de lo local.»'3 El «lugar» q ue el capital crea hoy a través
de su propia movilidad y la del trab ajo es, en sus palabras, u n «no
lugar».14 Por ello el trabajo ha de exigir «ciudadanía global» - m á s
movilidad incluso de la que el capital le perm ite en el pre sen te- y
convertir este «no lugar» en «ilimitado». Gracias a esa movilidad
crecerá el sujeto revolucionario -« la m u ltitu d » - que desafiará lo
que Hardt y Negri den om inan el Im p e rio .15 En sus términos, pues,
la lucha co ntra el capital ha de s e r al m ism o tiem po .un com b ate
co n tra todas las form as de apego a sitios p articu lares, ya que el
deseo de movilidad absoluta sólo puede basarse en el cultivo de
un sentido de apego planetario.
No niego las aportaciones que se siguen en contextos co ncre­
tos -especialm ente en el nivel de la historia universal del capital,
mi Historia 1- de líneas de pensa m ie nto co m o la que me ha o c u ­
pado airiba. Pero, en líneas generales, encuentro que este arg u m e n ­
to hace caso om iso de la historia en sí. Obvia la distinción entre
la movilidad de los colonizadores q u e los europeos disfrutaron en
su m om ento y la movilidad del trabajo m igrante hoy en día, c u a ­
lificado o no. Adondequiera que los europeos fueran en busca de
nuevos hogares, sus recursos im periales y su d om inio de los n ati­
vos les permitía reprod ucir -c o n m odificaciones locales innega­
bles- muchos de los elem entos im p o rtan tes de los m un dos de la
vida que habían dejado atrás. ¿Perdieron los europeos de cualquier
país sus propias lenguas debido a la m igración? No. A m enudo, los

25
nativos lo hicieron. De m anera similar, los m ig ran tes actuales en
los países fund ad os por colonos o en E u ro p a viven con el m iedo
de que sus hijos su fra n esta pérdida. B u e n a p a r te de su activis­
m o cultural local se dirige a im pedir que esto suceda. Sólo un crí­
tico que esté ciego ante la cuestión del m o do en que los legados
desiguales del dom inio colonial m odulan efectivam ente los p roce­
sos co n te m p o rá n e o s de la globalización p u ed e re c h a z a r este acti­
vismo co m o la enferm edad de la «nostalgia».16
La diferencia n o siempre es una tra m p a del capital. Mi sentido
de p érdid a q ue se sigue de mi globalización no es sie m p re el efec­
to de la es tra te g ia de m e rc ad o tec n ia de a lg u ien ajeno. No s ie m ­
pre el capital me em bauca para que ex perim en te «duelo», pues el
duelo no siem pre me convierte en consum ista! A m e n u d o la pér­
d id a en c u e stió n se relaciona con p rá c tic a s c u ltu ra le s que, p o r
así decirlo, ya no «venden». No todos los aspectos de n u estro se n ­
tido de lo local pueden mercantilizarse (ojalá fuese así). Al margen
de Europa moviliza argum entos y p ru eb as en co n tra de los análi­
sis que a p u n ta n a aquellos cam inos de salvación que av a nzan ine­
v itab lem en te a través del reclam o del no lu g a r.17 A poyándose en
H eidegger y la tradición h erm enéutica del p e n s a m ie n to a la que
pertenece Gadam er, Al margen de Europa t ra ta de pro v o c ar u n a
tensión productiva entre gestos de p e n s a m ie n to de n in g u n a parte
y m o d o s p a rtic u la res de ser en el m u n d o . S u rtie se o no surtiese
efecto m i crítica - n o defiendo que mi p ro p ia crítica sea irre fu ta ­
ble-, la proposición de que el pen sa m ie nto se vincula con los lu ­
gares es central en mi proyecto de p ro vincializar E u ro p a . Me in ­
cum bía, pues, dem ostrar de dónde -d e qué género de lu g ar- surgía
mi propia crítica, pues ese ser-de-algún-sitio es lo que le d ab a a la
crítica tanto su fuerza como sus límites. A firm aba que a fin de lle­
var a cabo mi crítica precisaba reflexionar p o r m edio de form as de
vida que conocía con cierto grado de fam iliaridad, y de a h í que re­
curriese a m aterial tom ado de aspectos de la historia de los bha-
dralok, la cual ha moldeado pro fun dam ente mi prop ia relación con
el m undo. Sólo en el caso de esa historia p o día a d u c ir c ierta c o m ­
petencia p ara d e m o strar con ejemplos los pro cesos de traducció n
de la m odernidad. Esto no niega que haya m u c h a s localizaciones
diferentes, incluso dentro de Bengala y de la India, desde las que
cabría provincializar E uropa con resultados d istin to s .18 Pero el a r ­
gu m en to relativo al lugar y al no lugar p u e d e seguir c o n nosotros.

26
3

E n definitiva, Al margen de Europa es u n p ro d u c to de la glo­


balización. La globalización fue su condición de posibilidad. Pero
ta m b ié n es, c o m o ha señalado Paul Stevens en u n ensayo que c o n ­
tiene u na p ersp icaz lectura de este libro, u n inten to de e n c o n tra r
u n a posición desde la que h a b la r de las p é rd id a s o ca sio n a d as p o r
la g lo b a liz a c ió n .19 Agradezco la lectu ra de Stevens, p e ro es ju sto
r e c o n o c e r el m o d o en que la globalización, p a r ti c u la r m e n t e en
E u ro p a y en los Estudios europeos, ha llevado este libro a e m o ­
cionantes territorios intelectuales que no pod ría h a b e r im aginado.
A m edid a que los investigadores europeos y los especialistas en
E u ro p a han lu ch ad o p o r co m p re n d e r los cam b io s que tienen lugar
en el con tinente y en sus propios cam p os de estudio, a m e d id a que
h a n entablado discusiones sob re los futuros de E u ro p a tras la glo­
balización y h a n a b o rd ad o cuestiones com o la «E u rop a fortaleza»
versus «Europa multicultural», se han abierto nuevos ca m in o s de
investigación. E n su bú squ eda de lenguajes con que c o m p re n d e r
la posición de los inm igrantes y refugiados n o euro p eo s en E u r o ­
pa, la cuestión de la inclusión de Turquía en la Unión Europea, y el
lugar de la E u ro p a del Este postsocialista, h an recurrido a modelos
del pen sa m ie nto poscolonial para ver si se p u ed e a p r e n d e r algo de
esa ra m a de investigación. Parecen haberse p ro d u c id o desarrollos
com parables en los estudios medievales (europeos) y de la religión.
Los especialistas han co m en z ad o a cu e stio n a r la pro pia idea de lo
«medieval», el e s q u e m a de periodización que subyace a tal d e n o ­
m inación .20 Los teólogos, p o r su parte, se hallan in m erso s en el
re p lan team ien lo de la cuestión de la agencia divina en la «histo­
riografía religiosa».21 Ha resultado gratificante p ara mí el que este
libro haya sido utilizado en algunos de esos debates, y m e he e n ­
c o n tra d o dialogando, con gran provecho, con el trabajo de colegas
de áreas lejanas a las de mi especialidad.
Quiero finalizar expresando mi ag radecim ien to a alg un as p e r­
s o n a s cuyos c o m e n ta rio s a m is to s o s pero crítico s, c o m u n ic a d o s
en los años q u e h a n pasado desde la p ublicación de la p rim era
edición, me h a n ay u d a d o a ver los lím ites así co m o las p o sibili­
d a d e s de esta o b ra . Pero ni s iq u ie ra aq u í p u e d o s e r ex hau stiv o.
Sólo puedo n o m b r a r a algun os p o r ra zo n es obvias de espacio, y
ped ir disculpas a aquellos a quienes no m enciono: B ain Attwood,

27
I h a r Babkov, E tie n n e Balibar, Teresa Berger, R itu Birla, M arin a
Bollinger, B eppe Carlsson, Amit Chaudhuri, Kathleen Davis, Carola
Dietze, Carolyn Dinshaw, S au rab h Dube, C o nstantin Fasolt, Dilip
Gaonkar, Amitav Ghosh, Carlo Ginzburg, C atherine H a lp e m , Amy
H ollyw ood, Lynn H unt, J o h n K ra niausk as, C laudio Lom n itz, Alf
Liidtke, R o cho na Majumdar, Ruth Mas, Achille M bem be, Allan
Megill, Cheryl M cEw an, H a n s y Doris Medik, S a n d r o M ezzadra,
D onald Moore, Aamir Mufti, Almira O usm anova, A nand Pandian,
Luisa Passerini, Ken Pomeranz, Jorn Riisen, Birgit Scahebler, Ajay
Skaria, R. Srivatsan, Bo Strath, Charles Taylor, Susie T haru, Peter
Wagner, M ilind W akankar y Kathleen Wilson. Dvvaipayan Sen ha
p ro p o rc io n a d o u na ayuda a la investigación m uy apreciada: vaya
p a r a él mi agradecim iento.

Chicago, 1 de febrero de 2007

28
In troducción
La idea de provincializar E uropa

Europa [...] desde 1914 se ha provincializa-


do, [...] sólo las ciencias naturales son capa­
ces de suscitai- un vivo eco internacional.

Hans Georg Gadamer, 1977

Occidente es el nombre de un tema que se con­


grega en el discurso, pero también un objeto
constituido discursivamente; es, por supues­
to, un nombre que siempre se asocia a sí mis­
mo con aquellas regiones, comunidades y pue­
blos que parecen política o económicamente
superiores a otras regiones, com unidades y
pueblos. En esencia, es como el nom bre de
«Japón», [...] sostiene que es capaz de mante­
ner, o de trascender realmente, un impulso a
trascender todas las particularizaciones.

Naoki Sakai, 1998

Al margen de Europa no es u n libro acerca de la región del m u n ­


do que d e n o m in am o s «Europa». Esa E uropa, podría decirse, ya ha
sido convertida en provincia p or la historia m isma. Hace tiem po que
los histo riad ores han ad m itid o que h acia m ed iad o s del siglo xx la
d e n o m in a d a «edad eu ro pea» de la h isto ria m o d e r n a c o m e n z ó a
ceder sitio a otras configuraciones globales y regionales.1 No se con­
sidera ya que la historia eu ropea e n c a m e algo así com o la «historia
h u m an a universal».2 Ningún pensador occidental de peso, p o r ejem­
plo, ha com p artido públicam ente la «vulgarización del historicismo
hegeliano» de Francis Fukuyama, que consideraba la caída del m uro
de Berlín el final.común de la historia de todos los seres h u m a n o s .3
El co ntra ste con el pasa d o parece ag ud izarse cu a n d o re co rd a m o s
la p rude n te pero calurosa nota de ap ro b ació n con la que K a nt per­
cibió en su m o m en to en la Revolución fran ce sa u n a «disposición
moral en la raza h um ana» o con la que Hegel vio en la im po rtancia
de ese acontecim iento el im p rim à tu r del «espíritu del m u n d o » .4

29
Mi form ación es la de un histo riad o r del Asia m eridional m o ­
derna; ésta conform a mi archivo y constituye mi objeto de análisis.
La E u r o p a que intento p rovincializar y d e s c e n tra r es u n a figura
im aginaria que perm anece p ro fu n d am en te arraigad a en fonnas es­
tereotipadas y cómodas de algunos h ábitos del p e n sa m ie n to coti­
diano, las cuales subyacen invariablem ente a ciertos intentos en
las ciencias sociales de a b o r d a r a s u n to s de m o d e rn id a d política
en Asia m eridional.5 El fenóm eno de la « m o d ern id a d política» -e n
concreto, del dominio ejercido p o r las instituciones m o d e rn a s del
E stado , la burocracia y las em p re sas ca p ita lis ta s - n o puede c o n ­
cebirse de ning una m anera a escala m u n d ial sin ten er en cuenta
cierto s conceptos y categorías, cuyas genealogías h u n d e n sus ra í­
ces en las tradiciones intelectuales, incluso teológicas, de E u ro ­
p a .6 Conceptos com o los de ciudadanía, Estado, sociedad civil, es­
fera pública, derechos hum anos, igualdad ante la ley, individuo, la
distinción entre lo público y lo privado, la idea de sujeto, d e m o c ra ­
cia, soberanía popular, justicia social, racionalidad científica, etcé­
tera, cargan con el peso del p e n sa m ie n to y la h isto ria de E u ro p a
S e n c illa m e n te no se pu ede p e n s a r en la m o d e r n i d a d política sin
éstos y otros conceptos relacionados que a lca n zaro n su p u n to cul
m in a n te en el curso de la Ilustración y el siglo xix europeos.
Estos conceptos suponen u n a inevitable -y, en cierto sentido
in dispen sab le- visión universal y sec ula r de lo h u m a n o . El coloni
z a d o r europeo del siglo xix pred icab a este h u m a n is m o de la Ilus
tración a los colonizados y, al m ism o tiempo, lo negaba en la prácti
ca. Pero la visión ha sido poderosa en sus efectos. H a suministrad!
histó ricam en te un fundam ento sólido so bre el cual erigir -tant<
en E u ro p a com o fuera de ella- críticas a p rácticas socialm ente in
justas. El pensam iento m arxista y el liberal son legatarios de est.
tradición intelectual. Ahora esta herencia es global. La clase me
dia culta bengalí (a la que pertenezco y parte de cuya h istoria re
feriré m ás adelante en este libro) ha sido ca ra c te riz a d a p o r Tapa
R aychaud huri como «el p rim er grupo social de Asia cuyo m un d
m en tal fue transform ado a través de su in teracció n con Occidei
te».7 Una larga serie de m ie m b ro s ilu stres d e este g ru p o soci;
- d e s d e R aja R a m m o h u n Roy, lla m a d o e n o c a s io n e s el « p ad re c¡
la India moderna», hasta M an a b e n d ra n a th Roy, q u ien discutía ce
L enin en la Internacional C o m u n is ta - aco gieron co n entusiasrr,
las cuestiones del racionalismo, la ciencia, la igualdad y los der
ch o s hu m an o s p rom ulgadas p o r la Ilu stración e u ro p e a .8 Las ci

30
ticas sociales m o d e r n a s del s is te m a d e c a sta s, de la o p re s ió n de
las m ujeres, de la falta de derechos de las clases tra b a ja d o ra s y su ­
b a ltern as de la India, entre otras -y, de hecho, la p ro p ia crítica al
c o lo n ia lis m o -, n o re s u lta n co n c e b ib le s sino c o m o u n legado, en
parte, del m o d o en que eL s u b c o n tin e n te se a p r o p ió de la E u ro p a
ilustrada. La con stitu ció n india co m ienza, de m a n e r a reveladora,
repitiendo ciertas ideas universales de la Ilustrac ió n consagradas,
p o r ejemplo, en la Constitución de Estados Unidos. Y es saludable
re c o rd a r que en la India b ritán ica los escritos q u e p ro c la m a b a n
las críticas m ás d ura s de la institución de la «intocabilidad» nos
re m ite n a d e term in a d as ideas orig in alm en te e u ro p e a s sobre la li­
b e rta d y la igualdad de los h o m b re s .9
Tam bién yo escribo desde d e n tro de esta tradición. La e ru d i­
ción poscolonial se ve co m p ro m e tid a, casi p o r definición, a t r a b a ­
j a r con los universales -tale s co m o la figura a b s tra c ta de lo h u m a ­
no o de la R a z ó n - que fueron forjados en la E u r o p a del siglo x v iii
y q ue subyacen a las ciencias h u m a n a s . Este c o m p ro m is o m arca,
p or ejemplo, la escritura del filósofo e historiador tunecino Hichem
Djait, quien a c u sa a la E u ro p a im perialista de «neg ar su propia
concepción del h o m b re» .10 La lucha de F anó n p o r conservar la idea
ilustrada de lo h u m a n o - a u n c u a n d o sabía q u e el im perialism o
eu ro p eo había reducido esa idea a la figura del h o m b re blanco co­
lo n izad o r- es a h o r a ella m ism a p arte de la h ere n c ia global de to ­
dos los pensadores poscoloniales.11 El conflicto se pro d u c e p orque
no hay una m a n e ra sencilla de p re scin d ir de estos universales en
la condición de la m od ernidad política. Sin ellos no h ab ría ciencia
social que ab ordase cuestiones de justicia social m od erna.
Este com p ro m iso con el p e n s a m ie n to e u ro p e o se ve tam b ién
fo m e n ta d o p o r el hecho de q ue en la a c tu a l id a d la d e n o m i n a d a
tradición intelectual eu ro p e a es la ú n ic a q ue e s tá viva en los d e ­
p arta m en to s de ciencias sociales de la m ayoría, si no de todas, las
universidades m o d ernas. E m pleo el térm in o «viva» en un sentido
particular. Sólo den tro de ciertas tradiciones de p e n sa m ie n to m uy
particulares tra ta m o s a p en sado res fu n d a m e n ta le s que han m u e r­
to hace m u cho no ú n icam ente co m o a p erso n a s pertenecientes a
su propia época, sino tam b ién c o m o si fue ran n u estro s c o n te m p o ­
ráneos. En las ciencias sociales se t r a t a in v a ria b le m e n te de p e n ­
sadores que se e n c u e n tra n d e n tro de la tra d ic ió n q ue ha d a d o en
llam arse a sí m ism a «europea» u «occidental». Soy consciente de
que la entidad d e n o m in ad a «tradición intelectual europea» que se

31
re m o n ta a los antiguos griegos es u na creación de la historia e u r o ­
pea relativam ente reciente. M artin B em al, S a m ir Amin y otros h an
criticado con justicia la aseveración de los p en sado res europeos
de que tal tradición sin fisuras haya existido alguna vez o q u e in ­
cluso p u e d a denom inarse «europea» con p ro p ied a d .12 La cuestión,
sin em bargo, es que, creación o no, ésta es la genealogía de p e n s a ­
m iento en la q u e los científicos sociales se e n c u e n tr a n insertos.
Ante la tarea de analizar los desarrollos o las prácticas sociales de
la India m o derna , pocos -si es que hay a lg u n o - científicos so cia­
les indios o especializados en la India d eb a tiría n seriam ente con,
por ejemplo, el lógico del siglo xm Gangesa, con el g ram ático y fi­
lósofo del lenguaje Bartrihari (siglos v-vi) o con el estudioso de la
estética del siglo x - u x i - A bhinavagupta. Es la m e n ta b le p e r o e.s
así; una consecuencia del dom inio colonial europeo so bre Asia m e ­
ridional es que las tradiciones intelectuales alguna vez fuertes y vi­
vas en sánscrito, persa o árabe son a h o ra p a r a la m ayoría de - q u i ­
zá p ara to d o s - los científicos sociales m o d ern o s de la región un
tem a de investigación histórica.13 Tratan dichas tradiciones comc
verdaderam ente muertas, como historia. Aunque las categorías que
fueron en su m o m en to objeto de e s c ru p u lo s a s reflexiones e in
vestigaciones teóricas existen a h o ra co m o conceptos prácticos
privados de todo desarrollo teórico, a r ra ig a d o s en las p rá c tic a '
co tid ian as de Asia m eridional, los científicos sociales co n te m
poráneos del s u r de Asia rara vez d isp o n en de un a form a ció n qui
les p erm ita transfo rm ar esos conceptos en recursos p a ra u n pen
s a m ie n to crítico del p re s e n te .14 Y, sin em b arg o , los p e n s a d o re
europeos del pasado y sus categorías n u n c a están co m p le ta m e n
te m uertos p ara nosotros de la m ism a m an era. Los científicos se
ciales de Asia meridional discutirían a p a s io n a d a m e n te con M ar
o Weber sin sentir ninguna necesidad de historizarlos o de calocai
los en sus contextos intelectuales europeos. E n ocasiones - a u n q u
esto es poco hab itu al- debatirían incluso con los antecesores ant
guos, medievales o de la m o dernida d te m p ra n a de esos pensad«
res europeos.
Pero la m ism a historia de la politización de los pueblos, o i
advenim iento de la m odern idad política, en países que no form a
parte de las democracias capitalistas occidentales p ro d u c e un
p ro fu n d a ironía en la historia de la política. E sta h isto ria nos d<
safía a re p e n s a r dos legados conceptuales de la E u ro p a decim o n'
nica, con cepto s esenciales p ara la idea de m o d e rn id a d . U no es

32
histo ricism o - l a idea de que, p a ra c o m p re n d e r cu a lq u ie r fe n ó m e ­
no, éste debe co n sid erarse a la vez c o m o u n a u n id a d y e n su d e­
sarrollo h is tó ric o - y el otro es la idea m is m a de lo político. Lo que
h is tó ricam en te perm ite u n proyecto co m o el de «provincializar
Europa» es la experiencia de la m o d e rn id a d política en u n país
com o la India. El pensam iento europeo m an tien e u n a relación co n ­
tradictoria con u n caso de m o d ern id a d política co m o éste. Resul­
ta a la vez indispensable e inadecuado p a ra a y u d a m o s a p e n s a r las
diversas p rácticas vitales que constituyen lo político y lo histórico
en la India. La investigación - t a n t o en el p la n o teórico c o m o en
el fáctico- de este carác te r indispensable y a la vez in ad ec u ad o del
pen sa m ie n to de la ciencia social es la tare a que este libro se ha im ­
puesto a sí m ism o.

La política del historicism o

Los trab ajos de filósofos po sestru c tu ralista s co m o Michel Fou-


cault in d u d ab lem en te h a n estim ulado ata q u e s globales al histori­
c is m o .13 Pero sería un e r ro r co ncebir los e m b a te s poscoloniales al
historicism o (o a lo político) co m o un sim ple derivado de las crí­
ticas ya e la b o rad as p or p en sado res p o sm o d e rn o s y p o s e s tru c tu ra ­
listas de O ccidente. De hecho, p en sa rlo de esa m a n e r a se ría ca er
en el h isto ricism o , p ues tal c o n c e p c ió n r e p e tiría m e r a m e n t e la
e s tr u c tu r a te m p o ra l de la afirm a ció n : « p rim e ro en O c cid en te y
luego en o íro s sitios». Al so s te n e r esto no p r e te n d o d is m in u i r la
im p o rta n c ia de los d eb a te s recientes so b re el h is to ric is m o en los
cuales los críticos han c o n sid e ra d o su d ec lin a c ió n en O ccidente
co m o u na consecu encia de lo que J a m e s o n h a d e n o m in a d o im a­
g in a tiv a m e n te «la lógica cultu ral del c a p ita lis m o a v a n z a d o » .16 El
especialista en estudios culturales Law rence G rossberg se ha pre­
g u n tad o con sagacidad si la historia m is m a no se halla en peligro
debido a las prácticas de c o n su m o propias del ca p ita lism o c o n ­
tem poráneo. ¿Cómo es posible p ro d u c ir observación y análisis his­
tóricos, se interroga Grossberg, «cuando todo a c o n te cim ie n to es
u n a p ru e ba potencial, un factor p o ten cia lm en te d e te r m in a n te y, a
la vez, c a m b ia d em asia do ráp ido co m o p a ra p e r m itir la serenid ad
que requiere el trabajo ac adém ico» ?17 Pero estos arg um ento s, pese
a su valor, obvian las historias de la m o d e rn id a d política en el ter­
cer m undo. Nadie, desde M andel hasta J a m e so n , con sid era el «ca­

33
p italism o tardío» un sistem a cuyo m o to r p u e d a e n c o n tra rs e en el
terc er m u n d o . El térm ino «tardío» tiene con n o tac io n es m uy dife­
rentes cu a n d o se aplica a los países desarrollados y a aquellos c o n ­
siderad os a ú n «en vías de desarrollo». «Capitalismo avanzado» es
p ro p ia m e n te el nom bre de un fen óm eno que se con sidera p erte­
neciente sob re todo al m u n d o capitalista desarrollado, a u n q u e su
im p acto sob re el resto del m u n d o n u n c a se niega.18
Las críticas occidentales al historicism o que se fu n d a m e n ta n
en u n a d e term in a d a caracterización del «capitalism o avanzado»
p a s a n p o r alto los p ro fu n d o s v ínculos q ue u n e n al h is to ric is m o
c o m o m o d o de p ensam iento con la fo rm a c ió n de la m o d e rn id a d
política en las antiguas colonias europeas. E l historicism o posibi­
litó la d o m in ació n europea del m u n d o en el siglo x ix .19 Podría d e ­
cirse, grosso modo, que fue u na fo rm a im p o rta n te que la ideolo­
gía del pro greso o del «desarrollo» ad op tó a partir del siglo xix. El
historicism o es lo que hizo que la m o d ern id a d o el capitalism o p a ­
reciera no sim plem ente global, sino m ás bien algo que se tra n s fo r­
m ó en global a lo largo del tiempo, originándose en u n sitio (E u ro ­
pa) y expandiéndose luego fuera de él. E sta es tru c tu ra del tiem po
histó rico global del tipo «prim ero en E u ro p a , luego en o tro s si­
tios» era historicista; diversos n acion alism os no occidentales p r o ­
d u c iría n m á s tarde versiones locales del m is m o relato, r e e m p la ­
z a n d o «E uro pa» por algún ce n tro c o n s tru id o localm ente. Eue el
histo ricism o lo que perm itió a Marx a f ir m a r que «el país in d u s ­
tria lm e n te m ás d esarrollado s im p le m e n te m u e s tra al m e n o s d e ­
s a rro lla d o la imagen de su p ro p io futuro».™ Fue ta m b ié n lo q ue
llevó a historiadores prestigiosos com o Phyllis Deane a c a ra c te ri­
zar el advenim iento de la industria en In g laterra co m o la primera
revolución industrial.21 El historicism o p lan teó así el tiem po h is ­
tó rico c o m o u n a m ed id a de la d is ta n c ia c u ltu ra l (al m e n o s en
c u a n to al desarrollo institucional) que, se asum ió, m e d ia b a en tre
O cciden te y lo que no es O ccid ente.22 E n las co lon ias legitim ó la
idea de civilización.21 En la pro p ia E u ro p a hizo posibles historias
del c o n tin e n te com pletam en te in tern a s en las q u e éste se d e s c r i­
bía c o m o escenario de la p rim e ra a p a ric ió n del c a p ita lism o , la
m o d ern id a d o la Ilustración.24 Todos estos «acontecim ientos», a su
vez, se explicaban fu n dam entalm en te con respecto a otro s « ac o n ­
tecim ientos» que tenían lugar d en tro de los límites geográficos de
E u r o p a (p o r m ás b o rrosas q ue h a y a n sid o su s fr o n te ra s reales)
A los h ab ita n te s de las colonias, p o r o tro lado, se les asignó u n lu

34
g a r en «otros sitios» en la estru c tu ra te m p o ra l « p rim ero en E u ro ­
p a y luego en o tro s sitios». E ste gesto del h is to ric is m o es lo que
J o h a n n e s F abian ha d e n o m in a d o «la negación de la c o n te m p o r a ­
n eid ad » .25
P od ría decirse que el historicism o - e incluso la idea m o dern a,
eu ro p ea, de la h is to ria - se presentó ante los p u eblos no europeos
del siglo xix co m o u n a p e rs o n a q u e dice a o t r a «todavía no».26
C onsidérense los ensayos liberales clásicos, p ero historicistas, de
J o h n S tu a rt Mili, Sobre la libertad y Del gobierno representativo: a m ­
bos p ro c la m a b a n el autogo bierno co m o la fo rm a de g obierno m ás
elevada y, a la vez, se opo n ían a su con cesión a los indios o a los
africano s fun d á n d o se en arg u m e n to s in d u d a b le m e n te historicis­
tas. S egún Mili, los indios o los africanos todavía no e ran lo sufi­
c ie n te m e n te civilizados co m o para g o b e rn a rs e a sí m ism os. Debía
tra n s c u rrir cierto p eriodo histórico de desarrollo y de civilización
(gobierno y educación coloniales, p a r a ser precisos) antes de que
se los pudiese con sid erar p re p ara d o s p ara el d e s e m p e ñ o de esa ta­
re a .27 El arg u m e n to historicista de Mili relegaba así a los indios,
africanos y o tras naciones «rudas» a u n a sala de e sp e ra im ag in a­
ria de la historia. Al p ro c ed er de esa m an era, la h istoria m is m a se
convierte en u n a versión de tal sala de espera. E s ta m o s todos en
c a m in o hacia la m ism a meta, aseveraba Mili, a u n q u e u n o s llega­
rá n antes que otros. Eso es lo que era la conciencia historicista: la
recom end ación a los colonizados de que esperasen. La'adquisición
de la conciencia histórica, la adquisición del esp íritu público que
Mili con sideraba abso lu tam en te necesarios p a ra el arte del a u t o ­
go bierno era tam bién el aprendizaje de este arte de la espera. Esta
esp era fue la realización del «todavía no» del historicism o.
En cambio, en el siglo xx las d e m a n d a s de au tog obierno d e m o ­
c rá tic a s y a n tico lo n iales reivin dican i n s is te n te m e n te el «ahora»
c o m o horizonte tem poral de la acción. Desde a p r o x im a d a m e n te
la prim era guerra m undial hasta los m ov im ien tos de desco lon iza­
ción de los años cin cuenta y sesenta del siglo p asado, los n a c io n a ­
lismos anticoloniales se fu n d a m e n tan en este a p re m io del «ahora».
El h isto ricism o no ha d e sa p a re c id o del m u n d o , p e ro su «todavía
no» se en c u e n tra actu a lm e n te en tensión co n esta insistencia glo­
bal en el «ahora» que caracteriza a todos los m ov im iento s p o p u ­
lares a favor de la dem ocracia. Y tiene que s e r así, pues los m o vi­
m iento s nacionalistas anticoloniales, en su b ú s q u e d a de u n a base
de masas, introdujeron en la esfera política clases y gru po s que, de

35
a c u e rd o con los estándares del liberalism o e u ro p e o d e c im o n ó n i­
co, sólo p o d ía n parecer deficientem en te p r e p a r a d o s p a r a as u m ir
la re s p o n sa b ilid a d política de gobernarse a sí m ism os. Se trataba
de ca m p esino s, integrantes de tribus, trab a jad o res industriales sin
cualiñcación o sem icualificados de las ciu dad es no occidentales,
ho m b res y m u jere s pertenecientes a los g rupo s sociales su b o rd i­
nados, en re su m e n , las clases subalternas del tercer m un do.
La crítica al historicismo, en consecuencia, va h asta el fondo
de la cuestió n de la m odernidad política en las sociedades no oc­
cidentales. C om o argum entaré luego con m a y o r detalle, el pensa­
m iento político y social euro peo concibió la m o d e rn id a d política
de las clases subalternas recurriendo a u n a teoría de la historia eta-
pista - q u e c o m p re n d e desde esq uem as evolutivos sencillos hasta
so fisticadas in te rp re ta c io n e s del «desarrollo d esig u al» -. Com o
tal, n o se tra ta de una posición teórica poco razonable. Si la «mo­
dernidad política» debía ser un fenóm eno delim itad o y definible,
no e r a in s e n s a to servirse de su definición c o m o v ara de m edida
del p rogreso social. Dentro de esta concepción, siem pre p odía de­
cirse co n ra zó n que determ inados pueblos son m en os m od erno s
que o tro s y que aquéllos necesitaban un p erio d o de p rep aración y
espera antes de po der ser reconocidos c o m o partícipes plenos de
la m o d e rn id a d política. Pero ése era p re cisam en te el arg u m e n to
del colonizador, el «todavía no» al cual el nacionalista colonizado
opo nía su «ahora». El logro de la m o d e rn id a d política en el tercer
m u n d o sólo e ra posible m ediante u n a relación co n tra d ic to ria con
el p e n s a m ie n to político y social e u ro p e o . E s v e rd ad qu e con fre­
cuencia las elites nacionalistas ponían en prá ctica con sus propias
clases s u b a ltern a s -y lo siguen haciendo sie m p re y cu a n d o las e s ­
tructuras políticas lo p e r m ita n - la teoría de la historia etapista en
la q u e se fu n d a m e n ta b a n las ideas euro p eas de la m o d e rn id a d p o ­
lítica. Sin em bargo, hubo dos desarrollos necesarios en las luchas
nacionalistas que producirían al m enos u n re chazo práctico, si no
teórico, de cua lq uie r tipo de distinción etapista, historicista, entre
lo p re m o d e rn o o lo no m oderno, y lo m o d ern o . Uno fue el propio
rechazo p o r p arte de la elite nacionalista d e la versión «sala de e s ­
pera» d e la historia, cu an do se en c o n tró an te la ju stificación que
los eu ro peo s veían en ella p ara negar el «autogobierno» a los colo­
nizados. El o tro fue el fe n ó m e n o p ro p io del siglo xx de la plena
partic ip a ció n del cam pesino en la vida p o lítica de la n a c ió n (esto
es, p rim ero , en el m ovim iento n a c io n a lista y, luego, co m o ciuda-

36
d a ñ o de la n a c ió n in dependien te) m u c h o antes de que p u d ie ra ser
fo rm a lm e n te e d u c a d o en los aspectos doctrin a le s o conceptuales
de la c iu d ad a n ía.
Un ejem plo d rástico de este re ch az o n a c io n a lista de la c o n c ep ­
ción historicista de la historia es la decisión q u e ad op tó la India,
in m e d ia ta m e n te después de a lc a n z a r la in d ependencia, de que la
dem o c ra c ia se fu n d a m e n ta s e en el d erecho universal al voto de to­
dos los adultos. Esto su p o n ía u n a infracción grave de la p re s c rip ­
ción de Mili. «La e n se ñ an za universal», decía Mili en el ensayo Del
gobierno representativo, «debe preced e r al sufragio universal».28 In­
cluso la C om isión Ind ia p ara el Sufragio Universal de 1931, entre
cu y o s m ie m b r o s h a b ía varios indios, m a n t u v o u n a p o s ic ió n que
e ra u n a versión m odificada del a r g u m e n to de Mili. Los m ie m b ro s
de la Comisión ac ordaron que, a u n q u e el sufragio adulto universal
era la m eta ideal de la India, el analfabetism o generalizado del país
c o m p o rta b a u n obstáculo d em asia d o g ra nd e p a r a p o n er en p rá cti­
ca dicho sufragio.29 Y, sin em b arg o, en m en os de dos décadas la In­
dia optó p o r el sufragio ad ulto universal p ara u n a població n que
era todavía p r e d o m in a n te m e n te iletrada. E n su defensa de la n u e ­
va C onstitución y de la idea de «sob eran ía p opu lar» ante la A sam ­
blea C onstituyente de la nación, en vísperas de la declaración for­
mal de independencia; Sarvepalli R adhakrishnan, quien luego sería
el p rim e r vicepresidente de la India, a b o g a b a c o n tra la idea de que
los indios c o m o pueblo no e s ta b a n aú n en condiciones de g o b er­
narse a sí m ism os. En cu a n to a él concernía, los indios, letrados
o iletrados, siem p re estuvieron c a p acitad o s p ara el autogobierno.
R a d h a k ris h n a n declaró: «No pód em o s decir q ue la tradición re p u ­
blicana sea ajena al carácter de este país. La h em os tenido desde el
principio de n u e stra historia».JU ¿Qué p o día s e r esta p o stu ra, sino
un gesto nacional de abolición de la sala de esp e ra im ag in aria en
la q ue los indios hab ían sido em p la z a d o s p o r el p e n s a m ie n to his­
toricista europeo? Huelga decir que a c tu a lm e n te el historicisnio
p erm anece vivo y vigoroso en tod as las prácticas y en el im a g in a ­
rio dcsarrollistas del Estado indio.31 Gran p arte de la actividad ins­
titucional del G obierno de la India se basa en la práctica co tid ian a
del historicismo; existe u n a a r ra ig a d a sen sa ció n de que el c a m p e ­
sino a ú n está siendo e d u c ad o y d esarro llado p a r a convertirse en
ciudadano. Pero ca d a vez que se p ro d u c e u n a m ovilización p o p u ­
lista/política del p u eblo en las calles del p aís y u n a versión de la
«d em o cracia de m asas» se h ac e o sten sib le e n la India, el tie m p o

37
historicista q u e d a m o m entánea m e n te suspendido. Y u n a vez cada
cinco años la n ación exhibe un c o m p o rta m ien to político de dem o ­
cracia electoral que deja a u n lado todos los su puestos de la im a ­
ginación historicista del tiem po. El día de las elecciones, cada u no
de los indios adultos es tratad o práctica y teóric am ente com o al­
guien ya d o tad o de la capacidad de efectuar u n a elección cívica
im po rtan te, con educación o sin ella.
La historia y la naturaleza de la m o d ern id a d política en un país
que ha sido una colonia com o la India genera así una tensión entre
los dos aspectos presentes en los subalternos o cam pesino s en tan ­
to que ciudadanos. Uno es el campesino que h a de ser educado para
convertirse en ciudadano y que pertenece, p o r lo tanto, al tiempo
del historicism o ; el otro es el ca m p e sin o que, pese a c a re c e r de
e d u cación formal, es ya un ciudadano. E sta tensión es añ'n a la que
se establece e n tre los dos asp ectos del n a c io n a lis m o q u e H om i
B hab ha ha identificado provechosam ente co m o el pedagógico y el
perform ativo.32 La historiografía del nacionalism o, en el m odo p e­
dagógico, describe como anacrónico el m u n d o del cam pesino, con
su acento en el parentesco, los dioses y lo u s u alm en te d e n o m in a ­
do «sobrenatural». Pero la «nación» y lo político tam b ién en c u en ­
tran u n a representación performativa en los rasgos carnavalescos de
la dem ocracia: en las rebeliones, las m anifestaciones, los eventos
deportivos y el voto adulto universal. La cuestión es: ¿cóm o c o n ­
cebim os lo político en estos m om en to s en los que el ca m p e sin o o
el subalterno emerge en la esfera m o d e rn a de la política p or d e re ­
cho propio, co m o m iem bro del m ovim iento nacionalista c o n tra la
dom inación británica, o com o m iem bro del cuerpo político con to­
das las de la ley, sin haber tenido que re alizar ningún tipo de tarea
«preparatoria» que lo cualifique com o « ciu dad an o burgués»?
He de ac la ra r que, tal y com o lo em pleo, el térm in o «cam pesi­
no» alude a algo más que a la figura del c a m p e sin o con la que t r a ­
baja el sociólogo. Yo recojo ese significado particular, pero tam bién
cargo la p alab ra con un sentido m ás am plio. Lo «cam pesino» fu n ­
ciona aquí c o m o resum en de todas aquellas relaciones y prácticas
vitales en apariencia no m o d ernas, rurales y no sec u larizadas q u e
co nstan te m e n te dejan su huella en la vida, incluso, de las elites de
la India y en sus instituciones de gobiern o. Lo c a m p e s in o re p r e ­
senta todo lo que no es burgués (en sentido europeo) en la m o d e r­
nidad y el capitalism o indios. La siguiente sección d esarrolla con
m ás detalle esta idea.

38
El proyecto E stu d io s Subalternos y la crítica al historicism o

E ste p ro b le m a de c ó m o c o n c e p tu a liz a r lo h is tó rico y lo polí­


tico en un contexto en el q u e lo ca m p e sin o ya era p a rte de la p o ­
lítica era sin d u d a u n a de las cuestiones clave que g u ia b a n el p r o ­
yecto historiográfico de E stu d io s S u b a lte rn o s .33 Mi interp re tació n
a m p lia del té rm in o «cam pesino» se sigue de algunas de las afir­
m aciones fundacionales efectuadas p o r R anajit Guha, cu a n d o él y
sus colegas se p ro p u sie ro n d e m o c ra tiz a r la e sc ritu ra de la h isto ­
ria india c o n sid eran d o a los grupos sociales s u b o rd in a d o s los a r ­
tífices de su p ro pio destino. Me parece significativo, p o r ejemplo,
que Estudios S u b altern o s co m en z ase su c a rre ra re g istra n d o u n a
sensación de h on do m a le s ta r en relación co n la idea m is m a de lo
«político» tal com o h ab ía sido utilizada en las trad ic io n e s a c ep ta­
das de la historiografía m arx ista en lengua inglesa. E n n in g ú n sitio
resulta esto m ás m anifiesto que en la crítica que form ula Ranajit
G uha en su o b ra de 1983, Elenientary Aspects o f Peasant Insurgency
in Colonial India [Aspectos básicos de la in surrección c a m p e sin a
en la India colonial], de la categoría de «prepolítico» e m p lea d a p or
el h isto riad o r británico E ric H o b s b a w m .34
La categoría de «prepolítico» de H o b s b a w m reveló los límites
del p e n sa m ie n to historicista del m arxism o a la hora de re s p o n d er
al desafío plan tea d o al p e n s a m ie n to político eu ro p eo p o r el ingre­
so del cam p esinad o en la esfera de la política m oderna. H obsbaw m
reconocía aquello que era p a rtic u la r de la m o d e rn id a d política del
tercer m u n d o . E stab a d ispu esto a a d m itir el hecho de q u e fue «la
a d q uisició n de co n c ie n cia política» p o r p a rte de los c a m p e s in o s
lo que «ha h ech o de n u e s tra ce n tu ria la m ás rev olucion aria de la
historia». Sin em bargo, pasó por alto las im plicaciones de esta o b ­
servación p ara el historicism o subyacente ya en su p ropio análisis.
Las actividades de los cam pesinos, org a niz ad as - d e m o d o m uy fre­
c u e n te - en torno a los ejes de parentesco, religión y casta, y que
s u p on ían agentes so b re n a tu ra le s a c tu a n d o ju n to a los seres h u ­
manos, eran p a ra él s ín to m a de u n a conciencia que no h a b ía a d o p ­
tado plen am e n te la lógica secular-institucional de lo político.35 Ca­
racterizaba a los ca m p e sin o s co m o «gente prepolítica q u e todavía
no ha hallado, o que a c a b a de encontrar, u n lenguaje específico
en el cual expresarse a sí m ism a . [El ca p italism o ] viene h ac ia ellos

39
desde fuera, de u n m odo insidioso, m ediante el fu n c io nam iento de
fuerzas ec onó m icas que no entienden». En el lenguaje historicista
de H o b s b a w m los movimientos sociales de los ca m pesinos del si­
glo x x p e rm a n e c e n en el ám bito de lo «arcaico».36
El im pulso analítico del estudio de H ob sbaw m pertenece a una
varie d ad de historicism o que el m arxism o occidental h a cultivado
d esd e sus inicios. Los intelectuales marxistas de Occidente y sus
seguidores de otros sitios han desarrollado un conjunto vario de es­
tra te g ia s sofisticadas que les p erm ite re c o n o c e r la ev idencia del
c a rá c te r incom pleto de la transform ación capitalista en E u ro p a y
en otros lugares, conservando a la vez la idea de u n m ovim iento
histó rico general desde u n estadio p re m o d e rn o h a s ta la m o d e r ­
nidad. E stas estrategias incluyen, primero, los antiguos y a c tu a l­
m e n te d esacreditados paradigm as evolucionistas del siglo xix -el
lenguaje de la «supervivencia» y la « p erm anencia»- h allados a ve­
ces en la m ism a prosa de Marx. Pero hay ta m b ié n o tras estra te­
gias, que constituyen variaciones del tema del «desarrollo desigual»
-d e riv a d o este m ism o, co m o m u e s tra Neil S m ith , del em p leo p o r
p arte de M arx de la idea de «tasas desiguales de desarrollo» en su
Crítica de la econom ía política (1859) y del em pleo del concepto
qu e m á s tarde hicieron Lenin y Trotski.37 Ya sea qu e h a b le n del
«desarrollo desigual», de la «sincronicidad de lo no sincrónico» de
E m s t Bloch o de la «causalidad estructural» althusseriana, la cu e s­
tión es que todas estas estrategias conserv an e lem e n to s de h is ­
toricism o en la dirección de su p en sam ien to (a p esa r de la oposi­
ción explícita de Althusser al historicismo). Todas ellas adscriben
cu a n to m enos u n a unidad estructural subyacente (si no u na expre­
siva totalidad) al proceso histórico y al tiempo, la cual hace posible
identificar ciertos elem entos del presente c o m o « a n a cró n ico s» .33
La tesis del «desarrollo desigual», com o ha observ ado p e rs p ic a z ­
m e n te Ja m e s C h an d ler en su reciente es tu d io so b re el r o m a n t i ­
cism o, va «de la m ano» de la «antigua c u a d ríc u la de un tiem p o
vacío h om ogéneo».39
A través de la crítica explícita del punto de vista que co nsid era
la conciencia cam pesina com o «prepolítica», G u ha pu do su gerir
que la acción colectiva d esem p eñ ada por los ca m p e sin o s en la I n ­
dia m o d e rn a fue de tal n a tu ra le z a que efectivam ente ex p a n d ió la
cate g o ría de lo «político» b a s ta n te m ás allá de los lím ites q u e le
a s ig n a b a el p e n s a m ie n to político eu ropeo.40 La esfera política en
la que el cam pesino y sus am os partic ip a b an era m o d e rn a -p u e s ,

40
¿qué o tra co sa p od ría ser el n acio nalism o sjno u n m ovim iento p o ­
lítico m o d e rn o po r el a u to g o b ie rn o ? - y, sin em b argo, no seguía la
lógica del cálculo secular-racional inh eren te a la con cep ció n m o ­
d e r n a de lo político. E sta esfera política c a m p e s in a-p ero -m o d em a
no estab a desprovista de la acción de dioses, espíritus y otros seres
sob re n atu rales.41 Los científicos sociales podían clasificar tales ac­
tuacion es bajo la rú b ric a de «creencias cam pesinas», p ero el c a m ­
pesino, co m o ciu dadan o, no p a rtic ip a b a de los su p u esto s ontoló-
gicos que las ciencias sociales d an p o r descontados. Sin em bargo,
el p u n to desvista de G u h a reconocía este sujeto c o m o m o d e rn o y
p o r eso rehusaba d en o m in ar «prepolítico» a la conciencia o el c o m ­
p o rta m ie n to político de los cam pesinos. Insistía en que, en lugar
de s e r u n a n a c ro n is m o en el m u n d o colonial m o d e rn o , el c a m p e ­
sino era u n c o n te m p o rá n e o real del colonialism o, u n a p arte fu n ­
d a m en ta l de la m o d e rn id a d que el d om inio colonial trajo a la I n ­
dia. No e ra u n a co n c ie n c ia «atrasada» la su y a - u n a m e n ta lid a d
que hab ía q u edad o del pasado, u n a conciencia c o n fu n d id a p o r las
instituciones políticas y económ icas m o d e rn a s y q u e se resiste a
ellas. La interpretación de los ca m pesin os de las relaciones de p o ­
d e r a las qu e se e n fre n ta n en el m u n d o , a r g u m e n ta G uha, de n in ­
g una m a n e ra carece de realism o o m ira hacia el pasado.
Desde luego, todo esto no fue form ulado a la vez ni co n la cla­
ridad que p uede o btenerse en u n a m irad a retrospectiva. Hay, p or
ejem plo, pasajes de Elenientary A spects o f P easant Iñsurgency in
Colonial Inclia en los que G uha sigue las ten den cias generales de
un estudioso eu rop eo m arxista o liberal. En ocasio nes interp reta
determ in a d as relaciones no dem ocráticas -c u e stio n e s de «d o m in a­
ción y subordinación» directas que conciernen a lo qu e u su alm en -
te se d en o m in a lo «religioso» o lo s o b re n a tu ra l- c o m o vestigios de
u n a era precapitalista, no com p letam en te m o d e rn o s y, en c o n se ­
cuencia, co m o un indicio de p ro blem as de tran sició n al ca pitalis­
mo.42 Relatos de la m is m a naturaleza tam bién a p a re c e n a m e n u d o
en los prim eros volúm enes del proyecto Estudios S ubalternos. Pero
mi opinión es que las afirm aciones de este tipo no re presen tan a d e­
c u a d a m e n te la fuerza radical de la crítica de G u h a a la categoría
de «prepolítico». Pues, si co nstitu yeran princip ios válidos p a ra el
análisis de la m o d e rn id a d india, se p odría a r g u m e n t a r en to nces a
favor de H obsbaw n y su categoría de «prepolítico». C abría so ste­
ner, de a c u e rd o co n el p e n s a m ie n to político e u r o p e o , q ue la c a ­
tegoría de lo «político» resultab a in ad e c u a d a p a r a a n a liz a r la pro-

41
testa c a m p e sin a, pues difícilmente la esfera de lo político se ab s­
tra ía alg u n a vez de los ám bitos de la religión y del p a ren tesco p ro ­
pios de las relaciones de dominación precapitalistas. Las relaciones
de p o d e r c o tid ia n a s que im plican parentesco , dioses y espíritus,
en las cuales se en c u e n tra inm erso el ca m p e sin o , p o d ría n , en ese
caso, d e n o m in arse «prepolíticas» con justicia. Cabría in terp re tar le­
g ítim a m e n te la persistencia del m u n d o del ca m p e sin o indio com o
u n a señal del c a rá c te r incom pleto de la transición de la In d ia h a ­
cia el c a p ita lis m o y el ca m pe sin o m ism o p o d ría c o n s id e r a rs e c a ­
b alm en te co m o u n «tipo anterior», activo, sin duda, en el n a c io n a ­
lismo, p ero en realidad operando bajo notificación de su extinción
p o r p arte de la historia del mundo.
No obstante, lo que me propongo señalar aquí es la tend encia
opu esta del p ensam iento que el descontento de G u ha con la c a te ­
goría de «prepolítico» revela. La rebelión ca m p e s in a en la .India
m o d ern a , escribió Guha, «fue una lucha política».43 H e d estacado
la p alab ra «política» en la cita p ara su b ra y a r la ten sió n creativa
entre la insp iració n marxista de E studios S u b altern o s y el h o n d o
cu e stio n a m ie n to que esta línea suscitaba, desde el c o m ien z o m is ­
mo, de la n a tu ra le z a de lo político en la m o d e rn id a d colonial de
la India. P o r ejemplo, en su exam en de m ás de un c e n te n a r de c a ­
sos co n o c id o s de rebeliones ca m pesinas en la Ind ia b ritá n ic a e n ­
tre 1783 y 1900, G uha m ostró que las prácticas que co n v o c a b a n a
dioses, espíritus y otros seres espectrales y divinos fo rm a b a n parte
de la red de p o d e r y prestigio con la que o p erab an ta n to los s u b a l­
ternos co m o la elite de Asia meridional. E stas presencias no e ran
m era m e n te u n símbolo de algo cuya realidad secular era m ás p r o ­
funda y «m ás real».'14
La m o d e rn id a d política sudasiática, a r g u m e n t a b a G uha, r e ú ­
ne dos lógicas de poder inconm ensurables, am b a s m o d ern a s. U na
es la lógica de los marcos legales e institucionales cuasi liberales
que la d o m in a c ió n europea introdujo en el país, los cuales, en v a­
rios sentidos, son anhelados tanto por la elite com o p o r las clases
subalternas. No es mi intención re ducir la im p o rta n c ia de este fe­
nóm eno. Sin embargo, m ezclada con ésta se e n c u e n tra la lógica
de otro co n ju n to de relaciones en las cuales tam b ién se hallan i m ­
plicados t a n to la elite co m o las clases s u b a lte rn a s . S o n éstas las
relaciones qu e articulan la jera rq u ía m ed ian te p rá cticas de s u b o r ­
d in a c ió n d ire c ta y explícita de los m en o s p o d e ro s o s p o r p a r te de
los m ás poderosos. La p rim e ra lógica es secular. E n o tro s té r m i ­

42
nos, deriva de las fo rm as s e c u la rizad a s del c r is tia n is m o q u e c a ­
r a c te riz a n a la m o d e rn id a d en O ccidente y m u e s t r a u n a te n d e n ­
cia similar, p rim ero , a forjar u n a «religión» a p a r ti r de u n a a m a l­
g am a de prá cticas hindúes y, luego, a s e c u la riz a r las fo rm a s de tal
religión en la vida de las in stitu cio n e s m o d e r n a s de la I n d ia .45 La
s eg u n d a no c o m p o rta n ec esariam ente secularism o; es la que lle­
va c o n tin u a m e n te a los dioses y a los e s p íritu s al d o m in io de lo
político. (Lo cual ha de distinguirse del em p leo secular-calculador
de la «religión» en el que in cu rren m u ch o s p a rtid o s políticos c o n ­
tem p oráneo s en el subcontinente.) In te ip re ta r estas prácticas como
un vestigio superviviente de u n m o do m ás an tig u o de p ro d u c ció n
nos conduciría inexorablem ente a concepciones de la h istoria eta-
pistas y elitistas; nos colocaría de nuevo e n el e s q u e m a historicis-
ta. E n d icho esq u e m a , la h isto rio g rafía n o tiene o tra m a n e r a de
re sp o n d er al desafío p resentado al p e n sa m ie n to y la filosofía p o ­
líticos po r la im plicación de los c a m p e sin o s en los nacionalism os
del siglo xx y p o r la em ergen cia de esos c a m p e s in o s tra s la inde­
pen d e n cia c o m o c iu d a d a n o s de pleno d e r e c h o de un E s ta d o - n a ­
ción m oderno.
A mi parecer, la crítica que dirige G u ha a la categoría de «pre-
político» pluraliza, en esencia, la historia del p o d er en la m o d e r­
nidad global y la separa de todo relato universalista del capital. La
historiografía su b alterna cu estion a el s u p u e s to de que el capitalis­
m o lleva de m a n e r a n ecesaria las rela cio n es de p o d e r b u rg u e sa s
a u n a posición de hegem onía.46 Si la m o d e rn id a d india coloca lo
burgués en yuxtaposición con lo que sem eja p re bu rgués, si lo so ­
b renatu ral no secular colinda con lo s ec u la r y si a m b o s se hallan
en la esfera de lo político, no es p o rq u e el c a p ita lis m o o la m o ­
d ernid ad política de la India hayan q u e d a d o «incom pletos». Guha
no niega los vínculos de la India colonial co n las fuerzas globales
del capitalism o. Lo que p un tu aliza es que lo q u e parecía «tradicio­
nal» en esa m o d ern id a d era «tradicional sólo en la m e d id a en que
sus raíces podían rem on tarse hasta los tiem pos precoloniales, pero
en m odo alguno era arcaico en el sentido de an tic u a d o » .47 Esta
era u n a m o d e rn id a d política q ue finalm ente d aría lugar a u n a flo­
reciente d e m o cracia electoral, a u n cu a n d o «vastas áreas d e la vida
y de la conciencia del pueblo» e sc ap ab a n a cu a lq u ie r tipo de «he­
gem onía [burguesa]».48
La fuerza de esta observación in tro d u ce en el proy ecto de E s­
tudios S u b altern o s u n a crítica necesaria - a u n q u e en o ca sio nes in ­

43
cip ie n te - ta n to al historicismo com o a la idea de lo político. Mis
arg u m e n to s a favor de la provincialización de E u ro p a se siguen
d ire c ta m e n te del co m prom iso con este proyecto. La h istoria de la
m o d ern id a d política de la India no puede escribirse com o u n a sim ­
ple aplicación de los m étodos de análisis del capital y del n a c io n a ­
lismo disponibles en el m arxism o occidental. No es posible, com o
hacen alg un os historiadores nacionalistas, o p o n e r el relato de un
c olo nialism o en retroceso a u n a descripción de un p u ja n te m ovi­
m ie n to n a c io n a lis ta que se p ro p o n e e s tab le cer u n a p e rsp ectiv a
b u rg u e s a en to d a la sociedad.49 Pues, según G u h a , en Asia m e ri­
dional n o h a b ía u n a clase c o m p arab le a la b u rg u e s ía e u r o p e a de
los m etarrelato s marxistas, capaz de fabricar u n a ideología hege-
m ónica que hiciese que sus propios intereses p are c ie ra n los de to­
dos. La «cultura india de la era colonial», so stenía G uha en u n e n ­
sayo posterior, desafia ser interpretada «ya sea co m o réplica de la
cultura liberal-burguesa británica decimonónica, ya sea com o m ero
vestigio superviviente de una cultura precapitalista precedente».50
Se trata de capitalismo, desde luego, pero sin relaciones burguesas
que alcan cen u n a posición de hegem onía indisputable; es u n a d o ­
m inación capitalista sin una cultura burguesa h eg em ón ica o, en la
c ono cid a fo rm u lación de Guha, «dom inación sin hegem onía».
Es imposible pensar en esta historia del p o d er plural y d a r cu e n ­
ta del sujeto político m oderno en la India sin cu e s tio n a r al m ism o
tiem po ra d ic alm en te la naturaleza del tiem po histórico. Las p ro ­
yecciones de futuros socialmente justos p a ra los h o m b re s suelen
d a r p o r sen ta d a la idea de un tiem po histórico único, h om o g én eo
y secular. La política m oderna se justifica a m e n u d o co m o u n re­
lato de sob eran ía h u m an a ejercida en el contexto de un despliegue
incesante de tiem po histórico unitario. Creo que este p la n te a m ie n ­
to no resulta un instrum ento intelectual a d e cu ad o p ara reflexionar
so b re las co n d ic io n e s de la m o d e rn id a d po lítica en la In d ia c o ­
lonial y poscolonial. Es preciso que a b a n d o n e m o s dos d e los s u ­
puestos ontológicos implícitos en las concepciones seculares de lo
político y de lo social. El prim ero considera que el h o m b re existe
en el m a rc o de un tiempo histórico único y se c u la r q ue e n c ie rra
otras clases de tiempo. Estimo que la tarea de co n c e p tu a liz a r las
p rácticas de la m o dernida d social y política en Asia m erid io n al a
m e n u d o re q u ie re q ue a s u m a m o s la idea o p u e s ta : q u e el tie m p o
histórico n o es integral, que se halla dislocado de sí m ism o. El se ­
g u n d o s u p u esto , presen te en las ciencias sociales y en el p e n s a ­

44
m ien to político de la E u ro p a m o derna , co n s id e ra q u e lo h u m a n o
es o nto ló g ic am en te singular, que los dioses' y esp íritus s o n en de­
finitiva «hechos sociales», q u e de alg una m a n e r a lo social existe
an tes que ellos. Me p ro po ngo , p o r el co ntrario, p e n s a r sin el su­
pu esto siquiera de u n a p rio rid ad lógica de lo social. E m p íric a ­
m ente, no se conoce n in g u n a sociedad en la que los seres hum an o s
h ayan existido sin dioses y espíritus q ue los a c o m p a ñ a ra n . Aun­
qu e el Dios del m o n o te ísm o haya s u frid o a lg u n o s reveses -s i en
re alid ad no h a « m u e rto » - en el relato del « d e s e n c a n ta m ie n to del
m undo» de la E u ro p a decim onónica, los dioses y otros agentes p re ­
sentes en las prácticas de la d e n o m in a d a «superstición» n u n c a han
m u e rto en sitio alguno. O pino que los dioses y los espíritus son
existencialm ente coetáneos con lo h u m a n o y, a p a r tir de tal convic­
ción, pienso que la cuestión de ser h u m a n o im plica la cuestió n de
existir ju n to a dioses y espíritus.51 Ser h u m a n o significa, co m o se­
ñaló R a m a c h a n d ra G andhi, d esc u b rir la posibilidad de invocar
a Dios (o a los dioses) sin te n e r obligación de m o s tr a r p rim e ro su
realidad».52 Y ésta es u n a ra zó n p o r la que d e lib erad am en te pres­
cindo de tod a sociología de la religión en mi análisis.

Plan de la obra

Debería e s ta r claro a estas alturas q u e la provincialización de


E uropa no es un proyecto que rechace o que d escarte el p en sa­
m iento europeo. La relación con un c u e rp o de p e n s a m ie n to al que
un o debe en gran p aite la prop ia existencia intelectual no puede
consistir en to m arse u n a «venganza poscolonial», p a ra e m p lea r la
a fo rtu n ad a expresión de Leela G a n d h i.53 El p e n s a m ie n to europeo
resulta a la vez indispensable e in ad ec u ad o para a y u d a m o s a re­
flexionar s o b re las ex p e rien cia s de la m o d e rn id a d política en las
naciones no occidentales, y p ro vin cializar E u ro p a se convierte en
la tarea de ex plo rar có m o este p e n sa m ie n to - q u e en la actualid ad
es la h eren cia de todos n o s o tro s y nos afecta a to d o s - p o d ría ser
renovado desde y p ara los márgenes.
Pero, d esde luego, los m árgenes son tan plurales y diversos
com o los centros. E u ro p a parece diferente cu a n d o se la observa
desde el in terio r de experiencias de colonización o de infravalora-
ción de d e term in a d as regiones del m undo. Los investigadores pos-
coloniales, ex p re s á n d o s e d esd e sus diferen tes g eo grafías del c o ­

45
lonialism o, h a n hablado de E uropas diferentes. Los recientes es­
tudios críticos de latinoamericanistas, o de especialistas en la cues­
tión afrocaribeña y otros, se ocupan del im perialism o de E sp añ a y
Portugal, triu nfante en la época del R enacim iento y en d ec a d e n ­
cia co m o poderes políticos hacia el final de la Ilu stración .5'1 A la
cuestió n m ism a del poscolonialismo se le asignan m últiples y c o n ­
trovertidas localizaciones en los trabajos de los investigadores del
sud este asiático, Asia oriental, África y el Pacífico.55 Sin em bargo,
p o r m ás que haya múltiples centros en E u rop a, p or m ás que los
colonialism os sean variados, el problem a de ir m ás allá de las his­
torias e u ro cén trica s sigue siendo un p ro blem a co m p a rtid o que no
conoce fronteras geográficas.56
La siguiente es una cuestión clave en el m u n d o de los estudios
poscoloniales. El problem a de la m odernidad capitalista ya no pue­
de c o n s id e ra rs e sim plem en te com o u n p ro b le m a sociológico de
tran sició n histórica (como en los famosos «debates de transición»
de la h isto ria europea), sino tam bién com o un p ro b le m a de tra ­
ducción. H u b o u n a época -a n te s de que la investigación m ism a se
hu biese globalizad o- en la que el proceso de trad u c ció n de diver­
sas form as, prácticas e interpretaciones de la vida a categorías u n i­
versales de teoría política de raigam bre p ro fu n d a m e n te europea
no parecía a la m ayoría de los científicos sociales un a p ráctica p ro ­
blem ática. Se sobreentendía que lo que se co n sid erab a categoría
de análisis (como el capital) había trascendido el fragm ento de his­
toria eu ro p ea en el que surgió. Como m áxim o, as u m ía m o s que u na
trad u c ció n «aproximada» resultaba a d e cu ad a para la tarea de la
com prensión.
Las m o n o g ra fía s escritas en inglés e n los area stlidies,* p o r
ejem plo, re p re s e n ta n un caso clásico de esta p re su p o sic ió n . Una
característica estándar, p reparada m ecá n icam en te y n u n c a c o n ­
s u ltad a en las m onografías de estudios asiáticos o area studies era
la sección d e n o m in a d a «glosario», que venía en la p a r te final del
libro. No se esperaba en realidad que lector alguno in te rru m p ie ­
se el placer de la lectura dirigiéndose frecu en tem ente a las últim as
pág in as p a r a c o n su lta r el glosario. Éste re p ro d u c ía u n a serie de

* Area studies (estudios de área) es el n o m b re que recibe u n am plio c a m ­


po de estudios, surgido en el m u n d o acad ém ico an glosajón tra s la seg u n d a
g u e rra m u n d ial, qu e se ocupa in terd iscip lin ariam en te de g ra n d e s áreas g eo ­
gráficas, g eo p o líticas o cu ltu ra le s, tales co m o O rien te P ró x im o , el s u r de Asia
o L atinoam érica. (N. de los T.)

46
trad u c cio n es ap roxim ad as» de térm in o s nativos, a m e n u d o to ­
n a d a d e los m ism o s colonizadores. Tales traducciones coloniales
■esultaban bu rd a s no sólo por ser aproxim ad as (y, p o r lo tanto, ine­
p c i a s ) , sino ta m b ié n p o rq u e reflejaban los m étodos im provisados
del d o m in io colonial. El cu e s tio n a m ie n to de este m odelo de «tra­
d u c c ió n ap ro x im a d a » c o m p o r ta e m p r e n d e r u n e x a m e n crítico y
firme del proceso m ism o de traducción.
Mi proyecto, p o r lo tanto, se dirige hacia un h o rizo n te que ha
sido señ a la d o p o r u n b u e n n ú m e r o de lúcidos in vestigadore s de
la política d e j a traducción. Éstos h a n d em o strad o que lo que la
tradu c ció n p ro d u c e a p a rtir de cosas ap a re n te m e n te « in con m en ­
surables» no es ni u n a ausencia de relación entre form as de co n o ­
cim iento d o m in a n te s y d om in ad as, ni cosas equivalentes que m e ­
dien c o n éxito entre las diferencias, sino p recisam en te la relación
p arcialm en te o p a c a que d e n o m in a m o s «diferencia».57 La esc ritu ­
ra de relatos y análisis que p ro d u z c a n esta translucidez - q u e no
tra n s p a re n c ia - en la relación en tre las historias no occidentales y
el p en sa m ie n to e u ro p eo y sus categorías de análisis es lo que tra ­
taré de p ro p o n e r e ilu strar en lo que sigue.
Este libro n e c e s a ria m e n te gira en torn o a u n a escisión central
(y, si p u ed o decirlo, tra ta de a p ro v ech a rse de ella) en el p e n s a ­
m iento social eu ro p eo m oderno. Se trata de la separación entre las
tra d ic io n e s a n a lític a y h e r m e n é u tic a en las cie n c ia s sociales. La
división es algo artificial, sin d u d a (pues la m ayoría de los p e n s a ­
do re s im p o rta n te s p e rte n ece sim u ltá n e a m e n te a a m b a s c o r rie n ­
tes), pero la s u b ra y o a q u í a fin de esclarecer mi p ro p io p u n to de
vista. En líneas g en e rales se p o d ría explicar la s e p a ra c ió n en los
térm inos que "siguen. La ciencia social analítica se p ro p o n e sobre
todo «desmitificar» la ideología con el objeto de p ro d u c ir u n a crí­
tica q ue ap u n te hacia un orden social m ás justo. C onsidero que el
representante clásico de esta tradición es Marx. La co rriente h er­
menéutica, por otro lado, genera u na com prensió n escru pulosa del
detalle en b u sca de la c o m p re n s ió n de la div ersidad de los m u n ­
dos de vida h u m a n o s . P roduce lo que podría d e n o m in a rse «histo­
rias afectivas».58 La p rim era tradición tiende a vac ia r lo local asi­
m ilándolo a algún universal abstracto; no afecta en lo m ás m ínim o
a mi exposición el q u e ello se p u ed a llevar a ca b o m e d ia n te u n len­
guaje empírico. La c o m e n t e herm enéutica, p o r su parte, con sid e­
ra que el p e n sa m ie n to está ín tim a m e n te vinculado con lugares y
form as p articulares de vida. Es inh ere nte a ella la crítica del n ihi­

47
lism o de lo p u ra m e n te analítico. H eidegger es p a r a m í la figura
m ás representativa de esta segu nda tradición.
El libro trata de propiciar u na suerte de diálogo entre estos dos
notables representantes del pensam iento europeo, Marx y Heideg­
ger, en el contexto del estudio de la m o d ern id a d política de Asia
m eridio nal^M arx resulta crucial para la em presa, en la m e d id a en
que su categoría de «capital» nos proporciona u n a m a n e r a de p en­
s a r al m ism o tiempo la historia y la figura secular del h o m b re a
u n a escala global, mientras que tam bién hace de la historia u n a
h e rra m ie n ta crítica para co m p re n d er el m u n d o que el capitalism o
produce. M arx nos permite co nfro ntar co n vince ntem ente la ten ­
dencia siem pre presente en Occidente a c o n s id erar la expansión
eu ropea y capitalista como, en últim a instancia, un caso de altru is­
m o occidental. Pero trato de d e m o strar en u n capítulo n u clea r s o ­
bre M arx (capítulo 2) que el trata m ien to del p rob lem a del histo-
ricism o siguiendo a Marx en realidad nos impele h acia u n a doble
posición. P or u n lado, reconocemos la im po rtan cia crucial de la fi­
g u ra del ser h u m a n o abstracto en las categorías de M arx p recisa­
m e n te com o un legado del p ensam iento d e la Ilustración. Esta fi­
g u ra es fu nd am ental para la crítica m arxista del capital. P or otro
lado, este ser h um an o abstracto impide p la n te a r cuestiones de p e r­
tenencia y de diversidad. P or mi parte, inten to desestabilizar esta
figura a b s tra c ta del hom bre universal a p o r ta n d o en mi lectura de
M arx algunas observaciones heideggerianas sobre la p ertenencia
h u m a n a y la diferencia histórica.
La p rim era parte del libro, que co m p re n d e desde el capítu lo 1
hasta el 4, está organizada, p o r así decirlo, bajo el signo de Marx.
He titulado esta parte «El historicismo y el relato de la m o d e rn i­
dad». En su conjunto, dichos capítulos p re s e n ta n alg u n as refle­
xiones críticas sobre concepciones historicistas de la historia y del
tiem po histórico y sus relaciones con los relatos de la m o d e rn id a d
capitalista en la India colonial. Tam bién se p ro p o n e n explicar mi
crítica al historicism o m ediante el acento en que los d ebates his­
tóricos sobre la transición al capitalism o tam b ién deb en , p ara no
c a e r en la reproducción de la lógica historicista, conc eb ir esa t r a n ­
sición com o procesos de «traducción». El capítulo 1 reprodu ce, de
m a n e r a abreviada, una afirm ación p ro g ram ática so b re la provin-
cialización d e E u ro p a que pub liqu é en 1992 en la rev ista R epre­
sentations,59 La circulación de aquella aseveración se ha in c re m e n ­
tado su s ta n c ia lm e n te desde entonces. Al m argen de E uropa to m a

48
la afirm a ció n co m o pu n to de p artid a de alg unas co n sid eracio n es
im po rtan tes, pero tam bién trata de llevar a la prá ctica b u e n a p a r ­
te del p ro g r a m a esbozado en aquella d ec la rac ió n te m p ra n a . P o r
consiguiente, he incluido un a versión de aquella exposición, pero
he añadido tam b ién un breve epílogo con el p ro pósito de in d ic a r
de qué m an era el presente proyecto se sirve de ella com o p u n to de
partid a , a la vez que se desvía de la m ism a de m o d o s sig nificati­
vos. Los capítu los re stantes (2-4) giran en to rn o al p ro b le m a de
có m o se po drían ab rir los relatos m arxistas so b re la m o d e rn id a d
capitalista a-das cuestiones de la diferencia histórica. Los c a p ít u ­
los 3 y 4 lo intentan abo rd an d o ejemplos concretos, m ien tras que
el capítulo 2 («Las dos historias del capital») p re s e n ta el f u n d a ­
m en to teórico de toda la argum entación.
He con c eb id o la o rg a n iz ació n de la s e g u n d a p arte del libro
- q u e titulo «Historias de pertenencia»- bajo el signo de Heidegger.
P resen ta varios estudios históricos sobre d e te r m in a d o s te m a s de
la m o d e rn id a d en la casta hindú s u p e rio r y c u lta de Bengala. Los
tem as en sí m ism os podrían considerarse «universales» a las es­
tructuras de la m odernidad política: la cuestión del ciu d a d a n o -s u ­
jeto, «la imaginación» como categoría de análisis, ciertas ideas c o n ­
c e rn ien tes a la so cied ad civil, las c o m u n id a d e s p a tria rc a le s , las
distinciones público/privado, la razón secular, el tiempo histórico
y o tras de la m ism a naturaleza. E stos ca p ítu lo s (5-8) d e sa rro lla n
en detalle el proyecto historiográfico p resen tado en la p ro p u e s ta
de 1992. Intento dem ostrar concretam ente el m odo en que las cate­
gorías y estrategias que hemos aprendido del pensam iento europeo
(incluyendo la estrategia de historizar) resultan al m ism o tiem po
indispensables e inadecuadas p ara explicar este caso p a rtic u la r de
m odernidad no europea.
Se hace o p o rtu n a una observación sobre el p articular ca m b io
de enfoque que se produce en el texto entre la prim era y la se g u n ­
da parte. La prim era se ocupa sobre todo de estudios históricos y
etnográficos acerca de cam pesinos y tribus, g ru pos que pod rían
denom inarse «subalternos» en un sentido recto o sociológico. La
segunda parte del libro se circunscribe a la h istoria de los benga-
líes cultos, urt gru po que, en el contexto de la historia de la India,
ha sido ca ra c te riz a d o (a veces in ex ac tam en te) co m o u n a «elite».
A los críticos que quizá se pregun ten p o r qué u n proyecto que en
principio surge a p a rtir de las historias de las clases su balterna s de
la India b ritán ica h ab ría de o c u p a rse de d e te r m in a d a s h is to rias

49
de las clases medias cultas para llevar a cabo sus puntu alizacio nes
q uisiera decirles lo siguiente. Este texto elab o ra alg uno s de los in ­
tereses teóricos que surgieron con m otivo de mi trab a jo en el G ru ­
po de E s tu d io s Subalternos, pero no se p ro p o n e u n a exposición
de las p rá cticas de vida de las clases su balternas. Mi intención es
e x p lo ra r las posibilidades y los límites de ciertas categorías e u r o ­
pea s sociales y políticas para conceptualizar la m o d ern id a d p olí­
tica en contextos de m undos de vida no europeos. Para m o s tra r
esto m e o c u p o de los p o rm en o res históricos de m u n d o s de vida
p a rtic u la res que he conocido con cierto gra d o de intim idad.
Los capítulos de la segunda p arte constituyen mi intento de
a b a n d o n a r lo que an terio rm ente he c a ra c te riz a d o co m o el p r i n ­
cipio de «traducción aproxim ada» con el pro p ó sito de proveer de
genealogías plurales o conjuntas a n uestras categorías de análisis.
M etodo lóg icam ente, estos capítulos no co n s titu y e n m ás qu e un
principio. Conceder a los archivos existentes so b re las prácticas
de vida en Asia meridional una relevancia c o n te m p o rá n e a - p r o d u ­
cir conscientem en te y con los m étodos del h is to ria d o r algo co m o
lo q u e N ietzsche denom inó «historia p a r a la v id a » - es u n a tare a
e n o r m e , fu e ra del alcance de u n a sola p e r s o n a .60 R eq uiere c o m ­
peten c ia en varios idiomas, y los idiom as relevantes varían según
la re g ió n de Asia m eridional qu e se esté c o n s id e ra n d o . P ero no
p u ed e llevarse a cabo sin ocuparse en detalle y con cuidado de los
lenguajes, prácticas y tradiciones intelectuales p re s e n te s en Asia
m eridional, al mismo tiempo que exploram os las genealogías de los
principales conceptos de las ciencias h u m a n a s m odernas. La cu e s­
tión no es re chazar las categorías de las ciencias sociales, sino in­
tro d u cir dentro del espacio ocupado por las historias europeas p a r ­
ticulares sedimentadas en esas categorías otro pensam iento teórico
y n o rm a tiv o consagrado en otras p rácticas de vida existentes y en
sus fuentes documentales. Pues sólo de esa m a n e ra podem os crear
horizo n te s normativos plurales, específicos de n u e s tra existencia
y relev antes para el examen de nuestra s vidas y su s posibilidades.
Tras este objetivo me vuelvo hacia el m aterial de la clase m e ­
dia b e n g a lí en la segu nda p arte del libro. Con el fin de r e u n i r
ejem plos históricos exhaustivos que ilu strara n m is pu nto s de vis­
ta, n e c esitab a fijarme en un g ru po social que h u biese sido c o n s ­
c i e n t e m e n te influido p o r los te m a s u n iv ersa le s d e la I lu s tra c ió n
eu ro pea: las nociones de derechos, ciu dad a n ía, fraternid ad, socie­
dad civil, política, nacionalismo, etcétera. La tarea de o cu p a rm e de­

50
tenidam ente de los problem as de la trad ucción lingüística y cultu­
ral, inevitable en las historias de la m o dernid a d política en u n con­
texto no europeo, requería mi conocim iento en cierta profundidad
de un id iom a no europeo diferente del inglés, p uesto que el inglés
es la lengua que m edia mi acceso al p e n sa m ie n to europeo. El ben-
galí, mi p rim era lengua, h a subvenido p o r defecto a esa necesidad.
Debido a los accidentes y lagunas de mi p ro p ia ed ucación, m a ­
nejo ú n icam e n te el bengalí -y un tipo m uy p artic u la r del m is m o -
con un sentido cotidiano de la profundidad y la diversidad históri­
cas que u n a lengua encierra. L am entablem ente n o puedo hacer lo
m ism o con nin gun a otra lengua, ni siquiera con el inglés. Me he
fu n d a m e n ta d o en mi fa m iliaridad con el ben g a lí para evitar los
tan tem idos cargos académ icos de esencialismo, orientalism o y
«monolingüismo». Pues u n a de las ironías del intento de d o m in a r
todo tipo de lengua en p ro fund ida d es que la u n id ad del lenguaje
se quiebra en el proceso. Uno se vuelve consciente de la pluralidad
invariable de Una lengua y de que su pro pia riqueza no p u ed e con­
sistir sino en u n a formación híbrida a p a rtir de m uch os «otros»
lenguajes (incluyendo, en el caso del bengalí m oderno, el inglés).61
El em pleo que realizo en este libro de m aterial histórico espe­
cífico relativo a contextos bengalíes de clase m ed ia es, p o r consi­
guiente, prin cip alm ente metodológico. No dispongo d e asevera­
ciones excepcionalistas o representacionales q ue pueda efectuar a
favor de la India ni, en realidad, Bengala. Ni siquiera pu ed o decir
que haya escrito una de las historias de la «clase media bengalí»,
de lo cual a veces se acusa a los especialistas en estudios su balter­
nos en la actualidad. Los relatos que he n arrad o en la segun da p a r­
te del libro se refieren a u na m inoría muy reducida de escritores
y reform adores hindúes, la m ayoría de ellos varones, q u e fueron
pioneros de la m odern idad (m asculina) política y literaria en Ben­
gala. Estos capítulos no representan la historia de las clases m e­
dias hindúes de Bengala en la actualidad, pues la m o dernid ad que
es objeto de mi análisis expresaba los anhelos sólo de u n a m inoría
incluso e n tre las clases m edias. Si tales a n h e lo s todavía pueden
en c o n tra rs e hoy en recónditos nichos de la vida bengalí, se e n ­
cu en tran con vida un buen tiem po después de su «fecha de c a d u ­
cidad». H ablo desde dentro de lo que se está convirtiendo -q u izá
de forma inevitable- en u n a porción p rogresivam ente peq u e ñ a de
la historia de la clase media bengalí. Soy tam b ién tristemente cons­
ciente de la brecha histórica entre bengalíes hindúes y m u s u lm a ­

51
nes, q ue este libro no puede m ás que reproducir. D urante m á s de
cien añ o s los m usu lm an es han constitu ido p a r a los cronistas h i n ­
d ú es lo q u e alg u n a vez un h is to ria d o r d e n o m i n ó con ex p resió n
m e m o ra b le la «mayoría olvidada».62 No he sido capaz de tra s c e n ­
d e r esa lim ita c ió n histórica, p ues este olvido de los m u s u lm a n e s
se e n c u e n tra h ond am ente arraigado en la educación y en la c ria n ­
za que he recibido en la India independiente. El nacionalism o a n ti­
colonial bengalí-indio, implícitamente, concebía lo «hindú» com o
lo norm al. C om o tantos otros en mi situación, deseo que llegue el
día en que el pu n to de vista p o r defecto a d o p ta d o en los relatos
acerca de la m od ernidad bengalí no suen e de m an e ra exclusiva, y
ni siq uiera predom inantem ente, hindú.
C o n cluy o el libro trata n d o de v is lu m b r a r nuevos p rin c ip io s
p ara reflexionar en torno a la historia y el sentido del futuro. Aquí
mi d e u d a con Heidegger es m ás explícita. In d a g o có m o sería p o ­
sible m a n te n e r unidas la visión del m u n d o secularista historicis-
ta y la no secularista y no historicista ex plo ran do en pro fu n d id a d
la cue stión de las diversas m an eras de «ser-en-el-mundo». Este c a ­
pítulo p ro c u ra ofrecer una culm inación del em p eño global de la
ob ra p o r c u m p lir un doble cometido: re c o n o c e r la necesidad «po­
lítica» de p e n s a r basándose en totalidades y, a la vez, d e s m o n ta r
c o n s ta n te m e n te el pensam iento totalizad or p oniendo en ju eg o c a ­
tegorías no totalizadoras. Sirviéndom e de la idea heideggeriana
de «fragm entariedad» y de su in terp re tació n de la expresión «no
todavía» (en la segunda sección de El ser y el tiem po) trato de e n ­
c o n tra r cobijo para el racionalismo po silu strad o en las historian
de p erte n e n c ia bengalíes que narro. Al m argen ele Europa c o m ie n ­
za y finaliza reconociendo que el p e n s a m ie n to político europec
resulta indispensable para las diversas interpretacio nes de la m o ­
d ern id a d política no europea y, sin em b arg o, se enfrenta a los pro
blem as de las inteipretaciones que esa condición de indispensabi
lidad n a tu ra lm e n te crea.

Nota sobre el térm ino «historicism o»

El té rm in o «historicismo» tiene u n a h istoria larga y com pleja


Aplicado a los escritos de un conju nto d e investigadores que a m e
n u d o so n tan opuestos y tan diferentes u n o s de o tro s co m o Hegc
y Ranke, no se presta a definiciones fáciles y precisas. S u emplee

52
actual h a sido, m od u lad o tam bién p o r el reciente resurgim iento
que h a ex p erim entad o gracias al estilo de análisis «neohistoricis-
ta» que h a n in au g u ra d o S tephen G reenblatt y otros.63 P articular­
m en te im p o rta n te es la tensión entre la insistencia de R anke en el
c a r á c te r ú n ico e individual de u n a id e n tid a d o de u n ac o n te c i­
m iento histórico y el recono cim ien to de tendencias históricas ge­
nerales que p one en p rim e r plano la tradición hegeliano-marxis-
ta.6“1 E sta tensión constituye a h o ra u n a p arte hered ada de nuestro
m odo de e n ten d e r el oficio y la función del h istoriado r a c ad ém i­
co. Teniendo pre sen te esta com pleja historia del concepto, in te n ­
taré explicar en lo que sigue mi em pleo del mismo.
Ian Hacking y M aurice M an delb au m h an ofrecido las siguien­
tes definiciones m inim alistas del historicismo:

«[El historicismo es] la teoría de que los fenóm enos sociales y


culturales se hallan históricam ente d eterm inados y de que cada
periodo de la historia tiene sus propios valores que no son di­
rectam en te aplicables a otras épocas»65 (Hacking).

«El historicismo es el punto de vista según el cual la co m p re n ­


sión adecuada de la naturaleza de todo fenóm eno y la evalua­
ción ad ecuad a de su valor deb en obtenerse considerándolo a
partir del lugar que ocupó y del papel que d esem p eñó d entro
de un proceso de desarrollo»66 (M andelbaum ).

Efectuando una suerte de tam ización a partir de éstas y otras


definiciones, así com o de elem en tos adicionales d e stac ad o s por
especialistas en el estudio del historicism o, p o d ríam o s d ec ir que
el «historicismo» es un a concepción con las características que si­
guen. Sostiene que, a fin de c o m p re n d e r la n aturaleza de cual­
q u ie r cosa en este m u ndo , d eb e m o s co n sid erarla com o u n a e n ­
tidad desarrollada históricam ente, esto es, primero, com o un todo
único e individual -c o m o un tipo de unidad, al m enos en p o ten ­
c ia- y, segundo, com o algo que se desarrolla a lo largo del tiempo.
Es típico del historicismo tener en c u e n ta com plejidades y zigzags
en tal desarrollo; trata de hallar lo general en lo particular y no
asum e supu esto teleológico alguno. Pero la ¡dea de desarrollo y el
presupuesto de que en el proceso m ism o de desarrollo transc u rre
u n a d e te r m in a d a c a n tid a d de tie m p o re s u lta n crítico s p a r a este
plan team ien to.67 Huelga decir que este paso del tiempo, con stitu ­

53
tivo ta n to de la narración com o del co nc epto de desarrollo, es, en
las fam osas palabras de Walter Benjam ín, el secular, vacío y h o m o ­
géneo tiem p o de la historia.68 Ciertas ideas, viejas y nuevas, sobre
discontinuidades, ru p tu ra s y cam bios en los proceso s históricos
han desafiado de vez en cuando el dom inio del historicismo, si bien
la m a y o r parte de la historia escrita sigue siendo p ro fu n d am en te
historicista. Lo cual significa que todavía concibe su objeto de i n ­
vestigación com o internam ente unificado, y que lo considera com o
algo que se desarrolla a lo largo del tiem po. E sto resulta especial­
m en te verdadero - a p esa r de todas sus diferencias con el h isto ri­
cism o clásico- en los casos de las narrac ion e s históricas sustenta
das p o r las cosmovisiones marxista o liberal y es lo que subyace n
las descripciones/explicaciones p ertenecientes al género «historie
de»: el capitalismo, la industrialización, el nacionalism o, etcétera

54
P rim era p arte
Primera parte
ElElhistoricism
historicismoo
y yelelrelato
relatodedelalammodernidad
o d ern idad
1
La poscolonialidad
y el artificio de la historia

E m p u ja d el p e n s a m ie n t o h a s t a lo s e x tr e m o s

L o u is A lth u s s e r

R ecientem en te se ha afirm ado, co m o elogio al proyecto posco-


lonial de E stu dio s S ubalternos, que d em u estra , «quizá p o r prim e­
ra vez desde la colonización», que «los indios están d a n d o m u es­
tras sostenidas de re apro piació n de la c a p acid ad de representarse
a sí m ism os [dentro de la disciplina de la historia]».1 E n m i calidad
de h istoriador perteneciente al colectivo Estudios Subalternos, en­
cuentro la felicitación contenida en este c om enta rio grata pero pre­
m atu ra . El objetivo del presente ensayo es p ro b le m a tiz a r la idea
de los «indios» «que se representan a sí m ism o s en la historia». De­
je m o s de lado, p or el m o m e n to , los c o n fu so s p ro b le m a s de id en ­
tidad inherentes a un proyecto transnacion al co m o el de Estudios
S ubalternos, en el que los pasaportes y los co m p ro m is o s b orran
las distinciones de etnicidad de u n a m a n e r a que algunos conside­
rarían característicam ente posm oderna. La proposición qu e alega­
ré es m ás peiversa. Consiste en que, en lo co ncernien te al discurso
ac a d é m ic o sob re la historia - e s to es, la «historia» en ta n to que
dis c u rs o p ro d u c id o en el á m b ito in stitu c io n a l u n iv e rs ita rio -,
«Europa» sigue siendo el sujeto teórico so b e ra n o de todas las his­
torias, incluyendo las que d e n o m in am o s «india», «china», «kenia-
ta», etcétera. De un m odo peculiar, todas estas historias p ropenden
a convertirse en variaciones de un relato m aestro que cabría deno­
m in a r «la historia de Europa». En este sentido, la prop ia historia
«india» se encuentra en una posición subalterna; en n om bre de esta
historia sólo es posible articu lar posiciones de sujeto subalternas.
Aunque el resto de este capítulo d esarrollará esta proposición,
perm ítasem e introducir algunas salvedades. «Europa» y «la India»
se tratan aquí com o térm inos hiperreales, puesto que se refieren a
ciertas figuras de la im aginación cuyos referentes geográficos son
hasta cierto pu nto in determ inados.2 E n tanto que figuras im agina­
rias, están, desde luego, sujetas a debate, pero p o r el m o m e n to las

57
tr a ta r é co m o si fuesen categorías dadas, reificadas, u n a p areja de
o p u e s to s en u n a estru c tu ra de d o m in a c ió n y su b o rd in a c ió n . Soy
consciente de que con este tratam iento m e expongo a la acusación
de n ativ ism o , n acion alism o o, a ú n peor, del p e c a d o e n tre los
pecad o s, la nostalgia. Los estud iosos liberales a r g u m e n ta r ía n de
inm ediato q ue toda idea de un a «Europa» ho m ogénea e in d is c u ­
tible no se sostiene ante el análisis. Ciertam ente, p ero del m ism o
m odo en que el fenómeno del orientalism o no desaparece sólo p o r ­
que algunos de nosotros hayam os alcanzado una conciencia críti­
ca del m ism o, cierta versión de «Europa», reificada y celebrada en
el m u n d o fenoménico de las relaciones cotidianas de p o d e r com o
escenario del nacim iento de lo m oderno, sigue d o m in a n d o el d is ­
c u rs o histórico. El análisis no la hace desaparecer.
El hecho de que E u rop a funcione co m o referente tácito del co
no cim ien to histórico se hace obvio de u n m odo ex trem adam ente
c o m ú n . Se d a n al menos dos síntom as cotidianos del ca rá c te r su
b a lte rn o de las historias no occidentales, del terc e r m u n d o . Lo.1
h isto riad ores del tercer m u n d o ex pe rim entan la necesidad de re
ferirse a ob ra s de la historia europea; los historiadores de E u ro p i
no s ien ten necesid ad alg un a de corresp o n d er. Ya se tra te de Ed
w a rd T h o m p so n , Le Roy L adurie, G eorge Duby, Cario G in zb u rg
Lawrence Stone, Robert D am to n o Natalie Davis - p o r escoger uno
c u a n to s no m b res al azar de nuestro m u n d o co n te m p o rá n e o -, lo
«grandes» y los modelos de la e m p re sa historiográfica son siem
pre, al m enos culturalm ente, «europeos». «Ellos» trab a jan igno
ra n d o relativamente las historias no occidentales, lo cual no p a r e o
afectar a la calidad de su obra. Se trata de un gesto, sin em b a rg o
que «nosotros» no podemos devolver. No podem os perm itirnos un;
igualdad o u n a simetría de la ignorancia a este nivel sin arriesga)
nos a parece r «anticuados» o «desfasados».
El problem a, he de a ñ a d ir entre paréntesis, no es exclusivo d
los h isto riad o re s. Un ejem plo no c o n s c ie n te pero claro d e cst:
«desigualdad de la ignorancia» en los estudios literarios, p o r ejem
pío, lo constituye el siguiente fragm ento sobre S a lm a n R u shd ie d
u n texto reciente sobre p o s m o d e rn id a d : «Aunque S a le e m S ina
[de Hijos de la medianoche] n a r ra en inglés [...] sus intertexto
p a r a escribir tanto historia co m o ficción son dobles: p o r u n ladt
pro ced en de leyendas, películas y lite ratu ra de la Ind ia y, p o r otre
de Occidente: El tam bor de hojalata, Tristram Shandy, Cien a ños ci
soledad, etcétera» .3 R esulta in te re sa n te ad vertir q u e esta o ra c ió

58
sólo e n u m e ra las referencias que son «de Occidente». La a u to ra no
tiene obligación alguna de ser capaz de n o m b r a r con a u to rid a d o
especificidad las alusiones indias que to m a n «doble» la intertex-
tualidad de Rushdie. Tal ignorancia, com p artid a e implícita, forma
parte del pacto asum ido que hace que sea «fácil» incluir a R ushdie
en la oferta de los d epa rtam entos de inglés relativa al poscolonia­
lismo.
Este p rob lem a de ignorancia asim étrica n o es sencillam ente
lina cuestión, de «servilismo cultural»* (para d e ja r que mi yo a u s ­
traliano se exprese) p or nuestra parte o de arro gan cia cultural por
parte de los historiadores europeos. Estas dificultades existen pero
cabe afrontarlas de m odo relativamente fácil. Tampoco es mi inten­
ción m e n o s c a b a r los logros de los histo riad o re s que he m e n c io ­
nado. N uestras n otas a pie de página a testig u an c u m p lid am en te
el sab e r que h an ap ortado sus conocim ientos y su creatividad. El
predom inio de «Europa» como sujeto de todas las historias es p a r­
te de u na condición teórica m u cho m ás p ro fu n d a bajo la cual se
produce sab e r histórico en el tercer m undo. Tal condición se ex­
presa co m ú n m e n te de m anera paradójica. E sta parad o ja es lo que
calificaré de. segundo síntom a cotidiano de n u e stra condición su ­
b altern a y se refiere a la n atu raleza m is m a de los ase rto s de las,
ciencias sociales.
Durante g en eraciones, los filósofos y p en sado res que confor­
m aron las ciencias sociales han creado teorías que ab a rc a b a n a la
h u m an id ad en su integridad. Como es bien sabido, sus postulados
se han producido en una ignorancia relativa y, en ocasiones, abso­
luta, de la m ay or p arte del género h um an o , es decir, de los h a b i­
tantes de las culturas no occidentales. Esto, c o m o tal, no es p a r a ­
dójico, pues los filósofos europeos m ás conscientes de sí siem pre
han tratado de justificar teóricamente este p u n to de vista. La p a r a ­
doja cotidiana de las ciencias sociales del tercer m un do consiste en
que nosotros encontram os tales concepciones, pese a su ignorancia
inherente sobre «nosotros», e m in en tem en te útiles p ara c o m p re n ­
der n u estras sociedades. ¿Qué es lo que p e rm itió a los m o d ern o s
sabios europeos desarrollar tal clarividencia respecto de s o cied a­
des acerca derlas que eran em píricam ente ignorantes? ¿P or qué no
podem os nosotros, de nuevo, devolver la m irad a ?

* Traducimos as( cultural eringe, expresión de u so c om ú n en Australia


para referirse a la relación conflictiva con la metrópoli. (N. de tos T.)

59
E n c o n tra m o s una respuesta a esta p re g u n ta en la o b ra de los
filósofos q ue h a n visto en la historia e u ro p e a u n a entelequia de la
razón universal, si consideram os la filosofía co m o la conciencia
de sí de las ciencias sociales. Tan sólo «Europa», parece ser el a r ­
gumento, es teóricamente (esto es, en el plano de las categorías fun ­
d am en ta le s que dan forma al p ensa m ie n to histórico) cognoscible;
el resto de las historias son cuestión de u n a investigación em p íri­
ca que da cue rpo a un esqueleto teórico q u e es su stancialm en te
«Europa». E n c o n tra m o s u n a versión de este arg u m e n to en la c o n ­
ferencia de Viena de H usserl de 1935, en la q ue p ro p o n e q u e la
d iferencia fu n d a m e n ta l e n tre «las filosofías orientales» (m ás e s ­
pecíficam ente, la india y la china) y la «ciencia greco-europea» (o,
com o añade, «en sentido universal: la filosofía») es la capacidad de
ésta de p ro d u c ir «conocimiento teórico absoluto», esto.es, «theo-
ría (ciencia universal)», m ientras que aquéllas p resentan un c a rá c ­
ter «práctico-universal» y, p o r lo tanto, «mítico-religioso». Tal filo­
sofía «práctico-universal» se dirige hacia el m u n d o de u na m a n e r a
«ingenua» y «simple», m ientras que el m u n d o se p resenta co m o
«temático» an te la theoría, posibilitando u n a praxis «cuyo objetivo
es elevar a la h u m an id ad m ed ian te la r a z ó n científica universal».4
Un p o s tu la d o epistem ológico s im ila r su b y a c e al em p leo q u e
h ace M arx de categorías co m o «burgués» y «preburgués», o «ca­
pital» y «precapital». El prefijo pre indica aquí u n a relación tan to
cronológica com o teórica. El ad venim ien to de la sociedad c a p ita ­
lista o burguesa, sugiere Marx en E lem entos fundam entales para la
crítica de la econom ía política y en otros sitios, da origen p o r p ri­
m era vez a u na historia susceptible de ser ap re h e n d id a m ediante
u na categoría filosófica y universal, la de «capital». La historia se
convierte, p o r vez prim era, en cognoscible teóricam ente. Todas las
historias p asadas habrán de conocerse a h o r a (teóricam ente, claro
está) desde la ventajosa posición de esta categoría, es decir, so b re
la base de su s diferencias resp ecto de ella. Las cosa s revelan su
esencia plena sólo cuando alcanzan su desarrollo com pleto o, co m o
lo expresó Marx en el famoso aforism o de E lem entos fu n d a m e n ta ­
les: «La a n a to m ía h u m a n a encierra la clave de la a n a to m ía del si­
m io».5 La categoría de «capital», co m o he expuesto en otro sitio,
contiene en su interior el sujeto legal del p e n s a m ie n to ilustrado .6
No resulta so rp ren den te la afirm ación de Marx e n el capítulo in i­
cial, tan hegeliano, del p rim e r volum en d e E l capital, de que el se ­
creto de la categoría de «capital» «no p u ed e descifrarse hasta q u e

60
la noció n de igualdad h u m a n a adquiere el arraigo de u n prejuicio
pop u lar» .7 P o r c o n tin u a r con las palabras dé Marx:

«hasta las categorías m ás abstractas, pese a su validez - p r e ­


cis a m e n te a causa de su ab stra c c ió n - p ara todas las épocas,
son sin em b a rg o ellas m ism as [...] p rodu cto de relaciones
histó ricas. La sociedad burg u e sa es la o rg a n iz ació n histórica
de la p ro d u c c ió n m ás d esa rro llad a y com pleja. P o r tanto, las
catego rías que expresan sus relaciones, la co m p re n sió n de su
e stru c tu ra, arrojan luz sobre la e s tru c tu ra y las relaciones de
p ro d u c ció n de todas las form aciones sociales extintas con cu­
yas ru in as y elem entos se construyó, cuyos vestigios, sólo p ar­
c ia lm e n te elim inados, p e rm a n e c e n en su interior, cuyos m e ­
ros m atices han desarrollado una significación explícita dentro
de ella, etcétera. [...] Los indicios de un d e s a rro llo su p e rio r
en tre las especies anim ales subordin adas [...] sólo p ueden com ­
pren derse una vez que el desarrollo su p erio r se conoce. La eco­
nom ía burguesa, de esta forma, p ro p o rc io n a la clave de la a n ­
tigua».8

E n vez de «capital» o «burgués», pro p o n g o , léase «Europa» o


«europeo».

El historicism o com o relato ele transición

Ni Marx ni Husseri hablaban, al m enos en los fragm entos ci­


tados, con espíritu historicista. Entre paréntesis, d eb e m o s reco r­
d a r que la visión m arxista de la em anc ip ació n su p o n ía un periplo
m ás allá del d om in io del capital, de hecho, m á s allá de la noción
de igualdad jurídica, sag rad a para el liberalism o. La m áx im a «de
ca d a un o según su capacidad, a cada u n o según su necesidad» se
opo ne al principio de «igual salario p o r igual trabajo» y, p or ello,
Marx sigue siendo -p e se al m uro de Berlín (¡o sin él!)- un crítico
relevante y fun dam ental tanto del ca pitalism o co m o del liberalis­
m o y, p or lo tanto, resulta central en to d o p ro y e cto p o s m o d e rn o
y poscolonial de escritura de la historia. No o b stante, los po stu la­
dos m etodológicos-epistem ológicos de M arx no s ie m p re han r e ­
sistido con éxito las lecturas historicistas. S ie m p re h a q u eda do la
suficiente a m b ig ü ed a d en tales postulados c o m o p a r a h a c e r posi­

61
ble la e m erg en cia de relatos históricos «marxistas». É stos giran en
t o m o al te m a d e la transición histórica. La m ayor parte de las histo­
rias m o d e rn a s del tercer m u n d o se re d a c ta n den tro de las proble­
m áticas planteadas por este relato de transición, en el cual los temas
p r e p o n d e r a n te s (aunque a m e n u d o im plícitos) son el desarrollo,
la m o d e rn iz a c ió n y el capitalismo.
E sta tendencia puede encontrarse en nuestro p ropio trabajo en
el proyecto Estudios Subalternos. Mi libro sobre las luchas h istó­
ricas de la clase obrera se enfrenta al p ro b lem a .9 M odern India, de
S u m it S a rk a r (otro colaborado r del proyecto E stu d io s S u b alter­
nos), ju s ta m e n te considerado uno de los m ejores m an u a le s de his­
toria de la India, escrito principalm ente p a r a las universidades del
país, co m ie n z a con las siguientes palabras:

«Los cerca de sesenta años que m e d ia n entre la fu ndación del


Congreso Nacional Indio en 1885 y la consecución de la inde­
pend en cia en agosto de 1947 presenciaron tal vez la m ayo r tra n ­
sición de la larga historia de n u e s tro país. U na tran sició n , sin
em b argo, que en m uchos sentidos p erm a n ece p ro fu n d a m e n te
incom pleta, y es con esta am b igü edad central co m o parece m ás
c o n venien te iniciar n uestra exposición».10

¿De qué tipo de transición se trata, q ue perm anece « profu nda­


m en te incom pleta»? Al n o m b ra r tres, S a rk a r a p u n ta a la posibili­
dad de que haya habido varias:

«M uchas aspiraciones suscitadas en el curso de la lucha n a ­


cional quedaron frustradas: el sueño de Gandhi de que los c a m ­
pesinos consiguieran lo que se les d e b ía en el Ram -rajva [el go­
b i e r n o del legen dario e ideal dio s-re y R am ], al igual q u e los
ideales izquierdistas de la revolución social. Y, co m o la h isto ­
ria de u n a India y un Pakistán (y un Bangladesh) ind epen dien­
tes iba a revelar reiteradam ente, ni siquiera los p ro b lem a s de
u n a transform ación burguesa com pleta y un desarrollo c a p ita ­
lista exitoso quedaban plenam ente resueltos m ed ian te la tra n s ­
ferencia de poder de 1947».11

Ni el sueñ o cam pesino de un reino m ítico y justo, ni el ideal de


la iz q u ie rd a de la revolución social[ista], ni t a m p o c o u n a « tra n s ­
fo rm a ció n burguesa com pleta» (es d e n tro de estas tres ausencias,

62
de estos escenarios «profu n d am en te incom pletos», dond e S a rk a r
sitú a el relato de la India m oderna).
Tam bién con u n a referencia s im ila r a las «ausencias» -el «fra­
caso» de un a historia a la hora de encontrarse con su destino (¿otro
ejem plo m ás del «nativo perezoso», h ab ría q u e decir?)- a n u n c ia ­
m os nuestro proyecto de Estudios Subalternos:

«Es el estudio de este fracaso histórico de la nación a la hora


realizarse con plenitud, un fraca so d e b id o a la inadecuación
de la burguesía así com o de la clase o b re ra p ara con du c irla a
un a victoria decisiva sobre el colonialism o y a u na revolución
burguesa-dem ocrática del tipo d ecim onó nico clásico [...] o [del
tipo] "nueva d em o cracia" es el estudio de este fracaso lo que
constituye la problemática central de la historiografía de la India
colonial».12

La tendencia a in terp retar la historia india a partir de co n c ep ­


tos com o carencia, falta o incom pletitu d que se convierte en «ina-
d ecuacióna.resu lta obvia en este fragm ento. Se trata de un tropo
antiguo, que se re m o n ta a los com ienzos del d o m in io colonial en
la India. Los b ritán ico s c o n q u is ta ro n y r e p re s e n ta ro n la d iv ersi­
d a d de los pasados de la India m e d ia n te u n h o m o g e n e iz a d o r re­
lato de transición de un periodo medieval hasta la m odernidad. Los
térm inos lian ca m biad o con el tiem po. Antes se d e n o m in a b a a lo
medieval «despótico» y a lo m o d e rn o «el im perio de la ley». «F eu­
dal/capitalista» constituye una variante posterior.
C uando se formuló por prim era vez en las historias coloniales
de la India, este relato de transición ce leb rab a sin reparos la c a ­
pacidad im perialista de violencia y de conq uista. En los siglos xix
y xx, varias generaciones de indios nacion alistas de la elite e n c o n ­
traron su posición de sujeto en cu a n to nacionalistas dentro de este
relato de transición, el cual, en m om ento s diversos y dep en dien do
de la propia ideología, colocaba el tapiz de la historia india entre
dos polos de pares hom ólogos de opuestos: d espó tico/con stitucio­
nal, m edieval/m oderno, feudal/capitalista. D e n tro de este relato,
c o m p a r tid o po r la im aginación im p e ria lis ta y la n ac io n a lis ta , el
«indio» siem pre e ra u n a figura de la ca ren c ia . E n o tras p alab ras,
siem p re había espacio, d e n tro de ese relato, p a r a p erso n ajes que
encarnasen, en n om bre del nativo, el tem a de la inadecuación o del
fracaso.

63
No es pre ciso recordar que esto seguiría con stituyendo la pie­
d ra a n g u la r de la ideología im perial d u ra n te m u ch o s años - l a s u b ­
jetividad pero no la ciudadanía, pues el nativo n u n c a era adecuado
p ara la s e g u n d a - y se transform aría, p or último, en u n a c o m e n t e
de la p ro p ia teo ría liberal.13 Aquí era, p or supuesto, dond e los n a ­
cionalistas diferían. Para R am m o h u n Roy y B an k im c h a n d ra Chat-
topadhyay, dos de los intelectuales nacionalistas m ás prom inentes
de la In d ia del siglo xix, el dom inio inglés era un periodo n ec e s a ­
rio de tutela que los indios debían padecer a fin de prepararse preci­
sa m e n te p a r a aquello que los británicos negaban, pero ensalzaban
com o final de to da historia: la ciudadanía y el Estado-nación. Años
después, en 1951, un indio «desconocido» que vendió con éxito su
«oscuridad» dedicaba así la historia de su vida:

A la m em oria del
Im perio británico en la India
Que nos confirió la condición de sujeto
Pero nos negó la de ciudadano;
Al cual, no obstante,
Todos nosotros lanzam os el desafío
«Civis britanicus sum »
P orque
Todo cuanto había de bueno y de vivo
E n nosotros
Fue hecho, m oldeado y estim ulado
P or el m ismo Dom inio Británico.

E n las versiones nacionalistas de este relato, co m o ha m o s tr a ­


do P a rth a Chatterjee, los cam pesinos y obreros, las clases s u b a l­
ternas, recibieron la cruz de la inadecuación, ya que, según esas
versiones, e ra n ellos los que precisaban ser e d u c ad o s p ara s a lir de
su ig n o ra n c ia , m e n talid ad p ro v in cia n a o, seg ú n las p re fe re n c ia s
de c a d a cual, falsa conciencia.15 Incluso hoy en día el té rm in o an-
glo-indio «comunalismo» [com m unalism ] se refiere a aquellos que
s u p u e s ta m e n te no consiguen estar a la altu ra de los ideales s e c u ­
lares de la ciudadanía.
R esu lta innegable que el dom inio b ritánico trasp lan tó al suelo
indio las prácticas, las instituciones y el d iscu rso del individualis­
m o b u rg u é s . Las expresiones te m p ra n a s de este deseo de s e r un
«sujeto legal» -e s decir, antes del com ienzo del n a c io n a lis m o - d e ­

64
jan claro que, p ara los indios de los años trein ta y c u a re n ta del si­
glo XIX, s e r u n «individuo m o d ern o » sig nificaba co n v e rtirse en
eu ro p eo . The Literary Gleaner, u n a revista de la C alcu ta colonial,
publicó el siguiente p o em a en 1842, escrito en inglés p o r un e s ­
tu dian te bengalí de dieciocho años de edad. Al parecer, fue in sp i­
ra d o po r la co ntem plació n de los barcos que z a rp ab a n del litoral
de Bengala «hacia las gloriosas costas de Inglaterra»:

A m e n u d o cual pájaro triste suspiro


p o r a b a n d o n a r esta tierra, pese a que es mi propia tierra;
sus prados de verdes m antos, de flores alegres y cielos sin n u bes
a u n q u e asaz herm osos, g u a rd a n pocos en cantos p ara mí.
Pues he s o ñ ad o con clim as m ás brillantes y libres
do nde m o ra la virtud, y la libertad nacida en el cielo
t o m a feliz incluso al m ás bajo; don de el ojo
no se en fe rm a al ver al h o m b re dob lar la cerviz
ante el sórd ido interés; clim as do nd e la ciencia prospera,
y el genio recibe su ad e cu ad o galardón;
donde vive el h om bre en to da su verdad era gloria,
y el rostro de la n atu raleza es exquisitam ente dulce:
p or esos clim as benignos exhalo mi im paciente suspiro,
allí dejadm e vivir y allí dejadm e m orir.16

Con sus ecos de Milton y del radicalismo inglés del siglo xvn, se
trata obviam ente de un ejem plo de pastiche colonial.17 Michael
M adhusudan Dutt, el joven bengalí a u to r de este poem a, al final se
dio cuenta de la imposibilidad de ser europeo y regresó a la literatu­
ra bengalí para convertirse en uno de nuestros mejores poetas. Los
nacionalistas indios que llegaron después a b a n d o n a ro n ese aby e c­
to deseo de convertirse en europeos, pues el p e n sa m ie n to n a c io ­
nalista d escansaba precisam ente sobre la suposición de la u n iv er­
salidad del proyecto de convertirse en individuo, sobre el sup uesto
de que los derechos individuales y la igualdad ab s tra c ta eran tan
universales que podían ec h a r raíces en cualquier lugar del m undo,
de que era posible ser a la vez «indio» y ciu d ad a n o . P ro n to i n d a ­
garem os en algunas de las contradicciones de este proyecto.
B uena parte de los rituales públicos y privados del individualis­
mo m o d ern o se to m ó visible en la India en el siglo xix. Ello p u e ­
de apreciarse, p o r ejemplo, en el repentino florecim iento en dicho
periodo de los cu atro géneros básicos que ay u d a n a ex p resar el yo

65
m o d e rn o : la novela, la biografía, la au to b io g ra fía y la h is to r ia .18
Ju n to a ellos llegaron la industria, la tecnología y la m e d ic in a m o ­
dernas, u n sistem a legal cuasi burgués (aunq ue colonial) respal­
d a d o p o r u n E stado del cual se iba a ap ro p ia r el nacionalism o. El
relato de transición que he descrito a p u n tala b a esas instituciones
y, a su vez, e ra apoyado p o r las mismas. P en sar en tal relato s u p o ­
nía p e n s a r sob re la base de tales instituciones, en cuyo ápice se e n ­
c o n tra b a el E stad o m o d e rn o ,19 y p ensar sobre lo m o d e rn o y el E s ­
tado-nación era pensar u n a historia cuyo sujeto teórico era Europa.
G andhi re p aró en esto ya en 1909. Respecto de las exigencias de
los nacionalistas indios de m ás ferrocarriles, de u n a m ed icin a m o ­
d e r n a y de u n d erecho b urg ués, señaló con a g u d e z a en su libro
H ind Sw araj que ello equivalía a «hacer inglesa la India» o, con sus
propias p alabras, a tener «un gobierno inglés sin los ingleses».20
Esa E u ro p a , co m o m uestra el ingenuo p o e m a de ju v e n tu d de Mi-
chael M a d h u s u d a n Dutt, no era, desde luego, m ás q u e el frag m en ­
to de u n a ficción relatada al colonizado p o r el co lo nizad or d u ra n te
el proceso m ism o de construcción de la d o m in a c ió n colonial.21 La
crítica de G an dh i a esa E u ro p a se ve c o m p ro m e tid a en m u ch o s
pun to s p o r su nacionalismo; no pretend o convertir s u texto en u n
fetiche. Pero encuen tro su gesto útil p ara d e s a rro llar la p ro b le m á ­
tica de las historias no m etropolitanas.

Otro m odo de interpretar la «carencia»

R egresem os ahora a los temas del «fracaso», la «carencia» y la


«inadecuación» que de u n m odo tan u b icuo ca ra c te riz a n al sujeto
de la enu nciació n de la historia «india». Com o en la p ráctica de los
ca m p e sin o s insurgentes de la India colonial, el p r i m e r paso de un
esfu erzo crítico ha de s u rg ir de un gesto de in v ersió n .22 C o m e n ­
cem os allí d o n d e finaliza el relato de tra n s ic ió n e in te rp re te m o s
«plenitud» y «creatividad» donde este relato nos h a hecho ver «ca­
rencia» e «inadecuación».
S eg ú n la fábula de su constitución, los indios hoy en día son
todos «ciudadanos». Tal constitución contiene u n a definición de la
c iu d a d a n ía propia de un liberalismo p rá c tic a m e n te clásico. Si el
estado m o d e rn o y el individuo m od erno , el c iu d a d a n o , son d o s c a ­
ras in s ep arab les del m ism o fenóm eno, c o m o alega William Con-
nolly en Political Theory and M odernity, p a r e c e ría q u e el fin d e la

66
historia está ce rca en la India.23 Se sup one, sin em bargo, que este
individuo m o d ern o , cuya vida política/pública se vive en la ciu d a ­
dan ía, tiene ta m b ié n un yo «privado» interio rizado que se revela
in c e s a n te m e n te en diarios, cartas, auto bio grafías, novelas y, d e s ­
de luego, en lo que les contam os a nuestros psicoanalistas. El in ­
dividuo burgués no nace hasta que se d escub ren los placeres de la
privacidad. Pero se trata de un género m uy especial de «yo p riva­
do»; es, de hecho, u n yo «público» diferido, p ues este yo privado
burgués, co m o Jü rg e n H ab erm as ha recordado, está «siempre ya
o rien ta d o a u n a audien c ia [Publikim i]».u
La vida pública india puede re m e d a r sob re el papel la ficción
legal b urgue sa de la ciudadanía -ficción que suele representarse
en clave de farsa en la India-, pero ¿qué o c u rre con el yo privado
bu rgu és y su historia? Todo aquel que haya in te n ta d o escribir h is ­
toria social «francesa» con m aterial indio conoce la e x tra o rd in a ­
ria dificultad de la em presa.25 No es que la fo rm a del yo privado
bu rg u é s no viniese con el dom inio europeo. H a habido, desde m e ­
diados del siglo xix, novelas, diarios, cartas y autobiografías indias,
pero pocas veces h a n producido retrato s de u n sujeto c o n s ta n te ­
m e n te in te rio riz a d o . N u estras a u to b io g ra fía s son n o ta b le m e n te
«públicas» (con construcciones de la vida púb lica que no son n e ­
ce sariam ente m odernas), cuando están escritas p or hom bres, y re­
latan la histo ria del clan familiar, c u a n d o e s tá n r e d a c ta d a s p o r
m ujeres.26 De todos modos, llam a la atención la ausencia de a u t o ­
biografías en m o d o confesional. El único p á r ra fo (de un total de
963 páginas) que Nirad C haudhuri dedica a desc rib ir la experien­
cia de su noche de bodas, en el segundo volum en de su célebre y
p re m ia d a autobiografía, es tan buen ejemplo co m o c u a lq u ie r otro
y m erece u n a cita extensa. He de explicar que se trata de un m a tri­
m o nio co n c ertad o (Bengala, 1932) y que-C h au dhu ri estaba p re o ­
cu p a d o p or que su esposa no apreciase su afición, recientem ente
in corp orada y extrao rd in aria m e n te costosa, a c o m p r a r discos de
música clásica occidental. Nuestra lectura de C haudh uri se e n fren ­
ta al inconveniente de nuestro d escon ocim iento de la intertextua-
lidad de su prosa; podría darse, por ejemplo, un rechazo p u ritan o
a revelar «demasiado». No obstante, el pasaje constituye un reve­
lad o r ejercicio de construcción de la m em oria, pues trata de a q u e ­
llo que C h au d h u ri «recuerda» y «olvida» de su «experiencia de la
prim era noche». El autor aparta la intim idad con expresiones com o
«no recuerdo» o «no sé cóm o» (p o r no m e n c i o n a r el fre u d ia n o

67
«confesar»*), y este velo creado p o r el yo fo rm a parte, sin duda,
del sujeto de la enunciación:

«Estaba terriblemente inquieto ante la idea de co n ocer a mi es­


posa, u n a m u ch a c h a que era u n a com pleta ex tra ñ a p ara m í y,
cu a n d o la trajeron [...] y se quedó de pie an te mí, no dije nada.
Sólo vi u n a sonrisa, muy cohibida, en su rostro, y t ím id a m e n ­
te se ac erc ó y se sentó a mi lad o en el b o r d e de la c a m a . No
sé cóm o, desp u é s los dos nos t u m b a m o s s o b re los cojines, de
m o d o que yacíam os el un o ju n to al otro. [C h au d h u ri a ñ a d e en
u n a n o ta al pie: "Por sup uesto, c o m p le ta m e n te vestidos. N o ­
sotros los hindú es [...] consideram os a m b o s extrem os -el estar
c o m p letam en te vestido y la desnudez total-púdicos, y todos los
grados interm edios, groseram ente im púdicos. N ingú n h o m b re
d ecente quiere que su esposa sea u n a allum euse".] Llegó e n ­
tonces el intercam bio de las prim eras p alab ras. Ella cogió uno
de mis brazos, lo palpó y dijo: "Estás m u y delgado. Yo te c u i­
daré b ien”. No se lo agradecí y no re c u e rd o si, a p a rte de re p a ­
r a r en sus palabras, me sentí siquiera conm ov ido . La horrible
in certidum bre acerca de la m úsica eu ro p e a había vuelto a asal­
tar mi m en te y decidí confesarla de in m e d ia to y m i r a r al sa­
crificio, si es que se hacía necesario, d ire c ta m e n te a los ojos y
c o m e n z a r el rom ance tal y co m o se presentase. D espués de un
rato, le p re g u n té con timidez: "¿Has e s c u c h a d o algo de m ú ­
sica europea?". Movió la cabeza para d e c ir "No”. No obstante,
m e arriesgu é de nuevo v pregunté: "¿H as oído el n o m b r e de
un h o m b re llam ado Beethoven?”. Afirmó con un m ov im ien to
de cabeza. Me sentí m ás tranquilo pero no del todo satisfecho.
Así que volví a preguntar: "¿Sabes d e le tre a r su n o m b re ? ”. Ella
replicó lentam ente: “B, E, E, T, H, O, V, E, N ”. Me sentí m uy
alen tad o [...] y nos qu edam os d o rm id o s» .27

E l deseo de ser «m oderno» im p reg n a to d a s y c a d a u n a de las


oraciones de los dos volúmenes de la a u to b io g ra fía de C h a u d h u ­
ri. Su legendario nom bre representa a h o r a la historia c u ltu ra l del
e n c u e n tro in d o-b ritánico . Sin e m b a rg o , en las c e rc a de m il p á ­
ginas que escribió en inglés sobre su vida, éste es el ú n ico pasaje

* Se emplea aquf la locución «/o m ake a cleati breast of», que significa
«confesar», y contiene la palabra «breast», «pecho». (N. de los T.)

68
en el que la participació n de C h au d h u ri en la vida pública y en los
círculos literarios se in te rru m p e p a ra h a c e r sitio a algo p arecido
a la in tim id ad . ¿C óm o leer este texto, este re la to de u n varó n i n ­
dio que se hizo a sí m ism o, a q u ien n a d ie s u p e r a b a en su a r d o r
p o r la vida púb lica del ciu d ad a n o , quien sin e m b arg o casi n u n ca
rep rod ujo p o r escrito, si es q ue alg un a vez lo llegó a hacer, la otra
cara del c iu d ad a n o m oderno, el yo privado interiorizado que con s­
tan tem en te busca público? ¿Lo público sin lo privado? ¿Un ejem ­
plo m ás del c a rá c te r incom pleto de la tra n s fo rm a c ió n bu rgu esa en
la India?
Estas p re g u n ta s son suscitadas p o r el relato de transición que
a su vez sitú a al individuo m o d e rn o en el fin m ism o de la h is to ­
ria. No deseo conferir a la autobiografía de C h au d h u ri u n a repre-
sentatividad de la que tal vez carezca. Los escritos de las m ujeres,
c o m o he m e n c io n a d o , son d iferentes, y los e s tu d io so s a ú n es tá n
em pez an d o a e x a m in a r el m u n d o de las autobiografías en la his­
toria india. Pero, si uno de los efectos del im perialism o europeo
en la India fue la introducción del estado m o d e rn o y de la idea de
la nación con su co rrespon diente discurso acerc a de la « ciu dad a­
nía», que, m ed ian te la idea m is m a de los «derechos cívicos» (es
decir, «el im perio de la ley») divide la figura del individuo m o d e r­
no en las partes pública y privada del yo (c o m o el joven Marx se­
ñalab a en Sobre la cuestión judia), tales tem as h an coexistido -e n
oposición, alianza y m estizaje- con otros relatos acerca del yo y
de la com unidad que no consideran el nexo estado/ciudadano como
la co n s tru c c ió n p rim o rd ia l de la s o c ia b ilid a d .28 Esto en sí no se
cu estio n a rá, pero mi a r g u m e n to va m ás allá. S ostiene q ue esas
otras construcciones del yo y de la co m un id ad, aunq ue p ueden d o ­
cu m en tarse, n u n ca d isfru tarán del privilegio de p ro p o r c io n a r los
m etarrelatos o teleologías (a su m ien d o que no puede h a b e r relato
sin, al menos, una teleología implícita) de n uestras historias. Ello
se debe en parte al hecho de que tales relatos d en o tan u n a co ncien ­
cia a n tih istó ric a, esto es, e n t r a ñ a n p o sicio n es de sujeto y c o n fi­
g u ra cio n es de la m e m o ria qu e d esa fían y so ca v an el su jeto que
hab la en n o m b re de la historia. La «historia» es p re c is a m e n te el
lu g ar d o n d e se desarrolla la lu ch a p o r a p ro p ia rs e , en n o m b r e de
lo m oderno (mi Europa hiperreal), de esas o tras disposiciones de la
m em oria.

69
H istoria y diferencia en la m odernidad india

El espacio cultural invocado p o r lo an tih istórico no e ra en a b ­


soluto arm o n io s o ni estaba desprovisto de conflictos, pese a que
el p e n s a m ie n to nacionalista necesariam ente tra ta b a de re tratarlo
d e esa guisa. Las n o rm as a n tih istó ric as de la fa m ilia ex tensa p a ­
triarcal, p o r ejemplo, sólo pudieron tener u n a existencia cu e stio n a­
da, ta n to p o r las luchas de las m ujeres co m o p o r las de las clases
subalternas. Pero tales luchas no siguieron nec esaria m e n te n in g u ­
na línea que nos perm ita constru ir relatos de e m a n c ip a c ió n colo ­
ca n d o a «los patriarcales» claram ente a u n lado y a «los liberales»
al otro. La historia de la individualidad m o d e rn a en la India se e n ­
c u e n tr a a tra p a d a en dem asiadas con tradicciones c o m o p ara p e r ­
m itir tal tratam iento.
No dispongo aquí de espacio necesario para desarrollar este p u n ­
to, p o r lo que me serviré tan sólo de un ejemplo. P rocede de la a u to ­
biografía de Ramabai Ranade, la esposa del famoso reformista social
decim onónico de la provincia de Bombay, M.G. Ranade. La lucha de
R a m a b a i R anade p or la dignidad se libraba en p a ite co n tra el «vie­
jo» o rd e n patriarcal de la familia extensa y a favor del «nuevo» p a ­
triarcado del m atrim onio entre com pañeros, que su reform ista m a ­
rido veía com o la forma más civilizada de lazo conyugal. Guiada por
este ideal, Ram abai empezó a com partir el c o m p ro m iso de su m a ri­
do con la vida pública y a m enudo participaba (hacia 1880) en r e u ­
niones y deliberaciones públicas de reformistas sociales, tanto v aro ­
nes co m o mujeres. Como ella m isma afirma: «Fue en esas reuniones
don de aprendí lo que es una reunión y cóm o co m p ortarse en ella».2y
C uriosam ente, sin embargo, u n a de las principales fuentes de o p o ­
sición a los em peños de R am ab ai eran (a p arte de los h om bres) las
o tras m ujeres de la familia. Desde luego, no cabe d u d a de que ellas
- s u su egra y las herm a n as de su m a r id o - h a b la b a n en n o m b re de
la vieja familia extensa patriarcal. Pero resulta a le c c io n a d o r e s c u ­
c h a r sus voces (tal y com o se recogen en el texto de R am abai), pues
h a b la b a n tam bién en n om bre de su p rop io sen tid o de la dign idad
y de sus propias formas de lucha c o n tra los varones: «No debes ir
a esas reuniones [le decían a R am abai] [...]. A u nq ue los h o m b re s
q u ie ra n que hagas esas cosas, no has de hacerles caso. No es n e ­
cesario que digas que no: pero, al fin y al cabo, no es necesario que
lo hagas. E ntonces se d a rá n po r vencidos, p o r p u ro ab u rrim ie n to .
[...] E stás su peran d o incluso a las m ujeres eu rop eas». O esto:

70
«Es ella [R am abai] quien disfruta de esta frivolidad de ir a re u ­
niones. A D ada [M ister R anade] no le g u sta tan to. P ero ¿ella
no d e b e ría ten er un sentido de la p ropo rción de cu á n to deben
hacer realm en te las m ujeres? Si los ho m b res nos dicen que h a ­
g am os cien cosas, las m ujeres deb em o s hac er diez co m o m u ­
cho. Después de todo, ¡ellos no entienden estas cosas prácticas!
[...] La m u je r b uena [en el pasado] n u n c a se volvía así de frí­
vola [...]. Así es com o esta gran familia [...] pudo vivir unida de
u n m o d o respetable [...]. ¡Pero a h o ra todo es tan diferente! Si
D ada sugiere u n a cosa, esta m u jer está dispuesta a h a c e r tres.
¿C óm o p o d e m o s , en to n ce s, vivir co n u n sen tid o de dignidad ,
y c ó m o po d em o s s o p o rta r todo esto?».30

Estas voces, a u n a n d o los temas co n trad icto rios del n a c io n a­


lismo, la ideología patriarcal basada en el clan y las luchas de las
m ujeres c o n tra los h o m b res y, a la vez, opuestas a la a m istad e n ­
tre m a rid o y mujer, nos re c u e rd a n las p ro f u n d a s am b iv a le n c ia s
que m a r c a r o n la tra y e c to ria de la in d iv id u a lid a d p riv a d a y b u r ­
guesa en la Ind ia colonial. Sin em barg o, los h is to ria d o re s se las
arreglan, m e d ia n te m a n io b ra s que re c u e r d a n el viejo tru c o «dia­
léctico» d e n o m in a d o «la negación de la negación», p ara n egar una
posición de sujeto a esta voz de la am bivalencia. Las p ruebas de
lo que he d e n o m in a d o «la negación de la privacidad b urg uesa y
del sujeto histórico» p u e d e n reconocerse en sus teorías, pero se
sub o rd in an al objetivo, s u p u estam en te m ás elevado, de conseguir
que la historia india parezca un episodio m ás del avance univer­
sal (y, en su visión, finalm ente victorioso) de la ciud adanía, del Es-
tad o-n a ció n y de diversas cuestiones relativas a la e m a n c ip a c ió n
h u m a n a d elin e a d a s d u r a n te la Ilustración e u ro p e a y d e s p u é s de
ella. Es la figura del ciu d a d a n o la que habla a través de estas his­
torias. Y m ientras eso ocu ira , mi E u ro pa hiperreal volverá a d o m i­
nar continu am ente las historias que contam os. De esta m anera, «lo
m od ern o» seg u irá e n te n d ié n d o s e , c o m o M ea g h an M o rris h a ex­
presado c a b alm en te refiriéndose a su contexto australian o, «como
u na historia conocida, algo que ya ha sucedido en otro lugar, y que
ha de reproducirse, m ecánicam ente o de otro m odo, con un c o n ­
tenido local». Esto sólo nos puede d ejar la tarea de re p ro d u c ir lo
que Morris d e n o m in a «el proyecto de la falta de originalidad p o ­
sitiva».31

71
No obstante, la «originalidad» -a d m ito que no es u n b uen tér­
m in o - de los idiotismos m ediante los que se han llevado a cabo las
luchas en el subcontinente indio se ha situ ad o con frecuencia en
la esfera de lo no m oderno. No hay que suscribir la ideología del
clan patriarcal, p or ejemplo, para recon ocer que la m etáfo ra de la
venerada familia extensa patriarcal era u n o de los elem entos m ás
im po rtan tes de la política cultural del n acio nalism o indio. E n la
lucha co ntra el dom inio británico, el em p leo de este idiotism o en
canciones, poem as y otras formas de m ovilización nacionalista, a
m en u d o perm itió a los indios fabricar u n sentido de co m u n id a d y
re c u p e ra r p a ra sí una posición de sujeto desde la cual dirigirse a
los británicos. Ilustraré esto con un ejem plo de la vida de Gandhi,
«el p adre de la nación», a fin de su b ra y a r la im p o rta n c ia política
de esta p o stu ra cultural de parte del «indio».
Mi ejem plo se re m o n ta al año 1946. Se h ab ían p ro d u c id o dis­
turbios terribles entre hindúes y m u s u lm a n e s en C alcuta a raíz de
la in m in e n te partición del país en la In d ia y P akistán. G a n d h i se
e n c o n tr a b a en la ciudad, ayunando en p ro testa p o r el c o m p o r t a ­
m ien to de su propia gente. Y así es c o m o un intelectual indio r e ­
cu e rd a la experiencia:

«Los h o m b res volvían de la oficina p o r la tarde y e n c o n tr a b a n


la co m id a lista que la familia [las m ujere s de la familia] les h a ­
bía preparado; pero pronto se revelaba que las m u jere s de la
casa no habían com ido en todo el día. [En aparien cia ] no h a ­
bían tenido hambre. Si se insistía, la m ujer o la m ad re adm itía
no e n ten d e r cómo podían seguir [com iendo] cu a n d o G andhi se
e staba m uriendo po r sus crímenes. Los re sta u ra n te s y los c e n ­
tros de ocio tenían poco trabajo; alg uno s de ellos fueron c e r r a ­
dos p o r sus propietarios por su p ro p ia voluntad [...]. El nervio
de la sen sib ilid ad se h ab ía re c u p e ra d o ; el d o lo r e m p e z a b a a
sentirse [...] Gandhi sabía cu ándo c o m e n z a r el proceso de re­
dención».32

No hay por qué to m a r al pie de la letra esta descripción, pero


la natura leza de la c o m u n id ad figurada en estas líneas re sulta cla­
ra. Mezcla, en palabras de Gayatri Spivak, «el s e n tim ie n to de c o ­
m u n id a d que pertenece a los vínculos nacio n a les y a las o r g a n iz a ­
ciones políticas» con «ese otro sentido de co m u n id a d cuyo modele
estructural es [el clan o] la familia [extensa]».33 La historia colonial

72
de la India p re sen ta u n a gran ca ntidad de casos en que los indios
se arro g a ro rtia condición de sujeto precisam ente movilizando, d en ­
tro del contexto d e las instituciones m o d ern a s y, en ocasiones, en
n o m b re del proyecto m o d e m iz a d o r nacionalista, dispositivos de
m e m o ria colectiva a la vez antihistóricos y no m o d e rn o s .34 N o n e­
g am os con ello la capacidad de los indios de a c tu a r co m o sujetos
dotados de lo que en las universidades reconocem os com o «un sen­
tido de la historia» (lo que Peter Burke d e n o m in a «el re n ace r del
pasado»), sino que insistimos en la existencia p aralela de c o rrien ­
tes c o n tra rias, en que, en las luchas diversas q u e se d esarro llaron
en la In d ia colonial, las con stru c cio n es del p a s a d o a h istó rica s a
m en u d o prop orcion aron formas extrem adam ente vigorosas de m e­
m o ria colectiva.35
Nos en c o n tram o s, pues, ante u n dilem a m ed ian te el cual el su­
jeto de la h istoria «india» se artic u la a sí m ism o . De u n lado, es
a la vez sujeto y o bjeto de la m o d ern id a d , p u e s to que rep resen ta
u n a s u p u e s ta u n id a d d e n o m in a d a «el pueb lo indio» que siem pre
está dividida en dos: u na elite m o d e m iz a d o ra y un cam pesinado
p o r m odernizar. E n cu a n to sujeto dividido, sin em bargo, hab la
desde d en tro de u n m etarrelato que celebra el E stado-nación; y el
sujeto teórico de tal m etarrelato sólo puede s e r u n a «Europa» hi-
perreal, u n a E u ro p a construida p o r los relatos que tanto el im p e­
rialism o conio el nacionalism o le han co n tad o al colonizado. El
m odo de autorrepresentación que el «indio» p ued e a d o p tar aquí es
lo que Homi Bhabha, con acierto, ha den om inado «mimético».36 La
historia india, hasta en las m anos socialistas o nacionalistas más
abnegadas, sigue siendo una «imitación» de cierto sujeto « m oder­
no» de la historia e u rop ea y está cond enada a re p resentar u n a tris­
te figura de carencia y de fracaso. El relato de transición siem pre
estará « p rofun dam ente incompleto».
P or otra parte, se producen esfuerzos d e n tro del espacio de lo
m im ético -y, en consecuencia, d e n tro del proyecto d e n o m in a d o
«historia india»- po r representar la «diferencia» y la «originalidad»
de lo «indio»; es en esta causa don de resultan ap ro p ia d o s los dis­
positivos de m em oria antiliistóricos y las «historias» antihistóricas
de las clases.subalternas. Así, las constru ccio nes de cam pesinos/
obreros de reinos «míticos» y de pasados/futuros «míticos» en cu en­
tran un lugar en textos que son designados historia «india» preci­
sam ente m ediante u n procedim iento que su bo rd in a tales relatos a
las reglas de dem ostración y al calendario secular y lineal que debe

73
s egu ir la escritura de la «historia». En consecuencia, el sujeto a n ­
tihistórico y antim oderno no puede enu n c ia r «teoría» den tro de los
p ro c e d im ie n to s epistem ológicos un iversitario s ni siqu iera c u a n ­
do estos m ism os reconocen y «docum entan» su existencia. De una
m a n e r a m uy parecida a lo que sucede con el «subalterno» de Spi-
vak (o con el cam pesino de la antropología, q u e sólo puede ten er
u n a existencia citada den tro de u n e n u n c ia d o m a y o r que p e r te ­
nece únicam e n te al antropólogo), sólo p u e d e h ab larse p o r y sobre
este sujeto m ediante el relato de transición q ue en definitiva siem ­
pre privilegiará lo m oderno (es decir, «Euro pa»).37
E n la m ed ida en que se trabaja dentro del d iscu rso de la «his­
toria» pro ducido en el espacio institucional de la universidad, no
es posible p asa r por alto la estrecha connivencia que se da en tre la
«historia» y el (los) relato(s) m o d e rn iz a d o r(e s) de la ciu d ad a n ía,
de lo público y lo privado burgués y del E stad o -n a ció n . La «histo­
ria» en tan to que sistem a de conocim iento se halla firm em en te in­
s e rta d a en prácticas institucionales que inv ocan c o n stan te m e n te
el E stado-nación - d a n testimonio de ello la o rganizació n y las po-'
líticas de enseñanza, contratación, p ro m o c ió n y publicaciones de
los d e p a rtam en to s de historia, políticas q ue sobreviven a los espo ­
rá d ic o s inten to s (valientes y heroicos) de d e te r m in a d o s h is to r ia ­
d o re s de lib e ra r la «historia» del m e ta rre la to del E stad o -n a ció n .
Sólo hay que preguntarse, p o r ejemplo: ¿ p o r qué hoy en día la his­
toria es parte obligatoria de la educación de la p erson a m o d e rn a
en todos los países, incluyendo aquellos q ue estuv ieron m u y bien
sin ella hasta fechas tan tard ías com o el siglo x v i i i ? ¿Por q u é los
n iños de todo el m u ndo han de estu d iar en la ac tu a lid a d u n a asig­
n a tu ra llam ada «historia», cu and o sabem o s que esta obligación no
es natural ni antigua?3“
No es preciso realizar un gran ejercicio teórico p ara advertir
que la razón de esto reside en lo que h a n co n seg uid o el im p e ria ­
lism o europeo y los nacionalism os del te rc e r m u nd o: la u n iv ersa­
lización del Estado-nación co m o la form a m ás deseable de c o m u ­
n idad política. Los Estados-nación tienen la capacidad de im p o n e r
sus juegos de verdad, y las universidades, pese a la distancia críti­
ca que p u ed a n asumir, form an parte del c o n ju n to de instituciones
cóm plices de tal proceso. La «economía» y la «historia» son las dos
fo rm a s de c o n o c im ien to q u e c o r r e s p o n d e n a las dos p rin c ip a le s
instituciones que el ascenso (y p o sterior universalización) del o r ­
den burgués h a dado al m undo: el m od o ca p ita lista de p ro d u c ció n

74
y el Estado-nación (la «historia» h ablando a la figura del c iu d a d a ­
no).39 Un historiador crítico no tiene otra opción que gestionar este
conocim iento. P or lo tanto, el estudioso h a de c o m p re n d e r el es­
tado en sus p ropios térm inos, esto es, a p a r tir de sus relatos jus-
tificatorios so bre la c iu d ad a n ía y la m o dernida d. Dado q ue estos
tem as siem pre nos re m itirán a las propu estas universalistas de la
filosofía política «moderna» (europea) -in c lu s o la ciencia «prácti­
ca» de la economía, que ah ora parece «natural» en n uestra s cons­
trucciones d e j o s sistem as m undiales, se re m o n ta (teóricam ente)
a las ideas éticas de la E u ro p a dieciochesca-,40 u n h isto riad o r del
tercer m un do está co n d e n ad o a concebir «Europa» com o la sede
original de lo «m oderno», m ie n tra s que el h is to ria d o r «europeo»
no se en cu entra ante u n a dificultad sem ejante respecto d e los p a ­
sados de la m ay o r p arte de la hu m an id ad . De a h í la subalternid ad
cotidiana de las historias no occidentales con la que he c o m e n z a ­
do este ensayo.
Sin embargo, el p u n to de vista de que «nosotros» h ac em o s his­
toria «europea» con nuestro archivo tan diferente y a m e n u d o no
eu ro p e o abre la po sib ilid ad de u n a política y d e u n p ro y e cto de
alianza entre las historias d o m in an tes m etropo litan as y los pasa­
dos periféricos de c a rác te r subalterno. D e n o m in aré este proyecto
com o el de la provincialización de «Europa», la E u ro pa q u e el im ­
perialismo m o d e rn o y el nacionalism o (del tercer m un d o ) h a n h e­
cho universal m e d ia n te la acción c o n ju n ta del esfuerzo y la vio­
lencia. Filosóficam ente, tal proyecto deb e fu n d a m e n ta rs e en una
crítica y en una trascendencia radicales del liberalismo (esto es, de
los constructos burocráticos de la ciudadanía, del Estado m od ern o
y de la privacidad burguesa producidos p o r la filosofía política clá­
sica), un terreno que el últim o Marx c o m p arte con ciertas ten d en ­
cias del pensam iento posestructuralista y de la filosofía feminista.
En particular, m e alienta la valiente declaración de Carole P atem an
- e n su notable libro El contrato se x u a l- s e g ú n la cual la propia
concepción del individuo m o d e rn o pertenece a categorías de pen­
sam iento patriarcales.41

¿Provincializar Europa?

El proyecto de provincialización de «Europa» remite a u n a his­


toria que aún no existe; p o r lo tanto, sólo p u e d o referirm e a él de

75
m a n e r a program ática. Para anticiparm e a los equívocos, n o o b s ­
tan te, he d e detallar lo que no es, m ie n tra s ex p ong o lo q u e p u e ­
de ser.
P a ra empezar, no d em an da u n rechazo te rm in a n te y sim plista
de la m odernidad, los valores liberales, los universales, la ciencia,
la razón, los grandes relatos, las explicaciones totalizado ras, etcé­
tera. J a m e s o n nos h a recordado no hace m u ch o q u e la fácil e c u a ­
ción que a m enud o se establece entre «una con cepción filosófica
de la totalidad» y «una práctica política del totalitarism o» resulta
«perniciosa».42 Lo que separa am bas alternativas es la historia: c o n ­
flictos contradictorios, plurales y heterogéneos, cuyas consecuencias
n u n c a son predecibles -n i siquiera re tro s p e c tiv a m e n te - siguiendo
esq uem as que procuran natu ra liz ar y d o m esticar tal h e te ro g en ei­
dad. Esos conflictos incluyen la coerción, ta n to e n n o m b r e de la
m o d e rn id a d com o en contra de ella: violencia física, institucional
y sim bólica, a m enu do a d m in is tra d a c o n u n id ealism o s o ñ ad o r:
violencia que desem peña un papel decisivo en el establecim iento
de significados, en la creación de re g ím e n es de v erd ad, en la d e ­
cisión, p o r así decirlo, de qué «universal» gana, y el de q uién. En
n u e s tra calidad de intelectuales que t r a b a ja n d e n t r o del s is te m a
académico, no somos neutrales ante tales luchas y no p odem o s fin­
gir q ue e s ta m o s fuera de los p ro c e d im ie n to s e p is te m o ló g ic o s de
nuestra s instituciones.
El proyecto de provincializar E u ro p a , po r lo tanto, no p u ed e
caracterizarse como un proyecto de relativism o cultural. No p u e ­
de originarse en el punto de vista según el cual la razón-la ciencia-
ios u niversales que ayudan a defin ir a E u ro p a c o m o lo m o d e r n o
son sencillamente «específicos de u na cultura» y, en consecuencia,
pertenecen sólo a las culturas europeas. Pues la cu estió n no radica
en que el racionalism o ilustrado sea sie m p re en sí m ism o irra z o ­
nable, sino que se trata de d o c u m e n ta r có m o - m e d i a n te qué p r o ­
ceso histórico- su «razón», que no sie m p re ha resu ltad o evidente
p ara todos, se lia hecho parecer obvia tan lejos del terren o e n el
que emergió. Si, com o se ha afirm ado, u n a lengua no es m ás que
un dialecto respaldado por un ejército, cabría decir lo m ism o de los
relatos sobre la «modernidad» que, de m a n e r a p rá c tic a m e n te u n i ­
versal, a p u n ta n hoy en día a u na d e te rm in a d a «Europa» c o m o la
condición p rim aria de lo m oderno.
Puede d em ostrarse que tal E urop a, lo m ism o qu e «Occidente»,
es u na en tid ad imaginaria, pero la d em o stración co m o tal no r e b a ­

76
ja su atractivo ni su poder. El proyecto de provincializar Europa
h a de incluir ciertos pasos adicionales: en p rim e r lugar, el recono­
cim iento de que la adquisición de E u ro p a del adjetivo «moderna»
para sí m ism a constituye u n a p arte integral del relato sobre el im­
perialism o europeo d en tro de la historia global; y, en segundo lu­
gar, la conciencia de q ue el hecho de e q u ip arar u na determinada
versión de E u ro p a con la «m odernidad» no es sólo obra de euro­
peos; los n acion alism o s del tercer m u n d o , en su calidad de ideo­
logías m o d e m iz a d o r a s p o r excelencia, han sido socios en pie de
igualdad en este proceso. No pretend o p a s a r p o r alto los momen­
tos antiim perialistas en las trayectorias de tales nacionalismos;
sólo sub ray o la idea de que el proyecto de provincializar Europa
no p u ed e ser nacionalista, nativista ni atávico. Al deshacer el nudo
necesario que liga la historia - u n a form a disciplinada y regulada
institucionalm ente de m e m o ria colectiva- a los grandes relatos de
los derechos, la ciudadanía, el Estado-nación y las esferas pública
y privada, no se p u ed e evitar p rob lem atizar «la India» al mismo
tiem po que se d esm an te la «Europa».
El objetivo es escribir dentro de la historia de la modernidad
las ambivalencias, las contradicciones, el uso de la fuerza y las tra­
gedias e ironías que la acom pañan. El hecho de que en muchas cir­
cunstancias la retórica y las d em an d a s de igualdad (burguesa), de
derechos civiles y de autodete rm in a ció n m ediante un Estado-na­
ción soberano, hayan propo rcionado poder en sus luchas a los gru­
pos sociales m arginales resulta innegable -este reconocimiento es
indispensable p ara el proyecto Estudios Subalternos. Sin embar­
go, lo que realm ente se m inim iza en las historias que, tanto de ma­
nera implícita com o explícita, celebran el advenimiento del Esta­
do m o d ern o y la idea de ciudadanía, es la represión y la violencia,
que resultan tan decisivas p ara el triunfo de lo moderno como el
poder de persuasión de sus estrategias retóricas. Esta ironía -los
cim ientos no d em ocráticos de la «dem ocracia»- se percibe mejor
que en ningún otro sitio en la historia de la medicina moderna,
de la salud pública y de la higiene personal, cuyos discursos han
cum plido un papel central a la hora de em p lazar el cuerpo del in­
dividuo m o derno en la intersección de lo público y lo privado (tal
y com o la define y la d is p u ta el Estado). La victoria de este dis­
curso, sin em bargo, ha d epe n did o siem pre de la movilización, en
su nom bre, de m edios efectivos de coerción física. Digo «siempre»
porque tal coerción es originaria-fundacional (esto es, histórica),
así com o pandém ica y cotidiana. En relación con la violencia fu n ­
dacional, David Amold proporciona un b u e n ejem plo en un e stu ­
dio reciente sobre la historia de las cárceles en la India. Am old
m u e s tra q u e la coerción de la prisión colonial fue esencial p a ra
parte de la investigación pionera sobre las estadísticas médicas, ali­
m entarias y demográficas de la India, p u es era en la prisión d o n ­
de los cuerpos indios resultaban accesibles a los investigadores mo-
d em izad ores.'13 Acerca de la coerción q u e se sigue p ro d u c ie n d o en
n o m b re de la nación y la m od ernidad p o d em o s ver u n ejem plo re ­
ciente en la ca m p aña india p ara e rrad ica r la viruela llevada a cabo
en los años setenta. Dos médicos estadounidenses (uno de ellos, se­
guram ente, de origen indio) que participaron en dicho proceso des­
criben así su actuación en u n a aldea de la tribu Ho, en el estado
de Bihar:

«En m edio de la agradable noche india, Un intru so irrum pió,


e m p u jan d o la p uerta de bam bú, en la sencilla c a b a ñ a de a d o ­
be. E ra u n v ac u nad or del G obierno, co n ó rd e n e s de v encer
toda resistencia contra la vacuna de la viruela. L akshm i Singh
se d e s p e rtó g ritan do y se a p re s u ró a e s c o n d erse. S u m a rid o
saltó de la cama, agarró u n hacha y persiguió al intru so hasta
el jard ín . Afuera, u n a cuadrilla de m é d ico s y policías redu jo
rá p id a m en te a M ohán Singh. En el m o m e n to en q ue lo s u jeta­
ron con tra el suelo, otro v acunador le inyectó la vacu na con tra
la viruela en el brazo. M ohán Singh, u n enjuto jefe de la tribu
Ho de cu arenta años, se retorció a n te la aguja, haciendo que
la zona de la vacuna sangrase. El e q u ip o g u b e rn a m e n ta l lo in­
movilizó hasta que le inyectaron u n a c a n tid a d su ficien te de
vacuna. [...] Mientras los dos policías lo conten ían , el resto del
equipo redujo a los dem ás integrantes de la fam ilia y los v a­
cunó p o r turno. L akshm i Singh dio u n m o rd is c o p ro fu n d o a
uno de los doctores en la m ano, pero fue en vano».4'1

No hay m an era de escap ar del idealism o que a c o m p a ñ a a esta


violencia. El subtítulo del artículo en cu e stión re p ro d u ce in co n s­
cientem ente los instintos a la vez m ilitares y b ien in ten cio n ad o s de
la empresa. Reza así: «Cómo u n ejército de sa m a rita n o s elim inó la
viruela de la tierra».
Las historias que p re te n d an desalojar a u n a E u ro p a hiperreal
del centro h acia el que gravita a c tu a lm e n te tod a im a g in a c ió n his-

78
tónica deberán b u s c a r sin descanso este vínculo entre violencia e
idealism o que se en c u e n tra en el núcleo del proceso m ed ian te el
cual los relatos de ciudadanía y m o dernida d llegan a hallar cobijo
n a tu ra l en la «historia». Estoy a q u í en p ro fu n d o d e s a c u e rd o con
el p u n to de vista de R ichard Rorty en el in terc am b io de opiniones
que m antuvo con Jü rgen H aberm as. Rorty critica a H a b e rm a s por
la convicción de éste «de que el relato de la filosofía m o d e rn a es
u n a parte im p o rtan te del relato de los intentos de las sociedades
dem ocráticas p o r autoafirm arse».45 La afirm ación de Rorty sigue
la p rá ctica de m u c h o s eu ro p eísta s que h a b la n de las h isto rias de
estas «sociedades d em o cráticas» com o si se tra ta se de histo rias
in d ependien tes y co m pletas en sí m ism as, c o m o si la au to rrep re -
sen tac ió n occiden tal fuese algo q ue sólo o c u rriese d e n tro de sus
límites geográficos autoasignados. Como m ínim o, Rorty olvida el
papel que el «teatro colonial» (tanto externo co m o interno) -d o n -
de el tema de. la «libertad», tal y com o la define la filosofía política
m oderna, se invocó c o n stan te m e n te en auxilio de las ideas de «ci­
vilización», de «progreso» y, de m o d o m ás tardío, de «desarrollo»-
d e se m p e ñ ó en el proceso de g en e rac ió n de tal «autoafirm ación ».
La tarea, tal y com o yo la concibo, consistirá en enfrentarse a las1
ideas que legitim an el E s ta d o m o d e rn o y sus c o rresp o n d ien tes
instituciones;- a fin de devolverle a la filosofía política, del m ism o
m odo que e n los bazares indios se devuelven a sus du eños las m o ­
ned as sospechosas, aquellas ca tego rías c u y a validez global ya no
p uede dar se por sentada.40
Y, finalmente -d a d o que «Europa» no puede, después de todo,
ser provincializada dentro del espacio institucional de la univer­
sidad, cuyos protocolos epistemológicos siem pre nos devolverán
al terreno donde todos los co ntorno s siguen el de mi E u ro p a hi-
perreal-, el proyecto de provincializar E u ro p a debe ser consciente
de su propia im posibilidad. Por consiguiente, tal proyecto busca
un a historia que encarn e esta política de la desesperanza. Llega­
dos a este punto, ha de q u e d a r claro que esto no es u n a apelación
al relativismo cultural ni a las historias nativistas, atávicas. Tam ­
poco es un p ro g ra m a p ara re chazar la m o d ern id a d , lo cual consti­
tuiría, en m u chas situaciones, u n suicidio político. Lo que pido es
u n a historia que d elib erad am ente haga visibles, d en tro de la m is­
m a estru ctura de sus Formas narrativas, sus prop ias estrategias y
prácticas represivas, el papel que cu m p le en connivencia con los
relatos de ciu dad an ía en la asimilación a los proyectos del Estado

79
m o d e rn o de todas las dem ás posibilidades de la solidaridad h u ­
m a n a . La política de la desesperanza exigirá a sem eja n te historia
q ue exponga ante sus lectores las razones p o r las que tal dilem a re­
sulta n ec esaria m e n te ineludible. Ésta es u n a h istoria que in te n ta ­
rá lo im posible: p ro c u rar su propia m u e rte b u s c a n d o aquello que
resiste y esc a p a a los mayores esfuerzos h u m a n o s p o r tra d u c ir di­
ferentes sistem as culturales y otros sistem as sem ióticos, p a ra que
el m u n d o p u e d a imaginarse, u n a vez m ás, com o ra d ic alm en te h e ­
terogéneo. E sta tarea, como he m encionado, es im posible dentro
de los protocolos de conocimiento de la historia universitaria, pues
la to talid a d de la institución acad ém ica no es ind ep en d ie n te de la
to talid a d q u e ha sido creada p o r lo m o d e rn o e u ro p eo . T ra ta r de
p rov incializar esta «Europa» sup on e co n s id e ra r lo m o d e rn o in e­
v itablem ente im pugnado, escribir, p o r encim a de los relatos de la
c iu d a d a n ía recibidos y privilegiados, otras n arrac io n e s de nexos
h u m a n o s que extraigan sostén de pasados soñ ado s y de futuros en
los q u e las colectividades no se definan p o r los rituales de la ciu
d a d a n ía ni p o r la pesadilla de la «tradición» c re a d a p or la «m oder
nidad». Desde luego, no existen espacios (in fra)estructurales don
de tales sueño s p u ed a n habitar. Pese a ello, éstos re a p a re c e rá n ei
la m ed id a en que los temas de la c iu d ad a n ía y del Estado-naciói
d o m in e n nu estros relatos de transición histórica, pues esos sue
ños son lo que lo m oderno rep rim e p ara p o d e r existir.

P o sd ata (1999): este capítulo reproduce de m o d o co nd e n sad


mi p rim e r intento (de 1992) de artic u la r el p ro b le m a de provir.
cializar Europa. Esta declaración original sigue siendo el p u n to d
partid a de lo que sigue. Algunas de las cuestiones m en cio n a d as -1
necesidad de criticar el historicismo y de e n c o n tr a r estrategias pai
p e n s a r la diferencia histórica sin a b a n d o n a r el c o m p ro m iso co
la te o ría - se desarrolla en el resto del libro. P ero la «política de 1
desesperanza» que proponía con alguna pasión ya no im pulsa la a
g u m e n ta c ió n general aquí presentada.

80
2
Las dos historias del capital

Este capítulo presenta una lectura selectiva pero escrupulosa de


Marx. La crítica m arxista del «capital» in tro d u ce en la categoría
dos aspectos del p ensam iento decim o n ó n ico europeo que h an re­
sultado centrales en la historia de la m odernidad intelectual en Asia
meridional: el sentido de lo h u m a n o abstracto propio de la Ilu stra­
ción y la idea de la histo ria.1 Asimismo, M arx convierte estos dos
elementos del pensam iento en h erram ientas críticas p ara com p re n ­
d e r el m od o capitalista de p ro d u c c ió n y el im p erialism o e u ro p eo
moderno. Los debates en torno a los privilegios y a la justicia social
en la India siguen siendo im pu lsad os p o r el racionalism o, el h u ­
m an ism o , el h isto ricism o y el a n tiim p e ria lis m o , cate g o rías q ue
form an p arte de este legado. El p ro y e cto Estudios S u b a lte rn o s
resultaría inconcebible sin la vigorosa tradición india de historio­
grafía m arxista.2 Así pues, las obras de Marx constituyen uno de
los m o m en tos fundacionales de la historia del pensam iento a n ­
tiimperialista. Regresar a ellas su p o n e revisar la relación entre el
pensam iento poscolonial y los legados intelectuales del racionalis­
mo, el h u m an ism o y el historicism o posilustrados. Un libro com o
éste no puede perm itirse no ten er en c u e n ta a Marx.
Hay varias m aneras de explicar el hecho de que el capitalism o
global exhiba algunas ca ra c te rís tic a s co m u n es, pese a que ca d a
ejem plo de desarrollo capitalista tiene su propia historia. Cabe,
po r ejemplo, considerar que las diferencias entre las historias son.
inv ariablem en te su p e ra d a s p o r el ca pita l a largo plazo. Por o tro
lado, la tesis del desarrollo desigual concibe estas diferencias com o
negociadas y contenidas, a u n q u e no siem p re superadas, dentro de
la estru c tu ra del capital. Y en terc er lugar, cabe co n sid e ra r que el
capital produce y hace proliferar las diferencias. El historicismo
está presente en estas diversas m a n e ra s de pensar. Todas c o m p a r­
ten la p ro p e n sió n a e n te n d e r el c a p ita l según la im ag en de u n a

81
u n id a d q ue surge en una parte del m u n d o en u n a época p a rtic u la r
y se d esarrolla después globalmente a lo largo del tiem po h is tó ri­
co, e n c o n tr a n d o y afro ntando diferencias históricas en el p ro c e ­
so. Incluso cu a n d o se atribuye al «capital» u n co m ienzo «global»,
en vez de europeo, sigue siendo con sid erad o en función de la idea
hegeliana de u n a unidad totalizadora - s e a cual fuere su fo rm a de
diferenciación in te rn a - que experim enta u n proceso de desarrollo
histórico.
El ensayo, m erecidam ente célebre, de E.P. T h om p son , Time,
Work-Discipline and Industrial Capitalis es un buen ejemplo de p e n ­
sam ien to historicista. La argu m entación central de T h o m p s o n es
la siguiente: el obrero en la historia del capitalism o av a n zado no
tiene m ás rem edio que deshacerse de las c o s tu m b res precapitalis-
tas de trabajo e «interiorizar» la disciplina de trabajo. La m is m a
suerte le ag u a rd a al obrero del tercer m u n d o . La diferencia entre
estas dos figuras del o b rero es u n a cu e s tió n del tie m p o h is tó ri­
co sec ula r que tran scurre en la trayectoria global del capitalism o.
T h o m p s o n escribe: «Sin disciplina tem p o ra l no p o d ría m o s te n e r
la infatigable energía del h o m b re industrial; y, ya sea en fo rm a de
m eto d ism o , estalinism o o nacionalism o, esta disciplina llegará al
m u n d o en desarrollo».3
Tal afirm ación concibe el capitalismo com o u n a fuerza que sale
al en c u e n tro de la diferencia histórica, p ero lo hace co m o algo ex­
tern o a su propia estructura. A este en c u e n tro sigue u n a lu cha en
el cu rs o de la cual el capital fin alm en te elim in a o n e u tra liz a la.^
diferencias contingentes entre historias particulares. P o r m ás tor
tu o so que sea el proceso, acaba p o r co n v e rtir tales p artic u la rid a
des en vehículos históricamente diversos del despliegue de su pro
pia lógica. E n definitiva, esa lógica se concibe no sólo co m o únic;
y ho m ogénea, sino tam bién com o algo que se desarrolla a lo lai
go del tiem po (histórico), de m an e ra q u e cabe p ro d u c ir un relat<
de u n ca pita lism o su p u e s ta m e n te ú n ic o d en tro del g én e ro fam¡
liar de las «historias de». La arg u m e n ta c ió n de T h o m p s o n reci
noce y a la vez neutraliza la diferencia; le cuesta evitar u n a visió
etap ista de la historia.
Incluso la idea liberal de que el capital funciona no tanto borrai
do las diferencias históricas, sino h ac ie n d o p ro liferar las diferei
cias y convirtiéndolas en conjuntos de preferencia, en gusto, puet
a lb e rg a r u n a fe im plícita en el histo ricism o. Un análisis recien
del m ercado indio ofrecido en la p re n s a financiera b rin d a un bui

82
ejem plo de esa visión. En el Wall Street Journal del 11 de octubre
de 1996, el «gurú del marketing» indio Titoo Ahluwalia incitaba a
los potenciales exploradores estado un idenses del m ercad o indio:
«Repitan conmigo: la India es diferente, la Ind ia es diferente, la In ­
dia es diferente».4 (¡A Ahluwalia, perteneciente al m u n d o de la e m ­
presa, no le han inculcado, evidentem ente, el m iedo académ ico al
«orientalismo»!) El objetivo de sus p ala b ra s es a y u d a r al capital
trasnacional a a p reciar y tra n s fo rm a r las diferencias históricas y
culturales (indias) de modo que tales diferencias p uedan tratarse
co m o m edidas de preferencia o de gusto. R ealizar elecciones vita­
les diferentes sería entonces com o escoger en tre productos de m a r ­
cas diferentes.
La diferencia en principio parece inextricable en esta discusión
en tre capitalistas. El m ism o n ú m e ro del Wall Street Journal cita a
Daralus Ardeshir, director gerente de Nestle India Ltd., delegación
local de la c o m p a ñ ía suiza de p ro d u c to s alim enticios, quien d e ­
clara: «Cuando visito la casa de mi padre, sigo besando sus pies».
El periodista com enta: «Los indios que e s tu d ian en Estados Uni­
dos o Gran B retaña suelen volver a casa p ara unirse en m a trim o ­
nios concertados. Es más, m u c h a s personas que han escogido a su
cónyuge d e tid en convivir con su familia extensa. Esos lazos fam i­
liares tradicionales inhiben el acceso de los inversores o ccidenta­
les. Los yuppies, p o r respeto a sus m ayores, n o to m a n decisiones
sobre las com pras de la casa». Las prácticas sociales indias parecen
te n e r el efecto de posterga r - g e n e r a n d o así lo d ife re n te - la a d o p ­
ción por parte de los indios de ciertas cu estion es generalm en te
c o n sid erad as can ó n ic as en la m o d e rn id a d ta n to clásica com o del
capitalism o tardío. La India parece resistirse a estos ideales cap i­
talistas: la disolución de las jera rq u ías de n acim ien to (los indios
m antienen la au torid ad p atem a-parental); la soberan ía del indivi­
du o (persiste la n o rm a de la familia extensa); y la elección del c o n ­
s u m id o r (losyti/ppí'es defieren su cap acid ad de decidir a sus m ayo­
res). La perduración de estas características de la sociedad india
d esco ncierta tan to a los experto s del Wall Street Journal, que te r­
m in a n p o r re c u rrir a la figura de la p arad o ja, fam iliar en las d is­
cusiones sobre la India. El tropo re trata al sujeto capitalista-con-
s u m id o r indio com o alguien que p u ed e re a liz a rlo imposible: «Los
indios son capaces de vivir en varios siglos a la vez».5
Estas citas m u estran con c u á n ta o bstinación y densidad u n a
determ in a d a idea de la historia y del tiem po histórico com o in di­

83
c a d o re s de progreso-desarrollo p uede f o r m a r p arte del lenguaje
co tid ian o co n el que un artículo de una d esta c a d a p ub licación ca­
pitalista estadou nid en se p ro c u ra explicar la n atura leza del m e r­
ca d o indio. Los «varios siglos» en cuestión del frag m ento m en cio ­
n a d o son identificables com o tales precisam en te p orque se supone
qu e el h ab lan te los ha visto separados y c la ram en te expuestos en
alg un a o tra historia (esto es, en la europea). Eso es lo que le p e rm i­
te a d u c ir qu e en un lugar com o la India tales periodos históricos
diferentes parecen haber sido resumidos en un solo instante co n fu ­
so. É sta es sólo una variedad estética de la tesis del «desarrollo de­
sigual». Las im ágenes de este género s o n m u y p o p u lare s e n las
descripciones m odernas de la India. C onstituye casi u n cliché ca­
ra cteriza r la India precisamente com o ese estad o de contradicción
en el que u n templo antiguo se alza ju n to a u n a fábrica m oderna,
o u n «científico nuclear» p uede c o m e n z a r el día «ofreciendo puja
(ofrend as religiosas) a un dios de barro».6
Tales lecturas de la relación entre la lógica del capital y la di­
ferencia histórica parecen sostener el historicism o de m o d o s dife­
rentes. S egún Thompson, el tiem po histórico es el periodo de espe­
ra p o r el que el tercer m und o h a de p a s a r p a ra que se cu m p la la
lógica del capital. Cabe m odificar tal p o sición m ed ian te la tesis
del «desarrollo desigual» y establecer distinciones e n tre la subsun-
ción «formal» y «real» en el capital.7 P ero eso deja en pie la idea
del tiem po histórico vacío y homogéneo, p u es es con respecto a un
tiem p o así con el que cabría salvar la b re c h a entre los dos tipos de
subsunción. (En otras palabras, se asum e q u e el capitalism o «real»
c o m p o rta su bsunción «real».) O tam bién es posible, al parecer, va­
lerse de u n a im agen que desintegra el tie m p o histórico en la p a r a ­
doja estética de los indios «que viven en varios siglos a la vez».
Mi análisis de la relación entre la d iferencia histórica y la ló­
gica del capital pretende distanciarse de este historicism o. A c o n ­
tin u ació n , a b o r d a ré el c o n c ep to filosófico m arx ista de «capital»
p a ra ex a m in a r en detalle dos de las nociones inseparables de la crí­
tica de Marx del capital: el «trabajo abstracto » y la relación entre
capital e historia. La categoría filosófica m arx ista de «capital» es
global en sus aspiraciones históricas y universal en su c o n s titu ­
ción. Su e s tru c tu r a conceptual, al m e n o s en la p r o p ia a r g u m e n ­
tación de Marx, se basa en las nociones ilustrad as de la igualdad
juríd ica y de los derechos políticos ab stractos de la c iu d a d a n ía .8 El
trabajo que es libre jurídica y políticam ente -y, sin em bargo, no es

84
libre s o c ialm en te- es u n concepto arraig ad o e n la categoría mar-
xista del «trabajo abstracto». Así pues, la idea del «trabajo abstrac­
to» co m b in a los tem as ilustrados de la libertad jurídica (derechos,
ciudadanía) y el concepto del ser h u m a n o universal y ab stracto
p o rta d o r de esa libertad. Y lo que es m á s im po rtan te, ta m b ié n re­
sulta un concepto central en la explicación de Marx de p o r qué el
capital, al realizarse en plenitud a sí m ism o en la historia, crea ne­
ce sariam en te la base para su prop ia disolución. El exam en de la
noción de «trabajo abstracto», p o r lo tanto, nos perm ite ver qué es
lo que está en juego política e intelectualm ente -t a n t o p a ra Marx
com o p ara los estudiosos de su le g a d o - en la herencia h u m a n is ta
de la Ilustración europea.
La n o c ió n de «trabajo a b s tra c to » t a m b i é n nos c o n d u c e a la
c u e stió n del m o d o en q ue la lógica del c a p ita l se v in cu la con el
tem a de la diferencia histórica. Como es sabido, la idea de la «his­
toria» era ce n tra l en la c o m p re n s ió n filosófica del «capital» que
Marx lleva a cabo. El «trabajo abstracto» le p ropo rcio nó u n a m a ­
nera de explicar cóm o el m od o capitalista de p ro d u c ció n p u d o ex­
tra e r de pueblo s e historias que e ra n d iferen tes u n a u n id a d h o ­
m ogénea y c o m ú n para m edir la actividad h u m a n a . De este modo,
el «trabajo abstracto» puede in terpretarse co m o u na p arte de la
explicación d e la m an era en que la lógica del capital s u b su m e en
su interior las diferencias de la historia. E n la segu nda parte de
este capítulo, sin em bargo, trataré de d e s a rro llar u n a distinción
que Marx estab leció e n tre dos clases de historia: las histo rias
«p ro puestas p or el capital» y las Historias q u e no p e rte n e c e n a
los «procesos vitales» del capital. Las d e n o m in a ré Historia 1 e His­
toria 2, y ex ploraré sus d iferencias p a r a m o s t r a r có m o p u ed e in ­
terpretarse el pensam ien to de Marx de fo rm a que se o p o n g a a la
idea de que la lógica del capital su b s u m e las diferencias en su in­
terior. Concluiré el capítulo tra ta n d o de a b r ir las categorías mar-
xistas a algu nas reflexiones heid egg erianas so b re la política de la
diversidad hum ana.

El capital, el trabajo abstracto y la su b su n ció n de la diferencia

En el an álisis m arx ista del capital es f u n d a m e n ta l la idea de


m erc an cía , y en la c o n c e p c ió n de m e r c a n c í a es fu n d a m e n ta l la
cu estión de la d iferencia. M arx p u n t u a l i z a q u e el p ro c e s o de i n ­

85
te rc a m b io generalizado a través del cual las cosas ad o p ta n fo rm a
de m ercancía es capaz de conectar efectivamente las diferencias que
se d a n e n el m undo. Es decir, el intercam bio de m erc an cía s c o m ­
p o rta in te rc a m b ia r cosas que son diferentes en cu a n to a su h is to ­
ria, pro p ied a d es materiales y valor de uso. Sin em bargo, se supone
que la fo rm a de mercancía, intrínsecam ente, convierte las diferen ­
cias en inm ateriales - p o r más m ateriales que éstas sean en su a p a ­
riencia h is tó ric a - p ara el propósito del intercam bio. La fo rm a de
m e rc a n c ía no niega la diferencia, pero la m an tien e en s uspen so a
fin de q ue pod am o s in tercam biar cosas tan diferentes las u n a s de
las o tras, c o m o cam as y casas. Pero ¿cóm o o c u rre eso? É s a es la
p re g u n ta con la que Marx com ienza. ¿Cómo es posible que cosas
que, en apariencia, no tienen nada en com ún, se constituyan en ele­
m en to s de u n a serie de intercam bios capitalistas, u n a serie que, en
principio, M arx llega a concebir com o c o n tin u a e infinita?
Los lectores recordarán el debate de M arx con Aristóteles so ­
bre esta cuestión. Aristóteles, al a b o r d a r el a s u n to de la justicia,
la ig uald ad y la proporcionalidad en la Ética a N icóm aco, se o c u ­
pó de los problem as del intercam bio. Sostenía que el in terc am b io
re s u lta b a crucial p a ra la fo rm a ció n de u n a c o m u n id a d . P e ro u n a
c o m u n id a d siem pre está com p uesta p o r p erso nas que son «dife­
rentes y n o iguales». Sobre el terreno, sólo hay infinitas in c o n m e n ­
surabilidades. Todo individuo es diferente. P ara que el in te rc a m ­
bio funcione com o base de la com unidad, ha de h ab e r algún m odo
de e n c o n tr a r una m edida com ún a fin de igualar lo que no es igual.
Aristóteles subraya ese imperativo: «Es preciso que se igualen [res­
pecto de u n a medida], y por eso todas las cosas que se in te rc a m ­
bian d eb e n ser com parables de alguna m anera». Sin tal m edida
de equivalencia que perm ita la com paración , no h ab ría in te rc a m ­
bio ni, en consecuencia, co m u nid ad.9
Aristóteles resuelve este pro blem a ap e la n do a la idea de «con­
vención» o ley. Para él, la m oneda representa esa convención: «Esto
[in te rc a m b ia r bienes desiguales] viene a hacerlo la m on eda, que
es en cierto m o do algo interm edio porque todo lo mide [...]: c u á n ­
tos pares de sandalias equivalen a una casa».10 La m o neda, según
Aristóteles, representa una suerte de pacto general, u n a co n v e n ­
ción. U na convención es, en definitiva, arbitra ria, se sostiene g ra ­
cias a la p u r a fuerza de la ley, que sencillam ente refleja la vo lu n ­
tad de la c o m u n id ad . De esta m an era, Aristóteles in tro d u c e en la
d is c u s ió n la n o ta de u n a v o lu n tad p olítica ra d ical que, c o m o s e ­

86
ñala Castoriadis, está ausente del texto de El capital. E n palabras
de Aristóteles: «La m on eda ha venido a ser, p o r así decirlo, la rep re­
sentación de la dem an d a en virtud de u na convención, y por eso se
llam a "m oneda" (nóm ism a), p orq ue no es p or n atu raleza, sino p or
ley (nóm os), y está en nuestra m a n o cam b ia rla o hacerla inútil».11
El tra d u c to r al inglés de Aristóteles señala que «la palabra griega
p ara "dinero", “m o n e d a ” (nóm ism a) procede de la m ism a raíz que
nóm os, “ley”, “convención”».12
M arx co m ie n z a El capital con u n a crítica a Aristóteles. P ara
Aristóteles, lo que establecía u n a relación de in terc am b io en tre las
s andalias y las casas era la m era convención, «un arbitrio p ara re ­
solver u n a necesidad práctica», co m o traducía Marx. A este último
no le p arecía satisfactorio p en sar que el té rm in o que m ediaba e n ­
tre las diferencias de la m ercan cía fuese tan sólo u n a convención,
es decir, u n a expresión arbitraria de voluntad política. R efiriéndo­
se al a rg u m e n to aristotélico de qu e no puede h a b e r «un elem ento
ho m ogéneo, es decir, u na sustancia com ún» e n tre la cam a (¡pare­
ce que la versión de Aristóteles m a n eja d a p o r M arx em p leaba el
ejem plo de la cama, no de las sandalias!) y la casa, Marx p re g u n ­
ta: «¿Por qué no? E n relación con la ca m a la c a sa representa algo
igual, en la m edida en que rep resen ta lo que es realm ente igual
tanto en la cam a co m o en la casa. Y eso es el trab a jo hu m an o » .* 13
Este trabajo hu m an o , la su stan cia c o m ú n q ue m edia entre las
diferencias, es en la concepción de Marx el « trabaio abstracto»,
que describe com o «el secreto de la expresión del valor». Sólo en
u na sociedad en la que los valores burgueses h a n ad quirido un es­
tatus hegem ónico cabe revelar este «secreto». «Sólo podía ser d e s ­
cifrado», escribe Marx, «cuando el concepto de la igualdad h u m a ­
na poseyera ya la firmeza de un prejuicio popular.» A su vez, esto
e ra posible sólo «en u n a so cied ad d o n d e la fo r m a de m e rc a n c ía
es la fo rm a general que a d o p ta el p ro d u c to del trabajo» y en la
que, en consecuencia, «la relación entre u n o s y otros h om bres
com o poseedores de m ercancías se ha convertido [...] en la rela­
ción social dom inante». La natura leza esclavista de la sociedad en
la Grecia antigua, según Marx, n u b la b a la visión analítica de Aris­

* Tomamos, siem pre que es posible, la versión e n español de Karl Marx,


El capital, trad. de Pedro Scaron, Madrid, Siglo XXI d e España, 1987. En algu­
nas ocasiones -al igual que en el resto de los textos de Marx citados en el capí­
tu lo - modificam os ligeram en te dich a trad u c c ió n en a r a s de la c oh eren cia del
texto. (N. de los T.)

87
tóteles. Y p o r la misma lógica, la generalización de la igualdad con­
trac tu al bajo la hegemonía bu rguesa creaba las condiciones h istó ­
rica s p a r a el surgim iento de las reflexiones de M a r x .1'’ La noción
de trabajo abstracto era, p o r tanto, u n ejemplo p a rtic u la r de la n o ­
ción del s e r h u m a n o abstracto -el p o rta d o r de derechos, p o r ejem ­
p lo - popu larizad o por los filósofos ilustrados.
E sta m e d id a com ún de la actividad h u m a n a , el trabajo a b s ­
tracto, es lo que Marx con tra p o n e a la idea del trab a jo real o c o n ­
creto (que-es aquello en lo que consiste tod a fo rm a p a rtic u la r de
trabajo). E n términos sencillos, el «trabajo abstracto» rem ite a u n a
«indiferencia hacia toda clase p articular de trabajo». P o r sí m ismo,
no constituye el capitalismo. Una sociedad «bárbara» (la expresión
es de Marx) puede estar caracterizada p o r la a u se n cia de u n a d i­
visión desarrollada del trabajo, de m a n e ra tal que sus m iem b ro s
«sean aptos p o r naturaleza para hacer cualquier cosa».*13 S egún la
arg u m e n ta c ió n de Marx, cabe concebir que u n a socied ad así te n ­
ga tra b a jo abstracto, a u n q u e sus m ie m b ro s no se a n c a p a c e s de
teorizarlo. Tal actividad teorizadora sólo sería posible en el m o d o
capitalista de producción, en el cual la p ro p ia actividad de la ab s ­
tracción se convirtió en la tendencia m ás c o m ú n de todos o de la
m ayoría de los otros tipos de trabajo.
P ero ¿qué es, en realidad, el trab a jo a b s tra c to ? E n o ca sio nes
Marx escribe com o si el trabajo abstracto fuese u n gasto p u r a m e n ­
te ñsiológico de energía. Por ejemplo:

«Si se prescinde del carác te r d eterm in a d o de la actividad p r o ­


ductiva y, por lo tanto, del carácter útil del trabajo, lo que queda
de él es su cualidad de ser u n gasto de fuerza de trab ajo h u m a ­
na. El trabajo del sastre y el del tejedor, a u n q u e sean activida­
des productivas cualitativam ente diferentes, ta m b ié n son a m ­
bos un gasto productivo del cerebro, m úsculos, nervios, m anos,
etcétera, h um an o s» .16

O bien esta afirmación: «Por otro lado, todo trab a jo es u n g a s ­


to de fuerza de trabajo h u m a n a en un sen tid o fisiológico, y es en
esta con d ició n de trabajo h u m a n o igual, o de tra b a jo a b s t r a c t a ­

* Tomamos, siempre que es posible, la versión en e spañol de Karl Marx,


E lem entos fundam entales para la crítica de la eco n o m ía política, trad. de Pedro
S caron, Madrid, Siglo XXI de E spaña, 1976. (N. de los T.)

88
m e n te h u m an o , com o constituye el valor de la m erc an cía » .17 Pero
algu nos estudiosos de Marx, de periodos diferentes y ta n distintos
e n tr e sí c o m o I.I. Rubin, C o m elius C asto riad is, Jon E ls te r y Moi-
she Postone, h an m ostrado que concebir el trab a jo abstracto com o
su stan cia, co m o u n a res extensa c a rtesian a, redu cirlo a «energía
nerviosa y m uscular», supone m a lin te rp re ta r a Marx (com o sostie­
nen Rubin y Postone) o repetir un e rro r del p e n s a m ie n to de Marx
(com o sostienen Castoriadis y Elster).1S M arx habla del «trabajo
abstracto» com o «sustancia social» d o tad a de objetividad, pero in­
m e d ia ta m e n te califica esa objetividad de «espectral», m á s p areci­
da a un fantasm a que a u na cosa:

«Examinemos ahora los productos del trab a jo [abstracto]. Nada


ha quedado de ellos salvo u n a m ism a objetividad espectral: son
m eras cantidades solidificadas de trab a jo h u m a n o indiferen-
ciado, esto es, de gasto de fuerza de trab a jo h u m a n a sin c o n ­
sideración por la forma en que se gastó. [...] En cu a n to cris ta ­
lizaciones de esta s u s tan cia social c o m ú n a todos ellos, son
valores -v alo res de m e rc an cía -» .19

O, com o explica en otro pasaje de E l capital:

«En contradicción directa con la objetividad sensorialm ente


grosera del cuerp o de las m ercancías, ni u n solo á to m o de s u s ­
tancia natural forma parte de su objetividad en c u a n to valores.
[...] [L]as m ercancías sólo poseen objetividad com o valores en
la medida en que son expresiones de u n a idéntica sustancia s o ­
cial, del trabajo humano; que su objetividad en c u a n to valores,
por tanto, es de naturaleza p u ra m e n te social».20

¿Cómo concebir, entonces, el trabajo abstracto? Si no c o m p a r­


tim os el supuesto de Marx de que el in terc am b io de m ercan cías
en el capitalism o constituye nec esaria m e n te u n a serie co n tin u a e
infinita, tal vez entendam os m ejor el trab ajo abstracto co m o u na
categoría performativa, práctica. O rg a n izar la vida bajo el signo
del capital e n tra ñ a actuar com o si el trab a jo pudiese abstraerse
efectivam ente de todos los tejidos sociales en los que siem p re está
inm erso y que to rnan concreto todo trabajo p a rtic u la r -in clu id o
el trabajo de abstracción. E ntre los «bárbaros» de M arx hab ía t r a ­
bajo abstracto: en su sociedad, cu a lq u ie ra p o d ía e m p r e n d e r cu a l­

89
q u ie r tipo de actividad. Pero su «indiferencia al trabajo específico»
n o re su lta ría tan visible al análisis com o en u n a sociedad ca p ita ­
lista, p o rq u e en el caso de tales b árb aro s hipotéticos, esta indife­
re n cia no se produciría universalm ente co m o u n a clase s ep a rad a
y especializada de trabajo. Es decir, el trabajo m uy concreto de abs­
trac ció n no sería observable s e p a ra d a m e n te com o característica
general de los num erosos tipos diferentes de trabajo específico que
se diesen en esa sociedad. Por otra parte, en u n a sociedad ca p ita ­
lista el trab a jo particular de ab stracción se convertiría en un ele­
m e n t o de la m ayoría o de tod o s los d e m á s tipos de tra b a jo c o n ­
c r e to y, p o r ello, resultaría m á s visible p a r a el observador. En
p ala b ra s de Marx: «Comúnmente, las abstra ccio n es m ás generales
su rg e n sólo allí donde existe el desarrollo co n c reto m ás rico, d o n ­
de u n elem ento aparece com o lo co m ú n a m uchos, com o lo co m ú n
a todos los elementos. Entonces, deja de p o d er ser p en sa d o sola­
m e n te bajo u n a forma particular».21 «Ese estad o de cosas», añade,
«alcanza su m áxim o desarrollo en la fo rm a m ás m o d e rn a de so­
cie d a d burgu esa, en Estados Unidos. Aquí, pues, la ab stracció n de
la cate g o ría "trabajo", el "trabajo com o tal", el trabajo p u ro y s im ­
ple, q u e es el pu n to de partid a de la ec o n o m ía m o d ern a , resulta
p o r p rim e ra vez verdadera en la p ráctica.» 22 Adviértase la expre­
sió n de Mane: «la abstracción resulta [...] v erd adera [...] en la p rá c ­
tica». M arx n o podría h aber escrito u n a afirm ación m ás clara in ­
d ic a n d o q u e el trabajo a b s tra c to no es u n a e n tid a d su stan tiv a, n¡
trab a jo fisiológico, ni una s u m a calculable de energía m u s c u la r \
nerviosa. Se refiere a una práctica, u n a actividad, u n a ejecución
c o n c re ta del trabajo de abstracción, s em eja n te a lo que se hace ei
las estrategias de análisis de la e c o n o m ía cu a n d o se h ab la de un;
cate g o ría ab stracta d eno m in ad a «trabajo».
E n ocasiones Marx se expresa co m o si el trabajo ab s tra c to s
alca n zase tras un proceso consciente e intencional - d e m a n e n
m u y sim ilar a ciertos procedim ientos m a te m á tic o s - d e despoja
m e n ta lm e n te la m ercancía de sus p rop ied a d es m ateriales:

«[S]i dejam os a un lado el valor de u so de las m ercan cías, ún


c a m e n te les restará u n a propiedad: la de ser p ro d u c to s del tr;
bajo. [...] Si hacemos abstracción de su valor de uso, ab stra
m os tam b ién los com p on entes y fo rm a s m ateriales q u e haci
de ellas u n valor de uso. Ese p ro d u c to ya no es u n a m esa, ui
casa, u n hilo o cualquier o tra cosa útil. Todas sus p ro p ied a d

90
sensibles se h an esfum ado. [...] Con la d esaparició n del carác­
ter útil de los productos del trabajo se desvanece tam b ién el ca­
rá cter útil de los trabajos representados en ellos y, p o r ende, se
desvanecen a su vez las diversas form as con cretas de esos tra­
bajos; éstos dejan de distinguirse, redu ciéndo se en su totalidad
a trabajo h u m an o indiferenciado, a trabajo a b stra ctam en te h u ­
m ano».23

Expresiones com o «si dejam os a un lado», «si hac em o s abs­


tracción» o «dejan de distinguirse», entre otras, p u ed e n d a r la im ­
p re sió n de que Marx se o c u p a de un s e r h u m a n o q u e «deja de
lado», «hace abstracción» o «distingue». Pero el análisis de Marx
de la disciplina de la fábrica pone en claro que el a u to r no visua­
liza la abstracción del trabajo inherente al proceso de intercam bio
de m ercancías com o u n a operación m en tal a g ra n escala. La abs­
tracción sucede en y a través de la práctica. Precede a nuestro re­
conocim iento consciente de su existencia. Como afirm a Mane: «[E]l
que los hom bres relacionen entre sí com o valores los productos de
su trabajo no se debe al hecho de que tales cosas c u en ten para ellos
com o m eras-envolturas m ateriales de trabajo h u m a n o indiferen­
ciado. A la inversa. Al equiparar entre sí en el interc am b io sus p ro­
ductos heterogéneos com o valores, equ ip aran recípro ca m e n te sus
diversos tipos de trabajo co m o trabajo h u m a n o . No lo saben, pero
lo hacen».2'1 La lógica de Marx en este punto, co m o en m u cho s otros
pasajes de sus escritos, es retrospectiva.25
Marx estaba de ac u erd o con Aristóteles m ás de !o que recono­
cía: el trabajo abstracto, cabría señalar, era u na convención capita­
lista, de m odo que, después de todo, el térm in o m edio en el inter­
ca m b io de m ercancías sigue siendo u n a c u e stió n de convención.
Pero el punto de vista de Marx según el cual la convención no es
el resultado de una previa decisión consciente de a b s tra e r no h a ­
bría perm itido el voluntarism o aristotélico: «está en n uestra m ano
cam biarla o hacerla inútil [esa convención]». (C astoriadis co m p o ­
ne un perfil de política revolucionaria volun tarista in c o rp o ran d o
esta posición aristotélica en su m a rx ism o .)26 M arx descodifica el
trabajo ab stracto c o m o clave de las c o o r d e n a d a s h erm e n é u tic a s
a través de las cuales el capital exige q ue interpretem o s el mundo.
Los procesos disciplinarios hacen que la e jec u ció n de la a b s ­
tracción -e l trabajo de a b s tr a c c ió n - resu lte visible (p a ra Marx)
com o un rasgo constitutivo del modo capitalista de producción. La

91
división típica del trabajo en u n a fábrica capitalista, los códigos
de re g ulació n d e la factoría, la relación e n tr e la m a q u in a r ia y los
ho m b res, las n o rm as estatales que regulan la organización de la
vida en la fábrica, el trabajo del capataz: todo ello constituye lo que
M arx llam a la disciplina. La división del tra b a jo en la fábrica es
de tal n a tu ra le z a , escribe, que «genera u n a c o n tin u id a d , u na re ­
gularidad, u n orden y sobre todo u n a intensidad en el trabajo, ra ­
d ic a lm e n te d istin to s de los que im p e ra n en la a r te s a n ía in d e ­
p e n d ie n te » .27 E n pasajes que se an tic ip a n cerca de u n siglo en el
t r a t a m i e n t o de un tem a básico de Vigilar y castigar de F oucault,
describe có m o «[l]a libreta de castigos, en m an o s del capataz, reem ­
plaza el látigo del negrero [en la organización capitalista]». «Todas
las penas», añ ade, «naturalm ente, se resuelven en m ulta s, en d in e­
ro y d e s c u e n to s del salario.»28
La legislación fabril tam b ién participa de este c a rá c te r perfor-
m ativo de la abstracción disciplinaria. E n p rim e r lugar, afirm a
Marx, «[d]estruye todas las form as tradicionales y de transición
tras las cuales el d om inio del capital todavía e stab a sem ioculto
[...]. [E ]n los talleres individuales im p o n e la u n ifo rm id a d , la re ­
gularidad, él o rd e n y la economía» y, de esa m an era, contribuye a
a p o y a r la asu n c ió n de que la actividad h u m a n a es de hecho m e n ­
su rable a u n a escala hom ogénea.29 Pero es en el m o d o en que el
Derecho -y, a través del Derecho, el Estado y las clases capitalistas-
im ag in a a los obreros m ediante categorías biológico-psicológicas
tales co m o «adultos», «varones adultos», «mujeres» y «niños», como
se lleva a ca b o la tarea reduccionista de a b s tra e r el trabajo de to ­
dos los teg u m e n to s sociales que lo envuelven. E sa m o d a lid a d de
im ag in ació n , m u estra luego Marx, es ta m b ié n lo q u e e s tru c tu ra
desde d e n tro el proceso de producción. Tiñe la p ro p ia concepción
del cap ital de la relación entre o b rero y m áq uin a.
E n el p rim e r volum en de El capital, M arx em plea el recurso re­
tórico de tra e r a escena lo que d e n o m in a la «voz» del obrero a fin
de p o n e r de manifiesto la naturaleza de su categoría «trabajo». Esa
voz m u e s t r a el elevado grado en que las categorías de «obrero» y
de «trabajo» h an sido abstraídas de los procesos sociales y p síqui­
cos que, m ediante el sentido com ún, asociam os con «lo cotidiano».
En p r i m e r lugar, dichas categorías re d u c e n la edad, la infancia, la
salud, la fuerza, etcétera, a afirm aciones biológicas o fisiológicas,
sep a rad a s de las experiencias diversas e h istó ric a m e n te partic u la­
res d e envejecer, de ser niño, de g ozar de b u en a salud, etcétera. «De­

92
ja n d o a un lado el desgaste natural p o r la edad, etcétera», le dice
la categoría de «obrero» de Marx al capitalista con u n a voz que es
tam b ién introspectiva, « m añ an a he de estar en condiciones de tra ­
b ajar con la m ism a ca ntidad habitual de vigor, salud y lozanía que
hoy.» Esta abstracció n significa que los «sentimientos» no form an
p arte del diálogo im aginario entre el obrero ab stra cto y el ca p ita ­
lista, quien, a su vez, tam bién es u n a figura de abstracción. La voz
del trab a jad o r afirma: «Exijo [...] u n a j o m a d a laboral de duración
norm al [...] sin ape la r a tu corazón, ya que en asu n to s de dinero
la benevolencia está totalm ente de más. Bien puedes ser un c iu ­
da d a n o modelo, m iem b ro tal vez de la sociedad p ro tec to ra de a n i­
males y p o r añ a d id u ra vivir en olor de santidad, pero a la cosa que
ante m í representas no le late n ing ún corazón en el pecho».30 So­
bre esta figura de u n a entidad colectiva racional, el obrero, Marx
cim ienta la cuestión de la u n idad de la clase obrera, ya sea p o ten ­
cial o realizada. La cuestión de la unid ad de la clase trab a jad o ra
no es un asunto de solidaridad emocional o psíquica de los obreros
empíricos, com o num erosos historiadores del trabajo hum anistas-
m arxistas, desde E.P. T h o m p so n en adelante, a m e n u d o h a n s u ­
puesto. El «obrero» es un sujeto abstracto y colectivo p o r propia
constitución.31 Es d en tro de ese sujeto colectivo y ab stracto , com o
nos h a recordado Gayatri Spivak, donde se desarrolla la dialéctica
de la clase-en-sí y la clase-para-sí.32 Sostiene M arx que «[l]a m a ­
quinaria específica del periodo m anufacturero sigue sien,do el obre­
ro colectivo mismo, form ado p o r la com b inación de n um ero so s
obreros individuales especializados».33
Marx construye u n a historia fascinante y estim ulante, a u n q u e
fragm entaria, de la m aq u in aria fabril de la p rim e ra fase de la in ­
dustrialización inglesa. Esa historia m uestra el fu n c io nam iento de
dos procesos sim ultáneos en la producción capitalista, centrales
a m b o s en la com prensió n m arxista de la categoría «obrero» co m o
categoría abstracta, reificada. La m áqu ina pro d u c e «[l]a s u b o rd i­
nación técnica del obrero a los m ovim ientos un ifo rm es de los ins­
trum entos de trabajo».34 Transfiere la fuerza m otriz de producción
del ser h u m an o o el anim al a la m áquina, del trabajo vivo al tra ­
bajo m uerto. E so sólo puede p rodu cirse bajo dos condiciones: que
el obrero sea prim ero reducido a su cuerpo biológico y, p o r tanto,
abstracto, y que los movimientos de ese cuerpo ab stra cto sean d es­
p ués delimitados e individualm ente diseñados d en tro de la propia
form a y del movimiento de la m áquina. «El capital ab sorb e d entro

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de sí al trabajo», escribió Marx en sus cuadernos, citando a Goethe,
«com o si tuviese el a m o r dentro del cuerpo.»35 El cue rp o que la
m á q u in a llega a poseer es el cuerpo abstracto q ue atribuyó al obre­
ro p a ra em pézar. Escribe Marx: «La gran in d u s tria vio en torp eci­
do su desarrollo pleno m ientras su m edio de p ro d u c ció n carac te­
rístico - l a m á q u i n a m i s m a - debía su ex isten c ia a la fuerza y la
destreza personales, dependiendo p o r tanto del desarrollo m u s c u ­
lar, de la ag u deza visual y el virtuosism o m a n u a l con que el o b re ­
ro especializado [...] m anejaba sus m in ú scu lo s instru m en to s» .36
Una vez que la capacidad de trabajo del o b re ro p u d o traducirse
en u n a serie de prácticas que abstraían lo perso n al de lo social, la
m á q u in a p u d o apropiarse del cuerpo a b s tra c to p ro p u e sto p o r ta ­
les prácticas. U na de las tendencias del proceso en su totalidad era
co nv ertir en re d u n d a n te hasta el carác te r h u m a n o de la cap acidad
de trabajo: «pasa a ser p u ra m e n te accidental que la fuerza m o triz
se disfrace de m úsculo hum ano; el viento, el agua, el vapor, etcéte­
ra, tam b ién p o d rían to m a r el lugar del h o m b re » .37 Al m ism o tie m ­
po, sin em bargo , el capital -se g ú n la c o m p re n s ió n m arxista de su
lógica- no p o d ría prescindir del trabajo vivo, h u m an o .

El trabajo abstracto com o crítica

La ca te g o ría universal «trabajo a b stra c to » tien e u n a fu n c ió n


doble en Marx: constituye tanto una descripció n co m o u n a crítica
del capital. M ientras que el capital convierte en reales las a b s tra c ­
ciones en la vida cotidiana, Marx em plea esas m ism a s ab stra c c io ­
nes p ara proporcio nam o s un sentido del m u n d o cotidiano que crea
la pro du c ció n capitalista; lo atestigua, p o r ejem plo, el em pleo p or
p arte de Marx de categorías biológicas redu ccio n istas tales co m o
«mujeres», «niños», «varones adultos», «infancia», «funciones fa­
miliares» o «gasto del trabajo dom éstico» .38 La idea del trabajo
ab s tra c to reproduce la característica central de la h erm e n éu tica
del capital: cóm o el capital interpreta la actividad h u m ana.
S in em bargo, el «trabajo abstracto» es ta m b ié n u n a crítica de
la m is m a h erm enéu tica porque el trab ajo de abstracción define,
p a ra Marx, cierto género de falta de libertad. Lo d e n o m in a «des­
po tism o». Tal d espo tism o es e s tru c tu r a l en el capital; no es s e n ­
cillam ente histórico. Así pues, Marx escribe q u e «el capital se ve
c o n s ta n te m e n te em p u jad o a e n fre n ta rs e a la i n s u b o r d in a c ió n de

94
los obreros» y a firm a que la disciplina, «estas m in u cio sas disposi­
ciones, que regulan a cam panad as, con una u n ifo rm id a d tan m ili­
tar, los periodos, límites y pausas del trabajo [...] [s]e desarrollaron
paulatinam ente, com o leyes naturales del m odo de producción m o ­
derno, a partir de las condiciones dadas. Su form ulación, re c o n o ­
cim iento oficial y proclam ación p or parte del estado fueron el re­
sultado de u n a larga luch a de clases».39 Aquí M arx no se refiere
tan sólo a u n a etap a histórica concreta, la tran sició n del trabajo
a rte san al al m a n u fa c tu re r o en Inglaterra, c u a n d o «la p le n a re a ­
lización de las tendencias del m ism o [el capital] choca con m ú lti­
ples obstáculos. [...] [incluyendo] los hábitos y la resistencia de los
obreros varones».40 Se refiere tam bién a la «resistencia al capital»
co m o algo interno en el propio capital. Como escribe en o tro tex­
to, la autorreproducción del capital «se mueve en m edio de c o n tra ­
dicciones superadas constantem ente, pero puestas tam bién co n sta n ­
tem en te». Añade Marx que, del solo hecho de q u e el capital supere
idealm ente todos los límites erigidos por «las b a rre ra s y prejuicios
nacionales», «de ningún m odo se desprende que los haya s u p e ra ­
do rea lm en te» /1
¿De dónde procede tal resistencia? M uchos historiadores del
trabajo conciben la resistencia al trabajo fabril com o resultado,
bien de la colisión entre los requisitos de la disciplina industrial
y los hábitos preindustriales de los obreros en la fase te m p ra n a de
la industrialización, bien de u n nivel elevado de conciencia o brera
en una fase posterior. En otras palabras, la consideran resutado de
u na etapa histórica particular de la producción capitalista. Marx,
p o r el contrario, ubica esa resistencia en la lógica m ism a del c a ­
pital. Es decir, la localiza en el «ser» estructural del capital en vez
de en su «devenir» histórico. R esulta central en su a r g u m e n to lo
que conceptúa com o el «despotismo del capital», que no está re­
lacionado ni con la etapa histórica del capitalism o ni co n la c o n ­
ciencia del obrero empírico. No sería relevante p ara la a r g u m e n ta ­
ción de Marx que el país capitalista en cuestión fuese o no u n país
desarrollado. La resistencia es el Otro del despotism o inh ere n te a
la lógica del capital. Asimismo, es parte de la explicación m arx is­
ta de por qué, si el capitalismo se realizase plenam ente alg u n a vez,
en carnaría las condiciones de su propia disolución.
El poder del capital es autocràtico, escribe Marx. La resisten­
cia se origina en un proceso m ediante el cual el capital se aprop ia
de la voluntad del trabajador. Escribe Marx: «En el código fabril

95
el capitalista formula, com o un legislador privado y conform e a su
capricho, la autocracia que ejerce sobre sus obreros».42 Marx cali­
fica esa voluntad, en c arn a d a en la disciplina capitalista, de « p u ra ­
m e n te despótica», y em plea la analogía del ejército p a r a describir
la coerció n que entraña:

«Al igual que un ejército requiere oficiales m ilitares, la m a s a


o b re ra que coopera bajo el m an d o del m ism o capital necesita
altos oficiales (directores, managers) y suboficiales in d u s tria ­
les (capataces, foremen, overlookers, contre-m aîtres) que d u r a n ­
te el proceso de trabajo ejerzan el m a n d o en n o m b re del c a p i­
tal. El trabajo de supervisión se convierte en fun ción exclusiva
de los mismos».43

¿ P o r q u é calificarla disciplina capitalista de «despótica», si todo


lo q ue h ace es ac tu a r co m o si el trabajo pudiese abstra erse y ho-
m ogeneizarse? Los escritos de Marx sobre este p u n to s u b ra y an la
i m p o rta n c ia del concepto de «trabajo a b stra cto » - u n a versión de
la figura ilustrada de lo h um ano a b s tra c to - en cu a n to instrum ento
de crítica. Concibe el trabajo abstracto co m o u n a categoría c o m ­
pleja, espectralm en te objetiva y, sin em b arg o, c o m p u e s ta p o r fi­
siología y conciencia h u m an as, a m b a s a b s tra íd a s de toda h i s t o ­
ria em pírica. La conciencia en cuestión es p u ra voluntad. Escribe
Marx: «El trabajo fabril agota in ten sam en te el siste m a nervioso, y
a la vez [m ediante la especialización y la consigu ien te p rim ac ía de
la m á q u in a ] reprim e el juego m ultilateral de los m úsculo s y c o n ­
fisca toda actividad libre, tanto física co m o intelectual, del obrero.
H asta el hecho de que el trabajo sea m ás fácil se convierte en m e ­
dio de tortu ra» .44
¿P or qué la libertad se vincula a algo tan fisiológicam ente r e ­
du ccionista com o «el sistem a nervioso [...] [y] el juego m u ltilate­
ral d e los m úsculos»? Porque, explica Marx, el tra b a jo que el c a ­
pital p re s u p o n e «como su antítesis, co m o lo que es co ntra dicto rio
del capital» y que a su vez «presupone al capital» es u n género es­
pecial de trabajo, «trabajo no com o objeto, sino co m o actividad,
[...] co m o la fuente viva del valor».45 «Frente al capital, el trabajo es
la fo rm a m e ra m en te abstracta, la m era posibilidad de la actividad
que p o n e los valores, la cual sólo existe co m o ca p acid ad , com o fa­
cultad, en la constitución corporal del obrero.»46 La ciencia sirve de
auxilio en esta abstracción del trabajo vivo efectuada p o r el capital:

96
«La apropiació n del trabajo vivo p o r el capital ad quiere en la
m aqu in aria [...] u n a realidad inm ediata. E n p rim e r lugar, lo
que perm ite a las m áq u in as ejecu tar el m ism o trabajo que a n ­
tes efectuaba el obrero es el análisis y la aplicación - q u e d im a ­
nan directam ente de la ciencia- de leyes m ecánicas y químicas.
Sin em bargo, el desarrollo de la m aq u in a ria p o r esta vía sólo
se verifica cuando [...] el capital lia ca pturado y puesto a su ser­
vicio todas las ciencias».'47

El aspecto central es que el trabajo que es ab straído en la b ú s­


q u e d a del ca p italista de u n a m e d id a c o m ú n de la actividad h u ­
m a n a es vivo. M arx b a s a la re sistencia al c a p ita l en ese factor,
a p a ren tem e n te m isterioso, llam ado «vida». Los nexos entre el len­
guaje de la econom ía política clásica y las tradiciones del p e n s a ­
m iento europeo a las que cabría d e n o m in a r «vitalistas» co nstitu­
yen un área de investigación inexplorada, en p a rtic u la r en el caso
de Marx. El lenguaje de M arx y sus m e tá fo ra s biológicas a m e ­
nud o revelan u n a p rofun da influencia del vitalismo d e c im o n ó n i­
co: «El trabajo es la levadura que, ec h a d a al capital, lo h ace e n tra r
en fermentación». Y la capacidad de trabajo en tanto «m ercancía
consiste en la vitalidad del o b rero [...]. P ara c o n se rv arla día tras
día el obrero debe c o n s u m ir cierto volum en de m edios de su bsis­
tencia, renovar la sangre consum ida, etcétera-[...]. El capital le ha
pagado la cantidad de trabajo objetivado contenida en sus fuerzas
vitales».4''1 Esas fuerzas vitales son el fu n d a m e n to de la resistencia
constante al capital. Son el trabajo vivo abstracto - u n a am alg a m a
de m úsculos, nervios y c o n s c ie n c ia -v o lu n ta d - que, seg ú n Marx,
el capital postula c o m o su p u n to de p a r tid a c o n tra d ic to rio . En
esta concepción vitalista, la vida, en to da su c a p acid ad biológico-
consciente de actividad volu n taria (el «juego m u ltila te ra l de los
músculos»), es el exceso que el capital, pese a todos sus p ro ced i­
mientos disciplinarios, siem pre necesita pero n u nca puede co n tro ­
lar o dom esticar por completo.
R eco rd am o s aq u í el análisis de la c a te g o ría a risto télica de
«vida» que lleva a cabo Hegel en su Lógica. Hegel a c ep tab a la a r ­
gum entación de Aristóteles según la cual la «vida» expresa u na to ­
talidad o unidad en u n s e r vivo. «Cada uno de los m ie m b ro s del
cuerpo», escribe Hegel, «son lo q ue son sólo p o r y en relación con
su u nid ad. Así, p o r ejem plo , u n a m a n o c e rc e n a d a del c u e rp o es,

97
c o m o observa Aristóteles, u n a m an o sólo d e palabra, no de he­
cho.»49 Tan sólo con la m u erte se desarticula esa u n id a d y el c u e r­
po resulta p re sa de las fuerzas objetivas de la natu ra leza . Con la
m u erte , co m o a firm a Charles Taylor en su glosa de e s ta sección
de la Lógica de Hegel, «El m ecanism o y el quim ism o» se liberan de
la «subordinación» en la que son contenidos «m ientras la vida con­
tinú a».50 La vida, para utilizar la expresión de Hegel, «es u n a lu­
ch a p erm anente» contra la posibilidad de d e s m e m b ra m ie n to con
la cual la m u erte am enaza la unidad del cuerpo vivo.51 De m an era
similar, la vida, en el análisis del capital realizado por Marx, es una
«lucha perm anen te» contra el proceso de ab stracción q u e con sti­
tuye la categoría de «trabajo». Es com o si el proceso de a b s tra c ­
ción y la co ntinua apropiación del cuerpo del trab ajado r en el m odo
capitalista de producción am enazasen p erp etu am en te co n efectuar
u n d e s m em b ra m ie n to de la u nidad del «cuerpo vivo».
Esa u n id ad del cuerpo que la «vida» expresa, sin em b argo, es
algo m ás que la unidad física de las extrem idades. La «vida» i m ­
plica u n a conciencia que es p u ra m e n te h u m a n a en su cap acid ad
volitiva ab stra cta e innata. Esta «voluntad» e n c a rn a d a y p ecu liar­
m en te h u m a n a (reflejada en «el juego m ultilateral de los m ú s c u ­
los») se nieg a a doblegarse a n te la « s u b o rd in a c ió n té cn ic a» bajo
la cual el capital busca constante m e nte s itu a r al obrero. Escribe
Marx: «La apropiación de u n a voluntad a jen a es s u p u e s to de la re­
lación amo-esclavo». Esa voluntad no p u ed e p erte n ece r a los a n i­
males, pues éstos no pueden form ar p arte de la política del reco­
nocim iento que la relación amo-esclavo hegeliana asum e. Un peiro
puede obedecer a un hom bre, pero éste n u n c a tendrá la certeza de
que el perro no lo considere sencillam ente co m o otro «perro», m ás
grande y vigoroso. Como afirm a Marx: «el an im al [...] p u ede [...]
servir, pero no hace a su pro p ieta rio señ or». La d ia lé c tic a del re­
conocim iento m utuo en t o m o a la cual gira la relación am o-es­
clavo sólo puede darse en tre hum anos: «La relación am o-esclavo
co rrespo nde igualmente a esta fórmula d e apro p ia ció n de los ins­
tru m en to s de producción [...] se rep ro d u ce - d e m a n e r a m e d ia d a -
en el capital y, de ese modo, constituye [...] un fe rm e n to p ara su
disolución y un em blem a de su carácter lim itado».52
La crítica de Marx del capital co m ienza en el m is m o p u n to en
que el capital inicia su propio proceso vital: la ab s tra c c ió n del tra ­
bajo. No o bstan te, tal traba jo , a u n q u e a b s tra c to , s i e m p r e es un
trabajo vivo. La cualidad «viva» del traba jo asegura q ue el ca p ita ­

98
lista no ha c o m p ra d o u na ca n tid a d fija de trabajo sino u n a «capa­
cid ad de trabajo» variable, y el ser «vivo» es lo que convierte este
trabajo en fuente de resistencia an te la abstracción capitalista. En
consecuencia, la tendencia p o r parte del capital es reemplazar, en
la m edida de lo posible, el trabajo vivo p or el trab ajo m u erto , rei-
ficado. El capital se enfrenta así a su propia contradicción: nece­
sita u n tra b a jo a b s tra c to p ero vivo co m o p u n to de p a rtid a en su
ciclo de autorreproducción, pero tam b ién precisa redu cir al m í­
nim o la cantid ad de trabajo vivo que necesita. Por consiguiente,
el capital p ro p e n d e rá a d es a rro lla r tecnología a fin de re d u c ir esa
necesidad al m ínim o. Eso es precisam ente lo que creará las c o n ­
diciones necesarias para la em ancip ació n del trabajo y la abolición
final y com pleta de la categoría «trabajo». Pero eso tam b ién sería
la condición p ara la disolución del capital: «el capital - d e m a n e ­
ra totalm ente im p re m e d ita d a - redu ce a un m ín im o el trab ajo h u ­
m ano, el gasto de energías. E sto re d u n d a rá en beneficio del tra b a ­
jo em an c ip ad o y es la condición de su em ancipación».53
El resto de la arg um e n tació n de Marx avanza p or las líneas si­
guientes. Es la tendencia del capital a reem p laza r el trabajo vivo
p o r la ciencia y la tecnología - e s to es, por la «com prensión [del
ho m b re ] de la‘n atu ra le z a y su d o m in io de la m is m a en v irtu d de
su presencia com o cuerpo social»- lo que d ará origen al d e s a rro ­
llo del «individuo social», cuya m ay o r necesidad será «el libre de­
sarro llo de las individualidades». Pues la «reducción del traba jo
necesario de la sociedad a u n m ínim o» c o rresp o n d ería a «la for­
m ació n artística, científica, etcétera, de los individuos gracias al
tiempo, que se ha vuelto libre y a los medios creados p ara todos».
El capital, entonces, se revelaría co m o la «contradicción en p roce­
so» que es: al m ism o tiem po a p rem ia a «reducir a un m ín im o el
tiem po de trabajo» y postula el tiempo de trabajo com o «única m e­
dida y fuente dé la riqueza». Por lo tanto, ca m inaría «hacia su p ro­
pia disolución com o forma que d o m in a la p roducción».5-1
Así com pleta Marx el bucle de su crítica del capital, q ue busca
un futuro m ás allá del capital a través de un cu idad oso análisis de
las contradicciones en la pro pia lógica del capital. Se sirve de la
visión de lo ab stracto h u m a n o en raizada en la práctica capitalis­
ta del «trabajo abstracto» p ara generar una crítica radical del p ro ­
pio capital. Advierte que las sociedades b urg uesas en las que la
idea de la «igualdad h u m an a» ha adquirido «la firm eza de u n pre­
juicio popular» le p e rm iten e m p lea r esa m ism a idea p ara criticar­

99
las. Pero la diferencia histórica perm an ece n eg a d a y su s p e n d id a
en esta fo rm a particular de crítica.

Las historias y la analítica del capital

No obstante, Marx se esfuerza siem pre p o r su b ra y a r la im p o r­


ta n c ia de la historia en su crítica del capital: «N u e stro m é to d o
po n e de m anifiesto los puntos en los que debe in tro d u cirse el a n á ­
lisis histórico». 0 , en otro pasaje: «la eco n o m ía burguesa» s ie m ­
pre «apunta más allá de sí m ism a a los m od os de p roducción prece­
dentes en la historia».55 Marx escribe acerca del p as a d o del capital
en función de una distinción entre su «ser» y su «devenir». El «ser»
se refiere a la lógica estructural del capital, esto es, al e stad o en
que el capital se ha desarrollado plenam ente. En ocasiones, Man-
lo den o m in a (empleando el vocabulario de Hegel) «capital real»
«capital com o tal» o el ser-para-sí del capital. El «devenir» se re
fiere al proceso histórico en y m ediante el cual los s u p u e s to s ló
gicos del «ser» del capital se realizan. El «devenir» n o es sim
p le m e n te el pasa d o de ca le n d a rio o c ro n o ló g ic o q u e p re c e d e a
capital, sino el pasado que la categoría p o stu la retrospectivam en
te. A m en o s que el vínculo e n tre tie rra -h e r ra m ie n ta y o b re ro s s
disuelva de algún modo, p o r ejemplo, n u n c a h a b ría o b r e r o s dis
ponibles para el capital. Esto sucedería en cualqu ier sitio m ientra
hubiese producción capitalista; es en este sentido en el que u n pri
ceso histórico de este tipo es, de hecho, u n proceso m e d ia n te i
cual los supuestos lógicos del capital se cum plen. H e a q u í el p;
sado postulado lógicamente p or la catego ría de «capital». Miei
tras ese pasado está ocurrien do todavía, los capitalistas y los ob n
ro s no p e rte n ece n al «ser» del cap ital. E n el len g u aje d e Mai
sería n d e n o m in a d o s no capitalistas (el té rm in o es de M arx) o /
obreros.56 Estas «condiciones y p re s u p u e s to s del devenir, d e la g
nesis del capital, sup o n en p re c is a m e n te q u e el c a p ita l a ú n no
halla en situ ació n de ser, sino de devenir; d e s a p a re c e n , pues, c<
el capital real, con el capital que pone él m ism o, p a r tie n d o de
realidad, las condiciones de su realización».57
Huelga decir que no es el proceso efectivo de la h isto ria el q
efectúa la «suposición»; los supuestos lógicos del ca pita l sólo pi
d e analizarlos alguien q ue e n tie n d a la lógica del c a p ita l. E n e
sentido, una c o m p re n sió n intelectual de la e s t r u c tu r a del capi

100
se t o m a condición previa de tal conocim iento .histórico. La histo­
ria, pues, ejem plifica sólo p a ra n o so tros -l o s in v e s tig a d o re s - los
sup uestos lógicos del capital pese a que el capital, a firm a ría Marx,
necesita que esa h istoria real suceda, incluso si la le c tu r a de tal
h is to ria sólo es retrospectiva. «El h o m b r e sólo e n tr a en la exis­
tencia cu a n d o se alcanza cierto punto. P ero u n a vez que el h o m ­
bre h a surgido, se convierte en la condición previa p e rm a n e n te de
la historia h u m an a, así com o en su p ro d u c to y re su ltado p e r m a ­
nentes.»58 P or consiguiente, Marx no nos p ro p o rcio n a ta n to u na
teleología de lá historia com o u n a perspectiva desde la cual leer
los archivos.
E n sus anotaciones sobre «la renta y sus fuentes», recogidas y
p ublicadas pó stu m am en te con el título de Teorías sobre la plu sva ­
lía, Marx dotó a su historia de un nom bre: la den om inó el antece­
dente del capital «propuesto p o r sí m ismo». Aquí, el trab ajo libre
es tanto u n a condición previa de la producción capitalista com o su
«resultado invariable».59 Ésta es la historia universal y necesaria
que asociam os con el capital. Constituye el núcleo de los relatos
usuales sobre la transición al m od o capitalista de p roducción. De­
n o m in a re m o s a esta historia - u n p asa d o p ostu lad o p o r el propio
capital co m o su condición pre via - Historia 1.
Marx opone a la Historia 1 otro tipo de pasado que llam arem o s
Historia 2. Los elem entos de tal H istoria 2, señala Marx, con sti­
tuyen tam bién «antecedentes» del capital, puesto que el capital «se
e n c u en tra con ellos en tanto que antecedentes», pero -y a q u í está
la distinción fundam ental que pretendo s u b ra y a r- «no co m o a n te ­
cedentes establecidos por sí mismos, no com o form as de su p ro ­
pio proceso vital».60 Afirmar que algo no pertenece al proceso vital
del capital com porta sostener que no contribuye a la autorrepro -
d ucción del capital. Así pues, interp re to que p a ra M arx los «an­
tecedentes del capital» no son sólo las relacio nes que in teg ra n la
Historia 1, sino tam bién otras relaciones que no conllevan la re ­
p roducción de la lógica del capital. Sólo la Historia 1 es el pasado
«establecido» por el capital, p o rq ue la H istoria 1 conlleva la re p ro ­
ducción de las relaciones capitalistas. Marx acepta, en o tra s p ala­
bras, que el universo total de los pasados con que se e n c u e n tra el
capital es m ayor que la su m a de los elem entos en que se cum plen
los presupuestos lógicos del capital.
Los ejemplos del propio Marx de la H istoria 2 so rp ren den al lec­
tor. Se trata del dinero y la m ercancía, dos elem entos sin los c u a ­

101
les el capital ni siquiera puede ser concebido. En u n a ocasión Mai
describió la forma de la mercancía com o algo perteneciente a 1
e stru c tu ra «celular» del capital. Y sin dinero no habría u n intei
ca m b io generalizado de mercancías.61 Sin em bargo, Marx paree
su g erir que entidades tan cercanas y necesarias p ara el función;
m ien to del capital como el dinero y la m ercancía no guardan n<
c e sariam ente ningún nexo natural ni con el p ro ceso vital del c;
p ital ni con el pasado postulado p o r el mismo. M arx reconoce 1
posibilidad de que el dinero y la m ercancía, en cu a n to relacione
hubiesen existido en la historia sin h a b e r originado necesariamei
te el capital. Dado que no suponen de m an era necesaria el capita
constituyen el tipo de pasado que he d en o m inad o Historia 2. Est
ejem plo de la heterogeneidad que M arx ve en la historia del dini
ro y la mercancía m uestra que las relaciones que no contribuye
a la reproducción de la lógica del capital p u eden estar íntim;
m e n te entrelazadas con las relaciones que sí lo hacen. El capita
dice Marx, ha de destruir aquel g r u p o de relaciones en cuanto fo
m as independientes y someterlas a sí m ism o (utilizando, si es nv
cesario, la violencia, esto es, el poder del Estado):

«[El capital] encuentra en un principio la m ercancía ya exi'


tiendo, pero no como su propio producto, y, de la m ism a maní
ra, encuentra la circulación de m oneda, pero no como elemei
to de su propia reproducción. [...] Pero am b o s deben p rim er
ser destruidos como formas independientes y deben subord
narse al capital industrial. Se em plea la violencia (el Estadc
contra el capital que produce interés m ediante una reducció
forzosa de las tasas de interés».62

De este modo, Marx introduce en el espacio íntim o del capit;


u n elemento de honda ineertidumbre. El capital debe encontrai
se en la reproducción de su propio proceso vital con relaciones qu
le presentan posibilidades dobles. Tales relaciones pueden resulta
decisivas para la auto rreprod ucción del capital y, sin embarge
ta m b ié n pueden estar orientadas a estru c tu ra s q ue no c o n trib i
yan a tal reproducción. Así pues, las Historias 2 no son pasade
separados del capital; son inherentes a él y, sin em bargo, in te rru n
pen y puntúan el curso de la lógica del mismo.
La Historia 1, según Marx, debe som eter o d estru ir las múlt
pies posibilidades que pertenecen a la Historia 2. N ada garantiz;

102
sin em bargo, que la subordinación de las H istorias 2 a la lógica del
capital sea com pleta. Ciertam ente, M arx caracterizó la sociedad
b u rg u e sa co m o u n «desarrollo contradictorio»: «relaciones perte­
necientes a form as de sociedad anteriores apa rec en en ella sólo de
m a n e ra en teram en te atrofiada o incluso disfrazadas». Pero, al m is­
m o tiem po, caracterizó algunos de estos «vestigios» de «formas de
s o cied ad pasadas» co m o «aún no co n q u istad o s» , s e ñ a la n d o m e ­
d ian te esta m etáfora de conq u ista q ue el espacio de «superviven­
cia» de lo que parece pre o n o capitalista po d ría ser el espacio de
u n a lucha con tin u a.63 Hay, desde luego, cierto grado de am b igü e­
d a d sem ántica y un equívoco relativo al tiem po en este fragmento
de Marx. Las palabras «aún no conquistados», ¿se refieren a algo
que «todavía no ha sido conquistado» o a algo que es en principio
«inconquistable»?
H em os de m a n te n e m o s alerta ante ciertas am b ig ü ed a d es de la
pro sa de M arx o, incluso, h a c e r buen u so de las m ism as. A p rim e­
ra vista, d a la im presión de que M arx ofrece u n a lectura histori-
cista, u na versión de lo que d en o m in é «relato de transición» en el
capítulo anterior. Sus categorías «no capitalista» o «no trabajador»,
p o r ejemplo, parecen p erten ecer de p lan o al proceso del devenir
del capital, a u n a fase en que éste «aún no se halla en el ser, sino
tan sólo en el devenir».6'4 Adviértase, sin em bargo, la am b ig üed ad
de esta frase; ¿a qué tipo de espacio tem poral señala este «aún no»?
Si se interpreta «aún no» co m o parte del léxico del historiador, se
sigue el historicism o. Nos c o n d u c e a la idea de la h isto ria com o
sala de espera, un periodo necesario p a ra la transición al capita­
lismo en todo m om ento y lugar concretos. Éste es el periodo al que,
co m o he m encionado, se suele relegar al tercer m und o.
Pero el propio Marx nos previene c o n tra las concepciones del
capital que pon en el acento en lo histórico a expensas de lo estruc­
tural o lo filosófico. Las b arrera s al capital, nos recuerda, son «su­
p erad as co nstan te m e n te pero [son] colocadas tam b ién c o n stan te­
m ente».65 Parece que el «aún no» es lo que hace que el capital siga
avanzando. Añadiré m ás com enta rios en el capítulo final en to m o
a las m a n e ra s no historicistas de c o n c eb ir la e s tru c tu ra del «aún
no». Por el m om ento, perm ítase m e s eñ a la r que el p ropio Marx
nos au toriza á entender la expresión «aún no» de m o d o decons-
tructivo, c o m o referencia a u n proceso de a p laz am ien to in h ere n ­
te al propio ser (esto es, a su lógica) del capital. El «devenir», la
cuestión del pasado del capital, no tiene que concebirse com o u n

103
proceso externo y previo a su «ser». Si describim os el «deveni
com o el pasado postulado por la propia categoría de «capital», h
cem os q u e el «ser» sea lógicamente an terio r al «devenir». E n otr.
palabras, la Historia 1 y la Historia 2, consid eradas conjúntam e
te, destruyen la habitual distinción topològica de exterior e interii
que m a rc a los debates sobre si se puede decir que el m und o ent
ro ha caído bajo el dominio del capitalismo. La diferencia, en es
concepción, no es algo extemo al capital. Tampoco es algo subsi
mido en él. Convive en relaciones íntim as y plurales con el caj
tal, vínculos que van desde la oposición a la neutralidad.
Sugiero que ésta es la posibilidad que las ideas de Marx, pot
desarrolladas, sobre la Historia 2 nos incitan a considerar. La Hi
toria 2 no suscribe un programa de escritura de historias que sea
alternativas a los relatos del capital. Es decir, las Historias 2 no con
tituyen un Otro dialéctico de la lógica necesaria de la Historia .
Ello supondría subsumir la Historia 2 en la H istoria 1. Resulta m í
útil ver en la Historia 2 una categoría cuya función es interrumpí
co nstantem ente los impulsos totalizadores de la Historia 1.
Perm ítasem e ilustrar este punto con u na fábula lógica en toi
no a la categoría de «capacidad de trabajo». Im ag inem os la en
carnación de la capacidad de trabajo, el trab a jad o r o trabajadori
cruzando la puerta de la fábrica todas las m añ an a s a las ocho y sa
liendo todas las tardes a las cinco, después de h ab e r entregado su
hab ituales ocho horas diarias al servicio del capitalista (con un.
hora de descanso para comer). El con trato legal -el contrato sa
larial- rige y define esas horas. Ahora, según mi exposición de la
Historias 1 y 2, cabe decir que ese obrero u obrera lleva consigo
cada m añ ana, prácticas que encarnan esos dos tipos de pasado, 1;
Historia 1 y la Historia 2. La Historia 1 es el pasado inherente ;
la estructura del ser del capital. Es un hecho que el obrero u obre
ra en la fábrica representa una separación histórica entre su capa
cidad de trabajo y las herramientas de producción necesarias (que
ahora pertenecen al capitalista), m ostrando así que él o ella en c a r­
na una historia que ha realizado esta precondición lógica del c a ­
pital. Ese trabajador, por lo tanto, no representa negación alguna de
la historia universal del capital. Todo lo que he dicho sobre el «tra­
bajo abstracto» se le puede aplicar.
M ientras cruza la p uerta de la fábrica, sin em b arg o, mi t r a ­
b ajad o r im aginario tam bién representa o tro s géneros de pasado.
Puede que tales pasados, agrupados en m i análisis com o Historia 2,

104
estén bajo el d om inio institucional de la lógica del capital y que
e x istan en re laciones de p ro x im id a d con la m is m a , p ero que al
m ism o tiem po no pertenezcan al «proceso vital» del capital. Per­
m ite n al p o rtad o r h u m an o de c a p acid ad de trab a jo llevar a cabo
otro s m o dos de ser en el m undo, es decir, a d e m á s de ser portador
de capacidad de trabajo. No podem os albergar la esperanza de con­
seguir alguna vez u n a descripción com pleta o plena de tales pasa­
dos. Se e n c a m a n en parte en los h ábitos corporales de la persona,
en prácticas colectivas inconscientes, en sus reflexiones sobre lo
q ue significa'relacionarse con los objetos del m u n d o en tanto ser
h u m a n o y con el conjunto de los otro s seres h u m a n o s en el entor­
n o que le ha sido dado. N ada de ello se alin e a a u to m á tic a m e n te
co n la lógica del capital.
El proceso disciplinario en la fábrica prete n d e, en parte, con­
segu ir el som etim iento-destrucción de la H isto ria 2. El capital, la
ab s tra c ta categoría de Marx, le dice al obrero: «Quiero reducirte a
p u ro trabajo vivo -e nerg ía m u s c u la r m ás c o n c ie n c ia - las ocho ho­
ras d u ra n te las cuales he co m p ra d o tu c a p acid ad de trabajo. Quie­
ro llevar a cabo u n a separación en tre tu p ersonalidad (es decir, las
historias personales y colectivas que e n c a m a s ) y tu voluntad (que
es u n a c a ra c te rís tic a de la c o n c ie n c ia p u ra ). Mi m a q u i n a r ia y el
s is te m a de d isciplina se e n c a rg a n de a s e g u r a r q u e esto suceda.
C u an d o trabajes con la m a q u in a ria que re p re se n ta el trabajo o b ­
jetivado, quiero que seas trabajo vivo, un h az de m úsculos y ner­
vios y conciencia, pero desprovisto de toda m e m o ria excepto la re­
lativa a las d e stre zas precisas p a r a el trabajo» . «La m a q u in a r ia
exige», com o lo expresó H o rk h e im e r en su fa m o sa crítica de la r a ­
zó n in stru m en tal, «el tipo de m e n ta lid a d q u e se c o n c e n tra en el
p resen te y puede prescindir de la m e m o ria y las divagaciones de
la im aginación.»66 E n la m ed id a en q ue tan to los pasados distan­
tes co m o los inm ediatos del o b re ro -in c lu y e n d o el trabajo de sin­
d icación y c iu d a d a n ía - lo p re p a ra n para s e r la figura postulada
p o r el capital ¿orno su propia con d ició n y co ntradicción , tales p a ­
s a d o s efectiv am en te co n s titu y e n la H is to ria 1. P ero la idea de la
H istoria 2 sugiere que hasta en el espacio, a b stra c to y ab stra y en ­
te, de la fábrica que el capital crea, se d a r á n m o d o s de s e r h u m a ­
no que no se presten a la re p ro d u c c ió n de la lógica del capital.
S ería un e rro r p en sar en la H isto ria 2 (o las H istorias 2) como
nec esaria m e n te precapitalista o feudal o, incluso, intrínsecam ente
incom patible con el capital. Si ése fuera el caso, sería imposible que

105
los h u m a n o s se sintiesen a gusto -q u e h a b i t a s e n - en el dominii
del capital, no habría espacio para el disfrute, el ju eg o del deseo
ni la seducción de la mercancía.67 El capital, en ese caso, sería ver
d ad eram en te un ejemplo de falta de libertad total y absoluta. L;
idea de la Historia 2 nos permite dejar espacio, en el propio aná
lisis de Marx del capital, para la política de la perten encia y la di
versidad hum anas. Nos proporciona una base sobre la cual apoya
nuestras ideas acerca de las múltiples formas de ser h u m a n o y di
la relación de las mismas con la lógica global del capital. Pero e
propio Marx no reflexiona sobre esta cuestión, si bien su método
si mi argum entación es válida, nos perm ite reconocerla. Hay un;
zona oscura, a mi parecer, en su método: el p ro blem a del estatu
de la categoría de «valor de uso» en sus reflexiones sobre el valor."
P erm ítasem e explicarlo.
Consideremos, por ejemplo, el pasaje en Elem entos fitndam en
tales para la crítica de la economía política en el q u e Marx se ocu
pa, au nqu e brevemente, de la diferencia entre h a c e r u n piano _\
tocarlo. Debido a su compromiso con la idea de «trabajo produc
tivo», Marx juzga necesario teorizar el trabajo del constru c to r de
piano sobre la base de su contribución a la creación de valor. Pen
¿qué sucede con el trabajo del pianista? P ara Marx, pertenece a 1;
categoría de «trabajo improductivo» que tomó (y desarrolló) di
sus predecesores en la ecopom ía política.69 Leam os el pasaje re
levante:-

«Qué es trabajo productivo y qué no, un pu nto disputado has


ta el cansancio desde que Adam S m ith hizo esta distinción,
debe q u e d a r claro a partir de la dirección de diversos aspee
tos del capital mismo. Trabajo productivo es ún icam e n te aque
que produce capital. ¿No es absurdo, pregunta p o r ejemplo e
señor Sénior [...] que el fabricante de pianos d eba ser u n tra­
bajador productivo, pero no así el pianista, a u n q u e sin pianista
el piano sería un sinsentido? Pero ése es ex actam ente el caso
El fabricante de pianos reproduce capital; el p ian ista cam bk'
su trabajo solamente por una paga. Pero el p ian ista produce
m úsica y satisface nuestro sentido m usical, ¿no produce, en
toncés, en cierta m anera? Lo hace, en efecto: su trabajo p r o ­
duce algo, pero no por ello es trabajo productivo en sentido eco-
nómico, del mismo m odo que no es productivo el trabajo del
orate que produce fantasmagorías».70

106
Éste es el p u n to en que en m ayor m e d id a se acerca Marx a una
intuición heideggeriana sob re los seres h u m a n o s y su relación con
los útiles. Reconoce que nuestro sentido m u sical se halla satisfe­
cho con la m úsica que el pianista produce. Incluso avanza un paso
m á s al decir que, de hecho - y «en cierta m a n e r a » -, la m úsica del
pianista tam bién «produce» ese sentido. E n o tras palabras, en la
relación íntim a y m u tu a m e n te productiva e n tre el p ro p io sentido
m usical y formas particulares de m ú sica se c a p tu r a la cuestión de
la diferencia histórica, de los m odos en que la H isto ria 1 siempre
es m odificada p or las Historias 2. No todos tenem os el m ism o sen­
tido musical. Es más, tal sentido suele d esarro llarse sin que noso­
tros m ism os lo sepamos. Esa relación histórica pero n o deliberada
entre una m úsica y el sentido musical que h a ayudado a «producir»
- n o me gusta la prioridad a s u m id a de la m ú s ic a so b re el sentido,
p ero c o n tin u e m o s - es co m o la re la ció n e n tr e los seres h u m an o s
y los útiles que Heidegger d e n o m in a «ser a la m ano»: las relacio­
nes cotidianas, prean alíticas, no o b je tiv a d o ra s que establecem o s
con los útiles, relaciones fun da m e ntales p a r a el p roceso de hacer
u n m u n d o a partir de esta tierra. E sta relació n correspo ndería a
la H istoria 2. Heidegger n o m in im iz a la i m p o r t a n c i a de las re la­
ciones objetivadoras (la H is to ria 1 e n c a ja r ía aq u í) -l l a m a d a s en
la p ro s a de su tra d u c to r «ser-ante-los-ojos»-, pero e n u n m arc o
de com prensió n p rop iam e n te heideggeriano, ta n to el ser-ante-los-
ojos com o el ser a la m an o conservan su im portancia; u h o no gana
prim acía epistemológica so bre el o tro .71 La H istoria 2 no puede
negarse a sí m ism a den tro de la H istoria 1.
Pero veamos lo que o cu rre en el pasaje citado. M arx reconoce
y a la vez deja de lado debido a su irrelevancia la actividad que p ro ­
duce música. Para sus propósitos, no es m á s q ue «el trabajo del
orate que produce fantasm agorías». Sin em bargo , tal analogía e n ­
tre la m úsica y la fa n ta s m a g o ría del o ra te es p e rn ic io sa . Lo que
o c u lta a la vista es lo q ue el p ro p io M arx nos ha a y u d a d o a ver:
las historias que el capital, en todas p a rte s - in c lu id o O ccidente-,
e n c u e n tra co m o a n te c e d e n te s suyos, las cu a le s no p e rte n e c e n a
su proceso vital. La m ú sica puede fo r m a r p a r te de tales historias
pese a su posterior m ercantilización p o rq u e fo rm a p a rte de los m e ­
dios gracias a los que h ac em o s nu estros «m undos» a p a r tir de esta
tierra. El «orate», cabría afirm ar com o contraste, es «pobre de m u n ­
dos». Saca a la luz con g ra n fuerza el p ro b le m a de la perten encia

107
h u m an a. La triste figura de las personas sin techo, a m enud o en­
fermas mentales, de las calles de las ciudades estadounidenses, per­
sonas desastradas y solitarias que e m p u ja n hacia n in g u n a parte
carros llenos de surtidos azarosos de objetos rotos e inservibles,
¿no r e tr a t a n dram áticam en te, esas p erso nas y sus s u p u e s ta s p o ­
sesiones, la crisis de la pertenencia óntica a la que el «orate» del
capitalism o tardío está abocado? La analogía que establece Mane
entre el trabajo de un pianista y el de la producción de las fantas­
m agorías de un orate m uestra cómo la cuestión de la Historia 2
aparece de m odo pasajero en su análisis del capital. Se aleja de sus
pensam ientos casi en cuanto se revela.
Si mi argum entación es correcta, re sultará im p o rta n te reco­
nocer en la explicación histórica cierta in d eterm in ación que aho ­
ra po dem os ver en las palabras de Thom pson citadas al com ien­
zo de este capítulo: «Sin disciplina tem poral no p o d ríam o s tener
la infatigable energía del hom bre industrial; y esta disciplina, ven­
ga en form a de metodismo, estalinismo o nacionalism o, llegará al
m u n d o en desarrollo». Si toda historia em pírica del m o d o capita­
lista de producción es la Historia 1 modificada, de m an eras múlti­
ples y no necesariamente documentables, por las H istorias 2, una
cuestión fundamental en to m o al capital habrá de p erm a nece r his­
tóricam ente indecidible. Incluso si las predicciones de T hom pson
se cum pliesen, y un lugar como la India repen tin a e in esp erad a­
m en te se jactase de c o n ta r con seres h u m a n o s ta n reacios a la
«pereza» com o son, supuestamente, quienes profesan la ética pro­
testante, seguiríamos sin ser capaces de decidir u n a cuestión sin
albergar d u da alguna. Nunca sabríamos con certeza si esta condi­
ción se había producido porque la disciplina tem poral d o cum en­
tada p or Thompson es una característica g en u in am e n te universal
y funcional del capital, o si el capitalismo mundial representó una
globalización forzada de un fragmento p a rtic u la r de la historia
europea en el que la ética protestante se convirtió en un valor. El
triunfo de la ética protestante, por m ás global que fuese, no sería
ciertam ente el triunfo de un universal. La cuestión de si los requi­
sitos aparentem ente generales y funcionales del capital represen­
tan compromisos específicamente europeos entre la Historia 1 y las
Historias 2 es, más allá de cierto punto, u n a cuestión indecidible.
El tema de la «eficiencia» y de la «pereza» constituye u n buen ejem­
plo. Sabemos, por ejemplo, que ni siquiera después de años de coer­
ción estalinista, nacionalista y del libre mercado, h em os consegui­

108
do lib e ra r al m u n d o capitalista del te m a o m n ip re s e n te de la «pe­
reza». H a seguido constituyendo u n a ac u sación dirigida siem pre
a uno u otro grupo, desde el com ienzo m ism o de la form a p a rtic u ­
lar que el capital adoptó en E u ro p a occidental.72
N inguna form a histórica del capital, p o r m ás global que sea
su alcance, p u ed e ser n u n ca un universal. N ing ún capital global
(ni siquiera local, en realidad) p u ed e re p re s e n ta r n u n c a la lógica
universal del capital, pues toda fo rm a histó ricam en te disponible
del capital es u n com pro m iso provisional c o m p u esto p o r la H is­
toria 1 m odificada po r las Historias 2 de alguien. Lo universal, en
ese caso, sólo puede existir en tan to que p o s e e d o r de u n lugar, l u ­
g ar que siem pre es u s u rp a d o p o r u n p a r tic u la r histórico que p r e ­
tende p re sen tarse com o lo universal. Esto no significa que haya
que re n u n c ia r a los universales con sa g rad o s en el ra cio n alism o o
el h u m an ism o posilustrados. La crítica in m an en te del capital efec­
tu a d a p o r M arx fue posible p re c is a m e n te p o r las ca ra c te rís tic a s
universales que advirtió en la propia categoría de «capital». Sin esa
interpretación, sólo cabe realizar críticas p a rtic u la res del capital.
Pero u n a crítica particular, p o r definición, no pu ede s e r u na c r í­
tica del «capital», pues tal crítica no pod ría to m a r c o m o objeto al
«capital». E n te n d e r la categoría de «capital» sup o n e e n te n d e r su
constitución universal. Mi lectura de Marx de ninguna m an era o b ­
via esa necesidad de co m prom iso con el universal. Lo que he p r o ­
c u ra d o h a c e r es ofrecer u n a lectura en la cual la m is m a c a te g o ­
ría de «capital» se convierta en un espacio en que ta n to la historia
universal del capital co m o la política de la p e rte n e n c ia h u m a n a
tengan la posibilidad de in te rru m p ir m u tu a m e n te sus respectivos
relatos.
El capitál es u n a categoría histórico-filosófica, esto es, la d ife­
rencia histórica no es externa, sino esencial en ella. S u s historias
son la Historia 1 esencial pero irregularm ente m odificada p o r H is­
torias 2, m ás n um erosas pero m enos fuertes. Las historias del c a ­
pital, en este sentido, no p u eden evitar la política de las diversas
m aneras de ser hum ano. El capital a p o rta a toda h isto ria algunos
de los tem as universales de la Ilustración eu ro p ea pero, som etid o
a ex am en, lo universal re su lta se r p o s e e d o r d e un e s p a c io vacío
cuyo borroso contorno se vuelve a p e n as visible sólo c u a n d o un r e ­
presentante, un particular, u s u rp a su posición, en un gesto de pre-
tenciosidad y dom inio. Y, a mi parecer, ésa es la política, in fatiga­
ble e ineludible, de la diferencia histórica a la q ue el cap ital global

109
nos remite. Al mismo tiempo, la lucha por colocar en el lugar, siem­
pre vacío, de la Historia 1 otras historias con las que tratam os de
m odificar y dom esticar esa vacía historia universal postulada por
la lógica del capital, trae atisbos, a su vez, de esa historia univer­
sal a nuestras prácticas vitales diversas.
El proceso resultante es lo que los historiadores suelen descri­
bir com o la «transición al capitalismo». Esa transición es también
un proceso de traducción de diversos m undos vitales y horizontes
conceptuales propios del ser hu m ano a las categorías del pensa­
m iento ilustrado inherentes a la lógica del capital. P ensar la histo­
ria de la India en función de categorías marxistas su pon e tra d u ­
cir a tales categorías los archivos existentes del pensam ien to y de
las prácticas relativas a las relaciones h u m a n a s en el subcontinen-
te; pero tam b ién com porta modificar estos pensam ientos y prácti­
cas con el auxilio de aquellas categorías. La política de la traduc­
ción im plicada en este proceso funciona en am bas direcciones. La
traducción hace posible la emergencia del lenguaje universal de
las ciencias sociales. Pero, de igual modo, debe posibilitar el pro­
yecto de acercam iento a las categorías de las ciencias sociales des­
de am bos lados del proceso de traducción, a fin de dejar espacio
a dos géneros de historia. Uno está com puesto p o r historias analí­
ticas que, m ediante las categorías de abstracción del capital, tien­
den finalmente a hacer que todos los lugares sean intercam biables
entre sí. La Historia 1 es eso, historia analítica. Pero la noción de
la Historia 2 nos señala relatos más afectivos de la pertenencia h u ­
m an a en los que las formas de vida, a u n q u e p erm eables entre sí,
no parecen intercambiables mediante un tercer térm ino de equi­
valencia tal como el trabajo abstracto. La traducción-transición al
capitalism o en el modo de la Historia 1 implica el funcionam iento
de tres términos, de los cuales el tercero expresa la m edida de equi­
valencia que posibilita el intercambio generalizado. Pero explorar
esta traducción-transición en el registro de la Historia 2 supone
concebir tal traducción como una transacción entre dos categorías
sin que otra tercera categoría se interponga. La traducción aquí
es m ás u n trueque que un proceso de intercam bio generalizado.
Hemos de'p en sar en los términos de am b os m odos de traducción
sim ultáneam ente, pues juntos constituyen la condición de posibi­
lidad de la globalización del capital a través de las historias diver­
sas, perm eables y contradictorias de la pertenencia h u m ana. Pero
la globalización del capital no es lo m ism o que la universalización

110
del capital. La globalización no significa que qu e la Historia
H is to ria 1, la ló-ló ­
gica universal y nnecesaria
ecesaria del capital tan esencial en la crítica.decrítica.d e
Marx, se haya realizado. Lo que interrumpeinterru m p e y aplaza la autorrea-
lización del capital son las diversas Historias 2 que siempre siem p re mo- m o­
difican
difica n la Historia
H isto ria 1, colocando
co lo c a n d o así los cimientos
cim ie n to s ppara
a r a defender
d e fe n d e r
la diferencia histórica.

111
3
La traducción de los m undos de la vida
al trabajo y a la historia

E n v e r d a d , el h i s t o r i a d o r n u n c a p u e d e e s ­
q u i v a r la c u e s t i ó n del t i e m p o en la h is to r i a :
el t i e m p o se a d h i e r e a su p e n s a m i e n t o c o m o
la ti e rra a la p a la d e u n j a r d i n e r o .

F e rn a n d B raudel

La re p re se n ta c ió n vu lg ar del tiem p o c o m o
c o n t i n u o p r e c i s o y h o m o g é n e o h a [...] d i l u i ­
d o el c o n c e p t o m a r x i s t a d e la h is to ria ,

G io r g i o A g a m b e n

U na disciplina secular com o la historia se en fren ta a ciertos


p rob lem as cuando debe ocuparse de prácticas en las que dioses,
espíritus o lo sobrenatural tienen agencia en el m undo. Mis ejem ­
plos principales se relacionan con la historia del trabajo en Asia
m eridional. El trabajo, la actividad de producción, pocas veces re­
sulta u n a actividad completamente secular en la India; a m enudo
e n tra ñ a la invocación de la presencia divina o so b re h u m a n a m e ­
diante pequeños y grandes rituales. Las historias seculares suelen
redactarse obviando los signos de tales presencias. Dichas histo­
rias representan la confluencia de dos sistem as de pensamiento,
u n o e n q u e el m u ndo se halla finalm ente, es decir, en el análisis
final, desencantado, y otro en que los hum an o s no son los únicos
agentes significativos. Para el propósito de escribir historia, el pri­
m er sistema, el secular, traduce el segundo a su propio lenguaje.
Esa traducción, sus métodos y p roblem as, es lo que me interesa
aquí co m o parte de un esfuerzo m ás am plio po r situ a r la cuestión
de la h is to ria su baltern a den tro de u n a critica poscolonial de la
m o d ern id a d y de la propia historia.
Tal crítica ha de surgir de u n dilema: escribir historia subalter­
na, esto es, docum entar la resistencia a la opresión y la explota­
ción, debe integrarse en un esfuerzo de m ayor alcance por lograr
que el m u n d o sea socialmente m ás justo. Apartar los estudios su-

112
b a lte rn o s del ag u d o sen tid o de ju sticia social q u e dio origen al
p roy ecto violaría el esp íritu q ue otorg a a este m is m o p roy ecto su
sentido de c o m p ro m iso y su energía intelectual. De hecho, cabría
afirm a r que ello violaría la historia de la p ro sa realista en la India,
dado que puede alegarse legítim am ente que la a d m in istració n de
justicia p o r parte de las instituciones m oderna s exige que conci­
bam os el m u n d o m ed iante los lenguajes de las ciencias sociales,
es decir, com o desencantado.

E l tiem po de la historia

El tiem po de la p ro p ia historia carece de dios, es continuo y,


p ara seguir a Benjam ín, vacío y hom ogéneo. Con esto quiero decir
que al em p lear la conciencia histórica m o d e rn a (tan to en los es­
critos académ icos c o m o fuera de ellos), p e n sa m o s en u n m undo
que, en la descripción de Weber, ya está desen can tad o . Los dioses,
los e s p íritu s y o tras fuerzas «sobrenaturales» no e s tá n en c o n d i­
ciones de exigir age n cia alg una en n u estro s relatos. Además, este
tiem po está vacío p o rq u e funciona com o u n saco sin fondo: cual­
quier ca n tid a d de acontecim ientos p uede colocarse e n su interior;
y es hom o gén eo p o rq u e no le afecta n ing ún ac o n tecim iento p a r­
ticular; su existencia es independiente de tales acontecim ientos y
en cierto sentido los precede. Los acontecim ientos su ce d en en el
tiem po p ero éste no es afectado p o r ellos. El tiem po de la historia
h u m a n a -c o m o c u a lq u ie r libro de divulgación so bre la evolución
de este universo m u e s t r a - se fusiona con el tiem po de la prehisto­
ria, de los cambios evolutivos y geológicos que se re m o n ta n al p rin­
cipio del universo. Es parte de la naturaleza. Esto es lo que per­
mitió a J.B.S. H aldane escribir un libro titulado Everything Has a
History [Todo tiene u n a h istoria ].1De ahí que el tiem p o de la cien­
cia nevvtoniana no sea diferente del tiem po que los historiadores
asu m en au to m á tic a m e n te que p rop orcio na la justificación onto-
lógica de su tarca. Las cosas tal vez se m uevan m ás rá p id o o m ás
despacio en este tiempo; estam os sim plem ente ante el problem a de
la velocidad. Y el tie m p o p u ed e ser cíclico o lineal: las sem an as
integran el tiem po cíclico, los años ingleses se a g r u p a n en ciclos
de cien años, m ientras que la procesión de los añ os constituye u na
línea. Y los historiadores pueden h ab lar ju stific ad am en te de regio­
nes tem porales diferentes: el tiem po dom éstico, el tiem p o laboral,

113
el tiempo del estado, entre otros. Pero todos esos tiempos, ya sean
cíclicos o lineales, rápidos o lentos, no son tratados n o rm alm en ­
te com o parte de un sistema de convenciones, u n código cultural
de representación, sino como algo más objetivo, algo que perte­
nece a la propia «naturaleza». Esta división naturaleza-cultura se
torna evidente cuando nos fijamos en los empleos decimonónicos
de la arqueología, por ejemplo, para fechar historias que no sus­
citaban un fácil consenso a la hora de d e te rm in a r su cronología.
No es que los historiadores y los filósofos de la historia des­
conozcan lugares comunes tan extendidos com o la afirmación de
que la conciencia histórica moderna, o en realidad la historia aca­
démica, son géneros de origen reciente (como efectivamente lo
son las concepciones de las ciencias m odernas). Tampoco se han
quedado rezagados en el reconocimiento de los cambios que tales
géneros han experimentado desde sus inicios .2Sin embargo, el n a ­
tu ralism o del tiempo histórico estriba en la creencia de que todo
puede ser historiado. De este modo, a u n q u e el carácter no natural
de la disciplina de la historia se da por sentado, la supuesta apli-
cabilidad universal de su método conlleva la asunción adicional
de que siempre resulta posible situar personas, lugares y objetos en
un a corriente, naturalmente existente y continua, de tiempo histó­
rico .3Así, independientemente de la com prensión de la tem p ora­
lidad de u n a sociedad, un historiador siem pre podrá pro ducir una
línea tem poral para el mundo, en la cual d u ra n te cualquier seg­
m ento tem poral dado, los acontecimientos en las áreas X, Y y Z
puedan nombrarse. Da igual si alguna de tales áreas está habitada
por pueblos como los hawaianos o los hindúes, quienes, según al­
gunos, no tenían un «sentido cronológico de la historia» -e n c u a n ­
to diferente de otras formas de m em oria y de co m p re n sió n de la
h is to ric id a d - antes de la llegada de los eu rop eos. En co n tra de
lo que ellos mismos quizás hayan p ensado y con independencia
de có m o hayan organizado sus recuerdos, el historiador tiene la
capacidad de colocarlos en un tiempo que, cabe suponer, todos he­
m os com p artido, de forma consciente o no. Por consiguiente, la
historia com o código invoca un tiempo natural, hom ogéneo, secu­
lar, de calendario, sin el cual la historia de la evolución-civilización
h u m an a -e s decir, una historia hum ana ú n ic a - no puede contarse.
En otras palabras, el código del calendario secular que enm arca la
explicación histórica conlleva el siguiente postulado: que las p er­
sonas existen en el tiempo histórico, al m arg e n de su cu ltura o de

114
su co n cien cia. P o r ello siem pre es posible d e s c u b rir la «historia»
(pongam os, p o r ejemplo, tras el co n tacto eu ro peo) incluso si uno
no e ra consciente de su existencia en el p asado. Se sup one que la
h istoria existe del m ism o m odo que la Tierra.
Yo p a rto del supuesto de que, p o r el contrario, este tiem po, el
código básico de la historia, no pertenece a la naturaleza, es de­
cir, no es co m p letam ente independiente de los sistem as h u m a n o s
de representación. Representa u n a form ación partic u la r del sujeto
m o d erno . Esto no equivale a afirm a r que tal concepción del tie m ­
po sea falsa o que p ueda ab a n d o n arse a voluntad. Pero está claro
que el tipo de correspondencia que existe en tre n uestros m u n d o s
sensibles y la im agen nevvtoniana del universo, e n tre n u estra ex­
periencia del tiem po secular y el tiem p o de la ñ'sica, se re sq u eb ra­
ja en m u ch o s constructos poseinsteinianos. E n el universo nevvto-
niano, al igual que en la imaginación histórica, los acontecimientos
son m ás o m enos separables de su descripción: lo fáctico se c o n ­
s idera traducible de la m atem ática a la pro sa o en tre idiom as dis­
tintos. Así pues, u n m anual elem ental sob re la física nevvtoniana
p ued e redactarse de principio á fin con el alfabeto y los n u m e r a ­
les bengalíes, em pleando u n m ín im o de signos m atem áticos. Aho­
ra bien, esto no sucede con la ñ'sica poseinstein iana: el lenguaje
se disloca con violencia al tra ta r de tra n s m itir en pro sa la co n c ep ­
ción m atem ática contenida en u n a expresión co m o «espacio c u r ­
vo» (pues, p en sa n d o desde el sen tido c o m ú n , ¿en dónd e existiría
tal espacio si no en el espacio m ismo?). En este caso, cabría decir
que la asunción de traducibilidad no se m an tien e, que co m o m e ­
jo r se aprende la concepción de la física de E instein es m ediante
el lenguaje de su m atem ática, p ues estam o s h ab lan d o de u n u n i­
verso de acontecim ientos en el cual éstos no p u eden separarse de
su descripción. La física m oderna, p od ría decirse, dio el giro lin­
güístico a principios del siglo pasado. La cosm ología poseinstei­
niana, com o lo expresa el físico Paul Davis, es com prensible m a te ­
m áticam en te sólo m ientras no in ten tem o s a d o p ta r u n a «visión de
ojo divino» del universo (o sea, en la m e d id a en q ue u n o no p re ­
ten da totalizar o ver un «todo»). «He crecido a c o s tu m b ra d o al tra ­
to con el extraño y maravilloso m u n d o de la relatividad», escribe
Davis. «Las n o c io n e s de d e f o rm a c io n e s espaciales, d is to rsio n e s
en el tiem p o y el espacio y u n iversos m ú ltip le s se h a n c o n v e rti­
do en utensilios cotidianos de la ex tra ñ a actividad de la física teó­
rica [...]. Creo que la realidad que expone la física m o d ern a es fu n­

115
d a m e n ta lm e n te ajena a la m en te h u m a n a y q u e desafia to d a c a p a ­
cid ad de visualización directa .»4
P ued e que los historiadores que tra b a ja n después del d e n o m i­
n ado giro lingüístico ya no crean que los ac o n te cim ie n to s resul­
tan p le n a m e n te accesibles por m edio del lenguaje, pero los m ás
sensatos e n tre ellos se afanarían po r evitar la locura re cu rrie n d o
a versiones m ás débiles de esta postura. C o m o se expresa en el re ­
ciente libro La verdad sobre la historia, los historiadores, en la es­
tela de la p o sm o d em id ad , trab a jan orien ta d o s hacia u n ideal de
«verdades plausibles», aproxim aciones a los hechos so bre las que
todos p o d a m o s con co rdar incluso después de que se haya p ro b a d o
que el lenguaje y las representaciones sie m p re form an u n a (¿del­
gada?) lá m in a entre nosotros y el m u n d o (del m ism o m o d o que
p o d em o s p rácticam en te desestim ar las a p o rta cio n es de la física
de E in stein o cuántica al efectuar nu estros m ov im ien tos de la vida
diaria). Vale la pen a luchar por el ideal, m á s elevado, de la tradu-
cibilidad entre lenguas diferentes - a s í po r ejemplo, la historia viet­
n am ita al b e n g a lí- incluso au nq ue el lenguaje siem pre frustre el
intento. Ese ideal - u n new tonianism o m o d ificad o - constituye, des­
de la p erspectiva de los autores del texto, la protección del h isto ­
ria d o r frente a.la auténtica locura del d iscurso p o s m o d ern o y del
relativism o cultural sobre la «intraducibilidad», la « in co n m en su ­
rabilidad» y o tros conceptos p o r el estilo .5
A diferencia del m u n d o del físico Paul Davis, p or lo tanto, en
la disciplina de la historia la concepción d e la realidad depen de
de las cap acid ad e s de «la m ente h u m ana», de sus po deres de vi­
sualización. El em pleo del artículo definido -« la m ente h u m a n a n -
resulta fu n d a m e n tal aquí, pues esta realidad asp ira a alc a n z a r un
estatus de tran sparencia respecto de las lenguas h u m a n a s p a r tic u ­
lares, u n ideal de objetividad susten tad o p o r la ciencia new tonia-
na en el cual la traducción entre idiomas diferentes es m ed iad a po r
el propio lenguaje superior de la ciencia. Así, tanto pa ñ i en hindi
com o «agua» en español pueden ser m ed iad o s p or H^O. Huelga
decir que ú n ic a m e n te el lenguaje su p erio r es cap az de apreciar, ya
que no de expresar, las capacidades de «la m e n te h u m an a» . Yo s u ­
geriría q ue la idea de un tiem po sin dios, co n tin u o , vacío y h o m o ­
géneo, q ue la historia com parte con las d e m á s ciencias sociales y
la filosofía política m o derna com o un elem e n to básico, pertenece
a este m odelo de un lenguaje su perior y abarcador. R ep resenta u n a
e s tru c tu ra de generalidad, un a aspiración a lo científico, a r ra ig a ­

116
d a s en los diálogos que d a n p o r s e n ta d a I3 co n c ie n c ia h istó rica
m od ern a . ••
De m a n e r a que la p ro pu esta de intradu cib ilid ad radical p la n ­
tea u n p ro b le m a a las categorías universales q u e sostienen la tarea
del historiador. Pero tam bién se tra ta de u n falso p rob lem a c re a ­
do p o r la natura leza del propio universal, que p retende funcionar
com o u n a construcción general adventicia que m edia entre todos
los p a rtic u la res que haya en juego. El código secular del tiem po
histórico y h u m a n is ta -es decir, u n tiem po despojado de dioses y
es p íritu s - es. uno de esos universales. Las pretensiones de agencia
en n o m b re de lo religioso, lo so b ren atu ral, lo divino y lo fantas­
mal h a n de ser m ediadas p or ese universal. El h isto riad o r de las
ciencias sociales p resu pon e que los contextos explican los dioses
concretos: si todos pudiéram os e n c o n tr a m o s en u n m ism o c o n ­
texto, ten dríam o s los m ism os dioses. Pero tropezam os con un o b s­
táculo. Si bien cabe garantizar la id entidad de nuestras ciencias en
todo el m u n d o , la identidad de n u estro s dioses y espíritus no p o ­
dría p robarse de la m ism a m a n e ra objetiva (pese a las protestas de
los bienintencionados de que to das las religiones h a b la n del m is ­
m o Dios). Así pues, podría decirse que, a u n q u e las ciencias signi­
fican cierto tipo de identidad en n u e s tra c o m p re n sió n del m u n d o
en c u ltu ra s distintas, los dioses significan diferencias (dejando de
lado, p o r el. m om ento, la historia de la conversión, q ue a b o rd aré
brevem ente en u na sección posterior). P or consiguiente, escribir
sobre la presencia de dioses y espíritus en el lenguaje secular de la
historia o la sociología sería co m o tra d u c ir a u n a lengua un iver­
sal aquello que pertenece a u n terren o de diferencias.
La historia del trabajo en Asia m eridional brinda u n ejemplo in ­
teresante de este problema. Las p alab ras «trabajo» o «labor» están
p ro fu n d a m e n te involucradas en la p ro d u c ció n de sociologías u n i ­
versales. El trabajo es u n a de las categorías clave en la concepción
del propio capitalismo. De la m is m a m a n e ra en que concebim os el
capitalism o em ergiendo en toda su erte de contextos, tam bién im a ­
gin a m o s la categoría m o d e rn a «trabajo» o «labor» su rg ien d o en
todo tipo de historias. E sto es lo que posibilita los estudios den tro
del género fam iliar de «historia del trabajo en...». E n este sentido,
el trab a jo o^la lab o r tienen el m ism o estatu s en mi p lantea m iento
del p ro b le m a que H 20 en la relación entre «agua» y pañi. Sin e m ­
bargo, es un hecho que el térm in o m o d e rn o «trabajo», com o todo
histo riad or del trabajo en la India sabe, trad u c e a u n a categoría ge­

117
neral g ra n c a n tid a d de palabras y prácticas con asociaciones di­
vergentes y diferentes. La cuestión se co m plica a ú n m ás p o r el he­
cho de q u e en u n a sociedad com o la india, la actividad h u m a n a
(incluyendo lo q u e se consideraría, desde el p u n to de vista socio­
lógico, trabajo) se asocia a m en ud o con la p resencia y agencia de
dioses y e spíritus en el proceso m ismo del trabajo. El hathiyar puja
o «culto de las herramientas», por ejemplo, es u n festival familiar y
co m ú n en m u c h a s fábricas del norte de la India. ¿Cóm o a b o rd a ­
m os n o so tro s - m e refiero a los narrad o re s de los pasa d o s de las
clases s u b a l t e r n a s de la I n d i a - este p ro b le m a de la p re s e n c ia de
lo divino o lo sob re n atu ral en la historia del trabajo en la m edida
en que p la s m a m o s este m u n d o encantado en n u e s tra p ro s a desen­
cantada, p la sm a c ió n necesaria, hem os de aclarar, em pro de la ju s ­
ticia social? ¿Y cóm o, al realizarlo, logram os que el su b a lte rn o (en
cuya actividad se p resentan dioses o espíritus) siga siendo sujeto
de sus histo rias? Trataré esta cuestión m e d ia n te el e x a m e n de la
o b ra de tres historiadores del proyecto de E stud ios S u balterno s
que h a n p ro d u c id o fragm entos de historias del trabajo en el con­
texto de la «transición capitalista» en la India: Gyan P rakash, Gyan
Pandey y yo m ism o. Confío en que mi exposición co ntribuy a al de­
bate so b re la tarea historiográfica en general.

La traducción de la actividad al «trabajo»

P erm ítasem e com en z ar con un ejemplo de mi propia investiga­


ción en el c a m p o de la historia del trabajo. Considérese la siguien­
te descripción, de los años treinta del siglo xx, de u n a festividad
co ncreta (a ú n b astante co m ú n en la India) q u e su pon e el culto de
la m a q u in a r ia p o r parte de los obreros:

«En alg u n as de las fábricas de yute ce rc a n a s a C alcuta los m e­


cán icos suelen sacrificar cabras en esta épo c a del a ñ o [otoño].
Los m e c á n ic o s erigen un alta r s e p a ra d o [...]. So bre el m ism o,
se c o lo c a n diversas h e r ra m ie n ta s y o t r o s e m b le m a s [...]. Se
q u e m a incienso [...]. H acia la noche, se lava c o n c ie n z u d a m e n ­
te u n m a c h o cabrío [...] y se lo p re p a ra [...] p a ra u n sacrificio
final [...]. Se decapita al an im al de u n solo golpe [...] y se d e ­
po sita su cab eza [...] en el sagrado G a n g e s ».6

118
Esta festividad se celebra en n u m ero sa s localidades del norte
de la India com o u n a fiesta pública p a r a la clase obrera, en u n día
cuyo n o m b re procede del dios ingeniero V ishvakarm a .7¿Cómo in­
terpretarla? Este día se ha convertido en la actualidad en u na fies­
ta pública en la India, de m an era que, evidentemente, ha tenido que
pasar p o r un proceso de negociación entre los empleadores, los tra­
bajadores y el Estado, Cabría tam bién sugerir que, en la medida
en que las ideas de recreo y ocio pertenecen a u n discurso acerca
de lo que hace que el trabajo sea eficiente y productivo, esta fiesta
«religiosa» pertenece al proceso m edian te el cual el trabajo se ges­
tiona y disciplina y, en consecuencia, es parte de la historia del sur­
gim iento del trabajo abstracto en form a de mercancía. La m ism a
naturaleza pública de la fiesta m uestra que se h a inscrito dentro de
u n calendario emergente nacional y secu lar de la producción. Se
podría generar así u n relato secular co ncerniente a toda fiesta re­
ligiosa de la clase obrera, en cualquier sitio. P odríam os con sid erar
bajo esta m ism a luz la Navidad o el festival m u s u lm á n del Id. La
diferencia en tre el puja (culto) de V ishv akarm a y la N avidad o el
Id se explicaría entonces antropológicam ente, es decir, postulando
otro código m aestro -«cultura» o «religión»- constante y universal.
Las diferencias entre las religiones son, por definición, incapaces
de llevar la categoría m aestra «cultura» o «religión» a n ingú n gé­
n ero de crisis. S abem os que tales ca teg orías son p ro blem áticas,
que no todas las personas tienen lo qu e se d e n o m in a «cultura» o
«religión» en los sentidos que estas palabras poseen en inglés, pero
hem os de co n d u c im o s com o si esta lim itación careciese de espe­
cial trascendencia. Así es ex actam ente com o traté este episodio en
mi propio libro. La erupción del puja de Vishvakarma interrum pien­
do el ritm o de la p rod uc ción no c o n stitu ía a m e n a z a alg u n a a mi
m arxism o ni a mi secularismo. Como m u ch o s de mis colegas h is­
toriadores del trabajo, interpretab a el culto a la m a q u in aria - u n
hecho cotidiano de la vida en la India, desde el culto a los taxis y
a las calesas de motor, h asta la veneración de m inibuses y to rn os-
com o u n a «política de seguro» c o n tra accidentes y contingencias.
El hecho de que en la d enom in ada im aginación religiosa (así como
en el lenguaje) la redun dancia -el e n o rm e y, desde u n p u n to de vis­
ta estrictamente funcionalista, innecesariam ente elaborado aparato
de iconografía y rituales- dem ostrase la pobreza de un acercam ien­
to p u ra m e n te funcionalista n u n ca m e d isuadió de mi relato secu­
lar. La p re g u n ta de si los o b re ro s te n ía n o no un a cre e n c ia co n s­

119
ciente o d octrin al en los dioses y los espíritus tam b ién e s ta b a des­
c a m in a d a; después de todo, los dioses son tan reales co m o la ideo­
logía, es decir, es tá n arraigados en las p rá c tic a s .8Lo m ás fre c u e n ­
te es que su presencia se invoque colectivamente m ediante rituales
m ás que p o r creencias conscientes.
La h istoria de la ind ustria textil en el U ttar P radesh colonial
que G y a n e n d ra Pandey exam ina en su libro The C onstruction o f
C o m m u n a lism in Colonial North India [La co n stru c ció n del co-
m u n a lis m o en el norte de la India colonial] nos ofrece o tro ejem ­
plo de esta tensión entre el tiem po secular general de la historia
y los tiem pos singulares de los dioses y los e sp íritu s .9El trabajo
de P an d ey se o c u p a de la h istoria de u n g ru p o de tejed ores m u ­
su lm an es del n o rte de la India llam ados julahas, y constituye u n a
re v isió n im ag in ativ a y radical del este re o tip o de fa n á tic o s re li­
giosos a través del cual fueron percibidos p o r los funcion ario s c o ­
loniales b ritánicos. P andey explica que los ju la h a s d e b ie ro n e n ­
fre n ta rs e a u n d esp laz am ien to ca d a vez m a y o r de su oficio com o
co nsecu encia de las políticas económ icas coloniales de finales del
siglo xix y p rin cip io s del xx, lo cual, a su vez, se v in c u la b a e s ­
t r e c h a m e n t e co n la h isto ria de su s p rá c tic a s c u ltu ra le s en d ich o
periodo. El texto de Pandey, sin em bargo, revela p ro b lem a s de t r a ­
d ucción de m u n d o s de la vida específicos a las categorías socioló­
gicas universales similares a los que se p re sen taro n en m i estudio
sobre el trabajo. Por u na parte, recurre a u n a figura general, la del
tejedor-en-general d urante la industrialización te m p ra n a . Esta fi­
gura subyace a sus gestos com paratista s hacia la historia europea.
La frase que abre el capítulo sobre «Los tejedores» de The M akiug
o f the English Working Class [La formación de la clase o b re ra ingle­
sa] -« L a leyenda de tiem pos mejores ro n d a la historia de los teje­
dores del siglo xix»- y u n a cita generalizadora de Marx e n c u a d ra n
este capítulo de Pandey. «Dada la n atu ra leza de su ocupación», e s ­
cribe Pandey, «los tejedores de todas partes [la cursiva es m ía] c o ­
m ú n m e n te h a n sido dependientes de los presta m istas y otros in­
term e dia rios y vulnerables a la acción de las fuerzas del m ercado,
en especial en la era del avance del ca p ita lis m o ind ustrial.» Unas
pocas páginas después añade: «Ronda la historia de los tejedores
del n o rte de la In d ia del siglo xix, en p a la b r a s de E.P. T h o m p s o n
pro v e n ie n tes de o tro contexto, la leyenda de tiem p o s m e j o r e s ».10
M ás adelante, escribe con u n espíritu th o m p s o n ia n o so b re la «lu­
c h a [de los tejedores] p o r p re se rv a r [...] su esta tu s e c o n ó m ic o y

120
social» y so b re «sus re cu erd o s y el orgullo» que im p u ls a b a n esa
b atalla."
Y p o r o tra parte, la prop ia sensibilidad de Pandey y su agudo
sentido de lá responsabilidad ante las p ru e b a s p resen tan la cues­
tión de la diferencia histórica -y a a p u n ta d a p o r su gesto de asignar
la cita de T h o m p s o n a «otro co n tex to » - de u n m odo tan rotun do
que la postura com p aratista se t o m a problem ática. E n la teoría de
T h o m p so n , la «leyenda de tiem pos m ejores» es to talm e n te sec u ­
lar. Se refiere a u n a «edad de oro» h echa de relatos sobre relacio­
nes «personales y [...] cercanas» entre «pequeños patro n o s y sus
hom bres», sobre «gremios fuertem en te organizados», u n a relativa
prosp e rid ad m aterial y sobre el «apego intenso [de los tejedores]
a los valores de la in d e p e n d e n c ia ».12U na iglesia m e to d is ta en el
pueblo m arcaba, com o m ucho, la d istan cia física y existencial e n ­
tre el telar y Dios, y los tejedores, co m o afirm a Thom pson, a m e ­
n u d o eran críticos con «los curas de la p a r ro q u ia ».13Dios, p or el
contrario, está siem pre presente en la fenom enología del tejido en
el norte de la India tal y com o P andey la expone, y se tra ta de un
dios m u y diferente al de T h om p son . E n efecto, com o lo d em ues­
tra claram ente Pandey, el trabajo y el culto e ran dos actividades
inseparables' p a ra los julahas, tan inseparables, de hecho, que ca­
bría preguntarse si tiene sentido adscribirles la identidad que sólo
en los lenguajes seculares y so lapad os del censo, la ad m in is tra ­
ción y la sociología se convierte en el n o m b re de su «ocupación»:
tejedores.
Como explica Pandey, sus tejedores se llam aban a sí m ism os
n u rb a f o «tejedores de luz». Apoyándose en el estudio de Deepak
M ehta sobre los «tejedores m u s u lm a n e s en dos pueblos del distri­
to de B ara Banki», Pandey advierte «la íntim a conexión entre el tra ­
bajo y el culto en la vida de los tejedores y la crucial im po rtan cia
de su principal texto religioso (o kitab), el M ufid-ul-M om inin, en
la práctica de los mismos». El M ufid-ul-M om inin, a ñ a d e Pandey,
«narra có m o la p ráctica del tejido llegó al m u n d o en su s m ism os
com ienzos» (m e d ia n te u n a versió n del rela to de Adán, H aw w a
[Eva] y Jabril [Gabriel]) y « enum era diecinueve oraciones de s ú ­
plica que h a n de pronunciarse en las diferentes etapas del tejido ».14
D urante la ihiciación de los aprendices, señ ala Pandey, «se re ci­
tan todas las oraciones vinculadas co n el telar [...]. El tejedor jefe,
en cuya c a sa tiene lugar esta iniciación, lee en el kitab todas las
p re g u n ta s de Adán y las re s p u e s ta s d e Jabril d u ra n te los seis p r i ­

121
m e r o s días del mes, en que t a n to el tela r c o m o al karkhana [ t a ­
ller o tela r de trab a jo ] se lim p ia n de m a n e r a ritual». C u a n d o el
telar p a s a de p ad re a hijo, de nuevo «un h o m b re s an to lee un a vez
to d a la conversación entre Adán y J a b r il ».15No se tra ta b a de u n a
re p re s e n ta c ió n de ningún recuerdo de tiem p os pasados, ni de n o s ­
talgia alguna, com o dice Thom pson, a la que ro n d e la «leyenda de
tie m p o s mejores». El M ufld-ul-M oininin no es un libro que haya
llegado hasta los julahas de la actualidad desde u n a an tig üed ad re ­
m o ta. Deepak M ehta le expresó a Pandey su parece r de q ue «bien
p u e d e d a t a r del periodo de la p o s in d ep en d e n cia» . El p ro p io P a n ­
dey es de la o p in ió n de que «es m ás que p ro b a b le que M ufid-ul-
M o m in in llegase a ocupar su posición co m o el "libro” de los tejedo­
res en un m o m e n to bastante reciente - e n c u a lq u ie r caso, no antes
de fines del siglo xix o principios del xx-, pues fue sólo a p a rtir de
esa época c u a n d o el nom bre "M om in” (el fiel) fue re clam ado com o
p ro p io por los tejedores ».16
Así pues, los julahas de Pandey so n efectivam ente sim ilares y
a la vez distintos a los tejedores de T h o m p so n , y es su diferencia
lo q ue nos induce a plantear la p re gun ta de có m o re la ta r la esp e­
cific id a d de su m u n d o de la vida a m e d id a q ue se s u b o r d i n a b a
ca d a vez m ás a los aprem ios glo b alizad o res del capital. ¿E ra su
dios sim ilar al dios m etodista de T h o m pson ? ¿Cómo tra d u c ir uno
a otro ? ¿Podem os hacer pasar esta tra d u c c ió n a través de alguna
idea de u n dios universal y lib rem en te in te rc a m b ia b le , u n icono
de n u e s tro h u m a n is m o ? No pu ed o re s p o n d e r a esa p r e g u n ta d e ­
bido a mi ignorancia -n o tengo un co n o c im ien to íntim o del dios
de los ju la h a s -, pero el estudio de R ic h a rd E a to n so b re el m is ti­
cism o islámico en la región del Decán indio ilum ina lo que ca bría
d e n o m in a r cru d am en te com o las historias no seculares y feno-
m enológicas del trab a jo .17
E a to n cita m anuscritos sufíes de ca ncion es de los siglos xvn,
xviii y de principios del xix que las m ujeres m u s u lm a n a s c a n ta b a n
en el Decán m ientras realizaban tareas co m o hilar, m o ler mijo o
d o r m i r a los niños. Todas revelan, en p alab ras de E aton, «el nexo
ontològico entre Dios, el Profeta, el p ir [m aestro sufi] y [el t r a b a ­
jo ]».18 «Mientras gira el chakki [la m u ela] e n c o n tra m o s a Dios»,
cita E ato n u n a canción de principios del siglo xvm: «m u estra su
vida al girar com o nosotros al respirar». E n ocasiones la divinidad
se invoca m ediante la analogía, co m o en este ejemplo:

122
El asa del chakki se parece a alif, que significa Alá;
y el eje es Mahoma...

Otras veces, la invocación hace del trab a jo corporal y del culto


experiencias ab solu tam en te inseparables, co m o sugiere esta c a n ­
ción que se can ta en la tarea ante la rueca:

C uan do cojas el algodón, debes h ac er zikr-i jali


[zikr: m ención de Dios]
C uando separes el algodón, debes h a c e r zikr-i qalbi,
Y cu a n d o enrolles el hilo debes hac er zikr-i aini.
Z ikr h a de pron unciarse desde el estóm ago p asa n d o
[por el pecho,
Y ser en he brado p o r la garganta.
Los hilos del aliento han de contarse u n o a uno, herm a n a,
H a sta veinticuatro mil.
H az esto día y noche,
Y ofréceselo a tu pir com o regalo .19

Acercarnos m ás a la riqueza im aginativa de esta feno m en olo ­


gía del giro del chakki nos exigiría explorar las diferencias entre los
diversos tipos de zikr m encionados en esta canción e ingresar im a­
gin ativ am ente en el «misticismo» (¡de nuevo, u n n o m b re generali-
zador!) que los envuelve. Pero ¿en qué nos b a s a m o s p a r a asumir,
a n te s de cualquier investigación, que esa presencia divina invoca­
d a a ca d a giro del ch a kki se tra d u c irá d ó cilm en te a u n a historia
s ec u la r del trabajo de m odo que -llevando el arg u m e n to de n u e ­
vo al contexto de los obreros que veneran las h e r ra m ie n ta s - los
seres h u m a n o s agrupados en las industrias m o d e rn a s ap arezcan
c o m o sujetos de un m etarrelato del m arxism o, del socialism o o
incluso de la dem ocracia?
La m onografía de Gyan P rakash sobre la historia de la servi­
d u m b r e p o r deudas en Bihar, en la India colonial, co ntien e un p e ­
n e tra n te exam en de los b h u ts (espíritus), de los cuales se cree que
tienen poderes sob ren aturales so bre los h u m an o s, pese a que no
perte n ece n al p anteón de los dioses. P rak ash d o c u m e n ta cóm o in ­
te rc e d e n esos b h u ts en las relaciones de p ro d u c c ió n agrícola en
Gaya, en particular u na categoría especial de b h u t d en o m in ad a ma-
lik devata (espíritus de los terraten ien tes m uertos). Pero el estudio
de P rakash, al m ism o tiempo, es p arte de u n a conversación ac ad é­

123
mica, com o d ebe ser todo buen trabajo histórico, pues ésa es la con­
dición de su producción. Tal diálogo es p a r te constitutiva del p ro ­
ceso m e d ia n te el cual los libros y las ideas expresan su p ro pio c a ­
rá c te r m ercantilizado; am bos participan e n u n a e c o n o m ía general
de in te rc a m b io posibilitada p or la em erg en cia de ca tegorías ab s ­
tractas, generalizadoras. P or consiguiente, resu lta instructivo ver
có m o los protocolos de esa conversación n ec e s a ria m e n te estru c­
t u r a n el m arc o explicativo de Prakash y de ese m odo ocu ltan algu­
nas de las tensiones de la pluralidad irreductible que estoy p ro c u ­
ra n d o visualizar en la historia del trabajo m ism o. Escribe Prakash:
«En esas im ágenes fantásticas se re co nstruía el p o d er del m alik [el
d u e ñ o de la tierra]. Al igual que el Tío, el diablo al q u e v eneran
los m ineros bolivianos, el m alik rep resen ta b a la d o m in ació n de los
B huin ya s [trabajadores] por parte de los ten-atenientes. P ero m ie n ­
tras que el Tío expresaba la alienación de los m inero s de la p r o d u c ­
ción capitalista, como Michael Taussig a rg u y e con elocuencia, los
m alik devala d e la Gaya colonial reflejaban el p o d er de los p ro p ie ­
tarios sobre los kamiyas, b asado en el c o n tro l de la t i e r r a ».20
Ahora bien, el error de P rakash no es e n ab soluto grosero; su
se n s ib ilid a d a n te la «lógica de la p rá c tic a ritual» re s u lta , de h e ­
cho, ejemplar. S im plem ente me he d e te n id o en este p asaje p a r a
co m p re n d e r las condiciones de intertex tualid ad q ue g o b ie rn a n su
e s t r u c tu r a y p e r m ite n el su rg im ie n to de u n a c o n v e rs a c ió n e n tr e
el es tu d io de P rakash, c e n tra d o en el B i h a r de la I n d ia colonial
y el ensayo de Taussig sobre el trabajo en las m inas de e stañ o b o ­
livianas. ¿Cóm o se unen lo específico y lo general en este juego in-
tertextual, m ien tras intentam os c o m p re n d e r el arte de «separar»
lo que se fusiona dentro del proceso de es ta «convergencia» de h is ­
torias distintas?
La intertextualidad de este pasaje de P rakash se b asa en la afir­
m ación sim u ltán e a de sim ilitud y d e se m e jan za e n tre los m alik d e­
vala y el Tío: adviértase la contradicción e n tre las dos frases, «al
igual que el Tío» y «m ientras que el Tío». Son sim ilares p o r te n e r
u n a relación sim ilar con el «poder»: a m b o s lo «expresan» y lo «re­
flejan». Su diferencia, sin em b arg o, es a b s o r b id a p o r u n a d e s e ­
m ejanza m ás am plia de carác te r teórico-universal e n tr e dos tipo s
diferentes de poder, la p ro d u c ció n c a p ita lis ta y el «con tro l de la
tierra». E m p u jad o hasta el extremo, el p ro p io «poder» h a de e m e r ­
ger a m a n e r a de últim o re cu rso co m o c a te g o ría u n iv e rsa l-so cio -
lógica (com o de hecho sucede en los textos que b u s c a n so cio log ía

124
en F o ucault). P ero tal «diferencia» ya p e rte n e c e a la esfera de lo
general.
Norm alm ente, la condición para el diálogo entre historiadores e
investigadores de las ciencias sociales que tra b a ja n en espacios di­
ferentes es u n a e stru c tu ra de generalidad d e n tro de la cual las es­
p ec ificidad es y las d iferencias se hallan co n te n id a s . R esu lta re­
levante a q u í la d istin c ió n de Paul Veyne e n tr e «especificidad» y
«singularidad». Como afirm a Veyne:

«La h isto ria se interesa p o r ac o n tecim ientos individualizados


[...] pero no es su individualidad lo que le interesa. Trata de com ­
p re n d erlo s, es decir, de h a lla r en ellos u n a especie de gen era­
lidad o, d ich o con m ás precisión, de especificidad. Lo m ism o
o c u r re con la histo ria n atu ra l; su c u r io s id a d es in a g o tab le y
se o cu p a de todas las especies sin d esp reciar n ingu na, pero su
pro p ó sito no consiste en q ue gocem os de su s in g u larid ad a la
m a n e r a de los b estiario s m edievales en los que e n c o n tr a m o s
la d escrip ción de anim ales nobles, bellos, ra ro s o c ru e le s ».*21

E n otras palabras, la concepción m is m a de lo «específico» tal


y com o p re d o m in a en la disciplina de la historia pertenece a la es­
tru c tu ra de u n a generalidad que n ecesaria m e n te im pide nuestra
visión de lo singular. Desde luego, n ad a existe en tan to «singular-
en-sí». La singularidad es cuestión de perspectiva. Es aquello que
se resiste a nu estro em peñ o p o r ver algo c o m o instanciació n p a r­
ticu lar de u n a idea o categoría generales. Filosóficam ente se trata
de un concepto limitador, puesto que el p rop io lenguaje habla en
su m ay o r p arte de lo general. Afrontar lo s in g u lar p o d ría ser u n a
cuestión de ten sar el propio lenguaje; podría, p o r ejemplo, sup o­
n er la consideración del m od o en que el m u n d o , d esp ués de todo,
sigue siendo opaco p ara las generalidades in here ntes al lenguaje.
Aquí, sin em bargo, sigo u n a versión algo m ás débil de la idea. Con
«singular» m e refiero a lo que desafía el im pulso generalizador de
la im aginación sociológica. P ara señalar lo q u e la pu g n a po r ver lo
sin gular pod ría su p o n er en el caso de la esc ritura de la historia,
p o d ríam o s c o m e n z a r desde u na posición en ap a rien cia ab su rd a y

* T o m am o s la versión en español de Paul Veyne, C ómo se escribe la h is­


toria. Foucault revoluciona la historia, trad. de Jo a q u in a Aguilar, Madrid, Alian­
za Editorial, 1984. (N. de los T.)

125
v e r q u é s u c e d e con n u estra co n v e rs a c ió n in te rte x tu a l si in verti­
m o s las proposiciones de Prakash (y Taussig) afirm a n d o , primero,
qu e la «alienación de los mineros [bolivianos] de la producción
capitalista» expresaba el espíritu del Tío y, en s e g u n d o lugar, que
«el p o d e r del terrateniente sobre los ka m iy a s [de B ihari] "refleja­
b a ” el p o d e r de los malik devata. El d iálogo languidece. ¿Por qué?
P o rq u e desconocem os la relación en tre los m alik devata y el Tío.
N o p erte n ece n a estructuras de generalidades, ni h ay n in g u n a ga­
r a n tía de q ue exista una relación en tre ellos sin la m ed iac ió n del
lenguaje d é l a s ciencias sociales. E ntre la " p rodu cción capitalista"
y "el p o d e r del terrateniente”, sin em barg o, el vínculo es conocido
- o al m enos creem os conocerlo- gracias a todos los g ra n d es relatos
de tr a n s ic ió n del precapital al capital. L a re la c ió n s ie m p re está,
c o m o m ín im o , im plícita en nuestra s sociologías, las cuales per-
m e a n el lenguaje m ismo de la escritura de las ciencias sociales».

Dos m odelos de traducción

P e rm íta s e m e a c la rar que la irascible M e d u s a del relativism o


c u ltu ra l no es tá alzando su d eform e c a b e z a en este p u n t o de mi
exposición. Dejar espacio a la pluralidad, re p re s e n ta d a p o r la p lu ­
ralidad de los dioses, supone pensar d esde las singularidades. Pen­
s a r desde las singularidades, sin em b a rg o - y esto d e b o recalcarlo
p u esto que hoy en día m uchos estudiosos se inclinan a ver provin­
cianism o , esencialismo o relativismo cu ltu ra l en to da afirm ación
de diferencia no occidental- no implica o p o n e rs e a la dem o strab le
y d o c u m e n ta b le p erm eabilid ad de c u l t u r a s y lenguajes. Supo ne,
de hecho, a p e la r a modelos de tra d u c c ió n e n tre c u l t u r a s y entre
categorías q u e no dan po r supuesto u n té rm in o m ed io universal.
El hindi p a ñ i p uede traducirse al e s p a ñ o l c o m o «agua» sin ten er
que recurrir al carácter positivista s u p e rio r de H 20 . E n esto, al m e­
nos en la India, pero tal vez en otros sitios tam bién , te n em o s algo
q u e a p r e n d e r de algunos ejemplos no m o d e rn o s de tra d u c c ió n e n ­
tre categorías.
El siguiente ejemplo procede de u n a tr a d u c c ió n d e dioses h in ­
d úes a expresiones de la divinidad islám ic a q u e e n c o n tr a m o s en
u n texto religioso bengalí del siglo xv m d e n o m in a d o Shunya-pu-
ran. (El d o cu m en to pertenece a la «historia de la conversión» al is­
lam en Bengala.) Este texto contiene u n a descripción, bien co n o ­

126
cida p o r los estudiantes de literatura bengalí, de la ira islámica que
se a b a te sobre un g ru p o de b ra h m a n e s opresores. Com o parte del
re tra to se ofrece la siguiente n arrac ió n de u n in terc am b io de id en­
tid ades entre deidades hindúes individuales y sus equivalentes is­
lám icos. Lo que resulta aquí de interés es la m a n e r a en que opera
esta traducción de divinidades:

«Dharm a, que residía en B aikuntha, se afligió al ver todo esto


[la m ala co ndu cta de los brahm anes]. Vino al m u n d o como m a ­
h o m e t a n o [...] [y] fue llam ado K hoda... B r a h m a se encarnó
co m o M ahom a, Vishnu com o P a ig a m b a r y Civa se convirtió en
A d a m fa (Adán). G anesa vino c o m o Gazi, K a rtik a com o Kazi,
N a r a d a se co nvirtió en Sekha e In d r a en M o u lan a. Los Risis
del cielo se to rn a ro n Faquires. [...] La diosa Chandi se en c a r­
nó en H aya Bibi [la esposa del h o m b re original] y Padm avati
se convirtió en Bibi N ur [N ur = lu z ]».22

El reciente estudio de Eaton sob re el islam en Bengala p ro ­


p o rc io n a m uch os otros ejemplos sim ilares de tradu ccio nes de dio­
ses. C onsiderem os el caso de u n a inscripción bilingüe en árabe y
sánsc rito de u n a m ezquita del siglo xm en la costa de Gujarat que
E a to n m e n c io n a en su exposición. La p arte á r a b e de la in scrip ­
ción, fechada en 1264, «se refiere a la deidad v e n e rad a en el te m ­
plo co m o Alá», m ientras que, en palabras de E aton, «el texto s án s­
crito de la m ism a inscripción m en cio n a al dios su p re m o con los
n o m b re s de Visvanatha ("señor del universo”), S u n y a ru p a ("aquel
cuya form a es la del vacío”) y Visvarupa (“q ue tiene varias for­
m a s ”)».23 Más .adelante, E aton da o tro ejemplo: «El poeta del si­
glo xvi Haji M u h a m m a d identificaba al Alá á r a b e con Gosai (sáns­
c rito , "Amo”), Saiyid M u rtaz a id en tificab a a F á tim a , la hija del
Profeta, con Jagat-janani (sánscrito, "Madre del M u n d o ”) y Saiyid
S u ltá n identificab a al dios de Adán, A b ra h am y M oisés con Pra-
b h u (sánscrito, "Señor")».2''
De m an era similar, el estudio de Cari W. E rn s t sobre el sufis­
m o en el s u r de Asia m e n cio n a u n a m o n e d a a c u ñ a d a p o r el s u l ­
tá n M a h m u d de G h a z n a (ca. 1018 d.C.) q u e c o n te n ía «una t r a ­
d u c c ió n al sá n sc rito de la profesió n de fe islám ica». Una ca ra de
la m o n e d a tenía u n a inscripción ára b e m ie n tra s que la otra decía,
en sánscrito: avyaktam ekam m uh a m a d a h avatarah nrparti m aha-
m u d a (que E rn st vierte com o «Hay Uno ilim itado [¿no m anifies­

127
to?], M a h o m a es el avatar, el rey es M ahm ud»), E rn s t com enta, ex­
p re s a n d o u n a sensibilidad in dudablem ente m oderna: «La elección
del térm in o avatar para traducir el árab e rasul, "m ensajero”, es s o r­
p renden te, ya que avatar es un térm ino reservado en el p e n sa m ie n ­
to indio p ara el descenso del dios Vishnu a u na form a terrenal [...].
R e s u lta difícil no m aravillarse an te la o rig in a lid a d teológica de
ig u a la r al Profeta con el avatar de V ish n u ».25
Lo interesante, para nuestros propósitos y en n uestro lenguaje,
es el m o d o en que las traducciones de estos pasajes to m a n co m o
m od elo de intercam bio el trueque en vez del interc am bio generali­
zado de m ercancía, que siem pre precisa la m ediació n de un t é rm i­
no m ed io universal y ho m o g en eiz ad o r (como, en el m arxism o, el
t ra b a jo abstracto). Las traducciones citadas se b a s a n en in te rc a m ­
bios m u y locales, particulares, de elem ento po r elem ento, guiados
p a rc ia lm e n te , sin d u d a -a l m enos en el caso de S h u n y a -p u r a n -
p o r las exigencias poéticas de las aliteraciones, el m etro, las c o n ­
v encio n e s retóricas, entre otras. C iertam ente, hay reglas en tales
in tercam bio s, pero la clave es que, incluso si no se p u eden d esci­
fra r to d as - e incluso si no todas son descifrables, es decir, a u n q u e
los pro cesos de traducción contengan cierto grad o de op ac id a d -,
c a b e a f ir m a r sin te m o r a equivocarse q ue tales reglas ni p u e d e n
ni p re te n d e n ten er el ca rá c te r «universal» de las n o r m a s q u e s o s ­
tienen los diálogos entre los sociólogos que trab a jan en diferentes
regiones del m undo. Como ha afirm ado G autam B h adra: «Una de
las características principales de este tipo de in teracció n cultural
[e n tr e h in d ú e s y m usulm a nes] p u ed e o bservarse en el plano lin ­
güístico. En éste, a m enudo se recurre a la consonancia de sonidos
o im ágenes p ara tran sfo rm ar un dios en otro, p ro c ed im ie n to q ue
ap ela m ás [...] a respuestas populares a la aliteración, la rim a y
otro s recursos retóricos que a u na e s tru c tu ra e la b o ra d a de r a z o ­
n a m ie n to y a r g u m e n ta c ió n ».26
U n a característica fundam ental de este m od o de tradu cción es
q ue n o apela a ninguno de los universales im plícitos inherentes a
la im agin ació n sociológica. Cuando, p o r ejemplo, alguien que p e r ­
ten ece a tradiciones devotas (bhakti) a firm a que «el R am hind ú es
lo m is m o que el R ahim m usulm án», no ase g u ra q ue un a terc era
cate g o ría exprese los atributos de R a m o R ah im m e jo r que n i n g u ­
no d e estos dos térm inos y que de esa fo rm a m edie en la relación
e n tre los mismos. Sin embargo, esa afirm a ció n es p re c isam en te lo
q ue m a rc a ría un acto de traducción q ue siguiese u n m odelo c ie n ­

128
tífico n ew toniano. E n ese caso, se postularía no sólo q ue H 20 , agua
y pañi se refieren a la m ism a entidad o sustancia, sino que H 20 ex­
presa o c a p tu r a m ejor los atributos, las p ro piedades constitutivas,
de esa su s ta n c ia . «Dios» se convirtió en este tipo de elem ento de
equivalencia universal en el siglo xtx, pero esto n o es característi­
co del género de traducciones entre categorías que nos ocupa.
C o n s id e re m o s el ejem plo ad ic io n a l de tales tra d u c c io n e s no
m o d ern a s de dioses que pro porcio na Ernst. Dicho a u t o r m en cio ­
na «un texto sánscrito del siglo xv escrito en gu jaratí com o guía
p ara los arquitectos indios que tra b a jab an en la co n strucció n de
mezquitas». E n ese texto, el dios Vishvakarma dice de la mezquita:
«No hay im ag en alguna y allí veneran, a través de dhyana, [...] al
Dios s u p re m o , informe, desprovisto de atrib u to s, o m n ip resen te ,
al que llam an R a h a m a n a ».27La expresión «Dios sup rem o» no fu n ­
ciona a la m an era de u n tercer térm ino científico, pues no tiene
pretensio nes superiores de capacidad descriptiva, no represen ta
u n a realid ad m ás verdadera. Pues, en definitiva, si el S e r S up rem o
no tiene atributos, ¿cómo puede u n a lengua h u m a n a ase g u rar h a ­
ber ca p tu ra d o los atributos de tal divinidad m ejo r que u n a palabra
en o tra lengua tam bién hu m an a? Tales ejem plos de traducción no
sugieren necesariam ente paz y arm o n ía en tre h in d ú es y m u s u l­
m anes, p ero se trata de traducciones en las que los códigos se in ­
te rc a m b ia n localm ente, sin p a s a r p o r u n c o n ju n to universal de
reglas. No hay sistem as de p e n s a m ie n to a b a rc a d o re s que censu-
ren-lim iten-definan y que neutralicen y releguen las diferencias a
los m árgenes, no hay u na categoría a b a rc a d o ra de «religión» a la
que se espera que no afecten las diferencias entre las entidades que
p retende n o m b ra r y, en consecuencia, contener. La m ism a o scu ri­
dad del proceso de traducción p erm ite la in c o rp o ració n de a q u e ­
llo que perm an ece intraducibie.

El tiem po histórico y la política de la traducción

R esulta obvio que este modo no sociológico de trad u c ció n se


presta con m ayor facilidad a la ficción, p a rtic u la rm e n te del g én e­
ro no realista o mágico-realista q u e se pra ctica hoy en día, q ue a
la pro sa sec u la r y realista de la sociología o la h isto ria. En tales
relatos ficticios, los d ioses y los e s p íritu s p u e d e n , d e hecho, s e r
agentes. Pero entonces, ¿qué ocurre con la historia? ¿Qué sucede

129
con su p e r tin a z lealtad al tiem po secular, co n tin u o , vacío y h o ­
m ogéneo? ¿Y con el proyecto de h istoria m a rx is ta -su b a lte rn a en
el que esta o b ra participa? Mi a r g u m e n ta c ió n no es del género
posm oderno, de las que an un cian la m u e rte de la histo ria y re c o ­
m ie n d a n la profesión del escritor de ficción a los h isto riad o re s.
Pues, d e ja n d o de lado la cu estión del talen to p e rs o n a l, hay u n a
b u en a ra zó n para justificar la form ación de la m e n te en la c o n ­
ciencia histó rica m o derna incluso desde la perspectiva del s u b a l­
terno, y tiene que ver con el en tra m a d o co n stituid o p o r la lógica
de las ciencias h u m a n a s seculares y la de las b u ro c ra c ia s . No es
posible d iscu tir con las burocracias m o d e rn a s y o tro s i n s t r u m e n ­
tos de la gubernam entalidad sin re cu rrir al tiem po sec u la r y a los
relatos de la historia y de la sociología. Las clases su b altern a s n e ­
cesitan este conocim iento p ara entablar sus lu chas p o r la justicia
social. E n consecuencia, sería inm oral no p o n e r la conciencia h is ­
tórica a disposición de todos, en p a rtic u la r de estas clases.
Y sin em bargo, el historicismo acarrea, p re c isam en te debido a
su asociación con la lógica de la to m a b u ro c rática de decisiones,
un elitismo m oderno inherente que calladam ente se cobija en n u e s ­
tra co nciencia co tid ia n a .28E a to n co m ie n z a el ú ltim o c a p ítu lo de
su m eticulosa investigación en to m o al islam bengalí c o n u n a fra­
se historicista que apela a la educada sensibilidad estética de todo
historiador: «Al igual que los estratos de u n registro fósil geológi­
co, los topónim os que cubren la superficie de u n m a p a son testi­
gos silenciosos de procesos históricos p a s a d o s ».29No o bstante, lo
que está en cuestión no es el m odo co m o los historiado res indivi­
duales piensan sobre el tiempo histórico, pues no es la co ncepció n
de sí de los historiadores lo que hace que la historia, la disciplina,
sea im p o rtan te en el m undo exterior al académ ico. La historia es
reLevante com o forma de conciencia en la m o d e rn id a d (los h is to ­
riadores qu izá quieran verse com o sus árb itro s y custodios, p ero
ésa es otra cuestión). Quisiera explicar, p o r tanto, con el auxilio de
u n ejem plo ord in ario , fortuito, la m a n e r a en q ue c ie rto s e n tid o
de tiempo histórico funciona en el discurso cotidiano de la vida p ú ­
blica en las sociedades m odernas.
Considérese la siguiente afirm ación de u n artícu lo periodístico
del especialista en estudios culturales S im ó n D urin g en un n ú ­
m ero del diario de M elboum e Age (19 de ju n io de 1993): «P ensar
en películas com o De ratones y hom bres y E l ú ltim o m oh ica n o nos
p e rm ite ver más claram en te hacia d ó n d e se e n c a m i n a la c u ltu r a

130
c o n t e m p o r á n e a ».30D u rin g no es el blanco, de m is c o m e n ta rio s .
É stos a ta ñ e n a cierto h á b ito de p e n s a m ie n to que su a firm a c ió n
ilustra: la im agen del tiem po histórico que este uso d e la palabra
« con tem po rán eo» conlleva. Está claro que el té rm in o su p o n e u n
gesto doble de inclusión y exclusión, y u n a aceptación implícita de
tal gesto es la condición que perm ite que el e n u n c ia d o co m un iq ue
su significado. En p rim er lugar, «contem poráneo» se refiere a todo
lo que perte n ece a u n a c u ltu ra en un m o m e n to p a r tic u la r del c a ­
lendario (secular) que h ab itan el a u to r y el lector a q u ien esta afir­
m ación va dirigida. En este sentido, todos form an p a rte de lo «con­
tem poráneo». Sin em bargo, pro bab le m en te no se esté sugiriendo
que todo elem ento de la cultura se m ueva hacia el destin o iden ti­
ficado p o r el autor en las películas m encionadas. ¿Cóm o d a r cu e n ­
ta, p or ejemplo, de los cam pesinos griegos, si pu d iésem o s im agi­
narlos m ig rand o hacia el «ahora» del hablante? (m en c ion o a los
griegos porque constituyen uno de los grupos m ás n u m e ro so s de
inm igrantes europeos a Australia). Puede que h a b ite n el «ahora»
del hab lante y que, sin em bargo, no se dirijan hacia d o n d e El ú lti­
m o m ohicano sugiere .31 El postulado im plícito del h a b la n te no es
que estas personas no se m uevan sino que sean cuales fueren los
fu turo s que p u e d a n e s ta r lab rá n d o se, los m is m o s s e r á n p ro n to
aplastados y dom inado s p o r el futuro que el a u to r adivina b a s á n ­
dose en las pru ebas de que dispone. Ése es el gesto de exclusión
que este em pleo de la p alab ra «contem poráneo» conlleva.
Si lo an terio r sem eja u n a afirm ación d em asia d o rotund a, re a ­
lícese el siguiente experim ento mental. S upóngase q u e alegam os
que lo co n te m p o rá n e o es de hecho plural, tan r a d ic a lm e n te p l u ­
ral que no es posible que ningún elem ento o aspecto p a rtic u la r re ­
presente al todo de m odo alguno (ni com o un futuro posible). E n
tales condiciones, resultaría imposible hacer una afirm ació n com o
la de During. En su lugar, te n d ría m o s q ue decir q u e la «cultura
contem poránea», dad o q u e es plural y que hay igu ald ad dentro de
la pluralidad, está yendo a m uchos sitios a la vez (no m e co nven­
ce «a la vez», pero p asem os de largo p o r el m om ento). De esta m a ­
nera, no habría modo de hablar de «lo último», lo vanguardista, la
avanzadilla que re p re s e n ta al futuro, lo m á s m o d e rn o , etcétera.
Sin tal retórica y vocabulario, y sin los sentim ientos q ue los a c o m ­
pañan, sin embargo, sería imposible llevar a cabo m u c h a s de n u e s ­
tras estrategias políticas cotidianas en la b ú s q ued a de recursos m a ­
teriales. ¿Cómo conseguir apoyo gubernam ental, financiación p ara

131
la investigación, apro b ació n in stitu cio nal p a r a u n a idea si n o se
p u e d e a d u c ir en su n o m b re que rep resenta a la parte «dinám ica»
de lo con tem poráneo, lo cual, de esta m an era, siem pre se re p re ­
s e n ta co m o dividido en dos, en u n a p arte q u e se p re cip ita h ac ia
el f u tu ro y en otra que d esap arece en el p a sa d o , a se m e ja n z a de
m u e rto s vivientes entre nosotros?
Cierto tipo de historicism o, el m e ta rre la to del prog reso, h u n ­
de así p ro fu n d as raíces en n uestra vida institucional p o r m ás que
p o d a m o s desarrollar, en tanto intelectuales individuales, u n a ac­
titu d de incredulidad hacia tales m etarrelatos. (Lyotard, de hecho,
co nc ed e este p u n to en La condición pos m oderna)?2 P or tanto, es
preciso desarrollar críticas de las instituciones en sus propios t é r ­
m inos, críticas seculares p ara instituciones de go bierno seculares.
El p e n s a m ie n to marxista, que sigue siendo la crítica secular m á s
efectiva del «capital», resulta indispensable p a r a n u e s tra im p lica­
c ión en la cuestión de la justicia social en las sociedades capita lis­
tas. Pero, en mi opinión, lo indispensable resu lta aún in adecuad o,
p ues seguim os teniendo que trad u c ir al tiem p o de la h istoria y al
relato universal y secular del «trabajo» n arrac io n e s acerca de m o ­
dos de ser h u m a n o que in c o rp o ra n ag en cia p o r p a rte de d ioses
y de espíritus.
E n este punto, quiero reco nocer y a p r e n d e r de los m o d o s de
tradu c ció n que he d en om in ado no m odernos, de los in te rc a m b io s
térm ino-por-térm ino, al m odo del trueque, que evitan todas las s o ­
ciologías implícitas de nuestros relatos del capitalism o. Ese m o d o
de traducción constituye antisociología y p o r esa razón no está obli­
gado a ser secular. El pasado es narración pura, sin im p o rta r q uién
tenga agencia en el mismo. La ficción y las películas, co m o he afir­
m ado , son los mejores medios m odernos de m a n e ja r este m odo.
Pero esta opción no está abierta al h isto riad o r q ue escribe en b u s ­
ca de justicia e igualdad sociales. La crítica en el m o do histórico,
inclu so cu a n d o no instituye en el ce n tro de la histo ria u n su jeto
h u m a n o , p ro cu ra disipar y desm itificar a los dioses y los espíritus
c o m o a tantas otras tretas de las relaciones seculares de poder. E n
el m o m e n to en que concebimos el m u n d o co m o d esencantado, sin
em b argo, ponem os límites a los m odos en q ue cabe n a r r a r el p a ­
sado. E n calidad de historiador activo, u n o h a de to m a rs e en serio
tales límites. P o r ejemplo, se h a n dado casos de revueltas c a m p e ­
sinas e n la India en que los labriegos a s e g u ra b a n h a b e r sido in s p i­
ra d o s a rebelarse p o r las exhortaciones de sus dioses. P ara el h is ­

132
toriador, afirm aciones com o éstas nunca constituirían u n a expli­
cación, y h a b ría que trad u c ir la aseveración d e los ca m pesinos a
algún género de contexto de ca usas inteligibles (quiere decirse, se­
culares) detrás de la rebelión. Acepto que tal tradu c ció n es a la vez
indefectible e inevitable (pues no escribimos p a r a los campesinos).
La p re g u n ta es: ¿cóm o hem os de llevar a ca b o tales traducciones
de m a n e r a q ue resulten visibles tod o s los p ro b le m a s de tra d u c ir
m u n d o s diversos y encantados al lenguaje universal y d e s e n c a n ­
tado de la sociología?
E n este p u n to he aprendido de las exposiciones de Vincente
Rafael y Gayatri Spivak en t o m o a la polílica de la tra d u c c ió n .33
S abem o s que, d ad a la pluralidad de dioses, la tradu cción del tiem ­
po divino al tiem po del trabajo secular pod ría to m ar direcciones
diversas. Pero cualquiera que sea el cam ino elegido, esta tra d u c ­
ción, sirviéndonos del trata m ien to de la cuestión por p arte de S p i­
vak y Rafael, ha de contener algo de lo «siniestro». Cierta am b ig ü e­
d ad debe m a rc a r la traducción del trabajo del obrero del yute que
venera los utensilios a la cate g o ría universal de «trabajo»: ha de
parecerse lo suficiente a la categoría secular «trabajo» co m o para
ten er sentido y, sin embargo, la presencia y la pluralidad de dioses
y espíritus en él tam bién ha de hacerlo «suficientem ente distinto
com o p ara so rp re n d e r ».34E n to da traducción q ueda algo de «es­
cándalo» - d e lo so rpre n d en te- y sólo a través de una relación de in ­
tim idad con am b as lenguas som os conscientes de la m edida de ese
escándalo.
Esta p r o p ie d a d de la tr a d u c c ió n -el q u e nos to rn e m o s m ás
conscientes de los aspectos escandalosos de u n proceso de tra d u c ­
ción sólo si conocem o s am b as lenguas ín tim a m e n te - h a sido bien
expresada p o r Michael Gelven:

«Si u n estu diante anglòfono [...] decide a p re n d e r alem á n , p ri­


m ero busca en un diccionario o vocabulario unas c u a n ta s p a ­
labras básicas alem anas. E n ese m om ento, sin em bargo , tales
p alabras no son alem án en absoluto. S on m eros so nid os susti­
tuidos po r significados en inglés. Son, en u n sentido m u y real,
palabras del inglés. Ello significa que to m a n su significación
co ntextual de [...] la to talid a d de la le n g u a inglesa [...]. Si un
p rincipiante de alem án cogiese un e jem p lar del libro de S ch o­
p e n h a u e r y se preg u n ta se q ué significa la p a la b ra Vorstellung
del título, probablem ente b uscaría el té rm in o en el diccionario

133
y en c o n traría sugerencias com o "colocar delante”. Y pese a que
le p o d ría parecer extraño titular u n libro "El m u n d o com o vo­
lu n ta d y colocar delante”, se h a ría sin em b argo cierta idea del
significado de ese notable texto. Pero a m edida q u e el princi­
p ian te profundizase en la lengua, que se fam iliarizase con los
m últiples significados de la p alab ra Vorstellung y de hecho la
usase él m ism o [...], para su pro pia sorp resa po d ría re p a ra r en
q ue a u n q u e sabía lo que significaba el térm ino, no lo podía tra ­
d u c ir a su propia lengua; señal obvia de q ue la re fere n cia de
sign ificado ya no era el inglés co m o en su p r i m e r en c u e n tro
con la p a la b r a ».33

U sualm ente, o al menos en los estudios del s u r de Asia, el in ­


vestigador marxista o secular que traduce lo divino se encuentra en
la posición del estudiante que sólo conoce bien u n a de las dos len­
guas co n las que trabaja. P or tanto, resulta a ú n m á s im perativo
que leam os nuestros universales seculares de form a q u e los m a n ­
te n g a a b ie rto s a su propia finitud, a fin de qu e los asp e cto s e s ­
c a n d a lo s o s de n u estras inevitables tra d u c c io n e s , en vez de t o r ­
n arse inaudibles, resuenen en lo que escribim os sobre los estudios
sub alterno s. El reconocimiento de la existencia de este «escánda­
lo» en la m ism a formación de nuestras categorías sociológicas es
el p rim e r paso que podem os dar hacia la utilización de los arc h i­
vos universalistas y globales del capital de form a que « arran q u e­
m os [...] del curso hom ogéneo de la historia» tiem pos q ue re sq ue­
brajen la estru ctura de tal h o m o g en eid a d .36

El trabajo com o una historia de la diferencia


en la traducción al capitalismo

E n esta sección de conclusiones trata ré de m ostrar, m ediante


u n a lectu ra de Marx auxiliada por la noción d errid e a n a de huella,
c ó m o m a n te n e r abiertas las categorías pro pias al tra d u c ir y p r o ­
ducir, a p a r tir de los pasados de las clases su b a lte rn a s , lo que es
inneg ab le m e n te una historia universal del trabajo en el m odo c a ­
pitalista de producción .37
Al volver sobre mi propio trabajo de h ace unos a ñ o s en torno
a la h isto ria de la «clase obrera» en la India, m e parece no h a b e r
reflex io n ad o con toda la p ro fu n d id a d p osible so b re el p ro blem a.

134
D o cum enté u n a historia cuyo(s) relato(s) p rodu cía(n ) varios p u n ­
tos de fricción con las teleologías del «capital». E n mi estudio so­
bre los obreros de las fábricas de yute de la B engala colonial pro ­
cu ré m o s tra r cóm o las relaciones de p ro d u c c ió n en tales fábricas
se e s tru c tu ra b a n desde dentro, p o r así decirlo, p o r una serie de re­
laciones que sólo cabía co nsid erar precapitalistas. La llegada del
capital y de la m ercancía no parecía co ndu c ir a la política de igual­
dad de derechos que Marx co nsideraba in te rn a a tales categorías.
Me refiero en concreto a la distinción fu n d a m e n tal que Marx es­
tablece entre trab a jo «real» y «abstracto» al explicar la producción
y la form a de la m ercancía. Tales distinciones a tañ e n a u n punto
del pensam iento de Marx que a h ora podem os reconocer co m o el de
la política de la diferencia. La cuestión p a ra M arx era: si los seres
h u m a n o s son individualm ente diferentes e n tre sí en su capacidad
de trabajo, ¿cómo produce el capital, a p a r tir de ese c a m p o de di­
ferencias, u na m edida abstracta y hom ogén ea del trabajo que haga
posible la producción generalizada de m ercancía?
Así es com o yo entendía entonces la distinción e n tre trabajo
a b s tra c to y real (con u n a gra n d e u d a h acia Michel H e n ry e I.I.
R ubin):3S

«Marx sitúa la cuestión de la subjetividad en el n úcleo m ism o


de su categoría del “capital" al p ro p o n e r el conflicto en tre "tra­
b ajo real” y " trabajo ab stra cto " co m o u n a de sus c o n tr a d ic ­
ciones centrales. El "trabajo real” co ncierne a la fuerza de tra ­
bajo del individuo en sí, la fuerza de tra b a jo "tal c o m o existe
en la p erson alidad del trab a jad o r" -e s decir, tal y c o m o exis­
te en la "individualidad exclusiva in m e d ia ta ” del individuo-. Al
igual que las personalidades difieren, la fuerza de trabajo de
u n individuo es diferente de la de otro. El "trabajo re al” se re ­
fiere a la heterogeneidad esencial de las capacidad es individua­
les. El trabajo " a b s tra c to ” o general, d e o tro lado, a ta ñ e a la
idea de trabajo uniform e y hom og éneo q u e el capitalism o im ­
pone sobre tal heterogeneidad, la noción de un trabajo gene­
ral que subyace al "valor de c a m b io ”. Es lo que perm ite m ed ir
el trabajo y lo que posibilita el in te rc a m b io generalizado de
m ercancía. Se expresa [...] en la disciplina capitalista, que tie­
ne el único objetivo de con seg uir que el trab a jo c on creto de to­
dos los individuos -hete ro g én e o p o r n a tu ra le z a - sea "uniform e
y hom ogéneo" m ed ian te la supervisión y la tecnología em plea­

135
das en el proceso del trabajo. [...] Políticam ente, [...] el concep­
to de "trabajo abstracto” constituye u n a extensión de la noción
bu rg u e s a de la "igualdad de derechos" de los "individuos abs­
tractos", cuya vida política se refleja en los ideales y práctica
de la "ciudadanía". De este modo, la política de la "igualdad de
d e re c h o s” es precisam ente la "política” que cabe leer en la ca­
tegoría "capital ”».39

A hora rrie parece que la categoría de m erc a n c ía de Mane está


d o ta d a de cierto grado inherente de a p e rtu ra a la diferencia que
nQ exploté del todo en mi exposición. Mi lectu ra del térm in o «pre-
capital» siguió siendo, pese a mis esfuerzos, to talm ente historicis-
ta y mi relato n u n c a consigue d e s e m b a raz arse de la p re g u n ta (fal­
sa) de p o r qu é la clase o b re ra india n o logró m a n t e n e r a largo
plazo u n sentido de conciencia de clase. El m e ta p ro b le m a del «fra­
caso» surge de la conocida tradición m a rx ista de p o s tu la r la clase
trabajad ora co m o u n sujeto transcultural. La cita an terior deja ta m ­
bién claro que mi lectura d ab a por s e n ta d a s sin cu estionarlas las
ideas de «individuo» y de «personalidad», y que interp re tab a la p a ­
lab ra «real» (en «trabajo real») com o algo p rim o rd ia lm e n te n a t u ­
ral (y, p o r tanto, no social).
Pero mi m ayo r fracaso residía en m i incap acidad de ver que si
se lee la p a lab ra «real» no com o algo q ue se refiere a lo «natural»
ro u ssea u n ian o , esto es, a los atributos n a tu ra lm e n te diferentes de
individuos diferentes y ahistóricos, sino c o m o algo q ue cuestiona
la p ro p ia distinción naturaleza-cultura, se abren o tras posibilida­
des, entre ellas la de escribir la «diferencia» en Marx. Pues lo «real»
(en es ta lectura) h a de referirse a clases d ife re n te s de lo «social»,
que po d ría incluir dioses y espíritus, y, p o r lo tanto, tam bién ó r ­
de n e s diferen tes de tem poralidad. E n p rin cip io , d e b e ría incluso
perm itir la posibilidad de que esos horizontes tem porales sean m u ­
tu a m e n te inconm ensurables. La transició n de lo «real» a lo «abs­
tracto» es, así, tam bién un asunto de transició n-tradu cció n de m u ­
chas, y posiblem ente inconm ensurables, tem p o ra lid ad e s al tiem po
h o m o g én eo del trabajo abstracto, la tra n s ic ió n de la n o historia a
la historia. La categoría de «trabajo real», ella m is m a u n u niv er­
sal, h a de tener, sin em bargo, la c a p a c id a d de re ferirse a aquello
que no p uede ser encerrado por el signo «m ercancía», pese a q ue
lo q u e no se en cierra resulta in herente c o n s t a n t e m e n te en el p r o ­
pio signo. E n otras palabras, al con c eb ir la catego ría «m ercancía»

136
c o m o co n s titu id a p o r u n a te n sió n p e r m a n e n t e e n tr e el trab a jo
«real» y el «abstracto», Marx, por así decirlo, in tro d u c e un reco r­
dato rio encesta categoría analítica d e aquello q u e n u n ca puede
c a p tu r a r p o r completo. La b re c h a en tre el trab a jo real y el a b s ­
tracto y la fuerza («disciplina fabril», en la descripción de Marx)
que se hace p e rm a n e n te m e n te n ecesaria p ara salvarla son lo que
entonces introduce el m ovim iento de la diferencia en la propia
constitución de la m ercan cía, y posterg a así e te rn a m e n te el alcan­
ce de su carác te r verdadero-ideal.
El signo «mercancía», com o explica Marx, siem pre llevará con­
sigo com o p arte de su es tru c tu ra in te rn a ciertos relatos de e m a n ­
cipación universales. Si u n o obviase la tensión que Marx situaba
en el co razó n de esta categoría, tales relatos p o d r í a n de h echo
p ro d u c ir las teleologías e s tá n d a r qu e suelen e n c o n tra rse en el his-
toricism o m arxista: la de la c iu d a d a n ía , la del su jeto jurídico del
pensam iento ilustrado, la del sujeto de la teoría política de los d e ­
rechos, y así sucesivamente. No p re te n d o n egar la utilidad p rácti­
ca de tales relatos en las e s tru c tu ras políticas m o d ernas. El p r o ­
blem a m ás interesante p a ra el h isto riad o r m arxista, a mi m odo de
ver, es el de-la tem p oralidad que la categoría «m ercancía», con sti­
tuida a través de la tensión y de la posible falta de c o n m e n s u ra b i­
lidad entre el trabajo real y el abstracto , nos invita a pensar. Si el
trabajo reaL, com o h em os afirm ado, pertenece a u n m und o de lo
heterog éneo cuyas te m p o ra lid a d e s diversas n o p u e d e n e n c e rr a r­
se bajo el signo «historia» -e l trabajo de Michael Taussig sobre los
mineros bolivianos del estañ o ha d e m o s tra d o que ni siquiera son
todas «seculares» (es decir, desprovistas de dioses y espíritus)-, p u e ­
de en c o n trar un lugar en u n relato histórico de la producción de
m ercancías-sólo co m o huella d e r rid e a n a de aq u e llo que no p u e ­
de ser encerrado, u n elem ento que c o n s ta n te m e n te desafía desde
den tro las pretensiones de u n id a d y universalidad albergadas p o r
el capital y la m ercancía, y, p o r im plicación, p o r la historia .'10
De m a n e r a sem ejan te, c a b ría a f ir m a r q u e el prefijo pre en
«precapital» no es u n a re fere n cia a lo que es s im p le m e n te a n t e ­
rio r cro nológicam en te en u n a escala de tie m p o o rd in a l y h o m o ­
génea. «Precapitalista» hab la de u n a relación p a rtic u la r con el c a ­
pital m arc ad a por la tensión de la diferencia en los horizontes de
tiempo. Basándose en este argum ento, lo «precapitalista» sólo p u e ­
de im aginarse com o algo q u e existe d e n tro del h o rizo n te te m p o ­
ral del capital y q u e al m is m o tie m p o tra s to c a la c o n tin u id a d de

137
ese tiem po al sug erir otro que no se halla en el m ism o calendario,
sec u la r y hom ogéneo (razón po r la cual lo que es precapital no es
cronológicam ente anterior al capital, es decir, no puede asignarse a
u n p u n to sobre la m ism a línea tem poral continua). Se trata de otro
tiem po que, desde el punto de vista teórico, podría ser e n te ra m e n ­
te in c o n m en su ra b le si nos basam os en las u n id ad es del tiem po sin
dios y sin espíritus de lo que d en o m in a m o s «historia», u n a idea
ya as u m id a en los conceptos seculares de «capital» y «trabajo a b s ­
tracto».
Las h is to ria s su b altern a s, co n c e b id a s así en re la ció n con la
c u e s tió n de la diferencia, p re s e n ta rá n u n a f r a c tu r a in te rn a . P o r
u n a parte, son historias en el sentido de que están co nstruidas se­
g ú n el código m a e s tro de la h isto ria s ec u la r y utiliza n los c ó d i­
gos académ ico s aceptados de escritura de la h istoria (y, en con se­
cuencia, n ecesariam ente han de su b o rd in a r a sí m is m a s todas las
d e m á s fo rm a s de m em oria). Y, p o r otro, no p u e d e n p e rm itirs e
concederle a ese código m aestro la p re tensión de ser u n m odo de
p e n sa m ie n to q ue se p resenta a todos los seres h u m a n o s n a tu ra l­
m ente, o incluso de ser tratado com o algo que existe en la propia
naturaleza. Así pues, las historias su balternas se co nstruy en d e n ­
tro de u n género p articular de m em o ria historiada, el cual re cu er­
da la pro p ia historia com o un código im perioso que a c o m p a ñ ó al
proceso de civilización inaugurado, en el siglo xvm, p o r la Ilus­
trac ió n eu ro pea com o u n a tarea m undial-histórica. No basta his­
to ria r la «historia», la disciplina, pues ello ú n ic a m e n te deja en su
lugar, de m an era acrítica, la propia concepción del tiem po que nos
p e r m ite historiar. La clave consiste en p re g u n ta rs e c ó m o c a b ría
utilizar o reflexionar sobre este código a p a ren tem e n te im perioso e
inv aso r de fo rm a que tengam o s al m e n o s un a tisb o de su propia
finitud, de aquello que podría c o n s titu ir u n «afuera» del m ism o.
C onservar la disciplina de la historia y o tras fo rm a s de m e m o ria
p ara que p u e d a n ay uda r a una m u tu a interrogación, e x a m in a r los
m o d o s en que estas formas incom patibles de re c o rd a r el pasado
se y u x tap onen en nuestro trato con las instituciones m odernas,
c u e s tio n a r las estrategias narrativas de la historia académ ica que
pe rm ite n a su tem poralidad secular d a r la a p a rien cia de asim ilar
co n éxito m em orias que son, desde u n p u n to de vista estricto, in a ­
similables: éstas son las tareas para las cuales las historias s u b a l­
ternas resultan ad ecu adas en u n país co m o la India. Pues h a b la r
de la violenta sacu dida que la im aginación ha de s u frir p ara t r a n s ­

138
p o rta rs e desde u n a te m p o ra lid a d c o h a b ita d a p o r no h u m a n o s y
h u m a n o s a u n a de la que son ex pulsad os los dioses n o es ex pre­
s a r u n a in cu ra b le nostalgia p o r u n m u n d o p erdido. Inc lu so p ara
los m iem b ro s d e las clases altas de la India, n o cabe d e sc rib ir en
m o do alguno esta experiencia del viaje a través de tem p oralidad es
com o m era m e n te histórica.
Desde luego, los historiadores em píricos q u e escriben estas his­
torias no son cam pesinos ni integran tribu alguna. P roducen histo­
ria, en tan to q ue form a de m e m o ria d iferen ciad a , p re c is a m e n te
p orq ue han 'sido transpuestos e insertados - e n este caso, p o r la ac­
tuación de Inglaterra en la I n d i a - en los relato s globales de ciu d a ­
dan ía y socialismo. Esto es, escriben historia sólo después de que
la existencia social concebida a p a r tir de su p ro p io trabajo h a e n ­
trado en el proceso de ser abstraída en el m erc ad o m undial de m er­
can cías nocionales. Lo su b altern o , pues, n o es el ca m p e s in o o el
m iem b ro de u n a tribu empíricos en ningún sentido sencillo que un
p ro g ram a popu lista de escritura de la historia p u ed a imaginar. La
figura de lo su b altern o está m e d ia d a n ec e s a ria m e n te p o r p ro b le­
m as de re p re se n ta c ió n . En los té rm in o s del an álisis q u e he p r o ­
c u rad o desarrollar aquí, cabría afirm a r que lo su b altern o quiebra
desde den tro los m ism os signos que h ablan d e la em ergencia del
trab a jo abstra cto ; lo su b a lte rn o es aquello q ue, desde el in terio r
del relato del capital, c o n stan te m e n te nos re c u e rd a form as de ser
h u m a n o distintas del ser p o rta d o r de la ca p a c id a d de trabajar. Es
lo que se reúne en el concepto de «trabajo real» en la crítica de
Marx del capital, la figura de la diferencia q u e la g u b em am e n ta li-
dad (es decir, según Foucault, la persecución de los objetivos de los
gobiernos m odernos) en todo el m u n d o ha de subyugar y civilizar .4 1
De lo a n te rio r se siguen algunas im plicaciones. Las historias
s ub alternas escritas con interés p or la diferencia no p u e d e n con s­
tituir un intento más, en la larga y universalista tradición de his­
torias «socialistas», de a y u d a r a elevar al s u b a l t e r n o a sujeto de
las dem o cracias m odernas, es decir, de e x p a n d ir la h isto ria de lo
m o derno dé tal m odo que se torne m ás re presen tativo de la socie­
dad en su conjunto. Tal objetivo es laudable en sus propios térm i­
nos y tiene u n a relevancia global in d u d ab le. Pero el p e n s a m i e n ­
to no ti e n e 'p o r q u é d eten e rse en la d e m o c r a c i a p o lítica o en el
concepto dé distribución equitativa de la riq u ez a (si b ien el obje­
tivo de alca n zar tales metas im p u lsa rá leg ítim am ente m u c h a s b a ­
tallas políticas inmediatas). Las historias su b a lte rn a s a b o rd a rá n

139
filosóficamente cuestiones de la diferencia que las tradiciones mar-
xistas d o m in a n te s eliden. Al m ism o tiem po, sin em bargo , al igual
q u e no ca be p e n s a r el trabajo real fuera de la p ro b le m á tic a del
trabajo abstracto, la historia subalterna no se p ued e c o n c eb ir fue­
r a del rela to global del capital - in c lu y e n d o el rela to de la tra n s i­
ción al ca p ita lis m o - pese a no apoyarse en dicha n a rrac ió n . Los
relatos de có m o tal o cual grupo en Asia, África o A m érica Latina
resistió la «penetración» del ca p ita lism o n o co nstitu yen, en este
sentido, h istoria «subalterna», pues esas n a rra c io n e s se b as a n en
im a g in a r un espacio que es externo al capital -e l «antes» cro no ló­
gico del ca p ita l- pero que al m ismo tiempo es p arte del m a rc o tem ­
poral u n itario e historicista dentro del cual tanto el «antes» com o
el «después» de la producción capitalista p u e d e n desplegarse. El
«afuera» que tengo en m ente es distinto de lo que se im ag in a s im ­
plem en te co m o «antes o después del capital» en la p ro s a h istori­
cista. C oncibo este «afuera», siguiendo a Derrida, co m o algo vin­
culado a la p ro p ia categoría de «capital», algo que o c u p a u n a zona
fronteriza de tem poralidad, que se c o n fo rm a con el código tem ­
p oral en cuyo seno el capital n ac e incluso m ie n tr a s viola ese c ó ­
digo, algo q u e som os capaces de ver sólo p o rq u e p o d e m o s p e n ­
sar/teo rizar el capital, pero que tam b ién nos re c u e rd a siem p re que
coexisten y so n posibles otras tem poralidades, o tras form as de ser
en el m un do. E n este sentido, las historias s u b altern a s n o atañen
a un a resistencia previa y externa al espacio narrativo cread o p o r
el capital; en consecuencia, no se pueden definir sin referencia a
la categoría «capital». Los estudios subalternos, tal y co m o yo los
concibo, sólo p ued en situarse teóricam ente en el p u n to de unión
do n d e no re n u n ciam o s a Marx ni a la «diferencia», pues, com o he
dicho, la resistencia de la que h ablan es algo que sólo p u ed e s u ­
ceder dentro del horizonte tem poral del capital y, sin em bargo , ha
de pen sa rse c o m o algo que p e r tu r b a la u n i d a d de ese tiem p o. No
o c u lta r la tensión entre el trab ajo real y el a b s tra c to a s e g u ra que
el capital/la m erc an cía tiene h eterogeneidades e in c o n m e n s u ra b i­
lidades insertas en su núcleo.
Así pues, el trabajo real de mis obreros de la fábrica -d ig a m o s
qu e su relación con su propio trabajo el d ía del puja de Vishva-
k a r m a - es obviam ente u n a p arte del m u n d o en la cual ta n to ellos
com o el dios Vishvakarma existen en cierto sentido (sería necio re ­
d u c ir esta coexistencia a una cuestión de creen c ia con sc ie n te o de
psicología). La historia no p ued e re p resentar, salvo m e d ia n te un

140
p ro c eso de tra d u c c ió n y de la c o n sig u ie n te .p é rd id a de estatus y
significación para lo traducido, la h etero tem po ralid ad de ese m u n ­
do. La h isto ria en cu a n to código e n tra en jueg o a m ed id a que este
trabajo real es transform ado en el m u n d o hom o g én eo y discipli­
nad o del trabajo abstracto, del in terc am b io generalizado m ed ia­
do siem p re p o r el signo «mercancía». No obstante, co m o m uestra
la h isto ria del puja de V ishvakarm a en las fáb ricas de Calcuta, el
trabajo «real» es inherente a la m ercancía y a su biografía secula­
rizada; su presencia, n u n ca directa, p ro d u c e su efecto en la grieta
que las historias de intervención divina o fantasm al p rod ucen en
el siste m a de representación de la historia. C om o ya he m e n c io n a ­
do, la grieta no puede arreglarse con antropología, pues ello sólo
desplaza los problem as m etodológicos de los relatos seculares a
otro territo rio relacionado. Al d esarrollar teo rías m arxistas tras la
caída de los m a r a s m o s de partido co m u n ista, n u estra tarea es e s ­
cribir y p e n s a r en función de esta grieta m ie n tra s escribim os his­
toria (pues no podem os evitar escribirla). Si la historia h a de c o n ­
vertirse en esp acio de c o n tie n d a d e las p lu ra lid a d e s , d eb e m o s
d e s a rro lla r éticas y políticas de la e s c ritu r a q u e m u e s tre n que la
historia, ese regalo de la m o d e rn id a d p a ra m u c h o s pueblos, está
c o n stitu tiv a m e n te m a rc a d a p o r es ta grieta.
O, en otras palabras, la práctica de la historia su b a lte rn a p r e ­
tende l l e v a r la historia, el código, a sus lím ites a fin d e h a c e r vi­
sible su destrucción.

141
4
H istorias de las minorías,
pasados subalternos

Las recientes disputas y debates en to rn o al concepto, b astante


provisorio, de m ulticulturalism o en las d em o cracia s occidentales
h a n alim e n ta d o a m en u d o las discusiones so bre las historias de
las m inorías. Puesto que la escritura de la h isto ria se h a en tre la z a ­
do progresivam ente con las denom inadas «política y producción de
la identidad» tras la segunda guerra m un dial, en to das las d e m o ­
cracias se h a suscitado la pregunta de si incluir o no en la historia
de la n ació n las historias de los grupos pre v ia m en te excluidos. En
los a ñ o s s e s e n ta del pasa d o siglo, esa lista solía c o m p r e n d e r los
n o m b r e s de g ru p o s y clases sociales s u b a lte rn o s , tales co m o a n ­
tig u o s esclavos, clases trab a jad o ras, p re s id ia rio s y m u jeres. E ste
m o d o de escribir la historia se dio a c o n o c e r en los añ o s seten ta
c o m o h isto ria desde abajo. B a j ó l a p re sió n de las crecien tes exi­
g en c ia s de u n a m ay o r d e m o cratizac ió n de la d is cip lin a de la h is ­
toria, el catálogo se amplió en los seten ta y o c h e n ta p a ra incluir
a los d en o m in a d o s grupos étnicos, pueblos indígenas, niños y a n ­
cianos, y gays, lesbianas y otras m inorías. La expresión «historias
de las minorías» ha llegado a designar todos esos p a s a d o s en cuyo
n o m b re los historiadores de espíritu d e m o c rá tic o h a n com batido
las exclusiones y omisiones de los relatos d o m in a n te s de la nación.
E n m u ch o s países las versiones oficiales u oficialm en te a p a d r i n a ­
das del pasad o nacional h an sido co m b a tid a s p o r los paladines de
las historias de las minorías. Las críticas p o s m o d e m a s de los «gran­
des relatos» se han em pleado para c u e s tio n a r los relatos únicos de
la nación. Cabría afirm a r que las historias de las m in o ría s expre­
sa n en p a r te la pugn a p or la inclusión y la re p re s e n ta c ió n que c a ­
racteriza n a las dem ocracias liberales y represen tativas.
Las historias de las m inorías com o tales no tienen que suscitar
n in g u n a p re gu nta fund am ental relativa a la discip lina de la h isto ­
ria. Los historiadores académ icos en ejercicio suelen e s ta r m á s in­

142
teresados en la distinción entre buenas y m alas historias que en la
cuestión de quién podría ser el dueño de un segm ento concreto del
pasado . Las m alas historias, se asum e en ocasiones, d a n origen a
m alas políticas. Com o Eric H o bsb aw m afirm a en un artículo re­
ciente, «la h istoria m ala no es historia inofensiva. Es p elig ro sa ».*1
Las «buenas historias», p or otro lado, s u p u estam en te enriquecen
la m a te r ia de la h istoria y la hacen m á s re p resen ta tiv a de la so­
ciedad en su conjunto. Iniciadas com o u n m o do de oposición, las
«historias de las m inorías» pueden, de hecho, a c a b a r co m o ejem ­
plos adicionales de «buena historia». La transform ació n de las his­
torias de minó'rías, antes opositoras, en «buenas historias» ilustra
el fu n c io n a m ie n to del m ecanism o de in corporació n en la discipli­
na de la historia.

Las historias de las m inorías: asim ilación y resistencia

El proceso m edian te el cual los textos ad q uieren estatu s ca n ó ­


nico en la disciplina académ ica de la historia en las universidades
a n g lo -a m e ric a n a s difiere del proceso c o r re s p o n d ie n te en los de­
p a r ta m e n to s de literatura o de inglés. La h istoria es u n a m ateria
interesada p rim ariam en te en la construcción de relatos. Toda expli­
cación del p asad o puede ser absorbida p o r la co rriente d o m in a n ­
te del discurso histórico, enriqueciéndola, m ien tras re sp o n d a afir­
m a tiv a m e n te a dos preguntas: ¿puede la histo ria ser c o n s tru id a ?
Y ¿perm ite un p u n to de vista o posición ra cionalm ente defendible
desde el cual c o n tar la historia? La prim era pregunta, la de la cons­
trucció n del relato, enriqueció d u ra n te largo tiem po la disciplina
d e s a fia n d o a los h isto riad o re s a ser im aginativ os y creativo s t a n ­
to en su investigación com o en sus estrategias n arrativ as. ¿Cómo
e s c rib ir las h isto rias de los g rup os s u p rim id o s ? ¿C óm o c o n s tru ir
el relato de u n g ru p o o clase que no ha d e ja d o sus p ro p ia s fu e n ­
tes? Las p re g u n ta s de este gén ero con frecuencia e s tim u la n la in­
novación en la p ráctica de los historiadores. La cuestión de que la
posición autorial ha de ser defendible ra cio nalm ente ta m b ié n re­
su lta crucial. El p u n to de vista del a u to r p u ed e reflejar u n a ideo­
logía, u n a elección m oral o u n a filosofía política, pero las opcio­

* T om am os la versión de Eric Hobsbawm , Sobre la historia, trad. de Jordi


B eltrán y Josefina Ruiz, Barcelona, Crítica, 1998. (N. de los T.)

143
nes no so n ilimitadas. El relato de u n loco no es historia. Una p re ­
ferencia arb itra ria o sencillam ente personal - b a s a d a , p o r ejemplo,
en el g u s to - tampoco nos puede a p o r ta r principios ra cio nalm en te
d efe n d ib le s p a ra el relato (que en el m e jo r de los caso s será c o n ­
s id e ra d o ficción, no historia). La ap u e sta p o r cierto tipo de ra c io ­
n alid ad y p o r una concepción p artic u la r de lo «real» significa que
las e x c lu sio n e s de la disciplina de la h is to ria son, en definitiva,
epistem ológicas.
P e n sem o s por u n m om ento en los resultados de in c o rp o r a r al
discurso de la historia los pasados de grupos im p o rtan tes com o las
clases traba jad oras y las mujeres. La historia ya n o es lo m ism o
desde q ue T h om p so n y H ob sbaw m e m p lea ro n su p lu m a p ara c o n ­
v e r tir a las clases trabajadoras en actores fu n d a m e n tales de la so ­
ciedad. Las intervenciones fem inistas de las dos ú ltim a s d éc ad as
ta m b ié n h a n producido un im pacto in cuestio nab le sob re la im a g i­
n a c ió n histórica contem poránea. La incorpo ración de estas inicia­
tivas radicales en la c o m e n te do m in an te de la disciplina, ¿cam bia
la n a tu ra le z a del discurso histórico? P o r d esc on ta do. Pero la re s ­
p u esta a la pregunta de si esa incorporación ha co n duc id o a la dis­
cip lin a a algún tipo de crisis resu lta m á s com pleja. Al ven c er las
d ific u lta d e s que suscita el c o n ta r las histo rias de g ru p o s h a s t a el
m o m e n to om itidos -partic u larm en te, en c irc u n sta n cias en las que
las fuentes docum entales habituales no existen-, la disciplina de la
histo ria se renueva y se mantiene. E sta inclusión apela al sen tid o
d e m o crático que siempre impele a la disciplina fuera de su núcleo.
La idea de que los relatos históricos exigen cierto c o m p r o m i­
so m ín im o con la racionalidad se ha defendido re c ie n te m e n te en
el libro La verdad sobre la historia .2La cue stió n del vínculo e n tre
la po sm o d ern id ad , las historias de las m ino rías y las d em o cracias
de p o s g u e rra o cupa el núcleo de este texto, escrito c o n j u n t a m e n ­
te p o r tres de las principales h istoriado ras fem inistas de E stado s
Unidos. E n la m edida en que las a u to ra s ven en la p o s m o d e m i-
d a d la p osib ilid ad de m últiples re la to s y de m ú ltip le s fo rm a s de
c o n s tru ir dichos relatos, estas historiadoras celebran su influencia
A hora bien, el libro registra un h o n d o grado de tu rb ac ió n cuandc
las a u to ra s en c u en tran argum entos q u e en efecto utilizan la ider
de la m ultiplicidad de relatos p ara c u e s tio n a r toda idea de verdac 1
o d e hecho. Si las historias de las m in o rías llegan al extrem o di
cue stio na r la propia idea de hecho o de prueba, se preguntan, ¿cómt
e n c o n t r a r m o d o s de a r b itra r c o n fro n ta c io n e s en la vida púb lica''

144
La ausencia de cierto consenso m ín im o sobre, lo que constituye un
h ec h o y un a prueba, ¿no frag m en taría gravem ente el cuerp o polí­
tico de Estados Unidos, y no red u ciría eso, a s u vez, la capacidad
d e la nac ió n de fu n c io n a r c o m o u n todo? P o r co nsigu iente, las
a u t o r a s re c o m ie n d a n u n a id e a p ra g m á tic a d e «verdades p lau si­
bles» cim entadas en una concepción c o m p artid a y racional de las
p ru e b a s y los hechos históricos. P ara que u n a nación funcione de
m a n e r a eficiente, incluso m ien tras se evita to d a preten sión de un
gra n relato su p e rio r y abarcador, estas verdades h a n de m a n te n e r­
se a ñ n de que las instituciones y los grupos p u e d a n a rb itra r his­
torias e interpretaciones discrepantes.
Los historiadores, cualesquiera que sean su s afinidades ideo­
lógicas, m u e s tr a n u n no tab le co n se n so a la h o r a de d efe n d e r los
vínculos metodológicos de la historia con cierta concepción de la
racionalidad. El reciente m an u al de Georg Iggers sobre la histo­
riografía del siglo xx subraya esta conexión e n tre facticidad y ra ­
cionalidad p ara d eterm in a r lo que puede o no co n stitu ir u n a prue­
ba histórica: «En mi opinión, Peter Novick ha defendido cabalmente
qu e la objetividad es inalcanzable en la historia; el h istoriador tan
sólo puede a s p ira r a la plausibilidad. Pero o bv iam ente la plausi-
bilidad no descansa sobre la invención de u n a explicación histó­
rica sino que im plica estrategias racionales p a r a d e te rm in a r lo que
efectivamente.es plausible ».3Hobsbavvm se h ace eco de sentim ien­
tos sem ejantes a los expresados p o r otros en la profesión:

«Por suerte la m o da de lo que se conoce (al m enos en el discur­


so académ ico anglosajón) por el vago n o m b re de "posm odem i-
dad" no ha g an ado tanto terreno entre los historiadores como
entre los teóricos literarios y culturales y los antropólogos so­
ciales, ni siq u iera en los E stad o s Unidos [...]. [La p o s m o d e r­
nidad] pone en d ud a la distinción entre el hecho y la ficción,
la realidad objetiva y el discurso conceptual. Es p ro fu n d am en ­
te relativista».^

Lo que estos historiadores im pug nan en la p o s m o d e m id a d es


su fracaso, al m enos en su opinión, a la hora de cu m p lir la condi­
ción de racionalidad para in c o rp o ra r relatos a la disciplina de la
historia. Así, La verdad sobre la historia d e m u e s tra la vigencia de
las dos condiciones relevantes que sostienen la conexión de la his­
to ria con la vida pública: la dem o cracia d e m a n d a que los grupos

145
h a sta a h o r a desatendidos cuenten su historia, y tales historias dife­
rentes se u nen en su aceptación de reglas racio nales y de d e m o s ­
tración. Las «historias de las minorías» in c o rp o ra d a s con éxito
p u ed e n en to nces com pararse a los revolucionarios de ayer que se
convierten en los caballeros de hoy. Su victoria ayuda a h a c e r r u ­
tin aria la innovación.

De historias de las minorías a pasados subalternos

P ero ése no es el único destino posible. El debate en to m o a las


h isto rias de las m inorías perm ite concepciones alternativas de la
p ro p ia expresión «minoría». La m inoría y la m ayoría no son, com o
sabem os, entidades naturales: son constructos. El significado p o ­
p u la r de las palabras «mayoría» y «minoría» es estadístico. Pero
los ca m p o s sem ánticos de estos térm inos co n tienen o tra idea: la de
ser u n a figura «menor» o «mayor» en u n contexto dado. P or ejem ­
plo, los europeos, desde u n p u n to de vista n u m éric o , son a c tu a l­
m e n te u n a m in o ría en el conjunto total de la h u m a n i d a d y llevan
siéndolo m u c h o tiempo; sin em bargo, su colonialism o d ec im o n ó ­
nico se b a s a b a e n ciertas ideas sobre lo m a y o r y lo m enor. P o r
ejemplo, solían asum ir que sus historias e n c e rra b a n la m ay oría de
los ejem plos de norm as a las que todas las d e m á s sociedades h u ­
m a n a s deb e rían aspirar; com parados con ellos, los o tro s eran to ­
davía los «menores» de los cuales ellos, los «adultos» del m undo,
tenían que hacerse cargo, y así sucesivamente. De esta m an era, la
v entaja n u m éric a en sí no es garantía de u n estatus de m a y o r/m a ­
yoría. E n ocasiones, puede h aber un grupo m a y o r que el d o m in a n ­
te, p ero su historia se califica de todos m od os de «historia m eno r/
de las m inorías».
El p ro b lem a de las historias de las m in o rías nos lleva así a la
cuestión de a qué denom inar la «minoría» de algunos p asado s c o n ­
cretos. Algunos constructos y experiencias del p asa d o siguen sie n ­
do «menores» e n el sentido de que su p ro p ia inco rp o ració n a los
relatos históricos los convierte en p asados «de m e n o r i m p o r t a n ­
cia» frente a las concepciones d o m inan tes de lo que constituye u n
h ech o y u n a p ru e b a (y, en consecuencia, frente al p rincip io su b y a ­
cente de racionalidad) en las prácticas de la h istoria profesional.
Tales pasados «menores» son aquellas experiencias del p asado que
h a n d e asignarse siempre a u na posición «inferior» o «marginal»

146
cu a n d o son trad ucidas al lenguaje del h is to ria d o r académ ico. Son
pasad os que se tratan, usando u n a expresión de Kant, co m o ejem­
plos de «inmadurez» h u m an a, pasados que n o nos p re p a ra n para
la dem o cracia ni p ara las prácticas cívicas p orq ue no descansan
sobre el em pleo de la razón en la vida p ú b lic a .5
Mi em pleo de la palabra «menor», pues, no repro duce fiel­
m en te los matices del m o do en que se ha u s ad o en la teoría lite­
raria siguiendo la in teipretación de Kafka q ue hacen Deleuze y
Guattari, pero hay algo de sem ejanza en tre am bos usos. Al igual
que lo «menor» en literatu ra implica «una crítica de los relatos de
idenLidad» y rehúsa «representar la con secució n de la subjetividad
a u tó n o m a que es el objetivo últim o del relato mayor», lo «menor»
en mi acepción funciona de m odo sim ilar p a r a p o ner en duda lo
« m a y o r ».6P ara mí, describe relacio nes con el pasa d o q u e la «ra­
cionalidad» de los m étodos historiográficos n ec esariam en te co n­
vierte en «menores» o «inferiores», co m o algo «no racional» en el
curso de su propia operación y com o resu ltad o de la m ism a. Y, sin
em bargo, sostengo que tales relaciones reg resan com o elem ento
im plícito de las condiciones que nos p e rm ite n historiar. Antici­
pan d o mi conclusión, trataré de m o s tr a r có m o la capacidad (de la
p e rso n a m o d ern a ) de h isto riar d epe n d e, de hecho, de su c a p a c i­
dad de participar en relaciones no m o d e rn a s co n el p asa d o que se
su b o rd in an en el m o m en to de la historización. La escritura de la
historia asum e form as plurales de ser en el m undo.
Me gustaría d e n o m in a r pasados «subalternos» a estas relacio­
nes sub ordinad as con el pasado. E stán m arg inados no debido a in ­
tención consciente alguna sino p o r re p re s e n ta r m o m en to s o p u n ­
tos en los que el archivo de que se sirve el histo riad o r desarrolla
cierto grado de reluctancia respecto de los objetivos de la historia
profesional. En o tras palabras, se trata de pasa d o s que se resisten
a la historización, del m ism o m odo qu e p u e d e h aber m om ento s
en la investigación etnográfica q ue se re sistan al trabajo de la e t­
n o g ra fía .7L q s p asa d o s s u b a lte rn o s , en el se n tid o q u e yo le doy
a la palabra,, no pertenecen exclusivam ente a grupos socialm ente
subordinados, o subalternos, ni únicam ente a las identidades m ino­
ritarias. Los-grupos de la elite y d o m in a n te s tam b ién p u ed e n tener
pasados subalternos en la m edida en que p articipen en m undos
de la vida sub ord inad os p o r los relatos «mayores» de las institu­
ciones dom inantes. Paso a ilustrar e sta p ro p u e s ta con u n ejemplo
p a r ti c u la r de p a s a d o s su b a lte rn o s , p r o c e d e n t e de u n ensayo del

147
fu n d a d o r del G rupo de Estudios S u b alterno s, R an ajit Guha. Dado
q u e ta n to G uh a com o el g r u p o han sido m is m a estro s de m últiples
form as, ofrezco mis com entarios no con u n espíritu de crítica hos­
til sino de autoexam en, pues mi objetivo es c o m p re n d e r qué es lo
que h is to ria r el pasado hace y qué no hace. H e c h a esta salvedad,
prosigam os.

Pasados subalternos: un ejemplo


i-
Com o es bien sabido, u n objetivo explícito del proyecto de E s­
tu d io s S ubalterno s era inscribir a las clases su b a lte rn a s en la his­
to ria del n ac io n a lism o y de la nación, y c o m b a t i r los prejuicios
elitista s en la escritu ra de la historia. H a c e r del s u b a lte rn o el s u ­
je to s o b e r a n o de la historia, e s c u c h a r su voz, to m a rs e sus expe­
riencias y pensam ien to (y no sólo sus circ u n sta n c ia s m ateriales)
en serio: éstos eran algunos de los objetivos q u e nos h abíam os m a r­
ca d o d eliberada y públicamente. E stas a m b icio n es intelectuales
originales y el deseo de realizarlas tenían u n c a rác te r político p ues­
to q ue estaban conectados a concepciones m o d e rn a s de la vida p ú ­
blica dem ocrática. No procedían n e c e s a ria m e n te de las vidas de
las p ro p ias clases subalternas, si bien u n o d e n uestros objetivos,
co m o en la tradición británica de la h isto ria desde abajo, era ci­
m e n t a r la lucha po r la dem ocracia en la In d ia sobre los hechos de
la historia subalterna. Al m ira r hacia atrás, sin em bargo, veo que
el p ro b le m a de los pasados sub alternos p erseg u ía a la e m p re s a del
G ru p o de Estudios Subalternos desde los m is m o s com ienzos. De
hecho, cabe arg u m e n tar que lo que d iferencia el proyecto de E s­
tu d io s S ubalternos de la tradición, m en o s reciente, de la historia
desde abajo es la autocrítica conciencia de este p ro b le m a en los
escrito s de los historiadores vinculados a este grupo.
El brillante y celebrado ensayo «The P rose of C o u nter-Insu r­
gency» [La prosa de la contra-insurrección] de Ranajit G u h a se p u ­
blicó en uno de los prim eros volúm enes q u e apa rec ie ro n bajo la
rú b r ic a de Estudios Subalternos y hoy en d ía es consid erad o con
ju stic ia un o de los clásicos del género. C ierta p aradoja, o rig in ada
p re cisam en te en el intento del h isto riad o r de in tro d u c ir las histo­
rias d e las clases subalternas en la c o rrien te d o m in a n te del d iscu r­
so histórico, a m i parecer, se cierne sobre el ejercicio que G uha e m ­
p re n d e en este ensayo. Uno de los p rin cip a le s objetivos del m ism o

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e r a u tiliz a r la rebelión de 1855 de los san tal p a ra d e m o s tra r un
prin cipio fu n dam en tal de la historia subalterna: h ac er de la con­
ciencia del subalterno el pu n tal de un relato de rebelión. (Los san­
tal e ra n un g ru p o tribal en B engala y B ih a r qu e se rebeló tanto
c o n tr a los b ritá n ic o s co m o c o n tra los in dio s de o tra s zonas en
1855.) Como afirm a Guha, con palabras que ca ptan el espíritu de
los com ienzos del proyecto de E studios Subalternos:

«Sin em bargo, esta conciencia [la del cam p esino rebelde] p a ­


rece h a b e r recibido escasa atención en la bibliografía sobre el
tem a. La h is to rio g ra fía se h a c o n te n ta d o con t r a t a r al rebel­
de c a m p e s in o m e r a m e n te co m o u n a p e r s o n a em p íric a o un
m iem b ro de una clase, pero no com o u n a entidad cuya volun­
tad y razón constituyeron la praxis d e n o m in a d a rebelión. [...]
[L]a insurrección se considera externa a la conciencia del c a m ­
pesino y la Causa se ve obligada a representar, c o m o sustituto
fantasmal, a la Razón, la lógica de esa c o n c ie n cia ».8

La frase decisiva aq uí es «la lógica de e s a conciencia», que


m a rc a la distancia analítica que Guha, el historiador, h a de to m a r
frente a su objeto de estudio, que es la conciencia m ism a. Pues al
ex a m in a r la historia de la rebelión santal de 1855, com o era de es­
perar, Guha se encon tró con u n fenóm eno c o m ú n en la vida de los
cam pesinos: la agencia de seres sobrenaturales. Los cabecillas de
los santal explicaban la rebelión en térm inos sobrenaturales, como
u n acto realizado a instancias del dios santal Thakur. G uha dirige
n u e s tra aten ción a las p ru e b a s y su b ra y a la im p o rta n c ia de esta
perspectiva p ara los propios rebeldes. Los cabecillas de la rebelión,
S idh u y Kanu, dijeron que T h a k u r les había ase gu rad o que las b a ­
las b ritá n ic a s no h e riría n a los fieles-rebeldes. G u h a so rtea con
cu idado toda lectura in strum ental o elitista de tales afirmaciones.
Escribe: «No se tratab a de declaraciones públicas realizadas para
im p resio n ar a sus seguidores. [...] [S]on las palab ras de unos p ri­
sioneros a los. que espera la ejecución. Dirigidas a interrogadores
hostiles en ca m p a m e n to s militares, poco p o d ían usarse com o p ro ­
paganda. P ronun ciad as p o r integrantes de u n a tribu que, según to­
das las fuentes, aún no hab ía aprend ido a mentir, representaban la
verdad y n a d a m ás que la verdad p a ra los q ue las p ro fe ría n ».9
Se hace perceptible en este p u n to del análisis de G uha una ten ­
sión inherente al proyecto de Estudios Subalternos. Su frase «lógi-

149
ca de la conciencia» o su idea de u na v e rd ad que sólo e r a «verdad
p a ra los que las proferían» son actos que a s u m e n u n a distancia crí­
tica de aquello que está tratando de com prend er. In te rp retad a s li-
tera lm e n té , las declaraciones de los c a m p e s in o s re b e ld e s m u e s ­
tra n al su balterno rechazando la agencia o la subjetividad. «Me
re belé», a f ir m a , « p orqu e se me a p a r e c ió T h a k u r y m e dijo q ue
m e rebelase.» E n sus propias palabras, tal co m o las registra el e s ­
criba colonial: «Kanoo y Sedoo Manjee no están lu c h an d o . El p r o ­
pio T h a c o o r luchará». En su p rop io relato, e n to n c e s , el s u b a l­
te rn o no es n e c e saria m e n te el sujeto d e su p ro p ia h istoria, p ero
en u n a h istoria del proyecto de E stu d io s S u b a lte rn o s o en cu a l­
qu ier historia de espíritu democrático, lo es. ¿Qué significa, e n to n ­
ces, el que tom em o s en serio la perspectiva del su b a lte rn o -el cual
adscribe la agencia de su rebelión a u n d io s - y a la vez le q u e r a ­
m os con ferir agencia o subjetividad e n su p ro p ia historia, estatus
que sus declaraciones niegan?
La estrategia de G uh a para e n fren tarse a este dilem a se d e s ­
pliega de la forma siguiente. Su p rim er paso, en c o n tra de las p rá c ­
ticas c o m u n e s en la historiografía se c u la r o m arx ista, es resistirse
a los análisis que ven la religión sencillam ente c o m o u n a m a n i­
festación desplazada de relaciones h u m a n a s q ue s o n en sí m ism as
seculares y m u n d an as (clase, poder, econo m ía, etcétera). Guha era
co nscien te de que no se trataba de u n sencillo ejercicio de d e m is ­
tificación:

«La religiosidad fue, según todas las fuentes, central en la hool


(rebelión). La noción de poder que la inspiró [...] [tenía] un c a ­
r á c t e r exp lícitam ente religioso. N o es q u e el p o d e r fuese un
c o n te n id o envuelto en una form a ex terna al m ism o d e n o m i­
n a d a religión. [...] De ahí la a trib u c ió n del levan ta m iento a un
m a n d a t o divino en lu g ar de a lg ú n agrav io p a rtic u la r; la r e a ­
lización de rituales, tanto antes (p o r ejem plo, ce rem o n ias p r o ­
p iciato rias p ara co nju ra r el apocalipsis de las S erpientes P ri­
m ig en ias [...]) com o durante la su blevación (ven era r a la diosa
Durga, b añarse en el Ganges, etcétera); la g en e rac ió n y c irc u ­
lación de mitos es su vehículo ca racterístico : el r u m o r ».10

S in em bargo, pese al deseo de G u h a de e s c u c h a r de verdad la


voz del rebelde, su análisis no puede o frecer a T h a k u r la m ism a p o ­
sición de agencia en la historia de la rebelión q u e las declaracio

150
nes que los santal le habían concedido. Una estrategia narrativa que
resulte ra cio n alm en te defendible en la concepción m o d ern a de lo
que constituye la vida pública - y los h isto riad ores hablan en la es­
fera p ú b lic a - n o puede asentarse sobre u n a relación que p erm ita
a lo divino o lo sobrenatural u n a intervención directa en los asu n ­
tos del m u nd o. La concepción de la rebelión de los cabecillas sa n ­
tal no secu n d a directam ente la causa histórica de la dem ocracia,
la ciud adanía o el socialismo. Necesita reinterpretarse. Los histo­
riadores p u e d e n asignar a lo s o b re n atu ral u n lugar en el sistem a
de creencias b en las prácticas rituales de u n a persona, pero ads­
cribirle agencia real en los acontecim ientos históricos sería ir co n­
tra las reglas de dem ostración que proveen al discurso histórico de
p ro ced im iento s p a ra resolver disputas sobre el pasado.
El teólogo-herm eneuta p rotestante R u dolf B u ltm an n ha escri­
to de m anera esclarecedora sobre este problem a. «El m étodo histó­
rico», afirm a B u ltm an n, «encierra el su p u esto de que la historia
es u n a u n id a d en el sentido de un co n tin u o cerrado de efectos en
el cual los acontecim ientos individuales están conectados p or la
sucesión de cau sas y efectos.» Con esto, B u ltm an n no reduce las
ciencias históricas a una concepción m eca n icista del m un do. M a­
tiza su afirm ació n añadiendo:

«Ello no significa que el proceso de la h isto ria esté d e te rm in a ­


do por la ley causal y que no haya decisiones libres de hom bres
cuyos actos determ inan el curso de los acontecim ientos histó­
ricos. P ero ni siquiera u n a decisión libre sucede sin u n a c a u ­
sa, sin un motivo; y la tarea del h isto riad o? es llegar a conocer
los m otivos de las acciones. Toda dec isión y todo ac to tienen
sus c a u s a s y consecuencias; y el m é to d o histórico p re s u p o n e
que es posible, en principio, exponer las m ism as y su conexión
y así c o m p r e n d e r el proceso histó rico en co n ju n to co m o u n a
unid ad cerrada».

Aquí B u ltm a n n llega a u n a conclusión que nos p erm ite ver la


b re c h a q u e h a de s e p a ra r el c o n ju n to de p rin cip io s explicativos
que el h istoriador emplea p ara justificar la rebelión santal del c o n ­
ju n to que lo s'p ro p io s santal po d rían u tiliza r (incluso as u m ie n d o
que a m b o s p o d ría n c o m p a r tir algu nos principios). E n c u e n tro la
conclusión de B ultm ann co m p letam ente relevante para nuestra dis­
cusión sob re los pasados subalternos:

151
«Este c a r á c te r ce rra d o [la " u n id a d c e r r a d a " p re s u p u e s t a del
proceso histórico] significa que el c o n tin u o de los acon teci­
m ientos históricos no puede ser q u e b r a d o p o r la interferencia
de poderes sobrenaturales, trasc en d en tes y que, en co n se cu en ­
cia, no hay "milagros" en este sentido de la p alabra. Tal m ila­
gro sería un acontecim iento cuya c a u sa no se en c o n traría d e n ­
tro de la historia. Mientras, po r ejem plo, el relato del Antiguo
T estam e n to habla de u n a interfe ren c ia de Dios en la historia,
la cien cia h istó rica no p u ede d e m o s t r a r tal acto divino, sino
que m era m en te percibe que hay p erso n as que creen en él. Cier­
tam en te, com o ciencia h istó rica no p u e d e a f ir m a r que esa fe
sea u n a ilusión y que Dios no haya a c tu a d o en la historia. Pero
ella m ism a, com o ciencia, no p u ede p e r c ib ir ese acto ni esp e­
c u la r a p a r tir del m ismo; sólo p u e d e d e ja r que to d o h o m b re
d e term in e librem ente si quiere ver u n acto de Dios en u n a c o n ­
te c im ie n to histórico que ella c o n c ib e d e s d e la persp ectiva de
sus causas históricas in m a n e n te s ».11

E n lo fundamental, por tanto, la afirm ació n de los santal de que


Dios era el principal instigador de la rebelión h a de ser antropolo-
gizada (esto es, convertida en creencia de alguien o en un objeto
de análisis antropológico) antes de e n c o n tr a r u n lu g a r en el re la­
to del historiador. La perspectiva de G u h a frente a la co m p re n sió n
del acontecim iento po r parte de los s an tal c o m b in a la cortesía del
an tro p ó lo g o -«R espeto tus creencias p ero no son las m ía s» - y u na
inclinación m arxista (o m oderna) a ver la «religión» en la vida p ú ­
blica m o d ern a com o u na forma de co n c ie n cia alien a d a o despla­
zada. «[E]n resumen», escribe, «no cabe h a b la r de insurrección en
este caso salvo com o conciencia religiosa» y, sin em bargo, se a p r e ­
s u ra a añadir: «es decir, a no ser c o m o d e m o s tra c ió n m asiva de
alien ación de sí (tom ando el térm ino de M arx p a r a la esencia m is ­
m a de la religiosidad) que llevó a los rebeldes a c o n sid erar que su
proyecto se basab a en u na voluntad d is tin ta de la su y a .»12
Este es.un caso de lo que he llam ado p a s a d o s sub alternos, p a ­
sados que nu nca pueden entrar en la h istoria a c a d é m ic a com o p e r­
tenecientes a la propia posición del historiador. E n la actualidad
p u e d e n concebirse estrategias de h isto rias polisém icas en las que
o ír voces subalternas de m anera m á s c lara q u e en la fase t e m p r a ­
n a de Estudios Subalternos. Cabe incluso la p o sib ilid ad de ab s te ­

152
nerse d e asim ilar estas voces diferentes a u n a única voz y dejar de­
libera dam ente cabos sueltos en el relato (com o hace S h ah id Arnin
en E vents, Memory, M etaphor).'3 Pero la cuestión es q u e el histo­
riador, en calidad de tal y a diferencia de los santal, n o puede in­
vocar lo sobrenatural al explicar/describir u n acontecim iento.

La política de los pasados subalternos

La defensa de las historias de las m ino rías ha p ro d ucid o des­


cub rim ien to s de pasados subalternos, construcciones de la h isto­
ricidad que nos ayudan a distinguir los lím ites de los m odos de
ver consagrados en las prácticas de la disciplina de la historia.
¿P or qué? P orque la disciplina de la historia -c o m o m u ch o s h a n
arg u m e n ta d o (desde Greg Dening hasta David Cohén en los últi­
m os tiem p o s)- es sólo u n a de las m a n e ra s de re c o rd a r el p a s a d o .H
E n el ensayo de Guha, la resistencia que las «pruebas históricas»
o p o n e n a la lectura del p asado p o r parte del h isto riad o r - u n dios
santal, Thakur, se interpone entre el h isto riad o r d e m ó crata y m ar-
xista y los santal a la h o ra de d ecidir quién es el sujeto de la his­
t o r i a - produce pasados m enores o su balternos en el proceso m is­
m o de tejer relatos históricos m odernos. Los pasad os subalternos
son co m o nudos pertinaces que sobresalen y ro m p e n la superfi­
cie, p o r lo dem ás regular, del tejido. C uando hacem o s historia de
las m inorías dentro del proyecto dem ocrático de i n c lu irá todos los
grup os y pueblos en la corriente d o m in a n te de la historia, a la vez
escucham os y antropologizam os a los santal. No p odem os escribir
historia desde dentro de lo que c o n sid eram o s sus creencias. P ro ­
du cim os así historias «buenas», no subversivas, que se co n form an
a los protocolos de la disciplina.
La consideración de este p ro blem a ha llevado a u n a serie de in ­
tentos de construir las historias de m odo distinto, de perm itir cier­
to grado de igualdad entre las historias de los historiadores y otros
con stru cto s del pasado. Algunos estudiosos representan a h o ra los
límites de la historia de form as diversas: ficcionalizando el p a s a ­
do, experim entando con los posibles m odo s de entre cru z arse las
películas y la historia en la nueva disciplina de los estudios c u ltu ­
rales, estud ian do la m e m o ria en lu g a r de ú n ic a m e n te la historia,
ju g a n d o con form as de e s c ritu ra , y otros re c u rs o s s im ila r e s .15El
tipo de consenso en la disciplina en to m o a los m étod os historio-

153
gráficos q ue e n una época -p o n g a m o s que en los s e s e n ta - re p re ­
sen tab a n (en las universidades anglo-am ericanas al m enos) los c u r­
sos sobre «teoría» o «métodos», que solían servir a Collingwood o
C a rr o Bloch com o alimento básico p a ra histo riad ores, em p ieza a
ser c u e stio n a d o ahora, al m enos p o r aquéllos involucrados en es­
cribir historias de grupos m arginados o de pueblos no occidentales.
E s to no conlleva n ec esariam ente la a n a r q u í a m e to d o ló g ic a (pese
a q u e algunos se sienten lo suficientem ente inseguros com o p ara
tem erla), ni que Collingwood et al. se h ay a n to rn a d o irrelevantes,
s in o que significa que la pregunta de E.H. Carr, «¿Qué es la h is to ­
ria?», exige ser planteada de nuevo p a ra n u e s tra p ro p ia época. La
presió n del pluralismo inherente a los lenguajes e iniciativas de las
historias de las minorías ha originado u n cu e s tio n a m ie n to m e to ­
dológico y epistemológico de la n atu ra leza m is m a de la actividad
de e sc ritu ra de la historia.
Sólo el futuro dirá cómo se resuelven estos asun to s, pero u n a
cosa está clara: la cuestión de la inclusión de las m in o rías en la his­
to ria de la nación ha resultado un p ro b le m a m u c h o m ás c o m p le ­
jo q ue la sencilla operación de aplicar u n o s m é to d o s ya estableci­
dos a un nuevo conjunto de archivos y s u m a r los re sultados a la
s a b id u ría colectiva de la historiografía. El a c e rc a m ie n to aditivo al
c o n o c im ien to se ha desm oronado. Lo que se h a convertido en un a
p re g u n ta abierta es lo siguiente: ¿hay experiencias del p asa d o que
no p u ed an ser capturadas por los m étodos de la disciplina, o que al
m e n o s m u e s tre n los límites de la m is m a ? Los m ie d o s a q u e tal
c u e stio n a m ien to conduzca a un estallido de irracional¡sm o, a que
u n a suerte de locura posm oderna se p ro p a g u e p o r H istorilandia,
p arece n extremos, pues la disciplina sigue firm e m e n te a n c la d a a
los im pulsos positivistas de las buroc rac ia s m o d ern a s, al sistem a
jurídico y a los instrumentos de la gub ern am en talidad . H obsbaw m ,
p o r ejemplo, provee algunas pruebas involuntarias de los estrechos
vínculos de la historia con el derecho y otros in s tru m e n to s d e go­
bierno. Escribe:

«Los procedim ientos judiciales, q u e insisten en la s u p re m a c ía


de las p ru e b as tanto com o los investigad ores histó rico s, y a
m e n u d o prácticam ente de la m is m a fo rm a, d e m u e s tr a n que
la diferencia entre hecho histórico y falsed ad no es ideológi­
c a [...]. C uando una persona in o cen te es p r o c e s a d a p o r asesi­
n a to , y desea p ro b a r su in ocen c ia, lo q u e se p re c is a s o n las

154
técnicas no del teórico " p o sm o d e m o ” sir^o del anticuad o h isto ­
ria d o r ».16

É sta es la ra z ó n p o r la que H o b s b a w m a d u c ir ía que las h is ­


torias de las m ino rías tam bién han de m odelarse según los p ro to ­
colos de la « b uena historia», p ues la h istoria h a b la a las form as
de dem o cracia representativa y justicia social que el liberalism o o
el m arxism o -c a d a un o a su modo, sign iñcativ am en te distin to - ya
h a n hecho familiares.
Pero las historias de las minorías pueden h a c e r m ás que eso. La
ta re a de p r o d u c ir historias de las «m inorías», p re cisam en te bajo
la presión de u n a creciente d e m a n d a de dem ocracia, se ha to rn a ­
do u n a tare a doble. Cabe expresarlo así: la h istoria «buena» de las
m in orías se o cup a de am pliar la esfera de la ju stic ia social y la d e ­
m o cracia representativa, pero la cuestión de los «límites de la h is­
toria», p o r o tro lado, tiene que ver co n la lu ch a, o incluso c o n la
b ú s q u e d a a tientas, p o r form as no estatistas de d e m o cracia que
a ú n no p o d em o s ni en te n d e r ni c o n c eb ir c o m p le ta m e n te . Ello es
así p orqu e al p re s ta r atención al «carácter m enor» de los pasados
subalternos, conservam os las heterogeneidades sin p ro c u rar r e d u ­
cirlas a ningún principio a b a rca d o r que hable p o r un todo ya dado.
No hay u n a'tercera voz que pueda asimilar las dos voces diferentes
de Guha y del cabecilla santal; hem os de q u e d a rn o s con am bas, y
con la brecha entre ellas que a p u n ta a una irredu ctib le pluralidad
en n uestras propias experiencias de la historia.

Pasados m uertos y vivos

P erm ítasem e explorar algo m ás la cuestió n de la hetero gen ei­


d ad tal y co m o yo la veo. Cabe t r a t a r - y n o rm a lm e n te lo hacem os
al escribir h is to ria - al santal del siglo xtx c o n dosis de historicis-
mo y de antropología. Cabe, en o tras palabras, tratarlo com o a un
sign ifican te de o tro s tiem pos y so cied ad es. E ste gesto co nserva
u n a relación sujeto-objeto entre el h is to ria d o r y las pruebas. En
aquél, el pasa d o perm a n ece g en u in a m e n te m u erto; el h isto riad o r
lo «revive» co ntan do la historia .17Pero el santal, con su afirmación
«Hice lo que mi dios me pidió que hiciera», tam b ién nos con fro n­
ta com o u n m odo de ser en este m u n d o , y c a b ría preg untarse: ¿es
esa fo rm a de ser u n a posibilidad p a ra n u e s tr a p ro p ia vida y p ara

155
lo q ue d efinim os com o n u estro p re sen te? ¿N os a y u d a el san tal a
en te n d e r algún principio de acuerdo c o n el cual tam b ién nosotros
vivam os en ciertos m om ento s? Esta p r e g u n ta no h is to ria ni an-
tropologiza al santal, pues el poder ilustrativo de éste co m o ejem ­
plo d e u n a posibilidad p resente no d e p e n d e de su o tre d a d . Aquí
el san tal se p resenta com o nuestro co e tá n eo , y la re la ción sujeto-
objeto qu e suele definir la relación e n tre el h is to r ia d o r y sus a r ­
chivos se disuelve en este gesto, sim ilar al d e sa rro llad o p o r K ier­
kegaard en su crítica de las in terp re tacio n es que c o n s id e ra b a n la
historia bíblica del sacrifìcio de A braham o bien com o m ere ced ora
de explicación histórica o psicológica o b ien co m o m e táfo ra o ale­
goría, pero n u n ca com o u n a posibilidad de vida abierta hoy al c re­
yente: «[¿P]or qué m olestarse en re c o rd a r u n pasado», p re g u n ta b a
Kierkegaard, «que no pu eda ser convertido e n p re s e n te ?».18
Q u edarse con la heterogeneidad del m o m e n to en q ue el h is to ­
ria d o r se en c u en tra con el cam pesino sup o n e, pues, q u e d a rse con
la diferencia entre estos dos gestos. U no e n t r a ñ a h is to ria r al s a n ­
tal en p ro de u n a historia de la justicia social y la d em o cracia ; el
otro, n eg a rse a historiar y ver al s an tal c o m o u n a fig u ra que ilu ­
m ina u n a posibilidad de vida p ara el p re sen te. T o m ados c o n ju n ­
tam ente, am b o s gestos nos ponen en c o n ta c to con las formas, p lu ­
rales de ser que conform an nuestro p ro p io presente. Así pues, los
archivos ayud an a poner de m anifiesto la n aturaleza dislo cada de
todo «ahora» particular que se habite; ésa es la función de los p a ­
sados subalternos.
La pluralidad del propio yo es un s u p u e s to básico en toda h e r ­
m enéutica de la com prensión de aquello q u e parece diferente. Wil­
helm von H u m b o ld t expresó cabalm ente esta idea en su alocución
de 1821 a la Academia de las Ciencias de B erlín titu lad a Sobre la
tarea del historiador: «Cuando dos seres e s tá n s e p a ra d o s p o r u n a
b re c h a total, no se extiende pu en te a lg u n o de c o m p r e n s ió n de
uno a otro; a fin de entenderse m u tu a m e n te , tienen q ue h ab e rse
ya e n te n d id o el u n o al o tro en otro s e n t i d o ».19No s o m o s iguales
que el s an tal del siglo xix, y el santal no se en tien d e c o m p le ta ­
m ente m ediante las escasas declaraciones citadas aquí. Los santal
em píricos e históricos tam bién habrían tenido otras relaciones c on
la m o d ern id a d y el capitalismo que no he considerado. C abría a s u ­
m ir c o n facilidad que los santal hoy e n d ía sería n m u y d iferen tes
de c o m o e r a n en el siglo XIX, que h a b i t a r ía n un c o n ju n to de c i r ­
cu n stan c ias sociales m uy distintas. P o d ría n incluso p ro d u c ir h is ­

156
to riad o re s profesionales; n ad ie neg a ría estos cam bios históricos.
Pero los santal decim onónicos -y, de hecho, si m i arg u m e n tació n
es correcta, los h um anos de cualquier otro periodo y re g ió n - siem ­
pre son en cierto sentido n u estro s co etán eos: ésa te n d ría que ser
la condición con la cual pudiésem os e m p e z a r a tratarlos com o in ­
teligibles p ara nosotros. P or tanto, la e sc ritu ra de la historia ha de
a s u m ir im plícitam ente u n a pluralidad de tiem pos que coexisten,
u n a dislocación del presente consigo m ism o. H acer visible esa dis­
locación es lo' que los pasados su baltern os nos perm iten hacer.
Un a r g u m e n to de este género es lo que, en efecto, se halla en
el núcleo de la historiografía m oderna. C abría alegar, p o r ejemplo,
que la esc ritura de la historia medieval p a r a E u ro p a depende de
esta co n tem po ran eidad asu m id a de lo medieval o, lo que es lo m is­
mo, de la no co ntem po ran eid ad del presen te consigo m ism o. Lo
medieval en E u ro p a se suele vincular e strecham en te con lo sobre­
natu ra l y lo mágico. Pero lo que h ac e posible su historización es
el hecho de que sus características básicas n o sean c o m p le ta m e n ­
te ajenas a nosotros en cuanto m odernos (lo cual no implica negar
los c a m b io s históricos qu e nos separan ). Los medievalistas e u r o ­
peos no sie m p re defienden esta id ea co n sc ie n te o e x p líc ita m e n ­
te, p ero no reéulta difícil verla o p e ra r co m o sup uesto en su m éto ­
do. E n los escritos de Aron Gurevich, p o r ejemplo, lo m o d erno hace
un pacto con l o medieval a través del uso de la antropología, es d e ­
cir, en el uso de pruebas an tropológicas c o n te m p o rá n e a s de fuera
de E u ro p a para d o ta r de sentido al p as a d o de E uro pá. La estric­
ta separación temporal de lo medieval y lo m od ern o se contradice
aq u í p o r la c o n te m p o ra n e id a d global. P e te r Burke c o m e n ta este
tráfico intelectual entre la E u ro p a m edieval y las p ru e b a s a n t r o ­
pológicas co n tem p oráneas al p re se n ta r la o b r a de Gurevich. Éste,
escribe B urke, «podía s e r calificado de a n tro p ó lo g o histó rico ya
en 1960 y desde luego que se inspiraba en la antropología, de modo
esp e cialm en te obvio en la a n tro p o lo g ía ec o n ó m ic a de Bronislavv
Manilowski y Marcel Mauss, que había em pezad o su famoso e n s a ­
yo sobre el regalo con u n a cita de u n a s colecciones de poem as m e ­
dievales escandinavos, las Edda».20
P ueden observarse m ovim ientos dobles sem ejantes -h is to ria r
lo medieval y a la vez verlo co m o co e tá n eo del p re s e n te - en las si­
guientes líneas de Jacques Le Goff. Le Goff tra ta de explicar aq uí
un aspecto de la sensibilidad medieval europea:

157
«Hoy en día las personas, incluso aq uellas q u e c o n s u lta n a vi­
d en tes y adivinos, que invocan a los esp íritu s a n te m esas flo­
tan tes o que p articipan en m isas n egras, r e c o n o c e n u n a fr o n ­
tera en tre lo visible y lo invisible, lo natu ra l y lo so b ren atu ral.
E sto no podía afirm arse sobre el h o m b re medieval. P ara él, no
sólo lo visible era la m era huella de lo invisible; lo s o b re n a tu ­
ral se d esbordaba en la vida diaria a cada p a s o ».21

E s ta m o s ante u n pasaje com plejo. E n la superficie, se o cu p a


de lo que separa lo medieval de lo m o d erno . Sin em bargo , esta d i­
ferencia es lo que hace de lo medieval u n a posibilidad siem pre p r e ­
sente que planea sobre las prácticas de lo m oderno: si nosotros, los
m od ern os, pudiésem os olvidar la fron tera entre lo visible y lo in ­
visible en la descripción de Le Goff, estaría m o s del otro lado de tal
frontera. Las personas que consultan a videntes hoy en día son m o ­
d ern as a p e sa r de sí mismas, pues realizan p rácticas «medievales»
pero no son capaces de s u p erar los h ábitos m odernos. Sin e m b a r­
go, la expresión inicial «incluso hoy» c o n tien e u n a re fere n cia al
sentido de sorpresa que uno siente h acia su an acronism o, com o si
la existencia m ism a de estas prácticas hoy en día abriese un hiato
en la contin uidad del presente in sertan d o en él algo q ue es s e m e ­
jan te a lo medieval y, sin em bargo, no lo acaba de ser. Le Goff re s ­
c a ta el presente afirm a n d o que incluso en la prá ctica de esas p e r ­
sonas persiste algo irreductiblemente m oderno: su distinción entre
lo visible y lo invisible. Pero persiste sólo en cu a n to frontera, com o
algo que define la diferencia entre lo medieval y lo m oderno. Y, dado
que la diferencia es siem pre el n o m b re de u n a relación, pues s e ­
p a ra tanto com o conecta (como, de hecho, hace u n a frontera), c a ­
bría so sten er que al lado de lo presente o de lo m o d e rn o lo m ed ie­
val tam bién ha de persistir, aunque sólo sea com o aquello que existe
c o m o límite o frontera de las p rácticas y los d is c u rso s que d efi­
nen lo m oderno.
Los p asados su balterno s son jalo nes de esa fro ntera. Con ellos
a lc a n z a m o s los límites del discu rso d e la h istoria. El m otivo de
esto, com o he dicho, es que los pasados su balterno s no pro p o rcio ­
nan al h istoriador principio alguno de n a rra c ió n que se p u ed a d e ­
fender racio nalm ente en la vida pública m oderna . D a n d o un paso
adelante, p ued e verse que este requisito de un prin cip io racional,
a su vez, m a rc a la estrecha relación e n tr e las co n s tru c c io n e s m o ­
d ern as de la vida pública y los proyectos de justicia social. No r e ­

158
sulta sorprendente que el estudioso m arxista F redric Jam eson e m ­
pezase su libro The Political U nconscious con este m andato: «¡His­
to ria r siempre!». J am eso n describe «este eslogan» com o «el único
im perativo absoluto e incluso cabe d ecir "transhistórico'' de todo
p e n s a m ie n to d ia lé c tic o ».22Si estoy en lo cierto, la histo rizac ió n
no es la parte p ro b lem á tica del m an dato; el té rm in o p e r tu r b a d o r
es «siempre». Pues el su p u e s to de u n tiem po co n tin u o , h o m o g é­
neo, infinitam ente extendido que hace posible la im aginación de
u n «siempre», es cu e stion ad o por los pasados su balterno s que to r­
n a n el presente, en palabras de Derrida, «dislocado ».23

Los nudos temporales y la escritura de la historia

«Uno historia sólo en la m ed id a en que perte n ece a un m odo


de ser en el m u n d o que está alin ead o con el principio del d ese n ­
ca n ta m ie n to del universo», el cual subyace al conocim iento en las
ciencias sociales (y yo distingo el c o n o c im ie n to de la p rá c tic a ).24
Pero el «d esencan tam iento» no es el único p rin cip io m e d ia n te el
cual convertimos la tierra en m undo. Lo sobre n atu ral puede h a b i­
ta r el m u n d o en estos otros m odos de m un dan izació n, y no siem ­
pre com o p ro b lem a o resultado de creencias o ideas conscientes.
Esta idea se p la s m a en u n a a n é c d o ta sobre el poeta W.B. Yeats,
cuyo interés en las hadas y otros seres no h u m a n o s de los cuentos
populares irlandeses es bien conocido. Ésta es la historia según me
la ha contado mi am igo David Lloyd:

«Un día, en el periodo de sus extensas investigaciones sobre el


folclore irlandés en la C o n n em ara rural, William B utler Yeats
descubrió un tesoro. El tesoro e ra cierta se ñ o ra Connolly, quien
atesoraba el re p erto rio m ás espléndido de historias de hadas
con el que W.B. se hab ía e n c o n tr a d o n u n c a . Se sentó con ella
en su p e q u e ñ a casa de la m a ñ a n a a la n o ch e , e s c u c h a n d o y
an o tan d o sus historias, sus proverbios y su sab idu ría popular.
C uando se acerc ab a el crep úsculo se levantó para m archarse,
atu rd id o aún p o r todo lo que h ab ía oído. La señora Connolly
se quedó de pie en la p u erta m ientras se alejaba, y justo c u a n ­
do él llegó a la cancela se volvió y dijo co n suavidad: "Una p re ­
g u n ta más, s e ñ o r a Connolly, si m e lo p e rm ite . ¿Cree usted en
las h a d a s?”. La señ o ra C onnolly echó h a c ia atrá s la cabeza y

159
se rió. "E n absoluto, señ o r Yeats, en abso lu to." W.B. hizo u n a
pausa, se dio la vuelta y se alejó, a rrastra n d o los pies, por el sen ­
dero. Entonces, oyó la voz de la señ o ra C onnolly siguiéndolo
p o r el camino: "Pero están ahí, s e ñ o r Yeats, están ahí ”».25

C o m o la anc ia n a señora Connolly sabía, y co m o n osotros, los


científicos sociales, a m enudo olvidamos, los dioses y espíritus no
d e p e n d e n de las creencias h u m a n a s p a ra su p ro p ia existencia; lo
que los h ac e presentes son nuestras p rá c tic a s .26F o rm a n parte de
los d istin tos m odos de ser a través de los cuales hacem o s diverso
el presente; son precisam ente las dislocaciones del presente lo que
nos p erm ite estar con ellos. Estos otros m odos d e ser no están exen­
tos d e cuestiones de poder o justicia, pero éstas se suscitan - e n la
m e d id a en que las instituciones p ú b licas m o d e r n a s les dejan e s ­
pacio, p ues am bo s in tersecan- en té rm in o s d e se m e jan tes a los de
lo político-m oderno.
N o o b s t a n t e - y quiero concluir señ a la n d o e sto -, la relación e n ­
tre lo que he denom inado pasados s u b altern o s y la práctica de la
h isto rizació n no es m u tu am en te excluyente. G racias a que ya te ­
n e m o s experiencia de aquello que h ace al p re s e n te no coetáneo de
sí m ism o , podem os, de hecho, historiar. Así, lo que perm ite h is to ­
riar lo medieval o lo antiguo es el p ro pio hech o de que esos m u n ­
dos nunca-están completamente perdidos. H abitam o s sus fragm en­
tos incluso cuando nos clasificamos com o m o dernos y seculares. Es
p o rq u e vivimos en n udo s tem porales p o r lo q u e p odem o s a c o m e ­
ter la em p re sa de desenredar, por así decirlo, p a rte del nud o (así es
c o m o cab ría concebir la cronología ).27
El tiem po, según u n a expresión en mi lengua, nos sitúa dentro
de la e s tr u c tu r a de u n granthi; de a h í la p a la b r a bengalí sh o m o y-
granthi: sh o m o y significa «tiempo», y granthi se refiere a a r tic u la ­
ciones de diverso tipo, desde la com pleja form ación de los nudillos
de n u e s tr o s dedos a los nudos de u n b a s tó n de b a m b ú . P o r ello,
cabe estable cer dos relaciones con los santal. E n p rim e r lugar, p o ­
d em o s situarnos com o sujeto m oderno para el cual el m u n d o de la
vida s a n ta l es un objeto de explicación y es tu d io históricos. P ero
ta m b ié n p u e d e considerarse a los s a n ta l c o m o p e r s o n a s que ilu­
m inan posibilidades para nuestros propios m u n d o s de la vida. Si mi
a rg u m e n to es correcto, la segunda relación p reced e a la prim era.
Es lo q ue la hace posible.
Los pasad os subalternos, de este m odo, funcionan co m o suple-

160
m en to de los p a s a d o s del historiador. Son su p le m e n ta rio s en u n
sentido derrideano: perm iten que la disciplina de la historia sea lo
que es y a la vez ayudan a m ostrar sus límites. Al llam ar la atención
sobre los límites d e J a historización, nos ay ud an a distanciam o s de
los instintos im periosos de la disciplina, la idea de que todo p u e ­
de historiarse o de q ue hay que h isto riar siem pre. Los pasados s u ­
balternos nos restituyen un sentido del bien lim itado que es la c o n ­
ciencia histórica m oderna. G a d am er expresó cab alm ente esta idea
en el curso-de u na explicación de la filosofia de Heidegger. Dijo: «La
experiencia de la historia, que n o sotros m is m o s tenem os, es [...]
cub ierta sólo en un pequeño grado p o r aquello que d e n o m in a r ía ­
mos conciencia histórica ».28Los pasados subalternos nos recuerdan
que u n a relación de c o n te m p o ra n e id a d e n tre lo no m o d e rn o y lo
m o d ern o , u n «ahora» c o m p a rtid o y co nstan te , que se expresa en
el plano histórico p ero cuyo c a rác te r es ontològico, es lo que p e r­
mite q u e él tiem po histórico se despliegue. E ste «ahora» o n to lò ­
gico precede a la b re c h a histórica que los m éto d o s del h istoriado r
sim ultáneam ente a s u m e n y postulan entre el «allí-y-entonces» y el
«aquí-y-ahora». Así, lo que subyace a nu estra cap acidad de h is to ­
riar es n u estra capacid ad de no hacerlo. Lo q ue nos da un p u n to
de e n tra d a en los tiem pos de dioses y espíritus - q u e al parece r son
muy distintos del tiem po vacío, secular y h o m o g én eo de la h is to ­
ria - es q u e 'n u n c a so n co m p letam ente ajenos; p ara empezar, h a b i­
tam os en ellos.
La hermenéutica del historiador, como Humboldt sugirió en 1821,
parte de u n a prem isa, tácita y asum ida, de identificación, que m ás
tarde es desm entida en la relación sujeto-objeto. Podem os concebir
lo que he d e n o m in a d o pasados subalternos co m o indicios que re ­
cibimos -m ien tra s nos entregam os a la actividad específica de his­
to r i a r - de un a h o r a co m p artid o , no h isto riab le y ontològico. He
pro c u rad o sugerir que este a h o ra es lo que q uiebra fu n d a m e n ta l­
m e n te el c a rá c te r serial del tiem p o histó rico y lo q u e hace q u e
todo m o m e n to p a rtic u la r del presen te h istórico esté dislocado de
sí m ism o.

161
•Segunda
·Segundaparte
parte
HHistorias
istorias de perten en cia
de pertenencia
5
Crueldad dom éstica
y el nacim iento del sujeto

E kshan, u n a revista literaria de Calcuta, publicó en u n o de sus


n ú m e ro s de 1991 un ensayo titulado «Baidhabya kahini» o «Cuen­
tos de Viudedad».' Su au to ra era Kalyani Datta, u n a m u je r benga-
lí que desde los años cincuenta había estado re u n ie n d o , entre las
v iu d as bengalíes m ás a n c ia n as que conocía, relatos s o b re la o p re ­
sión y la m arginación que h ab ían sufrido debido a su condición de
viudas. El artículo de D atta re p ro d u c ía esos relatos de viudas en
su p ropio lenguaje a p a rtir de las notas que to m a b a en entrevistas
inform ales. Sin financiación y sin ayu da de in s titu ció n ac a d é m i­
ca alguna, la investigación de Datta m o stró c u á n p ro f u n d a m e n te
a r ra ig a d a en la vida bengalí m o d e rn a está u n a v o lu n ta d resuelta
de te s tim o n ia r y d o c u m e n ta r el sufrim iento (en este caso, las difi­
cultades de las viudas) en interés del lector medio. T anto esa volun­
tad co m o el archivo que h a forjado a lo largo de los ú ltim o s cien
añ os form an parte de la m o d ern id a d que el do m in io colonial b ri­
tán ico inauguró en la India decim onónica.
Lo que subyace a esta voluntad de d o c u m e n ta r es u n a im agen
de la viuda bengalí p erte n e c ie n te a fam ilias h in d ú e s de la c a sta
s u p e rio r com o u na figura general del sufrim iento. E s ta figura en
sí m is m a es u n a abstracción de u n a época relativam en te reciente.
Desde luego, hay viudas en las familias bengalíes de la casta su p e ­
r io r desde que tales familias existen. Tam bién es v e rd ad que exis­
ten desde tiem po inm em orial ciertas perniciosas co s tu m b re s m e ­
nores destinadas a regular y do m in ar la vida de las viudas. No es el
caso que todas las viudas bengalíes de la casta s u p e r io r hayan s u ­
frido de la m ism a m a n e r a o en la m is m a m e d id a a lo largo de la
h isto ria, ni q ue no se h a y a n p ro d u c id o c a m b io s h is tó ric o s en su
condición. M uchas viudas ad qu irieron u n a a u to rid a d fam iliar i n ­
c u e stio n a b le som etiéndo se v o lu n ta ria m e n te a los re g ím e n e s y r i ­
tuales prescritos para la viudedad. M uchas tam b ién h a n resistido

165
los m a n d a t o s sociales dirigidos a c o n tro la r su vida. Además, fac­
to res co m o la educación de las m ujeres, su acceso a la vida p ú b li­
ca, el subsiguiente descenso del n ú m e ro de m a trim o n io s de niñas
y el in c r e m e n to general de la e s p e ra n z a de vida h a n a y u d a d o a
re d u c i r la vulnerabilidad de las viudas. El acto privado de Kalya-
ni D a tta de registrar (públicamente) algunas de las voces de las p ro ­
pias viudas resulta en sí mismo un testim onio de estos innegables
c a m b io s históricos.
S in em bargo, no cabe d u d a de q u e la v iu d e d a d expone a las
m u je re s a d e term in a d as dificultades reales d e n tro del sistem a de
p a re n te s c o , patrilineal y patrilocal, de la casta s u p e r io r de la s o ­
cied a d bengalí. Los rituales prescritos p a r a la v iudedad m u e s tra n
que se la tiene po r u na condición de m al agüero (pues los s u p u e s ­
tos m a lo s auspicios de la m u jer se c o n s id e r a b a n tra d ic io n a lm e n ­
te los culpables de atraer la m uerte so b re un m ie m b ro m asculino
de la casa). Los rituales adquieren la form a de u n a g ra n expiación
que d ebe realizar la viuda a lo largo de toda su vida: el celibato, la
p ro h ib ic ió n de com er carne, la abstinencia de d e te rm in a d o s tipos
de c o m i d a y la frecuente o b servació n del ayun o. Un c u e rp o sin
ad o rn o s, p o rta d o r de ciertas m arcas (com o la ausencia de joyas, la
c a b e z a ra su ra d a o el cabello m uy corto y el sari blan co sin c e n e ­
fa o c o n u na cenefa negra) p rocura h a c e r a la viuda poco a tra c ti­
va y colocarla aparte de los demás. Las narrac ion e s que a b o rd an
la v iu d e d a d desde el siglo xix revelan el c o m p o n e n te de to rtu ra,
opresión y crueldad que a menudo, si no siempre, ac o m p a ñ a b a se­
m e ja n te experiencia.
Sin embargo, hasta el advenimiento del dom inio colonial la viu­
dez n o h ab ía sido tem atizada com o p ro b le m a en la sociedad b e n ­
galí. E n la literatura y la escritura bengalíes prebritánicas hay obras
que trata n variados aspectos de la vida de las mujeres: el sufrim ien­
to de la n u era a m anos de su suegra y sus cu ñ adas, la castidad de
las m ujeres, los celos y disputas entre las esposas de u n varón, pero
ra ra vez (si es que alguna vez ocurrió) los problem as de la viudedad
c o n c ita ro n interés .2El dominio colonial modificó todo esto. Desde
el e n c a r n iz a d o deb ate sobre la sati (la in m o la c ió n d e la viuda en
la p ir a funeraria de su marido) en los añ o s veinte y treinta del s i­
glo xix, pasa n d o p o r la Ley sobre Nuevos M a trim o n io s de las Viu­
das (1856), h a s ta las te m p ra n a s novelas ben g a líe s e sc rita s e n tre
1870 y 1920, las viudas y sus dificu ltades c o n s titu y e ro n u n a s u n ­
to de im p o rta n c ia central en la e s c ritu r a de B engala. Asim ism o,

166
en los ú ltim o s c ien to treinta añ o s a p ro x im a d a m e n te , n u m e ro s a s
viudas hindúes de Bengala -viudas tanto en la vida real com o en la
ficc ió n - h a n n a r r a d o sus p ro p ia s historias e n distintos géneros
de ficción, m e m o ria s y autobiografías. Desde el siglo xix la c u e s ­
tión de la opresión de las viudas se ha m a n ten id o com o u n aspec­
to im p o rta n te de las críticas m o d e rn a s al s is te m a de p a re n te s c o
bengalí. El breve ensayo de Kalyani Datta en E kshan form a parte
de este acto co n tin u o y colectivo de docu m en ta ció n del sufrim ien ­
to que la condición de la viudez h a infligido a las mujeres.
La h is to ria de la v iud edad m o d e rn a ha d e s p e rta d o el interés
de m uchos estudiosos de la sociedad colonial bengalí. Éstos h an de­
m ostrad o la existencia de u n vínculo entre el «discurso colonial»
- e n particular, el em pleo británico de las «condiciones de las m u ­
jeres» co m o u n indicio p ara m e n s u r a r la ca lid a d de u n a civiliza­
c i ó n - y los co m ien z o s de u n a fo rm a m o d e rn a de crítica social en
Bengala que se c e n tró en cuestiones com o la sa ti y el nuevo c a sa­
m ien to de las v iu d a s .3Las cuestiones que m e p ro p o n g o fo rm u la r
a q u í son algo diferentes de las que investigan estos especialistas.
Resulta obvio que la figura general del sufrim iento de las viudas se
pro dujo en la h isto ria bengalí m ed iante la creación de u n pasado
colectivo, «público», a partir de num erosos recu erd os individuales
y familiares de la experiencia de la viudez. Este pasado colectivo fue
necesario p ara la lu ch a p o r la ju stic ia en las co n d icio n e s de u n a
vida p úb lica m o d e rn a . ¿Qué tipo de sujeto se p ro d u c e en la in ­
tersección de estos dos tipos de m em oria, la pública y ía familiar?
¿Cómo tiene que ser este sujeto p ara estar interesado en d o c u m e n ­
ta r el sufrimiento? ¿Cómo escribir u n a historia de un sujeto bengalí
m od em o 'y colectivo que está m arcado por esta voluntad de testimo­
n ia r y d o c u m e n ta r la opresión y las heridas?

La com pasión y el sujeto de la Ilustración

La capacidad de advertir y d o cu m en ta r el sufrim iento (incluso


si se trata del propio) desde la posición de u n o b serv ado r g e n e ra ­
lizado y n ecesariam ente in corpóreo es lo q ue señala el com ienzo
del yo m oderno. E n principio, este yo debe s e r generalizable; es d e­
cir, de condición tal que señale u na posición susceptible de ser o cu­
p a d a p o r c u a lq u ie ra que tenga u n a p re p a ra c ió n ad e c u a d a . Si se
afirm ase, p o r ejem plo, q u e sólo u n a clase p a r ti c u la r de p e rs o n a

167
-c o m o B ud a o Cristo- es capaz de advertir el sufrim iento y de c o n ­
m overse p o r éste, no se estaría h ab lan do de u n a posición de suje­
to generalizada. Ser Buda o Cristo no está al alcance de cualquie­
r a a q u ie n sim plem ente se le p ro p o r c io n e u n a ed u c ació n y u n a
form ación adecuadas. De m odo que la capacidad de sim patía ha de
c o n sid erarse una potencialidad inh ere nte a la n atu ra leza del h o m ­
bre en general y no a la individualidad de u n a p erso n a en p a rtic u ­
lar. Como veremos, algunos filósofos de la Ilustración com o David
H u m e y Adam Smith sostuvieron u n a «teoría n atu ra l de los senti­
m ientos» de este tipo.
Debe efectuarse una distinción crítica e n tre el acto de exterio­
riz a r el sufrim iento y el de observar o c o n f ro n ta r a quienes sufren.
La exteriorización del sufrimiento con el propósito de suscitar s im ­
patía y o btener ayuda es u n a práctica m u y antigua, quizás un iver­
sal y tod avía corriente. Los m endigos d e f o rm a d o s de la E u ro p a
m edieval y de las ciudades de E s ta d o s U n id o s o de la In d ia c o n ­
te m p o rá n e a son sujetos de sufrim iento, p e ro no se tra ta de sujetos
incorpóreos. El que sufre, en este caso, es u n yo en c a rn a d o en u n
cuerpo, el cual es siempre un yo particular, ase n ta d o en éste o en
aqu el cu e rpo . Tampoco la sim p atía q u e se sien te sólo p o r u n i n ­
dividuo en p articular que sufre (como u n p arie n te o u n amigo) se­
ría «m oderna» según mi pun to de vista. La p erso n a que o cu pa la
posición del sujeto m oderno es aquella q u e no es sujeto de s u fri­
m ien to inm ediato, pero que tiene la c a p a c id a d de tran s fo rm a rs e
en sujeto de sufrimiento sec u ndariam ente , a través de la sim patía
que siente p o r un cuad ro gen eralizado de su frim ie n to , y que d o ­
cu m e n ta ese sufrimiento en interés de u n a intervención social u l­
terior. E n otras palabras, el m om ento de la observación m o d ern a
del sufrim iento consiste en cierto m o m e n to de autorreconocim ien-
to p o r p arte de un ser h u m an o abstracto, general. Es com o si u n a
p e rs o n a c a p a z de con tem plar en sí m i s m a lo h u m a n o en general
ta m b ié n recon ociera la m ism a figura en o tr a p e r s o n a p a rtic u la r
que sufre, de modo que el m om ento de re co n o cim ien to resulta un
m o m e n to en que lo h u m a n o en g eneral se disocia en dos figuras
que se reconocen y se constituyen m u tu a m e n te : la del que sufre y
la del que contem pla el sufrimiento. S in em b arg o , a principios del
siglo xix se a rg u m e n tab a que todo esto n o p o d ía te n e r lug ar sin
la ay ud a de la razón, pues el hábito y la c o s tu m b re -s i n oposición
de la r a z ó n - podían entorpecer la c a p a c id a d n a tu ra l de s im p a tía
p ro p ia de los seres hu m an os. La ra zó n , es decir, la e d u c a c ió n en

168
la a r g u m e n ta c ió n racional, se co n s id e ra b a u n factor crítico p a r a
im p u ls a r el desarrollo de esta capacidad de ver lo general en el in ­
dividuo m oderno.
Los dos reform ado res sociales m ás im p o rtan tes de Bengala en
el siglo xix, quienes se o c u p a ro n de cuestiones concernientes a las
dificultades de las viudas, R a m m o h u n Roy (1772 o 1774-1833) e
Isvvarchandra Vidyaságar (1820-1901), p ro pusiero n u n a teoría n a ­
tural de los sentim ientos similar. Roy d esem peñ ó u n papel decisi­
vo en la apro b ació n de la ley que declaró ilegal la sati en 1829, y
Vidyasagar llevó a cabo un a exitosa ca m p a ñ a a favor de que las viu­
das obtuviesen el derecho legal de volver a casarse, derecho c o n s a ­
grado en la Ley sobre Nuevos M atrim onios de las Viudas H indúes
de 1856. Estas intervenciones jurídicas nos p erm iten ta m b ié n efec­
tu a r u n a u lterio r distin c ió n en tre el su frim ie n to tal c o m o lo c o n ­
s id e ra n religiones co m o el b u d is m o y el s u frim ie n to c o m o te m a
del pensam iento social m oderno. E n la concepción religiosa, el s u ­
frim iento es existencial, a c o m p a ñ a al h o m b re en su vida. Sin e m ­
bargo, en el pensam iento social, el sufrim iento no es u n a categoría
existencial. Es específico y, p o r consiguiente, está abierto a in ter­
venciones seculares.
El conocido trata do de R a m m o h u n Roy titulado B rie f R em arks
Regarding M odem E n cro a ch m en ts on the A ncient R ight o f Fema-
les [Breve co m e n ta rio acerc a de la c o n c u lc ació n m o d e r n a de los
an tig u o s d erechos de las m ujeres] fue u n a de las p rim e ra s a r g u ­
m e n ta c io n e s re d actad a s en la India m o d e r n a a favor del d erech o
de p ro p ied a d de las mujeres. Este d o c u m e n to sobre el derecho de
pro pied ad tam bién se o cup a de sentim ien to s com o la crueldad, la
aflicción, el sufrim iento, la an gu stia y otros de n a tu ra le z a s e m e ­
ja n te en las relaciones h u m a n a s . E stos dos hilos -d e re c h o s y s e n ­
tim ie n to s - se entretejen en la arg u m e n ta c ió n de Roy vincu lan do
la cuestión de la propiedad con la de los sentimientos, y a m b os c o n ­
sid era n el s u frim ien to co m o un p ro b le m a social h istó rico y erra-
dicable:

«En resum en, u n a viuda, de ac u e rd o con la [actual] regulación


ju ríd ic a , no p u ed e re c ib ir n a d a [...] [a m e n o s q u e su espo so
fallezca] d eja n d o dos o m á s hijos v aro n e s y q ue tod o s ellos
sobrevivan y estén d isp u esto s a a d ju d ic a r u n a p a r te a su m a ­
dre. [...] La consecu encia es que la mujer, que u n día es co n si­
d e r a d a co m o la ún ica se ñ o r a de la familia, el día sigu ien te se

169
co nvierte en dep end ien te de sus hijos y q u e d a s o m e tid a a los
desprecios de sus nueras. [...] Los hijos crueles a m e n u d o hie­
r e n los sen tim ie n to s de estas m a d re s d e p e n d ie n te s . [...] Las
m a d ra stras, que suelen ser n u m ero sa s debid o a la poligamia,
s o n a ú n m á s d e s a te n d id as p o r sus h ijastro s, y e n oca sio n e s
terriblem ente m altratadas p o r sus hijastras. [...] Las restriccio­
nes a la herencia fem enina fom entan en gra n m ed id a la poli­
gam ia, u n a fuente habitual de la m a y o r p e n u r ia en las fa m i­
lias n ativas ».4

H ay dos notas interesantes de este d o c u m e n to que lo convier­


ten en la o b ra de un observador m o d e rn o del su frim ien to . E n p r i ­
m e r térm ino, al contem plar esta crueldad p ara con las viudas y las
m ujeres, Roy se coloca a sí m ism o en la posición trasc en d en tal del
sujeto m oderno. Esto q ueda claro si co n s id e ra m o s d e te n id a m e n ­
te el siguiente pasaje del texto:

«Cuán angustiante debe de ser p a ra la co m u n id a d fem enina y


p a r a quienes están interesados en su d efensa o bserv ar c o tid ia­
n a m e n te que num erosa s hijas de u n a familia rica prefieran no
re c la m a r parte alguna de las pro piedad es [...] que d ejan sus di­
funtos padres [...]; m ientras ellas q u e d a n expuestas a ser e n tre ­
gadas en m atrim onio a individuos que tienen ya varias esposas
y no disponen de medios para m a n te n e rla s ».5

Aquí Roy se p re sen ta a sí m ism o al m is m o tie m p o co m o u n


sujeto que experimenta un sentimiento -« a n g u stia» - y co m o un s u ­
jeto qu e representa a otros, alguien que «está interesado en su [la
de las m ujeres] defensa». La capacidad de sim p atía es lo que un e
a la p ersona que representa con quienes son representados: c o m ­
p a r te n la m ism a «angustia». La segu nda cláusula del pasaje se re­
fiere a u n nuevo tipo de representación: aquellos que a s u m e n un
interés en la condición de las m ujeres en n o m b re de las m ism as.
P ero ¿quiénes eran estas m ujeres? No e ra n m u jeres particulares,
específicas, distinguidas po r su perte n en cia a familias o a e s tru c ­
tu ra s de parentesco particulares. Las m u jere s co nstituyen aquí u n
su jeto colectivo; la expresión «com unidad fem enina» co n n o ta u n a
c o m u n id a d general. Es esta «com unidad general» la que c o m p a r ­
te la an gustia de R a m m o h u n Roy, el a n a lista que observa en n o m ­
b re de ese colectivo. Y, p o r lo tanto, el se n tim ie n to de «angustia»

170
al q u e se refiere R a m m o h u n Roy re m ite a u n nuevo tip o de c o m ­
p asió n , algo q u e se p o d ría sen tir an te el s u frim ie n to m á s allá de
la p ro p ia familia inm ediata. P o dríam o s llam ar a este sentim ien to
«com pasión en general».
Pero ¿de dó n d e proviene tal com pasión o sim p atía? ¿Qué hizo
posible que R a m m o h u n o V idyasagar s in tie ra n esta «co m pasió n
en general» que la m ayor p arte de los m iem b ro s de su co m u n id ad
(presum iblem ente) aú n no experim entaba? ¿Cóm o se m odela a sí
m is m a la sociedad p ara convertir esta co m p asió n en u n elem en­
to constitutivo de cada u n a de las personas, de m a n e ra que la com ­
p asió n se convierta en un sen tim iento presente de m o d o general
en la sociedad? Sobre esta cuestión, tanto R a m m o h u n co m o Vidya­
sagar ofrecen u n a resp uesta notable p o r su a ñ n i d a d co n la Ilustra­
ción europea. La razón, arg u m e n ta b a n , es lo que p u ed e liberar el
flujo de com pasión que se halla natu ra lm e n te presente en todos los
seres h u m a n o s , pues sólo ella tiene la c a p a c id a d de d is ip a r la ce ­
gu era ind u cid a p o r la c o s tu m b re y el h áb ito . Los seres h u m a n o s
ra zo n ab les o b serv an el su frim ie n to y eso activa la c a p a c id a d h u ­
m a n a natural de sim patía, co m p asió n y piedad.
R a m m o h u n p lan teó la cu e s tió n de la c o m p a s i ó n de m a n e r a
a b ie rta en su re sp u esta de 1819 al polém ico esc rito de K a sh in a th
Tarkabagish, B idhayak n id shedhak shom bad, d irig ido co n tra su
propio punto de vista sobre \a sa ti. «Lo que es lam entable», afirm a­
ba, «es que el hecho de h a b e r c o n te m p la d o c o n sus p ro p io s ojos
situaciones en las que alg u n as m u jere s h an p a d e c id o ú n eno rm e
p e s a r p o r la d o m in ació n a la que se e n c o n tr a b a n so m e tid a s no
haya suscitado en usted ni siquiera u n a m ín im a cu o ta de c o m p a ­
sión com o p ara que la inm olación forzosa [de las viudas] fuese d e­
t e n id a .»6¿Por qué las cosas su ced ían de esa m a n e ra ? ¿P or qué al
hecho de la contem plación no le sucedía la s im p atía ? La respues­
ta de R a m m o h u n se ofrece co n clarid ad en su esc rito de 1818 ti­
tu lad o Views on B u rning W idow s Alive [C o n s id e ra c io n e s sob re la
crem ación de viudas en vida], en el cual a ta c a b a a los defensores
de esa práctica. Refiere allí R a m m o h u n la m a n e r a forzada en la que
las viudas e ran «atadas» a la pira fune raria d u r a n te el desarrollo
de la sati y p lan tea d irec tam en te la cu estión d e la m iserico rdia o
c o m p a s ió n (daya): «Están u s ted es re su elto s d e m a n e r a inmise-
rico rd e a c o m e te r la terrib le falta de a s e s in a r a u n a m ujer». Su
oponente, el «defensor» de la sati, replica: «Ha a firm a d o usted in ­
sistentem ente que prom ovem os la aniquilación de las m ujeres p o r­

171
q u e c a re c e m o s de sentim ientos. E so es in c o rre c to . Pues está e s­
c rito e n n u estro Veda y en los códigos de la ley q u e la m iserico r­
dia es la raíz de la virtud, y por n uestro ejercicio d e la hospitalidad,
e n tre o tro s factores, n u e s tra c o m p asiv a d isp o s ic ió n ha a lc a n z a ­
do f a m a ».7
La réplica de R am m ohu n introduce u n a rg u m e n to que no c u e n ­
ta c on el respaldo de la autoridad de los libros s a g r a d o s y que c a re ­
cía de respuesta en los debates de la época. Se t r a t a del a r g u m e n ­
to so b re el «hábito de la insensibilidad». De m a n e r a m u y s im ila r
a los p en s a d o re s de la Ilu stració n e u r o p e a y q u i z á s influido p o r
ellos, R a m m o h u n sostenía que d ebido a que la p rá c tic a de la sati
se h a b ía tra n s fo rm a d o en u n a c o s tu m b re - e n u n a s u n to de ciega
re p etición-, las personas eran incap aces de e x p e rim e n ta r s i m p a ­
tía incluso cuando veían que se forzab a a alguien a convertirse en
sati. El vínculo natural entre lo que co n te m p la b a n y su s sen tim ie n ­
tos de p ie d a d estaba bloqueado p o r el hábito. Si ese háb ito p u d i e ­
ra c o rre g irs e o elim inarse, el m ero a c to de ver q u e u n a m u je r es
obligada a m o rir suscitaría co m pasión. Dice Roy:

«Debe reconocerse que en otros casos ustedes d e m u e s tra n u n a


disp osició n caritativa. Pero, d e b id o a que d e s d e su ju v e n tu d
h a n sido testigos de la inm olación vo lu ntaria de m ujeres e n tre
sus familiares mayores, sus vecinos y los h a b ita n te s de las a l­
deas cercanas y h an observado ind ifere n cia c u a n d o las m u j e ­
res se retorcían bajo el suplicio de las llamas, se h a n g en e rad o
h á b ito s d e insensibilidad. P or la m is m a ra z ó n , c u a n d o a lg ú n
h o m b re o alguna m ujer deben su frir la pena de m uerte, ustedes
ta m p o c o sienten p o r ellos n in g u n a clase de c o m p a s ió n , igual
que aquellos adoradores de deidades femeninas, quienes, s ie n ­
do testigos desde su infancia de sacrificios de n iñ o s y de b ú f a ­
los, no sienten com pasión po r ellos cuan do tien en que p a d e cer
la m u e r t e ».8

E n c o n tra m o s el m ism o arg u m e n to sobre la relació n entre vi­


sión y co m p a sió n en los escritos de Is w a r c h a n d r a Vidyasagar, el
r e fo rm a d o r bengalí responsable de la ley que en 1856 p erm itía a
las v iudas hind úes volver a casarse. El p la n te a m ie n to f u n d a m e n ­
tal de Vidyasagar en cu a n to a la s o lu c ió n de los p ro b le m a s de las
viudas p re sentaba algunas diferencias relevantes resp ecto a la p o ­
sició n de R a m m o h u n Roy pero, c o m o éste, t a m b i é n so s te n ía q u e

172
era n la c o s tu m b re y el háb ito lo q u e o b s ta c u liz a b a la, p o r lo d e ­
más, relación n a tu ra l entre la visión y la c o m p a s ió n :9

«¡Pueblo de la India! [...] El h áb ito ha oscurecido y ab ru m a d o


vuestro intelecto y buen sentido de tal m o d o que resulta difí­
cil que la esencia de la co m p asión fluya en vuestros resecos c o ­
razones, incluso c u a n d o veis las dificultades que p ad e cen las
desv en turadas viudas. [...] No dejéis que n a z c a ning u n a m ujer
en un país cuyos hom bres no tienen com pasión alguna, ningún
sentido del d eber ni de la justicia, ningún sentim iento del bien
y del mal, ningu na consideración; donde sólo la preservación de
la c o stu m b re es la principal y s u p re m a religión; que las desdi­
ch a d as m ujeres no nazcan en u n país así. ¡Mujeres! No soy ca ­
paz de decir qué pecados [en vidas pasadas] os han hecho nacer
en la In d ia ».10

De esta m anera, tanto R a m m o h u n como Vidyasagar propugnan


una teoría natural de la compasión, la idea de que la compasión con­
siste en un sen tim iento universalm ente p resen te en algo d e n o m i­
nado «naturaleza h um ana», p o r m ás que en alg u n a situación p a r ­
ticular su expresión p ueda e s ta r bloqueada. E s to recu erd a a Adam
Sm ith, cu a n d o explica su teoría de la sim patía: «Por m ás egoísta
que p ued a supo nerse u n h om bre, hay algunos principios en su n a ­
turaleza que lo c o n d u c en a in teresarse p or la su e rte de los dem ás.
[...] De ese tipo es la piedad o com pasión, la em oción que sentim os
por la desgracia de los otros»." H u m e tam bién definía la «piedad»
com o un se n tim ie n to general, co m o «un in teré s p or [...] el sufri­
m iento de los dem ás que no ha sido prom ovido p o r nin gun a suerte
de amistad», y lo vinculaba a la capacidad h u m a n a general de s im ­
patía. Escribió: «N inguna c u a lid a d de la n a tu ra le z a h u m a n a es
tan notable [...] co m o nuestra propensión a s im p a tiz a r con los d e ­
m á s ».12Sólo sobre los cimientos de un a interpretación de este tipo,
Roy y Vidyasagar asignaron a la razón un papel fundam ental en la
lucha c o n tra los efectos de la co s tu m b re . La ra zó n no p ro d u c e
el sentim iento de compasión; sim plem ente a y u d a a perm itir que los
sentim ientos tom en su curso natural, elim inando el obstáculo de la
m ecánica costum bre. Huelga a c la rar que la visión del ser h u m a n o
que subyace a este plan team ien to es v erd ad eram en te universal.

173
Suplem en to al sujeto de la Ilustración:
una traducción de la diferencia

La a d a p ta ció n bengalí de la teoría n a tu r a l de la co m p a s ió n al


tr a t a m i e n t o de la cuestión de la c ru eld ad d o m é s tic a p a r a con las
viudas suscitaba dos inconvenientes. Uno era inherente a la propia
teoría: al concebir el sentimiento h u m a n o verdadero co m o natural
y universal, sólo llenaba con la razón lo q ue m á s a d e la n te se c o n ­
s id e ra ría el espacio de la subjetividad h u m a n a . P ero la razón,
p o r ser universal y pública, n u n c a p o d ría p erfila r el lado privado
del individuo moderno. En la sección siguiente re to m a ré sobre este
problem a.
El seg u n d o inconveniente ra d ic ab a en q u e la histo ria bengalí
no e ra u n a p iz a rra en blanco sobre la cu al las p re g u n ta s y re s ­
pu estas de la Ilustración pudiesen escribirse a voluntad. No e ra el
caso que la cuestión de la co m p asión n u n c a se h u b ie ra discutido
en la historia de Bengala antes de la llegada d e los británicos. Exis­
tían interpretaciones alternativas del p ro b le m a que tam b ién d eter­
m in a b a n las respuestas bengalíes a la p re g u n ta ilustrada acerca del
origen de la com pasión. Más interesante en este contexto resulta
el h e c h o de que las biografías bengalíes de R a m m o h u n Roy o de
Vidyasagar a m enu do nos los presentan d a n d o a esta p re g u n ta res­
p u e sta s m u y diferentes de las que en r e a lid a d ofrecieron. U na de
las p r e g u n ta s cen trales que los bió g rafo s se c re ía n o b lig ad o s a
a b o r d a r al n a rra r la vida de R a m m o h u n y de Vidyasagar era: ¿qué
perm itió que estos dos hombres bengalíes vieran un sufrim iento de
las m ujeres que en ocasiones ni siquiera sus p ropios p a d re s veían?
¿Qué los t o m ó compasivos? Los biógrafos solían d a r dos re sp ues­
tas diferentes. Una era la ilustrada: el papel que desem p eña la razón
al quitarle a la visión la venda que s u pon e la co stu m b re. Pero t a m ­
bién te n ían otra respuesta: el hriday (c o raz ó n ). En efecto, so ste­
n ía n que h ab ía sido el «corazón» con el q u e h a b ía n n a c id o R a m ­
m o h u n y Vidyasagar lo que los hizo com pasivos.
La biografía que N agendranath C h atto p ad h y ay d ed icó a R a m ­
m o h u n Roy, M ahatm a Raja R a m m o h o n rayer jibancharit (p u blica­
da p o r prim era vez en 1881/1882), co nsidera «la sim patía y la c o m ­
pasión» (shahanubhuti o daya) com o u n a p arte del c a rá c te r innato
de Roy: « R a m m o h u n Roy estaba lleno de sim p a tía (sh a h a n u b h u ­
ti) y de com p asió n (daya) p o r los pobres q u e sufrían. S us m iserias
siem pre hacían llorar su co ra z ó n ».13La biografía q u e C handicha-

174
ra n B andyopadhyay escribió sobre Vidyasagar, que lleva com o tí­
tulo Vidyasagar (publicada p o r p rim era vez ca. 1895), refiere varias
a n écdo tas p ara d o c u m e n ta r la co m p asió n q u e Vidyasagar sentía
p o r aquellos que sufrían. De hecho, u n o de los p u n to s m ás signifi­
cativos de las biografías de este leg en d a rio h o m b r e p úblico ben-
galí del siglo XIX es que todas ellas, sin excepción, describen en d e­
talle y con apro b ació n su p ro p ensión a llorar en público, un rasgo
n a d a ad m ira b le , c o m o verem os, se g ú n los e s tá n d a r e s de Adam
S m ith. El llanto es p ru e b a de su b o n d a d de co razó n . Los ep iso ­
dios se s u ce d en p a r a d o c u m e n t a r la m a g n i t u d de la c o m p a sió n
(daya o karuna) que alberga el co razó n de Vidyasagar. Las o racio­
nes co m o la siguiente son habituales: «Hemos visto ya que c u and o
a ú n era a lu m n o en el S a n sk rit College m an ife stó la g en e ro sid a d
de su co ra z ó n en tre g a n d o ropas y a lim en to s a los n e c e s ita d o s ».1'1
O considérese esta anécdota, que se tiene c o m o rep resentativa de
la vida de Vidyasagar. Cuando éste era todavía u n estudiante en Cal­
cuta, u n re sp etad o p rofeso r suyo, S h a m b h u c h a n d r a B ach aspati,
que le e n s e ñ a b a filosofía ved a n ta y e r a p o r e n to n c e s u n a n c ia n o
físicamente decrépito, se había casado con u n a estudiante muy j o ­
ven. Se dice que V idyasagar se o p o n ía a ese m a trim o n io y a c o n ­
sejaba a su m aestro en sentido con trario. Sus biógrafos describen
unánim es el modo en que, cuando Vidyasagar se enco ntraba con la
m u c h a c h a , «era in cap a z de c o n te n e r las lágrim as» p e n s a n d o en
la v iu d ed ad que esta b a c o n d e n a d a a sufrir .15«Isvar C h a n d ra s im ­
p le m e n te p o sab a su m ira d a en el bello ro s tro de la m u c h a c h a y
ab a n d o n a b a el lugar de inmediato. La visión con m ov ía su buen c o ­
razón y arra n c a b a lágrim as de sus ojos. Preveía la vida m iserable
y d esd ich ad a que en un tiem po m uy breve iba a llevar la desafor­
tu n a d a m u chacha, y sollozaba y vertía lágrim as co m o u n n iñ o .»16
C han dicharan escribe acerca de este episodio: «Este ú nico inciden­
te nos ayuda a c o m p re n d e r cuán sensible era el corazón de Ishvar
C h a n d ra y cu án fácilm ente se afligía p o r el s u frim ie n to de o tras
p e r s o n a s ».17
Las biografías explican así la c a p a c id a d de R a m m o h u n o de
Vidyasagar de generalizar su co m p asió n haciendo referencia a u n a
cualidad especial de su hriday o co razón. Ellos p o dían generalizar
su sim p atía desde el caso p articu lar h asta el general porque la p r o ­
visión de sim patía en sus corazones era m uy ab un da nte . Se diferen­
ciaban en esto de personas com o p o r ejemplo el rey de Vikrampur,
Dacca, en el siglo xvm, el rajá R ajballabh, q uien, seg ún se refiere,

175
inten tó u n a vez sin éxito que su hija, q u e hab ía enviudado, se ca­
sase de nuevo; o com o «un tal Syam a C h aran Das» d e la Calcuta
de m e d ia d o s del siglo xix, que trató de h a c e r lo m i s m o pero se lo
i m p ie r o n los pa.nd.its lo cales .18Esos h o m b re s te n ía n co m p asió n ,
p ero no en u n a m e d id a lo su ficien tem en te a m p lia c o m o p ara lle­
varlos a c o n s id e r a r el p ro b lem a de sus hijas c o m o u n as u n to que
afligía, po ten cia lm en te , a todas las m u jere s de la c a s ta superior.
Sin em b arg o, R a m m o h u n y Vidyasagar fueron ca p ace s de llegar
al caso general a p a rtir de lo p artic u la r p o rque h a b ía n nacido con
u n a a b u n d a n te cuantía de ka m n a (com pasión). De hecho, el poe­
ta bengalí Michael M ad hu sud an D u tt 19dio a V idyasagar el apodo
de karunasagar («océano de com pasión», juego de p a la b r a s a p a r ­
tir de vidyasagar, «océano de sabiduría»). Sus biógrafos citan algu­
n as p ru e b as significativas obtenidas de anécdotas de infancia para
estable cer este kariina com o rasgo in n ato de su carácter. La aver­
sión de R a m m o h u n p o r la idea de la sati, se nos cu e n ta , se m a n i­
festó p o r vez p rim era cuando se en teró de que u n a m u je r a la que
lo u n ía u n vínculo familiar cercano había sido e m p u ja d a a ese des­
tino p o r los h o m b res de la c a s a .20De m a n e r a similar, la d eterm i­
n a c ió n de Vidyasagar de lu ch ar p o r la m ejo ra de las Condiciones
de vida de las viudas se rem onta a un a experiencia de niñez, cuando
s u p o que u n a m u c h a c h a que había sido c o m p a ñ e r a d e juegos in ­
fantiles h a b ía en viudado y se hallaba en to n c e s s u je ta a todas las
interdicciones de la viudez. «Sintió ta n ta c o n m ise ra c ió n p o r la p e ­
q u e ñ a , q ue en ése m ism o m o m en to y lug ar resolvió e n tre g a r su
vida a m itig ar el sufrim iento de las viudas. Tendría en ese e n to n ­
ces un os trece o catorce a ñ o s .»21
La sim patía generalizada se considera aquí u n d o n de Vidyasa­
gar; «Resolvió entregar su vida a m itigar el s u frim ien to de las viu­
das». Es u n don de su corazón. Esta interpretación de la com pasión
co m o capacidad innata de u n a persona para sh a h a n u b h u ti (shaha =
igual, a n u b h u ti = sentim ientos) difiere del p u n to de vista de Adam
S m ith o de Hum e, quienes la consid erab an p arte de la n atu raleza
g e n e ral en cad a ser h u m an o . El té rm in o bengalí sh a h a n u b h u ti,
deriv ad o del sánscrito, se suele tra d u c ir com o sim p a tía , pero hay
alg u n as diferencias im portantes. La idea de «sim patía» supone el
ejercicio y la facultad de la «imaginación» (otro té rm in o m u y eu ro ­
peo). S im p a tiza m o s con el sufrim iento de alguien p o rq u e gracias
a la facultad de la im aginación podem os situ arn o s a n o so tro s m is­
m o s en la po sició n de la p e rso n a q u e sufre. E so es la s im p atía .

176
C om o afirm a Adam Smith: «A veces n o s c o m p a d e c e m o s de otro
[...] porque, cu a n d o nos p o n e m o s n o so tro s m is m o s en su situ a ­
ción, esa pasión surg e de la im ag in ació n en n u e s tro p e c h o ».22En
su análisis, esta capacidad de im a g in a r form a parte de la n a tu ra ­
leza h u m a n a : «La n atu ra leza e n se ñ a a los e s p e c tad o re s a a su m ir
las circ u n sta n c ia s de la p ers o n a p rin c ip a lm e n te in v o lu c ra d a ».23
Sin em bargo, los autores bengalíes, al explicar este rasgo innato de
R a m m o h u n o de Vidyasagar com o shahriday (con hriday o corazón)
y, p o r lo tanto, caracterizado p or la capacidad de shahanubhuti, es­
taban sirviéndose en la práctica, a u n q u e im plícitam ente, de teorías
estéticas sánscritas acerca de la rasa shastra (estética: la ciencia de
los rasas o «estados de ánimo») según las cuales no todos tienen la
posibilidad de apreciar los diferentes rasas de la vida (incluyendo
el de k a m n a o compasión). La capacidad de shahanubhuti, a dife­
rencia de la teoría europea de la sim patía, no dep e n d ía de una fa­
cultad m ental que se da n a tu ra lm e n te com o la «imaginación»; se
contem plaba, m ás bien, com o u n a característica de la p ersona con
hriday, habiéndose asim ilado en el siglo xix el térm in o «hriday» a
la p a la b ra «corazón». La cu a lid a d de estar «dotado de hriday» era
d e n o m in a d a shahridayata. Una p ers o n a rasika -c a p a z de apreciar
los diversos rasas o estados de á n i m o - tenía e sa m isteriosa entidad
llam ada hriday. Y en ese sentido, R a m m o h u n o Vidyasagar podían
ser calificados de shahriday vyakti (personas c o n hridayj .24Sea cual
fuere el estatus exacto de la cate g o ría de hriday en las com plejas
teorías de la estética sánscrita, no hay en el rasa shas'tra u n a teo­
ría de la naturaleza h u m a n a en general para explicar su aparición.
P a ra los biógrafos de los r e f o r m a d o r e s d e c im o n ó n ic o s , la p ose­
sión de hriday era m ás bien u n caso excepcional que u n a regla. Un
R a m m o h u n o un V idyasagar n a c ie ro n de e sa m an era. Eso fue lo
que los hizo singulares y divinos, y los situó p o r encim a de los se­
res h u m an o s Corrientes. Por lo tanto, desde este pu nto de vista, no
podía h aber una teoría n a tu ra l de la com pasión .
De m a n e r a q u e en las b io g rafía s ben g a líe s de V idyasagar y
R a m m o h u n Roy tra ta b a n de h acerse un lu g a r dos m a n e ra s dife­
rentes e inconexas de c o m p r e n d e r te ó ric a m e n te la co m p a s ió n y
la persona. Una era la teoría n atu ra l de los sentim ien to s, de cuño
europeo. La otra, derivada de la estética india, se inscrib ía en las
palabras bengalíes o sánscritas em p lead as p a r a describir la capaci­
dad de sim patía o de com pasión. P alab ras d erivadas de los textos
sánscritos de rasa shastra que circulaban en los escritos bengalíes

177
c o m o u n a form a de conocim iento práctico, co m o térm in o s p e r te ­
nec ie n tes al vocabulario de las relaciones cotidianas. R ep re se n ta ­
b a n u n a h erm e n éu tica diferente de lo social q u e s u p le m e n ta b a la
q u e re p re s e n ta b a el p e n s a m ie n to ilu strad o europ eo. D espués de
todo, las teorías de Adam S m ith o David H u m e - e n su apelación
d e l i b e r a d a a la experien cia co m o fu n d a m e n t o de la g e n e ra liz a ­
c i ó n - o frecían a m enudo co m o univ ersalm ente aplicables h ip ó te­
sis q ue cla ra m e n te derivaban de las p rá cticas cultu ra le s p a r ti c u ­
la re s y específicas de las so cied a d es que co n o c ía n . S m ith , p o r
ejem plo, a su m ía con d espreocupación el c a rác te r universal de j u i ­
cios com o: «el hom b re que en las m ayo res ca la m id a d e s es c a p a z
de d o m i n a r su dolor parece digno de la m ás elevada adm iració n»,
o « n a d a es ta n m ortificante com o vernos obligados a ex terio rizar
n u e s tra aflicción en público». Este p u n to de vista ja m á s explicaría,
p o r ejemplo, por qué los bengalíes valoraban positivam ente que u n
h o m b r e de la im portancia de Vidyasagar llorase en p ú b lic o .25Las
aseveracion es de los pensadores europeos e ran tanto teorías co m o
prejuicios (en el sentido gadam eriano), en la m edida en que e ra n
ta m b i é n in te rp re ta c io n e s .26E n tre ellas y las in te rp re ta c io n e s ya
existentes q ue vertebraban la vida bengalí se creó u n camDo en el
q ue se p u s o e n j u e g o la política de trad u c ció n de la diferencia.
E s ta política puede apreciarse en la d ualidad de actitu d es que
a m e n u d o m anifiestan los autores de biografías. Las ob ra s bio g rá­
ficas d ecim on ónicas de Bengala se in s p irab an en la idea victoria-
na d e que las biografías contribuían al m ejo ra m ien to social p ro v e­
yen do unos modelos personales que los m iem bros de u n a sociedad
pud ieran emular. Desde este punto de vista, u na teoría natural de la
c o m p a s i ó n re su ltab a útil, pues la e d u c a c ió n m o d e r n a (es decir,
la form ación en la argum entación racional) podía considerarse u n a
s u e rte de a r m a prescrita para luchar c o n tra los efectos de la c o s ­
tum bre. Las biografías eran h erram ientas de ese tipo de educación.
E n ca m b io , si, por el contrario, la com pasión-en-general consistía
en u n a función de un factor tan raro y contingente c o m o el hriday
c o n el q ue alguien nace y, p o r consiguiente, re s u lta b a u n a c u a li­
d a d escasa p o r definición, ¿cóm o se p od ría ed u c a r a las p ers o n a s
en el arte de tal sentim iento? ¿Cómo po d ría c a d a cual cultivar u n a
c o s a que, p o r su m is m a n atu ra leza , sólo p u e d e a d q u ir ir s e c o m o
un d o n especial digno de veneración? Los biógrafos de los re fo rm a ­
d o re s sociales com pasivos de Bengala co n fre c u e n cia q u e d a r o n
a tra p a d o s e n esta contradicción.

178
Un b ió g rafo co m o B an d y o p a d h y a y h a b í a de i n c u r r ir en dos
afirm acio nes con tradictorias y sim ultáneas. Transm itía la im p re ­
sión de que la g ran deza de Vidyasagar ra d ic a b a en el tipo excep­
cional de p erso n a que era p o r naturaleza, p u es no cu a lqu iera n a ­
cía con un co razón tan pleno de sh a h a n u b h u ti com o el suyo. Pero
t a m b i é n d e s e a b a que su b io g ra fía o freciera la vida de Vidyasa­
g a r co m o un ejem plo que otros, m en o s d o ta d o s , p u d ie ra n seguir.
«Q uiera el s e ñ o r de n u e s tro destino», d ec ía hacia el final de su
libro, «que la lectura de la vida de [Vidyajsagar [...] difunda el a n h e­
lo de im ita r [sus] [...] c u a lid a d e s .»27E n o ca siones el texto in te r­
pela d irec tam ente al lector exhortánd olo a ejercitar su «im agina­
ción» y a e m u l a r el noble ejem p lo de V idyasagar .28S in em bargo,
en otro s m o m e n to s insiste en la índole i n n a t a de la co m p a s ió n
y de los s en tim ie n to s de Vidyasagar, d e ja n d o cierto g ra d o de a m ­
b ig ü e d a d en cu a n to a si la co m p a s ió n p o r to d as las p erso n as p r o ­
viene de la c a p a c id a d h u m a n a n a tu r a l d e s im p atía , im p u ls a d a
p o r la visión y p o r la ra z ó n , o si se t r a t a de u n s e n tim ie n to que
sólo algunos individuos m u y excepcionales son cap aces de expe­
rimentar.
In c ap ac es de resolver esta c o n tra d ic c ió n entre la co n c ep ció n
del hriday co m o un do n cuasi divino y su c o m p ro m is o con la in ­
terpretación victoriana del m ejo ra m iento social, m ed ian te el c a m ­
bio de la índole de los individuos gracias a la d isem in ació n de re ­
latos de b u en o s ejemplos, las biografías bengalíes de los «grandes
hom bres» cayeron a m e n u d o en u n a su erte de espacio interm edio
e n tre la biografía y la hagiografía. A p e s a r de todo su h u m a n is m o
secular, s igu ieron siendo expresio nes de b h a kti (devoción), actos
de v eneración, de p arte del b iógrafo h a c ia la fig u ra r e tr a ta d a .
B a n d y o p ad h y a y señala c la r a m e n te en el prefacio q u e escrib ir la
vida de Vidyasagar resultó p ara él u n acto del m ism o rango que
el ofrecim iento de puja- (culto) a u n a deidad. Adopta la c o m p o s tu ­
ra de un devoto (bliakta) religioso, cuyo lenguaje de h um ildad ta m ­
bién es, necesariam ente, u n lenguaje de m in usv aloració n de sí:

«Vidyasagar merece la veneración de la c o m u n id a d de las p e r­


s o n as doctas; por desgracia, este b ióg rafo suyo, en c o m p a r a ­
ción, sólo p o d ría c o n ta rs e en tre los p rim e ro s de los sim ples.
[...] Él fue e x tre m a d a m e n te afectuoso c o n m ig o [...] y, p o r esa
razón, tam b ién yo le d isp en saré p uja d u ra n te to d a mi vida. La
presente biografía c o m en z ó [...] co m o p arte de esa puja y éste

179
es el único derecho que tengo para n a r r a r la historia de su muy
sag rad a v id a ».29

E sto es ta b a de acuerd o con la idea d e q u e u n exceso de c o m ­


p asión en el ca rá c te r de u n a person a era u n r a r o don p ro ced ente
del m u n d o divino. Tal noción disponía d e sus g enealogías históri­
cas a r ra ig a d a s en teorías estéticas y p rá c tic a s p ia d o s a s ajen as al
p e n s a m ie n to ilustrado, pero s u p le m e n ta b a y p ro y e c ta b a su so m ­
b ra so b re lo que llegó de E uropa. De m a n e r a q u e se d a b a n al m e ­
nos dos re sp u estas a la pregunta: ¿para q u ié n g e n e ra s im p a tía y
co m p a s ió n la visión de las cosas? La re s p u e s ta p od ía se r «para el
su jeto de la Ilustración», o bien «para el su jeto que, c o m o un raro
don, poseía la cualidad d en o m in a d a hriday». El h ec h o de que nos
e n c o n trem o s con estas dos respuestas diferentes en el m is m o cu er­
p o de textos sugiere que u n a no desplazaba a la otra, sino que c o ­
existían relacionadas en m u tu a suplem entación, y con stitu ían uno
de los co m p on entes de la m odernid ad bengalí.

La viuda com o sujeto moderno:


la interioridad y el problema de la pureza

R a m m o h u n o Vidyasagar vieron a las v iu d a s d esd e fuera. El


a rch iv o de relato s sobre los padecim ie n to s d e las viudas q u e ayu­
d a r o n a c o n stru ir no incluía la propia experiencia de las viudas del
sufrim iento. La subjetividad de las m ism as no e stab a en cuestión.
Sin em bargo, en la época en que Kalyani Datta publicó su ensayo,
en 1991, el registro de la voz de las viudas e ra el principal p ro p ó si­
to de su trabajo. No sólo Kalyani Datta, la observ ado ra, d o c u m e n ­
tab a el sufrim iento; tam bién la que lo hab ía pad ecido en perso na
hablab a de sus vivencias. La que sufría era la p ro p ia observadora de
sí m ism a. Uno de los valores do cum entales del ensayo de D atta lo
a p o r ta n las diferentes ancianas que se dirigen al lector d ire c ta m e n ­
te. De m o d o q u e los archivos d e la histo ria de la-v iud a-en-tanto -
d o lie n te h an venido a incluir con el tie m p o la su b je tiv id a d de la
v iu d a m ism a. É s ta se convierte así a la vez en o b jeto y s u je to de
la m ira d a que atestigua la opresión y el su frim iento.
E sto c o n c u erd a con lo que u na explicación e s tá n d a r del sujeto
m o d e rn o del p e n s a m ie n to político e u ro p e o - u n a h isto ria d e la fi­
g u ra del ciudadano, pongam os p o r caso- nos llevaría a esperar. Las

180
teorías de los sentim ientos de Sm ith o de H um e no se o cup aban de
subjetividades individuales. P a ra ellos la n a tu ra le z a h u m a n a era
tan u niversal co m o el c u e rp o h u m a n o biológico. La subjetividad
m ism a , o lo que n u m ero sos com en ta d o res d e n o m in a r ía n la «inte­
rioridad» del sujeto, se constituye p o r u na tensión e n tre las expe­
riencias y los deseos privados del individuo (sensaciones, em ocio­
nes, sentim ientos) y u n a ra zó n universal o pública. P o d ría decirse
que es esta o posición la que se m anifiesta en la escisión entre lo
privado y lo público en la m odernidad.
C.B. M acpherson, en La teoría política del individualism o pose­
sivo, re m o n ta una de las fuentes del sujeto m o d ern o a la aparición
en el siglo xvn de la idea del derecho de propiedad p rivada sobre
la p r o p ia persona. El sujeto que d is fru ta b a de este derecho, sin
em b argo, sólo p odía ser u n sujeto desprovisto de cuerpo, privado
-p u e s el objeto sobre el que se ejercía el derecho era su propio cuer­
p o .30F u n d ad o sobre la idea de los derechos n aturales, no era i m ­
perativo en el siglo xvn que tal sujeto estuviese d o tado de u na inte­
rioridad profunda. El yo «privado» de un sujeto de tal condición de
hecho h ab ría estado vacío. Sin em bargo, desde fines del siglo xvm
en adelante, ese yo privado se fue llenando hasta d a r lu g ar a lo que
finalm ente se convertiría en el d om inio de la subjetividad. El joven
Marx, en su escrito sobre la «cuestión judía» - e n el cual, apo yán­
dose en la Filosofía del derecho de Hegel, polem izaba con tra Bruno
B au er-, señalaba la presencia de esta escisión público/privado en
la concepción m ism a del c iu d ad a n o tal como hab ía sido expuesta
en F ran cia en la Declaración de los derechos del H om bre y del C iu­
dadano de 1791-1793. El c iu d a d a n o era el lado público-universal
y político del h o m b re que retenía «derechos naturales» para inte­
reses privados com o m iem b ro de la sociedad civil. La religión sólo
podía fo rm a r parte de su esfera privada y egoísta de interés p e r ­
s o n a l .31 La reciente genealogía del sujeto del p e n s a m ie n to político
euro p eo ofrecida p o r VVilliam Connolly m u e s tra la trayectoria de
un proceso a través del cual las teorías de «la lu cha y el conflicto
en la sociedad civil» se trasladan g ra d u alm en te al «interior del in­
dividuo mismo», h asta que el individuo se tran sfo rm a, hacia fines
del siglo xix en la figura m á s familiar, cuya subjetividad privada,
c o n s id e ra d a a h o ra co m o c o n s titu id a a través de u n a h isto ria de
represión psicológica, sólo pu ede desvelarse m e d ia n te las técnicas
del "psicoanálisis. E n palabras de Connolly: «La teoría m o d ern a del
sujeto estratificado, con sus niveles de actividad inconsciente, pre-

181
consciente, consciente y autoconsciente, y su in trin c a d a carrera de
relevos e n t r e pasiones, intereses, deseos, re s p o n sa b ilid a d y culpa,
localiza d en tro del yo conflictos que H obbes y R ousseau distribuían
e n tre los diversos re g ím e n e s ».32
El n acim iento del sujeto m o d ern o en la teo ría e u r o p e a del si­
glo XIX re q u ería u n a interioridad en conflicto, en q ue la razón lu ­
ch ase p o r m a n te n e r bajo su orientación y control aquello que dis­
tin g u ía a u n sujeto de o tro y que, al m is m o tiem p o , e ra diferente
de la razón. Ello fue el (inicialmente) consciente y (m ás tarde) s u b ­
co n s c ie n te m u n d o de las pasiones, los deseos y los s e n tim ie n to s
qu e co n s titu y e n la subjetividad h u m a n a . S in este p aso , h a b r ía
sido difícil desarrollar en los individuos la s ensación de ser h u m a ­
nos pero, al m ismo tiempo, sujetos individuales únicos. Aunque la
ra z ó n es u n a facultad h u m a n a , no p u e d e c o n s titu ir a la su b je ti­
vidad individual porque, p o r definición, la ra z ó n es universal y
pública. P a ra la em ergencia del sujeto m o d ern o , las pasiones, los
sentim ientos y otros elementos semejantes deben colocarse en el in ­
terior de la m ente y de u n a interpretación m uy p a rtic u la r de la rela­
ción entre ellos y la razón. Se trata de u n a relación pedagógica. Las
p a sio n es y los sentim ientos, para q u e su p o r t a d o r se a m o d ern o ,
precisan de la autoridad rectora de la razón. Al m is m o tiempo, se
su scita e n tre am bos u n a relación conflictiva, d eb id o a q ue son de
índole o p u e s ta y contradictoria. Este conflicto es lo q u e ca ra c te ri­
za la interioridad del sujeto. Veamos c ó m o describe Connolly esa
transición en la ob ra de Rousseau:

«R ousseau [...] traslada la lucha y el conflicto d esd e la socie­


d ad civil al interior del individuo m ism o. Puesto q ue d e m a n d a
m ás del yo que H obbes, debe id en tificar la lu c h a in te rio r q ue
H o b b e s señ a la b a y d ebe b u sca r u n a victoria m ás concluyen-
te de la voz interior de la virtud. La política se interioriza. [...]
R ou sseau retira la política del á m b ito de la v o lu n ta d general y
la relocaliza discretam ente dentro d e los yoes q u e q u ieren esas
leyes g en e rales ».33

¿Por q ué resulta im p ortante que el individuo m o d e rn o sea c o n ­


cebido en función de esa lucha in tern a e n tre p a s ió n /s e n tim ie n to s
y razón ? Tim othy Mitchell, en la exposición s o b re D u rk h e im q u e
lleva a c a b o en Colonising Egypt, ofrece u n a re s p u e s ta in te re s a n ­
te. La concepción m ism a del individuo m o d ern o , asev era Mitchell

182
en su análisis de los textos de Durkheim, r e p re s e n ta u n a a m e n a ­
za p a r a la idea de lo social y de lo general, pues, si los individuos
están d o tado s de u n a individualidad ilim itada (eso es lo que se su­
p one q ue revela el d r a m a de las pasiones: c a d a u n o es al m ism o
tiem po novelista d e sí m ism o y su propio analizado), ¿qué g a r a n ­
tiza la u n i d a d de lo social? ¿Qué im p ed iría q u e la esfera social,
co n stitu id a p o r individuos sem ejantes (es decir, p o r personas que
no se e n c u e n t r a n sim p le m e n te sujetas a las p rá c tic a s sociales,
co m o s u p u e s ta m e n te lo esta b a n en las sociedad es prim itivas), se
d e sin teg ra se en la pesadilla de la a n o m i a ?3’1 E n el individuo, la
respu esta sería: la razón. La razón, dirigiendo la m en te a lo gene­
ral y lo universal, g u iaría las p asio nes de los individuos h acia su
lugar cabal en la esfera social. Este punto de vista, co nsiderado en
sí m ism o , n o es n e c e s a r ia m e n te m o d ern o , p ero c a b ría s o ste n e r
que su generalización en la sociedad señala el advenim iento de la
m odernidad.
O bservar y co n stituir un archivo de las viudas bengalíes com o
sujetos de la m odernidad, entonces, significaba d o cu m en ta r no sólo
las condiciones externas de su vida, sino tam bién su sufrim iento in­
terno, el m odo en que la pasión luchaba con la razón en su interior
y las distinguía co m o m odernas. Esto, sin d ud a, estab a ausente en
los esquem as inteipretativos de los prim eros reform adores. Consi­
dérese u n a vez m ás la afirm ación de Vidyasagar q ue sigue, ya cita­
da en parte anteriorm ente:

«¡Pueblo de la India! [...] Abrid vuestros ojos p o r u n a vez y c o n ­


tem plad có m o la India, que fue un día tierra de virtud, rebosa
[ahora] de pecados de adulterio y feticidio. [...] Vosotros estáis
dispuestos a en tre g a r a vuestras hijas [...] al fuego y to rtu ra in­
tolerables de la viudez. Aceptáis convertiros en cóm plices de su
c o n d u c ta cu a n d o , bajo la influencia de p a sio n es irresistibles,
se tra n s f o rm e n en víctim as d e adulterio. A rro ja n d o a un lado
todo te m o r a un c o m p o rta m ie n to in m o ral y sólo p o r m iedo a
ser expuestos ante el ojo público, estáis d ispuesto s a ayudarlas
a p e r p e tra r u n feticidio y, sin e m b arg o -¡m a ra v illa de las m a ­
ravillas!-, no estáis disp u esto s a c u m p lir los m a n d a to s de los
shastras, perm itirles volver a casarse, liberarlas del dolor insu ­
frible de la viudedad y liberaros a vosotros m is m o s de co rrer
to da suerte de peligros. Im agináis, tal vez, q u e con la desapa­
rición de su s esposos los cuerpos de las m ujeres se transform an

183
en piedra, que pierden todo sentim iento de dolor y de tristeza, que
s u s pasiones son arrancadas de raíz de u n a vez y para siem pre.
[...] Que n in g u n a m ujer n azca en u n p a ís cuyos h o m b r e s no
tienen com p asión alg un a ».35

Debo a c la rar que la razón po r la q u e el feticidio y el adulterio


o c u p a n un sitio tan prom inente en el escrito de Vidyasagar es que
los destinatario s del m ismo -aquellos a q u ien es Vidyasagar in ter­
p elaba de m a n e ra general y con cierta p o m p o s id a d c o m o «pueblo
de la In d ia » - eran los cabezas de familia bengalíes pertenecientes
a la clase m edia de Calcuta a m ediados del siglo xix. El texto versa­
b a acerc a del nuevo sentido que éstos h a b í a n a d q u irid o de las n o r­
m a s respetables de domesticidad, y a p u n t a b a a su te m o r a los e m ­
b a r a z o s no deseados e ilegítimos p ro v o c a d o s p o r las relacio nes
sexuales entre viudas jóvenes y h om bres pertenecientes o ajenos a
la familia. Los escándalos de adulterio y feticidio -el té rm in o ben-
galí es kelerikari (vergüenza), derivado de la p a la b r a kalanka, que
significa, literalmente, «mancha» o «tacha» (las m a n c h a s de la luna
se d e n o m in a n en bengalí kalanka de la l u n a ) - e ra n el «peligro» al
qu e a lu d ía Vidyasagar. Con u n a joven v iu d a e n su sen o , u n a fa­
milia de clase m ed ia corría el riesgo de tal kelenkari, y la viuda de
p ro c u ra rs e el estigm a (kalanka) de u n a re la c ió n ilícita que p od ía
d e s tru ir la respetabilidad de su familia. ¿D ónde se halla localiza­
da la subjetividad/agencia de la joven v iu d a en este texto? La res­
puesta de Vidyasagar era inequívoca: los p ro b lem a s reales estaban
en el cuerpo de la viuda, en los instintos y pasiones de la juventud,
d em asia do fuertes para ser regulados p o r los ritu ales de purifica­
ción y renu nciam iento del celibato tra d ic io n a lm e n te e n c o m e n d a ­
do a las viudas. Lo que tornab a a las jó ven es v u ln era b les al peli­
gro d e un em barazo ilegítimo era la n atu ra leza m is m a de la pasión
qu e la ju v e n tu d física generaba en sus c u e rp o s . R e c o rd e m o s las
palab ras de Vidyasagar: «Imagináis, quizá, que [...] los cu erpo s de
las m ujeres se transform an en piedra, q u e p ierden todo sen tim ie n ­
to de d o lor y de tristeza, que sus p asio nes son a r r a n c a d a s de raíz
de u n a vez y para siempre». Vidyasagar n o era el ú nico q u e p e n s a ­
ba q ue las pasiones de la viuda surgían de la ju v e n tu d de su c u e r­
po. Varias o b ra s dram áticas bengalíes so b re la cu e s tió n del nuevo
casam iento de las viudas, escritas en la m is m a época, sugieren que
ésa e r a la interpretación c o m ú n .36
D o c u m e n ta r la interio rid ad de las v iu d as, c o n t e m p l a r su yo

184
c o m o p ro fu n d o y estratificado, esc u c h a r su s voces, p o r así decir­
lo, re q u e ría el desarrollo de u n co n ju n to d e técnicas d e o b serva­
ción dirigidas al estudio y la descripción de la psicología h u m an a.
Ese papel lo desem peñ ó so bre todo la novela. Los tres pun tales de
la ficción bengalí tem prana -B an k im ch a n d ra Chattopadhyay (1838-
1894), R a b in d ra n a th Tagore (1861-1941) y S a ra tc h a n d ra C hatto­
p a d h y a y (1876-1938)- hicieron del a m o r p ro h ib id o de las viudas
u n o de los tem as de sus novelas. La cuestión del a m o r ro m án tico
e ra en sí m is m a un p ro b lem a en la h isto ria de la d em o cracia . La
id ea de elegir al co m p a ñ e ro de vida - o la del a m o r c o m o un acto
de expresión personal del s u je to - se en fre n ta b a a las n o rm a s de
regulación social consagradas en la tradición de los m atrim o n io s
concertados. De hecho, u n a razón p o r la q u e tal vez la figura de
la viuda suscitó u n a fascinación especial en los novelistas benga-
líes es el hecho de que los deseos no reconocidos de las viudas re­
p re sen tab an u n caso de ¿om pleta su b o rd in ac ió n del individuo a
la sociedad. E n la viuda p od ía verse el c la m o r del sujeto expresivo
p o r el (auto)reconocim iento. A ho nd ar en el m u n d o interior de las
viudas, cuyos sen tim ie n to s m ás ín tim o s la sociedad se negaba a
reconocer, c o m p o rta b a in s e rta r el deseo de libertad y de autoex-
presió n en la estructura m is m a del nuevo sujeto bengalí. Pero al
proceder de ese modo, los novelistas bengalíes también presentaron
la cuestión de la interioridad de las viudas a la consideración ge­
neral. De m odo que, m ucho antes de que hubiese disciplinas com o
la h isto ria y la sociología qu e ex p re s a ra n la voluntad m od ern a ,
a h o r a familiar, de d o c u m e n ta r la o presión , existió u n a lite ra tu ­
ra h u m a n is ta que experim entó y p erfeccionó los in s tru m e n to s de
la descripción m oderna de la «experiencia ».37
El desarrollo de este fenóm eno literario es complejo. Por ra z o ­
nes de espacio debo sim plificar algunas cuestiones q u e tienen m a ­
yor complejidad de la que es posible desarrollar aquí. E n la novela
de R abin d ran a th Tagore Chokher bali (1903), cuyo tem a es el a m o r
no co rre sp o n d id o de u n a viuda, p ued e a p reciarse u n paso c o n s ­
ciente en la descripción de la interioridad h u m a n a c o m o un e s p a ­
cio interior absoluto y a u tó n o m o del sujeto. Chokher bali es la h is ­
toria de la pasión de un joven, M ahendra, casado con Asha, que se
e n a m o r a a p a s io n a d a m e n te de u n a joven viuda, B inodini, la cual
se traslada desde su peq ueño pueblo a C alcuta p ara vivir con M a ­
hendra, Asha y la m adre de aquél. T am bién es la h istoria del s e n ­
tim ien to de a m o r de B inodini, de la a tra c c ió n inicial que siente

185
p o r M ahendra, sustituida finalmente p o r su a m o r p o r el m ejor a m i­
go de éste, Bihari. A diferencia de los p e rso n a je s de v iu das de las
no v elas de B an k im , B inod ini no es a n a lfa b e ta ; se la describe, de
hec h o , c o m o ávida lectora de B ish a b risksh a (a n a liz a d a m á s a b a ­
jo), de B an k im . E n un prefacio re d a c ta d o p a r a u n a re ed ició n de
la obra, Tagore explicaba que, p ara la lite ratu ra bengalí, la a p a ri­
ció n de C hokher bali había sido el an u n c io de u n c a m b io radical.
S u n o v e d a d co n sistía en h a b e r co lo c a d o el é n fa s is en el esp acio
i n t e r i o r del s e r h u m a n o . Es verdad q u e el c u e r p o y su s órg a n o s
sensibles a ú n conservaban cierto papel, lo m ism o q u e la noción de
ripu (la tradicional concepción hindú de las seis p a sio n es p a r tic u ­
lare s del c u e ip o q ue d estruyen al h o m b re), p ero en la o b ra de Ta­
g o re todo esto q u edaba aho ra s u b o rd in a d o al ju eg o de las fuerzas
psicológicas. Como él m ism o señala:

«Lo que im pulsa el relato de Chokher bali desde el in te rio r y le


confiere su intensidad son los celos de la m adre. Son estos celos
los que brin d an al ripu de M ah e n d ra la ocasión de salir a la luz,
to d o d ie n te s y garras, lo cual no h a b r ía s u c e d id o en c ir c u n s ­
tancias normales. [...] El m étodo de la nueva literatura ya no tra­
za sim p lem ente los episodios en el o rd e n c o rrecto, sino que los
analiza a fin de extraer de ellos historias a c erc a de la in terio ri­
d a d de los seres h u m an o s [Tagore em plea la exp resió n aanter
katha]. Este nuevo m étodo hizo su aparición en Chokher bali» ,38

C abría in terp re tar que estas afirm acio nes in s ta u ra n en la fic­


ción bengalí al sujeto m o derno d o tado de in terioridad . E n el caso
de Vidyasagar, el deseo de las viudas se in te ip re ta b a c o m o c o n c u ­
piscencia, u n a pasión de ju ventud p u ra m e n te física, reg u la d a p o r
las leyes de la naturaleza y, p o r consiguiente, d o ta d a de u n a fuer­
za q ue e s c ap ab a al control h um an o. Con B a n k im c h a n d r a , R a b in ­
d r a n a t h y S a r a tc h a n d r a com ien z a u n a n u ev a y c o n s c ie n te i n d a ­
gación sobre el am o r (prein) ro m á n tic o (heterosexual) c o m o u n a
cuestió n diferente del problem a de la concu p isc en cia . S in e m b a r ­
go, e n c o n tram o s una peculiaridad en este relato del n acim iento del
su jeto m o d e rn o en la literatura bengalí. E sa p e c u lia rid a d y su his­
to ria se condensan aho ra en u n vocablo que a d q u irió g ra n difusión
en el periodo com prend ido entre los años 1870 y 1920: pabitra, e m ­
plead o com o calificativo del a m o r sec u la r y h u m a n o . U su alm en te
en te n d id o co m o «puro», pero c o n n o ta n d o a su vez los sen tid o s de

186
«sagrado», «auspicioso» e «inm aculado» o «no con tam inad o» -e s
decir, n o c o n ta m in a d o p o r la p a s ió n física-, este té rm in o ha sido
em p lea d o p o r m uch os escritores bengalíes p a ra referirse al a m o r
q ue trasciende la pasión física. El prem (am or) calificado de pa-
bitra era el tipo de a m o r m ás elevado que p odía darse entre h o m ­
bre y mujer. B ank im ch an d ra definía pabiíra com o aquello que ha
v encido o trascendido los sentid os (jitendriya). Este pen sa m ie n to
c o m o tal era antiguo. Se r e m o n t a b a a ciertas c o rrien tes de la fi­
losofía vedanta, p ero resultó ce n tra l en los d eb a te s nacio n a listas
del siglo xix en torno a la c o n d u c ta y al yo, en los q ue el ideal de
p erson a era identificado con jitendriya, literalmente, ser alguien que
ha vencido sus sentidos .39Sin em bargo, el debate sobre el am o r en
B en g ala a fines del siglo xix m a n te n ía u n a d e u d a m á s estrech a
co n la poesía vishnu ísta m edieval (los acólitos del dio s-p ro tec to r
Vishnu y sus encam aciones eran d en o m inad os vishnuístas), que los
escrito res bengalíes re d e s c u b rie ro n p ro g re siv a m e n te desde 1870
en a d e la n te .4
0
B u en a p arte de la lírica v ish n u ísta se e s tru c tu r a b a en t o m o al
te m a del am o r ilícito que R adha, la heroína casada de esta poesía,
sen tía p o r Krishna, u na e n c a m a c ió n h u m a n a del dios Vishnu. Ese
a m o r ex tra m atrim o n ia l h a b ía a tr a íd o so b re R a d h a el opro bio de
kalanka, que m uch os poetas vishnuístas exoneraban retratand o tal
a m o r com o sím b olo del deseo del devoto de un ió n espiritual co n
dios y, en consecuencia, co m o m u y alejado de la pasión en tendida
de m o d o estricta m e n te físico o d e la intem perancia'. Fue en este
ideal del a m o r co m o s e n tim ie n to esp iritu al, d esp ro visto de todo
ra s tro de lujuria, donde los esc rito re s bengalíes e n c o n tra ro n u n a
elaboración del deseo en tre los sexos. En u n ensayo en que c o m ­
p a r a b a a los dos poetas m edievales vishnuístas Jayadeva (siglo xn)
y Vidyapati (siglo xv), B a n k im c h a n d r a trazó u n a distinción en tre
dos tipos de naturaleza (prakriti): extem a (bahihprakriti) e interna
(antahprakriti). El cuerpo y sus pasiones p ertenecían a la n a t u r a ­
leza externa, a la esfera de los sentidos. La interioridad constituía
la natura leza interna de los h u m a n o s , y e ra en ese ám b ito d o n d e
podía uno librarse del d o m in io de los sentidos y h acer que el a m o r
fuese espiritual o pabitra. B a n k im c h a n d r a escribe:

«Cabe dividir a los escritores de poesía lírica en bengalí en dos


grupos: aquellos que colocan al h om bre en el contexto de la b e­
lleza natural y aquellos que sólo atien d e n al corazón h u m a n o ,

187
m a n te n ie n d o a distancia a la n atu ra le z a exterior. [...] Es la n a ­
tu ra le z a exterior (bahihprakriti) lo q u e p re d o m in a e n Jayade-
va y los sim ilares a él, m ie n tra s q u e e n los s e m e j a n te s a Vi-
dyapati en co n tram o s el á m b ito de la n a tu ra le z a q u e es interno
(antahprakriti). Tanto Jayadeva com o Vidyapati c a n ta n al am o r
en tre R a d h a y Krishna. Pero el a m o r so b re el que c a n ta Jaya­
deva obed ece a los órganos de los sen tid os externos. Los poe­
m a s de Vidyapati y, especialmente, los de C handidasa, trascien­
den n u estro s sentidos externos [...] y se tran sfo rm an en pabitra,
esto es, desprovistos de tod a asociación con los s e n tid o s o con
la in te m p e ra n c ia ».4
1
Las doctrinas vishnuístas se mezclan c o n el ro m an ticism o euro­
peo en estos debates. Bankim, po r ejemplo, se refiere a W ordsw orth
co m o el po eta de la antahprakriti (n aturaleza interna) espiritual en
el m is m o ensayo.
La h istoria, al parecer p o p u la r desde el siglo xvii, del a m o r so ­
c ia lm e n te escandaloso en tre el fam oso p o e ta bengalí del siglo xv
C h a n d id a s a , b ra h m á n vishnuísta, y R am i, la v a n d e ra d e u n a ca s­
ta baja, se reutilizó u n a y o tra vez en la e sc ritu ra b eng a lí m o d e r­
na p a r a ilu s tr a r el ideal del a m o r r o m á n tic o .4
2El p ro p io C handi­
d asa c o m p a r a b a el am o r de R am i a algo ta n p u ro co m o «el oro sin
escoria», sin, decía, siquiera el olor del d ese o (físico). C u a n d o te­
nía u n o s veinte años, Tagore escribió u n en say o de g ra n influencia
en el cual a b r a z a b a esas p alab ras de C h an d id asa co m o el ideal del
a m o r en tre h o m bres y mujeres:

«¡Qué p u r o era el a m o r de C handidasa! Él p o día s e p a r a r el


a m o r de la intem p era n cia. P o r ello a f ir m ó so b re la belleza de
su a m a n t e q u e no albergaba siquiera el olor del deseo [físico].
[...] E staré con ella pero no tocaré su cuerpo. [...] É ste no es un
a m o r del m u n d o exterior, u n a m o r d e la vista y el tacto. Es el
te so ro de los sueños. E stá envuelto en s u e ñ o s y n o g u a r d a re­
lación alg u n a con el m u n d o que está despierto. E s a m o r en su
p u re z a ab s o lu ta y n ada más. La a firm a ció n de C h a n d id a s a no
p e rte n e c e [sólo] a la época en que la e sc rib ió ».4 3
Los h istoriado res de la literatura bengalí, desde D in esh C han­
d ra Sen a com ienzos del siglo xx hasta el m á s reciente Asit Bandyo-
padhyay, h a n sec u n d ad o a Tagore en esta o p in ió n .4
4Así, m ie n tra s
188
que la m irad a d o cu m ental de los novelistas bengalíes creó y e x pu ­
so el espacio in te rio r de las viudas, el am o r m o d e rn o secular y ro ­
m á n tic o surgió b a ñ a d o en las etéreas d o c trin a s v ish nuístas de la
«pureza». Las novelas perm itían a las viudas ex p e rim en tar el amor,
pero no sin que antes éste hubiese sido teo rizado com o com bate
espiritual po r lib era r al deseo de toda sug erencia de ca rácter físi­
co. Se a p r e m ia b a a la razón a servir en las filas de lo espiritual.
Esta m arg inació n de lo físico d eterm inó en g ra n m ed id a la n a t u ­
raleza específica del sujeto en la m o d e rn id a d literaria bengalí.
E n B an k im ch an d ra, R ab in d ra n a th y S a ra tc h a n d ra , el cuerpo
es lo que am e n a z a la esfera de la interioridad; a m e n a z a la cap aci­
d ad del sujeto de ser puro o pabitra. H ay diferencias, sin embargo.
E n Bankim , a u n q u e la razón se en frenta a la pasión, y tal conflic­
to es el hecho central de la interioridad h u m a n a , el cuerp o disfru­
ta de u n a existencia au tó n o m a - a u t ó n o m a de la m e n t e - a través
de la ca tego ría de B an kim de belleza o a p a rie n c ia externa (rup),
que pertenece a su concepción de la n a tu ra le z a externa (prakriti).
S egún Bankim, está en la n atu raleza del h o m b re el sentirse a tra í­
do po r la rup. E n su novela B ishabriksha (El árbol del veneno), p u ­
b licad a en 1873, la rup de u n a jov en y h e r m o s a v iu da llam ad a
K u n d a desem p eña un papel central en la a tra cció n de u n h o m b re
felizmente casado, Nagendra, com o si de u n a polilla im pulsada h a ­
cia el fuego se tratase. Nagendra deja a su m u je r y se casa con K u n ­
da. Esta relación polilla-fuego era, p ara B ankim , u n a im agen p e r ­
fecta del m odo en que la n aturaleza e x tem a o bahihprakriti tienta
a los seres h u m a n o s hacia su destino. Com o él m ism o escribió en
u n a serie de ensayos irónicos, ingeniosos y h u m o rís tic o s en el li­
bro Kam alakauter daptar:

«A p a rtir de en tonces m e p arecía que to d o h o m b re era un in ­


secto. Cáda u n o de ellos tenía su propio tipo de fuego [lám p a­
ra] en el que dese ab a m o rir [...] algu nos lo hacen y otros son
detenidos por el cristal. El conocim iento es uno de esos fuegos,
la riqueza es otro, el estatus, la belleza, la religión, los órganos
sensibles son o tros tipos; este m u n d o e s tá repleto de fuegos.
El m u n d o tam b ién está lleno de cristal. La luz q ue nos atrae,
la luz en la q ue querem os caer, a rra s tra d o s por esa atracción...
bueno, no la alcanzam os, ¿no? R evoloteam os yendo y viniendo
sólo p ara regresar u n a y otra vez. Si no fuese p o r la existencia
de [este] cristal, el m u n d o ya se h ab ría a b r a s a d o ».4
5
189
La interioridad de alguien com o N a gen dra, el h éroe trágico de
B ish a b riksh a , se describe m e d ia n te u n a h is to ria en la q u e su r a ­
zó n/v olu ntad combate, sin éxito, con bahihprakriti o la n atu ra leza
externa. B an k im sugiere que la libertad h u m a n a radica en ser c a ­
p az de d i s tin g u ir - c o n el auxilio del ra z o n a m ie n to m o r a l - e n t r e lo
q ue p e rte n ece al espacio interior del sujeto, prakriti o natu ra leza
del in te rio r (antahprakriti) y lo que perte n ece a la n atu ra leza ex­
te rio r o bahihprakriti. Los h u m a n o s son p ro p e n s o s a se n tir a tra c ­
ción p o r la belleza ñ'sica. N agendra, el h é ro e de la novela de B a n ­
kim, lo d e n o m in a chokher bhalobasha (literalm ente, « a m o r de los
o jo s »).46A este «am or de los ojos» B an kim o p o n ía algo que cabría
d e n o m in a r «am or de la mente». Esta teoría la elabora o tro perso­
naje d e la novela, Haradev Ghosal, cuñado de Nagendra, quien dice
a éste lo siguiente -adviértase cóm o el ideal de pabitra prem (a m o r
puro) p ro p o rc io n a b a un m arco dentro del cual los auto res benga-
líes c o n s u m ía n tam bién la literatura europea:

«Hay m u c h a s sensaciones en la m e n te a las que la gen te d e n o ­


m in a amor. [...] El deseo de d isfru tar de la belleza de u n a m u ­
je r h e r m o s a no es amor. [...] Esta p ro p e n s ió n [...] es enviada
p o r Dios; a través de ella, tam bién, los deseos del m u n d o se re a­
lizan, y fascina a todas las criaturas. K alidasa, Byron, Jayade-
va s o n sus poetas. [...] Pero no es am or. El a m o r n ac e de las
facultades de la mente. [Su] resultado es la sim patía y, en úl­
tim a instancia, el olvido y la renun cia de u n o mismo. Ése es el
v e r d a d e r o amor. Shakespeare, Valmiki y el a u to r de Bhagavat
Purana son sus poetas ».4 7
No p e r c ib iría m o s la com p lejidad del p e n s a m ie n to de B ankim
si lo i n te rp re tá s e m o s com o u n a sim ple re in v e n ció n de la d is tin ­
ció n d e la sociología eu rop ea e n tre n a tu r a le z a y c u ltu ra y com o
u n a as ig n a c ió n de la m ujer a la n aturaleza. Es cierto q ue B ank im
establece u n a distinción entre naturaleza exterior e interior, bahih­
prakriti y antahprakriti. Pero la palabra prakriti, en B ankim , resue­
n a sie m p re en dos registros separados, sin to m á tic o s del proceso de
tra d u c c ió n cultural que la m o dernida d s u p o n ía en la B engala co­
lonial. La ca teg oría prakriti en B ankim m e d ia e n tre la co n c ep ció n
cie n tífic a m o d e r n a de la n a tu ra le z a c o m o c o n ju n to de c u e rp o s
in erte s m o v id o s p o r leyes físicas ciegas e in co n scie n te s, y la m ás

190
antigua com prensión del tantrism o de la prakriti (naturaleza) como
u n a fo rm a de conciencia, com o u n p o d e r fem enino que a n im a el
m und o, creándo lo en colaboración con purush, el h o m b re o el p o ­
der m asculino, a quien tienta tanto a vivir com o a m o rir .4 8
El problem a de la rup (belleza externa) languidece en las manos
de Tagore y S a ra tc h an d ra ; no hay « am o r de los ojos» en Chokher
bali. La belleza física, com o hem os visto, form a parte de la cosm o­
logía de B ankim ; advierte de su im p acto sobre la m en te p recisa­
m e n te p o rq u e la co n s id e ra g e n u in a m e n te p o d erosa. Tagore, sin
em b argo, no nos deja d u d a r de que su h ero ín a B in odini sea la
nueva m u je r do tad a de interioridad y subjetividad. P o r m ás atrac­
tivo físico que tenga, Binodini es p ro d u c to de la nueva educación
y de la ilustración. A diferencia de las novelas de B ankim , Chokher
bali no re p re s e n ta el esfuerzo de la ra z ó n p o r d istin g u ir entre el
a m o r n ac id o de la rup y el nacido de u n a «facultad de la mente».
Es c o m o si, en re s p u e s ta a la idea de B an kim de q u e el a m o r o
la atracció n pueden originarse en el hecho de que la visión h u m a ­
na no p u ed e evitar la influencia de la belleza ñ'sica (rup), Tagore
b ro m e a s e (a través de la voz de Binodini): «¿Les ha d a d o Dios a
los h o m b re s sólo vista y n in g u n a clarividencia ?».4 9M ediante esta
s u b ordinac ión de la vista a la clarividencia, Tagore desplazaba el
d ra m a de los sen tim ie n to s desde el espacio ex terio r de lo físico
al espacio de la interioridad en el sujeto.
La p u re z a o pabitrata em erg e en la ficción bengalí c o m o c o n ­
junto de técnicas de la interioridad, cuyo uso puede h a c e r «puras»
las em ociones m ás íntim as (como el am or) y así ayudarlas a tras­
cender todo lo externo al espacio interior del sujeto: el cuerpo, los
intereses, las convenciones sociales y los prejuicios. No cabe n e ­
gar su con trib ución a la espiritualización de la experiencia de la
individualidad. Creó una au to n o m ía extrem a en el estatus del afec­
to y un sen tid o vigoroso de re solución en el sujeto. P u es esta a d ­
quisición de la cualidad de pabitrata no se prod ucía sin u n a lucha
decidida co n tra los sentidos que nos vinculan al m u n d o exterior.
Tornaba la pugna p o r ser u n individuo en contienda espiritual. Así,
Tagore podía crear en su ficción personajes ex tre m a d a m e n te vigo­
rosos de viudas cuya lucha con tra la injusticia social a d o p tab a el
a u ra de u n a vigilancia espiritual. E n C hokher bali, p o r ejem plo,
el p ers o n a je de A n n a p u rn a , la tía d e Asha que, c o m o u n a v iuda
«tradicional», decide vivir en la ciu d a d sag ra d a de B en arés, ilus­
tra este punto. Al ser una anciana, perm anece fuera del circuito del

191
a m o r ro m á n tic o juvenil de la novela. Pero sus co n v e rsacion es con
Asha no d ejan lugar a dudas: esta viuda es u n a p e r s o n a con plen a
au to n o m ía. Su resolución de conservar su yo ín tim o en un estado
de p u re z a o pabitrata es u n reto discreto p ero a la vez orgulloso a
las convenciones sociales:

«Un día Asha le preguntó: "Dime, tía, ¿recuerdas a nuestro tío?”.


A n n a p u m a replicó: "Enviudé a los once años. Sólo pued o recor­
d a r la im ag en de m i m arido co m o u n a so m bra". Asha p re g u n ­
tó: "E nton ces ¿en quién piensas, tía?". A n n a p u rn a esbozó u n a
s o n risa y dijo: "Pienso en Aquél en quien m i m a rid o vive a h o ­
ra, pienso en ese dios”. Asha dijo: "¿Te hace eso feliz?”. A nna­
p u r n a p asó sus dedos con afecto p o r el cabello de Asha y r e s ­
pon dió : "¿Qué en te n d e ría s tú, m i n iñ a, de lo q u e p a s a en m i
interior? Sólo mi m en te lo sabe. Y lo sabe Él, el q u e reside en
m is pensam ientos. [...] Hubo un tie m p o en q u e tu tía, cu a n d o
ten ía tu edad, e n tró en el juego de to m a y d a c a c o n el m u n ­
do, igual que a h o r a estás h a c ie n d o tú. C o m o tú, yo ta m b ié n
solía pensar, ¿por q u é no h a b r ía n de o r ig in a r m is servicios y
mis cu id ad o s satisfacción en el h o m b r e al q u e sirva? ¿P or q u é
no h a b ría de recibir ternura de la p erso n a a q u ien venere? [...]
P ero a c a d a paso veía que esto n o su ce d ía . Un d ía dejé este
m u n d o p o r el sentim iento de q ue todo en él m e h a b ía falla­
do. P ero hoy veo que nada h a b ía fallado. [...] Ojalá lo h u b ie ­
se sab id o entonces. Si hubiera cu m p lid o c o n mis d eberes en el
m u n d o com o si fuesen mis deberes para con Él, si hubiera ofre­
cido m i corazon a este mundo sólo co m o a r tim a ñ a para ofrecér­
selo a Él, ¿quién m e podría h a b e r h ech o sufrir? [...] Éste es m i
consejo: sea cual fuera el s u frim ie n to que e x p e rim e n te s , p r e ­
serva intactas tu fe y tu devoción. Y que tu se n tid o de d h a m ia
[acción apropiada] sea in q u eb ra n tab le ”».50

S a ra tc h a n d ra Chaterjee, un a u to r p o sterio r a Tagore, sostenía


u n planteam iento sim ilar al de éste. Con un gesto rem iniscente del
m o d o en que Tagore convertía el p ro b le m a de la «vista» ( m a s c u ­
lina) en el de la «clarividencia», S a r a tc h a n d r a e fe c tu a b a u n d e s ­
p la z a m ie n to de la problem ática de B a n k im en t o m o a la rup (be­
lleza) p a r a así in trod ucir la idea de prakrito rup (belleza verd ad era
o real). É sta se refería a un interior h u m a n o que a h o r a p arecía m ás
h e rm o s o que la m era belleza exterior o que la a p a rien cia . In d ig n a ­

192
do p o r el tra ta m ie n to que recibe u n a joven viuda, a la q u e conocía
d esd e la infancia, q ue de u n día p a ra otro p e rd ió su po sició n so ­
cial sim p le m e n te p o rq u e en c o n traro n a u n h o m b re e n su d o rm i­
torio, S a ra tc h a n d ra escribe en 1932:

«Puede q u e a ella ya no le q u ede n a d a d e n o m i n a d o castidad.


S u p o n g a m o s que acepto eso. Pero ¿qué s u ce d e c o n su fem i­
nidad? ¿Es que sus cuidados a los enferm os d u ra n te días y n o ­
ches enteros [...] y su generosidad con los p obres n o van a re ­
cibir [...] consid eració n alguna? ¿Es que el c u e rp o de la m ujer
es todo lo que im porta, es que no c u e n ta n a d a su interior (an-
tar)? Incluso si esta mujer, viuda desde la infancia y acuciada
p o r los insoportables aprem ios de la ju ventud, n o hubiese pre­
servado la p u re z a (pabitrata) de su cuerpo, ¿to rn a ría eso falsas
todas las cualidades de su interior? [...] ¿H asta d ó n d e llegamos
p a r a ver la belleza v erd ad era (prakrito rup) del s e r h u m a n o ?
¿A la en v o ltu ra de su cuerpo o a la en v o ltu ra de su in terio ri­
dad? D íg anm elo ».31

Los detalles de esta argum en tació n de S a r a tc h a n d r a merecen


atención, ya que nos ayudan a ver el fu n c io n a m ie n to de la margi-
nalización estética del cuerpo en los inicios de la ficción m o derna
bengalí. S a ra tc h a n d ra no se p ro n u n c ia c o n tr a la idea de la casti­
dad en cu a n to tal; de m odo m ás típico y p rim ario, la ve com o una
práctica del cuerpo y no de la mente. Puede que la joven viuda haya
estad o con otro h o m b re pero eso destruyó, si destruy ó algo, sólo
la pu re za de su cuerpo. La pu reza m ás valiosa es la de su mente,
q u e se refleja en su s actos de c o m p asió n y sacrificio, y eso -y no
su c u e rp o - es lo q u e le da su belleza real (prakrito rup). La argu­
m entació n sobre pabitrata o la p u re za co n ciern e al yo interior. Su
cultivo hace a la m u jer autóno m a. S a ra tc h a n d ra ve esta pureza in­
terna de la m u jer b uena com o signo de su individualidad. La u s a ­
ba co m o base p a r a o p on erse a los derech o s n o c u e stio n a d o s del
h o m b re sobre la mujer. Escribe a u n a c o rre sp o n s a l so b re la idea
«de que si u n a m u je r enviuda a los dieciséis o d iecisiete años de
ed a d no tiene d erech o a a m a r o casarse con nadie más» y p regun ­
ta: «¿Por qué no? Sólo es preciso reflexionar u n poco p a r a ver que
no hay sino un prejuicio escondido en esta [proposición] de que la
esposa es posesión del m a r id o ».52
Así pues, las novelas establecían la idea d e u n a esfera de la in­

193
terio rid a d incorpórea y privada pero com unicable, algo fu n d a m e n ­
tal en la categoría del sujeto m o dern o en el p e n s a m ie n to e u ro p e o .53
El p e n sa m ie n to literario bengalí reconocía la concupiscencia com o
u n a pasión anim al que reside en el cuerpo. A ella enfrentaba la idea
de prem o amor. El prem llegó a señalar la a u to n o m ía del individuo
en la viuda al considerarla consecución de la p u re z a o pabitrata en
el a m o r com o el acto de separación del yo y el cuerpo. La sociedad
p odía oprimir, desde luego, al individuo; en este caso, la viuda, pero
no p o d ía a rre b a ta rle su individualidad. De este m o d o , la ficción
a r r o j a b a u n a luz con cuyo auxilio ver (y d o c u m e n t a r ) a la viuda
c o m o sujeto individual dotado de interioridad. La viuda, en c u a n ­
to viuda, p odía a h o ra tanto escribir sob re sí m is m a com o s e r o b ­
je to de escritura.
El cu erp o constituye un p roblem a sin resolver en estas novelas.
O b ie n es com pletam en te m arg in a d o co m o sede de la c o n c u p is ­
cencia q u epabitra prem (el a m o r verdadero/puro) conquista, o bien
r e g re s a (com o en Bankim) en el p ro b le m a de la rup (form a, a p a ­
riencia), com o destino que incita y tienta a la n aturaleza interna hu
m a n a (antahprakriti). En am bos casos, no hay n ad a sem ejante a U'
categoría freudiana de la «sexualidad» p ara m e d ia r entre el cuerpc
y el espacio interior del sujeto. E n C hokher bali Tagore da n o m b rt
a la fo rm a de la ra zón que co m b ate co n la p a s ió n física p a r a pro
d u c i r las prácticas de la pureza: kartabyabudhhi (kartabya = debei
b u d h h i = intelecto). Se trata, en otras palabras, de la m a n e r a de ra
z o n a r que m antiene a alguien atad o a sus d eberes m u n d a n o s , un.
s u e rte de sentido com ún relativo a la vida del cab eza de familia ei
u n contexto en que la parentela extensa, a u n q u e inviable en la prái
tica, constituía idealmente el horizonte del bienestar. C om o el p n
p ió Tagore observa en una intervención autorial de la novela: «5
a lg u n a vez se arran c a y se aísla el a m o r - c o m o se a rra n c a u n a floi
d e los difíciles deberes que integran el m u n d o del cabeza de fam
lia, no se puede sostener sólo [alim entándose] co n su p ro p ia savi
G ra d u a lm e n te se m archita y se d e f o r m a ».5'1
La p u g n a q u e co n fo rm a la in te rio rid a d del sujeto tal y con'
lo im ag in a esta m odernid ad bengalí se libra e n tre las p a sio n es (
u n lado y las obligaciones familiares o de p aren tesco de otro, y
e n este conflicto donde los s e n tim ie n to s necesitan la guía de la i
z ó n (moral). E ra la respetabilidad de la familia extensa - y no só
d e la p a re ja a m o r o s a - lo que es ta b a e n cu estión . La p ro b le m a
c a de la «dom esticidad respetable» de V idyasagar había, pues, s

194
brevivido hasta la obra de Tagore. La búsqueda d epabitrata proveía
al sujeto m o derno de un espacio de lucha interior, creaba u na auto­
no m ía respecto del cuerpo, pero tam b ién so stenía u n relato fami­
liar p a rtic u la rm e n te bengalí que no se parecía al triáng ulo psico­
lógico eu ro peo de la madre, el padre y el niño q u e F reu d describió
técnicam ente y popularizó a principios del siglo xx. El yo m o d er­
no bengalí n o e ra com o el yo m o d e rn o b u rg u é s de E u ro p a . La ca ­
tegoría de pabitm ta, vinculada a u n a idealización del parentesco y
de la familia extensa patriarcal, hacía innecesaria la em ergencia de
u na categoría c o m o «sexualidad», que podía h a b e r m ed iad o entre
los aspectos físicos y psicológicos de la atracción sexual.
Así pues, la m o d e rn id a d bengalí refleja a lg u n o s de los tem as
fu n dam en tales de la m odern idad europea: p o r ejemplo, la idea de
que el sujeto m o d e rn o es poseedor de bienes (com o en la exigencia
de R a m m o h u n Roy de derechos de p ro p ied a d p a r a las mujeres);
que el sujeto es u n agente a u tó n o m o (como lo d escriben las nove­
las bengalíes); o que cabe d o c u m e n ta r el sufrim iento desde la posi­
ción del ciu d a d a n o (véanse los esfuerzos de Kalyani Datta). Ahora
bien, el relato familiar habla de un sujeto significativam ente distin­
to. E n u n capítulo posterior, en el q ue e x a m in a re m o s este relato
con m ás detalle, verem os cóm o con d u c e a ideas de la subjetividad
y la fraternidad fundam entalm ente distintas de las propuestas, por
ejemplo, por Locke. Por el m om ento, nos c e n tra re m o s en el m odo
en que la p resencia de estos otros tem as de la familia y la subje­
tividad ap o rtó u n sentido de p lu ra lid a d a la h isto ria del o b ser­
v ad o r m o d e rn o del sufrim iento. S ería a p r e s u r a d o a s im ila r el e n ­
sayo de Kalyani Datta de 1991 a u n relato s im p le de d erech o s y
ciudadanía.

¿A quién se llama para que atestigüe el sufrim iento?

P or tanto, la literatura bengalí m o d e rn a d e s e m p e ñ ó u n papel


crucial p ara gen e raliza r u n deseo d e d o c u m e n t a r el su frim ie n to
de las viudas y p ara posibilitar ciertos m odos de ver. E n cu a n to gé­
nero, la novela se prestaba p artic u la rm en te b ien a a y u d a r a la re­
producción d é u n sentim iento general y g eneralizad or y al tiempo
preservar y alim entar la idea de lo individual y privado. Sus técni­
cas de verosim ilitud prom ovían un sentido d e lo particular, crean ­
do a la vez u n a visión de lo general. La unió n estrecha y progresi­

195
va en tre la literatura, las prácticas de lec tu ra de la clase m edia y
ciertas form as nuevas de subjetividad es u n a historia a ú n inexplo­
ra d a en el caso bengalí. Parecería, p o r ejem plo, que h acia 1930 los
lectores de novelas bengalíes c o m p a r a b a n de hech o los n u m e r o ­
sos p erso n ajes de viudas creados en la ficción, colocán dolos m e n ­
ta lm en te en u n a sucesión que significaba la evolución progresiva
del individuo m oderno. El siguiente frag m en to , dirigido a Sarat-
c h a n d r a p o r Suresh Samajpati, d irector de la revista literaria b en­
galí Sahitya, ilustra ese m od o de lectura co m p arativo e historicista:

«Existe u n a diferencia sustancial e n tre el p erson aje de Rohini


qu e B a n k im c h a n d ra creó y el de tu Sabitri. E n p r i m e r lugar,
Rohini era la sobrina de B rah m an a n d a, no carecía de estatus en
la sociedad. ¡Su único delito fue que, pese a ser viuda, a m a b a a
Gobindalal! Tu [...] Sabitri no disfruta de tal posición social. En
s e g u n d o lugar, se hizo necesaria u n a disposición prolija [de los
acontecim ientos] para que la historia de a m o r entre Gobindalal
y Rohini pareciese inevitable [en la novela de B ankim ] [...]. Al
m enos a los ojos de la sociedad hay u n a excusa para el a m o r e n ­
tre Rohini y Gobindalal. Pero no p u ede h a b e r tal excusa p ara el
a m o r entre Sabitri y Satish. Uno dep e n d e de la contingencia de
los acontecim ientos; el otro, sólo del deseo».ss

Los individuos, entre los que figuran las lectoras de esta ficciói
h u m an ista, llegaban a ver su vida a la luz de la literatura. E n su li
b ro autobiográfico, Kom boyosher atni (Mi yo d e juventud), la es
crito ra contem poránea Manashi Das G u p ta describe a u na tía suya
a n c ia n a y viuda, «Itupishi» (h e rm a n a o p rim a del padre, llam ad
Itu), com o «sacada directam ente de las páginas de una ficción ben
galí». Das G upta escribe sobre esta tía: «Enviudó a u na ed a d t e n
p ran a, a h o ra trab ajaba para el d e p a rta m e n to de educación del G<
b iern o después de h aber ido a la universidad [...]. C onversaba co
so ltu ra con mi p adre sobre tem as co m o el fracaso de las Nacioni.
U nidas m ien tras ayu d a b a a mi m ad re a c o c in a r n itn ki [ajedrea pi
p u l a r ]».56La pro p ia investigación de K alyani D a tta en to rn o a
s itu a c ió n de las viudas bengalíes en los añ o s c in c u e n ta y sesei
ta del siglo p asado estaba insp irad a en la ficción: «La viudez se 1
ab o rd ad o sin cesar en la literatura bengalí d u ra n te los últim os cié
to cincuenta años. [...] Mi interés p o r la vida d e las viudas surg
en mi infancia com o resultado de to p a rm e con personajes cercan'

196
en la vida real que re co rdaban a los q ue me h a b ía en c o n tra d o en
historias y n ovelas ».57
Si a c e p ta m o s que las diferentes prácticas de e sc ritu ra sobre
las v iu d as -ficción, au tob iog rafías, diarios, m e m o ria s e inform es
científicos relativos al sufrim iento de las v iu d a s- c r e a ro n en B en ­
gala algo sim ilar a la esfera pública burguesa europea, hab itada po r
un sujeto de la m o dern idad discursivo y colectivo, se sigue u n p ro ­
b lem a in tere sa n te. ¿Cómo c o m p r e n d e r tal sujeto colectivo? ¿Era
igual qu e el sujeto -ciu d a d an o del p e n s a m ie n to po lítico europeo?
N o ca b e d u d a de que el d erecho colonial m ism o m o ld e ó alg uno s
aspectos de la acción y la subjetividad de las viudas. La poeta ben-
galí P ra s a n n a m a y i Devi (1857-1939), que h a b ía e n v iu d a d o a los
doce añ o s de edad, cue nta la historia, p o r ejemplo, de u n a valiente
a ld e a n a d ec im o n ó n ic a llam ada Kashisvvari, q u ien , al e n v iu d a r a
u na ed ad tem prana, consiguió u n a intervención legal c o n tra la p o ­
sible opresión y el acoso p or parte de h o m b re s .58Los relatos de las
p ro p ia s v iu d a s sobre c ru eld ad d o m é s tic a , sin e m b a r g o , tien d en
u n p u e n te en tre dos tipos de m e m o ria que c o n f o rm a n el archivo
m o d e rn o de la opresión fa m iliar en la B engala de la clase m ed ia
hindú. Se tra ta de la m em o ria social-pública a b o r d a d a p o r el ciu-
d adano-historiado r que docu m en ta el sufrim iento y las heridas so ­
ciales en interés de la justicia en la vida pública, y las m e m o ria s
fam iliares articu lad as den tro de espacios de p a re n te s c o específi­
co s .59El ensayo de Kalyani Datta es u n ejemplo de ello, pues d a a
la im p re n ta -y así convierte en m e m o ria p ú b lic a - re c u e rd o s a los
que en ocasiones sólo pudo acceder en cuanto m iem b ro de una red
p a rtic u la r de parentesco.
E n los relatos habituales de la m o d ern id a d europ eo-b urg uesa,
estos dos géneros de m e m o ria - la fa m iliar y la p ú b l i c a - a c a b a r o n
poV alinearse entre sí. Prim ero, las familias b asa d as en el a m o r r o ­
m á n tic o m o d e rn o re e m p la z a ro n la e s tru c tu r a e x ten sa d e p a r e n ­
tesco p o r el triángulo edípico freu d ian o . Y el su jeto b u rg u é s u n i ­
tario-expresivo y portador de derechos se escindió en yo privado y
público. Todo lo que no podía asim ila rse a las leyes de la vida p ú ­
blica se asimiló finalm ente a u n a e s tru c tu ra de re p resió n privada.
De esta m anera, la historia de la represión y la sexualidad llegaría
a c o n stitu ir la historia privada del sujeto de la vida pública. Como
m u e s tra la H istoria de la sexualidad de F oucault, tal hipótesis re ­
presiva y la consiguiente in citació n al d iscurso re s u lta r o n fu n d a ­
m entales p ara el nacim iento del sujeto m o d e rn o y la d o c u m e n t a ­

197
ción de la interioridad b u rg u e s a .6
0E n el caso bengalí, los destina
tario s de estas dos m e m o ria s - l a so cial-p úb lica y la familiar-pri
vada, el sujeto-ciudadano y el sujeto de p a r e n t e s c o - se h a n m an
tenido m u c h o m enos alin ea d o s y c o n c e rta d o s e n tre sí. El sujet
colectivo al que cabría d e n o m in a r sujeto m o d e rn o ben galí pued
qu izá con ceb irse com o u n p u n to en m o v im ien to d e n tro de alg
sem ejante a una red de relevos en la que in tersecan m u c h a s pos
ciones subjetivas diferentes e incluso p rá c tic a s de la subjetivida
n o burguesas, no individualistas. El texto de K alyani D a tta mu
m u ra con múltiples voces h etero gén eas qu e sólo p u e d e re u n ir t
u n gesto general de búsq ued a de justicia. El sujeto de la m odern
d a d discursivo, colectivo y bengalí estab a in teg ra d o p o r múltipla
prá cticas inconm ensurables, algu nas de ellas n ítid a m e n te n o m
d e m a s según las n orm as del p e n sa m ie n to político m o d ern o .
E n p rim e r lugar, estaba la voz del sujeto cuyo grito de d o lor i
terpelaba al sujeto excepcional (no al c iu d ad a n o n orm alizad o) qi
podía recibir y apreciar la rasa de karuna (com pasión). Q uien o
esta queja es convocado a la posición de alguien con hriclay: algui
com o R am m o h u n , Vidyasagar, Jesús, C haitanya o B uda. Consic
rese, p o r ejemplo, esta declaración de u n a viuda bengalí: «Una rr.
j e r que h a perdido a su padre, su m ad re , su m a rid o y su hijo,
tiene a nadie m ás en el m u n d o . Sólo si o tras p ersonas en el ho¿
son de disposición am ab le puede s e r feliz la vida de u n a viuda,
lo contrario, es como ser relegada a u n abism o in fern al ».6 1 La ck
sula condicional de esta oración -s ó lo s i- deja claro q ue la com |
sión no form aba parte del orden n o rm al de la vida de esta pei­
na. Su existencia era im p redecib le. Es, desde luego, u n a viud;
que habla, pero no en cu a n to su jeto -ciu d a d an o en b u sca de la p
m esa y la protección de la ley.
Tam bién está la voz q ue se dirige a los dioses en b u s c a de fi
za y apoyo. Escuchem os a G y a n a d asu n d ari h ab lan d o co n Kaly
Datta en algún m o m ento de 1965. E sta n iña v iuda que, de hec
n o llegó a conocer a su esposo, fue en viad a a su fam ilia políi
p a ra p a s a r el resto de su vida co m o viuda. Aquí re la ta u n a e.\
r ie n d a , de privación en la q ue la d io s a h in d ú Kali r e p re s e n ta
papel central ay udándola a sobrevivir:

« E n trab a en la cocina [se refiere a la sucesión de sus tareas


tidianas] in m ed iatam ente desp u é s de mi b a ñ o m a tu tin o []
c o c in a r p ara] esta fam ilia g ra n d e. C u a n d o a c a b a b a , e ra k

198
tim a h o ra d e la tarde. Una habitación llena.de c o m id a cocina­
da; no p u e d o describir el ham b re que m e d a b a el olor del arroz
y el curry. A veces m e sen tía te n ta d a de m e te r m e algo de c o ­
m ida en la boca. Pero la tía de mi [difunto] esposo m e había
co n tad o la historia de la m ujer de cierta p ers o n a [difunta]: se
h a b ía q u e d a d o ciega p o r h ab e r c om ido a e s c o n d id a s en la c o ­
cina. Las h is to ria s dé este tipo m e a y u d a b a n a c o n t r o l a r mi
ham bre. Todos los días rezab a a [la diosa] Kali: M adre, p or fa­
vor, líbram e de mi codicia. Quizá fue p o r gracia de la diosa pol­
lo que en efecto perdí todo el apetito que te n ía ».6 2
¿Cuál es la natura leza del sujeto h u m a n o aquí? ¿De q u é forma
nos reco no cem o s en G yanadasundari Devi? ¿E n qué posición co ­
loca este texto a Kalyani D a tta y, d esde luego, al lector? E n m ás
de una, parece. Puede que Datta (o el lector) esté a h í p a r a d o c u ­
m e n t a r el sujeto del su frim iento en interés de u n a intervención
social posterior. Su posición deliberada quizás haya sido la del ser
h u m a n o m o d e rn o , secular, historizante. P u e d e que incluso haya
e sc u ch ad o la referencia religiosa a la diosa bajo la luz del espíri­
tu to lera n te con q ue el su jeto secular se a c erc a a la religión: «Es
el suspiro del oprim ido, el alm a de un m u n d o d e s a lm a d o ».6 3Pero
¿no nos coloca tam bién la voz de G y an ad asu n d ari ju n to a otro h u ­
m ano, que a c tú a com o si supiese im plícitam ente que s e r h u m a n o
significa p o d e r dirigirse a los dioses sin te n e r que p r o b a r (su re a­
lidad p rim e ro ?6 4Este posicionam iento nos aleja de la lógica de las
ciencias sociales.
La crueldad hacia las viudas en el co ntexto de la paren tela ex­
tensa hacía p ro liferar co n s ta n te m e n te las p osiciones y voces ta n ­
to de sus agentes com o de sus víctimas, y en ocasiones borrab a las
diferencias entre am bas. Kalyani Datta recoge la h istoria de la vic-
timización y la agencia que u n a m adre asu m ió c u a n d o su hija, u na
n iñ a de seis o siete años, p erd ió a su m arid o . S ob re la m a d re r e ­
cayó la tarea de ase g u rar q ue la niña, que ni siq u iera en ten d ía su
ca m b io de estatus, observase todos los ritos de re n u n ciam ien to de
la viudedad. El incidente es sobre el pescado, p ro h ib id o a las viu­
d as pero co nsiderado un m a n ja r en la cocina de la B engala ribere­
ña. Tenemos la historia en palabras de Kalyani Datta:

«La m ad re [de la niña] d ab a de c o m er a la viuda. Los niños va­


rones de la c a sa se s e n ta b a n en o tra p a r te del c u a r t o y se les

199
servía pescado. Un día le dijeron: "¿Por q u é n o tienes p e s c a ­
do?". Su m ad re señaló las albóndigas de lentejas fritas y le dijo
a la pequeña: “Éste es tu pescado". Los traviesos niños c h u p a ­
b a n las espinas de pescado y le p re g u n ta b a n a la niña: "¿Por
qu é no tiene espina tu trozo de pescado?". La n iñ a le p r e g u n ­
tab a a su madre: "Madre, ¿por qué no tiene espina mi p esca­
do?" [...]. Después, la madre solía ro m p e r ram itas de b a m b ú de
las cestas y clavarlas en las a lb ó n d ig as de lentejas y la niña
se las en señab a con orgullo a los niños. [...] D ura n te m u ch o
tiem po ni siquiera se dio cuenta del e n g a ñ o ».6 5
La m adre que cometía la crueldad de e n g a ñ a r a su p ro p ia hija
s u fría -s u p o n e m o s - no m enos que la niña. T am b ién cabe leer la
h is to ria com o un tributo al ingenio de u n a m a d re a m o r o s a - e n ­
fre n ta d a a la crueldad de la c o s tu m b re y de u n o s niños in sen si­
b le s - a fin de preservar la dignidad de su hija. Sea cual sea nuestra
interpretación, claramente las acciones de los niños (no necesa­
ria m e n te hijos de la madre), la m adre y la niña viuda de esta anéc­
d o ta crean un a red dinámica de relaciones que no p u ed e n co n te­
n erse dentro de la figura de u n a víctima ú n ic a .6 6
De hecho, uno de los aspectos m ás interesantes de las crítica?
de las propias viudas -e n los siglos xix y x x - de la crueldad q u e su
filan a manos de sus parientes era su apelación a un sujeto ideal dt
la familia extensa. ¿Cómo debe com portarse un herm a n o h acia uní
h e r m a n a viuda, o un cuñado hacia u n a c u ñ a d a viuda? ¿O u n so
b rino hacia una tía que ha enviudado? El pub licar las quejas de la
viudas y el leerlas a m enudo form aba p arte de u n debate m á s am
plio sobre los sentimientos apropiados de la familia bengalí idea’
q ue rara vez se consideraba nuclear. Un caso revelador en este sen
tido es el de Indumati, una tía de Kalyani Datta. In d u m ati (nacid
en to m o a 1872), una joven viuda de u n a familia zamindcir (térra
teniente), decidió vivir en la c iu d a d s a g ra d a de B enarés -refu g i
tradicional de num erosas viudas d e s v e n tu ra d a s - con u n a pensió
m ensual de la herencia de su difunto m arido. Pero se la airebat;
ron. Su pensión se redujo de 250 rup ias m e n su ale s a 10, lo cu.
la rebajó a la condición de pordiosera. Kalyani Datta vio p o r últ
m a vez a Indum ati en Benarés en 1955 (y nosotros la o ím o s en h
tra impresa en 1991). Para entonces su m iseria hab ía tocado fonc!
y estaba viviendo en u n asilo. «No la reconocí», dice Datta:

200
«Nuestra tía, la esposa de u n a familia zam indar (terrateniente)
propietaria del 50 por ciento de los bienes, estaba s en tad a des­
n ud a en un cuarto oscuro sin ventanas, farfullando maldiciones
a Dios. No veía bien. S in tién d o m e indefensa, em p ecé a gritar
mi n om bre y el de mi padre. Entonces m e reconoció e inm e­
diatam ente se puso a llorar. [...] Después de un rato, me p re­
guntó cuánto tiempo llevaba en Kashi [Benarés]. C uando re ­
paró en que llevaba allí veinte días y que hab ía ido a verla sólo
el día antes de irme, sus lágrim as regresaron. "Aquí estoy", dijo,
“esperand o [ahora] pod er d e r r a m a r unas lágrimas y p asa r al­
gunos días con el consuelo de tu com pañía, y todo lo que m e
ofreces es este sentido de parentesco falso [superficial]. No quie­
ro ni ver tu c a ra ”. Tras decir esto, me dio la e sp a ld a ».6
7
Cabría a firm a r que el pasaje es u n exam en m o d ern o de lo que
los bengalíes d en o m in an am ityata (parentesco, la cu a lid a d de ser
la gente propia de uno), u n a cate g o ría a ltam ente valorada por Ta-
gore y otros escritores c o n te m p o r á n e o s .6
3Adviértase c ó m o en el
relato de Kalyani Datta em erge u n a voz que convierte en absolu­
to a u n sujeto de parentesco m o d ern o y relacional, y lo hace colo­
cando el sentim iento m ism o de obligación familiar p o r encim a de
las co n sideraciones del interés o de las form as sociales sup erfi­
ciales. Indum ati/Kalyani D atta - p u e s las dos voces re s u ltan efec­
tivamente indistinguibles a q u í- obviam ente establecen u n a distin­
ción entre u n a dem ostración falsa de sentim iento de parentesco y
u n a «real». Pero no d e m a n d a n q ue tal sentim iento exprese la p e r­
sonalidad del individuo que lo exterioriza, pues lo m ism o se exigi­
ría de todo m iem bro del gru po fa m iliar sin referencia a las dife­
rencias entre sus p ersonalidades individuales. Y, sin em bargo, el
lenguaje permite que se hagan ciertos reclamos relativos al afecto
de otras personas de u n a m a n e ra que, estrictam ente hablando, no
sería posible en el contexto del individualism o típicam ente expre­
sivo, d o n d e los sentim ientos, u n a vez m u erto s para el individuo
en cuestión, se consideran inauténticos e hipócritas si se expresan.
El sujeto de esta transacción em ocional es m o d ern o y, sin e m b a r­
go, com o he afirm ado, no es c o m o el individuo burg u é s europeo
inserto en el relato familiar del habitual triángulo de la familia n u ­
clear .69No estoy aduciendo que este idealizado sujeto de parentes­
co sea necesariam ente un co n s tru c to m od erno . Lo m o d e rn o es la
m a n e ra en que el surgim iento de u n a esfera pública ab rió un e s­

201
pació en la vida pública p a ra el sujeto m o d e rn o de la familia ex­
tensa j u n to a, p o r ejemplo, la esfera de intervención posibilitada
p o r el d ere c h o y la idea del individuo p o r t a d o r de derechos.
El su jeto de la m o d e rn id a d b e n g a lí q u e d e m u e s t r a u n a v o ­
lu n tad de atestiguar y d o c u m e n ta r la o p re sió n es, pues, un sujeto
in here n tem en te múltiple, cuya historia p rod u c e significativos p u n ­
tos de resistencia e insolubilidad al s e r a b o rd a d a p o r u n análisis
secular que tiene sus orígenes en la c o m p re n sió n de sí del sujeto
de la m o d ern id a d europea. Cabe, pues, in te rp re ta r de dos form as
distintas a la autora Kalyani Datta. E n cu a n to au to ra y persona,
es, desde luego, posible que al escribir su ensayo actú e com o su-
je to -c iu d a d a n o involucrado en u n a lu c h a p o r la d e m o c ra c ia y la
justicia social en el ám bito familiar. C abría, asim ism o, leer su tex­
to c o m o un capítulo de la biografía/historia de u na e n tid ad colec­
tiva m á s am p lia tal com o «la m u jer de clase m edia bengalí» o «las
bhad ram ahila bengalíes» (com o se d e n o m i n a a las m u je re s de
las clases respetables). Pero lo que tam b ién se d o c u m e n ta en su e n ­
sayo y en otras partes, gracias a la resuelta voluntad de testim oniar
el sufrim iento -la cual m arca los esfuerzos m o d ern os en pro de la
justicia social-, son las prácticas del yo que nos convocan a o tras
m a n e ra s de ser cívico y h u m ano. Se t r a t a de p rácticas del yo que
siem pre dejan un exceso in telectu alm ente inm an ejab le cu a n d o se
las trad u c e a la política y al lenguaje d e las filosofías políticas que
d ebe m o s a las tradiciones intelectuales europeas. El p ropio crisol
colonial en el que se originó la m o d e rn id a d bengalí hizo im p o s i­
ble ac o m e ter un relato histórico del n a c im ien to de tal m o d ern id a d
sin re p ro d u cir algún aspecto de los relatos europeos del sujeto m o ­
derno, pues la m odernidad europea e sta b a presente en aquel n a c i­
miento. El colonialismo garantiza a cie rta E u ro p a del p e n s a m ie n ­
to -la E u ro p a del liberalismo o del m a r x i s m o - esta precedencia.
Lo q ue u n historiador de la m o d ern id a d colonial p ued e h ac er hoy
- e d u c a d o o ed u c ada com o está en el a r te (europeo) de la histori-
z a c ió n - es revitalizar la p alab ra «nacim ien to» con to d a la fuerza
m otriz del pensam iento nietzscheano q u e Michel F o u cau lt ha r e ­
vivido en los últim os tie m p o s .70C o n ceb ir el n a c im ie n to co m o g e ­
nealogía y no com o un p unto de origen cla ra m e n te delim itado, h a ­
cer visible -c o m o dijo N ietzsche- la o tre d a d del sim io q ue siem pre
obstaculiza todo intento de h ac er r e m o n t a r la asc en d en c ia h u m a ­
na d ire c ta m e n te hasta Dios, es p la n te a r la cuestión de la relación
en tre la diversidad de p rácticas vitales o de m u n d o s d e vida y las

202
filosofías políticas universalizantes, las cuales perviven co m o h e ­
rencia global de la Ilu stración .71 El ensayo Baidhabya kahini de Ka-
lyani Datta puede, entonces, co nsiderarse p arte de u n archivo s o ­
bre el n a c im ien to del su jeto-ciudadan o en Bengala. La sede de ese
n a c im ie n to es el lu g a r d o n d e se re c u p e r a n los re la to s de la o p r e ­
sión de las viudas, cobijados en las grietas de la m e m o ria familiar,
para su discusión y disem inación en la esfera pública. Pero este s u ­
jeto único se resquebraja, al ser exam inado, en m últiples form as
de ser h u m a n o , que to rn an im posible re d ucir este m o m e n to a un
relato s u m a rio de transición desde u n a etapa p re m o d e rn a h asta la
m o d ern id a d .

203
6
Nación e imaginación

E ste capítulo avanza hacia el interior de tres círculos c o n c é n ­


tricos. El círculo m ás cercano al centro cue nta la historia de cierto
d ebate literario celebrado en Bengala en la p rim e ra m ita d del si­
glo xx. Se trata b a de una discusión en to rno a las diferencias entre
la prosa, la poesía, y el estatus de lo real en am b a s, y se cen tró en
los escritos de R abindranath Tagore. Dentro de esos debates - y aquí
está m i segundo círculo- leo una historia global de la p a lab ra «im a­
ginación». El libro de Benedict Anderson C om unidades im aginadas
nos ha hecho a todos plenamente conscientes de la im p o rta n c ia de
la c a te g o ría «imaginación» para el análisis del n a c io n a l is m o .1 No
obstante, c o m p a ra d a con la idea de c o m u n id ad , la im aginación si­
gue siendo u n a categoría curiosam ente obviada en los escritos de
las ciencias sociales sobre el nacionalismo. Anderson advierte que la
p a la b ra no h a de entenderse en el sen tid o de «falso ».2P o r lo d e ­
más, sin em bargo, su significado se trata co m o evidente. Uno de los
objetivos de este capítulo es abrir la palabra a u n a interrogación ul­
terior y hacer visibles los heterogéneos ejercicios de perspectiva que
solem os colocar bajo la jurisdicción de esta p a lab ra europea, «im a­
ginación». Mi tercer y último paso del capítulo será c im e n ta r so­
bre esta crítica de la idea de im aginación un arg u m e n to relativo a
u na co n c ep ció n no totalizadora de lo político. In su fla r h e tero g e­
n eid ad en la palab ra «imaginación», propo ngo , es p e r m itir la p o ­
sibilidad de que el terreno de lo político sea co n s titu tiv a m e n te no
singular. Comienzo, pues, con la historia de u n d eba te literario.

El nacionalism o com o diversidad de perspectivas

No se precisa un gran esfuerzo p a r a ver que u n realism o foto­


gráfico o un naturalism o entregado no p o d rían n u n c a d a r respues-

204
ta a todas las necesidades de visión que los n acionalism os m o d e r­
nos crean. Pues el problem a, desde u n p u n to de vista nacionalista,
es éste: si la nación, el pueblo o el país h ub iesen de ser n o sólo o b ­
servados, descritos y criticados sino tam b ién am ados, ¿qué g aran ­
tizaría que, de hecho, fuesen dignos de s e r a m a d o s a m e n o s que
tam b ién se viese en ellos algo que ya fu era susceptible de ser a m a ­
do? ¿Qué p a sa ría si lo real, lo natural y lo h is tó ric a m e n te preciso
no generase el sen tim ie n to de devoción o ad o ració n? Un p u n to de
vista realista p o d ría co n d u c ir sólo a la desidentificación. Cabría,
entonces, a f ir m a r que el n ac io n a lis m o p r e s e n t a la c u e s tió n de la
visión y la im ag in ació n de form as m ás com p licad a s de lo que p o ­
dría sugerir u n a identificación directa de lo realista o lo fáctico con
lo político.
Este p ro b le m a de cóm o se ve la n a c ió n fue p lan tea d o de m a ­
nera p ertin e n te p o r R a b in d ra n a th Tagore, en el d iscurso de la re u ­
nión o rg a n iz ad a en C alcuta con ocasión de la m u erte de la H e r­
m a n a N ivedita en 1911. La H e r m a n a N iv edita, u n a n a c io n a lis ta
irlandesa, cuyo n o m b re original era M arg aret Noble, q u e fue a la
In d ia co m o discíp ula del s a n to indio del siglo xix S w am i Viveka-
nanda, dedicó su vida a servir a los indios colonizados. H a b ía p o ­
dido a m a r a los indios, afirm a Tagore, p o rque fue capaz de «rasgar
el velo» de aquello que era objetivam ente real:

«Nos llegan noticias sob re algunos e u ro p e o s que v in iero n a la


India con sentim ientos de devoción p o r ella, atraídos p o r n u es­
tras e s c ritu r a s o p o r el c a rá c te r y las p a la b r a s de a lg u n o de
nuestros santo s [...] pero regresaron con las m an o s vacías, su
sentido de la devoción se diluyó con el tiem po o fue re c h a z a ­
do finalm ente. No p ud iero n rasgar el velo de la p o b re z a y la
im perfección del país en su totalidad p a ra ver aquello sobre lo
que h a b ía n leído en las escrituras o lo que h a b ía n visto en el
c a rác te r de los s a n t o s ».3

Tagore no c o m p a rte la opin ión de q u e los e u ro p eo s a quienes


repelía lo q u e veían en la Ind ia sim p le m e n te m a lin te rp re ta b a n el
país o a su gente. C o n te m p la d a de fo rm a realista, la In d ia podía,
en efecto, re su ltar decepcionante y, p or lo tanto, esa reacción eu ro ­
pea estaba justificada. Tagore añade m á s abajo: «Desafía a nuestra
c o m p re n s ió n el que n u e s tra s costu m b res, co n v e rsaciones y p rá c ­
ticas cotidianas p u e d a n re su ltar insufriblem ente ofensivas p a ra u n

205
eu ro p eo y, p o r lo tanto, consideram os su g rosería hacia nosotros
co m p le ta m e n te irrazonable». Su arg u m e n to era p re cisam en te que
u n a visión m e ra m en te realista podría no p re s e n ta r u n a In dia su s ­
ceptible de ser am ada. Poder a m ar a la India era ir m ás allá del re a­
lismo, ra s g a r el velo de lo real, como lo expresa Tagore. Este a u to r
p e n sa b a que era esta barrera de lo objetivo o de lo real lo que Ni-
vedita ten ía q ue h a b e r salvado p ara e n c o n t r a r en su i n te rio r u n
a m o r v erdadero por la India: «Hemos de re c o rd a r que ca da uno de
los m o m e n to s de los días y las noches q u e la H e r m a n a Nivedita
pasó en u n a oscura casa bengalí en un ca m in o de un b a rrio de Cal­
cu ta contenía una historia oculta de do lor [...]. No hay d u d a algu­
na de que le preocuparon nuestra inercia, indolencia, suciedad, ine­
ficacia, y u n a carencia general de esfuerzo de n u e s tra parte, cosas
que, a ca d a paso, hablan del lado o scuro de n u e s tra naturaleza».
Pero «esto no p u d o vencer» a N ivedita p o rq u e ella p u d o ver m ás
allá de lo real, pudo rasgar el velo de la p o b re z a y las deficiencias
an te el cual u n a m irad a realista se d e te n ía .'4
¿Qué significaba rasgar el velo de lo real ó ver m ás allá del m is­
m o? C o m b in a n d o , com o veremos, ex p re s io n e s del ro m a n tic is m o
eu ro p eo con las de la metafísica hindú, Tagore explicaba a veces
esa visión co m o u n a cuestión de ver lo etern o que se halla tras el
«velo» de lo co tidiano . Acerca del a m o r de N ived ita p o r el país,
afirm a , e m p le a n d o un lenguaje m o d u la d o p o r la religión y refi­
rién d o se a la devoción de la diosa h in d ú Sati p o r su m a r id o Shi-
va: «Su afecto p or el bien [Tagore, de hecho, u sa u n a p alab ra m ás
resonante, ntangal, que también connota lo auspicioso] de la India
era verdadero, no u na pasión pasajera; esta Sati se había dedicado
p o r entero al Shiva que reside en todo h o m b r e ».5E n tre paréntesis,
hem os de advertir también que este uso de lo «eterno» ya había he­
ch o que la p ro p u e sta de Tagore excediese la p ro b le m á tic a de la vi­
sión nacionalista, pues el am or de la irlandesa Nivedita p o r la India
o los indios, a b uen seguro, no p odía ca lific arse de « n a c io n a lis­
ta» en ningún sentido sencillo .6

La prosa, la poesía y la cuestión de la realidad

¿Cóm o reconciliar estas dos perspectivas d iferentes y c o n t r a ­


dictorias sob re la nación: el ojo crítico q ue b u s c a los defectos de
la nación con el objetivo de re fo rm ar y m ejorar, y el ojo a d o r a d o r

206
qu e ve la nac ió n co m o herm o sa o sublime? P a ra e n fren tarse a este
problem a, Tagore desarrolló u n a estrategia «rom ántica» en los ini­
cios de su c a rre ra literaria. Su solución inicial -d ig o «inicial» p o r­
qu e m ás tarde la desestabilizó- fue c rear u n a división del trabajo
e n tre la prosa y la poesía o, m ás precisam ente, entre lo prosaico y
lo poético. E sta estrategia se p lasm a en lo que escribió en u n a vena
nacionalista d u ra n te el periodo que tra n s c u rre entre 1890 y 1910,
en el que ayudó a crear dos im ágenes co m pletam en te co n tra d ic to ­
rias, p o r ejemplo, de la aldea «bengalí» típica.
P o r un lado estab an sus escritos en prosa, en p a r tic u la r los re ­
latos breves sobre la vida rural bengalí en la colección Galpaguchha,
en la que se advierte u na crítica incisiva de la sociedad y u n a clara
vo lun tad política de reform a. A m e n u d o los críticos literario s ben-
galíes h a n s e ñ a la d o que G alpaguchha « contiene [h isto rias sobre]
los m ales de la dote, de la d o m in ació n de las esposas p o r sus m a ­
ridos, de la opresión de las mujeres, del egoísmo de las familias que
se c a san en tre sí, [...] de las peleas entre h e r m a n o s p o r la p ro p ie ­
dad». Los críticos tam bién ap u n ta n la variedad de personajes y cla­
ses representados en esta colección: «Ramsundar, el p adre a b r u m a ­
do p o r la responsabilidad de tener que casar a su hija (Denapaona),
el devoto R a m k a n a i (R a m ka n a ier n irb u d h h ita ), [...] el e s c rito r
tím ido T arap rasann a (Taraprasannar kirti), [...] el leal sirviente Rai-
c h a ra n (K hokababur protyaborton) [...]».7
El propio Tagore m o straba u n considerable orgullo p o r el re a ­
lism o de e s tas historias. «Se d ice de mí», se q uejó en su vejez,
«es de fam ilia rica [...], ¿qué s a b r á de a l d e a s ?»8S u re s p u e s ta
q u e d ó e x p re s a d a sin a m b ig ü e d a d en un en s a y o que e s c rib ió en
1940-1941:

«Perm ítansem e unas últim as palabras. H a llegado el m o m e n to


de dar u n a explicación a aquellos que se q u ejan de no e n c o n ­
tra r huellas de la clase media (m oddhobitto - los que tienen p ro ­
piedades m edias) en mi esc ritura [...] D u ra n te u n a época, mes
tras mes yo escribía relatos so b re la vida en el c a m p o . Creo
que n u n ca antes se habían sucedido tales re trato s en la litera­
t u r a bengalí. No hab ía e n to n c e s esc asez de e s c rito r e s de las
clases con p ropiedades m ed ias [pero] casi todos e s ta b a n a b ­
sortos en la contem plación de ñgu ra s [históricas ro m án tica s]
tales com o Pratapsingha o Pratapaditya. Mi tem o r es que un día
los relatos de G alpaguchha se t o m e n intocables p o r h a b e r a n ­

207
d ado en co m p añía de u n "escritor b u rg u é s ”. Ya [me p ercato de
que] ni siquiera se m encionan -c o m o si n o ex istiera n - cu a n d o
se evalúa el carácter de clase de mis es c rito s ».9

Tagore, de hecho, n u n ca om itió críticas realistas de la vida de


aldea y co n trib uyó sustancialm ente a lo q u e se convirtió en u n es­
tereotipo realista, y negativo, de la aldea bengalí. Más adelante, en
los años veinte y treinta, cuando se implicó en trabajos de re con s­
trucción rural relacionados con su institución educativa en Santi-
niketan, hizo varias referencias a su co n o c im ie n to re a lista de la
vida de aldea: «He pasado m u ch o tiem po en aldeas, no q u iero d e ­
cir n ad a sim plem ente para agradar. La im ag en que he visto de los
pueblos es ex tre m ad am ente fea. Los celos, la rivalidad, el fraud e
y el e n g a ñ o entre las personas e n c u e n tra n g ra n v ariedad de m a ­
nifestaciones [...]. He visto con mis propios ojos la p ro fu ndida d que
han alcanzado allí las raíces de la c o rru p c ió n ».10O este o tro p a s a ­
je fu n d a m e n tal de un ensayo escrito m á s adelante (ca. 1938):

«Tuve la oportunidad [...] [como terrateniente en Bengala orien­


tal] de llegar a conocer de cerca las aldeas de Bengala. He vis­
to [...] la escasez de agu a potable en las casas de los ald ea n o s
y he re p a ra d o [...] en las m an ife sta c io n e s en su c u e r p o de la
influencia de las enferm edades y del deseo de ap ro p ia rse de co­
m ida. E n m uchas ocasiones he recibido p rueb as de có m o si­
guen oprim idos y engañados a cada paso, con la m en te aqu eja­
da de ignorancia e in erc ia ».11

Tales im ág en e s negativas de la vida de ald ea s e r ía n m o n e d a


c o r rie n te de la prosa realista de los e s c rito r e s n a c io n a lis ta s con
c o m p ro m is o social en el siglo xx, un o d e cu y o s e jem p lo s m á s fa­
mosos lo constituye la novela Pallisamaj (1916), de S a r a tc h a n d r a
C h attopadhyay .12
Sin em bargo , a la vez que em pleaba su s escritos en p ro s a p ara
d o c u m e n ta r problem as sociales, Tagore utilizaba sus c o m p o sic io ­
nes poéticas (no siempre en verso) y c a n c io n e s de m o d o c o m p le ­
tam ente distinto. En ellas creab a y desp leg a b a im ág enes p e r te n e ­
cientes a la m ism a categoría genérica - l a aldea bengalí-, p ero ah ora
com o tierra de belleza arcádica y p asto ral d e s b o r d a n te de los s e n ­
tim ientos que Tagore d en o m in ó p rogresiv am en te - d e s d e 1880 en
a d e la n te - «el corazón ben galí ».13Se t ra ta de la «Bengala do ra d a»

208
de su fa m osa c a n ció n de 1905, a d o p ta d a m á s tard e co m o h im n o
nacional de Bangladesh:

Mi Bengala dorada, te amo.


Tu cielo, tus brisas tocan siem pre la flauta de mi corazón.
Madre, la fragancia de tus bosques de m a n g o
[en prim av era m e trasto rna,
Ah, yo
Madre,-.qué ojos de miel he visto sobre
Tus ca m p o s al final del o to ñ o .14

O los famosos versos de su p oem a Dui bigha jami, que escribió


en to m o a 1895 m ientras viajaba p o r B engala oriental c o m o te rr a ­
teniente. Upen, el personaje central del p o em a, es u n ald ea n o ex­
p u lsad o de su tierra p o r u n te rra te n ie n te cod icio so y expoliador.
D estrozado p o r la aflicción, Upen a b a n d o n a la aldea h asta que u n
día regresa y, al verla desde la distancia, re c ita ex tasia d o p a r a sí
uno s versos que se han convertido en m ateria p rim a de m an u al es­
colar p ara todos los niños bengalíes desde entonces:

Te saludo, Bengala, mi h e rm o s a m adre,


La brisa dulce de las riberas del Ganges m e conforta.
Los cam pos abiertos -la frente del cielo- b e sa n el polvo de tus pies
Pequeñas m o ra d a s de paz son tus aldeas
Cobijadas en som b ras o scuras e ín tim a s .15

Así, lo pro sístico y lo p oético v inieron a i n te g ra r u n a división


del trabajo en la escritura de Tagore. El elem ento prosístico h a b la ­
ba de pobreza, enferm edad, división en facciones, ignorancia, sis­
te m a de castas, op re sió n «feudal», en tre o t r a s cosas, y el poético
retratab a la casa/aldea bengalí com o lugar b en decido p o r la gracia
y la belleza divinas, com o ho gar sereno p ara el tierno corazón b e n ­
galí, la Bengala d o ra d a de los sentim iento s nacionalistas. El p r i ­
m e ro se aven ía c o n el t r a t a m i e n t o h is to ric is ta y objetivista; r e ­
p re sen tab a el fam iliar deseo político de lo m o d e r n o de a lin e a r el
m u n d o con aquello que era real y racional. Lo poético, a rg ü ía Ta­
gore, nos s ac a del tiem p o histórico. J u n ta s , la p ro s a y la p oesía
planteab an y respondían la cuestión de las dos m a n e ra s de ver en
el nacionalism o bengalí.
Diversos estudiosos h a n c o m e n ta d o el vínculo e n tre la re fo r­
m a política y social de la Bengala d ec im o nón ica y el desarrollo del
re a lism o descriptivo en la prosa bengalí. El com prehensivo y m a ­
gistral estudio de S rik um ar B andyopadhyay de la historia de la
novela bengalí, Bangla shahitye upanyasher dhara -p u b lic a d o p o r
p rim e ra vez en forma de fascículos en u n a revista bengalí en t o r ­
no a 1923-1924-, estableció una relación sem ejante entre el realis­
m o de la ficción prosística y la llegada de u n a política nueva y m o ­
d erna d e sensibilidad dem ocrática .16«La principal característica de
u na novela», señala Bandyopadhyay, es que «es un objeto co m p le­
ta m e n te m odém o». Marcó la transición de la Edad M edia a la m o ­
d ern id a d .

« E n tre todas las diversas ra m a s de la literatura, la novela es la


m á s influida p o r la dem ocracia. La d em o c ra c ia c on stituy e sus
c im ie n to s ’[...] la em an c ip ació n del h o m b re de los grilletes s o ­
ciales de la Edad Media y la in a u g u ra c ió n del indiv id u a lism o
so n elem entos indispensables de la novela. La novela ap a rec e
al m is m o tiem po que este sen tid o de in div idualism o. E n s e ­
g u n d o lugar, el despertar de u n sentid o de dig nid ad en la m e n ­
te d e las clases bajas que a c o m p a ñ a al desarrollo de la indivi­
d ualidad [én ellos], y que las otras clases deben reco n o ce r antes
o después,'tam bién es un c o m p o n en te principal de la novela .»17

O tra característica de la novela, explica B andyopadhyay, es su


c o m p ro m iso con el realismo y el n a tu ra lis m o - l a p alab ra bengalí
bastabata (bastab = real) se em plea p a ra referirse a am b os. El re a ­
lismo su p onía evitar tanto lo sobrenatural y lo divino com o la falta
de n a tu ra lis m o de los relatos indios an tigu os (del Pachatantra, p o r
ejem plo) en los que los anim ales h ablaba n s a b iam e n te con voz h u ­
m a n a , sin d a r al lector idea de su « fo rm a /n a tu ra le z a v erd a d e ra »
(prokrito r u p ).u De esta m a n e ra , el in g re d ie n te p rim o rd ia l de la
novela, en la exposición de B andyopadhyay, es u n a p erspectiva r a ­
cional so bre la vida. Es cierto, adm ite, que las biografías del re fo r­
m a d o r religioso de la Bengala medieval, Chaitanya, escritas p o r sus
segu ido res de los siglos xvt y xvn, co n tien e n m u ch o s detalles re a ­
listas. P u eden incluso suscitar en n o sotros u n sentido de la h is to ­
ria. Pero están lastradas p or un exceso de religiosidad: «el torrente
de ios se n tim ie n to s devotos [en ellos] ha a r r a s t r a d o el c a u to c u i ­
d ado d e la discusión científica ».19
Los arg um entos de B andyopadhyay fueron rep etid os p o r Hu-

210
m ay u n Kabir, antig uo m in istro de E d u c a c ió n de la India, en su s
co nferen cias con o casión del ce n te n a rio del n a c im ie n to de Tago-
re en la Universidad de Wisconsin, M adison, e n 1961. «La vida s o ­
cial en la India», afirm ó Kabir, b asá n d o se en g ra n m e d id a en Ban-
dyopadhyay, «era e s e n cialm en te tra d ic io n a l y c o n s e rv a d o ra [...].
Este h ech o y la s e p a rac ió n de los sexos so n dos de las ra z o n e s
p rincipales p o r las qu e la novela es u n re cién llegado a la l ite r a ­
tu ra india [...]. Estaban, desde luego, los relatos deJataka, d o tad os
de cierto sentim ien to dem ocrático, p ero lo real y lo so b re n a tu ra l
están tan entrelazados en ellos que no p u e d e n consid erarse p r e ­
cursores de la novela ».20H aciénd ose eco de Bandyopadhyay, a ñ a ­
de: «La novela es esencialm ente u n a fo rm a de arte m o d e rn a y no
p u d o e m e r g e r hasta qu e u n esp íritu m á s d e m o c r á tic o d o m in ó la
sociedad en Europa». Las novelas n e c e sitab an «un ta lan te d e m o ­
crático», «individualidad» y «el desarrollo del talan te científico ».21
La nueva p ro s a de ficción -la s novelas y los relatos b re v es- se c o n ­
sideraba, pues, íntim am ente ligada a cuestiones de m o dern id a d p o ­
lítica. E s ta b a vinculada a la em erg encia de lo real y significaba u n
co m p rom iso, realista y objetivista, con el m u ndo .
En los añ o s cu a ren ta del pasa d o siglo, la d istin ció n e n tre p r o ­
sa y poesía se había naturalizado. P arecía no im p o rta r que el té r­
m in o s á n sc rito gadya, utilizado en el bengalí m o d e rn o p a r a re fe ­
rirse a la prosa, se considerase en su tiem po u n a ra m a de kavya, la
palabra que designaba el verso y la p ro s a .22El joven y talentoso p o e ­
ta S u kan ta B hattach a ry a em pleó la d istinción en tre a m b o s p a r a
escribir poesía política en el contexto de la h a m b r u n a de 1943. «En
el reino del h am b re el m u n d o es sólo de la prosa», d eclara u n o de
sus versos inm ortales. Su breve p ero vigoroso p o e m a explota u n a
s e p a rac ió n e n tre p ro s a y poesía q ue en los añ o s c u a r e n t a se e n ­
co n tra b a m an ifiestam ente al alcance de la m a n o de los p o etas y
escritores bengalíes:

¡Oh! Gran Vida, ya b a s ta a h o ra de esta fantasía (kabya) poética,


Trae prosa (gadya), d u ra y ruda,
Que el tintineo en c an tad o r del verso se acalle,
¡Golpea con el severo m artillo de la prosa!
No hay necesidad del suave co n tac to de la p o e s ía -
Verso, te aseguro que te m a rc h a s hoy,
E n el reino del ham b re el m u n d o es sólo de la p r o s a -
La luna, cu a n d o está llena, es co m o u n c h a p a ti to s ta d o .23

211
E n este poem a, la prosa se alineaba co n la realidad, el h a m b re
y la luch a p o r la justicia y, p or lo tanto, con el tiem po de hacer his­
toria y de la política. La poesía, p o r otro lado, d enotaba u n a au se n ­
cia de realism o, de un sentido de d istancia de lo político, a u n q u e
la ironía de que Bhattacharya escribiese esto en verso no pasó in ad ­
vertida a sus con tem p o rán eo s .24

Prosa, poesía y m odernidad en Calcuta

La distinción entre las funciones de la pro sa y la poesía que Ta-


gore hab ía ayudado a fundar y elaborar a finales del siglo xix y que
se o cu p ó de la política de la visión n acion alista a principios del xx
creó u n encendido debate en la historia de la m o d ern id a d literaria
bengalí. Mi em pleo de la p a la b ra « m o d ern id a d » sigue el de Mar-
shall B e r m a n p a ra designar los re c u rs o s estéticos m e d ia n te los
cuales u n a clase u rb a n a y cultivada sujeta a las fuerzas invasoras
de la m o d ern iz ació n procura crear, a u n q u e de m a n e ra titubeante,
un se n tim ie n to de co m odidad en la ciu d a d m o d e r n a .23La poesía
de Tagore, se quejaban m uchos poetas de los años veinte y p o s te ­
riores, b rin d a b a pocos medios p ara h a c e r p o r Calcuta lo que Bau-
delaire h a b ía hecho p o r el París d e c im o n ó n ic o .26Se d ecía q u e la
esc ritu ra de Tagore, y en p artic u la r su poesía, carecía de realism o.
Esta im pu tación siem pre había estad o presente, desde que Ta­
gore se hizo un nom bre en el siglo xix. E n su form a m ás cruda, se
ex presab a co m o lina envidiosa ac usació n de que u n a riqueza a n ­
cestral h a b ía permitido a Tagore y a sus familiares dedicarse a las
bellas arte s ahorrán doles las luchas h abitu ales de la vida de la cla­
se m e d ia en Calcuta. Con u n a re fere n cia n o d e m a s ia d o velad a a
la ta le n to s a familia Tagore, un relato breve p u b lic a d o en la r e ­
vista Sahitya en 1898 afirm aba con s arcasm o, p aro d ia n d o u n a voz
autobiográfica: «Gracias a no ten er q ue p re o c u p a rn o s de a lim e n ­
tar n u e s tro estómago, pudim os p erm itirn o s u n elevado grado de
oposición a la escuela y a la universidad. Al igual que la gente cría
p alom as o va de pesca o m onta a caballo [...] por cultivar un hobby,
para s a tisfac er nuestros antojos, de m a n e r a similar, alguno de los
nu estros se convirtió en pintor, otro m á s en poeta, o algún o tro en
filósofo ».27
El c a rg o q ue se a b ría paso c a d a vez m á s en el siglo xx, m á s

212
o m eno s en la época en que se le otorgó el P re m io Nobel a Tago-
re (1913), e ra que su e s c ritu r a carec ía de bastab, la p a la b r a ben-
galí p ara desig nar lo real. U no de los p rim eros en fo rm u la r esta
a c u sación fue el líder n acionalista Bipin C h andra Pal, q u ien en los
a ñ o s diez se estaba ac ercan do a la idea del socialism o. E n la re­
vista Bangadarshan Pal escribió en 1912: «Buena p arte de la cre a ­
ción de R ab in d ra n a th es ilusoria. Su poesía h a sido e sc asam en te
m a te r ia lis ta (bo stu ta n trik); t a m b i é n puede o b s e rv a rs e e s ta falta
de m ate ria lis m o en los p ers o n a je s que ha c re a d o . R a b i n d r a n a t h
h a escrito num ero so s relatos y algunas novelas, sin em bargo, ra ra
vez encuen tra uno en la realidad (bastab) sim ilitudes con n ing uno
de los personajes que ha tra z a d o ».28
La explicación que ofrece Pal de lo a n te rio r s u b ra y a de nuevo
la riqueza de la familia Tagore: «La aristocracia m o d e rn a de Calcu­
ta vive dentro de un pequeño círculo. La gente c o m ú n no p u ed e pe­
n e t r a r en las zonas in teriores de su vida, ni ellos en la vida d e la
g e n te c o m ú n ».29La queja se re p ite en u n a s e r ie de e n s a y o s del
sociólogo bengalí R a d h a k a m a l Mukherjee, q u ie n ta m b ié n arguye
q ue «Los escritos de Tagore n o tienen traza a lg u n a de m a te ria lis ­
mo». «Lo que ha pintado en Achalayatan o Gora no g u a rd a n in g u ­
na relación con la vida real (bastab jibán).»30 Su novela Char Adhyay
fue critica d a p o r no h a b e r h e c h o ju sticia a los p rin c ip a le s m o v i­
m ientos políticos de entonces, «el movimiento Harijan, el m ovim ien­
to de los trabajadores, el movimiento khaddar y a otros aspectos de
los m ovim ientos de masas». Binoy Ghosh, a u t o r de estas líneas en
su juventu d, que se convirtió después en un r e p u ta d o h is to ria d o r
social bengalí, formuló la crítica virulenta de q u e «el h u m a n is m o
m und ial abstracto» no era sino la identificación del «am or al m u n ­
do co n el a m o r a Dios»; «Pero n o so tro s s o s te n e m o s q u e esto es
sim p le m e n te u n a fantasía, el esplritualism o se h a c o n v e rtid o en
su refugio deb ido a su d iso ciac ió n de la re alid ad . Es im p o sib le,
ab su rd o , y se opo ne a la histo ria h u m a n a ».31 El re alism o y el his-
toricismo, en este debate, constituyen los pilares gemelos qu e sos­
ten ían las ideas de la d e m o cracia y el m ateria lism o histórico.
Algunas.de estas opiniones eran extremas y m u c h a s de ellas no
hirieron en absoluto a Tagore. A m enudo no replicaba d ire c ta m e n ­
te a estas im putaciones, pero tuvo que to m a r n o t a cu a n d o u n a ge­
n e ració n de escrito res jóvenes, vinculados a n u e v a s rev istas v a n ­
g u a r d is ta s com o Kallol (1923), K alikalam (1926), Pragati (1927),
Parichay (1931), y K abita (1935), em pezó a hab lar, la m a y o r ía de

213
las veces de m a n e ra respetuosa pero con vigor, sobre la ausencia
relativa de p obreza y sexualidad en la estética de Tagore. Aphintya-
k u m a r Sengupta, uno de los fundadores de Kallol, lo expresaba así,
tiem po después, en sus recuerdos: «Kallol se h a b ía alejado de Ta­
gore [...] h acia los m undos de la clase m e d ia baja, las m in a s de
c a rb ó n , [...] las barriadas, las aceras, h acia los barrios d e los re­
ch a zad o s y los en ga ñ ad o s ».32El poeta B u d d h ad ev Bose describía
de esta m a n e ra el cambio: «El síntoma principal de la d eno m inad a
Kallol era la rebelión, y el objetivo principal de la m ism a era Ra-
b in d ra n a th [...]. Había la sensación de que sus poem as carecían de
u n vínculo ín tim o con la realidad (bastab), de in te n sid ad de p a ­
sión, de todo signo de la agonía de la existencia, que su filosofía
de la vida h a b ía olvidado injustamente la c orp oreidad innegable de
los seres h u m a n o s ».33Jib a n a n a n d a Das, u n o de los m ás célebres
poetas de la era que siguió a Tagore, dirigió u n a carta a éste que h a ­
blaba del m ism o sentido de distancia: «Soy un joven bengalí que en
o casiones escribe poesía. Lo he visto a u sted m u c h a s veces, y des­
p ués m e he p erd ido en las m ultitudes. Su e n o r m e lu m in o sid ad y
mi insignificante vida siempre han creado u n a brecha entre [noso­
tros] q ue n u n c a he sido capaz de c r u z a r ».34
Desde aqu í no hay más que un paso p a r a so stener q u e Tagore
no pertenecía a las clases medias bengalíes, q ue era c o m p letam en ­
te exótico y, curiosam ente, dem asiado occidental. La qu eja p odía
re s u lta r d ura, co m o es el caso de u n a c a r t a c ita d a en u n lib ro de
E d w a rd T h o m p so n sobre Tagore. T h o m p s o n no revela el n o m b re
de sus corresponsales, sólo se nos dice que el a u to r de las siguien­
tes líneas es u n «estudioso distinguido»:

«Su [el de Tagore] modo de p en sa r es tan es e ncialm en te inglés


que valoro su traducción al inglés de Gitanjali m u c h o m á s que
el original bengalí [...]. E n tre no so tro s, sólo aq uellos q u e han
perdido todo contacto con la an tig ua literatura vern ácula y con
la vida de la gente, que leen sólo libros europeos, son a d m i r a ­
dores suyos. [...] Si nuestro país se a rro ja p re c ip ita d a m e n te al
m a r de la cu ltu ra extranjera, sin d u d a Tagore será el heraldo
de u n a nueva era literaria. Pero en caso contrario, estoy con ­
vencido de que su fama se desvanecerá [...]. El aprecio eu rop eo
no tiene m u c h o peso entre no so tro s, sólo m u e s tra q u e él ha
a d q u irid o la m a ñ a política de d e c ir las cosa s de tal m o d o que
a tra e n con facilidad a la m ente e u r o p e a [...].

214
»Bengala n o le h a d a d o a R a b in d r a n a th a E u ro p a ; m ás bien
E u ro p a se lo h a d a d o a los bengalíes. Al alabarlo, los estudio­
sos europeos alaban su propio regalo. Yo estaría m á s orgulloso
si nuestros p ro pio s poetas hubiesen alcan zado tal fam a en p aí­
ses e x tra n jero s ».35

S abem os ahora, p o r la investigación de E.P. T h o m p s o n sobre


el libro de su p adre, que el au to r de esta c a rta esc rita en 1922 no
era otro que el famoso estudioso de la lite ratu ra D inesh C handra
Sen, a m e n u d o b eneficiario de la g e n e ro sid ad y los auspicios de
Tagore .36
El peso de las observaciones de Dinesh C hand ra, si no la a n ti­
patía de sus p alab ras exactas, se prolongó h a s ta los añ o s sesenta,
cu ando tanto B u dd h ad ev Bose com o S u d h in d r a n a th Datta, g ra n ­
des poetas del p erio d o q u e siguió a 1930, h iciero n las siguientes
afirmaciones:

«Las ob ra s de R a b in d ra n a th son lite ra tu ra e u r o p e a escrita en


lenguaje bengalí y son las prim eras de su género.
»En m ano s de [R abindranath] la literatura bengalí se tornó oc­
cidental en todo excepto en la le n g u a ».37

D eja n d o 'd e lado el asunto de los gustos y an im o sidades p e r­


sonales, en el núcleo de estos debates sobre la supu esta fylta de re a ­
lismo de Tagore estab a la cuestión de la m o d e rn id a d en la litera­
tura bengalí. La clase m edia bengalí de C alcuta nació y creció en
el contexto de las lam entables institu cio n e s g u b e r n a m e n ta le s de
un capitalism o colonial. La experiencia de la escuela y la universi­
dad, de los exámenes que conducían a títulos m ás que a una edu c a­
ción, de ser u n em pleado insignificante en algu na oficina, de te n e r
que enfrentarse a calles atestadas y m odo s de tra n s p o rte ruinosos,
de la mugre, el calor, el polvo, la suciedad y las en ferm ed a d es p r o ­
ducidas po r las insalubres condiciones de la ciud ad: todo ello e ra
fundam ental p ara el sentido cotidiano de s e r u n a p e rs o n a de cla­
se m edia bengalí. Sin em bargo, el m á s im p o rta n te p o eta bengalí
no hab ía e x p e rim en tad o nin gun a o casi n in g u n a de tales in s titu ­
ciones en su vida personal, ya que se había liberado de ellas p o r la
bu ena suerte de n a c e r en u na rica familia aris to c rá tic a de te rra te ­
nientes de la ciudad.
Aún más, los símiles y m etáforas que Tagore utilizó en u na se-

215
ríe de artículos de los años veinte p ara d efend er su con cep ción del
vínculo e n tre lo poético y lo real (bastab) dejan claro que no veía
n a d a estético en esas experiencias de la vida u r b a n a de la clase
m edia. No es p ara él, sirviéndonos de u n a expresión de B enjam ín
relativa a Baudelaire, la «botánica del asfalto [de C alcu ta ]».38La
esc ritu ra de Tagore expresaba con claridad su se n tid o de la d is ­
tan cia con respecto al m u n d o del oficinista o el m a e s tro de escue­
la bengalíes. Veía muy poco en el trabajo asalariado o en las in s ­
titu c io n e s de la sociedad que fuese dign o de la poesía. Adviértase,
p o r ejem plo, cóm o utiliza Tagore p a la b ra s que significan chakuri
(em pleo asalariado), o las relativas a la oficina, los exám enes, las
co m isio n es y reuniones, los tranvías, las fábricas, la vida pública
y la gripe, entre otras, en los siguientes ex tractos de sus escritos.
F u n c io n a n invariablemente como térm in o inferior en p ares o p u e s ­
tos en los que palabras com o griha (hogar), grihalakshm i (la figu­
ra del a m a de casa im aginada com o en c a rn a c ió n au spicio sa de la
diosa Lakshmi), el cielo (en representación de la naturaleza), entre
otras, está n positivamente marcados:

«La id en tid ad de un h o m b re co m o e n c a rg a d o d e u n a oficina


re su lta obvia por los papeles y archivos de su oficina, pero las
señales que hacen de una m ujer u n a grihalakshm i son la m a r ­
ca berm e lló n en la raya de su pelo y el b ra z a le te de su m an o .
E n o tra s p alabras, ésta necesita m e tá f o ra s y a la m k a r [lo cual
significa tanto joyas com o retórica] p o rq ue es m ás qu e m era
inform ación , [nuestro] en cu entro con ella s u ce d e no sólo en el
c o n o c im ie n to sino tam b ién en el c o ra z ó n . El h e c h o de q ue
p o d a m o s llam ar a la grihalakshm i L ak shm i [la d io sa del b ie ­
nestar] significa algo p o r el m ero indicio de u n a palabra. Pero
n u n c a sentim os deseo alguno de lla m a r al e n c a rg a d o de la ofi­
c in a kerani-narayan (kerani - escritor, oficinista; el d io s Na-
ra y a n tam b ién es el m arid o de L akshm i), pese a q u e la teo ría
religiosa dice que N arayan está p re sente en tod o h o m b re. Así
pues, está claro que en el encarg a d o de la oficina no hay n a d a
inefable .39
»No cabe c o m p a ra r la falta de belleza de la oficina c o n la g ra ­
cia sencilla del antahpur [tra d icio nalm en te, las estan c ias in te­
rio res de u n a casa en las que re sid ían las m ujeres; lite ra lm e n ­
te, la ciudad interior ].4 0
»¿Por qué se oye la flauta en u n día de festival? [...]■ Es co m o

216
si los feos carros [tranvías] ya n o se m oviesen p o r los raíles de
hierro p o r el bien de las oficinas, co m o si todo este reg atear y
c o m p ra r y v end e r equivaliesen a nad a. [El sonido de la flauta]
lo ocultab a todo .4 1
»No hay gente m ás desprovista de fe que los bengalíes. [...] No
so n capaces siq u iera de im a g in a r que p u d iese ex istir nin g ú n
otro destino en este gran m u n d o si u n o a b a n d o n a s e algún día
los cam in os m arc ad o s por las ru e d a s del coche q ue se dirige a
la oficina .42
»Un trozo del cielo circunscrito p o r el m u r o se e n c u e n tra c o m ­
pletam ente atrapado en mi oficina. Puede venderse y com p ra r­
se al m ism o precio que las porciones de terreno, h asta es po si­
ble alquilarlo. P ero el cielo de fu e ra está en tero y se extiende
so bre estrellas y planetas; la alegría de su in fin itu d existe sólo
en mi c o m p re n s ió n ».4
3
El p roblem a en relación con todo esto le fue p lan tea d o a Ta-
gore con am abilidad, afecto y respeto p o r Amiya Chakravarty, p o r
un tiem po secretario personal c e rca n o a Tagore y él m ism o poeta
de re n o m b re en los añ os treinta y posteriores. E n u n a carta a Ta­
gore escrita en m arz o de 1925, C h a k ra v a rty se refiere a u n a c o n ­
versación que había m anten id o co n Havelock Ellis. Ellis ad m itía
e n c o n tra r «inspiradora» la «vehemente denuncia» de Tagore de la
civilización m oderna. Pero se p re g u n ta b a p o r qué el poeta no h a ­
bía escrito n a d a sobre el «gran ro m an ce» de la tecnología, la exci­
tación, «la belleza externa» del aerop lano , p o r eje m p lo .4 4B uddha-
dev Bose lo planteó de forma m ás d irecta en u n ensayo en Pragati
en 1929: «Nuestras cocinas, nuestros puestos de té, nuestras calles
atestadas de tranvías y buses y coches de motor, [nuestros trenes]
-¿ p o r qué no iban a e n c o n tra r lugar en n u e s tra poesía? [...] Si cree
usted que no son tem as buenos p ara la poesía, sim plem ente lea los
dos poem as de Robert Brooks, "The G reat Lover” [El gran a m a n ­
te] y "Dining R oom Tea” [Té de c o m e d o r ].45Los po etas de los año s
tre in ta se d irig iero n a B aud elaire, Eliot, P ou n d , H o p k in s y o tro s
poetas europeos para definir su sen tid o de la ciu d ad y sus posibi­
lidades para la poesía. B uddhadev Bose anunció en 1931 que "la era
de Tagore h ab ía term in ad o ".4 6Y u n o s añ o s después, en 1941, Jiba-
n a n a n d a ad m itía que Tagore ya no re s u lta b a satisfactorio para los
poetas bengalíes m o d e rn o s ».4 7
Algunos de los poetas m ás jóvenes en say aron la nueva e irón i­

2 17
ca técnica de incluir fragm entos de p o e m a s de Tagore en d escrip­
ciones deliberad am en te «arrom ánticas» de la ciudad. B ishn u Dey,
notab le p o e ta y profesor de literatu ra inglesa, insertó u n verso de
Tagore (Oh pájaro, etcétera) en la sigu ien te descripción del tráfi­
co de h o ra p u n ta en la ab arro tad a Calcuta:

¡Qué obstinación la del bus en b lo q u e a r la bocina!


¡Qué capricho de la m áquina!
Pero sólo faltan veinticinco m in u to s -
¡Oh! pájaro, mi p á ja ro .4
8
El p o em a «Shvarga hote biday» se sirve irónicam ente de u n ver­
so de Tagore con una referencia m ítica a los cielos p a r a h a b la r de
la exhausta sexualidad urbana de los libertinos que cada noche c r u ­
zab an el p u e n te Kalighat para visitar a las prostitutas:

Sobre el puente Kalighat


¿Oyes
Los pasos de los libertinos,
Oyes el sonido de la m a r c h a del tiem po,
Oh, ciudad; oh, gris ciud ad ?

E n el texto de Sen re s u e n a n los fa m o so s versos del p o e m a


«¿Oyes el so n id o de la m a rc h a del tiem p o?» con que Tagore c o n ­
cluyó su novela Shesher habita.*9
Si la historia de la modernidad literaria hubiese term inad o aquí,
yo pod ría h ab e r creado un relato re lativ am ente preciso sobre u n a
con ciencia realista que finalmente se realiza en la lite ratu ra ben-
galí d esp u é s de p asar p or una fase t e m p r a n a excusable, si no in e­
vitable, de idealism o/rom anticism o influida po r la poesía inglesa
y re p re s e n ta d a p o r Tagore. En ese caso, la poesía se h a b ría alin ea­
do fin a lm e n te con lo h istórico y lo real - p u e d e q u e incluso con
la d e m o c r a c i a - com o se decía qu e h a c ía la h isto ria. Y la d i s t i n ­
ció n e n t r e lo poético y lo p ro sístico q u e S u k a n ta B h a t t a c h a r y a
e m p le ó ta n n o ta b le m e n te en los a ñ o s c u a r e n t a h a b r ía q u e d a d o
d e m a s ia d o anticuada p ara que la u sase con un g ra n efecto.
Algo de esto pasó, en efecto. E n su vejez, el p ro p io Tagore en
ocasion es aceptó en sus escritos la d istin c ió n historicista en tre lo
«m oderno» y lo que no era m oderno, lo q ue re p resentab a u n tie m ­
po a n tig u o , u n a era pasada, u n a e d a d q u e vivía del tie m p o p r e s ­

218
tado, y se veía a sí m ism o co m o r e p re s e n ta n te de ese paso. M ien­
tras en 1937 escribía u n p o e m a so b re África p a r a u n p ú blico glo­
bal a petición de Amiya Chakravarty, Tagore expresó su sensación
de aislam ien to extrem o en u n a carta: «Me pediste que escribiese
un p o em a sobre África, y he accedido. Pero n o co m p ren do con qué
finalidad. Estoy d esa co stu m b rad o a la p o s tu ra de lo m o d ern o . La
len g u a del e x tra n jero n o llegará allí d o n d e el rasa [literalm ente,
jugo] de mi propio lenguaje fluye ».50
Pero el hecho de que la distinción de Tagore entre lo prosísti­
co y lo poético sobreviva y aflore con ta n ta fu erza en el p o e m a de
B h a tta c h a ry a de los años c u a r e n t a a p u n t a a que los p ro b le m a s
de la visión nacionalista que Tagore abordó al principio de su carre­
ra siguieron vigentes en el nacionalism o anticolonial de la litera­
tura bengalí. De hecho, la compleja relación en tre Tagore y sus coe­
tán eos m ás jóvenes señala u n p ro b le m a m u c h o m ás h o n d o en la
m odernid ad bengalí que el sugerido p o r u n a teoría del desarrollo
en etapas, que postula que la falta de política de Tagore fue re e m ­
plazada por u n a conciencia política m ás clara. La m ayoría de sus
jóvenes detractores, si no todos, tam bién fu e ro n sus adeptos secre­
tos y no tan secretos. B u d d h ad ev Bose esc rib ió m ás ad e la nte, so ­
bre su p ro p ia h ostilid ad de ju v e n tu d h a c ia Tagore: «C onozco al
m eno s a un joven que todas las n och es re c ita b a en su c a m a [los
poem as de] “P u ra b i” com o u n poseso, y p a s a b a los días c ritic a n ­
do a Tagore p o r escrito ».51 S u d h in d r a n a th Datta, el direc to r de Pa-
richay que había arg u m e n tad o p o r qué Tagore resultaba in ace p ta­
ble tras la guerra y por qué su idealismo no era atractivo, se retractó
luego en una suerte de confesión. Escribió: «Habiendo fracasado en
mi juventud en el intento de c rear poesía s e g ú n los ideales de Ta­
gore y bajo la influencia de u n a envidia inconsciente, no d esperdi­
cié ninguna o p ortunidad de d ifund ir la especie de que no sólo era
Tagore inferior a los poetas occidentales, sino que tam b ién co nsti­
tuía una imitación fallida de los m is m o s ».52
Resulta m ás interesante, en este contexto, el hecho de que h a s ­
ta los poetas m ás jóvenes que q u erían que la poesía se ocup ase de
la realidad de la ciudad y la vida m o d e rn a n u n c a re n unciasen a la
visión pródiga y rural de Bengala que Tagore h ab ía in au g u ra d o en
su poesía nacionalista. El m is m o J i b a n a n a n d a Das q ue b u s c a b a
acentos m o derno s en los po etas eu rop eos escribió u n a colección
de sonetos que se publicó p o s tu m a m e n te con el título de R upashi
Bangla (Bengala la H erm osa) en los años cincuenta. Esos sonetos

219
d isfru taro n de un resurgim iento en la época de la guerra p o r la li­
b e rta d de B a n g la d e sh e n 1970-1971. Se escrib iero n a m ediados de
los añ os treinta, cuando, p ara ser realista y fiel a los hechos h istó ­
ricos, B engala se vio devastada por la depresió n agrícola de 1930-
1934.“ No obstante, Das escribió sobre la p len itu d del cam p o ben-
galí, so b re pájaros, árboles y diosas que m a r c a b a n u n a B engala
e tern a de construcción p ura m e n te nacionalista:

He m ira d o el rostro de Bengala - la belleza del m un do


Ya no necesito buscar: en la oscuridad m e desp ierto y distingo
E n u n a higuera, sentado bajo un p a rag u as de follaje,
La u rr a c a tem p ra n era -veo alred edo r m o n to n e s de hojas
De jam , baniano, yaca, anacardo, aswattha, quietas en la tierra;
Las so m b ra s caen sobre el bosque de cactus,
[sobre la arboleda de sati.
No sé cu á n d o Chand de Cham pa, de su bote el Abeja,
Vio las bellezas exquisitas de Bengala, las m ism a s som bras azules .54

O léanse los siguientes versos (escritos en 1962) de la plum a


del poeta, p or lo demás historicista y com unista, S h u bh ash Mukho-
padhyay, que ofrecen, com o a través de u n a c á m a ra , u n a i n s ta n tá ­
nea de u n a ca b a ñ a de barro bengalí co m o el h o g ar bengalí p e re n ­
ne, bendecido p o r la presencia de la diosa del bienestar dom éstico,
Lakshmi:

P or más lejos que vaya


Adheridas
A mis párpados
Quedan
Filas de huellas de L akshm i
Pintadas
Sobre un patio
Fregado con bosta de vaca y a g u a .55

Rasgar el velo, ver más allá

Espoleado p o r la acusación de que su concepción de lo poético


carecía de m edios para a b o r d a r las re alid ades som brías de la vida
d ia ria en C alcuta y Bengala, Tagore in v e n tó u n a nueva fo rm a de

220
p ro s a d e n o m in a d a gadyakabita o prosa-poesía. E sto suele d a ta r ­
se en el periodo en que escribió los p o em as de Lipika (1918-1922),
pese a q ue la m a y o ría de los libros e n q ue usó es ta fo r m a se p u ­
blicaran entre 1932 y 1936 (Punascha, Shesh Shaptak, Patraput y
Shram ali).56 Las razones de Tagore p a r a inven tar esta form a con­
c e rn ía n a la ex perim en tació n literaria. Afirmó q ue m ie n tra s tra­
ducía su Gigantali al inglés hab ía re p a ra d o en la posibilidad de es­
cribir «prosa rítmica» y quiso ejecutarla en el m ism o bengalí. Sin
s u b estim ar en m od o alguno la im po rtancia de tal justificación, re­
sulta fácil v e r -c o m o , en efecto, varios críticos literarios bengalíes
han se ñ a la d o - que esta innovación formal p o rta b a u n a carga p o ­
lém ica. Ayudó a Tagore a d e m o s tra r su tesis so b re la relación es­
pecífica en tre lo poético y lo real (bastab). El h e c h o de q u e esos
p oem as estuviesen en prosa le perm itió in c o rp o rar en algunos de
ellos p re c is a m e n te el tipo de tem as que su s crítico s calificaban
de d em asiado prosaicos com o p ara que él los abordase: la m ugre
y la suciedad de Calcuta, la vida de las clases m e d ia s bajas y sus
frustraciones diarias. Como afirma Ujjval M ajumdar: «Las realida­
des cotidianas y el m undo estético están inextricablem ente ligados
en gadyakabita».57 No obstante, perm a n ecie n d o en el ám bito de la
poesía, Tagore p u d o ju s tific a r su visión a c e rc a de la función de
lo poético en el m u n d o de lo m o d ern o . Hay q u e re c o r d a r que en
esos años Tagore había hecho declaraciones a ira d as sobre «el pol­
vo de curry del realismo» y los «alardes de p o b re z a y lujuria» que
p e n s a b a que se esta b a n o frecien do p a ra h a c e r m ás ap etito sa la
oferta literaria en bengalí. 58
Para llevar a cabo mi a rg u m e n tació n , m e o c u p a ré de un solo
poema, «Bansi» (La flauta), incluido en el libro Punshcha. Este poe­
ma trata de las realidades de la existencia de la clase m edia baja .59
El p oem a com ienza con u n a descripción prosística, precisa, casi
clínica, de la m iseria de la existencia y de las c o n d icio n e s de vida
de un oficinista insignificante en u n oscu ro c a m i n o de Calcuta.
El n o m b re de la calle sigue a te s tig u a n d o su s o ríg en e s no pre ci­
sam ente dignos de encomio: se la llam a el ca m in o de Kinu goala,
Kinu el lechero, que en la histo ria de la c iu d a d creó u n a fo r tu ­
na, pero cuyos orígenes h u m ildes los p ad res de la ciu d a d n u n ca
b o rra ro n de la m e m o ria pública. N ue stro narrad o r, el em pleado,
H a rip ad a, es tan p o b re que no tiene hogar. Alquila u n p eq u e ñ o
cu arto en una casa de su camino. Su vida se co m p o n e sim plem en­
te de su cam ino y de su oficina en la ciudad. H a rip a d a huyó de su

221
p r o p ia b o d a porque no podía perm itirse esa re spon sab ilidad. Sin
em b arg o , la m ujer con la que n u nca se casó y su casa en el c a m p o
rib e r e ñ o de Bengala oriental siguen p ersiguiéndolo en su vida en
la ciudad.
Tagore com ienza con un espíritu descriptivo, realista:

El C am ino de Kinu Goala.


L evantándo se desde el borde m is m o de la ca rretera
h ay u n cu a rto en el bajo
q ue p ertenece a un edificio de dos pisos.
S us m u ro s húm edos han perdido su revoque aquí y allá,
co n m a n c h a s de hu m ed ad en el m edio.
S ob re la p u e rta está pegada
u n a im agen im presa en papel del Dios Ganesh,
El Vencedor de Obstáculos,
to m a d a de u n trozo de tela e s ta m p a d a a m áquina.
H ay o tra c ria tu ra viviendo aquí
a d e m á s de m í mismo,
p o r el m is m o alquiler,
u n lagarto doméstico.
La ún ica diferencia entre nosotros
es q u e a él no le falta comida.

Mi sueldo es de veinticinco rupias.


Un em p lea d o subalterno en la oficina de un co m ercian te,
logro co n se g u ir algo de com ida
d a n d o clases a un hijo de los Dattas.
Las tardes las paso
E n la estac ió n [de tren] Sealdah,
a h o r r a n d o electricidad.
El sonido dhas dhas de la locom otora,
el sonido del silbato,
la m area de pasajeros,
el c la m o r de los culis,
el reloj da las diez y media
c u a n d o vuelvo a casa a u n a o s c u rid a d solitaria, silenciosa.

La aldea de m i tía está a la orilla del río Dhaleswari.


Acuerdos firm es se hab ían hecho
p a r a que la hija de su cuñ ad o

222
se casase con esta alm a desgraciada.
La hora debe de h a b e r sido auspicio sa-
la p rue ba es s e g u ra -
pues escapé cuando llegó la hora.
Al m enos la m u c h a c h a se salvó,
Y tam bién yo.
Aquella que no vino a mi casa
viene y va en mi m en te todo el tiem p o -
vestida con un sari dhakai,
la m arca berm ellón sobre su frente.

Las lluvias se hacen intensas.


Mis gastos en tranvía suben.
A veces tam bién m e m ultan.
E n las esquinas de este cam in o
se ju n ta n y p u d re n en m o n to nes
semillas y pieles de mango,
corazones de yaca,
agallas de pescado,
cachorros de gatos m uertos,
m ezclados con cenizas y otros desperdicios varios.
La situación de mi paraguas
parece la de mi sueldo tras las multas:
tiene num erosos agujeros.
[...]
La som bra oscura del m onzón
descansa inconsciente e inerte
en este hú m ed o cu arto
com o un anim al atrapado.
[...]
En la esquina del cam ino vive
Kantabalu.
Su largo cabello está cu id a d o s a m e n te separado.
Sus ojos grandes.
Le gusta la gran vida.
Tiene el hobby de to car la corneta.

Aquí es donde el p oem a c a m b ia de tono y de registro. Tagore,


tras aprovechar la form a del poem a-prosa para in co rp o rar un a des­
cripción realista y casi prosística, ejecuta algo sim ilar a lo que el

223
lenguaje fílmico denom inaría un fundido, q ue reem p laza u n fo to­
g ra m a p o r o tro y desafía nuestra visión. El p o e m a se convierte en
nad a m en os que un ataque a gran escala c o n tra lo histórico y lo o b ­
jetivo. Este camino, afirma Tagore, es a la vez u n hecho y no lo es.
Y ésa, avanza en su argumentación, es la función de lo poético: ayu­
d arn o s a ver a través de y a rasgar el velo de lo real. Tagore regre­
sa aq uí a la distinción que había establecido entre p ro s a y poesía
en la últim a década del siglo xix. La función de lo poético era c rear
una cesura en el tiempo histórico y tra n s p o r ta m o s a u n ám bito que
trasc ie n d a lo histórico. Esta otra esfera e ra lo que Tagore lla m a ­
ría lo eterno. La co m eta lleva a cabo el c a m b io en el tono del p o e­
ma. Tagore se sirve de toda la fu e rza de la iro n ía h is tó ric a de la
asimilación de este instrum ento europeo en la vida de las clases m e ­
dias bajas de los bengalíes de Calcuta: el ejecutante de c o rn eta del
p o e m a está desprovisto de toda m a je s ta d , y el título del p o em a,
«Bansi», traduce la corneta al bansi pastoril, h a b itu a lm e n te t r a d u ­
cido p o r «flauta». Sin embargo, Tagore hace que este in stru m e n to
e u r o p e o toque un raga indio que a la vez tra s c ie n d e y c a p tu r a el
páthos de la vida que fluye en esta o scu ra p arte de Calcuta. Leam os
el p o e m a hasta el final:

E n ocasiones una melodía se eleva en el aire grotesco


[de este camino;
en ocasiones en la noche profunda,
o al amanecer,
o en el juego de luz y som bra a la caíd a de la tarde.
De rep en te u na noche
se escucha el raga Sinclhii-baroan
y el cielo entero resuena
co n el dolor de la separación
de todos los tiempos.
Y entonces en un instante
se to rn a claro
qu e este cam ino es una m entira terrible
co m o el delirio insufrible de u n b o rra c h o .
De repente llega el mensaje
de q u e no hay diferencia alguna
en tre Akbar el em p erador y
H a rip a d a el empleado.
F lo ta n d o al lado de la quejosa c a n c ió n de la flauta

224
el parasol im perial y el parag u as roto
van juntos
hacia la m is m a Vaikuntha.60

Allí, donde este canto es verdad,


el Dhaleswari fluye
en la eterna hora auspiciosa del ocaso.
En sus rib eras los árboles tam al arrojan su p ro fu n d a som bra,
y aquella q ue espera en el patio
viste un sari dhakai
con la m a rc a berm ellón en su frente.61

Tagore movilizó u n a serie ecléctica de p rop osicion es p ara d e ­


fender, desde u n a p e rsp ectiv a teórica, su p u n t o de vista sobre lo
poético. Apeló al r o m a n tic is m o europeo, en p a r tic u la r al p o e m a
de 1819 de K eats «Oda a u n a u rn a griega». Invocó ta m b ié n a los
Upanisads y a la estética sá n sc rita p a ra t r a z a r u n a distin c ió n e n ­
tre bostu (cosas de u tilidad) y rasa, las em ocio nes d esin tere sad as
y generalizadas que ha de p ro d u c ir la ac tu a c ió n estética, según
las teorías de la poética sánscrita.62 E staba, adem ás, su filosofía
propia, b asa d a en los U panisads, sobre la existencia de un sentido
trascendental o cósm ico de leela o juego, que func io na com o u n a
crítica fundam ental de la ra zón y que así in terru m p e -s i n t o m a r ­
lo irrelevante- lo específicam ente político.63 E n u na ocasión, ex­
plicó su preferencia por la expresión jibán leela (vida-juego) frente
a la expresión occidental «lucha p o r la existencia (o su perviven­
cia)» señalando que, a su parecer, «lucha» co nstituía u n a descrip­
ción más parcial del meollo de la existencia que leela. Leela, en ú l­
tim a instan cia, c o n c e rn ía a los lím ites de la razón . C o m o afirm ó
Tagore en u n a ocasión, jovialmente, y com o h ab lan d o p ara sí:

¿Por qué, p or qué, a m o r mío, cuál es el objeto


[de esta luch a innecesaria?
La supervivencia.
Pero ¿p o r qué he de sobrevivir a toda costa?
Mueres si no.
¿Y qué si muero?
Pero n o quiero.
¿Por q ué no quieres?
No quiero p orq ue no quiero.

2 25
Si fuésem os a resum ir esta réplica en u n a palabra,
[se llam aría leela.M

P or lo general, Tagore distinguía entre lo pratyahik (lo cotidia­


no) y lo nitya o lo chim nlan, o lo eterno. Lo p rim e ro era anitya, no
p e rm a n e n te , sujeto a los cam bios de la h isto ria.63 El á m b ito de lo
poético surca lo cotidiano pero había de ser revelado p o r la m i r a ­
da del ojo poético. Como explicó en u n a ocasión a D hurjatiprasad
M ukherjee, sirviéndose de su ejem plo favorito del a m a de casa o
la grihini (figura en la cual, a diferencia de la del oficinista, siempre
vio la posibilidad de lo poético):

«Se plan tea rá esta pregunta: ¿m ediante qué regla, entonces, se


elevará lo prosístico al nivel de lo poético? La re sp uesta es s e n ­
cilla. Si im aginas que la prosa es c o m o la grihini [la señora del
griha, el hogar], sabrás que es alguien que discute, lleva la cu e n ­
ta de la ro pa enviada a la lavandería, sufre accesos, entre otros,
de tos, de frío, de fiebre y lee la pu blicación m e n su al Basum a-
ti: esto pertenece a la historia de lo cotidiano, a la categoría de
" in fo rm ació n ”. E n m edio de todo esto, u n a c o rrien te de d u lzu ­
r a se d e r ra m a com o un arroyo que salta so b re piedras. Lo que
n o es te m a de noticias, lo es de poesía. Uno p u ed e escogerlo y
u s arlo en poesía-prosa».66

Lo poético, pues, es aquello que, en m edio de lo cotidiano, ayu­


d a a tra n sp o rta rlo a uno al nivel de lo trascendental. Lo prosístico,
p o r el contrario , pertenece a la esfera de las necesidades y la utili­
dad. Las cosas que habitan ese ám bito son m era s bostus, cosas. La
bostu es u n a visión pu ra m e n te utilitaria de u n objeto; o un objeto
ag o ta d o en su sentido utilitario p u ede d e n o m in a r s e bosta. Tagore
no d ejab a lugar a dudas sobre la je ra rq u ía en tre lo poético y lo p ro ­
sístico. «¿M ediante qué regla, en to nces», p re g u n ta , «se elevará lo
prosístico al nivel de lo poético?» En un ensayo titulado «Tathya o
satya» (Hecho y verdad) escrito en torno a 1925, se refiere a la «Oda
a u n a u r n a griega» de Keats y afirma:

«El po eta inglés Keats escribió u n p o e m a d e d ic a d o a un a urn a


griega. El artista que hizo la u rn a no hizo tan sólo u n recipien
te. Esta u r n a no se hizo sim p le m e n te p a r a p re s e n ta r u n a o p o r ­
t u n i d a d de llevar ofrendas al tem p lo . Es decir, no se hizo me

22 6
ram e n te p a ra revelar u n a necesidad h u m a n a . Desde luego, s a ­
tisfaría algo de necesidad, pero la satisfacción de la necesidad
no la agotó. [...] Keats nos hace ver m ediante su p o em a la iden­
tidad entre esta u rn a y la u n id ad del universo. Escribió:

»¡Tú, silenciosa forma, tu enigm a


»nuestro p e n s a r excede
»como la Eternidad!».67

Los estudiosos del rom anticism o europeo no se s o rp re n d erá n


ante esta crítica de la «utilidad» articu lad a m e d ia n te el análisis de
Tagore de la cosa utilitaria o bostu.bi E n ella, Tagore expresaba qui­
zás u n a crítica del utilitarism o (en la versión de B en th am ) que re­
sultaba fu nd am ental p ara los aspectos ro m án tico s del nacionalis­
m o bengalí. B a n k i m c h a n d r a C h a tto p a d h y a y h a b ía fo rm u la d o la
m ism a crítica en el siglo XIX. M ientras que el u tilitarism o de Jo h n
S tu art Mili, con su atención a la em an c ip ació n fem enin a y al go­
bierno representativ o, en c o n tró n u m e ro s o s p a r tid a rio s en B en ­
gala, las d o c trin a s de B e n th a m , c o m o E ric Stokes m o s tró h ace
unos años, co n fo rm ó la justificación ideológica del au to rita ris m o
del imperio tras los años treinta del siglo XIX, y era esa variedad de
la noción de- KUt i l i dad» la que ridiculizaban los intelectuales ben-
galíes.69 M ientras que Mili tenía u na teoría específica sob re la p o e­
sía, el cálculo de B entham -la utilidad es esa propiedad dé un obje­
to p or la cual p rop end e a p rod uc ir beneficio, ventaja, placer, bien
o felicidad [...] e t c é te ra - era c o n s id e ra d o p o r algu nos bengalíes
pro m in en tes d e m a s ia d o ru d im e n ta rio p a ra p o d e r calificarse de
darshan (perspectiva o filosofía).70 E n realidad, pre g u n ta b an , ¿qué
hay de bonito o in sp ira d o r en la utilidad? B a n k im c h a n d r a lo d e ­
nom inaba udar-darshan o «perspectiva-estómago», y b ro m ea b a así
en la colección de ensayos h u m o rístic o s y satírico s K ainalakan-
ter daptar:

«¿Qué significa la p alab ra "utilidad"? ¿Tiene equivalente en


bengalí? Yo no sé inglés y K a m a la k an ta no ha dicho nada, así
que le he p re g u n ta d o a mi hijo. C onsultó su d iccion a rio y lo
explicó así: "U" significa "vosotros”, “til” es cultivar, "id” es "co­
m e r”, y no p udo decir cuál era el significado de "ad”. Pero q u i­
zá K am a la k an ta quería decir p re cisam en te eso con "utilidad”,
que "todos vosotros vivís cultivando y com iendo". ¡Qué bribón!

2 27
¡Ha llam ad o ca m p e sin o a todo el m u ndo ! [...] Mi hijo ha re ­
s u ltad o ser b u e n o en la as ig n a tu ra de inglés; de o tra m anera,
no p odríam o s h a b e r co m p re n d id o u n a p a lab ra tan difícil1'».71

Se percibe un eco de esta p o s tu ra a n tib e n th a m is ta en las teo­


rías estéticas de Tagore. Éste solía t o m a r la p a la b ra bengalí p ara
realism o , bastabata, y trab a jar con su raíz, bo stu (cosa). P a ra él,
bastab o lo real naturalista/realista se refería al m u n d o de las co ­
sas, que a su vez sólo remitía al m u n d o prosístico de las utilidades
(la palab ra bengalí que emplea es proyojon, necesidades).72 Lo p o é ­
tico ayu da a trascender la m era cosidad de las cosas p erm itién d o ­
nos v er m ás allá de lo real o bastab. Es cierto q ue Tagore no d a b a
a los bengalíes de clase m edia los utensilios literarios con los que
ha c e r d irec tam en te estético su trab a jo asalariado, las d e sta rta la ­
das instituciones de la vida cívica y o tra s posibilidades de vida en
el p a isaje u rb a n o de Calcuta. La m o d e r n i d a d lite ra ria ben galí no
p o d ía s e r ella m ism a sin dejar atrá s de algún m o d o a Tagore. Pero
- y ésta es mi tesis- el rom anticism o idealista de Tagore siguió sien­
do u n aspecto indispensable de las estrategias literarias que hacían
la vida en la ciud ad agradable al literato.
Tagore conquistó un lugar en las vidas de clase m edia haciendo
del lenguaje este m edio de placer, convirtiéndolo en un in s tru m e n ­
to p a r a transfigurar la realidad. El lenguaje fue la ú n ica dim en sió n
m a te ria l de la m o d e rn id a d bengalí q u e él, m ás q u e nadie, ay u d ó
a d o t a r de libido. No quedó aspecto del lenguaje que Tagore no in­
vestigase y trabajase: gram ática, folclore, m etro, p ro n u n c ia c ió n ,
ortografía, etcétera.73 Im portó d e lib e ra d a m e n te palabras y form as
de p r o n u n c ia r del sánscrito a la poesía bengalí p a ra s u p e ra r el p r o ­
blem a de que las vocales largas y breves a m en udo no se distinguen
en el h a b la bengalí, y para so slay ar el h e c h o de q u e las p a la b r a s
b e n g a líe s n o rm a lm e n te tienen u n a c e n to re g u la r en to das las s í­
labas.74 Recogió canciones y proverbios po p u lare s p ara e n c o n tr a r
en la vida rural bengalí los s e n tim ie n to s q ue los ben galíes de las
c iu d a d e s necesitaban para fabricar u n sentido m o d e rn o de lo d o ­
m éstico.75 Escribió canciones que tenían el objetivo expreso de ayu­
d a r a las p a la b ra s a alca n zar lo in efa b le a u n q u e c o tid ia n o .76 Sus
ca n c io n e s y p o em as llegaron a los c o ra z o n e s y h o g ares de las cla­
ses m e d ia s bengalíes, pese a que n u n c a h a b la b a n de realidades de
la clase m edia.77
E r a com o si a la p regunta «¿Cómo convertiría u n po eta bengalí

22 8
la poesía en u n m edio de a b o r d a r la ciudad, los exámenes, las ofi­
cinas, los sueldos, el ruido incesante de tranvías y buses destartala­
dos, la b asura que se apilaba en los cam inos melancólicos, a los que
no llegaba el sol, de Calcuta?», Tagore diera, en la práctica, u n a res­
puesta. Su respuesta era insuflar libido en la p ro p ia m aterialidad
del lenguaje de tal forma que cada vez que alguien hiciese poético
el lenguaje, éste adquiriese el p o d e r de transporta r. La poesía p o ­
día c re a r el m o m en to de epifanía y ejecutar el fundido que Tago­
re m ism o ejemplificó de m a n e ra espléndida en el poem a «Bansi».
Tam bién confundía así toda expectativa según la cual la m o d ern i­
dad sigue y sustituye al rom anticism o en la historia de las ciudades
m od ern as. Los escritos de Tagore p re s en tab an lo poético y sus p o ­
deres extáticos precisam ente co m o u n recurso p a r a vivir en la c iu ­
dad, com o m edio poderoso de transfigurar la Calcuta real e histó­
rica. E n ello, eran co n tem p o rán eo s del realism o realista y político,
y con stituían un recurso para la vida u rb a n a ta n to como cualquier
m odernidad.
Cabe percibir este uso co m p en sa to rio de lo poético en algunas
m em orias bengalíes concernientes a Tagore y/o a sus escritos. Cito
dos incidentes para ilustrar este punto. En su libro Kabitar m uhurta
(El m o m e n to de la poesía), el p o e ta S h a n k h a G ho sh c u e n ta u n a
historia sobré el empleo de Tagore que hizo su padre. El padre de
Ghosh era profesor en una institución universitaria. Una vez, c u a n ­
do los m édicos le inform aron de qu e u no de su s hijos iba a m o rir
en sólo u n as horas, el afligido p a d re fue a su clase.y únicam e n te
leyó un poema tras otro del libro de Tagore N a ib ed ya n Obviamen­
te, Tagore había ay uda do a c o n v e rtir la p ro p ia m ateria lid a d del
lenguaje en una fuente de h on do consuelo p a ra el desolado padre.
Mi segundo ejem plo p rocede de las m e m o ria s del p in to r Be-
no dbehari Mukhopadhyay, que estudió arte en la escuela de Tago­
re en Santiniketan y fue profesor del cineasta Satyajit Ray. M u k ho­
padhyay describe así la prim era ép o c a de la escuela de Tagore:

«Los días de lluvia las re sid e n cias de los e stu d ian tes en San-
tiniketan casi se su m erg ían bajo el agua. A m e n u d o la lluvia
en traba por las goteras de los tejados y las ventanas rotas y e m ­
p ap a b a las camas. En u n a ocasión, algunos de los estudiantes,
m uy irritados p o r h aber pasa d o la noche e n te ra en vela, le h a ­
blam os [a Tagore] de n uestras dificultades. R ab in d ran a th dijo
con voz tranquila: "Sentaos. La lluvia ta m b ié n pasó po r mi te­

229
ja d o de paja anoche. Así que m e s en té y escribí u n a canción.
E s c u c h a d la y ved qué os p a rece”. Después, R a b in d ra n a th e m ­
pezó a cantar:

»Ogo clukho jagania toniay gan shonabo


»Taito am ay jagiye rakho
»[Tú, que despiertas en m í tristeza,
»m an ten m e desvelado p ara que p u e d a c a n ta r para ti],

» C u and o acabó de cantar, R a b in d r a n a th dijo: "Artistas y p oe­


tas, nos aflige el m ism o sufrim ien to. No hay n a d ie que cuide
de nosotros". Es verdad que llovió u n poco en el cu a rto de Ta-
gore. [Pero] todos salim os de su h a b ita c ió n e x u lta n te s y nos
dijimos: "No podríam os h a b e r h echo es o ”. H oy a d m ito sin d u ­
d a r q ue R ab in d ran a th no se ocupó de que se re p a ra se n n u e s ­
tros cuartos. [O] no recuerdo a h o ra si se ocup ó de ello. Pero su
can ció n nos hizo olvidar todo el sufrim iento que aquella noche
h a b ía causado».79

Tanto Tagore como M u k h o p a d h y a y -a l igual que el lector al que


se dirige esta h isto ria - em plean a q u í lo poético co m o un m ovi­
m iento com pensatorio; utilizan la m a teria lid a d d e u n a lengua, sus
sonidos, ritm os y melodías, p a ra re c o n s titu ir (no p a r a negar) u na
realidad q u e presentaba, entre otras, privaciones de tipo m aterial.

La im aginación com o problema en la historia del nacionalism o

¿E ra «rasg ar el velo de lo real» - l a frase con q u e Tagore d e s ­


cribía el m o d o de ver en el que la In d ia apa rec ía co m o ya su sce p ­
tible de ser a m a d a -, era ese m odo de ver lo m ism o q ue lo exp resa­
do m e d ia n té el «imaginar» en el libro de B enedict A nderson sobre
el nacionalism o?
R eg resem o s a algunos de los p o e m a s nacio n a listas de Tagore
en que em p lea b a este m odo de ver, la perspectiva que trascend ía
lo objetivo y la visión histórica. P rácticam en te p o r regla general, en
estos escritos Bengala se presenta co m o la im ag en de u n a c a r iñ o ­
sa, protectora, dadivosa, poderosa d iosa m a d re de los hindúes, ya
sea Durga o Lakshmi. M uchas de las can cio n es q u e Tagore escri­
bió p a r a el movimiento en c o n tra de la p rim e ra p a rtic ió n d e Bcn-

230
gala, el m ovim iento Swadeshi (1905-1908), plasm ab a n vividam en­
te el país según la forma de u n a de estas dos diosas. Así, p o r ejem ­
plo, tenem os u n a descripción de B engala co m o Durga en los ver­
sos siguientes:

El m ensaje de valentía brilla en tu m a n o derecha,


Tu m an o izquierda b o rra todo temor,
El a m o r sonríe en tus dos ojos
Y el ojo de tu frente asu m e el color del fuego.
Madre, p or m ás que mire
No pu ed o a p a rta r m is ojos de ti.
Tus puertas h an abierto a u n tem plo dorado hoy.80

B en gala se m odela a im ag en de L akshm i, diosa y p ro te c to ra


del b ien esta r doméstico, en el p o e m a «Bangalakshmi» (Bengala la
Lakshmi):

«En tus campos, ju n to a tus ríos, en tus mil hogares en las p r o ­


fu n didad es de los bosqu es de m an g o , en tus p ra d o s de don d e
em erge el sonido del ordeño, en la so m b ra del baniano, en los
doce templos junto al Ganges, siem pre m isericordiosa Lakshmi,
Bengala m adre mía, haces tus interm inables tareas día y noche
con u na sonrisa en tu rostro».81

O considérense estos versos que los escolares recitab an en Cal­


cuta en u n a fecha tan tardía com o los años sesenta del siglo p a ­
sado - y tal vez incluso d e s p u é s- p a r a m a rc a r la llegada del otoño,
cu an do se rinde culto a la diosa D urga en toda Bengala:

Hoy, en el am an e cer otoñal,


¿Vi tu-encantadora forma,
Bengala, m adre mía, tus verdes m iem b ro s brillando
En belleza sin tacha?
El río crecido no p u ede fluir,
Los cam pos no p u eden ten er m ás grano,
El doel llama, el koel canta,
En tu palacio del bosque.
En m edio de todo, estás erguida, Madre,
E n el am anecer o toñal.82

231
H ay u n a familia de térm inos en las lenguas del n o rte de la In ­
d ia p a r a esta actividad de ver m ás allá de lo real, de e s t a r en p re ­
s e n c ia de la deidad. Uno d e ellos es darshan (ver) y se refiere al
intercam bio de m irada h u m a n a y divina que su p u estam en te se pro­
duce en el interior de un tem plo o en p resen cia de u n a im ag en en
la cual la d eid ad se ha m anife sta d o (m urati).*1 Tagore, p e r s o n a l­
m en te, no era ni creyente ni pra ctican te del culto a los ídolos. Su
familia era b rahm o s, u n grupo religioso que hab ía re c h a z a d o la
ca ra idólatra del hinduism o a principios del siglo xix. S in e m b a r ­
go, la p a la b ra que usó en bengalí p a ra la «forma» de la M ad re que
ase g u ra h ab e r visto una m a ñ a n a de otoño es m urati, q u e T h o m p ­
son trad u c e incorrectam ente p o r «forma». M urati, cuyo significa­
d o literal es form a m aterial de e n c a rn a c ió n o m a n ifie s ta c ió n , se
re fie re h a b itu a lm e n te a la im ag en de u n a d e id a d ( a u n q u e en la
p ro s a s ec u la r tam b ién h a venido a equivaler a la p a la b r a inglesa
«statue» [estatua]). C uando Tagore veía la m u ra ti de M a d re B en­
gala, p ra c tic a b a el darshan. No p o rq u e creyese en las p rá cticas
id ó la tra s h in d u ista s o p o rq u e quisiese p r a c t i c a r el d arshan, sino
p o rq u e en este «ver m ás allá» n ac ion alista, las p rá c tic a s reales y
c o m p artid a s sedim entadas en la propia lengua -a n te s qu e sus pro­
pias cre e n c ia s personales y d o c trin a le s - h a b la b a n a trav é s de las
figuras retóricas que Tagore utilizaba. El darshan en sí m is m o no
era u n a práctica estética, pero Tagore lo co nvertía en u n a con o b ­
jeto de re e m p la z a r un m a rc o de lo real p o r otro. De h ec h o , com o
s o sten ían algunos de los antiguos teóricos indios de la prá ctica es­
tética, tal cam bio repentino de m arcos y u n a «suspensión del m u n ­
do histórico corriente» eran esenciales p a r a el disfru te de rasa (es­
ta d o de á n im o estético). La explicación del e s tu d io s o del siglo x
A bhinavagupta de la producción de experiencia estética es glosa­
da p o r u n o de sus tra d u c to re s eu ro p e o s de esta m a n e r a : «La idea
gen eral que subyace a estas palab ras [cham atkara y vism aya, u s a ­
d a s p a r a explicar el f u n c io n a m ie n to de rasa] [...] es q u e ta n to la
e x p e rien cia m ística co m o la ascética im p lic a n la s u s p e n s i ó n del
m u n d o -el m u n d o histórico corriente, d e n o m in a d o s a m s a r a - y su
re e m p la z o re p e n tin o p o r u n a nueva d im e n s ió n de la re alid ad » .3J
El disfru te del rasa del n ac io n a lism o d e m a n d a b a la re cu p e ra c ió n
de estas antiguas prácticas.
N o p re te n d o re d u cir la noción de Tagore a c e rc a del «ver más
allá de lo real» a prácticas que precedieron al d o m in io inglés de la
In d ia y pre sen tar así el n acio nalism o indio co m o sed e d e u na d i­

232
ferencia insalvable entre Occidente y Oriente. Obviamente, Tagore
(y el nacio n a lism o en general) to m ó m u c h a s cosas del r o m a n t i ­
cism o europeo. Su concepción de lo trascend ental e ra in c o n fu n ­
diblem ente idealista. Lo que quiero señ a la r es que el m o m ento de
visión que llevaba a cabo u n a «suspensión del m un do histórico» in­
cluía formas plurales y heterogéneas de ver que suscitan algunas
pre g u n ta s acerca del alcance analítico de la categoría eu ro pea de
«imaginación».
Benedict-Anderson ha em plea do de m a n e r a m uy sugerente la
palab ra «imaginación» p ara describir papeles que la novela, el p e ­
riódico, el m apa, el m useo y el censo d e s e m p e ñ a n en la creación
del tiem po vacío y hom ogéneo de la historia que perm ite a las d i­
ferentes p a rte s de la nac ió n existir a la vez en u n im ag in ario n a ­
cionalista de la sim ultan e id ad . A nderson, c o m o señalé al p rin c i­
pio, trata el significado de la p alab ra «imaginación» co m o si fuese
evidente pero advierte que no ha de in terp retarse co m o «falso».83
Ahora bien, «imaginación» es u n a p a la b ra co n una h isto ria larga
y com pleja én el p ensa m ie n to europeo. P or o tro lado, se ha cu e s­
tionado su estatus en cu a n to criterio p ara ju z g a r el m érito litera­
rio en las discusiones sobre estética sán scrita.80 El ex a m e n de Ma-
tilal de las teorías de la percepción en las lógicas hin d ú y budista
utiliza equivalentes sánscritos de la im aginación que se aproxim an
a lo que Coleridge, en su Biografía literaria (1815-1817), d e n o m in a ­
ba «fantasía», los vínculos asociativos form ado s a través de la m e ­
m o ria pero no co m p letam en te determ in a d o s p o r ella.87 E n el p e n ­
sam iento europeo, com o m u ch o s autores han señalado, la palabra
procede de teorías psicológicas del siglo xvn y avanza, en m edio
de num eroso s debates y a través de H um e, K ant y Schelling entre
otros, hasta llegar a las teorías de Coleridge acerca de la «imagina­
ción prim aria» y la «secundaria» en la m en cio nada Biografía lite-
raria.M En su uso en el ro m a n tic is m o europeo, la p a la b ra g u ard a
estrechos vínculos con las con cep cion es cristianas de lo divino, e
incluso su forma secular ulterio r no puede s u p e ra r u n a distinción
precedente entre la m ente y los sentidos. C om o se ñ a la c o n c is a ­
m en te T hom as M acFarland, en el núcleo de la palabra (en su uso
p o r parte de Coleridge) p erm a n ece la distinción y la tensión en tre
«Yo soy» y «esto es», p ues la p a la b r a d e sig n a u n a relación e n ­
tre u na m e n te q u e observa y los objetos a su alrededor. Se r e ­
m o n ta a u n a vieja p re g u n ta que se p la n te a en los a rg u m e n to s de
Coleridge contra la tradición spinoziana: ¿es Dios u n sujeto d o ta ­

233
do de u n a fa cultad (m ental) llam ad a «im aginación», o Dios exis­
te sim p le m e n te en los m odos del m u n d o y no es recogido en n a d a
que ten g a natura leza de sujeto?89 Yo sostengo que en la sugeren-
te teoría so b re el nacionalism o de A nderson la im ag inació n co n ti­
n úa siend o u n a categoría mentalista, c e n tra d a en el sujeto.
P ero el darshan o el divyadrishti (visión divina) - u tiliz o estos
n o m b res p a r a u n a familia de prácticas de visió n- tal y co m o a p a ­
recen en la m o d e rn a escritura nacionalista bengalí no son n ec e s a ­
r ia m e n te categorías centradas en el sujeto ni m entalistas. No hay
que ser creyente para tener darshan. Como ya he m encionado, c u a n ­
do Tagore ve a «la en can tad ora m urati» de M adre Bengala, su len ­
guaje se refiere al darshan casi co m o u n a co s tu m b re inconsciente.
El darshan pertenece aquí a la historia de la prá ctica y del hábito.
P ara e n te n d e rlo no hay que erigir u n a c a te g o ría d e n o m i n a d a «la
m ente». C oleridge c a p tu r a algo c o m o este m o m e n to de p rá c tic a
c u a n d o escribe sobre «el propio lenguaje [...] p o r así decirlo, pen-
s a[n d o ] p o r n osotros», proceso que c o m p a r a a la ac tividad de la
«regla de cálculo que constituye el sustituto seguro en la m ecánica
del co n o c im ie n to aritm ético».90 O, siguiendo los in stin to s de a n á ­
lisis deleuzianos, m ás contem poráneos, c a b ría a f ir m a r que el m o ­
m ento de la práctica es un m o m ento que sortea -y no sólo disuel­
ve- la d istinción sujeto-objeto.91
La p rá c tic a del darshan o del divyadrishti (visión divina) p u e ­
de e n t r a r en la conciencia de sí del sujeto m o d e rn o p ro d u c ie n d o
- c o m o señaló hace m u cho tiempo F re u d - la sorp re sa de lo «sinies­
tro», algo que sacude el autorreco nocim icnto .92 Veamos este e je m ­
plo p ro c ed en te de u n ensayo titulado «B hara tb a rsh a» del escrito r
bengalí S. Wajed Ali, escrito en los añ os tre in ta del p a sa d o siglo.
C om o p ro d u c to por a n to n o m asia del n acio nalism o s e c u l a r - d e un
e s c rito r m u s u lm á n que escribe so b re la épica h in d ú y que utiliza
c a te g o rías del p ensa m ie nto asoc ia d as con el h in d u is m o - , este e n ­
sayo e r a de lectura obligada en la e n s e ñ a n z a s e c u n d a ria d esde los
añ os tre in ta del siglo pasado hasta m ed iad o s de los a ñ o s sesenta.
Hoy en d ía u ñ a lectura historicista y política q u izá n o vería m á s
que el fu n c io n á m ie n to de un b u rd o ese n cialism o n a c io n a lis ta en
este ensa y o , q ue incluso em p leó la p a l a b r a inglesa tradition p a r a
d e s c rib ir su propio tema. Eso no sería n e c e s a ria m e n te incorrecto.
Lo in te re sa n te , sin em b arg o, es la fo rm a en q u e la « tradició n» se
p ostula a q u í co m o u n a cuestión de « m irad a divina», d e u n a m i r a ­
da, c o m o explica Wajed Ali, que disuelve el p u n to d e vista h i s t ó ­

234
rico. El ensayo relata dos episodios de la vida del autor. Wajed Ali
hizo u n viaje a Calcuta en torno a 1900 o 1901, cu a n d o tenía diez
u once años, en el que encontró a u n anciano en un alm acén de su
b a rrio leyendo la epopeya hin dú del R am ayana a un os niños. Vol­
vió a la ciudad veinticinco año s después y percibió co m o c o rre s ­
p o n d ía todos los signos de cam bio histórico en el barrio: coches de
m otor, m ansiones y electricidad habían ac a b a d o con la tran q u ili­
dad, las lám p aras de gas y las chozas. Ahora bien, el sentido de lo
histórico de Wajed Ali se encontró ante un serio desafío cu a n d o se
top ó exactam en te con la m is m a escena en el m is m o a lm a c é n -d e
hecho, la m ism a sección del Ram ayana que se leía a unos n iñ o s -
que había presenciado veinticinco años antes. Al p re g u n ta r sobre
esta extraña experiencia, el an cian o que leía el Ram ayana explicó
q ue la persona de la prim era escena era su padre, leyéndoles a sus
hijos el libro, y que ahora él se lo leía a sus nietos. El libro p e rte ­
necía a su abuelo. Wajed Ali sintió que lo histórico se disolvía a su
alrededor. Escribe: «Saludé al anciano y salí de la tienda. Fue com o
si hubiese a dq uirido u na m ira d a divina. ¡Apareció an te m is ojos
u n a imagen perfecta de la Bharatvarsha [India] verdadera/real! ¡Esa
vieja tradición [en inglés] ha p erm an ecid o inalterada, no h a c a m ­
b iad o en ningún lugar!».93
Wajed Ali experim entó con claridad la s a c u d id a d e lo sin ies­
tro: «Fue co m o si hubiese a d q u irid o visión divina». Al u tiliz a r la
expresión «como si», deja abierta la posibilidad de q ue esta visión
haya tenido lugar sólo en su mente, de que haya sido el fruto de la
kalpana o im aginación. Pero tam b ién cabe la p o sib ilid ad de que
la kalpana de Ali no guardase relación alguna con la práctica de la
visión que experim entó com o lo siniestro. Al escribir las historias
de la visión que posibilitaron el nacionalism o ro m án tico en el con­
tinente, hem os de q u e d a m o s en el texto de Wajed Ali co n este m o ­
m ento de indecidibilidad entre la «imaginación» en su sentido men-
talista y la «m irada divina», divyadrishti, c o m o algo q ue pertenece
a la historia de la práctica. No hay duda de que el gesto de Tago-
re de trascender lo histórico a fin de po der ver u n a In d ia susce p ­
tible de ad o ración tiene u n a d e u d a con el ro m a n tic is m o europeo
y sus categorías mentalistas. Su referencia a Keats y su crítica de
la utilidad, así com o sus distinciones espirituales y m ateriales m ez­
clan el p ensam iento védico co n el ro m a n tic is m o eu ro peo . Lo que
propongo, sin embargo, es lo siguiente. Si el m o m e n to de «ver más
allá» incluye fenómenos com o el darshan o el divyadrishti p ara los

235
qu e no resulta im prescindible la asunción d e u n sujeto, hay impli­
caciones in teresantes para el m o d o de a b o r d a r la categoría «im a­
ginación» en las historias poscoloniales.
H ay u n a exp e rien cia c o n o c id a de la j u v e n t u d de J a w a h a rla l
N ehru, c u a n d o recorría el cam po de la In d ia h a b la n d o a los lab ra­
dores sobre cuestiones nacionales. Nehru describ e ocasiones en las
q ue lo recib ían al grito de «Bharat Mata ki jay» -Victoria a la M a­
d re In d ia [B h a ra t = India; M ata = M adre].94 E n al m en os u n a oca­
sión, este g rito de batalla suscitó in m e d i a t a m e n t e los in stin to s
p ed ag ógicos de N ehru y su oposición m o d e r n a a las s u p ersticio ­
nes. Al igual q ue u n m aestro qu e quiere c o m p r o b a r la c a p a c id a d
conceptu al de sus alumnos, preguntó en la re u n ió n de cam pesinos
quién era esa B hara t Mata «cuya victoria querían». La cuestión des­
concertó a los labradores, que fueron incapaces de articular u n a res­
pu esta clara. Escribe Nehru con el regocijo de u n profesor que ac a ­
ba de conseguir la atención de su clase: «Mi preg un ta los sorprendía
y, sin s a b e r q u é co n te s ta r exactam ente, se m i r a b a n los u n o s a los
o tro s y a mí. Finalm ente, un vigoroso Jat, u n id o a la tierra desde
g en eracio nes inm em oriales, dijo que era la dharti, la b u e n a tierra
de la India, lo que querían decir». Nehru, s e g ú n su p ro pio relato,
p ro c e d ió en to n c e s a explicar el significado re c to de la expresión.
S us triu n fan te s palabras m erecen ser repetidas:

«¿Qué tierra? ¿Su p articular pedazo de aldea, o todos los p e d a ­


zos del distrito, de la provincia, o de la In d ia entera? [...] Yo me
a v e n tu rab a a [...] explicar que la India e ra todo eso que habían
p e n sa d o , pero era m ucho más. Las m o n t a ñ a s y los ríos de la
India, y sus bosques y sus anchos c a m p o s , que nos d a b a n ali­
m ento , nos e ran muy queridos, pero lo q u e co ntab a en d efini­
tiva e ra la gente de la India, gente c o m o ellos y c o m o yo que
e s ta b a d ispersa por esta vasta tierra. B harat Mata, la M adre In ­
dia, eran esencialmente esos millones de personas [...]. A m ed i­
d a q u e esta idea calaba en su m en te, s u s ojos se ilu m in a b a n
c o m o si hubiesen hecho u n gran d esc u b rim ie n to » .93

N e h ru p ensa b a en la cuestión del «ser con» B harat Mata, de es­


ta r en su presencia, por así decirlo, com o e n u n p ro b lem a co n c ep ­
tual, u n p ro b lem a de pensam iento. O bviaba el hecho de que la p a ­
labra dharti, que significa Tierra, no se p u e d e re d u cir a los confines
geográficos específicos de la India b ritá n ic a , y e n c o n tr a b a el c o n ­

236
cepto vacío de contenido. Procedió a llenarto co n m aterial propio
del pensa m ie n to nacionalista. Era, en los té rm in o s de B habha, un
m om ento pedagógico del nacionalismo.96 Pero si concebim os el uso
de la expresión «Bharat Mata» p o r parte de los ca m p esino s com o
referido a prácticas s e d im en tad a s en la len g u a m is m a y no nece­
sariam ente a conceptos que, o bien elabora la m ente, o bien con­
tienen verdades de la experiencia, vemos la legitim id ad del nacio­
nalism o campesino o subalterno. Su práctica de estar en presencia
de B h a ra t M ata no se a p o y a b a en la fo rm a c ió n m e n ta l que el c a ­
pitalism o dé libro p o d ía a d m i n i s tr a r al s u je to n a c io n a lis ta for­
m alm en te educado. Tam poco aseguraban h a b e r e x perim entado la
tierra como u n a figura m aterna. «La India» o B h a ra t podía-, en efec­
to, ser la m ad re porque, m u ch o antes que el periódico y la novela,
estaba la antigua práctica del darshan, que llegó a constituir un ele­
m ento fundam ental del aspecto «performativo» del nacionalism o
cam pesino. E n cu a n to práctica, obviaba la c u e stió n del sujeto r a ­
paz de experimentar.
Los m ie m b ro s cultos de la elite, com o T agore y W ajed Ali, no
eran labradores. P ara ellos, el nacionalism o e ra in separable de su
experiencia estética del fenómeno. Pero el m o m e n to estético, que
resiste al realism o de la historia, crea cierta h e te ro g e n e id a d irre ­
ductible en lá constitución de lo político. Tal hetero g en eid a d a p a ­
rece en referencias a p rácticas com o el darshan o el divyadrishti
(m irada divina), que tienen lugar en dos registros en los escritos de
Tagore o Wajed Ali. E n la m edida en que estos autores escribieron
en calidad de sujetos que experimentaban e im aginaban, estas prác­
ticas constituían para ellos experiencias de lo siniestro. El ensayo
de Wajed Ali lo ejemplifica. Pero la p ráctica del darshan tam bién
entró en su vocabulario de u n m odo que no c o n n o ta b a necesaria­
m en te la experiencia -c o m o en el p o em a en q ue Tagore hab lab a
de ver la divina im agen de m ad re Bengala («Hoy, en este a m a n e ­
cer encantador», etcétera)-. Ahí Tagore em p leó la p a la b ra «idóla­
tra» para «imagen», niurati, sencillam ente p o r asociación lingüís­
tica, com o in d ic a d o ra de u n a c o s tu m b re del d isc u rso , com o u n
elem ento qué pertenece m e ra m en te a su hábito. C on jun tam ente,
estos m od os'd e percepción sugieren que la «im aginación» puede
ser u n a p rá ctica ta n to c e n tr a d a en el sujeto c o m o c a re n te de s u ­
jeto. E n este sentido, es u n a categoría in trín s e c a m e n te h eterog é­
nea en la que los espíritus antagón icos de S p in o z a y Coleridge s o ­
breviven y pugnan.

237
Esta pluralidad inherente a la categoría «imaginación» es lo que
en ú l t im a in s ta n c ia hace im posible v e r lo p o lítico c o m o algo
q u e c o n s titu y e u na «unidad» o un c o n ju n to . C o n s id e re m o s de
nu e v o el p o e m a de S u k an ta B h a tta c h a ry a . S u p e rfic ia lm e n te , el
texto c la m a co n tra la poesía: «En el re in o del h a m b r e el m u n d o
es sólo de la prosa». La poesía ha de desaparecer, exiliada en inte­
rés de alin e a r la literatura, aho ra sólo prosa, con la p u g n a p o r li­
b r a r al m u n d o de la injusticia y la ex p lo tación s im b o liz a d a s p o r
el h a m b re . La preocupación de B h a ttach a ry a sobre los peligros de
la poesía era historicista. Pertenecía a un género de quejas familiar:
q ue el ro m an ticism o daba origen a la apatía, al letargo - o , m u ch o
peor, al fascism o- y que era peligroso estetiza r lo político. H a b ía
q ue a b o r d a r el m un do desde los ángulos aprop ia dos m ed ian te u n a
p r o s a q u e no a d m itía erro res ópticos d e p aralaje. S in em b a rg o ,
im ag ín ese lo banal y débil que h ab ría sido la crítica de B h a tta c h a ­
rya si la h u b ie ra dicho en prosa, si no h u b ie ra a d o p ta d o en la m is­
m a p ráctica de la escritura todas esas c u a lid a d es del verso que tan
e n érgicam en te denunciaba. E n otras palab ras, el p o e m a alcan zab a
su efecto político pleno precisam ente p o rq u e no llevaba hasta sus
m á x im as consecuencias ningu na co ncepción de lo político. P o r el
co n tra rio , interru m p ía u n a definición de lo político - l a que lo ali­
n ea co n lo realista y lo prosístico- p ara in tro d u c ir in e sp e ra d a m e n ­
te la ac u sación política que sólo la poesía p o d ía transm itir. De esta
m a n e ra , hacía efectivo lo político co nvirtiéndolo en no-uno. Esta,
a mi parecer, es la heterogeneidad en la p ro p ia c o n stitu c ió n de lo
político que el nacionalista en Tagore artic u la b a al p r o p o n e r a sus
c o m p a trio ta s que el ojo nacionalista n e c esitab a p o see r dos m odos
de visión radicalm ente contradictorios. Uno c o n tra ía la re s p o n sa ­
bilidad de situ a r lo político en el tiem po histórico; el otro creab a
u n a política que resistía la historización. Tal h e te ro g en eid a d c o n s ­
titutiva de lo político refleja las pluralidades irreductibles que c o m ­
b a te n en la historia de la palabra «im aginación».

238
7
Adda: Una historia de socialidad

Y es una buena señal el que todavía disfrute


del adda, pues el adda y la juventud son inse­
parables.

(Manashi Das Gupta, 1957)

Ahora que, con el ca m b io de milenio, está claro que no h ay


m odo de e sc ap ar al d o m inio del capital en nin gún lu g ar del m u n ­
do, en la vida de m u c h a s personas se to m a incluso m á s insistente
u n a p re g u n ta q ue p lan teó hace tie m p o M arshall B e rm a n . E n su
conocido libro Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia
de la modernidad, B erm an se prop u so explorar el m odo en que «los
h o m b re s y m u jere s m o d e rn o s p u e d e n convertirse en sujetos a d e ­
m ás de objetos de la m odernización», cóm o p u eden « controlar el
m u n d o y sentirse a gusto en él».1 No confío en que esto p ued a a l­
canzarse po r o para todas las personas de u n m o do p rog ram ático,
pues el control sobre el capitalismo que los diversos gru po s pueden
ejercer, en el m ejor de los casos, no es uniform e y está sujeto a la
distribución global del pod er institucional. Pero la p u g n a p or h a ­
cer que la m o d ern id a d capitalista le resulte a uno cóm oda, por e n ­
c o n tra r un sentido de co m u nidad en ella, p o r - e n p alabras de B er­
m a n - sentirse a gusto en la m odernidad es, p ara todos, un proceso
co n tin u o e in in te rru m p id o . No es tá en n u e s tra s m a n o s elegir en
este a su n to pese a q u e el p ro b le m a no ad m ite u n a solución p e r ­
m anente. S ean cuales fueren n u estras criticas filosóficas a la m e ­
tafísica hoy en día, el proceso de p ro du cir identidades metafísicas
para uno m ism o - t a n t o individual com o co lectivam ente- carac te­
riza esta lucha. Sin em bargo, el conflicto no es en ab solu to sen ci­
llo. Como nos recuerda el filósofo J.L. Mehta: «la apropiación de lo
que es nuestro sólo ocurre com o u n a suerte de vuelta a casa, com o
regreso de un viaje a lo ajeno y lo otro; ésta es la ley del estar en
casa como un hacer p o r sentirse a gusto».2 El retorno, suponem os,
es siem pre incom pleto.
La h istoria que a q u í p re sen to de u na prá ctica social, el adda,
de la ciudad de Calcuta en la p rim e ra m itad del siglo x x , es un e s­
tudio histórico específico de esa p u g n a p o r sentirse a gusto en la

239
m o dernid a d. La palabra adda es trad ucida p o r el lin g ü ista bengalí
S u n itik u m ar Chattopadhyay como «lugar» p a ra «una c h a rla disten­
dida con am igos íntimos» o «conversación entre am igos fraternos»
(exam in aré m ás abajo esta in tercam b iab ilidad de h a b la y lugar).3
A grandes rasgos, es la práctica de reunirse con am ig o s p ara e n ta ­
blar conversaciones largas, informales y 110 rigurosas.
C abría describir con m ayor p ro p ie d a d esta h is to ria del adda
com o u n a historia del deseo de - o en c o n tra d e - adda. Según m u ­
chas n o rm a s de valoración de la m o d ern id a d , el adda es u n a p rá c ­
tica social defectuosa: es predom inantem ente m ascu lin a en su for­
m a m o d e rn a en la vida pública; hace caso om iso de la m aterialidad
del trabajo en el capitalismo; y los addas de la clase m e d ia suelen
olvidar a las clases trabajadoras. Algunos bengalíes llegan a consi­
derarla u n a práctica que prom ueve la p ereza entre la población.
No ob stante, la percepción de su d e s a p arició n g ra d u a l de la vida
u rb a n a de Calcuta d u ra n te las últim as cu a tro d éc a d a s - r e la c io n a ­
da sin d u d a con los cam bios en la e c o n o m ía política de la c iu d a d -
ha p ro d u c id o u n a cantidad ingente de lam en to s y de nostalgia. Es
com o si con la m uerte lenta del adda m u riese la id e n tid a d bengalí.
Puesto que el adda se considera hoy en día u n a p rá ctica en vías
de extinción, se ha producido en Calcuta u n a serie de intentos co ns­
cientes de recoger y preservar recuerdos y d esc rip cio n es de addas
bengalíes de los últimos cien años. Internet contiene varias redes de
chat p a r a bengalíes tanto de Bengala occidental c o m o de Bangla-
desh q ue se d en om inan addas.* Un libro de ensayos, K olkatar adda
(Los addas de Calcuta), publicado con o casión del tricentenario de
Calcula, constituye una respuesta a esc m ercado. C o m ienza a p u n ­
ta n d o la « h o rre n d a posibilidad» de q u e los b e n g a líe s se olviden
p ro n to de disfrutar del adda, de que u n a ética del tra b a jo ata re a d a
y d ev o rad o ra pueda ad ueñ arse de sus vidas.5 Saiy ad M ujtaba Ali,
re c o n o c id o esc rito r h u m o ris ta bengalí, ex presó u n la m e n to t e m ­
p ra n o p o r la supuesta desaparición del adda ya en los añ o s setenta
del siglo pasado. «Es indiscutible», escribe, «que los addas en v er­
d a d excelentes están a h o ra p rá cticam en te m u e rto s a u n q u e p a re z ­
can vivos. ¿Cuántos de los edificios de cinco p lantas, de diez p la n ­
tas, que se levantan hoy en Calcuta tienen [espacio] p a r a un adda?»6
H asta un catálogo de los libros bengalíes pub licad o s cre a d o p o r la
Asociación de Editores de Calcuta c on m otivo de la F eria del Libro
de la ciu d a d en 1997 em pezab a la m e n ta n d o la p é r d id a del es p íri­
tu del adda d en tro del p ro p io sector. El en sa y o in tr o d u c to r io , u n

240
pan o ram a de la historia de los últim os cincuenta años de la ind us­
tria editorial en Calcuta, a c a b ab a con un co m en ta rio nostálgico y
melancólico: "*

«Los diseños de cubierta de los libros [bengalíes] h a n c a m b ia ­


do, al igual que el arte de la publicación. H a y u n a m a y o r varie­
dad de tem as ahora. Ju n to a los nuevos escritores v e n d rán n u e ­
vas editoriales. [...] Pero ¿recu p e rare m o s alg u n a vez lo que ha
desaparecido p ara siem pre del m u n d o de la lite ratu ra bengalí:
los addas literarios? Puede que a algunos esto les ca u se dolor.
Pero ¿qué otro cam ino cabe to m ar sino seguir adelante aunque
nos duela el corazón?».7

No estoy interesado en in terp re tar esta nostalgia com o u n error


de un tipo u otro. Como em igrante de p rim era g en eración con mis
instintos hogareños p e rm a n en tem en te dañados, no en cu entro n in­
guna m anera fácil de determ inar en qué m edida los d ocum entos de
la nostalgia p o r el adda presentados en este ensayo se m ezclan con
mi propio deseo -c o m o in m igrante en Australia y en E s ta d o s Uni­
d o s - de estar cen casa en u n a C alcuta de érase-una-vez. E s ta n o s ­
talgia sólo p u ed e orientarse h acia el futuro. Me ay uda a sen tirm e
a gusto en otro sitio. Así pues, carezco de una crítica fácil de la nos­
talgia.8 La nostalgia aparente po r el adda en la Calcuta de hoy debe
o cup a r el lugar de otra - n o artic u la d a - agonía: ¿cómo c a n ta r al rit­
m o de las ca m bia n te s melodías de la m o d ern iz ació n capitalista y
conservar, al m ism o tiempo, u na sensación de com odidad, de estar
a gusto en ella? M uchas ciudades indias m u e s tra n a h o ra los sínto­
m as de lo que Arjun Appadurai ha d en o m in ad o de m odo sugeren-
te «agotam iento urbano».9 Los am bien tes de la m o dernidad, indi­
vidualmente diferenciados, que las ciudades m e tro p o litan as de la
India construyeron en la p rim e ra m itad del siglo xx se e n fren tan
a hora a graves"desafíos en el contexto de diversos cam bios d e m o ­
gráficos y - e n co m p aración con el p a s a d o - de u n a m a y o r globali-
zación de los medios de com unicación y la econom ía. U na historia
del adda que sea tam b ién u n deseo del adda puede, de hecho, ser
u n réquiem p o r u n a práctica de la m o d ern id a d u rb a n a a h o ra s u ­
p erad a por otros placeres y peligros de la ciudad.
No sorprende, p o r lo tanto, que los intelectuales bengalíes h a ­
yan producido gran cantidad de m etafísica involuntaria en sus dis­
cusiones en to m o al adda de las últim as décadas. A m en u d o se con­

241
sid e ra el adda co m o algo in trín seca m e nte bengalí, c o m o e le m e n ­
to in disp en sab le del carácter bengalí, o co m o p arte integra n te de
n o c io n e s m etafísica s tales com o «la vida» y «la v italidad» de los
bengalíes. B enoy Sarkar, un sociólogo de la d é c a d a de los c u a r e n ­
ta, m u c h a s de cuyas obras se publicaron en fo rm a de diálogo com o
si se trata se de fragm entos de conversaciones de un adda, h a b l a ­
ba en 1942 de la «vitalidad» del adda, el cual h a b ía ay u d a d o a los
bengalíes a «apoyar y enriquecer» sus instintos n a tu ra le s en c u a n ­
to pueblo. «Lo que necesitamos es adda», d e c la m ó en u n o de sus
d iá lo g o s.10 E n el prefacio al libro K olkatar adda, el h is to ria d o r Ni-
s h ith ra n ja n Ray describe a los bengalíes co m o «un pueb lo a m a n te
del adda».u El escritor bengalí N ripendrakrishna C hattopadhyay es­
cribe en la d écad a de los setenta en alab a nza de la institución: «Los
bengalíes d isfru tan de una enorm e re p u ta c ió n en el m u n d o com o
el pueb lo que m ejor practica el adda. N in g u n a o tra ra za ha sido ca­
paz de c o n stru ir una institución com o el adda, que se sitúa p o r e n ­
c im a de to da idea de necesidad o utilidad. D isfru ta r el adda es un
prin cip io prim o rd ial y perenne de la vida - n i n g ú n o tro p u eb lo ha
lo g rad o reco n o ce rlo en la vida co m o los bengalíes». U na p ágina
después, añade: «tan profunda es la conexión espiritual entre el adda
y el agua y la atmósfera de Bengala que el adda [...] se ha extendido
a h o r a al g ob ierno municipal [de Calcuta], las oficinas, las re u n io ­
nes de Estado, el rawk [galería, la terraza elevada de un edificio],
las tien d as de té, los pabellones deportivos, las o rg a n iz a c io n e s de
distrito de los partidos políticos y a los colegios y escuelas: a todas
partes. E n todo lugar, en los poros de toda actividad, el adda exis­
te en m u c h a s form as distintas».12 A juicio de Saiyad M ujtaba Ali,
los v aron es de Calcuta sólo están p o r d e trá s de los de El C airo en
su devoción po r el adda. Los hom bres de El Cairo, en la descripción
em b e le s a d a de Ali, se en cu entran en su casa sólo d u r a n te u n a s re­
n u en tes seis horas al día (de doce de la n o ch e a seis de la m a ñ a n a )
y prefieren p a s a r el resto de su tiem po en el trabajo y en cafeterías,
d is fru ta n d o de la conversación con sus a m ig o s .'3
No es mi objetivo defender la tesis m etafísica de que la p rá c­
tica del adda es peculiarm ente bengalí. La trad ic ió n de las re u n io ­
nes de ho m b res y mujeres en espacios sociales p a r a d is fru ta r de la
c o m p a ñ ía y la ca m arad ería no es, d esd e luego, m o n o p o lio de n in ­
g ú n pueblo particular. Tampoco esta p a la b ra es ú n ic a m e n te benga-
lí; existe en hindi y en urdu, y significa «lugar de re u n ió n » (las es­
taciones de autobuses en el norte de la India se llam an bus-addas)

242
Lo peculiar, si acaso, en las discusiones bengalíes sobre el adda, es
el postulado de que se tra ta de u n a p ráctica p ec u lia rm en te benga-
lí y de que m arc a un rasgo nacional prim ordial en grado tal que el
«carácter bengalí», se dice, no pod ría concebirse sin él. Tal p o s tu ­
lado y su historia es lo que estudiaré aquí en función de la p re g u n ­
ta de B erm an: ¿cóm o lo grar sentirse a gusto en el contexto de las
ciudades capitalistas?
Mi interés en la historia de la práctica del adda se restringe aquí
al m u n d o y a la c u ltu ra de la m o d e rn id a d lite raria bengalí del si­
glo xx. Fue den tro de ese ám bito, co m o veremos, do nde se dotó a
dicha p ráctica de un h o g a r co n scientem ente nacionalista. É sta es
una de las razones p o r las que me centro en ejemplos de la ciudad
de Calcuta, que en u n a época fue el centro que guiaba la p ro d u c ­
ción literaria bengalí.

El debate bengalí sobre el adda

La aceptación generalizada de la posición del adda com o indi­


cador del carác te r bengalí no su p onía que todos los intelectuales
bengalíes tuviesen la m ism a opinión sobre el valor de esa práctica.
P erm ítasem e, pues, c o m e n z a r o frecien do al lecto r a lg u n a s in d i­
caciones sobre el tipo de d eba te en el que esta p rá ctica e stab a y
sigue estando inserta. E n c o n tra m o s un buen p u n to de p artid a en
las opiniones opuestas de dos conocidos co m en ta d o res culturales
de la historia m od ern a bengalí, el crítico N irad C. C hau dhu ri y el
escrilor B uddhadev Bose, tam bién fu n d a d o r de la disciplina de la
literatura c o m p arad a en la India.
El fam oso libro de C h au d h u ri, The A utobiography o f an Un-
know n Indian. [Autobiografía de u n indio desconocido], ve en el
adda un síntoma de u n a enferm edad profunda y perm anente del ca­
rácter bengalí. Em plea el término «gregarismo» tanto para describir
la institución del adda com o para explicar el defecto, en su opinión,
de los hom bres de Calcuta. Com ienza por s eñ a la r la antigüedad y
la o m nip resencia de la p ráctica cultural bengalí del adda. El tex­
to de B hab an ic h aran B andyopadhyay Kalikata kam alalaya (1823),
con estam pas de la vida social bengalí en la C alcuta de principios
de la colonia, le p ro p o rc io n a u n a p ru e b a co nv in ce n te de que las
prácticas bengalíes co m u n es de «el chism e m atu tin o , el descanso
del trabajo a m ediodía o siesta, la relajación v espertin a y el patio

243
p o r la noche, todas habían llegado sin cambios» desde 1820 hasta
la C alcuta de 1930.14 La descripción de C h au d h u ri de esta afición
ben g a lí p o r la com pañía es vivida, a u n q u e su to no delata la c e n s u ­
ra m o ral con que contem plaba ese cultivo del gregarism o:

«Las carencias de sociabilidad del nativo de la ciu d ad se c o m ­


p e n s a b a n con su gregarism o. No se e n c o n tr a ría en el m u n d o
en tero m ejor connaisseur de la com pañ ía, ni nadie m ás d e p e n ­
diente de la contigüidad del prójim o con la m is m a in c o m p re n ­
sión de sus obligaciones hacia el m ism o. El varón de Calcuta
e n c o n tra b a la com pañía que necesitaba, co n ta n ta u rg en cia y
frecuencia, reunida de b uena gana, sin esfuerzo alguno p o r su
parte , en su oficina, en su bar-biblioteca o en su u niv ersid ad,
q u e eran espacios p a r a el cotilleo in te rm in a b le n o m e n o s que
p a r a el trabajo.
»[...] Tal vez el gregarismo fuese la única cosa desin teresad a en
la sociedad de Calcuta. Fuera de las ho ra s de trabajo el v erd a­
dero nativo siempre estaba vagando en b usca de com pañía, y su
e m p e ñ o m ism o frustraba a m en u d o su objetivo. Toda p erso n a
sana, tras llegar a casa de la oficina, se a p r e s u r a b a a lavarse y
tom arse un té para salir a toda prisa de casa y ver a sus amigos,
y co m o éstos estaban aco m etiend o la m is m a misión, de vez en
cu a n d o sucedía que nadie lograba ver a nadie. La prá ctica m ás
usual, sin embargo, era evitar tales desventuras c o n c ertan d o en­
cu en tros fijos o, com o se d e n o m in a b a n en bengalí, addas. Cada
adda tiene adeptos fijos. [...] Estos lugares de reunión solían sel­
los salones de los m iem b ros m ás a c o m o d a d o s del grupo, pero
en ocasiones tam bién u na oficina d e s p u é s del tra b a jo y, ra ra
vez, u n saló n de té. [...] P or lo general, esto s sitios de re u n ió n
se en c o n tra b a n en el barrio d o n d e vivía la m ay oría de los asis­
tentes. Pero no era n a d a inu sual e n c o n t r a r a u n h o m b r e que
viajaba cinco o seis millas en tranvía p a r a re u n irs e con su g ru ­
po. [...] Un h o m b re era m u c h o m ás r e n u e n t e a e n t r a r en un
adda nuevo que a m u d a rs e a u n a n u ev a c a s a en o tro b arrio» .

No es difícil d iscern ir los p rejuicios co lo n ia le s-v ic to ria n o s la ­


ten tes bajo la desapro b ac ió n de C h a u d h u ri. E n su d esc rip ció n , el
adda es, en p rim e r lugar, la o cio sid ad m is m a , d e n o t a u n letargo
del espíritu. «En agudo c o n tra s te con la e n e rg ía d e m o n i a c a m o s ­
t r a d a en la c a rre ra hacia la reunión», escribe, «la lan g u id e z del s u ­

244
ceso en sí re sultab a sorprendente.» E n segundo lugar, la p ráctica
del adda revelaba a su p arece r a u se n cia de individualidad, la p re ­
sencia d e un «instinto de rebaño». E scribe: «No c o m p re n d í este
co m p o rta m ie n to hasta que en 1922 leí p o r p rim era vez Social Psy­
chology, de McDougall, donde en co ntré la distinción entre lo social
y el in stin to gregario cla ra m e n te d e lin ea d a y a d e c u a d a m e n te s u ­
brayada. Reforzando con el libro mi arsenal crítico, com encé a lla­
m a r a los nativos gregarios de Calcuta Buey de Galton, es decir, el
buey de D a m a ralan d , en África. In d ividualm ente, esos anim ales
parecen ser apenas conscientes los u n o s de los otros, p ero si se los
separa del rebaño m u estran señales extrem as de m alestar».15
E n terc er lugar, el adda significaba p ara C h au d h u ri la a u s e n ­
cia de u n a socialidad controlada que, según él, sólo los individuos
co n u n sentido d esarrollado de la individualidad e ran ca p aces de
alcanzar. La gente de Calcuta tenía adda porque «había m u y poco»
de lo que C haudhuri entendía p o r «vida social»: «No hab ía fiestas
por la tarde o p o r la noche, ni cenas, ni recepciones en casa ni, por
supuesto, bailes que an im ase n su existencia». Y, p o r últim o, p ara
C haudhuri, el adda era enem igo de la dom esticidad burguesa. En
sus palabras: «El vigoroso instinto gregario de los nativos de Cal­
cuta ha m a ta d o v irtu alm en te la vida familiar. No hay c o stu m b re,
en tre ellos, de que u n h o m b re se sien te con su esposa e hijos p o r
las tardes. Ni siq uiera es casi posible e n c o n trarlo s en c a sa a n in ­
guna hora del día ade cu ad a p ara llam adas, ya que sus días están
divididos en tres salidas principales: el paseo m a tu tin o en busca
de cotilleo ocasional, el period o en la oficina a m ed io d ía y el c u l­
tivo sistem atizado de la c o m p a ñ ía p o r las tardes». C laram ente, lo
que la crítica de C h a u d h u ri a la vez valora y ec h a de m e n o s en
la vida de sus coetáneos en C alcuta es la familiar división tricotó-
mica burguesa de casa-trabajo-ocio m ed ian te la cual m u ch o s m a ­
nuales de sociología tratan de d a r c u e n ta de la m odernidad. El tex­
to de C h au d h u ri nos re c u erd a que la división e stab a cla ra m e n te
presente al m enos com o objeto de deseo, si no com o u n a práctica,
en la vida de los bengalíes m o d ern o s. La crítica de C h a u d h u ri no
era exógena.
Ahora bien, al tiem po que C h a u d h u ri p u b licab a su d e n u n c ia
del adda, Buddhadev Bose escribía u n ensayo en los años cincuen­
ta sobre el tem a del adda, cuyo espíritu no podía ser m ás opuesto
al de las reflexiones de C h a u d h u ri. Los dos p á rra fo s iniciales de
Bose m erecen u na cita extensa a u n q u e sólo sea p a ra d o c u m e n ta r

245
el e la b o rad o carácter del afecto q ue m u c h o s intelectuales benga-
líes h a n sentido hacia la institución del adda:

«No soy un experto [escribe Bose], desconozco la etimología de


la palabra. Suena a no sánsc rito [y] m u s u lm á n . Si la hindui-
z a m o s y llam am os sabha, lo p ie rd e todo. Si la a n g liz a m o s y
llam am o s "party", m atam o s su espíritu. El vestido [apropiado]
p a r a las reuniones es el khaki o kh a d i [algodón b asto tejido a
m a n o ], m ientras que las rop a s q u e se llevan a u n a fiesta son
lig eras pero están e n é rg ic a m e n te p la n c h a d a s , y el sabha es
blanco, decoroso, [y sin em bargo ] incóm odo. N o sé si el salón
francés sigue existiendo, pero las descripciones del m ism o s u ­
gieren un grado de elaboración qu e p u ed e no s e r bueno. ¿Tie­
ne adda un sinónim o exacto en a lg u n a otra le n g u a del m u n ­
do? Pese a no ser lingüista, p u e d o a f ir m a r que no. P o rq u e en
n in g ú n otro país existiría el e sp íritu del adda o el e n to rn o a d e ­
cu a d o . Las person as de otros p a ís e s d a n d isc u rs o s , c u e n ta n
chistes, ofrecen argum entos, se divierten toda la noche, pero
no hacen [el verbo en bengalí es " d a r ”] adda. [...] ¿Qué h arían
co n el club, los que tienen adda?».

Bose dejaba claro que el «ellos» de esta descripción sólo podían


s e r los bengalíes. No sólo eso: de m o d o m u y sim ilar a N rip en dra-
k ris h n a Chattopadhyay, a quien ya he citado, n a tu ra liz a b a literal­
m e n te esta práctica, viendo en el adda u n reflejo de la tierra suave
y aluvial de Bengala:

«El adda es algo de toda la India, pero sólo en la tierra húm eda
y b land a de Bengala puede a lca n zar su expresión m ás plena. Al
igual que nuestras estaciones d a n orig en a la poesía, de la mis
m a m an era ayudan a hacer intensos los addas. N ue stras noches
de Chaitra [de mediados de m a rz o a m ediados d e abril, el ú lti­
m o mes del año bengalí], las tardes enteras de tamborileo-de-la
lluvia de Sravan [el lluvioso c u a r to m es del ca le n d a rio b e n g a ­
lí], las jioches de otoño bañ ad as p o r la luz de luna, las mañanaí^
dulces y brillantes de invierno, tod as to can la c a m p a n a silenu
del adda; algunos la oyen y otros no. Es inevitable que [el espí
ritu del] adda se m archite en los países de frío y ca lo r extrem os
[...] Mi corazón se e stre m e ce si te n g o qu e ir a u n sabha, huyr
a n te la mención de u n a fiesta, p e ro ¿y el adda? No pu ed o vi vi i

246
sin él. [...] P o r eso no m e satisface ser sólo su adorador, tengo
que ser tam b ién su [sumo] sacerdote y p re d ic a r su gloria».16

F orm ado en el polo opuesto de la sensibilidad de C haudhuri, un


panegírico del espíritu del adda con tal grado de lirismo consciente
resulta relativam ente raro. Hay, después de todo, p alab ras en ben-
galí com o gultani o gyajano, entre otras, que se refieren en general
a la «charla inútil». A puntan a la existencia de u n a ac titud crítica
hacia el adda q u e quizá no p roceda del tem a m o d ern o capitalista-
colonial del «nativo perezoso». Es posible que el acento de la clase
m e d ia sobre la disciplina, q ue prevalece d esd e la época colonial,
se cim entase no sólo en concepciones victorianas de la pereza, sino
tam bién sobre nociones preexistentes de lo que constituía «trabajo»
y «ociosidad». E n cualquier caso, hasta incondicionales em p ederni­
dos del adda tales com o S u n itik u m a r C hattopadhyay y B u ddh adev
Bose m en cio n a n que el adda n u n c a fue bien recibido p o r «tutores
y padres», quienes al parecer lo asociaban com o m ínim o co n el des­
cuido del deber, cuando no lo co n sid erab an u n a absoluta pérdida
de tie m p o .17 Al m ism o tiem po, hay su ficientes p ru e b a s d e que en
la m o d ern id a d bengalí el adda p ro p o r c io n a b a a m uch o s u n lugar
p ara la autopresentación, p ara cultivar cierto estilo de ser a los ojos
de los otros. Ser bueno en el adda era, asim ismo, un valor cultural.
El conocido físico bengalí Satyen Bose (fam oso p or la estadística
de Bose-Einstein) solía ser descrito con orgullo p o r sus coetáneos
co m o addar raja, el rey del adda. Y el escritor Saiyad M u jtab a Ali,
cuya form a de hablar y escribir desplegaba el estilo anecdótico po­
p u lar en los addas, recibió de sus ad m ira d o re s el título real h u m o ­
rístico de adda chakrabarti (e m p e ra d o r del addaj . 18
Las num erosas tensiones diferentes que constituyen la concep­
ción bengalí m o d e rn a del adda se c o n d e n s a n en la ex ten sió n se­
m án tica que un diccionario c o n te m p o rá n e o bengalí-inglés ad scri­
be a la palabra. He aquí u n a e n tra d a de diccionario de 1968:

«Adda - n.- vivienda; lug ar que se frecuenta; lug ar de re u n ió n


(fijo o permanente), de encuentro; lugar o institución p ara prac­
ticar cualquier actividad (ganer adda: [adda p ara músicos]; club;
gru po de contertulios ociosos, su lugar de re u n ió n o su charla;
lugar de ensamblaje, estación o p ara d a (garir adda [adda p ara
vehículos]). Adda gara - v. o c u p a r u n a m o r a d a (usu [alm ente].
perm anente), establecerse, adda deoya, adda mara - v. unirse a

247
u n g ru p o de tertu lianos ociosos; e n t a b l a r u n a co n v e rsac ió n
ociosa co n otros, addadhari - n. g u a rd a o jefe de u n club; asis­
ten te h a b itu a l de un club, addabaj - a. o rgulloso de e n ta b la r
c o n v e rsac ió n ociosa con otros o de los clu b es de caza en los
q ue tal cha rla se m antiene».19

El lecto r p ercibirá que en este e x tra c to sobrevive p arte de la


sensibilidad de Nirad C haudhuri en la descripción m oralista del
adda com o «conversación ociosa»; la aspiración a la «modernidad»,
p o r o tro lado, pervive en la c o m p a r a c ió n s u g e r id a c o n el «club»
inglés; la p a la b ra a d a p ta d a al s á n sc rito addadhari y la expresión
a d a p ta d a al p ersa addabaj(z) a p u n ta n a los m o d o s de ser, a cierto
te m p e ra m e n to o carácter, que la p a lab ra co n n o ta, m ien tras que el
té rm in o ta m b ié n conserva el significado m á s an tiguo de «vivien­
da», «lugar de reunión», asentam iento, su girien d o quizás u n a d ia ­
léctica de a s e n ta m ie n to y n o m a d is m o cuyo sen tid o pleno q u e d a
a h o r a m ás allá de nuestra com prensión.
O bviam ente los significados, m u y distintos, del térm ino testi­
m o n i a n los p a s a d o s heterogéneos in v o c a d o s p o r la p rá c tic a del
adda, institución sim ultáneam en te c e le b ra d a y c o n d e n a d a -p e ro ,
en c u a lq u ie r caso, o m n ip re s e n te - de la vid a u r b a n a de C alcuta.
S ería sim plista co nsiderar el adda ta n sólo c o m o u n a reliq uia de
u n an tig u o m o d o de vida feudal, c o m o vestigio de u n p as a d o r u ­
ral, p re urban o, que sobrevive com o o b stácu lo p ara la m o d ern id a d
bengalí. De m an era similar, nos equ ivo caríam os si interpretásem o s
la alabanza del adda que realiza Bose co m o u n a defensa de un s e n ­
tido precapitalista del tiem po y la socialidad. Y tam b ién sería un
e r ro r esc uchar los fantasmas de L utero y de W eber en la prosa de
C haud hu ri. La institución del adda se resiste a ser co n ceb id a d e n ­
tro de una historia burd a de transición del feudalism o al cap italis­
mo. Después de todo, los adeptos a esta prá ctica fueron a m e n u d o
personas que ayudaron a form ar u n público literario bengalí m o ­
d e rn o en Calcuta y que co ntribuy ero n a fo rm a r un sentido esp ecí­
ficam ente m o derno de la nacionalidad.

El ad d a y el nacim iento del discurso dem ocrático: u n a genealogía

E n bengalí contem poráneo, adda, m ajlish (del árab e majlis, qut.


significa reunión, encuentro o fiesta), baithak (asam blea; baithak-

248
khana: salón) y o tras p a la b ra s sim ilares se em p lea n co m o sinóni­
m os casi totales. H oy se p o d ría utilizar ta n to m ajlishi co m o adda­
baj p a ra referirse a alguien que re alm en te disfruta in teg ra n d o un
adda o majlish. Sin em b arg o, tal equivalencia -a l m e n o s en el uso
bengalí de estas p a la b r a s - es de origen reciente. E n los textos de­
cimonónicos, el térm in o adda no parece re e m p la z a r a m ajlish con
tanta frecu encia c o m o lo hace hoy en día. De h e c h o , no he e n ­
co ntrado n in g ú n uso de esta p alab ra en el siglo xix q u e confiera
respetabilidad-a la p rá c tic a . Lo que volvió re s p e ta b le el térm in o
adda en el siglo xx fue su asociación c o n los espacios de p ro d u c ­
ción de un público lecto r bengalí m o d ern o.
La costu m b re de h a c e r reuniones de ho m b res - y de mujeres,
también, en espacios sociales se p a ra d o s - p ara co n v e rsar inform al­
m ente sobre todo tipo de tem as que afectan a sus vidas es una vie­
ja tradición en la B eng ala rural. La p a la b ra ch a ndim andap -lu g ar
perm anente p ara a d o rar a la diosa Chandi pero u sad o en otras oca­
siones p o r los an c ia n o s del pueblo co m o lugar de r e u n i ó n - lo ates­
tigua, y resulta intere sa nte que las discusiones conscientes sobre
la institución del adda a m en u d o re cuerden a los au to re s bengalíes
este rasgo antiguo de la vida rural bengalí.20 Uno de los espacios
más vinculados en C alcuta con el adda era el del raw k o rowak, la
galería de los pisos su perio res de las casas m ás an tig u a s de la c iu ­
dad, en la que los varo nes jóvenes del barrio solían re u nirse para
m an ten e r sus ruid osos addas. Esto m o lestaba m u c h o a los hoga­
res de clase media, que veían a esos vocingleros addas de los rawks
com o u na a m e n a z a a su re spetabilidad , e s p e c ia lm e n te si había
m u ch ach as re sidiend o en la casa. La galería e x te r io r o rawk, un
rasgo arquitectónico de las casas bengalíes hasta q u e el aum en to
del precio del suelo la volvió obsoleta, quizá sea u n vestigio estruc­
tural de la daoa (galería) que rodeaba la choza de b a r ro tradicio­
nal de las aldeas bengalíes. Asim ism o, p u ed e q u e la prá ctica de
celebrar reuniones de varones en tales lugares esté relacionada con
prácticas anteriores. Pero los addas de los rawks en la ciudad esta­
ban integrados p rin cipalm en te por varones jóvenes, y no se los so ­
lía relacionar Con la p rod ucción literaria m od erna. E n el siglo XIX,
algunos de esos addas estab a n d o m in a d o s por los líderes sociales
del b a rrio .21 El e s c rito r bengalí P r e m a n k u r A ta rth i nos ha d e ja ­
do retratos de addas de jóvenes que se re u n ía n en los raw ks de los
barrios de Calcuta a m ed iad o s del siglo xx:

249
«Una casa del barrio tenía un rowak ancho. Los m u c h a c h o s h a ­
c ía n su adda allí todos los dom ingos o en o tras fiestas. [...] La
con versación trata b a todo tipo de tem as diferentes: el p a trio ­
tism o, la lucha, los deportes, Ing laterra, A lem ania, Suiza. [...]
»A m enudo, las discusiones que e m p e z a b a n am is to s a m e n te en
aquellos addas se volvían tan ásperas e insolentes que la gente
q ue vivía en la casa se preocupaba, ya que tem ían u n estallido
de violencia física. Pero, en aquellos días, las p ersonas tenían
t a n ta devoción po r el adda que ac u dían al m ism o diligentem en­
te pese a todas sus peleas».22

E n Recollections o f My School-D ays [R ec uerdos de mis días de


escuela], de Lal B ehari Dey -escrito en la d é c a d a de 1870 pero re ­
ferido a la década de 1830-, la p a la b r a adda se utiliza p a r a d e­
s i g n a r u n lugar de descanso y ap a rec e de la fo r m a siguiente, en
el re la to de su p rim e r viaje a C alcuta d esde su aldea natal, T alpur
(S o nap alashi): «Sólo viajamos o cho millas. N os a lo jam o s en un
adda, u hostal, nos b añam os, c o c in a m o s n u e s tr a co m id a, c o m i­
m os y bebim os (sólo agua), holgazaneam os u n rato, volvimos a co­
c in a r y a com er p o r la noche, nos lavam os los pies en a g u a calien­
te y n o s acostam os en el suelo, tras in te rp o n e r u n a delgada estera
de hojas de palm a entre nuestro c u e rp o y el piso de b a rro » .23
E n los célebres cuadros de costum bres satíricos de H u to m pyan-
char naksha (en adelante, H utom ) escritos p o r K aliprasan na Sinha
y publicado s p o r prim era vez en 1861-1862 c o n el título inglés de
«Sketches by H ootom Illustrative of Eveiy Day Life and Eveiy Day»
[E s ta m p a s de H oo tom (Noctám bulo) q u e ilu stran la vida diaria y
c o tid ia n a y el día a día], la p a lab ra adda se distin g u e c la ra m e n te
de la palabra m ajlish. Adda en H u to m se refiere a u n lug ar d e reu­
nión, p ero su em pleo es por lo m en o s tan irreveren te c o m o c u a n ­
do lo utiliza p ara burlarse del culto en congregación, in s p ira d o en
p rácticas cristianas e introducido en Calcuta p o r la secta hin d ú re­
fo rm is ta del B ra h m o Samaj: «Resulta casi im posible c o m p re n d e r
las costum bres de la dharm a [religión] B ra h m o estos días [...]. ¿Es
el T odopoderoso un inm igrante del interio r o u n b r a h m á n de Ma-
h a r a s h tra que no oye a menos que le hable [la voz colectiva de] un
adda?».2* Los otros usos de adda en H u to m v inculan la p a la b ra con
las vidas humildes, con los «antros» en los que se c o n su m ía opio y
m arihuana: charaser adda, ganjar adda. Las m em o rias de Pyarimo-
h a n M u k h o p ad h y a y de la Calcuta de p rin c ip io s del siglo x x c o n ­

250
firm an esa acepción. Este a u to r se refiere a lugares ce rca n os a los
«ghats de crem ación» (donde se in c in erab a a los m u erto s hindúes;
la palab ra ghat designa literalm ente los peld añ o s que, en las o ri­
llas de los ríos, llevan al agua) bajo el p u en te H o w rah, en la p arte
norte de la ciudad, co m o a addas q u e acogen a los adictos al opio
V la m a rih u a n a .25 Este uso está en co nso nan cia con el m o d o en que
los diccionarios bengalíes antigu os sugieren u n nexo e n tre el adda
y la existencia'hnarginal: u n lugar de reu nión de gente «mala» o de
gente co n ocupaciones m alas (kulok, durbritta).26
A su vez, el térm ino majlish, ta n to en H iitom com o en otros si­
tios, sugiere fo rm a s de re u n ió n social que im p lic a n in v a ria b le ­
m en te riq u ez a y m ecenazgo, y a m e n u d o evocan la im a g e n de
varones reunidos en el salón de u n h o m b re rico (baithak o baithak-
khana). E n H utom , p o r ejemplo, el m ajlish su p o n e vino, chicas que
bailan, arañas, ropas costosas, y peleas de b o rra c h o s q ue involu­
cran a los nuevos ricos de la C alcuta de princip ios del xix y a sus
«m alcriados» d esc en d ien tes.27 M u c h a s de e s ta s aso c ia c io n e s se
debilitan en el siglo xx pero, estruc tu ralm ente, el ntajlish en c u a n ­
to lug ar conserva la idea del anfitrión, la p e rs o n a m ás a d in e ra d a
sin cuyo salón o baithakkhana la reu n ió n no p u ede llevarse a cabo.
Y, p o r lo general, la p a lab ra se relaciona ta m b ié n con u n espacio
en el que tiene lugar algún tipo de actuación: canto, d a n z a , reci­
tal poético, e n tre otros. La co n v e rsac ió n allí, incluso c u a n d o no
era d ire c ta m e n te adulad o ra, n u n c a p o d ía s e r p le n a m e n te d e m o ­
crática, pues la presencia m ism a de un a n fitrió n influía d e m últi­
ples m odos el patrón de habla de un giu p o así. No resulta soipren-
dente que el diccionario de Subal Mitra, publicado en 1906, explique
m ajlish co m o kartabhaja daler sabha, lite ralm en te, « re u n ió n de
aquellos que a d o ran a su señor» (los kartabhaja, po r cierto, inte­
gra ban tam bién u n a secta religiosa bengalí).26
E n cam bio, sea cual fuere el s o la p a m ie n to que m á s ta rd e se
dio e n tre los c a m p o s s e m á n tic o s d e las p a l a b r a s adda y m ajlish,
el adda que B üddhadev Bose celebra en los a ñ o s c in c u e n ta tiene
un c a rá c te r d em o crático in c o n fu n d ib le p ro p io de la clase m edia.
«Todo el m und o debe d isfrutar del m ism o estatu s en u n adda», es­
cribe Bose, y añade:

«Es inevitable que haya d istinciones e n tre los seres h u m a n o s


en esa p arte de la vida q u e concie rn e a la fo rm a de g an a rse el
sustento. Pero aquellos q u e n o p u e d e n o lv id ar ese se n tid o de

251
división com o uno se quita la ropa de oficina n u n ca conocerán
el s a b o r del adda. Si resulta que hay alguien cerca cuyo es ta ­
tu s es tan elevado que no p od em o s o lvid ar n u n c a su gloria,
nos sentarem os a sus pies com o devotos, pero él no será invita­
do a [com partir] nuestro placer, pues el p ropio arro y o del adda
se c o n v e rtirá en hielo ju sto en el m o m e n t o en q ue su vista se
p ose en el mismo. Pero de igual forma, si hay person as cuyo ni­
vel m ental [maner star] está m uy p o r debajo de los dem ás, es
preciso dejarlos fuera, y eso tam bién es incóm odo p a r a ellos».29

P o r supuesto, nunca h u b o un adda e x a ctam en te así, u n a p r á c ­


tica p u r a de dem ocracia. M uchos addas esta b a n d o m in a d o s p o r
p e r s o n a s im p o rtan tes que a c tu a b a n a m e n u d o co m o a n fitrio n e s
s u m in is tra n d o el espacio p ara la reunión: sus salones. El adda en
el siglo xx constituía un a form a híbrida que c o m b in a b a elem entos
del m ajlish con los de la tertulia de café. Sin embargo, el surg im ien­
to de u n a sensibilidad dem ocrática es lo q u e separa el p a tró n de
hab la de un adda en un baithakkhana p a rtic u la r del de u n adda en
u n espacio público.
Los cuentos humorísticos e ingeniosos de P a ra s h u ra m [Rajshe-
k h a r B osu] titulados «L am bakam a» y «Dakshinray» - e l p rim ero,
p u blicado en to m o a 1915-1916 y el seg und o en to m o a 1928-1929,
a m b o s escritos d u ra n te el period o del n a c io n a lis m o an tib ritá n i-
c o - n o s p rop orcion an ejemplos intere sa ntes de c h a rlas en un adda
ficcional que se reúne con regularidad en u n baithakkhana p artic u ­
lar. El anfitrión en estos dos relatos es un ac au d a la d o te rra te n ie n ­
te bengalí presentado en la n arrac ió n co m o «Roy B a n g s h a lo c h a n
B anerjee Bahadur, Latifundista y M ag istrado H o n o ra rio , Ju ez de
B eleghata». El prim er cuento, «L am b a k am a» , p re s e n ta el c o n ju n ­
to de personajes del adda que tiene lu g ar re g u la rm e n te en casa de
B angshalo chan:

«El adda vespertino que se reúne en el baith a kkh a n a de Bang-


s h a l o c h a n b a b u esc u ch a m u c h o s a s u n t o s e le v a d o s ca d a n o ­
che. El gobernador, S u re n [ d ra n a th ] B anru jje [u n líder p o líti­
co nacionalista], M o h un bagan [u n equipo de fútbol], verdades
e s p iritu a le s , la ce re m o n ia f u n e ra ria del a n c ia n o A d h a r en el
b a rrio , el nuevo cocodrilo de[l zoo] d e Alipore... n in g ú n te m a
d e ja de ab o rdarse. R e c ie n te m e n te , los ú ltim o s s iete días, el
a s u n to de discusión h a sido el tigre. Nagen, el c u ñ a d o de Bang-

252
shalochan, y Uday, u n "sobrino” lejano suyo, casi llegaron a las
m anos so b re ello anoche. Con g ra n dificultad, los otros m ie m ­
bros los convencieron de que desistiesen».30

Esta descripción capta el espíritu de u n adda bengalí. «Un adda


puro», escribe R a d h a p r a s a d G upta, u n o de los m ie m b ro s de u n
adda célebre en los años cu arenta, «no tiene [...] agenda absoluta
alg un a [las p alab ras en cursiva están en inglés en el original], [...]
No se sabe co n qué tem a e m p e z a rá u n adda ese día, q ué provoca­
rá discusiones y peleas, ni d ón d e a c a b a r á todo. S u pon gam os que
en este m o m en to la conversación versa so bre [una] su p em o va fue­
ra del sistem a solar; en el siguiente, la discusión puede ab o rd ar El
papel del individuo en la historia, de Plejanov.»31
A través de la am p litu d m is m a de sus in tereses - q u e ab a rc a n
d e s d e el m o v im ie n to n a c io n a lis ta al tigre real de B en g ala -, los
m iem bro s del salón de B a n g s h a lo c h a n b a b u establecen el hecho
de que la n atu ra leza de su reu n ió n es efectivam ente la de un adda.
No obstante, el segundo relato, am b ien tad o en el m ism o salón con
los mismos personajes, pero ah ora situado en to m o a 1920, ilustra
c ó m o el anfitrión de un m ajlish/adda p o día intervenir en m o m e n ­
tos críticos p a r a dirigir la conversació n, aleján do la significativa­
m e n te del d isc u rs o d e m o c rá tic o q u e B u d h a d e v Bose idealizaba
en su elogio del adda m o d ern o. He aq uí el com ienzo del segundo
cuento, «Dakshinray»; el te m a vuelve a s e r el tigre. Adviértase la
parca pero fu ndam en tal intervención de B angshalochan:

«El seño r Chaterjee dijo:


»-H abland o de tigres, los de R u d ra p ra y a g [un ce n tro de p ere­
grinaje] son [los mejores]. E n o rm es, gigantescos. [...] Pero la
fuerza/gloria [sagrada] del lugar es tal q ue no a ta c a n a nadie.
Después de todo, [allí las personas] son todos peregrinos. Sólo
cazan y com en sahibs [europeos, blancos]. [...]
»Binod,_el abogado, dijo:
»-¡Qué maravilla de tigres! ¿No se podría im portar alguno aquí?
El swaraj [autogobierno, independencia, u n a p a lab ra asociada
con G andhi] llegaría pronto. El sw adeshi [nacionalism o e c o ­
nómico], las bom bas, la rueca, la sep aración de los consejos le­
gislativos [refiriéndose a tácticas nacionalistas concretas]: n ad a
de eso sería necesario.
»La conversación se desarrollaba u n a n o ch e en el baithakkhana

25 3
de B a n g sh alo ch a n b ab u . Éste a n d a b a e n fra s c a d o en la le c tu ­
r a d e u n libro inglés, Cómo ser feliz a u n casado. Su c u ñ a d o ,
Nagen, y su sobrino, Uday, tam b ién estab a n presentes.
»Chatterjee inhaló el narguile d u ra n te un m in u to entero y p r e ­
guntó:
» -¿P or qué supone que [ese m étod o] no se ha probado?
»-¿De veras? Pero el Inform e R ow latt [sobre la sedición] no lo
m enciona.
»-¿Y qué si lo dice el informe? ¿Es que el gobierno lo sabe todo?
H ay m á s cosas... o como sea el dicho.
»-¿P o r qué no nos habla de él?
»Chatterjee se quedó un rato callado y d esp ués dijo:
»-U m m ni.
»-¿P o r qué no, señor Chatterjee? -s u p lic ó Nagen.
»Chatterjee se levantó y m iró p o r la p u e r ta y la v en tan a y, vol­
viendo a su silla, repitió:
»-U m m m .
»-¿Qué buscaba? -p regun tó Binod.
»-S ólo m e cercioraba de que H a ré n G hosal no apa rec ie se de
rep en te -replicó Chatterjee-, Es u n espía de la policía, es m e ­
j o r ten er cuidado desde el principio.
»B angshalochan dejó el libro a u n lado y dijo:
»-No deben discutir esos tem as aquí. Es m e jo r que esas h isto ­
rias no se cuenten en casa de u n juez».

Al final, Chaterjee procede a c o n tar la historia, sólo tras aceptar


la co n dición de B angshalochan de o m itir los elem e n to s « a b ie rta ­
m ente sediciosos».32 Me interesa se ñ a la r aq u í dos cosas. P rim era,
el papel director-censor del anfitrión, que se hace evidente sólo al
final de la secuencia, cuando el an fitrión de la reunió n, B a n g s h a ­
lochan, ap en as interviene y, sin em bargo, decide realm ente las r e ­
glas de la co nversación en su adda. E sto m a r c a el esp acio de esa
re u n ió n m ás co m o un m ajlish que c o m o u n adda d e m o c r á tic o y
m o d erno . Mi segundo com entario co ncierne al m o d o sutil - m e ­
dian te el título de un libro inglés que B angsh alo chan está leyendo -
en q ue el a u to r del relato llama n u estra atención hacia la n a tu ra le ­
za s e x u a d a de este espacio, tem a al cual reg resaré m ás adelante.
Si la hospitalidad del anfitrión le d ab a el p o d e r sutil (o a veces
no tanto) de g u ia r las conversaciones de u n m ajlish, en el o tro ex­
trem o estaba el adda de café o salón de té, donde la ausencia de a n ­

254
fitrión estaba m a rc a d a p o r la ac eptación del. ritual de «pagar a es­
cote» - d e n o m in a d o en inglés coloquial «volverse holandés» (¡va­
yan disculpas bengalíes para los holandeses!)-.33 Hay, sin embargo,
un giro interesante en esta ad a p ta c ió n bengalí de la d e m o cracia y
el individualism o a la cultura del adela. La expresión bengalí p a ra
« pag a r a escote» es, de hecho, u n a serie de p a la b r a s inglesas que
c a re c e n de se n tid o en inglés: «his his vvhose vvhose» [suyo suyo
cuyo cuyo]. Se trata de u n a trad u c ció n literal (e inversa) d e j ar jar
tar tar (cuyo cuyo suyo suyo]. La expresión ya se utilizaba en los
añ os sesenta del siglo pasado. No sé cu á n d o se originó, pero Sa-
g arm oy Ghosh, el director de la conocida revista literaria bengalí
Desh, m en cio n a esta locución en sus re cuerdo s de u n adda que al
p a re c e r se re u n ía en los años c in cu e n ta y sesen ta.34
¿P or qué se le dio a «pagar a escote» un n o m b re gracioso, que
p a re c ía inglés? Un análisis p ro f u n d o de este fe n ó m e n o te n d ría
que abordar, in cu estio nab lem en te, el a s u n to del uso del lenguaje
y de la producción de h u m o r b a s a d o en la len gua p o r parte de los
bengalíes. Pero opino tam b ién q ue aquí el u so h u m o rístic o de p a ­
labras en inglés se propone c u b r ir u n sentido de vergüenza p re ci­
s a m e n te en to rn o a la falta de h o s p italid a d q u e «pagar a escote»
re p resen ta . La locución bengalí jar jar tar tar co nstitu ye u n a d e s ­
cripción desfavorable de lo que, en efecto, se ve com o u n a actitud
de egoísmo. El estrecho vínculo entre la c o m id a y la m unificencia
en la cultura bengalí provocaba cierto m alestar en la conciencia de
la clase m edia al reconocer el individualism o implícito en que cada
un o pague p or separado su com ida. La g ra m á tic a d e lib e ra d a m e n ­
te ab su rd a de la expresión «suyo suyo cuyo cuyo» p ro b a b le m en te
ay u d a b a a un adda de salón de té a s u p e ra r su sentido de verg ü en ­
za p recisam ente al a fro n tar el m o m e n to que hablab a de la m u erte
del anfitrión. Era com o si el adda dem ocrático llevase en su estru c ­
tura una suerte de nostalgia p or el majlish. De esta m an era, no re ­
sulta s o rp re n d e n te que la estética del adda del siglo xx se haya
relacionado siem pre con u na form a híbrida q u e n u n ca sería capaz
de ap a rtarse por com pleto de la form a del m ajlish.

El a d d a y la producción del espacio urbano

E n tre el m ajlish y el adda, pues, está la historia de la m o d e rn i­


dad, el proceso de emergencia de u n a clase m edia bengalí cuya vida

255
pública e s ta b a m arcada p o r sus em presas literarias y políticas. La
palabra adda, como he mencionado, adquirió respetabilidad p o r su
asociación con los grupos literarios y políticos que florecieron en
la ciu d ad a lo largo de los años veinte y treinta del siglo pasado, y
después. Pero esto, a su vez, fue m ediad o p o r el desarrollo de cier­
tas in stitu cio n e s y espacios carac te rístic os de la m o d e rn id a d en
todas partes.
La p rim e ra de ellas fue la universidad (y la escuela secundaria)
y el espacio que crearon p ara la intim idad en tre v aro nes jóvenes,
espacio sin d u d a hom osocial y, en ocasiones, incluso b o r d e a n d o
ta m b ié n lo hom oerótico. Un ejem plo te m p r a n o de d ic h a a m istad
p u ed e verse en las cartas que el joven M ichael M a d h u s u d a n Dutt,
co n d ie c io c h o años en 1842, escribió a su a m ig o de u n iv e rs id a d
G o urda s Bysack (Basak), am bo s alu m n os del H in d ú College aquel
año. Las escribió en inglés y las cursivas so n del p ro p io Dutt; la
influencia de la literatura ro m án tica inglesa es patente:

«¡Mi co razó n late cuando el pen sa m ie n to de que tú eres a m i­


go m ío me asalta! Dices que h o n ra rá s mi casa [...] c o n tu "pre­
s e n c ia Real". Tu presencia, G o u r Dass, es algo m á s q u e Real.
¡Oh! ¡Es angélica! ¡Oh, no! ¡Es algo a ú n m ás exquisito!
»El m iércoles pasado fui a Mecánica; no p a ra a p r e n d e r D ibu ­
jo, "¡Oh, no! ¡Era para algo aún m ás exquisito!", q u e era verte
a ti. [...] ¿Te veré en Mecánica m añ an a ? ¡Oh! ¡Ve p o r mí!».35

Años después, aún en el siglo xix, B ip in c h a n d r a Pal tr a b a r ía


u n a a m is ta d de intensidad sim ilar c o n S u n d a r i m o h a n Das, y Di-
nesh C h a n d ra Sen con alguien llamado R am dayal.30 E n el siglo xx,
hay constancia de una amistad semejante entre A chintyakum ar Sen-
g u p ta y P rem en d ra Mitra en su juventud, u n apego que e n c e rra b a
s e n tim ie n to s no del todo distin to s de los del a m o r r o m á n t i c o . 37
Am istades parecidas florecieron entre m ujeres, tam bién, con el e s ­
tablecim iento de escuelas p ara m u chachas, pero sus historias, p o r
ra zo n es com prensibles, son m ás difíciles de recuperar. Mi tesis es
que la historia del adda bengalí m o d ern o hun de algu nas de sus ra í­
ces en el m odo en que la literatura e n tró en el espacio de la a m i s ­
tad y c reó nuevos sentim ientos de intim idad.
Los Tagore fueron pioneros y anfitriones de m u c h a s fo rm a s de
re u n ió n literaria que co m b in a b a n u n e sc en ario m á s fo rm al - y a
m e n u d o recibían n o m b res a d a p ta d o s al s á n s c rito c o m o a sh a r y

256
sa m m ila n i- co n algunos de los e le m e n to s-m á s e s p o n tá n e o s del
adda.3S E n esa familia, los placeres del parentesco se saz o n ab an con
los de la literatura. Sarala Devi, sobrina del p o eta R ab in d ran a th Ta-
gore, escribió sobre el periodo 1887-1888, e n el que, d u ra n te unas
vacaciones familiares en Darjeeling, el poeta leía lite ratu ra ingle­
sa a sus parientes en.u na re u n ió n (ashar) q ue tenía lu g a r todas las
tardes. Sarala Devi anota: « R abim am a [m am a = tío m atern o ] c o n ­
form ó mis gustos literarios. Él fue quien a b r ió mi co ra z ó n al te­
soro estético de Matthevv Arnold, Browning, Keats, Shelley y otros.
R ecuerdo que, cuando estuvim os en Castleton House, en Darjee­
ling, d u ra n te cerca de un m es [...] todas las tard e s [él] nos leía en
voz alta fragmentos de "Blot in the Scutcheon” de Browning y [nos]
los explicaba. Fue mi p rim era introdu cció n a B row ning».39
Algunas anécdotas de la vida del escritor nacionalista Bankim-
c h a n d r a C hatto pad hyay ta m b ié n a p o r ta n p ru e b a s de este p ro c e ­
so de filtración de la literatura en el espacio de la intim idad y la so-
cialidad. El ensayista bengalí A ksh oy chandra S a rk a r c u e n ta que
pasó varias horas en u n a sala de espera de u n a estac ió n de tren
en c o m p a ñ ía de B a n k im c h a n d r a d iscu tien d o el g én e ro literario
de los «misterios»: «De aquel p la c e r estético c o m p a r tid o (rasa)
[en 1870]», escribe, «nació un sentim iento de aprecio m u tu o entre
nosotros. Con el tiem p o se convirtió [...] en u n a a m is ta d especial.
E ra su p erio r a mí en edad, casta, ed u cació n y logros, pero ello no
interfirió n u n c a en n u e s tra a m is ta d » .40 El s o b rin o y. b ióg rafo de
B ankim chandra, S a c h ish ch a n d ra Chattopadhyay, refiere la h isto ­
ria de una acalorada discusión en tre B a n k im c h a n d ra y un am igo
literato suyo que se desarrolló, sin in terru p c io n es, desde las n u e ­
ve de la noche hasta p asa d a la m ediano ch e, y co m en ta : «La m e n ­
ción de Hugo, Balzac, Goethe, Dante, C haucer y otros m e sigue re­
co rdando aquella noche». Asimismo, S achishchan dra explica cóm o
el baithakkhana de B a n k im ch an d ra se tra n sfo rm a b a en ocasiones
en espacio para un adda literario (de hecho, él utiliza esas dos pala­
bras en sus escritos de 1911-1912) en el que se reunían escritores.41
O tras dos instituciones ay u d a ro n a d e s p la z a r la d iscu sió n de
un baithak hacia intereses cosm opolitas. U na de ellas fue la p r e n ­
sa. H u to m m e n c io n a que las p erso nas «anglizadas» de la d écad a
de 1860 siempre estaban entusiasm adas sobre «la m ejo r noticia del
día», pero en aquellos años el periódico e ra algo q u e d istinguía a
los anglizados.42 Un dibujo (figura 1, ca. 1920) del a rtista bengalí
C haru Ray, que re p resenta u n a escena típica en un baithak, sugie-

257
Figura 1

re que el periódico y los libros son elem ento s p erm a n e n te s , defini-


torios y cotidianos del nuevo baithakkhana del siglo xx.4J C om páre­
se, sin em b a rg o , con el dibujo (figura 2) de S u n iti C h atto p ad h y ay
q ue ilustra u n adda en un hostal de estud iantes de Calcuta en 1913,
ju n to a la descripción de un adda típico p o r p arte del autor; el p r o ­
ceso de d em ocratización y de indigenización de los gu sto s litera­
rios en la vida de los jóvenes de las clases m e d ia s re su lta obvio.4'1
A diferencia del tranquilo y aristocrático baithak, la atm ó sfera aquí
es a n im a d a , y los muebles m ucho m ás escasos y m eno s cóm o d o s
q ue en el dibujo del baithak. La escena extrae casi toda su energía
de los b razos extendidos, los dedos que señ a la n y los ojos c o n c e n ­
trad o s del p r i m e r plano, que sugieren u n a a r g u m e n ta c ió n intensa.
C om o explica Chattopadhyay, las propias d iscusiones m o s tra b a n
el su rg im ien to de un a nueva asociación en tre la literatura y la p ro ­
d u c c ió n de sujetos bengalíes:

«La n o che es u n a de las partes m ás a n im a d a s del día en el h o s­


tal. [...] La conversación y la d iscusión so b re todo tipo de te ­
m a s son incesantes, así com o las b ro m a s y el canto. [...] Algu­
nos de los tem as literarios favoritos son los poetas R abindranath
Tagore y el difunto D.L. Roy, el lugar de H em C h a n d ra B aner-
ji y de M ichael M adh usu dan Datta en la poesía bengalí, el g e­
nio d r a m á tic o del difunto Girish C h a n d ra Ghosh. [...] El p ri­
m e r te m a es con diferencia el m ás popular: y hay "Rabiítas" y
“D ijooítas”.en todo hostal, tan enem igos de la o p in ió n del o tro
c o m o los W higs y los Tories del p asado ».45

I m p o r t a s u b r a y a r que todas las re fe re n c ia s lite ra ria s de esta


c ita so n n ac ion a les, y sup o n en u n p a s o ad e la n te en la p o p u l a r i ­
z ación de la literatu ra en las vidas bengalíes, a lo cual se s u m a ría
p ro n to el hecho de que la literatura de Bengala se introdujese co m o
m a te r ia de estu d io formal en la U niversidad de C alcuta en 1919.4t>

258
Figura 2

Los debates de los addas entre varo nes jóvenes re sultaron c ru c ia ­


les p ara esta propagación de la literatura en la vida de la clase m e ­
dia. Y esto, a su vez, confirió respetabilidad al adda co m o forma de
actividad social. Com o escribió S uniti C hatto p ad h y ay en relación
con su ép o ca de estudiante: «El estud ian te tiene u n a gran reserva
de p a la b ra s h íb rid as [m ez clan do bengalí e inglés], q u e p u ede i n ­
v en tar cu a n d o le plazca. Addify [“adificar"] y addification ["addifi-
c a ció n ”] n a d a tienen que ver con la adición m atem ática ; s im p le ­
m e n te significan disfrutar de una conversación [...] y vienen de la
p alab ra bengalí adda».''1
Se em pieza a ver en la prim era m itad del siglo xx u n a p ro p e n ­
sión por parteóle los literatos bengalíes a fo rm ar algo sim ilar a c lu ­
bes en los que se p u d ie ra d iscu tir de arte y lite ra tu ra (y d e s p u é s
de política). Uno de tales clubes, que recientem ente h a d esp ertado
b a sta n te interés, era el Club del Lunes, así llam ad o p o r el día en
qu e se reunía, al que asistían futuras em inencias tales como, e n tre
otros, el famoso escritor S u k u m a r Ray (pa d re del d ire c to r de cine
Satyajit Ray), el estadístico P rasa n ta ch an d ra M ahalanobis, o el lin­
güista S un itik um ar Chattopadhyay. Según la descripción de Hiran-
k u m a r Sanyal, «se trataba de un club regular con adm isió n formal
y u n a cuo ta de suscripción de c u a tro annas p o r m es».48 Las activi­
dades incluían discutir de «todo, desde Platón-Nietzsche a la poesía
de Bankim-Vivekananda-vishnuísta, la poesía de R abindra[nath]»,
así com o m úsica, b anquetes y picnics.49
Rabindranath Tagore ganó el Premio Nobel de literatura en 1913.

259
Es fácil im ag in ar cóm o ayudaría ese suceso a que la literatura a rrai­
gase en las vidas bengalíes «ordinarias». M ien tras que el cultivo
d e c im o n ó n ic o del yo literario era sobre todo territo rio de los re la­
tiv am en te acom odados, los escritores jóvenes nacionalistas, ra d i­
cales o socialistas de 1920 y 1930 ya no eran los ricos. Eran, d es­
de el p u n t o de vista sociológico, gente h u m ild e q u e solía vivir con
dificultades económicas, cuyo amor, no ob stan te, p o r su propia li­
te ra tu ra así com o p o r la de otras parte s del m u n d o se carac te riza­
ba p o r u n inconfundible idealismo. Tagore creía con firmeza en
la idea g o e th ia n a de la «literatura m un dial», y el que se le conce­
diese el P re m io Nobel parece h a b e r d e m o c r a tiz a d o el ideal de la
li te r a t u r a c o m o vocación. Ser a h o ra u n lite ra to -in c lu s o d e s e m ­
p le a d o - era ser alguien respetable, p ues a h o r a la actividad litera­
ria tenía p o r definición una relevancia co sm op olita y global. O, p o r
lo m en os, así razo n ab a n algunos.
El adda p odía así convertirse en u n espacio p a r a la práctica del
co s m o p o litis m o literario por parte de los m ie m b ro s de las clases
m e d ia y media-baja. En 1921, dos jóvenes, D inesh ran jan Das y Go-
k u l c h a n d r a Nag, fu n d a ro n u n a o rg a n iz a c ió n l la m a d a el Club de
las C u a tro Artes, con la intención e x p resa de in v o lu c ra r a m u je ­
res. Las « cuatro artes» se referían a la lite ratu ra , la m úsica, la a r ­
te s a n ía y la p in tu ra . Ni Das ni Nag e r a n de o rig en aristocrático.
Das tra b a jó inicialm ente para u na tien d a de a rtíc u lo s de deporte
en la p a rte de la ciudad llamada C how ringhee, y d espués para u na
farm acia; N ag trabajaba en una floristería e n el Nuevo Mercado.
Cabe ver la democratización, así com o cierto radicalism o social, de
esta fo rm a p a rtic u la r de adda en el hecho de que no pudiesen u ti­
lizar n in g ú n salón particular. Como señala J ib e n d ra Singha Ray,
quien h a estudiado la historia de este club: «El p ro b le m a principal
tra s el esta b le c im ie n to del club fue el lugar. M u c h o s e ran reacios
a a lq u ila r u n c u a rto para reun iones q u e inclu y ese n ta n to a h o m ­
bres c o m o a mujeres. Enfrentados a esta situación , la h e r m a n a de
D in e s h r a n ja n y su m arido S u k u m a r D a sg u p ta [...] o frecieron su
sala a c a m b io de u n alquiler bajo».50
T am bién es notable el idealismo de los fu n d a d o re s del club, te­
ñido de u n a fuerte dosis de fe bengalí pos-Tagore en el papel re ­
d e n to r de las artes y la literatura en las vidas de la clase media. Di­
n e sh ran jan describía más adelante el origen del club m ediante unos
térm in os que revelan un idealismo que p re te n d ía a b a rc a r nada m e ­
nos q ue el m u n d o entero. Puede que fuese u n e sc rito r bengalí d e s ­

260
conocido, pero d ab a por sup uesto que lo q u e h acía e r a en-benefi­
cio de la h u m a n id a d en su totalidad. Se veía a sí m is m o com o c iu ­
d a d a n o de la c o fm ó p o lis lite raria global. La d esc rip ció n de Das
testim o nia el m o d o en que la literatura, la a m ista d en tre varones,
y cierto h u m a n is m o iban de la m a n o p a ra h a c e r de los addas lite­
rarios de C alcuta de los años veinte espacios do n d e se podía n u trir
y m a n te n e r u n a visión d em o crática y co sm op olita del mundo:

«El ideal y la [forma] im agin aria de este clu b se h a b ía d esa rro ­


llado en mi m ente a lo largo de m u ch o s años. El p resen ciar la
señal de u n dolor callado en los rostros de m u c h o s hom b res y
m ujeres de [este] país idealista [hacía que] mi corazó n d esea­
se p o d er s a c a r a la luz [mi propia] im ag inación de las oscuras
cavernas de m i mente. [...] S e g u ra m e n te m i p áthos proyecta­
ba s o m b ra sobre mi rostro. Gokul m e p re g u n tó u n día: "¿Qué
o curre en tu m ente? Me siento com o si estuviese p en sa n d o lo
m ism o que tú pero no puedo n o m b ra r el pensam iento". Yo re s ­
pondí: "Im agino u n a [suerte de] lugar de reposo [u n a posada]
a d o n d e las p erso n a s c a n s a d a s p o r el p eso de su vida p u e d a n
venir a descansar, d o n d e la nacionalidad, el sexo y la posición
no sean barreras, [don de] los h o m b re s t o r n e n su p rop io t r a ­
bajo alegre y m ezclándose librem ente c o n los d e m á s y donde
se sie n ta n realizad os en el sencillo c u m p l i m i e n to de sus p r o ­
pios d ese o s”. Gokul apoyó su m a n o s o b re la mía, dio u na p a l­
m a d a y exclam ó con júbilo: "¡Ése es el su e ñ o de m i vida, t a m ­
bién, pero no había po d id o im a g in a r su fo rm a ex acta hasta
ah ora!”».51

El negocio del libro, floreciente en la c iu d a d -e s decir, el m e r ­


cado de lite ra tu ra m u n d ial-, estaba él m is m o o rg a n iz a d o en t o r ­
no a la c u ltu ra y la institución del adda. La conv ersació n y la ora-
lidad seguían constituyendo factores decisivos en la creación y la
disem inación del gusto literario en u na ciu d a d en qu e la p ro d u c ­
ción y el co n s u m o de libros se basa b an en relaciones de carác te r
fu n d a m e n talm e n te personal. Toda librería, toda redacción p eque­
ña de revista literaria acogía un adda que re u n ía a escritores, c rí­
ticos, editores y lectores.52 N rip e n d rak rish n a C hattopadhyay nos
brind a un bosquejo an im ad o de esta p e q u e ñ a p ero significativa
subcultura:

261
«Justo d e trá s de la plaza College h ab ía u n a librería g ra n d e lla­
m a d a The Book Company. Algunas librerías nuevas co m o ésa
se h a b í a n establecido h acia principios de este siglo a lre d e d o r
de la p laza College. Esas tiendas d e s e m p e ñ a ro n u n pap e l m uy
fru ctífero en la difusión de la c u ltu ra [el original e m p le a esta
p a la b r a e n inglés] de la época. E m p e z a r o n a i m p o r t a r libros
d e reciente aparición de Eu rop a y A m érica sobre diversas m a ­
terias literarias, poéticas y científicas; gracias a sus afanes, los
jóv en es y los escritores de aquellos tie m p o s tu v ie ro n la o p o r­
t u n id a d de conocer las tendencias de la lite ra tu ra y el p e n s a ­
m ien to mundiales».

C hatto d p ad h y ay reconstruye lo que solía suceder en esa libre­


ría. Su relato, sea o no apócrifo, subraya el estrecho vínculo que
existía e n tre el adda y el cosm opolitism o literario en la Calcuta de
m e d ia d o s del siglo xx. En la narración, algo d ra m á tic a , de C hat­
todpadhyay, el dueñ o de esta nueva librería, G irin babu , llam a de
re p en te a u n cliente habitual al que ve p a s a r p o r la calle. El clien­
te re sulta ser n ad a menos que el célebre sociólogo bengalí, profe­
s o r de la Universidad de Lucknow y co n o c id o c o rresp o n sal de Ta-
gore, D h u rja tip ra sad Mukherjee. G irin b ab u invita a M ukherjee a
p a s a r al alm acén de la parte trasera de la librería, d o n d e tiene lu­
g ar re gu larm en te un adda de un selecto g ru p o de lectores entu sias­
tas: «Entre, Nadu lo estaba buscando». Nadu, uno de los em pleados
de la tienda, era el encargado de ab rir las cajas de em b a la je recién
llegadas con las novedades de la literatura extranjera. C onoce a los
lectores por sus gustos de lectura personales. He aqu í la escena, en
la reco nstru cc ió n de Chattodpadhyay, q ue presencia M ukherjee al
e n t r a r en el almacén:

« N a d u b ab u está abriendo un cajón q u e acab a de llegar. En to r­


no a él se encuentran dos addadharis [personajes centrales de
un adda: véase abajo] contem plando la caja de m ad era, con ojos
sedien tos com o los de un am a n te del alcohol q u e m ira u n a b o ­
tella de c h a m p á n . El de m eno r ed ad de los dos es jovencísim o.
[...] El m ayo r es de m ediana edad. Un a ristó c ra ta de los pies a
la cabeza, éste viste un traje bengalí perfecto, b la n c o co m o las
p lu m a s de u n a grulla, sosteniendo - p o r p u ro h á b ito , al p are­
c e r - u n a boquilla vacía y d o ra d a e n tre dos dedos. U na m irada
m á s detenida revelaría que sus dedos tiem blan ligeramente; [es]

262
P r a m a t h a C h a u d h u ri [fam oso e s c rito r y crítico d e la d é c a d a
de 1920 y director de la revista de v a n g u a rd ia Sabujpatra]. Di­
rigiéndose al m uchacho, dice: “Verás, esta nueva poesía que se
está escribiendo en Inglaterra y F ran cia enc ie rra u n a gran t r a ­
gedia d e trá s de todo ese a p a re n te d e s o rd e n de m e tro y rim a.
La G ran G u e rra [1914] destru y ó to d as las cree n c ia s del viejo
m u n d o en la m ente de sus jóvenes, sus m entes in qu ietas están
b u sca n d o u n nuevo refugio. Te m o s tra ré [un ejem plo] si el li­
bro ha llegado en este envío [...]. ¡Oh, estás ahí, Dhurjati, bien-
ven ido !’■'».53

Así pues, el m ercado y el gusto en el c o n s u m o de literatu ra es­


tán mediados, com o en esta anécdota, p o r la conversación del adela.
La práctica del adda parece h a b e r resultad o fund a m e n tal t a m ­
bién en la creación y la disem inación del gusto en las á reas del cine
y de las artes. Al recordar un adda que solía reunirse £n la dirección
«Kalighat S ou th Park, 3-B» en los añ os cincu enta y q u e g iraba en
torno a la personalidad de Bimal Ghosh, «Kanuda» p a r a sus a m i ­
gos m ás jóvenes, el historiador Arun Das G u p ta afirm a: «M ientras
vivió entre nosotros, K an u d a fue n u estro experto, consejero y guía
en cuestiones relativas al cine».54 El artista c o m u n is ta D eb rabata
M ukhopadhyay nos recuerda en sus m em orias del café Coffee Hou-
se de la calle College que fue en u n adda en la c a fe te ría Coffee
H ouse de la avenida Central (del cual Satyajit Ray y el futuro críti­
co cinematográfico Chidananda Das Gupta eran m iem bros habitu a­
les) donde «comenzó la renovación de la c in em a to g rafía bengalí».
Y al referirse a la educación de sus propios gustos, M ukh opadhy ay
insiste aún co n m ay or firm eza e n la m o d e rn id a d del adda: «Ca­
rezco de form ación académ ica», dice. «Mi ed u c a c ió n , bien so b re
el arte, bien sobre la cultura en general, es m a y o rm e n te u n a c o n ­
tribución del adda.»5*
Estos cambios actuaron probablem ente en conjunción con otras
transform aciones en la naturaleza del espacio público de la ciudad.
Dos en p artic u la r m erecen n u estra atención. E n p r i m e r lugar, n e ­
cesitam os u n a historia de los p arq ues en la ciudad. La m ayor.par-
te del m aterial decim o n ó n ico no m e n c io n a los «parques», no al
m enos con esta denom inación. H u to m , con in fo rm ac ió n excelen­
te y detallada sobre las calles, las galerías, los baithakkhanas y los
addas de opio, no tiene n a d a so b re los p arq u es. S in e m b a rg o , el
p a rq u e al que los calcutenses su elen llam ar H edo o H e d u a (en la

263
calle C ornw allis) figura de m od o p ro m in e n te en b a s ta n te s m e ­
m o r i a s lite ra ria s del siglo xx. P or ejem plo , Puratan prasanga, de
B ip in b e h a r i G u pta - u n a fu ente in d is p e n s a b le de h is to ria del s i­
glo x i x - consiste, de hecho, en un a serie de co n v e rsacion es en tre
él y K ris h n a k a m a l B h a tta c h a ry a (c o n te m p o r á n e o y c o n o c id o de
B an k im y los Tagore) que tienen lugar en este p arqu e (B eadon Gar-
d e n s /H e d u a ) en torno a 1910-1911.56 C u a n d o e s tu d ia b a su licen ­
c ia tu r a , esto es, en la p rim e ra d é c a d a del siglo xx, el físico Sat-
y e n d r a n a t h Bose fo rm a b a p arte de u n adda lite ra rio que solía
re u n irs e en la azotea - o tr o espacio u rb a n o de Calcuta no investi­
g a d o - de la casa de Girijapati B attacharya; tan to éste co m o Bose
serían d espués miembros destacados de otro famoso adda literario
f o r m a d o en t o m o a la revista Parichoy. E n oca sio n e s, n o s dicen,
este adda se re un ía en el p a rq u e H e d u a. Lo ca ra c te rís tic o de este
adda e r a discutir sobre los relatos de Tagore, recitar sus p o em as
y c a n t a r ca ncion es escritas p o r él.57 La rev ista Prabashi, en su ú l ­
tim a etapa, bajo la dirección de Ashok C hattodpadhyay, se co n c i­
bió en u n adda en este m ism o p a r q u e en 1924. Es n e c e s a rio r e ­
co p ilar m á s inform ación sobre las azo te as y los p a rq u e s y el papel
que d e s e m p e ñ a ro n en la vida cultural de la c iu d ad en el siglo xx.58
La o tr a p r e g u n ta im p o rta n te es: ¿ c u á n d o p ro life ra n los s a lo ­
nes de té, cafés y re s ta u ra n te s en C alcu ta, y cu á n d o e m p ie z a n a
servir de espacios principales p ara los addas literarios?39 Hay, p or
su p u esto , lugares com o «la tienda de P u n tiram » , cerca de la calle
College, en el norte de Calcuta, que lleva ab ie rta m ás de cien años,
au n q u e es necesario investigar su h isto ria específica. El a u to r y lí­
der c o m u n is ta Muzaffar Ahm ad m e n c io n a en sus re cu erd o s sobre
el p o e ta Kazi Nazrul Islam salones de té en los que u n o p odía s e n ­
tarse a c h a rla r en torno a 1920.60 Pero, c o m o el lector re co rd a rá,
los c o m en ta rio s de Nirad C hau d h u ri su g ería n que los addas en los
sa lo n es de té e ran relativam en te esc a s o s en los a ñ o s veinte c o m ­
p a r a d o s co n los de salones p artic u la res. E n su in tro d u c c ió n a las
m em o ria s de H ira n k u m a r Sanyal so b re la revista literaria Parichoy
(a p are cid a en torno a 1932), el h is to ria d o r S u s o b h a n S a rk a r esc ri­
be: «En nuestra vida estudiantil, las calles y los cam inos del centro
de C alcuta p rop orcio nab an los lugares de en c u e n tro principales.
C o m er en restaurantes a ú n no era u n a p rá ctica h ab itu al» .61
E s ta s afirmaciones en c u en tran ap o y o en u n co m e n ta rio de Ra-
d h a p r a s a d Gupta, quien re c u e rd a que, h ac ia finales de los añ os
treinta, m u ch o s salones de té «desde S h y a m b a z a r h a s ta Kalighat»

264
(esto es, desde el n o rte h a sta el s u r d e la ciu d a d ) a n u n c ia b a n so ­
b re telas rojas un os precios d e se s p e ra d a m e n te barato s: «Sólo dos
a n n a s p o r u n a taza de té, dos to s ta d a s y u n a tortilla de dos h u e ­
vos».62 A u n qu e p arece que efectiv am en te h a b í a tiend as - G u p t a
m e n c io n a «el salón de té de G yanbabu», Favourite Cabin en la c a ­
lle Mirzapur, B asanta Cabin enfrente de la Universidad de Calcuta,
y el re s ta u ra n te del YMCA de la calle College- q u e pro m ov ían una
cu ltu ra del adda entre los estu d ian tes universitarios a m ediados y
finales de los años treinta, la c a d e n a de cafeterías y re s ta u ra n te s
S a n g u Valley, que d o m in a r ía el á m b ito de los addas de la ciud ad
p oco d esp ués de la indep en d e n cia, n o apareció h a s ta fines de los
añ o s tre in ta o d u r a n te la g u e rra .63 Las g ra n d es cafetería s fueron
fun da das p o r el Consejo de E xp an sió n del Café de la India com o
fo rm a de co m ercializar dicho p ro d u c to en u n a ciu d ad que p e rte ­
necía - c o m o a h o r a - p re d o m in a n te m e n te a los bebedores de té. No
obstante, la práctica de b eb e r café, afirm a G upta, fue introd ucida
en la c u ltu ra bengalí de C alcuta en los años tre in ta p o r los in m i­
grantes del su r (la palabra bengalí dakshini se refiere a las personas
del sur, co m o Tam ilnad, Kerala, A ndhra, p or ejem plo) en u n a ciu­
d a d que ab rió p eq ueñas casas de co m id as a lre d e d o r de Ballygun-
ge en aquella época. El d ra m a tis m o de su p rim e ra in trodu cción a
u n a «cafetería» se c a p ta m ejor en las palabras del p ropio Gupta:

«Una noche de 1941-1942 fui a [...] la calle W aterloo a ver a mi


am igo de infancia el den tista Gopal Banerjee. El joven Gopal,
a u n q u e criado en [...] Konnagar, en aquellos días se presentaba
en ocasiones co m o un sahib hecho y d erech o y a veces com o
un dandi bengalí p uro criado en Calcuta. Aquel día, cu an do lle­
gué, él estaba listo [en inglés en el original] p a ra salir, [...] ves­
tido con un elegante dhoti y un kurta. Al v erm e dijo: "Ven, d é ­
ja m e llevarte a u n sitio nuev o”. C uando le p re g u n té so bre ese
nuevo lugar, replicó: "No, sobre esa cuestión voy a m a n te n e r­
me speakti not [expresión jocosa bengalí q u e se sirve del inglés
para decir ‘No voy a h a b la r’]. Q ueda cerca, ¿p o r qué no vienes?
Pronto lo verás p o r ti m is m o ”. Diciendo esto, me llevó [...] p a ­
sando la calle B entinck al recién abierto café India Coffee Hou-
se en el cruce de la calle M eredith y de la avenida Central. Los
jóvenes de hoy en día, incluso los niños, p arece n so rprend erse
p o r cualquier cosa. Pero yo m e qu ed a b a b o q u iab ierto incluso
en mis año s "m ayores" a d m i r a n d o esa cafetería, con su e n o r ­

265
m e tam año , los botones con librea y con sus insignias, su aspec­
to lim pio, las lustrosas m esas y sillas, y los clien tes con ro p a
elegante en todas las mesas. [...] El Coffee H ouse de la calle Co-
llege abrió poco después de ésta».64

De hecho, las pruebas que p roceden de la ficción sugerirían


que, a u n q u e el adela haya sido u na prá ctica general y o rd in a ria e n ­
tre los residentes en Calcuta, su fo rm a m á s re spetable - im ita c ió n
co nsc ie n te de la modalidad de cafetería e u r o p e a - tuvo sus vaci­
lantes inicios en los años treinta. El célebre relato «Ratarati» (De
noch e) de P arashuram , escrito en to rno a 1931, crea u n a situación
divertida en u n restaurante ficticio lla m a d o Café Anglo-Mughlai,
s itu a d o en D h arm ato la, el d istrito c o m e rc ia l del c e n tr o de la c i u ­
dad; su pro p ia ubicación indica cierto g ra d o de distan cia cultural
de las vidas cotidianas de la clase m edia. La co m icidad de la s itu a ­
ción se debe a m uchas cosas. P o r u n lado, el Café Anglo-Mughlai
tra ta so b re la aspiración de e u r o p e iz a r la fo rm a del adda, de c o n ­
vertirlo en algo sim ilar a la c o n v e rsa c ió n de un café eu ro p e o . Al
m ism o tiempo, la falta de familiaridad bengalí con las form as e u r o ­
peas se sugiere a través de la ignorancia del gerente, revelada en un
altercado con un o de los clientes, Bantlo, quien se vanagloria de su
c o n o c im ien to superior en tales cuestiones:

Gerente: ¿Se da usted c u e n ta de q u e esto es fce/'anglo-moglai?


Bantlo no puede tolerar la mala pronu n c ia ció n . Dice: No es kef,
es kaafe.
Gerente: Es lo mismo. ¿Se d a usted c u e n ta de que éste no es un
lu g a r corriente, de que éste es un res-tau-ran-te [lo dice fonéti­
ca m e n te] respetable?
Bantlo: R estorán [prueba la versión francesa].
G erente: Es lo mismo. ¿Se d a u sted c u e n ta de q u e éste es un
ren-des-vos para la gente ed ucada?
Bantlo: [usando francés] R endez-vous.65

Oralidad y co m unidad en el add a

La existencia de tensión e n tre los id eale s del adda y los de la


s o c ie d a d civil m o d e rn a es c o m p re n s ib le . S o n o rg a n iz a c io n e s a n ­
tité tic a s del tiem p o y del espacio. L a s o c ie d a d civil, en su c o n s ­

266
tru c c ió n ideal, in tro d u ce en la p ro p ia idea de ac tivid ad h u m a n a
el télos de u n resultado, u n p ro d u c to y u n propósito, y es tru c tu ra
su uso del tiem p o y del espacio sobre esa lógica desarrollista y u ti­
litaria (incluso cu a n d o la m is m a no es lineal de m a n e r a sencilla).
Las conversaciones de un adda, p o r el contrario, se op o n en p or d e ­
finición a la idea de alcanzar u n resultado definido. Disfrutar de un
adda es disfru tar de un sentido del tiem po y del espacio que no está
sujeto a la atracción gravitatoria de un pro pó sito explícito. La in ­
tro d u c c ió n de u n objetivo que p u e d a to r n a r la conv ersació n «ins­
tru m e n ta l» p a r a conseguir algún objeto d istin to de la vida social
del p rop io adda m ata, se dice, el espíritu m is m o y el p rincip io del
adda. B u d d h a d e v Bose así lo a f ir m a en su en sa y o s o b re el adda:
« S u p o n g a m o s que decidim os co n v o c ar u n a re u n ió n lite ra ria u n a
vez p o r se m a n a o dos veces al mes, p ara q u e p u ed a n venir perso ­
na s con c o n o c im ien to s y talen to y d iscu tir cosa s b uen a s. [...] Sin
d u d a es u na b u en a idea, y es posible que las p rim eras sesiones te n ­
gan tanto éxito que nos so rprend a a nosotros mismos. Pero al cabo
de u n tie m p o o b serv arem o s q u e to d o ello h a caído d e s d e el c ie ­
lo del adda al terreno baldío del "deber"».66
El centro de gravedad del adda se e n c o n tra b a alejado del télos
de la p roductividad o el desarrollo (en este caso, el de la discusión
con u n objetivo). H ira n k u m a r Sanyal re c u erd a cóm o la com ida (y,
cabría añadir, u n a división genérica del trabajo) se usó en una re u ­
nión del Club del Lunes p ara tru n c a r los planes de P rasa n ta ch an -
dra M ahalanobis de in y ecta ren la conversación un sentido de p ro ­
pósito. Escribe Sanyal:

«Todas [...] [las reuniones] incluían un banq uete. Pero un día,


P r a s a n ta c h a n d r a se obcecó [y dijo]: "La co m id a h a c e im po si­
ble discutir. ¿Por qué perdéis tanto tiem po en com er? Yo os se r­
viré sólo té y galletas b a r a t a s ”. Aquel día, la re u n ió n era en su
casa. E n aquellos tiem pos había u n as galletitas p e q u e ñ a s lla­
m ad as galletas gema, que solían darse de prem io a los gatos y
a los perros. Se levantó un gran revuelo. Tatada [S u k u m a r Ray]
se dio c u e n ta de que la protesta no conseguiría nada, pues Pra-
santa no escucharía. Me susurró: "Entra [en la casa] y dile a la
h e rm a n a de Prasanta que éste h a invitado a to m a r té a un g ru ­
po de p ersonas pero no h a dispuesto n a d a de com ida. Di sólo
eso y regresa”. Tras unos quince o veinte m inutos apareció gran
v arie d ad de com ida. [...] P ra s a n ta dijo: "¿Qué es esto? ¿Q uién

267
h a t ra íd o todo esto?", Tatada replicó: "¿En q u é te c o n c ie rn e
esto? La com ida está aquí, y la vam os a c o m e r”».67

In c lu so sin el auxilio de la com ida, la conversación de un acida


podía asegu rar por sí m ism a que los argum entos no alcanzasen n u n ­
ca u n p u n t o final. Veam os esta e n tra d a , del 24 de e n e ro de 1936,
del diario publicado de Shyamal G hosh en el cual solía registrar las
conversaciones en el adda intelectual de algunas p erso n as re la cio ­
n a d a s con la revista Parichoy. Esta discusió n a b o r d a grandes p r e ­
guntas, p ero sin p ro po nerse resolverlas:

«Ayyub preguntó: dejando de lado la cuestión de las reacciones


físicas, ¿existen diferencias cualitativas entre em ocion es co m o
la ira, el tem o r o el amor, entre otras?
Mallikda planteó u n a contra-pregunta: ¿cabe aislar las e m o c io ­
nes si se deja el cue rp o fuera [de consideración]?
»No fue posible llegar a u n a co n clu sió n ni d esp u é s de a p ro x i­
m a d a m e n te u na h o ra de arg um e ntación .
»Oí que Ayyub decía u n a vez: "A sum am os qu e n in g ú n s e n t i ­
m iento es posible sin la m ediación del cuerpo, a u n así quiero s a ­
b e r p o r qué, si todas las em ociones son del m is m o tipo, alguien
se sale de sus casillas cuando le llam an 'c erdo' en u n a ocasión,
pero en o tra no hace ni caso [...] ¿por qué s u ce d e esto?"».

G hosh cierra su e n tra d a con u n com en ta rio p ra g m á tic o que in ­


dica lo ac o stu m b ra d o que está a tales discusiones: «No puede h a ­
ber conclusiones p ara debates de este género».oii
C en trad os en lo oral, los addas bengalíes re p re s e n ta b a n cierta
capacid ad p o r parte de sus m iem bro s de e x p e rim e n ta r placer en el
p u ro arte de la conversación.69 P o r su prop ia n atu ra le z a , el place r
era com u n al. Las m em o rias del e s c rito r H e m e n d r a k u m a r Ray d is ­
tin g u e n e n tre el estilo de co n v e rsac ió n de u n a r e u n ió n y el de ur.
baithakkhara. P ra m a th a C haudhuri, director de Sabujpatra, era fa
m o s o p o r su estilo b a íthaki de co nve rsac ió n: « E ra en h a b ita c io
nes p e q u e ñ a s d o n d e su estilo b a íth a k i de c o n v e rs a c ió n se volvú
tan ca u tiv a d o r» .70 El a lm a del adda s ie m p re e r a u n a p e r s o n a cor
a lg u n a especialidad en su conversación, alguien q u e sab ía co n ta;
b ien u n a historia, a c u ñ a r u n a p a l a b r a nueva, d a r le u n giro inte
r e s a n te a u n a frase, o te n e r o c u r re n c ia s in telig e n tes que d e ja b a i
huella en los demás. E r a n personas que podían, c o m o dice u n a e.\

268
presió n bengalí, hacer q ue el adda «se cuajase» o que «se espesa­
se», es decir, q ue se hiciese cada vez m á s interesante. H ira n k u m a r
Sanyal afirm a de S u k u m a r Ray en el contexto del Club del Lunes:
«[Él] [,..] tenía u n a cap acidad notable p a ra a y u d a r a q u e el ashar
[ntajlish, re u n ió n cordial] desarrollase todo su potencial. Los días
que el Club del Lunes no tenía u n tem a específico que discutir, nos
ca u tiv a b a c o n tá n d o n o s todo tipo de h isto rias» .71 El adda, en este
sentido, debe d e h ab e rse b asa d o en estilos an tig u o s de co n v e rsa­
ción tales co m o el kathakata (prácticas tradicionales de c o n ta r his­
torias devotas).72 El placer de la conversación tam b ién se ap u n ta
en otro relato sobre S u k u m a r Ray referido p o r Sanyal. El austero
pro fesor de B rah m o H e r a m b a c h a n d ra M aitra le p reg untó u na vez
a S u k u m a r Ray: «Sukumar, ¿puedes decirm e cuál es [debe ser] el
ideal de la vida?». Se dice que S u k u m a r replicó [en inglés]: «El in­
terés serio en la vida». La re sp u esta com plació ta n to a M a itra que
inm ediatam ente pidió sandesh [dulce po pu lar bengalí hecho de re­
quesón] p ara todos los presentes.73 La n atu ra leza co m u n al del pla­
cer in tercam biado p o r esta tran sa cció n verbal es rep resen ta d a por
el hecho de que todos los presentes celebrasen la respuesta convir­
tiéndola en u n a ocasión p ara c o m er dulces, otro ejercicio m ás en
prácticas públicas de la oralidad.
El nexo entre oralidad y cierto tipo de placer estético/com unal
era, pues, algo ya d ado en la form a del adda. La llegada de la lite­
ra tu r a inglesa (o de lite ratu ra disponible en inglés) a las vidas de
las clases m edias inferiores posibilitó ciertas v ariacion es diferen­
ciadas de esta oralidad en los addas de los cultos. El adda se con­
virtió en un escenario don de podían desarrollarse técnicas de pre­
sentación de uno m ism o com o un personaje -d e s d e VVilde o Shaw
hasta Joyce o F au lk n er- m ediante el despliegue de ciertas peculia­
ridades (destinadas al disfrute ajeno), hábitos de habla y gestos. En
los recuerdos relativos a addas, las p erson as suelen ser re m e m o ra ­
das no de la forma en que la «historia» o la «biografía» en cu an to
géneros las re p resen tarían (com o figuras con p ro fu n d id a d , p o r así
decirlo), sino como personajes relativamente unidim ensionales que
son recordados por có m o se p re s e n ta b a n a sí m ism o s al adda. Vie­
ne al caso el ejem plo del re c u e r d o de R a d h a p r a s a d G u p ta de u n
m iem b ro de su adda llam ado A m itabha Sen:

«Su d om in io de las m a te m á tic a s, la ciencia, la lite ra tu ra y las


artes nos d eslum braba. Se sabía al dedillo to das las novedades

269
en los [diferentes] cam pos del conocim iento-ciencia [he tradu
cido literalm ente la expresión bengalí], gracias a los libros bue
nos y las revistas extranjeras. Gracias a él vimos p o r vez prim e
ra el om nipresente bolígrafo de hoy en día. Aquél era quizás c
p rim e r bolígrafo del m undo, llam ado Reynolds. Nos q u e d a m o
sin habla. Todos, p or turno, escribim os con él. Podías escribí
en la dirección que quisieses. El ro stro de A m itab h ab a b u mo<-
tra b a su ac o stum bra da sonrisa am able. M irán don os, hizo sól
u n co m en ta rio [en inglés]: "La h u m a n i d a d ha sido p o r ñ n libi
ra d a de la tiranía del ángulo de la p l u m a ”».74

Las mujeres, el adda y la cultura pública

¿E ra el espacio del adda m o d ern o , el que se ab rió con la lleg:


da de las universidades, las residencias estudiantiles, la producció
literaria m oderna, los restaurantes, los salones de té, los cafés y le
parques... era éste un espacio m asculino?
El crítico cultural y lite rario b e n g a lí M a n a s h i Das G u p t a h
sosten id o ante mí que los m ism o s actos públicos de o ralidad -h;
b la r y c o m e r - m ediante los cuales u n adda c re a b a su sen tid o c
co m u n id a d tendían a fo rm ar b a r re ra s «tradicionales» a la partic
pación de las mujeres en un adda de varones. Las m ujeres, si ace;
ta b a n las ideas de la clase m ed ia d e c im o n ó n ic a so b re la respet;
bilidad en público (es decir, evitar la exposición a la m ira d a de 1<
h o m b r e s que no fuesen p a rie n te s ) q u e d a b a n e x c lu id a s de est:
prácticas de la oralidad. No obstante, esto no s u p o n e q ue las m
je re s no disfrutasen ni p ra c tic a s e n el adda. E n p r i m e r lugar, h.
que re c o rd a r que la separació n de esferas p a r a h o m b re s y m uj
res, t a n t o antes com o d espués del d o m in io b r itá n ic o de la Indi
significaba que las mujeres p o dían ten er sus p ropios addas, lo cu
en p a r te sigue siendo el caso. Los esp a cio s de tales addas serí;
diferentes, al ser lugares donde las m u jeres p o d ía n reunirse. L
tem as discutidos quizás hayan reflejado ta m b ié n la se p a ra c ió n i
ám b ito s sociales. La colección de 1990 K olkatar adda incluye co
trib ucio nes de mujeres sobre el te m a así c o m o u n ensayo en to n
a los «addas de mujeres». Las m u je re s q u e tra b a ja n en C alcuta
se d esplazan a diario a la ciu d ad en tre n en los « c o m p a rtim e n t
de m ujeres», especialm ente asig n ad o s, d e sa rro lla n su p ro p io se
tido del adda.75

270
P ero los addas m asculinos de m ediados del siglo xx se cim e n ­
tab an, en la práctica, so b re la sep a rac ió n de los espacios m a s c u ­
lino y fem en ino . C om o declaró r o t u n d a m e n te N r ip e n d ra k ris h n a
C hattopadhyay: «¡El m ay o r enem igo natural del adda son las m u ­
jeres!». La afirm ació n no es tan m isógina co m o p ued e parecer. De
hecho, él se refiere al p ro b le m a del género c o m o u n «defecto» y
ad o p ta un p u n to de vista com pasivo sobre la posición a la que las
m ujeres q u e d a n relegadas por la es tru c tu ra del adda:

«Un gran defecto n atura l del adda es que es u n m u n d o íntim o


para hombres. Y, sin embargo, esta debilidad es tam bién el a m u ­
leto que lo protege. Un adda se ro m p e si u n a m u jer se acerca a
m en o s de diez codos del m ism o. [...] Toda m u je r casada m ira
el adda con m alos ojos. Al fin y al cabo, es p o r su m arid o adda-
dhari p o r q uien tiene que sentarse y es p e ra r d u ra n te la noche
silenciosa. Todo m a rid o que vuelve a casa d e un adda regresa
p r e p a ra d o p a ra q ue le hagan esta única p re g u n ta [sarcástica]:
¿Acabó p o r fin el adda?».76

E sta (im ag in ad a ) h o stilidad p o r p arte de las esposas hacia el


adda se apo y a b a en u n a oposición c u ltu ra lm en te concebida entre
el m u n d o y la palabra, entre «las responsabilidades m undanas» -el
universo de las tareas, do m in ad o p o r las n ec esid ad es- y el placer
no in stru m en tal de la com p añ ía y la conversación en que consis­
tía un adda. Al h ab lar del papel del addadhari -literalm ente, el que
m antien e unid o un adda-, N ripend rak rish na lo retrata com o a un
h o m b re que, con habilidad y fervor, evade todo lo relacionado con
los d eb eres d o m éstico s y sociales. E n p a lab ras q ue en bengalí r e ­
z u m a n h u m o r e ironía, N rip end rak rish na describe así al addadha­
ri ideal:

«Todo adda tiene u n a personalidad central, alguien a quien se


puede d e n o m in a r addadhari. [...] [Él] es el sol del sistem a solar
del adda, en to rn o al cual éste gira. El addadhari es com o u n
centro estable en un m undo que es, por lo dem ás, tum ultuoso.
No tiene oficina a la que ir, invitaciones de bodas a las que asis­
tir, d iscurso s que p r o n u n c ia r en n in g u n a re u n ió n , obsesio nes
sobre ir al cine, obligaciones relativas al c a sam ien to de su c u ­
ñada, ni cerem onias del prim er arroz de un hijo del h erm ano de
su mujer, no tiene Darjeeling, ni Puri, su ú n ico trab ajo es s e n ­

271
tarse como la imagen inmóvil de u n a deidad que ilum ina el adda.
P u e d e que las calles de Calcuta estén b ajo el ag ua, que el a s ­
falto que las cubre se haya d e rre tid o p o r el sol, o que los j a ­
poneses hayan tirado unas cu antas b o m bas, pero todo addabaj
[pe rso n a adicta al adda] sabe a ciencia cierta que h a b rá p o r lo
m enos una persona en el adda. Y esa p ers o n a es el addadliari»,77

E sto no es, sin embargo, la totalidad de la historia. La e d u c a ­


c ió n de las m ujeres y su e n tra d a en la vida p ú b lic a -p r o c e s o h is ­
tórico que em pezó en 1850- cam bió las cosas. La tensión en tre la
an tig u a escisión entre los ám bitos m asculino y fem enin o de la vida
y los nuev os ideales del m a trim o n io e n tre ig uales es el te m a del
c u e n to hu m o rístico «Dvandik kobita» (P oesía dialéctica), escrito
e n 1957 p o r P a ra s h u ra m (R a js h e k h a r B osu). «P oesía dialéctica»
-t í t u lo que se m ofa de ciertos aspectos p a n fle ta rio s del c o m u n i s ­
m o b en galí- es u n relato contado en un adda, y se o c u p a de u n per­
so n aje llam ado Dhurjati y de su esp osa S h a n k a r i. D h urjati d a cla­
ses d e m atem áticas pero ha dedicado su vida a esc rib ir p o em as de
a m o r dirigidos, a la m an era del r o m a n t i c i s m o ben g a lí fu n d a d o
p o r Tagore, a mujeres desconocidas, n u n c a vistas y c o m p le ta m e n ­
te im aginarias, originarias de tierras ex tra n jeras ficticias. Huelga
dec ir que la m ism a práctica de dirigir los s en tim ie n to s rom ánticos
m a s c u lin o s a m ujeres ficticias c o n s c ie n te m e n te d e s c rita s co m o
«desconocidas» (ajana, achena) reflejaba la d is ta n c ia e n tre tales
sen tim ie n to s y las rutinas cotidianas de la d o m esticid ad . Tras su
m atrim o n io , el protagonista del relato de Bose, Dhurjati, intenta
h a c e r mella en esta tradición. D u ran te un tiem po, convierte delibe­
ra d a m e n te a su m ujer en destin ataria de la exp resión de su a m o r
ro m á n tic o y poético, pero desiste de su e m p e ñ o , fru strad o al d e s ­
c u b r ir que Shankari está m ás in teresada en el niño q ue h a n tenido
poco después d e casarse que en su e x u b e ra n c ia poética: «Dhurjati
se p e rcató g radualm ente de que la " am ad a" d e su m a trim o n io nc
tenía nada en co m ú n con la a m a d a de su fa n ta sía [poética]. S h an
k ari no c o m p re n d e el p lace r de la po esía, no h a y ro m a n c e en si
co razó n . H a b ía recibido m u c h o s regalos b a r a t o s [...] en la b oda
tra ta b a los p oem as que Dhurjati le h a b ía dirigido c o m o si fuesei
lo m ism o que esos regalos c o m e n te s . E s tá c o m p le ta m e n te ab so r
ta e n las tareas domésticas y en [su] hijo re cién nacido». D hurjat
vuelve a dirigir sus poem as a su a m a d a im a g in a r ia , m ie n tr a s clk
S h a n k a ri se dedica a la dom esticidad.

272
Si el cu e n to de Bose hubiese te rm in a d o aquí, h a b ría plasm ad o
u n a resolución decim onónica de la tensión e n tre dom esticidad y el
yo m a s c u lin o m o d e rn o y expresivista: u n h o m b r e re serv a su co s ­
m opolitism o literario p ara sus am igos varones y m an tien e un c o m ­
p a ñ e ris m o práctico y m u n d an o con su esposa. Pero Bose escribía
en u n p e rio d o en que la lite ra tu ra ta m b ié n fo r m a b a p a r le de la
vida de las mujeres. Así, Bisakha, u n a am ig a de los d ías universi­
tarios de Shankari, hace su e n tra d a y s ie m b ra d u d a s en la m ente
de S hankari. Dice u n día:

«-Tu m a rid o es, después de todo, u n p o e ta fam oso. [...] ¿P u e­


des d ec irm e p ara quién escribe sus p o e m a s de a m o r? Seguro
qu e p a ra ti no, pues en ese caso no h a b ría escrito cosas com o
"mi desconocida a m a d a [a quien] he visto en sueños".
»-N o escribe p a ra nadie -dijo S h a n k a ri-. Los p oetas son gen­
te fantasiosa, crean a u n a p erso n a en su im ag in ació n y se d i­
rigen a ella.
»-[...] ¿No te enoja?
»-No es que m e im porte m ucho.
»-[...] Lo lam entarás después [...] to m a m edidas ahora.
»-¿Qué sugieres?
»-(Que) em pieces tam bién tú a esc rib ir p o e m a s dirigidos a un
h o m b re imaginario».

S h a n k a ri n u n c a ha escrito poesía, así q u e B isa k h a'se ofrece a


versificar p ara ella. Pronto aparecen p o em as en revistas literarias
con el nom bre de Shankari. Están dirigidos a personajes tales com o
«el m u ch ac h o beligerante de la Roja China» («Quiero cobijarm e en
tu pecho lampiño») o «el joven de P akhunistán»:

«Llévame a la jungla vellosa de tu pecho / A brázam e fuerte con


tus brazos com o cigüeñales / Deja que los huesos de mi tórax
se ro m p a n y deshagan / Estrújam e, estrújam e».

Y un am igo de D hurjati le dice u n día: «Oye, D hurjati, ¿no es


esta Shankari Devi, tu mujer? ¡Qué extraordinaria poesía está escri­
biendo, material picante p o r entregas! [...] El profesor Bhar, el psi­
cólogo, dijo [el otro día] que esto es u n a libido alocada». La conver­
sación ulterior entre Dhurjati y S h an k ari no po dría h a b e r tenido
lugar en el siglo xix. Dice Dhurjati:

273
« -¿ Q u é son estas porquerías que escribes? La gente habla.
» -Q u e hablen -replicó S hankari-, Se está v en d ien d o m uy bien,
he m a n d a d o otro libro a la im prenta.
»D hurjati sacudió la cabeza y dijo:
»-Te digo que esto no puede continuar.
»-¡Q ué gracia! ¡No pasa nada si tú esc rib es [esto] p e r o sí si lo
h ago yo! [...] ¿Por qué escribes esas po rq u e rías?
»-¿Te c om p aras conmigo? Está b ien que un h o m b re escriba so ­
b re m u jeres [am antes] im aginarias, pero está m uy m al que lo
h a g a n las mujeres.
»-De acuerdo, deja de escribir poesía y q u e m a todos tus libros,
y yo h aré lo mismo».

I n c a p a z de resolver el conflicto, D h u rja ti deja de c o m p o n e r


poesía y em pieza a escribir libros de álgebra, m ie n tra s q ue Slian-
kari d ec ide escribir sólo recetas p ara revistas d o m in ic ales de p e ­
rió dico s.73
La solución de Bose al p roblem a n o d estru y e p o r c o m p leto la
escisión entre los espacios masculino y fem enin o en la vida públi­
ca m o d e rn a . Es, sin embargo, un desenlace que p od ía h a c e r reír a
u n acida, y esa risa era un recurso co n el q ue los beng alíes podían
e n fren tarse a los cambios y tensiones cread o s p o r la e n tr a d a de las
m u jere s en la vida pública. Pero a u n q u e el h u m o r e r a ese tipo de
recurso, n o resp ond ía a la pregu nta de p o r qu é s e g u iría existien­
do un principio de segregación genérica en la esfera pública.
La cuestión de la am istad en la vida pública e n tre h o m b res y
m ujeres es parte de una historia co m p leja de las p rá c tic a s h etero ­
sexuales m o d e rn a s en Bengala. En su m ag istral e s tu d io histórico
de la novela bengalí, el crítico literario S r i k u m a r B a n d y o p a d h y a y
adujo p erspicazm ente que fue den tro de la a m is ta d e n tr e varones
- e n vez de en tre h o m b re s y m u je re s - d o n d e los s e n tim ie n to s r o ­
m ánticos y cosmopolitas europeos h a b ita ro n in icialm ente en n u es­
tra h isto ria y, por ello, expandieron e in tensificaro n el espacio de
tal am is ta d . E xam in and o las novelas escritas a fines de siglo, B a n ­
dy op ad h y a y señala:

«Dada la estanqueidad de nuestra e s tr u c tu r a social, la am istad


[e n tr e h o m b res, o p u esta al a m o r ro m á n tic o , h etero s e x u a l] es
la ú n ic a ab e rtu ra a través de la cual las rev olucion es externas

274
p u eden e n tra r en la familia bengalí. Sólo el ser a m ig o o co m ­
pañ ero de clase de alguien nos p e rm ite s u p e ra r las barreras de
[...] [el espacio de las m ujeres] de u n a familia diferente e inti­
m a r con ellas. C uanto m ás lim itad as son las posibilidades de
que los hom bres y las m ujeres se m ezclen librem ente, mayores
son la expansión y las posibilidades p ara la a m istad entre h o m ­
bres. Ésa es la razó n de que las novelas bengalíes presenten un
exceso de am istad [entre varones]; en la m ayo ría de los casos
la complejidad surge de las fuerzas en c o n trad as del afecto, el
sentido de co m odidad y, sin em b arg o, al m ism o tiem p o del in­
tenso espíritu de com petición que tal a m istad genera».79

Esto es cierto no sólo en lo que a tañ e al siglo xix. E n época tan


reciente co m o los año s sese n ta del p a s a d o siglo, la visión de u n a
m u jer participando en u n adela con varones en el Coffee House de
la calle College era tan ra ra que suscitaba este com en ta rio y el bos­
quejo que le sigue del artista com unista D ebabrata Mukhopadhyay:
«Las chicas estaban e m p ez an d o a venir al aelda al m ed iod ía [en el
Coffee House], Pero eran m uy pocas las que lo hacían. Fue en t o r ­
n o a aquella época cu a n d o cierto g ru p o de chicos estableció un
acida regular en torno a u n a chica particular. N osotros, que siem ­
pre h a b ía m o s sido addadharis sin c o m p a ñ í a fe m e n in a , tuvim os
algo de celos. N o m b ra m o s a la ch ica "la abeja reina". Un día, la
capturé en un bosquejo» (véase la figura n.° 3).80
La m odernidad bengalí, p or razo nes complejas, n u n c a llegó a
trascender la estructura de oposición entre el espacio doméstico y
el del aelda. Descontextualizando u na expresión de H en ri Leí'ebvre
y dándole un m ayo r sentido de ironía del que su a u t o r pretendió,
cabría decir que la m o dernida d literaria y los espacios que conlle­
va -la escuela, la universidad, el café, las librerías, las revistas, et­
c é te ra - ayudaron, en efecto, a expandir, a h o n d a r y m o d e rn iz a r el
espacio homosocial del adda, y h asta p e rm itiero n la participación
de mujeres en él. Pero su carác te r m asculino no desapareció, y a
m enudo dejó a los varones heterosexuales que ac o m e tía n una e m ­
presa literaria con un sentim ie n to -r e c o n o z c o aq uí mi d euda con
la expresión de L efebvre- de «soledad fálica».81 Lo «hum ano» en
cuyo n om bre Gokul Nag y Dinesh Das tuvieron sus su eñ os c o sm o­
politas apenas incluía a las m ujeres bengalíes.

275
níVstíl
Figura 3

El a d d a y la vida en la m odernidad capitalista

Así pues, el espacio m o d e rn o e h íb rid o del adda b eng a lí n o r e ­


suelve en a b s o lu to las tensiones p ro v o c a d a s p o r los d is c u rs o s de
la m o d e r n id a d y del capitalism o. El adda, te m á tic a m e n te , es u n
l u g a r en el q u e se re p resen ta n a lg u n o s de los d e b a te s clásico s e
interm in ables de la modernidad: disciplina frente a pereza, la reclu ­
sión de las m ujeres en la esfera d om éstica frente a su p articipación
en el á m b ito público, la separación de los d om inio s m asculino y fe­
m e n in o frente a u n a vida pública c o m p a r tid a p o r a m b o s grupos,
las clases o cio sas frente a las clases t r a b a ja d o r a s , la a p e r t u r a al
m u n d o frente a las responsabilidades de la vida d o m éstica, y otros
a s u n to s relacionados. Sin em bargo, co m o a firm a b a al principio de
este capítulo, la idea del adda evoca a h o r a en la e s c ritu ra bengalí
sentim ien to s d e duelo y nostalgia p o r la d esap arición de un m u n ­
do familiar.
Es posible que el m u n d o que se a ñ o r a hoy n u n c a fuese real. La
ubicación c u ltu ra l del adda quizá ten g a m ás q ue ver con u na h is ­
toria en que la institución llegó a sim bo lizar - d e form as p ro b le­
m áticas y d is p u ta d a s - u n m o do p a rtic u la r de vivir en la m o d e rn i­
dad, casi u n a zo n a de co m o d id a d e n el cap italism o . Pese a lodos
los alegatos hechos po r los adeptos al adda, sabem os que no funcio­
n a b a igual de bien p ara todos, que h a b ía aspectos de exclusión y
de dom inio en su propia estructura. A pesar de esos problem as, sin
e m b arg o , la i n s titu c ió n d e s e m p e ñ ó u n papel lo s u fic ie n te m e n te
i m p o rta n te e n la m o d e rn id a d ben g a lí p a r a s e r e tiq u e ta d a co m o
«bengalí». Y, segú n parece, los bengalíes c o n tin ú a n ad scrib ie n d o
al adda ciertas p ropiedades metafísicas: sobre la vida, la vitalidad,
la esencia y la juv entud . No p u ed e s e r insignificante, d espués de
todo, que el e p ig ra m a de este c a p ítu lo se d e b a a u n a mujer, Ma-
n ash i Das G upta. P ro feso ra u n iv ersitaria y p a r tic ip a n te activa en
m u ch o s addas literarios y políticos desde finales de los años c u a ­
re n ta hasta el presente, la doctora Das Gupta conoce bien los m o ­
dos en que los addas m asculinos tendían a dom inar, si no a excluir,
a las mujeres. Uno no esperaría que ella «romantizase» el adda. Sin
em bargo, los versos que cito de ella:

Y es u n a b uena señal el que todavía disfrute del adda,


pues el adda y la juventud son inseparables

form ab an p arte de un poem a que envió a su c a sa en 1957, descri­


biendo su vida en la Universidad de Cornell, en la que se d octoró.82
¿Por qué hasta una crítica cultural y feminista, que por lo dem ás es
plenam en te consciente de la n atura leza m ascu lin a del espacio del
adda, asocia este espacio con algo tan vitalista y metafísico co m o
la juventud, el signo de la vida? ¿Por qué la m en ció n del adda gene
ra tanto afecto en la m ayoría de los textos bengalíes sobre lo d is­
tintivo de su m odernidad?
La historia aquí esbozada trata de respon der a esa pregunta. S u ­
giero que lo que p erm anece e n terrad o en la actu a l nostalgia b e n ­
galí p or el adda es u n a cuestión no resuelta de su presente: ¿cóm o
sentirse a gu sto en un ca p ita lism o g lo b alizad o hoy e n día? U na
im agen id ealizada del adda a p u n t a a las insiste n te s p resion es de
esa pregun ta angustiosa.

277
8
Fam ilia, fraternidad y trabajo asalariado

R a b i n d r a n a t h Tagore no estab a solo al c o n s id e r a r a la figura


au s p icio sa del am a de casa, la grihalakshm i, m u c h o m ás m e re c e ­
d o ra de p o esía que el espacio de la oficina d o n d e la m a y o ría de
los v aro n es asalariados de la clase m ed ia bengalí p asa b a gran p a r ­
te de s u s días. La m o d ern id a d b e n g a lí ha c e le b ra d o el hogar, la
p rá ctica del adda, la producción de o b ra s de teatro, literatura, p e ­
lículas, y la movilización social; pero el trab a jo de oficina m o d e r ­
no y las exigencias de la disciplina laboral capitalista ap e nas h a n
evocado sentim ientos de afecto o a d m ira c ió n en los textos benga-
líes. E n 1874, siendo Tagore todavía u n adolescente, el intelectual
bengalí R ajnarayan Bose se queja: «Nosotros n u n c a po dem os t r a ­
bajar tan to como los ingleses. [...] El estilo inglés de esfuerzo no es
a d e c u a d o p ara esta tierra. La c o s tu m b re que los ac tuales g o b e r­
n an tes h a n introducido de trab ajar c o n tin u a m e n te desde las diez
hasta las cuatro no es en absoluto ap rop iada para este país. El c u e r­
po se ago ta pronto si uno realiza un gran esfuerzo cu a n d o el sol
todavía es fuerte ».1
Este desprecio de la disciplina del oficinista, sin em bargo , iba
de la m a n o en el siglo xix de un a efusión de sen tim ie n to s de a la ­
b a n z a del trabajo dom éstico (grihakarma o grihakarya) efectu ad o
p o r las mujeres. La grihalakshnii, el a m a de casa im ag in ad a según
el m od elo divino de Lakslimi, la d io sa del b ien esta r dom éstico, se
co n v irtió en otro objeto de este tic is m o n a c io n a lis ta . Un folleto
de 1877 sobre la educación de las m ujeres, p o r ejemplo, a firm a b a
q ue a u n q u e «la m u jer inculta no p u ed e ser h abilido sa en el griha­
karya [...] la m u jer que descuida el grih a ka w a p o r m o r de la e d u ­
cación en co n trará que sus conocim ientos son in útiles ».2De hecho,
el m ism o Rajnarayan Bose, que se quejaba de q ue el trabajo de los
h o m b re s en la oficina era dem asiado severo bajo el d om inio inglés,
la m e n t a b a tam b ién que las « m od ernas» a m a s de casa ben g a líe s

278
no tra b a ja s e n lo suficiente: «En estos tiem p o s, las m u je re s de las
fam ilias ac o m o d a d as son en te ra m e n te depe n d ie n tes de[l trabajo
de] sus sirvientes y so n reacias al grihakarya. Las m u je re s de a n ­
tes n o e ran así. [...] Las m ujeres cultas de n u e s tro país son ah ora
re n u e n te s a hacer trabajo físico o grihakarya».3
Los h isto riad o re s, con ra zó n , h a n ex p lica d o esta av ersión al
chakri (trabajo asalariado) y la sim u ltán ea glorificación del trab a­
jo d om éstico p ara las m ujeres en función del ca p italism o , del p a ­
triarcado, o de am bos. Al ex a m in a r los asp ecto s disciplinarios del
chakri, S u m it S arkar ha sugerido que la resistencia de la clase m e ­
dia bengalí a la disciplina capitalista era prov ocada p o r la n a tu r a ­
leza del propio capitalismo colonial. El d om in io colonial, sostiene,
no p e r m itió u n a tra n s ic ió n p a u s a d a a la p r o d u c c i ó n ca pitalista.
Y esto, a su parecer, dificultó la re p ro d u c c ió n en B e n g a la de la
experiencia (supuestamente) europea de los trabajad ores y em plea­
dos que interiorizaron, con el tiempo, la ética del trabajo necesaria
p ara el funcionam iento exitoso del capitalism o. Escribe Sarkar:

«Lo que hacía intolerable el chakri era su co n n o ta c ió n de nexo


m on etario impersonal y de autoridad, e n c a m a d a so bre todo en
la nueva y rigurosa disciplina laboral regulada p o r el tiempo de
reloj. El tiem po disciplinario sup uso u n a innovación p a rtic u ­
la rm e n te a b ru p ta e im puesta en la In d ia colonial. E u ro p a ex­
perim entó una transición m u ch o m ás lenta, po r fases, d u ra n te
uno s quinientos años. [...] El d om inio colonial red u jo la totali­
dad del proceso para la India a una o dos generaciones. [...] De
este modo, el chakri se convirtió en "cronotipo" [sic] de un tiem­
po y espacio alienados ».'4

Cargos similares co ntra el colonialism o suby acen a la explica­


ción de Tanika S a rk a r (y de otros estu d io so s) de la r a z ó n de que
los escrito res bengalíes se c e n tr a ra n en la d o m e s lic id a d y en las
elabo raciones sentim entales de las virtudes del a m a de casa en el
siglo xix .5El dom inio europeo sobre la vida pública y la sociedad
civil en Bengala, aduce Tanika Sarkar, dejó el «hogar» co m o el ún i­
co espacio (conceptual) en que los varones nacionalistas bengalíes
p o d ían a c tu a r con cierto sentido de a u to n o m ía y s o b e r a n ía sobre
las m u jeres y otros g rup os sociales s u b o rd in a d o s a ellos: «El h o ­
gar hind ú sería la ú nica esfera en que se p o d ía n e f e c tu a r m ejoras
a través de n u estra pro p ia iniciativa, en q u e p o d ía n p ro d u c irse

279
cam bios, do n d e la educación provocaba resultado s concretos, m a ­
n ip u la b a s , deseados. La casa, pues, h u b o de su stitu ir al m u n d o ex­
te rio r y a to d o el trabajo y las relaciones qu e se e n c u e n tr a n en el
m ism o, lejos de la com prensión y el con trol de u n o m i s m o ».6
E sto s estud iosos subrayan con ac ierto el contexto colonial de
la m o d e r n i d a d bengalí. Es incu estio n ab le que, c o m o e n m u ch as
otras situacion es coloniales, los varones bengalíes ex p erim entaron
prejuicios y hum illaciones raciales a m a n o s de los e u ro p eo s a m e ­
dida q u e el d o m in io colonial se afianzaba. R esulta com prensible,
p o r c o n sig u ien te, que, com o han su g e rid o con p e rs p ic a c ia tanto
P arth a C haterjee como Tanika Sarkar, la idea del h o g a r adquiriese
u na significación especial, co m p en sa to ria, en la m o d e rn id a d que
los nac io n a listas bengalíes ex p e rim en taro n en el co ntexto del d o ­
m inio colonial eu ro peo .7
Q uizá n o sería controvertido, po r tanto, afirm a r q u e la m o d e r­
n idad bengalí no fue clásicamente b u rg uesa. La m o d e rn id a d b e n ­
galí n u n c a desarrolló nada parecido a u n a ética p ro te s ta n te com o
un v alor am pliam en te practicado. T am bién es verdad que, d u r a n ­
te m u c h o tiem po, la idealización ro m á n t i c a de la fam ilia extensa
a p e n a s dejó espacio para el desarro llo de u n len gu aje del indivi­
d u a lism o a la europea, fue ran cuales fu e sen las p rá c tic a s efecti­
vas de la vida diaria. El dom inio colonial trajo consigo m u ch o s de
los deseos e instituciones de la m odernid ad burguesa eu ro p ea pero,
al parecer, sin el relato familiar de la E u ro p a bu rgu esa (véase el c a ­
pítulo 4). No hay acuerdo, sin em bargo, en torno a la razón p or la
cual la m o d ern id a d bengalí supuso un o rd e n ca pitalista sin hege­
m o n ía alguna del pensam iento burgués.
La explicación de S um it S arkar de la re n u e n c ia h istó ric a b e n ­
galí al trabajo asalariado to m a c la ram en te co m o no rm ativ o s c ie r­
tos re la to s recibidos so b re la h isto ria de la in d u s tria liz a c ió n en
Europa. Cabe señalar, asimismo, un a objeción al a rg u m e n to de que
las dificultades bengalíes frente al espacio de la oficina y el «tiem ­
po disciplinario» se originaban en la n atu ra leza del capitalism o c o ­
lonial. Si bien el argum ento de S a rk a r nos lleva a e s p e r a r lo c o n ­
trario, los m á s perspicaces críticos ben g a líe s de la «disciplina» y
el tra b a jo de oficina eran p ro p e n s o s al tra b a jo in t e n s o y a la d i s ­
c ip lin a en su vida personal. R a b i n d r a n a t h Tagore y R a jn a r a y a n
Bose, los cuales se m ofaron de la in stitu c ió n de la oficina, o Bud-
d h a d e v Bose, que escribió en ala b a n z a del adda, no m o s t r a r o n en
su vida perso nal la resistencia a la d iscip lin a que s u p u e s t a m e n t e

280
era sínto m a d e u na ec o n o m ía política colonial. El ritm o de tra n s i­
ción al capitalismo en la colonia no parece haber provocado en ellos
ninguna aversión hacia «el trabajo». Sin embargo, tod os ellos coin ­
cidieron en q u e el tra b a jo de oficina a n u la b a el e s p íritu y era d e ­
sagradable.
Los a rg u m e n to s q u e explican el c a rá c te r p a tria rc a l del n a c io ­
n alism o b en g a lí h in d ú suelen s u b r a y a r la faceta «reactiva» de tal
discurso. Los nacionalistas bengalíes, se dice, tuvieron que crear el
«hogar» co m o espacio de a u to n o m ía p o rque los e u ro p eo s no les
brindaron u n ám bito sem ejante en la vida pública. El elogio de la
griha (casa) y la grihalakshm i parece h ab e r tenido u n a función c o m ­
pensatoria p ara los nacionalistas. La «m asculinidad colonial», para
em plear la a d e c u a d a expresió n de M rinalini S in h a , p a rece h a b e r
im pulsado a los varones bengalíes a extasiarse a n te las virtudes de
la grihalakshm i .8
Esta explicación es agu da pero, en mi opinión, p resenta u n a d e­
ficiencia im po rtan te. Al tra ta r de d a r c u e n ta de la re tó ric a y la es­
tética del relato fa m iliar n a c io n a lista bengalí a p o y á n d o s e en sus
funciones «curativas» p ara los varones colonizados y co m o u n tipo
de falsa conciencia en boca de las m ujeres, reduce, en efecto, lo es­
tético a sus funciones ideológicas. Los debates nacionalistas sob re
griha y grihalakshm i p a re c e n de este m od o m ero s ard id e s ideoló­
gicos, h e rra m ie n ta s en la política d e las re laciones de género en
la Bengala colonial. R esulta, desde luego, im p o sib le n e g a r la n a ­
turaleza patriarcal del pensam iento bengalí sobre el h o g a r y el a m a
de casa en este período, tem a al q u e regresaré m ás adelante. Pero
reducir ciertas categorías populares de la estética nacionalista ex­
clusivamente a sus funciones ideológicas su p o n d ría obviar las his­
torias de deseos en c o n tra d o s contenidas en ellas, incluso si c o n s i­
derásem os algunos de esos deseos re acc io n a rio s se g ú n n u e s tra s
norm as actuales. La im aginación y el deseo siem pre son algo m ás
que racionalizaciones de los intereses y del poder.
Así pues, si en la estética nacionalista bengalí del siglo xix y de
principios del xx el a m a de casa se declaró bella, y el espacio de la
oficina, desagradable, p od ría re su ltar fructífero b u s c a r en tal es té ­
tica indicios relativos a la form a de vida gen eral (in clu y e n d o las
visiones de lo político) que esa figuración preten día sostener. Q uie­
ro pro pon er u n a explicación sup lem en taria - m á s allá de las te o ­
rías funcionales prevalecientes- de p o r qué las figuras gem elas de
la grihalakshm i y el griha (hogar) se v alo ra ro n m á s q u e la s o c ie ­

281
d a d civil en la ra m a p artic u la r de la m o d e r n id a d bengalí que es­
ta m o s examirtando. No niego que estos té rm in o s perteneciesen al
c a m b ia n te léxico del nuevo p atria rcad o y las relaciones de gén e­
ro q ue se desarrollaron en Bengala bajo do m in io británico. Mi o b ­
jetivo es a b r ir ca m in o p ara la p ro p o sició n de q u e la m o d e rn id a d
bengalí p u d o h a b e r im aginado m u n d o s de la vida que n u n c a p re ­
te n d iero n repetir ni la política ni los ideales d om éstico s del p e n ­
s am iento europeo moderno. Este problem a atañe al núcleo del p ro ­
yecto de este libro. Si el sujeto bengalí m o d e rn o no fue burgués de
m a n e r a clásica, no debemos concebir tal h ec h o com o u n a c a re n ­
cia, p o r m ás que, en justicia, necesitem os criticar esa m odernidad.
La crítica ha de partir de otras premisas. C o m p ren d er la valoración
bengalí del h o g a r y de la grihalalcshmi co m o p a rte de u n a historia
p a r t i c u l a r de m o d e rn id a d y p a tr ia r c a d o co nllev a u n a in v estig a­
ción de las posibles concepciones de la vida q u e a n im a r o n la cre a ­
tividad de ese fenóm eno histórico, que a h o r a p arece h a b e r segu i­
do su curso.
Los escritores nacionalistas bengalíes e h in d ú e s de fines del si­
glo xix, de m o d o m uy sim ilar a los n a c io n a lis ta s de todas p a rte s
en aquel periodo, im aginaron la c o m u n i d a d p o lítica de la nac ió n
co m o u n a fraternidad, una h e r m a n d a d de v aron es y, en ese senti­
do, co m o u n a estructura del p atriarcado m od ern o. Pero lo im p o r­
tante es que se trataba de una concepción de la fraternid ad signifi­
ca tivam en te diferente de la h e rm a n d a d so bre la que, p o r ejemplo,
escribió Jo hn Locke en Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690), un
texto hace tiem po identificado com o n u clea r en la historia del in ­
dividuo m o d e rn o burgués, «posesivo» y p atria rc a l en O ccid ente.’'
La fraternidad, en el esquem a lockeano, se b a sa b a en el s u rg i­
m ien to de la propiedad privada y en la m u e rte política de la a u t o ­
rid a d p are n ta l/p a te rn a l. La h isto ria c o n c e p tu a l del p a t r i a r c a d o
m o d e rn o en el nacionalism o bengalí difiere en estos p u n to s c e n ­
trales. Aunque la propiedad privada e ra u n a condición que posibi­
litaba la nueva fraternidad im aginada en el nacionalism o bengalí,
n u n c a se estip u ló como requisito en el m is m o qu e la a u to rid a d
política del padre hubiese de ser d e s u n i d a p ara que el pacto entre
h e r m a n o s p u d ie ra efectuarse. La fr a te rn id a d en el tra ta d o de L o­
cke se cim e n ta b a en el m ism o p rincip io/m ito q ue subyace a la s o ­
ciedad civil, el m ito del contrato. E n el nacionalism o bengalí la her­
m a n d a d se concebía como un a solidaridad fraternal natu ral en vez
de contractual. Los presupuestos burgueses eu ro peo s relativos a la

282
subjetividad a u tó n o m a b a sa d a en el interés p erson al, el co n tra to
y la p ro p ie d a d privada se su b o rd in a ro n en B engala a esta idea de
la fra te rn id a d «natural». El deseo (m a s c u lin o ) bengalí de u n p a ­
tria rc a d o m o d e rn o , de este m od o, se b a s a b a en u n re c h a z o del
m odelo del «individuo posesivo» del p e n s a m ie n to de Locke .10Así
pues, la h is to ria d e este n a c io n a lis m o nos p e r m i t e a n a liz a r u n a
m o d e rn id a d colonial que estaba ín tim a m e n te ligada a la m o d e r­
n id a d eu ro p ea, p ero que no re p ro d u c ía el «individuo» a u tó n o m o
del p e n sa m ie n to político eu ro peo co m o figura de su propio deseo.
Ello suscita algun as preguntas fun da m e ntales relativas al m od o de
concebir el lugar del liberalismo en esa m o d ern id a d . R egresaré so­
bre esta cuestión al final de este capítulo y en la conclusión del p re­
sente libro. Pero pensar en esa m odernid ad co m o incom pletam en­
te b u rg u e sa o co m o un m ero m o vim iento c o m p e n s a to rio frente al
d om inio colonial, o rechazarla c o m o sim ple e s tra ta g em a ideológi­
ca para ocu ltar los hechos flagrantes de la explotación, la opresión
y las crueldades en la sociedad bengalí, re d u c e de a n te m a n o el es­
pacio p ara el análisis histórico.
Debo aclarar, no obstante, que no defiend o lo que en estas p á ­
ginas tra to de com prend er. B u e n a p a rte del c o n s tru c to n a c io n a ­
lista aquí exam in a d o ya no tiene razón de ser. B uena parte, com o
p ro c u ra ré d em o strar, se reveló inviable casi en cu a n to se esbozó.
Pero sí consiguió elaborar u n a serie de p rácticas vitales en to m o a
sus co nceptos centrales y siguió hacién dolo hasta bien en tra d o el
siglo xx. Si la crítica co n te m p o rá n e a hu n d e, con razón, el últim o
clavo en el ataú d del im aginario que subyace a la m o d ern id a d lite­
raria bengalí, no tiene por qué negar, com o consecuencia, las p rá c­
ticas vitales que tal m odernidad hizo histó ricam en te posibles en
un tiempo.

Antepasados, dioses y la esfera de la sociedad civil

Para escribir u n a historia de la negativa bengalí a valorar la so­


ciedad civil traída p o r el dom inio colonial euro peo , d ebo em p e z a r
d a n d o c u e n ta de algunas de las e stra te g ias q u e los v a ro n e s ben-
galíes d e sp leg a ro n en su trato con el d o m in io britán ico , tiem p o
antes del surgim iento del nacionalism o m o dern o. Los hindú es pre-
nacionalistas de casta superior que tra b a ja b a n con y p a r a los b ri­
tánicos a p rincipios del siglo xix p o s e ía n u n p ra g m a tis m o n e ta ­

283
m e n te d e s a rro lla d o q ue los a y u d a b a a a c o m o d a r algu nos de los
c a m b io s im p o rta n te s del estilo de vida que el G o b iern o b ritán ico
c o m p o rta b a. Lo que moldeaba tal p ragm atism o e ran las cuestiones
de la v ida cotidiana, en p articu lar las relativas a los interc am bios
rituales q ue los hom bres de la casta superior d eb ían efectuar diaria­
m en te ta n to con los dioses com o con los a n te p a s a d o s varones de
los linajes concretos a los que pertenecían. Tal p ra g m a tis m o es p a ­
tente, p o r ejemplo, en el libro de B h a b a n ic h a ra n B andyopadhyay
Kalikata kanm lalaya (literalmente, Calcuta, la m o r a d a de K am ala
[L akshm i]), p ublicad o en 1823. B h a b a n ic h a ra n , u n b ra h m á n que
dirigía la conocida revista de noticias bengalí Sam achar chandrika,
era u n intelectual p rom inen te en la incipiente «esfera pública» de
C alcuta e n ese periodo.
K alikata kam alalaya (en adelante KK) se p re s e n ta en form a de
diálogo e n tre u n «habitan te de la ciudad», u n b r a h m á n que vive
y tra b a ja en Calcuta, y un «forastero» recién llegado del cam po, el
cual se en fre n ta a la ciudad con cierto grado de an s ie d a d e inquie­
tud. «He oído que en Calcuta un gran n ú m e ro de p ersonas ha a b a n ­
d o n a d o los códigos rectos de conducta», dice el forastero en KK.
¿Es verdad, pregunta, que com en d em asia d o te m p ra n o , «se pasan
to d o el d ía trabajan do» , regresan ta rd e a c a sa y se re tira n in m e ­
d i a t a m e n t e después de la ce n a ? " La lista de q u ejas es larga. Dice
h a b e r oído que los hom bres de casta su p erio r en Calcuta han a b a n ­
d o n a d o tod as las reglas apropiadas p a ra su casta:

«[Ellos] ya no observan las ce rem onias del ciclo vital [...] han
a b a n d o n a d o el rito diario de las sa n d h ya b a n d a n a [plegarias
v espertinas] y otras acciones similares. [...] N o p a ra n m ientes
en c ó m o visten o com en y ú n ic a m e n te se co m p la c e n a sí m is ­
m os. [...] H an dejado de leer las e s c ritu r a s y sólo a p re n d e n
persa e inglés. No saben leer ni escribir en bengalí y no conside­
ra n los textos sagrados escritos en bengalí m ere cedores de su
a ten ció n. [...] A la m uerte de sus p adres p a rtic ip a n en las ce­
re m o n ia s funerarias sólo p o r poderes p u esto q u e las e n c u e n ­
tra n repulsivas. [...] El pelo sin c o r ta r es el ú n ico signo de d u e ­
lo q u e llevan, y algunos h asta llegan al e x tre m o de afeitarse la
b a r b a con el pretexto de tener que ir a la oficina. [...] Han a b a n ­
d o n a d o el d hoti y han em p ez ad o a llevar tú n ica, p a n talo n e s y
b o t a s de c u e ro negro [...] co n c o rd o n e s . Le d a r í a n em p le o a
c u a lq u ie r desconocido que llegase y a s e g u ra s e s e r un c o c in e­

284
ro b ra h m á n . [...] Su leng uaje es u n a m ezc la de su p ro p ia le n ­
g ua con la de razas extranjeras. [...] P ued e que no hayan leído
las shastras [escrituras] en sánscrito, ¿por qué si no h ab ría n de
q u e re r u s a r u n a lengua yavanik [m u su lm an a/ex tra n jera] c u a n ­
do su propio lenguaje serviría igual de b ie n ?».12

Estos cargos presentados co n tra las clases m edias en ciernes de


C alcuta re s u ltan obvios. P e rm íta s e m e , sin em b argo, s u b ra y a r los
que im p o rta n p ara n u estro análisis: el trab a jo asa la ria d o que exi­
ge largas horas fijas; la im p u re z a del lenguaje, la c o m id a y la ves­
tim enta; y el olvido de las o bservancias rituales diarias relativas a
los espíritus ancestrales y las divinidades hindúes. El h a b itan te de
la c iu d a d de K K replica, en p r i m e r lugar, a d m itie n d o la validez
de las acu saciones. «Lo qu e h a s oíd o es cierto», dice, y añade:
«pero u n h in d ú que se c o m p o rta así sólo es h in d ú en apariencia.»
Explica que, pese a la nueva estruc turación del día d e m a n d a d a p o r
la sociedad civil colonial, el verdad ero h in d ú se afana p o r m a n te ­
ner la frontera simbólica fu nd a m e n tal entre las tres esferas de p a r­
ticipación y ac ció n (karm a) que d efin e n la vida. Las tres esferas
son: daivakarm a (las acciones relacio nad as con el reino de los dio ­
ses), p itñ k a n n a (la acción relativa a los propios ancestros varones)
y vish a yka n n a (acciones e m p re n d id as persiguiendo intereses m u n ­
d ano s tales com o la riqueza, los m edios de vida, la fa m a y el p o d er
secular). Los m iem bros loables del vishayi bhadrolok (las personas
respetables con intereses m undanos), afirm a el h abitante de la c iu ­
dad, son capaces de s e p a ra r su p artic ip a ció n en vish a yka n n a de
las o tras dos esferas de las transacciones cotidianas:

«Las personas con o cup aciones im p o rta n te s tales com o dewa-


n i [a d m in istrad o r financiero] o m u ta su d d i [agente com ercial]
m a d ru g a n y se reú nen con [...] diferentes tipos de personas tras
co m p letar sus abluciones m atu tinas. [...] Después se frotan el
cuerp o con aceite. [...] Antes de comer, efectúan diferentes ri­
tuales de puja [culto] incluyendo el sacrificio liorna, valivaishya,
etcétera. No se q u e d a n e n 'e l trabajo m ás de lo necesario.
[...] Al volver a casa, se ponen ro p a limpia, se lavan y tocan agua
del Ganges p ara purificarse. [...] Las p erso n as de clase m e d ia
qu e no son ricas [...] siguen el m is m o p atró n , c o n la d ife re n ­
cia de que trab a jan m ás, tienen m e n o s p a r a o b ra s de caridad,
y p u ed e n p erm itirse ac o g er a u n n ú m e r o m e n o r d e visitantes

285
[im po rtu nos]. Los bhadralok más indigentes ta m b ié n viven se­
g ú n las m is m a s ideas. P ero han de t r a b a j a r m á s to d av ía y tie­
nen a ú n m en o s para c o m er o p ara d a r ».13

De p a rtic u la r interés resulta la m a n e r a en que el c iu d a d a n o se


en fren ta a la cuestión de los efectos c o n ta m in a n te s del uso de len­
guas extranjeras. Es verdad, concede: m u c h a s p ala b ra s extranje­
ras tienen equivalentes en bengalí o s á n sc rito y las clases medias
de Calcuta hacen mal, en efecto, en no utilizarlas. Pero «¿qué debe­
m os hacer», pregunta, «cuando se trata de palab ras q u e no tienen
trad u c ció n al bengalí o al sánscrito?». KK, de hecho, co n tien e u na
lista de ese género de térm inos inevitables. De ellos, los siguientes
e s tá n en inglés: «sobreseim iento, c itac ió n , D erech o c o n s u e tu d i ­
nario, co m pañ ía, tribunal, embargo, doble, sentencia, desestimar,
p en d ien te de pago, prima, recaudador, ca p itá n , juez, apercibir, o r­
den judicial, agente, erario, facturas, cirujano [¿sargento?], descuen­
t o ».14E stas palab ras sugieren una creciente p resen cia del derecho
b r itá n ic o en las vidas bengalíes, así c o m o u n a in c ip ie n te so cie­
d a d civil d e n tro de la cual las clases m e d ia s te n ía n q u e e n c o n tr a r
sus m edios de vida. Todos los térm inos citado s p erte n e c e n a la es­
fera en que h a y que ganarse la vida, el á m b ito de vishaykarm a. Ca­
bría a f ir m a r q u e el propio dom inio b ritán ico , c o m o to d o go bier­
no, p ertenecía a esa esfera, y el objetivo del h a b ita n te de la ciudad
era im p e d ir que esas p alab ras c o n ta m in a s e n los á m b ito s , ritu a l­
m e n te m ás p uro s, en que u n o se r e la c io n a con los d io ses y los
an tep a sad o s (daivakam ia y pitrikarina). El uso de agu a del G a n ­
ges, de ro p a y de otros objetos para m a r c a r las fron te ras e n tre los
d o m in io s p arece h a b e r sido u na p rá c tic a c o m ú n e n tr e las castas
su p erio res de C alcuta en la prim era m ita d del siglo xix. U na d e s ­
cripción de la ciudad en los días de R a m m o h u n Roy (1784-1833)
afirm aba:

«Los b ra h m a n e s vishayi de Calcuta llevaban a c a b o su vishay-


karina bajo el G obierno b ritán ico p e ro p u s ie ro n especial c u i ­
d ado en pro teger el d om inio y prestigio de los b r a h m a n e s a los
ojos de su propia gente. Se lavaban to das las tardes al regresar
a casa, lib rán dose así de los m alos efectos (dosha) provocados
p o r el co n tac to con los mlechha [los intocables, los británicos].
D e sp ué s c o m p le ta b a n su sandhya [o r a c io n e s v e s p e rtin a s ] y
otros [rituales de] puja [culto] y c o m ía n en la p a r te o ctava del

286
día. Los que en c o n trab an esta ru tin a dem asiado difícil se acos­
tu m b raro n a c om pletar sus oraciones vespertinas, hom a, y otros
pujas p o r la m a ñ a n a antes de irse al tra b a jo ».15

¿Dónde enc ajaría n el estado, la esfera pública y la sociedad ci­


vil - o incluso aquello que después se consid eraría la o b ra política
del n a c io n a lis m o - en éste «arte de vivir» que B h a b a n ic h a ra n y sus
coetáneos idearon p ara enfrentarse a las d e m a n d a s de u n a socie­
d ad cívico-política m o d e rn a pero colonial? E n p r i m e r lugar, hay
que señalar q u e el yo m un d an o , vishayi, del con stru c to de B h a b a ­
nich aran no p uede s e r u n yo nacionalista, pues desde el principio
ha ren unciado a la capacidad de d om inio en el m u n d o m aterial sin
desistir del deseo de ten er éxito m aterial en el m ism o. Frente al d o ­
m in io britán ico , el a u t o r de K K sólo p u ed e p r o p o n e r su falta de
p o d e r y la fu erza de las c irc u n sta n cias. El rey h a de m a n te n e r el
dharma, y e ra d eb er del b r a h m á n aux iliar al rey en esa tarea, así
que aquél h a de aprend er las costum bres del rey extranjero: ésta era
la arg um entació n en K K acerca de la ed ucación b ritá n ic a p ara los
indios. «No veo dosha [malos efectos] derivados de a p r e n d e r la len­
gua de los g o b e rn a n te s de la tierra, pues de o tra fo r m a los a s u n ­
tos de E s ta d o (rajkarm a) se ría n im p osib les de a t e n d e r .»16Su d e ­
fensa del u so de p a la b ra s inglesas p o r parte de los bengalíes era
m uy sim ilar: «Los g o b e r n a n te s de todas las razas (jati) po nen en
circulación p a la b ra s o e x p resio n es p e r te n e c ie n te s a su pro p ia
lengua. ¿Qué se p u e d e h a c e r sin o a d o p ta rla s , esp e c id lm e n te en
cuestiones relativas a la a d m in is tra c ió n de la ju s tic ia real (rajbi-
char)?».'1 O m arc a su p ra g m a tis m o así com o la declaración, lige­
ram ente patética, de indefensión al m an eja r p a la b ra s inglesas que
carecían de traducción al bengalí o al sánscrito pero que, sin e m ­
bargo, resultaban inevitables en la búsqueda del bienestar material.
KK razona: .«A una p ersona le sobreviene dosha si utiliza esas p a ­
labras [inglesas, árab es y persas] al realizar daivakarm a y pitri-
kartna. Pero ¿qué mal hay en em plearlas al efectuar vishaykanna o
incluso en un contexto jovial o en u na conversación desenfadada ?».18
KK no c o m p arte el sub sigu ien te aprem io n a c io n a lista p o r tra ­
ducir a las lenguas de la India los térm inos ingleses relativos al ré­
gimen político m oderno, al gobierno institucional y a la tecnolo­
gía. Esa inconfundible expresión del deseo nacionalista y cívico de
apropiarse de los in s tru m e n to s del gobierno m o d e rn o está au s e n ­
te de este texto. E n vez de ello, K K m a rg in a al E s ta d o (y, p o r ta n ­

287
to, a la nación) haciéndolos inferiores a los aspectos, ritu alm en te
m á s p u ro s, de los deberes del cabeza d e fam ilia (varón ) p a r a con
los dioses y antepasados. El estado y la sociedad civil se ven aquí
co m o u n a contingencia y una restricción externa, u n a de las m u ­
chas que hay que afro ntar en el ám b ito de vishaykarm a. Otro texto
acerca de la co nd ucta moral del cabeza de familia h in d ú lo expre­
sa así: «Cabe involucrarse en un k a n n a im pro pio si resu lta ese n ­
cial p a r a el m antenim ien to de la p ro p ia fam ilia ».19
P o r otro lado, no hay en KK n ad a q ue sugiera u n a inclinación
h a c ia la idea de que el tiem po del h o g a r d e b a s e g u ir la estela del
tie m p o de la sociedad cívico-política. Los te m a s de la disciplina,
la ru tin a , la p u n tu a lid a d -to d o s esos a s p e c to s p a r ti c u la r e s de la
p erson alid a d h u m a n a que los tem as del «progreso» y la «civiliza­
ción» hicieron a la vez deseables y necesarios, y que caracterizan lo
que los nacionalistas posteriores esc ribieron sobre la vida d o m é s ­
tic a - están ausentes de KK. En cambio, hay un acento sobre lo c o n ­
tra rio . E n el m u n d o descrito en KK, el c a b e z a de fam ilia n u n c a
p a s a b a m ás tiem po en la oficina del e s tric ta m e n te necesario, y se
c o n c e n tra b a en aten d e r las necesidades de dioses y an tep asados.
El yo, en su form a más elevada, se co n c eb ía co m o p a rte del lin a­
je m asculino, kula, y estaba, p o r tan to, m á s ligado a u n a p ráctica
m ítico-relig io sa del tiem p o que a la te m p o r a lid a d de la h is to ria
secular. La sociedad civil aquí era u n a fo rm a de c o a cció n , de p r i ­
vación de libertad, una in terrupción forzada de q u e h a c e re s m ás
im p o rta n te s y elevados.
El n a c io n a lis m o h a b ría sido u n a a n o m a lía en el m a r c o q u e
B h a b a n i c h a r a n elaboró en KK. El p r a g m a t is m o p u r o d e n tro del
cual el h a b itan te de la ciudad de K K e n m a r c a b a su p artic ip a ció n
en la sociedad civil y política no p od ía p ro p o r c io n a r u n o s c im ie n ­
tos sólidos p a ra la im plicación n a c io n a lis ta en esas esferas. Pues
la p olítica nacionalista su p o n ía p a r ti c ip a r en la vida p ú blica, in ­
volucrarse en lo’s instrum entos del p o d e r m u n d a n o , in terv e n ir en
la institución de la sociedad civil. Y, sin em b arg o, no e ra en sí v is­
haykarm a ni claiva ni pitrikarm a. El n a c io n a lism o conllevaba u n a
im p lic a c ió n en el m u n d o in c o n fu n d ib le y s e c u la r p e r o te n ía q u e
e s ta r p o r e n c im a de la b ú sq u e d a del in teré s p ro p io p u r o y e s tre ­
cho. E n realidad, el m arc o de K K n o explicaría s iq u ie ra la p a r ti ­
cip ac ió n del p ropio B h a b a n ic h a r a n e n u n a a s o c ia c ió n v o l u n t a ­
ria co m o G auradeshiya Sam aj, q ue fue ex plícitam en te estab le cid a
p a r a im ita r las «sociedades» e u ro p eas, seguía reglas e u r o p e a s s o ­

2 88
b re re u n io n e s p ú b lic a s y se d e d ic a b a al e u r o p e o te m a de la «m e­
jo r a social ».20

El nacionalism o y la cuestión de la dom esticidad

El m arco intelectual de K K n u n c a fue c o m p le ta m e n te despla­


zad o de las prácticas m ascu linas de la casta s u p e r io r bengalí. N a­
cido en u na familia bengalí de casta s u p e r io r y de clase m e d ia en
la Ind ia independiente, yo crecí rodeado de rituales, p rácticas y ac­
titud e s que, e n retrospectiva, se as e m e ja n m u c h o a los del h a b i­
ta n te de la c iu d a d de KK. Los ensayos del e s c rito r d ec im o n ó n ico
B hu dev M u k h o p ad h y a y sobre rituales hindúes, Achar prabandha,
co n tien e n u n a línea de arg u m e n ta c ió n que r e c u e r d a la de KK. La
crítica de B hu dev de lo que el d o m in io b ritá n ic o significaba p ara
los rituales diarios y del ciclo vital de los h in d ú e s de c a s ta s u p e ­
rio r tam b ién fu ncio na com o u n a c e n su ra vigorosa de la pro p ia so­
ciedad cívico-política, del capitalism o y de los regím enes b u rg u e ­
ses del trab a jo m o d e rn o y el tiem po histórico. B hudev los ag ru pa
a todos com o a tantas otras restricciones extern as e históricas im ­
p u estas so b re u n ritm o m ás p e r m a n e n te y p ro f u n d o de la vida,
asu m id o en los ciclos hindúes de nityachar (rituales cotidianos) y
naim ittika ch a r (ritos de pasaje). Así, p o r ejem plo, e n c a ra b a B h u ­
dev el p ro blem a del «trabajo asalariado» que o c u p a b a to d o el día:

«La p rim era parte de la p arte tercera del día, esto es, desde las
9 hasta las 10:30 [A.M.] es el tiem po [asignado en las escritu­
ras] para el trabajo relativo a ganarse el sustento. ¡Cuán diferen­
tes son a h o ra nuestras circun stan cias de las de nu estro s a n te ­
pasados! El trab a jo de u n a h o r a y m ed ia b a s ta b a p a r a g a n a r
dinero. Hoy en día ni siq uiera v ein tic u a tro horas p a re c e n s u ­
ficientes. [...] Estos días las personas con sueldo (chakuria) son
obligadas a c o m e r [el alm uerzo] entre las 9 y las 10:30 para p o ­
d e r e s ta r en el trab a jo a tiem po. M u c h a s de ellas, p o r c o n s i­
guiente, han de c o m p letar sus plegarias v esp ertin as y n o c tu r­
nas en la pro p ia m a ñ a n a ».21

Escritas u n o s sesen ta año s desp u é s de KK, estas p a la b r a s re ­


con ocen la p o d e r o s a e inexorable p re sen cia del nuevo o rd e n del
trabajo y de la sociedad civil, y su ca p a c id a d de tra s to c a r violen­

289
t a m e n te la distribución del tiempo relativa al dharm a p ara el c a ­
b eza d e familia de casta superior. B hud ev acep ta la sociedad civil
pero n o la sitúa entre los ám bitos su periores de la vida. Había q ue
do bleg arse ante su coacción pero no dejarla e n t r a r en el alm a de
uno. N o existe m ejo r ejem plo de este te m a en la h is to ria de los
bhadralok q u e las en se ñ an za s del s a n to h in d ú d e c im o n ó n ic o Ra-
m a k ris h n a , quien denig ró con in siste n cia el ré g im e n del trab a jo
asa la ria d o com o un m u n d o conflictivo y c o rru p to r .22
S in em bargo, el nacionalism o ca m b ió este m a rc o de c o m p re n ­
sión. Los escritores nacionalistas, in clu so c u a n d o c ritic a b a n las
exigencias de la sociedad civil, escribían den tro de u n m arco g en e­
ral q u e abraza b a la idea m o d ern a de «mejora», ta n to de la nac ió n
c o m o de sus m ie m b ro s .23Es decir, as im is m o , lo q u e to r n a b a m o ­
d e r n o al «nacionalism o», pues no p o d ía existir sin p o n e r en j u e ­
go a l g u n a v aria n te de la oposición « p ú blico/privad o» , p o r c o m ­
pleto au sen te en KK. Ello se hace evidente en la esc ritura so b re la
« d o m esticidad» y la ed u c ació n de las m u je re s q u e se p r o d u jo en
B engala e n j a segunda m itad del siglo xlx . El «hogar» surgió en e s­
tas o b r a s co m o espacio p ara la re fo rm a, d o n d e u n a m a d re e d u ­
c a d a y refo rm ada había de p re p a ra r al n iño indio bengalí p a ra ser
el sujeto apropiado del nacionalism o. E n este sentido, este nuevo
esp a cio dom éstico estaba, por definición, o rie n ta d o a u n á m b ito
«público». Pues a u n q u e los europeos d o m in a s e n el escenario del
tra b a jo asalariado, la actividad n acio nalista c o n stitu iría u na s u e r ­
te d e «ruedo público» p ara los n a c io n a lis ta s . El p ro p io «hogar»
era, en este sentido, un ruedo pú blico de acción. C om o un e s c ri­
to r s o b re «los d eberes de la m u jer» a f ir m ó en el siglo xix: «No
p u e d e h a b e r m ejora en el estado o la n ación si no hay m ejora p ri­
m e ro en las esferas dom éstica y política. La o b e d ie n c ia es el a s ­
p e c to fu n d a m e n ta l de la vida t a n to en la p o lític a c o m o en la fa­
m ilia; en é§ta, el p ad re y m arido es el am o . El g ra d o en qu e u na
s o c ie d a d obedezca las n o rm as d e p e n d e de [p r á c tic a s en] niveles
m á s fu n d a m e n tales ».24
Los fetiches Victorianos de la disciplina, la ru t i n a y el o rd e n se
convirtierqn en algunos de los elem e n to s m á s privilegiados y de
seados en la im aginación bengalí sobre las disposiciones dom ésti
cas y personales. Ésta es otra razón p o r la que, pese al p a rece r con
tr a r io de S u m it Sarkar, un a critica de la d is c ip lin a lab oral de 1;
oficin a no constituía n ec esaria m e n te u n a critica d e la idea de dis
cip lina en sí. H a sta el en tu siasm o de B hu dev p o r los rituales de 1;

290
dom esticidad, sobre cuya base critica las exigencias d e la sociedad
civil, deriva de un deseo nacionalista de sujetos disciplinados. Con
su uso de las palabras inglesas «drill» [m étod o] y «discipline» [dis­
ciplina], tra ta b a de explicar cóm o la práctica de los rituales diarios
de la casta su p erio r hin dú podría a u m e n ta r «la p ro p ia vitalidad y
c a p acid ad de tra b a jo »,23El ord en in te rn o del « hogar europeo» se
alab a b a en los escritos nacionalistas y se veía co m o la clave de la
p ro s p e rid a d y del p o d e r político e u r o p e o s .26El p r o p io ord en se
vinculaba con las nociones de salud, lim pieza e higiene. Como es­
cribió A n u k ü lc h a n d ra Datta, a u to r de u n texto t e m p r a n o sobre
«ciencia doméstica»: «Unos niños bien ed uc ad o s son el orgullo de
u n país. [...] Con u n a m a la ed u c ació n y u n a m o ral c o r r u p ta sólo
traen vergüenza a la familia y [...] la n a c ió n ».27Se lla m a b a ahora
al a m a de casa a a d m in istra r un régim en que regulase los hábitos
de alim entación, los juegos, el trabajo y los m odales d e los n iñ o s .28
El tiem po era esencial en ese régim en. Su uso ad e c u a d o se e n ­
salzaba a h o ra com o fu n dam en tal p a ra la civilización del país. E n
el libro de Datta sobre ciencia doméstica, u n a m ad re dice a su hija:
«¡Cómo a p re c ia n los ingleses el valor del tiempo! T ra b ajan en el
m o m e n to adecuado, co m en en el m o m e n to ad ecuado, van a la ofi­
cina en el m o m en to adecuado, y.se solazan en el m o m e n to adecua­
do. Todo lo que hacen está g o b ern ad o p o r reglas. [...] E sta cu a li­
dad hace qué a los ingleses el tiem po les c u n d a tanto. E n ningún
lugar entre las naciones educadas, civilizadas, hay ejemplos de g en ­
te que desprecie el valor del tiem po y lo desperdicie com o n o s o ­
tro s ».29Sin sentido del tiem po, aseguraba o tro autor, hasta cu idar
de los enferm os resulta difícil. Al adm in istrar dosis de m edicam en­
to, señala, «no hay que desviarse de los intervalos prescritos p o r
el doctor. [...] Por ello es ab so lu tam en te esencial q ue haya un re ­
loj en todas las casas y que [...] se enseñe a las m ujeres a leerlo ».30
M uchos autores d ep loraban la escasez de libros escritos en benga-
lí sobre la ciencia dom éstica. «En nuestro país», afirm a Datta, «ca­
re cem o s d e fo rm a ció n d o m éstica. S in em bargo , las p ersp ectivas
de n u estra m ejora d e p e n d en en un ciento p o r ciento de ello.» «Lo
que m ás necesita el país p a ra p ro m o ver su re generació n son b u e ­
nas m adres»; declaraba u n epígrafe en la página del título de este
libro .31
E sta adaptación nacionalista bengalí de la distinción burguesa
m o d ern a entre lo público y lo privado se vio m odificada, sin e m ­
bargo, p o r otro aspecto de tales discusiones sobre la dom esticidad

291
y la n u e v a mujer. Uno de los objetos de interés obsesivo d e los tex­
tos d e c im o n ó n ic o s sobre la e d u c a c ió n de las m u jere s b en galíes
fue la gen erac ió n del «agrado» com o p arte del en can to y la belle­
za de la m u je r m oderna. Por ello, tan to la falta de educación, que
s u p u e s ta m e n te volvía conflictivas a las m ujeres, co m o u n a fo r m a ­
ción excesiva, que las podía to rn a r rebeldes frente a la auto rid ad,
e ran peligros sobre los que estos textos in sistían co n stantem en te.
La fo r m a c ió n p re te n d ía c o rreg ir los s e n tim ie n to s de « m alicia y
hostilidad», la «terrible disposición a reñir» q ue su p u e s ta m e n te se
e n c o n tr a b a n «especialm ente en las m u je re s in c u lta s ».32 P ero las
dosis «im propias» de educación occidental ta m b ié n p o d ían t o m a r
a las m u jere s m ukhara (de lengua afilada), egoístas y negligentes
con las obligaciones dom ésticas. C u an d o se p ercibía q u e las m u ­
jeres q u e h a b ía n recibido educación formal se c o m p o rta b a n así, se
las c o m p a r a b a con m em sahibs o m u je re s eu ro p e a s . K u n d a m a la
Devi, u n a m u je r que escribe en u n a revista p a r a m ujere s en 1870,
dice: «¡Queridas mías! Si habéis a d q u irid o u n c o n o c im ie n to ver­
d ad e ro , no dejéis sitio alguno en vuestros co razones p a r a c o m p o r­
ta m ie n to s sem ejantes a los de las m e m sa h ib s. No es a p r o p ia d o en
u n a m a de c a sa b e n g a lí ».33La c o r te s ía -m o d e s tia (lajja) y la o b e ­
d ie n c ia se desc rib ía n en estos textos c o m o los dos signos a u s p i­
ciosos en u n a mujer. Había que distinguir «la m odestia auténtica»,
s o sten ía u n libro sobre la educación de las m ujeres, de la m o d e s ­
tia «no civilizada» de las m ujeres que no e s ta b a n ed u cad as. Cabía
re c o n o ce r a las que habían sido ed u c ad as a d e c u a d a m e n te porque
«no levantab an los ojos» y p or su disposición a h a b la r «poco y con
s u a v id a d ».3'1
E ste vínculo entre atracción y a g rad o fem eninos se expresa d i­
re c ta m e n te en varios trata d o s c o n te m p o r á n e o s so b re la «nueva»
m u je r bengalí. La conducta, el lenguaje, el n o m b re de u n a mujer:
todo tenía que tran sm itir que no e ra u n a «fiera». «Otro apelativo
p a r a las m u je re s de lenguaje d e s a g ra d a b le es m u k h a ra [de len ­
g ua afilada]», explicaba un libro titu lad o B angam ahila (La m u jer
bengalí). «Hasta la presencia de u n a ú n ic a m u je r m u kh a ra puede
e x p u ls a r l a ;paz para siem pre de u n h o g a r .»35Un o p ú s c u lo so bre
m étodo s p a ra exam inar a posibles novias advertía q ue las m ujeres
c uy o n o m b re evoca sen tim ie n to s d e te r r o r no d e b ía n s e r d e s p o ­
s a d a s .36Algunos textos c ita b a n al le g is la d o r a n tig u o M a n u para
s u b ra y a r el nexo entre lo-agradable y lo auspicioso en los asp ec­
tos deseables de lo femenino: «Hay q u e p o n e r n o m b re s a las n i ­

292
ñ a s q ue sean agradables de p r o n u n c ia r y que ca rez can de seg un­
dos significados. [...] [El n om b re] debe llenar el co razó n de senti­
m ien to s de afecto y júbilo. Ha de significar m angal [bu e n o s au s ­
p icio s y b ien estar], a c a b a r en vocal larga y llevar [a la p o rta d o r a
del n o m b re ] ben d icio n e s de los que lo p ro n u n c ia n » . P o r ello, ex­
plica nuestro autor, todos los térm inos sánscritos para «esposa» tie­
n e n u n sonido agradable y, de m odo significativo, ac a b a n en vocal
larga: jaya, bhaiya, grihalakshmi, ankalaksluni, grihini, sahadhanni-
ni, ardhangarupini, entre o tro s .37
La palabra’grihalakshm i resum ía la figura estética de la esposa
ideal asociándola con la belleza de la diosa Lakshm i, d u ra n te m u ­
cho tiempo representada en textos míticos hindúes com o la esposa
m odelo. La diosa Sri-Lakshmi, com o señala David Kinsley, «es hoy
en día un a de las deidades m ás populares y veneradas del p anteón
hin dú. Su n atu ra leza auspiciosa y su p re d ic am en to p o r conceder
fertilidad, su erte, riq u ez a y b ie n e s ta r p a re c e n a tr a e r devotos en
todas las ald ea s ».38Paul G reenough y Lina Fruzetti h a n exam in a­
do con d eten im ien to el papel que los ritu ales religiosos re lacio­
nad o s con L akshm i d e se m p e ñ an en Bengala en la vida dom éstica
hin d ú contem poránea, y la vinculación co nstante de esta diosa con
nociones de abundancia, riqueza, buenos auspicios y p rosp e rid ad .39
La diosa Lakshmi tiene su contrapartida, Alakshmi (Anti-Laksh-
mi), su reverso oscuro y maligno. Los P uranas, esos heterogéneos
textos m íticos h in d ú es, atrib u y e n los o ríg enes de es ta an tid io sa
malévola a fuentes varias. Su genealogía es com pleja y se inserta,
com o m uestra U pendranath Dhal, en las d e m an d a s y controversias
de las divisiones entre castas y de la cuestión de la s u p re m a cía ri­
tual de los b rah m anes: «El L in gap ura n a [...] dice que Vishnu creó
el u niverso de dos m an eras. U na p a r te co n s is tía en S ri-P ad m a,
c u a tr o Vedas, los ritos prescrito s p o r los Vedas y los B ra h m a n a s .
Y la otra com p ren día a Alakshmi, A dharm a y los ritos co ndenados
p o r los Vedas ».40
Cualquiera que fuese su origen, Alakshmi vino a re p resen ta r
u n a concepción sexuada y elitista de los m alos auspicios, y lo c o n ­
tra r io de to d o lo q u e los legisladores h in d ú e s d e f e n d ía n com o
dhartna (conducta m oral apropiada) del hogar. Se decía que, c u a n ­
do entra b a en u n a casa, Alakshmi traía consigo envidia y m aldad.
Los herm anos se enemistaban, las familias y sus linajes m asculinos
(kula) se en c a m in a b a n a la ru in a y la destrucción. C om o afirm a
Dhal basán dose en el Padm apurana: «La elección de Alakshm i re ­

293
cae en u n a residencia en la que hay c o n s ta n te s conflictos fa m i­
liares, donde no se honra a los invitados, d o n d e hay num ero so s la­
d ro n e s y granujas, dond e las p erso n as [...] [se e n tre g a n al] a m o r
ilícito [---] en otras palabras, todo lo p ro s c rito p o r legisladores
c o m o M anu o Yajnavalkya, se ha p re s e n ta d o co m o lo m ás p re c ia ­
do p a ra Alakshm i ».4 1 Lakshmi y Alakshmi eran , pues, figuras m u ­
tu a m e n te excluyentes. Se decía que u n a c a sa don d e prevaleciese
el e sp íritu de Alakshmi resultaba in s o p o rta b le p a r a Lakshm i, q ue
a b a n d o n a b a ese hogar y otorgaba sus favores en o tro s donde n a ­
die, y en particular las mujeres, d esacataba las reglas y rituales que
los h acían aupiciosos.
A ho ra bien, los relatos de L a k sh m i y de A lak shm i fo r m a b a n
p a r te - y siguen haciéndolo en m uch o s h o g a r e s - de los rituales re ­
ligiosos que m arcab an el calendario diario, sem an a l y an u a l de las
actividades religiosas de las m ujeres en las familias bengalíes h i n ­
dúes. Desde que la tecnología de la im p re s ió n está disponible, las
p e q u e ñ a s im p re n ta s b a ra ta s de C a lc u ta s u m i n is t r a n c o n s t a n t e ­
m e n te libros con relatos sobre L akshm i y Alakshmi, destin ad o s a
su uso p o r parte de las mujeres en con tex tos ritu a le s .42Lo signifi­
cativo del debate bengalí de finales del siglo xix en t o m o a la e d u ­
cación de las mujeres fue la secularización de las figuras gem elas
de L akshm i y Alakshmi, en la que aq u é lla vino a re p r e s e n ta r tod o
lo bello, arm onioso y femenino en el h o g a r bengalí, y ésta todo lo
contrario. Los textos decim onónicos bengalíes acerca de la dom es-
ticidad m o d ern a insisten en este vínculo: «La m u je r es la L a k sh ­
mi de la sociedad. Si em pren de u n a m ejo ra de sí en las esferas del
d h a n n a y el saber [...] se producirá u n a m ejo ra a u to m á tic a en la
vida social ».4 3
La presencia m ism a de palabras c o m o L akshm i y Alakshm i en
los textos relativos a la educación de las m u jere s nos ad vierte de
que se trata, en última instancia, de u n a discusión sobre los id e a ­
les del p atriarcado m oderno bengalí. La m u je r m o d e rn a tenía que
s e r ag radable porque las esposas r e ñ id o r a s y celosas, se p en sa b a,
e n f re n ta b a n a los h erm a n o s varon es e n t r e sí c o n u n e sp íritu de
com petencia, rom p iend o así la so lid a rid a d del clan o kula. E n su
estudio de los sistem as de parentesco y de posición social b e n g a ­
líes, R onald Inden define el kula c o m o u n colectivo de «p ersonas
q u e c o m p a rte n el cue rpo del m is m o a n t e p a s a d o v a r ó n ».4 4La t a ­
rea de la grikalakshm i consistía fu n d a m e n ta lm e n te en m a n te n e r la
u n id a d del kula. El térm ino grihalakshm i se co nvirtió así en sinó

294
n im o de kulalakshm i, palabra qu e en u n tiem p o significaba «diosa
del b ienestar de la familia y del clan», pero q ue a h o r a podía usarse
p a ra referirse a las mujeres m ortales c a sa d a s .45E n sus célebres e n ­
sayos sobre la familia, Paribarik prabandha (1882), Bhudev Mukho-
padh ya y aconsejaba a los p ad res escoger c o m o n u eras a mujeres
qu e m o strasen señales tem p ra n as de su ca p a c id a d de convertirse
en ku la la ksh m i(s) en su día. Esto, aleg a b a Budhev, era u n m od o
de ev itar las divisiones que a m e n u d o s u rg ía n e n tre h e rm a n o s a
la m u e rte de sus p a d re s .4
6De hecho, en las discusiones de este p e ­
riodo, la diferencia entre u na kulastree (u n a m u je r que h a entrado
en u n kula a través del m atrim o nio ) y u n a kulata (una m u je r que
ha perdido su kula, o que ha sido p erd ida p a ra el m ismo; u n a p ros­
tituta) constituía u n eje en torno al cual g ira b a n las a r g u m e n ta ­
ciones en los debates sobre la fo rm ació n de las m ujeres. Así expo­
nía u n texto las diferencias en tre estas dos categorías:

«Kulastree: movimientos p a u sa d o s y serenos; lenguaje m e s u ra ­


do; m irada'baja; evita a los hom bres; cu bre su cuerpo; sin luju­
ria; se viste con sencillez.
»K ulata: inquieta, charlatana; m ira a todas partes; b usca c o m ­
pañ ía m asculina; expone p arte de su cuerpo; lujuriosa, con r o ­
pas llam ativas ».4
7
Así pues, en el siglo xrx el p en sam ien to nacionalista bengalí so­
bre la nueva domesticidad y la educación de las mujeres com bina­
ba la distinción burguesa de lo público y lo privado, lo doméstico y
lo nacional, con la idea del linaje m asculino, el kula. Aquí e n c o n ­
tram os u n a diferencia crucial entre la ideología de la m o d ern id a d
bengalí y algunos de los supuestos críticos del liberalism o patria r­
cal en Europa. La sección siguiente a b o rd a este problem a.

Fraternidad, patriarcado y pensam iento político

El traslado al plano estético - y la secularización su bsig uien te-


de las diosas ayudó a p ro du cir algunos m a rc a d o re s histó ricam en ­
te d u rad eros de la identidad nacionalista bengalí m oderna. Hemos
visto cóm o la propia Bengala podía re p resen ta rse en la poesía n a ­
cionalista com o B angalakshm i, co m o la diosa Lakshm i. H asta u n
poeta form alm ente ateo y c o m u n ista com o S h u b h a s h M ukhopa-

295
dhy ay p o d ía expresar su sentim iento de ser bengalí re p re s e n ta n d o
u n ritu a l religioso de b ien estar d o m é s tic o - l a p rá c tic a de pintar­
las h u e lla s de Lakshmi, indicando así su a d v e n im ie n to al espacio
d o m é s tic o - com o u n a insignia secular de identidad. R e c o rd an d o
los versos q ue he citado antes:

P o r m ás lejos que vaya


A dheridas
A m i s párpad os
Q uedan
Filas de huellas de Lakshmi
P in ta d a s
S o b re u n patio
F reg a d o con bosta de vaca y a g u a .4
8
Un p ac to fraternal p resupuesto subyace a la inclinación - o m ­
n ip re s e n te en el nacionalism o bengalí e in d io - a co n c e b ir el país
co m o u n a Madre. De B ankim ch and ra en adelante, todos los nac io ­
nalistas hindúes se representan a sí m ism os co m o hijos, santan, de
la m a d re . Las canciones nacionalistas p o p u lare s escritas a finales
de siglo p o r Tagore o Dvvijendralal Roy c a p tu ra n el lado afectivo de
la u n i d a d fraternal sobre la que se a s ie n ta este n a c io n a lis m o p a ­
triarcal:

Lo que nos une es la llam ada de la Madre.


¿C u án to tiem po pueden los h e rm a n o s de la m is m a casa
e s ta r separad os com o si no tuviesen re la ció n ?41'

O también:

P o r u n a vez, grita «Madre»,


g rita «Madre» con todas tus fuerzas.
[...]
Veam os cu á n to tiempo p uede la M ad re d e s o ír
el grito de sus hijos .50

El m ito de u n a h e rm a n d ad b a s a d a en la id e a de la u n id a d n
tu ra l en tre h erm a n o s supone u n a d iferen cia cru cial e n tre los p r
s u p u e s t o s p atria rc a le s de la p o lític a n a c io n a l is t a b e n g a lí y 1«
t e m a s clásicos del p e n s a m ie n to po lítico e u r o p e o . Los e s c r i t o r

296
bengalíes, p o r lo dem ás, h ab ían a b r a z a d o num ero so s aspectos im ­
po rtan te s del yo bu rgu és europeo. La distinción e n tre lo público
y lo privado, co m o h em o s visto, fue a d a p ta d a a sus discusiones en
to rn o a la dom eslicid ad. H asta las ideas de la «propiedad indivi­
dual» o de los « derechos n atura les» de las m ujeres so b re la p r o ­
piedad patern a eran aceptables p a r a u n p e n s a d o r su p u e s ta m e n te
conservador com o Bhudev Mukhopadhyay, quien escribió: «Por las
leyes natu rales las m ujeres tienen algunos derechos sob re la p r o ­
p ied ad p atern a. N u estros textos ju ríd ic o s no n iegan ese d erecho
n a tu r a l ».51 Tam bién re c o m e n d a b a la división igualitaria de la p r o ­
p ied ad y, si era necesario, h a s ta u n a r u p t u r a a m is to s a de la u n i ­
dad familiar. Pero todos estos gestos de apariencia liberal estaban
s u b o rd in a d o s a la c a u sa s u p e rio r de la p reservación de la u n id ad
e n tre h e r m a n o s , el p a c to fra te rn a l so b re el cual se c im e n ta b a el
nacionalism o:

«Separa el p a re n te s c o de tod o s los vínculos m a teria le s del i n ­


terés propio. [...] Tú y [tu] h e r m a n o m e n o r sois devotos del
m ism o dios y diosa en la fo rm a de vuestro p ad re y m adre. Los
dos debéis sentaros ju n to s en privado y re c o rd a r a vuestros p a ­
dres; ¡qué sentim ientos tan sag rados e x p e rim e n ta ré is !52
»Los h erm anos se separan cu a n d o se casan y cu a n d o sus padres
fallecen. Pero esto no suele suceder a las familias que están bien
adm inistrad as y en las cuales la p ropiedad patern a h a sido divi­
dida con claridad. Si los h e rm a n o s están v erd ad eram en te u n i ­
dos en su corazón, sus esposas no pueden ser desagradables las
u nas con las otras».5J

Los herm anos del ensayo de Locke sobre «el gobierno civil» son
individuos au tón om os, con derechos de propiedad inherentes a su
p ro p ia persona, que se u n e n p a r a fo r m a r u n a so cied a d «política
o civil» p or contrato a fin de p reservar su vida y su p ro p ie d a d .54Lo
que induce a los h e rm a n o s a s u s c rib ir ese c o n tra to y a c u m p lir ­
lo es un do n m uy especial de Dios p a ra la h u m an id ad: la razón. E n
palabras de Locke: «Dios, que ha otorgado a los h o m b re s el m u n ­
do en común", tam b ién les ha d ad o la razón p ara servirse de él lo
m ejor posible en bien de la vida y la conveniencia ».55De hecho, tal
regalo fue lo que perm itió a Dios ap a rta rse y dejar a los h u m a n o s
a cargo de su p ro p ia historia, s a b ie n d o qu e la ra z ó n alinearía esa
historia con el designio divino. Así co m en z ó la histo ria secular de

297
la s o b e r a n ía h u m a n a sobre la tierra, p ues «la tie rra y to d o lo q u e
co n tien e [fue] otorgada a los h o m b res p ara el su stento y c o m o d i­
d ad de su s e r ».56
N o s ó l o ‘se a p a rta Dios de los as u n to s h u m a n o s , d e ja n d o ú n i ­
c a m e n te en su don de la «razón» u na huella de su presencia in in ­
te r r u m p id a , s in o q u e la p ro p ia razó n no p u e d e fu n c io n a r en el
e sq u e m a de Locke hasta que la autoridad políLica p aren tal (es d e ­
cir, fraternal) - l a cual es s in ó n im o de la a u t o r i d a d p a r a c a s ti g a r -
d e s a p a r e z c á Locke sostiene que los seres h u m a n o s d o tad o s de r a ­
zón s o n ad u lto s autóno m os, y co m o tales e n t r a n en la so cied a d
político-civil. La autoridad p arental/p aternal es tem p oral. Su fu n ­
ción es a y u d a r a los niños a im b u irse de r a z ó n m e d ia n te la e d u ­
cación, y los p adres m erecen g ratitu d y h o n o r a lo largo de su vida
p o r lo qu e h a c e n p o r sus hijos. Pero su a u t o r i d a d política, el d e ­
recho de castigar, h a de desa p are cer p ara qu e el c o n tra to fraternal
p u e d a existir: «Así pues, la p r im e r a p a r te del poder, o m á s bien
deber, paternal, que es la educación, perte n ece al p a d re de tal m a ­
n e ra q u e te rm in a en una épo c a d e te rm in a d a . C u a n d o la ta re a de
la ed ucación term ina, d esaparece p o r sí m ism o. [...] P a ra concluir,
entonces, [..-.] el poder del m a n d a to p a te rn o sólo a b a rc a la m in o ­
ría d e edad d e los hijos, y [resulta] en c ierta m ed id a a d e c u a d o sólo
p a ra la disciplina y gobierno de ese p e r io d o ».57
E n su incisivo estudio E l contrato sexual, Carole P a t e m a n ha
s e ñ a la d o q ue el relato lockeano de la m u e r t e de la a u t o r i d a d p a ­
tern a fue precisam ente el m ito originario del p a tria rc a d o m o d e r­
no en el O ccidente cristiano, nacido bajo el signo de la igualdad
formal de todos los hum anos (es decir, de los h erm a n o s v aro nes ).58
E sa m u erte de la autoridad paterna, sin em bargo , n u n c a es im a ­
g in a d a en el c o n tra to fratern a l bengalí. La c a p a c id a d de m a n d a r
- d e d a r órdenes (adesh, a jn a )- pertenece a los p adres y, a través de
ellos, a la línea ancestral m asculina, sin lím ite de edad . La a u t o ­
rid ad política en esta m o dernida d se m oldeó sobre la au to rid a d pa­
te rn a , qu e n u n c a dejó de existir. C on sid é rese de nu ev o a B hudev
M ukh o p ad h y a y sobre este punto:

«Sin s u m is ió n no hay u n id ad . [...] Los b en galíes no so n un a


ra z a m arcial. Por eso, el v erdadero e sp íritu de s u m is ió n se e n ­
c u e n tra poco entre los bengalíes. La obediencia y la am abilidad
qu e el débil m uestra al fuerte no p u ed e d e n o m in a r s e sum isión
[...] La s u m isió n se b asa en la devoción: h a d e s e r a p r e n d id a

298
en la infancia. Y los p ad res, q u e son d estin atario s de la devo­
ción [del niño] p u eden p la n ta r y n u t r i r tal sentim iento. El ben-
galí que ha ap ren did o a sentir a la vez m iedo y devoción hacia
sus p adres será tam bién ca p az de som eterse a u n líd e r ».59

D ebem os ad vertir lo d iferente q ue es esta visión de la a u to ri­


d ad patern a de la concepción lockeana de la m ism a. La base de la
sum isión del hijo al p a d re/p ro g en ito r en el texto de B hudev es el
bhakti, el sentim iento de devoción y adoración. Por esta razón, h as­
ta el hijo adulto, en este modelo, sigue siendo sum iso ante el padre.
B hakti significa sum isión voluntaria nacida de la devoción y la a d o ­
ración. E n el e sq u e m a de Locke, sin em b arg o , el p a d r e es de un
género distinto. Ejerce un p o d e r absoluto. E n P ensam ientos sobre
la educación, Locke afirm a: « Im ag ino que to d o el m u n d o ju z g a ­
rá razo nab le que los niños, de pequ eñ os, co nsideren a su s p adres
com o a señores, sus g o bern antes absolutos, y com o tales sientan
h acia ellos te m o r reverencial ».6 0El fu n d a m e n to de la sum isión del
niño es aquí su te m o r reverencial an te el p o d e r del padre, p re c i­
s a m e n te el s e n tim ie n to q ue B h u d e v no h a b r ía c o n s id e r a d o base
a decuad a de la sum isión del hijo, d u ra n te toda su vida, a la a u to ri­
d a d paterna. Los auto res nacionalistas com o B hudev convirtieron
el bhakti (devoción a m o ro sa y veneradora) en u n sen tim ien to p o ­
lítico m oderno.
Así pues, la u n id ad política, en el p lantea m iento de Bhudev, se
fundaba en el cultivo de los sentim ientos «naturales» de la fam i­
lia: el a m o r entre h erm a n o s y la sum isión a los padres. La unidad
no se basaba en la búsq ued a del contrato, la co m p ete n cia o el in­
terés p r o p i o .6
1 C om o s e ñ a la T apa n R a y c h a u d h u ri en su estu d io
sobre Bhudev: «La excesiva preo cupació n p o r el dinero era, p ara
Bhudev, u n o de los rasgos m eno s aceptables de la sociedad occi­
dental. [...] La apoteosis del d in ero hacía que el occidental d u d a ­
se al recibir o al d a r ayuda financiera incluso cuando se trata b a de
parien tes c e r c a n o s ».62Los indios se u n iría n p o rq u e en ta n to que
hijos (varones) de la m is m a M ad re tenían u n vínculo n atu ra l. En
u n a de sus piezas de ficción, B hudev hace d ecir a u n cabecilla Ma-
ra th a lo siguiente:

«Esta patria nuestra siem pre ha ardido en la h ogu era de las lu­
chas intestinas; ese fuego se extinguirá hoy. [...] Pese a qu e la
India es v erd a d e ra m e n te sólo la tierra de los h indú es, [...] los

299
m u s u lm a n e s ya no son ajenos a ella, pues d u ra n te largo tiem ­
po los h a estrechado co n tra su c o r a z ó n y los h a alim en tad o .
P or ello los m usulm anes son tam bién sus hijos adoptivos. Si un
niño n ac e del vientre de una m a d re y otro niño es a m a m a n ta ­
do [...] p o r ella, ¿no son h erm a n o s los dos? [...] De a h í que los
h in d ú e s y los m usu lm anes que viven en la India se hayan vuel­
to herm ano s. La relación se destruye si se producen d isp u tas ».6 3

C onclusión

N u e stra censura con tem p o rán ea no debería o c u lta m o s los a s ­


pectos creativos de este hum an ism o patriarcal, no liberal y, sin e m ­
barg o, m o d e rn o , constru id o p o r los sujeto s de la m o d e rn id a d en
discusión. El tem a de la « herm an dad natural» que subyace al uso
nacionalista de categorías patrilineales antiguas -kula, vamsa, pur-
b a p u ru sh - siguió interpelando, de hecho, a m u ch o s bengalíes de la
clase m ed ia, los bhadralok, en el siglo xx. A lgunas de las n o v e ­
las m á s p o p u la re s de los año s v ein te y tre in ta del siglo p a s a d o
(d e s p u é s convertidas en películas) d e s a rro lla b a n los te m a s de la
crisis del a m o r fraternal y de la fam ilia ex te n s a .6 4
Tam bién sería un error concebir co m o u n a jaula esta m o d e rn i­
d ad q u e consolidó la cuestión de la e d u c ació n de las m ujeres d e n ­
tro de la ideología de la grilm lakshm i. Viene al caso el ejem plo elo­
cu e n te de un texto oscuro pero en ab so lu to atípico del siglo xix: un
opúsculo titulado Patibrata dhanna (con el subtítulo - e n inglés- de
Tratado sobre la castidad fem enina) escrito en t o m o a 1870 p o r u n a
m u je r llam ad a Dayamayi Dasi. Se p ercib e en esta o b ra la in c o n ­
fundible huella del proyecto burgués de la m o d e rn id a d eu ro p ea de
e d u c a r a las mujeres para ser tanto c o m p a ñ e ra s c o m o leales a sus
m arid o s. El propio título del libro y su tra d u c c ió n al inglés lo si­
tú a n en la tradición del m aterial Victoriano bengalí. A lentada p o r
su m a r id o a leer y escribir, D ay am ay i Dasi esc rib ió este tra ta d o
sob re los ku lakam inir kartabya (deberes de la m u je r que pertenece
a u n kula). Kula en este texto es u n té rm in o que sirve de gozne e n ­
tre lo dom éstico y lo nacional. Dasi cita el B rahm avaivartapurana
p a r a ex p resar su sentido del n a c io n a lis m o : «La tie rra b e n d e c id a
c on m ujeres [devotas de sus m arid o s] [...] es c o m p a r a b le al cielo
y el p u eb lo de tal país debe tr a ta r a su s m ujere s c o m o a d i o s a s ».6
La escritura en sí de este g én e ro de libros significaba u n a p a r

300
ticipación no sólo en el modelo patriarcal de la «nueva mujer» sino
en la p ro p ia esfera pública. Y, a u n q u e a m e n u d o las m ujeres p a r e ­
cen re p etir el lenguaje del patriarcad o, p o dían servirse del m ism o
co m o u n a m áscara, represen ta n d o «modestia» p a ra la m ira d a del
público pero expresando po r m edio de tal a c tu a ció n sentim iento s
de in d iv id u a lid a d q ue la ideología m a s c u lin a d o m i n a n t e n u n c a
autorizaría. Dayamayi, p or ejemplo, escribe el siguiente pasaje en
alab a nza de la figura general del m arido. En u n nivel, el frag m en ­
to habla el lenguaje sancionado del sujeto m o d e rn o patriarcal. En
otro, p u ed e que haya sido u n a m a n e r a cifrad a de h a b la r ín tim a ­
m en te en público con su esposo, ex p resando su deseo y ero tism o
personales. N unca lo sabrem os. He aquí el fragm ento:

«Una m ujer no tiene m ejor am igo que su esposo. C om o él ay u ­


da a cu b rir [la vergüenza de u n a mujer], se lo llam a bharta. Es
pati p o rqu e cuida. Es sw a m i p o rq u e es a él a quien pertenece
el cuerpo. [...] Satisface los deseos [de u n a m ujer], p o r eso se
lo d e n o m in a ka n ta . Es bandhu p o rq u e c o m p a r te la felicidad,
p a ra m p ñ ya p o rq u e d a afecto y ram an p o rq u e d a placer. Él es
quien, a través de su propio sem en, regresa com o hijo. P o r eso
el hijo es valorado. Pero para u n a kulastree, el m arid o es m ás
querido que cien hijos ».6 6
En el prefacio a este libro, que p o r lo d e m á s se m a n tie n e d e n ­
tro de la ideología del pacto fraternal del sujeto bengalí m oderno,
Dayamayi Dasi crea un s orpre n den te m o m e n to de individualidad,
tan radical que no puede vincularse a ningún proyecto sociopolí-
tico. Registra el estim u lan te sentim iento de liberación p u ra que le
produjo su alfabetización. Pero eso no es todo. Tam bién da c u e n ­
ta, en u n a frase críptica, del m od o en que el júbilo de esa libertad
la hizo olvidar el m undo, incluyendo sus obligaciones p a ra con su
m arido. El pen sa m ie nto está incom pleto, y n u n c a te n d re m o s u n a
historia íntegra de aquel m o m en to . Pero sus p a la b r a s so n un tes­
tim onio de las posibilidades de las posiciones de sujeto a ltern ati­
vas que escapan a la voz, o al m e n o s la i n t e rru m p e n , del sujeto
bengalí m oderno. Escribe Dayamayi Dasi: «N unca h ab ía alb erg a­
do el pensam iento de que yo p u d iera a p r e n d e r algu na vez a reco­
nocer el alfabeto o a leer libros. [...] Pero, al final, desarrollé tal sed
de prosa y poesía q ue em pecé a desc u id a r m is obligaciones hacia
el sam sar [el m undo, el hogar, la familia] y m i m a r i d o ».6 7
301
El m ovim iento Swadeshi (1905-1908) -la s p ro testas co n tra la
p rim e ra partición de Bengala, efectu ada en 1905- sacó a la luz de
m o d o dram ático tanto los aspectos creativos com o las lim itacio­
nes de las posibilidades políticas de esta m o d ern id a d bengalí. Este
m ovim iento se sirvió profusam ente del sim bolism o del país im a ­
ginado com o una Madre y de la unid ad nacional com o vínculo fra­
ternal. Las actividades y ritos fem eninos relativos al bienestar del
kula -tale s como los votos religiosos y el cuidado del fuego del h o ­
g a r - se usaron para expresar un sen tid o nacional de duelo p or la
p a rtic ió n de la provincia .6 3C uando el m ov im ien to com enzó, R a ­
b i n d r a n a t h Tagore sugirió que cierto rito trad ic io n a l h in d ú de
h e rm a n d a d -el que las h erm anas aten con cordones las m u ñecas
de los herm anos como una señal de p ro tec ció n - se convirtiese en
«sím bolo de la h e rm a n d a d y u n id a d del pueblo bengalí». S u m it
Sarkar, quien ha estudiado con detalle este movimiento, com enta:
«Bengala, y en p a rtic u la r Calcuta, pre sen ció esc en as de c o n f r a ­
tern izació n auténticam ente m em o rab les aquel día [16 de o ctub re
de 1905], de las cuales no se excluyó a los u lem as m u s u lm a n e s ,
los policías, ni siquiera a los blancos. Desde las prim eras horas de
la m a ñ a n a grandes m ultitudes c a m in a ro n descalzas (el signo t r a ­
dicional del duelo) hacia el Ganges p ara b añarse en sus aguas s a ­
g rad as, que tam poco conocían d iferencias en tre castas. Año tras
añ o se conservaron estos ritos, a u n q u e tal vez a u n a escala menor,
hasta que la partición se derogó ».0 9
El propio S arkar se em ociona a n te esta articu lación de lo p o ­
lítico v lo estético. Al com en ta r el uso político de los ritos «tradi­
cionales» de hermandad, afirma: «La im aginación del m ayor p oe­
ta de la Ijidia le había conferido a u n m o v im ien to político u n a
belleza realm ente excepcional ».70No obstante, c o m o m u e s tra en
su p ropio libro, el aparato teórico de tal m o d ern id a d no era lo s u ­
ficientemente fuerte com o para e n fren tarse a los p rob lem as de la
represen ta ció n política y la u n id a d e n tre h in d ú e s y m u s u lm a n e s
que las elecciones y otros m eca n ism o s de u na d e m o c r a c ia e m e r ­
gente pronto plantearon al n acionalism o indio. Los m u s u lm a n e s
no ac eptaron esta retórica, en g ra n m ed id a hin d ú y de ca sta s u ­
perior, d e j a hermandad natural. Tam poco lo hicieron las castas in­
feriores, á medida que avanzab a el siglo xx. B engala se dividió de
nuevo en la independencia, en 1947, en líneas generales entre h in ­
dúes y musulmanes, m ientras las castas inferiores creab an u n a es­
trategia compleja para p articipar en esta historia de división .71

302
El fallo teórico de la m odernidad de casta su p erio r (masculina)
bengalí no es difícil de encontrar. Una teoría de la fraternidad n a tu ­
ral no tenía fo rm a de ac o m o d a r las diferencias históricas de cla­
se, género o religión sin absorberlas/conservarlas en u n a im agen de
u n id ad natural. B hudev podía p re d ic a r a los m u s u lm a n e s que él,
m u su lm á n , tam b ién era hijo de la patria. Pero seguía siendo m u ­
sulm án. La h e rm a n d a d contractual liberal de Locke, p o r otro lado,
tenía, al m enos teóricam ente, la ventaja de p o stu lar la fraternidad
com o un conjunto de individuos no m arcados, universales - m a s c u ­
linos, sin duda, pero au n así (potencialm ente) u n iv e rs a le s -y cabía
u s a r lo universal (lo h um ano, lo individual) p a ra t r a t a r de tra s ­
cen der la diferencia histórica. Locke fu n d a m e n ta b a este universal
en la razón, p ro p ie d a d definitoria del h u m a n o adulto, a u tó n o m o
y contractual. La razón, a su vez, se cim e n ta b a en u n a concepción
cristiana de Dios. E ra un don de este dios concreto p a r a los h u m a ­
nos. La historia de la secularización de la ra zó n es la historia del
cristianism o secularizado.
El p asado ta m b ié n osten ta gén ero s d istin to s de a u to rid a d en
los dos relatos de h e r m a n d a d c o n s id e r a d o s aquí. E n el caso de
Locke, la fra te rn id a d se basa en u n c o n tra to que la m u e rte de la
au to rid a d p atern a posibilita. E n esa m u e rte la historia, ca bría d e ­
cir, m uere y crea espacio para el acto heroico de «hacer historia».
Cada g en eración de h erm a n o s h ace histo ria de nuevo. E n la h is ­
toria bengalí m o d e rn a de la s o lid arid ad e n tre h erm a n o s, sin e m ­
bargo, la fraternidad no significa la m uerte sino la transm isión, a
lo largo del tiempo, de la autoridad de los antepasado s varones, en
u n a larga y mítica línea paterna -p u rb a p u n ish , el linaje m asculino
al que la m adre tam bién pertenece-. Los varones, tanto del p asado
com o del presente, constituyen el linaje del kula. Ello sitúa la cues­
tión de la trad ic ió n de m a n e r a b a s ta n te d iferen te en el caso b e n ­
galí. En su pensa m ie nto político relativo a la sociedad civil y a su
relación con la vida dom éstica, los n ac io n a lis ta s bengalíes no r e ­
pitieron el tem a lockeano de la separación de la au toridad paren-
tai de la política. E n vez de sentim iento s de a u to n o m ía individual,
convirtieron el bhakti en un sen tim iento político m oderno.
Las explicaciones históricas convencionales de estas diferencias
en tre la m o d ern id a d burguesa eu ro p ea y la bengalí caen en algún
tipo de historicismo. Resulta te n ta d o r ver a B hudev y a los que se
le parecen com o «reaccionarios» que o frecieron resistencia, fútil
a la larga, al avance del progreso. No o bstante, tal visión adolece

303
de u n a deficiencia significativa. El advenim iento de la «dem ocra­
cia de masas» a la India que, necesariamente, socavó en el siglo xx
el proyecto, pedagógico y verticalista, de la m odernidad que los hin­
d úes de casta superior habían iniciado en el siglo xix, no supuso
nada semejante a un triunfo final de la razón y del pensam iento po­
lítico em an c ip ad o r de Europa. Como ha escrito S udipta Kaviraj:
«cuanto m ás se despliega la m odernidad, [tanto más] parece ser
inevitablem ente plural. [...] Los relatos de transición crean la ilu­
sión, cada vez m ás insostenible, de que dadas todas las condiciones
necesarias, Calcuta se volvería Londres, y los ricos y los pobres ben-
galíes "com prenderían” cabalm ente los principios de lo privado y
lo público. De hecho, lo q ue estos vigorosos relatos de transición
hacen es cegam os para la responsabilidad de observar los co n to r­
nos y formas que está adquiriendo n u estra m o d e rn id a d ».72
No podría estar más de ac u erd o con Kaviraj. El problem a, sin
em bargo, es que nuestros sistem as de cono cim iento p ro p e n d e n a
u n a valoración apriorística de la «razón». La m ayoría de los pro ­
fesionales de las ciencias sociales e s c rib en en n o m b re de alguna
form a de razonam iento liberal-secular, n o p o rq u e ellos, person al­
m ente, e n c a m e n la bo n d ad liberal m á s q u e n in g ú n o tro m ortal,
sino porque ésa es la posición im plícita en sus protocolos de cono­
cim iento y en sus procedimientos institucionales. La p re g u n ta es:
¿sobre qué fu n d a m e n tar la «razón» que inevitab lem en te m arca
las ciencias sociales sino sobre u n a c o m p re n sió n historicista de la
historia? ¿Cómo encontrar un hog ar p ara la razón a u n q u e a la vez
reconozcam os los modos plurales de ser h u m a n o en q ue nosotros
m ism os habitamos?
El nexo propuesto por Locke entre la razón y el individuo a u tó ­
nomo, soberano, y poseedor de propiedad hun de sus raíces en con­
cepciones teológicas cristianas sobre la relación entre los h um anos
y su creador. Con el tiempo, como h an señalado nu m ero sos com en­
tadores, las proposiciones teológicas de Locke se secu la rizaro n y
se convirtieron en varios de los axiom as fu ndam en tales del p ensa­
m iento político europeo liberal y m a rx is ta .73Pero la historia de la
secularización del pen sa m ie n to en B engala no tra n s c u rrió igual
que en E uropa. Tampoco los dioses y d iosas s e c u la rizad o s en la
m odern idad bengalí eran, en m o d o alguno, co m o el Dios dotado
de razón del cristianismo. Cabría alegar que estas diferencias ideo­
lógicas son irrelevantes. Que la ra zón es trascendental y p uede sei
com partida p o r todos los seres h u m a n o s debido a la capacidad co

304
m un icativ a c o m ú n a éstos. Pero, a u n a c e p ta n d o tal p ro p o s ic ió n
p o r m o r de la arg um entación , ¿se seguiría q u e el nexo de la ra zó n
con la im aginación y el pensam iento teológicos es igual en todo el
m undo? ¿Es que el surgimiento de la razón produce nec esaria m e n­
te el m ism o m o d o universal de ser hu m an o : liberal y racio nal? El
historicism o asegura que éste constituye el relato de la m o d e r n i ­
dad. A m e n u d o la historia del «R enacim iento bengalí» d e c im o n ó ­
nico, p o r ejemplo, se ha escrito co m o la h is to ria de la re p etició n
de un tem a p opular en la historia europea: «la liberación de la m e n ­
te de la cegadora servidum bre de las supersticiones y c o s tu m b res
de la E d a d M e d ia ».7'1 C o m b atir el h istoricism o , pues, s u p o n e t r a ­
ta r de co n tar u n a historia diferente de la razón.

305
Epílogo
La razón y la crítica del historicism o

Los estudiosos que h a n a b o rd ad o el a su n to d e n o m in a d o «his­


toria india» h a n revivido a m en u d o , p o r así decirlo, las viejas p a ­
siones de «la p u g n a e n tre la Ilu stración y la superstición » so b re
la que escribe Hegel en su F e n o m e n o lo g ía H a n asu m id o que, p a ra
que la Ind ia funcione c o m o nación basada en las instituciones de
la ciencia, la dem o cracia , la ciu d a d a n ía y la ju stic ia social, la « ra ­
zón» debía prevalecer sobre todo lo «¡nacional» y «supersticioso»
entre sus ciudadanos. El historicism o ha sido un estre ch o aliado
de tal concepción. P or ejemplo, las vidas de los campesinos, inclu­
yendo sus actos políticos, están repletas de p rá cticas que p o d ría n
parecer «supersticiosas» a un observador racional secular. ¿Cóm o
pu ede la historia, la disciplina racional-secular, c o m p r e n d e r y re ­
pre sen tar tales prácticas? ¿Dónde e n c o n traría su lu g a r el politeís­
m o q ue m a rc a la vida c o tid ia n a del s u b c o n tin e n te en un m a rc o
conceptual de ese tipo? De ac u erdo con las disposiciones políticas
de sus autores, los relatos historicistas de los investigadores s e c u ­
lares y racionales han producido explicaciones ya severas, ya c o m ­
prensivas de la inclinación de los grupos sociales subalternos a t r a ­
tar a los dioses, los espíritus y otras entidades sob ren aturales co m o
seres con agencia en los m u ndo s de los hum anos. Pero, c o m p re n ­
sivas o no, todas estas teorías s u b ra y an u n a se p a ra c ió n - u n a d is ­
tinción sujeto -o b jeto - e n tre el observador-sujeto a c a d é m ic o y las
personas «supersticiosas» que son objeto de estudio.
Hay u n a trad ic ió n v en erada, ta n to en E u r o p a c o m o en o tro s
lugares, de c o n s id e ra r la «perspectiva racional», el «espíritu de la
ciencia» y la «interrogación libre» co m o co n stitu y en tes de los a s ­
pectos «progresistas» de la m o d ern id a d . Los intelectuales indios
seculares y m arx istas h a n sostenido ese p u n to de vista d u r a n te
m u ch o tie m p o .2Poco d espués de la guerra, algun os p ro m in e n te s
estudiosos bengalíes, de o rie n ta ció n izquierdista-liberal, o r g a n i ­

3 07
za ro n u n a serie de conferencias en Calcuta p ara d is c u tir la n a t u ­
raleza de I3. m odernidad en la India. Sus delib eracio n es se publi­
ca ro n en 1950 en forma de colección de ensayos, M odem Age and
India (La ed ad m oderna y la India ).3Uno de los auto re s, Tripurari
Chakravarti, vinculaba de m anera típica la m o d e rn id a d con ac o n ­
tecim ientos europeos: «Es innegable que la edad m o d e rn a en todo
el m u n d o surgió de la historia m o d ern a e u r o p e a ».4El físico Sa-
tyend ran ath Bose caracterizaba la ciencia com o con ocim iento que
«se veía obligado a oponerse a la religión siem p re q u e la religión
[pretendiera] hablar sobre las cosas de este m u n d o ».5El recuerdo
reciente de las bom bas atóm icas de H iroshim a y N agasaki atenu ó
en cierta m ed ida lo que, de otro m odo, p o d ría h a b e r sido un e n ­
tusiasm o incondicional po r la ciencia de p arte de los co lab orado ­
res de este libro (véanse en particular los ensayos de S atyendranath
Bose y N areshch and ra Sen Gupta). Pero a lo largo de todo el vo­
lum en se percibe Una fe intacta en la cap acidad del espíritu cien­
tífico p ara liberar a la h u m anidad de todos los p ro b le m a s terren a­
les y de las actitudes supersticiosas.
E sta p ro p ensión a identificar la ra zó n y la a r g u m e n t a c i ó n r a ­
cional con u n arm a m oderna contra la superstición «prem oderna»
term in a po r exagerar la frontera entre lo m o d e rn o y lo prem oder-
no. Pues la cuestión de en fre n ta r la razón c o n tr a lo que parece
irracional no era sólo uno de los asuntos en juego en la batalla en­
tre las clases educadas y el cam pesinado en la m o d e rn id a d benga-
lí. La ra zó n ha en con trado otros objetos de d o m i n a c i ó n a d e m á s
de los cam pesinos. Las relaciones de género en las clases medias,
por ejemplo, se han visto a m enudo tan afectadas en esta historia
co m o los s u p u estam en te supersticiosos c a m p e s in o s. E n sus m e ­
m orias, el intelectual bengalí D ilipkum ar Ray c u e n ta la historia
de su conversión al racionalism o en su ju v en tu d , a p rin cip io s del
siglo xx. La anécdo ta es m uy co m ú n - m u c h o s in te g ra n te s de mi
p ro p ia generación atravesaron etapas sim ilares en su conversión
a un m arxism o racionalista y a te o - pero tam b ién es tragicómica.
Como en las vidas de muchos varones bengalíes antes y después de
él, la conversión de Ray al racionalismo y al a teísm o en su adoles­
cencia vino ac o m p añ ada del d escubrim iento in m e d ia to de que las
m ujeres del h o g a r - s u tía y su abu ela en p a r ti c u la r - e r a n las p e r­
sonas «irracionales» cuya com pañ ía debía evitar .6La m isog inia de
Ray es representativa de la historia del « te m p e ra m e n to científico»
en la Bengala moderna.

308
No p r e te n d o s u g erir que la ra zó n c o m o tal sea elitista. La r a ­
zón se t o r n a elitista siem p re que d e ja m o s que lo no ra cio n al y la
sup erstició n re p resen te n el retraso, es decir, c u a n d o la razón ac ­
tú a en connivencia con la lógica del pen sa m ie n to historicista. Pues
entonces vem os a nuestros «supersticiosos» coetáneos co m o ejem ­
plos de u n «tipo anterior», com o encarnaciones h u m a n a s del p rin ­
cipio de an a cro n ism o . E n el d e s p e rta r de este sentido de a n a c ro ­
nism o se halla el com ienzo de la conciencia histórica m oderna. De
hecho, el a n a c ro n is m o se considera lo distintivo de dicha concien­
c ia .7La p ru e b a histórica (el archivo) es pro du c id a p or n u e s tra c a ­
p a c id a d de v er algo q ue nos es c o e tá n e o - d e s d e p rácticas, seres
h u m a n o s o institu cio n e s hasta inscripcion es en p ie d ra s o d o c u ­
m e n to s - c o m o u n a reliquia de otro tiem po o espacio. La person a
d o ta d a de c o n c ie n cia h istó ric a ve esos objetos co m o cosas que
u n a vez pertenecieron a su contexto histórico y que a h o r a existen
en el tiem po del observador com o u n «pedazo» de ese pasado. Un
pasado p a rtic u la r se cosifica, de esta m anera, en el tiem po del o b ­
servador. Si tal objeto sigue teniend o efectos so b re el presente, la
p e rs o n a de m e n ta lid a d histórica lo ve co m o efecto del p asado.
A través de tal cosificación - c im e n ta d a sobre el prin cip io del a n a ­
c r o n is m o -, la m ira d a del partícipe se convierte en la m ira d a del
testigo. De es ta form a, el q u e p a rtic ip a en u n « ac ontecim ien to»
histórico se convierte en «testigo ocular» p ara el historiador, afir­
m a n d o «la reg la de la prueba» de la historiografía. De m o do s i­
milar, la observación etnográfica se b asa en el d esplazam ien to del
propio investigador en tre los dos papeles diferenciados del p a rtí­
cipe y el observador, pero tam bién a q u í el análisis conlleva la c o n ­
versión de la m ira d a in volu cra d a e im p lic a d a del p a rtíc ip e en la
m irada distante y desinteresada del observador.
Si se co n sid e ra la concien cia h istó rica o an tro p o ló g ic a co m o
re su ltad o de u n a perspectiva racional, sólo p u e d e «objetivar» -y,
por tanto, n e g a r- las relaciones vivas que el sujeto que observa ya
m antiene con aquello que identifica co m o perteneciente a un tiem ­
po y un esp acio históricos o etnográficos sep a rad o s de los que él
m ism o o cu p a en tanto que analista. E n otras palabras, el m étodo
no permite que' el sujeto investigador se reconozca a sí m ism o com o
la figura a la que está investigando. Im p ide al sujeto ver su p re sen ­
te co m o d is c o n tin u o consigo m i s m o .8Como verem os, lo que b lo ­
quea el avance de ese pensam iento es la idea de que lo analítico nos
p roporciona u n a suerte de visión de rayos X so bre lo social, la cual

309
no s p erm ite acceder a un nivel de realidad que, de algún m odo, es
m á s profundo que el cotidiano. La prim acía epistemológica que se
a sig n a de forma rutinaria en el pensa m ie nto de las ciencias socia­
les a las rélaciones conceptuales en tre u n o m is m o y el m u n d o (el
«ser-ante-los-ojos» de Heidegger) p o r en cim a de las relaciones vi­
vidas, preconceptuales (el «ser a-la-mano», en térm inos heidegge-
rianos) produce, en las historias marxistas y liberales, versiones de
la tesis del «desarrollo desigual ».9Algunas relaciones de transaccio­
nes cotidianas pueden ahora a d o p ta r el carác te r de «vestigios aún
no conquistados» del pasado (para recordar la frase de Marx). Pero
eso sólo reproduce, en definitiva, com o ya hem os argüido en la pri­
m e r a parte de este libro, la cronología del historicismo, útil pero
vacía y h o m ogénea .10
Al concluir este libro, qu iero su s c ita r la cue stió n del m o d o de
e n c o n tr a r una forma de pensam iento social que tenga en c u e n ta la
ra z ó n analítica en busca de justicia social pero que no le p e r m i­
ta elim in a r la cuestión de la h e tero tem p o ralid ad de la h is to ria del
sujeto moderno. Para ello, sin em bargo, debo em p ez ar p o r identi­
ficar ciertas estrategias analíticas com unes en las ciencias sociales
q ue pretenden ocultar la n atu ra leza fragm entaria del «ahora» que
el sujeto investigador habita. Con este pro pó sito m e apoyaré en la
o b ra de tres intelectuales relevantes para el p en sa m ie n to poscolo-
nial: Yomo Keniata, Anthony Appiah y D.D. Kosambi.

Una lectura de Keniata, Appiah y K osam bi

Considérese la cuestión de la superstición y la magia tal y come


la plantea el líder nacionalista k en ian o Yomo K eniata en su libn
clásico, Facing M ount Kenya. M ucho antes de estudiar antropología
en Londres, K eniata había d e sa rro llad o u n estre ch o v ínculo coi
p rácticas que el pensam iento antropológico europeo de los prim e
ros tiem pos calificaba de «mágicas» y «supersticiosas». Su m irad;
e r a v erdad eram en te la de u n partícipe al que tam b ién se invoca
ba p a r a «atestiguar». A u nando los dos m o d o s de re la ció n c o n e
objeto -«aprendiz» y «testigo»-, escribe Keniata: «En c u a n to a h
m agia, he presenciado la realizació n de ritos m ág ico s en m i pro
pia casa y en otros lugares. Mi abuelo era vidente y mago, y al via
j a r con él y llevar su bolsa de utensilios hice u n a especie de apren
dizaje de los principios del arte » ."

310
Sin em bargo, la mezcla de a m b o s m odos en u n co ntexto en el
que la im plicación precon cep tual y vivida de K eniata en el m u n d o
de la m ag ia se c ru z a c o n s ta n te m e n te con las líneas de la m irad a
o b je tiv a d o ra del a n tro p ó lo g o a c a b a p o r p r o d u c i r u n a c o n c ie n ­
cia i n h e r e n te m e n te doble. Las p rá c tic a s de su abuelo, p o r quien
h a b ía seguido u n a su erte de aprendizaje, no p o d ía n ser n u n c a un
p a sa d o to ta lm e n te objetivado p a r a él. Sin em b arg o , g u a r d a b a la
d istancia suficiente com o p a ra buscarles u n a ju stificación que su
abuelo no h ab ría precisado. El d es do blam ien to de su voz resulta
patente en estas líneas sobre la magia:

«A partir de la experiencia personal [...] en varias ra m a s del tra ­


tam iento mágico, cabe afirm a r sin tem or a equivocarse que se
trata de un m o d o de tra n s m itir p e n sa m ie n to s telepáticam ente
de u n a m ente a otra. [...] Las sugestiones del mago se tran sm i­
ten fácilmente m edian te vibraciones al ce reb ro y, d e ahí, a la
mente. Si las funciones y los m étodos de la m agia se examinan
cuidadosa y científicam ente, es m uy p rob a b le que se d em u es­
tre que hay algo en ellos que cabe clasificar com o o cultism o y,
com o tal, no pueden ser rechazados com o m era superstición ».12

Este pasaje, de hecho, a b o c h o rn a b a al antro pólogo M alinows­


ki, p rofeso r en Londres de Keniata, a quien éste hab ía p edido que
escribiese una introducción p ara el libro. Malinowski accedió, pero
la tensión en torno a la cuestión de la «magia» -e n tr e K eniata, el
«nativo-convertido-en-antropólogo» y Malinowski, el intelectual
sin u n a relación vivida (reconocida) con el objeto de e s t u d i o - re­
sulta palpable en el m odo en que la in tro d u cc ió n de M alinowski
y el prefacio del propio K en iata p a ra el libro divergen. El desdo­
bla m ie n to de la voz de K e n ia ta c o n tra s ta v iv am en te c o n la voz
única de d esapro bación con la que M alinowski expresa su tu rb a ­
ción. «Algunos an tropó lo gos», escribe, g u a r d a n d o u n a d istancia
fu nd am ental, a u n q u e cortés, con el texto al qu e se le h a b ía co n ­
cedido el ho n o r de presentar, «quizá cúestio nen aquí la rein terpre­
ta ció n de los proceso s reales que suby acen a la m agia. [...] El se­
ñ o r Keniata debería aún s u m in is tra r p ru ebas adicionales de cómo
se pro d u c en estas "vibracio nes”, c ó m o a c tú a n sob re el cerebro y,
de este modo, so b re la m ente». Es en la re fere ncia de K eniata al
«ocultismo», u n a p ráctica eu ropea, don de M alinowski en cuentra
finalmente la m a n e ra de salir de su tu rb ac ió n p o r te n e r que criti­

311
c a r a u n antropólogo africano y al antig uo alum no al q ue genero­
s a m e n te h a b ía accedido a pre sen tar a n te el lector. «Pues, en efec­
to», a ñ a d e, ¿«cómo podem os nosotros [los eu rop eos] criticar al
s e ñ o r K eniata por creer en [...] el ocultismo» cuando «Europa se
e n c u e n tra tan profundam ente inmersa» en éste? Malinowski p u e ­
de entonces hacer que su crítica parezca ju s ta afirm and o que «la
superstición, la fe ciega y la desorientación com pleta son un cá n ­
c e r tan peligroso en el corazón de n u e s tra civilización occidental
co m o en África ».13Cuanto m ás nos ac ercam os al lado de las cosas
de u n M alinowski, tanto m ás el len gu aje de las ciencias sociales
b o rra las múltiples formas de ser h u m a n o que están encerradas en
las diferentes orientaciones hacia el m u n d o -la «m undanización»
del m un do , en el lenguaje heideggeriano- que la «participación» y
la «observación» connotan.
El desdoblamiento de la «voz» resulta casi inaudible, aunque no
está p o r completo silenciado, p o r ejemplo, en el examen de Kwame
A nthony Appiah de algunas prácticas de los asante qu e recu erd an
lo que K eniata denom inaba la «com unión con los a n te p a s a d o s ».14
«C uando u n varón abre u n a botella de ginebra», escribe Appiah,
«vierte u nas gotas en la tierra, pidiendo a sus antepasado s que be­
b a n u n poco y que protejan a la familia y sus quehaceres.» Appiah
tenía ta m b ié n cierto género de re la ción vivida con es ta práctica,
p u e s su p a d re solía, nos dice, v erter c o n in d ifere n cia «unas go­
tas de u n a botella recién abierta de sco tch en la alfom bra» com o
ofrenda a los antepasados. En su infancia, Appiah había crecido en
el contexto de esa práctica. Así es com o cierta m anera de ser-en-el-
m u n d o , una m anera asante, contribuyó a la form ación del Appiah
cosm op olita y moderno que había recibido educación formal. Sin
e m bargo , el sentido que tiene un n iñ o de en c o n tra rse inm erso en
u n c o n ju n to repetido de prácticas se tran sfo rm a, en el texto de
Appiah, en el enunciado de un a n tro p ó lo g o que co nvierte la m i­
ra d a del partícipe en la del testigo: «Toda mi vida he visto y oído
c e rem onias [que suponen] [...] u na llam ad a ritual a espíritus in ­
visibles». A diferencia del libro de K en iata, la fe n om eno log ía del
texto de Appiah, habiendo estado en u n a relación p re c o n c e p tu a l
c on la prá ctica bajo observación tie m p o antes de a p r e n d e r a o b ­
servarla, es com pletam ente sobrescrita p o r la voz del antropólogo,
am plificada en este caso po r u na referencia a Taylor. «Si estoy en
lo cierto», escribe Appiah, trata n d o de «explicar» la c o stu m b re de
su p a d r e d e ofrecer scotch a los a n te p a sa d o s , «es (c o m o su g ería

312
Taylor) un co m p ro m is o con la agencia in corpórea que define cru ­
cialm ente las creencias religiosas subyacentes a los rituales sem e­
ja n te s a los que he descrito», y así s u c e s iv a m e n te .15H uelga decir
q ue la d e la to ra p a la b r a «creencia» es lo que s u s tra e a los a s a n ­
te Appiah y a su p adre de las relaciones vividas, preconceptuales,
y los inserta aq uí en u n a relación objetivadora de las ciencias so­
ciales d e n tro de la cua l p a d re e hijo se e n f re n ta n co m o sujeto y
objeto.
Un privilegio sim ilar de lo conceptual sobre lo vivido hace m en­
g u a r el potencial radical de los intentos, ex tra o rd in aria m e n te im a­
ginativos, del historiador D.D. Kosam bi de escribir la historia de la
Ind ia a p a rtir de las prácticas m ateriales de la vida diaria. K osam ­
bi, p o r ejemplo, reflexiona sobre la significación histórica de algo
tan o m n ip re s e n te y fam iliar en el con tex to de las co cin as de los
hogares del Asia m eridional com o el m o rtero de piedra, el u te n ­
silio usado h ab itu alm en te para m oler especias. In trig aba a este in ­
v estig ado r el h ec h o de que u n objeto de aspecto tan an tig u o o c u ­
pase el m ism o espacio que el h o rn o eléctrico, a u té n tic o sím bolo
de m o d e rn iz a c ió n en la India de m e d iad o s del siglo pasado. No
sólo el m o rte ro se u s a b a a diario en la cocina; K o s a m b i inform a
de que a su alreded or se habían desarrollado «rituales» en los que
partic ip a b an las m ujeres y los niños de las familias de b ra h m a n es
com o la de K osam bi. Escribe:

«Con el utensilio [el m ortero] se realiza u na c e rem o n ia vigente


incluso entre los bra h m a n es y, sin em bargo, sin sanción en nin ­
guna de las escrituras b ra h m á n icas que p rescriben ritos desde
el n acim ien to h a s ta la muerte. Antes o d u ra n te el día del s a n ­
to del niño, [...] la piedra que se m ueve es envu elta en tela, se
la pasa p o r la c u n a donde se en c u e n tra el n iñ o y finalm ente es
depositad a a los pies del bebé en la cuna. La teoría que se da
es la de la m agia simpática, en concreto que el niño crecerá tan
fuerte e im pasible com o u n a piedra, que será igual de longevo
y estará alejado de la d ebilidad ».16

K osam bi, pues, extrajo u n hecho social in te re sa n te de este o b ­


jeto de piedra, u n h ec h o que, en realidad, lo so rp re n d ió . Su s o r­
p resa está e n c e rra d a en la expresión «incluso e n tre brah m an es» ,
pues el m ortero había encontrado u n uso en rituales no autorizados
p o r texto sagrado alguno. Los instintos historizado res de Kosam-

313
bi le decían que allí debía de haber algún fragm ento interesante de
h isto ria social. Pero ¿qué significaba esto p a ra su propio sentido
del p re s e n te cu an do escribió su libro, en los a ñ o s cincuenta? No
es ta b a d escribiendo una práctica m u e rta del pasad o; escribía s o ­
b re su p ro p ia clase, sobre prácticas «mágicas» en la vida de las
m ujeres de las clases medias cultas, las u s u aria s de la tecnología
m o d ern a . -Hasta donde sabemos, es posible que el propio Kosam-
bi ayúdasela organizar tales ritos. E n consecuencia, el m ortero de
su descripción pertenece, en nuestros térm inos, al problem a de los
tiem p o s entrelazados, a lo que he d e n o m in a d o el «nudo te m p o ­
ra l ».17Está hecho de piedra, se asem eja a los utensilios de la edad
de p ied ra y, por tanto, quizás esté re lacio nad o con otra época y,
sin em bargo, tam bién com parte el tiem po de la cocina eléctrica o
de queroseno. Asimismo, m edia en la relación entre las castas in­
feriores y superiores, y las ubica en algunas prácticas compartidas:
«Se sigue que, ju n to con el utensilio, nos h a llegado una ce rem o ­
nia de la edad de piedra, que las familias b ra h m á n ic a s han to m a ­
do de la población del en to rn o ».13El historicism o de Kosam bi le
im pide ver el problem a de la tem poralid ad p lan teado p o r el m o r­
tero. Sólo puede ver el instrum ento com o algo que «se desarrolló
con el surgimiento de la agricultura antes del fin de la edad de pie­
dra». De este modo, para él la relación entre la cocina de gas y el
m o rte ro sólo puede ser la de un flujo tem poral unidireccional.
E n retrospectiva, podem os ver que la relación de K eniata con
la m agia de su abuelo, la de Appiah con la c o stu m b re de su padre
de ofrecer scotch a los antepasados y la de K osam bi con el m o rte ­
ro a p u n ta n al m ism o problema. Nos re m iten a la pluralidad in he­
rente al «ahora», a la ausencia de totalidad, a la constante fragm en­
tación que constituyen nuestro presente. F rente a ello se levanta
n u estra capacidad de utilizar el p u n to de vista historicista o e tn o ­
gráfico, que supone el uso del sentido del a n a cro n ism o p ara c o n ­
vertir objetos, instituciones y prácticas con los que tenemos relacio­
nes vividas en reliquias de otros tiempos. Como ya he m encionado,
esta facultad de constm ir un contexto histórico único para todo es
la condición que posibilita la conciencia histórica m oderna, la ca­
pacidad de ver el pasado como algo d esaparecido y reificado en un
objeto de investigación. Esta facultad de ver el pasado com o a u té n ­
ticam ente muerto, como separado del tiem po del observador, es lo
q ue ha originado las luchas utópicas y h erm e n éu ticas (aun q u e éti­
cas) de la imaginación histórica m o d e rn a , e n tre las que destacan

314
los esfu erzo s p o r in te n ta r m eterse en la piel-del p asa d o , p o r t r a ­
ta r de verlo «como fue en realidad», po r re constru irlo en la m ente
del historiador. No pretendo devaluar esta p u g n a ni el intenso sen­
tido de d o m in io del oficio que o rig in a .19P ero ta m b ié n es cierto
-c o m o espero que mis ejemplos hayan d e m o s tra d o - q u e el senti­
do m o d e rn o del «anacronismo» nos im pide co n fro n ta r el proble­
m a de la heterogeneidad tem poral del «ahora» al p e n s a r sobre la
historia. Es preciso considerar p o r qué en c o n tra m o s productivo
el anacronism o.

¿Qué está en juego en el anacronism o?

Puesto que no es mi deseo sugerir que el an a c ro n is m o sea un


sim ple e r ro r intelectual, se suscita la siguiente pregunta: ¿qué está
en juego en la práctica del a n a cro n ism o que nos p e rm ite reificar
el pasado en un objeto de estudio? P erm ítasem e ofrecer u na res­
pu esta m u y general. Si el surgim iento de la conciencia histórica
m o d e rn a habla del advenim iento de cierta fo rm a m o d e rn a y polí­
tica de h a b ita r el m undo, p ropongo que ta m b ié n nos hab la de u na
relación m uy particular con el pasado. Se tra ta del deseo, por p a r­
te del sujeto de la m o dern id a d política, de c r e a r un p as a d o dócil
a la reificación y a la vez de liberarse de ese o bjeto lla m a d o «his­
toria». De hecho, es posible s u p o n e r qu e el in te n to de reificar el
pasado es u n a expresión del deseo de liberación del pasado, el d e­
seo de crear lo que Paul de Man denom in ó «el presente auténtico».
¿Qué es el «presente auténtico»? La «potencia co m p leta de la idea
de modernidad», escribe Marshall B erm an citando a De Man, «des­
cansa en un "deseo de borrar todo lo que h u b o antes” con el fin de
a lc a n zar “un punto de partida ra dicalm ente nuevo, un p u n to que
p u e d a s e r un presen te a u té n tic o ”».20El p re s e n te a u té n tic o es lo
que se produce cuando actuam os com o si pudiésem os reducir el pa­
sado a la nada. Es un a suerte de p u n to cero de la historia: el tiem ­
po sin pasado, por ejemplo, de una tabula rasa, la térra nullius o un
proyecto. Refleja el deseo del sujeto político m o d e rn o de experi­
mentar, al perseguir el objetivo de la justicia social, cierto grado de
libertad respecto del pasado.
Desde principios del siglo xix, la adopción de la m odernid ad po­
lítica plantea diversas preguntas angu stio sas en to m o al pasado a
los intelectuales indios socialm ente radicales. ¿Son la « m od erni­

315
dad» y la realización de la «razón» posibilidades inherentes a n u es­
tra historia? ¿0 se basan en algo exterior a las historias específicas
de toda época y lugar, como p o r ejemplo la «disposición moral» o
la «competencia comunicativa» del ser h u m an o? ¿Cómo conducir­
se frente a esas prácticas sociales «injustas» que a m e n u d o se j u s ­
tifican en nom bre de la tradición, la c o stu m b re o hasta del m ismo
pasado? Las castas, la sati, los intocables, los conflictos religiosos:
sob ra n los ejemplos. En verdad, ¿desde qué posición contem pla el
pasad o el intelectual moderno?
No hay u n a respuesta única a estas preguntas. E n la fábula lo-
c keana del contrato fraterno subyacente a la sociedad cívico-polí­
tica, la propia libertad política era la liberación frente al dom inio
del pasado. El padre, en la m edida en que re p resen ta u n a parte de
la in fan c ia de los hijos, ha de ser h o n ra d o pero no tiene «poder
de d a r órdenes» a sus hijos, quienes, al alc a n z a r la edad adu lta y
el uso de razón, disfrutan de la «libertad de a c tu a r según [su] p ro ­
pia voluntad». Su libertad se fu n d a m e n ta en su r a z ó n .21 La razón
aq uí es externa a la historia, y su consecución m a rc a la liberación
frente a toda autoridad política del p a s a d o (e n c a r n a d a en el p a ­
dre). Al final de la infancia, el individuo lockeano com ienza a vivir
desde este punto cero de la historia. C onstantem ente intenta crear
ese «presente auténtico». Las posibilidades históricas ah ora las p ro­
du ce sólo la razón. Asimismo, el individuo m o d e rn o no está co n s ­
treñ id o p or el pasado. La costu m b re no tiene el « poder de d ar ó r ­
denes» ni de castigarlo. La fábula de J o h n Locke sobre el contrato
fraterno subyacente a la sociedad cívico-política m o d e rn a ha sido
ca b alm en te descrita como ahistórica o a n tih is tó ric a .22
E n la historiografía m arx ista o sociológica, p o r o tro lado, se
co nsidera que las posibilidades por las q u e uno lucha se originan
en los conflictos de la historia. No son co m p le ta m e n te externas a
ella pero tam poco están totalm ente d ete rm in a d a s p o r ella. En este
m arco , la p re gu nta indecidible so b re el g ra d o de p o d e r con q ue
c u e n ta el pasado puede prod ucir u n a am bivalencia extrem a en el
individuo m oderno. Pues en este m odo de pensar, el pasa d o p u e ­
de parecer-ai mismo tiempo una fuente c a p acitad o ra y una lim i­
tación paralizante. El propio Marx ejem plifica esta am b ivalencia
al escribir: «La tradición de todas las generaciones m u e rta s a b r u ­
m a co m o u n a pesadilla el cerebro de los vivos». ¿P or qué «pesadi­
lla»? ¿Por qué una descripción tan angu stio sa de las generaciones
m u e rta s? La angustia surg e p o rq u e el ind iv id u o m o d e r n o en la

316
posición de M arx n u n c a se libera del pasa d o de m a n e r a tan com ­
pleta como los h erm a n o s de la teoría lockeana del gobierno cívico-
político. La m o d e rn id a d m a rx ia n a está a t r a p a d a en u n a c o n tra ­
dicción con respecto al pasado. Por u n lado, el revolucionario que
toda persona m o d ern a encierra en su in terio r desea exceder y su­
p rim ir el pasado, c rear «algo que n u nca h a existido». Ahora bien,
lo nuevo sólo puede im aginarse y expresarse m ediante u n a lengua
c o m p u e s ta p o r los lenguajes p re v iam ente disponibles. La acción
política, pues, se enfrenta al riesgo de que lo que p retendía ser una
r u p tu r a con el p asa d o -«a lg o que n u n c a ha ex istido» - acabe p a ­
reciendo el re to m o de lo muerto. La in certid um bre de tal ruptura
es lo que p ro d u c e el tim b re an gustio so de la voz de lo m oderno
en el texto de Marx. Como escribe este m ism o pensador: «Y cu a n ­
do parecen dedicarse a transform arse y a tra n s fo rm a r las cosas, a
crear algo que n u n c a h a existido, en esos periodos de crisis revo­
lucionaría es p recisam en te cuando co n ju ra n angustiosam en te en
su auxilio los espíritus del pasad o y t o m a n de ellos n om bres, gri­
tos de guerra y vestiduras a fin de re p re s e n ta r la nueva escena de
la historia universal c o n ese disfraz de vejez venerable y con ese
lenguaje p re s ta d o ».23
En su debate de los años treinta del siglo p asado sob re el «sis­
tem a de castas» de la India, tanto M ahatm a Gandhi com o B.R. Am-
bedkar, líder dé los den om inados «intocables», re produjeron -pese
a sus difundidos d esa c u e rd o s- elem entos de los dos p u n to s de vis­
ta arriba delineados. Ambos vieron su b ú sq u e d a de justicia social
com o creadora de posibilidades que e ran independientes del pasa­
do. Gandhi, por ejemplo, aclaraba que su crítica de las castas tenía
poco que ver con la historia de la práctica. «La casta», a ñ rm ó , «no
guarda relación alguna con la religión. Es u n a costum bre cuyo ori­
gen ignoro y no necesito conocer para satisfacer mi sed espiritual.
Pero sé que es d a ñ in a p a ra el c recim ien to ta n to espiritual com o
nacional .»24Y A m bedkar recom en d ab a un a revisión com pleta del
hinduismo para acomodarlo «a la Democracia». Apelaba a un «cam­
bio total de las nociones fundam entales de la vida», de «perspecti­
va y actitud sobre los h o m b res y las cosas», a la «aniquilación de
las castas» y a-la reco nstrucción com pleta de la sociedad india so ­
bre los cim ientos de los tres p rin cip io s de «Libertad, Igu aldad y
F ratern id a d ».23
Este m ism o sentido de libertad respecto del pasado, que tanto
Ambedkar com o Gandhi expresaron, sugería, sin em bargo, otra po­

317
sible relación con aquél. La liberación del pasad o ta m b ié n podía
sig n ificar que cabía tra ta r a éste c o m o u n a in m e n s a fuente de
recursos, u n a reserva perm anente de la que el sujeto de la m o d er­
nidad política podía servirse del m odo en que la lucha p o r la justi­
cia social hiciese necesario. La actitud de Gandhi hacia las escritu­
ras encerraba este sentido de libertad. «Las escrituras propiam ente
dichas», escribió Gandhi, «sólo p u e d e n co n c e rn ir a verdades in ­
ternas y han de apelar a todas las conciencias. [...] N ada puede ser
aceptado com o palabra de Dios si la ra zó n no lo p ued e exam inar
o si no es susceptible de ser ex p e rim e n ta d o espiritualm ente.» Ar­
g u m en tab a que era posible elegir en m ateria de religión: «Una reli­
gión ha de juzgarse no p o r su peor es p é c im e n sino p o r el m ejo r
que haya producido. Pues eso y sólo eso puede usarse com o norm a
a la que aspirar, si no s u p e r a r ».26
P or su parte, Ambedkar citaba a J o h n Devvey -« m i m aestro y a
quien tan to debo»- al afirmar: «Toda sociedad sop orta la carga de
lo trivial, de la madera m uerta del pasado, y de lo que es positiva­
m ente perverso». La tarea de una sociedad «ilustrada» era «no con­
servar y transm itir la totalidad de sus logros, sino sólo aquellos que
contribuyen a una sociedad futura mejor». Los hindúes, p o r tanto,

«deben considerar la posibilidad de d ejar de v en e rar el p a s a ­


do com o fuente [de sus] ideales. [...] El profesor Devvey [...]
dice: "Un individuo sólo puede vivir en el presente. El presen­
te no es sencillamente algo que sigue al pasado; m u ch o m e­
nos, algo producido po r él”. [...] Los hindúes deben considerar
si ha llegado la liora de reconocer que no hay n ada fijo, nada
eterno, nada sanatan; que todo está ca m b ia n d o [...] ha de h a ­
b er u na constante revolución de valores y los h in dúes tienen
que ca er en la cuenta de que, si es qu e va a h a b e r no rm as para
m edir las acciones de los hom bres, tam bién ha de h a b e r una
disposición a revisar tales n o r m a s ».27

Así pues, encontram os dos tipos de relación co n el pasado en


estas páginas. Uno es el historicismo, la idea de que p ara c o m p re n ­
der las cosas necesitamos saber su historia, el proceso de d esa rro ­
llo que han experimentado para convertirse en lo que son. El propio
historicismo promete al sujeto h u m a n o cierto grado de auto nom ía
respecto de la historia. La idea es que, u n a vez que se conocen las
causas estructurales que operan en la historia, cabe a lc a n z a r ta m ­

318
bién cierto control sobre ellas. La otra relación con el pasad o es lo
que d e n o m in a ría u n a relación «decisionista». P o r «decisionismo»
m e reñ ero a u n a disposición que p erm ite al crítico h ab lar sobre el
futuro y el pasa d o com o si hubiese decisiones concretas y ca rg a ­
das de valor que to m a r en relación con ambos. No se hab la de le­
yes históricas, aquí. El crítico se guía p o r sus prop ios valores p ara
escoger el fu tu ro m ás deseable, sano e inteligente p a r a la h u m a ­
nidad, y ve el p as a d o com o u n alm acén de recursos al que acu dir
cuando se t o m a necesario. Tal relación con el p asado incorpora la
posición re voluc io nario -m odern a en la que el re fo rm a d o r p r o c u ­
ra a n u la r u n a h is to ria (pa rtic u lar) a fin de c o n s t r u i r d esd e cero
la sociedad. No ob stan te, el d ecisio nism o no tiene p o r qué c o n ­
n o tar u n a actitud iconoclasta hacia el pasado. P erm ite a d o p ta r ac ­
titudes diversas hacia ese pasado -d e s d e el respeto hasta el a s c o -
sin, pese a ello, verse constreñido p o r él. Utiliza la «tradición», pero
ese uso es g u iad o p o r u n a crítica del presente. R ep re s e n ta así la
libertad de la histo ria y ta m b ié n la libertad p a r a re s p e ta r los a s ­
pectos de la «tradición» que se consideren útiles para co n s tru ir el
futuro deseado.
El decisionism o y el historicismo pueden parecer, en principio,
o p u estos e n tre sí. El célebre crítico indio Ashis Nandy, p o r eje m ­
plo, en algunas ocasiones ha co n fro ntado vigorosam ente posicio­
nes historicistas que, en mis térm inos, son «decisionistas». E n un
ensayo reciente titulado «History’s Forgotten Doubles» (Los dobles
olvidados de la Historia), N and y critica los m éto d o s de la h is to ­
ria. A d iferencia de los sujetos de la an tro pología, «los sujetos de
la historia casi n u n c a se rebelan, pues están, en su m a y o r parte,
m u e r t o s ».28Lo que p re o c u p a f u n d a m e n ta lm e n te a N a n d y es la
natura leza n o dialógica de la «conversación» e n tre el p as a d o y el
presente que tiene lugar en los textos del historiador. F rente a ello,
a bog a p o r la idea de «la m ala m e m o ria y los silencios, p o r p r i n ­
cipio». Al explicar lo que quiere decir, Nandy se acerca a lo que he
descrito c o m o la posición decisionista. Los co n s tru c to s deseables
del pasado, afirma, «son prim ariam ente responsables ante el presen­
te y ante el futuro; no se dirigen ni al archivero ni al arqueólogo.
Tratan de expandir las opciones h u m a n a s m ed ian te la reco n fig u ­
ra ció n del p as a d o y su tra s c e n d e n c ia m e d ia n te im provisaciones
creativas [...]. El p asado m odela el presente y el futuro p e ro el p re ­
sen te y el fu tu ro tam b ién m o d e la n el pasado. Algunos inv estig a­
dores [...] es tá n [...] dispuestos a redefinir, qu izás incluso a tr a n s ­

319
figurar, el pasado para iniciar el futuro. La elección no es cognitiva,
sino m oral y política, en el mejor sentido de tales p alab ras ».29
La presentación del pasado com o una cuestión de elección «mo­
ral y política» p ara el sujeto m od ern o es lo que vuelve decisionis-
ta la postura de Nandy. El la emplea de forma clara en oposición a
lo que cabría denom inar la historia de las ciencias sociales, la cual
concibe los procesos históricos com o límites a la libertad h u m a ­
na. Escribe:

«Uno se pregunta si cierta vaga conciencia de esta asim etría


entre los sujetos y los objetos [en la disciplina de la historia],
y entre los que conocen y el objeto de conocimiento, im pulsó a
G andhi a rechazar la historia com o guía de la acción m o ral y
a extraer esa orientación de su lectura de textos y mitos. [...]
Gandhi, como Blake y Thoreau antes que él, desafió este n u e ­
vo fatalismo [esto es, la idea de las leyes históricas] de n u e s ­
tro tiem p o ».30

Pese a ciertas tensiones entre ellos, en p a rtic u la r en lo que a ta ­


ñe a la cuestión de la prueba histórica, el decisionism o y el histo-
ricism o no son opciones m utu am ente excluyentes para el sujeto de
la m odernidad política. Como m uestran las citas de Ambedkar, éste
u n ía su actitud decisionista hacia el pasado con la perspectiva m o ­
derna de que a la historia en cuanto disciplina concierne sobre todo
la explicación de los procesos y orígenes del ca m b io social. Sobre
salió por su rechazo del pasado de la India, con su om nipresente
sistem a de castas; en eso A m bedkar fue decisionista. Pero el indi
viduo m oderno dentro de él no estab a en c o n tra de la disciplin;
de la historia. Todo cambia, decía. N ada es «fijo» ni «eterno». L;
tare a principal de las ciencias histó ricas es exp licar «por qué»
E sta concepción de la historia era historicista. E n un ensayo tem
p ra n o sobre «El sistem a de castas en la India», leído an te el Se
m inario de Antropología del d octo r A.A. Goldenw eizer de la Uni
versidad de Columbia en 1916, lam en tab a la ausencia de historia
adecuadas de la práctica de la sati, la «viudedad forzosa» y del «ni;
trimonio infantil» en la India. «Disponemos de m uch a filosofía qu
nos dice por qué se honraron esas costum bres, p ero nada q ue no
inform e sobre las causas de su origen y existencia .»31
El decisionismo, po r tanto, no puede con stitu ir una crítica pn
funda del historicismo. Ambos están im buid os del sueño m ode

320
no del «presente auténtico» que siem pre m ira.h acia el proyecto de
un fu tu ro d eseable y, a su vez, es d e te r m in a d o p o r él. El a n a c ro ­
n ism o es p arte integral de la sensibilidad h is to ric is ta q u e a c o m ­
p a ñ a a este p ro g r a m a político. A c o m p a ñ a n u e s tr a b ú s q u e d a de
justicia social. Pero el historicismo y la idea con c o m itan te del a n a ­
c r o n ism o tam b ién o ca sio n a n u n p ro b le m a p a r a lo q ue he d e n o ­
m in ad o el proyecto de provincializar E uropa. El historicism o sólo
p u ed e circ u lar en u n á n im o de fru stración , d ese sp erac ió n y re ­
se n tim ie n to .32Pues desde que el h istoricism o está ahí, la tarea de
conceptu alizár la natura leza de la m o d ern id a d política en la India
colonial y poscolonial nos desconcierta. El ca m p e s in o co m o c iu ­
d a d a n o c o n tin ú a sem eja n d o u n a reliquia de o tro tiem po, a unq ue
sabem os que pertenece inequívocam ente al m ism o presente que el
ciudadano m oderno. El desafío consiste en co nceptu alizar de n u e ­
vo el presente. P ara redefinir nuestro proyecto de m a n e r a que su­
pere el resentimiento hacia el pensamiento europeo, h em os de p e n ­
sar d ejan d o a trá s el historicism o . H acerlo n o su p o n e re c h a z a r la
razón, sino co n s id e ra rla u n o de los m ú ltip les m o d o s de ser en el
m undo. La siguiente sección desarrolla este asunto.

M ás allá del historicism o

Criticar el h isto ricism o en todas sus v aria n tes significa d e s a ­


p re n d e r a p e n s a r en la h isto ria c o m o un p ro c e s o evolutivo en el
cual lo posible se convierte en efectivo pro pe n d ie n d o hacia un fu­
turo que es singular. O, en otras palabras, es a p r e n d e r a p ensar el
pre sente -el «ahora» que h a b ita m o s m ie n tra s h a b l a m o s - com o
irreductiblem ente no-uno. Dar este paso s u p o n e re p la n te a r el p ro ­
blem a del tiem po histórico y revisar la relación entre lo posible y
lo real. Los p ensam iento s que siguen derivan de la discusión p re ­
sentada en lá seg und a sección de El ser y el tiem po de M artin Hei-
degger. En el centro de este ejercicio está la preocu p ac ió n sobre
cóm o pensar en relación con el pasa d o y el futuro de u n a m an era
no totalizadora.
U su alm en te - n o s re c u e r d a H e id e g g e r- p e n s a m o s lo posible
com o una realidad no acabada. Sin em bargo, ver el presente com o
rad ic alm en te n o -u n o y p o r tanto plural significa ver su «ahora»
co m o u n estad o de d esv e la m ie n to parcial, sin la su g e s tió n o la
p rom esa de principio alguno -c o m o el dharrna, el capital, o la c iu ­

321
d a d a n í a - q u e p u ed a invalidar, o que, en efecto, lo haga, esta h e ­
te ro g e n eid ad e incom pletitud y finalm ente co n s titu ir u n a to tali­
dad. No cabe, p o r lo tanto, considerar que tales posibilidades p lu ­
rales están m e ra m en te esperando a convertirse en reales, com o
la p o sibilidad de la m adu ración inh ere nte a un a fruta. Tam poco
cabe c a p tu r a r la pluralidad de posibilidades m ediante la noción
de «carencia» o «incompletitud», que asu m e un a visión aditiva de
la totalidad. P odem os ver algo com o «m era m en te incom pleto» si
su s c rib im o s el principio de u n a totalidad que p u ed e p o n erse de
m anifiesto m ediante la adición de ciertos elem entos en el tiem po
cronológico que sigue al «ahora». Hem os en contrado p lanteam ien­
tos de este género en ciertas versiones m arxistas de la historia in­
dia que hab lan de «transiciones incompletas» al capitalism o y a la
m o d e rn id a d .33Pensar en el «no todavía», en el «ahora», com o una
form a de «realidad no acabada» implicaría seguir com pletam ente
a tra p a d o dentro del historicismo. P ara que un a posibilidad no sea
ni lo que es tá esperando a convertirse en real ni lo que es m e r a ­
m en te incom pleto, lo posible ha de concebirse co m o lo que ya es
realm ente, pero está presente sólo com o el «no todavía» de lo real.
E n o tra s p a la b ra s, es lo que hace del no-se r-u n a-to ta lid a d u na
carac te rístic a constitutiva del «ahora». E n este sentido radical de
n u n ca ser u n a totalidad, el «ahora» es «invariablemente frag m en ­
tario» y no u n o .34
Asimismo, Heidegger nos ayuda a ver que el p ro blem a del p a ­
sado no p uede pensarse hasta que considerem os tam bién la cu e s­
tión del futuro. El ser h u m a n o no puede evitar existir o rie n ta d o
h acia el futuro. Sin em bargo, el hecho de h ab er ya sido - l o que
Heidegger denom ina el «ser com o h aber sido»- tam bién está fue­
ra del c o n tro l del ser h u m an o . E n co n secuen cia, todos n u e s tro s
pasados son futurales en su orientación. Nos ayudan a hacer el via­
je inevitable hacia el futuro. No hay, en este sentido, ningún «deseo
de retorno», ni nostalgia «patológica», lo cual tam p o co es futural.
S e r futural es algo que está con nosotros, a cada m om ento, en to ­
das las acciones que el ser h u m a n o e m p re n d e .35
Pero hay que distinguir entre el pensam iento consciente de «un
futuro» al que in terpelam os en n u e s tra b ú s q u e d a de la ju s tic ia
social y la futuridad que envuelve todos los m o m en to s de la exis­
tencia h u m an a. El prim er tipo de «futuro» es el interpelado tanto
p o r el historicista como p o r el decisionista. R ecordem os las p a la ­
b ra s de Nandy: «tales constructos [del pasado] s o n p rim a ria m e n ­

322
te responsables ante el presente y an te el f u t u r o ».36Se t ra ta de un
futuro del cual conocem os, al m enos, sus principios constitutivos,
a u n q u e no tengam os un traz ad o preciso del m ism o. L lam em o s a
este fu tu ro el futu ro q ue «será». Es d iferente de la f u tu rid a d que
ya está en n u estras acciones a ca d a m om ento. A ella nos p o d ría ­
m os referir com o a los futuros que ya «son ».37
El futuro que «será» se alinea con lo que yo d en o m in a b a la H is­
toria 1 en el capítulo sobre «Las dos historias del capital». Ésta es
la historia universal y necesaria po stu lad a p o r la lógica del c a p i­
tal. A esta historia son inherentes los universales de la Ilustración.
E n n u e s tra calidad de m o d e rn o s que a n h e la n la ju s tic ia social
y sus instituciones concom itantes, nosotros, ya seam os decisionis-
tas o historicistas, no pod em os sino ten er un co m p ro m is o com ún
con ella (pese a to d as las desavenencias en tre el liberalism o y el
m arxism o). A través de este com p ro m iso , ya in te g ra d o en n u e s ­
tras vidas, es com o em p ieza n u estra pu gna c o n tra el pen sa m ie n to
europeo. El proyecto de «provincializar E uropa» surge de esta im ­
plicación. Pero este inicio no define el proyecto. Éste ha de defi­
nirse en referencia a otros pasados, es decir, en referencia a las H is­
torias 2: pasados «que el capital encuentra como antecedentes suyos
pero que no pertenecen a su propio proceso vital».
Los futuros que ya son ahí, la futuridad con la cual los h u m a ­
nos no pueden evitar alinearse, son lo que he llam ado la Historia 2.
Tales futuros son plurales y no ilustran idea alg u n a de .totalidad o
de unidad. Son lo q u e hace imposible re su m ir c u a lq u ie r presente
m ediante un principio totalizador. Convierten al «ahora» en inva­
riablem ente fragm entario, pero los fragm entos no so n aditivos; no
sugieren una totalidad ni u n a com pletitud. La c o n stan te y abierta
m odificación del futuro q ue «será» p o r los fu tu ro s q ue «son» es
paralela a la m odificación con tin ua de la Historia 1 p o r las H isto ­
rias 2, com o he defendido en el capítulo 2.
Estos futuros q ue ya «son» no m iran n e c e s a ria m e n te al fu tu ­
ro qu e «será», el cual se form a en los cálculos y dese o s del s u je ­
to de la m od ern idad política. Los futuros que «son» son plurales,
no se prestan a ser representados p o r un principio totalizador, y no
siem pre son dóciles a los procedim ientos reificadores de la esc ri­
tura histórica. Pues mi «ser como h a b e r sido» incluye pasados que
existen de m a n e ra s que no puedo ver ni im aginar, o, a veces, sólo
puedo hacerlo retrospectivamente. Los pasados están ahí, en el g u s­
to, en las prácticas que se han incorporado, en la edu cación c u l­

323
tural que los sentidos han recibido durante generaciones. E stán ahí
en prácticas en las que, en ocasiones, ni siquiera sé que estoy p a r­
ticipando. Así es como lo arcaico llega hasta lo m oderno, no com o
un vestigio de otro tiempo sino como elemento constitutivo del p re­
sente. Sea cual fuere la naturaleza de estos pasados que ya «son»,
siem pre están orientados hacia futuros que tam bién ya «son». Exis­
ten con independencia de que yo sea decisionista en relación con
ellos. El m o d e rn o poeta bengalí A ru n k u m a r S a rk a r escribe, p o r
ejemplo, de su infancia: «Ya de pequeño m e atraía el sonido [del
lenguaje], y esa atracción fue lo que originó el deseo de esc rib ir
poesía. Mi m adre recitaba distintos tipos de poemas, mi padre ver­
sos sánscritos de encomio [de las deidades], y mi abuela los cie n ­
to ocho n o m b res del [dios] Krishna. No entend ía los significados
pero me sentía absorbido p o r los s o n id o s ».38
La declaración de Arun S ark a r ca p tu ra cabalm ente el aspecto
no decisionista de su relación con el pasad o y el futuro, d entro de
la cual se m ueve el «ahora» del «escribir poesía». El «haber sido»
de la recitación de los p o em as de su m ad re , de los versos s á n s ­
critos de su padre y de los no m b res del dios hin d ú K rish n a de su
abuela se recuerda aquí en u n m ovim iento de existencia dirigido
hacia el futuro. La dirección futural del m ov im ien to se ind ica en
la frase «el deseo de escribir poesía». D entro de esta fu tu rid ad es
donde acontece la escritura poética de Arun Sarkar.
C on tra esta pluralidad de los futu ros que ya «son» está el fu­
turo de la posición política m oderna. Éste es el futuro que «será».
Este futuro postula un «ahora» donde se nos exige ver el p re s e n ­
te com o capaz de producir un principio de totalización. A su vez,
esto nos llama a ser decisionistas y/o reificadores en relación con
el pasado. Es el gesto inevitable del sujeto político moderno. No hay
razón para rechazarlo com o tal. Pero hem os de reco nocer las li­
m itaciones de esos métodos en lo concerniente al p e n sa m ie n to so
bre el pasado. El pasado, por razones aducidas m ás arriba, nunc;
es com pletam ente dócil a los protocolos reificadores de la historio
grafía. Afirmar esto, por cierto, no sup on e negar el valor heurísti
co de la clase, el patriarcado o la tecnología en los análisis socio
críticos del pasado. Pero la claridad del m odelo no es lo m ism o qu
la claridad del objeto al cual el m odelo representa.
S iem p re tenemos, en té rm in o s h eideggerianos, u n a preco n
prensión del hecho de que vivimos entre «futuros» que ya son y qu
exceden el futuro, que se vacía en el m olde de un «será». E n del

324
nitiva, ésta es la cuestión de los m odos diversos que el ser h u m a ­
no en cu entra de ser-en-el-mundo. E ntre esos nu m ero so s m odos de
ser, el «reificador» es simplemente uno, a u n q u e dom ine globalm en­
te en el presente. Se plantea un p rob lem a c u a n d o se exige que la
relación reificadora con el pasado sea n uestra única relación, pues
entonces lodo regreso de otras relaciones parece u n a «pesadilla de
los muertos», en palabras de Marx. P ara aquellos que se entregan
p or com pleto a los m odos objetivadores de p en sam iento, el p a s a ­
do conserva el p o d e r de persistir y de p ro v o c a r la sa c u d id a de lo
siniestro .39Escuchem os, p or ejemplo, los p en sa m ie n to s y la expe­
riencia del teórico m arxista francés H enry Lefebvre -iró n ic o en el
caso de su m o rd az crítica de la reificación c a p ita lista- cu a n d o vi­
sitó una p eq u e ñ a iglesia cerca de N avarrenx (su «pueblo natal»),
iglesia que pertenecía a su pasado: «Sé lo que encontraré: u n e s p a ­
cio vacío don d e el eco resuena, con recovecos llenos de cientos de
objetos, cada un o de ellos lanzando el grito silencioso que lo c o n ­
vierte en u n signo. ¡Qué extraño poder! Sé que no dejaré de e n te n ­
der su "significado" porque me lo explicaron hace años. Es im p o ­
sible c e rra r los ojos y los oídos a estos símbolos. [...] Es imposible
libera rm e de ello». Los «haber sido» q ue c r e a n este «ahora» p a r a
Lefebvre en la iglesia orientan ese «ahora» h ac ia el futuro que su
infancia fue u n a vez. Su m arxismo, sin em bargo, le insta a c la u ­
su rar este m o m e n to y la pluralidad del m ism o. Quiere ser co n s u ­
mido po r un futuro que «será», el futuro llam ado «socialismo». Así
que en este pu n to del texto se libra u n a batalla: «Pero p re c is a m e n ­
te porque siento esta oscura em oción puedo c o m e n z a r a e n ten d e r
sus oscuras causas. Por ello no debo desesperar, la lucha con tin ú a
[...] la religión [...] es u n a crítica destructiva reaccionaria. El m a r ­
xismo ofrece u n a crítica efectiva, co n stru ctiva, de la vida. ¡Y sólo
el m a rx ism o !».'10
La natu ra leza «invariablemente fragm entaria» e irre d u ctib le­
mente plural del «ahora» presenta u n obstáculo para u n a ciencia
social que form ule el futuro h u m a n o co m o u n proyecto en el cual
la razón se realice de una u otra form a (m ás dem ocracia, liberalis­
mo, derechos, socialismo, entre otras). Esto, a su vez, hace que j u z ­
gu em o s las p rá c tic a s vitales que d e s a p r o b a m o s - p r á c t i c a s q u e
parecen supersticiosas o que adscriben agencia a dioses o esp íri­
tu s - co m o anacrónicas, si no reaccionarias. Ello sucede, com o h e ­
mos visto, incluso cuando el sujeto investigador ha vivido u na re la­
ción cotidian a con tales prácticas. La razón ad o p ta a q u í la fo rm a

32 5
de principio totalizador con cuya ayuda el investigador de las cien­
cias sociales sólo puede crear una relación antropologizante, inclu­
so c o n aquello con lo que él pueda ten er u n vínculo previo, sim u l­
táneo o posterior al proceso de investigación.
C uriosam ente, los científicos indios en activo -y, supongo, los
científicos en otros lugares- no han sentido, por lo general, ningu ­
na obligación intelectual o social de e n c o n tra r un m a rc o general
ú n ic o c a p a z de c o n ten e r la diversidad de sus p ro p ia s p rácticas
vitales (en tanto que diferentes de sus prácticas co m o científicos).
E n o tras palabras, la práctica de la «ciencia» no im p u lsa necesa­
ria m e n te al investigador a desarrollar un « tem peram en to científi­
co» fu e ra de la práctica de la propia ciencia. A.K. R a m a n u ja n , el
folclorista, escribió u na vez sobre su padre, a s tró n o m o que no ex­
p e rim e n ta b a conflicto alguno por ser tam b ién astrólogo:

«Era m atem ático y astrónomo. Pero tam bién era u n erudito del
sán sc rito y un astrólogo experto. Tenía dos géneros de visitan­
tes exóticos: m atem áticos estadounidenses e ingleses que lo lla­
m a b a n cuando estaban de visita en la India, y astrólogos loca­
les, sabios ortodoxos que vestían espléndidos chales bordado s
en oro regalados por el Marajá. Yo me acababa de convertir, de­
bido a Russell, a la "actitud científica". Me [...] preo cu p ab a que
u n a sola m ente albergase a la vez u n s ab e r a s tro n ó m ic o y as­
trológico; buscaba consistencia en él, u n a consistencia que a él
no p arecía importarle, en la que ni siquiera p en saba. Cuando
le pregunté acerca del efecto del descubrim iento de N eptuno y
P lutón sobre su arcaica astrología de nueve p lanetas, replicó:
"Se hacen las correcciones necesarias, y ya está". O, al pregun ­
tarle có m o podía leer el Gita religiosamente después de b a ñ a r­
se y [...] luego alabar a Bertrand Russell o incluso a Ingersoll,
dijo: "¿[...] no sabes que el cerebro tiene dos hemisferios ?”».4 1
Al parecer, la estrategia del p ad re de R a m a n u ja n para vivir
efectivam ente en un «ahora» carente de totalidad - s u m etáfora de
los dos hemisferios contradictorios red uce con eficacia la unidad
del ce reb ro a un m ero arm azón contingente y v a c ío - tam bién la
p racticab a el investigador indio C.V. R am an, P rem io Nobel de Fí­
sica. Se dice que R am an corrió a c a sa d esd e su la b o ra to rio en la
Calcuta de los años treinta para «tom ar u n baño ritual antes de un
eclipse solar». C uando le p re g untaron sob re ello, p arece que el fí­

326
sico respon dió con sencillez: «¿El P rem io Nobel? Eso e ra ciencia,
un eclipse solar es perso n al ».4 2
No hay p o r qué to m ar estas an écd otas sobre dos científicos in ­
dios com o com pletam ente ciertas. Pero estos relatos, p osiblem en­
te apócrifos, so b re el p adre de R a m a n u ja n y S ir C.V. R a m a n me
ay ud an a im ag in ar u na ubicación alternativa para la «razón» al
p e n s a r en la cuestión de la «historia india». Estas n arracion es s u ­
gieren, en un sentido heideggeriano, u n a precom prensión de cómo
c a b ría provincializar la E u ro p a de nuestro deseo de ser m odernos
otorgándole á la razón un lugar diferente del que se le h a asigna­
do en el p e n sa m ie n to historicista y m o d ern o . Tanto R a m a n u ja n
p adre com o R a m a n eran científicos cabales. Sin em bargo, no n e ­
cesitaron totalizar a través de la perspectiva científica ca d a una de
las diversas p rácticas vitales d e n tro de las cuales se e n c o n tr a b a n
y a las que se sen tían llamados. Estos relatos -in clu so a u n q u e no
sea n ciertos re sp ecto de estas dos p e r s o n a s - hab lan de posibles
p rá c tic a s de p e n sa m ie n to en las que el fu tu ro que «será» n u n ca
aneg a p or com pleto los futuros que ya «son».
Provincializar E u ro p a en el p e n sa m ie n to histórico su p o n e lu­
c h a r p o r m an ten e r en un estado de tensión perm anente u n diálogo
entre dos puntos de vista contradictorios. P or un lado, está el re ­
lato universal e indispensable del capital: lo que he d en o m in ad o la
H istoria 1. Este relato nos proporciona tanto u n a crítica del im pe­
rialismo capitalista como ciertas visiones, fugaces pero.necesaria­
m ente vigorizantes, de la prom esa ilustrada de una h u m anidad ab s ­
tracta universal pero nunca-realizable. Sin tales visiones fugaces,
com o lie afirmado, no hay m o dern idad política. Por otro lado, está
el p en sam ien to sobre las formas diversas de ser h u m an o , las infi­
nitas inconm ensurabilidades a través de las que nos afan am o s - d e
forma perenne, precaria, pero inevitable- por «m u ndanizar el m u n ­
do» a fin de h a b ita r nuestro s d iferen tes sentidos de p e r te n e n c ia
óntica. Éstos son los afanes que se convierten - c u a n d o e n tra n en
contacto con él capital- en las Historias 2, que, en la práctica, siem ­
pre modifican e interrumpen el impulso totalizador de la Historia 1.
Pese a qué este libro no está c o m p ro m e tid o con M arx ni con
H eidegger en 'n in g ú n sentido d octrinario o dogm ático, el espíritu
de su p e n sa m ie n to y sus c o n c ep to s re ctores p resid en los dos p o ­
los del p e n s a m ie n to que d irig e n los m o v im ie n to s de este texto.
C om o a firm a b a al principio, M arx y H eidegger re p re s e n ta n p a r a
m í dos tendencias contradictorias, pero p ro fu n d a m e n te co necta­

3 27
das, que coexisten dentro del pensam ien to social europeo m o d e r­
no. Una de ellas es el legado analítico-conceptual, la práctica de
la ab stracció n que nos ayuda a unlversalizar. Precisam os univer­
sales p ara prod uc ir lecturas críticas de las injusticias sociales. Pero
lo universal y lo analítico crean formas de pensam iento que, en úl­
tim a instancia, vacían el espacio de lo local. No im po rta si esto se
lleva a cab o con un lenguaje em pírico, p ues lo em p írico p u ed e a
m e n u d o ser resultado de lo universal, al igual que lo p a rtic u la r se
sigue de lo-general. Fundam entalm ente, tal p en sa m ie n to se incli­
na a ce rce n ar la relación entre el p ensa m ie n to y los m odos de p er­
te n en c ia h u m a n a . El otro legado e u ro p eo es la trad ic ió n h e r m e ­
n é u tica , que tiende a re stablecer d en tro del p ro p io p e n s a m ie n to
este nexo entre pensam iento y m orada. Mi propósito en este libro
ha sido inscribir unas formas m uy p articulares de ser-en-el-mun-
do - q u e den o m in o bengalíes sólo de m o d o p ro v isio nal- d en tro de
las categorías universales, abstractas y eu ro p eas de la m odernidad
capitalista/p olítica. Para mí, p ro v in cia liza r E u r o p a ha sido una
cuestión de cóm o crear genealogías conjuntivas y disyuntivas para
categorías europeas de la m o d ern id a d política m ien tras c o n te m ­
p lam o s las historias, necesariam ente fragm entarias, de p e rte n e n ­
cia h u m a n a que nunca constituyen u n a u n id a d o u n todo.
Como espero que resulte obvio tras lo expuesto, la provincia-
lización de E u ro p a nunca puede ser u n proyecto de re ch az o del
p e n s a m ie n to europeo. Pues al final del im p erialism o occidental,
el p e n sa m ie n to europeo es un regalo p a r a todos nosotros. Sólo
p o d em o s h a b la r de provincializar en un esp íritu an ticolo nial de
g ratitu d.43

328
Apéndices
Apéndices
Notas

La p ro v in c ia liza c ió n de E u ro p a en los tie m p o s de la g lo b a liza ció n


(P refacio a la ed ició n de 2007 )

1. R o l a n d B a r th e s , «M y th T oday», en M yth o lo g ies, t r a d u c i d o al inglés


p o r A n n e tte Lavers, N u e v a York, Hill a n d W an g , 1984, p ág s. 109-159 [ R o ­
la n d B a r th e s , M itologías, trad , d e H. S c h m u c le r, M éxico, S ig lo XXI, 1980].
2. D ip e s h C ha k rab arty , R e th in k in g W o rking-C lass H istory: B engal 1890-
1940, P r i n c e to n , P r i n c e t o n U n iv ers ity P ress, 2000.
3. P a r a lina h is to ria d e e ste m o v i m i e n to , v é a s e S u m a n t a B a n e rje e , I n ­
dia's S im m e r in g R e v o lu tio n : The N a xa lite U prising, L o n d re s, Zed, 1984.
4. F e r d i n a n d de S a u s s u r e , C ourse in G eneral L in g u istic s, C h a rle s Bally
y A lb ert S e c h e h a y e , (eds.), t r a d u c i d o al in g lé s p o r W ade B a s k in , N u e v a
York, M c G r a w Hill, 1966, p á g s. 65-67 [ F e r d i n a n d d e S a u s s u r e , C urso de
L in g ü ístic a general, tr a d , d e M a u r o A rm iñ o , M a d r i d , Akal, 2006].
5. V é a se la r e s e ñ a d e J a c q u e s P o u c h e p a d a s s d e PE, p u b l i c a d a c o n el
títu lo d e « P lu r a li z in g R e a s o n » , e n H isto ry a n d T h eo ry 41, n.° 3 (2002),
págs. 381-391.
6. El « re c o n o c i m i e n to » , e s c r ib e G a d a m e r , «de q u e t o d a c o m p r e n s i ó n
im p li c a i n e v i ta b l e m e n t e alg o d e p re j u ic i o d a al p r o b l e m a h e r m e n é u t i c o
su v ig o r real». H a n s - G e o r g G a d a m e r , Truth a n d M ethod, L o n d r e s , S h e e d
a n d W a rd , 1979, pág. 239 [H a n s - G e o r g e G a d a m e r , Verdad y m éto d o , tr a d ,
d e M a n u e l O la sa g a s ti, S a la m a n c a , S í g u e m e , 2 0 04], V éase la d i s c u s ió n de
las p á g s . 235-258. G a d a m e r , e n g e n e r a l , ve lo s p r e j u i c i o s c o m o « c o n d i ­
c io n e s d e c o m p r e n s ió n » .
7. M ich el F o u c a u lt, «N ietzsche, G enealogy, H isto ry » e n F o u c a u lt , L a n ­
guage, C ounter-M em ory, Practice: S e lec ted E ssa y s a n d In te rv ie w s, D o n a ld
B o u c h a r d (ed.), t r a d u c i d o al in glés p o r S h e r r y S i m o n , I t h a c a , C o rn ell
U n iversity Press, 1977, págs. 139-164 [M ich el F o u c a u lt, N ietzsch e: la g enea­
logía, la historia, trad , d e Jo s é V á z q u e z P érez, V alencia, Pre-Textos, 2004],
8. M ichel F o u c a u lt , «T ruth a n d P o w e r» e n P o w er/K n o w led g e: S elected
In tervie w s a n d O ther W ritings: 1972-1977, Colin G o r d o n (ed.), tr a d u c i d o al
inglés p o r Colin G o rd o n et al., B righton, T h e H a rv e s te r Press, 1980, pág. 117.
9. V éase la d is c u s ió n del p r i m e r c a p í t u l o d e e s t e libro. V é a s e t a m b i é n
el e n s a y o «A S m a ll H is to ry o f S u b a ltern S tu d ie s » e n m i H a b ita tio n s o f M o-

331
d e m ity: E ssa y s in the Wake o f S ubaltern Stud ies, C hicag o, U niv ersity o f Chi­
c a g o P re s s, 2002.
10. V é a se el e n sa y o de S u m i t S a r k a r co n ese títu lo e n s u li b r o W riting
S o c ia l H istory, N u e v a Delhi, O xford U n iversity P ress, 1997.
11. V éase la re s e ñ a de «Simicus» fe chada el 10 d e d ic i e m b r e d e 2000 y
ti t u l a d a « W ith e r S u baltern ity? » e n h t t p : / /w w w . a m a z o n . c o m /g p / p r o d u c t /
c u sto m e r- re v ie w s /0 6 9 10 4 9 0 92 /re f= c m _ cr_ dp _p t/102-6961987-302 1759?ie=
U T F 8 & n = 2 8 3 1 5 5 & s = b o o k s.
12. E.P. T h o m p s o n , Whigs a n d H unters: The O rig in s o f th e B la c k Act,
H a n n o n d s w o r t h , P eng uin , 1977, pág. 302.
13. M i c h a e l H a r d l y A n to n io N egri, E m p ire , C a m b r i d g e , M a s s ., H a r ­
v a rd U n iv e rs ity Press, 2000, págs. 44-45 [M ic h a e l H a r d t y A n t o n i o N egri,
Im p erio, trad , d e Alcira Bixio, B arc e lo n a , P a id ó s Ib é r ic a , 2002].
14. Ibid ., p ág s. 208, 367.
15. Ib id., pág s. 396-401.
16. P a r a u n fasc inan te e x a m e n de los c o lo n o s fra n c e s e s c o n s u p r o p io
s e n t i d o d e la «nostalgia» en el siglo x lx , v é a s e Alice B u lla rd , E x ile to Pa­
radise: S avagery a n d C ivilization in Paris a n d th e S o u th P acific, S ta n f o r d ,
S t a n f o r d U n ive rsity Press, 2000.
17. E l a r g u m e n t o se ha re co g id o y e x p a n d i d o d e s p u é s e n S a n j a y S eth ,
«Back to the Future?», Third World Quarterly 23, n.° 3 (2002), pág s. 565-575;
se h a p u b l i c a d o u n a v ersión m á s c o rt a en G. B a l a k r i s h n a n (ed.), D ebating
E m p ire, L o n d r e s y N ueva York, Verso, 2003, p ág s. 43-51. S a u r a b h D u be,
« P res en ce o f E u ro p e : An Intervie w with D ip esh C h a k ra b a rty » , S o u th A tla n ­
tic Q uarterly ( o t o ñ o de 2002), págs. 859-868.
18. V éase, p o r ejem plo, M a r k T h u r n e r y A n d r é s G u e r r e r o (ed s.), A fter
S p a n is h R ule: P o stcolonial P redicam ents o f th e A m erica s, D u r h a m , D u k e
U niv ersity Press, 2003; Vicente L. Rafael, W h ite L ove a n d O th e r E v e n ts in
F ilipino H istory, D u rh a m , Duke U niversity P ress, 2000; F e r d e r ic k Cooper,
C o lo n ia lism in Q uestion: Theoiy, K now ledge, H istory, Berkeley, U niversity
o f C a lifo rn ia Press, 2005; Achilie M b e m b e , O n th e P ostcolony, Berkeley,
U niv ersity o f C alifo rn ia Press, 2001.
19. P a u l S te v e n s , « H e tc r o g e n i z in g I m a g i n a t i o n : G l o b a l i z a t i o n , The
M erch a n t o f Venice a n d the W ork o f L ite ra ry C ritic ism » , N e w L iterary H is­
tory 36, n." 3 (2005), págs. 425-437.
20. V éase, p o r ejem plo, el lib ro d e p r ó x i m a a p a r i c i ó n d e K a t h l e e n Da-
vis, Periods o f Sovereignty (2008).
21. A m y Hollyw ood, «Gender, Agency, a n d th e Divine in R elig io u s H is­
t o r io g r a p h y » , J o u rn a l o f R eligion 84 (2004), p á g s . 514-528.

In tro d u c c ió n . La idea de pro vin c ia liza r E u ro p a

1. Véase, p o r ejem plo, O sc a r H alecki, The lim its a n d D iv is io n s o f E u


p ea n H istory, N o tr e D am e, In d ia n a , U niversity o f N o tre D a m e Press, 1962,

332
c a p ít u lo 2 y p a ss im [ O s c a r H aleck i, L ím ite s y d iv isio n e s de la h isto ria e u ro ­
pea, tr a d , d e F r a n c i s c o S a n a b r i a M a r t í n , M a d r i d , E d i c i o n e s d el M o v i­
m i e n to , 1958], •
2. J a n e t A b u -L u g h o d , Before E u ro p e a n H e g e m o n y: The W orld S y ste m
A.D. 1250-1350, N u e v a York y Oxford, O x fo rd U niversity P ress, 1989; E ric
Wolf, E u ro p e a n d the People w ith o u t H istory, B e rk ele y y L os Ángeles, U n i­
v ersity o f C alifo rn ia Press, 1982 [E ric Wolf, E u ro p a y la g en te sin historia,
tra d , d e A gustín B a r c e n a s , M éxico, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a , 1987];
K .N. C h a u d h u r i , A sia before E u ro p e: E c o n o m y a n d C iv iliz a tio n o f th e
In d ia n Ocean fr o m the R ise o f Isla m to 1750, C a m b r i d g e , C a m b r i d g e U n i­
v ersity Press, 1990. E n t r e los títu los m á s re c ie n te s , v é a s e J.M . B laut, The
C o lo n ize r’s M o d el o f th e World: G e o g ra p h ica l D iffu s io n is m a n d E u r o c e n ­
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y K a r e n E. W igen, The M yth o f C o n tin e n ts: A C ritiq u e o f M etageography,
B e rk ele y y L os Ángeles, U n iv ersity o f C a li f o r n i a P re s s, 1997. V éase t a m ­
b i é n S a n ja y S u b r a h m a n y a m , « C o n n e c te d H isto rie s : N o te s t o w a r d s a R e ­
c o n f i g u r a t io n o f E a r ly M o d e m E u r a s i a » , M o d e m A sia n S tu d ie s 31, n.° 3
(1997), págs. 735-762.
3. M ichael R o th , «T he N o stalg ic N e s t a t the E n d o f H isto ry » , en The
Ironist's Cage: M emory, Traum a a n d the C o n stru ctio n o f H istory, N uev a York,
C o lu m b ia U n iv ers ity Press, 1995, p ágs. 163-174.
4. I m m a n u e l K a n t, «An Old Q u e s ti o n R a is e d A gain: Is th e H u m a n
R a c e C o n s ta n t ly P ro g ressin g ?» e n The C o n flict o f F acu lties, t r a d u c i d o al
inglés p o r M ary J. Gregor, Lincoln y L o n d re s, U niversity o f N e b ra s k a Press,
1992, pág. 153 [ I m m a n u e l K a n t, E l c o n flic to de las fa c u lta d e s en tres p a r­
tes, v e rs ió n c a s t e ll a n a y e s t u d io p r e l i m i n a r de R o b e r t o R. A ra m a y o , M a ­
d r i d , A lianza, 2003]; J e a n H y p p o lite , G e n e sis a n d S tr u c tu r e o f Hegel's
«P h eno m en o lo g y o f Spirit», tr a d u c id o al inglés p o r S a m u e l C h e r n ia k y
J o h n H e c k m a n , E v a n s to n , N o r t h w e s t e r n U n iv e rs ity P ress, 1974, pág. 426
[ J e a n H y ppolite, G enesis y estru ctu ra de la «F en o m en o lo g ía del espíritu» de
Hegel, trad, d e F r a n c i s c o F e r n á n d e z Buey, B a r c e l o n a , P e n ín s u la , 1998],
V éase t a m b ié n C h a r le s Taylor, Hegel, C a m b r i d g e , C a m b r i d g e U niversity
Press, 1978, p ágs. 416-421.
5. Es i m p o r t a n t e t e n e r p re s e n te q u e n o m e p r o p o n g o a q u í a b o r d a r la
larg a h is to ria y la g e n e a lo g ía de las c a t e g o r í a s f u n d a m e n t a l e s del p e n s a ­
m i e n t o p o lítico y so cial e u r o p e o . D os g e n e a l o g ía s p o sib le s d e ese tipo,
p o r e jem plo , la d e «esfera pú b lica» y la d e « s o c ie d a d civil» s o n las d e J ü r -
g en H a b e r m a s , The S tr u c tu r a l T ra n sfo rm a tio n o f th e P ub lic Sphere: A n In-
q u iiy in to a C ategoty o f B ourgeois S o ciety, t r a d u c i d o al inglés p o r T h o m a s
B u r g e r y F r e d e r i c k L a w r e n c e , C a m b r i d g e , M IT P r e s s , 1989 [ J u r g e n H a ­
b e r m a s , H istoria y crítica de la o p in ió n p ú b lica . La tra n sfo rm a c ió n e stru c ­
tu ra l de la vida p ú b lic a , trad, d e A n to n i D o m é n e c h , B a r c e l o n a , G u s ta v o
Gili, 1982] y D o m i n i q u e C o las, C ivil S o c ie ty a n d F a n a tic ism : C o n jo in e d
H istories, tr a d u c i d o al inglés p o r A m y J a c o b s , S ta n f o r d , S t a n f o r d U n iv er­
sity Press, 1997. P e r o e s ta s g e n e a l o g ía s s o n e x p li c a c io n e s c o m p l e t a m e n ­

333
te « in te rn a s » d e la h is to ria in te le c tu a l e u r o p e a . P a r a u n a h i s t o r i a p osco -
lo n i a l del p e n s a m i e n t o e u r o p e o (fran cés), v é a se Alice B u lla rd , C onstella­
tio n s o f C iviliza tio n a n d Savagery: N e w C aledonia a n d France 17 7 0 -1 9 0 0
(en prensa).
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c u e r p o p a r l a m e n t a r i o de la In d i a no se r e q u i e r e u n c o n o c i m i e n t o de c i e r ­
ta p r o f u n d i d a d d e la histo ria d e n a d a q u e s e lla m e «el P a r l a m e n t o » . S in
e m b a r g o , u n lib ro d e texto q u e se p r o p o n g a e x p li c a r a los n i ñ o s de la I n ­
d i a c u á l es e l.p a p e l del P a r l a m e n t o n o p o d r á lo g r a r s u c o m e t i d o sin e s t a ­
b l e c e r a lg ú n tip o de v in cu lac ió n c o n la h i s t o r i a e u r o p e a .
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s o b r e «los m i t o s d e la a s c e n d e n c i a g r i e g a » . E s t i m o q u e v a r i a s d e las
a f i r m a c i o n e s d e B e r n a l s o n o b je t o d e c o n t r o v e r s i a e n la in v e s t i g a c i ó n
a c t u a l . P e r o su p u n t u a l i z a c i ó n e n c u a n t o a las c o n t r i b u c i o n e s a p o r t a ­
d a s p o r in d i v i d u o s n o g rie g o s al p e n s a m i e n t o d e n o m i n a d o « grieg o » s i ­
g u e e n pie.
13. E s to no sign ifica n e g a r el h e c h o d e q u e el a p r e n d i z a j e d el s á n s ­
c r i to g o z ó d e u n b rev e r e n a c i m i e n t o b a j o el d o m i n i o b r i t á n i c o e n la p r i ­
m e r a m i ta d del siglo xix. P e ro e sta r e n o v a c i ó n del i n t e ré s p o r el s á n s c r it o
n o d e b e c o n f u n d i r s e co n la c u e s t ió n d e la s u p e r v iv e n c i a d e u n a t r a d i c i ó r
inte lectu al. La investigación y los e s t u d io s m o d e r n o s d e s á n s c rit o h a n side
a c o m e t i d o s í n t e g r a m e n te d e n t r o d e las e s t r u c t u r a s in t e le c t u a le s d e la

3 34
c ie n c ia s h u m a n a s e u r o p e a s . El libro, d e p r ó x i m a a p a r i c i ó n , d e S h e ld o n
Pollock «T he L a n g u a g e o f th e G o ds in t h e W orld o f M e n : S a n s k r it a n d P o ­
w e r to 1500», e n f r e n t a d ir e c ta m e n te los p r o b l e m á t i c o s legad os in te le c tu a ­
les d e e s ta p r á c t ic a . V é a n s e ta m b i é n los e n s a y o s d e P o llo k de in m i n e n t e
p u b l i c a c i ó n «T he D e a t h o f S a n sk r it» , e n C o m p a ra tiv e S tu d ie s in S o ciety
a n d H is to iy y « T h e N e w I n t e l l e c t u a l s o f S e v e n t e e n t h - C e n t u r y In d ia » , e n
In d ia n E c o n o m ic a n d S o c ia l H isto ry R e v ie w . V é a n s e t a m b i é n J o h n D.
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y 383-400, r e s p e c ti v a m e n te . É jl m i s m o e m p l e o d e l t é r m i n o «ideología» en
el títu lo d e e ste li b r o p a r e c e r í a a p o y a r m i tesis. C a b r í a f o r m u l a r p u n t u a -
lizacio nes sim ila re s r e s p e c to de la e ru d i c ió n y las tr a d ic i o n e s in telectu ales,
p o r e je m p lo , del siglo xviii e n p e r s a y á r a b e . D e s a f o r t u n a d a m e n t e , m e e n ­
c u e n tr o m e n o s al t a n t o d e la in v estig a ció n c o n t e m p o r á n e a d e este p ro b l e ­
m a c o n re s p e c to a e s t a s d o s len gu as. R e c o n o z c o t a m b i é n q u e es d ig n a del
m a y o r re s p e to la lín e a de los e s t u d io s o s m o d e r n o s d e filosofía ind ia, q u i e ­
n es d u r a n t e g e n e r a c i o n e s h a n i n t e n t a d o e s t a b l e c e r u n d iá lo g o e n tr e las
tr a d ic io n e s d e p e n s a m i e n t o e u r o p e a e in d ia . D os r e p r e s e n t a n t e s c o n t e m ­
p o r á n e o s d e e s ta t r a d i c i ó n s e r ía n J.N . M o h a t n y y el d if u n t o B.K. M atilal.
S in e m b a r g o , la m e n t a b l e m e n t e , s u p e n s a m i e n t o a ú n n o h a t e n i d o u n i m ­
p a c t o c o n s i d e r a b l e s o b r e las i n v e s t i g a c i o n e s d e l a s c i e n c i a s s o c i a le s e n
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ro s o s c a m p o s s e m á n t i c o s [...] fue c o n s t i t u i d o p o r p r i m e r a vez h a c ia f i n a ­
les del siglo x vm . E s u n r e s u l t a d o de las p r o l o n g a d a s r e f le x io n e s te ó r ic a s
d e la I l u s tr a c ió n . P r e v i a m e n t e , p o r e je m p lo , h a b í a e x is tid o la h i s to r i a q u e
Dios h a b í a p u e s t o e n m o v i m i e n t o co n la h u m a n i d a d . P e ro n o h a b ía n i n ­
g u n a h i s t o r i a e n la c u a l la h u m a n i d a d p o d r í a h a b e r sid o el s u j e to o u n a
h i s t o r i a q u e p u d i e r a p e n s a r s e c o m o s u p r o p i o s u je to » . A n t e s d e 1780,
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d e alg o p a rtic u la r. La id e a d e ser, p o n g a m o s p o r c aso , u n « e s t u d i a n t e d e
h is to r i a » - e s t o es, la i d e a d e u n a h i s t o r i a - e n - g e n e r a l - es c l a r a m e n t e u n
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te, p o r los e q u ip o s e d it o r i a le s c o n f o r m a d o s p o r G y a n P a n d e y y P a r t h a

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c io n a l, en la m e d i d a en qu e p o c o s h i s to r i a d o r e s e m p l e a r o n el e s q u e m a
d e la e le c c ió n ra c io n a l p a r a r e d a c t a r h i s t o r i a s d e la c o n c i e n c i a o de las
p r á c t ic a s c u lt u r a l e s h u m a n a s . La elección r a c i o n a l h a sid o el m a r c o te ó ­
ric o p r e d o m i n a n t e e n las á r e a s de la e c o n o m í a y las c ie n c ia s políticas.
36. E.J. H o b s b a w m , P rim itive Rebels: S tu d ie s in A rch a ic F o rm s o f S o ­
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S m i t h del d e s a r r o l l o d e s i g u a l í i g u e s i e n d o h i s t o r i c i s t a . L a d i s t i n c i ó n
d e M a rx e n t r e la s u b s u n c ió n «form al» y «real» del t r a b a jo , p o r ejem p lo ,
es t r a t a d a p o r S m i th so b re t o d o c o m o u n a c u e s t i ó n d e tr a n s i c i ó n h i s tó ­
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C h ic a g o P re s s , 1998, pág. 131, h a c e r e m o n t a r la id e a d e d e s a r r o l l o d e ­
sig u a l a la Ilu s tr a c ió n esco cesa.
38. El im a g in a tiv o e n f o q u e d e E r n s t B lo c h d el n a z i s m o b a s a d o e n la
« s i n c r o n i c i d a d d e lo no s i n c r ó n i c o » a s u m e u n a « t o t a l i d a d » d e n t r o de
la cu al el «ahora» p erten ece al m o d o c a p ita lis ta y el c a m p e s i n o es u n «tipo
a n te r io r » , u n ejem p lo de u n « resto g e n u i n a m e n t e n o s in c r ó n ic o » . E r n s t
B loch , « N o n -s y n c h ro n is m a n d the O b lig a tio n to Its D ialectics» , N e w Ger­
m a n C ritique 1 1, tr a d u c id o al inglés p o r M a r k R it te r ( p r i m a v e r a d e 1977),
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p r o p i a c rí ti c a al tie m p o h is tó ri c o s e c u l a r y v a c ío m e d i a n t e u n a s e r ia r e ­
flex ió n a c e r c a d e lo c o m ú n m e n t e d e n o m i n a d o re lig io so . V é a se M a r tin
Jay, M a r x ism a n d Totality: T h e A d v e n tu re s o f a C o n c e p t fr o m L u k á c s to
H a b erm a s, B e rk e le y y L os A ngeles, U n iv e r s ity o f C a l i f o r n i a P re s s , 1984,
pág s. 189-190.
39. J a m e s C handler, E n g la n d in 1819, p ág . 131.
40. V éa se s o b r e esta c u e s t i ó n mi e n s a y o «A S m a ll Histoi^y o f S u b a l ­
te rn S tu d ies» en H a b ita tio n s o f M odernity: E ssa y s in th e W ake o f S u b a ltern
S tu d ie s, C hicago, University o f C h icag o P ress, 2002, p ág s. 3-17.
41. V éase el c a p ítu lo 4.
42. G u h a , E lem entary A spects, pág. 6.
43. Ibid., pág. 75.
44. Ib id ., c a p í t u l o s 1 y 2. Los h i s t o r i a d o r e s c o n s e r v a d o r e s p a s a b a -
p o r a lt o e s ta fase de las re b e lio n e s c a m p e s i n a s c o n s i d e r á n d o l a el «trad.
c io n a l a r m a r s e c o n p a lo s y c o n p ie d r a s » y, p o r lo t a n t o , p r i v á n d o l a d

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c o n t e n i d o político. Anil Seal, The E m ergence o f In d ia n N a tio n a lism : C o m ­
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m a r x i s t a s d e la In d ia , típ ic a m e n te , v a c ia r o n la re lig ió n d e t o d o su c o n t e ­
n i d o esp e c ífic o c o l o c a n d o e n su ceni.ro u n a r a c i o n a l i d a d secu lar. V éase
el e n s a y o de G u h a «The P ro s e o f C o u n te r- In s u r g e n c y » en R a n a ji t G u h a y
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45. La o b r a d e Talal A sad G enealogies o f R eligion: D isc ip lin e a n d R ea­
so n o f P ow er in C h ristia n ity a n d Isla m , B a lt im o r e y L o n d r e s , J o h n s H o p ­
k i n s U n iv e r s ity P re s s , 1993, c o n t i e n e n u m e r o s a s o b s e i v a c i o n e s a g u d a s
a c e r c a d e la vida s e c u l a r i z a d a del c r i s t i a n i s m o e n las d e m o c r a c i a s o c c i­
d e n ta le s .
46. C o n su s n u m e r o s a s lim ita c io n e s , é ste fue u n o de los a r g u m e n t o s
q u e in t e n té d e s a r r o ll a r e n mi libro R e th in k in g W orking-C lass H istory: B e n ­
ga l 1890-1940, P r i n c e to n , P rin c e to n U n iv e rs ity P ress, 1989.
47. R a n a j i t G u h a , « O n S o m e A s p e c ts o f I n d i a n H i s t o r i o g r a p h y » , e n
G u h a y S p iv ak (eds.), Selected S u b a lte rn S tu d ie s, p á g . 4.
48. Ibid., pág s. 5-6.
49. Así es c o m o a r g u m e n t a b a n los líd eres n a c i o n a l i s t a s in d io s, c o m o
J a w a h a r l a l N e h r u , e n la d é c a d a d e los a ñ o s t r e i n t a . V é a s e J a w a h a r l a l
N e h r u , In d ia s Freedom , L o n d re s , Allen a n d U n w in , 1962, p á g . 66. B ip a n
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1997, págs. 97-98.
51. Digo «la c u e stió n de s e r h u m a n o ? p o r q u e e s t a c u e s t ió n , tal c o m o
s a b e m o s d e s d e H e id e g g e r, só lo p o d r í a p l a n t e a r s e c o m o p r e g u n t a y no
c o m o re s p u e s ta . C u a l q u i e r te n t a ti v a d e r e s p u e s t a f u n d a d a e n las c ie n c ia s
p o s itiv a s t e r m i n a r í a p o r d is o lv e r la c a t e g o r í a d e lo « h u m a n o » . V é a se el
p a r á g r a f o titu la d o « H o w th e A n alitic o f D a sein Is to Be D is t in g u i s h e d
fr o m A nth rop olog y, P sy ch o lo g y a n d Biology» [« D e slin d e d e la a n a lí ti c a
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p e r s o b r e el h is to r i c is m o d eb id o al e m p l e o i d i o s i n c r á s i c o q u e r e a l iz a del
té r m i n o .
68. «La h is t o r i a es el te m a de u n a e s t r u c t u r a c u y o sitio n o es u n t i e m
p o h o m o g é n e o , v acío, sin o u n t i e m p o lle n o p o r la p r e s e n c i a d e l a h o r a .»
W a lte r B e n j a m i n , «T heses on th e P h il o s o p h y o f H isto ry » e n s u s Illu m i­
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P rim era parte


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11. Ibid., pág. 4.
12. R a n a ji t G u h a y G a y a tri C h a k r a v o r t y S p iv a k (eds.), Selected S u ­
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17. Mi c o m p r e n s ió n de este p o e m a se h a e n r i q u e c id o g ra c ia s a las c o n ­
v e rs a c io n e s c o n M a r jo ri e L e v in so n y D av id B e n n e tt.
18. N o a f i r m o c o n ello q u e to d o s e s t o s g é n e r o s e m e r j a n n e c e s a r i a ­
m e n t e c o n el in d iv id u a lis m o b u rg u és . V éase Natalie Z e m o n Davies, « F a m e
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a u n q u e e s p e r o te n e r la o p o r t u n i d a d de a n a l i z a r l a en p r o f u n d i d a d e n o tr a
o c a s i ó n . H e 'd e m a t iz a r la m e n c i o n a n d o q u e s e r e f ie r e p r i n c i p a l m e n t e a
las a u to b i o g r a f ía s p u b lic a d a s e n tr e 1850 y 1910. U n a v ez q u e las m u je re s
i n g r e s a n e n la esfera p ú b lic a e n el siglo xx, s u s a u t o r r e t r a t o s a d q u i e r e n
d i m e n s i o n e s dif erentes.
27. N i r a d C. C h a u d h u r i , T h y H and, G reat A n a rc h ! I n d ia 1 9 2 1 -19 52 ,
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to, v é a se el i n t e r c a m b i o e n t r e C h a rle s T a y lo r y P a r t h a C h a t t e r j e e e n P u-

345
blic C ulture 3, n.° 1 (1990). Mi libro R e th in k in g W orking-C lass H istory p r o ­
c u r a d a r u n p e q u e ñ o p r i m e r p a so en e s ta d ir e c c ió n .

2. Las d o s h is to ria s del capita l

1. E s te c a p í t u l o se o c u p a del a s p e c t o d e la p r o d u c c i ó n - y no d e la
c i r c u l a c i ó n - del capital. Me c o n c e n tro e s p e c i a lm e n te e n E l capital, vol. 1,
e n E le m e n to s fu n d a m e n ta le s fG ru n d risse ] y e n a lg u n a s s e c c i o n e s de Teo­
rías de las p lu sv a lía s. Las c o n s id e ra c io n e s re la tiv a s a la c ir c u l a c i ó n n o d e ­
b e r í a n d e s m e n t i r mi a rg u m e n ta c i ó n c e n tr a l.
2. V éase m i « M arx ism a n d M o d e r n In d i a » , e n Alan R yan (ed.), A fte r
th e E n d o f H isto iy , L o n d re s , Collins a n d B r o w n , 1992, p á g s . 79-84 [A lan
Ryan (ed.), A p ro p ó sito del fm de la h isto ria , Valencia, E d i c i o n s Alfons cl
M a g n á n i m , 1994],
3. E .R T h o m p s o m , «Time, W o rk - D i s c ip l in e a n d I n d u s t r i a l C a p i t a ­
lism », e n M.W. Flinn y T.C. S m o u t (eds.), E ssa y s in S o c ia l H istoiy, O xford ,
C la r e n d o n , 1974, págs. 66, 61.
4. W all S tre e t Jo u rn a l, 11 o c t u b r e 1996. Agradez.co a D i p a n k a r C h a -
k ra v a r ti q u e h a y a d irig id o mi a te n c ió n h a c i a ese a rtíc u lo .
5. Ibíd.
6. S a s t h i B rata , India: L a b yrin th s in th e L o tu s L and, N u e v a York, W i ­
ll iam M o rro w , 1985, p ág. 21, c ita d o e n S.N . B a l a g a n d h a r a , «The H ea th en
in H is B lindn ess»: Asia, the West a n d D y n a m ic o f Religion, L eid en, E.J. Brill,
1994, pág. 21. H e e x a m i n a d o este t r o p o y s u u s o p o r p a r t e del h i s t o r i a ­
d o r m a r x is l a in d io D.D. K o sa m bi en mi e n s a y o en b e n g a lí « B h a r a t b a s h e r
a d l u i n i k a t a r it i h a s h o s h o m o y - k a lp a n a » , A itih a s h ik 6, n.° 2 ( s e p t i e m b r e
d e 1997), pág s. 121-128.
7. E n t o r n o a la n o c ió n de Mane d e la s u b s u n c i ó n real y fo rm al del
t r a b a j o al c a p it a l, v é a s e su « R e su lts o f t h e I m m e d i a t e P r o c e s s o f P r o ­
d u c tio n » , A p é n d ic e a K arl Marx, Capital: A C ritique o f P o litica l E c o n o m y,
vol. 1 [en a d e la n te , C apital I], tr a d u c id o al inglés p o r B e n F o w k es, H a r d -
m o n d s w o r t h , P e n g u in , 1990, págs. 1019-1049.
8. Mi libro R eth in kin g W orking-Class H istory: B engal 1890-1940, P r i n ­
ceton , P rin c e to n University Press, 1989, e x a m i n a esta p ro p o s ic ió n y la to m a
c o m o g e sto fu n d a c io n a l.
9. A ristóteles, N ic h o m a q u e a n E th ics, tr a d , al inglés p o r M a r tin Ost-
w ald, I n d i a n á p o li s , Liberal Arts Press, 1981, lib ro V, p á g s. 125-127 [ A ri s ­
tóteles, É tica a N icóniaco, trad, d e M a r ía A ra u jo y J u l iá n M a ría s, M a d r id ,
C e n t r o d e EstiTdios C o n stitu c io n a le s , 1985].
10. Ibíd., pág. 125.
11. Ibíd., pág. 126; véase C o rn eliu s C a s to r ia d i s , «Value, E quality, J u s ­
tice a n d Politics: fr o m M arx to A ristotle a n d fr o m A ris to tle to O urselves»,
en s u C rossroads in the Labyrinth, tr a d , al inglés p o r K a t e S o p e r y M a r ­
tin H. Ryle, C a m b rid g e , MIT Press, 1984, pág s. 2 6 0 -3 3 9 y e n p a r t i c u l a r

346
págs. 282-311 [C ornelius C astoriadis, Los d o m in io s del hom bre: L as en c ru c i­
jadas del laberinto, trad, de Alberto Bixto, B arcelo na, E ditorial G edisa, 1988],
12. A ristó teles, N ic h o m a q u e a n E th ic s, pág. 126, n. 35.
13. M arx, C apital I, pág. 151.
14. Ibid., pág. 152.
15. K arl M arx, G rundrisse: F o u n d a tio n s o f th e C ritique o f P olitical E co-
noniv, t r a d u c id o al inglés p o r M a r tin N ich o la s , H a n u o n d s w o r t h , P e n g u in ,
1973, pág. 105.
16. C apital I. pág. 134.
17. Ibid., pág. 137.
18. I.I. R u b in , E ssa ys on M a r x ’s T h e o iy o f Value, trad, al in g lé s p o r M i ­
los S a m a r d z ij a y F red y P erlm a n , M on treal, B lack R o se Books, 1975 [1928],
págs. 131-138; M oish e Postone, Tune, L a b o u r a n d S ocia l D o m in a tio n : A R ein-
te q )re ta tio n o f M arx's S o c ia l T h eo iy, C a m b r i d g e , C a m b r i d g e U n iv e rs ity
Press, 1993, págs. 144-146 [M o is h e P o s t o n e , Tiem po, trabajo y d o m in a c ió n
social: u n a reinterpretación de la teoría crítica de M arx, trad, d e M a r ía S e r r a ­
no, M a d r id , M a r c ia l Pons, 2006]; C a s to r ia d i s , «Value, E q u a lity , Ju s tic e ,
a n d Politics», págs. 307-308; J o n Elster, A n In tro d u c tio n to K arl Marx, C a m ­
brid g e , C a m b r i d g e U n iversity P ress, 1995, el c a p í t u l o 4 r e c h a z a la te o r ía
m a r x is ta del v a lo r del tr a b a jo c o m o n o ob jetiv a y h e g e lia n a (v éase pág. 68
e n p a r t ic u l a r ) [J o n Elster, Una in tro d u c c ió n a K arl Marx, tr a d , de M a r io
G a r c ía A ldo nate, M a d r id , S ig lo XXI d e E s p a ñ a , 1991],
19. C apital I, p ág. 128. L a c u rs iv a es mía.
20. Ibid., págs. 139, 165.
21. G rundrisse, pág. 104.
22. Ibid., págs. 104-105.
23. C apital I, pág. 128. La c u rs iv a es m ía.
24. Ibid., págs. 166-167.
25. Cf. R o n a ld L. Meek, S tu d ie s in th e L a b o u r T h eo iy o f Value, L o n ­
d res, L a w r e n c e a n d W ish art, 1979, pág. 168: «El p ro c e s o d e " p r o m e d i a r " ,
im p lic a la a r g u m e n t a c i ó n d e Mai-x, tie n e l u g a r e n la h i s to r i a a n te s d e t e ­
n e r lu g a r e n la m e n t e de los e c o n o m i s t a s » .
26. C asto riad is, «Value, E quality, J u s tic e , a n d Politics», pág s. 328-329:
« p r o p o n e r o tr a in s titu c ió n d e la s o c i e d a d es c u e s t i ó n de u n p ro y e c to y u n
objetivo políticos, q u e c ie r t a m e n t e e s t á n su je to s a d is c u sió n y deb ate , p e r o
n o p u e d e n s e r " f u n d a d o s " e n n i n g ú n tip o de N a tu r a l e z a o R a z ó n [...]. Los
h o m b r e s n o n a c e n libres o n o libres, ni ig u a le s o d e s ig u a le s . N o so tro s d e ­
se a m o s q u e sean ( n o s o tro s m i s m o s d e s e a m o s se r) libres e iguales». C u r ­
sivas del o rig inal.
27. C apital I, p ág. 465.
28. Ibid., pág. 550.
29. Ibid., pág. 635.
30. Ibid., págs. 342-343.
31. E s to r e c u e r d a la o p i n i ó n d e L u k á c s d e q u e la « c o n c ie n c ia d e c l a ­
se» n o es u n a c a te g o ría q u e se r e f ie ra a lo q u e d e v e rd a d o c u r r e en la m e n ­

347
te d e los o b r e r o s individuales, e m p írico s. G eorg L u k á c s , «Class C o n sciou s-
n e ss » y « R e ific a tio n a n d the C o n s c io u s n e s s o f t h e P ro l e ta r i a t» , e n su H is-
to ry a n d Class C onsciousness, t r a d u c i d o al in g lé s p o r R o d n e y Livings-
to n e , L o n d r e s ,'M e r l i n Press, 1971, págs. 51, 197 [ G e o r g L u k á c s , H isto ria
y c o n sc ie n c ia de clase, trad. de M a n u e l S a c r i s tá n L u z ó n , B a r c e l o n a , E d i ­
c i o n e s O rb is , 1985]. David Harvey, The L im its o f C apital, O x fo rd , B asil
B lackw ell, 1984, pág. 114, escribe: «La d u a li d a d d e l o b r e r o c o m o "objeto
p a r a el c a p i t a l ” y c o m o "sujeto c re a tiv o vivo" n u n c a se h a r e s u e l t o a d e ­
c u a d a m e n t e e n la teo ría m arxista». N o c o n c u e r d o c o n la l e c t u r a d e M a r x
q u e h a c e H a r v e y e n e ste p u n t o - c a b r í a r e p lic a r , p o r e j e m p l o , q u e p a r a
M a r x el o b r e r o n u n c a p o d ría s e r u n «o b jeto p a r a el c a p ita l» c o s i f i c a d o
(v é a s e a b a j o ) - p e r o su a firm a c ió n o s t e n ta el m é r i t o d e r e c o n o c e r u n p r o ­
b l e m a real d e las h is to rias m a r x is t a s de la « co n c ie n c ia » .
32. G a y a tri C hackravorty Spivak, «Can th e S u b a l t e m S p eak ?» e n C athy
N e ls o n y L a w r e n c e G rossberg (eds.), M arxism a n d th e In terp reta tio n o f C ul­
ture, U r b a n a y Chicago, University o f Illinois Press, 1988, pág. 211. La o p o ­
s ic ió n e n tr e clase-en-sí y clase-para-sí, acla ra S p iv ak , n o d e fin e u n p r o g r a ­
m a de «u na tra n sfo rm a c ió n ideológica de la c o n c ie n c ia a nivel del terreno».
33. C apital I, pág. 468.
34. Ibíd., pág. 549. Véase t a m b i é n pág. 535. E n o c a s i o n e s los e je m p lo s
d e M a r x n o s b r i n d a n atisbos e je m p la r e s de c ó m o c a b r í a c o n s t r u i r u n a p o ­
sib le h i s to r i a d e la m á q u i n a m o d e r n a q u e i n c o r p o r a d e n t r o d e sí el c u e r ­
p o vivo, físico y a n im a d o . «Antes d e la inv ención d e la ac tu a l lo c o m o to r a » ,
e s c r ib e M arx, „«se in ten tó c o n s t r u i r u n a l o c o m o t o r a c o n d o s p a t a s q u e se
le v a n t a b a n a lt e r n a t iv a m e n te del s u e l o c o m o si f u e r a u n c a b a l lo . T a n sólo
d e s p u é s d e u n d e se n v o lv im ie n to a d ic io n a l d e la m e c á n i c a y d e a c u m u l a r ­
se s u f ic ie n te ex p e rie n c ia práctic a, la fo r m a p a s a a s e r c a b a l m e n t e d e t e r ­
m i n a d a p o r el p r i n c i p i o m e c á n ic o , e m a n c i p á n d o s e así p o r e n t e r o d e la
f o r m a física tr a d ic io n a l c a ra c te rís tic a d e la h e r r a m i e n t a q u e se ha m e la -
m o r l o s e a d o e n m á q u in a » , C apital I, pág. 505, n. 18.
35. G ritndrisse, pág. 704.
36. C apital I, pág. 504.
37. Ibíd., p ág . 497.
38. Capital, I, págs. 517, 526, 546-547, 518 n. 39.
39. Ibíd., p ág . 395.
40. Ibíd., págs. 489-490.
41. G rundrisse, pág. 410. La c u rs iv a es m ía .
42. C apital I, págs. 549-550.
43. Ibíd., p á g . 450. Michel F o u c a u lt , D isc ip lin e a n d P u n is h : The B irth
o f th e P rison, t r a d u c i d o al in glés p o r A lan S h e r i d a n , H a r m o n d s w o r t h :
P e n g u in , 1979, pág. 163, c o m e n t a e s ta s a n a l o g í a s m i li ta r e s e n M a r x [M i­
c h e l F o u c a u lt, Vigilar y castigar: el n a c im ie n to d e la p risió n , tr a d . d e A u r e ­
lio G a r z ó n del C a m in o , M a d r id , Siglo XXI d e E s p a ñ a , 1994], P e r o m i e n ­
tr a s q u e el p o d e r disciplinario, p a r a F ou cault, c r e a el « c u e ip o d ócil», M arx
p o s t u l a el c u e r p o vivo c o m o fu e n te de r e s i s t e n c i a a la d is c ip l in a .

348
44. Capital, I, p á g . 548. La c u r s iv a e s m ía .
45. G ru n d risse, p ág . 296. P o r e s ta r a z ó n , la a f i r m a c i ó n d e H a r v e y d e
q u e «la t e o r í a [ d e M a r x ] m u e s t r a q u e , d e s d e el á n g u l o del c a p i t a l , los
o b r e r o s s o n d e h e c h o o b je t o s , u n m e r o " f a c to r ” d e p r o d u c c i ó n [...] p a r a
la c r e a c i ó n d e p lu s v alía» m e p a r e c e e r r ó n e a ; H aivey, L im its, p á g . 113. El
o b r e r o es u n a c a t e g o r í a re ific a d a , p e r o la re ific a c ió n incluy e u n e l e m e n ­
to i r r e d u c t ib le d e v id a y c o n c ie n c ia ( h u m a n a ) .
46. G rundrisse, p ág . 298.
47. Ibíd., p ág s. 703-704.
48. Ibíd., p ág s. 298, 323.
49. Hegel's L ogic, t r a d u c i d o al inglés p o r W illiam W allace, O xfo rd , Cla-
r e n d o n Press, 1975, pág. 280 (a r tíc u lo 216, a d ic io n e s ) [H egel, G eorg. W.F.,
Lógica, trad. d e A n to n io Z o z ay a, M a d r id , R i c a r d o A gu ilera, 1973].
50. C harles Taylor, Hegel, C a m b rid g e , C am b rid g e U niversily Press, 1978,
pág. 332.
51. Véase H egel’s Logic, pág. 282 (a r tíc u lo 219, a d ic ió n ). Pre fiero la t r a ­
d u c c i ó n d e T a y lo r d e e ste p a s a j e a la d e Wallace.
52. G rundrisse, p ág s. 500-501.
53. Ibíd., p ág. 701.
54. Las c ita s de e s te p á r r a f o p r o c e d e n de ibíd., pág s. 700, 705-706.
55. Ibíd., pág s. 46 0-461; v é a n s e t a m b i é n págs. 471-472, 4 88 -4 89 , 505.
56. Ibíd., pág. 459. N a d a e n e ste s e n t i d o es i n h e r e n t e m e n t e « p rec ap i-
talista». P r e c a p i ta l is t a sólo p u e d e s e r u n a d e s i g n a c ió n e m p l e a d a d e s d e la
p e r s p e c ti v a d e l c a p ita l.
57. Ibíd., pág. 459. La c u r s iv a es del original.
58. K a rl M arx , T h eo ries o f S tir p lu s Valué, vol. 3, M o s c ú , P r o g r e s s P u -
b lish e rs , 1978, pág. 491 [K arl M arx, Teorías sobre la p lu s v a lía , tra d . d e J a ­
vier P érez Royo, B a rc e lo n a , E d ito ria l C rílca, 1977]. V éase t a m b i é n G run -
drisse, pág. 105.
59. Theories ol S n r p lu s Valué, 3, p ág. 491.
60. Ibíd., pág. 468.
61. M arx , C a p ita l I, p r ó l o g o a la p r i m e r a e d ic i ó n : « P a r a la s o c i e d a d
b u r g u e s a la f o r m a d e m e r c a n c í a , a d o p t a d a p o r el p r o d u c t o del t r a b a jo ,
o la f o r m a d e v a l o r d e la m e r c a n c í a , e s la f o r m a c e l u l a r e c o n ó m i c a »
(pág. 90).
62. Theories o f S u r p lu s Valué, 3, p ág. 468.
63. G rundrisse, p ágs. 105-106.
64. Ibíd., pág. 459.
65. Ibíd., pág. 410.
66. M ax H o r k h e im e r , «T he C o n c e p t o f M an» e n s u C ritiq u e o f I n s tr u ­
m e n ta l R eason, t r a d u c i d o al inglés p o r M a t th e w J. O ’C o n n e ll et al., N u e ­
va York, C o n t i n u u m , 1994, p ág. 22 [ M a x H o r k h e im e r , C rítica de la ra zó n
in s tru m e n ta l, tr a d . d e J a c o b o M u ñ o z , M a d r id , T r o tt a , 2002].
67. Las a r g u m e n t a c i o n e s m a r x i s t a s a m e n u d o h a n c o n s i d e r a d o la p u ­
blic id a d c o m o u n a m e r a in s ta n c ia de la « irra c io n a lid a d » y el «d espe rd icio »

349
i n h e r e n t e s al m o d o capitalista d e p r o d u c c i ó n . V éa se R a y m o n d W illiams,
«Advertising: T h e Magic System», en S im ó n D u rin g (ed.), The C ultu ra l S tu -
d ie s Reader, L o n d re s y N ueva York, R o u tle d g e , 1993, p á g s . 320-326.
68. El e x c e le n te e x a m e n de «v alor d e uso » e n R o m á n R o sd o ls k y , The
M a k in g o f M arx's «Capital», tr a d u c i d o al in g lé s p o r P e t e B u r g e s s , L o n ­
d re s , P lu t o P re s s, 1977, págs. 73-95 n os a y u d a a a p r e c i a r c ó m o , en c u a n ­
to c a te g o r ía , «valor d e uso» e n t r a y sale del a n á li s i s p o l í t i c o - e c o n ó m i c o
d e M a r x . S p iv a k lo p l a n t e a de m o d o a ú n m á s r e s u e l t o a f i r m a n d o q u e ,
c o m o c a te g o r ía d e e c o n o m ía política, el v a lo r d e u s o p u e d e a p a r e c e r «sólo
d e sp u é s de la a p a r i c ió n d e la re la c ió n d e in t e r c a m b i o » . G a y a tr i C h a k r a -
v o rty S pivak, «Limits a n d O p e n in g s of M a r x in D e rríd a » e n s u O u tsid e in
th e Teaching M achine, L o n d re s y N u eva York, R o u tl e d g e , 1993, p ág . 106.
S p iv a k a f i r m a c a te g ó ric a m e n te , c re o q u e c o n a c ie rto , q u e «Mane d e jó sin
t e o r i z a r el re s b a la d i z o c o n c e p t o d e "v alo r d e uso "» (p á g . 97). E n m i o p i ­
n ió n , los p e n s a m ie n t o s de Marx so b r e el v a lo r d e u s o n o g i r a n e n t o r n o a
la c u e s t i ó n d e la p e rte n e n c ia o la « m u n d a n i z a c i ó n » h u m a n a s , p u e s M a rx
c o n s e r v a u n a re la c ió n su jeto -o b jeto e n tr e h o m b r e y n a t u r a l e z a . La n a t u ­
r a l e z a n u n c a e s c a p a a su c a r á c t e r «de c o sa » e n el a n á l i s i s d e M arx.
69. M arx lo define, al a n a li z a r el u so d e la c a t e g o r í a « tr a b a jo p r o d u c ­
tivo» p o r p a r t e de A dam S m ith , de e sta m a n e r a : « ú n i c a m e n t e el tr a b a j o
q u e p r o d u c e c a p it a l es tr a b a jo p ro d u c t iv o » . El t r a b a j o i m p r o d u c t i v o es
a q u e l «que n o se c a m b i a c o n el ca p ital s i n o q u e se c a m b i a de m a n e ra in ­
m e d ia ta c o n ren ta» . La ex plicación c o n t i n ú a así: «Un a c to r, p o r e je m p lo ,
in c lu so u n clo w n es [...] u n tr a b a ja d o r p r o d u c t iv o si tr a b a j a al serv icio d e
u n c a p ita lista » . Marx, Theories o f S u rp lu s Valué, vol. 1, M o s c ú , P r o g r e s s
P u b lis h e rs , 1969, págs. 156-157.
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pítu lo 3, «La m u n d a n i d a d del m u n d o » , explica e sto s té r m in o s . La t r a d u c ­
c ió n , m á s recien te, d e Jo a n S t a m b a u g h (B eing a n d T une [Albany, S ta te
U n iv e r s ity o f N ew York Press, 1996]) r e e m p l a z a «r e a d y -to -h a n d » [ s e r - a ­
la - m a n o ] p o r «handiness» [a m a n u a li d a d ] y «p re se n t-a t-h a n d » [ser-ante-los-
o jo s ] c o n la ex p re s ió n «objetively p r e s e n t [ o b j e t i v a m e n t e p re s e n te ]» .
72. V éase el e s tu d io clásico so b r e e s t e te m a , S y e d H u s s e i n A latas, The
M y th o f th e Lazy N ative: A S tu d v o f th e Im a g e o f M qlays, F ilip in o s, a n d Jil­
vá n ese fro m the S ixteen th to the Tw entieth C en tu ries a n d its F u n c tio n in the
Ideology o f C olonial C apitalism , L o n d re s, F r a n k C ass, 1977. N o o b s t a n t e ,
el te m a de la pereza es p e r m a n e n te d e n t r o d e to d a e s t r u c t u r a ca p ita lista ,
n a c i o n a l o g lo bal. V aldría la p e n a e x a m i n a r la b i b l i o g r a f í a e m p r e s a r i a l
(y d e las u n iv e r s id a d e s de c ie n c ia s e m p r e s a r i a l e s ) s o b r e la « m o tiv a c ió n »
p a r a m o s t r a r c u á n t o y co n c u á n t a i n s i s t e n c i a la e m p r e s a lid ia c o n u n a
p r e g u n t a irresoluble: ¿ qu é es lo q u e im p u l s a a los h u m a n o s a « tr a b a ja r » ?

3 50
3. La tra d u cció n de los m u n d o s de la vid a a l trabajo y a la h isto ria

1. J .B .S . H a l d a n e , E v e r y th in g H a s a H istory, L o n d r e s , A llen a n d U n ­
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2. V éa se P e te r B u rk e , The R e n a issa n c e Sense o f th e Past, L o n d re s , E d ­
w a r d A rno ld, 1970; el c lá s ic o de E .H . C a n - W h a t is H istory?, H a r m o n d s -
w o rtli, P e n g u in , 1970, es u n a e x p o s ic ió n d e los c a m b i o s del g é n e r o e n el
c u r s o d e la v ida del p r o p i o C a r r [E .H . Carr, ¿ Q u é es la h isto ria ? , trad, de
J o a q u í n R o m e r o M a u r a , B a rc e lo n a , Seix B arral, 1979]; R.G. Collingw ood,
e n The Idea ó f H istoiy, O xford , O x fo rd U n iv ers ity P ress, 1976 (p r im e r a
p u b lic a c ió n en' 1936), d is tin g u e «la idea d e la h is to ria de la E u r o p a m o d e r ­
na» d e o t r a s s e n s ib il id a d e s h is tó ric a s o de la a u s e n c i a de la m i s m a ; M arc
Bloch en The H istorian's Craft, M anchester, U niversity of M a n c h e s te r Press,
1984 ( p r i m e r a p u b l i c a c ió n e n 1954) v in c u l a el m é t o d o h i s to r i o g r á f i c o al
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o ficio de historiador, trad , d e M a r ía J i m é n e z y D a n ie lle Zaslavsky, México,
F o n d o d e C u ltu ra E c o n ó m i c a , 1998]. F e r n a n d B r a u d e l, O n H isto iy, t r a d u ­
c id o al inglés p o r S a r a h M a t th e w s , C h ic a g o , U n iv e rs ity o f C h ic a g o Press,
1980, d e s c r ib e la «his toria» c o m o i n t e g ra n t e de « u n a m i s m a a v e n tu r a inte­
lectual» e n c o m p a ñ í a de la sociología (p ág. 69) [ F e m a n d B ra u d e l, Escritos
sobre la historia, trad , d e M a u r o A rm iñ o , M a d r id , A lian za , 1991]; J.G.A.
P o c o c k , The A n cien t C o n stitu tio n a n d th e F eudal Law , C a m b r i d g e , C a m ­
b rid g e U niversity P res s, 1990 ( p r i m e r a p u b l i c a c i ó n e n 1957), e n c u e n t r a
el o r i g e n espe cífico del m é t o d o h is tó ri c o m o d e r n o e n el p e n s a m i e n t o j u ­
ríd ic o del siglo xvii.
3. U n a e x c e p c ió n la c o n s t i t u y e el e n s a y o d e G i o r g i o A g a m b e n «Time
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H istory: E ssa ys on th e D estru ctio n o f E xperience, t r a d u c i d o al inglés p o r
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págs. 89-90.
7. P a r a u n a n á lis is y u n a d e s c r ip c i ó n d e e ste festival e n s u f o r m a a c ­
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351
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11. Ib id ., p á g s. 99, 102.
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13. Ibid., p á g s. 305, 323.
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18. Ibid., p á g . 161.
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20. G y a n P ra k a s h , B onded H istories: G enealogies o f L a b o r S e rv itu d e in
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28. V éase la exp osició n del c a p ít u lo a n te r io r .
29. E a to n , Rise o f Islam , p ág. 305.
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tory», en W a lt e r B e n ja m in , Illu m in a tio n s , t r a d u c i d o al in g lé s p o r H a r r y
Z o h n , N u e v a York, F o n t a n a , 1982, pág. 2 65 [W a l te r B e n j a m i n , «Tesis d e
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41. Véase M ichel F o u c a u lt , « G o v e rm n e n ta lity » , e n G r a h a m B u rc h e ll,
Colin G o rd o n y P e te r Miller (eds.), The F o u ca u lt E ffect: S tu d ie s in C overn-
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g u b e r n a m e n t a l i d a d » , e n E stética, ética y h e rm e n é u tic a , trad , d e Ángel G a-
b ilo n d o , B a r c e l o n a , P aidó s, 1999].

S eg u n d a parte
4. H istorias de las m in o ría s, p a sa d o s su b a lte rn o s

1. E ric H ó b s b a w m , « Iden tity H i s t o i y is n o t E n o u g h » e n s u On H is to ­


ry, L o nd res, W eike nfeld a n d N icholson, 1997, pág. 277. L a m e n t a b le m e n te ,
H o b s b a w m o b v ia el p u n t o d e q u e el im p e r i a li s m o m o d e r n o e n la I n d i a y
o t r o s lu g a re s u s a b a «la b u e n a historia» p a r a ju s t i f i c a r la s u b y u g a c i ó n d e
p u e b lo s q u e , s e g ú n a l g u n o s p e n s a d o r e s e u r o p e o s , t e n í a n « m ito s» p e r o n o
u n s e n tid o d e la h is to ria .
2. Joyce Appleby, Lynn H u n t y M a r g a r e t Jacob s, Telling the Truth A b o u t

353
H istory, N u e v a York, N o rto n , 1994 [Joyce Appleby, Lynn H u n t y M a r g a re t
J a c o b s , La verdad sobre la historia, trad, de Ó s c a r L uis M olina, B arcelo na ,
A n d r é s Bello, 1998],
3. Cf. G e o rg G. Iggers, H istoriography in th e T w en tieth C entury: From
S c ie n tific O b jectivity to the P o stm odern Challenge, H an o v er, N e w H a m p ­
s h i r e y L o n d r e s , W esleyan U niversity Press, 1997, p ág. 145 [G e o rg Iggers,
La cien c ia h istó rica en el siglo xx: las ten d en c ia s a ctu a le s: u n a v isió n p a n o ­
rá m ic a y crítica del debate internacional, trad, d e C le m e n s Bieg, B a r c e l o ­
n a , Labor, 1995]. La cu rsiva es m ía.
4. H o b s b a w m , «Identity History», pág. 271.
5. I m m a n u e l K ant, «An Answer to the Q uestion: W h a t is E nligh tm en t?»
(1 7 8 4 ) en I m m a n u e l K ant, Perpetual Peace a n d O th er E ssays, tr a d u c i d o al
in g lés p o r Ted H u m p h re y , In d ia n á p o lis, H a c k e tt , 1983, p ágs. 41-48 [ I m ­
m a n u e l K a n t, ¿Q ué es la Ilu stra ció n ? y otro s e sc rito s de ética, p o lític a y fi­
lo so fía de la h istoria, trad, de R o b e r to R o d r í g u e z A ra m a y o , F r a n c i s c o P é ­
re z L ó p e z y C o n c h a R old án P a n a d e r o , M a d r id , A lianza , 2004],
6. V éase D avid Lloyd, N a tio n a lism a n d M in o r L iterature: J a m e s Cla­
ren ce M an g a n a n d the E m ergence o f Irish C u ltu ra l N a tio n a lism , B erkeley
y L os Ángeles, U n iversity o f C alifo rnia Press, 1987, págs. 19-20. T a m b ié n
G ilíes D e le u z e y Felix G u attari, Kafka: T ow ard a M in o r Literature, t r a d u c i ­
d o al in glés p o r D a n a Polan, M in n e a p o lis, U n iv e rs ity o f M i n n e s o t a Press,
1986, c a p itu lo -3 .
7. V é a s e t a m b i é n G yan P r a k a s h , « S u b a l t e r n S t u d i e s a s P o s t c o l o ­
n ial C ritic ism » , A m erican H istorical R eview 99, n .u 5 ( d i c ie m b r e d e 1994),
pág s. 1475-1491.
8. R a n a jit G u h a, «The Prose o f C ou nter-In su rg en cy » , e n R a n a jit G u h a
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York, O x fo rd University Press, 1988, págs. 46-47.
9. Ibid., pág. 80.
10. Ibid., pág. 78.
11. R u d o lf B u ltm a n n , «Is Exegesis w i t h o u t P re s u p p o s it io n s Possible?»
e n K u rt M ueller-V ollm er (ed.), The H e rm e n e u tic s Reader: Texts o f th e G er­
m a n Tradition fro m the E n lig h te n m en t to th e Present, N u e v a York, C o n t i ­
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13. S h a h i d Amin, Events, M em ory, M etaphor, B erkeley y Los Ángeles,
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24. Al s e r v ir m e de la id e a d e « d e s e n c a n t a m i e n t o » n o n ie g o lo q u e se
h a d ic h o s o b r e la « m agia»/lo « m ág ic o » d e la m e r c a n c í a o s o b r e los a s p e c ­
tos m á g i c o s d e la p r o p i a m o d e r n i d a d . Q u e los d e n o m i n a d o s m o d e r n o s
p u e d e n t a m b i é n s e r n o m o d e r n o s es, p o r s u p u e s to , lo q u e e s t o y a r g u m e n ­
ta n d o . P a r a u n a n á lisis c rí ti c o del « d e s e n c a n t a m i e n t o » v é a s e J a c q u e s
R a n c iè re , «T he A r c h e o m o d e m T u rn » , e n M i c h a e l P. S t e i n b e r g (ed.), Wal-

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25. C o m u n i c a c i ó n p e rs o n a l de David Lloyd.
26. L os e s c lareced o res estu d io s d e R o b in H o r t o n s o b r e «el p e n s a m i e n ­
to a fr ic a n o » d e fin e n la «religión» so b re la b a s e d e la c a t e g o r í a « creencia»,
ta n e u r o p e a y q u iz á pro testan te. R ob in H o rto n , P atterns o f T h o u g h t in A fri­
ca a n d the West, C a m b rid g e , C a m b rid g e U n iv ers ity P ress, 1995.
27. R a n a ji t G u h a m e re c o r d ó la p a la b r a b e n g a lí sh o m o y -g ra n th i, lite­
r a l m e n t e « n u d o tem po ral» .
28. H a n s - G e o r g G a d a m er, «K ant a n d th e H e r m e n e u t i c a l T u m » , e n su
H eidegger's W ays, tr a d u c id o al in glés p o r J o h n W. S ta n ley , N u e v a York,
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5. C rueldad d o m éstica y el n a c im ie n to del su je to

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2. M u h a m m a d Abdul Jalil, M adhyajuger bangla slia h itye bangla o ba n -
ga li sh a m a j, Dacca, B an g la A kadem i, 1986, c a p í t u l o 6, p á g s . 149-167.
3. L os s ig u ie n te s tr a b a jo s, d e p u b l i c a c ió n re c i e n te , e s t u d i a n el p r o ­
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T he D ebate o n S a ti in C o lo n ia l In d ia , 1 7 8 0 -1 8 3 3 , B e r k e l e y y L os Á n g e ­
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S t a t u t o r y S o c ia l R e fo rm : T h e H in d u W id o w s ’ R e m a r r i a g e Act o f 1856»,
In d ia n E c o n o m ic a n d S o cia l H istory R eview 20, n.° 4 (1983); S u d h i r C h a n ­
d r a , « C o n flic ted Beliefs a n d M e n ’s C o n s c io u s n e s s a b o u t W o m e n : W id o w
R e m a r r i a g e in L a te r N in e te e n th C e n tu r y I n d i a n L i t e r a t u r e » , E c o n o m ic
a n d P olitical Weekly, 31 de o c tu b r e de 1987, págs. 55-62; R o s a li n d O 'H a n -
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In d ia» , e n D ou glas H a y n es y C y a n P ra k a s h (eds.), C o n te stin g Power: R e ­
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5. Ibid., págs. 496-497, 500-501.
6. « P r a b a h a k o n i b a r t a k e r dvitiyo s h o m b a d » , e n R a m m o h a n ra c h a ­
n abali, p ág. 203.
7. R a m m o h a n rachanabali, pág. 575. É s ta es la t r a d u c c i ó n del p r o p i o
R a m m o h u n d e su tex to d e 1818 « s a h a m a r a n b i s h a y e p r a b a r t a k o n i b a r ­
ta k e r s h o m b a d » , ibid., pág. 175.
8. Ibíd . E n la d is tin c ió n e n tr e « c o s tu m b re » y « ra z ó n » , H u m e e q u i p a ­

356
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q u e es «la c o s t u m b r e o la r e p e t i c i ó n » lo q u e c o n v i e r t e «el d o l o r e n p l a ­
cer» . V é a se íd e m , A Treatise o f H u m a n N a tu re (1 7 3 9 - 1 7 4 0 ), e d i t a d o p o r
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D u q u e , M a d r id , E d i t o r a N a c io n a l, 1981].
9. Las p o s ic io n e s in te le c tu a le s de V id y a sa g a r h a n sido a n a l i z a d a s c
a g u d e z a y s i m p a t í a c rític a e n A sok S e n , Is w a rc h a n d ra V idyasagar a n d H is
E lu siv e M ilestones, C a lc u ta , R id h h i , 1975.
10. H e s e g u i d o y m o d i f i c a d o la t r a d u c c i ó n p r o p o r c i o n a d a e n Is v a r-
c h a n d r a Vidyasagar, M an ia g e o f H in d u W idow s, e d i t a d o p o r A ra b in d o Pod-
dar, C a lc u ta , 1976, p ágs. 107-108.
11. A d a m S m i t h , The T h eo ry o f M o ra l S e n tim e n ts , e d i t a d o p o r D.D.
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y M ac fie e x p lic a n (p ág. 14, n o ta ) q u e las te o ría s d e S m i t h e r a n e n p a r t e
u n a r e f u t a c i ó n d e l p u n t o d e v is ta d e H o b b e s y M a n d e v i ll e d e q u e to d o s
los s e n t i m i e n t o s ti e n e n su o r i g e n en el a m o r a u n o m is m o .
12. H u m e , Treatise, págs. 316, 369.
13. N a g e n d r a n a t h C h a tto p a d h y a y , M a h a tm a R a ja R a m m o h o n ra y e rji-
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14. S u b a l C h a n d r a M itra , Isv a r C h a n d ra V idyasagar: A .S to ry o f H is
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15. C h a n d i c h a r a n B a n d y o p a d h y a y , Vidyasagar, Calcilla, A n a n d a d h a r a
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17. B a n d y o p a d h y a y , Vidyasagar, p ág. 49. V é ase t a m b i é n pág. 187.
18. M itra , ¡svar C handra, p ágs. 2 72-273.
19. V é a s e B in o y G h o s h , B id v a sa g a r o b a n g a li sm a j, C a l c u t a , O r i e n t
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d o d a ya r sagar ( o c é a n o de g e n e r o s id a d ) .
20. S iv a n a t h S astri, « R a m m o h u n Roy: T h e S to r y o f H is Life», en S a tis
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m o h u n R o y C e n te n a r y C o m m it te e , 1935, p a r t e 2, p á g . 20.
21. M itra , Isv a r C handra, p ág. 261.
22. S m i th , M oral S e n tim e n ts, pág. 12.
23. Ibid., pág. 22. H u m e t a m b i é n c o n s i d e r a b a la s i m p a t í a c o m o u n i ­
v ersal a la n a t u r a l e z a h u m a n a .

357
24. P a r a u n a n á l i s i s g e n e ra l d e la e s t é t i c a s á n s c r i t a , v é a s e R a n e r i o
G n o li, T he A e sth e tic E xp erie n ce A cc o rd in g to A b h in a v á g u p ta , B e n a r é s ,
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25. S m i t h , M oral S e n tim en ts, págs. 45, 50. P a r a u n a c r í ti c a b e n g a lí d e
la p r á c t i c a d e l l o r a r e n p úb lico , v é ase B a n k i m c h a n d r a C h a t t o p a d h y a y ,
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vol. 2, pág s. 159-185.
26. V é a s e H a n s - G e o r g G a d a m e r, Truth a n d M eth o d , L o n d r e s , S h e e d
a n d W a rd , 1979, págs. 239-253 [ H a n s -G e o rg G a d a m e r, Verdad y m étodo,
tr a d , d e M a n u e l O lasag as ti G a z te l u m e n d i, S a l a m a n c a , E d i c i o n e s S í g u e ­
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27. B a n d y o p a d h y a y , Vidyasagar, pág. 478.
28. Ibid., p á g . 278.
29. Ibid., prefacio , pág. 6.
30. C.B. M a c p h e r s o n , The P olitical Theory o f P o ssessive In d iv id u a lism :
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bes a Locke, tr a d , d e J u a n R a m ó n C apella, M a d r id , T ro tt a , 2005],
31. V éase O n the Jew ish Q u estio n en K arl M arx, E arly W ritings, i n t r o ­
d u c c i ó n d e L u c io C olletli, t r a d u c i d o al in g lés p o r R o d n e y L iv i n g s to n e
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M a d r id , 1997],
32. W illiam E. Connolly, Political Theory a n d M odernity, O xford, B asil
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33. Ibid., págs. 57-58.
34. T im o th y Mitchell, C olonising Egypt, B erk e le y y Los Angeles, U n iv e r­
sity o f C a lifo rn ia Press, 1991, pág. 121.
35. La c u rs iv a es mía.
36. L as o b r a s d r a m á t i c a s del siglo xix s o b r e el n u e v o c a s a m i e n t o de
las v i u d a s i n t e r p r e t a b a n los p r o b l e m a s p r o p i o s d e las v i u d a s a tr a v é s
d e e x p r e s i o n e s de la len g u a b e n g a lí c o m o jo u b a n jo n tr o n a ( l i t e r a lm e n te ,
«el p a d e c i m i e n t o del c u e r p o e n la j u v e n t u d » ) y jo u b o n jv a la ( l i t e r a l m e n ­
te, la s e n s a c i ó n a r d i e n te p ro d u c i d a p o r el c o m i e n z o d e la ju v e n t u d ) : A n ó ­
n i m o , B id h a b a b ish a m bipad. C alcula, 1856; R a d h a m a d h a b M itra, B id h a -
b a n io n o r a n ja n n a ta k, p a rt e 1, C a lc u ta, 1857; A n ó n i m o , B id h a b a s h u k h a r
d a sh a , M irzap u r, 1861; U m a c h a r a n C h a tt o p a d h y a y , B id h a b o d b a lio n a ta k ,
C alcuta, 1857; y J a d u n a t h C hattopadhyay, B idhababilash, S e r a m p o r e , 1864.
He c o n s u l ta d o e jem p lares d e e stas o b r a s d is p o n ib le s e n la B iblio teca d e la
I n d i a d e L o n d re s.
37. Cf. T h o m a s W. L aq u eu r, «B o dies, D e ta il s a n d t h e H u m a n i t a r i a n
N a r r a t iv e » , e n Lynn H u n t (ed.), The N e w C u ltu ra l H istory, B e rk e le y y L os
Angeles, U n iv ers ity o f C alifo rn ia Press, 1989, p ág s. 177-204.
38. R a b i n d r a n a t h T agore, C h o kh e r ba li e n R a b in d ra r a c h a n a b a li, C a l ­
c u ta , G o v e r n m e n t o f West B engal, 1962, vol. 8, « P refa cio » .

358
39. D a y a n a n d a , V iv e k a n a n d a y G a n d h i f u e r o n lo s l í d e r e s n a c i o n a ­
lis ta s q u e d e s e m p e ñ a r o n u n p a p e l c e n t r a l en la d i s e m i n a c i ó n d e e s t a s
ideas.
40. « F u e el s e m a n a r i o A m r ita b a z a r P a trika (28 d e m a r z o d e 1870) el
q u e p r i m e r o d irig ió la a t e n c i ó n de los b e n g a líe s, o r g u l lo s o s d e la c a li d a d
d e s u e d u c a c i ó n , h a c ia la p o e s í a v is h n u ís t a . P e ro la p r i m e r a se le c c ió n d e
esos p o e m a s e n fo rm a d e libro fue e d it a d a p o r J a g a b a n d h u B h a d r a (1870).»
P r a b h a t k u m a r M u k h o p a d h y a y , R a b in d ra jib a n i o m b in d r a s a h ity a prabe-
s ím k , C a l c u l a , Visva B h a r a t i , 1960, vol. 1, p ág. 68. V é a s e t a m b i é n R a -
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55. C ita d o e n G o p a l c h a n d r a Ray, S a ra tc h a n d ra , vol. 2, p á g s . 18-19.

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a q u e s u f r ió a m a n o s de sus p a r i e n te s p o lític o s tr a s la m u e r t e d e s u m a r i ­
d o , S a r a d a s u n d a r i quiso p o n e r su le a lta d al lin a je a n c e s t r a l d e su d if u n t o
m a r i d o p o r e n c i m a de su i n t e r é s e n la p r o p i e d a d . V éase S a r a d a s u n d a r i
Devi, A tm a k a th a (1913), r e i m p r e s o e n N a r e s h c h a n d r a J a n a e t al. (eds.),
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2. Ibid., pág. 15.
3. R a b i n d r a n a t h T ag ore, « B h a g in i n ib e d ita » e n R a b in d ra ra ch a n a b a -
li (en a d e l a n t e R R ), C a lc u ta , G o v e r n m e n t o f W est B en g al, 1962, vol. 13,
pág. 198. A m e n o s q u e se in d i q u e , t o d a s las re f e r e n c ia s a R R s e r á n a la
e d ic ió n del c e n t e n a r i o q u e lleva la f e c h a d e p u b l i c a c i ó n d e 1962.
4. Ibíd.
5. Ibíd.
6. D eb o e s t a id e a a J o n M ee.
7. R o b in P al, «K olloler k o la h o l o o n n a n n o p ro b o n d h o , C a lc u t a , 1980,
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d h a , 1977, pág s. 10-14.
8. R a b i n d r a n a t h T a g o re, G a lp a gu ch h a , C a lc u ta , Visva B h a r a t i , 1973,
pág. 1004.
9. « S a h it y a b ic h a r » e n R R , vol. 14, págs. 5 31 -5 32 .
10. « G r a m b a s h i d e r p r o t i » (c. 1930) e n su P a llip a k riti e n R R , vol. 13,
p ág. 524.
11. « A b h ib h a s a n » , ibíd., p á g . 532. P a r a e j e m p l o s de h i s t o r i c i s m o y d e
n o sta lg ia e n los e s c r ito s d e T a g o r e s o b r e las a ld e a s, v éase « P r o t i b h a s h a n »
(1926) y « P a llis h eb a» (19 4 0), ibíd., p ág s. 540, 560.
12. La n o v e la P ather p a n c h a li de B i b h u t i b h u s h a n B a n d y o p a d h y a y ,
p u b li c a d a e n 1927, o c u p a c l a r a m e n t e u n g m p o i n t e r m e d i o e n t r e e sto s d o s
e x tre m o s, p u e s es c a p a z d e s o s t e n e r la i m a g e n d e la a ld e a c o m o se d e d e
s e n t i m i e n t o s t i e r n o s sin n e g a r ni la m i s e r i a a b s o l u t a ni lo s c o n f l i c t o s
m e z q u i n o s de la v id a r u r a l . V é a se m i « R e m e m b e r e d Villages: R e p r e s e n ­
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S o u th A sia 18 (19 95 ), n ú m e r o e sp e c ia l s o b r e «La I n d i a del N o rte : P a r t i ­
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13. V é an se los e n s a y o s d e T ag o re s o b r e « L o k a -sa h ity a » e n R R , vol. 13,
págs. 663-734.
14. T a d u c c ió n al inglés d e C linto n S eely en A Poet Apart: A Literary B io ­
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17. Ibid., p ág. 1.
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19. Ibid., pág. 13.
20. H u m a y u n K abir, The N o v e l in In d ia , C a lc u t a , F i r m a K .L. M u k h o -
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28. Ibid., pág. 28.
29. Ibid., pág. 27.
30. Ibid., pág. 52. V éanse ta m b ié n p á g s. 54, 59. E s to s te x to s t a m b i é n
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32. A c h in ly a k u m a r Sengupta, Kallolyug, Calcuta, M.C. S a r k a r a n d S o n s,
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34. Ibid., pág. 23.
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«S ahitya», ibíd., p á g s . 308-309; «T athya o satya», ibíd ., págs. 3 12 -31 6. L as
p a r t i c u l a r e s te o r ía s e sté tic a s d e T a g o r e n o p e r s u a d í a n a t o d o el m u n d o .

363
E n t o r n o a e sto s a s u n t o s , y ta m b i é n p a r a u n a d e f e n s a de T ag o re, v éa se
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68. L as te n s io n e s en tre el r o m a n t i c i s m o y las i d e a s p o l í ti c o - e c o n ó m i­
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w in d (ed.), Mill: A Collection o f Critical E ssa ys, L o n d r e s , M a c m illa n , 1969,
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71. B a n k i i n c h a n d r a Chaltopadliyay, « K a m a la k a n la » en B a n k im ra c k a -
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vol. 2, pág. 54. P a ra u n re v elad o r a n á lisis d e la o b r a d e B a n k i m e n el c o n ­
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N u e v a Delhi, O xford University Press, 1995.
72. V é a n s e los e n s a y o s « S a h ity a » (1 9 2 4 ) y « T a th y a o sa ty a » (1 9 2 5 )
e n R R, vol. 14, en p a rtic u la r págs. 3 0 8-30 9 y 312-313.
73. V é a n s e sus libros s o b r e la le n g u a b e n g a lí, S h a b d a ta ttva , y s o b r e
el m e t r o , C h h a n d a , in c lu id o s e n R R, vol. 14. L o k a sa h ity a , su li b r o s o ­
b re l i t e r a t u r a folclórica, se in cluy e en R R , vol. 13.
74. « E s u n h e c h o q u e las p a l a b r a s b e n g a l í e s n o t i e n e n p eso , ni a c e n ­
to c o m o es h a b i t u a l en ing lés, ni t r a d i c i ó n , c o m o el s á n s c r i t o , d e m a n ­
te n e r los [s o n id o s vocálicos] largo s y c o rto s.» T ag o re, « B a n g lk a c h h a n d c
a n u p r a s h » e n RR, vol. 14, pág. 130.
75. V éase, p o r ejem plo, « P h ulja ni» e n R R , vol. 13, p á g . 943.
76. Satyajit Ray subraya el ace n to q u e T ag ore co lo c a b a so b r e la letra de

364
s u s c a n c i o n e s . S a ty a jit Ray, « R a b i n d r a s a n g i t e b h a b b a r k a th a » , en A b d u l
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M u k t a d h a r a , 1983, pág. 157.
77. U n a fu e n te p r á c t i c a d e d i s c u s i o n e s e n t r e T a g o re y su s i n t e r l o c u ­
to r e s s o b r e s u s te o r ía s m u s ic a l e s es R a b i n d r a n a t h T h a k u r , S a n g itc h in ta ,
C a lc u ta , Visva B h a r a ti , 1966.
78. S h a n k h a G h o sh , K abitar m u h u rta , C alcuta, A n u s tu p , 1991, pág. 14.
79. B e n o d b e h a r i M u k h o p a d h y a y , « C h itra k a r» , E k sh a n , n.° an u a l, 1978,
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T heories o f K now ledge, O xford, C l a r e n d o n Press, 1986, págs. 286-291, 31 1-
312 a p u n t a a las s im ilitu d e s e n tr e el u s o d e H u m e y d e K a n t d e la p a la b r a
« im a g in a c ió n » y el u s o d e p a l a b r a s c o m o k a lp a n a o vika lp a e n la lógica
in d ia . E n c a m b o s c a s o s , a f i r m a M a t il a l, la « i m a g i n a c i ó n » d i s t i n g u e , e n
el t r a b a j o d e la m e m o r i a , e n t r e la p e r c e p c i ó n l i b r e d e c o n c e p t o s y la
c a r g a d a d e c o n c e p t o s . E n lo c o n c e r n i e n t e a la « d e s i n o n i m i z a c i ó n » d e
« fa n ta s ía » e « im a g in a c i ó n » q u e e f e c t ú a C o le r i d g e , v é a s e S a m u e l T a y lo r
C o le rid g e , B io g ra p h ya L iteraria, N igel L e a s k (ed .), L o n d r e s y V e r m o n t ,
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grafía literaria, tr a d , d e E n r i q u e Hegevvicz, C e r d a n y o la , L ab o r, 1975].
88. El f a m o s o c a p í t u l o 13 d e la B io g ra fía litera ria d e f i n e a s í los m o ­
d o s d e i m a g i n a c i ó n « p r i m a r i o » y « s e c u n d a r i o » ( p á g . 175): «L?i IM A G I­
NACIÓ N p r i m a r i a es p a r a m í el p o d e r v ital y el p r i n c i p a l A g e n te d e t o d a
P e r c e p c i ó n h u m a n a , u n a r e p e t i c i ó n e n la m e n t e f i n it a del a c t o e t e r n o d e

365
c r e a c i ó n e n el YO SOY infinito. E s tim o q u e la I m a g i n a c i ó n s e c u n d a r i a es
c o m o u n e c o d e la p re c e d e n te [...] i d é n t ic a a la p r i m a r i a e n c u a n t o a la
especie d e s u acc ión , y d is tin ta s o l a m e n t e e n el g r a d o y m o d o de su f u n ­
c i o n a m i e n t o . Disuelve, difunde, d isip a p a r a r e c r e a r [...]. E s e s e n c i a lm e n te
v ita l a p e s a r d e q ue to dos los objetos (en ta n to q u e o b je to s) so n e s e n c i a l­
m e n t e fijos y m u e r to s» [trad, de E n r iq u e Hegevvicz, S a m u e l T ay lor C ole­
rid g e, B iografía literaria, C erdanyola, Labor, 1975], L as te o ría s d e C oleri­
d g e h a n o r i g i n a d o u n a in m e n s a b ib lio grafía. H e e n c o n t r a d o las sig u ien tes
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H a r c o u r t , B r a c e & World, 1966; G eoffrey H a r t m a n , « R eflec tio n s o n the
E v e n i n g S ta r : A kenside to Coledridge», A n g u s F l e t c h e r n «’’P ositive N e g a ­
tion": T h r e s h o l d , S eq u en ce a n d P e r s o n if i c a ti o n in C oleridg e», y T h o m a s
M c F a r l a n d , « T he Origin a n d S ig n ific a n c e o f C o le r i d g e ’s T h e o i y o f S e c o n ­
d a r y Im a g in a t io n » , tod os en G eoffrey H a r t m a n (ed.), N e w P erspectives o n
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c o n v e r s a c i o n e s m a n t e n id a s en t o m o a e s t o s a s u n t o s .
89. V é a s e .T h o m a s M cF a rla n d , Coleridge, p ág s. 308-309.
90. C oleridge, Biographia, pág. 57 n. 1. C o le rid g e clasifica este m o m e n ­
to b a jo las filosofías d iecio c h e sc as del « s e n t i d o c o m ú n » .
91. C o m o a firm a M a s su m i al d i s c u ti r el e j e m p l o de l a n z a r u n ladrillo:
« ¿Q ué e s el su jeto del ladrillo? ¿El b r a z o q u e lo la n z a ? ¿El c u e r p o v i n c u ­
la d o al b r a z o ? ¿El c e re b r o en ce n ta d o e n el c u e r p o ? ¿La s i t u a c i ó n q u e lle­
vó al c e r e b r o y al c u e r p o a esa tesitu ra? T o d o y n a d a d e lo a n te r io r » . B ria n
M a s s u m i , A U ser’s G uide to «C a p ita lism a n d S c h iz o p h re n ia » : D e v ia tio n s
fro n t D e le u ze a n d G uattari, C am b rid g e, M IT P ress, 1992, pág. 5; M a s s u m i,
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92 . V é a se el e n s a y o d e F r e u d , « T h e U n c a n n y » (1 9 1 9 ) en S i g m u n d
F r e u d , A rt a n d Literature, t r a d u c id o al in g lés b a j o la d ir e c c ió n g e n e ra l de
J a m e s S tra c h e y , e d i t a d o p o r A lbert D ic k s o n , H a r m o n d s w o r t h , P e n g u in ,
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4. V éa se , p o r e je m p lo , « C a lc u tta O n lin e » , q u e o fr e c e la o p o r t u n i d a d
d e s u s c r i b i r s e a u n s i ti o p a r a «adda b e n g a lí» . El c a r á c t e r l e g e n d a r i o d e l
adda e n la c a f e t e r í a C o llege S tr e e t C offee H o u s e p u e d e v e rs e t a m b i é n e n
el h e c h o d e q u e u n b o le t ín d e n o tic ias , p u b l i c a d o e n N u e v a York p a r a los
in m ig r a n te s y la d iá s p o r a b e ng alíe s e n E s ta d o s U n id o s, d é c u e n t a del r e t i ­
ro de u n tr a b a j a d o r «del inte rio r», R a m u c h a c h a , q u ie n d u r a n t e c u a r e n t a
y c in co a ñ o s sirvió a los b e n g a líe s a d d a b a j d e esa c a fete ría . V éase U davan
(en b e n g alí), N u e v a York, 3 d e d i c i e m b r e d e 1997, pág. 8: «El h o m b r e ha
sido in s e p a ra b le d e t o d a s las alegrías y las tristezas, las e s p e r a n z a s y la d e ­
s e s p e r a c ió n , la p o e sía y el ad d a de C offee H o u s e d u r a n t e las ú lt im a s c u a ­
tro d é c a d a s, se d e s p id ió f o r m a lm e n te el s á b a d o p a s a d o . [...] R a m u d a , alias
R a m u c h a c h a , d eja a t r á s c u a r e n t a y c in c o d e los s e t e n ta a ñ o s d e s u vida e n
el salón p rin cip al y en los b a lc o n e s del Coffee H o u se . [...] L as lá g rim as m o ­
ja n su b la n c o bigote, m i e n t r a s R a m u c h a c h a dice, c o n su estilo li g e r a m e n ­
te p u e b le r in o : "Soy u n h o m b r e ig n o r a n te . N o sé los n o m b r e s d e n i n g u n a
de las p e r s o n a s q u e he v isto a q u í d u r a n t e los ú l t i m o s c u a r e n t a añ os. P e r o
a ú n re c o n o z c o s u s c a r a s . Los e s t u d i a n t e s v ien en , t o m a n café, c h a r l a n , e s ­
c r i b e n poesía;~yo só lo los m i ro . A h o ra v olveré a m i p u e b lo y p a s a r é t i e m ­
p o co n m i s n ie t o s ”». De n o s e r p o r el v ín c u l o d e R a m u c h a c h a co n u n l u ­
g a r t r a t a d o p o r la m e m o r i a d e la c l a s e m e d i a b e n g a l í c o m o u n e s p a c i o
s a g r a d o d e la h is to r i a d e la m o d e r n i d a d li te r a r ia b e n g a lí, la ju b i l a c i ó n d e
u n t r a b a j a d o r « d e s c o n o c id o » , q u e ni s i q u i e r a e r a b e n g alí, d if íc i lm e n te se
h a b r í a c o n v e r t id o e n n o t i c i a e n la d i á s p o r a a m e r ic a n o - b e n g a lí.

367
5. N i s h i t h r a n j a n Ray, «Prefacio» a S a m a r e n d r a D as (ed.), K o lka ta r
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p ág. 10.
12. N r i p e n d r a k r i s h n a C hattop adh yay , «Adda», e n N a n a ka th a , C a lc u ­
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13. S a iy a d M u j ta b a Ali, «Adda p a s s p o rt» , e n S a iy a d m u jta b a ali ra­
ch a n a b a li, C alcu ta, M i tra o G h osh , 1974/5, vol. 3, p ágs. 4 04-411.
14. N i r a d C. C h a u d h u r i , The A u to b io g ra p h y o f a n U n k n o w n In d ia n ,
N u e v a York, M a c m illa n , 1989; 1.“ ed., 1951, p ág. 382.
15. T o d a s las citas d e C h a u d h u r i so n d e ibid., p á g s. 383-386.
16. B u d d h a d e v B ose, «Adda», en S a m a r e n d r a n a t h D as (ed.), K o lka ta r
adda, p ág . 13.
17. C h a tto p a d h y a y , «Hostel life», pág. 210 y B o se, «Adda», pág. 13.
18. V é a se H i r a n k u m a r Sanyal, Porichoyer k u r ib o c h h o r o o n n a n n o s m -
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ka» ( P r e f a c io ) , S a iy a d n n ijta b a ali g ra n th a b a li, C a lc u t a , M i t r a o G h o s h ,
1978, vol. 4.
19. S a m s a d Bengali-English Dictionary, C alcuta, S a h it y a S a m s a d , 1968,
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20. V éase el p refacio de N is h ith ra n ja n R ay a K o lk a ta r adda, pág. 9.
21. P y a r i m o h a n M u k h o p a d h y a y , A m a r d e k h a k o lk a ta , C a lc u ta , 1980/1,
p ágs. 207-211, 222-224, de sc rib e este tip o d e a d d a s fin ise c u la re s .
22. M a h a sth a b irer galpasham agra, C a lc u ta , 1988, p á g s. 231, 364-365.
23. Lai B eh ari Dey, R ecollections o f M y S c h o o l-D a y s ( j u n t o c o n B e n ­
g a l P easant Life y F olk Tales o f Bengal), e d i t a d o p o r M a h a d e v p r a s a d S a h a ,
C a l c u t a , 1969, pág. 464. L a m e n t a b l e m e n t e , S a h a n o i n f o r m a s o b r e la
f e c h a d e p u b li c a c ió n o rig in al d e R eco llectio n s.
24. S a tik H u to m p ya n ch a r n a ksh a , e d i t a d o y a n o t a d o p o r A ru n N ag,
C a lc u t a , S u b a r n a r e k h a , 1992, pág. 52.
25. M u k h o p a d h y a y , A m a r dekha, p ág s. 207-211.
26. V é a n s e las e n t r a d a s d e los s i g u ie n t e s d i c c i o n a r i o s b e n g a líe s: Gya-
n e n d r a m o h a n Das, Bangla bhashar a b h id h a n , vol. 1, C a lc u ta , S a h it y a Sarn-

368
sad , 1988; 1.a ed., 1916-1917; H a r i c h a r a n B an dy op .ad hy ay, B a n g iyo shab-
d a k o sh , C a lc u ta , S a h it y a A k ad em i, 1988; 1.a ed., 1924-1925; y S u ba] C h a n ­
d r a M i tr a , S a ra l bangala a b h id h a n , C a lc u t a , N e w Age P u b l i s h e r s , 1984;
1.a ed., 1906. P u e d e n e n c o n t r a r s e a s o c i a c i o n e s s i m i l a r e s de la p a l a b r a e n
H u to m , pág s. 63 y 105, y S iv a n a t h S h a s t r i, R a m ta n u L a h iri o ta tk a lin ban-
g a sa m a j, C a lc u ta , N e w Age P u b li s h e r s , 1957; 1.a ed., 1903.
27. H u to m , p ágs. 21, 23, 78-79, 87, 94, 102-103.
28. S a ra l bangala a b h id h a n , e n t r a d a m a jlish . N o e s t á to t a l m e n t e claro
el q u e M i tr a se e sté re f ir i e n d o a q u í s i m p l e m e n t e a la s e c t a relig io sa.
29. B o se , «Adda», pág. 14.
30. P a r a s h u r a m [ R a j s h e k h a r B o su ], « L a m b a k a r n a » en G addalika, Cal­
cu ta , M.C. S a r k a r a n d S o n s, 1974, p á g . 79.
31. R a d h a p r a s a d G u p ta , « A m a d e r j u b a k k a l e r a d d a : j h a n k i d a r s h a n » ,
e n K o lk a ta r adda, pág . 27.
32. P a r a s h u r a m [ R a j s h e k h a r B o s u ], « D a k s h in r a y » , en Kajjali, C a lc u ­
ta, M.C. S a r k a r a n d S o n s, 1969, p ág s. 65-66.
33. ¡P e t e r v a n d e r V eer m e d ic e q u e lo q u e se c o n o c e e n el ing lés b r i ­
t á n i c o o a u s t r a l i a n o c o m o « v olv erse h o l a n d é s » o e n el e s t a d o u n i d e n s e
c o m o « in v itac ió n h o la n d e s a » es c o n o c id o p o r los p r o p i o s h o la n d e s e s c o m o
«fiesta a m e r ic a n a » !
34. S a g a r m o y G h o s h , « H ir e r n a k c h h a b i » , e n K o lk a ta r adda, pág. 52.
35. J o g i n d r a n a t h B o su , M ich a e l M a d h u s u d a n D a tte r jib a n c h a rit, Cal­
c u ta , A sh o k P u sta k a la y , 1990, p ág s. 48-49, 51.
" 36. B i p i n c h a n d r a Pal, S a tta rb a tsh a r: a tm a jib a n i, C a lc u t a , J u g a j a tr i ,
1957, pág s. 202-203; D in e s h c h a n d r a S e n , G harer k a th a o juga sah itya , Cal­
c u ta , J i j n a s h a , 1969, págs. 95-98.
37. V é ase A c h i n t y a k u m a r S e n g u p l a , K allol jug, C a lc u ta , M.C. S a r k a r
a n d S o n s , 1960, p ágs. 6-16.
38. V éase P r a s a n t a k u m a r Pal, R a b ijib a n i, C a lc u ta , A n a n d a P u b lish e rs,
1988, vol. 3, págs. 39, 60, 237, 268, 270.
39. S a r a l a Devi C h a u d h u r a n i , J ib a n e r jh a ra p a ta , C a lc u ta , R u p a , 1982,
pág. 34. V é a se t a m b i é n Pal, R a b ijib a n i, vol. 3, p ág. 74.
40. C it a d o e n A m i t r a s u d a n B h a t t a c h a r y a , B a n k u n c h a n d ra jib a n i, C al­
c u ta , A n a n d a P u b lis h e rs , 1991, pág. 109.
41. S a c h i s h c h a n d r a C h atto p ad h y ay , B a n k im -jib a n i, C alcuta, P u sta k Bi-
p an i, 1989, págs. 283, 311.
42. H u to m , pág. 41.
43. E s te d i b u j o se titula « B e ta l e r b a it h a k e » ( E n el s a l ó n d e B etal) y
se u s ó c o m o c a b e c e r a d e u n a c o l u m n a h a b i t u a l e n la r e v i s t a l i t e r a r i a
P ra b ashi, p u b l i c a d a p o r p r i m e r a v ez e n 1901 y c o n t i n u a d a e n los a ñ o s
v e in t e . L o r e p r o d u z c o d e u n e n s a y o d e H i r e n d r a n a t h D a tta , « S a h i t y e r
a d d a » [A ddas li te r a rio s ] en D esh, n ú m e r o esp e c ia l s o b r e l i t e r a tu r a , 1975,
p ág. 49.
44. R e p r o d u c i m o s el d ib u jo d e C h a tto p a d h y a y , «H ostel Life», pág. 199.
45. Ibíd., p ág s. 198-199.

369
46. V éase la i n tro d u c c i ó n a J a t i n d r a m o h a n B h a t t a c h a r y a , B an g la m u -
drita granthadir talika, Calcuta, A. M ukherjee a n d S o n s, 1990, vol. 1, pág. ix.
47. C h a tto p a d h y a y , «Hostel Life», pág. 201.
48. Sanyal,- Porichoyer, pág. 145.
49. S a ty a jit Ray, « B hu m ik a» (Prefacio) a S u k u m a r Ray, S h a m a g ra shi-
s h u s a h ity a , C alcu ta, A n a n d a P u b lish e rs , 1977.
50. J i b e n d r a S in g h a Ray, K olloler kal, C a lc u t a , Deys, 1973), p ág . 5.
51. Ibíd., págs. 2-3. La c u rs iv a es mía.
52. V éase D esh, n ú m e r o esp ecia l so b re li t e r a t u r a , 1975.
53. N r i p e n d r a k r i s h n a C hattop adh ya y, N a n a k a lh a , p ág s. 4-6.
54. A ru n D as G u p ta , «Three-B kalig h at p a r k s o u t h - e k a n u d a » , e n Ma-
n a s h i D a s G u p ta (ed.), K icchit ch in ta ka n a , k ic c h u sm riti: b im a l g h o sh sm a -
ra n ik patra, C alcu ta, 1987, pág. 62.
55. D e b r a b a t a M u k h o p a d h y ay , K ofir ka a p e s h o m o y e r c h h o b i, C alcuta,
C o m m u n i c a t i o n s a n d M edia P e o p le, 1989, p r e f a c i o y p ág. 10.
56. B ip in b e h a ri G u p ta, P uratan prasanga, C a lc u ta , B i d y a b h a r a t i , 1977;
1.a ed., ca. 1913-1914.
57. A m i y a b h u s a n M a ju m d a r, « R a b i d r a n a t h o b i g y a n a c h a r y a sa ty e n -
d r a n a t h » , D esh, n ú m e r o esp ecial so b r e l i t e r a t u r a , 1975, p á g . 131.
58. P a r i m a l G o s w a m i, « P r a b a s h i r a d d a » , ib íd ., p ág s. 5 9 -6 4 . R a n a ji t
G u h a m e dice q u e e n la C alcuta d e su j u v e n t u d (los a ñ o s tr e i n t a ) los p a r ­
q u e s e r a n e fe c tiv a m e n te el e s p a c i o del adda, a le j a d o s c o m o e s t a b a n d e la
vig ilan cia p a te r n a . Las o b ras d e P r e m a n k u r A ta rth i e x p lo r a n e s o s espacio s
u r b a n o s a trav és de la ficción y d e la a u t o b i o g r a f í a , y u n a h i s t o r i a f u t u ­
r a d e la c i u d a d d e b e r í a e x a m i n a rl a s . P a r a u n a d e s c r i p c i ó n c a u t i v a d o r a
d e l u s o so c ia l d a d o a las a z o te a s d e C a lc u t a a p r i n c i p i o s y m e d i a d o s del
sig lo XX, véase, p o r ejem plo , s u re la to c o r t o « C h h a te » , e n M a h a sth a b ire r
g ra n th a b a li, págs. 354-363.
59. L a m e n ta b le m e n te , no existe p a ra C a lc u ta n a d a tan in te r e s a n te c o m o
el e n s a y o d e F r a n k C onlon, «D in ing O ut in B o m b a y » , e n C aro! B reckcn -
ri d g e (ed.), C o n su m in g M o d e m ity : P ublic C u ltu re in a S o u th A sia u World,
M i n n e a p o li s , U n iversity o f M i n n e s o ta P ress, 1995, págs. 9 0-1 27 .
60. M u z a f f a r A h m a d , K azi n a zr u l isla m sm r itik a th a , C a lc u t a , N a tio n a l
B o o k Agency, 1965, págs. 277-278.
61. S u s o b h a n S arkar, « B h u m ik a r bodole», e n Sanyal, Porichoyer, pág. 9.
62. R a d h a p r a s a d G upta, « A m ad er j u b a k k a l e r a d d a » , e n K o lk a ta r adda,
p ág. 24.
63. Ibíd.
64. Ibíd., págs. 27-28.
65. P a r a s h u r a m [R a js h e k h a r B osu], « R a ta ra ti» e n H a n u m a n e r sh a p n a
ity a d i galpo, C a lc u ta , M.C. S a r k a r a n d S o n s , 1962, pág. 79.
66. B ose, «Adda», pág. 14.
67. S a n y a l, Porichoyer, págs. 163-164.
68. S h y a m a l k ri s h n a Ghosh, Porichoyer adda, C alcuta, K.P. B agchi, 1990,
p á g . 11.

370
69. S u s o b h a n S a r k a r u tiliz a la p a l a b r a g a lp a g u jo b (lit., c u e n t o s y r u ­
m o r e s ) p a r a d e s c r i b i r la n a t u r a l e z a d e la c o n v e r s a c i ó n e n u n a d d a . P r e ­
facio d e S a r k a r a S a n y a l, Porichoyer, p á g . 3.
70. H e m e n d r a k u m a r Ray, J a d er d e kh e ch h i, C a lc u t a , 1948-1949, vol. 1,
págs. 112-114.
71. S a n y a l, Porichoyer, pág. 167.
72. El m e j o r e s t u d i o m o d e r n o del k a th a k a ta e s h a s t a la f e c h a el d e
G a u t a m B h a d r a , « K a th a k a t a t n a n a k a th a » , J o g sh u tro , o c tu b r e - d i c ie m b r e
de 1993, p ágs. 169-268.
73. Ibíd., págs. 166-167.
74. G u p ta , « A m a d e r ju b a k k a l e r » , p á g . 29.
75. V éase el e n s a y o « M e y e d e r a d d a » en K o lk a ta r adda.
76. C h a tto p a d h y a y , N ana k a th a , p ág s. 9, 16.
77. Ibíd., págs. 4, 10. D a tje e lin g y P u ri e s t a b a n e n t r e los lu g a r e s favo­
r i to s d e v a c a c i o n e s d e las f a m il ia s b e n g a lí e s d e c l a s e m e d i a d e C a lc u ta.
78. P a r a s h u r a m ( R a j s h e k h a r B o s u ) , « D v a n d ik k o b it a » , e n N eel tara
itya d i galpa, C alcu ta, M.C. S a r k a r a n d S o n s, 1962, p á g s . 121-126. L as p a ­
la b r a s e n c u rs iv a e s t á n en in g lés e n el o rig in a l.
79. S r i k u m a r B a n d y o p a d h y a y , B a n g a sa h itye u p a n a sh y e r dhara, C a lc u ­
ta, M o d e r n B o ok Agency, 1988, p á g . 148.
80. M u k h o p a d h y a y , K ofir kaa p e, p ág. 16.
81. V éase H e n ri Lefebvre, T he P ro d u ctio n o f Space, tr a d u c i d o al inglés
p o r D o n a ld N ic h o ls o n -S m ith , O xford, Basil BlackweU, 1992, págs. 304-306
y p a s s im .
82. C o m u n i c a c i ó n p e r s o n a l d e M a n a s h i D a s G u p ta .

8. F am ilia, fra tern id a d y trabajo asalariado

1. R a jn a r a y a n B o s u [Bose], S h e k a a l a r e k a a l [1874], e d i t a d o p o r Bra-


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2. A n ó n im o , N a rid h a n n a , C a lc u ta , 1877, p á g . 27.
3. B osu , S h ekaal, págs. 86-87.
4. S u m i t S ark ar, «"K.aliyuga", "C h a k ri”, a n d “B h a k ti”: R a m a k r i s h n a
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p o r la m a ñ a n a , el cual a cab ó s ie n d o d e n o m i n a d o p o r los b e n g alíes a p ish er
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b r e la re la c ió n e n t r e la e s t r u c t u r a del « n o -to d a v ía » y la n a t u r a l e z a del S e r
e n el c a p ít u lo s o b r e «El p o s i b le " s e r t o t a l ” del “s e r a h í" y el " s e r r e l a ti v a ­
m e n t e a la m u e r t e ”» e n la s e g u n d a s e c c i ó n d e E l s e r y el tie m p o . V é a s e
M a r t i n H e id e g g e r, B e in g a n d Tune, t r a d u c i d o al in g lé s p o r J o h n M a c -
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pág. 225, r e e m p l a z a la e x p re s ió n «lack o f totality» [ a u s e n c i a d e to ta lid a d ]
d e la e d ic i ó n d e M a c q u a r r ie y R o b i n s o n p o r « c o n s t a n t f r a g m e n t a r i n e s s »
[ i n v a r ia b le f r a g m e n t a r i e d a d ] . D eb o a c la ra r, sin e m b a r g o , q u e lo q u e he
t o m a d o p r e s t a d o (e in t e n t a d o a p r e n d e r ) d e H e i d e g g e r a q u í es u n m o d o
d e pensar. Mi a n á lisis se m a n t ie n e e n el nivel d e lo q u e H e i d e g g e r d e n o ­
m i n a r í a lo «his toriológico».
35. Los d o s c a p ít u lo s re lev an tes so n los c a p ít u lo s 4 y 5 d e la s e g u n d a
s e c c ió n de E l ser y el tiem po.
36. N andy, «History's F o rg o tte n D ou b les» , p ág. 66.
37. E n el d esarro llo de estas id eas en t o m o a la f u t u r id a d e sto y e n d e u ­
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n o s o t r o s los o rie n ta le s , sin o a c e p t a r e s t a e u r o p e i z a c i ó n y p a s a r p o r ella.
S ó lo m e d i a n t e este viaje a lo a je n o y lo e x t r a ñ o p o d e m o s r e c u p e r a r n u e s ­
t r a p r o p i a s u b je tiv id a d ; aq uí, c o m o e n o t r o s a s u n t o s , el c a m i n o h a c i a lo
m á s c e r c a n o a n o s o t r o s es el c a m i n o m á s la r g o d e r e t o r n o » . J.L. M e h t a ,

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(n.° 101) al a f i r m a r q u e la c u e s t i ó n d e s e r e n c a s a e s s i e m p r e u n a c u e s ­
t i ó n d e r e g r e s a r a c a s a , e s t o es, d e v ia je y t r a v e s ía . M a r t i n H e id e g g e r ,
H ö ld e r lin s H y m n «The Ister», t r a d u c i d o al in g lé s p o r W illia m M cN eill y
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379
índice onom ástico

A b h in a v a g u p ta , 32, 232 Bauer, B r u n o , 181


A g a m b e n , G io rg io , 112 B e n ja m in , W alter, 54, 113, 216
Ahliiwalia, Titoo, 83 B e r m a n , M a r s h a ll , 212, 239, 243,
A h m a n , M u zaffar, 264 315
Ali, S a iy a d M u j ta b a , 240, 242, 247 B e m a l , M a r tin , 32
A lthusser, L o u is, 57 B h a b h a , H o m i , 38, 73
A m b ed k ar, B.R., 317-318, 320 B h a d r a , G a u t a m , 128
A m in, S am ir, 32 B h a t t c h a r y a , G irija p a ti, 264
A m in, S h a h i d , 153 B h a t t c h a r y a , K r i s h n a k a m a l , 264
A n d erso n , B e n e d ic t, 204, 230, 233- B h a t t a c h a r y a , S u k a n t a , 2 1 1 -2 1 2 ,
234 218, 238
A p p a d u r a i, A rju n, 241 B lake, W illia m , 320
A ppiah, K w a m e A nthony, 310, 312, B lo c h , E m s t , 40
314 B lo c h , M a r c , 153
Ardeshir, D a ra lu s , 83 B o se , B u d h h a d e v , 2 1 4 -2 1 5 , 217,
A ristóteles, 86-87, 91, 97-98 219, 2 4 3 , 2 4 5 - 2 4 ? , 25 1, 253,
A rnold, David, 78 264, 267, 2 72-274, 280
A rnold, M a tth e w , 257 B ose, R a jn a r a y a n , 278, 280
A larth i, P rc m a n k u r , 249 B ose, SaLyen, 247-24S, 308
Bosu, R a jse k h a r (P a r a s h u ra m ), 252,
272
B a c h a sp a ti, S h a m b h u c h a n d r a , 175 B r a u d e l, F e r n a n d , 112
B alzac, H o n r e de, 257 B ro o k s , R o b e r t, 217
B a n d y o p a d h y a y , Asit, 188 B r o w n in g , R o b e r t, 257
Bandyopadhyay, B h ab an ich aran , B u l t m a n , R u d o lf, 151
243, 284, 287 B u rk e , Peter, 73, 157
B and yo pad hy ay, C h a d ic h a r a n , 174- B y r o n (L o rd ), G e o rg e G o r d o n , 190
175, 179
B andyopadhyay, Srikum ar, 210-211,
274 Carr, E .H ., 154
B an e rji, H e m C h a n d r a , 258 C a s to r ia d i s , C o rn e liu s , 87, 89, 91
B a rth e s , R o la n d , 15-16 C h a k ra v a rty , A m iya, 217, 219
B a r tr ih a r i, 32 C h a k ra v a rty , T rip u r a ri , 308
B a u d e la i r e , C h a rle s , 216-217 C h a n d i d a s a , 188

381
C h a n d le r, J a m e s , 40 Davis, P a u l, 115-116
C h a tte rje e , P a rt h a , 64, 280 D e a n e , Phyllis, 34
C hatterjee , S a ra tc h a n d ra , 186, 192- D eleu ze, Gilles, 147
193 De M a n , P a u l, 315
C h a tto p a d h y a y , Ashok, 264 D e n in g , G reg , 153
C hatto p ad h y ay , B an k im c h a n d ra , D e r r i d a , J a c q u e s , 140, 159
64, 185-192, 194, 227, 257, 259, Devi, K u n d a m a l a , 292
264, 296 Devi, P r a s a n n a m y i , 197
C hatto p ad h y ay , N a g e n d ra n a th , 174 Devi, S a r a l a , 257
C h a tto p a d h y a y , N rip e n d r a k ris h n a , Dewey, J o h n , 318
242, 246, 261-262, 271 Dey, B i s h n u , 218
C hatto p ad h y ay , S a c h is h c h a n d ra , Dev, Lai B e h a r i, 250
257 D jait, H i c h e m , 31
C hatto p ad h y ay , S a ra tc h a n d ra , 185- Duby, G e o rg e , 58
186, 189, 191, 208 D u r in g , S i m o n , 130-131
C h a tto p a d h y a y , S u n itik u m a r, 240, D u r k h e i m , É m ile , 182-183
247, 258-259 D u tt, M i c h a e l M a d h u s u d a n , 65-66,
C h a u d h u r i , N ir a d C., 67-69, 243- 176, 2 5 6
245, 247-248, 264
C h a it a n y a , 210
C h a u c e r, Geoffrey, 257 E a t o n . R i c h a r d , 122, 127, 130
C h a u d h u r i , P r a m a th a , 268 E lio t, T.S., 217
C o h e n , David, 153 Ellis, H a v e lo c k , 217
C oleridge, S a m u e l Taylor, 233-234, Elster, J o n , 89
237 E r n s t , C a rl W„ 127-129
C ollin g w o o d , R.G., 154
Connolly, W illiam , 66, 181
F a n o n , F r a n t z , 31
F a u lk n e r , W illiam , 269
D a n te Alighieri, 257 F o u c a u l t , M ic h e l, 22, 33, 92, 125,
D a r n to n , R o b e rt, 58 139, 197, 202
Das, D in e s h r a n ja n , 260-261, 275 F r e u d , S i g m u n d , 234
Das, J i b a n a n a n d a , 214, 219-220 F u k u y a m a , F ra n c is , 29
Das G u p ta , A run, 263
Das G u p ta , C h id a n a n d a , 263
Das G u p ta , M a n a s h i, 17, 196, 239, G a d a m e r . H .G ., 21, 29, 161
270, 277 G a n d h i . L eela, 45
Dasi, D ay am ay i, 300-301 G a n d h i, M o h a n d a s K aram ch an d ,
D atta, A n u k u lc h a n d r a , 291 18, 6 2 . 66, 72, 317-318, 320
D atta, K alyani, 165-167, 180, 195- G a n d h i , R a m a c h a n d r a , 45
203 G e lv e n , M i c h a e l, 133
D atta, M ic h ae l M a d h u s u d a n , 258 G h a z n a . M a h m u d d e (s u ltá n ) , 127
D a tta , S u d h i n d r a n a t h , 215, 218- G h o s h , B im a l, 263
219 G h o s h , B ino y, 213
Davis, N atalie, 58 G h o s h , G i r i s h C h a n d r a , 258

382
Gliosli, S a r g a r m o y , 255 J a y a d e v a , 187-188, 190
G h o s h , S h y a m a l , 268 J o yce, J a m e s , 269
G h o s h , Z a n c a , 229
G i n z b u r g , C arlo, 58
G o e th e , J.W., 94, 257 Kabir, H u m a y u n , 210-211
G o ld e n w e iz c r, A.A., 320 K afka, F r a n z , 147
G r a m s c i , A n to n io , 21 K a n t, I m m a n u e l , 29, 233
G r e e n b l a t t , S te p h e n , 53 K a lid a s a , 190
G r e e n o u g h , Paul, 293 K aviraj, S u d ip t a , 304
G r o s s b e r g , L a w r e n c e , 33 K eats, J o h n , 225-226, 235, 2 5 7
G u a t t a r i , Felix, 147 K e n ia ta , Y omo, 31 0-311, 314
G u h a , R a n a ji t, 21, 39-44, 148-150, K i e r k e g a a r d , S o r e n , 156
152, 155 Kinsley, D avid, 293
G u p ta , B ip i n b e h a r i, 264 K o s a m b i , D.D., 310, 313-314
G u p ta , R a d h a p r a s a d , 253, 264-265, K u m a r, D h a r m a , 17
269
G u r e v ic h , A ron, 157
L efe b v re, Henry', 275, 325
Le Goff, J a c q u e s , 157-158
H a b e r m a s , J u r g e n , 67, 79 L en in (V la d im ir lllich Uilânov), 30,
H a c k in g , Ia n , 53 40
H a l d a n e , J.B.S., 113 Le R o y L a d u rie , E m m a n u e l , 58
H a r d t , M ic h a e l, 25 L é v i-S tra u ss , C la u d e , 21
H eg el, G.W.F., 29. 52. 9 7-98 , 100, Llovd, D avid, 159
181, 307 Locke, J o h n , 195, 282-283, 297-299,
H eideg ger, M a r tin , 26, 48-49, 52, 3 03 -30 4, 316
107, 161, 310, 32 1-322, 327 L u te ro , M a r tin , 248
H enry, M ichel, 135 L yotard, J.F.. 132
H o b b e s , T h o m a s , 182
H o b s b a w m , E ric, 22, 39-41, 143-
144, 145, 154-155 M a c F a r l a n d , T h o m a s , 233
H o p k in s , G.M ., 217 M a c p h e r s o n , C.B., 181
H o rk h e im e r, M ax, 105 M a h alan o b is, P ra s a n tacha n d ra,
H u g o , Victor, 257 259, 267
H u m b o l d t , W ilh e lm v on , 156, 161 M aitra, B r a h m o H e r a m b a c h a n d r a ,
H u m e , D avid, 168, 176, 178, 181, 269
233 M a n d e l, 33
H u sse rl, E d m u n d , 60-61 M a n d e l b a u m , M a u r ic e , 53
M a n ilo w s k i, B ro n is la w , 157, 311-
312
Iggers, G e o rg e , 145 M a j u m d a r , Ujjval, 221
Is la m , K azi Nazn.il, 264 Marx, K a rl, 16-18, 20, 24, 32, 34,
40, 47-46, 60-61, 69, 81, 84-109,
111, 120, 134-137, 139, 140, 152,
J a m e s o n , F r e d d e , 33, 76, 159 181, 310, 3 16 -31 7, 325, 327

383
M a u s s , M a rc e l, 157 R a n a d e , R a m a b a i , 70-71
M c D o u g a ll, W illiam , 245 R a n a d c , M.G., 70
M e h t a , D e c p a k , 121-122 R a n k e , L e o p o ld v on , 52-53
M e h ta , J.L., 239 R afael, V ince nte , 133
Mill, J.S ., 35, 37, 22 7 R a jb a l la b h (rajd), 175
M ilto n , J o h n , 65 Ray, C h a i n , 257
M itch ell, T im o th y , 182 Ray, D ilip k u m a r , 308
M o r ris , M e a g h a n , 71 Ray, H e m e n d r a k u m a r , 268
M u h a m m a d , H aji, 127 Ray, J i b e n d r a S in g h a , 260
M u k h e r j e e , D h u r j a t i p r a s a d , 226, Ray, N i s h i t h r a n j a n , 242
262 Ray, S a ty a jit, 229, 263
M u k e r je e , R a d h a k a m a l , 213 Ray, S u k u m a r , 259, 269
M u k h o p a d h y a y , B e n o d b e h a r i , 229- R a y c h a u d h u r i , T a p a n , 30, 299
230 R orty, R i c h a r d , 79
M u k h o p a d h y a y , B h u d e v , 289-290, R o u s s e a u , J e a n - J a c q u e s , 182
295, 29 7-2 99 , 303 Roy, D.L., 258, 296
M u k h o p a d h y a y , D e b r a b a t a , 263, Roy, M a n a b e n d r a n a t h , 30
27 5 Roy, R a m m o h u n , 30, 64, 169-177,
M u k h o p a d h y a y , P y a r i m o h a n , 250 180, 195, 286
M u k h o p a d h y a y , S u b h a s h , 220, 295- R u b in , I.I., 89, 135
296 R u s h d ie , S a l m a n , 58-59

N ag, G o k u l c h a n d r a , 260, 275 S a k a i, N a o k i, 29


N an dy , Ashis, 17, 3 19-320, 322 S a m a j p a t i , S u r e s h , 196
N egri, A n to n io , 25 S a n y a l, H i r a n k u m a r , 264, 267, 26 9
N e h r u , J a w a h a r l a l , 236 S a rk a r, A r u n k u m a r , 324
N ie tz s c h e , F r i e d r ic h , 202, 259 S a rk a r, B enoy, 242
N oble, M a r g a r e t (l le r m a n a Nivedi- S ark a r, S u m i t , 62-63, 279-280, 290,
ta), 2 05 -2 06 302
N ovick, Peter, 145 S a rk a r , S u s o b h a n , 264
S a rk a r , T a n ik a , 279-280
S a u s s u r e , F e r d i n a n d d e, 19
Pal, B ip in C h a n d r a , 213, 256 S c h e llin g , F r i e d r ic h , 233
P andey, C y a n , 118, 120-122 S c h o p e n h a u e r , A rth u r, 133
P a t e m a n , C a ro le , 75, 298 S e n , D in esh C h a n d r a , 188, 215, 256
P la tó n , 259 S e n , S a m a r , 218
P o s to n e , M o is h e , 89 S e n G u p t a , N a r e s h c h a n d r a , 3 08
P o u n d , E z ra , 2 17 S h a k e s p e a r e , W illiam , 190
P r a k a s h , C y a n , 118, 123-124, 126 S h aw , G e o r g e B e r n a r d , 269
Shelley, P.B., 257
S i n h a , K a l i p r a s a n n a , 250
R a d h a k r i s h n a n , S a rv ep alli, 37 S i n h a , M r in a li n i, 281
R a m a n , C.V., 3 2 6 -3 2 7 S in g h , L a k s h m i , 78
R a m a n u j a n , A.K., 326-327 S in g h , M o h a n , 78

384
S m i th , A d a m , 106, 168, 175-178, T h o r e a u , . H . D . , 320
181 T rotski, L e 6 n , 40
S m i th , Neil, 40
S p in o z a , B a r u c h , 237
Spivak, G a y a tri, 72, 93, 133 Valm iki, 190
S tev en s, P aul, 27 Veyne, P a u l, 125
S to n e , L a w r e n c e , 58 V id vap ti, 187-188
V idvasagar, Is v a rc h a n d ra , 169,
17 1-1 7 7 , 1 7 9 -1 8 0 , 1 83 -18 4 ,
T a g o re , R a b i n d r a n a t h , 185-186, 198
188, 191-192, 194-195, 2 0 1 ,2 0 4 -
209, 212-221, 223-230, 232-234,
237, 2 5 6 -2 6 0 , 264, 2 7 8 , 280, W ajed Ali, S., 23 4-2 3 5 , 237
296 Weber, M a x , 32, 1 13, 248
T a rk a b a g is h , K a s h in a t h , 171 W ilde, O scar, 269
T aussin g, M ic h a e l, 124, 126, 137 W o r d s w o r t h , W illia m , 188
Taylor, C h a rle s , 98, 312, 313
T h o m p s o n , E.P., 58, 82, 84, 93,
108, 120-122, 144, 2 14-215, 232 Yeats, W.B ., 159-160

335

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