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EL IDIOMA DE LOS LIBROS: ANTECEDENTES Y PROYECCIONES DE LA POLÉMICA

“MADRID, MERIDIANO EDITORIAL DE HISPANOAMÉRICA”

Espiracusen con plumero y todo, antes que los faje.


Che, Meridiano, hacete a un lao, que voy a escupir.
“Ortelli y Gasset”, 1927

Estás escribiendo con tus publicaciones la réplica


actual a tu ruidoso artículo de antaño. Buenos Aires
es hoy, por fuerza de las circunstancias, el meridiano
intelectual.
Carta a De Torre, 1939

INTRODUCCIÓN
Entre los años 1924 y 1927, la revista argentina Martín Fierro fue escenario de un debate cuyo
objeto giraba en torno a dos problemáticas íntimamente relacionadas: la circulación de bienes
culturales entre España y la América hispanohablante, por un lado; y el problema del destino de
la lengua española en América, por otro. En el presente informe, nos proponemos analizar la
polémica “Madrid, Meridiano intelectual de Hispanoamérica”, registrada en 1927 en las revistas
vanguardistas La Gaceta Literaria de Madrid y la revista porteña Martín Fierro.
Nuestro objetivo específico es dar cuenta de su contenido desde una perspectiva
concreta: aquella que atañe conjuntamente los tópicos de la identidad lingüística y el mercado
librero. Este objeto de análisis recorta, pues, dos problemáticas centrales para el campo literario
argentino del período, a saber, el nacionalismo cultural y la posición del escritor ante el mercado
editorial. Ambas problemáticas se hallan parcialmente insertas en el marco de la discusión sobre
el legado español y las condiciones en que debían desarrollarse las relaciones hispano-
americanas en la década del veinte.
A modo de hipótesis, postulamos que esta polémica de carácter internacional enfrentó
dos ideologías lingüísticas y dos políticas culturales vinculadas con inquietudes e intereses
nacionales divergentes e históricamente situados: la captación del mercado lector americano por
parte de España y la lucha por definir qué modelo de lengua legítima habría de regir las
producciones literarias en Argentina. Esta hipótesis supone, por tanto, reponer las condiciones
de producción de esta serie de discursos polémicos. Pues el reconocimiento de dichas
condiciones de producción discursiva es aquello que permitirá superar su carácter meramente
anecdótico, y explicar no sólo las posiciones asumidas por ambas partes, los tópicos y
argumentos esgrimidos por sus principales actores, sino también su proyección en el tiempo, sus
múltiples efectos discursivos.
Para probar nuestra hipótesis, presentaremos la polémica en tres tiempos: dos momentos
iniciales que tuvieron representación en las páginas de la revista Martín Fierro, y un tercer
tiempo vinculado con la proyección de ciertos tópicos, en especial el de la lengua nacional, en

1
textos posteriores a 1927. Estos tres tiempos podrían delimitarse del siguiente modo: un
antecedente, en 1923; su clímax, en 1927; y su proyección desde 1928 en adelante.
En estas páginas, examinaremos un corpus de artículos publicados entre 1923 y 1940 en
revistas argentinas y españolas, y algunas obras breves producidas por los principales agentes
que intervinieron directa o indirectamente en la polémica. Ampliaremos dicho examen
basándonos en la bibliografía teórica y crítica pertinente 1. A fin de ordenar la exposición,
proponemos tres instancias de análisis y una breve síntesis a modo de conclusión.
En un primer apartado, expondremos, desde la perspectiva de la identidad lingüística y
su articulación con el tema del mercado, el debate entre Eduardo Schiaffino y Gómez de
Baquero, registrado en la revista española El Sol en el año 1923, y retomado al año siguiente en
el nº 7 de Martín Fierro2. Luego, analizaremos con el mismo criterio los artículos de 1927 que
conforman la polémica “Madrid, Meridiano intelectual de Hispanoamérica” propiamente dicha.
En un segundo apartado, basándonos en el supuesto según el cual la circulación
internacional de las ideas se caracteriza por un tráfico de textos que “viajan sin sus condiciones
de producción”3, procuraremos reinsertar estos artículos en sus respectivos contextos
ideológicos. Por un lado, situaremos las representaciones del idioma nacional, y las diversas
estrategias discursivas reseñadas, en el marco de la ideología literaria de la revista Martín
Fierro. Por otro, intentaremos reponer el estado del campo editorial español de los años veinte,
con el objeto de esclarecer los intereses editoriales que dicha polémica pone en juego,
sublimados en las exhortaciones a la comunidad intelectual, desinteresada y fraterna. En esa
instancia, probaremos la hipótesis según la cual la captación de mercados americanos constituía
una problemática capital en este conflicto.
En el último apartado, daremos cuenta de las principales proyecciones de esta discusión.
A tal fin, examinaremos textos publicados en los años posteriores a los debates analizados.

1. TEXTOS: MUCHAS POLÉMICAS, POCOS LIBROS

1.1. La polémica de 1923


La controversia sobre el meridiano intelectual habría de llegar a su punto de máxima visibilidad
con la contienda originada por el editorial “Madrid, Meridiano intelectual de Hispanoamérica”,
publicado el 15 de abril de 1927, en el nº 8 de La Gaceta Literaria madrileña. Sin embargo,

1
Para facilitar la lectura, sólo consignaremos número de página en aquellas citas procedentes de la
bibliografía teórica y crítica. Las fuentes documentales reseñadas aquí quedan a disposición del lector.
2
Hipólito Carambat, “Confraternidad intelectual hispano-americana. Casos concretos denunciados por un argentino”,
Martín Fierro, año 1, nº 7, 25 de julio de 1924. La revista traduce el texto de Schiaffino de la “Revue de l’Amérique
Latine”. Este quizá sea un indicio de la repercusión que esta polémica llegó a tener en su momento.
3
Véase P. Bourdieu, “Les conditions sociales de la circulation internationale des idées”, en : “La circulation
internationale des idées”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, n° 145, diciembre de 2002, pp. 1-8.

2
tiene un antecedente menos visible pero de igual relevancia 4: en 1923, la imprenta de Juan
Pueyo publica en Madrid un folleto titulado “Relaciones literarias hispano-americanas” y
misteriosamente rubricado “E.S. (periodista argentino)”. El folleto en cuestión reúne tres
artículos del “periodista” anónimo5; todos ellos integraban una extensa discusión 6 cuyo origen
habría sido un artículo del crítico Gómez de Baquero, alias Andrenio, publicado en El Sol,
donde se afirmaba que el intercambio literario entre América y España era inexistente.
Eduardo Schiaffino, el “argentino anónimo”, responde reformulando los términos del
problema: no es inexistencia sino desconocimiento e indiferencia española aquello que
caracteriza la circulación de ideas desde América hacia España. Este desconocimiento puede
leerse en el espacio mismo de las librerías de Madrid o Barcelona: un vacío de libros
americanos en los escaparates y en los depósitos 7. Tangible en la ubicuidad de esta ausencia, el
desinterés español revela la falta de políticas de difusión del libro americano en la península.
Estos artículos constituyen, por tanto, un primer indicio de la desigualdad de circulación del
libro americano en España y del libro español en América. A continuación, veremos que
contienen en germen los principales tópicos del futuro debate.
Ahora bien, Schiaffino contrasta el flagrante desinterés antes citado con la “amplia”
circulación del libro español en el comercio editorial americano. Pero añade que la circulación
de producciones españolas en Argentina no se reducía a los libros de autores españoles clásicos
y contemporáneos, sino que muchos intelectuales peninsulares solían escribir en las páginas de
los grandes diarios argentinos. Y asegura que tampoco en este plano se registraba igual
colaboración de americanos en las secciones literarias de periódicos peninsulares. A su juicio,
contrariamente a lo que alegaba Gómez de Baquero, esto no se debía a las características
materiales o estructurales de la prensa argentina –dotada de más avisos y más páginas que los
diarios españoles–, sino a una diferencia cultural: la “curiosidad intelectual” argentina tiende a
una mayor universalidad que la española. Sostiene que se trata de dos posiciones frente a la
diversidad: la posición argentina, anclada en una tendencia a hacerse eco del pensamiento
universal; y la española, anclada en el interés por su escritor nacional. En el mercado librero, el
correlato de esta tendencia argentina habría sido un mayor desarrollo del comercio de librerías y
una apertura general a la literatura española en Buenos Aires 8.

4
Grillo coincide en destacar este antecedente en “La campana de Palo (Buenos Aires, 1925-1927) y el periodismo
porteño de los años veinte: un registro de tensiones”, en: Ensayos sobre la prensa, Biblioteca Nacional, 2008.
5
Respectivamente titulados: “Los escritores hispanoamericanos en España”, “Una discusión interesante. Las
relaciones literarias entre España y América” y “Españoles y Americanos. Sobre las relaciones literarias”, inédito.
Todos ellos compilados en: E. S (periodista argentino), Relaciones literarias hispano-americanas, Imprenta de Juan
Puedo, Madrid, 1923.
6
De la que habrían participado asimismo Rufino Blanco de Fombona, en La Voz; F.A.M., en La tribuna; Enrique
González Fiol, en El Heraldo; Mariano Belliure y Tuero, en Informaciones; Miguel de Unamuno, en la revista
España, y Enrique de Leguina, en una conferencia en el Ateneo.
7
Dice Fernando Larraz: “Esta indiferencia por el despertar cultural y literario de América Latina se fue paliando a
partir de finales de la década del veinte, coincidiendo con la expansión de la industria editorial española”, en: “Los
editores españoles ante los mercados americanos (1900-1939)”, Cuadernos Americanos, nº 119 (2007), p. 137.

3
Ahora bien, en esta serie de textos referidos a los intercambios editoriales en los
primeros años de la década del veinte, se produce un insensible deslizamiento hacia el tema de
las diferencias intralingüísticas, por un lado, y la afirmación de un supuesto poliglotismo,
originado en la marginalidad territorial de los lectores americanos y, en especial, argentinos, por
otro. ¿Cómo se relacionan en estos textos el tema de las lenguas y el problema editorial? Pues
bien, según Schiaffino, las relaciones con los grandes centros culturales europeos, verdaderos
meridianos intelectuales de América, son dobles. Atañen tanto al interés que producen sus
literaturas, o sus campos intelectuales en general, cuanto al desempeño que éstos tienen en la
fabricación y difusión de los soportes materiales, las mercancías culturales, pasibles de poner en
circulación las codiciadas producciones simbólicas europeas: los libros 9. Y las industrias
editoriales francesa, inglesa, alemana e italiana están presentes en el Buenos Aires de las
primeras décadas del siglo por partida doble. Editan libros argentinos y producen libros en
lenguas extranjeras que las elites argentinas pueden leer en su lengua original 10, gracias al
poliglotismo reivindicado por Schiaffino: “El lector argentino aprende varios idiomas; esto nos
habilita a leer en las obras originales a los autores franceses, italianos, ingleses o alemanes” 11.
Así pues, este crítico argumenta que esa disposición americana para la universalidad,
esa tendencia a la mezcla y esa apertura a la diversidad cultural, vía el conocimiento de lenguas,
habría permitido que la curiosidad lectora americana no se detuviera en el libro español. Y esta
pluralidad lingüística, este reconocimiento de una tradición que abreva en la diversidad literaria,
constituirá asimismo uno de los argumentos clave con que ya por entonces Schiaffino
justificaba la nomenclatura “latinoamericanos” en detrimento de “hispanoamericanos”, puntapié
del debate en 1927.
En síntesis, este debate pone en escena los núcleos temáticos que harán de las relaciones
hispanoamericanas un verdadero campo de batalla: desigualdad en los intercambios literarios,
conflicto lingüístico, competencia editorial, universalismo, localismo, todos estos temas serán
fervorosamente discutidos hasta entrada la década del treinta. En este sentido, la polémica de
Schiaffino en El Sol es relevante por tres motivos.

8
“Vuestros escritores [...] confiesan que el mercado de sus libros está en Argentina, en Uruguay, en Chile”. Este
mismo argumento esgrimirá Pereda Valdez en la polémica de 1927 para desacreditar las pretensiones meridianas: “A
Buenos Aires acuden los escritores españoles a la conquista de un público, no a Madrid los argentinos”, en: Martín
Fierro, nº 42, p. 356.
9
Confirma A. Cabanellas: “A principios del siglo XX, el mercado americano estaba dominado por la industria
editorial francesa. Tenía mayores capitales, conocía las técnicas de comercialización, libros de mejor calidad, tiradas
grandes y, por ende, precios inferiores. Además las sociedades latinoamericanas […] miraban hacia Francia y
educaban a sus hijos en el idioma francés. Esto facilitaba el ingreso de libros en idioma francés como algo natural, y
los editores franceses comenzaban a publicar libros españoles”. En: Un viaje de ida y vuelta. La edición española e
iberoamericana (1936-1975), Buenos Aires, FCE, 2007, p. 90.
10
Coincide F. Larraz: “Por entonces, abundaban en las librerías de Buenos Aires, La Habana y México libros en
español impresos en Paris, Londres o Leipzig mientras escaseaban los editados en Madrid o Barcelona”, art.cit., p.
132.
11
Sigue así su elogio del cosmopolitismo: “El hombre que dispone de varios idiomas es como el que habita una casa
cuyas ventanas se abren a todos los rumbos del horizonte; mientras que el que no conoce más que el idioma propio
vive en casa de una sola ventana, que suele abrirse sobre el muro de un convento o la habitación del vecino”.

4
Lo es, en primer lugar, en la medida en que uno de los motivos del conflicto era la
exigencia de exclusividad que los intelectuales españoles pretendían de los lectores americanos.
En efecto, Schiaffino señala que no sólo no reparan el problema de la nula circulación de libros
americanos en España, sino que por añadidura se atreven a exigir ser “más leídos”, ser
exclusivamente leídos, del otro lado del Atlántico.
En segundo lugar, correlativamente, es relevante en términos proyectivos: esta
reivindicación de exclusividad habrá de resonar en las pretensiones meridianas de los
intelectuales de La Gaceta Literaria cuatro años más tarde, bajo la renovada forma de una
exigencia de primacía cultural frente al ascendiente francés, considerado espurio, advenedizo,
ilegítimo y movido por meros intereses económicos. (Claro que esto sólo sucedería cuando
cierto sector de la joven intelectualidad española hubiera tomado conciencia de los provechosos
intereses editoriales en juego en los mercados americanos).
Por último, es relevante porque nos permite dar respuesta a nuestra pregunta rectora, a
saber, la conexión entre el problema del libro y el tema de la lengua: “Los americanos –prosigue
el crítico argentino– no necesariamente se reconocen en los clásicos. Tenemos cierto reparo en
considerarlos como cosa nuestra. ¡Tantas veces nos han reprochado y nos reprochan el peligro
que corre el idioma entre nosotros y bajo nuestra pluma!”. Introduce así la cuestión del idioma
pero no reivindica un idioma nacional, como habrían de hacerlo los martinfierristas y luego
Vicente Rossi, sino que reproduce el ideologema 12 de la homogeneidad en la letra impresa: la
lengua escrita, literaria, no debe hacerse eco de las grandes diferencias dialectales orales, de la
“intimidad criolla”, es decir, de esa oralidad rioplatense que podría, por ejemplo, admitir la
irrupción del voseo. ¿Por qué no? Porque los escritores americanos, dice Schiaffino, también
quieren ser “comprendidos por el mayor número de lectores”.
La importancia de este argumento reside en lo siguiente: la clave del problema del
idioma de los escritores argentinos radica en gran medida en esta dimensión de las posibilidades
de circulación de lengua escrita, signada por la necesidad de su proyección en un mercado
editorial bicontinental, pues se trata de una lengua extendida sobre un amplio territorio de
naciones. Así pues, el argumento del argentino pone en juego y otorga consenso –en nombre de
intereses literarios y, por tanto, también económicos– a la creencia hegemónica según la cual los
contextos de aceptación de las diferencias dialectales han de reducirse a la oralidad del entre
nos. Con todo, Schiaffino sí arremete contra los “guardianes del idioma” que, en nombre del
purismo, “nos hacen sentir que el idioma no es nuestro, sino cosa prestada, de la que tenemos
que rendir cuentas”. Obsérvese que no cuestiona la restricción de los contextos de aceptación de
las formas dialectales argentinas –de la “intimidad criolla”, de ese matiz diferencial de la voz,
como dirá Borges en 1928–, sino la legitimidad de ciertos agentes peninsulares e instituciones
12
Término introducido por Marc Angenot para referirse a “pequeñas unidades significantes dotadas de aceptabilidad
difusa en una doxa dada” [1989: 16]. Constituyen un tipo de “lugares comunes” que integran los sistemas
ideológicos. Los “ideologemas” funcionan como presupuestos del discurso y pueden realizarse o no en superficie.

5
de la lengua, como la Real Academia Española, para pronunciarse sobre la materia. Éste es, sin
duda alguna, otro de los puntos que habrá de reaparecer en discursos posteriores sobre la lengua
nacional y, en especial, en el cuestionamiento a la presencia de filólogos españoles al frente del
Instituto de Filología Española. Sea como fuere, Schiaffino concluye con un argumento de sumo
interés: a partir de la Independencia, los españoles, imposibilitados ya de combatir por “la
posesión del suelo”, se imaginan “deber seguir peleando por la intangibilidad del idioma”. Es
decir, las luchas políticas de antaño se han convertido en batallas culturales por la propiedad de
la lengua.

1.2. La polémica de 1927


El editorial anónimo publicado en La Gaceta Literaria de 1927 acusa amplio recibo de las
quejas emitidas por Schiaffino en 1923. Las hace suyas. En efecto, en “Madrid, meridiano
intelectual” se registran fuertes puntos de contacto con el estado de cosas descrito por Schiaffino
en El Sol. ¿Qué temas comunes podemos destacar? En primer lugar, una misma articulación
entre la cuestión de la nomenclatura –si “latina” o “hispana” ha de ser llamada la América
hispanohablante– y la incidencia, ahora considerada espuria, de los centros culturales y
literarios, como París, entre las elites intelectuales americanas.
Guillermo de Torre, autor del texto en cuestión, plantea la urgente necesidad de
“proponer y exaltar a Madrid como meridiano intelectual”, porque “no podemos ya contemplar
indiferentes esa constante captación latinista de las juventudes hispanoparlantes”. La
argumentación toda gira en torno a la afirmación de una identidad lingüística que legitimaría
los intereses “espirituales” de España en América, y habilitaría las relaciones “literarias,
intelectuales o de cultura” entre ambas. La cuestión no es, pues, un mero problema de
nomenclatura; de hecho, esta última constituye un argumento para afirmar los tres “factores
fundamentales” que justificarían el reclamo de primacía antes citado: España y sus perdidas
colonias están unidas por 1- el primitivo origen étnico, 2- la identidad lingüística, y 3- su
carácter espiritual “más genuino”. No obstante, sin duda previendo objeciones referidas al
carácter eminentemente inmigratorio de la población argentina en los veinte, De Torre postula
que en verdad “los vínculos más fuertes y persistentes no son los raciales sino los
idiomáticos”13. Al latinismo interesado, interesado en la prosperidad de sus mercados editoriales
en América, De Torre opone el “desinterés” de la generosa y joven España intelectual. Si el
latinismo propone relaciones desiguales, España invita a una igualdad fraterna entre las
naciones y a una nivelación de las diferencias; sin hegemonías ni anexionismos, pero sin

13
La hará Nicolás Olivari en el nº 42 de Martín Fierro: “América Latina no es un nombre advenedizo, es un nombre
racial ¡Cómo se ve que el lírico del manifiesto no ha cruzado nunca el charco y nos ha venido a ver las caras o a
indagar en el apellido!”.

6
distinciones, juntos en la patria sin fronteras de la lengua común: “Idéntica toda la producción
intelectual en la misma lengua”14.
Sin embargo, en un recorrido argumental inverso al de Schiaffino, el discurso de De
Torre se desliza hacia el tema del mercado librero, y se vale para ello ¡de los mismos
argumentos que el argentino!: “Hasta hace poco tiempo la producción hispanoamericana no sólo
era poco conocida entre nosotros –ya que ninguna publicación antes de La Gaceta recogía sus
novedades–, sino que sufría cierto descrédito”. Y explica que entre los intelectuales jóvenes tal
descrédito se debía a la constatación de un abismo entre la retórica hispanoamericana oficial y
su falta de correlato en el orden práctico: 1- la expansión de libros y revistas hacia América era
débil en proporción a la cifras que debería alcanzar, 2- el libro español en la mayor parte de
Sudamérica no podía competir en precios con el francés y el italiano, 3- la falta de
reciprocidad, pues en España aún se daba el caso de no poder hallar libros americanos.
Concluye su editorial con la siguiente afirmación: “He aquí algunos de los puntos
concretos cuya resolución es urgente. Si nuestra idea prevalece […], hacemos a Madrid
meridiano de Hispanoamérica y atraemos hacia España intereses legítimos que nos
corresponden”15. A confesión de partes, relevo de pruebas: esta meridiana claridad no podía sino
suscitar airadas reacciones del otro lado del Atlántico.
Ahora bien, ¿cómo reaccionaron los actores argentinos involucrados en la polémica? De
diversas maneras; con argumentos varios. Dada la multiplicidad de respuestas, sólo
consideraremos aquí aquellas cuyo contenido resulte pertinente para el objeto de nuestro
análisis: la relación entre lengua y mercado. Por consiguiente, entre las primeras réplicas al
editorial de Guillermo de Torre, publicadas en el nº 42 de Martín Fierro, destacaremos las de
Pablo Rojas Paz, Nicolás Olivari, Santiago Ganduglia y “Ortelli y Gasset”.
Todas ellas, claro está, coinciden en rechazar la propuesta de tutelaje. En su artículo
“Imperialismo baldío”, Rojas Paz la rechaza en nombre de la gestación de una lengua nueva: la
tradición de la lengua común –fundamento del ideologema “la patria grande en el idioma”, que

14
Al respecto, F. Larraz afirma: “En cualquier caso, todo acercamiento intelectual y toda apertura de barreras como la
que reivindicaba Guillermo de Torre en su editorial tenía importantes implicaciones económicas. No pasaba
desapercibido a los editores españoles el hecho de que este proceso no se produciría en igualdad de oportunidades”,
art. cit., p 135.
15
Las siguientes palabras de Américo Castro, escritas unos meses antes de la polémica, a fines de 1926, pueden servir
para situar el discurso de Guillermo de Torre en un marco discursivo más amplio: “El caso de la América ex española,
hispana por lengua y tradición de cultura, es muy diverso, claro está; pero desde el punto de vista en que me sitúo,
pienso que el llamado hispanoamericanismo es asunto más para arreglarlo en España que en América. Algunos
ingenuos, deslumbrados por la política imperialista que los grandes estados de Europa proyectan sobre esa América,
que para sus conveniencias de ellos llaman ‘latina’, se ponen a soñar en una ‘expansión’ española, siendo así que,
fuera de los emigrantes (que ya es mucho), no tenemos demasiado que ‘expansionar’. Digamos la verdad, que en este
caso la mayor habilidad creo que es no tenerla […]. Hay que hacer en América obra española, pero obra de ‘cierto
tipo’, que no siempre puede ni debe coincidir con las líneas que el Estado trazaría desde las cúspides de la jerarquía
oficial. […] La noción de América, fecundada por razones de interés y de sentimiento, va habituando al pueblo a
contar con algo más que su Patria. Aprovechémoslo. […] O nuestros productores se hacen más cultos y más
enérgicos, o perderán en absoluto los mercados de América. Venimos siempre a este resultado: el americanismo es
para nosotros una forma más de hispanismo”. En “Hispanoamérica como estímulo”, Revista de las Españas, Madrid,
agosto de 1926, 2º época, nº 2, pp. 98-100.

7
legitima las pretensiones españolas, no lo olvidemos– es artificial. La América española está
disgregada y el destino de la lengua en ese continente será el destino del latín; o, cuando menos,
ésa debe ser la dirección que los argentinos le impriman a su idioma; pues la verdadera libertad
americana vendrá con la creación de esa nueva lengua, que no será ya español y a la que por
tanto nadie podrá invocar como fundamento de identidad o tutelaje. Olivari toma la posta y
enmarca esta reivindicación de autonomía lingüística en el vanguardismo de Martín Fierro: “La
vanguardia reivindica las cosas nacionales, criollas” 16; por eso “autóctonos puede ser, italianos
también, franceses siempre, pero españoles nunca”, pues “hablamos su lengua por casualidad,
pero la hablamos tan mal que impertinentemente nos estamos haciendo un idioma argentino.
Dentro de pocos años nos tendrán que traducir”.
La respuesta de Ganduglia, “Buenos Aires, metrópoli”, es interesante en muchos
aspectos. Para comenzar, señala que el protectorado intelectual no es una opción en ningún caso.
Ni latinismo ni hispanoamericanismo, los intelectuales argentinos son independientes y
rechazan todo imperialismo cultural. Pero a nadie puede sorprender, dice, el desconocimiento
español de cuanto sucede en materia literaria en América, pues es sabido que el “arranque de
simpatía intelectual” se debe sobre todo a “las posibilidades que estos países ofrecen como
mercados para el libro español”. Por lo demás, a su juicio, De Torre, en su innoble inquietud por
las bajas cifras de exportación, yerra una vez más en el diagnóstico. En efecto, los españoles
afirman que la competencia con los libros franceses e italianos es imposible a causa de los bajos
precios de estos últimos, pero no advierten que el problema es de orden cultural: no se puede
hablar ya de identidad lingüística, porque todos los argentinos son un poco políglotas, dado que
les resulta tan fácil aprender castellano como francés o italiano 17. Y concluye afirmando que
Buenos Aires es una metrópoli desde que cuenta con escritores como Girondo, Olivari, Borges,
Arlt y González Tuñón. Es decir, el idioma nacional cuenta con una tradición literaria propia en
gestación que ya permite señalar a Buenos Aires como un centro literario relativamente
autónomo.
Por último, el texto de “Ortelli y Gasset” constituye la puesta en forma literaria, la
materialización jocosa que corona y resume a un mismo tiempo los argumentos comunes a estas
respuestas, a saber, no hay identidad lingüística, la tradición común se bifurcó en algún recodo
de la historia argentina: “¡Minga de fratelanza entre la Javie Patria y la Villa Ortúzar! […] Aquí
le patiamo el nido a la hispanidá y le escupimo el asao a la donosura”. España tendrá que

16
Sobre esta peculiar vanguardia-nacionalista, consúltese el artículo de Beatriz Sarlo donde introduce la categoría
analítica “criollismo urbano de vanguardia”: “Vanguardia y criollismo. La aventura de Martín Fierro”, en:
Altamirano, Carlos y Beatriz Sarlo, Ensayos argentinos, Buenos Aires, Ariel, 1997.
17
Nótese que esta representación coincide con la de Schiaffino. No obstante, cabe preguntarse qué “argentinos” eran
políglotas en la primera mitad del siglo veinte y qué clase de poliglotismo era éste. Al respecto, véase B. Sarlo,
“Oralidad y lenguas extranjeras. El conflicto en la literatura argentina durante el primer tercio del siglo XX” en: C.
Altamirano y B. Sarlo, Ensayos argentinos, Buenos Aires, Ariel, 1997. Allí Sarlo desarrolla la cuestión de la “buena
mezcla” y la “mala mezcla”. Las representaciones de Schiaffino y Ganduglia obturan esta dimensión, sin duda con
fines meramente argumentativos.

8
buscar, pues, otro argumento para considerar “al área intelectual americana como una
prolongación del área española”18.

2. CONTEXTOS: EN TODAS PARTES SE CUECEN… MERIDIANOS

2.1. Martín Fierro: lengua propia, mercado ajeno


Hasta aquí hemos reseñado el conjunto de argumentos y contra-argumentos cruzados en este
debate puntual. A continuación, nos proponemos reponer someramente el marco ideológico-
literario de la revista en que se inscriben. Antes que nada, es preciso destacar que, en su
conjunto, las reacciones que el reconocimiento, o la intuición, de los intereses literario-
editoriales de La Gaceta Literaria generó entre los martifierristas pusieron de manifiesto dos
cuestiones que revelan, a su vez, cierto estado del campo literario argentino. Siguiendo a Beatriz
Sarlo en “Vanguardia y criollismo. La aventura de Martín Fierro” [1997], podemos afirmar que,
en el campo argentino, la polémica puso en evidencia 1- la problematicidad de la identidad
lingüística, que De Torre da por sentada; y, correlativamente, 2- la peculiar relación de los
martinfierristas con el mercado literario.
En cuanto a la lengua, es decir, al motivo de una identidad lingüística nacional, puede
afirmarse que la búsqueda de su especificidad opera como una de las respuestas posibles del
martinfierrismo a la pregunta por la identidad nacional 19. Por eso, es preciso tener en cuenta que
las representaciones de la lengua en Martín Fierro funcionan en dos planos o, dicho en otros
términos, se oponen a un otro doble: el español peninsular y la lengua de los escritores
argentinos no “criollos”. En efecto, por un lado, la defensa de la peculiaridad del español
rioplatense constituía un motivo clásico de la lucha entre el idioma de los argentinos y el
purismo español. Es decir, esa reivindicación constituye un arma contra la pretensión de
hegemonía por parte del español peninsular, y se inscribe en una larga tradición que se remonta
a la Generación del 3720. En este sentido, Evar Méndez afirma, en el editorial “Un asunto
fundamental”, publicado en el último número de la revista, que la polémica aquí analizada no
venía sino a ratificar una línea editorial anti-hispanista coherente y afirmada desde el primer
número: “Martín Fierro al discutir y rechazar la proposiciones del meridiano madrileño, ayer y
hoy, está de acuerdo consigo mismo, y desde 1924”, pues sus colaboradores se inscriben “dentro
de la más severa y estricta tradición nacional, constituida por la acción y la obra de nuestros más
grandes hombres de pensamiento”. De ahí que el tópico de la lengua también se inscriba en un
18
Guillermo de Torre, “Madrid, Meridiano intelectual de Hispanoamérica”, La Gaceta Literaria, Madrid, 15 de abril
de 1927, año I, nº 8.
19
Martín Fierro llevó a cabo una encuesta sobre “la existencia de una sensibilidad argentina”, publicada en el nº 5 de
1924. Respondieron diversos actores del campo literario: Lugones, Güiraldes, Rojas, Girondo, Glusberg, Rojas Paz,
entre otros. Todos ellos aluden en mayor o menor medida, desde perspectivas y posiciones diferentes, al idioma como
fundamento de la identidad cultural.
20
Tradición que tanto Schiaffino como Martín Fierro evocan cada vez que abordan el conflicto lingüístico. Véase
asimismo Nuestra Lengua (1922) de Costa Álvarez, donde analiza en detalle esa tradición.

9
proyecto de nacionalismo cultural de vanguardia, que la revista oponía a los extranjeros recién
llegados al campo intelectual argentino, tal como señala Beatriz Sarlo [1997: 225]. Este aspecto
es relevante, pues se trata precisamente de lo que Martín Fierro calla en la polémica contra La
Gaceta Literaria al presentar, como hemos visto, una imagen más bien homogénea de este ideal
de “lengua nacional” y al postular un “poliglotismo” masivo, un cosmopolitismo no
problemático.
Ahora bien, ¿cuál era el contexto concreto de este “nacionalismo lingüístico”
martinfierrista? Beatriz Sarlo plantea que la módica vanguardia argentina se propone ante todo
reformar el sistema literario, negar la tradición consagrada y los linajes reconocidos por el
estado del campo intelectual que la precede 21. Martín Fierro se proponía, pues, reformar el
gusto, crear “canales alternativos al mercado literario” [1997: 226] y dividir al público, que por
entonces se había ampliado gracias a la progresiva expansión de la industria cultural 22.
¿Cómo lleva a cabo este “proyecto”? En primer lugar, como toda vanguardia, Martín
Fierro opera el consabido rescate de escritores olvidados por la tradición oficial y marginados
del sistema de consagración que encarna el mercado –mercado cuya existencia previa, no
obstante, constituye la condición de posibilidad de esta “secesión” vanguardista–. De este modo,
la vanguardia argentina establece, según el análisis de Sarlo, un sistema de oposiciones estético-
moral y social a un mismo tiempo [1997: 228]. En efecto, es moral porque opone una lógica
mercantil, signada por el espíritu de lucro, por la voluntad de capitalización simbólica y
económica, al espíritu de la vanguardia argentina, cuya moral se inscribe en una lógica del
interés por el desinterés. Pero la oposición también es social porque en los años veinte “lucrar
con la literatura es una aspiración vinculada con el origen de clase del escritor” [1997: 232]. Es
decir, aquellos escritores, y lectores, que se dirigen al mercado a vender y consumir
producciones simbólicas proceden en su mayoría de sectores medios y bajos de origen
inmigratorio23. Por tanto, quedaría establecido un sistema de oposiciones en que los ejes
arte/lucro y argentinos/inmigrantes constituyen dos caras de un mismo conflicto estético-
clasista, sin duda enmarcado en el contexto de la progresiva profesionalización del escritor y
democratización de la producción y consumo literario.
¿Cómo se relaciona esta posición vanguardista ante el mercado interno con el problema
de la lengua? Uno de los rasgos distintivos que los escritores de Martín Fierro reivindican
21
Véase “¿Quién es Martín Fierro?”, resumen de intenciones con motivo de su primer aniversario, nº 12-13, 1924.
22
De Diego afirma que, en el período de 1920-1930, “se produce en la actividad editorial de nuestro país una
mutación bien significativa” en función de la cual la actividad editorial encabezada por figuras de intelectuales y
escritores destacados –Payró, Rojas, Ingenieros, Gálvez– será “reemplazada progresivamente por editores
extranjeros, inmigrantes humildes sin relación alguna con la alta cultura, verdaderos advenedizos al mundo del libro”
que darán lugar “a un nuevo mercado, a un público lector, que se había expandido de manera notable”. En: “Políticas
editoriales y políticas de lectura”, Anales de la Educación Común, Publicación de la Dirección General de Cultura y
Educación de la Provincia de Buenos Aires, Dirección Provincial de Planeamiento, Tercer siglo, año 3, número 6,
julio 2007.
23
Torrendel, Zamora, Gleizer, Glusberg, entre otros editores-inmigrantes, serán los agentes de estos emprendimientos
editoriales gracias a los cuales los nuevos grupos sociales accedieron “a lo mejor de la cultural universal y de la
literatura y el pensamiento nacional en libros baratos, en ediciones ‘popularísimas’”, en: J.L. de Diego, art.cit, p. 38.

10
contra la literatura regida por “espurios” intereses mercantiles es su relación privilegiada con el
lenguaje. La literatura del mercado está escrita en una lengua contaminada que traduce la
“pronunciación deformada” de los escritores de origen inmigratorio, y que es consumida por
lectores igualmente inseguros de su “idioma argentino” 24, el público de los barrios alejados de
las grandes librería del centro 25. En palabras de Sarlo, se trata “de un rechazo elitista de los
productos que la industria editorial lanza para un público más extenso y, por supuesto, menos
culto” [1997: 222]. Los escritores de Martín Fierro, en cambio, reivindican un dominio
“natural” de la oralidad criolla adquirida sin mediaciones institucionales ni “esfuerzo
intelectual”. El conjunto define, según Sarlo, un esquema en el que necesariamente se oponen
dos públicos y dos sistemas literarios excluyentes, zanjados por la posesión genuina o espuria de
una lengua nacional: “El punto clave –escribe– es la relación que unos y otros tienen con el
lenguaje y, en especial, con la lengua oral y su realización fonética” [1997: 236]. Así pues, la
temática del nacionalismo cultural se manifestaría en Martín Fierro en especial a través del
tópico del nacionalismo lingüístico, expresado por Girondo en el manifiesto publicado en el nº 4
de la revista y omnipresente, como hemos visto, en la polémica antes analizada. Beatriz Sarlo
concluye que esta “insistencia sobre las inflexiones de la lengua oral es un tópico que desde
Martín Fierro se va a proyectar en la década siguiente” [1997: 237]. Volveremos sobre esta
cuestión en el último apartado, en el cual podremos constatar la veracidad de esta afirmación.
No obstante, aún restaría pensar si el argumento del nacionalismo lingüístico esgrimido
contra el ideal de “unidad lingüística hispanoamericana” no se inscribe también26 en esta lógica
de negación de la “industria cultural” y fragmentación del público. Pues el modelo de lengua
panhispánica basada en la norma literaria culta, niveladora y “pluricéntrica”, como el que
habrán de proponer los filólogos españoles y otros representantes de la intelectualidad española
en Argentina –brazo ideológico del despliegue editorial español posterior–, no es sino el
prototipo de la lengua desdialectalizada propia de un mercado editorial extendido.

2.2. La Gaceta Literaria: un meridiano que siempre fue editorial


A juzgar por el análisis que Fernando Larraz lleva a cabo en su estudio “Los editores españoles
ante los mercados de lectura americanos (1900-1939)”, podemos afirmar que el estado del

24
A modo de ejemplo, léase “Un poeta que calla y un cocoliche que parla”, Martín Fierro, nº 1, 1924.
25
Citando a L. A. Romero, De Diego confirma: “En esos barrios se va generando una cultura emergente, popular,
letrada, constituida por hijos de inmigrantes y las primeras oleadas de migrantes internos, con rasgos identitarios
propios, que se desarrolla en los clubes, sociedades de fomento, centros y comités y bibliotecas populares. Poco
habituados a las librerías del centro, adquieren libros y folletos mediante otros circuitos, ya que consideraban al libro
y a la cultura como un elemento de prestigio, como una herramienta de integración y ascenso social”. En: J.L. de
Diego, art.cit, p. 38.
26
Horacio Salas afirma que “con respecto al corte del cordón umbilical mencionado en el Manifiesto es preciso
recordar el momento histórico: los sectores más extremistas de la oligarquía argentina desalojada del poder en 1916
comenzaban a hacer alarde de un hispanismo basado en la tradición autoritaria española. Su aproximación al
pensamiento español se fundaba más en la ideología dogmática de Marcelino Menéndez y Pelayo que en el
pensamiento crítico de Miguel de Unamuno”. En: H. Salas, “Estudio Preliminar”, en: Revista Martín Fierro (1924-
1927). Edición Facsimilar, Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, 1995, p. 11.

11
campo editorial español, durante el periodo en que comienza y se desarrolla la polémica
estudiada aquí, es cuando menos problemático. En efecto, este historiador afirma que, a partir
de finales del siglo XIX, España, “netamente importadora de ideas”, desarrolla la pretensión de
acceder a los inmensos mercados americanos para volcar allí sus propios productos culturales 27.
A tal fin, comienzan a circular representaciones de América como una comunidad virgen a la
que los empresarios culturales habrían de dirigirse para cumplir una misión doble. Por un lado,
una misión “espiritual” de puesta en comunicación de los países de “lengua española” por
medio del libro. Por otro, una misión económica de “Reconquista del mercado americano,
venero para la riqueza de España” [2007: 131]. No obstante, en el período comprendido por el
estudio de Larraz, España enfrenta diversos problemas para expandir su industria.
Desde fines de siglo XIX, se enfrenta con la ya mencionada escasa competitividad de sus
editores frente a los mercados alemanes y franceses instalados en América. El problema
entonces era básicamente de gestión empresarial y organización: más modernas, las industrias
europeas competidoras contaban con un desarrollo mayor de los recursos, del sistema de
propaganda y de la distribución de ejemplares. España carecía, por lo demás, de casas locales
que se dedicaran a la exportación del libro o se atrevieran a arriesgar inversiones a largo plazo
en este sentido [Larraz, 2007].
Con la guerra de 1914, al interrumpirse los intercambios comerciales con los países
beligerantes, y dada la escasa productividad de las editoriales americanas, España cree llegada
la hora de su expansión comercial y “recuperación” de los mercados codiciados. Así pues,
Larraz sostiene que “en los primeros tres lustros del siglo XX se inició un tímido proceso de
expansión” [2007: 138], en el que se registra en particular un alza del volumen de exportación
del libro escolar, gracias a editoriales como Sopena, Sempere, Calleja, entre otras.
Sin embargo, a partir de 1919, el desarrollo técnico de la industria vuelve a dejarla fuera
de competencia en los mercados de lengua española. Y, pese a ser la “comunidad de lengua” una
ventaja frente a la competencia, España es incapaz de “aprovecharla”. En efecto, un mismo
motivo mueve hacia América y retiene en España a los editores peninsulares: el económico 28.
No obstante, la escasa circulación de libros no impedía la circulación de sus productores: a fines
de los años veinte29, afirma Larraz, “los contactos intelectuales entre ambas orillas se
intensifican con el consiguiente aprovechamiento lucrativo para muchos autores que publicaron

27
Confirma su maestro F. Caudet: “En los años treinta hubo una efervescencia editorial que fue la culminación de un
proceso iniciado a finales del siglo XIX. Desde un primer momento ese proceso tuvo como telón de fondo la
aspiración de conquistar el mercado americano”. En: “Las cenizas del Fénix. La cultura española en los años treinta”,
Ediciones De La Torre, Madrid, 1993, p. 7.
28
Citando “El libro español en América” (1922) de Blanco de Fombona, Larraz resume: “Tan simple como que ‘el
libro español va a América porque en América, en la América castellana, tiene su mercado más extenso’ era que ese
libro no echaba raíces en los lectores americanos porque era costoso” y no estaba en los escaparates, pues su entrega a
los libreros americano se demoraba mucho. En: F. Larraz, art.cit., p.133.
29
En 1923, Schiaffino ya señala la existencia de esa práctica provechosa, y denuncia su no reciprocidad.

12
sus artículos en periódicos hispanoamericanos o que cruzaban para dictar cursos y
conferencias” [2007:133].
Por último, muy entrada la década del veinte, instalados ya algunos editores en los
mercados de ultramar, un nuevo avatar editorial impide el pleno desarrollo de esta industria en
América: los editores, afirma Julián Urgoiti, “lanzan libros ‘para la exportación’ sin estudiar de
ante mano las razonables posibilidades del salida” 30, es decir, no sopesan sus posibilidades de
circulación en función de la especificidad del público americano, cuyo gusto literario difiere del
español; por lo demás, “casi todo es traducción –añade Urgoiti–, y ya se sabe lo relativo que es
el éxito del libro traducido, pues si lo es del francés, el público lector […] ya lo ha leído en el
original”31.
Ahora bien, aquello que desde nuestra perspectiva puede resultar verdaderamente
relevante es lo siguiente: entre 1920 y 1932 comienzan a proliferar en la península textos y
discursos sobre el libro español en América, todos ellos destinados a apuntalar ideológicamente
los reiterados y fracasados intentos editoriales por monopolizar o, cuando menos, disputar los
mercados lectores de América. Se instala así una suerte de hegemonía discursiva según la cual
no sólo “España es la única aspirante razonable a ser la inspiradora de la identidad cultural
americana” sino que además, en virtud de la identidad lingüística, tiene legítimo derecho “a ser
la única productora de libros hispanohablantes” [Larraz, 2007: 134].
Por consiguiente, lejos de ser un acontecimiento aislado, el editorial de Guillermo de
Torre no es sino un efecto discursivo más de esta serie discursiva global. Y, tal como
procuramos demostrar en el presente informe, las huellas de sus condiciones de producción no
requieren un rastreo muy profundo, pues pueden leerse en la superficie misma de su primer
artículo. No obstante, por si faltaran ratificaciones de alguna clase, en un texto publicado en
abril de 1928 y titulado “Preliminares. Ante la exposición del libro argentino-uruguayo en
Madrid”32, Guillermo de Torre devela la incógnita de la famosa polémica o, cuando menos,
cancela toda duda: “Una de las consecuencias empíricas que cierto día –en el curso de una
interviú– me permití extraer de las múltiples lecciones brindadas por la clamorosa cuestión del
‘meridiano intelectual’ fue la siguiente: En el fondo –afirmé– todo este pleito inevitable y
salutífero entrañaba más bien un problema editorial y librero que una cuestión literaria”.
Ahora bien, este editorial de Guillermo de Torre imprime un giro a la argumentación
polémica, la invierte una vez más. Y este giro nos retrotrae a nuestro punto de partida, cinco
años atrás: Schiaffino y la falta de libros argentinos en España. En efecto, descubierto en sus
30
Entrevista de Guillermo de Torre a Julián Urgoiti. En: “Lo que dice un editor español en Buenos Aires. Julián
Urgoiti delegado de Espasa-Calpe”, La Gaceta Literaria, nº 55, año 1929.
31
Fernando Larraz lo explica en estos términos: “Otra evidencia de las limitaciones comerciales del editor español
estuvo en el hecho de que tanto se repitió el tópico de la comunidad cultural hispanoamericana que no se atendió a
las diferencias en el gusto literario que existían entre los lectores hispanohablantes de uno y otro lado del océano. En
los años veinte, Francia y España, pero también Inglaterra y Alemania, intentaban abrirse un hueco entre las que se
consideraban a sí misma elites culturales de las sociedades americanas”. En: art.cit., p. 141.
32
En: La Gaceta Literaria, Madrid, año II, 1º de agosto de 1928, nº 29.

13
verdaderas intenciones, para sorpresa de todos y pese a lo expuesto en el presente apartado, De
Torre arremete contra las políticas editoriales argentinas: “Las reclamaciones que se refieren a
la médula de su vitalidad intelectual […] a la situación de estar asfixiados dentro de los
estrechos límites en que ahora se desenvuelve el libro argentino y los resentimientos
engendrados por ese insularismo editorial” sólo pueden ser solucionadas por los editores
locales. Así pues, haciéndose eco de los reclamos de los martinfierristas referentes al
desconocimiento español de cuanto sucede en materia literaria en América, De Torre devuelve
la queja como pregunta: ¿qué han hecho los editores argentinos para que sus libros merezcan
circular por España? Es decir, cuando Pedro García, Gleizer, Roldán o Glusberg, los editores a
su juicio más representativos del campo nacional, estén en condiciones de “mezclar [los libros
argentinos] en los escaparates de Madrid con la producción general hispánica” se habrá dado un
paso hacia el verdadero conocimiento mutuo hispanoamericano.
Y Guillermo De Torre procede entonces a una evaluación de la polémica ocurrida un
atrás: 1- la acusación de desconocimiento es inválida en la medida en que es deber de los
argentinos “procurar la penetración sistemática de las anchas zonas del público” lector
hispanohablante; 2- la causa del reclamo es la pequeñez de miras editoriales de las naciones
americanas; España, “menos restringida y localista” 33, tiene la ventaja de poseer una visión de
conjunto sobre América, que América no tiene de sí misma; 3- pero no sólo no se conocen entre
sí las “jactanciosas naciones americanas”, sino que no conocen a su propio público: “Me estoy
refiriendo a la masa lectora, el presunto público de librería y no en modo alguno al gremio
letrado”34. Por supuesto, para satisfacción de De Torre, transcurrirá mucho tiempo aún antes de
que “el conocimiento interamericano pueda efectuarse directamente sin necesidad de utilizar el
cable de Europa”35.
Sea como fuere, debe quedar claro que la pregunta por la responsabilidad argentina es
retórica: no están dadas las condiciones materiales para tal expansión masiva. Este dato obvio le
permite a De Torre volver a la carga con una nueva versión del meridiano. Se trata, esta vez, de
una versión literal. Sin discursos fraternos ni eufemismos, remozada con un léxico técnico
acorde al nuevo registro, la propuesta es conformar un “consorcio editorial” cuya cabeza
provisional –a la espera de que América disponga del poder económico para controlar su propia
producción y distribución– fuera España. Esta variante del meridiano, con casa matriz en
Madrid, sería el lugar “adecuado para expandir el libro en todas las direcciones”. Convertir a
España en centro bibliográfico y distribuidor europeo de toda la producción hispanoamericana

33
Obsérvese que la acusación de “localismo” pasa de un campo nacional al otro como un insulto: “localista” siempre
es el otro; del mismo modo circula, según Sarlo, la acusación de “cosmopolitismo” dentro del campo argentino:
inmigrantes o europeizados-cultos, “cosmopolita” siempre es el otro.
34
Esta crítica al desconocimiento de la “masa” lectora nos remite a la ya analizada operación de fragmentación del
público que la vanguardia lleva a cabo en su interés por el desinterés literario-mercantil.
35
Dado que los precios de envío de una nación americana a otra eran enormes, España operaba como centro
distribuidor.

14
es la nueva propuesta lanzada por Guillermo de Torre en pos del interés cultural común y de una
eficaz racionalización de los recursos editoriales hispanoamericanos 36. Claro está que el
renovado convite no comporta “sometimiento ni hegemonía de ninguna clase”.
Para finalizar, puede ser interesante ver cómo concluye De Torre una entrevista con
Julián Urgoiti37 en la que se discute la posibilidad de poner en marcha esta versión editorial del
meridiano: “Tarea que, a mi juicio –compañeros de La Gaceta Literaria–, sólo podrá ser llevada
a un punto de perfección, de regularización sistemática por vosotros, por esa librería que se
dispone a alzar nuestro periódico, y que debe proponerse como uno de sus más netos objetivos
[…] lo que nadie ha realizado hasta ahora”38.

3. MÁS ALLÁ DE LA POLÉMICA: PROYECCIONES ENCADENADAS

3.1. Vicente Rossi y el libro español


El debate sobre el meridiano ha dejado sus huellas en la extraña obra del nacionalista lingüístico
Vicente Rossi. En efecto, en el nº 5 de sus Folletos lenguaraces, publicado en 1928, el más
radical defensor de la lengua nacional rioplatense de esta década articula de manera explícita los
dos ejes del presente estudio, pero los reformula en términos agonísticos: el problema del
“vasallaje” lingüístico y la consideración del libro español como “enemigo” nacional.
En esta serie de folletos, Vicente Rossi reivindica un secesionismo lingüístico radical,
fundado en el argumento de la evolución natural del español americano hacia su inexorable
fragmentación, a imagen del fraccionamiento del latín en lenguas romances 39: “Hablando mal se
han formado todos los lenguajes humanos; es inevitable hablar mal para llegar a hablar bien
creando un idioma propio”40. La importancia de este argumento radica en que la evaluación del
36
También habría de organizar ferias, congresos, revistas especializadas, es decir: consolidar un campo editorial. Cf.
A. M. Cabanella en: Un viaje de ida y vuelta. La edición española e iberoamericana (1936-1975), Buenos Aires,
FCE, 2007, p. 91-92.
37
En: “Lo que dice un editor español en Buenos Aires. Julián Urgoiti delegado de Espasa-Calpe”, La Gaceta
Literaria, nº 55, año 1929.
38
En 1929, La Gaceta Literaria pasaría a ser el órgano de difusión de la poderosa CIAP. Pero, hasta 1930, pese a las
exhortaciones del tesonero Guillermo de Torre, la falta de acción colectiva y de modernización empresaria conduciría
al reiterado fracaso de la política de expansión editorial: “La expansión de la industria del libro español en América –
escribe Larraz– se vio aplazada durante muchos años […]. Las multiplicadas relaciones de impedimentos e
insuficiencias […] no bastaron para evitar que se señalase muy habitualmente la desidia industrial como la razón
principal que impedía desarrollar un comercio cada vez más imprescindible, dado el excedente de producción librera
en España. Los editores se preocupaban por hacer llegar sus envíos y, muy ocasionalmente, por promocionar sus
ediciones entre el público y los libreros […] hasta poco antes de la Guerra Civil”, en: Larraz, art.cit., p. 34.
39
Este fantasma reaparece en casi todos los discursos referidos al español americano que hemos podido leer hasta la
fecha. A juzgar por la crítica de Borges a Rossi, suponemos que, reivindicada o temida, esta fragmentación radical ya
no debía de parecer viable en los treinta. No obstante, las patéticas palabras de Amado Alonso, referidas al desaliento
de Rufino Cuervo en el final de su vida, sintetizan el alcance de esta angustia epocal ante la temida dilapidación del
“tesoro común de la lengua”: “El gran americano se pasó la vida predicando a sus coterráneos el esfuerzo constante
por acomodarse a la lengua de Castilla […]. Y sin embargo, al final de su vida, se le escapó el melancólico vaticinio
de que, a pesar de todos nuestros esfuerzos por mantener la unidad del idioma, en un futuro más o menos lejano, cada
país de América hablará una lengua distinta, no entendida por los demás”. En: “El porvenir de nuestra lengua”, Sur,
nº 8, p 141.
40
Ése también es, no lo olvidemos, el argumento de Olivari. Esta posición registra, asimismo, una singular
coincidencia con la de Arciniegas, algunos años después, en el nº 72 de Sur: “Una sólida cultura americana, es darle

15
“mal” no es negativa, sino que por el contrario la “a-normalidad” y “la anomalía” constituyen la
condición de posibilidad de lo propiamente americano. Muy distinta será la posición de los
“ajentes americanos de la cábila hispano-americana”: Alonso, Castro y, por qué no, también
Guillermo de Torre. No obstante, es preciso aclarar un dato: el idioma nacional, para Rossi, no
es el lunfardo ni el arrabalero. En efecto, el lunfardo “no es sinó apenas una clave de voces
gitano-castellano académicas, de uso del hampa”. Casi idéntica definición opondrá Borges a los
filólogos españoles, que “inventan jergas nacionales” inexistentes y luego creen ver en ellas la
“peculiaridad” de nuestro rioplatense.
Ahora bien, ¿qué huella concreta del debate sobre el meridiano hallamos en este texto?
Para empezar, Vicente Rossi sostiene que la negativa española a aceptar la existencia de una
lengua nacional, independiente de la general castellana, procede del intento de imponer una
“tutoría extranjera”; y señala a sus principales promotores: “Antifoneros y monaguillos [que] se
despachan en la prensa y en el libro contra nuestro insensato nacionalismo, y desde su madre
patria envían la sagrada palabra o irritados meridianos trepados al alminar de ‘La Lengua’”.
Los “meridianos”, como habrá de llamarlos en adelante, quieren imponer sus “lengüeteos y
trabazones” castizas sin comprender que el castellano ya no se habla en América. El idioma
rioplatense no es, desde su perspectiva, una variante dialectal, sino una lengua autónoma,
propiedad de un pueblo libre: “El castellano es refractario a la sociolojia nativa, inadecuado a la
eufonía nacional, irreconciliable con la étnica y sociolojía criolla, sin eco en el alma del
pueblo”41. Un pueblo nuevo, afirma, tiene derecho a liberarse de sus precursores. Una vez más,
como en la representación de Schiaffino, los antagonismos políticos del pasado retornan aquí
bajo la forma de batallas culturales, radicalizadas en este caso en una exigencia de
independencia lingüística plena.
Por lo demás, Rossi proporciona un dato histórico valioso respecto de la producción
discursiva en torno al tema del idioma. En efecto, señala que por esos años se registraba cierta
profusión de publicaciones sobre el tema del “español en América” 42; y evalúa esta intensa
propaganda discursiva como una reacción de los “reales castellanos” y sus “ajentes americanos”
contra los pueblos libres que aspiran a tener un idioma nacional sin permiso. Sin embargo,
aquello que más preocupa a Rossi es que la reacción, la “cábila hispano-americana”, amparada

todo su valor al hecho americano. [...] Yo también creo que de todas esas cosas, de estos malos libros que escribimos,
de este mal castellano que empezamos a conjugar, puede algún día resultar algo que contribuya auténticamente a
engrandecer la cultura de América”.
41
Nótese la peculiar ortografía: “Ello obedece –consigna Rossi al pie de todos sus folletos– a un plan de
entrenamiento para suprimirla paulatinamente”.
42
Confirmando el testimonio de Vicente Rossi respecto de la proliferación de discursos sobre la lengua en ese
período, el español José María Salaverría dirá en “El castellano en América”: “Por temporadas, y obedeciendo a no se
sabe qué necesidades de polémica obligatoria, suele suscitarse en Buenos Aires la cuestión del habla argentina. Cómo
debe hablarse el castellano en el país; si se debe hablar en castellano o en algún otro lenguaje substitutivo; si no es
hora ya de que a la jerga de los arrabales porteños se le atribuya el título de idioma nacional, etc., etc. Sobre este que
llamaríamos problema filológico pintoresco existe una literatura copiosa, y yo mismo, en mis diferentes
permanencias en la Argentina, he podido conocer bastantes textos de esta literatura y asistir como espectador a varios
episodios de la célebre polémica”. En: Revista de las Españas, Madrid, octubre-diciembre de 1930, año V, nº 50-52.

16
en el lema “casticismo y pulcritud”, difunde entre los intelectuales locales la creencia de que
“hablamos mal”, cuando en verdad “no hablamos castellano”.
Pero planteemos, una vez más, la pregunta que guía este análisis: ¿cómo vincula Rossi
su visión de la lengua con el tema librero? Su respuesta es sin duda alguna la más original de
todas las reseñadas hasta aquí. Consecuente con su postulación de la existencia de una lengua
nacional autónoma, Vicente Rossi explica la escasa circulación del libro español en América por
la obvia falta de lectores “hispanoparlantes” 43. El libro español es, pues, tanto o más foráneo que
el libro francés, alemán e italiano: “Hemos creido siempre que el libro castellano se colocaba en
America por cientos de millares, y no podía ser de otra manera teniendo en cuenta los cientos de
millones de seres americanos hispanoparlantes, inventados por el reclame español”. El lector,
remata Rossi, “se asombrara de la pobreza circulatoria del libro castellano y notara que ello esta
de perfecto acuerdo con el porcentaje de hispanoparlantes de America y de Hispania, cuya
demostración hemos hecho”44. Y, optimista, concluye afirmando que estas malas condiciones del
libro castellano no van sino a empeorar, pues la producción nacional avanza y “la sintaxis
nacional se define contra todos sus enemigos, y uno de ellos es ese libro”45.

3.2. Borges y la oralidad criolla


La utopía lingüística de Vicente Rossi despierta la simpatía de Borges pero recibe un apoyo muy
parcial de su parte46: criticable desde cualquier perspectiva científica, dice, la afirmación de un
“idioma nacional rioplatense” debe leerse como una “hipótesis valerosa”… pero fantástica. Por
lo demás, el argumento de que se vale Rossi para afirmar su existencia –a saber, el cotejo de
nuestras costumbres lingüísticas con los diccionarios oficiales– debería utilizarse, a su juicio, no
para probar una disimilitud real con el idioma español corriente, sino para poner de manifiesto
la incompetencia de los “chapuceros de la Academia”. Se trata, pues, del ya mencionado
conflicto de legitimidad, es decir, la necesidad de definir quién es autoridad en materia de
lengua legítima: el escritor criollo o los académicos puristas47.
Sea como fuere, a diferencia de Rossi, los rastros de la polémica del meridiano
intelectual en textos posteriores del propio Borges no se manifiestan como referencias explícitas
o citas concretas, sino que deben leerse en la migración de ciertos tópicos, como 1- el de la

43
En “La insignificante circulación del libro castellano en América y en Hispania”, folleto nº 5, 1928, p.31. Rossi
analiza aquí una “Guía del lector de Madrid” de Rufino Blanco de Fombona, de donde extrae los siguientes datos:
“Un buen libro castellano no pasa de 1500 ejemplares en América. Cualquier obrita nuestra, mala, bien respaldada,
coloca varias veces ese número de ejemplares en Buenos Aires solamente”. La mitad, añade, es consumida por la
inmigración española; el resto “se distribuye ‘desde mejico hasta chile’ (700 ejemplares)”.
44
Véase tal demostración en “Pinchando globos. El cuento jeografico de ‘La Lengua’”, en: Folletos lenguaraces,
nº 5, 1928, p. 14 y ss.
45
Esta frase cobrará todo sentido cuando analicemos la relación que Alonso establece entre aparatos de hegemonía,
como el editorial, y modelo de lengua niveladora.
46
Véase J.L. Borges, “Reseña de Vicente Rossi: ‘Idioma nacional rioplatense’, Folletos lenguaraces, nº 6”, en:
Revista Síntesis, año II, nº 18, noviembre de 1928.
47
Recuérdese que la cuestión de la legitimidad ya se había manifestado en Schiaffino. Cf. supra p. 5.

17
inflexión oral de la lengua criolla48, fundada en una tradición literaria nacional que se remonta a
la generación romántica, y opuesta a las corrientes literarias populares en desarrollo; 2- el anti-
hispanismo y, consecuentemente, 3- el ya mencionado cuestionamiento a la autoridad legislativa
de los filólogos del Instituto. En tal sentido, Celina Manzoni 49 anota que, en el capítulo de las
proyecciones de esta polémica, debe considerarse en especial El idioma de los argentinos 50,
publicado en 1928.
En efecto, el análisis de esta obra permitirá retomar y enfatizar algunas de las líneas
temáticas trabajadas hasta aquí. En primer lugar, Borges recupera en este texto la doble
oposición que definía nuestra lengua nacional según el martinfierrismo: “Dos influencias
antagónicas entre sí –dice Borges– militan contra un habla argentina”: la primera es la de la
tendencia “seudo plebeya” y la segunda la de los “castizos o españolados que creen en lo cabal
del idioma y en la impiedad o inutilidad de su refacción”. Bien conocida es la posición de
Borges ante el casticismo y su desprecio, matizado en “El escritor argentino y la tradición” pero
aún virulento en “El idioma de los argentinos”, por la tradición literaria española: “El común de
la literatura española fue siempre fastidioso. [...] Difusa y no de oro es la mediocridad española
de nuestra lengua”.
Ahora bien, tal como señalaba Rossi, el “habla argentina” se distingue netamente del
arrabalero. De hecho, Borges advierte que ni siquiera “hay dialecto general de nuestras clases
pobres. El arrabalero no lo es”, pues habría “demasiados contrastes [en el arrabal] para que su
voz no cambie nunca”. Su penuria léxica le impide constituirse en lengua de comunicación
general: “Esa indigencia es natural, pues el arrabalero no es sino decantación o divulgación del
lunfardo, [...] tecnología de la furca y la ganzúa”, y concluye: “Imaginar que esa lengua técnica
puede arrinconar al castellano es como trasoñar que el dialecto de las matemáticas o de la
cerrajería puede ascender a único idioma”. Por último, evocando los ya mencionados temores de
disgregación lingüística, Borges plantea la imposibilidad de “desertar la universalidad del
idioma” alegando que “el pueblo no necesita añadirse color local”. De tal modo, si el pueblo no
habla lunfardo ni “arrabalero”, entonces no sería tal el peligro de dialectización de la lengua
general, dadora de norma culta literaria y modelo de ejemplaridad idiomática –peligro que los
filólogos Castro y Alonso ven encarnado en las clases bajas y medias de origen inmigratorio,
como luego veremos–.
Sea como fuere, si el habla nacional no es aquella que creen los filólogos, ¿cómo se
define entonces? Se define, precisamente, por oposición a la de los hablantes inseguros, los
inmigrantes, los recién venidos, cuya lengua oral exhibe los rastros de ese origen foráneo. En
48
Recuérdese asimismo que Sarlo anunciaba esta proyección temática: “La insistencia sobre las inflexiones de la
lengua oral es un tópico que desde Martín Fierro se va a proyectar en la década siguiente”. Cf. supra, p. 9-10.
49
Celina Manzoni, “La polémica del meridiano intelectual”, en: Estudios. Revista de Investigaciones Literarias,
Caracas, enero-junio de 1996, año IV, nº 7, nota 3, p. 123.
50
Jorge Luis Borges, “El idioma de los argentinos”, en: J. L. Borges y J. E. Clemente, El lenguaje de Buenos Aires,
Buenos Aires, Emecé, 1996.

18
efecto, para Borges, esta lengua nacional se funda en una tradición literaria local. Se trata de la
tradición de aquellos que escribieron en el “tono” de los argentinos: “Mejor lo hicieron nuestros
mayores. El tono de su escritura fue el de su voz; su boca no fue la contradicción de su mano.
[...] Escribieron el dialecto usual de sus días: ni recaer en españoles ni degenerar en malevos fue
su apetencia. Pienso en Esteban Echeverría, en Domingo Faustino Sarmiento, en Vicente Fidel
López, en Lucio V. Mansilla, en Eduardo Wilde”. Por tanto, porque patria, lengua y tradición
literaria no pueden pensarse separadamente, el ideal del escritor tampoco puede ser
“españolarse” o asumir como propio “un español gaseoso, abstraído, internacional, sin
posibilidad de patria ninguna”.
Dos cuestiones clave, anteriormente esbozadas, reaparecen en estas citas: 1- Esta lengua
nacional criolla, pero también el arrabalero al que se opone, están representados en su
vinculación con el ejercicio de una práctica literaria; el independentismo lingüístico-populista
de Rossi, en cambio, aspiraba a proyectarse en lo “real-social” y tener consecuencias extra-
literarias evidentes. 2- Hay una referencia clara a la diglosia que instaura el desfasaje entre
oralidad y escritura literaria, inherente al ideologema de la homogeneidad lingüística en la letra
impresa, al que adscribía Schiaffino, y cuyas consecuencias desarrollaremos en el siguiente
apartado.
En síntesis, ¿cuál sería, para Borges, la especificidad del habla argentina? Un tono, una
tradición. Lejos ha quedado la utopía popular de Vicente Rossi. Nada sino un leve matiz
diferencial nos separa ya de la lengua del meridiano: “¿Qué zanja insuperable hay entre el
español de los españoles y el de nuestra conversación? Yo le respondo que ninguna,
venturosamente para la entendibilidad general de nuestro decir. Un matiz de diferenciación sí lo
hay: matiz lo bastante discreto para no entorpecer la circulación total del idioma y lo bastante
nítido para que en él oigamos la patria”.

3.3. Amado Alonso o el “español sin patria ninguna”


Antes de continuar nuestro análisis de las proyecciones de esta polémica, es preciso plantearse
una pregunta central: ¿con qué sistema de ideas debate el Idioma de los argentinos? ¿Quiénes
podían llegar a “imaginar” que el castellano estaba arrinconado por un idioma plebeyo, que por
añadidura no era sino un artificio literario-populista? ¿Qué relación establecían los agentes de
esta creencia con el mercado editorial?
En 1931, la revista Sur publicaría una serie de artículos representativos de esta
tendencia en desarrollo en el ámbito académico desde la fundación del Instituto de Filología
Hispánica, creado por Rojas “para superar la controversia entre el castellano de América y el de

19
España”51, y dirigido por los filólogos ya mentados: Amado Alonso y su predecesor, el
escarnecido Américo Castro. A continuación, analizaremos las propuestas de estos filólogos
españoles radicados en Argentina, basándonos en el estudio realizado por Diego Bentivegna.
En el “Problema argentino de la lengua”, Amado Alonso reivindica, según Bentivegna,
“la unidad lingüístico-espiritual del continente y la homogeneización de las prácticas
lingüísticas en tanto modo de entender la unidad y la homogeneidad cultural hispano-
americana” [1989:138], para lo cual procura desmontar “científicamente” la idea de que pueda
existir una lengua literaria o habla argentina 52: “Un idioma nacional literario –escribe Alonso–,
independiente del castellano general, sería un contrasentido, no sólo por motivos prácticos de
conveniencia, sino por razones teóricas y de conocimiento”.
Sea como fuere, como bien señala Bentivenga, para Alonso la dimensión social es la
clave del “problema argentino de la lengua”. En efecto, Alonso confronta dos clases de actitudes
frente a la lengua: la universal, o modelo de la norma, y la local, o principio de anomia. Y
afirma que, a medida que se desciende en la escala social, la lengua tiende a dialectalizarse, a
atomizarse. En los sectores más populares de toda sociedad, imperan los “patois” y, por tanto, el
espíritu de campanario. Correlativamente, a medida que se asciende en la escala social,
predominan las formas cultas, vinculadas con la lengua general propia del espíritu de
universalidad de los sectores que hacen un “buen uso” del idioma, es decir, los sectores de la
elite intelectual. Por lo demás, la lengua literaria es garante de la transmisión de una tradición
común, que estaría más allá de las contingencias socio-históricas y geográficas, en especial
gracias a la pervivencia en ella de formas expresivas menos determinadas espacio-
temporalmente. Por consiguiente, cuanto más solidaria sea la lengua literaria con esa tradición
lingüística culta, tanto más cercana estará del punto máximo de universalidad que, a juicio de
Alonso, asegura la homogeneidad y la unidad cultural hispanoamericana.
Ahora bien, Alonso propone una política de intervención sobre la lengua. El objetivo es
intervenir en el habla porteña. El problema lingüístico de Buenos Aires radica en sus tendencias
autonomizantes, originadas en el “mal uso de la lengua”, y en el consecuente “relajamiento de la
norma legitimada por un uso lingüístico culto, patrimonio de ‘los mejores’” [Bentivegna, 1989:
139]. ¿Cuál es el origen de estas tendencias disgregantes? Sin duda alguna, la inmigración 53.
51
D. Bentivegna, “Amado Alonso y Américo Castro en Buenos Aires: entre la alteridad y el equilibrio”, en: Elvira
Narvaja de Arnoux y Roberto Bein (comp.), Prácticas y representaciones del lenguaje, Buenos Aires, EUDEBA, 1999,
pp. 135-156.
52
Es preciso aclarar que Alonso no niega las “variedades” de lengua, pero considera que “variedad no es escisión”.
En este sentido, en “La lengua como conflicto: prescripción y estandarización en la historia del español en la
Argentina”, Imelda Blanco afirma que “el criterio de Alonso para la conformación del modelo de ejemplaridad del
español resulta así un modelo cercano al actual del estándar pluricéntrico; cercano en tanto el autor no se atiene al
criterio tradicional de monocentrismo [...], sino que concibe una categoría más general y globalizadora [...], como es
un tipo de lengua en constante evolución”. En: Elvira Narvaja de Arnoux y Roberto Bein (comp.), Prácticas y
representaciones del lenguaje, Buenos Aires, EUDEBA, 1999, p. 103.
53
Cabe destacar aquí la coincidencia con las posiciones “nacionalistas” del martinfierrismo. En términos de “clase”,
la ideología lingüística de los filólogos y la de los vanguardistas se tocan: ambas conciben la lengua popular como
una amenaza identitaria. De ahí nuestra insistencia en situar el conflicto entre estos dos sectores como una puja por la
legitimidad dentro de un campo internacional y como una disputa entre tradiciones literarias nacionales cultas.

20
Pero eso no es todo, el proceso de movilidad social ascendente ha trastocado las jerarquías
sociolingüísticas y ha permitido el acceso de sectores procedentes de la inmigración a puestos
directivos públicos y aun académicos 54. Aquello que más alarma a Alonso no es tanto que “el
aluvión de humanidad heterogénea” hable mal, sino que esté “en todas partes”. El imperativo de
Amado Alonso será, pues, “desengringar” la lengua porteña en vías de dialectización.
Américo Castro, por su parte, adhiere plenamente al análisis de Alonso 55, pero añade un
ítem de su propia cosecha que quizá explique la virulencia de los ataques que en el cuarenta
sufrió por parte de Borges, pues involucra a los mismos “nativos criollos”: más grave que “la
inyección de extranjerismo plebeyo en el habla porteña” ha sido el hecho de que nadie luchara
contra ello. Esta pasividad es histórica y su causa radicaría en la peculiar constitución del
carácter criollo, que desde tiempos de la colonia se habría caracterizado por el no-
reconocimiento de la jerarquía y la norma, uno de cuyos correlatos lingüísticos sería el
predominio diacrónico del “voseo” plebeyo.
Ahora bien, para los filólogos, “higienismo” lingüístico y elitismo letrado van de la
mano, pues el “saneamiento” debe ser implementado por los sectores cultos que detentan el
monopolio de los medios materiales de producción de aquellos bienes culturales pasibles de
difundir la norma culta y la lengua general. Así lo expresaba Amado Alonso en su artículo “El
porvenir de nuestra lengua”, publicado en 1932, en el nº 8 de la revista Sur: “Mientras el
intercambio de libros y de prensa periódica no se suprima, seguirá la lengua literaria siendo una
constante invitación recíproca entre la Argentina y las demás repúblicas hispánicas, a mantener
la continuidad de un mismo ideal de lengua”.

3.4. Un meridiano que fue exilio


Importantes huellas del debate pueden rastrearse en un texto producido a inicios del “auge” de
la industria editorial argentina. No hallaremos en él referencias explícitas ni citas textuales a la
disputa de 1927. Y, sin embargo, veremos que constituye el manifiesto del meridiano triunfante
en el exilio. El texto en cuestión se titula “La Argentina y la nivelación del idioma”; y su autor
es, una vez más, Amado Alonso, el filólogo emigrado.
Bien sabido es que, entre 1936 y 1939, se produce un éxodo de editores españoles hacia
América, éxodo que habría de incidir en la fundación de las cuatro grandes editoriales que en
adelante dominarían el mercado nacional 56. En 1939, en el marco de este “despegue editorial”,
54
R. González Leandri afirma que a partir del año 1930 la impronta de las capas medias ya es central en Buenos
Aires, sectores medios constituidos gracias al proceso de movilidad social, en virtud del cual se desdibujaron
levemente los límites entre los estratos sociales. Entre otros factores de la presencia de población de origen
inmigratorio en esos lugares de decisión mencionados por Alonso, Leandri señala el siguiente: “Irigoyen expande la
burocracia gubernamental: esto abre canales de ascenso a personas que deseaban incorporarse a grupos medios”.
Véase “La nueva identidad de los sectores populares”, en: A. Cattaruzza, Crisis económica, avance del Estado e
incertidumbre política (1930-1943), Nueva historia argentina Tomo VI, Buenos aires, Sudamericana, 2001.
55
Véase Américo Castro, La peculiaridad lingüística rioplatense, Taurus, Madrid, 1960, p. 28.
56
A saber, Espasa-Calpe Argentina, Losada, Sudamericana y Emecé. Entre 1938 y 1953 tiene lugar la llamada
‘‘Época de oro”, cuyo desarrollo según De Diego se debe directamente a la fundación de dichas editoriales, así como

21
Amado Alonso redacta una obra en la que articula explícitamente su ideología lingüística
“higienista-elitista” con el rol de centro editorial de Hispanoamérica que Argentina comenzaba a
desempeñar, y que le permitiría tener “la dirección inmediata del idioma”, es decir, convertirse
en el meridiano de la lengua libresca.
En esta obra, Alonso afirma que la Argentina pronto habría de intervenir en los
“destinos generales de la lengua”, en una proporción inédita y “desde un punto de comando que
hasta ahora no ha tenido”. Por tal motivo, sugiere que ha llegado para ella la hora de saldar sus
pequeñas rencillas idiomáticas con España. La Argentina, asegura, ha venido planteando una
falsa oposición bilateral –Buenos Aires vs. Madrid– que ya ha quedado desautorizada
“académicamente”, pese al reclamo “pasional” de una independencia idiomática, concebida
como complemento de la política. A juicio de Alonso, estas posiciones nacionalistas no
advierten que desentenderse de Madrid implica también separarse del resto de América. La
propiedad de la lengua no pasa por la secesión lingüística: la diferencia debe convivir con la
unidad. De no resolverse, este problema será tanto más acuciante cuanto que la ruptura
idiomática afectará “la prosperidad y grandeza de una nación” en el “concierto universal de las
ciencias, las artes y el comercio”.
Ahora bien, Alonso asegura que si Madrid ha sido hasta entonces “el centro único de
unificación del idioma”, se debe a que era “el gran centro de producción y difusión literaria” en
lengua castellana a través de sus libros. La industria editorial española habría sido el
“instrumento material de unificación de la lengua en todo el mundo hispánico”. Por cierto,
conforme a lo analizado aquí, este dato sólo es válido si se considera su desarrollo posterior a
1929 y si se descarta el aporte de todas las lenguas difundidas por las demás industrias
culturales presentes en América, incluyendo los proyectos populares locales, que sin duda
colaboraron en la difusión de las “formas plebeyas” 57. Sea como fuere, el advenimiento de la
guerra civil ha trastocado esta situación, pues su incipiente industria está colapsada. Tal
modificación favorece la creación de un “triple foco de regulación” de la lengua –Madrid,
Buenos Aires y Méjico–. Este cambio de foco no es, según Alonso, un simple “trueque” de un
centro momentáneamente aislado por otro, que asumiría un interinato, sino un verdadero
“cambio de régimen”. En adelante, habrán de circular ampliamente los libros producidos en

a la presencia de exiliados españoles que, sumándose a compatriotas que ya residían aquí, convirtieron librerías y
filiales españolas en editoriales argentinas. En: J. L. de Diego (dir.), Editores y políticas editoriales en Argentina
(1880-2001), Buenos Aires, FCE, 2006, p. 91.
57
En efecto, varios años después, en “La Unidad de nuestro idioma” (1953), tras ensalzar a Capdevila y haciendo
nueva gala de su conservadurismo lingüístico y elitismo letrado, De Torre da cuenta del siguiente estado de cosas:
“Hace no muchos años, cuando a raíz del colapso librero producido por la guerra de España y continuado por la
incomunicación europea que causó la guerra mundial, se inició el auge editorial americano, [Amado Alonso] sintióse
impelido a adelantar esperanzadas opiniones sobre ‘la inmediata nivelación del idioma’ […] Consideraba que
inclusive el idioma de las traducciones habría de tender a la nivelación de diferencias y matices verbales […]. ¿Se
han cumplido tales predicciones? […] No vemos surgir muy claros indicios de tal nivelación […]. Porque una cosa es
legitimar ‘accidentales divergencias’ […], y cosa muy distinta es dar carta de ciudadanía en el mundo común del
idioma a voces y giros venidos de abajo, recolectados entre los más ínfimos estratos sociales y culturales, productores
de la desidia y la ignorancia”. En: Las metamorfosis de Proteo, Buenos Aires, Losada, 1956, p. 301-314

22
Argentina y, por tanto, la variedad local habrá de influir en la fisonomía de la lengua general, en
particular a través de las traducciones que ahora se harán en Buenos Aires 58.
Ahora bien, si la norma debe proceder de la lengua literaria culta, y si “la lengua de los
libros debe sostener la lengua hablada”, entonces la única lengua legítima habrá de ser la lengua
desdialectalizada de los libros y de las traducciones “fluidas” (cuya única marca local a lo sumo
será el “matiz criollo” de la clase letrada argentina capaz de reivindicar para sí una tradición
nacional genuina y un cosmopolitismo culto, como planteaba Borges).
Así pues, la centralidad editorial de la Argentina en el período de crisis de la industria
española y del exilio de sus principales agentes coincidió con el triunfo de una ideología
lingüística “universalista” y elitista a un mismo tiempo 59; y probó la inviabilidad comercial de
un “idioma argentino” independiente.
Por consiguiente, las editoriales argentinas, o americanas, que habrían de ser portadoras
de esta nueva koiné idiomática no eran aquellas que en los veinte habían permitido la apertura
de los mercados de lectura a los sectores populares 60. Los agentes del campo editorial que
habrían de cumplir el anhelo de Alonso no eran sino los representantes de las elites
intelectuales, argentinas y españolas, que en el veinte colaboraron en algunas de las revistas de
vanguardia aquí mencionadas, y que en el treinta cohabitaban en un mismo campo intelectual
nacional debido a los graves conflictos suscitados en la escena internacional. Este dato clave se
deduce sin dificultad de la composición de la plana de “colaboradores” argentinos y españoles
de las editoriales argentinas creadas en el treinta, es decir, el conjunto de los editores, autores,
traductores, directores de colección y asesores editoriales que hicieron posible estos proyectos,
y colaboraron en la profesionalización del campo editorial y de sus principales agentes.

58
P. Willson sostiene que el apogeo de la traducción en la Argentina se sitúa entre 1940 y 1950, cuando Buenos Aires
se convirtió en meca editorial de América Latina. Dos hechos convergieron en este apogeo: la tradición de lo nuevo y
la coyuntura concreta del mercado aquí reseñada. La profesionalización de la práctica por esos años –treinta años
posterior a la del escritor– puede leerse en la mención sistemática del nombre del traductor, nombre que además
comienza a coincidir con figuras reconocidas del campo intelectual argentino. No obstante, dado que la traducción
está sujeta de antemano a una política editorial “suele mostrar un denominador común, relativamente inmodificado
por el talento individual”. Véase Patricia Willson, “Página impar: el lugar del traductor en el auge de la industria
editorial”, en: S. Saítta (dir.), Historia crítica de la literatura argentina, vol. 9, Buenos Aires, Emecé, 2004, p. 126.
59
Esto no implica negar la función democratizante de los vastos proyectos de traducción que esta minoría intelectual
“políglota” puso en marcha a partir de la fundación de la editorial Sur, y que continuó en sus posteriores proyectos
editoriales. Pues, como bien sostiene Willson, en tanto reescritura de un texto en una lengua natural a otra, la
traducción permite aumentar la masa de lectores, y ya no fragmentar el público entre criollos-políglotas de lenguas de
alta cultura y sectores populares “agringados”. Tal función democratizante revela, pues, el alcance social y político-
cultural de esta práctica.
60
Al respecto, P. Willson escribe: “Hacia fines de la década de 1930 comienza a manifestarse un fenómeno nuevo –
que, desde luego, no anula de inmediato la continuidad del proceso previo– cuando la guerra civil española y luego la
segunda guerra mundial produce, respectivamente, un eclipse de la industria editorial española y la llegada a Buenos
Aires de una serie de inmigrantes emprendedores que pronto operarían en el sector editorial, y un golpe de gracia
para la política de precios ínfimos: el papel se encarece y los valores masivos de los libros de editoriales como Tor o
Claridad, por ejemplo, ya no pueden sostenerse”. En: Patricia Willson, La Constelación del Sur. Traductores y
traducciones en la literatura argentina del siglo XX, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, p. 229.

23
En efecto, tal como afirma Sylvia Saítta 61, el nuevo período de la industria editorial
hispanoamericana, signado por la guerra civil y el exilio español, implicó no sólo la tan
anhelada expansión del mercado lector, sino en particular la correlativa “extensión de las
posibilidades laborales de los escritores” argentinos y emigrados. Este proceso permitió que se
incorporasen al mercado muchos escritores “algo alejados del gran público”, como Mallea,
Borges, entre otros [Saítta, 2004: 8-10].
En síntesis, la instauración del meridiano editorial hispanoamericano en Buenos Aires
resuelve el problema, planteado en la época de Martín Fierro, de la relación del escritor culto
con el mercado editorial. Se cierra así un período de resistencia lingüístico-cultural de corte
nacional-vanguardista y se pone provisorio fin al debate, tras la fundación de un meridiano
consensuado.
En la década del treinta-cuarenta, el parcial cierre del capítulo inmigratorio y la
preeminencia de la escena internacional en los debates político-intelectuales locales –la unidad
intelectual frente al fascismo y la incorporación activa de emigrados españoles en el campo
literario y editorial argentino– sin duda entrañó un cambio en la tópica socio-discursiva, a raíz
del cual perdió vigencia la problemática de la identidad lingüística nacional 62. Sea como fuere,
aún queda pendiente un estudio sobre el modo como evolucionó hasta nuestros días el “lugar
común” de la homogeneidad de nuestra variada lengua en los soportes impresos. Es sabido, por
ejemplo, que este ideologema ha dominado la práctica de la traducción editorial
hispanoamericana desde entonces63. Las estrategias de fluidez y la consecuente invisibilidad de
la traducción sin duda también obedecen al triunfo de la ideología lingüística del meridiano:
unidad de la lengua en el comercio globalizado de libros. Claro que esta cuestión requiere un
desarrollo particular, pues atañe al campo específico de la historia de la traducción editorial en
la Argentina. No obstante, este informe sobre la articulación entre lengua nacional y mercado
editorial ha querido ser un punto de partida para abordar en el futuro ese capítulo de su historia.

BREVE SÍNTESIS A MODO DE CONCLUSIÓN


En el presente estudio, procuramos demostrar la existencia de una hegemonía socio-discursiva
que, en las primeras décadas del siglo veinte en la Argentina, otorgaba legitimidad, legibilidad y
aceptabilidad a los más variados discursos centrales y contra-discursos periféricos –fundados en

61
Sylvia Saítta, “Introducción”, en: S. Saítta (dir.), Historia crítica de la literatura argentina, vol. 9, Buenos Aires,
Emecé, 2004, pp. 7-15.
62
A. Di Tullio plantea que, en los cuarenta, “el fin de la polémica sobre la cuestión del idioma quizá deba atribuirse a
los cambios que se habían producido en la Argentina de la época: ya no existían referentes del ‘otro’ que la hicieran
urgente”. En: Políticas lingüísticas e inmigración. El caso argentino, Buenos Aires, EUDEBA, 2004, p. 222.
63
Willson sostiene al respecto que el “procesamiento de literatura en traducción […] es complejo porque privilegia
una variedad de lengua en desmedro de otra –y esto es crucial en el ámbito hispanohablante–”, art.cit., p. 130.

24
tópicos comunes e ideologemas diversos– 64 sobre la identidad cultural y lingüística en el
contexto de las relaciones hispanoamericanas.
Asimismo, hemos querido destacar que, más o menos velada, subyace en todas las
tomas de posición la idea de una continuidad de la lucha política por otros medios. Libertad,
vasallaje, hegemonía: la independencia o el sometimiento se disputan simbólicamente en el
plano cultural, plano en que la definición de una lengua legítima y el reclamo de su legítima
tenencia no era un problema menor.
Concluimos, pues, que ninguna lectura de la polémica “Madrid, Meridiano intelectual
de Hispanoamérica” puede eludir el problema de la lengua nacional y la doble amenaza
identitaria que sobre ella parecía pesar, en el campo argentino; ni pasar por alto el aspecto
atinente a los intereses comerciales subyacentes, sublimados o eufemizados, en el campo
español. En su articulación, ambas dimensiones constituyen el sustrato ideológico del debate y
el fundamento de las creencias lingüísticas que cada campo procura imponer. Por lo demás, esta
doble perspectiva insoslayable permite leer una serie de discursos posteriores como efectos
discursivos de esta polémica, en la que por tanto habrán de buscarse sus quizá lejanas pero sin
duda certeras condiciones de producción.
En este sentido, proponemos que las proyecciones del debate son infinitas; puede
afirmarse que, cuando menos, se cuentan tantas proyecciones suyas como traducciones escritas
en un quimérico español neutro puedan hallarse en las librerías de Buenos Aires, ciudad
voseante que tutea en casi toda su literatura traducida.
En síntesis, como lo demuestra Graciela Speranza, los ecos del meridiano no han dejado
de resonar, y llegan hasta nuestros días: “Centro neurálgico de importación y exportación de
literatura en lengua española durante gran parte del siglo XX, Buenos Aires, sin embargo, ha
perdido su autonomía relativa en las últimas décadas. La crisis económica del mercado editorial
ha debilitado su capacidad de mediar como agente de intercambio en la traducción de literatura
extranjera al español (poco se traduce ya en las editoriales argentinas) y en la valoración de
autores argentinos y latinoamericanos (poco importan en los centros las instancias de
consagración locales). El ‘meridiano español’ contra el que se levantaron los martinfierristas en
los años veinte parece volver a imponerse; en Barcelona se decide el nuevo canon
latinoamericano con sospechosa prescindencia de los debates locales” 65.

BIBLIOGRAFÍA CITADA

1. FUENTES DOCUMENTALES
1.1. Artículos de revistas

64
Véase Marc Angenot “Le discours social: Problématique d’ensemble”, en: 1889. Un état du discours social, Le
Préambule, Québec, 1989, pp. 13-39.
65
En: “Literatura y Globalización. Nuevo mapa de la República de las letras”, Suplemento Cultura y Nación, Clarín,
15/02/2001, Buenos Aires, http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2001/12/15/u-00201.htm

25
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Madrid, 1923.

1. 2. Ensayos publicados en libros


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BORGES, Jorge Luis, “El idioma de los argentinos”, en: J. L. Borges y José Edmundo Clemente,
El lenguaje de Buenos Aires, Buenos Aires, EMECÉ, 1996.
CASTRO, Américo, La peculiaridad lingüística rioplatense, Taurus, Madrid, 1960.
DE TORRE, Guillermo, “La unidad de nuestro idioma”, en: Las metamorfosis de Proteo, Bs.As.
Losada, 1956.
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nº 5, 1928.

2. BIBLIOGRAFÍA TEÓRICA Y CRÍTICA


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discours social, Le Préambule, Québec, 1989.

26
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