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Este siglo XI será el siglo de Gregorio VII. Era un monje llamado Hildebrando
Aldobrandeschi, que buen conocedor del caos que reinaba en la Iglesia, esquivó el cargo
de papa por veinticinco años. Silenciosamente se constituyó en el alma de seis papas
consecutivos para realizar la reforma moral en la Iglesia. Muerto el papa Alejandro II,
fue inútil su resistencia. Cardenales, clero y pueblo lo eligen por aclamación el 22 de
abril de 1073.
Con este papa la iglesia volvió a ser respetada como rectora espiritual. Bajo pena
de excomunión prohibió a los eclesiásticos recibir cargos –investiduras- de señor feudal
cualquiera. Gregorio VII no buscó que la Iglesia fuera superior al emperador, pero
tampoco permitía que continuase la compraventa de cargos eclesiásticos y el
nombramiento (investiduras) de hombres deshonestos para regir la Iglesia. Así que
escribió de puño y letra a casi todos los obispos de Italia, Francia y Alemania, a los
abades de Cluny y Montecasino, al arzobispo de Canterbury, al rey alemán Enrique IV,
al rey Felipe I de Francia, a Alfonso VI de Castilla, a Sancho de Aragón, a Guillermo
1
Cfr. RIVERO, A. Historia de la Iglesia. Siglo XI. Pp. 87-89.
2
Así rezaba: “Os rogamos y os exhortamos en Jesús, que procuréis enteraros bien del por qué y el
cómo de las tribulaciones y dificultades que sufrimos por parte de los enemigos de la Iglesia. Mi gran
preocupacón ha sido el que la santa Iglesia, madre nuestra, recuperase el decoro que le pertenece,
permaneciendo libre, casta y universal. Mas, como esto es totalmente contrario a los deseos del antiguo
enemigo, éste ha puesto en pie de guerra contra nosotros a sus secuaces, haciendo que todo se nos
pusiera en contra” (Gregorio VII, carta 64; P.L. 148,
709-710).
de Inglaterra, a los reyes de Hungría, Noruega, Dinamarca, Eslabona y al emir de
Marruecos. Quería defender los derechos de la Iglesia y promover una reforma de
costumbres.
Las normas y directivas de Gregorio VII constituyen el germen del derecho
canónico, poderoso instrumento disciplinar de la Iglesia hasta el día de hoy. No era
fácil arrancar un mal tan difundido. Reyes y señores feudales habían edificado “iglesias
propias” en “tierras propias”. Gregorio VII trató de conciliar y salvar lo salvable; no
buscó pelear sino salvar la Iglesia y sacarla del caos. Se atrajo las iras de muchos que
lo llamaron “papa del demonio, papa político”. Pero Gregorio no cedió. Echó mano
de la excomunión tanto para el emperador o rey que concedía la investidura, como
para quien la recibiese, obispos o arzobispos.
3
Enrique IV convoca a veinticinco obispos y declara depuesto al papa Gregorio en una nota que decía
así: “Enrique, rey por voluntad de Dios, a Hildebrando, desde ahora monje falso, no papa. Condenado
por el juicio de nuestros obispos, baja, deja el puesto que has usurpado. Ocupe otro la sede de
Pedro. Yo, Enrique, rey por la gracia de Dios, te digo con todos nuestros obispos: ¡Baja, baja!”. La
nota estaba firmada en Worms. A lo que el papa respondió en san Juan de Letrán: “Bienaventurado
Pedro: como representante tuyo he recibido el poder de atar y desatar en el cielo y en la tierra. Por
el honor y defensa de tu Iglesia, en el nombre de Dios Todopoderoso, prohíbo al rey Enrique que
gobierne Alemania e Italia; libro a todos los cristianos del juramento de fidelidad al rey. Prohíbo
que nadie lo sirva como rey. Quede excomulgado; que los pueblos sepan que tú eres Pedro y sobre
esta piedra el Hijo de Dios ha edificado su Iglesia”. Era la primera excomunión que un papa lanzaba
contra un rey; y por primera vez en la historia, un papa liberaba a un pueblo de la obediencia al
rey. Estos hechos tomaron a Enrique por sorpresa.
4
Recordemos que en la elección del anterior papa, Alejandro II, Enrique opuso incluso otro concilio y
un antipapa (Honorio II).
5
Castillo ubicado en los Apeninos, al sur de Parma. Allí se refugió el papa para dar una buena
lección a Enrique IV. Enrique quiso ir contra el papa, pero al darse cuenta de que el papa estaba bien
protegido y le apoyaban casi todos en Alemania, hizo una farsa de penitencia: envió unas cartas al papa
en los tonos más humildes, prometiendo y jurando que cumpliría lo que el papa mandara, a condición
de que le levantara la excomunión. Se vistió de monje penitente y, descalzo, subió hasta el castillo de
Canosa, donde por tres días imploró perdón. El papa sabía que no debía fiarse, pero la recia fibra de
Hildebrando cedió a la ternura del buen pastor. Gregorio VII levantó la excomunión a Enrique y escribió
a los obispos y príncipes alemanes en tono conciliatorio. Grave error político del papa. El Enrique
irresponsable y caprichoso olvidó pronto sus promesas y volvió a las andadas.
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También corrió por ahí una leyenda negra sobre este excelente papa. Leyenda, provocada en el siglo
XIX cuando Bismark, en su lucha contra la Iglesia, dijo: “No iremos a Canosa”. Bismark dijo que
el papa Gregorio había humillado al rey Enrique IV, cuando en realidad fue el rey quien se burló del
papa, hasta tal punto que murió en el destierro, malquistado con los príncipes alemanes.
A los ojos humanos parecía una gran derrota del papa, sin embargo, quedaba el
papado más fortalecido que nunca y con un prestigio moral jamás visto. El papa que
acababa de morir era ante la cristiandad el Vicario de Cristo. Fueron necesarios varios
decenios para zanjar definitivamente el problema de las investiduras sagradas7.
Después del papa Gregorio VII, Víctor III subió a la silla de Pedro y después
Urbano II. Éste dio a conocer su programa: “Resuelto a caminar por las huellas
de mi bienaventurado padre, el papa Gregorio, rechazo lo que él rechazó, condeno lo
que él condenó, amo todo lo que él amó y me uno en todo a sus pensamientos y
acciones”. Continuó la lucha contra la compraventa de cargos, trató de disminuir la
influencia del antipapa y continuó la reforma de la Iglesia.
DICTATUS PAPAE 8
El hecho más notable en los diez siglos de la Edad Media es el desarrollo del
poder papal. Y a hemos visto cómo el papa de Roma afirmaba ser "obispo universal" y
cabeza de la iglesia. A hora afirma ser gobernador sobre las naciones, los reyes y
7
Será en el siglo XII con el concordato de Worms (1122) y el concilio de Letrán (1123) quienes
zanjarán la cuestión diciendo: el emperador renuncia a la investidura espiritual que se concede
entregando el báculo y el anillo, pero el papa admite que el emperador conceda al obispo los poderes
temporales entregándole el cetro. En este último terreno, el obispo debe obediencia a su soberano.
8
http://www.mercaba.org/DicEC/D/dictatus_papae.htm (08/10/17)
9
HURLBUT, J. Historia de la Iglesia cristiana. Vida. P. 60
emperadores. Este desarrollo tuvo tres períodos: crecimiento, culminación y
decadencia.
A modo de resumen10
10
GONZÁLES, J. Historia del Cristianismo-Tomo I. Unilit. Miami. 2008.pp441-445
En España se daban condiciones parecidas. Como veremos más adelante, era la
época de la reconquista de las tierras que por casi cuatro siglos habían estado en poder
de los moros. En Francia, había nobles que dirigían una mirada codiciosa hacia las
tierras ibéricas, y que querían participar de la reconquista a fin de hacerse dueños
de ellas. Con el propósito de darle fuerza legal a su empresa, algunos de esos nobles
argüían que España le pertenecía a San Pedro, y que era por tanto en nombre del papado,
y como vasallos suyos, que emprendían la reconquista. Gregorio alentó tales
pretensiones. Pero su resultado fue nulo, pues por diversas razones la empresa francesa
en España no se llevó a cabo.
El éxito de los legados papales no fue mucho mayor. En Francia, el rey Felipe I
tenía varias razones de enemistad con el Papa, y por tanto los legados no fueron
recibidos cordialmente. Con el apoyo del Rey, el clero se negó a aceptar los decretos
romanos. Mientras el alto clero se oponía sobre todo a los edictos referentes a la
simonía, muchos en el bajo clero se resistían a las nuevas leyes con respecto al
matrimonio. En efecto, había buen número de clérigos casados, personas relativamente
dignas de los cargos que ocupaban, que no estaban dispuestos a abandonar a sus esposas
y familias sencillamente porque el ideal monástico se había adueñado del papado. Por
tanto, estos clérigos se vieron forzados a unirse a los simoníacos en su oposición a la
reforma que los papas propugnaban. Gregorio y sus compañeros, surgidos todos de la
vida y los ideales monásticos, estaban convencidos de que el monaquismo era el patrón
que todos los clérigos debían imitar, y en ese convencimiento, al mismo tiempo que
dañaron su propia causa creándoles aliados a los simoníacos, produjeron sufrimientos
indecibles entre el clero casado y sus familias.
En Alemania, Enrique IV se mostró algo más cordial para con los legados
papales. Pero esto no lo hizo porque estuviera de acuerdo con su misión, sino
sencillamente porque esperaba que el Papa lo coronase emperador, y no quería
granjearse su enemistad. Con el beneplácito real, los legados trataron de imponer los
decretos romanos. En cuanto a la simonía, tuvieron cierto éxito. Pero la oposición a los
edictos referentes al matrimonio eclesiástico fue grande, y tales edictos sólo se
cumplieron en parte.
Esto parecía haber quedado comprobado por el modo en que fueron recibidos
los legados papales en su misión de reformar la iglesia de los diversos reinos. Por esa
razón, en el año 1075, y después en el 1078 y el 1080, Gregorio prohibió a todos los
clérigos y monjes recibir obispados, iglesias o abadías de manos laicas, so pena de
excomunión. En el 1080, se añadía que también serían excomulgados los señores laicos
que invistieran a alguien en tales cargos.
Con estos decretos quedaba montada la escena para los grandes conflictos entre
el Pontificado y el Imperio.