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San Juan Bosco

(Juan Melchor Bosco Ochienna, también llamado Don Bosco; I Becchi, 1815 - Turín, 1888)
Santo, sacerdote y pedagogo italiano, fundador de la orden salesiana. Hijo de un humilde
matrimonio campesino, su niñez fue dura, pues después de perder a su padre tuvo que
trabajar sin descanso para sacar adelante la hacienda familiar. Se cuenta que aprendió a
leer en cuatro semanas; quería estudiar para ser sacerdote, por lo que tenía que hacer
todos los días a pie unos diez kilómetros (a veces descalzo, por no gastar zapatos) para ir
a estudiar al liceo de Chieri. Con el fin de pagar sus estudios trabajó en toda clase de
oficios.

San Juan Bosco

En 1835 ingresó en el seminario arzobispal de Turín, y en 1841 fue ordenado sacerdote.


Ya por entonces sentía una viva preocupación por la suerte de los niños pobres de los
barrios obreros de Turín, que vivía por aquellos años el auge de la Revolución Industrial, y
particularmente por su imposibilidad de acceso a la educación. Inspirándose en San Felipe
Neri y en el prelado francés San Francisco de Sales, en 1844 fundó el Oratorio de San Francisco
de Sales, cuya sede fijó dos años después en una casa de la periferia.

Estableció luego las bases de la Congregación de los sacerdotes de San Francisco de Sales,
o salesianos (1851), aprobada en 1860, y de su rama femenina, el Instituto de Hijas de
María Auxiliadora. Tales instituciones, dedicadas a la enseñanza de los niños pobres, se
desarrollaron con rapidez gracias al impulso de uno de los grandes pedagogos del siglo
XIX. Además de recibir una educación cristiana, los alumnos podían familiarizarse e
instruirse en diversos oficios, razón por la que se ha visto en Don Bosco a uno de los
precursores de la moderna formación profesional. Desde el punto de vista metodológico,
Don Bosco implantó lo que él mismo denominaba «sistema preventivo», frente al sistema
represivo tradicional.
La orden salesiana alcanza hoy en día 17.000 centros en 105 países, con 1.300 colegios y
300 parroquias, mientras que el instituto femenino de María Auxiliadora (las Hermanas
Salesianas) posee 16.000 centros en 75 países, dedicados a la educación de la juventud
pobre. Ya en vida de Don Bosco las instituciones por él fundadas llegaron a reunir más de
cien mil niños pobres bajo su protección; su fama como educador y como santo favoreció
su relación con importantes personalidades de su tiempo (entre ellas el monarca
italiano Víctor Manuel II y los papas Pío IX y León XIII) y el apoyo a su labor filantrópica.
Además de su labor educadora y fundadora, San Juan Bosco publicó más de una cuarentena
de libros teológicos y pedagógicos, entre los cuales cabe destacar El joven instruido, del que
se llegaron a publicar más de cincuenta ediciones y un millón de ejemplares sólo en el siglo
XIX.
El propio santo se encargó también de compilar y editar los llamados Sueños de Don Bosco, un
total de 159 sueños en ocasiones premonitorios que tuvo a lo largo de su vida, el primero
de ellos a los nueve años. Cuenta Don Bosco que, a esa edad, soñó que se hallaba en el
patio de un colegio y que se lanzaba a puñetazos contra un grupo de muchachos que
«decían malas palabras». Apareció entonces Jesucristo, quien le indicó que los vencería «no
con puños, sino con amabilidad», y luego la Virgen María, que anticipó su destino de
educador: su misión sería llevar la mansedumbre a los niños, una vez se hubiera hecho él
mismo «humilde, fuerte y robusto».
San Juan Bosco murió la madrugada del 31 de enero de 1888 en Turín. Durante tres días,
la ciudad piamontesa desfiló ante su capilla ardiente, a cuyo entierro acudieron más de
trescientos mil fieles. Fue beatificado en 1929 y canonizado en 1934, durante el pontificado
de Pío XI; para su canonización se presentaron seiscientos cincuenta milagros obrados por
él. Su festividad se conmemora el día de su fallecimiento, el 31 de enero.
Domingo Savio nació en Riva de Chieri (Italia) el 2 de abril de 1842.
Era el mayor entre cinco hijos de Ángel Savio, un mecánico muy pobre, y de Brígida, una sencilla
mujer que ayudaba a la economía familiar haciendo costuras para sus vecinas.
Desde muy pequeñín le agradaba mucho ayudar a la Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al
templo muy de mañana y se encontraba cerrada la puerta, se quedaba allí de rodillas adorando a
Jesús Eucaristía, mientras llegaba el sacristán a abrir.
El día anterior a su primera confesión fue donde la mamá y le pidió perdón por todos los disgustos
que le había proporcionado con sus defectos infantiles. El día de su primera comunión redactó el
famoso propósito que dice: "Prefiero morir antes que pecar".
A los 12 años se encontró por primera vez con San Juan Bosco y le pidió que lo admitiera
gratuitamente en el colegio que el santo tenía para niños pobres. Don Bosco para probar que tan
buena memoria tenía le dio un libro y le dijo que se aprendiera un capítulo. Poco tiempo después
llegó Domingo Savio y le recitó de memoria todo aquel capítulo. Y fue aceptado. Al recibir tan bella
noticia le dijo a su gran educador: "Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos un buen traje de
santidad para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto se cumplió admirablemente.
Un día le dijo a su santo confesor que cuando iba a bañarse a un pozo en especial, allá escuchaba
malas conversaciones. El sacerdote le dijo que no podía volver a bañarse ahí. Domingo obedeció
aunque esto le costaba un gran sacrificio, pues hacía mucho calor y en su casa no había baño de
ducha. Y San Juan Bosco añade al narrar este hecho: "Si este jovencito hubiera seguido yendo a
aquel sitio no habría llegado a ser santo". Pero la obediencia lo salvó.
Cierto día dos compañeros se desafiaron a pelear a pedradas. Domingo Savio trató de apaciguarlos
pero no le fue posible. Entonces cuando los dos peleadores estaban listos para lanzarse las
primeras piedras, Domingo se colocó en medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo:
"Antes de lanzarse las pedradas digan: <<Jesús murió perdonando a los que lo crucificaron y yo
no quiero perdonar a los que me ofenden>>". Los dos enemigos se dieron la mano, hicieron las
paces, y no se realizó la tal pelea. Cada día iba a visitar al Santísimo Sacramento en el templo y
en la santa Misa después de comulgar se quedaba como en éxtasis hablando con Nuestro Señor.
Un día no fue a desayunar ni a almorzar, lo buscaron por toda la casa y lo encontraron en la iglesia,
como suspendido en éxtasis. No se había dado cuenta de que ya habían pasado varias horas.
Tanto le emocionaba la visita de Jesucristo en la Santa Hostia.
Por tres años se ganó el Premio de Compañerismo, por votación popular entre todos los 800
alumnos. Los compañeros se admiraban de verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan servicial
con todos. El repetía: "Nosotros demostramos la santidad, estando siempre alegres".
Con los mejores alumnos del colegio fundó una asociación llamada "Compañía de la Inmaculada"
para animarse unos a otros a cumplir mejor sus deberes y a dedicarse con más fervor al apostolado.
Y es curioso que de los 18 jóvenes con los cuales dos años después fundó San Juan Bosco la
Comunidad Salesiana, 11 eran de la asociación fundada por Domingo Savio.
En un sueño - visión, supo que Inglaterra iba a dar pronto un gran paso hacia el catolicismo. Y esto
sucedió varios años después al convertirse el futuro cardenal Newman y varios grandes hombres
ingleses al catolicismo. Otro día supo por inspiración que debajo de una escalera en una casa
lejana se estaba muriendo una persona y que necesitaba los últimos sacramentos. El sacerdote
fue allá y le ayudó a bien morir.
Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y
le dijo: "Te podía pegar yo también porque tengo más fuerza que tú. Pero te perdono, con tal de
que no vuelvas a decir lo que no conviene decir". El otro se corrigió y en adelante fue su amigo.
Un día hubo un grave desorden en clase. Domingo no participó en él, pero al llegar el profesor, los
alumnos más indisciplinados le echaron la culpa de todo. El profesor lo regañó fuertemente y lo
castigó. Domingo no dijo ni una verdad, el profesor le preguntó por qué no se había defendido y él
respondió: "Es que Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron injustamente. Y
además a los promotores del desorden sí los podían expulsar si sabían que eran ellos, porque ya
han cometido faltas. En cambio a mí, como era la primera falta que me castigaban, podía estar
seguro de que no me expulsarían". Muchos años después el profesor y los alumnos recordaban
todavía con admiración tanta fortaleza en un niño de salud tan débil.
La madre de San Juan Bosco, mamá Margarita, le decía un día a su hijo: "Entre tus alumnos tienes
muchos que son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en virtud y en santidad a Domingo
Savio. Nadie tan alegre y tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a ayudar a todos y
en todo".
San Juan Bosco era el santo de la alegría. Nadie lo veía triste jamás, aunque su salud era muy
deficiente y sus problemas enormes. Pero un día los alumnos lo vieron extraordinariamente serio.
¿Qué pasaba? Era que se alejaba de su colegio el más amado y santo de todos sus alumnos:
Domingo Savio. Los médicos habían dicho que estaba tosiendo demasiado y que se encontraba
demasiado débil para seguir estudiando, y que tenía que irse por unas semanas a descansar en su
pueblo. Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un Padrenuestro por aquel que habría de morir
primero. Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de este mes será por mí". Nadie se
imaginaba que iba a ser así, y así fue. Cuando Dominguito se despidió de su santo educador que
en sólo tres años de bachillerato lo había llevado a tan grande santidad, los alumnos que lo
rodeaban comentaban: "Miren, parece que Don Bosco va a llorar". - Casi que se podía repetir aquel
día lo que la gente decía de Jesús y un amigo suyo: "¡Mirad, cómo lo amaba!".
Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la eternidad. Los médicos y especialistas que
San Juan Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: "El alma de este muchacho tiene
unos deseos tan grandes de irse a donde Dios, que el débil cuerpo ya no es capaz de contenerla
más. Este jovencito muere de amor, de amor a Dios". Y así fue.
El 9 de marzo de 1857, cuando estaba para cumplir los 15 años, y cursaba el grado 8º. de
bachillerato, Domingo, después de confesarse y comulgar y recibir la Unción de los enfermos, sintió
que se iba hacia la eternidad. Llamó a su papacito a que le rezara oraciones del devocionario junto
a su cama (la mamacita no se sintió con fuerzas de acompañarlo en su agonía y se fue a llorar a
una habitación cercana). Y a eso de las 9 de la noche exclamó: "Papá, papá, qué cosas tan
hermosas veo" y con una sonrisa angelical expiró dulcemente.
A los ocho días su papacito sintió en sueños que Domingo se le aparecía para decirle muy contento
que se había salvado. Y unos años después se le apareció a San Juan Bosco, rodeado de muchos
jóvenes más que están en el cielo. Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: "Lo que más me
consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos
que le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes que los espero en el Paraíso"

Laura Vicuña
(Laura Vicuña Pino; Santiago, 1891 - Junín, Argentina, 1904) Beata chilena venerada
especialmente en su país natal y en Argentina. Durante su más tierna infancia su familia
sufrió los rigores de la guerra civil de 1891, que enfrentó a partidarios y detractores del
presidente José Manuel Balmaceda (1886-1891).

Laura Vicuña

La pequeña Laura había sido bautizada en la Parroquia de Santa Ana de Santiago (la misma
en que sería bautizada Santa Teresa de los Andes), y después del fallecimiento de su padre en
1894, su madre, Mercedes Pino, emigró a Argentina, donde se empleó en una hacienda en
Quilquihue.
En Argentina, Mercedes Pino llevó a sus hijas a un colegio de las religiosas María
Auxiliadora, en Junín, perteneciente a la congregación que había fundado Don Bosco. La
relación de concubinato de su madre con el dueño de la hacienda, Manuel Mora, hizo sufrir
enormemente a Laura. Profundamente religiosa, a los 10 años ofreció su vida a Dios "para
reparar las ofensas que recibes de los hombres, en especial de las personas de mi familia",
promesa ésta que reiteró ante su confesor al confirmarse.
Laura Vicuña contrajo una grave enfermedad que soportó de forma estoica, hasta fallecer
a los 13 años. En 1988 fue proclamada beata por el Papa Juan Pablo II, quien señaló en su
homilía: "La beata Laura Vicuña, gloria purísima de Argentina y Chile, despierta un
renovado compromiso espiritual en estas dos nobles naciones". La festividad de la beata
Laura Vicuña se celebra el 22 de enero.

Ceferino Namuncurá (1886-1905)

La santidad de Ceferino es expresión y fruto de la espiritualidad juvenil salesiana, una espiritualidad hecha de
alegría, de amistad con Jesús y María, de cumplimiento de los propios deberes y de entrega por los demás.
Ceferino representa la prueba más convincente de la fidelidad con la que los primeros misioneros mandados
por don Bosco lograron repetir aquello que él había hecho en el Oratorio de Valdocco: formar jóvenes santos.
Este sigue siendo nuestro compromiso de hoy, en un mundo que necesita jóvenes impulsados por un claro
sentido de la vida, audaces en sus opciones y firmemente centrados en Dios mientras sirven a los demás.

La vida de Ceferino es una parábola de tan sólo 19 años, pero rica de enseñanzas.

Nació en Chimpay el día 25 de agosto de 1886 y fue bautizado, dos años más tarde, por el misionero salesiano
don Milanesio, que había mediado en el acuerdo de paz entre los mapuches y el ejército argentino, haciendo
posible al papá de Ceferino conservar el título de "gran cacique" para sí, y también el territorio de Chimpay
para su pueblo. Tenía 11 años cuando su padre lo inscribió en una escuela estatal de Buenos Aires, pues quería
hacer del hijo el futuro defensor de su pueblo. Pero Ceferino no se encontró a gusto en aquel centro y el padre
lo pasó al colegio salesiano "Pío IX". Aquí inició la aventura de la gracia, que transformaría a un corazón
todavía no iluminado por la fe en un testigo heroico de vida cristiana. Inmediatamente sobresalió por su interés
por los estudios, se enamoró de las prácticas de piedad, se apasionó del catecismo y se hizo simpático a todos,
tanto a compañeros como a superiores. Dos hechos lo lanzaron hacia las cimas más altas: la lectura de la vida
de Domingo Savio, de quien fue un ardiente imitador, y la primera Comunión, en la que hizo un pacto de
absoluta fidelidad con su gran amigo Jesús. Desde entonces este muchacho, que encontraba difícil "ponerse
en fila" y "obedecer al toque de la campana", se convirtió en un modelo.
Un día —Ceferino ya era aspirante salesiano en Viedma— Francesco De Salvo, viéndolo llegar a caballo
como un rayo, le gritó: "Ceferino, ¿qué es lo que más te gusta?". Se esperaba una respuesta que guardara
relación con la equitación, arte en el que los araucanos eran maestros, pero el muchacho, frenando al caballo,
dijo: "Ser sacerdote", y continuó corriendo.

Fue precisamente durante aquellos años de crecimiento interior cuando enfermó de tuberculosis. Lo hicieron
volver a su clima natal, pero no bastó. Monseñor Cagliero pensó entonces que en Italia encontraría mejores
atenciones médicas. Su presencia no pasó inadvertida en la nación, pues los periódicos hablaron con
admiración del príncipe de las pampas. Don Rúa lo hizo sentar a la mesa con el consejo general. Pío X lo
recibió en audiencia privada, escuchándole con interés y regalándole su medalla "ad principes". El día 28 de
marzo de 1905 tuvo que ser internado en el Fatebenefratelli (Hermanos de San Juan de Dios) de la isla
Tiberina, donde murió el día 11 de mayo siguiente, dejando tras de sí una impronta de voluntad, diligencia,
pureza y alegría envidiables.
Era un fruto maduro de espiritualidad juvenil salesiana. Sus restos se encuentran ahora en el santuario de
Fortín Mercedes, de Argentina, y su tumba es meta de peregrinaciones ininterrumpidas, porque goza de una
gran fama de santidad entre el pueblo argentino.

Ceferino encarna en sí los sufrimientos, las angustias y las aspiraciones de su gente mapuche, la misma gente
que a lo largo de los años de su adolescencia encontró el Evangelio y se abrió al don de la fe bajo la guía de
sabios educadores salesianos. Hay una expresión que recoge todo su programa: "Quiero estudiar para ser útil
a mi pueblo". En efecto, Ceferino quería estudiar, ser sacerdote y volver entre su gente para contribuir al
crecimiento cultural y espiritual de su pueblo, como había visto hacer a los primeros misioneros salesianos.

Al santo nunca se le puede comparar con un meteoro que atraviesa imprevistamente el cielo de la humanidad,
sino que más bien es el fruto de un largo y silencioso engendro de una familia y de un pueblo que quieren
plasmar en aquel hijo sus mejores cualidades.

La beatificación de Ceferino es una invitación a creer en los jóvenes, también en los que apenas han sido
evangelizados, y a descubrir la fecundidad de Evangelio, que no destruye nada de aquello que es
verdaderamente humano, y la aportación metodológica de la educación en este estupendo trabajo de
configuración de la persona humana que llega a reproducir en sí la imagen de Cristo.

Quien piense que la fe religiosa es una forma de adaptación o de falta de compromiso por el cambio social, se
equivoca, pues es totalmente lo contrario, ya que se convierte en la energía que hace posible la transformación
de la historia. La santidad, que para algunos evoca la singularidad de una condición considerada poco
adherente a la vida cotidiana, significa, por el contrario, la plenitud de la humanidad puesta en práctica. El
santo es una persona auténtica, realizada y feliz. Los testimonios de los contemporáneos de Ceferino son
unánimes al afirmar la voluntad de su corazón y la seriedad de su compromiso. "Sonríe con los ojos", decían
los compañeros. Era un adolescente admirable, santo, que hoy puede —debe— ser propuesto como modelo y
ejemplo a los jóvenes. Toda la Familia Salesiana de Argentina, reconocida a Dios por el extraordinario don
que le ha concedido en Ceferino, tiene la obligación de sentirse responsable de mantener viva su memoria, y
de estar convencida de que puede continuar proponiendo a los jóvenes itinerarios concretos de santidad.

Mientras alabamos y damos gracias al Señor por este nuevo pequeño baldosín del bello mosaico de la santidad
salesiana, renovemos nuestra fe en los jóvenes, en la inculturación del Evangelio y en el sistema preventivo.

D. Pascual Chávez Villanueva, s.d.b


rector mayor

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