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Todos somos iguales porque tenemos los mismos derechos y, a la vez, todos tenemos
diferencias que forman parte de nuestro origen o de nuestra historia personal.
Cada persona tiene sus propias emociones, cultura, lengua, en fin, una serie de valores que
conforman la propia identidad. Cada persona es una ser único.
Los hombres y las mujeres, en tanto que seres humanos, somos iguales, y esto hace que
tengamos las mismas necesidades y los mismos derechos: a la educación, al trabajo, a un
trato digno, a ser valorados, al respeto a nuestras ideas y decisiones, a ser libres.
Pero nos diferencian nuestras costumbres, nuestra forma de vestirnos, nuestros gustos, la
forma de hablar, de pensar, las creencias religiosas, la edad, e incluso aquellas cosas en las
que cada uno de nosotros destaca por encima de los otros. Y todas esas diferencias nos hacen
ser personas únicas.
Pero lo que a mí me parece evidente es que, por encima de todas las diferencias, nuestro
valor como personas es el mismo.
La verdad es:
Todos somos diferentes y esos es perfecto, pero evidenciar a todos nos siempre es fácil, por
que todos no siempre significa: todos. Pues para integrar a todos hay que considerar a cada
persona con una participación real y activa. Y lo que en realidad sucede es que hay una
fragmentación constante para diferenciar al otro. Con la intención de integrar, le ponemos a
las personas nuestros propios canones, nuestras propias reglas y etiquetas para diferenciarlo
de lo “normal” y hacerlo diferente, para darle una identidad diferente a la de ella o él para
aceptarla. Negamos la diferencia.
En una sociedad libre se debería cultivar las diferencias, porque significa una riqueza
increíble. Juntos somos complementarios, pero el primer paso para excluir a alguien es no
verlo, no nombrarlo, volverlo invisible, sin preguntarnos ¿qué siente el que no es mirado?
Esos obstáculos son la forma arrogante a nivel colectivo que nos lleva a remitirnos como la
norma vs lo diferente. Cuando lo normal es una construcción controvertida a partir de la
estadística para comparar, para sincronizar, pues para cada quien, es para sí mismo el 100%.
Cuando hablamos de normal es porque pintamos nuestra raya, y fuera de ahí, se excluye. Y
en un principio lo “normal” lo fijaba la estadística, pero ahora son los medios de difusión
masiva quienes establecen los canones aspiracionales a los que nos debemos someter para
ser aceptados. Quizás te interese leer: Discriminación el origen del bullying
Los “otros”, los “diferentes” no forman parte, por que cuando se les considera en los medios
masivos de comunicación no son parte ni personajes sino funciones en el relato: el indígena,
el homosexual, el gordo. Los excluidos no están presenten en la estadística, para que ellos
mismos acepten que ellos no pueden y sigan excluidos. La heterogeneidad del grupo es una
riqueza para construir el lugar donde vivimos.