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El día que di Anato con 4.

Luego de una decepción inicial en el estudio de una carrera técnica de un año de duración, la cual
abandoné cuando sólo me faltaba el último año, y duramente coaccionado por mis padres, decidí
inscribirme en medicina. Me había preparado sólidamente para el ingreso, dejando algunos flancos
débiles. Ese año fue excelente en la historia de la facultad, con tan sólo tres reprobados de 1528
alumnos: yo y 2 malogrados jóvenes orientales que se suicidaron el uno al otro después del
fracaso. Hoy creo que, en parte, mi posterior éxito en el pregrado y a posteriori en la práctica se
debe al riguroso método de estudio que ejercité durante los cuatro años que aspiré a ingresar en la
facultad. Al quinto año se decretó el ingreso irrestricto y fue entonces cuando se me facilitó
enormemente el mismo, aunque algunas trabas de orden administrativo casi me dejaron afuera y
gracias a una cuña del poder político ingresé a los 6 meses de comenzado el primer año de
carrera, a mediados de septiembre, pero sin posibilidad ninguna de rendir finales. A decir verdad,
fueron dos las vías que me llevaron a esta instancia. La primera ya fue mencionada, la segunda fue
que reprobé todos los parciales.
Al tercer año de carrera, mientras cursaba Anatomía, establecí una fluida relación con Natalia, una
compañera 10 años menor. Desde siempre noté un trato preferencial de Nato hacía mí, y me
encantaba verla reírse de mis ocurrencias; en especial se reía cuando me tocaba contestar alguna
pregunta en clase, pero después comencé a sospechar que solamente se reía en esas
circunstancias y casi sin motivos. Su risa, además, debería ser muy contagiosa porque con ella se
reían el alumnado todo y el mismísimo profesor.
En poco tiempo, el mutuo deslumbramiento fue convirtiéndose en obsesión. Se acercaba el
examen final, y me propuse con firmeza entablar un diálogo, ya que por timidez no había
contestado ninguna de las numerosas cartas que le había enviado, ni levantaba la vista cuando la
saludaba, pretendiendo de un modo infantil, hacerme creer a cada instante que yo no existía. Esa
aparente fría indiferencia, fue para mí la más caliente de las calderas, y cada nuevo desplante, el
más preciado leño que la mantenía. Muy pronto, todo en ella fue obsesión. Su dorada cabellera
con hermosas nacientes azabache, sus ojos color noche y rasgados, la porosa piel del color de sus
ojos, los voluptuosos labios, el superior montado al inferior para hacer alarde de una graciosa
cicatriz leporina, su mentón generoso, ornamentado con un delicado hoyuelo central, su talla
hercúlea, su figura rolliza. Todo en Nato era perfecto , y hasta el más exquisito artista plástico se
hubiese declarado incompetente a la hora de mejorar su belleza. Empero, de todo, lo que más me
obsesionaba era su voz. Me refiero a conocerla, ya que jamás había pronunciado una palabra en
mi presencia.
Comencé a penar por amor, y pronto noté una merma significativa en la capacidad de
concentración, y en mi dedicación al estudio, aunque esto no representó un deterioro en los
resultados, que ya eran de por sí muy malos. Me recluí en mi pensión, dejé de alimentarme,
terminé por perder el escaso interés que tenía por la higiene personal y el arreglo. Falté durante 5
semanas consecutivas a las clases teóricas y prácticas, lo cual finalmente motivó lo preocupación
de un grupo de amigos de cursada. Recuerdo la tarde que el Lucho Ramírez, Tito Basavilvaso, el
rengo Gómez – Gogomez para los amigos -, y mi hermano, Donato Padilla, aparecieron en el
umbral de mi cuarto.
- ¿Qué pasa Hilario, volvés a dejar Anatomía?, me disparó Gogomez.
- Es probable...el corazón desactivó mi cabeza.
Mi hermano comenzó a reírse.
- ¡ En hora buena, Hilario ! Encontramos la causa de tus males
- No lo cargués que está enamorado, dijo el Lucho, el más comprensivo de mis amigos.
- Contra quién?-Preguntó mi hermano, con su particular humor, que nunca comprendí demasiado.
- Natalia Argüello, la gorda sin cuello! Dijo el ocurrente de Tito, y reconozco que esbocé una
sonrisa.
Decidí responder a sus preocupaciones, contándoles los pormenores de mi relación ( sé que la
palabra es un exceso ). De la charla surgieron consejos, estrategias de abordaje, líneas de
seducción, las cuales fui poniendo en práctica en días subsiguientes, cuando decidí regresar a la
facultad. No quiero ser malinterpretado, digo regresar a la facultad y no reiniciar los estudios, ya
que el amor de Natalia fue más importante que aprobar la primera materia y se convirtió por
entonces en mi único objetivo. Me rechazó sistemáticamente: en la confitería, donde me arrojó un
café hirviendo a la cara, al final de un pasillo donde me insultó cuando le confesé mi amor, en el
interior del baño de caballeros, donde ingresó acaudillando una barra de amigos la tarde de la
diarrea pertinaz, quienes me golpearon hasta dejarme inconsciente y desparramado entre las
emanaciones de mis propios desechos. Estos actos menores, llenos de un amor oculto me
mantenían a la expectativa por ganar su corazón de una vez y para siempre.
La oportunidad no tardó en aparecer. El de arriba, que todo lo sabe, ( me refiero a don Segundo
Ochoa, que vive en el cuarto del tercer piso), me informó que Nato iría a la pensión esa misma
tarde a preparar el examen final con su hija Décima Ochoa. Desconozco como se enteraron mis
amigos del hecho. Lo cierto es que pasadas las 15 horas, ingresaron bruscamente a mi cuarto,
arrastrando un cuerpo de colosales dimensiones, maloliente, que para mi sorpresa resultó ser
Natalia. Lo que sigue me da pudor y no quiero hacer un relato detallado. Fui mudo e involuntario
testigo de cómo Donato, Lucho, Tito y Gogomez , desnudaban a Nato a los gritos de : ¡ gorda
horrible!, y procedían a saciar su sed viril al unísono sobre su cuerpo indefenso.
Cavilé por unos instantes. El enamorado y el degenerado batallaron en mí, y tomé una resolución,
la única posible, la que me redime como hombre y guarda para siempre mi buen nombre y mi
honor.
Ese día le día a Nato con 4.

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