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Creo que muchos de nosotros hemos leído sobre dictadura y fútbol. El caso más sonado es
el de Argentina 78. Jorge Rafael Videla utilizó el fútbol como plataforma política de su
“buen” gobierno. A sabiendas de que en Argentina el fútbol es una religión. Sabemos que
Videla instrumentalizó el fútbol para decirle al mundo que en Argentina todo estaba bien.
Ahora sabemos que todo era humo y espejos, porque la Argentina estaba siendo detenida,
torturada y asesinada.
Por otro lado, se ha cuestionado el triunfo de Argentina sobre Perú en el Mundial del 78,
triunfo que le dio a la albiceleste el pase a la final de dicho torneo. Argentina necesitaba 4
goles para estar en la final, hizo seis goles. Esto produjo una polémica muy intensa, a tal
grado que fue desmentida por los mismos jugadores argentinos que ganaron la Copa del
Mundo en 1978, al respecto Mario Kempes argumentó que ganaron la Copa con la jersey
de la Argentina y no con uniformes militares. Al quite salió también el jugador peruano
Rodulfo Manzo en 1979, quien desmintió el supuesto soborno de 250.000 dólares. El
periodista argentino Andrés Burgo dice que lo que no se había publicado era que el
resultado abultado de los seis goles se debiera a un pacto entre gobiernos militares. Esto se
publicó en The Sunday Times, el mismo día en que Argentina disputó el partido del siglo el
22 de junio de 1986. La acusación del Sunday Times era doble: también se añadía que
varios futbolistas argentinos contravinieron las reglas del antidoping, pues absorbieron
fuertes dosis de anfetaminas. Señala Andrés Burgo que el escrito provenía de Buenos Aires,
de la pluma de la periodista argentina María Luisa Avignolo, quien debió recluirse unos
días en Uruguay. En 2016, Andrés Burgo señala que 35 años después no existen pruebas
definitivas del supuesto soborno o fraude.
Dejando de lado la situación específica del fútbol argentino, quiero ahora detenerme a
pensar un poco en el caso de nuestro país. De entrada, una cosa debe quedarnos clara, el
fútbol es un reflejo de nuestra sociedad. Está inmerso en ella y no puede escapar a sus
circunstancias políticas. La estrategia política y nuestra ciega memoria histórica son la
operación perfecta para no darnos cuenta. Pienso por ejemplo en la devaluación del peso en
el gobierno de Adolfo López Mateos, la estrategia: devaluar el peso el día sábado para que
nadie fuera con sus ahorros a los bancos. Baste esto como ejemplo de la estrategia política,
¿y el asunto de nuestra memoria histórica? Los nahuas tenían conciencia de su memoria
histórica, pero ¿y nosotros?
Queda de nosotros si haremos oídos sordos o si luego olvidaremos si hubo una tranza más
el 1 de julio de 2018. Al menos ya no somos tan ingenuos: cuando escuchamos hablar a un
político detectamos en su misma entonación, en el ritmo en como dice las palabras, en su
lenguaje corporal (obsérvese la postura de sus brazos) su falsedad, nos dice en ese lenguaje
artificial que seguramente no tiene ni de idea de lo que significa lo que dice y que lo que
promete no tiene porqué cumplirlo pero se lo tenemos que creer. El chiste es prometer
imposibles y argumentar ad hominem, en lugar de proponer posibles mejoras para la
condición de vida de los mexicanos. En nuestro país nos da risa y nos divierte la ignorancia
de nuestros gobernantes, pero tengamos cuidado, porque como dice Solón: “Si aplaudimos
estas cosas en broma, pronto nos veremos reverenciándolas en serio”.