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“Somos una especie en viaje

No tenemos pertenencias sino equipaje


Vamos con el polen en el viento
Estamos vivos porque estamos en movimiento
Nunca estamos quietos, somos trashumantes
Somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes
Es más mío lo que sueño que lo que toco
Yo no soy de aquí
Pero tú tampoco.”
“ Movimiento”, Jorge Drexler

Migraciones contemporáneas en Chile: ¿interculturalidad forzada o


mecanismos voluntarios en el aparato público?

Coloquio “El Poder del encuentro”, Ministerio de las Culturas, el Arte y el Patrimonio.
Centro Cultural Gabriela Mistral GAM, Santiago de Chile, 26/07/2018.

Juan Pablo Gutiérrez Mangini.*

La discusión sobre las migraciones contemporáneas hoy es un factor


ineludible de la agenda pública. El Estado y sus instituciones se han visto
interpeladas por una realidad que es intrínsecamente cambiante, móvil, una realidad
que ha modificado el habitar cotidiano de las ciudades y zonas rurales del país.
En este proceso de llegada muchas veces la acogida a los migrantes no es la mejor,
y esto obedece a múltiples factores donde quiero partir por destacar la poca
flexibilidad de instituciones y organizaciones sociales para relacionarse/adaptarse a
los ciclos contemporáneos de migración internacional.

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*Sociólogo, Universidad de Artes y Ciencias Sociales de Chile. Magíster en Ciencias Sociales,
Universidad de Chile. Actualmente se desempeña como Coordinador de la Oficina Comunal de
Migraciones de la Municipalidad de La Pintana, Santiago de Chile.
Chile, en menos de cuatro décadas, pasó de ser un emisor de población a un país
que hoy empata sus tasas netas de flujos migratorios, haciendo casi pares sus
números en materias de emigración e inmigración. Nuestros propios horrores
históricos que hicieron expulsar a miles de compatriotas en la década del 70
enseñaron, o por lo menos deberían hacerlo, que la historia se escribe como una
constante.

Hoy el imaginario “blanco”-europeo de este país armado a la fuerza por quienes


aniquilaron a pueblos originarios y cualquier trazo de “etnia” africana y/o andina que
pudo hallarse, es el que se ve interpelado. Quienes mueven estos imaginarios son
los vecinos y vecinas afrodescendientes de este lado del mundo, la denominada
migración sur/sur que se da al interior del continente latinoamericano y el Caribe.

Siguiendo a Achille Mbembe (teórico camerunés), hablar de negritud y de “raza” es


lo mismo, parecieran estar subsumidos al mismo significado y significante. En boca
de nadie hoy en Chile se asocia esta idea racial si no es a lo afro, a lo “negro”, como
el lenguaje popular lo señala. Lo negro fue inventado para generar exclusión. La
negritud se remite siempre a sus orígenes, a su “desde donde viene” a sus formas
y a su saber cultural.

Y es que hablar de negro así, con todas sus letras, parece no ser bien recibidos en
algunos circuitos de discusión y de trabajo. Yo aquí lo señalo en su formato político,
en su reivindicación más potente e histórica, en las expresiones de lucha que
combatieron la esclavitud, el apartheid, las redadas policiales estadounidenses y
tantos otros episodios. Decir negro, es también decir resistencia.

La “raza” es también el nombre del sufrimiento. Es esta “categoría bastarda”


descansa la frecuencia de humillaciones, injurias y violencia que tienen que soportar
muchos migrantes en Chile. El rechazo es algo cotidiano, y ya el año 2015 se
exponía en un seminario abierto en la Casa Central de la Universidad de Chile, en
donde en un proceso de años que lideró María Emilia Tijoux, y que se coronó con
la publicación del libro “Racismo en Chile: la piel como marca de la inmigración”, se
exponían los efectos del racismo en el Chile contemporáneo.

La tesis en ese momento era directa: la migración en Chile se está


racializando/sexualizando, así, todo junto, porque no era posible pensarlo por
separado. Las mujeres afrocaribeñas estaban llenando los espacios de la
vergüenza de la “masculinidad nacional” (cafés con pierna, cabaret, despedidas y
bienvenidas de solteros, entre otras), poniendo a disposición su “afectuosidad
caribeña” para servir al hombre nacional. Los hombres también sexualizados,
puestos en el lugar de la fantasmagoría hipersexualizada. Ambos pensados como
objetos, como artículos decorativos. (Proyecto Fondecyt 1130203)

¿Es posible en estos contextos pensar la interculturalidad? ¿Qué tipo de


interculturalidad? Acaso, ¿la única forma de vernos es través de la diferencia, de lo
diverso?

Quiero partir por centrarme en el concepto de “diversidad cultural”, y es que las


culturas no solo son diversas, cuestión obvia, sino que también son desiguales, esto
en virtud de que se encuentran inscritas en contextos de desigualdad económica-
social que definen muchas veces las posibilidades de establecer diálogos y
relaciones horizontales.

Los pueblos y las culturas han sido considerados históricamente como


individualidades cerradas sobre si mismas, como unidades que en contacto, en el
poder del encuentro, logran crear nuevas relaciones que se propician en el habitar
diario del espacio. Parece más cierto pensar que los conflictos que se originan entre
culturas tienen una raíz mucho más de interacción simbólica que de “diferencias
culturales”. Es más bien el “habitus”, eso que traigo conmigo producto de mi
socibilización, lo que puede impactar a un “otro”. En otras palabras: mi forma distinta
de habitar.
La invitación que hoy se hace es a pensar también la interculturalidad. Este lugar
“puerto de destino”, estado ideal de las relaciones sociales diversas. No creo posible
pensarlo sin revisar al paradigma con el que se han establecido los Estado-Nación
desde mitad del siglo XX en adelante: la multiculturalidad. Según Jacques
Demorgon, me permito citar “Este ha sido un discurso que enfatiza y valora la
diferencia, designa fronteras a las identidades nacionales y tiende al relativismo
cultural. Este paradigma ignora la desigualdad cultural. Este paradigma en Europa,
por ejemplo, abre recurrentemente el debate sobre cuál serían los límites que tienen
los migrantes extranjeros de recrear sus modelos culturales en el país de llegada,
sobre todo con la experiencia de la migración musulmana.” (Demorgon, 2012)

En cambio, la interculturalidad enfatiza la interacción entre las culturas, hay una


visión procesal de las culturas, minimiza las diferencias y cuestiona las fronteras
culturales. Ahora bien, la interculturalidad se desarrolla de manera voluntaria,
basada en los valores del humanismo o se puede desarrollar también de manera
fáctica, de abajo hacia arriba, como instrucción política más que como
convencimiento. Muchas veces la visión intercultural voluntaria está subsumida por
una lógica fáctica que no reconoce las asimetrías socio-económicas como ya se
mencionó.

Así, muchas veces las figuras de lo multi e intercultural son usadas para darle un
mejor nombre y rebautizar las diferencias de clase, sexo y raza hechas piedra en
las relaciones sociales y así hablar de forma decorosa de “diferencias culturales”.

El caso de La Pintana:

La Pintana es una comuna que se formó por movimientos migratorios al interior de


Santiago. Los desplazados de las zonas que los ricos querían habitar llegan al sur
y con ingenio de pobladora y poblador le dan origen a una comuna constantemente
olvidada por la política pública. Una comuna que tiene que hacer campañas para
ser considerada en la oferta programática de la ciudad (red de metro), una comuna
y que muchas veces es solo conocida por sus conflictos, haciéndose símbolo de la
criminalización de la pobreza que tanto gusta hacer en ciertos sectores de la
sociedad.

Pese a lo anterior, no es menos cierto que La Pintana es una comuna


extremadamente homogénea en su pobreza. Así lo revelan estudios recientes como
el “Índice de Calidad de Vida Urbana de Comunas y Ciudades de Chile” elaborado
por la Universidad Católica y la Cámara Chilena de la Construcción (2018) el cual
sitúa a la comuna con el nivel más bajo de toda la medición que incluyó 93 comunas
estudiadas.

A nivel de pobreza multidimensional (considerando ingresos, entorno y redes), el


diagnóstico es más crítico todavía. La Pintana alcanza un nivel de 42,4% de pobreza
(CASEN 2015). Siendo la comuna que presenta los datos más críticos de la Región
Metropolitana. Solo seguida por el 35,6% que marca la comuna de Cerro Navia.

Pero La Pintana, entre muchas otras cosas, es también creatividad desde el espacio
público. Su Municipalidad, con el ingenio de múltiples funcionarios que han pasado
durante los años por este espacio, ha sido pionera en acciones por la integración y
participación de públicos diversos. Un ejemplo de esto fue la conformación en los
años 90 del primer programa a nivel nacional orientado al trabajo con población
viviendo con VIH/SIDA y diversidades sexuales. Programa que sirvió como modelo
para otros municipios que durante el tiempo han desarrollado iniciativas para el
mundo de las diversidades sexuales. Creo que es muy importante mencionarlo, me
permito esta licencia.

Otra iniciativa que involucra un trabajo directo con población migrante es el


Programa Apoyo a Migrantes, Programa que en unos meses más pasará a ser la
Oficina Comunal de Migraciones e Interculturalidad, proceso que lidero y que no
hubiera sido posible sin el trabajo cotidiano de un equipo completo.

Hace un año ya asumimos la labor de coordinar este Programa. Al momento de


llegar, los registros nos decían que de la iniciativa municipal participaban 280
personas, o dicho de otra forma, eran 280 personas las que habían pasado por los
servicios del programa. Hoy, el registro muestra 1.489 personas. Hemos crecido por
5 en 12 meses, teniendo una oferta programática de iniciativas y de atención al
público que se ha construido con ingenio y a pulso.

Una de nuestras líneas de acción es territorialidad y gestión comunitaria, en donde


tenemos un encargado directo que es el responsable de mediar en torno a las
necesidades de corte socio-cultural, principalmente, que tienen los residentes
migrantes en la comuna. De ahí han nacido iniciativas como los cursos de español
con enfoque en inserción laboral, que mediante un juego de roles inspirado en el
sociólogo Erving Goffman (la teatrealidad de lo social), nos ha permitido no solo
enseñar el idioma, sino también apoyar la siempre importante gestión de un empleo.

Rechazamos los enfoques que crean y recrean actividades masivas exclusivas para
migrantes, creemos que precisamente en la participación de todas y todos está
posibilidad concreta de avanzar a horizontes de reconocimiento y buen vivir.
Trabajamos por visibilizar el aporte de trabajadoras y trabajadores migrantes,
sabiendo que el acervo de sus saberes es un insumo valioso que tiene que ponerse
en valor con el apoyo de la estructura pública.

Somos un programa que quizás problematiza más de la cuenta, siempre recuerdo


el debate interno en torno a si era recomendable organizar juntos a los colectivos
migrantes la celebración de fechas patrias. Decíamos: ¿será recomendable
exacerbar la cuestión nacionalista en contextos donde la xenofobia es real y termina
en muchos casos en episodios de violencia? La discusión también se traspasó a la
comunidad, y en una asamblea migrante un ciudadano haitiano comentó que para
ellos celebrar el Día de la Bandera era importante. Ellos celebraban su
independencia ya que fue una de las primeras de este lado del mundo, solo 20 años
después de la de Estados Unidos. Esta fue una insurrección de esclavos, que dio
luz a una de las constituciones políticas más radicales del mundo. La constitución
que nació de ahí prohibió los títulos nobiliarios, instauró la libertad de culto y se
opuso a los conceptos de propiedad y de esclavitud. ¿Cómo no celebrarlo?
Por último, quiero agradecer por parte de la Municipalidad de La Pintana esta
posibilidad. Cuenten con un aliado territorial en este trabajo que llevan adelante,
estaremos ahí para lo que necesiten.

Muchas gracias.

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