de oír en tono decidido y severo, mientras que para sus aden- tros piensan: ¿Pero me estás escuchando tú a mí? Y tienen razón. Los niños tienen fama de no escuchar a los adultos, pero a me- nudo son los adultos los que no escuchan a los niños. Con fre- cuencia los adultos no prestan atención a lo que dicen los niños. La pregunta del adulto demanda, por lo general, obediencia. La del niño es más bien una súplica para que se le escuche. Aunque todos hayamos sido niños, y aunque la mayoría de nosotros hable cada día o cada semana con niños, sigue siendo difícil comunicarse realmente con ellos. Apenas existe literatura sobre cómo conversar con niños, y todavía menos con niños pequeños. Prácticamente no se han realizado investigaciones científicas sobre el tema. Lo único que se ha tratado son las diferencias de comunicación entre los adul- tos y los niños. Sin embargo, se ha prestado poca atención al modo en que los adultos conversan con los niños y cómo pue- den comunicarse partiendo de sus posibilidades e imposibilida- des. En la actualidad se le va prestando cada vez más atención al niño (Delfos, 2001). La Convención sobre los Derechos del Niño cumplió 10 años a comienzos del siglo xxi (VIRK, 1990). En vista del creciente interés por su opinión, comienzan a aflo- rar algunas investigaciones sobre la manera de llevar a cabo u n