Você está na página 1de 15

REVISTA DIGITAL

Un suicidio periodístico. Breves ensayos sobre la crítica literaria


Paloma Torres - 29-12-2011

Hay grandes temas que se consideran suicidios periodísticos. Tal vez uno de ellos
sea la crítica literaria. Algunas de las voces muy acreditadas y convocadas a
pronunciarse comentan que nadie, o apenas nadie, lee ya las críticas. ¿Quién leerá
entonces unos textos, no ya de crítica, sino sobre la crítica? Proponerlo significa
tensar la soga.

A pesar de todo, merece la pena abordar un gran contenido suicida y sugerirles a


los lectores un suicidio colectivo. Los asuntos más interesantes de la vida se
mueven normalmente más allá de los criterios prácticos, superándolos. Y la crítica
literaria es una actividad apasionante e imprescindible (si es ejercida con
honestidad). El buen crítico literario es un tipo insomne, ha de permanecer siempre
en vela, pues nunca sabe a qué hora llegará una gran obra y debe mantener los
oídos y los ojos abiertos para saber identificar y argumentar qué ha encontrado de
valioso o de reprochable en una pieza que le cae entre las manos.

Como un centinela nocturno de algún cuento olvidado de la infancia, su tarea es


defender la literatura, apostarse ante una imaginaria puerta de entrada y observar a
los personajes que quieren franquearla con mirada aguda (no totalmente
desprejuiciada, sería ésta una renuncia imposible, pero sí con voluntad de
comprensión y buscadora de una máxima objetividad que le trasciende): no puede
permitir que le confundan las viles apariencias, reverenciar al que viste como un
príncipe y desdeñar a quien parece un mendigo. El crítico de ojos incisivos tiene
que intentar detectar la esencia, y debe fidelidad, sobre todo (o mejor, únicamente),
al texto mismo. Debe dejarse sorprender por él, permitir que sea él quien señale la
naturaleza de la crítica, aceptarlo como un compañero que por un rato suaviza la
soledad del vigilante nocturno. El crítico es humilde porque tiene que quedarse
siempre junto a la puerta que guarda, en su papel de mediador, dejando el
protagonismo a la obra, sin intentar inmiscuirse en lo que sucede detrás, una vez
abierta aquella. ¿Es ésta una visión idílica e infantil de la crítica? Idílica, sí: la crítica
desde luego se mueve hoy en día en terrenos menos míticos y más pantanosos, más
mezclados de realidades inmediatas y de intereses extraliterarios. ¿Infantil? No
tanto, pues no existe aquello en lo que no se cree, y por ello hay que mantener los
ideales en el horizonte, para tender hacia ellos en la medida de lo posible, dentro de
los márgenes de color siempre gris de la realidad.

1
A estas críticas páginas sobre la crítica han prestado su voz figuras muy
legitimadas para retratar el tema, en su naturaleza y en su actual situación. Según el
escritor Enrique Vila-Matas la labor del crítico puede compararse con la de la
policía, para Eduardo Jordá (escritor, traductor y crítico literario) una buena crítica
no debería distinguirse demasiado del veredicto de una agencia de calificación
bursátil; Santos Sanz Villanueva (escritor, ensayista, profesor de la Universidad
Complutense de Madrid y crítico regular de ‘El Cultural’ de El Mundo) ve al crítico
como un cazador que sale al campo olfateando una pieza única y exuberante. A sus
aproximaciones se suman otras. Ignacio Echevarría, editor y crítico literario,
durante años desarrolló su actividad en el suplemento ‘Babelia’, de El País, y en la
actualidad colabora asiduamente con ‘El Cultural’ de El Mundo y con la ‘Revista de
Libros’ de El Mercurio, de Santiago de Chile. Eduardo Lago, escritor, traductor y
crítico regular del suplemento ‘Babelia’, fue director del Instituto Cervantes de
Nueva York. Javier Rodríguez Marcos, poeta y escritor, fue redactor y crítico del
suplemento ‘ABC Cultural’, del diario ABC, y actualmente lo es de ‘Babelia’. Isabel
Núñez es escritora, traductora, y crítica literaria (escribe en el suplemento
‘Cultura/s’ de La Vanguardia, Letras Libres y Metrópolis). José María Pozuelo
Yvancos, catedrático de la Universidad de Murcia, teórico y crítico literario de ‘ABC
Cultural’, acaba de publicar (como director) Las ideas literarias (1214-2010),
volumen octavo de la Historia de la literatura española.

En textos independientes firmados por cada uno de ellos, que muestran libremente
sus estilos y sus enfoques diversos, abordan el tema de la crítica literaria, haciendo
hincapié en cuál es su quehacer, cómo se vive, e identifican sus grandes riesgos. Sus
amenazas. Algunos de ellos escriben un texto independiente, otros responden a
modo de entrevista a las preguntas que se les plantearon como posible orientación:
¿Qué define a una buena crítica?, ¿cómo lee un crítico?, ¿con qué actitud debe
acercarse a la obra?, ¿cree que hoy en día se ejerce la crítica literaria con libertad,
dada la presión del mercado, la necesidad de publicidad y la preexistencia en los
medios de comunicación de líneas editoriales concretas?, ¿quién escucha la voz del
crítico en un mundo que tiene acceso inmediato a internet, al sinfín de opiniones
sobre cualquier tema que circulan por la red? De esta manera, entre todos tejen un
panorama que, completándose poco a poco desde los distintos prismas, va
definiendo este gran asunto suicida que es la crítica literaria.

2
Enrique Vila-Matas: Unas palabras sobre la crítica

A Gonzalo Sobejano, con mi admiración

La crítica tiene muchas veces un carácter represor, policial. Pero ¿es malo esto? No
me lo parece. A los literatos abiertos a lo que proponen críticos que pueden llegar a
ser hasta sus adversarios (no hay muchos de esos literatos), la crítica policial les
puede hasta ayudar a estar alerta y buscar nuevas formas para decir lo que desean
decir, del mismo modo que el trabajo de la policía ha obligado a los delincuentes a
evolucionar y a ensayar formas más inteligentes de crimen. La represión crítico-
policial ha empujado a los verdaderos escritores a aguzar y elevar su ingenio. Sólo
ya por eso, la crítica literaria me parecería imprescindible. Pero es que, además, es
necesaria más que nunca en tiempos como los de ahora, cuando hay tanta
confusión entre lo valioso (quiero recordar que lo valioso no pertenece a una sola
tendencia literaria o a una ideología única y que puede hallarse en los más distintos
callejones) y lo que es tan sólo repetición de lo ya hecho o bien –la mayoría de las
cosas- pura bazofia industrial.

Me gustan los críticos –generalmente son escritores poco críticos- que saben hallar
en los libros no precisamente muy buenos aciertos parciales que abren caminos
inesperados para la creación. Son críticos obviamente ligados a la creación.

Pero me gustan también los críticos que saben hablar de los buenos libros en el
momento en que éstos se publican, no después –cincuenta años después, por
ejemplo- cuando es más fácil. Son críticos inteligentes, y tan humildes como al
mismo tiempo sabios: críticos que saben comunicar a sus lectores lo que han leído:
dan información sobre el tema y el argumento y explican en qué tradición se inserta
el libro que comentan y si éste ha logrado lo que puede intuirse que se proponía, e
incluso se aventuran a decir si perdurará en el tiempo, por mucho que sepamos que
a la larga nada perdura.

Eduardo Lago: Nada peor que una crítica ambigua, que exige leer entre líneas

La crítica es un servicio público. El crítico se tiene que acercar a la obra para hacer
de intermediario o embajador entre autor y lector. Es importante mantener para
ello criterios de objetividad. Aunque es inevitable hablar desde la propia poética, el
crítico debe buscar la objetividad y, sobre todo, tiene la obligación de actuar en
defensa del lector, descodificando lo que hay detrás de la obra, y detrás de la obra
hay muchos intereses: editoriales, comerciales, etcétera.

3
El crítico tiene que estar a la altura de la responsabilidad que supone ser
considerado por los lectores como un experto, y en este sentido está obligado a
manifestarse con claridad. Nada peor que una crítica ambigua, que exige leer entre
líneas. Al crítico no hay que descifrarlo, es él o ella quien ha de descifrar
honestamente a la autora o el autor. En España la crítica no es independiente, salvo
en contados casos, muy reducidos. El crítico es muy consciente de los códigos a los
que tiene que prestar atención. Está sometido a demasiadas presiones. Un ejemplo
claro y bastante constante es la tiranía de los nombres consagrados. Es una estafa al
público lector que una y otra vez es bombardeado con reseñas que le recuerdan que
Fulanito o Menganita son poco menos que unos genios. Son muy pocos los que se
atreven a tirar de la manta. También ocurre que muchas veces los críticos hacen las
veces de peones que otros utilizan para hacer guerras extraliterarias.

En el mundo anglosajón, en el que yo me muevo, sí se advierte más independencia.


Si se ha de decir que una novela de Philip Roth ha salido mal, se dice, de un modo
razonado. Y el primero en aceptarlo es Philip Roth. Recuerdo una crítica
devastadora de James Wood sobre Paul Auster en el New Yorker. En esencia venía a
decir que hace mucho que escribía basura. En este caso hay que reconocer que el
autor no se lo tomó a bien, cosa perfectamente comprensible por otra parte. No se
trata tanto de atacar a nadie, la lección en este caso es que es efectivamente posible
y normal hacer una crítica así. El hecho de que en España esto no sea moneda de
uso común se traduce en el hecho de que los lectores no se fían de las críticas.
Detectan un tufillo que les hace sospechar. Eso es muy interesante: el crítico ensalza
a un autor, pero el lector no se fía. Tiene que interpretar la reseña. Otro caso que se
suele dar es la falta de generosidad con los que empiezan o son poco conocidos. Ahí
sí que se ensañan, porque el enemigo es pequeño. Y es exactamente la otra cara de
la moneda. En resumidas cuentas, que la crítica es un oficio de gran
responsabilidad, y quien la ejerce está obligado a ser claro y razonar sus opiniones.
Un crítico digno del nombre ha de ser alguien muy bien preparado, que debe
cultivar la generosidad y la independencia en un difícil equilibrio. En España los
críticos que reúnen todas estas condiciones son muy pocos.

4
Isabel Núñez: El sillón de orejas del crítico

Hace más de dos décadas que empecé a colaborar como crítica en distintas
publicaciones, y aún sigo considerándome hasta cierto punto intrusa en el ámbito
de la crítica, tal vez porque me siento más libre y cómoda en los márgenes que en el
núcleo duro del púlpito.

Antes que escritora soy y he sido lectora: conservo intacta la pasión bibliófila de
descubrimiento de la época en que aprendí a leer y leí el primer cuento. En How to
be alone, Jonathan Franzen citaba un estudio de la antropóloga Shirley Brice Heath
sobre aquellos que empezaron a leer para no estar solos, porque en los libros
encontraban una comunidad de espíritus y unas afinidades que parecían ausentes
en el entorno de su infancia. Soy una de esos lectores que pescan de forma perenne
en librerías y bibliotecas. Sigo buscando con la misma fruición libros capaces de
sorprenderme, de sacudirme, de cambiar mi percepción del mundo y la literatura,
de acompañarme y asociarse a un momento de mi vida, libros que me hablan
particularmente a mí.

Tal vez precisamente por esa condición intrusa, me parece una trampa escribir
crítica como si no existiera la subjetividad. Más allá de ciertos factores indudables
de calidad que separan la literatura de la morralla y el talento de la mediocridad,
nada es objetivo ni universal, como señalaba aquel comentario de Proust,
observando los verres grossissants del óptico de Combray, de que cada lector lee un
libro distinto, pues cada uno pone la lupa en un aspecto particular.

El ejemplo flagrante sería Nabokov con sus Opiniones contundentes, su Curso de


literatura rusa o su Curso de literatura europea. Nabokov, que es el mejor crítico
cuando explica a Gogol o a Dickens, desprecia a Dostoievski, no soporta a Thomas
Mann y es capaz de restituir a la perfección la estructura de telaraña de las novelas
de Jane Austen para concluir que no le interesa. En realidad, todos los críticos
compartimos ese subjetivismo, aunque algunos, amparándose en su profesionalidad
o en un cientifismo mal entendido, esgriman sus opiniones como si fueran
sentencias y parezcan considerarse auténticos árbitros, desprovistos de prejuicios
(y de misoginia) y capaces de establecer implacablemente qué es lo bueno y qué es
lo malo. Y sin embargo, como humanos que son, tienen –tenemos— prejuicios y un
background que les condiciona y algunos incluso se permiten dar lecciones más
morales que literarias al autor (sobre todo a las autoras) o se sitúan en un falso
Olimpo de la crítica. Dado que todos somos subjetivos y tenemos prejuicios,
limitaciones y preferencias, vale más asumir esa falta y mostrarla a la hora de hacer
crítica, no escribir con arrogancia o endiosamiento, ni sentenciar en exceso.

En ese sentido, parece más útil la crítica que intenta mostrar lo que es un libro o lo
que el crítico ha leído en él, para después argumentar por qué cree que el autor ha

5
logrado algo o ha fracasado en su empeño, para dar espacio a un lector que pudiera
disentir e interesarse justamente por lo que al crítico no le convence. Es decir, el
lector tiene derecho a saber qué puede encontrar en un libro, sea éste como sea.
Pues si algunos lectores buscan la perfección estructural, otros prefieren un libro
más irregular, con momentos memorables.

Si el crítico es un buen lector (y no uno de esos lectores mediocres tan extendidos


que define Edith Wharton en su breve ensayo El vicio de la lectura), tendrá a su
favor un abanico comparativo, y no sólo podrá acercarse a lo que lee con la libertad
del lector gozoso, sino que podrá situar la obra y a su autor en un contexto,
comprender si se encuentra ante una mirada nueva o una revisión distinta de algo
ya hecho, asociando libremente y no sólo siguiendo las tendencias contemporáneas,
sino guiado por su instinto y su enfermedad literaria, adentrándose en ese mundo
de los libros que es el refugio de los lectores frente a lo real y contagiando así por
carambola su pasión por los libros que quiere defender.

Naturalmente, quien escribe crítica debería conocer las distintas posturas que ha
habido para enfrentarse a lo literario, desde los clásicos a los contemporáneos,
pasando por el estructuralismo y los estudios culturales, el posmodernismo o el
abordaje de quienes se les oponen. Conocer esas aproximaciones significa
simplemente tenerlas en cuenta, como se tiene en cuenta el contexto histórico, la
mirada diacrónica o sincrónica, el modo en que una obra se relaciona con el
momento en que se vive o con el pasado de la literatura.

Eso no significa perder la libertad de valorar un libro por razones propias, porque
su lectura nos parezca capaz de transformar nuestra visión de las cosas, más allá de
que lo logre utilizando con brillo los lenguajes de otros medios, de las redes y las
nuevas tecnologías o de que revise, recree y parodie la literatura anterior, o que
parta del realismo más desnudo o vuelva a la pura metáfora. En mi caso, me
interesa más la sacudida que pueda producirme, el diálogo de ese libro con mis
ideas y con las de los libros que leí antes, su relación con lo vivo, su ser-en-el-
mundo (el heideggeriano Dasein) y el peso o el poso que tiene sobre mis
pensamientos. A veces parece que cada libro nos pida una forma de abordaje
distinta.

En cuanto a las presiones del mercado, si encuentra un espacio que le acoja, el


crítico puede escribir con la máxima libertad; el problema es que el medio elige qué
libros van a reseñarse y cuáles no, y por tanto, hay libros que no encuentran nunca
ese espacio, aunque el crítico lo intente. Aquí nos encontramos con distintos
condicionantes que limitan mucho las posibilidades. Por una parte, el nuestro es un
país con poco criterio, una sociedad que no busca el talento y que teme al fracaso
(hay países y culturas donde el fracaso se considera experiencia enriquecedora y el
talento es una búsqueda y una apuesta perenne y se acepta que pueda estar en

6
cualquier lugar, sector social, edad y género), es un país donde editores, directores
de suplemento y críticos miran con reverencia lo que ha triunfado y con
desconfianza o desdén lo que no. Muy pocos buscan y encuentran más allá de lo ya
reconocido y muy pocos se atreven a criticar lo que todos defienden. Apenas existen
revistas literarias. Las redes podrían ser un espacio alternativo para esa falta, pe ro
la mayoría de comentaristas se limitan a seguir los mismos patrones establecidos:
se apoya lo reconocido, se silencia y/o desdeña lo que no. Muy pocos críticos
descubren un buen libro del que no se haya hablado ya. No sé muy bien a qué se
debe esa inseguridad y esa falta de crítica, pero me temo que caracteriza a nuestro
país en todos los niveles. Es más, cuando alguien ocupa por primera vez un cargo
desde el cual podría dar entrada a nuevos talentos, en lugar de aprovechar para
abrir esas posibilidades con entusiasmo, suele ponerse rígido, dejar de coger el
teléfono a quienes conocía y admiraba de antes y se concentra en seguir los
caminos trillados y dar paso a los de siempre.

¿Quién escucha la voz del crítico en nuestro mundo? Es difícil decirlo. Todas las
fuentes afirman que las reseñas no influyen en las ventas, y sin embargo, escritores
y editores y una minoría de lectores sí les prestan atención. Los medios se reflejan
en las redes, a veces convertidas en espejos permanentes de suplementos efímeros.
Todo escritor espera encontrar ese crítico que sepa leerle, que encuentre el valor de
lo que ha escrito y sepa defenderlo, aunque pocas veces ocurra así. Nos consuela
que nuestros libros interesen y entusiasmen a otros escritores, cuyo talento
admiramos, o que sean entendidos por la crítica.

Es cierto que las redes son un laberinto, pero para eso, como para leer, hace falta
tener criterio y poder distinguir la voz de un lector mediocre de una voz crítica
original, que piensa por su cuenta. Igual que el escritor encuentra sus lectores, el
crítico encuentra los suyos. Hay lectores que esperan nuestros artículos para saber
qué leer, para averiguar qué hemos encontrado en los libros. Es una suerte. No
puedo imaginar trabajo mejor que leer –en una hamaca, a la sombra de un árbol
generoso en verano, escuchando un rumor de agua, como me ocurre en este
momento; o en el sofá de los inviernos, o en aquel sillón de orejas bernhardiano en
el que despotricaba furiosamente el narrador de Tala– y tener ocasión después de
contar lo que se ha leído por escrito, en ese ejercicio analítico fascinante que
consiste en comprender qué es lo que nos interesa, lo que funciona y lo que no, y
explicar sin miedo y con habilidad cuáles son las razones, nuestras razones del
gusto o del disgusto, y cobrar por ello. Lástima que en este país se valore tan
escasamente este oficio nuestro.

7
Eduado Jordá: Sobre la crítica

–Una buena crítica no debería diferenciarse mucho del veredicto de una agencia de
calificación bursátil. ¿Vale la pena que me gaste 15 euros en ese libro? ¿Obtendré
algún beneficio si lo compro? ¿No habré tirado el dinero? Una buena crítica debería
responder a estas preguntas. Y también debería despertar la curiosidad del lector
acerca del libro, hablándole de la trama, del estilo, de los personajes, y hablándole
también del autor. He citado las agencias de calificación bursátil porque la crítica,
en España, suele comportarse con la misma fiabilidad que esas agencias que daban
una máxima calificación a Lehman Brothers en la víspera de su quiebra. Hay
excepciones, por supuesto, pero no abundan. En España se hace una crítica
demasiado académica y demasiado timorata. Muy pocos críticos se atreven a juzgar
por su simple experiencia de lector. Muy pocos críticos se atreven a decir que un
libro les ha aburrido o les ha maravillado. Muy pocos críticos se atreven a señalar
las inverosimilitudes de una trama o los excesos de un estilo pomposo. De todos
modos, por fortuna hay excepciones. Me atrevo a citar algunas: Andrés Ibáñez,
Rodrigo Fresán, José María Nadal Suau.

–Ya he dicho que los críticos españoles, en general, leen de una forma demasiado
cautelosa y aprensiva. Si les toca reseñar una novela firmada, por ejemplo, por un
premio Cervantes o por un premio Nobel, la mayoría de críticos suelen escribir la
reseña en posición de firmes –no me pregunten cómo lo hacen, pero consiguen
hacerlo-, y algunos de ellos incluso consiguen el milagro de escribir su reseña
presentando armas, por usar un símil militar, cosa que sin duda tiene mucho
mérito, aunque en el fondo sea un error de juicio. En realidad, el libro de un premio
Nobel merece las mismas cautelas –y los mismos entusiasmos- que el libro de un
principiante.

–La única actitud con que un crítico debe enfrentarse a una obra es la curiosidad.
Un crítico no se diferencia nada de un buen lector. Y el buen lector sólo se mueve
por la curiosidad y por el deseo de experimentar placer –un placer casi físico-
leyendo un libro. El buen lector sólo tiene un criterio del que pueda fiarse, y ese
criterio es el suyo propio, que es siempre arbitrario, caprichoso y despótico, pero
que es su único detector de simplificaciones narrativas y de sobreactuaciones
literarias. Y gracias a ese criterio caprichoso, el buen lector descubre al instante el
adjetivo innecesario, la frase que cojea o el alarde de ingenio que sólo sirve para
enturbiar un buen pasaje. El buen lector intuye cuál es la respiración más ajustada a
un relato, el tono preciso para describir una despedida o la música adecuada para
un diálogo en el que alguien revela a su pesar que ya no se atreve a ser feliz.

–El buen crítico no se deja engañar. Detecta la frase hecha que se hace pasar por
una verdad sublime, o la retórica que encubre la vacuidad de una descripción, o la
astucia tramposa con que un autor disimula su pereza o su falta de talento. El buen

8
lector, por lo demás, carece de principios. El único que respeta es el que proclama
que en literatura no se puede aplicar jamás la presunción de inocencia, porque
cualquier escritor –aunque sea premio Nobel o venda quince millones de
ejemplares- es culpable de haber escrito un libro malo hasta no que logre
demostrar lo contrario.

–Un crítico debería leer como cualquier buen lector. Y un buen lector no se deja
engañar por el nombre del autor ni por el prestigio de la editorial que lo publica,
sino que más bien desconfía de esas coartadas mercantiles. Y para el buen lector no
valen los grandes nombres, ni mucho menos las listas de ventas. Y eso hace que el
buen lector someta a un escrutinio riguroso a todos los libros que hayan conseguido
vender más de veinte o treinta mil ejemplares en muy poco tiempo. Pero eso no
significa que el buen lector crea que los buenos libros son invendibles. Nada de eso.
Un buen lector sabe que los buenos libros se venden muy bien, sólo que su ritmo de
venta siempre suele ser mucho más lento. Yo tengo una teoría, que no sé hasta qué
punto es verificable: si un libro vende 300.000 ejemplares en un solo año, no es un
buen libro. Si los vende en cinco años, sí puede serlo.

–Más que la presión del mercado y de las líneas editoriales, el problema de la


crítica está en la persona que selecciona a quién se le encarga la crítica, porque en
muchos casos esa selección presupone de antemano una crítica negativa o positiva
de ese libro. Para mí, ése es el verdadero problema: la adjudicación del libro al
crítico que va a reseñar el libro. Y luego hay otro problema: el silenciamiento de los
libros que por una razón u otra no interesa reseñar en un determinado suplemento.
Y es que ese silenciamiento puede ser mucho más peligroso que la parcialidad del
crítico.

–Un buen crítico debería ser capaz de hacer una crítica negativa de un libro escrito
por un buen amigo. Algo como lo que hizo George Orwell, en 1936, al reseñar The
Rock Pool, la primera –y única- novela de Cyril Connolly que contaba la vida de un
grupo de artistas bohemios en el sur de Francia. Un ejemplo del estilo de Orwell:
“Es evidente que el señor Connolly admira a los bichos repulsivos que describe, y es
indudable que los prefiere al cortés y sumiso ciudadano medio”. Me pregunto si hay
un crítico en España que sea capaz de escribir algo así de un buen amigo suyo.

9
Ignacio Echevarría: El crítico es, por así decirlo, un político de la literatura

1. La buena crítica es aquella que acierta a destacar la singularidad de la obra que


examina, contribuyendo a su comprensión y a su divulgación. Lo que diferencia
radicalmente a la crítica de la publicidad y del llamado periodismo cultural es su
voluntad de ordenamiento, es decir, de insertar la experiencia de la lectura –en el
caso de la crítica literaria– en una estructura de significaciones susceptible de ser
compartida colectivamente. En esta estructura está comprendida lo que se
entiende, de hecho, por literatura: un sistema de relaciones que confiere contornos
reconocibles a lo que de otro modo sería un magma informe e indeciblemente vasto
de textos. Es en atención a su conocimiento de este sistema, y al concepto que se
hace de él, que el crítico se siente impelido a reprobar determinadas obras que a su
juicio repiten sendas ya recorridas o se sitúan por debajo del nivel alcanzado
previamente por otras obras. Por ahí se produce el conflicto de la crítica con los
agentes del mercado y de la cultura de masas, quienes, indiferentes a tales
apreciaciones, miden el valor de una obra en razón de su éxito, de su aceptación por
parte de una gran cantidad de lectores.

2. Lo que se entiende comúnmente por crítica es un género bastardo nacido del


ayuntamiento de la crítica –en su sentido más amplio y más cabal– con el
periodismo. Lo propio del reseñista es tener que resolver, por vía de su solo
instinto, la dificultad que entraña sostener y divulgar una actitud crítica en un
medio que tiende a obviarla, asimilándola a cualquiera de sus dos pilares
fundamentales: la información y la opinión. La crítica no es, en rigor, ninguna de las
dos cosas, ni siquiera una y otra combinadas. No es información porque emite
juicios. Y no es opinión porque no se funda en la subjetividad del crítico: éste actúa
en nombre de una idea de la literatura que, por mucho que sea la suya propia, en
cierto modo lo trasciende. De ahí que el crítico sea capaz de disociar, llegado el caso,
entre su inclinación personal y el valor público que a su juicio alcanza una
determinada obra. Y es que el crítico es, por así decirlo, un político de la literatura:
su función es social, se dirige a la comunidad de los lectores, crea esa comunidad, no
se ciñe a su gusto privado. Todo intento de reducir la crítica a una opinión personal
equivale a una reducción de aquélla.

3. Los criterios del reseñista son móviles, cambiantes, oportunistas. El reseñista


debe ser sensible a las circunstancias que rodean la recepción del libro en cuestión,
a los factores de todo tipo que determinan su lectura, y obrar en consecuencia.
¿Cuestiones extraliterarias? Vale, ¿y qué? El reseñista debe tenerlas en cuenta, e
incorporarlas a su discurso, pues no interviene en un campo despejado de
interferencias. Lo que lo distingue es precisamente actuar en un campo que no está
reservado a la sola reflexión y valoración literarias. Ese es su inconveniente, pero
esa es también su ventaja, la que le procura una especial capacidad de incidencia.
Por lo que tiene de exigente y, a menudo, de incomodadora, a la crítica le resulta

10
difícil hacerse un lugar en los medios de comunicación, de los que tiende a ser
desplazada. Entre sus tareas se cuenta, sin embargo, la de encontrar las rendijas por
las que colarse y dejarse oír, ensayando para ello toda suerte de estrategias, de
disfraces y de retóricas. En un momento en el que los medios de prensa
convencionales atraviesan una crisis profunda, el reseñismo está obligado a
reformularse y buscar otros alojamientos. Puede que la Red sea el más apropiado,
pero lo será sólo a condición de dar con fórmulas aún inéditas, capaces de ampliar
el muy limitado radio de acción, de representación y de incidencia que hoy tienen
los blogs y, en general, las webs literarias, en las que la se asiste un y otra vez al
malentendido consistente en confundir la libertad de expresión con la simple
desinhibición.

Javier Rodríguez Marcos: La crítica está mal pagada y peor apoyada

¿Qué define a una buena crítica?

Pues, como decía Auden, una mezcla de erudición e intuición. La primera sirve para
presentar autores, culturas y épocas desconocidos y para destacar valores que el
lector no ha sabido ver. La segunda, para explicar el proceso de composición, para
llevar al lector más allá y para relacionar el arte con la vida. Y sin perder de vista
que uno debe escribir tanto para alguien que ha podido leer la obra criticada como
para alguien que no lo ha hecho todavía o no lo va a hacer jamás.

¿Cómo lee un crítico?

Muchas veces, simplemente leyendo, no pensando en hacer una crítica del libro que
tuviera entre manos. Yo no soy crítico, todo lo más, periodista –una buena etiqueta
para mi ignorancia–; muchas veces, leyendo, decía, he pensado que un crítico hace
el viaje inverso al del escritor: agrupa elementos que el autor había desperdigado.
Tiene algo de mecanismo por el cual uno vuelve conceptual aquello que no lo era
necesariamente. De no hacerlo así terminaría escribiendo el libro entero. Por otro
lado, idealmente, un crítico lee con atención, con tiempo, es decir, con lentitud.

¿Con qué actitud debe acercarse el crítico a la obra?

Lo importante no es cómo se acerca a una obra, sino cómo se aleja de ella. La última
página es la definitiva. Uno puede acercarse con entusiasmo, pereza, rabia,
inocencia (raro) o prejuicios, pero es la propia obra la que dicta la crítica cuando
ésta es honesta.

11
¿Hoy se ejerce la crítica literaria con libertad, dada la presión?

Hoy se ejerce con tanta o tan poca libertad como en cualquier momento si
exceptuamos los periodos dictatoriales. Actualmente, más preocupante que la
censura es la autocensura. ¿El mercado, la publicidad, la sinergias? Ahí están, como
la vanidad del crítico, sus amigos escritores (y editores y críticos), sus enemigos
(ídem). Las mayores estafas se dan con las críticas positivas, no con las negativas.
Éstas perjudican a menos gente que aquéllas.

¿Quién escucha la voz del crítico?

Me temo que muy poca gente, cada vez menos. ¿Nadie? Eso sí ha cambiado. Los
medios tradicionales, y con ellos sus críticos, han perdido la capacidad de
mediación que tenían antes de internet. Eso por el lado de las generaciones más
jóvenes. Por el lado de las mayores, los lectores toman la crítica, creo, co mo una
variante de la publicidad. Sucede también entre la gente del gremio (editores,
autores). Está muy bien decir que ojalá hubiera una crítica seria, etcétera, pero los
interesados no están dispuestos a apoyarla cuando son objeto de sus juicios
negativos o de su desdén. Los intereses no están sólo de un lado. La crítica está mal
pagada y peor apoyada. Y los empleos precarios producen lo que producen.

José María Pozuelo Yvancos: Sobre la crítica literaria en la prensa

Para un profesor universitario de teoría literaria como es mi caso, la que I. A.


Richards llamó “crítica práctica”, esto es, la que se ejerce en periódicos y revistas, es
una ocasión excelente. Le permite actuar socialmente y hablar de literatura de
manera distinta a como lo hace en el aula, en congresos o en libros de ensayo. El
continente periodístico, el contexto de orientación al lector, el lenguaje que precisa
utilizar para ser entendido por un público amplio, incluso el tamaño razonable y
reducido de una crítica para ver la luz en un diario son todas ellas condiciones de
las que puede obtenerse mucho provecho.

Yo distinguiría tres funciones en un acto crítico ejercido en los periódicos: la


información, el juicio (que no es lo mismo que la opinión) y lo que podríamos
llamar imitando a Roland Barthes “el tercer sentido”.

1. La de informar al lector es la función más obvia. Informar significa muchas veces


eliminar eso que los teóricos de la información llaman el “ruido”, y que para lo que
lo que hoy nos ocupa, la literatura, podríamos asimilar precisamente a exceso de
información. El modo más directo de sufrirlo el lector es la superproducción de
títulos, que lleva aparejada su consecuencia más evidente: la fungibilidad de los

12
mismos. Montañas de libros en las mesas de novedades se superponen unos a otros,
primero, y se sustituyen con facilidad. Todos son obras maestras según las
promociones editoriales, y Kafka coincide allí con sus remedos. El sucedáneo vive
en nivelación con el original.

De ahí el otro rasgo creciente, la fungibilidad: por necesidad una novedad es


sustituida por la siguiente y todas revierten fungibles. Los medios de comunicación
y los críticos, esto es, los mediadores, tienen como primera responsabilidad
establecer una jerarquía en el dominio mismo de la información, suministrando al
lector la que precisa para moverse en la maraña de títulos, que se suceden en las
mesas de novedades. A día de hoy, internet no ha hecho sino aumentar la necesidad
de una crítica hecha con conocimientos. Cuanto más gente hable y hable o esc riba y
escriba, y eso ocurre a diario en cientos de blogs, Facebook, Twitter, etcétera, más
necesario será que haya especialistas capaces de que su voz sea distinta e
informada. Mucha gente hablará de economía, del clima, de la genética, y cuanta
más gente lo haga más necesidad tendremos de oír a un economista, un físico-
geógrafo, o un biólogo que hablen con conocimiento de causa ¿Por qué en literatura
o arte va a ocurrir de manera diferente?

2. La segunda de las funciones que me propongo comentar, la función de juicio, es


necesaria, pero debe distinguirse de la simple opinión. Se ha hecho normal y
cotidiana una indistinción entre opinión y juicio y sin embargo reconozco que los
críticos a los que admiro son aquellos que explican aquello que dicen y lo
fundamentan y no se limitan a una opinión personal. Para tener una opinión sobre
una novela no es preciso ser experto en nada, ni siquiera pueden pedirse a las
opiniones responsabilidad, puesto que afectan al margen de arbitrio necesario en
todo acto de lectura. Una opinión, un gusto, no tiene por qué justificarse, pero un
juicio es algo distinto y sí debe edificarse sobre experiencia y saber, como apoyos
del discernimiento.

3. Resulta más difícil de explicar eso que he llamado “el tercer sentido” de un acto
crítico. Para mí una crítica debe contener toda la presencia necesaria para ganar
lectores y eso sólo se logra cuando en la crítica no se limita a ser ya la que informa,
ni siquiera la que juzga, esto es, los dos estadios hasta ahora analizados, sino la que
es una invitación a leer un libro. Se trata de esa complicidad del entusiasmo que los
buenos lectores que leen en solitario necesitan reconocer en los críticos. Tendría
que ver con el cuidado del acto crítico como forma de creación.

4. Una última cosa, ésta referida a la cantilena frecuente de la falta de


independencia del crítico, de la presión ejercida sobre él por parte de las
editoriales, del director del suplemento, de los amigos escritores, etcétera. Creo que
hay demasiada facilidad en proclamar que esto sea así y sinceramente desde mi
experiencia he de decir lo contrario. Nunca he sido sometido a presión alguna. En

13
mi larga trayectoria de crítico he gozado de total libertad y nunca recibí presión
alguna de ningún director, ni de editorial o grupo. Es así, y eso honra a los
directores distintos de los medios que he colaborado.

Para que ocurra eso es muy bueno que la crítica no sea tu forma de vida.
Difícilmente un crítico subsistiría únicamente con los ingresos de esa crítica.
Considero muy positivo que los críticos tengamos resuelto el oficio y la forma de
vida en otro lugar distinto al medio en que ejercemos esa actividad. Eso, quiérase o
no, proporciona una libertad grande. Yo soy catedrático de universidad y ese es mi
mayor oficio y forma de vida. Da un apoyo y tranquilidad para rechazar cualquier
influencia, aunque insisto que en mi caso no se ha producido nunca.

Santos Sanz Villanueva: Un mediador limitado

A pesar de los muchos años que llevo ejerciendo la crítica literaria de actualidad,
no me siento ni capaz ni autorizado para elaborar una teoría ni para sentar
doctrina. Pero acaso sí pueda decir en tono un tanto de andar por casa alguna cosa
acerca de las penas y contentos, de las incertidumbres y peligros que rodean la
labor cotidiana del crítico.

Me gusta imaginar al crítico con la imagen de un cazador que sale al campo no para
abatir piezas sino para descubrir alguna única, especial y exhibirla en público con
algo de vanidad. Obsérvese que si la pieza merece la pena, el mérito será suyo y no
de quien la señaló. Por tanto, poca vanagloria le cabe al cazador.

Siguiendo con esa imagen hay que hacerse al menos algunas pocas preguntas:
¿persigue el susodicho señor lo que quiere y cuando quiere?, ¿pregona sus
resultados por los medios más idóneos?, ¿qué satisfacciones obtiene?

En general, hoy en día la crítica en los medios de comunicación social tiende a la


especialización del crítico. Los medios encargan a su colaborador habitualmente
que escriba solo acerca de un género o de una parcela de la actividad literaria. Esto,
en principio, parece positivo porque así el crítico posee una mayor cualificación
respecto del tipo de obra que va a enjuiciar. Sin embargo, su utilidad como
mediador se ve bastante mermada porque su comentario se convierte en una rutina
del oficio y no procede de una auténtica incitación comunicativa.

Por aquí vamos a parar a una de las restricciones básicas del trabajo del crítico. Por
lo común, éste no es quien decide qué obra merece su atención, elegida del
repertorio de novedades que ha leído, En toda crítica publicada hay un inevitable
proceso previo de selección: alguien decide qué libros se van a comentar de entre

14
una producción editorial de varios millares de obras. La decisión se adopta por una
serie de razones al margen de la calidad intrínseca de los textos: porque se trate de
nombres de prestigio o de moda; porque el autor tenga amplias relaciones
personales; por los vínculos o intereses económicos del editor. Así, en buena
medida una crítica se publica en función de criterios no literarios. Y, al fin, cada día
más el crítico es alguien que lee porque escribe y no alguien que escribe porque lee.

Otro factor importante es la propia materialidad de la crítica. Además de sobre qué


se escribe importa la extensión y cómo aparece. La medida de las críticas suele ser
escasa e insuficiente para razonar un juicio. Los medios impresos tienden también
cada día más a limitar la extensión. La medida, por otra parte, depende de las
mismas condiciones que determinan la selección de la obra. Además, el modo de
presentarla en el periódico constituye a su vez un juicio de valor implícito. Una
reseña muy elogiosa emplazada en página par y sin ilustración es escasamente
eficaz. El verdadero crítico es el medio.

La independencia del crítico es también un factor básico de la calidad de su trabajo.


Y no me refiero con ello a valores morales sino a cuestiones más prosaicas. Tanto
como la que procede de la seguridad económica. Mejor ignorar en estos tiempos de
crisis aguda si la crítica está bien o mal retribuida. Pero imposible olvidar lo que
debiera ser un requisito esencial: que un crítico sea alguien que pueda vivir
razonablemente bien con la retribución salarial de su trabajo. Hoy en España buen
número de escritores de creación viven de la pluma. No conozco a nadie que pueda
sostener una familia con la sola dedicación a la crítica literaria. Esta circunstancia
es un incentivo para el amateurismo, la sociedad de beneficios mutuos o el merodeo
por la periferia de la industria editorial. En cualquier caso, un obstáculo para la
independencia.

Como las jeremiadas siempre son de mala educación, no debe insistirse en factores
adversos. Además, al fin y al cabo, a nadie le obligan a ser crítico. Me parece
razonable pensar que se trata de una actividad cuya justificación social es más
propia de otros tiempos que de los actuales. El mediador entre autor y lector sería
curiosamente más necesario hoy que nunca en la era de la información que acumula
noticias pero no discrimina. Pero está ocurriendo de otra manera: el mercado o las
redes sociales sustituyen al orientador cualificado. En cualquier caso, la sociedad
actual ha venido a despojar al crítico de las atribuciones que hace un siglo le había
concedido. Seguramente generalizo en exceso. La inutilidad actual del crítico no es
absoluta (si no, los medios habrían prescindido ya por completo de su figura). Tal
vez ocurre otra cosa. La información y la opinión llegan ahora al lector por
múltiples canales y la antigua situación casi de monopolio ha prescrito. Por eso la
crítica toma una dirección nueva. Deja de ser un mediador general y se convierte en
un intermediario limitado. Un mediador que ha pasado a interesar a unos pocos,
todavía una amplia minoría.

15

Você também pode gostar