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Las oraciones de León XIII

Por Dom Gregori Maria

Adición recientísima que dio lugar a una abundante literatura rubricista son las oraciones de León
XIII también llamadas por esa razón “preces leoninas”.

En sí consideradas son el último brote de la tendencia, siempre viva en la Iglesia, a añadir en


tiempos de aflicción nuevas súplicas, de suyo pasajeras, pero que luego adquieren carta de
permanencia. Ya hemos ido enumerando al paso las más importantes en el curso de los siglos, por
ejemplo, las que se añadieron al canon por el siglo V; las de los kyries en el siglo VII, las oraciones
por la paz y Tierra Santa entre el Paternóster y el embolismo o después del “Libera nos” en
diversas épocas de la Edad Media.

Acostumbrados a la invariabilidad del canon y aún de toda la misa, cuando en el siglo pasado se
presentaron nuevas intenciones urgentes no se atrevieron a buscarles un sitio dentro de la misa, y
por eso las añadieron después de ella. Tal vez ha influido en esta decisión el deseo de que las
rezase el pueblo entero y no sólo el celebrante; y como el pueblo no intervenía ya en las oraciones
de la misa, no quedaba más solución que añadirlas al final.

A pesar de todo, en estas preces el pueblo únicamente interviene en las avemarías, la salve y la
jaculatoria final. Lo demás lo reza el celebrante generalmente en latín.

Por la misma razón, es decir, para que el pueblo pueda tomar parte de ellas, se les ha dado una
forma más popular rezando por delante tres veces el Avemaría con la Salve. A la antífona se le
añade, como de costumbre, un versículo y la oración sacerdotal “Deus refugium nostrum et
virtus”.

Oremos. - .Oh Dios, nuestro refugio y fortaleza! Mira propicio al pueblo que a Ti clama; y por la
intercesión de la gloriosa e inmaculada siempre Virgen María, Madre de Dios, de San José, su
esposo, y de tus santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de todos los Santos; Escucha misericordioso y
benigno las suplicas que te dirigimos pidiéndote la conversión de los pecadores, la exaltación y
libertad de ;a Santa Madre Iglesia. Por J. N. S. R/ Amén

En un principio se rezaba únicamente una oración al final. La otra la mandó Pío IX el año 1859 a
sus súbditos temporales ante los crecientes peligros que amenazaban los Estados Pontificios.

Como apoyo en su lucha contra el Kulturkampf alemán, León XIII prescribió estas oraciones para
todo el orbe católico el año 1884. Aún conseguido en lo esencial este objeto, no se han suprimido,
sino que se les ha dado una intención más general: la protección de la Iglesia y la conversión de los
pecadores. León XIII añadió en 1886 la invocación a San Miguel a modo de exorcismo, que termina
con la petición de que San Miguel arroje al diablo en el infierno.

S.: San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sed nuestro amparo contra la maldad y
acechanzas del demonio. reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial,
arroja al infierno con el divino poder, a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan
dispersos por el mundo para la perdición de las almas. R/ Amén
Lo que motivó esta nueva adición parece ser que fue una nueva amenaza contra la Santa Sede por
parte de la francmasonería. Contrasta fuertemente con ese final otra añadidura posterior, de
inspiración privada, pero que luego generalizó en el año 1904 San Pío X: “Sagrado Corazón de
Jesús, ten piedad de nosotros”.

Es notable el carácter de urgencia de estas oraciones que no se pueden omitir, en las misas
rezadas, ni siquiera en las fiestas más solemnes del año litúrgico. Sin embargo no se dicen en las
misas cantadas o solemnes, ni en las conventuales ni en las votivas no privadas. En su forma y el
modo de rezarlas, es decir de rodillas, se distinguen claramente de las demás oraciones de la misa,
por la insistencia con que se urge su rezo.

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