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¿CÓMO SERVIR Y ANUNCIAR LA BUENA NUEVA DE JESUCRISTO RESUCITADO


EN UN CONTEXTO EN EL CUAL LOS CABALLOS APOCALÍPTICOS GALOPAN
ESPARCIENDO LA MUERTE?

David E. Ramos

"Atribulados en todo, mas no aplastados;


perplejos mas no desesperados;
perseguidos mas no abandonados;
derribados mas no aniquilados.
Como desconocidos, aunque bien conocidos;
como quienes están condenados a la muerte, pero vivos;
como tristes, pero siempre alegres;
como pobres, aunque enriquecemos a muchos;
como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos"
(2 Corintios 4: 8-9; 6: 9-10).

Introducción.

Vivimos hoy una acelerada crisis económica, una crisis del sistema; incluso
algunos piensan que vivimos una crisis de la modernidad, o más profundamente: una
crisis de civilización. También se habla de crisis de paradigmas y de crisis de esperanza.
No es una época de cambios, sino un cambio de época.

Un dicho popular afirma: "Es mejor encender una luz que maldecir las tinieblas". En este
clima de crisis, derrumbe, miedo, agresividad y desesperación, la única actitud eclesial
responsable es la reconstrucción de la esperanza. Pero no una esperanza
voluntarista, ideológica o ilusoria, sino una esperanza histórica, real y creadora de
alternativas. Este final de siglo (y final también de milenio) quizás no sea un tiempo
lleno de certezas, de éxitos y de triunfos, pero sí será un tiempo de construcción de
fundamentos y de creación de alternativas. Es un período de transición, durante el
cual poner fundamentos y fortalecer las alternativas nacientes es tarea ineludible de
todas y de todos en esta humanidad sufriente de fin de siglo.

I. LAS VENAS DE AMÉRICA LATINA SIGUEN SIENDO ABIERTAS.

En el actual sistema de economía de libre mercado hay dos tendencias, que de


mantenerse, nos llevarán a un caos total. La primera es la exclusión de las
mayorías y la segunda es la destrucción de la naturaleza.

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1- La exclusión de las mayorías es un fenómeno relativamente nuevo y se


agrega al ya antiguo de la pobreza, la extrema pobreza y la opresión. El excluido es en
primer lugar el desempleado, sobre todo el desempleado estructural y permanente. El
fenómeno del desempleo es hoy la llaga incurable del sistema económico mundial. Pero
el excluido es más que el desempleado: es una masa mucho mayor de marginalizados,
de los que no cuentan, de los desechables, de aquellos cuya muerte no afecta la
eficiencia del mercado; de los que no cuentan ni como mano de obra ni como mercado
de consumo.
El excluido es menos que el explotado, pues éste por ser explotado al menos
cuenta para el sistema. La masa de excluidos crece aceleradamente en el "Tercer
Mundo", aquella parte del mundo al cual los países ricos solo miran para turismo o como
basurero, interesándole menos y menos su gente. La población del "Tercer Mundo" es
vista como sobrante y como amenaza. Un alto funcionario de un organismo internacional
dijo recientemente que la paz mundial estaba amenazada por dos mil millones de seres
humanos que estaban demás, que simplemente sobraban.

Deberíamos hablar en primer lugar de las cifras mismas de la pobreza, hoy más
altas que nunca. Mil millones de personas viven en el mundo con un dólar diario. Y en
América Latina (AL) concretamente crece el número de pobres: en 1985 eran 152
millones (el 41% de la población) y en 1990 eran ya 196 millones (el 46%) La década
de los 80 fue una década perdida para A.L. aunque fue más perdida para unos que para
otros.

La desigualdad es una de las dimensiones más llamativas: la famosa "copa de


champán" que popularizó el informe del PNUD de 1994 (aquí valdría la pena explicar
para quienes no conocemos el dato) la ejemplifica de un modo emblemático.
Concretamente, América Latina tiene la peor desigualdad del mundo, con Brasil y México
a la cabeza.

Esta desigualdad es además una desigualdad creciente. Incluso en los países


con prosperidad. Esa «brecha entre países pobres y países ricos» se acrecienta con
mecanismos como el de la deuda externa, nuevo neocolonialismo que nos hace pagar
una deuda que no contrajeron nuestros pueblos, que ya hemos más que pagado, y que
se paga recortando la salud, la educación y bienestar del pueblo.

Por su parte el capital financiero internacional ha vivido en los últimos años un


fortalecimiento y consolidación planetario, la mundialización, nunca antes vivida en la
historia. Sus órganos económicos internacionales gobiernan ya de facto el mundo
dictando las políticas que han de adoptar los países pobres (que ya no son realmente
soberanos), dirigiendo sus economías con los «ajustes estructurales». Los organismos
mundiales (ONU, FMI, BM), que siguen teniendo estructuras no democráticas, sugieren
un gobierno mundial.

El neoliberalismo glorifica el «propio interés» como motor supremo de la


actividad económica: “los egoísmos individuales tienden inevitablemente a la armonía de

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la autorregulación, de forma que el egoísmo es la mejor contribución que el ser humano


puede dar a la actividad económica de su sociedad”. Se difunde la glorificación de las
virtudes del sistema: libertad, realismo, eficacia, calidad, competitividad, superación de
las distorsiones de la economía, promesa del “efecto cascada”.

El cuadro es el del Mercado total: un mercado supuestamente libre, dirigido por


una «mano invisible» que todo lo autorregula y armoniza. Todo debe supeditarse al dios
mercado. Con la igualdad de condiciones del mercado libre, se salvarán los más
competentes; quedarán excluidos los incompetentes... Pero ni aun por ellos deberá velar
el Estado, que debe reducirse a su mínima expresión y dejar de ser el «estado de
bienestar». Igualmente, en aras de la competitividad y de la rentabilidad del capital, han
de ser destruidas las ventajas laborales conquistadas en los últimos siglos.

La sociedad se «reajusta» en función de los intereses del capital financiero


internacional, que se crece y se concentra en una “avalancha del capital contra el
trabajo”.

Hemos asistido en estos años a un desmoronamiento de las organizaciones


populares y a un proceso de indefensión del sujeto popular. Desencanto, depresión,
desmovilización, concentración en la lucha por la supervivencia. Se puede afirmar que
ciertos sectores populares latinoamericanos atraviesan una hora psicológica cuya
clasificación nosográfica sería, sin duda, una depresión psicológica colectiva.

En el campo de acción de las Iglesias se registra también con una cierta


frecuencia una pastoral que se centra en, y a veces se limita a, los microproyectos de
acompañamiento al pueblo en su lucha por la sobrevivencia, abandonando -en esta
situación de sobrevivencia- la proyección hacia acciones más estructurales... y
centrándose en temas más al gusto de esta hora difícil (interioridad, métodos de oración,
autoestima, manejo de los sentimientos...). La evangelización que transforma la vida
humana no aparece en el horizonte del trabajo eclesial.

2- La segunda tendencia en el actual sistema económico mundial es la


destrucción de la naturaleza y del medio ambiente. Seguimos un modelo de
desarrollo que es contrario a la naturaleza. El sistema no puede invertir en la protección
de la naturaleza, porque eso significaría -según dicen- el aumento del costo de
producción, de los precios y la pérdida de competitividad en el mercado. El sistema de
libre mercado por lo tanto sólo puede crecer destruyendo la naturaleza.

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II. ¿QUÉ SE ESPERA DE UNA IGLESIA QUE SIRVE HACIA, EN Y DESDE


AMÉRICA LATINA?

1. Una comprensión actual de su ser (vida) y hacer (misión) desde la perspectiva


del Reino de Dios: Ser una iglesia de la misericordia y de la esperanza.

Una Iglesia con mentalidad de multinacional tomará su condición divina como algo
de lo que «hacer alarde» (Fil. 2: 6) para aislarse y no contaminarse con la cuestiones
mundanas, como también para obtener sumisión y privilegios. Una Iglesia con
mentalidad de la misericordia «se vaciará de su imagen divina» (Fil. 2: 7),
presentándose como una comunidad de servicio interesada en que todos los heridos del
camino descubran el amor en su ministerio (Fil. 2: 7) y asumiendo la imagen del Siervo
de Yahvé plasmada en Isaías 53.

No será pues una Iglesia «paralela» pero sí una Iglesia «convertida». En una
Iglesia servidora, los dirigentes no se llamarán «jerarquía» sino «doularquía»: porque
jerarquía es una palabra que significa «poder sagrado» y, para el cristiano, esto es una
contradicción: para un cristiano sólo es sagrado el amor, no el poder. Doularquía en
cambio significa servicio sagrado, y es una palabra mucho más verdadera porque el
servicio es la mayor marca de Dios. Y por eso esta «doularquía» no se estructurará de
arriba abajo, como una pirámide que pretendiera llegar al cielo con su punta,
reproduciendo así la obsesión de la torre de Babel.

Una Iglesia de la misericordia procurará no «colar el mosquito» de la rúbrica y la


ortodoxia para «tragarse el camello de la injusticia y la crueldad, sino que recordará la
importante advertencia de Jesús: «esto es lo que habría que hacer, sin olvidar lo otro»
(Mt. 23: 23). Por eso, una Iglesia de la misericordia hará también todo lo posible por
desidentificarse del Occidente, para poder -con san Pablo- «hacerse todo a todos»: será
una Iglesia negra con los negros, aymara con los aymaras, quechua con los quechuas,
afroamericana y caribeña con los afromericanos y caribeños. Y en ella suscitará el Señor
más de un apóstol Pablo que, cuando se quiera imponer algún tipo de «circuncisión»
occidental, gritará en seguida que eso es buscar una «justificación por los méritos
propios» y hacer inútil a Cristo y que -por tanto- «aunque un ángel o yo mismo os
anuncie otro evangelio, sea anatema» (Gál. 1: 8).

La iglesia con perspectiva de misericordia será heraldo del mensaje de esperanza


que radica en la resurrección de Jesús. En la desesperanza y descontrol de los pueblos,
se espera su mensaje de fe, de amor y de esperanza. Con frecuencia es difícil para la
Iglesia anunciar la resurrección de Jesús. La raíz de la dificultad estriba en querer
anunciarla en directo, olvidando al crucificado. Cuando esto ocurre, el anuncio de la
resurrección puede desencadenar emociones en la celebración litúrgica, pero poca
efectividad para la vida histórica. Puede ocurrir también que la Iglesia escuche de sus
oyentes lo que los atenienses dijeron a Pablo: "no nos interesa". Y en el fondo no habría

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por qué sorprenderse. El anuncio de la resurrección de Jesús es revelación de Dios que


culmina una historia de revelación. Quien se quiera apuntar sólo al final de esa historia,
no entenderá ese final.

Pero quien haya recorrido ese camino desde el principio, quien haya hecho suyo el
camino de Jesús, la locura y el escándalo de la cruz, quizás pueda oír desde fuera
-cuando se le anuncia la resurrección de Jesús- la palabra que lleva dentro: que la vida
de Jesús fue la verdadera vida y por ello Jesús permanece para siempre; que la vida es
más fuerte que la muerte; que la justicia es más fuerte que la injusticia; que la
esperanza es más real que la resignación. La fidelidad a la historia según el seguimiento
de Jesús le hará esperar un final bienaventurado, para él y para otros, sin saber
exactamente ni cómo ni cuándo, pero con la convicción creciente e inconmovible de que
esa historia de horrores es atraída hacia sí por Dios.

La crucifixión de Jesús se da “entre otros crucificados” y desde allí anuncia su


proclama de esperanza “Estarás conmigo en el paraíso”. Por ello creemos que la primera
pregunta que se dirige a la Iglesia, precisamente cuando quiere anunciar la resurrección
de Jesús, es si está en verdad junto a la cruz de Jesús y junto a las innumerables cruces
actuales de la historia. No hay otro lugar para poder hablar cristianamente de la
resurrección de Jesús.

Cuando la Iglesia está junto al crucificado y los crucificados, sabe cómo hablar
del resucitado, cómo suscitar una esperanza y cómo hacer que los cristianos vivan ya
como resucitados en la historia. Quizá las palabras que se usen sean las mismas que se
usan en otros lugares; pero tienen un significado distinto; los cristianos las entienden y
esas palabras desencadenan vida cristiana. La razón para ello no es otra que en los
crucificados de la historia se hace hoy presente Jesús, como lo recuerda Mt 25. En ellos
se ha vuelto a aparecer Jesús, mostrando ciertamente más sus heridas que su gloria,
pero estando realmente en ellos.

Todo lo dicho podrá parecer locura. La situación de América Latina reproduce


mucho más el viernes de crucifixión que el domingo de resurrección. A pesar de todo, sin
embargo, terminamos como comenzamos. La resurrección del crucificado es verdad.
Será locura, como lo fue para los corintios, pero es verdad y es la esperanza del servicio
eclesial. La iglesia debe ser signo de una humanidad resucitada. Pero fuera de esa
locura, por ser verdad, o fuera de esa verdad, aunque sea locura. Cuando se le
preguntó a un agente de pastoral de una comunidad de base de El Salvador, muy
castigado por la represión, qué hacían como Iglesia, respondió sencillamente: mantener
la esperanza de los que sufren. Y para ello, añadió, leemos los profetas y la pasión de
Jesús. Así esperamos la resurrección.

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2. Una iglesia que se fortalezca y se muestre como comunidad alternativa de


vida.

El ser iglesia camina por un robustecimiento organizativo y la redención


constante de su naturaleza y especificidad: “La iglesia siempre debe ser la iglesia”. Su
compromiso con el mundo está determinado por su naturaleza y llamamiento divino.
Debe modelar una mayordomía transparente (no se debe servir desde la deshonestidad,
la desorganización y el desperdicio); una comunión que sostenga la unidad (no es
posible seguir sirviendo desde el escándalo de la división); un liderazgo comprometido
por vocación y no por afición o especulación lucrativa; una espiritualidad que nos
mantenga fieles al llamado de Dios y no la carnalidad que nos amarra a los vaivenes de
los caprichos o intereses egoístas o sectoriales que no son los de la iglesia; una vida
cristiana que se alimenta en la comunión de los creyentes y crece en el compañerismo
de la fe y no vidas desvinculadas y descomprometidas con su iglesia local. En fin, la
iglesia debe hablar y actuar en el mundo como iglesia.

3. La iglesia debe proyectarse hacia el corazón del mundo, lo que actualmente


se le denomina “sociedad civil”.

Cuando la iglesia evangélica llega a nuestras tierras latinoamericanas juega un rol


revolucionario, acompañando un proceso de transformación social impulsado por los
partidos liberales. Esa alternabilidad se constituye en un atractivo para la población. Los
valores que conllevan ser evangélico estaban en ruptura con los valores tradicionales del
modelo conservador. Produciéndose una doble reacción ante la iglesia evangélica: Por
un lado, los que aspiraban a un cambio social miraban con buenos ojos la presencia y el
trabajo de los evangélicos; por el otro, un conflicto con los sectores económicos y
religiosos que suspiraban por el antiguo orden español.

La propuesta global (mensaje, ética, valores, organización) de la iglesia evangélica


significó para su auditorio una opción no sólo religiosa, sino de vida social, económica y
política. El llamado apoliticismo de la iglesia vino después, mas no fue así en sus
orígenes.

En la medida que la iglesia evangélica represente hoy una fuerza de cambio en la


vida de la sociedad, estará garantizando no solo mejores condiciones de vida para sus
miembros y la sociedad, sino también siendo una parte muy apreciada y escuchada.
Sólo así será el Señor y no ella misma quien añada los que han de ser salvos. ¿Cuál ha
de ser, entonces, el tipo de trabajo y la nueva concepción de sociedad que la iglesia ha
de impulsar? Sugiero encontrar algunas en el tan mal entendido concepto de sociedad
civil.

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Hay cinco instituciones tradicionales de la sociedad civil que urge


revalorizar: a) La familia, no puede haber una sociedad civil sólida sin una reforma
profunda de la familia y su consecuente fortalecimiento. Es aquí donde empezamos ya a
poner los fundamentos y a crear alternativas para un cambio radical del sistema. b) La
organización comunitaria. La formación de comunidades es la única manera de
resistir la lógica de muerte del consumismo, de la agresión cultural y de los
fundamentalismos sectarios que nos manipulan y que controlan nuestro corazón y
nuestra razón. c) El poder local, comunal o barrial. d) La educación. Tanto formal
como la educación popular e) La cultura, la música, la poesía y el arte.

Lo fundamental en la sociedad civil no es la toma del poder político, sino la


construcción de un nuevo poder. En la situación actual de América Latina se da en
primer lugar una imposibilidad de tomar el poder para una transformación de la realidad.
La imposición del nuevo orden internacional aplasta cualquier intento de toma del poder,
por bloqueos militares y económicos, por guerras de contra-insurgencia, o por golpes de
Estados sostenidos desde fuera. El poder político ha llegado a ser además, en muchos
casos, irrelevante.

La sociedad civil que buscamos construir en América Latina como espacio para
fundamentos y alternativas, es una sociedad con nuevos actores sociales. La sociedad
civil que emerge desde abajo no está en contra del Estado, sino que ejerce presión sobre
el Estado, para una transformación de éste a largo plazo. Se busca llegar, desde la
sociedad civil, a un nuevo Estado realmente al servicio de las mayorías pobres y de la
conservación de la naturaleza.

El poder ha estado tradicionalmente cualificado por la dimensión política, reducida


ésta al ejercicio del poder político en el gobierno, los poderes públicos y los partidos
políticos. La conciencia, igualmente, aparecería reducida únicamente a su dimensión de
conciencia política. En la nueva sociedad civil que buscamos construir, como espacio de
nuevos fundamentos y alternativas, el poder y la conciencia tienen por lo menos 4
dimensiones esenciales: la dimensión de cultura, género, naturaleza y dimensión
ética/espiritual.

Vivimos una fase de transición entre la crisis del sistema y el surgimiento de un


nuevo modelo de sociedad. En esta etapa de transición se va consolidando la nueva
conciencia, los nuevos movimientos sociales, los nuevos actores sociales que están
construyendo laboriosamente la sociedad civil, a partir de la cual se podrá dar en el
futuro una reforma del mercado y del Estado. Entre la crisis del sistema y el surgimiento
de los nuevos paradigmas necesariamente tendremos este período de transición, que es
un período de creatividad de alternativas y de construcción de fundamentos. Sería
peligroso e irreal querer saltar desde la crisis actual del sistema hacia modelos y
paradigmas teóricos ya consolidados. Debemos vivir con paciencia histórica y sin
desesperación este período de transición, que es un período de discernimiento y de
gestación lenta y paciente. Ahora nos incumbe poner los fundamentos y crear las

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alternativas, esperando que madure la historia, quizás en el siglo XXI que ya comienza, y
que se produzca el parto doloroso de la sociedad que soñamos para la felicidad de todos
y de todas. En esto, considero que El Espíritu de Dios puede utilizar a una iglesia que
quiera ser parte de ese soplo que renueva su creación.

CONCLUSIÓN: Evangelización es "eu-angelización".

Habría que sacudirnos nuestra idea tradicional de evangelización, tratando de


volver al concepto original (etimológico en este caso) de «eu-angelización», «dar buenas
noticias». Con demasiada frecuencia la significación de la palabra queda de hecho
limitada a actividades religiosas e intraeclesiásticas.

Hay que recordar: Jesús no fue pastor local de una iglesia, ni obispo, ni organizó
las clases de bautismos, no fue maestro de escuela dominical, ni predicador electrónico,
ni formó parte de ninguna elite religiosa. Jesús no hizo casi nada de lo que en muchas
partes hoy se llama evangelización. Su evangelización fue más bien real y
etimológicamente "eu-angelización": anuncio de una "Buena Noticia", no como concepto
eclesiástico, sino como una buena noticia real, en el sentido de cambio del mundo,
cambio de sociedad, el anuncio de una nueva época, una promesa de tiempos mejores
inminentes. Por eso, su interlocutor no fue el consumidor de los servicios pastorales del
Templo o de las sinagogas, sino la sociedad como tal, con todos sus sectores e
instancias, y especialmente los pobres. Jesús anunció su mensaje de esperanza en el
cambio (evangelización) a la sociedad en cuanto tal, al mundo, más allá de lo
eclesiástico o estrictamente religioso. La evangelización de Jesús no fue del tipo de las
actividades estrictamente religiosas o eclesiásticas o pastorales.

No significa tampoco que todas las actividades que normalmente hacemos están
fuera de la esfera de la evangelización. Pero la evangelización en sentido profundo,
como categoría mayor, tiene que ser supraeclesiástica, ha de dirigirse al mundo y
dialogar con él e interpelarlo. Si hoy, cuando el mundo pasa por una de las situaciones
más lacerantes de su historia en términos de pobreza y miseria, el cristianismo no dice
su palabra mayor a las mayorías inmensas excluidas de la vida, y si esta palabra mayor
no conlleva esencialmente en sí misma el anuncio-de y la convocatoria-a la erradicación
de la pobreza y de la miseria como la gran negación de la dignidad del Creador y de la
utopía del Reino, no estaría eu-angelizando cristianamente, aunque quizá estuviese
haciendo una evangelización eclesiásticamente correcta.

Quiera el Señor seguir convocando un pueblo fiel a su propósito: “Reunir todas las
cosas en su Hijo Jesucristo” (Efesios 1: 9- 10).

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