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David E. Ramos
Introducción.
Vivimos hoy una acelerada crisis económica, una crisis del sistema; incluso
algunos piensan que vivimos una crisis de la modernidad, o más profundamente: una
crisis de civilización. También se habla de crisis de paradigmas y de crisis de esperanza.
No es una época de cambios, sino un cambio de época.
Un dicho popular afirma: "Es mejor encender una luz que maldecir las tinieblas". En este
clima de crisis, derrumbe, miedo, agresividad y desesperación, la única actitud eclesial
responsable es la reconstrucción de la esperanza. Pero no una esperanza
voluntarista, ideológica o ilusoria, sino una esperanza histórica, real y creadora de
alternativas. Este final de siglo (y final también de milenio) quizás no sea un tiempo
lleno de certezas, de éxitos y de triunfos, pero sí será un tiempo de construcción de
fundamentos y de creación de alternativas. Es un período de transición, durante el
cual poner fundamentos y fortalecer las alternativas nacientes es tarea ineludible de
todas y de todos en esta humanidad sufriente de fin de siglo.
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Deberíamos hablar en primer lugar de las cifras mismas de la pobreza, hoy más
altas que nunca. Mil millones de personas viven en el mundo con un dólar diario. Y en
América Latina (AL) concretamente crece el número de pobres: en 1985 eran 152
millones (el 41% de la población) y en 1990 eran ya 196 millones (el 46%) La década
de los 80 fue una década perdida para A.L. aunque fue más perdida para unos que para
otros.
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Una Iglesia con mentalidad de multinacional tomará su condición divina como algo
de lo que «hacer alarde» (Fil. 2: 6) para aislarse y no contaminarse con la cuestiones
mundanas, como también para obtener sumisión y privilegios. Una Iglesia con
mentalidad de la misericordia «se vaciará de su imagen divina» (Fil. 2: 7),
presentándose como una comunidad de servicio interesada en que todos los heridos del
camino descubran el amor en su ministerio (Fil. 2: 7) y asumiendo la imagen del Siervo
de Yahvé plasmada en Isaías 53.
No será pues una Iglesia «paralela» pero sí una Iglesia «convertida». En una
Iglesia servidora, los dirigentes no se llamarán «jerarquía» sino «doularquía»: porque
jerarquía es una palabra que significa «poder sagrado» y, para el cristiano, esto es una
contradicción: para un cristiano sólo es sagrado el amor, no el poder. Doularquía en
cambio significa servicio sagrado, y es una palabra mucho más verdadera porque el
servicio es la mayor marca de Dios. Y por eso esta «doularquía» no se estructurará de
arriba abajo, como una pirámide que pretendiera llegar al cielo con su punta,
reproduciendo así la obsesión de la torre de Babel.
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Pero quien haya recorrido ese camino desde el principio, quien haya hecho suyo el
camino de Jesús, la locura y el escándalo de la cruz, quizás pueda oír desde fuera
-cuando se le anuncia la resurrección de Jesús- la palabra que lleva dentro: que la vida
de Jesús fue la verdadera vida y por ello Jesús permanece para siempre; que la vida es
más fuerte que la muerte; que la justicia es más fuerte que la injusticia; que la
esperanza es más real que la resignación. La fidelidad a la historia según el seguimiento
de Jesús le hará esperar un final bienaventurado, para él y para otros, sin saber
exactamente ni cómo ni cuándo, pero con la convicción creciente e inconmovible de que
esa historia de horrores es atraída hacia sí por Dios.
Cuando la Iglesia está junto al crucificado y los crucificados, sabe cómo hablar
del resucitado, cómo suscitar una esperanza y cómo hacer que los cristianos vivan ya
como resucitados en la historia. Quizá las palabras que se usen sean las mismas que se
usan en otros lugares; pero tienen un significado distinto; los cristianos las entienden y
esas palabras desencadenan vida cristiana. La razón para ello no es otra que en los
crucificados de la historia se hace hoy presente Jesús, como lo recuerda Mt 25. En ellos
se ha vuelto a aparecer Jesús, mostrando ciertamente más sus heridas que su gloria,
pero estando realmente en ellos.
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La sociedad civil que buscamos construir en América Latina como espacio para
fundamentos y alternativas, es una sociedad con nuevos actores sociales. La sociedad
civil que emerge desde abajo no está en contra del Estado, sino que ejerce presión sobre
el Estado, para una transformación de éste a largo plazo. Se busca llegar, desde la
sociedad civil, a un nuevo Estado realmente al servicio de las mayorías pobres y de la
conservación de la naturaleza.
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alternativas, esperando que madure la historia, quizás en el siglo XXI que ya comienza, y
que se produzca el parto doloroso de la sociedad que soñamos para la felicidad de todos
y de todas. En esto, considero que El Espíritu de Dios puede utilizar a una iglesia que
quiera ser parte de ese soplo que renueva su creación.
Hay que recordar: Jesús no fue pastor local de una iglesia, ni obispo, ni organizó
las clases de bautismos, no fue maestro de escuela dominical, ni predicador electrónico,
ni formó parte de ninguna elite religiosa. Jesús no hizo casi nada de lo que en muchas
partes hoy se llama evangelización. Su evangelización fue más bien real y
etimológicamente "eu-angelización": anuncio de una "Buena Noticia", no como concepto
eclesiástico, sino como una buena noticia real, en el sentido de cambio del mundo,
cambio de sociedad, el anuncio de una nueva época, una promesa de tiempos mejores
inminentes. Por eso, su interlocutor no fue el consumidor de los servicios pastorales del
Templo o de las sinagogas, sino la sociedad como tal, con todos sus sectores e
instancias, y especialmente los pobres. Jesús anunció su mensaje de esperanza en el
cambio (evangelización) a la sociedad en cuanto tal, al mundo, más allá de lo
eclesiástico o estrictamente religioso. La evangelización de Jesús no fue del tipo de las
actividades estrictamente religiosas o eclesiásticas o pastorales.
No significa tampoco que todas las actividades que normalmente hacemos están
fuera de la esfera de la evangelización. Pero la evangelización en sentido profundo,
como categoría mayor, tiene que ser supraeclesiástica, ha de dirigirse al mundo y
dialogar con él e interpelarlo. Si hoy, cuando el mundo pasa por una de las situaciones
más lacerantes de su historia en términos de pobreza y miseria, el cristianismo no dice
su palabra mayor a las mayorías inmensas excluidas de la vida, y si esta palabra mayor
no conlleva esencialmente en sí misma el anuncio-de y la convocatoria-a la erradicación
de la pobreza y de la miseria como la gran negación de la dignidad del Creador y de la
utopía del Reino, no estaría eu-angelizando cristianamente, aunque quizá estuviese
haciendo una evangelización eclesiásticamente correcta.
Quiera el Señor seguir convocando un pueblo fiel a su propósito: “Reunir todas las
cosas en su Hijo Jesucristo” (Efesios 1: 9- 10).
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