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El DESARROLLO SOSTENIBLE Y EL DESARROLLO HUMANO EN LA PERSPECTIVA DE UN

CAMPUS SOSTENIBLE

Surgen, el desarrollo sostenible y el desarrollo humano, a finales del siglo XX, como propuestas
teóricas que buscan agregar otros elementos a la discusión y aplicación de la idea de desarrollo que
se venía promoviendo en lo que se dio en llamar las “áreas subdesarrolladas del globo”. Corría 1949,
en su discurso de posesión como presidente de Estados Unidos, Harry Truman anuncia el “trato justo”
con todos aquellos países que viven en condiciones cercanas a la miseria. (Escobar, 1996).
“Lo que tenemos en mente es un programa de desarrollo basado en los conceptos del
trato justo y democrático”
Las Naciones Unidas (1945) se apersonan del asunto y en 1967 le dan vida a su programa destinado
al estudio, análisis y promoción del Desarrollo: PNUD. Desde ese entonces el programa produce una
rica y amplia documentación sobre el devenir del desarrollo en el mundo. Un punto de inflexión en este
trayecto de producción documental lo constituye el año 1990. Para ese año su informe anual incluye
un nuevo concepto que desembocaría en un nuevo modelo: Desarrollo Humano. El nuevo concepto –
modelo tiene como fundamento el trabajo del economista Amartya Sen, Nobel de economía de 1998.
(Tellería, 2015). En el citado informe de 1990 la ONU y el PNUD critican la inocultable esencia
economicista del modelo de desarrollo imperante, cuyo centro gravitacional es la economía de
mercado y la actividad industrial. Acciones que tienen como sustrato el aprovechamiento sin límite de
los recursos naturales disponibles a cuenta del crecimiento económico y su co-relato el estado de
bienestar de las poblaciones.
Bajo el nuevo paradigma del desarrollo la atención se centra en las personas. La ampliación de sus
capacidades y oportunidades. Las mismas que se favorecen a partir de estados plenos de libertad. El
desarrollo depende totalmente de la libre agencia de los individuos. (Sen, 2002).
“Lo que pueden conseguir positivamente los individuos depende de las oportunidades
económicas, las libertades políticas, las fuerzas sociales y las posibilidades que brindan
la salud, la educación y el fomento y cultivo de las iniciativas”
Por supuesto que estas premisas se han cumplido muy parcialmente y no solo no se han cumplido a
cabalidad sino que se han desdibujado otras formas y prácticas de vida que han intentado resistirse al
dominio del modelo economicista que sigue imperando. Dolorosamente la realidad muestra otra
verdad de ese modelo.
Simultáneamente el hombre empieza a tomar consciencia de que este modelo dominante no solo
produce notorias desigualdades sociales y económicas que afectan las posibilidades de una vida digna
para muchos, tal vez para una gran mayoría de la población mundial. Sino que lo que se pone en
riesgo es la sostenibilidad de las generaciones futuras como resultado del uso sin control de los
recursos naturales. El asunto, entonces, toma una mayor trascendencia en tanto lo que queda en
debate es la permanencia de la vida humana en el planeta. Es una crisis ambiental que deviene en
crisis civilizatoria. (Leff, 2014).
Crisis civilizatoria por cuanto al manejo irracional de los recursos subyacen prácticas productivas
legitimadas por gobiernos, aceptadas como prácticas culturales y cotidianas que terminan por recibir
el aval de una población que se entretiene en el uso de una tecnología cada vez más absorbente.

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Son los años 80 del siglo pasado. Como se ha manifestado, las expresiones son muchas y variadas.
Las Naciones Unidas, la OIT, el Banco Mundial se muestran preocupadas y emiten resoluciones y
emprenden campañas para equilibrar el balance económico del desarrollo con el balance social. Hay
logros, no suficientes. El modelo de economía de mercado se ha enquistado en el imaginario de la
población mundial, contribuye a ello, sin duda, el derrumbe –re-ingeniería dirán otros- del modelo
contraparte: socialista – comunista. Son los tiempos de la caída del muro de Berlín. Un hecho histórico
cargado de simbolismo no solo geo-político, sino económico.
Coincidencia o no, esto es historia. La caída del muro y toda su carga simbólica acontece un día de
noviembre de 1989. El concepto de sostenibilidad aparece referido por vez primera, un día de marzo
de 1987, en un informe comisionado por la ONU que lleva por título: “Nuestro futuro común” y que
pasaría a ser referido en el mundo entero como el informe Brundtland. Convirtiéndose desde aquel
momento en referencia obligada del desarrollo sostenible.
De nuevo el paso del tiempo es testigo de excepción, han pasado 30 años desde ese par de
acontecimientos. La realidad no nos deja mentir, el mundo se sigue debatiendo entre las bondades de
un sistema económico que privilegia la iniciativa privada por lo general individualista; y una re-
consideración de nuestra relación con la naturaleza. ¿Cómo lograr el equilibrio entre esas dos legítimas
aspiraciones humanas? No parece fácil. Son muchas variables en juego. Son muchos los discursos y
prácticas que dan sustento a ambos objetivos. Todo ello en el marco de una crisis civilizatoria, como
la argumentan muchos hoy día. No se trata entonces de un asunto tan simplista como se le ha querido
apreciar y tratar durante largo tiempo. A los múltiples problemas que cada vez han aparecido como
efecto casi natural de un mundo en sostenido crecimiento poblacional co-existe, a criterio de los
pensadores de la crisis civilizatoria, un desgaste acelerado de muchas formas de vida. Formas en lo
económico, en lo social, en lo productivo. Con sus correspondientes marcos de referencia que por lo
regular decantan en lo organizativo, sean estas empresas, ciudades, gobiernos, estados. Sin soslayar
las implicaciones en lo simbólico, lo ideológico y lo cultural. ¿El fin de las utopías?, parafraseando a
Hebert Marcuse.
Cuando se hace referencia a crisis civilizatoria lo que está en juicio es el tipo de sociedad que se
configura, siendo fundamental para ello el modelo económico. Entonces en una suerte de juego de
palabras, si lo que pretendemos es que nuestra civilización sapiens permanezca en el tiempo y en el
planeta necesitamos diseñar –verbo en boga- una nueva sociedad y para ello el modelo económico
no puede seguir siendo el mismo que antepone a las consideraciones humanas el racionalismo
económico – productivo; donde el ser humano está en la misma línea operativa y de uso que la
máquina, la tecnología, el espacio, la información, el conocimiento (Lander, 2010). No es el ser
humano un recurso más. Es el ser humano la figura por antonomasia de la existencia de vida en este
planeta. No se trata de caer en retóricas teológicas, ni filosóficas, es solo apreciar la trascendencia de
su evolución como única especie pensante. Sin embargo esa misma distinción de pensamiento le ha
conducido a los más insospechados actos de barbarie entre iguales y en los últimos cien años de
depredación sistemática de su entorno natural, lo que ha generado desestabilización de la biosfera
global y su impacto en la composición del suelo, del agua y de la atmósfera (Harari, 2018). Es decir
efectos sobre lo que comemos, lo que bebemos y lo que respiramos.
Mientras cambia el modelo económico, esto es se impone otra u otras formas de ser productivos, sin
alterar el orden de las cosas – la naturaleza en su sitio, el hombre en el suyo- y sobre todo garantizando
nuestra permanencia y la de los descendientes en el planeta, en lo que si podemos comprometernos
es en sentar las bases de una sociedad más amable con la vida, donde prime la noción de la
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convivencia. Donde la respuesta al interrogante del sociólogo francés Alain Touraine ¿Podremos vivir
juntos? sea un sí rotundo. Sin espacio para la duda. Es eso en últimas un campus sostenible: un
espacio para la convivencia armónica entre iguales, entre estos y sus artefactos y todo ello con la
naturaleza.
La Fundación Educativa Católica Lumen Gentium, institución de la Arquidiócesis de Cali fundamenta
su presencia en la ciudad como un lugar en donde el ser humano es eje central de todas sus acciones
tanto académicas como administrativas. Es prioridad en la vida cotidiana de la institución el respeto al
otro en su diferencia. Es fundamental en su diario vivir el respeto a las demás especies, en especial
aquellas con las que se comparte hábitat. Resulta de especial atención la co-existencia territorial con
otros actores de la vida social y cultural de los lugares en donde ella desarrolla su quehacer educativo.
Pero, es ante todo la dignidad humana lo que le otorga un signo distintivo a la institución. Ello se
expresa en su apuesta por una educación superior inclusiva. En el esfuerzo porque las oportunidades
sean equitativas para todos los que hacen parte de su diario vivir. Es el convencimiento pleno de que
a través de una educación de calidad en medio de un tejido de relaciones de mutuo respeto y en un
espacio que pueda ser considerado de todos como se aporta en la configuración de esa nueva
sociedad que apuntala la permanencia de la civilización sapiens en el planeta tierra. Es todo ello en
su totalidad con un absoluto respeto a las particularidades que dan identidad a lo que se acoge como
campus sostenible. No es solo un dispositivo de orden técnico, es ante todo el equilibrio entre la utopía
del desarrollo y la sostenibilidad de lo humano. Es una apuesta por el Desarrollo Humano Sostenible.

Referencias
Escobar, A. (1996). La invención del tercer mundo. Grupo Editorial Norma, (1), 19 – 21
Lander, E. (2010). Estamos viviendo una profunda crisis civilizatoria. Revista América Latina en
movimiento. Nº 452, 197
Leff, E. (2014). La apuesta por la vida. Imaginación sociológica e imaginarios sociales en los territorios
ambientales del sur. Vozes Editora, 6 – 9
Harari, Y. N. (2018). 21 Lecciones para el siglo XXI. Debate, 115 – 142
Sen, A. (2002). Desarrollo y Libertad. Planeta, 19 – 25
Tellería, J. (2015). ¿Seguimos hablando de Desarrollo? EL paradigma del desarrollo humano del
PNUD como saber - poder. Nuevos Nómadas, Universidad Central, Bogotá Colombia. 242 –
243

Preparó
José Alonso González S

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