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Colegio Sagrado Corazón de La Reina

Departamento de Filosofía
Profesora: María Gloria Vallejos
IV° Medio A
Unidad 1: La filosofía como ontología

NOMBRE: ___________________________________________ FECHA: ___________

CAPÍTULO V
EL MUNDO DE LA IDEAS. PLATÓN

1. La obra de Platón y su influencia

Platón nació en Atenas en 429 ó 427, y murió en la


misma ciudad en 348 ó 347 a.C. Después de
dedicarse a la poesía, pronto se consagró a los
estudios filosóficos, siguiendo las enseñanzas de
Cratilo, secuaz de Heráclito. A los veinte años entró
en contacto con Sócrates, que determinaría Detalle de “La escuela de Atenas”, de
decisivamente su pensamiento, y en cuya boca puso Rafael, pintada aproximadamente en el
año 1510. ¿Por qué crees que Platón
la mayor parte de sus propias doctrinas -máximo aparece apuntando hacia arriba?
homenaje del gran discípulo al maestro.

Hacia el año 385 estableció su escuela, la Academia, así llamada por encontrarse en un
parque y gimnasio consagrado al héroe Academo. Esta escuela y centro de investigación,
donde se cultivaron no sólo la filosofía sino todas las ciencias, ejerció incomparable
influencia hasta que fue cerrada, y sus bienes confiscados, por el emperador Justiniano, en
529 d.C; de manera que duró más de 900 años (más de lo que haya durado hasta el
momento cualquier universidad existente). Sus obras, afortunadamente, nos han llegado
completas. Constan de unos veinticinco diálogos (además de otros sospechosos o
seguramente apócrifos), la Apología (o Defensa) de Sócrates, y trece cartas (algunas
probablemente auténticas, como la Séptima, otras apócrifas). Entre los diálogos deben
citarse (en orden cronológico probable) Laques, Ion, Protágoras, Eutifrón, Critón, Gorgias,
Menón, Cratilo, Banquete, Fedón, República (quizás su obra maestra), Parménides,
Teétetos, Fedro, Sofista, Timeo y Leyes.
Platón no fue sólo filósofo, o, mejor, porque lo fue de modo tan eminente, su
poderosa personalidad abarca todos los intereses humanos. Matemáticas y astronomía,
física, política y sociología, teoría psicológica y la más notable capacidad de comprensión
anímica, las dominó su potente genio; y esa multiplicidad de intereses hace que sus obras

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no puedan ser ignoradas por ninguna persona culta. Pero si se debiera señalar otra
actividad en la cual alcanza idéntica genialidad a la que logra en el campo filosófico, es
preciso decir en seguida que Platón fue uno de los más grandes artistas de la palabra, uno
de los escritores más grandes de todos los tiempos, un genio literario con el que muy
pocos pueden compararse; de modo tal que en definitiva no se sabe qué admirar más, si al
filósofo o al artista, por la riqueza imaginativa, la multiplicidad de recursos a que echa
mano, el dominio de la lengua y la capacidad soberana para alcanzar las máximas
posibilidades expresivas le la belleza y flexibilidad de la prosa griega. […]
Ocuparse de Platón -y lo mismo vale, en parecida medida, de los presocráticos, de
Aristóteles, etc.- puede parecer ocuparse de antigüedades. Sin embargo, ello es una
ilusión, como la del que viera sólo el follaje de un árbol y desdeñara ocuparse de las raíces
y del suelo en que se nutren. Platón es incomparablemente más "actual" que la mayoría
de los autores contemporáneos, si denominamos "actual", no a quien simplemente
mantiene su existencia biológica, sino a quien tiene algo que decir y enseñar en nuestro
tiempo. Porque Platón está vivo en cada una de las manifestaciones de nuestra cultura;
más todavía, en lo que cada uno es, y si no lo notamos es justo porque damos por cosa
nuestra lo que en realidad es fruto de nuestra historia. En esta historia nuestra, Platón es
factor esencial, tan esencial que puede decirse, sin temor a exagerar, que si no hubiese
existido Platón seríamos muy diferentes de lo que efectivamente somos […].

3. El modo de ser de lo sensible, y el de las ideas. Los dos mundos.

La palabra "idea" (en griego ειδος [eidos], ιδεα [idea]) proviene del verbo ειδω (eido),
que significa "ver"; literalmente, "idea" sería lo "visto", el "aspecto" que algo ofrece a la
mirada , la "figura" de algo, su "semblante", por ejemplo, el aspecto o figura que presenta
esto que está aquí, esta silla. En Platón, la palabra alude, no al aspecto sensible, sino al
"aspecto" intelectual o conceptual con que algo se presenta; por ejemplo, en nuestro caso,
el aspecto, no de ser cómoda o incómoda, roja o verde, sino el aspecto de ser "silla" -lo
cual, es preciso observarlo bien, no es nada que se vea con los ojos del cuerpo, ni con
ningún otro sentido (no hay, en efecto, ninguna sensación de "silla", sino sólo de color, o
sabor, o sonido, etc.), sino solamente con la inteligencia: por eso se dice que se trata del
aspecto "inteligible", es decir, de la "esencia". (Conviene por tanto, al estudiar a Platón,
prescindir de todo lo que sugiere corrientemente la palabra "idea" en el lenguaje actual,
que nos hace pensar en algo psíquico, mientras que para Platón las ideas son algo real,
cosas, más todavía, las cosas verdaderas, metafísicamente reales, más reales que
montañas, casas o planetas).
Para aclarar mejor la índole de las "ideas" y su diferente modo de ser respecto de las
cosas sensibles, conviene hacer referencia a un pasaje del Fedón, que el lector hará bien en
estudiar atentamente. Allí Platón establece la diferencia entre las cosas iguales, de una
parte, y la idea de lo igual (lo igual en sí o la igualdad misma), de la otra. En síntesis, el
texto dice lo siguiente.
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Supóngase un leño (1) igual a otro (2),
menor que un tercero (3) y mayor que un
cuarto (4).
a) En primer lugar, obsérvese que el leño 1 es
igual al 2, menor que el 3 y mayor que el 4, es
decir, que el leño 1 es a la vez, igual y no-igual,
pues es menor y mayor, esto es, que es
contradictorio. Pero la igualdad, o, como
también dice Platón, "lo igual en sí", la idea de
igualdad, no es igualdad en cierto respecto y
en otros no, no se convierte en la idea de la desigualdad (si esto sucediera, no podríamos
pensar), sino que es siempre la igualdad, perfectamente idéntica a sí misma.
b) En segundo lugar, se puede cortar en dos el leño 1, y entonces el leño, que era igual al 2,
se habrá convertido en menor, habrá dejado de ser igual, habrá desaparecido como igual;
y desaparecerá absolutamente si se lo quema. Pero la igualdad misma no se la puede
cortar y convertirla en lo menor, ni se la puede destruir,
c) En tercer lugar, las cosas iguales, como los leños, son sólo imperfectamente iguales,
tanto por todo lo que se acaba de decir, cuanto por la circunstancia de que, observados
con mayor precisión -con una lupa, v. gr.-, revelarían diferencias. Las cosas iguales, pues,
"aspiran" a ser como la igualdad en sí, pero en el fondo siempre les falta algo para serlo
plena o perfectamente, son insuficiente o imperfectamente iguales, deficientemente
iguales. En general, las cosas sensibles no son plenamente, sino que constituyen una
mezcla de ser y no-ser. -Quizás pueda lograrse una noción aproximada de lo que se va
diciendo si se piensa en la relación que hay entre el triángulo del que se ocupa el
matemático, y la figura que dibuja en la pizarra; el dibujo se parece o imita al triángulo -al
triángulo en sí, o, si se prefiere decirlo de otra manera, a la triangularidad-, pero
evidentemente no son lo mismo. Cuando el geómetra dice que "la suma de los ángulos
interiores del triángulo es igual a dos rectos", piensa en el triángulo en general, en la
triangularidad, y no en ese o aquel triángulo particular, o, mejor dicho, en esa figura
aproximadamente triangular que ha dibujado en la pizarra: ésta tendrá que ser o
equilátera, o isósceles, o escaleno, y el triángulo a que se refiere el teorema es cualquiera
de los tres; si además nos refiriésemos sólo a los triángulos equiláteros, tampoco
saldríamos del paso, porque el triángulo dibujado tiene ciertas dimensiones determinadas,
en tanto que el equilátero en que piensa el geómetra se refiere a cualquiera, tenga las
dimensiones que tuviere; por último, observada con detención, toda figura triangular
resulta ser imperfecta (por ejemplo, porque con una lupa se vería que el segmento que
constituye uno de sus lados no es perfectamente rectilíneo, sino irregular). Por tanto, no
es lo mismo el triángulo en sí -la idea "triángulo"- que las cosas o figuras sensibles
triangulares.
Se desprende entonces de todo lo anterior que las cosas iguales (o las cosas
triangulares) -y, generalizando, las cosas sensibles- son contradictorias, cambiantes e
imperfectas, en tanto que la igualdad (o la triangularidad) -y, en general, todas las ideas-
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son idénticas, inmutables y perfectas. Por ende, cosas sensibles e ideas representan dos
órdenes de cosas, dos modos de ser, totalmente diferentes. La belleza es siempre la
belleza; en cambio las cosas o personas bellas, por más hermosas que sean, llega un
momento en que dejan de serlo, o simplemente desaparecen. Por ello es también
diferente nuestro modo de conocerlas; las cosas iguales se las conoce mediante los
sentidos (y por ello cosas de este género se llaman cosas sensibles), en tanto que la
igualdad no se la ve, ni se la toca ni oye, ni la capta ninguno de los otros sentidos, sino que
se la conoce mediante la razón, mediante la inteligencia (por ello de la igualdad, de la
belleza, la justicia, etc., se dice que son entes inteligibles).
Pero si bien cosas sensibles e ideas representan dos órdenes diferentes del ser, con
todo hay entre ambos una relación, que Platón dice es una relación de semejanza o copia o
imitación; relación que, al ver las cosas iguales, nos permite pensar en la igualdad, a la
manera como, al ver el retrato de un amigo, nos acordamos del amigo, justamente porque
hay similitud entre el retrato y él. Del mismo modo, las cosas bellas se asemejan a la
belleza, las cosas buenas al bien, las cosas justas a la justicia, etc.
Mas para que al ver el retrato de Pedro yo me acuerde de Pedro o reconozca que es
retrato de Pedro, es preciso que antes haya conocido a Pedro; de otra manera, no lo
reconocería. Del mismo modo, si al ver dos leños iguales reconocemos allí la igualdad,
aunque la igualdad misma no la "vemos", esto supone que de alguna manera ya
conocíamos la igualdad; no podríamos pensar que dos cosas sensibles son iguales, si no
supiésemos ya de alguna manera qué es la igualdad, así como no podemos decir que un
objeto es hermoso sin tener previamente el conocimiento de la idea de belleza, o decir
que tal figura es triangular sin saber qué es el triángulo; la igualdad, la belleza, la
triangularidad son, respectivamente, el "modelo" que cada una de estas cosas "imita", y
sólo su conocimiento "previo" permite reconocerlas como iguales, bellas o triangulares -de
modo semejante como en el caso del retrato de Pedro. Y como en este mundo sensible no
se percibe la igualdad, la belleza ni la triangularidad (sino sólo se ven cosas singulares
iguales, bellas, triangulares), es preciso que el conocimiento de las ideas lo hayamos
adquirido "antes" de venir a este mundo.
Así, al menos, se expresa Platón. Antes de nacer, el alma del hombre habitó el
mundo de las ideas, donde las contempló y conoció en su totalidad y pureza. Al venir a
este mundo y a este cuerpo, atraviesa un río, el Leteo, el río del Olvido, y ese saber suyo de
las ideas se olvida, si bien queda latente, de manera que ahora, con ocasión de las cosas
sensibles que ve, lo va recordando más o menos oscuramente: al ver leños iguales,
"recordamos" la igualdad, al ver cosas bellas recordamos la Belleza, etc. "Aprender no es
sino recordar" (Fedón 72 e; Menón 81 a ss; cf. Cap. IV, § 7). No obstante, conviene tener
claramente presente que tales referencias a una vida anterior, el Leteo, etc., en parte no
son propiamente "explicaciones", sino "mitos", es decir, "relatos" donde lo predominante
es lo poético o figurativo, y no lo conceptual; se trata de alegorías, de símbolos, que no es
preciso, naturalmente, tomar al pie de la letra. Quizá Platón no encontró una explicación
conceptual que le pareciese verdaderamente suficiente, y entonces recurrió al mito; o
quizá considerase que en este terreno cualquier conceptualización sería fatalmente
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insuficiente, en tanto que el mito permite una amplitud de interpretaciones que lo hace
singularmente apto para tales temas. El hecho es que recurrió a este expediente de la pre-
existencia del alma.

10. La Idea del Bien

Hemos dicho que la Idea del Bien es la idea suprema, la "Idea de las ideas"; Platón se
refiere a ella en la República (502 c - 509 c), y comienza por advertir que, justo por tratarse
de la idea suprema, es muy difícil alcanzarla y hablar de ella tal como es en sí misma; por
ello propone, no tratar del Bien en sí mismo, sino comparándolo con el sol. En efecto, para
ver algo no basta con el ojo y la cosa visible, sino que es preciso también la luz que el sol
otorga. De modo semejante, no basta con el "ojo" del alma y las cosas inteligibles o ideas,
sino que es preciso además un principio que a las ideas las haga aptas para ser captadas,
que las haga cognoscibles; esto es justamente lo que hace el Bien: es lo que otorga
inteligibilidad a las ideas. En esta perspectiva, el Bien es fundamento gnoseológico. Pero
además el sol, con su luz y calor, les presta vida a las cosas de este mundo, y, en tal
sentido, las hace ser; de modo semejante, el Bien hace ser a las ideas. Por este lado,
entonces, el Bien es fundamento ontológico. Y en cuanto que es origen o principio del ser,
el Bien está más allá del ser mismo (de ahí, sin duda, la dificultad para hablar de él, según
señala Platón al comienzo del pasaje). Dice entonces:

A las cosas cognoscibles [o inteligibles; se refiere a las ideas] no sólo les adviene por obra del Bien su
cognoscibilidad, sino además se les añaden, por obra también de aquél, la realidad y el ser; pero el
Bien mismo no es ser, sino que todavía está más allá del ser por su dignidad y poder. (509b)

La idea del Bien, en una palabra, constituye lo absoluto (anhypótheton). Es preciso en


este punto llamar la atención sobre la expresión -ιδεα του αγαθου (idea toü agathoü)- que
se ha traducido por "Idea del Bien", según es corriente hacerlo. Las palabras "bien" y
"bueno" tienen para nosotros sentido predominantemente moral, en tanto que los
términos griegos correspondientes poseían sentido más amplio y en parte diferente -un
poco lo que todavía sucede en español en expresiones como "un buen cuchillo", "un buen
vino", "un buen caballo", "un buen pianista": está claro que en ninguno de estos casos el
término "bueno" tiene significado moral, sino que lo "bueno" del "buen cuchillo" consiste
en que "cumple bien" su función, la de cortar, en que es perfectamente apto para tal
función. Por ello Heidegger traduce la palabra griega agathón (αγαθον [bien]) por "lo que
hace apto para" algo; y, en efecto, la Idea del Bien es lo que hace a las demás ideas (y, por
ende, a las cosas sensibles) aptas para ser y para ser conocidas o inteligidas. Pero
entonces, además del sentido ontológico y del gnoseológico, hay otro significado más en la
Idea del Bien. Se dice que algo es "bueno" cuando es útil "para" algo, cuando es apto
"para" algo -el alimento, por ejemplo, es bueno "para" la salud-, y en este caso se piensa
en un fin u objetivo (lo que los griegos llamaban τελος, [télos]) hacia lo cual algo tiende o

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aspira. Pues bien, en tanto idea suprema, el Bien es en esta perspectiva el fin último,
aquello hacia lo cual todo se dirige, la meta suprema. El Bien resulta entonces fundamento
teleológico. […]
En cuanto de este modo ilumina y da cuenta del aspecto racional del universo, el Bien
es análogo al sol, que, como fuente de luz, es la causa de la visión y de la visibilidad, y por
tanto de toda existencia mortal. En la medida en que la Idea del Bien se manifiesta a través
de toda la naturaleza, se expresa la circunstancia de que -según Platón, y, en general,
según la concepción griega- todo ente tiene como una dirección, algo hacia lo que se
orienta o aspira, su propio "fin" (télos), que, en definitiva, es el Bien. La totalidad de la
realidad, y en especial, en este caso, el mundo sensible, resulta comparable a una obra del
hombre, por ejemplo una máquina; porque a ésta la comprendemos cuando nos damos
cuenta del fin para el que ha sido hecha (el reloj, v. gr., para saber la hora); o mejor como
una obra de arte, que "comprendemos" cuando penetramos el sentido que el artista ha
querido imprimirle. Así en uno de sus últimos diálogos, en el Timeo, Platón considera el
mundo sensible como una especie de obra de arte, hecha por un artista o artesano
(demiurgo) divino, artífice que lo ha hecho tomando por modelo a las ideas, y, por tanto, a
la Idea del Bien, superior a todas las otras.

Bibliografía: Carpio, Adolfo: Principios de filosofía. Una introducción a su


problemática. Buenos Aires, Glauco [pp. 76 ss.]

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Un poco de humor platónico…

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