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Misionero Alégrate, el Señor está contigo.

Dentro del plan de salvación que tuvo Dios para con el ser humano y el
cual llego a su culmen en la persona de Jesús, no quedó estático en ese
tiempo y espacio sino que el mismo Cristo deseó que quienes le seguían
continuaran la labor que Él en su momento inició.

Debido a esta impronta del Señor de continuar su labor, es la razón por la


cual aquellos que han recibido un envío a propagar la buena nueva del
reino de Dios, se les llama misioneros (del verbo latino, missio que significa
«enviar») a aquella persona cuyo objetivo principal es el anuncio del
evangelio mediante obras y palabras entre aquellos que no creen.

Es lo que les dice Jesús a sus discípulos en su primera aparición como


resucitado: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21). Y
les comunica el Espíritu Santo, como un anticipo de lo que sería
Pentecostés, para que reconciliaran la humanidad con Dios.

Jesús resucitado, instantes previos a ascender a la derecha del Padre,


envía de nuevo a sus discípulos a una misión más basta: “ir por todo el
mundo para predicar el evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). Y el
envío misionero, oficial y solemne, que le hace Dios al grupo de sus
discípulos fue el día de Pentecostés con el Espíritu Santo como
protagonista.

Pero la misión no es sólo para los primeros apóstoles y sus sucesores, sino
para toda la Iglesia que Jesús con ellos fundaba; para que Ella (además
de ser una, santa y apostólica) fuera cada vez más católica o universal.
Cuando la Iglesia primitiva es enviada por Cristo al mundo, todos sus
miembros, a lo largo de la historia, también son enviados; Jesús no excluye
a nadie.

Es pues claro que el trabajo misionero es una acción del Espíritu Santo con
el concurso de la Iglesia y de cada bautizado. La vocación de la Iglesia,
por su misma naturaleza, es una vocación al apostolado o a la
misionariedad; vocación que nunca ha dejado de cumplir en estos dos mil
años de la encarnación del hijo de Dios en nuestra historia humana.

La Iglesia, por mandato de Jesús, está llamada a ser un pueblo peregrino


que sale a la periferia con una misión bien específica. Y su misión no es
tanto un simple extender fronteras o un ampliar su radio de acción sino una
acción con una doble finalidad:

1.- Concretar las obras que permitan que los valores del reino de Dios sean
ya una realidad aquí y ahora.

2.- Buscar que haya un solo rebaño bajo un solo pastor; que todos
hagamos parte del mismo rebaño guiados por el único pastor: Jesucristo
(Jn 10, 16).

La Iglesia se hace eco de las palabras de san Pablo: “Ay de mí si no


predicara el Evangelio” (1 Cor 9, 16). Ser misionero por tanto no es algo
optativo, sino algo imperativo. Por esto, y en el sentido amplio de la
palabra, un misionero es todo discípulo de Cristo. Y en la medida en que el
bautizado sea consciente de su identidad de cristiano más misionero es.

Misionero es aquel cristiano cuya acción es una prolongación de la acción


de Cristo; por esto un cristiano no puede no ser misionero. Jesús quiere que
todos, y cada uno de sus discípulos, prediquen el Evangelio allá donde se
encuentren según el propio carisma, la propia vocación y el propio
trabajo; y se involucren en la misión también con la oración (2 Ts 3, 1) y su
apoyo económico a favor de las misiones en la medida de las
posibilidades (2 Cor 9, 7).

Para ser misionero no es necesario salir del propio contexto de vida, basta
con ser coherentes con la fe allá donde Dios ha puesto a la persona; y esta
misión será tan valiosa y tan necesaria como la del cristiano que, en
nombre de la Iglesia, va literalmente a los rincones del mundo.

Se puede incluso ser misionero sin salir de casa, es el ejemplo de santa


Teresita del niño Jesús que sin salir de su monasterio es, incluso, patrona de
las misiones.
Y en el sentido más estricto de la palabra, misionero es aquel que, por
vocación, sale de su sitio de confort para ir al encuentro de otras personas
más o menos distantes físicamente, y que están más o menos lejanas de
Dios, del Evangelio y de la Iglesia.

El bautizado que se entrega a la misión, como opción de vida, ejerce un


servicio a Dios y a la Iglesia allá donde es enviado. Y para prestar este
servicio se requiere un serio y largo proceso de discernimiento y de
formación para, posteriormente, pasar a la acción; acción que tiene que
ser coherente y alegre.

Por tanto, el ir a una misión no es consecuencia de un momento de euforia


espiritual. Hay gente que piensa que la misión consiste en ir con ansia a
una aventura o como desear llegar cuanto antes a una expedición a la
jungla o partir rumbo a lugares desconocidos que el dedo índice indique a
ciegas tocando un globo terráqueo en movimiento.

Se recibe la vocación a ser misioneros cuando la Iglesia, en la persona del


Papa o del obispo o de los superiores generales, envía a un sacerdote, a
un religioso o a una religiosa a tierras de misión. Ahora, para ir a una tierra
de misión no hace falta ser sacerdote o religioso; también los laicos
pueden ser misioneros.

Basta con que la persona se vincule a un instituto religioso misionero o a


una diócesis en tierra de misión, a través del propio obispo o del propio
párroco; y, si se ve oportuno, la persona prestará un servicio temporal en
dicho instituto o en dicha diócesis según lo que tenga para dar.

¿Y cómo se predica el Evangelio? Tanto en el sentido más amplio o más


estricto de la palabra, el misionero predica el evangelio a toda la creación
de forma directa o indirecta.

De manera directa: Entre otras acciones, fundando parroquias o


apoyando la acción pastoral de otras; así como la formación de
seminaristas y de agentes de pastoral; y la fundación de movimientos
apostólicos.
De manera indirecta, concretando las catorce obras de misericordia. Si nos
fijamos bien, todo misionero practica o realiza una o varias de las obras de
misericordia que la Iglesia ha enseñado; obras que en todas las épocas de
la historia no han sido otra cosa que causa del desarrollo integral del ser
humano.

Es que el anuncio del Evangelio no puede desligarse de la promoción


humana y por eso lo misioneros son los auténticos protagonistas de
desarrollo de los pueblos. La obra de la redención del ser humano
realizada por Cristo incluye y pasa por redimir al hombre de todo lo que le
quita dignidad, de todo lo que impide ser persona y de todo lo que le
esclaviza.

Recordemos que lo que hace un misionero es siempre una obra de amor,


de misericordia, aunque este servicio misionero tenga apariencia de
servicio social. Aunque haga una acción material, el misionero no es nunca
un mero gestor de obras sociales. Un misionero es un hijo de Dios que actúa
en comunión con la Iglesia y no como un funcionario o un empleado, por
ejemplo, en un hospital o colegio, etc.

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