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La Revolución de Francisco I. Madero


Francisco Ignacio Madero (1873-1913) pertenecía a una de las
familias más ricas de México; estudió con los jesuitas en
Saltillo y luego realizó algunos estudios sobre agronomía en
Maryland y California. Hacia 1904 empezó a incursionar en
política y en el espiritismo. En 1908 publica su libro «La
sucesión presidencial de 1910», donde cuestiona los intentos de
Porfirio Díaz por reelegirse una vez más.
Apenas tres meses antes de los comicios, el 15 de abril de 1910,
se constituyó el Partido Nacional Antirreeleccionista (PNA) que
sacó del olvido el lema «Sufragio efectivo, no reelección»,
acuñado 35 años atrás por el mismo Porfirio Díaz. El PNA
propuso como candidato a la Presidencia a Francisco I. Madero,
y para la vicepresidencia al doctor Francisco Vázquez Gómez.
Por orden de Porfirio Díaz, el 6 de junio Francisco I. Madero
fue arrestado en Monterrey y trasladado a la cárcel de san Luis
Potosí, en donde pasó las elecciones. El Congreso declaró
vencedores en las elecciones a Porfirio Díaz y su compañero de
fórmula Ramón Corral con 18,625 votos por sólo 196
concedidos a Madero.
Puesto en libertad por gestiones del obispo Montes de Oca, 1
Madero se trasladó a San Antonio, Texas, donde el 5 de octubre
proclamó su «Plan de San Luis» en el que declaraba nulas las
elecciones por fraude, convocando a los mexicanos para que “el
20 de noviembre, a las seis de la tarde, todas las poblaciones
de la República se levanten en armas.” Pero el 20 de noviembre

Cfr. Schlarman, Op., cit. p. 491


2

no hubo levantamiento alguno en ninguna parte del territorio


nacional; ni siquiera en Piedras Negras, donde Madero cruzó la
frontera pensando encontrar a su hermano Gustavo con unos
600 hombres. Únicamente estaba su hermano con diez hombres;
decepcionado, Madero regresó a Texas.
Únicamente en la ciudad de Puebla hubo un hecho de armas dos
días antes, el 18 de noviembre, cuando en un intento de cateo
policiaco a la casa de los hermanos Serdán Alatriste, notorios
simpatizantes de Madero, Aquiles Serdán mató a Miguel
Cabrera, jefe de la Policía, cuando éste tocó la puerta del
domicilio. Como en la casa de los hermanos Serdán se
encontraban 18 personas armadas, a la muerte del jefe de la
Policía se desató una balacera con las fuerzas policiacas que se
apostaron en el Templo de Santa Clara ubicado enfrente de la
casa. En esa balacera murió Máximo Serdán y varios de sus
acompañantes; su hermana Carmen y su cuñada Filomena del
Valle fueron arrestadas, al igual que los sobrevivientes. Aquiles
se escondió en un sótano, y cuando en la madrugada del día
siguiente se asomó de su escondite, el policía de guardia le
disparó en la cabeza.
Pocos días después del regreso de Madero a Texas, el presidente
Taft situó a miles de soldados estadounidenses a lo largo de la
frontera con México,2 y la banda de un cuatrero analfabeta
llamado Doroteo Arango (Francisco Villa) se situaba
perfectamente bien armada en las cercanías de Ciudad Juárez,
permitiendo entonces a Madero que cruzara la frontera por
Ysleta, Texas, el 14 de febrero de 1911, acompañado por
Abraham González y el general sudafricano radicado en Nuevo
México, Benjamín Viljoen.

2
Ibídem, p. 493
3

En esos mismos días, Emiliano Zapata con un grupo de 72


hombres se levantaba en armas en el estado de Morelos. El
grupo de Villa surgió junto a otro grupo igualmente muy bien
armado y encabezado por un empleado de la minera Compañía
Río de Plata llamado Pascual Orozco. Tras una derrota en Casas
Grandes, Villa y Orozco capturaron Ciudad Juárez el 11 de
abril. Al día siguiente el gobierno de Taft reconoció a Madero
como «beligerante».
Con su fuerza militar prácticamente intacta pues únicamente
había perdido la guarnición de Ciudad Juárez compuesta por
400 hombres, Porfirio Díaz presentó su renuncia al Congreso el
25 de mayo de 1911 y cuatro días después se embarcó en
Veracruz rumbo a Europa. La Revolución de Madero había
triunfado al derribar al general Porfirio Díaz, y lo había logrado
casi de manera incruenta.

El gobierno de Francisco I. Madero


Cuando Porfirio Díaz presentó su renuncia, el Congreso nombró
Presidente interino a Francisco León de la Barra mientras se
convocaba a elecciones extraordinarias para elegir al nuevo
Presidente constitucional. Madero aceptó esa decisión que era
conforme a la Constitución, para presentarse como candidato
presidencial por el Partido Constitucionalista Progresista que
había sido fundado en julio de ese mismo año de 1911. Madero
también fue postulado por el Partido Católico Nacional,
fundado el 5 de mayo de 1911 y sobre el cual Madero declaró al
momento de la renuncia de Porfirio Díaz: “Considero la
organización del Partido Católico de México, como el primer
fruto de las libertades que hemos conquistado. Su programa
revela ideas avanzadas y el deseo de colaborar para el
4

progreso de la Patria de un modo serio y dentro de la


Constitución”.3
En esas elecciones, que se celebraron el 15 de octubre, Madero
obtuvo el triunfo con el 99% de los votos (19,997). 4 El 6 de
noviembre de 1911, Francisco I. Madero tomó posesión de la
Presidencia de la República. Transcurridos apenas 22 días, el 28
de noviembre Emiliano Zapata proclamando el Plan de Ayala se
levantó en armas desconociendo a Madero como Presidente,
acusándolo de “inepto para realizar las promesas de la
Revolución de que fue autor, por haber traicionado los
principios con los cuales burló la fe del pueblo, y pudo haber
escalado el poder; incapaz para gobernar, por no tener ningún
respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la
Patria por estar a sangre y fuego humillando a los
mexicanos”.5
El levantamiento de Zapata contra Madero no fue el único: diez
días antes, el 16 de noviembre de 1911, se había levantado en
Tamaulipas el general Bernardo Reyes; el 25 de marzo de 1912,
Pascual Orozco en Chihuahua; en octubre del mismo año, Félix
Díaz en Veracruz. También el gobernador de Coahuila
Venustiano Carranza encabezaba una alianza de gobernadores
(San Luis Potosí, Aguascalientes, Chihuahua y Sonora)
empezaba a movilizar tropas contra Madero a finales de enero

3
Eduardo J. Correa. El Partido Católico Nacional y sus directores.
Ed. Cultura Económica, México, 1991.
4
Por su parte, el Partido Católico Nacional obtuvo las gubernaturas de
Jalisco, Zacatecas, Querétaro y Estado de México; las presidencias
municipales de Toluca y Puebla; así como 23 diputaciones federales.
5
Artículo primero del Plan de Ayala
5

de 1913; “Alfonso Junco prueba que Carranza ya tenía el plan


de rebelarse contra Madero en 1913”.6
Finalmente en la misma ciudad de México se produjo el
levantamiento del general Manuel Mondragón el 9 de febrero
de 1913, dando inicio a la llamada «decena trágica» que
concluyó con los asesinatos del Presidente Madero y el
Vicepresidente Pino Suárez. En plena revuelta en la capital,
mientras el general Victoriano Huerta traicionaba a Madero
pasándose al bando de los alzados, el embajador de los Estados
Unidos Henry Lane Wilson telegrafió al secretario de Estado en
Washington diciendo: “es inmediatamente necesario que barcos
de guerra provistos de marinos sean despachados a puntos del
Atlántico y del Pacífico y de que se despliegue en la línea
divisoria visible actividad y preparación”.7
El 17 de febrero el embajador Wilson reunió en el edificio de la
Embajada de los Estados Unidos a los generales Manuel
Mondragón y Félix Díaz para pactar colocar provisionalmente
en la presidencia de la República al general Victoriano Huerta
con un gabinete integrado por seguidores del general Bernardo
Reyes y del mismo Félix Díaz. Firmado el «Pacto de la
Embajada», Madero y Pino Suárez fueron obligados a firmar
sus renuncias el 19 de febrero, con la promesa de permitírseles
exiliarse en Cuba; el día 22 ambos fueron asesinados.

La Revolución de Venustiano Carranza

6
Schlarman, Op., cit, p.505
7
Jorge Vera Estañol. La revolución mexicana. Ed. Porrúa, México,
1957, p.273
6

El gobierno de Victoriano Huerta impuesto por los Estados


Unidos fue reconocido por casi todos los países importantes…
pero no por el los Estados Unidos. Todos los gobernadores de
los estados mexicanos reconocieron a Victoriano Huerta…
excepto los de Coahuila y Sonora. El gobernador de Coahuila
Venustiano Carranza, exsenador porfirista, durante 32 días
guardó silencio sobre los acontecimientos en la capital, hasta
que el nuevo presidente de los Estados Unidos, Woodrow
Wilson (tomó posesión el 4 de marzo) anunció que no
reconocería a Huerta. Entonces el 26 de marzo Venustiano
Carranza rompió el silencio con la proclamación de su «Plan de
Guadalupe», en el que desconocía al gobierno de Huerta, se
declaraba “defensor de la Constitución”, se otorgaba a sí mismo
“poderes extraordinarios” y el nombramiento de “primer jefe”,
inexistente en la Constitución.
En un principio, al movimiento de Carranza contra las fuerzas
de Victoriano Huerta se sumaron personajes como Álvaro
Obregón, Francisco Villa, el general Felipe Ángeles, y Pablo
González, pero pronto Villa y Ángeles tuvieron serias
diferencias con el “primer jefe” y se separaron de Carranza. Sin
embargo Carranza contaba con el apoyo de los Estados Unidos,
y eso hizo la diferencia. Para los primeros meses de 1914, en
apoyo a Carranza una parte de la Flota del Atlántico, al mando
del contraalmirante Henry T. Mayo, se encontraba fondeada en
el puerto de Tampico.
A principios de abril toda la flota del Atlántico al mando del
almirante Frank F. Fletcher se concentró en Antón Lizardo, y
cuando el Departamento de Estado norteamericano recibió la
información de que el barco «Ipiranga» estaba en ruta para
arribar a Veracruz con 15 millones de cartuchos y 500 cañones
7

de tiro rápido que el gobierno de Huerta había comprado en


Alemania, el Secretario de Marina J. Daniels recibió la orden
del presidente Wilson: “Daniels, envíe este mensaje al
almirante Fletcher: tome Veracruz inmediatamente.”8
En efecto, el 21 de abril de 1914 el puerto de Veracruz fue
bombardeado por los cañones de los barcos estadounidenses
previo al desembarco de miles de «marines». Esta nueva
intervención norteamericana inclinó la balanza en favor de
Carranza; Victoriano Huerta presentó su renuncia el 15 de julio,
embarcándose para Europa y Carranza con sus tropas entró a la
ciudad de México. Fue entonces cuando la Revolución entró a
su fase más violenta, pues Francisco Villa, Emiliano Zapata y
otros caudillos revolucionarios cuestionaron los «poderes
extraordinarios» de Carranza, acordando reunirse todos en una
«convención soberana» para entre todos determinar el rumbo
que debía seguir la Nación.
Ciento treinta y tres revolucionarios con mando de fuerzas (con
la excepción de Zapata que envió en su representación a
Antonio Díaz Soto y Gama) se reunieron en Aguascalientes del
10 de octubre al 9 de noviembre de 1914, acordando (por 112
votos contra 21) la destitución de Venustiano Carranza del
poder ejecutivo, y el nombramiento del general Eulalio
Gutiérrez como «Presidente provisional». Carranza y Obregón
no aceptaron los acuerdos de la «Soberana Convención de
Aguascalientes» y se regresaron a México, acompañados por J.
L. Silliman, agente confidencial del presidente Wilson. 9 El
8
Alberto María Carreño. La diplomacia extraordinaria entre México
y los Estados Unidos, 1789-1947, Vol.II, Ed. JUS, México, 1961,
p.250
9
Cfr. Mario Contreras-Jesús Tamayo, México en el siglo XX 1913-
1920. Textos y Documentos. T.II, Ed. UNAM, 1976, p. 119
8

hecho fue que la Convención de Aguascalientes significó una


auténtica «declaración de guerra» entre dos grupos: el primero
formado por las fuerzas de Villa y Zapata (convencionistas) , y
el segundo por las de Carranza y Obregón (constitucionalistas).
Fue el enfrentamiento entre ellos el que produjo el “millón de
muertos”10, costo en vidas de la Revolución, y el que convirtió a
México en un montón de ruinas.
Juntos Villa y Zapata avanzaron sobre la ciudad de México
tomándola el 10 de noviembre; Carranza huyó hacia el puerto
de Veracruz, convenientemente desalojado por los «marines»
norteamericanos el 23 de noviembre, dos días antes de su
llegada. Dos años después Venustiano Carranza canceló con
treinta años de anticipación la concesión del Ferrocarril de
Tehuantepec a la compañía inglesa Pearson & Son. LTD.,
desmantelando por completo las vías. Desde entonces todas las
mercancías entre el Pacífico y el Atlántico pasarían únicamente
por el Canal de Panamá.
Los Estados Unidos cerraron herméticamente el suministro de
armas a Villa, pero lo abrieron generosamente a Carranza y
Obregón. En esas condiciones se dieron las sangrientas
«batallas del Bajío» (abril-junio de 1915) en las cuales Obregón
terminó por derrotar contundentemente a las tropas de
Francisco Villa. Las tropas de Obregón realizaron actos de
crueldad nunca antes vista en México contra los prisioneros
villistas. Pero no fueron únicamente los combatientes
adversarios de los constitucionalistas los que padecieron;
también la población civil sufrió un sinnúmero de injusticias,
10
La cifra de “un millón” es aproximada y se deduce de la diferencia
entre los censos de 1910 (15,160 000) y 1921 (14,500 000) más el
índice de crecimiento anual de 1.1% que venía dándose antes de la
revolución.
9

superando enormemente en poco tiempo todas las acumuladas


durante los 35 años del Porfiriato.
“El leviatán constitucionalista señaló con la demolición de
cuanto constituye el patrimonio de una sociedad civilizada, su
marcha desde el septentrión hasta los lejanos confines de la
península yucateca. ¡Imposible, no ya enumerar pero ni
siquiera catalogar en grandes lineamientos, la serie de
crímenes y violencias perpetrados! ¡No hay precepto del
Código Penal, no hay canon de moralidad o humanidad que
emerja inmune del brutal azote! Campos desolados, haciendas
saqueadas o incendiadas, fábricas, minas y establecimientos d
todas clases entregados al pillaje (…) Durante este tenebroso
periodo no hay ni el más débil vislumbre de garantías para el
ciudadano inerme. Los atropellos a las personas se detienen a
veces con dinero; pero más frecuentemente la bestia armada da
rienda suelta a sus instintos feroces; no hay tribunales a
quienes pedir protección; solo existen cortes marciales que
funcionan como ametralladoras en movimiento para segar
vidas (…) inútil es solicitar el amparo del superior o la
intercesión del igual jerárquico, porque si todos y cada uno son
omnipotentes para hacer el mal, ninguno tiene poder para
evitarlo.”11
Otro aspecto relevante de la Revolución carrancista fue su
profundo anticlericalismo, llegando a realizar actos nunca antes
vistos en México, pues no sólo vejó y asesinó a sacerdotes y
religiosas, destruyó templos, destrozó y fusiló imágenes, cerró
escuelas y seminarios, sino también cometió innumerables
sacrilegios: “en cuanto entraban (los carrancistas) en una
población, se apoderaban de las llaves de la Iglesia…tomaban

11
Jorge Vera, Op., cit., pp. 393-394
10

los copones y vaciaban las hostias consagradas en los pesebres


de los caballos.”12

Triunfantes los carrancistas fueron eliminando a los caudillos


revolucionarios: Carranza puso precio a la cabeza de Emiliano
Zapata: cien mil pesos y ascenso a quien se lo entregara vivo o
muerto. Zapata fue arteramente asesinado el 10 de abril de
1919. Carranza también puso cincuenta mil pesos como precio
a la cabeza de Felipe Ángeles, siendo capturado y fusilado el 26
de noviembre de 1919; Álvaro Obregón ordenó que el pelotón
de fusilamiento le disparara sólo al abdomen y sin tiro de
gracia, a fin de hacerle larga su agonía. 13 Los carrancistas
Obregón, Calles, y De la Huerta provocaron el asesinato del
mismo Venustiano Carranza el 21 de mayo de 1920. Álvaro
Obregón ordenó el asesinato de Francisco Villa cuando éste se
había retirado a la vida privada el 20 de julio de 1923.

La Constitución de 1917
Venustiano Carraza, el autonombrado “defensor de la
Constitución” que llevaba tres años gobernando al margen de
ella, firmó el 14 de septiembre de 1916 un decreto para
convocar a un Congreso Constituyente que se reuniera en
Querétaro para «reformar» la Constitución. El artículo cuarto de
ese decreto decía que no podían formar parte del Congreso
constituyente “los que hubieran ayudado con las armas o
12
Jean Meyer, La Cristiada, Vol. II Siglo XXI, México 1976, p.71

13

Cfr. Ignacio Solares. La Noche de Ángeles, Ed. Diana, México, 1991


11

servido empleos públicos en los gobiernos o facciones hostiles


a la causa constitucionalista.” Así quedaron sin posibilidad
alguna de participar: los zapatistas, los villistas, los orozquistas
y los huertistas. Por eso la nueva Constitución fue obra de una
sola facción; la más radical, la carrancista.
Ciertamente algunos de los diputados constituyentes de la
Constitución de 1917 buscaron remediar varios de los males
generados por el liberalismo salvaje prohijado por la
Constitución de 1857, redactando el artículo 123 que estableció
normas de dignidad y justicia para los trabajadores; el 27 que
restituyó a la Nación la propiedad de los bienes del subsuelo,
como antiguamente lo señalaba la legislación virreinal; la
restitución de los ejidos, igualmente cancelados por las leyes
del 57, etc. Pero junto a esos artículos, los constituyentes de
Querétaro redactaron otros en contra de la identidad nacional,
profundamente jacobinos y violatorios de los derechos
humanos, discriminando conscientemente al 90% del pueblo
mexicano;14 tales fueron los artículos 3°, 5°, 24°, parte del 27° y
130°.
El artículo 3° discriminaba a los católicos mexicanos en la
educación porque decía: “Ninguna corporación religiosa,
ministro de algún culto o persona perteneciente a alguna
asociación semejante, 15 podrá establecer o dirigir escuelas de
instrucción primaria, ni impartir enseñanza personalmente en
ningún colegio.” Y violaba el derecho de los padres de familia a

14
La Declaración Universal de los Derechos Humanos señala en su
artículo 2° que toda persona tiene esos derechos “sin distinción alguna
de raza, color, sexo, idioma, religión…”
15
El bautizo convierte al bautizado en hijo de Dios y miembro de la
Iglesia
12

escoger el tipo de educación que quisieran para sus hijos, 16 al


imponer un solo tipo de educación: “será laica la que se dé en
los establecimientos oficiales de educación, lo mismo que la
enseñanza primaria elemental y superior que se imparta en los
establecimientos particulares.”
En nombre de la defensa de la libertad, el artículo 5° prohibía
absurda y contradictoriamente las Órdenes y votos religiosos
(pobreza, obediencia, y castidad) que libremente 17 emiten los
adultos que quieren consagrar su vida a Dios: “El Estado no
puede permitir que se lleve a efecto ningún contrato, pacto o
convenio que tenga por objeto el menoscabo, la pérdida o el
irrevocable sacrificio de la libertad de la persona, ya sea por
causa de trabajo, de educación o de votos religiosos. La ley, en
consecuencia, no permite el establecimiento de órdenes
monásticas, cualquiera que sea la denominación u objeto con
que pretendan erigirse.”
La fracción segunda del artículo 27 despojó a la Iglesia hasta de
los templos, que habían sido las únicas propiedades que le había
dejado la Constitución de 1857: “Las asociaciones religiosas
denominadas iglesias, cualquiera que sea su credo, no podrán
en ningún caso, tener capacidad para adquirir, poseer o
administrar bienes raíces, ni capitales impuestos sobre ellos;
los que tuvieren actualmente, por sí o por interpósita persona,
entrarán al dominio de la nación concediéndose acción
popular para denunciar los bienes que se hallaren en tal caso.
La prueba de presunciones será bastante para declarar
16
Derecho señalado en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos. (art.18)
17
El Derecho canónico señala como inválidos los votos que no sean
pronunciados de manera plenamente consciente y plenamente libre,
prohibiendo además recibirlos de menores de edad.
13

fundada la denuncia. Los templos destinados al culto público


son de la propiedad de la nación, representada por el Gobierno
Federal, quien determinará los que deben continuar destinados
a su objeto. Los obispados, casas curales, seminarios, asilos o
colegios de asociaciones religiosas, conventos o cualquier otro
edificio que hubiere sido construido o destinado a la
administración, propaganda o enseñanza de un culto religioso,
pasarán desde luego, de pleno derecho, al dominio directo de
la nación, para destinarse exclusivamente a los servicios
públicos de la Federación o de los Estados en sus respectivas
jurisdicciones. Los templos que en lo sucesivo se erigieren para
el culto público, serán propiedad de la nación.”
Pero el colmo de la inhumanidad y odio fanático de los
constituyentes lo encontramos en la fracción tercera del mismo
artículo 27, que llegó al extremo de prohibir a los sacerdotes y
a los fieles el auxilio a los necesitados, así como la
investigación científica, la difusión de la enseñanza y la ayuda
recíproca,. Decía esta fracción: “Las instituciones de
beneficencia, pública o privada, que tengan por objeto el
auxilio a los necesitados, la investigación científica, la difusión
de la enseñanza, la ayuda recíproca de los asociados, o
cualquier otro objeto lícito, no podrán adquirir más bienes
raíces que los indispensables para su objeto inmediato o
directamente destinados a él; pero no podrán adquirir, tener o
administrar capitales impuestos sobre bienes raíces, siempre
que los plazos de imposición no excedan de diez años. En
ningún caso las instituciones de esta índole podrán estar bajo
el patronato, dirección, administración, cargo o vigilancia de
corporaciones o instituciones religiosas, ni de ministros de los
cultos o de sus asimilados, aunque éstos o aquellos no
estuvieren en ejercicio.”
14

Finalmente el artículo 130 declaró que jurídicamente la Iglesia


no existía, y, en un nuevo y monumental absurdo, el mismo
artículo reglamentó cómo debía ser su inexistencia. Entre otras
cosas decía este artículo: “Corresponde a los Poderes
Federales ejercer en materia de culto religioso y disciplina
externa la intervención que designen las leyes. Las demás
autoridades obrarán como auxiliares de la Federación. (…) La
ley no reconoce personalidad alguna a las agrupaciones
religiosas denominadas iglesias. Los ministros de los cultos
serán considerados como personas que ejercen una profesión y
estarán directamente sujetos a las leyes que sobre la materia se
dicten. Las legislaturas de los Estados únicamente tendrán
facultad de determinar, según las necesidades locales, el
número máximo de ministros de los cultos. Para ejercer en
México el ministerio de cualquier culto se necesita ser
mexicanos por nacimiento. Los ministros de los cultos nunca
podrán, en reunión pública o privada constituida en junta, ni
actos de culto o de propaganda religiosa, hacer crítica de las
leyes fundamentales del país, de las autoridades en particular,
o en general del gobierno, no tendrán voto activo ni pasivo, ni
derecho para asociarse con fines políticos.” La Constitución
redactada en Querétaro fue promulgada por Venustiano
Carranza el 5 de febrero de 1917. Al año 2015 había sufrido 618
cambios, y solo 27 artículos permanecían iguales. 18 Los
contenidos jacobinos estuvieron vigentes hasta 1993

18
http://www.radioformula.com.mx/notas.asp?
Idn=475895&idFC=2015
15

CAPÍTULO SEXTO
INDENTIDAD Y CULTURA EN LA
POSTREVOLUCIÓN
La persecución religiosa
En abril de 1920 los carrancistas Álvaro Obregón, Plutarco
Elías Calles y Adolfo de la Huerta se rebelaron contra el mismo
Venustiano Carranza, ya en funciones como Presidente
16

Constitucional, lanzando en su contra el «Plan de Aguaprieta».


Esta rebelión llevó a Carranza a la tumba y a Obregón a la
Presidencia. De ese modo, el llamado grupo de «los
sonorenses» se hicieron del poder político en México, pero el
gobierno de los Estados Unidos no los reconoció, pues su golpe
de estado había eliminado a su aliado Carranza.
Tras un breve y distractor periodo de interinato de De la Huerta,
en diciembre de 1920 Álvaro Obregón tomó la Presidencia para
el periodo 1920-1924. Sabiendo la fragilidad que para su
gobierno significaba carecer del reconocimiento de Washington,
Obregón quiso demostrarles que estaba plenamente dispuesto a
seguir las políticas que le señalaran al aceptar las injustas y
humillantes exigencias del gobierno estadounidense que
quedaron plasmadas en los «Tratados de Bucareli» firmados por
Obregón el 13 de agosto de 1923. El día 31 de ese mismo mes
los Estados Unidos otorgaron su reconocimiento a Obregón.
El 14 de Noviembre de 1921 una bomba de dinamita colocada a
los pies del ayate de Nuestra Señora de Guadalupe marcó el
inicio de la persecución contra la Iglesia y el pueblo católico
mexicano. Ese día había tenido lugar una ceremonia en la
Basílica de Guadalupe; terminado el acto, de un grupo de
obreros que estaban en el templo se adelantó un individuo
pelirrojo, vestido con un overol azul nuevo, a colocar
rápidamente un ramo de flores ante el ayate. Apenas había
bajado del altar cuando se produjo una tremenda explosión que
sacudió los muros de la Basílica: había estallado una bomba a
los pies mismos de la imagen milagrosa.
Luego del primer momento de estupor, los fieles reaccionaron y
se dirigieron hacia el grupo de obreros, dispuestos a linchar al
culpable. Entonces llegó el presidente municipal de la Villa,
17

quien en esos momentos recibió una llamada telefónica del


Presidente Obregón, quien le encargó: "Dé usted garantías al
preso que acaban de detener. Yo mando por él". El pelirrojo fue
llevado a las oficinas municipales, custodiado por la policía
para evitar que los católicos se le fueran encima. El pelirrojo
fue llevado al Ministerio Público donde se supo que su nombre
era Luciano Pérez Carpio y era empleado de la secretaría
particular de Obregón. El agente del Ministerio Público lo puso
en libertad “por falta de méritos”.
La gente que acudió a observar qué había pasado con la imagen
vio que un pesado crucifijo de bronce que estaba sobre el altar
se dobló hacia atrás por la explosión, pero el ayate de San Juan
Diego donde está estampada la Virgen de Guadalupe no sufrió
ningún daño. La comisión nombrada por los canónigos de la
Basílica pudo comprobar que el dispositivo explosivo fue un
cartucho de dinamita marca Hércules de los que se usaban en
las minas; fue colocado en el ángulo que forman las placas de
mármol de la parte posterior del altar, entre éste y el marco de
mármol en que estaba el cuadro con la imagen guadalupana. Se
supo también que los obreros que habían protegido en el primer
momento al sacrílego dinamitero no eran sino soldados
disfrazados.
Se supo también que el presidente Obregón había preguntado
repetidas veces a los empleados de su Secretaría Particular si no
habría algún valiente que se animara a destruir la imagen
guadalupana, lo que estaba en consonancia con un discurso
pronunciado por Obregón la primera vez que estuvo en la
Capital cuando la entrada de Carranza en 1914, en el que afirmó
que no descansaría hasta limpiar su caballo con el ayate de la
Virgen.
18

El furor que despertó el sacrílego intento fue tremendo, los


católicos pedían a gritos justicia, pero el procurador Eduardo
Neri declaró -con enorme cinismo e hipocresía- que "el acto en
sí mismo no favorece más que al elemento clerical: ya
políticamente porque éste aparece desempeñando, como otras
veces lo ha hecho, el papel de víctima para ganarse la
conmiseración pública; ya religiosamente, porque se explota un
nuevo milagro; ya pecuniariamente, porque han encontrado, y
quién sabe si no provocado, los Caballeros de Colón adláteres,
una nueva base para organizar romerías que de seguro les
dejarán fuertes cantidades de dinero. Estimo que todas las
creencias religiosas merecen un respeto absoluto, pero que es
repugnante utilizarlas para fines innobles.".
Así, justificando su inacción con hipótesis calumniosas, el
procurador sencillamente no hizo nada. Al atentado en la
Basílica siguieron otros hechos: banderas bolcheviques fueron
izadas en las catedrales de Guadalajara y Morelia; el Delegado
apostólico Ernesto Filippi fue expulsado del país por el “delito”
de haber bendecido la primera piedra del monumento a Cristo
Rey en el cerro del Cubilete: el cese de todos los empleados
públicos que habían adornado la fachada de sus casas con
motivo del primer Congreso Eucarístico Nacional, mediante un
decreto firmado por Obregón el 9 de octubre de 1924.
El 30 de noviembre de 1924 tomó posesión de la Presidencia de
la República otro de los sonorenses firmantes del Plan de Agua-
prieta: el general Plutarco Elías Calles. Jacobino furibundo y
fanático, afirmaba que no se podía ser al mismo tiempo un buen
ciudadano y católico, puesto que su primera lealtad era Roma,
además de que el catolicismo era incompatible con el progreso.
Calles “dedica a la Iglesia un odio mortal y aborda la cuestión
19

con espíritu apocalíptico; el conflicto que empieza en 1925 es


para él la lucha final, el combate decisivo entre las tinieblas y
la luz.”19
El proyecto de protestantización de México. La clase política
y pensadores de cuño liberal veían en el protestantismo una
alternativa cultural al catolicismo para toda Latinoamérica;
había que empezar por México. La prensa lo fomenta, los
gobiernos patrocinan la venida de los pastores protestantes
desde los Estados Unidos. En el proceso de «descatolización»
pretenden seguir el ejemplo de la Revolución Francesa: piensan
en una nueva "Constitución civil del clero" y en una «Iglesia
Nacional» independiente de Roma.
Con la ayuda del líder de la Confederación Regional de Obreros
Mexicanos (CROM) Luis Napoleón Morones, a quien otorgó la
cartera de la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo, el
presidente Calles intentó en febrero de 1925 la creación de una
iglesia cismática que, separada de Roma, canalizara la
religiosidad de los mexicanos hacia la Revolución. Para ponerla
en práctica contaron con un sacerdote apóstata que se había
afiliado a la masonería: Joaquín Pérez Budajar, quien aceptó
desempeñar el papel de “Papa” de lo que llamaron «Iglesia
católica apostólica mexicana». El gobierno entregó a esta
iglesia el Templo de La Soledad en la ciudad de México para
que fuera su sede. Pero lejos de captar “feligreses”, la iglesia
cismática del «patriarca Pérez» encontró un firme y enérgico
rechazo de parte de la población; el patriarca tuvo que ser
protegido por la policía para evitar su linchamiento y el intento
cismático del gobierno terminó en un total y rotundo fracaso.

19
Jean Meyer, Historia de los cristianos en América Latina, Ed.
Vuelta. México 1989, p. 232
20

Las logias propulsaron entonces la creación de una religión de


tinte masónico y naturalista. Todo lo que no estaba cobijado
bajo aquel techo fue marcado con la etiqueta de fanático. Se
señala a la Iglesia católica, a su clero y a sus religiosos como
responsables de todas las desgracias del país. Por eso se la
persigue a muerte; así lo comprendió y expresó el obispo de
Huejutla, Monseñor Manríquez y Zárate, en una carta pastoral
de 1926: "...el jacobinismo mexicano ha decretado dar muerte
a la Iglesia Católica en nuestro país, arrancar de cuajo, si
posible fuera, de la sociedad mexicana, toda idea católica".
La defensa popular de la identidad mexicana. Lo que sí logró
el intento cismático de Calles y Morones fue hacer ver a
muchos laicos dirigentes de organizaciones católicas, la urgente
necesidad de organizarse para defender sus derechos ante la
embestida jacobina que se les venía encima; alrededor de
dieciocho personas pertenecientes a la Asociación Católica de la
Juventud Mexicana (ACJM), la Confederación Nacional
Católica del Trabajo, la Unión de Damas Católicas Mexicanas,
los Caballeros de Colón y la Adoración Nocturna, acordaron el
9 de marzo de 1925 formar la «Liga Nacional Defensora de la
Libertad Religiosa». En solo tres meses la Liga tenía trescientos
mil socios dispersos en veintisiete estados. “En septiembre
(1925), la Liga contaba más de un millón de miembros, ¡de los
cuales 200 000 en el Distrito Federal! Estas cifras, exageradas,
expresan un orden de grandeza aceptable: el terreno estaba
preparado por diez años de anticlericalismo militante, y el
escándalo cismático provocó la movilización.”20

20
Citado en: Congregatio pro Causis Sanctorum: "Positio super
martyrio..." del Beato Miguel Agustín Pro, Cittá del Vaticano 1989.
21

Presentándose como una organización de carácter cívico-


político, y por tanto ajena a la Jerarquía de la Iglesia, la Liga se
estructuraba en un Comité Central, cuyo presidente era el
abogado Rafael Ceniceros y Villareal, quien durante el gobierno
de Francisco I. Madero había sido gobernador de Zacatecas por
el Partido Católico Nacional; tenía sus delegados regionales,
jefes urbanos, jefes de manzana y jefes de cuadras; se sostenía
por las cuotas de sus miembros y se dedicaba a organizar
conferencias y reuniones en plazas, teatros, domicilios
particulares, y a difundir hojas volantes. Su lema era «Dios y mi
derecho» y tuvo una publicación periódica propia: la revista
«David».
El alma de la Liga fueron los jóvenes de la ACJM y era natural
que así ocurriese; fogueada y disciplinada, numerosa y presente
en distintos puntos del país. Otro organismo importante que se
sumó a la Liga fue la «Unión Popular», la cual a pesar de ser
una agrupación circunscrita solamente al estado de Jalisco,
estaba muy bien organizada y dirigida por el joven
abogado Anacleto González Flores.21 La Unión Popular aportó
además la experiencia adquirida en 1919 durante la exitosa
resistencia pacífica llevada a cabo contra la persecución
religiosa que en Jalisco desató el gobernador carrancista José
Guadalupe Zuno.
Fracasado su proyecto cismático, el Presidente Calles envió al
Congreso una ley para incluir como delitos penales (es decir,
aquellos que se castigan con multa y cárcel) las infracciones a
las disposiciones anticatólicas de las leyes constitucionales. La
aprobación a la «ley Calles» por un Congreso formado

21
Beatificado el 20 de noviembre de 2005, junto con otros diez
mártires laicos
22

exclusivamente por diputados jacobinos fue publicada el 2 de


julio de 1926 en el Diario Oficial , señalando el 1° de agosto
como la fecha en que entraría en vigor. La Liga buscó impedir
la aprobación de la ley Calles por medios legales, presentando
al Congreso un memorándum apoyado por más de dos millones
de firmas, documento que los diputados se negaron incluso a
recibir.
Agotados los medios legales y tomando la experiencia exitosa
de la Unión Popular en Jalisco, la Liga decretó entonces un
boicot económico que encontró una gran acogida entre la
mayoría de la población del centro y occidente del país. Aunque
el boicot afectó las finanzas públicas, Calles se negó a
modificar un ápice su posición sectaria; por el contrario, las
logias masónicas a través del gran comendador del rito escocés
Luis Manuel Rojas, le entregaron la medalla al «mérito
masónico» en el salón verde del Palacio Nacional. “El boicot
había mostrado los límites de la acción de la Liga, frente a un
gobierno resuelto a no ceder en nada, así como las deficiencias
de su organización (…) Durante este periodo, la actividad de la
Liga se redujo a la propaganda, a la defensa de los derechos,
de las libertades y de las garantías, al boicoteo y al referéndum
contra los artículos (constitucionales) 3, 5, 24, 27 y 130.”22
Los obispos mexicanos hicieron gestiones para impedir o
modificar el contenido de la Ley Calles. El Presidente dijo
entonces al arzobispo de Morelia Leopoldo Ruiz y
Flores: “Sólo tienen ustedes dos caminos: o acudir al Congreso
o tomar las armas”. El recurso del Congreso lo utilizaron
infructuosamente los ciudadanos católicos, y a los obispos los

22
Jean Meyer. La Cristiada, Vol. II, p.70
23

diputados les dijeron que ellos no tenían ningún derecho ni


alegar nada puesto que jurídicamente no existían.
Agotados todos los intentos de diálogo, los obispos mexicanos
se decidieron por un gesto único e inédito en la historia de la
Iglesia: ¡suspender el culto «público» y cerrar todas las iglesias!
Esta decisión del Episcopado mexicano fue comunicada a los
sacerdotes y fieles mediante una Carta Pastoral Colectiva
fechada el 25 de julio de 1926 en la cual
explicaban: “Colocados en la imposibilidad de ejercer nuestro
sagrado ministerio sometido a las prescripciones de ese decreto
(la ley Calles), tras haber consultado a nuestro Santo Padre,
Pío XI, que ha aprobado nuestra actitud, ordenamos que, a
partir del 31 de julio del año en curso, y hasta nueva orden,
todo acto de culto público que exija la intervención de un
sacerdote quede suspendido en todas las iglesias de la
República.”
Durante los días previos, largas filas de fieles se formaron en las
iglesias para recibir alguno de los sacramentos, especialmente el
de la reconciliación. A las doce de la noche del día 31 fue
retirado el Santísimo Sacramento de todos los sagrarios; en
algunos de ellos se puso una leyenda dramática: «no está aquí».
El domingo 1° de agosto, por primera vez en 400 años, en
México no se celebró la Eucaristía y en todas las regiones se
percibía un duelo general.
Como las restricciones que la ley Calles indicaba eran en
relación al culto «público», el Episcopado suspendió éste pero
no el culto «privado», ya que supuestamente estaba fuera del
control gubernamental. Sin embargo el gobierno sectario no se
ciñó a sus propias leyes y la persecución se extendió también a
los hogares, encarcelando y vejando a quienes eran
24

sorprendidos celebrando un sacramento en un domicilio


particular. Igualmente el gobierno no se ciñó a la aplicación de
las penas que señalaban las leyes; siguiendo el proceder que
desde 1914 venían realizando los carrancistas, las autoridades
civiles pero sobre todo las militares, aplicaban arbitrariamente
la pena que les viniera en gana, y frecuentemente ésta fue la
pena de muerte.
Dada la persecución anticatólica y las duras prohibiciones
contra los sacerdotes, la mayor parte de ellos se retiró a la
clandestinidad dedicándose a la asistencia de los fieles. A partir
del 31 de julio de 1926 se dio a la caza a los sacerdotes para
encarcelarlos y asesinarlos. Solamente desde 1926 a 1928
fueron asesinados por el Gobierno más de 55 sacerdotes
detenidos durante el ejercicio de su ministerio. Entre ellos se
encuentran los beatos Miguel Agustín Pro S.J, y fray Elías del
Socorro Nieves García O.S.A, así como 22 sacerdotes mártires
beatificados en 1922 y canonizados durante el Jubileo del año
2000 por San Juan Pablo II. 23 Otros diez mártires encabezados
por Anacleto González Flores fueron beatificados en el año
2005. Los católicos asesinados se cuentan a centenares. Esta
situación legal contrastaba poderosamente con la realidad
sociológica de México: el pueblo mexicano se sentía católico
hasta la médula. Los constituyentes de Querétaro fueron
derrotados por la gente sencilla que continuó profesando la fe
cristiana.

23
Cfr. Mexicana...Michaëlis Augustini Pro Positio super Martyrio, 50-
51; Mexicana. Beatificationis seu Declaratinis Martyrii Servorum Dei
Christophori Magallanes et XXIV Sociorum in odium Fide, uti fertur
interfectorum (+1915 - 1937). Positio super martyrio, Sacra
Congregatio Pro Causis Sanctorum, P. N. 1407, III vol. Romae 1991.
25

La Cristiada
La Cristiada, llamada también «Guerra Cristera», fue el
conflicto armado resultado de la persecución religiosa, y tuvo
lugar entre los años 1926 y 1929. El historiador francés Jean
Meyer describe a la Cristiada como la “Historia dramática y
conmovedora de un pueblo que se siente agraviado en su fe y
que, por tanto, desafía a un gobierno de hierro y a un ejército
que lo aventaja en todos los terrenos menos en uno: el del
sacrificio”.24
Antes de los primeros levantamientos armados hubo varias
acciones violentas, aunque no se les podrían catalogar como
hechos de armas; tal fue el caso de los sucesos ocurridos el 3 de
agosto de 1926 en el Santuario de Guadalupe en la ciudad de
Guadalajara, donde el pueblo estaba posesionado del templo
para evitar que cayera en manos del gobierno. En la noche de
ese día llegaron a las inmediaciones del Santuario cincuenta
soldados dando la orden de despejar la entrada y abrieron fuego
contra las personas allí reunidas, pero los hombres se lanzaron
contra los soldados con piedras, palos y cuchillos, y tras diez
minutos de pelea obligaron a los militares a replegarse; estos
recibieron refuerzos y con 250 hombres volvieron a cargar
contra los defensores del Santuario.
Jean Meyer recogió el relato de varios testigos: “Las mujeres,
en el interior de la iglesia, cantaban; fuera, en el atrio,
hombres y mujeres combatían cuerpo a cuerpo con los
soldados después de haberse arrojado sobre los fusiles. A las
diez de la noche el ejército controlaba el jardín en torno de la
Iglesia, pero ni esta ni el atrio. Para impedir la llegada de
24
Meyer Jean, La Cristiada. El conflicto entre la Iglesia y el Estado.
Clío, México, 1997, p 9
26

nuevos manifestantes, que afluían, con armas improvisadas de


todas partes y llenaban ya la calle de Juan Álvarez, el ejército
hizo ocupar las bocacalles y después evacuar las cuatro
manzanas en torno del Santuario, disparando sobre los escasos
transeúntes. A las seis de la mañana fue negociada la rendición
con el general Ferreira: a las mujeres y los niños se les dejó
partir, y los hombres (390) fueron conducidos al cuartel, a las
aclamaciones de la población, que gritaba ¡Viva Cristo
Rey!” En cuanto pudieron, muchos de los participantes en estos
sucesos se remontarían a las montañas para defenderse por
medio de las armas.
La defensa por medio de las armas no fue resultado algún plan
o estrategia; surgió de manera espontánea, dispersa y
desorganizada, provocada por los excesos de la represión
gubernamental contra algunas de las poblaciones católicas del
medio rural. El primer grupo que se levantó en armas fue el de
Pedro Quintanar tras el asesinato del padre Luis Batis y tres de
sus feligreses ocurrido el 15 de agosto de 1926 en la pequeña
población de Chalchihuites en el estado de Zacatecas. El día 29
de agosto, al frente de treinta hombres y al grito de ¡Viva Cristo
Rey! Quintanar cayó sobre la guarnición militar de Huejuquilla
el Alto, Jalisco, derrotándola y tomando la plaza. Iniciaba así
la Cristiada.
El término «cristeros» fue acuñado por los callistas como un
epíteto despectivo hacia los católicos que iban lo mismo al
combate que al paredón con el grito en los labios de ¡Viva
Cristo Rey! Pero lejos de sentirse insultados, los católicos
tomaron para sí y con orgullo el título de «cristeros». Con ese
nombre, exclusivo de los cristianos mexicanos, escribieron su
nombre en la historia. La sublevación fue masiva y unánime en
27

los pueblos del centro-oeste. “Hombres, mujeres, niños


confluían como para una peregrinación, seguros de obligar al
gobierno a capitular. El ejército los recibió a tiros y con fuego
de ametralladoras, y en el primer choque esos peregrinos dignos
de acompañar a Pedro el Ermitaño se desbandaron". 25
Al levantamiento de Pedro Quintanar en Zacatecas siguieron
otros igualmente espontáneos; en septiembre se levantó Luis
Navarro, ex presidente municipal de Pénjamo, quien se adueñó
y exterminó a la guarnición militar de esa localidad, y luego
tomó la ciudad de La Piedad, Michoacán. En Durango se
levantó Trinidad Mora, quien derrotó a un regimiento federal
que se dirigía hacia Santiago Bayacora. El hecho más
importante de esos primeros momentos fue que el general
Rodolfo Gallegos, comandante desde 1918 de la zona militar de
Guanajuato, quien puesto ante la disyuntiva de combatir a los
cristeros que empezaban a operar en su región o retirarse del
mando, decidió encabezarlos; así el 31 de octubre tomaba la
plaza de San José Iturbide. Sin embargo estos grupos actuaban
totalmente desvinculados, sin un plan en común, en medio de
graves carencias materiales y con un armamento sumamente
pobre y variado. Su fuerza radicaba en su fe y en el
conocimiento del terreno en que combatían.
Moralidad del levantamiento armado. Como señala Jean
Meyer, la guerra fue una sorpresa para el Estado, que
consideraba la religión como cosa de mujeres; pero fue también
una sorpresa para la Liga que aceptaba la posibilidad del
recurso de las armas, pero que no tenía la menor preparación en
ese sentido; fue también una sorpresa para los obispos que,
puestos ante los hechos consumados de la persecución y los

25
Jean Meyer, Historia de los cristianos..., p. 234
28

primeros grupos levantados en las montañas, predicaban la


resistencia activa sólo por medios pacíficos, hasta el martirio si
fuera necesario.26
Todavía el 1° de noviembre, el Comité Episcopal respondía
mediante un boletín a las falsas acusaciones gubernamentales
de ser los obispos los jefes de las “partidas episcopales”.
“Casos hay en que los teólogos católicos autorizan no la
rebelión sino la defensa armada contra la injusta agresión de
un poder tiránico, después de agotados los medios pacíficos. El
Episcopado no ha dado ningún documento en que declare que
haya llegado, en México, ese caso (…) Si algún católico, seglar
o eclesiástico, siguiendo la doctrina citada, cree haber llegado
el caso de la licitud de esa defensa, el episcopado no se hace
solidario de esa resolución práctica."27
El problema de la licitud poseía una vertiente teórico-doctrinal
y otra vertiente eminentemente práctica; ésta última era que si
los obispos condenaban el movimiento, obligaban a los
católicos a rendirse ipso facto a sus perseguidores, lo que
significaba el exterminio casi seguro de ellos, o cuando menos
de los dirigentes cristeros. La vertiente teórica se encontraba
con el hecho de que en el siglo XIX el Papa Gregorio XVI
había reprobado la insurrección de los católicos polacos contra
el Zar y, apenas unos años antes, el episcopado irlandés había
condenado una insurrección de los católicos. Por ello tanto para
la Liga como para los cristeros era muy importante dejar

26
Cfr. Jean Meyer, La Cristiada, Vol. I. Ed. Siglo XXI, quinta edición,
1977, p.9

27
L´Osservatore Romano, 1-III-1927, p.1
29

aclarado el tema acerca de la licitud moral del levantamiento


armado.

Los legisladores de la Constitución de 1917 no entendieron que


los ordenamientos legales injustos más que leyes son una
perversión, y por ello mismo constituyen en sí mismos un acto
de violencia contra el pueblo. El conflicto derivó en una lucha
sangrienta debido a la actitud intransigente del presidente
Calles, cuya obcecación llegó al grado de no solo no aceptar la
más mínima petición, sino ser él mismo en sugerir a los
católicos, cerrados los recursos legales, que no les quedaba más
vía que la de las armas.

Anacleto González Flores y la Unión Popular intentaron por


todos los medios evitar el recurso de las armas, optando solo
por el de la resistencia pacífica, pero las autoridades de la Liga
en la ciudad de México habían ya optado por la lucha armada
considerando que los recursos pacíficos estaban del todo
agotados, por lo que buscaron darle orden al movimiento
armado; González Flores acató la decisión del Comité Central
de la Liga pero personalmente él no tomó las armas. La Liga
presentó al Comité Episcopal un memorándum en que pedían a
los obispos cuatro acciones: a) no condenar el movimiento
armado; b) sostener la unidad de acción mediante un mismo
plan y un mismo caudillo; c) habilitar canónicamente vicarios
castrenses; d) solicitar a los ricos católicos que suministraran
fondos al movimiento. Los obispos contestaron afirmativamente
sólo los dos primeros puntos; sobre el tercero no aceptaron
nombrar vicarios castrenses pero dieron permiso a los
sacerdotes que quisieran, ejercer su ministerio entre los
30

levantados en armas; sobre el cuarto punto se negaron a


solicitar a los ricos su apoyo económico, estimando esa acción
como muy peligrosa.
El 11 de febrero de 1927, Mons. José María González y
Valencia, arzobispo de Durango desterrado en Roma, escribió
una carta pastoral a los católicos de su arquidiócesis: “Séanos
ahora lícito romper el silencio sobre un asunto del cual nos
sentimos obligados a hablar. Ya que en nuestra arquidiócesis
muchos católicos han apelado al recurso de las armas…
creemos de nuestro deber pastoral afrontar de lleno la cuestión
y, asumiendo con plena conciencia la responsabilidad ante
Dios y ante la historia, les dedicamos estas palabras: Nos
nunca provocamos este movimiento armado. Pero una vez que,
agotados todos los medios pacíficos, ese movimiento existe, a
nuestros hijos católicos que anden levantados en armas por la
defensa de sus derechos sociales y religiosos, después de
haberlo pensado largamente ante Dios y de haber consultado a
los teólogos más sabios de la ciudad de Roma, debemos
decirles: Estad tranquilos en vuestras conciencias y recibid
nuestras bendiciones.”28
El Arzobispo de México, Mons. Mora y del Río al momento de
ser expulsado del país el 21 de abril de 1927 junto con los
obispos que aún permanecían en México declaró al Secretario
de Gobernación Adalberto Tejeda: “Señor, el Episcopado no ha
promovido ninguna revolución, pero ha declarado que los
seglares católicos tienen el derecho innegable de defender por
la fuerza los derechos inalienables que no pueden proteger por
medios pacíficos. «Eso es rebelión», dijo Tejeda. «Esto no es

28
Jean Meyer. La Cristiada, Vol. I, pp. 16-17
31

rebelión; esta es legítima defensa contra la tiranía


injustificable» contestó Mons. Mora.”29
En Roma, S.S. Pío XI publicó el 18 de noviembre de 1926 su
encíclica «Iniquis afflictisque» sobre la persecución a la Iglesia
mexicana. En ella el Papa recordaba que con la Ley Calles se
estaban atropellando los derechos naturales más fundamentales;
allí radicaba la injusticia radical de toda aquella legislación que
analizaba minuciosamente, y luego lamentaba la persecución
que se había generalizado a todo el pueblo de Dios: “Sacerdotes
y laicos, por los caminos y plazas, enfrente de las iglesias, han
sido inmisericordemente asesinados”. El Papa mostraba su
admiración por el testimonio martirial que el pueblo católico de
México estaba dando ante el mundo y nombraba a los diversos
componentes del mismo, como los Caballeros de Colón, los
jefes de la Liga, las damas, los jóvenes que “…han sido
amarrados, conducidos por las calles en medio de pelotones de
soldados, encerrados en prisiones inmundas, tratados
ásperamente y castigados con penas y multas. Más aún,
algunos de aquellos adolescentes y de aquellos jóvenes – y al
decirlo- apenas podemos contener las lágrimas, con el rosario
en la mano y aclamando a Cristo Rey han encontrado
voluntariamente la muerte.”
Si bien todos los obispos reconocieron la licitud del
movimiento, en la práctica varios siguieron predicando la
resistencia pacífica y adoptaron una conducta más bien
reprobatoria hacia los cristeros y la Liga; tal fue el caso de los
obispos de Saltillo, Cuernavaca, Puebla, Chihuahua, Veracruz,
Querétaro, Tabasco, Morelia y Zamora. Sin apoyar al
movimiento pero sin oponerse al mismo, dos obispos decidieron

29
Ibíd., p.21
32

permanecer entre los feligreses de sus diócesis: Mons.


Francisco Orozco, arzobispo de Guadalajara, y el anciano
obispo de Colima Mons. Amador Velasco. Ocultos en las
montañas o en las barrancas, disfrazados de campesinos o de
arrieros, estos dos obispos permanecieron tres años entre su
pueblo compartiendo sus temores y privaciones; la presencia de
su prelado fue para los cristeros de Jalisco y Colima un valioso
aliento en su lucha.
Desarrollo de la guerra de los cristeros. La participación de
Liga en el movimiento armado fue marginal y pobre; lo más
valioso que aportó fue el haber conseguido en julio de 1927 que
el general Enrique Gorostieta, un antiguo militar de carrera,
aceptara mediante el pago de tres mil pesos oro al mes, dirigir y
organizar a los distintos grupos armados que se encontraban en
pie de lucha. Gorostieta era liberal agnóstico y tenía poco afecto
por la Iglesia, pero la convivencia con los cristeros le llevó a su
conversión y al momento de su muerte, ocurrida en un combate
en 1929, había ya abrazado con entusiasmo la causa de sus
dirigidos; se volvió, a su manera, cristiano en medio de sus
cristeros, a los que admiraba: “¿Con esta clase de hombres
crees que podamos perder? ¡No, esta causa es santa y con estos
defensores no es posible que se pierda!” Gorostieta informaba a
la Liga en febrero de 1928 que San Martín de Bolaños,
Totatiche, Huejuquilla, Mezquitic y Monte Escobedo se
hallaban bajo el control absoluto de los municipios cristeros y
bajo el amparo de las defensas sociales encargadas de proteger a
la población mientras los regimientos, organizados por él, se
hallaban en operaciones.
Mientras el movimiento cristero se extendía, la Liga redactó
una Constitución que sustituyera a la de 1917 y con la cual se
33

pudiera instaurar un sistema político que en justicia conciliara


las libertades políticas, sociales, económicas y religiosas de los
mexicanos. El manuscrito de esa Carta Magna –ignorada hasta
ahora por la historiografía- ha sido reproducido recientemente
en Cuadernos del Archivo Histórico de la UNAM (N° 18) bajo
el título «La Constitución de los cristeros y otros documentos».
Esta Constitución debió ser redactada durante 1927, ya que se
dio a conocer el 1° de enero de 1928; en ella se establecía que
“La Nación mexicana continúa constituida en República
representativa, democrática, federal” (Art. 3°) y que su
gobierno estaría integrado por cuatro poderes: Judicial;
Legislativo; Ejecutivo y Municipal (Art. 6°). Sobre el aspecto
religioso –que en esos momentos era el centro del conflicto-
establecía que los mexicanos tendrían absoluta libertad para
profesar la religión que consideraran de su conveniencia, así
como la libertad de culto y la propiedad de los inmuebles
necesarios al mismo (Art. 31°). Adelantándose a su tiempo, la
Constitución cristera otorgaba a la mujer el derecho al voto.
Para julio de 1927, es decir, a un año de su inicio, el
movimiento cristero estaba consolidado en vastas zonas rurales
del Occidente; cuando en ese momento el general Gorostieta se
incorporó al mismo, comprendió el carácter de guerra de
guerrillas que los cristeros intuitivamente habían implementado,
pero ahora el militar organizó a los distintos grupos dándoles
método y orden. La «Guardia Nacional» por él organizada,
extendió su influencia rápidamente a los estados de Jalisco,
Nayarit, Aguascalientes, Zacatecas, Querétaro y Guanajuato,
donde los cristeros controlaban la mayoría de las zonas rurales;
situación semejante ocurría en los estados de Colima y Nayarit.
34

El movimiento se extendió a principios de 1928 a los estados de


Oaxaca, Guerrero, México, Morelos, Puebla y Tlaxcala, donde
operaban numerosas partidas de cristeros que durante cortos
periodos lograban tomar poblaciones medias y pequeñas, y
cuando el ejército federal enviaba fuertes contingentes militares
en su contra, se remontaban a las sierras para tomarlas
nuevamente al menor descuido de los federales, a quienes
causaban numerosas bajas capturándoles su armamento. Este
fue el principal medio de los cristeros para hacerse de armas y
municiones.
El gobierno implementó entonces una política de
«reconcentración», la cual consistía en obligar por la fuerza a
todos los habitantes de una región a concentrarse en una
población a fin de dejar sin apoyo a los cristeros, pero esta
política lo único que logró fue echarle más leña al fuego. A los
sufrimientos que las reconcentraciones causaban a la población
civil que se veía obligada a dejar sus casas, sus tierras y
ganados padeciendo entonces hambre y frío, se sumaban los
robos, asesinatos y vejaciones que los militares les infringían,
por lo que muchos indecisos optaron por sumarse a los
cristeros, provocando una segunda ola de alzamientos.
Para los primeros meses de 1928 eran ya unos 25 mil los
cristeros en armas, y el ejército reconocía que entre enero y
mayo de ese año había perdido a tres generales, 324 oficiales y
2892 soldados. El mayor Harold Thompson, agregado militar de
la Embajada norteamericana y amigo de Obregón advertía la
poca credibilidad de esas cifras gubernamentales que, decía,
había que aumentar en diez mil más. A mediados de 1928 los
cristeros no podían ya ser vencidos militarmente; pero el
35

Gobierno federal y su ejército, apoyado por los Estados


Unidos, tampoco.
El 17 de julio de 1928 fue asesinado el general Álvaro Obregón
por José de León Toral, un miembro de la Liga, durante un
banquete en honor de Obregón que ese día había sido declarado
nuevamente «presidente electo» (tras haber mandado asesinar a
sus dos oponentes, los generales Serrano y Gómez), ahora para
el periodo presidencial 1928-1932. Para llevar a cabo esa
reelección, Calles y Obregón modificaron previamente la
Constitución de 1917 que expresamente prohibía la reelección.
Los “arreglos” de 1929 y el final del conflicto armado. Al
iniciarse el año de 1929 los combates se incrementaron por
todas partes con frecuentes y sonados triunfos de los cristeros
que incursionaban incluso en barrios periféricos de la ciudad de
Guadalajara; para ese entonces eran ya más de cincuenta mil los
cristeros en armas. Además el gobierno tuvo que hacer frente a
un nuevo y grave problema: dos de los principales jefes del
ejército federal, el general Gonzalo Escobar y el general
Francisco Manzo, se levantaron en armas contra el gobierno
arrastrando tras de sí a la mitad del ejército. Ante la
desaparición de Obregón que ya había sido declarado presidente
electo, a Calles no le quedó más remedio que entregar el poder.
Designó entonces al licenciado Emilio Portes Gil, un abogado
originario de Tamaulipas y un connotado miembro de la
masonería, como presidente provisional.
Simultáneamente a la guerra cristera y a la rebelión del general
Escobar, a mediados de 1929 se sumó una amenaza más para el
gobierno de Calles y Portes Gil: a las elecciones que debían
celebrarse por la muerte del «presidente electo» se presentó
como candidato el licenciado José Vasconcelos, personaje
36

carismático que era totalmente ajeno al grupo «de los


sonorenses». La popularidad de Vasconcelos era grande por
haber sido colaborador de Francisco I. Madero y Rector de la
Universidad Nacional de México, por su desempeño como
Secretario de Educación Pública, cargo al que lo designó el
mismo Obregón debido a su prestigio y capacidad, a pesar de
no pertenecer a su grupo político. Tal era la situación adversa
que enfrentaba el gobierno en 1929, y en cuyo contexto se debe
leer los “arreglos” que pusieron fin a la guerra de los cristeros.
El gobierno encabezado por Emilio Portes Gil y el ya entonces
autonombrado «jefe máximo de la revolución» Plutarco
Elías Calles, se tambaleaba seriamente. Pero nuevamente el
gobierno norteamericano intervino en México; ahora para sacar
a flote al «jefe máximo». Los Estados Unidos entregaron
entonces al gobierno mexicano mayor y mejor armamento,
incluyendo un buen número de aviones militares, con lo cual la
rebelión escobarista pudo ser fácilmente sofocada a tres meses
de iniciada.
La solución al movimiento cristero, que lejos de disminuir
crecía cada día, fue planteada por el embajador de los Estados
Unidos Dwight W. Morrow: era necesario entenderse con la
Iglesia y él se ocuparía de ello. Los obispos mexicanos habían
sido desterrados; dos permanecían ocultos en las montañas;
algunos se encontraban en Roma, pero la mayoría se
encontraban asilados en los Estados Unidos y era sencillo
ponerse en comunicación con ellos; además estaba el hecho de
que los asuntos de la Iglesia en México habían sido
encomendados al Delegado Apostólico en Washington, Pedro
Fumasoni Biondi. Y Morrow se advocó a “arreglar” la cuestión
religiosa en México.
37

El embajador Morrow inició sus gestiones en los mismos


Estados Unidos sirviéndose de algunas personalidades del
mundo católico norteamericano, entre ellas el padre John
Burke, Secretario de la National Catholic Welfare Council, y
los jesuitas Wilfrid Parsons y Edmund Walsh. Para sus
gestiones Morrow encontró también la colaboración de dos
obispos mexicanos que desde el principio del conflicto eran
partidarios de llegar a unos arreglos a cualquier costo; ellos eran
Mons. Pascual Díaz y Barreto, obispo de Tabasco, y Mons.
Leopoldo Ruiz y Flores, arzobispo de Morelia. Conociendo
otros obispos la posición de Mons. Pascual Díaz ante tan
delicado asunto, algunos le manifestaron su oposición a unos
arreglos que serían de hecho una claudicación. Así el arzobispo
de Durango, González y Valencia, exiliado en Roma, le escribe
a Mons. Díaz: “...la Santa Sede desecha de plano los famosos
arreglos, que habrían sido nuestra suprema vergüenza.” Pero la
situación cambió con el asesinato de Obregón el 17 de julio de
1928; por la tarde de ese día, estaba programada una entrevista
de Obregón con el embajador Morrow.
Sin embargo Morrow no quitó el dedo del renglón; dos
circunstancias venían a compensar sus planes: la primera era la
proximidad de las elecciones presidenciales en los Estados
Unidos, porque si la pacificación de México se lograba por
medio del embajador, pondría en manos del Partido
Republicano los votos de los católicos norteamericanos; la
segunda fue la muerte del arzobispo de México, Mons. Mora y
del Río ocurrida en el exilio el 22 de abril de 1928, y la elección
del arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores como nuevo
presidente del Comité Episcopal.
38

La Liga, los Caballeros de Colón, la ACJM, la Confederación


Católica del Trabajo, la Asociación de Padres de Familia y las
Congregaciones Marianas le escriben un memorial a S.S. Pío
XI, y un resumen del mismo, redactado como telegrama, es
enviado al cardenal Secretario de Estado. El telegrama decía lo
siguiente: “Sábese fundadamente que perseguidores propagan
arreglo con algunos prelados, mediante simple promesa ir
derogando paulatinamente ley sectaria, previa reanudación
culto público. Damos testimonio que pueblo católico
escandalizarse pacto esas bases; juzgando universalmente
perseguidores tratan sorprender benevolencia algunos
prelados, fin esclavizar definitivamente Iglesia mexicana,
pretexto malestar nacional…Imposible fiar de palabra hombres
sin honor. Damos testimonio de que pueblo y sociedad, sinceros
católicos, inclusive combatientes, prefieren continúe situación
dolorosa y lucha con todas sus consecuencias…” La mayoría de
los obispos coincidían con el parecer de este comunicado, como
lo señalan en un escrito fechado el 31 de mayo en San
Antonio, Texas, y dirigido a Mons. Pascual Díaz, quien se
encontraba en Nueva York.
En Washington, Monseñor Ruiz y Flores declara la total
disponibilidad de la Iglesia a dialogar con el gobierno
mexicano. El 3 de mayo de 1929, el periódico El Universal
encabeza su edición son el siguiente título: “Con buena
voluntad de parte del Estado y de la Iglesia puede lograrse un
acuerdo”. El 7 de mayo los cristeros infringen una tremenda
derrota al ejército federal en Tepatitlán, Jalisco; el 8 de mayo el
presidente Portes Gil se felicita por unas declaraciones del
arzobispo Ruiz y Flores. A finales de ese mes de mayo, la Santa
Sede nombra a monseñor Leopoldo Ruiz y Flores delegado
apostólico ad referéndum para tratar con el gobierno mexicano
39

la cuestión de la libertad religiosa. El 2 de junio, el Gral.


Enrique Gorostieta, comandante de la Guardia Nacional, cae en
una emboscada en Atotonilco el Alto, Jalisco; al frente del
movimiento cristero lo sustituirá el Gral. Jesús degollado
Guízar.
A principios del mes de junio sale de San Luis Missouri, un tren
hacia la frontera de México; en el convoy va enganchado el
vagón especial del embajador Morrow y con él viajan los
obispos Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Díaz y Barreto. Al
cruzar la frontera, el vagón del embajador es enganchado a otro
tren que viaja a la ciudad de México, pero poco antes de llegar a
su destino, los dos obispos se bajan en la estación de Tacuba.
Allí los recoge un automóvil que los traslada a la casa del señor
Agustín Legorreta. Es esa casa no van a hablar ni a recibir a
nadie; ni siquiera al obispo de San Luis Potosí Miguel de la
Mora, quien intentará tres veces ser recibido por ellos sin
lograrlo nunca. Finalmente, el 12 y 13 de junio se entrevistan
con el Presidente portes Gil.
El día 21 de junio de 1929, Portes Gil y los dos obispos
acuerdan verbalmente los “arreglos” en base a las propuestas
redactadas por el embajador Morrow, y al día siguiente son
publicados por la prensa mexicana. Portes Gil hizo unas
promesas: amnistía a los “rebeldes” sublevados (los cristeros);
restitución de las iglesias, obispados y parroquias, y su palabra
de honor de no volver atrás; los dos obispos se comprometían a
reanudar el culto público y a solicitar a los cristeros que
depusieran las armas. Aceptaron además el exilio del arzobispo
de Guadalajara, Mons. Orozco, y el no regreso a México de
Mons. José de Jesús Manríquez y Zárate, obispo de Huejutla.
La Iglesia cumplió, el Gobierno no.
40

Aquellos “arreglos”, mentirosos en su raíz y en las intenciones


gubernamentales de quienes los suscribían, ni siquiera fueron
puestos por escrito; ¿por qué? El mismo arzobispo Ruiz y
Flores da la respuesta en sus memorias: “No creí que constara
esto en estipulaciones escritas y firmadas por ambas partes,
porque tenía yo de testigo por mi parte al Sr. Obispo Díaz y por
parte del Presidente al Licenciado Canales” Tal fue la
ingenuidad con la que negociaron los dos obispos.
Buena parte de los obispos mexicanos se sintieron engañados
pues fueron totalmente marginados de las conversaciones
previas y de los arreglos; pero ante todo estaba el amor y la
obediencia al Papa, y Mons. Ruiz y Flores actuó como delegado
apostólico «ad referéndum», y acataron lo por él negociado. En
la madrugada del domingo 30 de junio de 1929, al oír el repique
de las campanas llamando a misa, el embajador Morrow dijo a
su esposa: “Betty… ¿oyes eso?, ¡Yo he abierto las iglesias de
México!”
En ese día se inició un «modus vivendi» entre el gobierno
mexicano, la Iglesia y el pueblo católico, del cual surgirían
nuevas persecuciones y mártires. Los derechos que la razón y el
derecho natural señalan a la libertad religiosa, 30 no serían
reconocidos por las leyes mexicanas sino hasta 1992, cuando
gracias al Papa Juan Pablo II la realidad de una nación de
impronta católica se impuso por sí misma.
Por lo que se refiere a la Liga, a la Guardia Nacional y en
general a quienes de un modo u otro apoyaban la Cristiada, su
desencanto fue mayúsculo pero, como el crucifico del atentado

30
Como el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, y la Declaración conciliar Dignitatis humanae del Vaticano
II
41

en la Basílica, prefirieron doblarse y obedecer antes que romper


con la Iglesia. Meyer transcribe el testimonio de un antiguo
cristero de Santiago Bayacora que sintetiza muy bien lo
ocurrido entre los católicos levantados en armas: “De ganada,
la perdimos; en el 21 de junio de 1929 se hicieron los mentados
arreglos del conflicto religioso, y los señores que intervinieron
en dichos arreglos no debían haber admitido a que
entregáramos las armas, porque esas armas costaron muchas
vidas, mucha sangre, nosotros expusimos nuestras vidas para
quitar esas armas y no es posible ni justo que después de tanto
sacrificio y trabajos como los que pasamos vayamos a entregar
las armas; pero por obedecer órdenes sacerdotales fuimos a
entregar las armas y les dijimos a nuestros enemigos: aquí
están las armas que les quitamos en los campos de batalla, ya
que ustedes no nos las pudieron quitar ahora nosotros se las
venimos a traer (…) y nuestros enemigos sedientos de venganza
luego empezaron la guerra contra los indefensos jefes cristeros.
…”.31

El Maximato y la familia revolucionaria


Siguiendo los consejos del embajador de Estados Unidos D.W.
Morrow,32 al momento de rendir su último informe como
presidente de la República, Plutarco Elías Calles anunció desde
la tribuna del Congreso la creación del Partido Nacional
Revolucionario (PNR)33 ya que México pasaría “de una vez por
todas, de la condición histórica de país de un solo hombre a la

31
Jean Meyer. La Cristiada…p. 337
32
Cfr. José Vasconcelos, La Flama. Ed. Botas, México, p. 108
33
Después cambiaría su nombre a Partido de la Revolución Mexicana
(PRM), y luego a Partido Revolucionario Institucional (PRI)
42

de nación de instituciones y leyes…y al establecimiento, para


regular nuestra vida política, de reales partidos nacionales
orgánicos”. Previamente Calles hizo que los diputados
encabezados por Gonzalo Bautista y Marte R. Gómez lo
aclamaran como “el jefe máximo de la revolución”.
De este modo el “jefe máximo” se situó por encima del
presidente de la República. Vasconcelos escribe al respecto: “El
presidente de paja (Portes Gil) inició un ciclo que fue llamado
«de los presidentes peleles». El poder efectivo lo retuvo
Calles en calidad de jefe máximo de la revolución. Los altos
cargos siguieron en manos de los favoritos del callismo.
Mandaba Calles, de hecho, sin responsabilidad ante la ley…
Durante varios años, Plutarco Elías Calles disfrutó, gracias a
la inteligente protección de su amigo Morrow, de más poder
que el que hubiera soñado Obregón”.34
En efecto, con el título de «jefe máximo de la revolución»
Calles quitó y puso a los presidentes, situándose por encima de
ellos. A ese periodo que va de 1929 a 1936 se le conoce como el
«maximato», y comprendió los gobiernos de Emilio Portes Gil
(1929-1930); Pascual Ortiz Rubio (1932-1934); Abelardo L.
Rodríguez (1932-1934), y los dos primeros del de Lázaro
Cárdenas (1934-1936). La residencia presidencial de esa época
era el Castillo de Chapultepec; la residencia de Calles se
encontraba a corta distancia. Una mañana apareció en una barda
escrita por manos anónimas una leyenda que expresó bien la
esencia del «maximato»: “Aquí vive el presidente, el que
manda vive enfrente”.
El «maximato» dio origen a la desde entonces llamada «familia
revolucionaria», sometida siempre a los dictámenes del
34
José Vasconcelos, Op., cit., pp.108-109
43

«máximo» en turno. “Siempre me deslumbró el concepto la


«gran familia revolucionaria» con que los locutores solían
referirse a la bola de políticos que rodeaban al presidente (…)
Era como ver a una abeja reina rodeada de zánganos agitados
con las bocas llenas de frases obsequiosas, las espaldas
trabadas en una semi-reverencia eterna, el gesto adusto de viril
potencia para enfrentar al extraño enemigo que se vaya
ofreciendo.”35
Durante el «maximato» continuó la persecución religiosa,
aunque de otra forma porque la experiencia de la resistencia
armada durante la Cristiada hizo que el gobierno trasladara a la
educación la principal «trinchera» para la descatolización de la
nación; sin abandonar del todo las demás estrategias
persecutorias. La situación generada por la nueva persecución -
atrás de la cual estaba el “jefe máximo”- algunos antiguos
cristeros y miembros de la Liga, empujados por los
acontecimientos a una nueva respuesta armada, se lanzaron a
las montañas a lo que se conoce como «la segunda» Cristiada,
la que en sus mejores momentos no llegó a sobrepasar los siete
mil combatientes.
En febrero de 1931, Mons. Ruiz y Flores lanzó una pastoral
condenando todo recurso a la violencia; en mayo, junio, julio y
agosto, la mayoría de los obispos publicaron pastorales
prohibiendo a los sacerdotes y a los fieles apoyar y mantener
relaciones con el nuevo movimiento armado, lo que no impidió
que el mismo Mons. Leopoldo Ruiz y Flores que había llevado
a cabo los “arreglos” con el presidente Portes Gil en 1929, fuera

35
Guillermo Sheridan, Regreso a la familia revolucionaria. Letras
Libres, Septiembre 2012
44

nuevamente expulsado del país. La «segunda» no tuvo


trascendencia y murió de inanición. Otra consecuencia de la
prohibición a los fieles de participar en el ámbito político, fue
que los católicos mexicanos se alejaran por muchos años de la
vida política y social de la nación.
En 1934 Calles decidió poner en la Presidencia a su protegido
político Lázaro Cárdenas del Río, pero ya no para un periodo de
cuatro años sino de seis. El 20 de julio de 1934, en un mitin
electoral en Guadalajara, Calles y Cárdenas pronunciaron el
llamado «Grito de Guadalajara» en el que indicaron: “Es
necesario que entremos al nuevo periodo de la Revolución…
debemos entrar y apoderarnos de las conciencias de la niñez,
de las conciencias de la juventud, porque son y deben
pertenecer a la Revolución.” Esta verdadera «expropiación de
las conciencias» fue incorporada a la Constitución tres meses
después mediante la modificación del artículo 3° el 11 de
octubre de ese año: “Solo el Estado impartirá educación. La
educación que imparta el Estado será socialista y, además de
excluir toda doctrina religiosa, combatirá el fanatismo y los
prejuicios, para lo cual organizará sus enseñanzas y
actividades en forma que permita crear a la juventud un
concepto racional y exacto del Universo y de la vida social.”
Lázaro Cárdenas –quien sumado al grupo de los «sonorenses»
había participado en el golpe contra Carranza- creció
«políticamente» bajo la sombra de Calles, pero
«ideológicamente» creció a la sombra del diputado
constituyente más jacobino y radical: Francisco J. Múgica,
exseminarista y ferviente admirador de Carlos Marx. Una vez
investido como Presidente, Cárdenas y Múgica buscaron
quitarse de encima al «jefe máximo»; con la ayuda del
45

experimentado líder obrero de filiación marxista Vicente


Lombardo Toledano,36 y las logias del Rito Nacional Mexicano
(yorkinos), logró fracturar a la «familia revolucionaria» en
«callistas» y «cardenistas». Esto le permitió a Cárdenas la
noche del 9 de abril de 1936 capturar y expulsar del país al
«jefe máximo». Con ello el maximato como tal llegó a su fin;
en su lugar Cárdenas hizo surgir un nuevo sistema político: el
presidencialismo «feroz».

El presidencialismo feroz
El artículo 89 de la Constitución de 1917 establece un sistema
«presidencialista» que asigna al poder ejecutivo grandes
atribuciones legales (como nombrar a los ministros de la
Suprema Corte y a los jefes de las Fuerzas Armadas). A ellas se
sumó todo el poder que, al margen de la legalidad, tenía el «jefe
máximo de la revolución», líder indiscutible del Partido
“oficial” y jefe de todos los diputados, gobernadores y
presidentes municipales. La diferencia entre el maximato y el
presidencialismo feroz instaurado por Cárdenas fue que con
Calles el «máximo» no tenía señalado un límite de permanencia
(aunque sólo duró seis años), y desde el sexenio de Cárdenas
(1934-1940), por el resto del siglo XX, los presidente fueron el
«máximo», con el único límite de serlo sólo por seis años. La
«separación de poderes» y el «federalismo» quedaron sólo en el
papel.

36
Lombardo Toledano formó y dirigió la Confederación de Obreros de
América Latina, organismo dependiente de la Internacional Comunista
(Cfr. Alberto Baeza, Las cadenas vienen de lejos: Cuba, América
Latina y la libertad. Ed. Letras, México, 1961.
46

Con la aprobación y apoyo del gobierno de los Estados Unidos


presidido entonces por Franklin D. Roosevelt, el presidente
Lázaro Cárdenas realizó la expropiación del petróleo en marzo
de1938; es una carta del mismo Cárdenas al embajador del
presidente Roosevelt dos semanas después la que da cuenta de
esa aprobación. Cárdenas escribió: “Mi gobierno considera la
actitud adoptada por gobierno de los Estados Unidos de
América, en el caso de la expropiación de las empresas
petroleras, confirma una vez más la soberanía de los pueblos
de este continente, que el estadista del poderoso país de
América, su Excelencia el presidente Roosevelt, ha sostenido
entusiastamente. Por esa actitud, señor embajador, su
presidente y su pueblo han ganado la estimación del pueblo de
México.”37
La razón de ese apoyo es aplicar la «doctrina Monroe», solo
insinuada por Cárdenas al mencionar a “los pueblos de este
continente”, porque la expropiación quitó el petróleo de México
a los ingleses que tenían el 70.5% de la industria petrolera en
México, y los sacó del negocio del petróleo en el Continente.
Para las compañías estadounidenses que tenían el 29.5% de las
concesiones, la expropiación fue un buen negocio: el gobierno
mexicano les pagó sus inventarios al doble y en poco tiempo. A
los ingleses se les pagó a la mitad de su valor… y tarde. 38
Inglaterra rompió relaciones con el gobierno de Cárdenas.
En septiembre de 1939 dio inicio la Segunda Guerra Mundial;
el gobierno de los Estados Unidos se declaró neutral, 39 pero
empezó a prepararse para enfrentar el conflicto; esto tuvo
37
Josephus Daniels, Diplomático en mangas de camisa. Talleres
gráficos de la Nación, México, 1949, p.289
38
Cfr. Luis Pazos, Mitos y realidades del petróleo mexicano, Ed.
Diana, México, 1979
47

repercusiones en México, como la promulgación de la Ley del


Servicio Militar el 19 de agosto de 1940, y el cambio de
candidato a la Presidencia de la República por el Partido oficial
(PRM). Cuando los sectores del PRM, que no movían un dedo
sin autorización del presidente, se empezaron a “pronunciar”
por la candidatura del general Francisco Múgica cuyo
radicalismo vendría a consolidar la obra socialista de Cárdenas,
éste hizo que Múgica renunciara públicamente a su “pre-
candidatura”, nombrando en su lugar al “moderado” Manuel
Ávila Camacho quien, tras unas elecciones fraudulentas, tomó
posesión como Presidente el 1° de diciembre de 1940.
El gobierno de Ávila Camacho (1940-1946) inicia con el
anuncio de una política de «unidad nacional». En el balcón del
Palacio Nacional aparece Ávila Camacho con todos los
expresidentes vivos, incluido Calles que vuelve del exilio; cesa
la persecución violenta contra los católicos, 40 y se inicia una
nueva etapa de relaciones respetuosas entre la Iglesia y el
Estado; pero el marco jurídico, las leyes persecutorias,
continuaron inalterables. “Ocurrió algo que entonces no pudo
advertirse: la religión se hizo asunto privado, la fe se encerró
en la intimidad de la conciencia (…) La vida humana se
escindió: dentro, la religión, y fuera, la política, la economía y
las demás actividades sociales (…) Pudo creerse así que el

39
Entrarían a la guerra el 7 de diciembre de 1941, tras el ataque
japonés a Pearl Harbor. México les seguiría declarando la guerra a
Alemania, Italia y Japón el 28 de mayo de 1942.
40
Los últimos actos violentos fueron: el martirio de San Pedro
Maldonado en Chihuahua, el 11 de febrero de 1937, y una matanza de
albañiles en la ciudad de México el día de la Santa Cruz (3 de mayo)
de 1938 por estar realizando un “acto de culto público”.
48

hombre tenía como normal esa contradicción existencial con


todas las consecuencias que son bien conocidas.”41

41
Isaac Guzmán Valdivia, Los valores de nuestra nacionalidad. Ed.
LIMUSA, México, 1985, p.28
49

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