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OBSERVACIONES: Los personajes de esta novela (con excepción de


los inventados por la autora de este fic) son propiedad de J. K. Rowling y
Warner Bros Entertainment Inc.

ADVERTENCIA: Este libro contiene algunas escenas de índole sexual,


violencia moderada y lenguaje adulto que podría ser considerado ofensi-
vo para algunos lectores y no es recomendable para menores de edad.
El contenido de esta obra es ficción. Los nombres, personajes, lugares
existentes (que no pertenezcan a J. K. Rowling) y situaciones son ficti-
cios. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, empresas
existentes, eventos o locales, es coincidencia y fruto de la imaginación de
la autora.

© 2009 Saga Alianza (fic Drarry) —Libro 1: Señales— de Helena Dax


© 2014, Versión en formato de e-book (PDF), unificación de conteni-
dos, diseño de cubiertas, sinopsis y revisión por Apolo&Artemisa

Este es un relato de distribución libre y está prohibida su venta.


Nota Importante

Este es el primero de una saga de siete fics post Reliquias de la


Muerte, que comienza cuando Albus y Scorpius van a
Hogwarts. La saga respeta no sólo el epílogo, sino muchos de
los datos que J. K. Rowling dio en entrevistas posteriores, en-
tre ellos, un comentario acerca de que “Harry nunca dejó que
Draco olvidara que le debía la vida”. Esta frase y algunos deta-
lles del epílogo me hicieron darle a Harry una actitud un poco
injusta hacia los Malfoy al principio de la historia a pesar de
que en los primeros libros de la saga daba a veces la impresión
de que realmente podían enterrar el hacha de guerra.
Creo que al principio hay personajes que pueden plasmar un
sentimiento repetido en el blanco/negro de Rowling, pero a
medida que avanza la historia muchos de ellos evolucionarán
para bien o para mal, irán modificando sus ideas… He aspira-
do a escribir personajes con cierta profundidad psicológica y
esas cosas. Por otro lado, todos son bastante subjetivos, así que
el hecho de que Draco, por ejemplo, acuse a Harry de algo no
quiere decir exactamente que sea cierto, sólo que él lo cree así.
La historia contiene escenas homoeróticas (slash) en la relación
de los personajes principales (Harry/Draco y Albus/Scorpius);
aun así, he de aclarar que en el primer libro —Señales— no
hay nada de contenido sexual: los niños son pequeños y los
adultos están casados con sus respectivas esposas. La historia,
poco a poco, va mostrando cómo se van formando las dos pa-
rejas, pero es básicamente y ante todo, una saga de aventuras,
no un romance.
A lo largo de los siete fics puede haber algunas advertencias de
volencia gráfica (gore), detalles algo repugnantes y contenidos
similares, pero no es una historia oscura ni intenta asemejarse a
ello. Sí considero que en algún capítulo podrá haber detalles
no aptos para estómagos sensibles, pero estáis avisados por
adelantado.
No hay muertes de los personajes principales, aunque es posi-
ble que de vez en cuando haga una escabechina con los otros,
lo iréis viendo en el trascurso de la historia.
El Universo Potter y la mayoría de personajes pertenecen a
J.K. Rowling, la Warner Bros y gente que no conozco. Aparte
de crítica de los lectores (positiva o negativa), mucho entrete-
nimiento y algo de estrés ocasional, no recibo nada a cambio
de esta historia, mucho menos dinero.
Espero que lo disfrutéis.

—Helena Dax
Sinopsis
ALGO EXTRAÑO ESTÁ SUCEDIENDO AHÍ FUERA, Y LAS
SEÑALES NO PRESAGIAN NADA BUENO…
Una serie de desapariciones está poniendo en alerta al mundo má-
gico. Harry Potter, ahora con casi 40 años y actualmente el Jefe de
Aurores del Ministerio de Magia Británico, investiga extraños acon-
tecimientos: magos y brujas desaparecidos, y aparentes asesinatos
con magia negra... ¿Se trata de otro levantamiento de mortífagos?
¿Podría ser éste el inicio de una nueva guerra?
Mientras tanto, debido a los recientes sucesos, se ha dado la orden
de interrogar a los Marcados que lucharon a favor del régimen de
Lord Voldemort, y Draco Malfoy y su familia son de los primeros
en la lista; por lo que someterse a las inspecciones de los aurores y
al acecho y la burla constantes de la gente que les desprecia, sigue
siendo humillante, aunque ha sido soportable a través de los años. Y
es que muchos aun desean verlos convertidos en caca de escreguto
o encerrados tras los muros de Azkaban. Pero eso es lo que pasa
cuando formas parte del bando perdedor y sigues libre, ¿no es así?
Por otra parte, comienza el primer año de Albus Potter y Scorpius
Malfoy en Hogwarts, y parecía que el destino seguía empeñado en
poner rivalidad entre ambos apellidos hasta que todo cambia cuan-
do, luego de tener una pelea que les deja castigados por una sema-
na, los dos niños comienzan a hacerse amigos en secreto, y descu-
bren que tienen mucho más en común de lo que esperaban. Pero
entre ellos surgen algunas interrogantes: ¿Aprobarían sus familias
—que llevan odiándose desde siempre— su amistad si se lo confe-
saran? ¿Y qué pensarán sus amigos cuando lo sepan?
Indice
LIBRO I: SEÑALES ..................................................................................9

Capítulo 1 ................................................................................................ 10
El sorteo ............................................................................................... 10
Capítulo 2 ................................................................................................ 27
El primer día ........................................................................................ 27
Capítulo 3 ................................................................................................ 44
Enemigos ............................................................................................. 44
Capítulo 4 ................................................................................................ 66
Algo va mal .......................................................................................... 66
Capítulo 5 ................................................................................................ 84
La vida en Hogwarts ........................................................................... 84
Capítulo 6 .............................................................................................. 101
Tentaciones ....................................................................................... 101
Capítulo 7 .............................................................................................. 119
El nuevo Buscador de Gryffindor .................................................... 119
Capítulo 8 .............................................................................................. 134
Cuestión de orgullo .......................................................................... 134
Capítulo 9 .............................................................................................. 152
Navidad .............................................................................................. 152
Capítulo 10 ............................................................................................ 169
Enero es un mal mes ......................................................................... 169
Capítulo 11 ............................................................................................ 188
Inevitable ........................................................................................... 188
Capítulo 12 ............................................................................................ 204
El castigo ............................................................................................ 204
Capítulo 13 ............................................................................................ 222
Algunas consecuencias ...................................................................... 222
Capítulo 14 ............................................................................................ 238
Rumores ............................................................................................ 238
Capítulo 15 ............................................................................................ 256
Un paso más ...................................................................................... 256
Capítulo 16 ............................................................................................ 274
Advertencia ........................................................................................ 274
Capítulo 17 ............................................................................................ 292
Una cena interesante......................................................................... 292
Capítulo 18 ............................................................................................ 307
Pascua................................................................................................. 307
Capítulo 19 ............................................................................................ 321
La capa de invisibilidad ..................................................................... 321
Capítulo 20 ............................................................................................ 342
Cuando menos te lo esperas ............................................................. 342
Capítulo 21 ............................................................................................ 363
Un giro inesperado ........................................................................... 363
Capítulo 22 ............................................................................................ 379
El amor de una madre ....................................................................... 379
Capítulo 23 ............................................................................................ 393
El día de la Paz ................................................................................... 393
Capítulo 24 ............................................................................................ 414
Una visita imprevista ........................................................................ 414
Capítulo 25 ............................................................................................ 428
Dementores ....................................................................................... 428
Capítulo 26 ............................................................................................ 441
El secreto de Urien ........................................................................... 441
Capítulo 27 ............................................................................................ 457
Una larga noche ................................................................................ 457
Capítulo 28 ............................................................................................ 473
Fin de curso ....................................................................................... 473
Capítulo 1
El sorteo

-E
s Malfoy...
—Es un Malfoy...
Las voces y susurros llenaron la cálida atmósfera del
Gran Comedor de Hogwarts con frialdad y curiosidad. Scorpius
Malfoy se había preparado mentalmente para ese momento hacía ya
tiempo y comprendía lo que le esperaba en Hogwarts.
Le había preguntado a su padre por qué tenía que estudiar
allí, si iba a ser tan mal recibido.
«Porque tienes derecho», había sido su respuesta, y Scorpius,
de algún modo, intuía que aquello era importante.
Así que se acercó a la silla, frente a todos, con la cabeza bien
alta y esperó a que el Sombrero Seleccionador le enviara a Slythe-
rin, como debía ser.
—Vaya, otro Malfoy... —dijo el Sombrero, con una voz que a
Scorpius le recordó un poco a los elfos domésticos—. Eres inteli-
gente y curioso, no harías un mal papel en Ravenclaw, pero imagino
que querrás ir a Slytherin.
Scorpius ni siquiera tuvo que pensar un sí antes de que el
Sombrero gritara el nombre de la Casa de las Serpientes. Sólo sus
nuevos compañeros aplaudieron; el resto del Comedor lo miraba
con desinterés o abierta hostilidad, aunque aquello se había repeti-

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

do cada vez que mandaban a un alumno de primero a Slytherin. A


Scorpius no le importó. Un alumno mayor con insignia de prefecto
le estrechó la mano y le indicó un sitio vacío en el que sentarse. Su
primo Gabriel Nott, que empezaba cuarto aquel año, le saludó
amistosamente. Hasta el momento sólo había otros tres alumnos de
primero allí, un chico pálido y alto que no conocía llamado Hector
Kellerman, una niña con cara de presumida a la que tampoco cono-
cía, Cecily Broomer, y otra niña grandota y de cara inexpresiva que
sí conocía bien, Diana Goyle. Diana era ahijada de su padre y había
pasado muchas temporadas en el extranjero con ellos, así que se ha-
bían tratado desde siempre. Scorpius había recibido órdenes termi-
nantes de ayudarla con sus estudios, cosa que no le extrañaba por-
que sabía que Diana era muy lenta para aprender.
Pero el Sorteo continuaba y Scorpius, pendiente de ver dón-
de acababan su amigo Damon Pucey y su prima Morrigan, la her-
mana de Gabriel, apenas les quitaba la vista de encima. Su mano de-
recha jugueteaba nerviosamente con la pulsera de plata que llevaba
en la muñeca izquierda, un hábito que su familia había tratado in-
fructuosamente de quitarle. Mientras seleccionaban a Jenny Man-
derlet, que acabó en Hufflepuff, Scorpius se dio cuenta de que des-
de la mesa de Gryffindor lo estaban mirando como si fuera un in-
secto, y él les devolvió la mirada lo mejor que supo.
—¡Morrigan Nott! —llamó el subdirector, el profesor
Flitwick.
Scorpius se olvidó de los Gryffindor y miró su prima. Mo-
rrigan era casi una cabeza más alta que él, una chica bonita de pelo
castaño claro que caminó hacia la silla con andares decididos. Scor-
pius y ella estaban muy unidos y el niño deseaba de todo corazón
que su prima estuviera con él en Slytherin. Morrigan podía tener la
capacidad de atención de un troll, pero era divertida y sabía mentir-
les a los adultos escandalosamente bien.
—¡Slytherin! —dictaminó el Sombrero.
Scorpius y Gabriel sonrieron a Morrigan mientras ella se
sentaba al lado del primero y le pasaba el brazo por los hombros.

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CAPÍTULO | 1
El sorteo

—Estamos juntos, Scorp —dijo, satisfecha—. A ver si hay


suerte con Damon y Michelle.
Pero quedaban aún varios alumnos por sortear antes de que
les llegara el turno a sus amigos. Scorpius se fijó en que el Sombre-
ro estaba mandando más alumnos a las otras Casas, especialmente a
Gryffindor, que a Slytherin. Su padre le había explicado que en caso
de duda entre dos Casas, el Sombrero solía decidirse por una de
acuerdo a la decisión del interesado, y Scorpius supuso que todos
los que se encontraban entre Slytherin y otra Casa estaban huyendo
del estigma de Voldemort.
—¡Albus Potter!
Un revuelo que parecía el opuesto al que había acogido el
nombre de Scorpius ocupó ahora la estancia, y docenas de caras se
llenaron de curiosidad y algo que Scorpius dedujo que era esperan-
za. Un niño tan bajito como él, de pelo oscuro y desordenado y bri-
llantes ojos verdes, se encaminó rápidamente a la silla con la vista fi-
ja en el suelo y se sentó. Scorpius le había visto en la estación de
Londres y en la de Hogsmeade. Su padre ya le había dicho que iría
al mismo curso que un hijo de Harry Potter; le había aconsejado
que se mantuviera alejado de él. Scorpius, que sabía perfectamente
lo que los Potter, los Weasley y otros como ellos pensaban de él y de
su familia, no sentía el más mínimo interés por dirigirle la palabra.
El Sombrero tardó unos segundos en dictaminar Gryffindor.
La mesa de los leones estalló en gritos de alegría y Scorpius vio có-
mo Albus era rodeado por su hermano mayor James y su media do-
cena de primos Weasley, de quienes también debía mantenerse ale-
jado.
Entonces llamaron a Damon Pucey, el hijo de Adrian Pucey
y Pansy Parkinson. El niño, de pelo oscuro y ojos oscuros, era tam-
bién amigo de Scorpius. Normalmente sólo se veían en verano y
Navidad, cuando los padres de Scorpius, él y su hermana Cassandra
iban a Inglaterra, pero ahora estaban encantados con la idea de ir
juntos a clase y compartir dormitorio.
—¡Slytherin!

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Damon levantó las manos victoriosamente en dirección a sus


amigos y corrió a sentarse con ellos sin importarle la fría acogida de
las otras mesas. Scorpius sonreía de oreja a oreja, contento. Con
Morrigan y Damon a su lado, lo demás no importaba demasiado.
Tres niños seguidos fueron sorteados en Gryffindor y des-
pués le tocó el turno a una Ravenclaw y un Hufflepuff. Cada vez
quedaban menos alumnos nuevos por sortear y los pocos que se-
guían de pie parecían un poco pequeños, allí en medio de un co-
medor tan grande. Uno de ellos era Rose Weasley. Según Gabriel,
había un Weasley en cada curso. La niña, pelirroja y pecosa como
casi todo el clan, alzó la nariz desdeñosamente en su dirección y
Scorpius perdió el poco interés que sentía por ella.
—Michelle Urqhart.
Scorpius volvió a tensarse con expectación sobre su silla. Los
padres de Michelle habían ido a clase con su madre y Michelle y
Morrigan eran muy amigas. A Scorpius le caía bien, aunque a veces
la encontraba un poco aburrida. Pero, para decepción de ambas,
Michelle fue sorteada en Ravenclaw. Morrigan soltó una exclama-
ción consternada y Scorpius le dio una palmadita en el hombro.
—Lo siento, Morrigan.
Michelle, que parecía tan sorprendida y disgustada como
ellos por la decisión del Sombrero, fue a sentarse con sus nuevos
compañeros con aire resignado. Entonces, el Sombrero llamó a un
chico llamado William Watson, rechoncho y con cara de cerdito.
—Slytherin —dijo el Sombrero, a los dos segundos.
Scorpius empezó a aplaudir de manera automática, pero se
detuvo cuando se dio cuenta de que el niño estaba horrorizado.
—No, no puede ser. No puedo ir a Slytherin...
—Vamos, pequeño, no pasa nada —dijo amablemente el pro-
fesor Flitwick.
Scorpius casi se rió, porque el profesor era aún más bajito
que el niño al que había llamado “pequeño”, pero la risa se convir-
tió en algo distinto, no tan agradable, cuando se dio cuenta de que
Watson había empezado a llorar y realmente se negaba a acercarse a

13
CAPÍTULO | 1
El sorteo

su mesa. El viejo profesor Slughorn, jefe de Slytherin, se unió a los


esfuerzos del profesor Flitwick por calmar al alumno de primero,
pero no tuvo ningún éxito. Watson parecía cada vez más alterado y
Scorpius empezó a sentir una sensación fría en la boca del estóma-
go. Los otros Slytherin de primer año también parecían impresio-
nados por el espectáculo que estaba dando su compañero, pero en
el rostro de los más mayores sólo había burla y desprecio, y unos
cuantos empezaron a reírse con disimulo.
—Por Salazar, no necesitamos esa vergüenza en nuestra Casa
—oyó Scorpius que decía un alumno de tercero de rasgos asiáticos.
—¡No vamos a comerte, Watson! —gritó una alumna de
cuarto, provocando más risas a su alrededor.
Watson los miró con ojos desorbitados y trató de zafarse del
brazo del profesor Slughorn. Scorpius pensó que iba a escaparse y a
salir corriendo por todo el Gran Comedor, pero la profesora
McGonagall, la directora de Hogwarts, se unió en ese momento al
pequeño grupo.
—Señor Watson, haga el favor de calmarse.
—Por favor... Yo no quiero ir a Slytherin —suplicó entre so-
llozos—. Soy bueno. Le juro que soy bueno.
—No lo dudo, señor Watson. El profesor Slughorn también
es una excelente persona y fue a Slytherin, ¿no es cierto, profesor?
Las risas se habían acabado entre los Slytherin, que ahora mi-
raban al alumno de primero con frialdad. Scorpius se sentía ofendi-
do, dándose cuenta del insulto que Watson había vertido sobre
ellos.
—Quiero pensar que sí lo soy —dijo el profesor Slughorn,
amablemente—. Vamos, William, deja que te acompañe a la mesa.
Pero no había manera de conseguir que el asustado niño qui-
siera aceptar la decisión del Sorteo, y al final, madame Midgen ter-
minó llevándoselo a la enfermería. Los últimos dos niños —Weas-
ley y Williamson— fueron sorteados y los dos terminaron en Gryf-
findor. La profesora McGonagall dio entonces un discurso de bien-
venida que resultaba algo fuera de lugar después de lo que había pa-

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

sado y después, montones y montones de comida aparecieron como


por ensalmo encima de las mesas. Scorpius, que estaba hambriento,
empezó a servirse un poco de todo, pero no dejaba de prestar aten-
ción a todo lo que pasaba a su alrededor y se dio cuenta de que los
prefectos de Slytherin estaban furiosos y lanzaban miradas de puro
odio a los alumnos de Gryffindor, que no paraban de reírse entre
ellos.
—Espero que lo cambien de Casa —dijo Morrigan, con des-
precio—. Seguro que no sirve para nada, ese gordo llorón.
Scorpius se mostró de acuerdo. Si ese idiota creía que a Sly-
therin sólo iban las malas personas, mejor que se fuera con otros.
Pero por lo que había oído contar, las decisiones del Sombrero eran
inapelables. La idea de tener que pasar siete años compartiendo
dormitorio con él era descorazonadora.
—¿Vosotros ya os conocíais? —preguntó el niño alto, Hector
Kellerman.
—Sí. Yo soy Morrigan Nott, éste es mi primo, Scorpius Mal-
foy, éste es Damon Pucey y esa de allí es Diana Goyle. Nuestros
padres son amigos, casi todos eran Slytherin del mismo año. ¿Y tú?
¿No conoces a nadie?
—No. Bueno, he hablado con un par de chicos mientras ve-
níamos, pero uno ha terminado en Ravenclaw y el otro en Gryffin-
dor.
Hector parecía bastante simpático y Scorpius volvió a ani-
marse al ver que a Damon también parecía caerle bien. Si ellos tres
se llevaban bien, no necesitaban al chico llorón.


Después de la cena, los prefectos acompañaron a cada curso a
sus habitaciones. Scorpius había oído hablar tanto de las mazmorras
de Slytherin que cuando entró se sintió como si ya hubiera estado
allí. Primero recorrieron un largo laberinto de pasillos alumbrado
por antorchas mágicas que no echaban humo. Aino Kaspersen, uno

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CAPÍTULO | 1
El sorteo

de los prefectos, les enseñó un truco mientras caminaban para que


recordaran el camino correcto. Después de andar unos doscientos
metros, empezaron a ver a cada lado las puertas de los dormitorios.
Aino se detuvo frente a las primeras.
—Estos serán vuestros dormitorios; chicos a la izquierda,
chicas a la derecha.
Scorpius, Damon y Kellerman entraron en el de los chicos.
Era muy amplio, con camas que parecían de lo más confortables. A
un lado de cada cama había una mesita de noche y al otro lado, un
baúl. Los elfos habían dejado el equipaje de los alumnos en una or-
denada fila contra la pared y los niños empezaron a guardar sus co-
sas en el baúl.
—Dejad toda vuestra ropa de Hogwarts fuera… —les recor-
dó Aino Kaspersen—. Los elfos se encargarán esta noche de coser
vuestras insignias de Slytherin y hacer aparecer nuestros colores. Y
os queda una hora antes de que tengáis que iros a la cama; si queréis
escribir a casa para contar cómo os ha ido en la Selección, ahora es
un buen momento.
Así que todos los niños le siguieron hasta el final del pasillo,
observando el interior de las otras habitaciones cuando la puerta es-
taba entreabierta, y por fin llegaron a la amplia sala común. Los he-
chizos de los elfos domésticos mantenían el ambiente caldeado, in-
cluso lejos de la chimenea, y tenía un aire elegante, pero conforta-
ble. Situada bajo tierra, las ventanas daban al fondo del lago que ha-
bían atravesado en barcas un par de horas antes; Scorpius y los otros
alumnos de primero se acercaron rápidamente para intentar ver al
Calamar Gigante o a alguna de las otras criaturas del agua que po-
blaban el lago, pero no se veía nada.
Los niños siguieron el consejo del prefecto y se sentaron a
escribir. Scorpius estaba seguro de que sus padres se iban a alegrar
mucho cuando supieran que él, Morrigan, Damon y Diana iban a ir
juntos a Slytherin, aunque también sabía que estaban un poco
preocupados por él y el recibimiento que podían darle los alumnos
de las otras Casas.

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Vaya idiota ha caído en vuestro curso —dijo Gabriel, colo-


cándose entre su hermana y Scorpius.
—Un poco más y se pone a llamar a su mamá —replicó Ce-
cily, la chica de aspecto presumido—. O sea, ¿se puede ser más bebé?
—¿Creéis que era un sangremuggle? —preguntó Damon.
—Si fuera un sangremuggle no habría oído hablar de Slythe-
rin —replicó Scorpius—. Además, mis padres me han dicho que el
Sombrero casi nunca manda a un mago así a Slytherin; sólo ha ha-
bido media docena de casos en más de mil años.
Entonces Britney Steele, una chica de pelo negro y ensortija-
do, bastante bonita, que hasta ese momento no había hablado mu-
cho, se puso en pie con los brazos en jarras y los miró a todos con
aire feroz.
—Bueno, pues mi madre es una muggle. Y si alguno de vo-
sotros se atreve a decir algo malo de ella, le sacaré las tripas y se las
haré comer. Probadme si no me creéis. Te reto a que digas algo de
mi madre, Scorpius Malfoy. No pienses que no sé quién es tu fami-
lia.
El resto de alumnos de primero se la había quedado mirando
con cierta fascinación; realmente parecía capaz de cumplir su ame-
naza. Scorpius, por su parte, también estaba muy sorprendido, pero
sobre todo se sentía injustamente atacado.
—Oye, niña loca, yo no quiero decir nada de tu madre. Pero
si tú te metes con mi familia, usaré una maldición que me enseñó
mi abuelo el mortífago, y haré que tu sangre empiece a hervir y se te
reventarán los ojos y te morirás.
Hubo un murmullo aprensivo y admirado entre los alumnos
que escuchaban, pero la niña sólo entrecerró los ojos un instante.
—¿Ah, sí? Pues yo usaré una maldición que me enseñó mi
padre y haré que te asfixies.
—Pues yo usaré otra maldición y las tripas se te saldrán por
la boca.

17
CAPÍTULO | 1
El sorteo

—Pues yo haré que se te empiecen a pudrir los dedos de los


pies y todo tu cuerpo se empezará a pudrir también y tardarás tres
meses en morirte y lo harás gritando.
Scorpius frunció el ceño.
—Pues yo… usaré la Imperius y haré que quieras comerte a
tus padres y después te obligaré a cortarte en pedazos a ti misma y a
comértelos también. Y no sólo las tripas —añadió, con desprecio.
Britney abrió la boca para proferir otra amenaza más y hasta
Scorpius sintió curiosidad por saber lo que iba a decir. Pero Gabriel
les interrumpió, aburrido de todo aquello.
—Dudo mucho que cualquiera de vosotros sepa hacer algo
más complicado que un Lumos. Vamos a ver, niña, ¿cómo te lla-
mas?
—Britney Steele. Y como te metas con mi madre…
—¡Oh, cállate ya! No eres la primera mestiza que entra en
Slytherin, ¿vale? Hasta ese bicho raro de Voldemort era mestizo. Y
mi primo no iba a decir nada de tu madre.
Una prefecta alta y con aspecto autoritario que pasaba por allí
también intervino en la conversación.
—Vaya curso… Escuchadme bien todos, mocosos. Slytherin
no ha ganado la Copa de las Casas o la de Quidditch desde 1990, y
Merlín sabe que será imposible que volvamos a ganar una de las dos
mientras las cosas sean así. Pero al menos podemos no quedar los
últimos. Llevamos diez años evitando el último puesto y creedme si
os digo que hemos sudado cada punto. —Les lanzó una mirada de
advertencia y su voz se convirtió en algo acerado y peligroso, como
la hoja de una espada—. Como alguno de vosotros empiece a per-
der puntos para Slytherin por culpa de vuestras estúpidas peleas le
meteré gusanos carnívoros en el estómago, y lo enterraré vivo en un
ataúd bajo diez metros de tierra, ¿me habéis entendido?
Los alumnos de primero la miraron con los ojos muy abier-
tos, y Scorpius y Britney se aproximaron sin darse cuenta el uno al
otro en busca de protección.

18
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—No estábamos peleándonos —le aseguró Scorpius con ra-


pidez.
Ella asintió secamente.
—Mejor —dijo, y después se marchó de allí haciendo ondear
airosamente la túnica tras ella.
Gabriel soltó una pequeña risa.
—Es Rebeca Warbeck, tened cuidado con ella. Pero dice la
verdad; si empezáis a pelearos unos contra otros, se os comerán vi-
vos allá fuera.
Entonces uno de sus amigos lo llamó para enseñarle una cosa
de una revista y Gabriel se marchó, dejándolos solos. Scorpius miró
de reojo a Britney.
—Yo no iba a decir nada de tu madre, pero tú no debes me-
terte tampoco con mi familia.
Ella asintió.
—Está bien. Yo tampoco iba a decir nada de ellos. —Luego
suspiró—. ¿En serio nos tienen tanta manía?
—Dice mi hermano que los peores son James Potter y los
otros Weasley —explicó Morrigan—. Y encima nosotros vamos a
tener uno de cada en nuestro curso.
Scorpius recordó la escena en la estación. Aquella había sido
la primera vez que veía en persona a Harry Potter aunque, por su-
puesto, había oído hablar de él y de los Weasley. Y sabía cosas de la
guerra. Sabía que los Malfoy habían empezado apoyando a Volde-
mort y que cuando éste se había vuelto contra ellos, habían cambia-
do de bando. Sabía que su padre había ayudado a Potter dos veces y
su abuela Narcissa, una; también que Potter había salvado a su pa-
dre dos veces y que su testimonio durante los juicios que habían se-
guido a la guerra había ayudado a evitarles Azkaban.
Pero también sabía que, aunque trataba de disimularlo, su
padre no sentía ninguna simpatía por Harry Potter y sus amigos, y
que sus abuelos los despreciaban abiertamente. Sin embargo, igno-
raba la causa. Su padre apenas hablaba de ellos delante de él y de su

19
CAPÍTULO | 1
El sorteo

hermana, y su madre, aún menos. Sus abuelos, algo más comunica-


tivos en ese campo, lo acusaban de ser un hipócrita.
—Potter es la clase de persona que de niño protestaba por el
favoritismo que el Jefe de Slytherin demostraba hacia sus alumnos,
pero le parecía perfecto que hicieran excepciones con él y le dejaran
jugar al quidditch en primero —le había explicado ella, hacía un
año—. Cuando terminó la guerra, le dejaron ingresar en la Acade-
mia de Aurores sin haber conseguido siquiera los ÉXTASIS. Pero lo
malo no es eso, por supuesto. Todos nos sentimos inclinados hacia
el doble rasero. La diferencia es que un Slytherin lo admitiría cla-
ramente, pero Potter y los otros Gryffindor intentan justificarse
porque necesitan creer que son justos y nobles. Basura, Scorpius.
No esperes nada parecido a la nobleza de ellos.
A pesar de las palabras de su abuela, incluso del desagrado
más o menos disimulado que sentían sus padres y los amigos de és-
tos por los Potter y los Weasley, Scorpius sentía más curiosidad que
otra cosa hacia ellos y al verlos en la estación, los había estudiado
con disimulada atención.
La expresión que había visto en sus caras le había hecho sen-
tirse pequeño y despreciable, y él nunca se había sentido así.
Y luego su padre los había saludado con un movimiento de
cabeza, pero ellos cuatro se habían limitado a mirarlo así también,
con condescendencia. Como si su padre no se mereciera ni que le
devolvieran el saludo.
En aquel momento, aquello sólo había sido una pieza de un
puzzle que, sin él saberlo, se estaba formando en su cabeza. Pero
aquella noche, mientras se preparaba para irse a la cama y pasar su
primera noche en Hogwarts, fue como si todo hubiera empezado a
encajar. Aquello era como una pelea. Aún no sabía muy bien contra
quién ni qué querían conseguir con ella. Pero tendría que descu-
brirlo pronto y aprender a pelear.



20
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Blaise Zabini, ex compañero de clase y amante ocasional en


los primeros años de posguerra, se había quedado realmente sor-
prendido cuando Draco le había dicho que estaba enamorándose de
Astoria Greengrass. ¿De la hermana de Daphne? ¿Por qué?, le había
preguntado. Draco había contestado con generalidades propias de la
situación en cuestión. Es guapa, de buena familia. Estoy enamorado
de ella. La verdadera respuesta era demasiado íntima y personal para
decírsela a nadie. Blaise tampoco podría entenderlo, de todos mo-
dos.
«Astoria es la primera persona que ha visto en mí el hombre
que quiero ser, Blaise».
No, los Slytherin no decían esas cosas, aunque las sintieran.
Pero Draco se había sentido tan perdido tras la guerra… Ya
no sabía quién era ni qué debía hacer, qué era lo correcto y lo inco-
rrecto. Ya no era el Draco de antes de la guerra; ese chico había
muerto bajo la varita de Voldemort. Para el mundo mágico era un
Marcado, un criminal, y lo trataban como a tal, pero Draco se resis-
tía a creer ese papel. Para Potter y sus amigos ni siquiera existía la
mayor parte del tiempo; eran los héroes, los vencedores y estaban
demasiado ocupados dejándose besar el culo para prestar atención a
los parias de la sociedad. Si alguna vez se fijaban en él era para ha-
cerle saber de un modo u otro que se sentían infinitamente supe-
riores a él o cualquiera de los suyos. Draco tampoco pensaba ser el
Draco que ellos querían, el que tendría una vida asquerosa y acaba-
ría sus días alcoholizado en algún rincón de una mansión vacía, la
prueba viviente de que el bien triunfa y el mal es derrotado.
Si su padre no hubiera seguido en Azkaban, habría sido te-
rriblemente fácil marcharse del país y pasarse los diez años siguien-
tes follando con magos y brujas de toda Europa, bebiendo hasta
perder la conciencia y labrándose una reputación que fuera escan-
dalosa por motivos más divertidos que un tatuaje maldito en su
brazo izquierda. Pero Lucius había sido condenado a dos años, más
otros dos de arresto domiciliario sin varita, y Draco no podía dejar a

21
CAPÍTULO | 1
El sorteo

su madre sola en esas circunstancias. Además, la notable inteligen-


cia de Narcissa Malfoy no se orientaba hacia los negocios, y el
Wizengamot estaba tratando de sacar una ventaja excesiva a cambio
la relativa suavidad de sus condenas. Así que Draco se quedó en In-
glaterra, terminó sus estudios examinándose en Durmstrang y se
dedicó a proteger lo mejor que pudo los negocios familiares. Era un
hombre de negocios.
Pero aquello no bastaba.
Y entonces había aparecido Astoria, si es que podía decirse así
cuando en realidad la conocía desde que ella había entrado en
Hogwarts y Draco había descubierto que esa muchacha alta y rubia
le veía de verdad. Ella sabía quién era él ahora, quién quería ser.
Su padre ya era libre de ir y venir, con varita incluida, cuando
Draco le pidió a Astoria que se casara con él, pero no las tenía todas
consigo. Sabía que Astoria sentía lo mismo que él, pero eso no que-
ría decir nada; él era un Marcado y su posición apenas había mejo-
rado un poco desde el final de la guerra. Estaba dispuesto a sentirse
afortunado si ella le aceptaba y simplemente pedía retrasar la boda
hasta que estuviera en una posición social menos comprometida.
Pero Astoria no había dicho nada de eso, sólo le había cogido las
manos y le había mirado intensamente a los ojos.
—Sólo júrame una cosa.
—Lo que quieras —dijo él, con sinceridad.
Astoria hizo una pausa.
—Si nos casamos, nuestros hijos no crecerán en medio de
todo esto, rodeados de pasado, odio y rencor.
Draco sabía bien todo lo que eso podía implicar, pero sólo le
hizo convencerse aún más de lo mucho que quería a esa mujer a su
lado.
—Te lo juro.
Y había cumplido su promesa. Tras el nacimiento de Scor-
pius habían dejado Inglaterra y los niños sólo habían vuelto al país
en fiestas, lejos de la ideología que tanto daño le había hecho a los
Malfoy. Draco se había dedicado a ampliar los negocios de la familia

22
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

en el extranjero; y aunque él visitaba Inglaterra a menudo, cada vez


que lo hacía se alegraba de que sus hijos no se estuvieran criando
allí.
Ahora habían vuelto. Draco había dudado durante algún
tiempo, pero al final había decidido que Scorpius y Cassandra te-
nían que ir a Hogwarts. Era su sitio. Y a pesar de su convicción,
Draco había pasado el primer día de Scorpius en el colegio con los
nervios a flor de piel. Sabía que su hijo no iba a llamar sangresucia a
nadie ni iba a mostrarse arrogante y desabrido, que no iba a dejarse
pisar, pero no era ningún matón.
Y aun así, ¿se darían cuenta? ¿Bastaría eso para garantizarle
siete años de paz en Hogwarts? ¿O lo había mandado a un infierno?
Cuando la lechuza de Hogwarts llegó por fin a la mansión
Malfoy y picoteó el cristal de una de las ventanas de la habitación de
Draco y Astoria, ninguno de los dos estaba dormido, a pesar de lo
avanzado de la noche.
—Corre, abre la ventana —dijo ella.
Draco ya estaba levantándose de la cama, de todos modos.
Después de darle a la lechuza un trocito de carne seca que hizo apa-
recer con su varita, le quitó el pergamino que tenía en la pata. Tal y
como esperaban, era de Scorpius. Entonces Draco volvió a cerrar la
ventana y regresó a la cama con su mujer, que estaba impaciente,
para leer la carta en voz alta. Los dos se alegraron al saber que Scor-
pius, Morrigan, Damon y Diana estaban juntos en Slytherin, pero
se miraron con incredulidad cuando se enteraron de la reacción de
Watson.
—No puedo creer que lo dejaran irse a la enfermería —
masculló Draco—. Puede que Snape resultara ser una decepción,
pero al menos no habría consentido estas cosas.
Draco había empezado a sospechar que el antiguo Jefe de
Slytherin trabajaba para el bando de Potter durante el año de guerra,
viendo cómo trataba de proteger a Longbottom y los suyos, y se ha-
bía guardado sus sospechas para sí, pero aun así, había sido una
amarga decepción. Ese mismo hombre les había aguijoneado a él y a

23
CAPÍTULO | 1
El sorteo

los Slytherin para que se enfrentaran a Potter y a los Gryffindor, les


había empujado alegremente hacia el bando que iba a traicionar.
El único adulto de Hogwarts en el que ellos habían confiado.
—Pues a mí no me sorprende, sabiendo lo que sé de Slug-
horn —replicó Astoria, que lo había tenido de jefe de Casa durante
tres años—. Si lo hubieras visto después de la guerra te habrían en-
trado ganas de vomitar. Daba la sensación de que se ponía de parte
de cualquiera antes que de la de un Slytherin.
Draco frunció un poco más el ceño y siguió leyendo. No
contaba nada más interesante, pero sus palabras demostraban que
su primera impresión del colegio no había sido del todo mala. Se le
veía curioso por todo, impaciente por aprender todos los hechizos y
conjuros que había visto hacer.
—Eso es todo —dijo, cuando terminó de leer su despedida,
dándole el pergamino a Astoria.
Ella leyó rápidamente la carta y Draco se quedó sumido en
sus pensamientos, imaginándose lo que podía encontrar su hijo en
Hogwarts. James Potter y los Weasley eran una peste, si la mitad de
lo que contaba Gabriel era cierto. Y Scorpius iba a ir a clase con Ro-
se Weasley y con Albus Potter. Albus Severus Potter. Draco se sulfu-
raba cada vez que pensaba en ese nombre. ¿Acaso Potter había in-
tentado humillar al antiguo profesor de Slytherin uniendo su nom-
bre al apellido que más odiaba en el mundo? Draco podía imaginar-
se fácilmente a Snape retorciéndose en su tumba sólo de pensarlo.
Porque no podía ser verdad lo que afirmaba el propio Potter, no
podía ser que se lo hubiera puesto como homenaje porque Snape
había resultado ser de su bando. No podía creer que Potter pudiera
tener tan poco honor para ponerle a uno de sus hijos el nombre del
hombre que, pese a todo, había provocado la muerte de sus padres.
No, tenía que haber sido como venganza. Y aunque había
momentos en los que Draco deseaba que Snape hubiera sobrevivi-
do para vengarse de él —o para pedirle un millón de explicacio-
nes—, le encendía la sangre que Potter se atreviera a denigrar así el
recuerdo del jefe de Slytherin.

24
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Bueno, al menos están todos juntos—dijo Astoria al ter-


minar de leer—. Aunque es una pena lo de Michelle. Ravenclaw no
es una mala casa, pero se va a sentir un poco sola allí. Y además…
Draco sonrió irónicamente.
—Y además querías que ella y Scorpius fueran juntos a
Slytherin para ver si así se enamoraban y se casaban al terminar el
colegio, ¿no es verdad?
Ella sonrió también.
—¿Y por qué no? Harían buena pareja. Y no puedes ponerle
pegas al linaje de Michelle.
—Tienen once años, chalada.
—Sólo es una hipótesis.
—¿Y si le gustan más los chicos?
—Con Damon o con Richard Bletchey.
Draco arqueó una ceja.
—¿Y si le gustan los trolls? —preguntó, muy serio.
Astoria fingió enfadarse al darse cuenta de que Draco se esta-
ba burlando de ella.
—Idiota…
—¿Qué? Sólo quiero saber hasta qué punto lo tienes todo
planeado. ¿Le has buscado una pareja de cada especie? Mira que
siempre le han caído bien los elfos domésticos.
Astoria le dio un manotazo, entre escandalizada y divertida.
—¡Draco! Es asqueroso que digas eso de tu propio hijo.
Él se echó a reír y forcejeó un poco para inmovilizarla contra
la cama y evitarse más golpes. Después la observó, algo colorada y
con sus ojos azules brillantes. Era una mujer muy hermosa y Draco
sintió su cuerpo reaccionando ante ella con deseo. Entonces acercó
la cara hasta que sus labios rozaron los de su mujer.
—Scorpius se casará con quien él quiera, igual que hice yo. Y
elegirá bien… igual que hice yo.
Astoria lo miró con una sonrisa entregada y le besó. Draco le
devolvió el beso, deslizando una de sus manos hacia su cintura y se
olvidó de Hogwarts y de todo lo que podía salir mal por una noche.

25
CAPÍTULO | 1
El sorteo

Otra lechuza proveniente de Hogwarts llegó volando a una


gran casa muggle, que tenía un alto torreón acabado en punta. Esta-
ba situada en las montañas de Gales, en un lugar de difícil acceso
que en invierno se cubría de nieve.
Una figura esperaba junto a la ventana y recogió el mensaje
de la lechuza, a la que dejó partir. Después abrió la carta con impa-
ciencia.

“El curso ya ha empezado. Nadie sospecha nada. Sigo adelante con el


plan; ya te iré informando.”

No iba firmada. No hacía falta. La figura sonrió con una son-


risa poco agradable y destruyó la carta.

26
Capítulo 2
El primer día

-S
egún nuestro horario, hoy tenemos clase doble de Trans-
formaciones con los Ravenclaw, otra doble de Defensa
con los Slytherin, y luego, después de comer, una hora
de Estudios Muggles con Ravenclaw, otra de Cuidado de Criaturas
Mágicas con Slytherin y una hora de estudio.
La asignatura de Estudios Muggles se había vuelto obligatoria
desde el final de la guerra con el fin de derribar los prejuicios que
había contra los muggles, aunque Albus había oído decir que mu-
chos magos, especialmente Slytherin, estaban en contra de esa me-
dida. Por lo que James le había contado, era una asignatura muy fá-
cil, especialmente para magos como ellos, que visitaban ese mundo
a menudo y tenían un padre y una tía que se habían criado entre
muggles.
—Es una mierda que coincidamos con los Slytherin en cua-
tro asignaturas —se quejó otro niño, Peter Williamson, mirando su
propio horario. Su padre también era Auror, pero Albus no había
visto a Peter nunca hasta el día anterior.
—¿Cuáles? —preguntó una niña.
—Pociones, Cuidado de Criaturas Mágicas, Herbología y
Defensa Contra las Artes Oscuras. Deberían ser tres con cada Casa
y no que los tengamos que aguantar sólo nosotros.

27
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Albus asintió con el resto, aunque no sabía qué pensar. Su


padre le había dicho antes de subir al tren que entre los Slytherin
había buenas personas; él llevaba el nombre de uno de ellos, Seve-
rus Snape, y además la familia tenía buena relación con Andrómeda
Tonks. Pero su madre, sus tíos y primos decían que eran sólo ex-
cepciones aisladas, y James también le había llenado la cabeza de co-
sas contra ellos desde que había empezado a ir a Hogwarts.
Sin embargo, los alumnos de Slytherin no le habían parecido
tan malos en la cena. Ni siquiera Scorpius Malfoy, y eso que su fa-
milia no valía nada (en eso, hasta su padre estaba de acuerdo). Con
un poco de suerte, no habría tantos problemas como su hermano
auguraba. James y todos sus primos habían estado todo el rato ha-
blando de Scorpius y sus amigos. No eran los primeros hijos de
mortífagos que entraban en Hogwarts, pero ninguno había llevado
el apellido Malfoy y nunca habían coincidido cuatro de ellos a la
vez.
—Habrá que vigilarlos de cerca —había dicho Fred Weasley,
el hijo de George Weasley y Angelina Johnson.
Pero eran él y Rose quienes tendrían que hacerlo, ya que
eran quienes compartirían clase con ellos. Según James y sus pri-
mos, si Malfoy y sus compinches intentaban algo tenían que parar-
les los pies y decírselo a ellos. Albus había aceptado su misión aun-
que, para sus adentros, toda aquella retórica bélica le causaba cierta
incomodidad. Una cosa era saltar cuando creía estar delante de una
injusticia, pero prefería que no hubiera problemas, mientras que
James y los demás daban la impresión de estar deseando que Mal-
foy comenzara a hacer maldades para caer sobre él.
Cuando llegaron al Gran Comedor para el desayuno, los
únicos alumnos de Slytherin que habían llegado ya eran los más
mayores. Albus se sentó entre Rose y un chico que le había caído
muy bien la noche anterior, Amal Sharper, y empezó a servirse el
desayuno. Todos le habían dicho que la comida de Hogwarts era
buenísima y desde luego no mentían.

28
CAPÍTULO | 2
El primer día

Apenas habían pasado un par de minutos cuando entraron el


resto de los Slytherin. Albus observó cómo se sentaban en sus
asientos y empezaban a desayunar también. En la zona de primero
había un cubierto sin usar, así que dedujo que Watson seguía de
momento en Slytherin aunque no estuviera presente. Los siete ni-
ños de primero parecían muy poquitos en comparación con los
quince Gryffindor que habían entrado ese año y Albus se preguntó
si no sería esa la razón de que compartieran tantas asignaturas.
Albus se fijó entonces en Malfoy. Era tan bajito como él y te-
nía el pelo corto y tan rubio como el de Luna Scamander, esa amiga
de sus padres tan rara. Seguía sin parecerle peligroso ni malvado,
pero quizás sólo estaba disimulando.
Entonces se oyó un cuchicheo creciente y Albus se giró en
dirección a todas las miradas: se trataba del profesor Slughorn, que
entraba en el comedor llevando a Watson a su lado. El niño no pa-
recía mucho más convencido que la noche anterior, pero al menos
ya no lloraba. Los alumnos de Slytherin observaron cómo ambos se
acercaban a la zona de primero de su mesa con miradas poco hospi-
talarias.
—Bueno, niños, este es William Watson. —La voz algo meli-
flua del profesor Slughorn resonaba excepcionalmente bien en un
Gran Comedor en el que todos los alumnos guardaban silencio pa-
ra no perderse palabra—. Ayer estaba un poco nervioso, pero esta
noche le ha servido para reflexionar y estoy seguro de que ahora es-
tá dispuesto a darnos una oportunidad, ¿no es cierto?
Los alumnos más mayores de Slytherin se tensaron en sus
asientos y taladraron al jefe de su Casa con la mirada, pero nadie di-
jo nada.
—Sí, señor —contestó el niño con voz poco firme.
—Perfecto. Venga, ahora siéntate en ese sitio vacío y desayu-
na algo. Hoy te espera un día muy largo.
El profesor Slughorn se marchó y Albus vio cómo Watson
hacía lo que le habían mandado. Estaba al lado de Damon Pucey,
quien al momento se inclinó para decirle algo. Pero Malfoy lo cogió

29
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

con fuerza del brazo para ponerlo recto y señaló hacia la otra punta
de la mesa, donde estaban los alumnos mayores. Albus tuvo la sen-
sación de que Malfoy señalaba a alguien, pero no pudo ver mejor
qué pasaba.
Los alumnos de Slytherin no le dijeron nada a Watson, ni si-
quiera lo miraron. A Albus le habría dado más pena si no hubiera
tenido la sensación de que Watson lo prefería así. A pesar de su ta-
maño, desayunaba sin ganas, como si la comida le diera asco, y esta-
ba sentado lo más apartado posible de Pucey. Albus pensó que debía
de ser horrible estar tan a disgusto en un sitio y le pareció una in-
justicia que el Sombrero Seleccionador no ofreciera una segunda
opción en este tipo de casos.


Transformaciones con el profesor Davies fue fantástico, aun-
que un poco frustrante, ya que la vela que debía convertir en un lá-
piz apenas se volvió un poco marrón. Pero por primera vez en su
vida, Albus tuvo la sensación de que estaba aprendiendo a ser un
mago, de que se le abría todo un mundo que hasta entonces sólo
había podido observar desde fuera. En un arrebato de optimismo se
preguntó si para el final de curso ya podrían estar aprendiendo el
Patronus.
Ahora tocaba la clase doble de Defensa Contra las Artes Os-
curas y Albus se encaminó hacia el aula con sus compañeros.
—¿Creéis que ellos ya sabrán maldiciones y maleficios de
magia negra? —preguntó una niña que se llamaba Clarice Samuels.
—¿Y qué? —dijo otro niño, Martin Stimpson, despectivo—.
Albus puede ganar a cualquiera de ellos, ¿verdad?
Albus hizo un ruidito poco comprometido porque no era ca-
paz de realizar un solo hechizo, así que no sabía si iba a poder ganar
a los Slytherin en caso de que estos llegaran con tantos conocimien-
tos a la clase. Pero confiaba en que no fuera así; todo el mundo sa-

30
CAPÍTULO | 2
El primer día

bía que los menores de edad no podían hacer magia fuera de


Hogwarts y eso contaba también para los hijos de mortífagos.
Justo cuando entraban al aula, los Slytherin aparecieron tam-
bién por otro pasillo. Albus, que se había quedado un poco retrasa-
do, vio que Watson iba aún apartado de sus compañeros, unos me-
tros por detrás. Cuando los Slytherin entraron al aula, Watson se di-
rigió con expresión ligeramente suplicante a sentarse junto un chico
de Gryffindor que, al ser impar, se había quedado solo. El chico,
Bruce Kendrick, lo miró con más resignación que otra cosa, pero
no le pidió que se marchara a otro sitio.
—La verdad es que me da un poco de pena —le dijo Rose a
Albus.
Albus observó disimuladamente al grupito de Slytherin; po-
cos le prestaban atención a Watson, pero quienes lo hacían lo mira-
ban como si fuera un bicho apestoso. Estaba claro que no había
conseguido hacer amigos desde el desayuno.
Entonces entró Maya Daskalova, la profesora de Defensa
Contra las Artes Oscuras. Aquel iba a ser su último año en
Hogwarts. Era una mujer de edad indeterminada, de pelo canoso
muy corto y expresión bastante apacible. A Albus se le hizo un poco
difícil imaginarla batiéndose con magos oscuros, pero aún era más
difícil imaginarse a su abuela Molly, y ella había acabado con la te-
mible Bellatrix Lestrange durante la guerra.
La profesora se presentó y después pasó lista. Cuando termi-
nó, paseó la vista por toda la clase y Albus tuvo la sensación de que
se detenían un segundo más en él y en Malfoy.
—Estoy segura de que todos vosotros, exceptuando quizás a
los de origen muggle, habréis oído hablar mucho de las Artes Oscu-
ras y de esta asignatura, pero debo advertiros ya que en este primer
trimestre va a haber mucha más teoría que práctica. Bien, veamos,
¿quién puede decirme cuál es el propósito de esta materia?
Diez manos se alzaron en el aire y ella señaló a Albus.
—Aprender a protegerse de maleficios y maldiciones y
aprender también a combatirlos.

31
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

La profesora Daskalova sonrió un poco.


—Muy bien. ¿Algo más?
Entonces señaló a una chica negra que tenía todo el pelo a
trencitas, Dora Jordan. Albus la había visto algunas veces en La Ma-
driguera; su padre, Lee Jordan, era el mejor amigo de su tío George.
—También es donde aprendemos a protegernos de criaturas
mágicas peligrosas o molestas, como los boggarts o los dementores.
—Perfecto.
La profesora hizo unas cuantas preguntas más y después le
pidió a un alumno de Slytherin, Kellerman, que empezara a leer en
voz alta la primera lección del libro de texto. Albus, que leía muy
rápido y no tenía paciencia para escuchar, terminó por su cuenta y
se puso a ojear partes más avanzadas del libro. Estaba salpicado de
láminas de criaturas mágicas muy realistas, aunque era una lástima
que no se movieran; el troll que había en una de ellas se parecía
tentadoramente a su tío Dudley sin su perilla y había deseado pin-
tarle una y añadirle un poco de pelo desde que había visto el dibujo
dos años atrás en el libro de James.
Cuando el chico terminó, la profesora volvió a hacer unas
cuantas preguntas para asegurarse de que todos lo habían entendi-
do. Los primeros alumnos contestaron bien, pero luego le tocó a un
chico de Gryffindor que se llamaba Charles Paltry; tenía que decir
cuál era el hechizo de protección básico y aparte de que Kellerman
lo había repetido media docena de veces mientras lo leía, estaba es-
crito en la pizarra. Sin embargo, daba la sensación de que la profe-
sora le hubiera hecho una pregunta sobre Aritmancia; el muchacho
parecía estar sudando por el esfuerzo con el que trataba de dar una
respuesta.
—Señor Paltry, está en la pizarra —dijo ella, en tono un poco
impaciente.
Entre los Slytherin se oyeron unas risitas divertidas, lo cual
puso a Charles más nervioso aún. Albus frunció el ceño, molesto
por su falta de consideración. La profesora los hizo callar con una
mirada de advertencia, pero los Gryffindor también estaban empe-

32
CAPÍTULO | 2
El primer día

zando a perder la paciencia. Al final, alguien le cuchicheó la res-


puesta.
—¿El… Protego? —dijo, vacilantemente.
—Sí, señor Paltry, eso es.
—Te ha costado, ¿eh? —exclamó Britney Steele, haciendo
reír a sus compañeros.
La profesora se giró hacia ella con cara de pocos amigos.
—Dos puntos menos para Slytherin por burlarse de un
compañero. No quiero tonterías en mi clase, señorita Steele.
—Pero si no he dicho nada…
—¿Quiere que le quite más puntos?
Malfoy y otros le cuchichearon a su compañera que lo dejara
y ella cerró la boca de mala gana. La profesora no le hizo más caso y
organizó a la clase para que empezaran a practicar el Protego. Justo
cuando Albus se preparaba para intentarlo por primera vez, la voz
clara de Scorpius Malfoy se hizo oír con toda claridad.
—¡Protego!
El resultado del hechizo fue perfecto, exactamente igual al
que había conseguido la profesora Daskalova. Albus se lo quedó
mirando con una mezcla de envidia y asombro que compartía con
el resto de los alumnos, incluso los Slytherin. La profesora también
parecía muy sorprendida.
—Señor Malfoy, ¿es la primera vez que realiza este hechizo?
—No, claro que no. Mis padres me enseñaron a hacerlo
cuando tenía ocho años.
—¿Sus padres le enseñaron a hacerlo? —dijo ella rápidamen-
te—. ¿A pesar de la prohibición para el uso de la magia en menores
de edad?
Albus abrió mucho los ojos, pensando que la profesora aca-
baba de hacer que Malfoy admitiera que sus padres habían cometi-
do un delito. Oh, ¡sí que era buena! Pero el niño rubio sólo ladeó la
cabeza con la tranquilidad de los inocentes.
—Cuando me enseñaron vivíamos en Estados Unidos, pro-
fesora. Allí las leyes son diferentes y no pasa nada por enseñar a un

33
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

menor de edad el Protego y el Finite Incantatem. Y no los he vuelto


a hacer desde que volvimos a Europa.
Albus pensó que era un creído, presumiendo de lo mucho
que había viajado y de los hechizos que le habían enseñado sus es-
túpidos —y seguramente malvados— padres.
—¿Son los dos únicos hechizos que sabe realizar?
—Sí, profesora.
—Bien… en ese caso, no pasa nada. Emparéjese conmigo pa-
ra que probemos la resistencia de este escudo. Los demás, sigan in-
tentándolo.
Albus se dio cuenta de que algunos alumnos le estaban mi-
rando como si les hubiera decepcionado y se sintió algo avergonza-
do consigo mismo. Sabía que los Gryffindor habían esperado que
fuera él quien destacara en la clase de Defensa, no Scorpius Malfoy.
Bueno, en realidad, parecían esperar que destacara en todo, como
su padre. Intentando reparar un poco el mal efecto que creía haber
causado, se esforzó duramente por conseguir, al menos, destacar
entre los que hacían el Protego por primera vez, y se sintió un poco
más aliviado cuando poco antes del final de la clase, consiguió reali-
zarlo bien.
Antes de que se marcharan, la profesora les mandó como de-
beres una redacción de quince centímetros sobre los tipos básicos
de protección y los dejó salir. Era la hora del almuerzo, así que los
dos grupos echaron a andar hacia el Gran Comedor, cuidadosamen-
te separados. La única excepción era Watson, que seguía pegado a
los Gryffindor.
—Eh, Potter —exclamó Pucey, burlón, dándole una palma-
dita en la espalda a Malfoy—. Al parecer no eres tan bueno, ¿eh?
Algunos Slytherin se echaron a reír, pero Malfoy, ocultando
una sonrisa, estiró a Pucey del brazo para hacerlo caminar y evitar
más discusiones.
—Métete en tus cosas —replicó Albus, molesto y un poco
avergonzado.
Rose se puso a su lado.

34
CAPÍTULO | 2
El primer día

—No sé de qué presumen tanto —dijo Rose, en voz baja,


poniéndose a su lado—. Al menos tus padres no son unos crimina-
les.
Watson, que se había quedado aún más retrasado, se acercó a
ellos.
—No les hagas caso. Tú eres Albus Potter, ¿verdad?
—Sí.
—Yo soy William Watson —se presentó, tendiéndole la
mano. Albus se la estrechó—. Es un placer conocerte. Sólo quería
decirte que mi familia y yo siempre hemos admirado a tu padre.
Ellos fueron a Hufflepuff, ¿sabes? Y yo debería haber ido allí tam-
bién. No sé por qué ese estúpido sombrero me ha mandado a
Slytherin.
Albus asintió.
—¿No te hablan? —preguntó Rose.
—No sé. No quiero hablar con ellos. Mis padres van a ha-
blar con la directora para ver si me resortean.
—Pues que tengas suerte —dijo ella, con un gesto de simpa-
tía—. La verdad es que nunca han cambiado a nadie de Casa.
—Eso me dijeron ayer. ¡Pero tienen que resortearme! Para
estar en Slytherin, prefiero cambiar de colegio.
—Normal.
Albus miró a su prima y meneó la cabeza.
—Tampoco es eso —les dijo a ambos—. Mi padre dice que
hay Slytherin que son buenas personas. Mira la señora Tonks, es
simpática.
Rose puso los ojos en blanco, pero Watson se quedó asom-
brado.
—¿Tu padre dice eso de Slytherin? ¿Harry Potter?
—Sí, dice que hay que juzgar a la gente por lo que hacen, no
por quiénes son o la Casa a la que fueron. O sea… tú eres un
Slytherin, al menos de momento, pero eso no significa que seas
malo ni nada de eso, ¿no?

35
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Watson lo miró con tal agradecimiento que Albus se sintió


un poco incómodo.
—No, no lo soy, de verdad que no.
—Lo malo es que casi todos esos pertenecen a familias de
mortífagos —replicó Rose, señalando con aprensión al grupo de
Slytherin—. Ya has tenido mala suerte.
Watson asintió con un suspiro de desaliento.


La clase de Historia de la Magia con los Ravenclaw había si-
do muy aburrida, pero Scorpius se había llevado una grata sorpresa
al descubrir que esa especie de hostilidad subterránea que había
percibido con los Hufflepuff y los Gryffindor no estaba presente
esta vez. Un chico llamado Robert Bletchey, además, se había acer-
cado a saludarlo, diciendo que su familia siempre había ido a
Slytherin y que los padres de ambos habían jugado juntos en el
equipo de esa Casa. Michelle Urqhart, la mejor amiga de Morrigan,
también estaba allí.
La última clase del día sería Cuidado de Criaturas Mágicas,
de nuevo con los Gryffindor. Lo mejor de aquel primer día había
sido ver la cara que habían puesto todos al descubrir que ya sabía
hacer el Protego; pensaba contárselo a sus padres en cuanto volviera
a la Sala Común. Aunque él y todos los Slytherin consideraban que
la profesora Daskalova tendría que haberle dado al menos cinco
puntos. Todo parecía indicar que los alumnos mayores no habían
mentido al decirles que los profesores les racaneaban los puntos.
Mientras iba con el resto de la clase en dirección al claro en
el que se iba a impartir aquella clase, Scorpius pensó que era una
suerte que Hagrid, el guardabosque semi-gigante de Hogwarts, ya
no fuera el profesor de esa asignatura. Lo había visto la noche ante-
rior, mientras los llevaba al colegio por la laguna, y le había parecido
demasiado grande; eso ya habría bastado para asustarlo un poco, pe-

36
CAPÍTULO | 2
El primer día

ro, además, Scorpius había visto demasiadas veces la alargada cica-


triz que su padre tenía en el brazo producto de una de sus clases.
Sin embargo, Hagrid había perdido su puesto como profesor
después de un incidente que había estado a punto de matar a una
alumna de segundo y ahora volvía a ser sólo un guardabosque. Du-
rante años lo había sustituido una profesora de la que Gabriel ha-
blaba bastante bien, pero se había marchado a trabajar en una reser-
va de demiguises y tenían un nuevo profesor de Cuidados de Cria-
turas Mágicas. Era Wei Zhou, un hombre asiático de unos sesenta
años y sonrisa fácil al que ya habían visto en el Gran Comedor. Iba
vestido con una sencilla túnica marrón de un corte algo diferente al
de los magos europeos. Gabriel le había dicho a Scorpius y Morri-
gan que iban a ser los primeros Slytherin en ir a clase con él, así que
tenían que fijarse en todo para contarles después qué tal era.
Los Gryffindor ya estaban allí y muchos hablaban amistosa-
mente con el profesor. Scorpius apretó un poco los labios, porque
empezaba a sospechar que nadie que se llevara tan bien con los
Gryffindor podía tratarles demasiado bien a ellos, pero cuando el
profesor los vio llegar, les dedicó una sonrisa de bienvenida que pa-
recía sincera.
—Ah, las serpientes… Este también es un bonito animal, con
multitud de significados.
—Sí, son venenosos —dijo un Gryffindor, haciendo reír a
algunos otros niños.
Scorpius lanzó una mirada airada en dirección a aquel grupo,
pero el profesor sólo sonrió un poco más.
—Ah, pero con el veneno de las serpientes se elaboran pode-
rosas pociones, ¿no lo sabíais? Algunas incluso se utilizan en Me-
dimagia. En muchas culturas, especialmente las orientales, se aso-
cian con la sabiduría y el renacimiento. Sí, sin duda las serpientes
son tan interesantes como los leones. —Scorpius tuvo que hacer un
esfuerzo para aguantarse la risa al ver la caras que se les había que-
dado a los Gryffindor, pero el profesor dio una fuerte palmada—.

37
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Vamos, muchachos, pongámonos en marcha. Tenemos mucho que


hacer y muy poco tiempo para hacerlo.
El profesor les condujo hacia un claro del bosque en el que,
para aprensión de Scorpius, estaba Hagrid. A sus pies había una caja
de madera bastante grande.
—¿Cómo están nuestros amiguitos, Hagrid?
—Muy juguetones, profesor.
—Estupendo. Muchas gracias por quedarte a vigilar.
Scorpius observó con alivio cómo el gigante se marchaba y,
ya más tranquilo, centró su atención en la caja.
—¿Qué hay dentro? —preguntó alguien, mientras todos
empezaban a acercarse con más o menos recelo.
—Puffskeins.
Muchas chicas dieron grititos de gozo; Scorpius oscilaba en-
tre el alivio y la irritación. Ciertamente los puffskein eran cualquier
cosa menos peligrosos, pero sugerir que con once años todavía po-
dían estar interesados en ellos…
—Profesor, los puffskein son para bebés —se quejó Damon.
—Vamos, vamos… Venga, coged uno cada uno.
Las niñas obedecieron sin problemas; los niños se miraron
unos a otros, como si quisieran asegurarse de que todos hacían eso
porque no quedaba más remedio y cogieron el suyo también. Scor-
pius, que había tenido dos puffskeins de pequeño, se encontró
acordándose de ellos, especialmente del último. Había muerto el
verano en el que había cumplido los nueve años y le habían dado
un solemne entierro bajo la higuera del jardín de su casa en Grecia.
Su padre había pronunciado unas palabras de despedida y su madre
había fabricado con algunos hechizos una pequeña cruz celta que
poner sobre la tumba.
—¡Scorpius!
Él levantó la cabeza y vio un puffskein que iba volando por
los aires hacia su cara. Sin pensar, alargó la mano que tenía libre y lo
atrapó en el aire. Después miró a Damon, que se reía.
—Idiota…

38
CAPÍTULO | 2
El primer día

Pero no eran los únicos que habían empezado a lanzarse los


puffskeins. Los magos de origen muggle los observaban con los
ojos muy abiertos, pensando seguramente que los demás se habían
vuelto locos, pero Scorpius oyó cómo el profesor les explicaba que
los puffkseins eran sumamente resistentes y que aquello no sólo ni
les asustaba ni les dañaba, sino que también lo encontraban muy di-
vertido.
El resto de la clase, en realidad, la pasaron jugando con los
animalitos. Después, el profesor les mandó una redacción sobre las
características y cuidados de los puffskeins y los niños se marcharon
al castillo para su hora de estudio antes del té. Scorpius estaba muy
animado; de los cuatro profesores que había tenido aquel día, ése
era el que más le había gustado. Flitwick, a primera hora, también
había sido justo, pero Scorpius no se había sentido tan bienvenido
en su clase como con el profesor Zhou.
Esa sensación de calidez se disipó un poco cuando volvió a
entrar en el castillo. Los alumnos de segundo también estaban diri-
giéndose al Gran Comedor para una hora de estudio, y hubo un in-
tercambio de miradas glaciales entre los dos cursos de ambas Casas.
Mientras entraba al comedor, Scorpius se dio cuenta de que, sin
embargo, los Slytherin y los Gryffindor de primero habían vuelto
juntos desde la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas y, aunque no
se habían hablado entre sí, tampoco habían discutido ni se habían
estado mirando mal. Entonces observó especulativamente a Albus
Potter durante unos segundos; después, abrió su libro de Pociones y
se puso a estudiar.
La cantidad de deberes que les habían puesto ya eran consi-
derables, así que después del té, Scorpius y los demás se fueron a la
Sala Común para empezar a hacerlos. Sólo se quedaron atrás Mo-
rrigan, que quería charlar un rato con su amiga Michelle, y Watson,
que se quedó hablando con unos Hufflepuff.
—Yo pensaba que el primer día serían menos duros —
protestó Hector, preparando su pergamino, su pluma y su tinta so-
bre la mesa.

39
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Diana miró a Scorpius.


—¿Qué deberes vas a hacer primero?
—Los de Defensa. —Ella asintió y sacó su libro de esa asig-
natura, pero empezó a hojearlo con aire inexpresivo. Scorpius re-
cordó que le había prometido a su padre que ayudaría a Diana con
los deberes y le buscó la página en la que estaba todo explicado—.
Sólo tienes que leértelo y resumirlo, vamos.
Diana volvió a asentir y empezó a leer para sí misma, mo-
viendo trabajosamente los labios. Scorpius se acordó de Charles
Paltry; estaba claro que las dos Casas tenían buenos zoquetes entre
sus filas.
Mientras escribían las redacciones, otros alumnos de Slythe-
rin empezaron a llegar también. Algunos se sentaron a hacer tam-
bién los deberes sin permitirse un segundo de respiro, pero otros
sacaron tableros de ajedrez u otros juegos de mesa, se pusieron a
leer revistas o a charlar en pequeños grupos. Un par de prefectos se
acercaron a preguntarles cómo les había ido el primer día de clase y
qué opinión les había causado el nuevo profesor de Cuidado de
Criaturas Mágicas. Scorpius contestó que le había parecido simpáti-
co; luego Rebeca Warbeck le preguntó por Watson.
—Está hablando con los Hufflepuff, creo.
Ella apretó los labios y se marchó sin decirles nada más. En-
tonces Diana le mostró a Scorpius su redacción de Defensa.
—¿Me lo corriges?
Scorpius asintió y le marcó todos los errores ortográficos pa-
ra que pudiera volverla a copiar sin faltas. Él ya iba por los deberes
de Encantamientos. Tenían que escribir otra redacción y practicar el
Wingardium Leviosa hasta que pudieran dirigir el vuelo de la pluma
con la varita. Pero antes de que hubiera terminado con la redacción,
los mayores les avisaron de que ya tenían que irse al Gran Comedor
a cenar. Todos se apresuraron a cerrar los tinteros y terminar frases
y salieron en grupo de las mazmorras.

40
CAPÍTULO | 2
El primer día

—Eh, Malfoy —dijo una alumna de quinto—, ¿es verdad


que has hecho un Protego en Defensa y has dejado a los Gryffindor
con un palmo de narices?
Muchos alumnos que andaban cerca, incluso los más mayo-
res, lo miraron con una mezcla de curiosidad y aprobación que hizo
que Scorpius se sintiera agradablemente halagado.
—Sí. Mis padres me enseñaron a hacerlo cuando estábamos
en Estados Unidos. Allí es legal.
—Genial —dijeron varios.
—Bien hecho, Malfoy.
—¿Daskalova te dio puntos? —le preguntó Aino Kaspersen.
—No, qué va.
—Si casi estuvo a punto de llevarlo al despacho de la directo-
ra —intervino Damon, despectivo.
Los Slytherin mascullaron algunos insultos por lo bajo, aun-
que estaba claro que no les pillaba por sorpresa. De todos modos,
todos parecían satisfechos de que hubiera destacado por encima de
Potter y los Gryffindor y Scorpius empezó a sentir ganas de repetir
la hazaña.


Watson estaba en el Gran Comedor, hablando todavía con los
Hufflepuff. Cuando no le quedó más remedio, fue a ocupar su sitio
en la esquina de la mesa de Slytherin con una expresión de martirio
que hizo que Scorpius, a pesar de no ser un niño violento, deseara
pegarle un puñetazo. Hector, al que le tocaba sentarse a su lado, le
lanzó una mirada de pocos amigos.
—Procura no rozarme —le advirtió.
El niño hizo una mueca, pero no dijo nada. Scorpius se dio
cuenta de que, pese a lo gordo que era, no tocaba casi la comida,
como si le diera asco. Él, sin embargo, estaba famélico, y eso que se
había comido media docena de pasteles en el té. Entonces oyó unas
carcajadas provenientes de la mesa de Gryffindor y vio que un chi-

41
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

co pelirrojo y otro negro estaban haciendo reír a sus compañeros


con alguna historia.
—El pelirrojo es James Potter —le susurró Morrigan.
James Potter… Scorpius lo observó con disimulo. No tenía
nada de especial, un chico de mediana estatura, con pecas y granos.
Aunque parecía algo presumido. Scorpius se dijo que era probable
que fuera tan idiota como Gabriel siempre había dicho que era.
Cuando terminaron de cenar, todos volvieron a su Sala Co-
mún y Scorpius y los demás siguieron haciendo los deberes. Esta
vez, Watson había tenido que irse con ellos, ya que los de primero
no podían estar fuera de sus respectivas Salas Comunes después de
la cena, pero se había ido a un rincón y se limitaba a estar ahí, llori-
queando de vez en cuando.
El profesor Slughorn entró al cabo de un rato para hablar
con los de primero y asegurarse de que su primer día en el colegio
les había ido bien.
—Pero profesor —protestó Britney—, la profesora Daskalo-
va me quitó dos puntos, pero yo no había dicho nada malo, de ver-
dad.
—Tienen que aprender a comportarse bien, señorita Steele
—dijo Slughorn, con amabilidad—. Todos debemos demostrar que
la Casa de Slytherin merece otra oportunidad.
Scorpius sintió una especie de malestar en el estómago y,
aunque no supo por qué, no le sorprendió notar que algunos alum-
nos más mayores se tensaban al oírlo, igual que se habían tensado
aquella mañana cuando Slughorn había dicho que Watson iba a dar-
les una oportunidad. Pero aquella mañana habían estado en el Gran
Comedor, donde cualquiera podía oírlos, y esta vez estaban en la
Sala Común, lejos de ojos y oídos extraños, y uno de esos alumnos
miró al profesor fríamente.
—No creo que a Salazar Slytherin le hiciera gracia saber que
ahora sus estudiantes tienen que arrastrarse buscando la aprobación
de las otras Casas.
El profesor Slughorn pareció sentirse ultrajado.

42
CAPÍTULO | 2
El primer día

—Veo que las vacaciones no han mejorado su carácter, señor


McNair. Espero que algún día madure y deje atrás esa actitud alta-
nera.
McNair, un chico alto, flaco y con una nariz y barbilla pro-
minentes, bufó despectivamente y se marchó de allí sin mirar al
profesor. Scorpius lo observó marcharse con los ojos muy abiertos,
impresionado por el modo en el que le había hablado, y no dejó de
notar que algunos de los alumnos mayores le dirigían sonrisas no
siempre disimuladas de aprobación.
—Los alumnos como él sólo traen problemas —siguió
Slughorn, en tono adoctrinador que no encubría del todo que se-
guía irritado por el comentario de McNair—. Espero mucho más
de ustedes. No se metan con nadie y obedezcan siempre a los pro-
fesores; no den motivos para que piensen mal de nosotros. El ho-
nor de Slytherin también recae sobre sus hombros, ¿entienden?
Scorpius no estaba muy convencido, pero la frase sobre el
honor le hizo efecto. Aunque sólo llevara un día como Slytherin, su
amor por esa Casa era lejano ya, y lo había absorbido a través de las
anécdotas de sus padres, de sus abuelos, de los adultos que le ro-
deaban cuando estaba en Inglaterra. De algún modo impreciso, en
el fondo de su corazón, su familia y Slytherin estaban tan relaciona-
dos que hablar mal de unos equivalía casi a hablar mal de otros.
El día había sido más intenso de lo que parecía, y Scorpius se
descubrió con ganas de meterse en la cama, aunque esa noche tu-
viera que compartir ya la habitación también con Watson. Éste ha-
bía empezado a lloriquear con más fuerza desde que un prefecto les
había dado el primer aviso para irse a la cama y no dejó de hacerlo
mientras se acostaba.
—¿Piensas llorar toda la puta noche? —espetó Damon, irri-
tado.
Watson no dijo nada y siguió llorando. A Scorpius no le im-
portó; cinco minutos después se había quedado dormido y soñó
que un montón de personas pelirrojas le perseguían.

43
Capítulo 3
Enemigos

S corpius entró a la clase de Pociones ligeramente malhu-


morado. Durante el camino se habían topado con unos
Gryffindor de séptimo y la prefecta, una chica alta de ca-
bello plateado, le había quitado dos puntos por «mirar con altanería
a un prefecto». Algunos Gryffindor se habían echado a reír, y cuan-
do Morrigan les había plantado cara, la prefecta —que al parecer era
una Weasley aunque no fuera pelirroja— les había quitado dos pun-
tos más.
Slughorn estaba allí, pero los Gryffindor aún no habían lle-
gado. Scorpius ocupó un pupitre doble con Damon y las chicas
también hicieron dos parejas; Watson fue a sentarse lejos de ellos,
dejando a Hector solo.
—Señor Watson, ¿no prefiere sentarse con el señor Keller-
man? —preguntó Slughorn.
—No, señor. Prefiero estar solo.
Scorpius resopló. Watson les había dado la noche a los tres
con sus protestas y en el desayuno había vuelto a actuar como si le
diera asco sentarse con ellos.
—La verdad, profesor Slughorn, es injusto que Watson tenga
que estar con nosotros si prefiere irse a otra Casa.

44
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Todos sus compañeros estuvieron de acuerdo y lo corrobora-


ron con una vehemencia que provocó una mirada desconfiada en
Watson, quien no sabía si sentirse agradecido u ofendido, pero el
profesor Slughorn meneó negativamente la cabeza.
—La razón de que el señor Watson piense así son las ideas
equivocadas que tiene sobre Slytherin, pero si el Sombrero Selec-
cionador le ha mandado con nosotros es porque este es su sitio.
—No lo es —declaró Watson, cruzándose de brazos y ha-
ciendo un puchero.
Los Gryffindor llegaron en ese momento y los Slytherin se
callaron. Scorpius vio cómo Potter se sentaba junto a su prima. El
chico que se veía obligado a sentarse con Watson observó el sitio va-
cío junto a Hector como si dudara de cuál de los dos Slytherin era
mejor compañía; la mirada hostil de Hector le hizo decidirse por
Watson, que lo recibió con una de sus sonrisas abyectas.
El profesor Slughorn empezó la clase pasando lista. Después
hizo unas cuantas preguntas para hacerse una idea del nivel de la
clase y repartió unos cuantos puntos entre unos y otros por contes-
tar bien. Scorpius comprobó con satisfacción que él y Hector sabían
bastante de Pociones, comparados con los demás, aunque Potter y
Weasley también destacaban entre los Gryffindor. Por último,
Slughorn mandó copiar unas cosas en la pizarra y empezó a pasear-
se por la clase hasta colocarse junto a Potter y Weasley.
—Señor Potter, dígame, ¿cómo están sus padres?
—Bien, gracias.
—¿Y los suyos, señorita Weasley?
—También bien, gracias.
—Tuve el honor de darle clase a sus padres cuando eran
alumnos. Y a sus abuelos. Gente excelente, todos ellos —aseguró,
con una sonrisa orgullosa. Scorpius, sin embargo, frunció los labios
con desdén. No acababa de encontrar correcto que el Jefe de
Slytherin le hiciera la pelota de ese modo a unos Gryffindor—. Sé
que el profesor Longbottom es un excelente jefe de Gryffindor, pe-
ro si alguna vez necesitan algo, no duden en pedírmelo.

45
CAPÍTULO | 3
Enemigos

Scorpius tuvo que reconocer que los dos niños no parecían


precisamente cómodos por las atenciones de Slughorn, en especial
Potter; lo cierto es que no sabía si estaba más enfadado con ellos o
con el profesor. Entonces, Damon se inclinó hacia él.
—Oooh, ¿puedo chuparle el culo, señor Potter? —remedó
en un cuchicheo, imitando la voz de Slughorn.
Scorpius soltó un resoplido de risa y Slughorn se giró hacia
ellos con el ceño fruncido.
—Señor Malfoy, señor Pucey, compórtense o les quitaré
puntos.
Los dos musitaron un «sí, señor» y volvieron a lo suyo mien-
tras Slughorn seguía charlando amistosamente con sus Gryffindor.


El profesor de Transformaciones Roger Davies tenía fama,
como Daskalova, de racanearle puntos a los Slytherin, pero Scor-
pius lo encontró bastante imparcial. La asignatura, además, prome-
tía ser interesante. Nunca antes había pensado realmente en lo que
suponían los hechizos de Transformación, pero era una disciplina
complicada y con infinitas posibilidades.
Pero después del almuerzo tenían clase de Herbología con el
profesor Neville Longbottom, el Jefe de Gryffindor. Gabriel les ha-
bía contado un montón de cosas sobre él, el modo en el que trataba
a los Slytherin, cómo favorecía a sus alumnos, y desde que estaban
en Hogwarts habían oído también un par de comentarios en la
misma dirección. Scorpius lo había visto en el Gran Comedor, du-
rante los almuerzos, y no le había parecido tan temible; incluso pa-
recía un hombre bastante agradable, al estilo del profesor Davies.
Pero también era cierto que casi todas las cosas que Gabriel le había
dicho sobre el colegio habían resultado ser ciertas, así que Scorpius
entró en el invernadero Uno con cierta desconfianza y ocupó un
asiento con su prima casi en la última fila.

46
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

El profesor Longbottom entró casi al momento, muy son-


riente y, tras saludarlos, pasó lista. Scorpius se dio cuenta de que
cuando dijo el nombre de Diana Goyle miró a ésta con expresión
extraña. Cuando le llegó el turno a él, alzó la mano también y reci-
bió la misma mirada.
—Vaya… espero que sea usted mejor en Herbología que su
padre. Creo recordar que todas sus plantas se morían.
A Scorpius no le gustó nada el comentario, pero apretó los
labios y no dijo nada. Herbología… Como si fuera una asignatura
importante.
El profesor Longbottom siguió pasando lista y después, co-
mo todos los profesores, les hizo copiar un esquema de la pizarra.
Pero cuando terminaron de copiar, les dijo que le siguieran y los
llevó por todo el invernadero Uno, enseñándoles las plantas y ex-
plicándoles sus propiedades por encima. A Scorpius le recordaba un
poco los paseos que él y Cassandra daban con su abuela Narcissa
por los jardines de la mansión Malfoy, pero en realidad entonces
siempre había disfrutado más de la vista que de la charla. El profe-
sor Longbottom iba salpicando sus explicaciones de preguntas;
Scorpius conocía la respuesta de bastantes, pero no levantó la mano
por si acaso. Pronto se dio cuenta, además, de que efectivamente,
Longbottom no escondía su parcialidad; a mitad clase, los Gryffin-
dor ya habían ganado diez puntos, y ellos, ninguno.
Scorpius miró de reojo al profesor de Herbología, que en ese
momento charlaba con Potter y Weasley. Potter se dio cuenta de
que estaba siendo observado y lo miró también con una expresión
más curiosa que hostil. Scorpius frunció un poco el ceño y apartó la
vista. Quizás Potter no había hecho nada aún, pero empezaba a sen-
tir una gran antipatía hacia él; estaba claro que todos los profesores
iban a estar haciéndole la pelota y regalándole puntos por ser hijo de
quien era, igual que iban a ser injustos con él por la misma razón,
por ser hijo de quien era. Bien, no le importaba. Prefería ser un
Malfoy y tener los padres que tenía que ser un Potter, con su doce-
na de primos estúpidos y sus puntos regalados.

47
CAPÍTULO | 3
Enemigos

La clase continuó y el profesor Longbottom los puso por pa-


rejas frente a un tiesto con un geranio y otro tiesto más grande, va-
cío, y les explicó cómo debían trasladar la planta de una maceta a
otra. Los geranios no tenían nada de mágico, pero era mejor no de-
jar plantas mágicas al alcance de manos tan inexpertas. Scorpius,
que se había emparejado con Diana, consiguió trasplantar el geranio
sin que sufriera muchos desperfectos, pero cuando el profesor
Longbottom se acercó a ellos para evaluar su trabajo, no parecía na-
da impresionado.
—Lamentable —dijo, frunciendo los labios—. Dos puntos
menos para Slytherin. Y más vale que se esfuercen más si no quie-
ren suspender.
Scorpius agachó la cabeza, avergonzado y enfadado. Él siem-
pre se esforzaba en los estudios, no estaba acostumbrado a que los
profesores le hablaran así. Desde donde él estaba podía ver dos
plantas que habían quedado mucho peor que la suya, pero no dijo
nada. Por suerte, no quedaba mucho más tiempo de clase. El profe-
sor Longbottom les puso los deberes y después los dejó salir. Scor-
pius estaba disgustado, pero no quería dejarlo ver delante de los
Gryffindor, no cuando le estaban mandando miraditas burlonas.
Su prima le puso la mano en la espalda mientras salían al pa-
sillo.
—No le hagas caso, Scorpius. Tu geranio estaba bien.
Scorpius hizo un gesto con el hombro para que quitara la
mano: nunca había soportado que lo tocaran cuando estaba enfada-
do.
—Que le den —dijo, sin darse cuenta de que era la primera
vez que hablaba así de un adulto.
—Es una mierda de profesor —le dijo Damon, ofreciéndole
su simpatía—. Ya nos dijeron que le tenía manía a los Slytherin.
—Aún podemos recuperar algunos puntos con Estudios
Muggles —dijo Britney, optimista.
—Estudios Muggle… —repitieron a la vez Damon, Morri-
gan, Cecily y Hector, todos con el mismo tono de desprecio.

48
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Britney frunció el ceño en su dirección.


—¿Tenéis algún problema con los muggles? —dijo, sonando
bastante peligrosa.
Morrigan le plantó cara.
—Tu madre será muy buena persona, pero los muggles son
racistas, sexistas, están contaminando el planeta y tenemos que es-
condernos de ellos por lo que puedan hacernos. No entiendo por
qué tendríamos que aprender nada de su cultura.
—Todos los muggles no son así —replicó Britney, con fir-
meza.
—Da igual como sean; somos magos y no tenemos por qué
aprender costumbres de los muggles —replicó a su vez Damon. Y
luego sonrió presuntuosamente—. Mis padres dicen que si no
apruebo esa asignatura no pasa nada.
—Yo tampoco tengo que aprobarla —dijo Diana.
Morrigan arqueó una ceja.
—Nadie espera que tú apruebes nada, cabeza de chorlito.
Scorpius le dio un codazo.
—No te metas con ella.
Scorpius siguió hablando de la asignatura con sus compañe-
ros mientras caminaba por los pasillos de piedra. Sus padres no es-
taban muy contentos con esa asignatura, pero le habían dicho que
era una clase más y que esperaban que se la tomara tan en serio co-
mo las otras.
El aula de Estudios Muggles estaba en lo alto de un torreón.
La recubría un potente escudo mágico, lanzado por inefables, que
permitía funcionar a ciertos aparatos eléctricos. En la entrada les es-
peraba la profesora Blackcrow, una mujer de unos treinta años, ru-
bia y de aspecto un poco serio. Scorpius sabía por Gabriel que había
estado en Gryffindor.
—Por favor, alumnos de Slytherin, cojan esas cajas y guarden
sus varitas dentro. No pueden entrar con ellas a esta aula.
—¿Por qué no? —preguntó Hector, suspicaz.

49
CAPÍTULO | 3
Enemigos

—Porque estropearían los aparatos que hay dentro. Vamos,


vamos, busquen la caja con su nombre para que no haya confusión
y guarden sus varitas.
Los niños se miraron unos a otros y fue Watson quien dio el
primer paso.
—A mí no me importa hacerlo, profesora.
Scorpius le lanzó una mirada resentida y se acercó con el res-
to de sus compañeros a buscar su caja. Cuando la encontró, guardó
su varita con un poco de aprensión, acordándose del día que se la
habían comprado. Había sido antes del verano, antes de dejar Gre-
cia, donde habían residido los dos últimos años, para instalarse de-
finitivamente en Inglaterra; la fabricante de varitas, una mujer muy
anciana, le había mirado durante unos segundos con ojos intensos y
azules y había acertado con él casi al momento: veintisiete centíme-
tros, roble, con núcleo de pelo de mantícora, ideal para encanta-
mientos y duelos. Scorpius se sentía muy orgulloso de ella; no ha-
bía ningún otro mago en Gran Bretaña con una varita como la suya.
Deshacerse de ella, aunque fuera durante una hora, no era una idea
grata.
Pero todos obedecieron con más o menos desgana. La profe-
sora Blackcrow guardó todas las cajas en un armario disimulado en
la pared y sólo entonces los dejó pasar. Los alumnos de Ravenclaw
ya estaban allí, sentados y cuchicheando entre grupos. Michelle
Urqhart le había guardado un sitio a Morrigan a su lado y Watson
también se sentó entre los Ravenclaw. Scorpius ocupó un sitio jun-
to a Britney, que aún estaba un poco ofendida por el desprecio hacia
los muggles, y le dijo a Diana que se quedara cerca de ellos. La pro-
fesora pasó lista, echándole a Scorpius y Diana una mirada parecida
a la que les había dedicado Longbottom, y después se colocó frente
a todos ellos.
—Veamos, ¿cuántos de vosotros habéis hablado alguna vez
con muggles?
Más de la mitad de Ravenclaw levantaron la mano; entre los
Slytherin, sólo Britney y Scorpius pudieron hacer lo mismo. La

50
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

profesora se quedó mirando al niño con tal escepticismo que éste se


vio impulsado a justificarse.
—Es verdad, cuando estábamos en el extranjero. En Grecia,
uno de mis mejores amigos era muggle. Y en Estados Unidos mis
padres nos llevaban al cine y a restaurantes.
Al menos parecía creerle. Entonces Damon levantó la mano.
—Profesora, yo nunca he hablado con muggles y no quiero
hacerlo; ¿puedo irme a la Sala Común?
Hector, Morrigan y Cecily se echaron a reír. Scorpius sonrió;
no quería meterse en líos —y realmente no tenía nada en contra de
los muggles—, pero había una parte de él que disfrutaba viéndolo
ponerse insolente con las personas mayores. A la profesora Bla-
ckcrow, sin embargo, no le hizo ninguna gracia.
—¿Por qué no quiere hablar con muggles, señor Pucey?
¿Acaso ha oído contar cosas malas de ellos?
Scorpius le lanzó una rápida mirada de advertencia a Damon
para que tuviera un poco de sentido común. Hasta él sabía que era
peligroso hablar abiertamente contra los muggles; si decía algo que
implicara que sus padres, sobre todo su madre, los despreciaban,
podía meterlos en un lío.
Por suerte, Damon era un digno hijo de la Casa de Slytherin.
—No, profesora, todos mis amigos y los amigos de mis pa-
dres piensan que los muggles son muy... iguales que nosotros. Pero
no es obligatorio tratar con ellos, ¿no?
Michelle Urqhart levantó la mano y la profesora le hizo una
señal para que hablara.
—Mis padres no tienen tampoco ningún problema con los
muggles, pero piensan que en vez de estudiar su cultura, debería-
mos aprender la de los duendes, por ejemplo. Porque hablamos
más con ellos y eso.
Hector levantó la mano para decir algo parecido. Scorpius
intuyó que todos estaban repitiendo cosas que habían oído en casa,
como si hubieran aprendido de sus padres qué debían pensar sobre
esa asignatura. Pero él no podía aportar nada. Su abuelo Lucius le

51
CAPÍTULO | 3
Enemigos

había comunicado su opinión varias veces, pero era la clase de cosas


que no se podían comentar fuera de la familia, desde luego. Y sus
padres nunca le habían dicho por qué no les gustaba que Estudios
Muggles fuera obligatoria.
Pero la profesora Blackcrow debía de estar acostumbrada a
que cuestionaran su asignatura, porque interrumpió el debate con
voz fría.
—El motivo de que Estudios Muggles sea obligatorio es aca-
bar con los prejuicios que condujeron a tres guerras el siglo pasado,
una en el continente y dos en nuestro país. La mayoría de ustedes
vive en un entorno enteramente mágico, sin contacto real con los
muggles, mientras oyen contar mentiras sobre ellos. Y aquí es don-
de eso termina. Durante este primer año, aprenderán cómo es la vi-
da cotidiana de los niños muggles de su edad, qué aficiones tienen,
qué estudian en sus colegios, y qué deportes practican en lugar de
quidditch y quadpot. Si mantienen una actitud colaboradora, les
aseguro que se divertirán. Pero si deciden tratar de boicotear mi cla-
se, pasarán tanto tiempo castigados que sólo verán el exterior del
castillo cuando tengan clase de Vuelo y de Cuidados de Criaturas
Mágicas. —Alzó ligeramente la cabeza—. Confío en haberme ex-
plicado.


Sólo había dos asignaturas más por estrenar, Astronomía y
Vuelo. El miércoles a las once y media de la noche, el curso de pri-
mero al completo subió a la Torre de Astronomía. Algunos niños
iban cuchicheando que iban a ver el lugar en el que había muerto el
gran Albus Dumbledore, pero en realidad los observatorios estaban
más arriba. Scorpius no se enteró de nada de la clase porque iba
medio dormido, y no fue el único, pero, por suerte, Morrigan esta-
ba despierta como si fueran las doce del mediodía y tomó buenos
apuntes. El profesor se llamaba Domenicus Biggle y era un hombre
alto, delgaducho y de aspecto tristón; Gabriel y los demás decían

52
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

que no solía darle puntos a Slytherin. A Scorpius le dio la impre-


sión de que no se los daba a nadie.
La clase doble de vuelo era los jueves por la tarde, con Ra-
venclaw. Scorpius, que sabía volar desde que era muy pequeño, te-
nía muchas ganas de volver a encontrarse sobre una escoba; le pare-
cía injustísimo que los alumnos de primero no pudieran tener las
suyas.
Morrigan, Damon, Hector y Cecily sabían volar también;
Britney confesó que nunca había aprendido y Scorpius sabía que
Diana era totalmente incapaz de mantenerse sobre una escoba más
de cinco segundos. Watson no había dicho nada sobre él y nadie le
había preguntado. Morrigan había lanzado la palabra «patético» al
final del segundo día en el colegio y ahora todo el grupo la estaba
usando con liberalidad para referirse a él.
Unos alumnos mayores de Hufflepuff se los quedaron mi-
rando con sorna cuando pasaron cerca de ellos y cuchichearon algo
por lo bajo. Scorpius lo notó y les lanzó una mirada esquinada;
aquel intercambio de pequeños signos de enemistad con alumnos
de otras Casas empezaba a ser una cosa rutinaria que no le gustaba,
pero tampoco le entristecía. Si la gente era idiota, él no tenía la cul-
pa.
—No sé de qué se ríen —masculló Morrigan por lo bajo—.
Todo el mundo sabe que a Hufflepuff es donde van los que no sir-
ven para nada.
—No todos —replicó Scorpius, señalando a Watson.
Los demás se rieron y se olvidaron de las miradas de los Huf-
flepuff. Cuando llegaron al campo de quidditch, madame Hooch ya
estaba allí con las escobas listas en el suelo. Scorpius comprobó, al-
go decepcionado, que eran de un modelo bastante antiguo; la suya
era diez veces mejor. Y las clases tampoco eran gran cosa. Como
había tantos niños que no sabían volar, madame Hooch los tuvo
dando vueltas prácticamente a ras de suelo y amenazó con quitar
puntos a cualquiera que intentara empezar una carrera.

53
CAPÍTULO | 3
Enemigos


A lo largo de aquella primera semana en Hogwarts habían
pasado tantas cosas y había tenido que hacer tantos deberes que, en
cierta manera, Scorpius no se acordó de lo mal que le caía el profe-
sor Longbottom hasta que se encaminó a la doble clase de Herbo-
logía que tenían el viernes por la mañana.
Durante el primer cuarto de hora, no pasó nada. Scorpius
entregó sus deberes junto a los demás niños y estuvo observando el
ejemplar de némula que les había llevado. Era una planta exclusi-
vamente mágica, con flores que cambiaban de color si se acercaba
lluvia. Sus raíces tenían propiedades sedantes suaves y se usaban en
algunas pociones de medicina. La planta no requería muchos cui-
dados, sólo que la regaran dos veces a la semana y la mantuvieran al
sol.
Scorpius puso un especial cuidado al trabajar con ella y dibu-
jar las flores, las hojas y las raíces en un pergamino. No era espe-
cialmente bueno dibujando, pero tampoco resultaba tan difícil de
copiar y quedó bastante satisfecho con el resultado, sobre todo
cuando lo comparó con los dibujos de la gente que tenía más cerca.
Pero no sirvió de nada.
Longbottom puso sus dibujos como ejemplo de algo mal he-
cho y tuvo a toda la clase buscándole defectos. Sólo los Gryffindor
participaban, lo que se tradujo en una pequeña lluvia de puntos pa-
ra ellos. Scorpius pasó por todo aquello con la cabeza gacha para
ocultar toda su vergüenza y su resentimiento.
—Vale, es definitivo —dijo Morrigan, lúgubremente, cuando
salieron de la clase para ir a Transformaciones—. Ese profe nos tie-
ne muchísima manía.
—Sobre todo a ti, Scorpius —dijo Britney, en tono de simpa-
tía—. Yo no sé qué le hizo tu padre cuando iban a clase, pero te la
tiene jurada.
Scorpius frunció aún más el ceño.

54
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Pues me alegro de todo lo que le hiciera —dijo con vehe-


mencia—. Se lo merece por ser un imbécil.
—De todos los profesores, él es el peor —opinó Cecily—.
Además, se viste fatal, o sea, como si le comprara la ropa su abuela.
—Una abuela con muy mal gusto —puntualizó Scorpius,
pensando en sus dos abuelas, que eran dos damas muy elegantes.
—Y además tiene esa voz horrible… Es como de elfo domés-
tico.
Watson, que había estado lo bastante cerca de ellos como para
escucharlos, interrumpió aquella sucesión de insultos tontos.
—¿Veis como sí sois malos? Pienso decirle al profesor Long-
bottom todo lo que estáis diciendo de él.
—Pienso decirle al profesor Longbottom todo lo que estáis
diciendo de él —le imitó Morrigan, con voz aflautada—. Cállate ya,
patético.
—Dile algo y te la cargas, gordo de mierda —le amenazó
Damon.
Aquello redujo a Watson al silencio el resto del camino, pero
Diana se interpuso en el camino de Damon antes de que llegaran al
aula de Transformaciones, obligándole a detenerse.
—Ser gordo no es nada malo —dijo, con su voz grave e
inexpresiva.
Damon observó a la corpulenta chica y pareció acordarse del
aún mucho más corpulento señor Goyle y asintió.
—Sólo se lo llamo a Watson porque es lo peor, ¿vale? No pa-
sa nada por ser gordo.
Diana miró a Scorpius y éste se encogió de hombros.
—No lo decía por ti, eso seguro —la tranquilizó.
—Claro que no, Diana —le aseguró Damon. Él no tenía tan-
ta relación con ella como Scorpius, pero éste supuso que tampoco
veía necesidad de enemistarse con alguien que podía estamparlo
contra la pared de un puñetazo.
La niña lo miró un par de segundos y se apartó para dejarlo
pasar. Scorpius había visto golems una vez, en un verano en Israel, y

55
CAPÍTULO | 3
Enemigos

desde entonces, siempre que veía a Diana se acordaba de ellos. Se


movían con la misma inevitabilidad. Si Diana aprendía a volar sobre
una escoba, podía convertirse en la mejor Golpeadora, incluso Ba-
teadora del equipo, en los últimos cincuenta años.


Albus era lo bastante listo como para saber que una de las co-
sas que más le gustaban de Amal Sharper era que, al ser de padres
muggles, no conocía nada del mundo mágico ni había oído hablar
jamás de Harry Potter. Eso quería decir que, aunque le intrigaba un
poco toda aquella historia de Voldemort, a él lo veía como a otro
niño más y no como al hijo de un símbolo o algo así. Y cuando la
Sala Común al completo empezaba a hervir de anécdotas sobre los
héroes de la guerra, era bastante fácil convencerlo para que saliera a
dar una vuelta, porque a Amal le resultaba igual de fascinante ver
los cuadros móviles, charlar con los fantasmas o tratar de ver al Ca-
lamar Gigante.
Hasta llegar a Hogwarts nunca se había dado cuenta real-
mente de lo famosos que eran sus padres, especialmente su padre.
Sabía que su padre era un gran héroe y que había matado a Volde-
mort y había oído decir muchas veces cosas sobre el agradecimiento
del mundo mágico. Pero en realidad conocía muy poco de dicho
mundo —su casa, la de Teddy, la de sus primos, La Madriguera—,
había tratado a poquísimos niños fuera de su familia y apenas había
ido al callejón Diagon media docena de veces; nunca había tenido la
oportunidad de descubrir que todo el mundo sabía quién era su pa-
dre.
James se lo había dicho al volver de su primer trimestre en
Hogwarts, pero no le había creído. James también le había dicho
que él era adoptado, que lo mandarían a Slytherin, que en esa Casa
se alimentaban de carne humana, que los elfos domésticos nacían
de huevos y un millón de cosas más por el estilo. Albus había
aprendido a través de la experiencia que no debía fiarse de todo lo

56
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

que le dijera su hermano mayor, y había pensado que aquella histo-


ria sobre ser súper famoso tenía que ser mentira por necesidad.
Pero no, no lo era. Y a la larga resultaba agobiante.
Los viernes, después del almuerzo, los alumnos de primero
sólo tenían dos horas de estudio antes de quedar libres para todo el
fin de semana. Todos iban cargados de deberes, pero cuando termi-
naron de estudiar, Albus y Amal decidieron que podían tomarse un
descanso bien merecido y se fueron a visitar a Hagrid, pues Amal
ardía en deseos de saber muchas más cosas sobre los gigantes.
—Es que estar en Hogwarts es como estar dentro de un vi-
deojuego todo el rato, te lo juro… —dijo, sonriendo de oreja a ore-
ja, de camino a la cabaña del guardabosque—. Esto es lo mejor que
me ha pasado nunca. Ojalá pudiera contárselo a mis amigos, iban a
alucinar.
Hagrid. enorme y con una barba canosa, les hizo pasar al in-
terior de su cabaña con una gran sonrisa.
—Me alegra mucho que hayas venido a visitarme, Albus.
Merlín, cada día te pareces más a tu padre, ¿lo sabías?
—Sí.
—Sólo te faltan la cicatriz y las gafas… Dime, ¿cómo se lla-
ma tu amigo?
—Amal Sharper.
—Hola, Amal, yo soy Hagrid. He preparado un poco de té,
¿os apetece?
Albus había oído mil advertencias sobre la dureza de los pas-
teles de Hagrid, pero parecía grosero rechazar su invitación. En
cuanto le pegó el primer bocado al primero, supo que no habían
exagerado y volvió a dejarlo en el plato esperando que a Hagrid no
le importara. El gigante, que no pareció notarlo, les preguntó qué
tal les había ido en sus primeros días en Hogwarts y Amal contestó
con su entusiasmo habitual, explicando lo genial que le parecía to-
do.
—¿Algún problema con los Slytherin? —dijo, mientras usa-
ba su varita para echar un poco más de leña a la chimenea. Albus

57
CAPÍTULO | 3
Enemigos

sabía que Hagrid había perdido el derecho a usarla por culpa de un


crimen que no había cometido, pero tras la guerra todo se había
aclarado.
—De momento no ha pasado nada —contestó.
—Bien, la verdad es que están bastante tranquilos, desde ha-
ce unos años. Pero con ellos nunca se sabe, y menos ahora que
vuelve a haber un Malfoy. Ya sé que no hace falta que te lo diga, Al-
bus, pero es mejor que no te acerques a él.
—No pensaba hacerlo.
—Hagrid… —dijo Amal, tímido, pero decidido—, ¿es ver-
dad que los gigantes existen? ¿Es verdad que tu madre era una gi-
ganta?
—¿Qué si los gigantes existen? Me pasma lo poco que saben
los muggles… Claro que debe ser así, pero me pasma. Por supuesto
que existen los gigantes. Y mi madre era una de ellas, estás bien in-
formado.
Amal empezó a hacerle entonces todas las preguntas que te-
nía ganas de hacer y Hagrid le contestó casi con el mismo entu-
siasmo. Albus escuchaba con una sonrisa en los labios, contento de
ver que los dos se llevaban tan bien. La tarde se pasó entre anécdo-
tas y aventuras, y los dos niños se despidieron de él con pesar cuan-
do llegó la hora de la cena.
Cuando entraron al castillo vieron a Watson vagabundear por
el vestíbulo. El niño les sonrió y se acercó a ellos.
—Hola, ¿vais a cenar?
—Sí.
—Voy con vosotros. ¿De dónde venís?
—De visitar a Hagrid.
—Oh… Bueno, si volvéis a ir a visitarlo, ¿puedo ir con voso-
tros?
Albus intercambió una mirada algo incómoda con Amal.
—Claro, supongo…
—Ha sido un día muy aburrido. Aunque me lo he pasado
bien hablando con unos amigos de Hufflepuff. No quiero ir con los

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Slytherin, ya sabéis…Lo único que hacen es criticar al profesor


Longbottom y meterse conmigo y creerse superiores.
Albus frunció el ceño; no le gustaba que se metieran con la
gente a la que quería.
—Estaban rabiosos porque Neville, o sea, el profesor Long-
bottom se metió con los dibujos de Malfoy. ¿Qué dijeron de él?
William empezó a contárselo todo. Albus se fue enfadando
más y más a medida que iba escuchando, y cuando entró al Gran
Comedor tuvo que hacer un serio esfuerzo para no ir a encararse
con Malfoy y sus amigos. En vez de eso, se lo contó a James, que
también torció el gesto.
—Esas pequeñas serpientes van a arrepentirse de haberse
metido con el tío Neville. —Entonces pareció fijarse en William
por primera vez—. Has hecho bien en contárnoslo.
—Yo no soy como ellos.
—No, eso parece —dijo James, con expresión magnánima,
haciendo que William sonriera—. La verdad, es una pena que te ha-
ya tocado Slytherin.
—Sí, sí, yo no debería ir allí.
La voz de Slughorn les hizo girarse en dirección a la mesa de
los profesores.
—Señor Watson, por favor, vaya a su sitio. Estamos a punto
de empezar a cenar.
Albus también se apresuró a sentarse en su sitio, aunque a él
no le habían llamado la atención, y volvió a sentir pena por Watson
al ver la expresión tan alicaída con la que el niño iba a la mesa de
Slytherin. Malfoy y sus amigos lo recibieron con frías miradas de
desprecio y lo ignoraron, como llevaban haciendo desde el princi-
pio.
James también se había quedado mirando a Watson y, de re-
pente, se inició una apasionada conversación a susurros entre él,
Fred y Michael. Albus intentó enterarse de lo que estaban hablan-
do, pero con los alumnos de segundo por medio, era imposible oír
nada.

59
CAPÍTULO | 3
Enemigos

—¿Qué ha pasado? —le preguntó Rose.


—Malfoy y los otros Slytherin han estado insultando al tío
Neville. Creo que James y los demás van a vengarse.
Rose se mordió los labios.
—A ver si se van a meter en un lío.
Entonces estalló un pequeño alboroto en la mesa de Slythe-
rin y Albus se giró a tiempo de ver cómo William se levantaba chi-
llando y empapado en sopa mientras los alumnos de primero y se-
gundo se retorcían de la risa.
—¡Lo has hecho a propósito! —gritó, señalando a Pucey—.
¡Eres un idiota!
—¡Señor Watson! —exclamó el profesor Flitwick, levantán-
dose de su asiento y corriendo hacia la mesa de Slytherin.
—¡Me ha tirado el plato de sopa encima! ¡No quiero volver a
sentarme con ellos! ¡No quiero ir con los Slytherin! ¡Estoy harto de
ellos! ¡Los odio!
El profesor Slughorn se acercaba también a ellos y hasta la
profesora McGonagall se había puesto de pie en su asiento.
—¿Quién le ha tirado la sopa, señor Watson? —preguntó el
jefe de Slytherin.
—Pucey.
—Bien, cinco puntos menos para Slytherin y castigo para us-
ted, señor Pucey. Le espero mañana a las ocho de la mañana en la
puerta del laboratorio de Pociones. Estoy muy disgustado con uste-
des; esta no es manera de tratar a un compañero.
Malfoy se cruzó de brazos.
—Sí, compañero —repitió, con una voz que sonó alta y clara.
Albus lo miró, sorprendido, porque no había imaginado que fuera a
decir nada. Slughorn también parecía pillado de improviso—. ¿Y si
es un compañero nuestro por qué no hace más que decir que no
quiere saber nada de nosotros?
—Podemos hablar de eso en la Sala Común, señor Malfoy
—contestó Slughorn—. Ahora compórtense y traten de terminar de
cenar sin más incidentes. Vamos, señor Watson, vaya a su sitio.

60
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

William miró a Slughorn con cara de pena.


—Por favor, profesor Slughorn…
—Perdone, profesor Slughorn… —Albus reconoció inme-
diatamente la voz de su hermano y se giró hacia él, preguntándose
qué iba a decir. James estaba de pie en su sitio—. Si a usted, al pro-
fesor Longbottom y a la profesora McGonagall no les molesta, a
nosotros no nos importaría que William se sentara con nosotros. Se
nota que es un buen chico. Y bueno, parece un poco injusto obli-
garlo a estar todo el rato con los Slytherin si él no quiere estar con
ellos, ¿no?
Albus se quedó boquiabierto, demasiado sorprendido para
pensar siquiera si le parecía bien o mal. Todo el Gran Comedor pa-
recía sentir el mismo estupor. Entonces, Albus miró a William, que
estaba prácticamente brillando de adoración hacia su hermano.
—Bueno, esto es sumamente irregular… —empezó a decir
Slughorn.
—Oh, por favor… Por favor, profesor. Iré con ellos a las cla-
ses y dormiré con ellos si no me queda más remedio, pero deje que
al menos pueda sentarme con los Gryffindor. Por favor, profesor
Longbottom…
Albus se dio cuenta de que Neville estaba tan sorprendido
como todos. No era para menos, aquella debía de ser la primera vez
en la Historia de Hogwarts en la que un Slytherin suplicaba que le
dejaran sentarse con los Gryffindor. Y no era que de vez en cuando
alguien no se sentara con amigos de otras Casas, pero solía ser en la
hora del almuerzo o el té, donde todo era más informal.
—En fin… termina ahora de cenar con los Gryffindor, si a la
directora le parece bien y ya lo hablaremos después.
La profesora McGonagall no parecía muy convencida.
—No sé…. Bien, sí, terminemos de cenar en paz y luego lo
discutiremos tranquilamente.
William les dio las gracias, a punto de reventar de felicidad, y
fue a recoger su plato y sus cubiertos. Sólo entonces Albus volvió a
fijarse en los Slytherin y se dio cuenta de la terrible tensión que

61
CAPÍTULO | 3
Enemigos

reinaba en aquella mesa. Pálidos o rojos de mortificación, la mayo-


ría habían parado de comer, como si hubieran perdido el apetito y
daba la sensación de que todos estaban demasiado ocupados conte-
niendo su disgusto como para hacer otra cosa.
—Imaginaos —dijo un chico que había frente a Albus, Jonah
Broadmoor—. Ni los Slytherin quieren ser ya Slytherin.
Albus soltó una risita, aunque se sintió un poco culpable por
hacerlo. Había algo en la cara de los Slytherin que le causaba cierto
malestar.
—Pues yo creo que ese niño está loco —dijo Amal—. En
cuanto vaya a su Sala Común después de cenar, le van a partir la ca-
ra.
En realidad era más probable que le lanzaran un conjuro
bien desagradable, pero Albus comprendió que Amal tenía razón.
Era obvio que a los Slytherin no les había gustado nada lo que había
pasado y las represalias podían ser terribles. Y a medida que llegaba
el momento de levantarse de la mesa, era obvio también que Wi-
lliam estaba llegando a la misma conclusión, porque no hacía más
que lanzar miradas recelosas en dirección a la mesa de Slytherin,
cuyos alumnos habían vuelto a comer, pero lo hacían en un inusual
silencio. Sin embargo, la mismísima directora mandó llamar a Wi-
lliam y a los prefectos de séptimo de Slytherin a la mesa de los pro-
fesores y les dijo algo que sonaba a advertencia. Ellos asintieron y
volvieron a su mesa, sin mirar al niño de primero.
Scorpius sabía que iba a pasar algo terrible. Todos lo sabían,
hasta Diana, que normalmente no se enteraba de nada.
Cuando los platos desaparecieron de la mesa, Scorpius se pu-
so en pie tan deprisa como sus compañeros y se encaminó hacia la
puerta del Gran Comedor sin vacilación, como si alguien le hubiera
dado una orden. No miró qué hacía Watson, no era realmente im-
portante. Aquello era un asunto de Slytherin y estaba claro que
Watson no era uno de ellos. Pero cuando llegó a la Sala Común, se
sorprendió al ver que el niño estaba allí también, entrando el últi-
mo. Tenía una expresión ridículamente complacida en la cara, tanto

62
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

que Scorpius pensó que la amenaza de McGonagall tenía que haber


sido realmente buena. Aun así, en cuanto la puerta se cerró tras
ellos, Rebeca Warbeck se encaró con él y le apuntó con su varita,
temblando de rabia.
—¡Tú…!
—¡Ya sabes lo que pasará si me haces algo! —le recordó Wat-
son, asustado, mientras retrocedía unos pasos.
—Créeme, ahora eso no parece tan grave…
El otro prefecto de séptimo, un chico grandullón de cara algo
caballuda llamado Aquiles Flint —su padre era Buscador de los Fal-
cons— le puso la mano en el hombro.
—No vale la pena, Rebeca. Vete a tu dormitorio, gusano. No
queremos verte aquí.
Todos los alumnos de Slytherin estaban mirando ahora a
Watson, que tragó saliva y se marchó. Scorpius sintió una oleada de
incredulidad hacia su estupidez: ¿qué trataba de conseguir? ¿De
verdad quería pasar siete años siendo odiado por todos sus compa-
ñeros?
—Escuchad… —Scorpius se giró hacia Rebeca, que se había
calmado un poco—. Nadie puede tocarle un solo pelo de la cabeza
a ese inútil de mierda, ¿está claro? McGonagall ha dicho que si le
pasa algo cancelará nuestro permiso para jugar al quidditch.
—Joder…
—Vaya mierda…
—Sí, así están las cosas. Con un poco de suerte, Longbottom
se opondrá, pero si no, tendremos que aguantarnos. Eso sí… a par-
tir de ahora, no quiero ver a nadie hablando con ese desgraciado,
¿me habéis entendido? William Watson no existe.
—Esto es una mierda, Warbeck —dijo McNair—. Cualquier
cosa que ese imbécil oiga aquí puede acabar en oídos de los jodidos
Gryffindor.
—No tenemos muchas más opciones.
—Podemos enseñar a los cursos inferiores a hacer el Muf-
fliato —sugirió Aino Kaspersen.

63
CAPÍTULO | 3
Enemigos

Entonces, en ese momento, el profesor Slughorn entró en la


Sala Común con expresión seria. Los alumnos de Slytherin, espe-
cialmente los mayores, lo recibieron con tanta hostilidad que el
profesor se acobardó un poco y su rostro se volvió más dolido que
furioso.
—Bien… he de decirles que estoy muy decepcionado con el
espectáculo que han dado en el Gran Comedor.
—¿Nosotros? —exclamó Rebeca—. ¿Cómo ha podido usted
dejar que Watson se siente en la mesa de Gryffindor como el perro
faldero de Potter y sus amigos?
—Perro faldero… Watson es un niño que probablemente ha
crecido oyendo cosas horribles de los Slytherin. Lo que necesitaba
era ser recibido con comprensión y paciencia. Pero ¿se lo dieron?
No. Y ustedes lo saben mejor que nadie —añadió, mirando direc-
tamente a los alumnos de primero—. ¿Han hecho acaso algún es-
fuerzo por llevarse bien con él?
—No quería hablar con nosotros, profesor —se defendió
Scorpius.
McNair resopló.
—No le eche la culpa a los de primero. Esto no habría pasa-
do si lo hubiera cortado de raíz en la Ceremonia del Sorteo.
Slughorn lo miró con resentimiento.
—Tú no te metas, McNair. Y por cierto, ¿dónde está Wat-
son?
—Lo hemos desvanecido —dijo alguien, haciendo reír a al-
gunos alumnos.
—Está en su dormitorio. No se preocupe, no queremos
quedarnos sin quidditch.
El profesor Slughorn volvió a expresar su disgusto, le recor-
dó a Damon que tenía castigo a las ocho de la mañana y se marchó,
presumiblemente a su reunión para hablar de la petición de Watson.
Entonces, Rebeca se fijó en Damon.
—Y tú, maldito estúpido, ¿en qué estabas pensando para ti-
rarle el plato de sopa encima?

64
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Damon no contestó y miró a Scorpius en busca de apoyo.


—No sé, dijo que tendrían que haber cerrado Slytherin des-
pués de la guerra —explicó entonces Scorpius—. Y además, es
que… no para de lloriquear por las noches, no hace los deberes para
que perdamos puntos y no hay quien lo aguante.
Rebeca apretó los labios un momento, pero luego suspiró
con resignación.
—Diez puntos… Eso es todo lo que hemos ganado en cinco
días, diez puntos…
Aquiles le puso la mano en el hombro.
—Aún tenemos todo el curso por delante.
La tensión había desaparecido súbitamente del aire, como si
la discusión con Slughorn la hubiera disipado. Sólo quedaba una
sensación amarga, ligeramente derrotada.

65
Capítulo 4
Algo va mal

H arry Potter terminó de leer en voz alta la lechuza que le


había enviado James aquel fin de semana con una ligera
sonrisa, satisfecho por el gesto que su hijo mayor había
tenido con aquel pobre niño de Slytherin; era bueno comprobar
que, a pesar de los comentarios que hacía a veces James sobre los
Slytherin, cuando llegaba el momento era capaz de juzgar a las per-
sonas por lo que hacían, y no por la Casa a la que les había manda-
do el Sombrero.
—Bien, espero que ese niño sea de fiar —opinó Ginny—.
No me suena el apellido Watson, ¿y a ti?
—No, tampoco.
—James sabe cuidarse solo, pero Al es tan inocente…
Lily, su hija pequeña, suspiró. Era una niña de nueve años
muy guapa, pelirroja y con los ojos marrones, como James, Ginny y
la mayoría de los Weasley; de sus tres hijos, era la única que había
heredado su miopía y llevaba unas gafitas redondas con la montura
rosa.
—Los echo de menos.
Sí, la casa sin los chicos parecía dolorosamente vacía, sobre
todo a la hora de desayunar o de cenar.

66
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Qué tal si vamos esta tarde a casa del tío George y la tía
Angelina? —le preguntó, porque la hija de éstos, Roxanne, era sólo
un año mayor que Lily y las dos primas se llevaban muy bien.
Lily asintió, sonriente. Entonces las protecciones de la casa
avisaron de que llegaba alguien conocido y unos segundos después,
llamaron a la puerta. Harry se levantó a abrir sabiendo, por la mane-
ra de llamar, que se trataba de Ted Lupin, su ahijado y, en efecto, al
otro lado de la puerta se encontró con un chico alto, guapo y de pe-
lo azul vestido al estilo muggle.
—Hola, tío Harry, ¿puedo pasar?
—Claro, adelante. ¿Tienes hueco para más desayuno?
El muchacho se rió.
—Eso siempre.
La verdad es que era un misterio que su ahijado no pesara
cien kilos más, pues siempre había comido como una lima, pero te-
nía la constitución flaca y huesuda de su padre. Harry lo miró con
afecto mientras saludaba a Ginny y a Lily y se servía un par de torti-
tas. Aún lo veía como a un niño, el mismo al que había enseñado a
volar y a jugar al quidditch, pero Ted ya tenía diecinueve años y el
mundo mágico lo consideraba ya un hombre hecho y derecho. Es-
taba preparándose para ser psicomago, un trabajo relativamente
nuevo en el mundo mágico, y pronto empezaría su etapa de prácti-
cas.
Justo cuando acababan de desayunar, el Avisador de Harry
empezó a sonar. Se trataba de una especie de esfera, del tamaño de
una snitch, que podía reproducir mensajes. Era sábado y Harry te-
nía el día libre en la Oficina de Aurores, así que fue a escuchar el
mensaje temiendo que hubiera pasado algo raro. Cuando dijo su
contraseña, la esfera se aclaró y permitió ver la cara de Chloe Segal,
una de las mejores aurores del Departamento y la mano derecha de
Harry.
—Jefe, acaban de avisarnos de otra desaparición como la de
la anciana Corner. Se trata de Moira Parsons de ciento veinticuatro
años. Dos familiares suyos han ido a verla porque no sabían nada de

67
CAPÍTULO | 4
Algo va mal

ella desde hacía una semana y han descubierto la casa vacía con to-
das sus pertenencias dentro. Un equipo ha ido a examinar la casa y
los alrededores. La dirección es “La Rosaleda”, cerca de Sussex. Aví-
same si necesitas algo.
La esfera volvió a enturbiarse y Harry se la guardó en el bol-
sillo, pensativo. Dos semanas antes había desaparecido la tatarabuela
de Michael Corner, un conocido suyo de Hogwarts. La casa no pre-
sentaba señales de lucha, ni física ni mágica y los aurores no habían
podido encontrar un solo indicio de lo que había sucedido con ella.
La hipótesis que manejaban ahora, dado que la varita de la anciana
tampoco estaba, era que la anciana señora Corner había sufrido al-
gún ataque de demencia senil y se había ido a dar una vuelta por
ahí. No habría sido el primer caso, porque, aunque las familias má-
gicas cuidaban bien de sus mayores, los que estaban acostumbrados
a vivir solos no siempre aceptaban trasladarse a casa de algún nieto
cuando les empezaban a fallar las fuerzas.
Pero dos desapariciones así en tan poco tiempo era muy
inusual y Harry se vio forzado a relegar la hipótesis del vagabundeo
y volver a poner la del secuestro en primer lugar. Y si alguien estaba
secuestrando ancianitas, no podía ser por nada bueno.
—Tengo que salir un par de horas —dijo, volviendo al co-
medor.
Ginny frunció ligeramente el ceño.
—¿Qué ha pasado?
—¿Recuerdas a la tatarabuela de Michael Corner?—Ginny
asintió; había salido con Michael en Hogwarts—. Ha desaparecido
otra mujer en las mismas circunstancias. Es bastante sospechoso así
que voy a acercarme a ver qué está pasando.
—Vaya… Pues yo no puedo posponer mi entrevista con La-
cey. —Se refería a la Guardiana de Murciélagos de Ballycastle—. Li-
ly, cariño, tendrás que ir a la Madriguera y quedarte con los abuelos.
La expresión de Lily se tiñó de pánico.
—No, no, hoy no, mamá, por favor.
Harry miró a su hija y a su mujer, sorprendido.

68
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Qué pasa?
—Hoy es el primer sábado de septiembre —dijo la niña—.
La tía Muriel siempre visita a la abuela los primeros sábados de cada
mes.
Harry no necesitó más explicaciones. La anciana del clan
Weasley —Harry pensaba así de ella aunque en realidad era una
Prewett— era una vieja de lengua afilada y bastante antipática. Al-
gunos de los niños, como James, Fred o las decididas gemelas de
Percy siempre le habían plantado cara y hasta le habían hecho más
de una jugarreta, pero otros, como Albus, Lily o Hugo le tenían
verdadero terror.
—No seas ridícula, Lily —dijo Ginny, con un deje de impa-
ciencia—. La tía Muriel no va a hacerte nada.
Lily hizo un puchero, pero antes de que pudiera insistir, Ted
intervino.
—Yo puedo quedarme con Lily hasta el mediodía, si queréis.
Como Ginny habría terminado antes de las once, lo arregla-
ron así, y Harry le agradeció el gesto a su ahijado con una sonrisa.
Ted aún podía tener un lado bastante gamberro, pero también era
responsable y James, Albus y Lily siempre lo habían querido como
a un hermano mayor. Solucionado el problema, Harry se despidió
de los tres y se marchó a investigar.


En aquel momento, había tres aurores en la zona. Chloe Se-
gal hablaba con la hija y la nieta de la anciana desaparecida. Conrad
Jerkins, un hombre de treinta años con cara de duende de Grin-
gotts, examinaba los alrededores de la casa y otra auror algo más jo-
ven, Celeste Robards, hacía lo mismo en el interior. Celeste era nie-
ta del anterior jefe de Aurores y Harry le auguraba una carrera exce-
lente, aunque necesitaba aprender algo de diplomacia para tratar
con los testigos y las víctimas.

69
CAPÍTULO | 4
Algo va mal

Cuando Chloe lo vio, se disculpó con los parientes de la se-


ñora Parsons y se acercó a Harry.
—Hola, Chloe, ¿habéis averiguado algo?
—Nada de momento, jefe. La última vez que supieron algo
de ella fue hace ocho días.
—¿Alguna nota de rescate?
—No.
—¿Cómo era su estado mental?
—Según su hija, estaba perfectamente lúcida.
Harry asintió y se acercó a saludar a los parientes de la ancia-
na con ademán grave; ellos le devolvieron el saludo con una expre-
sión ligeramente recelosa, visible en medio de su preocupación, y
Harry dedujo inmediatamente que habían ido a Slytherin. Siempre
reaccionaban igual, como si no creyeran que quería ayudar o algo
parecido.
—Dígame, señora…
—Stebbins.
—Señora Stebbins, ¿qué posibilidades hay de que su madre
haya decidido desaparecer unos días por su cuenta?
—¿Sin avisar a nadie? Pocas. Además, hay platos por fregar
en la cocina. Mi madre nunca habría salido de casa dejando los pla-
tos sucios, mucho menos para un viaje de varios días.
—¿Cree que su madre podía tener enemigos?
—No —contestó, tras una ligera vacilación.
—Señora Stebbins… ¿alguien en su familia estuvo relacio-
nada con Voldemort?
Las dos mujeres se tensaron.
—Que fuéramos a Slytherin no nos convierte en una familia
de mortífagos, señor Potter —dijo la nieta, que debía rondar los
ochenta años, aunque aparentaba veinte menos.
—Lo sé, señora…
—Bletchey.

70
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

A Harry le sonó el apellido y su memoria hizo aparecer la


imagen de un muchacho de pelo oscuro, expresión sanguinaria y
uniforme de quidditch de Slytherin.
—¿Tiene usted un hijo o un nieto llamado Miles Bletchey?
—Es mi sobrino.
—Le conocí en Hogwarts. —Y ningún Bletchey había sido
mortífago—. Verá, señora Bletchey, si le he preguntado eso es por-
que hoy en día aún se producen de vez en cuando ajustes de cuen-
tas entre antiguos mortífagos. Pocos, por suerte, pero ocurren. Y en
un par de ocasiones, han ido a por familiares de la persona de la que
querían vengarse. Si en la familia han tenido algún pariente mortí-
fago, aunque fuera alguien lejano con quien nunca hubieran man-
tenido relación, tendríamos que considerar esa posibilidad.
Ellas apenas parecieron un poco más apaciguadas.
—Por supuesto, tenemos parientes muy lejanos que han sido
mortífagos, pero eso puede decirse de cualquiera que provenga de
una familia de sangre pura —dijo la nieta—. Estamos emparentados
con los Black, los Crabbe y los Goyle igual que lo está usted o lo es-
tán los Weasley y los Longbottom.
—Esto no tiene nada que ver con los mortífagos —añadió la
señora Stebbins, con convicción—. Alguien se ha llevado a mi ma-
dre, Merlín sabrá para qué. Deje de pensar en mortífagos y encuén-
trela antes de que sea demasiado tarde.


En un piso muggle no muy lejos de Charing Cross, bajo la
apariencia de una insípida oficina dedicada a las exportaciones de
maquinaria para tractores, se encontraba en realidad la Brigada de
Investigaciones Muggles. La BIM se había creado sólo tres años
atrás, impulsada por el propio Harry al convertirse en Jefe de los
Aurores. Siempre había habido de tanto en tanto delincuentes que
actuaban entre muggles, pero en la última década esos casos se ha-
bían multiplicado y ahora, además, también había criminales que se

71
CAPÍTULO | 4
Algo va mal

dedicaban exclusivamente al crimen en el mundo mágico, pero se


escondían en el mundo muggle. Hasta la creación de la BIM, cuan-
do necesitaban hacer investigaciones en el mundo muggle, el mi-
nistro de magia se veía obligado a hablar con el Primer Ministro y
pedir la colaboración de Scotland Yard, pero eso siempre ponía en
riesgo el secreto del mundo mágico. Ahora, con la BIM, podían
trabajar por su cuenta sin necesidad de involucrar a la policía mug-
gle.
La magia estaba terminantemente prohibida allí dentro, pues
cualquier hechizo podía echar a perder los ordenadores; los magos
que trabajaban allí, todos de origen muggle, iban en vaqueros, be-
bían Coca-Cola a ritmo de adictos y siempre andaban escuchando
música por sus auriculares o discutiendo apasionadamente sobre
videojuegos. En las paredes no había cuadros que hablaran, sólo fo-
tos de muggles famosos y posters de películas.
Harry aún no podía descartar un ataque de demencia senil y
quería que la gente de la BIM rastreara la red en busca de alguna
noticia que informara de la aparición de una anciana sin identificar
en algún pueblo perdido de Gran Bretaña. Dos años atrás, un pobre
loco se había escapado de San Mungo y lo habían localizado una
semana después en un hospital de Glasgow.
Roman White, un mago bastante gordinflón que llevaba una
gorra del Manchester United apuntó los datos de la anciana desapa-
recida.
—De acuerdo, jefe. Le mandaré un informe esta misma no-
che.
—¿Se sabe algo de la otra anciana, la señora Corner?
—No, nada todavía.
Harry sabía que los BIM estaban pendientes también de los
hospitales y de los hallazgos de cuerpos sin identificar. Al menos, la
ausencia de noticias indicaba que la señora Corner podía seguir vi-
va.
Cuando se marchó de allí, Harry decidió pasarse por el calle-
jón Diagon y comprar algo de helado para el postre de aquella no-

72
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

che. El tiempo aún era bueno y había mucha gente mirando escapa-
rates por la calle. Harry echó a andar hacia la heladería, saludando
aquí y allá cuando se encontraba con algún conocido, pero antes de
llegar a su destino vio que cerca de Flourish y Bottoms había dos
brujas que parecían estar pidiendo firmas para algo. Harry proba-
blemente habría pasado de largo si una de ellas no fuera Daphne
Greengrass —Nott, se corrigió— y la otra Morag MacDougal, una
chica que también había ido a su curso, a Ravenclaw.
Intrigado, se acercó a ver qué estaban haciendo. Morag fue la
primera en verlo y le dedicó una breve sonrisa de bienvenida que la
hizo parecer más bonita de lo que realmente era: Daphne se lo que-
dó mirando con curiosidad.
—Hola, Harry —dijo Morag—. Espero que no vengas a de-
tenernos, porque tenemos permiso para estar aquí.
Él tardó un segundo en darse cuenta de que lo decía en serio.
—No, claro que no. Sólo quería saber de qué iba esto.
—Claro, aunque no creo que te interese. Estamos recogien-
do firmas para pedir que no aprueben la ley que permite expropiar
los patrimonios de familias vinculadas a bandas criminales.
Harry miró de reojo a Daphne. Los Greengrass nunca habían
estado relacionados con mortífagos, pero tanto ella como su her-
mana Astoria se habían emparentado con familias que sí lo estaban.
Después se dirigió de nuevo a Morag, a la que siempre había tenido
por una bruja respetable.
—¿Y eso te parece mal?
—Verás Harry, si alguien consigue su fortuna por medios
criminales parece justo quitarle todo su dinero, pero esta ley lo que
pretende es castigar con la ruina a cualquiera que cometa ciertos de-
litos, aunque su patrimonio tenga varios siglos de antigüedad.
—¿Es mejor entonces dejar que asesinen y hagan lo que
quieran mientras siguen disfrutando de sus casas lujosas y su dine-
ro? —preguntó, con incredulidad.

73
CAPÍTULO | 4
Algo va mal

—Mándalos a Azkaban si se lo merecen, pero no arruines a


todo un linaje familiar. No es así como los magos hacemos las co-
sas.
Harry hizo una mueca.
—Ah, es eso. «No queremos leyes y costumbres muggles».
Morag puso los ojos en blanco, como si creyera que había di-
cho una tontería. Pero fue Daphne la que intervino, pillando a Ha-
rry un poco por sorpresa porque jamás habían cruzado ni media pa-
labra.
—Perdonad que interrumpa, pero Potter, tengo entendido
que heredaste gran parte de la fortuna de los Black, incluido
Grimmauld Place, ¿no es cierto?
—Era la herencia de mi padrino y él jamás fue un mortífago
ni los apoyó —dijo rápida y secamente.
Daphne no pareció notar la dureza de su tono.
—Sí, pero Sirius Black no trabajó un solo día en toda su vida
—replicó casi con amabilidad—. Todo lo que heredaste había per-
tenecido a sus padres, que simpatizaban muchísimo con Voldemort.
No te estoy acusando de nada, no creas, y por supuesto tampoco a
tu padrino. Obviamente pienso que hiciste lo correcto o no estaría
en contra de este proyecto de ley. Pero quizás estarías en mejor po-
sición moral para defender tu postura si no hubieras aceptado la he-
rencia de una familia que, aunque con excepciones, siempre ha de-
fendido la pureza de sangre y ha despreciado a los muggles.
Harry, que nunca lo había visto así, se quedó sin saber qué
decir y con la sensación de que estaba a punto de perder esa discu-
sión.
—Yo sólo acepté ese dinero y esa casa para que no se lo que-
dara Bellatrix Lestrange.
Daphne se limitó a inclinar ligeramente la cabeza a un lado y
esbozó una pequeña sonrisa divertida. Harry supo sin lugar a dudas
lo que estaba pensando. Que Bellatrix había muerto hacía diecinue-
ve años y pico. Que podría haber devuelto todo ese dinero moral-
mente dudoso.

74
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Harry, Sirius Black era tu padrino —dijo Morag—. Cree-


mos que tenías todo el derecho del mundo a heredar su dinero. Da
igual lo que hicieran sus padres o sus abuelos o cualquiera de sus
antepasados. Como su ahijado y heredero, ese dinero era tan tuyo
como de ellos y no habría sido justo privarte de él o privar a Black
en su momento, cuando todos pensaban que era un mortífago.
Harry se encontró vacilando. Las cosas que decían tenían
cierto sentido, aunque aún había algo dentro de él que se rebelaba
ante esa idea. En ese momento sólo sabía con seguridad que ya no
estaba seguro de qué pensar.
—La verdad es que nunca lo había visto desde ese punto de
vista —admitió. La expresión claramente sorprendida de las dos
mujeres le sirvió de consuelo. Si creían que iba a obcecarse en su
postura se equivocaban; era muy capaz de cambiar de opinión sobre
algo si le daban buenos argumentos—. Tendré que pensarlo, su-
pongo.
Morag asintió con una sonrisa de aprobación.
—Gracias por escucharnos. Y si te decides a apoyarnos, ya
sabes, estaremos aquí hasta el viernes.


Cuando Harry llegó a casa vio que Ginny ya estaba allí tam-
bién, preparando el almuerzo. Él se puso a ayudarla y mientras pre-
paraba uno de los emparedados de pollo le comentó la conversación
que había tenido con Morag y Daphne, interesado en saber su opi-
nión. A juzgar por su expresión, no parecía estar de acuerdo con
ellas.
—Harry, no seas tonto, no puedes comparar tu caso con lo
que ellas están defendiendo. Sirius y tú jamás habríais apoyado a
gente como Voldemort. Hay cierta justicia poética en que ese dine-
ro haya acabado siendo tuyo, de alguien que luchó contra todos los
prejuicios que ellos mantenían. Pero en el caso de familias como los
Malfoy o los Parkinson… Merlín, les tendrían que haber dejado sin

75
CAPÍTULO | 4
Algo va mal

nada. Eso es lo único que entienden y les habría bajado los humos
de una vez por todas.
—¿Aunque su fortuna fuera legal?
Ginny se encogió de hombros.
—No lo sé, pero ya has visto cómo son. Mientras tengan di-
nero, sus casas… no aprenderán la lección.
—Bueno, no puedes hacer una ley sólo para algunas familias.
Ginny terminó de servir el zumo de calabaza en los vasos.
—La verdad es que me da igual si se aprueba esa ley o no.
Simplemente, no te compares con esa cuadrilla de delincuentes, por
favor.
Harry se quedó más tranquilo al ver que ella no pensaba que
hubiera hecho mal en aceptar el dinero de los Black y se olvidó del
tema porque, en el fondo, tampoco le importaba demasiado lo que
pasara con esa ley. Sin aquella distracción inesperada, su mente re-
gresó rápidamente al caso que había dejado atrás. Lo único que las
víctimas tenían en común era que se trataba de mujeres ancianas
que vivían solas, y todo habría tenido más sentido si su dinero o sus
objetos de valor hubieran desaparecido también. Pero no era así; el
agresor o los agresores estaban interesados en las ancianas, no en
sus cosas y el estómago se le revolvió un poco al comprender que
podía tratarse de algún pervertido sexual. Los delitos sexuales en el
mundo mágico eran escasos, pero ocurrían, aunque fuera muy de
tanto en tanto.
Súbitamente preocupado, se acercó un momento a la chime-
nea y llamó a Andromeda Tonks, la abuela de Ted.
—¿Harry? —dijo la mujer, acercándose a la chimenea—.
¿Qué ocurre?
—Hola, Andromeda. Verás, ¿recuerdas la desaparición de la
señora Corner? —Ella asintió—. Esta mañana nos han notificado
otra desaparición parecida.
—Oh… ¿Puedes decirme de quién se trata?
—La señora Moira Parsons —contestó, preguntándose si
Andromeda conocería a alguien de esa familia.

76
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Ella entrecerró los ojos, señal de que estaba buscando infor-


mación en su memoria.
—¿Es familia de los Bletchey?
—Sí.
—Ya sé quién es.
—¿La conocías?
—No, con ella nunca he hablado personalmente. Pero sí co-
nocí a una de sus nietas, la más pequeña. Estaba un curso por enci-
ma de mí en Slytherin. Hace mucho que no hablo con ella.
—¿Simpatizaban con Voldemort?
—Bueno, no simpatizaban con los muggles ni con los san-
gremuggle, eso seguro. Pero no creo que apoyaran nunca a Volde-
mort.
Harry asintió, sabiendo que Andromeda era una fuente de
información muy fiable para estos casos.
—Escucha, Andromeda… estas desapariciones me dan muy
mala espina. En ambos casos son mujeres mayores que vivían solas
y… bueno, extrema las precauciones, ¿de acuerdo?
—Sólo tengo sesenta y seis años, no soy tan mayor como
ellas —dijo, un poco ofendida—. Y no vivo sola, vivo con Ted. Al
menos mientras Victoire siga en Hogwarts.
Harry suspiró.
—Ya sabes lo que quiero decir, Andromeda. Tú ten cuidado,
¿vale? Haz feliz a este pobre auror.
Ella se rió y lo miró con afecto.
—De acuerdo, Harry, no te preocupes. Tendré cuidado.
Harry se despidió de ella y decidió que si se producía otra
desaparición, mandaría al viejo Kreacher a casa de Andromeda hasta
que averiguaran qué estaba pasando.


En su despacho en la mansión Malfoy, Draco Malfoy hizo
una bola con su último intento por escribirle una carta a Scorpius y

77
CAPÍTULO | 4
Algo va mal

la lanzó a la papelera con las demás. Aquella mañana les había llega-
do su segunda carta de Hogwarts, que incluía un detallado listado
de todas las injusticias a las que Scorpius creía haber sido sometido
desde su primer día de colegio. Algunas de esas cosas no eran más
que tonterías de críos, y otras eran las que cabía esperar cuando uno
era un Slytherin, pero lo de Longbottom le había enfurecido más de
lo que esperaba. Era un ataque personal y todo lo que quería Draco
era devolver el golpe.
En sus primeras cartas, todas ya en la papelera, le había dicho
a Scorpius lo que pensaba de aquel subnormal que se había conver-
tido en un héroe básicamente gracias a que Snape le había estado
cubriendo el culo. ¿Cuánto habría durado ese inútil enfrentándose
a verdaderos mortífagos si Snape hubiera sido realmente uno de
ellos y le hubiera hecho la Cruciatus personalmente? Pero no, los
mandaba a dar paseítos al Bosque Prohibido con Hagrid; en el peor
de los casos, recibían la Cruciatus a manos de Greg y Vince. A Dra-
co le había bastado eso para sospechar seriamente de las lealtades de
Snape, pero se había callado, igual que se habían callado otros
Slytherin que sabían que los Gryffindor eran uña y carne con el
semigigante. Ese bastardo les había pagado su silencio huyendo,
abandonándolos del todo a su suerte.
Y los Gryffindor habían pensado que Greg y Vince eran du-
rísimos con las Cruciatus… Draco se había reído mucho con eso,
sólo que había sido una risa desgarrada, carente de humor, que la
mitad de las veces le hacía terminar llorando.
Longbottom más que nadie tendría que haber sabido que
una Cruciatus que te dejaba con ganas de seguir peleando no era
una Cruciatus bien hecha. Pero jamás había admitido la protección
que Snape le había dado a él y a los suyos, y a Draco le habían dicho
que hasta le gustaba vanagloriarse de que Voldemort le hubiera pro-
puesto unirse a él… Como si eso significara algo, excepto que Vol-
demort había reconocido a un asesino.
Pero cada vez que había terminado una de esas cartas vene-
nosas y la había releído, había dudado y la había tirado a la basura.

78
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Si Longbottom estaba metiéndose con Scorpius, pagaría por ello,


pero Draco no quería mezclar a su hijo en su venganza. Y a medida
que las cartas iban perdiendo veneno, se volvían también más difíci-
les de escribir y provocaban reflexiones más amargas. No quería
pensar en lo mucho que dolía que un inútil como Longbottom, al
que siempre había despreciado y siempre despreciaría, fuera más
respetado que él en el mundo mágico.
Con una habilidad fruto de la práctica, Draco relegó aquellos
pensamientos al fondo de su mente. Si les hubiera hecho caso, la
amargura le habría consumido hacía ya mucho tiempo. Draco había
hecho las paces con su pasado: con la educación que había recibido,
lo raro habría sido que no apoyara a Voldemort, y nunca habría po-
dido arrepentirse de haber hecho todo lo posible para que él y sus
padres sobrevivieran a la guerra. Tampoco podía arrepentirse de los
insultos; por mucho que hubieran sido crueles y mezquinos, sus
compañeros de Gryffindor no le caían mucho mejor ahora de lo
que le caían en la escuela. Sí, eran valientes. Sí, habían luchado en
el bando correcto (porque el bando ganador, al fin y al cabo, siem-
pre era el correcto). Pero si te salvaban la vida era para recordártelo
siempre y se les llenaba la boca hablando de paz y perdón mientras
seguían castigando errores de veinte años atrás. Draco había llegado
a respetar a algunos ex Gryffindor con los que se había ido encon-
trando tras la escuela, pero entre ellos no había uno solo con el que
hubiera ido a clase.
Pero sí le dolía, y mucho, que Scorpius estuviera pagando
por sus acciones. Sólo por eso, sí habría echado marcha atrás y le
habría dicho a su versión escolar que vigilara la boca. Y no sabía
cómo explicarle ahora a su hijo que sí, que tenía razón al pensar que
Longbottom le estaba tratando así por él, que tendría que buscar la
manera de esquivar su venganza.
Su madre interrumpió sus elucubraciones entrando al despa-
cho. A sus sesenta y dos años, Narcissa no daba demasiados indicios
de estar ya en la mediana edad. Mantenía su cabello libre de canas
gracias a un hechizo y su aspecto seguía siendo elegante y distingui-

79
CAPÍTULO | 4
Algo va mal

do. Draco se alegraba de que su madre no cometiera el error, fre-


cuente en brujas y magos de su edad, de intentar aferrarse a la ju-
ventud.
—¿Dónde están los demás?
—Papá ha ido a casa de Philip Bulstrode —dijo, refiriéndose
al suegro de su amigo Greg Goyle—. Astoria y Cassandra han ido al
cine.
—Me ha llegado una lechuza de tu suegra. Al parecer ha des-
aparecido la vieja señora Parsons.
Draco trató de identificar el apellido.
—¿Es familia de Miles Bletchey? —Narcissa asintió—. Creo
que no la he visto en mi vida. Y apuesto a que Miles tampoco.
—No estaría de más que le escribieras una carta.
Draco suspiró, pensando en el rato que llevaba intentando
escribirle la carta a Scorpius.
—Sí, ya…
Narcissa lo miró inquisitivamente.
—¿Te ocurre algo, dragón? Pareces tan mustio como un
Hufflepuff sin su beso de buenas noches.
Draco se mordió los labios un segundo, pensando si debía
contárselo o no, y después decidió hacerlo.
—Todo eso de Longbottom metiéndose con Scorpius… Se
supone que debo decirle que aguante y que ignore a ese imbécil,
pero es muy fácil hablar cuando es él quien tiene que soportarlo.
—Tú otra única opción es sacarlo de Hogwarts.
—Ya sabes lo que pienso de eso. Los hemos criado fuera de
Inglaterra para que no crecieran en medio de toda esta mierda. Pero
este es su sitio, son Malfoy y son ingleses. Si seguimos educándolos
en el extranjero, siempre se sentirán extranjeros aquí. No quiero
que mis nietos vendan la mansión Malfoy porque les pilla demasia-
do lejos de su casa en los Estados Unidos.
—Nadie quiere eso —admitió Narcissa.

80
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Si Slughorn fuera el Jefe de Slytherin que debería ser, le


aconsejaría cómo manejarlo, pero por lo que cuenta Scorpius, ese
viejo idiota no tiene ni idea de lo que significa ser un Slytherin.
Su madre, que lo había tenido de Jefe de Casa durante sus
años en Hogwarts, hizo un ademán indolente con la mano.
—Oh, sí lo sabe. Hace lo que ha hecho siempre, arrimarse al
equipo ganador, practicar el sálvese quien pueda.
—A costa de los alumnos de Slytherin —dijo Draco, sor-
prendiéndose por el tono herido de su propia voz—. Que vuelven a
tener como Jefe de Casa a alguien que no se preocupa de verdad
por ellos.
Su madre se quedó en silencio, mirándolo con una expresión
que decía a las claras que aquello era innecesariamente melodramá-
tico y no pensaba agraciarlo con un comentario, y después continuó
como si no hubiera dicho nada. Draco contuvo su irritación; nunca
había entendido por qué sus padres no le guardaban rencor a Snape,
que se había hecho pasar durante años por un gran amigo suyo.
—¿Qué piensa Scorpius de todo esto?
—Que todos los que se meten con él son idiotas —dijo, en-
cogiéndose de hombros.
Narcissa sonrió un poco.
—Tiene las cosas claras, entonces. No creo que un buen jefe
de Slytherin le hubiera dicho otra cosa.
Draco se pasó la mano por el pelo, del mismo color platino
que el de su padre y el de su hijo.
—Han pasado diecinueve años… He educado a mis hijos pa-
ra la paz. He intentado que crecieran sin resentimientos y sin pre-
juicios. Pero… me he equivocado, ¿verdad? Todavía estamos en
guerra.
Su madre lo miró con una extrañada compasión.
—Querido, siempre estamos en guerra.



81
CAPÍTULO | 4
Algo va mal

Querido Scorpius,

Lamento oír que te estás encontrando con tantas dificultades en tus


primeros días en Hogwarts, aunque no puedo decir que sea una gran sorpre-
sa. Nunca he esperado mucho de la gente de otras casas, con excepción de al-
gunos Ravenclaw.
Me gustaría poder decirte que tengo el poder para hacer que Longbot-
tom, los Weasley y los Potter te dejen tranquilo, pero eso es algo que nunca
pudimos conseguir ni cuando estábamos en la cumbre de nuestro poder. Son
molestias, Scorpius. Es de Hufflepuffs pensar que uno va a llevar una vida
carente de molestias. Sólo puedo darte un consejo: espera siempre el momento
adecuado. Aún sigo pensando que debes evitar meterte en problemas, pero si
algún día necesitas vengarte, entonces no seas estúpido y asegúrate de que esa
venganza no se volverá contra ti.
Creo que sabes que puedes hacernos a tus abuelos, a tu madre y a mí
cualquier pregunta que necesites hacernos. Ignoro a qué extremos pueden lle-
gar Longbottom y los otros nobles Gryffindor para demostrarte lo superiores
moralmente que son a ti (espero que seas lo bastante mayor ya como para sa-
ber que esto es una ironía), pero como ya te dije antes de que fueras a
Hogwarts, allí no vas a oír nada bueno sobre los Malfoy o los Slytherin. Si
necesitas que te aclaremos cualquiera de sus insinuaciones, se trate de lo que se
trate, no tengas reparos en pedírnoslo.
Por supuesto, en vista de las recientes circunstancias, tu madre y yo
hemos decidido que nos contentaremos con que apruebes Herbología, sin nece-
sidad de que saques buena nota. En cuanto a las otras asignaturas, seguimos
exigiéndote lo mismo, así que no te despistes con los deberes ni con los estu-
dios.
Necesito pedirte una cosa. Por lo que me has contado, Diana también
va a ser un objetivo de Longbottom. Dudo mucho que las cartas que les envía
a sus padres contengan algo más aparte de una relación de las cosas que ha
comido a lo largo de la semana, así que te agradecería que me mantuvieras in-
formado de cómo le va con todo este asunto. Ya sabes que para mí, Diana
también es familia.

82
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Sé que todos en la mansión Malfoy te han escrito también, así que voy
a saltarme la parte en la que te cuento cómo están todos. Yo estoy bien y sí, el
efecto del hechizo supuestamente gracioso de Gabriel ha pasado y mi pelo
vuelve a ser el de siempre, gracias. Puedes decirle a tu primo que retiro mi
amenaza de atarlo de pies y manos y echarlo a un nido de inferi si vuelvo a
verlo, aunque, desde luego, sigue siendo el destino que le espera si vuelve a
producirse algo similar.

Escribe pronto, Scorpius.


Te quiere,

Draco Malfoy

PD Justo cuando iba a mandar esta lechuza tu madre y tu hermana


han vuelto del cine y tu madre me ha dicho que tu prima Morrigan les ha
contado a tus tíos en su carta que un alumno de vuestro curso, un Slytherin,
ha pedido —y obtenido— permiso para sentarse en la mesa de Gryffindor.
No acabo de entender cómo es posible que haya pasado algo así. Confío en
que me escribas lo antes posible para confirmarme si es verdad y, en caso de
que lo sea, me cuentes los detalles. Por si es cierto, espero que entiendas que, a
partir de ahora, ese niño va a ser un espía de los Gryffindor, así que es mejor
que no os relacionéis en absoluto con él. Cuídate.

83
Capítulo 5
La vida en Hogwarts

A lo largo de los días siguientes, Scorpius fue aprendiendo


todo lo que necesitaba saber para su nueva vida en
Hogwarts. Ya no se perdía por los pasillos ni se sobresal-
taba cuando oía los gritos de Peeves y se acostumbró a vigilar siem-
pre lo que decía por si Watson andaba cerca y a repasar los deberes
de Diana mientras hacía los suyos. Los profesores dejaron de ser
desconocidos y descubrió sus flaquezas y sus límites con el instinto
de todos los niños del mundo. Empezó a reconocer a los alumnos
más notables; la mayoría eran Potter o Weasley, pero había otros que
no lo eran, como los Buscadores de los equipos de quidditch, los
dos Premios Anuales y unos pocos con famas algo más heterodoxas,
como Leila Pickett, una alumna de sexto de Hufflepuff que tenía el
dudoso honor de ser la primera anoréxica reconocida de Hogwarts,
Nebula Edgecombe, la única sangrepura del colegio con padres di-
vorciados, o Harry Travers, un Ravenclaw de quinto que en su se-
gundo año se había comido un grillo vivo para ganar una apuesta.
Scorpius no tardó en comprender que él también era una
pequeña celebridad, la cabeza más visible del curso de Slytherin en
el que se habían reunido más niños de familias relacionadas con
Voldemort. Daba la impresión de que todos los alumnos de Hog-
warts sabían quién era y lo que habían hecho sus padres durante la

84
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

guerra, y aunque la mayoría dejaron de mirarlo e intercambiar su-


surros en cuanto se acostumbraron a verlo por el colegio, había una
minoría que se lo estaba haciendo pagar. Potter y su grupo ya se la
tenían jurada; le habían mirado mal desde el primer día, pero desde
que Watson les había contado lo que había dicho de Longbottom
habían dado un paso más; al día siguiente de aquel chivatazo, lo ha-
bían acorralado en uno de los pasillos, lo habían empujado al suelo
y le habían dicho entre insultos que si volvía a hablar mal del profe-
sor iban a hacer que se arrepintiera.
Ya no habían vuelto a tocarlo, pero a veces le gastaban bro-
mas pesadas con los artículos de la tienda del padre de Fred Weasley.
Scorpius se había quejado a Slughorn, pero todo lo que había con-
seguido eran unas vagas palabras de consuelo. Era agotador, además
de molesto y humillante, y Scorpius se estaba acostumbrando a
moverse por los pasillos en estado de alarma, pendiente de cual-
quier movimiento brusco a su alrededor. Sólo se relajaba del todo
en la Sala Común, entre los suyos, y aun así, allí tenía que vigilar lo
que decía para que Watson no se chivara después. Por suerte, Scor-
pius había heredado la capacidad de recuperación de su padre; des-
pués de algún encontronazo con ellos, se tomaba un tiempo para
lamerse las heridas y luego volvía a presentarse ante sus amigos listo
para seguir con su vida como si no hubiera pasado nada.
Las clases con los Gryffindor estaban llenas de tensión. Scor-
pius era lo bastante listo como para darse cuenta de que gran parte
de la culpa la tenía Longbottom, cuyo ejemplo era pésimo. En los
días buenos, se limitaban a irse de ahí con unos cuantos puntos de
menos, pero en los malos a Longbottom no le costaba nada ridiculi-
zar el trabajo de alguno de ellos —especialmente de Diana, Damon
o él— o incluso hacía comentarios sobre sus familias: un día le ha-
bía preguntado a Diana, cuya torpeza había dejado bastante maltre-
cha a una de sus plantas, si había heredado el don para torturar de
su padre, y otro día después de acusarlo sin razón de haber tirado
un tiesto al suelo, le había dicho que era demasiado cobarde para
decir la verdad, igual que su padre. Cuando los alumnos de Gryf-

85
CAPÍTULO | 5
La vida en Hogwarts

findor salían de sus clases soltando risitas y cuchicheando entre


ellos, Scorpius sentía el odio subir por su garganta como un jarabe
espeso y amargo. Quizás no lo hacían todos, pero en aquellos mo-
mentos él no estaba para matices. En Defensa y Pociones, cuando
los profesores no estaban escuchándoles, de vez en cuando cruza-
ban burlas o insultos. Pero los Slytherin habían aprendido rápida-
mente que tenían todas las de perder, no sólo porque la mayoría de
profesores solían culparlos de todo, sino también porque eran casi
la mitad que los Gryffindor, así que mantenían ese enfrentamiento
muy subterráneo.
A veces, Scorpius miraba a Albus Potter y los huesos le de-
cían que encararse abiertamente con él sería como llegar a algún si-
tio, como completar algo hacia lo que le estaban empujando, aunque
no sabía el qué, pero se resistía a dar ese primer paso. No mientras
Potter no se metiera con él antes o no le diera motivos. Pero Potter,
al contrario que la mayoría de sus parientes, parecía más interesado
en atender en las clases que en meterse con él. De vez en cuando
había una mirada especialmente intensa, un cruce de palabras, y en-
tonces parecía que iba a pasar, pero uno de los dos acababa cediendo
antes de que ese momento llegara. Por lo general Albus Potter le
ignoraba y en esas circunstancias, eso era algo que Scorpius casi
agradecía.
Como Scorpius ya había sido advertido de lo que le esperaba,
aquellos disgustos no eran ninguna sorpresa. En cierto sentido, le
hacían sentirse aún más Slytherin, más unido a su Casa. Y sus pro-
blemas con los Gryffindor o con Longbottom eran sólo un aspecto
de su vida en Hogwarts; había otras cosas, cosas que compensaban
los disgustos. No tenía demasiados problemas en las clases que
compartía con los Hufflepuff y los Ravenclaw, así que los profeso-
res de esas asignaturas, como Davies, Blackcrow y Flitwick, se
ablandaron un poco con él en cuanto comprendieron que era un
alumno listo y con más ganas de aprender que de causar problemas.
A pesar de que le gustaba estar solo de vez en cuando, estaba disfru-
tando más de lo que esperaba con la convivencia con tantos niños

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

de su edad, aunque uno de ellos fuera Watson, del que no podían


fiarse. Con Hector y Britney se llevaba cada vez mejor y Cecily no
le caía mal, aunque fuera la chica con la que menos conectaba por-
que sólo pensaba en ropa y gente famosa. Empezaban a convertirse
en un grupo sólido, compacto, que los mayores de su Casa obser-
vaban con aprobación. Cuando no había deberes que hacer, siempre
encontraban algo a lo que jugar o algún rincón de los terrenos de
Hogwarts o del interior del castillo que explorar. Más de una vez
salía de Herbología pensando que deberían haberlo enviado a otro
colegio, pero en general, estaba contento allí.


Una tarde de finales de septiembre, un rumor empezó a ex-
tenderse rápidamente por Hogwarts proveniente de la Casa de
Hufflepuff. Una de las alumnas de primero, de origen muggle, ha-
bía decidido que prefería volver a estudiar en el mundo muggle con
sus amigas, su ordenador y su video-consola.
—Pero… no aprenderá a hacer magia —dijo Albus, estupe-
facto, cuando se enteró.
—Madre mía, qué idiota —exclamó Amal, llevándose las
manos a la cabeza con escandalizada incredulidad—. ¡La magia es
mejor que todas esas cosas! ¡Ya jugará en vacaciones!
—Pues me ha dicho Molly que casi todos los años pasa algo
así —dijo Rose, arrugando un poco la nariz.
Albus la miró con incredulidad.
—¿Qué?—La verdad, resultaba un poco insultante ser recha-
zado de esa manera.
—Sí, pregúntaselo y verás. Dice que antes casi no pasaba, pe-
ro que ahora lo raro es que ninguno de los sagremuggle se vaya a su
casa.
James, que acababa de llegar a la Sala Común con Michael y
Fred, se acercó entonces a ellos.

87
CAPÍTULO | 5
La vida en Hogwarts

—Eh, ¿os habéis enterado? —dijo, dándole una palmadita


amistosa a Albus a modo de saludo—. Hay una niña Hufflepuff de
vuestro curso que se va a ir de Hogwarts.
—Sí, nos acabamos de enterar. Es una chica alta con el pelo
rizado y rubio. Se llama… Dashwood, creo.
—Anne Dashwood —corroboró Rose—. Escucha, James, ¿a
que casi todos los años hay algún mago de origen muggle que quie-
re volver a su casa?
—Sí, es verdad. El año pasado ya se fue un chico de Raven-
claw.
—Pero eso no es raro —dijo Michael, dejándose caer en uno
de los sillones, granate y confortable—. El año pasado leí que hasta
el siglo XVI o XVII era normal que algún sangremuggle abandonara
de vez en cuando.
—¿Por qué? —preguntaron Rose y Albus a la vez.
—Porque en aquella época los muggles estaban muy influen-
ciados por la religión, y el cristianismo estaba en contra de la bruje-
ría, ya sabéis, así que algunos se agobiaban porque creían que iban a
ir al infierno y terminaban dejando el colegio.
Albus arqueó las cejas, sorprendido. No había imaginado que
hubieran llegado a creer tan en serio en esas tonterías. No recorda-
ba cuándo ni por qué le habían hablado por primera vez de Dios,
los cristianos y esas cosas, seguramente alguna Navidad, pero siem-
pre había imaginado que sólo eran cuentos que la gente se contaba.
—Pero Molly ha dicho que antes casi no pasaba —dijo Rose,
buscando a su prima con la vista, como si esperara que corroborara
sus palabras—, que esto ha empezado hace sólo unos años.
—Ya, porque después de esa época, la cosa cambió, los mug-
gles se volvieron un poco más normales y los sangremuggles com-
prendieron que no iban a ir al infierno por hacer magia y entonces
empezaron a quedarse todos en Hogwarts. Y eso duró hasta hace
unos diez años, más o menos.
—¿Y qué ha cambiado? ¿Por qué ya no les gustamos tanto?

88
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—No sé, debe de ser por sus ordenadores y esas cosas, por-
que todos dan siempre esa excusa.
—Pero no entiendo por qué ha de irse —insistió ella—. No-
sotros también tenemos ordenadores en el Aula de Estudios Mug-
gles. Si tantas ganas tiene de usarlo que pida permiso, seguro que
Blackcrow se lo da.
Amal intervino a regañadientes.
—Es que no es lo mismo. Hay seis ordenadores para un
montón de alumnos. Y sus tarjetas gráficas no valen nada y además
van lentísimos. Ya ves, sólo tres megas, eso no es nada. Pero da
igual, esa niña está loca por marcharse. Yo también echo de menos
mis cosas a veces, pero esto es mil veces mejor.
—Y además, nunca aprenderá a usar su magia —dijo Albus
de nuevo, todavía sin creerse del todo que alguien pudiera tomar
una decisión tan absurda.
Pero Dashwood la había tomado. Aquella noche, durante la
cena, ya no estuvo en la mesa de Hufflepuff y sus compañeros dije-
ron que la jefa de su Casa, la profesora de Runas, Carlota Lynch, se
la había llevado a la enfermería y pasaría allí la noche.
—La sacarán de aquí mañana, cuando estemos en clase —le
explicó Harry Creevey a Albus—. Los mayores dicen que lo hacen
así siempre para que no esté todo el mundo allí mirándola.
A la mañana siguiente Dashwood seguía sin aparecer y ya no
se la vio el resto del día, así que Albus supuso que Harry tenía ra-
zón. Por la noche, todo el mundo decía que ya había vuelto al
mundo muggle. Los Hufflepuff no parecían muy afectados por el
abandono; tenían más sangremuggles que ninguna otra casa y, por
lo tanto, se encontraban más a menudo a esa situación. Algunos in-
cluso justificaban esos abandonos, pues decían que era normal que,
de vez en cuando, alguno añorara tanto su casa que tuviera que
marcharse. Pero Albus se dijo, absolutamente convencido, que no
sería nunca capaz de comprender cómo alguien podía renunciar a
hacer magia.

89
CAPÍTULO | 5
La vida en Hogwarts



Un día, un chivatazo de Watson se saldó con diez puntos


menos para Slytherin y un nuevo castigo para Scorpius y Damon.
Mientras ambos chicos rascaban con desgana el fondo de los calde-
ros de la clase de Pociones, estuvieron hablando con resentimiento
de maneras en las que podían vengarse de Watson. Tenía que ser al-
go que no les dejara sin equipo de quidditch ni hiciera que le quita-
ran puntos, ya que eso perjudicaría a Slytherin y no podían permi-
tirse el lujo de perder más puntuación.
Lamentablemente, todo lo que se les ocurría implicaba he-
chizos y pociones que aún no sabían hacer —y que quizá ni siquiera
existían— y se marcharon de allí a las diez de la noche, cansados y
frustrados. Los alumnos de primero ya estaban acostados y a punto
de apagar las luces, y Scorpius y Damon se desnudaron a toda prisa
mientras le lanzaban a Watson miradas de odio concentrado.
—Puede que tenga que esperar a terminar el colegio, pero
esta me la pagarás, gordo de mierda —le prometió Damon entre
dientes.
Watson le lanzó una mirada petulante, pero no dijo nada.
Nunca hablaba cuando estaba en la Sala Común o en el dormitorio,
como si supiera el peligro que corría de hacer explotar una situa-
ción casi imposible. Metiéndose en la cama, Scorpius se dijo que
Watson tenía que pagarlo antes, y siguió pensando venganzas. Tenía
que haber algo que pudieran hacer, algo que les hiciera sentir que
aquel idiota no podía amargarles la vida sin que hubiera al menos
alguna consecuencia. Si ellos tenían que aguantar que los trataran
así en Hogwarts por lo que habían hecho sus padres o sus abuelos,
Watson también debía sufrir. De pronto, se le ocurrió una idea —
infantil, asquerosa y por lo tanto, brillante— y aguardó paciente-
mente a que Watson estuviera dormido. Entonces se levantó con
cuidado de no hacer ruido. Damon se medio incorporó en la cama
antes de que Scorpius se acercara a él, revelando que aún seguía

90
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

despierto, y éste le hizo una señal para que le siguiera al cuarto de


baño.
Una vez dentro, Scorpius sonrió malignamente.
—Ya sé cómo podemos vengarnos.
Entonces se acercó a uno de los váteres, y empezó a mear.
—¿Cómo? —preguntó Damon.
—Espera. —Cuando terminó, le hizo otra señal a Damon—.
Ahora tú.
—No tengo ganas.
—Inténtalo. O escupe o algo.
Damon intentó mear y consiguió echar un chorrito.
—¿Y ahora?
Scorpius acentuó aún más su sonrisa y fue a la repisa en la
que los cuatro chicos guardaban sus enseres de aseo. Watson había
pecado de inocente al no protegerlos con un hechizo; quizás sus
confiados padres Hufflepuff no habían pensado que fuera necesa-
rio.
Por desgracia para todos, su hijo estaba entre serpientes.
Por supuesto que era necesario.
Con ademanes medidos y a la vez teatrales, cogió la bolsa
azul de Watson y sacó su cepillo de dientes, mostrándoselo a Da-
mon. El chico, entendiendo al momento lo que planeaba hacer
abrió mucho los ojos con incredulidad y Scorpius arqueó las cejas;
¿tenía alguna objeción? Pero no, la cara de Damon no reflejaba ob-
jeción alguna, sólo el más puro deleite y una admiración casi salvaje
que hizo que Scorpius se sintiera poderoso.
Sin una sola señal de vacilación, Scorpius fue a la taza del
váter y sumergió el cepillo de Watson unos segundos. Damon em-
pezó a sofocar una risa casi histérica, probablemente imaginándose
a aquel chivato lavándose los dientes con aquello al día siguiente.
Cuando lo sacó, Scorpius vio que se había quedado un poco amari-
llo y lo mojó con agua del grifo, sin frotar, para que no fuera tan
evidente. Después guardó el cepillo de nuevo en su bolsa.

91
CAPÍTULO | 5
La vida en Hogwarts

—Y lo haremos cada vez que se chive de alguno de nosotros


—le dijo a Damon, con decisión.


En octubre empezaron también las actividades extraescola-
res. Durante siglos, la única oferta del colegio había sido el coro y el
quidditch —y los duelos, a temporadas—, pero desde hacía unos
años habían incorporado muchas actividades más. Había clases de
diversos idiomas, de diversos instrumentos musicales, un campeo-
nato bien organizado de ajedrez y un taller de pintura.
Por insistencia de su madre, tanto Scorpius como Cassandra
habían recibido clases de piano desde pequeños. Estuvieran en el
país que estuvieran, en su casa siempre había un piano disponible
para ellos. Scorpius había recibido órdenes tajantes de apuntarse a
las clases de piano de Hogwarts así que los martes y los jueves, des-
pués del té, empezó a ir al aula de música.
Scorpius disfrutaba tocando el piano, pero el problema de ir
a las clases era que también tenía que practicar y realmente le costa-
ba sacar tiempo, con todos los deberes que tenía. Por suerte, el pro-
fesor de música, el profesor Landau, no era demasiado exigente con
los alumnos a no ser que fueran excepcionalmente buenos; Scor-
pius sólo era competente y quedaba fuera de su círculo de interés,
así que le bastaba con esforzarse lo mínimo.
En las clases de piano había alumnos de las cuatro casas y de
todos los cursos, pues se les dividía atendiendo exclusivamente a su
nivel. En el grupo de Scorpius había cinco alumnos más. Seren
Carmichael era una Hufflepuff de segundo bastante bonita que lle-
vaba cuatro años tocando el piano. Había dos Ravenclaw: un chico
de segundo, Guy Stone, que ceceaba al hablar y otro de cuarto que
se llamaba Harry Dawlish. Scorpius no era el único Slytherin, había
una chica de tercero que se llamaba Berenice Yaxley. El grupo lo ce-
rraba Alexandra Vane, una Gryffindor de segundo, pequeña y feú-
cha, que se tomaba muy en serio sus clases.

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

A pesar de la mezcla de Casas, Scorpius descubrió que las


clases transcurrían de manera sorprendentemente pacífica. Los seis
estudiantes podían tener más o menos talento, pero apreciaban de
corazón la música y algo dentro de ellos les impedía empezar con
las rencillas de siempre cuando estaba sonando algo demasiado
hermoso como para mancillarlo así. Seren Carmichael incluso se
mostraba simpática con los dos Slytherin del grupo; Berenice se li-
mitaba a ignorarla educadamente, pero a Scorpius le caía bien.
Hector se había apuntado al campeonato de ajedrez y había
vuelto a la Sala Común diciendo que Albus Potter se había apunta-
do también.
—Pues ya puedes empezar a practicar para patearle el culo —
dijo Damon.
—¿Para qué? —exclamó Morrigan, con cierta amargura—. Si
él se presenta, podéis estar seguros de que le van a dar el campeona-
to. Si hasta Slughorn le regala puntos… Es el favorito de todos los
profesores.
—No pueden regalarle el campeonato —replicó Scorpius,
tajante—. Quien mate al rey, gana, y no hay nada que los profesores
puedan hacer para cambiarlo. Tienes que intentarlo, Hector.
—Pero también se han apuntado muchos alumnos mayores,
¿no? —dijo Cecily.
—Hay dos campeonatos, uno para los alumnos de primero a
tercero y otro para los de cuarto a séptimo —le explicó Scorpius.
Luego miró a Hector—. Te ayudaremos a practicar, ¿vale? Además,
con que quedes mejor situado que Potter nos conformamos.
Hector asintió.
—Bueno, lo intentaré.
Entonces Britney, que se había ido a la biblioteca, entró en la
Sala Común y se acercó a ellos. Nada más verla, Scorpius supo que
le había pasado algo; se la veía alterada, como si estuviera esforzán-
dose en no echarse a llorar de rabia. Los demás también lo notaron
y la rodearon con preocupación.
—¿Qué te pasa, Britney?

93
CAPÍTULO | 5
La vida en Hogwarts

—¿Te han hecho algo los Gryffindor? —preguntó Damon.


Ella negó con la cabeza, con la vista baja y los labios apreta-
dos.
—Entonces, ¿qué ha pasado? —insistió Scorpius.
—¿Es cosa de chicas? —dijo Morrigan, inclinándose confi-
dencialmente hacia ella—. ¿Quieres contárnoslo a nosotras?
Britney volvió a negar con la cabeza.
—Han sido unos de segundo —dijo al final, todavía mirando
al suelo—. Me han dicho que era casi una san-sangresucia y que no
debía de estar en Slytherin.
No sólo su madre era muggle; su padre era un sangremuggle
de Ravenclaw. Y realmente con esa mezcla era inusual que hubiera
acabado en Slytherin, pero el caso es que allí estaba. Y al contrario
que ese traidor de Watson, a Britney le gustaba ser una de ellos.
Nadie tenía derecho a decirle que ella no debía de estar allí.
—¿Quién ha sido? —le preguntó Scorpius, mientras Morri-
gan le pasaba el brazo por los hombros y le daba un pequeño achu-
chón para confortarla.
—Ese chico con el pelo tan rizado y el que va siempre con él,
ése que lleva gafas.
Garraty y Vaisly, recordó Scorpius, que tenía buena memoria
para caras y nombres. No le sonaba que sus padres o sus abuelos
hubieran mencionado nunca esos apellidos, así que no debían de
ser importantes. Entonces miró a su prima y a Damon por si ellos
tenían más información que él.
—Los Garraty trabajan para los Bulstrode —dijo Morrigan,
señalando a Diana—. Los Vaisly no me suenan, no creo que ni sean
sangrepuras de verdad.
—No lo son —añadió Damon, con seguridad.
Scorpius supuso que debían de tener sangre muggle en la
tercera o cuarta generación. Desde luego, no eran sangremuggles,
pero tampoco se les podía considerar todavía sangrepura de verdad.
Era como con el dinero; para que no te consideraran un nuevo rico,
tu fortuna debía de tener al menos cinco generaciones de antigüe-

94
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

dad. No tenía demasiado sentido, pero lo que importaba era que


aquellos dos chicos no eran hijos de amigos o socios de sus padres y,
por lo tanto, no tenían que preocuparse demasiado por las conse-
cuencias.
Justo en ese momento, los dos chicos de segundo entraron
en la Sala Común. Scorpius miró a sus compañeros y no hizo falta
más; todos se movieron a una y echaron a caminar hacia Garraty y
Vaisley. Los dos chicos se dieron cuenta de lo que pasaba y sacaron
rápidamente sus varitas, pero los de primero siguieron desarmados.
—¿Qué os pasa? —empezó Damon, con su voz más peligro-
sa—. No tendréis miedo de unos de primero, ¿verdad?
—¿Qué queréis?
—Lo sabéis muy bien —dijo Scorpius—.¿Por qué os habéis
metido con Britney? ¿Queréis pelea con todos los de primero?
—Si no sabéis apoyar a los de vuestra Casa los que no debéis
estar aquí sois vosotros —añadió Morrigan, con vehemencia.
Scorpius se dio cuenta de que los dos chicos estaban tan sor-
prendidos como preocupados; probablemente una pelea con todo
primero no había entrado en sus planes. Pero antes de que pudieran
decir nada, un alumno de sexto se paró frente a ellos.
—Eh, ¿qué pasa aquí?
Scorpius miró a los de segundo.
—Sí, ¿qué pasa? —repitió, retador.
Garraty y Vaisley cruzaron una mirada.
—Nada —dijo al final Garraty, sonando entre conciliador y
resentido—. No pasa nada.
El alumno de sexto lanzó un pequeño gruñido desconfiado.
—Mejor. Nada de peleas, ¿está claro?
Todos asintieron y él se marchó. Los dos chicos de segundo
les lanzaron una última mirada poco amistosa, pero poco inquietan-
te y se marcharon también. Scorpius esbozó una sonrisa satisfecha.
—No se atreverán con los siete.—Entonces se giró hacia
Britney y se dio cuenta de que estaba sonriendo también—. Si se
vuelven a meter contigo dínoslo, ¿eh?

95
CAPÍTULO | 5
La vida en Hogwarts

—Sí, por lo menos a esos podemos callarles la boca —dijo


Morrigan.
Britney la abrazó repentinamente.
—Gracias.
Scorpius intercambió una mirada con Damon y Hector: las
chicas eran raras. Pero Morrigan tenía razón: ya que tenían que tra-
gar con tantas cosas, al menos lucharían cuando tuvieran posibili-
dad de vencer.


A esa altura del curso, también empezaban las pruebas para el
quidditch. Scorpius, Diana, Damon, Britney y Hector fueron a ver-
las, igual que otros muchos curiosos.
El equipo de quidditch de Slytherin solía estar compuesto
sólo de chicos por una razón; porque jugaban sumamente sucio.
Gabriel les había contado que después de cada entrenamiento, al
menos un par de jugadores tenían que pasar por la enfermería. Era
una exageración, pero no por mucho. Eso no quería decir que las
alumnas de Slytherin no pudieran formar parte del equipo. La ma-
dre de Diana, de hecho, había sido Bateadora del equipo en su sexto
y séptimo año.
En ese momento, Slytherin contaba con una jugadora en el
puesto de Guardián, Morana Higgs. Seguía siendo la mejor de su
Casa protegiendo las porterías y mantuvo su lugar, pero uno de los
Lanzadores lo perdió en beneficio de un alumno de tercero con
mucha puntería. Además, tenían que cubrir el puesto de dos Batea-
dores y otro Lanzador que ya habían terminado el colegio.
—Somos bastante malos, ¿verdad? —comentó Britney.
Scorpius asintió con resignación.
—Dice mi primo que solemos ganar a Ravenclaw.
—Sí, en los diez últimos años, los asquerosos de Gryffindor
han ganado la Copa de Quidditch siete veces y los Hufflepuff, tres
—informó Damon.

96
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Scorpius entrecerró los ojos mientras observaba con envidia


a los alumnos que iban a competir ahora por el puesto de Bateador.
Cyrus Furmage, el capitán, les estaba dando instrucciones sobre
cómo colocarse en el campo. Estaba en quinto y aquel era su primer
año como capitán, cosa que había creado ligeras expectativas entre
los Slytherin. Aun así, el problema parecía ser el puesto de Busca-
dor. El resto del equipo podía subsanar su falta de técnica con fuer-
za, entusiasmo y juego duro, pero el puesto de Buscador exigía un
dominio de la escoba cien veces mejor. Y Belak, que había sido ele-
gido aquel año también para ocupar esa posición, era simplemente
un volador competente. Scorpius no podía esperar a pasar a segun-
do y competir por ese puesto: estaba seguro de que se lo darían.
—Yo pienso presentarme el año que viene para Buscador. Mi
padre dice que soy muy bueno, mejor que él a mi edad.
Damon y Hector también querían ser Buscadores, pero
Scorpius los había visto volar y sabía que no eran competencia para
él. El primero volaba muy bien, pero no tenía el carácter constante
y decidido que se necesitaba para ser un buen Buscador y el segun-
do no era tan bueno sobre la escoba como ellos.
—Yo seré Bateadora como mi madre —dijo Diana.
—Sí, pero para eso has de aprender a volar mejor —replicó
Scorpius.
Ella asintió dócilmente.
—¿Y quién es el Buscador de Gryffindor? —preguntó Brit-
ney—. ¿James Potter?
Scorpius negó con la cabeza, recordando algo que le había
dicho Gabriel.
—Hasta el año pasado era una chica, pero ya se ha ido del co-
legio. —Con un poco de suerte, su sustituto no sería tan bueno
como ella —. Van a elegir Buscador nuevo este año. Igual lo eligen a
él, no sé.
Y, efectivamente, al día siguiente se corrió la voz por
Hogwarts de que un Potter volvía a ser el Buscador de Gryffindor.
Los Slytherin que lo habían visto volar decían que no era para tanto,

97
CAPÍTULO | 5
La vida en Hogwarts

pero los Gryffindor actuaban como si hubieran dado con la fórmula


infalible para la victoria. El propio James Potter parecía tan orgullo-
so de sí mismo que a Scorpius le extrañó que no empezara a besu-
quearse en los espejos. Con lo creído que se lo tenía, aquello era
justo lo que le faltaba.


Aparte de en la sala de música, Scorpius sólo conocía un sitio
más en el que las hostilidades quedaban momentáneamente sus-
pendidas. Era en la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas. Scor-
pius no sabía a qué se debía, pero el profesor Zhou parecía tener al-
guna cualidad que hacía que nadie se sintiera demasiado inclinado a
pelearse y aunque a veces los animales hacían ruidos desagradables
o se escapaban o mordían, cuando Scorpius se marchaba de allí lo
hacía con la sensación de que la clase había sido tranquila.
Era la única ocasión en la que podía verse a un alumno de
Gryffindor y a otro de Slytherin intercambiando algún comentario
sobre la clase o riéndose juntos de alguna broma de Zhou. Scorpius
no sabía por qué pasaba, pero era como si durante aquel rato se ol-
vidaran de la tradicional enemistad entre unos y otros.
Los alumnos mayores de Slytherin también lo notaban.
Scorpius siempre oía hablar de él con bastante respeto, un hecho
bastante insólito hacia un profesor que no era Slytherin ni tenía, a
priori, características que un miembro de esa Casa pudiera valorar.
Hasta McNair, que odiaba intensamente a todos los profesores de
Hogwarts, decía que al menos no era un hipócrita insoportable ni
un inútil de mierda como los otros, cosa que viniendo de él era to-
do un halago.
Aunque era un profesor muy apreciado, también resultaba
muy misterioso, así que los rumores sobre él circulaban por fuerza
por todo el colegio. No parecía haber un solo dato fiable: si había
gente que decía que tenía unos sesenta años, también había quien
decía cien, y si algunos afirmaban que estaba soltero, otros estaban

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

seguros de que había enviudado. Se comentaba que era un experto


en magia oriental, perfectamente capacitado para dar Defensa Con-
tra las Artes Oscuras, que descendía de príncipes tibetanos y que
guardaba una alfombra voladora en su habitación.
Scorpius le había pedido a sus padres que le contaran si sa-
bían algo de él. La respuesta llegó una semana después: se sabía
muy poco de Wei Zhou, excepto que había llegado a Inglaterra en
diciembre de 2016, que tenía sesenta y seis años y que había estu-
diado en la Academia Dragón Azul para Jóvenes Magos y Brujas,
una de las tres escuelas mágicas que existían en China. Scorpius la
leyó en la habitación de las chicas de primero, rodeado de los de-
más. Era un buen sitio para mantener a Watson alejado porque ni
siquiera Slughorn podía hacer nada contra la regla que decía que
uno no podía entrar en otro dormitorio excepto el propio sin per-
miso de sus ocupantes.
—Entonces lo contrataron para venir a Hogwarts a los pocos
meses de llegar —señaló Britney.
—Con lo bien que habla inglés, pensaba que llevaría más
tiempo en el país —dijo Damon, tirando a Britney de uno de sus
oscuros rizos sólo porque sí. La niña le dio un manotazo y él soltó
una risilla.
—Puede haber estado otras veces en Inglaterra —replicó
Scorpius, doblando la carta y volviendo a guardarla en el sobre—.
Igual es mestizo y ha viajado aquí como muggle y no sale en nues-
tros registros. O igual ha aprendido inglés en China.
—Yo creo que guarda algún secreto —dijo Morrigan, con
más fascinación que desaprobación—. Puede que cometiera algún
crimen y tuviera que huir de su país.
Scorpius chasqueó la lengua y la miró con incredulidad.
Aunque no lo estuviera diciendo como crítica, le parecía una teoría
absurda. Saltaba a la vista que Zhou era inofensivo.
—No digas tonterías. Se nota que es demasiado bueno como
para hacer nada malo.
Ella se encogió de hombros.

99
CAPÍTULO | 5
La vida en Hogwarts

—No sé —dijo Diana—. Pero es mi profesor favorito de


Hogwarts.
Y por una vez, fue ella la que dijo todo lo que había que decir
sobre el tema.

100
Capítulo 6
Tentaciones

D e vez en cuando, Kingsley Shacklebolt, el ministro de


magia, le decía de broma a Harry que desde que había
sido nombrado Jefe de los Aurores ya no se pasaba a visi-
tarlo por su despacho con tanta frecuencia como antes. Y a Shackle-
bolt no le faltaba razón, pues Harry evitaba acercarse al despacho
del ministro a no ser que se tratara de un asunto oficial.
La razón de su comportamiento era Cavan Broderick, el se-
cretario personal de Shacklebolt, que había entrado a trabajar al ser-
vicio del ministro unas semanas después del nombramiento de Ha-
rry. Cavan Broderick era un mago de veintiocho años, rubio, de
ojos muy azules y Premio a la Sonrisa Más Encantadora durante
dos años consecutivos. Sin embargo, al contrario que Gilderoy Lo-
ckhart, Broderick sí tenía la sonrisa encantadora y no era un imbécil
inútil y vanidoso. Shacklebolt estaba satisfecho con él y lo conside-
raba un hombre hábil y competente.
El problema era que cuando Harry se acercaba al despacho
para ver a Shacklebolt, Broderick lo saludaba con una sonrisa que
contenía sólo un asomo de insinuación, el suficiente como para que
Harry, sin llegar a sentirse acosado o molesto, pudiera tener la cer-
teza de que al secretario le gustaría irse con él a la cama. Broderick
sabía que estaba casado y que amaba a su mujer, y nunca había in-

101
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

tentado ir más allá; Harry no era ningún mojigato y después de to-


dos esos años siendo un héroe para el mundo mágico, lo último
que podía sorprenderle era que alguien se sintiera atraído por él.
Lo que le molestaba y le hacía evitar el despacho de Shackle-
bolt era que a veces se encontraba deseando que Cavan Broderick sí
intentara ir más allá.
Harry había descubierto que también le gustaban los chicos
cuando él y Ginny sólo eran novios. A pesar de que en el mundo
mágico se consideraba algo absolutamente normal, Harry no podía
evitar tener presente que, para los muggles, «maricón» era uno de
los peores insultos. Y aunque jamás había pensado que ser homose-
xual pudiera tener nada de malo, la cosa cambiaba un poco cuando
era él quien podía ser homosexual. Su primer instinto fue negar ese
descubrimiento y seguir saliendo con Ginny a la que, en cualquier
caso, quería de verdad.
Con el tiempo, Harry había hecho más o menos las paces
con su deseo sexual. Él estaba enamorado de Ginny y no se le pasa-
ba por la cabeza serle infiel; a veces encontraba atractiva a otra mu-
jer, a veces encontraba atractivo a un hombre, pero no tenía por qué
hacer nada ni con unos ni con otros. En ocasiones se definía para
sus adentros como «bisexual en la teoría, heterosexual en la prácti-
ca». Y por lo general, siempre se había alegrado de no haber tenido
ninguna relación, siquiera un beso, con ningún hombre. Se sentía
más cómodo con esa versión de sí mismo.
Pero cuando veía a Broderick no se alegraba tanto. Él le son-
reía con esa insinuación y Harry empezaba a pensar en todas las co-
sas que podrían hacer si no estuviera casado Era simple deseo, y lo
sabía; evitaba la tentación siempre que podía y se esforzaba en ser
simplemente cortés con Broderick cuando no le quedaba otro re-
medio que tratar con él. Y aun así, después de verlo casi siempre so-
lía sentirse un poco culpable.
A lo largo de aquellos años, Harry había pensando en contar-
le alguna vez a Ginny que también encontraba atractivos a los
hombres. Era bastante improbable que fuera a escandalizarse; al fin

102
CAPÍTULO | 6
Tentaciones

y al cabo, él era el único que había estado a punto de asfixiarse con


un trozo de pavo cuando su suegro había mencionado como si na-
da, durante una cena del día de Navidad, a un chico con el que ha-
bía salido en Hogwarts. Pero cada vez que lo había intentado, se ha-
bía echado atrás. Habría sido diferente si hubiera dejado de querer a
Ginny o si sólo le atrajeran los hombres, pero ese no era el caso. Y
algo dentro de él prefería ser recordado como heterosexual.
Si sólo Broderick encontrara otro trabajo fuera del Ministe-
rio o engordara hasta ponerse como tío Vernon…
—Buenos días, jefe Potter —le saludó Broderick—. El mi-
nistro Shacklebolt le está esperando.
—Gracias —dijo, intentando no mirarlo. A veces se pregun-
taba si Broderick notaría el efecto que causaba en él. Creía que no.
Esperaba que no.
Shacklebolt estaba sentado en su sillón, leyendo un memo-
rando con cara de mal humor, aunque su rostro se suavizó bastante
al ver llegar a Harry. El ministro había envejecido muy poco desde
su llegada al cargo veinte años atrás, en el convulso año de la guerra,
y seguía siendo un hombre efectivo, sensato y capaz.
—Ah, Harry, buenos días… Siéntate, por favor.
—¿Alguna novedad?
—Vamos a tener una delegación proveniente de Irán a prin-
cipios de diciembre. Tenemos que organizar la seguridad para esos
seis días.
Harry asintió. Su trabajo como Jefe de los Aurores también
incluía esas tareas
—Cuente con ello.
—Y también quería hablarte de la inspección anual de las ca-
sas de los Marcados para el próximo año. Creo que sería mejor ha-
cerla cuanto antes y olvidarnos de ese asunto.
El Wizengamot había decretado varias disposiciones para
muchos de los colaboradores de Voldemort puestos en libertad y,
entre ellas, estipulaba que el ministerio tenía derecho a inspeccionar
sus casas al menos una vez al año para asegurarse de que no escon-

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

dían objetos de magia negra. Los primeros años había parecido una
medida inteligente para asegurarse de que seguían por el buen ca-
mino, pero casi veinte años después, Harry empezaba a estar harto
de todo aquel asunto. Nunca encontraban nada y por lo general re-
sultaba una experiencia desagradable.
Pero tenían que hacerlo. La sociedad mágica había tolerado
algunas penas de cárcel muy leves, como la de Lucius Malfoy, sólo
porque se les había dado la seguridad de que siempre estarían vigi-
lados.
—Podemos organizarlo para la segunda semana de enero.
—Perfecto.


Harry no se había olvidado de las dos ancianas desaparecidas,
pero habían pasado varias semanas y no habían encontrado ninguna
pista sobre su paradero, ni siquiera sobre si seguían vivas o muertas;
por mucho que le pesara, el caso había llegado a un punto muerto.
Y entonces, un día de noviembre, una bruja acudió al minis-
terio para denunciar que su hermano, Ignatius Cresswell, llevaba
tres semanas desaparecido. Al principio, Harry no estuvo seguro de
que se tratara de un caso relacionado con los otros dos. El mago que
había desaparecido no encajaba con el perfil de las otras víctimas y,
además, se trataba de un hombre algo trastornado que sí podía ha-
berse marchado por su cuenta. Pero sólo dos días después, les avisa-
ron de otra desaparición, esta vez reciente: se trataba de una mujer
joven de veinticinco años que también vivía sola. Se llamaba Emma
Bell y era prima de una ex alumna de Gryffindor, Katie Bell, que
había jugado en el equipo de quidditch con Harry.
Los padres de Emma estaban en el comedor de la vacía casa
de su hija, tensos y desolados. Habían descubierto su desaparición
aquella misma mañana, después de pasar el día anterior intentando
localizarla. Emma llevaba dos días sin acudir a su trabajo en Grin-
gotts y Harry había enviado a varios aurores a interrogar a sus com-

104
CAPÍTULO | 6
Tentaciones

pañeros humanos y a un miembro de la Oficina de Relaciones con


los Goblins para que hablara con estos.
Las preguntas eran las mismas que en los otros casos. ¿Podía
tener motivos para desaparecer voluntariamente? ¿Había hecho al-
go así antes? ¿Tenía enemigos? Las respuestas eran todas negativas y
tampoco encontraron señales visibles de violencia o restos de magia
que no fuera puramente doméstica. Harry subió a la primera planta,
donde estaba el dormitorio de Emma; la cama estaba hecha y había
una novela de misterio sobre la mesilla. Era una habitación bonita,
fresca, que hablaba de una chica absolutamente normal, una chica
que bajo ningún concepto debería haber desaparecido sin dejar ras-
tro.
Los interrogatorios de sus amigos y compañeros de trabajo
tampoco arrojaron ninguna luz sobre lo que había pasado. Emma
no les había mencionado que estuviera asustada o preocupada por
algo ni parecía tener problema alguno. Había un ex novio, y el pro-
pio Harry fue a hablar con él, pero el chico tenía coartada para las
horas en las que supuestamente había pasado todo y, además, se
ofreció al momento a testificar bajo los efectos del veritaserum. Pa-
recía horrorizado ante la idea de que lo consideraran capaz de ha-
cerle daño a Emma y Harry se marchó convencido de que estaba
siendo sincero.


Al día siguiente, al regresar de una visita vespertina a la BIM,
Harry vio a Draco Malfoy caminando por el vestíbulo del Ministe-
rio. Le acompañaba un mago de unos cincuenta años de edad con
aspecto extranjero, quizás sueco o danés. Harry entrecerró los ojos
un momento, mientras una idea empezaba a formarse en el fondo
de su mente, y echó a andar hacia ellos para interceptarles el paso.
—¡Espera, Malfoy! Tengo que hablar contigo.
Malfoy, que le había visto acercarse, frunció un poco el ceño.

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Entonces mándame una lechuza. Ahora estoy en medio de


un asunto importante.
Quizás si hubiera usado otro tono, Harry habría accedido a
posponer aquella conversación, pero había sonado demasiado arro-
gante, como si pensara que estaba por encima de todo cuando la
verdad era que estaba obligado por ley a someterse a cualquier inte-
rrogatorio que los aurores consideraran oportuno.
Ese era el principal problema de los Malfoy: después de todo
lo que había pasado, todavía creían que el mundo mágico les debía
algo.
—Ahora, Malfoy.
—Potter, te digo…
Harto de su actitud, Harry le interrumpió, sacando su varita.
—¿Prefieres que te detenga?
Malfoy enrojeció ligeramente mientras le lanzaba una mirada
de reojo al tipo que iba con él. El mago preguntó algo en algún
idioma que Harry no pudo identificar y Malfoy le respondió en el
mismo idioma. Entonces, el mago extranjero apretó los labios, dijo
algo más y se fue. La mirada de odio que Malfoy le dirigió a Harry
fue lo mejor que a éste le había pasado en lo que llevaba de día.
—Si me has echado a perder este negocio…
Harry arqueó las cejas, sin poder creer que aquel idiota aún
creyera que podía amenazar a alguien.
—¿Qué? ¿Qué harás? —Malfoy no dijo nada y Harry meneó
la cabeza con disgusto—. Lo que imaginaba.
Parecía imposible, pero el odio en los ojos de Malfoy se
acentuó aún más. Por desgracia, duró sólo un momento, pues Mal-
foy apretó los dientes y consiguió poner sus emociones bajo con-
trol.
—¿A qué se debe este acoso, Potter? ¿Tienes realmente algo
que decirme o es que tu vida es así de aburrida?
—No te pases de listo, Malfoy y acompáñame. No volveré a
pedírtelo —avisó, haciendo un ademán con la varita.

106
CAPÍTULO | 6
Tentaciones

Mientras iban a una de las salitas de interrogatorios, Harry


miró a Malfoy de reojo. En los últimos años había vivido a caballo
entre Inglaterra y el extranjero y no se habían cruzado más de una
docena de veces. Los aurores habían seguido de cerca sus activida-
des y sus negocios en territorio británico y estaban aparentemente
limpios, pero tanto Malfoy como sus padres mantenían aún fuertes
lazos con gente relacionada con Voldemort. Harry sabía perfecta-
mente que los Malfoy se lo pensarían dos veces antes de volver a
seguir a otro Mago Tenebroso, pero tenía la impresión de que sí es-
taban un poco al corriente de lo que pudiera estar cociéndose en ese
tipo de ambientes.
Encontraba algo en Malfoy aquel día que a Harry no le aca-
baba de cuadrar, como si hubiera algo en él distinto a la última vez
que se habían visto, y no sabía qué era. Iba vestido como siempre,
sobrio y oscuro. Su rostro seguía siendo puntiagudo y antipático.
Sólo cuando llegaron a la puerta se dio cuenta de que era su pelo;
en la estación de Hogwarts había pensado —no sin cierta satisfac-
ción—, que le estaba empezando a retroceder, pero ahora no tenía
esa impresión. Quizás había usado algún hechizo o poción crecepe-
lo, el muy presumido.
—¿Estoy detenido? —inquirió Malfoy cuando vio dónde le
había llevado.
Parecía más receloso que inquieto.
—¿Has hecho algo para que te detenga?—replicó Harry.
Malfoy volvió a fruncir el ceño y se sentó en una de las sillas.
—Si estoy detenido, la ley te obliga a decírmelo —dijo, arras-
trando las palabras irritantemente.
—Sólo quiero hacerte unas cuantas preguntas —replicó Ha-
rry, permaneciendo de pie—. ¿Sabes quién es Emma Bell?
—He leído en El Profeta que ha desaparecido —contestó
Malfoy, con indiferencia.
—¿Sabes algo de su desaparición?
Malfoy pareció realmente sorprendido por la pregunta.
—¿Lo preguntas en serio?

107
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Contesta a la pregunta, Malfoy.


—No, Potter, no sé nada de ese asunto.
Harry lo estudió con ojos inquisitivos. Malfoy estaba actuan-
do como si pensara que estaba haciendo todo eso para fastidiarle,
una reacción que, viniendo de él, olía bastante a inocencia. Pero en
realidad no pensaba que fuera culpable, sólo que podía saber quién
andaba detrás de lo que estaba pasando.
—Cuando los mortífagos empezaron a actuar, la primera se-
ñal de que algo iba mal fue que empezó a desaparecer gente.
Malfoy entendió la indirecta perfectamente y le dedicó una
mueca despectiva, pero luego su expresión cambió, como si hubiera
comprendido algo.
—Crees que las tres desapariciones están relacionadas, ¿ver-
dad? —Harry no contestó—. ¿Y por qué iba a saber yo nada de los
mortífagos? Si quedara en libertad alguien aún leal a Voldemort,
nos consideraría a mi familia y a mí unos traidores. Te recuerdo que
delatamos a unos cuantos durante los juicios.
Harry se encogió de hombros.
—No tienen por qué ser exactamente mortífagos, sólo cri-
minales que siguen sus pasos, magos oscuros que quieren revivir
sus pasados días de gloria.
Malfoy torció el gesto.
—Me halagas, Potter.
—Tú conoces a mucha gente que practica o ha practicado la
magia negra, ¿no? Puede que hayas oído algo: algún nombre, algún
rumor…
—No he oído nada.
—¿Estás seguro?—Harry decidió presionarlo un poco más:
se lo debía a Emma Bell y a las otras víctimas—. Malfoy, si me ente-
ro de que tú o tu padre sabíais algo de esto y no lo dijisteis, esta vez
nada os librará de Azkaban.
—Sigo sin haber oído nada —replicó secamente. Después se
arregló, se atusó los puños de su camisa con aire que pretendía ser

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CAPÍTULO | 6
Tentaciones

indiferente—. ¿Has terminado ya o necesitas seguir abusando de tu


autoridad un poco más?
Hasta donde Harry podía decir, Malfoy estaba diciendo la
verdad. Podría haberle dado veritaserum para asegurarse, ya que la
ley también se lo permitía, pero contrariamente a lo que Malfoy
pensaba, había cosas que sólo hacía cuando era realmente necesario.
No tenía ninguna sospecha firme contra él y darle veritaserum ha-
bría sido llevar las cosas demasiado lejos. En esas circunstancias, se-
guir interrogándole era perder el tiempo.
—Si necesitara abusar de mi autoridad, te tendría tres días
incomunicado mientras te investigo o te inflaría a veritaserum antes
de repetir otra vez el interrogatorio. La ley lo permite, con los Mar-
cados, ¿recuerdas?
Malfoy soltó una pequeña carcajada de asombro y clavó en él
los ojos.
—¿Cómo podría olvidarlo, Potter? —le preguntó, en tono
irónicamente suave—. Si eso pasara, tú llegarías corriendo a recor-
dármelo.
Harry sintió un ramalazo de antipatía hacia él y se dio cuenta
de que si seguían hablando existía la posibilidad de que acabara ha-
ciendo algo injusto de verdad
—Será mejor que te vayas ya, Malfoy.
Malfoy se puso de pie y salió de la habitación dando un por-
tazo.


Bertil Knutson, uno de los mayores distribuidores de pocio-
nes de Noruega, pensaba ahora que sus socios potenciales estaban
todavía considerados como unos criminales en su país y podían
acabar en cualquier momento en Azkaban. Draco se pasó el resto de
la tarde haciéndole la pelota para contrarrestar el mal efecto que ha-
bía causado la interrupción de Potter. Por lo general, a Draco no le
costaba mucho halagar oídos ajenos para sus propósitos, pero resul-

109
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

taba difícil hacerlo cuando estaba tan furioso y ni siquiera había po-
dido desahogarse.
Después de una de las cenas más caras que Draco había pa-
gado nunca —y no es que eso importara demasiado, por suerte—,
Knutson finalmente se decidió a hacer negocios con los Malfoy.
Draco tuvo que aceptar algunas condiciones un poco menos venta-
josas que las iniciales, pero se sintió aliviado; no se trataba de dine-
ro, del que tenían de sobra para varias vidas, sino de respetabilidad,
de contactos, de poder, de seguridad. Una gran parte de la economía
mágica dependía de su familia, un factor que había sido de vital im-
portancia para evitar condenas y expolios mucho mayores tras la
guerra: el ministerio sabía que mandarlos a la cárcel por mucho
tiempo equivalía a arriesgarse a una crisis económica de primera
magnitud. Incluso si ellos hubieran sido obligados a colaborar en el
desmantelamiento de su fortuna para evitar la dementorización, pa-
ra cuando hubieran desentrañado todas las ramificaciones de sus
negocios y hubieran renegociado las condiciones con todos los so-
cios de los Malfoy, nacionales y extranjeros, la economía mágica
británica habría hecho aguas por todas partes.
Además, perder un trato era una derrota, pero perderlo por
culpa de ese bastardo hipócrita de Potter le habría puesto enfermo.
Cuando regresó a la mansión Malfoy, aún tenía deseos de
gritarle a alguien, pero hizo un esfuerzo por seguir controlándose y
se fue al salón de invierno, donde sabía que encontraría a su familia.
A medio camino oyó a Astoria tocando el piano; aunque no era un
entendido, la había escuchado tantas veces que reconocía su estilo al
momento. Cuando entró en el salón, vio a su madre escuchando la
música mientras su padre hacía un crucigrama y Cassandra, ya en
pijama, leía un cuento. Draco miró a su hija y parte de la rabia se
evaporó. Era una niña muy guapa, parecida a Astoria, pero con los
ojos del mismo azul que su abuela Narcissa y la nariz afilada y pun-
tiaguda de su padre y su abuelo. Aunque sólo tenía nueve años,
Draco sospechaba a veces que su hija planeaba ya cómo dominar el
mundo y que había comenzado por su abuelo. Lucius Malfoy se

110
CAPÍTULO | 6
Tentaciones

había ablandado bastante con Scorpius, pero se volvía lelo perdido


cuando Cassandra le hacía monerías. Draco había bajado a su padre
del pedestal durante la guerra, pero si no lo hubiera hecho enton-
ces, el día en el que lo había visto con la cabeza llena de trencitas
porque Cassandra quería jugar a hacer peinados habría sido tam-
bién un buen momento.
Cassandra fue la primera en verlo y le sonrió.
—Hola, papá —dijo, poniéndose en pie para ir a darle un be-
so.
Draco se inclinó para que su hija pudiera besarle en la meji-
lla.
—Ven, dejemos que tu madre termine de tocar.
Astoria le guiñó el ojo mientras seguía con su pieza y Narcis-
sa le sonrió. Draco se sentó en el sofá en el que estaba su padre,
quien le dio una palmadita en el hombro a modo de su saludo
mientras le preguntaba con la mirada si había cerrado el trato. Él
asintió y apoyó la espalda en el respaldo, con Cassandra acurrucada
contra él oliendo a dulce y a flores, y trató de olvidar los sinsabores
del día y perderse en la música. Por fortuna no había tenido que tra-
tar mucho con Potter en los últimos años, pero siempre que lo ha-
cía terminaba resentido y furioso y, lo que aún era peor, olvidaba
que tenía motivos de sobra para sentirse feliz. Pero los tenía y casi
todos estaban reunidos allí, en esa habitación.
Cuando Astoria terminó, Narcissa le sonrió con aprobación.
—Maravilloso, querida.
Draco se puso en pie y fue hacia ella para saludarla por fin.
—Mi madre tiene razón —dijo, con más cortesía que verda-
dero sentimiento. Aunque estaba más tranquilo que cuando había
entrado, su irritación no había desaparecido del todo—. Ha sido
precioso.
—Gracias —dijo Astoria, notando que algo no iba bien—.
Pero dime, ¿qué ha pasado? ¿Cómo es que Knutson ha dado tantos
problemas?

111
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Sí —dijo Lucius—. Ayer me dijiste que lo tenías ya con-


vencido.
—Lo tenía convencido. —Draco miró a Cassandra. En vista
de lo que contaba Scorpius en las cartas, no tenía mucho sentido es-
forzarse en evitar que odiara a los Potter o a los Weasley, ya que pa-
recía obvio que ellos se ganarían su odio en cuestión de días, pero
era un hábito de muchos años y se dispuso a dar una versión muy
suavizada de los hechos—. Lo que pasa es que cuando hemos ido al
Ministerio a que hablara con uno de nuestros hombres en el De-
partamento de Cooperación Internacional, nos hemos encontrado
con cierto auror que tenía ganas de fastidiar.
Sus padres y su mujer supieron perfectamente a quién se re-
fería.
—La tía Pansy dice que todos los aurores apestan —dijo Cas-
sandra.
Draco puso los ojos en blanco. Pansy iba a acabar en Azkaban
cualquier día.
—Todos los aurores no apestan —replicó, casi automática-
mente. Luego reflexionó sobre lo que acababa de decir y rectifi-
có—. Sólo los de aquí, la verdad, para qué voy a engañarte…
Astoria le lanzó una mirada de reojo, pero no dijo nada.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Narcissa.
—Quería hacerme unas preguntas que no podían esperar
aunque tuviera a Knutson al lado, lo cual no ha causado muy buena
impresión. He tenido que dedicarle toda la tarde, invitarlo a cenar y
modificar algunas de las condiciones para volver a ganármelo.
—¿Qué condiciones? —preguntó su padre.
Draco se puso a dar los detalles de la negociación. Astoria, a
la que nunca le habían interesado los negocios, se puso a leer, pero
Cassandra les escuchaba con atención. Tanto Draco como Lucius
coincidían en que era muy probable que la niña tuviera más talento
para manejar los negocios familiares que su hermano. Scorpius era
el principal heredero, por ser el mayor, pero era posible darle a otro

112
CAPÍTULO | 6
Tentaciones

hermano más poder sobre los negocios si demostraba más habilidad


o más ganas por dedicarse a ellos.
Cuando Cassandra se fue a dormir, Draco contó qué había
pasado exactamente con Potter y lo hizo fijándose de un modo es-
pecial en la expresión de su padre, que tenía más posibilidades de
saber algo al respecto que él mismo. La cara de Lucius, sin embar-
go, sólo dejaba traslucir un moderado interés por las desapariciones
y la animadversión de costumbre hacia Potter.
Las cosas podrían haber sido distintas. En séptimo año, Draco
había pasado rápidamente de desearle una muerte lenta a Potter a
desear su victoria, pero entonces éste había llegado, capturado con
sus amigos, a la mansión. ¿Qué había hecho Draco? Intentar ayu-
darlo, fingir que no lo reconocía delante de su tía Bellatrix cuando
cualquier estúpido podía imaginar que si los otros dos eran Granger
y Weasley, el tercero en discordia sólo podía ser Potter. ¿Y qué había
hecho Potter a cambio? Había huido, dejándole atrás, desarmado, en
manos de un Voldemort que estaba lívido de furia por la fuga y más
que dispuesto a castigar a los Malfoy por ello.
Así le había pagado la ayuda.
Pero después Potter le había salvado la vida dos veces e inclu-
so había declarado en el juicio que él había actuado bajo amenaza de
muerte y que habían sido más prisioneros de Voldemort que cola-
boradores. Los tres Malfoy habían pensado que eso saldaba las
cuentas; sus destinos y el de Potter parecían demasiado entremez-
clados, había una red de favores —renuentes, pero favores— entre
ellos y era mejor dejarlo todo atrás. Pronto, sin embargo, habían
descubierto que eso no iba a ser posible. Cuando su madre y él ha-
bían empezado a romper su aislamiento, a tantear ese nuevo mundo
en el que no eran bienvenidos, Draco descubrió que los Weasley
eran incapaces de no sonreír burlonamente cuando tenía la desgra-
cia de cruzárselos y que Potter lo miraba, si lo miraba, como si fuera
una criatura patética que no merecía un odio en condiciones. El
primero en regodearse en el hecho de que Potter le hubiera salvado
del incendio en la Sala de Menesteres fue Ron Weasley, pero Potter

113
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

le había reído la gracia y Draco había sentido cómo su ligera simpa-


tía, su agradecimiento hacia él, empezaba a evaporarse. Después
Potter había empezado a formar parte de las partidas de aurores que
inspeccionaban periódicamente la mansión y la simpatía había des-
aparecido del todo.
Draco entendía el mensaje: todavía estaban en bandos distin-
tos. Potter lo había decidido así tras la guerra y Draco lo había acep-
tado sin rasgarse las vestiduras. Nunca había esperado nobleza de
nadie y, como Slytherin, tenía un conocimiento instintivo de lo que
eran las prerrogativas de los vencedores. Si quería verlo y tratarlo
como a uno de los derrotados, estaba en su derecho, igual que él es-
taba en su derecho de odiarlo y despreciarlo por ello. Así eran las
reglas de la enemistad.
Sin embargo, sabía que no era prudente mostrar ese odio, y
Astoria le había enseñado que tampoco era inteligente vivirlo. Pot-
ter estaba ahora en una posición de fuerza: tenía las de ganar en
cualquier enfrentamiento, y todo lo que Draco conseguiría sería en-
rabietarse o quedar en ridículo. ¿Y no era eso lo que Potter y sus
amigos querían? Si mordía el anzuelo y se dejaba llevar por el odio,
sería el hombre que Potter necesitaba para poder sentirse superior,
no el que él quería ser. Estaba claro por cual de las dos versiones de
sí mismo iba a apostar, y por eso, cada vez que se topaba con Potter,
le dedicaba un asentimiento de cabeza a modo de saludo para ha-
cérselo ver.
No era fácil. Potter siempre se sentía como una irritante nota
discordante. Pero lo intentaba, y esa era una de esas luchas que tenía
mérito en sí misma.
En comparación, su odio libre de matices y complicaciones
por casi todos los Weasley resultaba casi refrescante. Los Weasley,
con sus nombres de reyes ingleses muggles y su ropa de segunda
mano. Ron Weasley había apestado a amargura todos los años en
Hogwarts; había sido gracioso ver cómo se convencía a sí mismo de
que no estaba resentido por ello, que no odiaba a los Malfoy porque
gastaban más en un día de lo que su familia ganaba en un mes. Y

114
CAPÍTULO | 6
Tentaciones

había que verlos ahora, nuevos ricos presumiendo de lo que tenían,


como si algo de lo que tuvieran no se lo debieran a Potter. Incluso
la tienda de artículos de broma que les había permitido salir de la
indigencia había comenzado gracias un préstamo suyo.
Patético.
—Obviamente esas desapariciones no están relacionadas con
la sangre —dijo Narcissa—. La señora Parsons es de un linaje bas-
tante antiguo mientras que la señora Corner era nieta de muggles. Y
Emma Bell… su madre tiene un octavo de sangre muggle, y los
Bell son de sangre pura.
Draco sabía que sus padres seguían creyendo en los prejui-
cios sobre la sangre, pero ya no decían nunca la palabra sangresucia;
la única manera de que no se les escapara en un lugar indebido y
echara a perder su trabajo de años para volver a ocupar una posición
mínimamente respetable en la sociedad era borrarla para siempre de
su vocabulario. Draco sólo la usaba ya para referirse mentalmente a
Hermione Granger, a la que detestaba más por todas las reformas
legales que había hecho o intentado hacer que por sucesos relacio-
nados con la guerra.
—Potter cree que estamos al tanto de todo lo que ocurre en
el mundo criminal —replicó Draco, con desdén.
Su padre torció el gesto. Él también estaba envejeciendo
bien, aunque el rubio platino de su cabello estuviera ahora veteado
de un gris tan claro como el de sus ojos.
—¿Ahora estamos al nivel de Mundungus Fletcher?
—Yo creo que debe de tratarse de algún asesino en serie —
opinó Astoria—. Si esas desapariciones tuvieran algún valor simbó-
lico, el responsable ya lo habría hecho saber. Y si fueran secuestros,
también habría llegado alguna nota pidiendo un rescate.
Draco se acordó de una temporada que habían pasado en Ita-
lia, seis años atrás. Una lechuza le había llevado un mensaje que
ponía “Soi un secuetsrador malo i e secuesrtado ha Cassandra i si qieres ber-
la con vida tienes qe dar le ha Scorpius dos galeones parra golosinas.” Draco,
a decir verdad, lo había encontrado tan gracioso que aún podía reír-

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

se recordándolo; conservaba aquella nota desde entonces y ahora la


guardaba en la mesa de su despacho. Astoria, sin embargo, se había
enfadado mucho con sus hijos —la pequeña había colaborado a
cambio de la mitad del botín y había accedido a permanecer escon-
dida durante los diez o quince minutos que creían que podrían re-
sistir sus padres a tan terrible chantaje— y los había dejado sin pos-
tres una semana entera. Scorpius, además, había tenido deberes ex-
tra de ortografía durante el resto del año.
Pero por divertido que hubiera sido aquello, lo de los secues-
tros no tenía ninguna gracia y Draco se encontró deseando que Pot-
ter resolviera pronto aquel asunto aunque eso supusiera ver triunfar
a alguien a quien no podía soportar.


Harry había sido auror durante quince años ya. En todo ese
tiempo había investigado un puñado de asesinatos, cinco desapari-
ciones, una violación y multitud de robos y estafas en los que se ha-
bía usado magia negra. Había trabajado con los aurores codo con
codo cuando eran sus compañeros y lo hacía ahora que eran sus
subordinados. Y aun así, todavía tenía el impulso de discutir los ca-
sos con Ron y Hermione, todavía sentía que eso era importante pa-
ra resolverlos, aunque muchas veces ya no pudieran ayudarle.
Hermione era la Jefa del Departamento de Refuerzo de la Ley Má-
gica, así que Harry trabajaba o se reunía con ella muy a menudo,
pero Ron trabajaba con George en la tienda de bromas y tenía me-
nos oportunidades de hablar de esas cosas.
Aquella noche, él, Ginny y Lily habían ido a cenar con ellos.
Ron y Hermione vivían a un par de millas de La Madriguera, en
una casa de dos plantas que sólo se distinguía de una muggle por la
ausencia de electricidad. Cuando Lily y Hugo —un chico tímido y
de pelo oscuro— se fueron al cuarto de este último a jugar, Harry
les habló de Emma Bell y las otras desapariciones, aunque ellos ya
habían leído la noticia en el periódico. El Profeta aún no había rela-

116
CAPÍTULO | 6
Tentaciones

cionado las tres —quizás cuatro— desapariciones, pero era cuestión


de uno o dos días.
—Pero aún no tenéis pruebas de que los cuatro casos estén
relacionados, ¿no? —dijo Hermione, para asegurarse.
—Han de estarlo —replicó Harry, convencido—. Todos han
desaparecido sin señales de violencia de ningún tipo y sin que los
responsables dejaran huellas.
—¿Qué dicen los BIM? —preguntó Ron.
—De momento, nada.
—¿Has hablado con Mundungus Fletcher? —preguntó en-
tonces Hermione—. Está en mejor posición para saber quién anda
detrás de todo eso que los Malfoy.
—Llevamos intentando localizarlo desde ayer, pero de mo-
mento no lo hemos encontrado.
—A ver si ha desaparecido también —dijo Ginny, antes de
beber un poco de su taza de café.
—No, no. Nos dijeron que lo habían visto hace tres días por
el callejón Knockturn. Debe de andar metido en algún asunto tur-
bio de los suyos. —Miró a Hermione—. Y ya sé que los Malfoy no
son la opción más probable si son crímenes sexuales o tienen un
móvil económico, pero podría tratarse de algún nuevo grupo de
magos oscuros calentando motores y en ese caso, ellos podrían sa-
ber algo. Y total, ya que tenía delante a Malfoy, no me costaba nada
hacerle unas cuantas preguntas.
Ron asintió e hizo un gesto burlón en dirección a Harry.
—Fastidiar un poco al hurón siempre es divertido.
Aunque Harry no lo había hecho con esa intención —y sabía
que Ron lo sabía— soltó una risita. Hermione, sin embargo, meneó
la cabeza.
—¿Es que no os cansáis nunca? —dijo, mitad en serio, mitad
en broma.
Ron le dirigió una sonrisa a modo de disculpa, pero Ginny
frunció las cejas.

117
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Ay, Hermione, no empieces. Son ellos los que siguen


igual. Mira lo que cuentan los chicos del mini-hurón. Dice James
que ya han tenido que pararle los pies porque había empezado a
meterse con Neville. ¿Crees que ese niño iría con esa actitud si los
Malfoy estuvieran arrepentidos de algo? ¿O crees que Malfoy le ha-
bría hablado así a Harry?
Harry asintió, porque estaba de acuerdo con ella, pero en ese
momento le interesaba más hablar del caso y retomó el tema.
—De todos modos, está claro que Malfoy no sabía nada de
las desapariciones. Estoy todo lo seguro que puedo estar sin darle
veritaserum. Pongamos que no es nadie de la vieja guardia; enton-
ces tiene que ser un grupo nuevo, pero ¿quién? ¿Y por qué?
Hermione hizo un ruidito que indicaba que estaba conside-
rando algo y Harry la miró con atención.
—Podrían estar haciendo sacrificios humanos… Deberíais
intentar ver si hay alguna pauta numérica en las desapariciones, in-
vestigar rumores sobre sectas satánicas y cosas así.
—¿Qué es una secta setánica? —preguntó Ron, tan perplejo
como su hermana.
Harry tuvo que echarse a reír al imaginar a un grupo de gen-
te con túnicas negras adorando a un champiñón gigante. Hermione
también soltó una risita.
—Satánicas, Ron. De Satán, el demonio —le aclaró ella—.
Quizás algunos sangremuggles chalados han decidido ponerse a
adorarlo. Si pasa entre muggles de vez en cuando, con más motivo
puede pasar entre brujos.
Harry sabía que los aurores habían investigado aquella posi-
bilidad por encima y no habían encontrado nada, pero se dijo que
no perdían nada con examinarlo en más profundidad.

118
Capítulo 7
El nuevo Buscador de Gryffindor

L os Gryffindor de primero habían acabado por acostum-


brarse a ir a clase con uno de los hijos de Harry Potter y
finalmente habían dejado de mirarlo raro y de pregun-
tarle a todas horas por su padre, aunque Albus aún tenía la sensa-
ción de que aún esperaban que de algún momento a otro hiciera al-
go sorprendente y heroico. Él seguía encontrándose más cómodo
con Rose y Amal que con nadie, y últimamente Bruce Kendrick, un
chico de padre muggle, moreno y con algunas pecas, se unía a veces
a su pequeño grupo y también le caía bastante bien.
Todos los alumnos de aquel nutrido grupo tenían ya sus
amigos a excepción de uno, Urien Sutherland. Se trataba de un ni-
ño de pelo castaño y ojos claros y tristones. No era mal chico y Al-
bus le había invitado a ir con ellos un montón de veces a dar una
vuelta o a jugar al Magitrivial para niños de Rose, pero Urien pare-
cía preferir ir por ahí vagando como un alma en pena. A los ojos de
sus compañeros resultaba demasiado raro y muchos de ellos lo ig-
noraban por completo; Amal, Rose y Albus, por su parte, elucubra-
ban de vez en cuando sobre el motivo de su comportamiento. Lo
único que no les sorprendía era que el único momento en el que
realmente Urien parecía feliz fuera las clases de Cuidados de Cria-

119
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

turas Mágicas; los Gryffindor apreciaban al profesor Zhou tanto


como los Slytherin.
Neville también se había dado cuenta de que Urien no era
feliz en Hogwarts y de vez en cuando se lo llevaba aparte para ha-
blar con él o le pedía a Albus que intentara hacerse amigo suyo y
animarlo un poco. Albus lo habría hecho de buen grado si hubiera
sabido cómo. Todo lo que se le ocurría era seguir pidiéndole de vez
en cuando que fuera con ellos aun sabiendo que iba a recibir un «no
me apetece, gracias» desganado.
—Yo creo que echa de menos a sus padres —dijo Rose, un
miércoles, mientras volvían al castillo después de su clase doble de
vuelo con los Hufflepuff—. Igual ya no vuelve a Hogwarts después
de Navidad, igual que Anne Dashwood.
Amal soltó un pequeño resoplido de desprecio.
—Vaya mariquita, tampoco es para ponerse así.
Rose lo miró con curiosidad.
—¿Qué quiere decir «mariquita»?
Albus miró a Amal del mismo modo. Alguna que otra vez
había oído a su primo David Dursley diciéndola, aunque no sabía
tampoco qué significaba exactamente. ¿Llorón o algo así?
—¿No sabéis qué es un mariquita?—preguntó Amal, extra-
ñado.
—Sé que es una mariquita—contestó ella—, uno de esos in-
sectos rojos con lunares negros.
—Ya, ya, pero no es eso —dijo Amal, entrando al castillo—.
Un mariquita es un chico al que le gustan los chicos.
Rose frunció el ceño, aún confundida.
—Pero… eso no tiene nada que ver con llorar.
—No, no es eso, mi padre me lo explicó una vez —exclamó
Albus, recordándolo de pronto—. Algunos muggles piensan que si
eres un chico no te pueden gustar los chicos y si eres una chica no
te pueden gustar las chicas.
—Hombre, es que es un poco raro —repuso Amal—. Sobre
todo lo de los chicos.

120
CAPÍTULO | 7
El nuevo Buscador de Gryffindor

Albus se puso muy serio.


—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Pues porque sí, porque son dos chicos. ¿Es que no sabéis
lo que hacen? —Bajó un poco la voz—. Se dan por culo.
Rose torció los labios con disgusto.
—¿Eso quiere decir que se meten la cosa por el culo?
—Claro.
—¡Pero por ahí es por donde se…! —Rose se detuvo, con
cierto desmayo.
—¿Lo ves? —dijo Amal—. Muy normal no es, ¿no?
Albus, que estaba un poco más al tanto del sexo que su prima
gracias a James y por lo tanto se había escandalizado menos, se rascó
la nariz; aquella conversación estaba resultando un poco difícil y no
sabía muy bien por qué.
—Bueno, a lo mejor eso es un poco asqueroso, pero es que
todo eso del sexo es asqueroso, porque si estás con una chica se la
has de meter por donde mean, y también lo chupas y cosas así —
explicó, con cara de aprensión—. Yo nunca voy a hacer esas cosas,
eso ya os lo digo.
—Ni yo —dijo Amal rápidamente, haciendo un gesto de re-
chazo.
—Yo tampoco —dijo Rose, que tenía las mejillas algo ro-
jas—, pero sé que los chicos no la meten por donde las chicas hacen
pis. Es por el agujero por el que nacen los niños.
—¿No es el mismo? —preguntaron los dos chicos a la vez.
—No. Segurísimo.
Albus reorganizó sus datos sobre anatomía femenina y luego
meneó la cabeza
—Da igual, tampoco tiene nada que ver —le dijo a Amal—.
Habla con cualquiera que haya vivido en el mundo mágico y verás
como te dicen lo mismo que nosotros. Si te gusta alguien, te gusta y
ya está, da igual que sea un chico o una chica.
—Además, nuestro tío Charlie tiene novio a veces y es muy
simpático, o sea, que no te metas con él —le advirtió Rose.

121
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Vuestro tío Charlie es el que trabaja con dragones?


—Sí. Y tú querías ir a ver donde trabajaba algún día —dijo
Albus, acordándose de una conversación que habían tenido sema-
nas atrás—. Pero no querrá enseñarte los dragones si se entera de
que vas hablando mal de él.
Amal dudó un poco y luego asintió solemnemente.
—Está bien, no volveré a llamar a nadie mariquita cuando es-
té en Hogwarts.
Albus le sonrió, satisfecho.


Al día siguiente, después de una hora de Estudio en el Gran
Comedor, Albus observó cómo Rose, Camilla y un chico rubio
llamado Alexander Brown se preparaban para ir a clase de francés.
Rose le había dicho que la profesora, Amélie Bouchard, no valía
nada y siempre estaba subiéndose los tirantes del sujetador y que-
jándose de la comida inglesa. Albus, que se había imaginado que
todas las francesas eran como su bella tía Fleur y su no menos bella
hermana pequeña Gabrielle, se había sentido algo despagado al en-
terarse que aquella mujer grandota y estridente era también de ese
país. James le había asegurado que la profesora de francés que ha-
bían tenido hasta aquel año —Bouchard era nueva, como Zhou—,
había sido una mujer un poco mayor, pero mucho más guapa y ele-
gante.
Amal no se había apuntado a nada porque había dicho que ya
tenía bastante con las clases, y los dos se fueron a la Sala Común pa-
ra dejar sus libros e irse a dar una vuelta, pues aquel día aún no ha-
bían tenido ocasión de salir del castillo. Afuera estaba casi anoche-
ciendo, pero se pasaron corriendo a hacerle una visita rápida a Ha-
grid y volvieron antes de que se hiciera noche cerrada. Aún faltaba
un poco para el té, así que decidieron volver a la Torre de Gryffin-
dor para hacer algo de deberes, y allí se encontraron a Clarice Sa-

122
CAPÍTULO | 7
El nuevo Buscador de Gryffindor

muels, una de las niñas de su curso, sollozando desconsoladamente


mientras las demás trataban de animarla.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Albus, acercándose a ellas
con Amal.
—Su rata Burbujas —explicó Rose, que ya había salido de
francés—. Llevaba desde ayer sin verla y… bueno, parece ser que el
gato del señor Filch…
Albus dejó escapar un jadeo de horror, porque Leviatán, el
horrible gato negro del conserje de Hogwarts era el bicho con más
malas pulgas de todo el mundo mágico. Y aunque no tenía mucha
relación con Clarice, sólo necesitaba pensar cómo se sentiría él si
Leviatán se hubiera comido a su lechuza Nemo para sentirlo por la
pobre niña.
—¿Estáis seguras?
—Se lo ha dicho Neville.
Clarice estaba inconsolable y aún seguía llorosa cuando en-
traron los de tercero armando jaleo, riendo mientras trataban de ti-
rarse al suelo a base de zancadillas. James iba casi el primero, rojo
de tanto reírse, pero cuando vio el pequeño drama que tenían los de
primero se puso más serio y se acercó a ver qué pasaba. Albus se lo
contó y James miró a Clarice con una mezcla de pena e indigna-
ción.
—Ese gato es una mala bestia, McGonagall debería obligar a
Filch a deshacerse de él antes de que acabe con todas las mascotas
de Hogwarts.
—¿Lo había hecho más veces? —preguntó Dina McLaggen,
boquiabierta.
James asintió.
—Cuando yo estaba en primero mató a la rata de un chico de
tercero, y el año pasado, al gato de una chica de Ravenclaw.
—Filch tendría que tener a su monstruo encerrado —inter-
vino Fred—, o dárselo a Hagrid o algo así.
James le pasó el brazo por los hombros a Clarice.

123
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Vamos, no llores —dijo, usando el tono que habría usado


con Lily—. Seguro que Neville y McGonagall hablan con Filch y le
obligan a tener más cuidado.
—Sí, pero Burbujas ya está mu-muerta —hipó ella—. Y era
mi ratita y se subía a mi hombro para que le diera queso y galletas.
Albus vio cómo su hermano suspiraba, comprendiendo sin
duda que ese argumento era irrebatible, pero después de pensar un
poco su rostro pecoso volvió a animarse.
—Entonces deberíamos hacerle un entierro, ¿no crees? Por
lo menos así la despediremos como se merecía.
A Clarice parecía gustarle la idea y eso fue todo el incentivo
que James necesitó para empezar a organizar rápidamente a sus
amigos y a los de primero para que fueran a por una caja de madera,
velas e incluso flores para hacer una pequeña corona. Los mayores
parecían encontrar todo aquello un poco ridículo, pero lo hicieron
por Clarice, y también porque era más divertido que ponerse a ha-
cer los deberes. No tardaron en tenerlo todo listo y después del té,
una pequeña comitiva de Gryffindors salió del castillo en dirección
al viejo cementerio de Hogwarts desafiando la oscuridad con Lu-
mos y velas. El espectáculo atrajo curiosos de otras Casas y muchos
de ellos decidieron quedarse a participar mientras echaban pestes de
Filch y Leviatán, y Albus vio incluso Slytherins observándoles desde
cierta distancia entre intrigados y despectivos.
James, obviamente satisfecho con el resultado de su idea,
pronunció un solemne discurso de despedida. A veces había una
sonrisa revoloteando en sus labios, como le sucedía a los adultos
cuando estaban tomándose en serio algo que pensaban que era sólo
una cosa de niños pequeños, pero el efecto fue bueno. Después
Fred hizo un agujero en la tierra con la varita y depositaron allí el
ataúd de la rata. Albus pensó que incluso Clarice, que había vuelto a
echarse a llorar, se lo estaba pasando en grande con todo aquello;
gracias a James, diez años después probablemente aún se acordarían
todos de la muerte de Burbujas y eso era todo un logro para una pe-
queña rata gris. Clarice podía sentirse orgullosa.

124
CAPÍTULO | 7
El nuevo Buscador de Gryffindor


A mediados de diciembre se jugaban los primeros dos parti-
dos de quidditch de la temporada. El primero de todos era el Gryf-
findor-Ravenclaw y Albus estaba impaciente por verlo. Además de
que James se estrenaba como Buscador, su primo Fred lo hacía co-
mo Lanzador y su prima Molly era la Guardiana del equipo; tenía
motivos de sobra para desear la victoria de los leones.
Aquel sábado, después del desayuno, los alumnos fueron sa-
liendo hacia el campo de quidditch, pues el partido empezaba a las
diez. Todos los Weasley solían sentarse juntos para ver el quidditch,
aunque cuando jugaban contra Ravenclaw, Dominique, la hermana
de Victoire, que iba a esa Casa, prefería estar con sus amigas. Albus
y Rose se unieron a ellos con Amal y Camilla Rice, la mejor amiga
de Rose.
William también estaba allí, en un rinconcito. Por alguna ra-
zón, eso le hizo pensar a Albus en un perro. William los saludó con
mucho entusiasmo y fue a sentarse con ellos, sin darse cuenta de
que era recibido con mucha más desgana. Amal no lo aguantaba, a
Rose seguía dándole pena y Albus oscilaba entre la pena y cierto
desagrado. Le recordaba un poco a Slughorn, quien a pesar de ser
simpático, no caía demasiado simpático. Pero como William no le
había hecho nada, Albus se sentía culpable por tenerle un poco de
manía de vez en cuando e intentaba ser amistoso con él. Tampoco
lo trataba mucho: en clase solía acabar sentado con Urien y fuera de
clase andaba con sus amigos Hufflepuff o con James, Fred y otros
Gryffindor de tercero.
Pese a la presencia de William, Amal estaba totalmente so-
breexcitado por la perspectiva de ver por primera vez un partido de
quidditch. Ya se conocía todas las reglas de memoria y hablaba de
bludgers y maniobras evasivas como si hubiera estado entre magos
toda su vida, pero no paraba de hacer preguntas sobre dudas de úl-
tima hora.

125
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Albus aplaudió a rabiar cuando el equipo de Gryffindor salió


al campo, lleno de orgullo al ver a su hermano estrenándose como
Buscador. Estaban un poco en minoría, porque el equipo de Raven-
claw recibía el apoyo de los suyos y de Slytherin, mientras que Huf-
flepuff se mantenía más o menos neutral y sólo esperaba pasárselo
bien, pero armaban suficiente ruido como para plantar cara a la afi-
ción contraria.
El partido comenzó con un sonoro pitido de madame Hooch
y los Lanzadores se tiraron como balas a por las quaffles. Albus mi-
ró como su hermano empezaba a volar velozmente por el campo en
busca de la snitch y después volvió la vista hacia los Lanzadores.
Amal iba como loco, sin saber exactamente hacia dónde mirar y
lanzando exclamaciones de admiración cada vez que algún jugador,
Gryffindor o Ravenclaw, hacía alguna pirueta vistosa sobre su esco-
ba.
—Seguro que este año ganáis la Copa de Quidditch otra vez
—dijo William—. James es muy bueno.
—Sí, siempre ha volado muy bien —convino Albus.
—Y los Ravenclaw son malos de solemnidad —intervino
Lucy, la hermana gemela de Molly. Ellas y Michael eran hijas de
Percy Weasley, pero sólo Lucy había heredado su carácter un poco
pomposo y responsable. Michael y Molly eran más informales y
bromistas—. Los que nos pueden causar problemas son los Huf-
flepuff. Su Buscadora sí que es buena.
El partido continuaba con un claro predominio de Gryffin-
dor, que ya iba ganando por una ventaja de cincuenta puntos. Albus
distinguió el pelo plateado de su prima Dominique, idéntico al de
Victoire, entre los alumnos de Ravenclaw, que cada vez animaban
con menos ganas. Los Slytherin, sin embargo, aún no se habían
desmoralizado y silbaban como locos cada vez que Gryffindor mar-
caba o la locutora del encuentro, una Hufflepuff de cuarto, decía
algo bueno de ese equipo —cosa que no sucedía a menudo porque
se notaba que ella quería que ganara Ravenclaw—. Entonces, los
Buscadores cruzaron el campo como flechas y todo el estadio se pu-

126
CAPÍTULO | 7
El nuevo Buscador de Gryffindor

so en pie, comprendiendo que habían visto la snitch. Albus la dis-


tinguió enseguida, un destello veloz a siete u ocho metros de su
hermano, que iba por delante.
—¡Vamos, James! —se desgañitó, uniendo su grito al de sus
primos, al de los Gryffindor.
James estaba cada vez más cerca de la snitch y más alejado de
su perseguidor. Albus daba pequeños saltitos, como si quisiera darle
empuje. Tenía que ganar, tenía que atraparla. La pelota dorada se
metió entre los otros jugadores, obligando a los Buscadores a esme-
rarse en el vuelo para no chocar con sus compañeros y todo Gryf-
findor soltó una exclamación de alarma a la vez cuando una bludger
estuvo a punto de estrellarse contra James.
Albus no supo cuánto tiempo duró la persecución. James
dominaba al otro Buscador, pero la snitch estaba plantando cara y
no se dejaba atrapar. Un jugador de Ravenclaw fue retirado del
campo después de recibir un golpe de la bludger y Gryffindor ga-
naba ya por setenta puntos de diferencia. Aun así, si James cometía
un error y Ravenclaw se hacía con la snitch, Gryffindor perdería a
pesar de esa diferencia de puntos.
Entonces ocurrió, cerca de la portería de Ravenclaw. La sni-
tch giró en un ángulo muy cerrado capaz de partirle la cintura a
cualquier Buscador. James hizo un giro casi imposible y su mano se
cerró con fuerza sobre la snitch.
—¡Gryffindor atrapa la snitch! —exclamó la locutora, con
más resignación que otra cosa.
La emoción la pusieron los Gryffindor, que estallaron en
aplausos y empezaron a corear el apellido Potter por todo el campo.
James, arriba en el aire, volaba directo hacia sus compañeros, ense-
ñándoles la snitch con expresión de júbilo. En las gradas, Albus,
Rose y Amal saltaban con los brazos levantados y hacían ondear sus
bufandas rojas y amarillas, contentos por la primera victoria de
Gryffindor aquel año.


127
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Los jugadores de Gryffindor no se demoraron mucho en las


duchas porque querían celebrar la victoria con el resto de sus com-
pañeros. Neville había encargado a los elfos de las cocinas de Hog-
warts que les prepararan pasteles y unas cuantas jarras de zumo de
calabaza en la Sala Común, algo que hacía siempre cuando ganaban
sus alumnos, y pronto estuvieron casi todos allí, riendo, comentan-
do el partido y felicitando una y otra vez a James, que parecía a
punto de explotar en mil pedazos felices. Albus se sentía igual, lleno
de admiración por su hermano mayor.
—Al, James, venid un momento —dijo Neville, sonriente,
acercándose a ellos.
—¿Ahora? —protestó James.
—Sí, venid conmigo.
No parecía tratarse de nada grave. Los dos hermanos lo si-
guieron hasta el despacho, no muy lejos de la entrada a la Torre de
Gryffindor, que ocupaba el Jefe de la Casa.
—¿Qué pasa, tío Neville? —preguntó Albus, intrigado, pero
con ganas de volver a la fiesta.
Él sonrió.
—Mirad quién ha venido a veros —dijo, mientras abría la
puerta.
Albus sonrió de oreja a oreja, sorprendido y feliz, cuando vio
dentro a su padre.
—¡Papá!
Harry fue hacia ellos y abrazó a Albus con fuerza.
—Hola, Al —dijo, también sonriente. Después abrazó tam-
bién a James, que estaba aún más contento que antes—. Vaya forma
de atraparla.
—¡Lo has visto! —exclamó, eufórico—. ¡Lo has visto!
Su padre se echó a reír y le revolvió el pelo.
—Claro que lo he visto. ¿Crees que iba a perderme tu pri-
mer partido como Buscador?

128
CAPÍTULO | 7
El nuevo Buscador de Gryffindor

Había tanto orgullo en sus ojos que James se quedó como si


no pudiera hablar de la emoción, y el propio Albus se encontró
deseando que algún día su padre le mirara así a él también.
—Pero papá, ¿estabas en el campo?—preguntó—. ¿Por qué
no has venido a sentarte con nosotros?
—Hoy es el día de James —dijo Harry, sin que Albus enten-
diera muy bien qué quería decir con eso—. Y además, no quería
que se sintiera más presionado, sabiendo que yo estaba aquí. Pero lo
has hecho muy bien, James. Ha sido fantástico.
Albus había llevado la añoranza mejor de lo que había espe-
rado en el momento de subir al tren, pero ahora que tenía a su pa-
dre delante, y podía verlo, y tocarlo y hasta olerlo, se sentía como si
le hubieran dejado ver un pedacito de su casa por la ventana. De re-
pente tuvo unas ganas terribles de estar en su cuarto, con sus libros
y sus cosas, y de estar sentado a la mesa con sus padres y con sus
hermanos, como cuando eran pequeños. Un aluvión de pena le
subió por el pecho, y si hubiera tenido tres o cuatro años menos
habría empezado a llorar y habría dicho que quería volver a casa,
pero con once años sabía que no podía hacer ni pedir eso, que vol-
vería a casa para Navidad en menos de tres semanas, que, en reali-
dad, le encantaba estar en Hogwarts.
Su padre no se quedó demasiado tiempo. Era sábado, así que
no trabajaba, pero Ginny estaba ese fin de semana en Irlanda, cu-
briendo un encuentro de los Murciélagos de Ballycastle, y Lily es-
taba en casa de sus abuelos, bastante enfurruñada porque ella no
había podido ir a ver el partido de quidditch a Hogwarts.
—Nos veremos pronto, ¿de acuerdo? —dijo, besándoles a
ambos—. Pasadlo bien y no os metáis en líos.
Entonces se echó por encima su Capa de Invisibilidad, Nevi-
lle le abrió la puerta y los niños supieron que se marchaba por el
ruido de sus pasos por el pasillo de piedra.
James suspiró.
—Te lo juro, Al, hoy ha sido el mejor día de mi vida.

129
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales


Harry sólo había estado en Hogwarts media docena de veces
desde el final de la guerra. Sabía que Minerva McGonagall nunca le
pondría pegas para visitar el castillo, pero no era en realidad un sitio
al que ir sin más y Harry prefería no abusar de la buena disposición
de la directora.
Caminar por esos pasillos, viendo los cuadros mágicos, las
antorchas de la pared, siempre le hacía ponerse sentimental. Hacer-
lo de nuevo bajo la Capa de Invisibilidad era como si le hubieran
sacado de su tiempo y le hubieran echado de nuevo a sus años de
escolar. Casi podía sentir a Ron caminando con él, con ese olor a
limpio y tinta y pastel de calabaza tan propio de él, y si hubiera te-
nido el Mapa del Merodeador en sus manos lo habría abierto sólo
para volver a ver los viejos apellidos de su época, repetidos en sus
hijos.
Harry hizo un esfuerzo por librarse de aquella sensación de
nostalgia y salió al exterior del castillo. Había hablado con Minerva
y Hagrid antes del partido, pero antes de marcharse de Hogwarts
quiso pasar a rendirle sus respetos a la tumba de Dumbledore. Ca-
minaba sin prisas, cruzándose a veces con alumnos de las otras Ca-
sas que querían aprovechar el inusual sol de diciembre.
Cuando la tumba quedó a la vista, Harry vio que alguien más
había tenido la misma idea que él. Estaba de espaldas, así que no
podía verle la cara, pero la ropa que llevaba, una especie de casaca
roja acolchada y unos pantalones negros anchos, le hizo sospechar
enseguida que se podía tratar del profesor de Cuidado de Criaturas
Mágicas, al que conocía gracias a las cartas de sus hijos.
Harry caminó sin hacer ruido hasta poder verle la cara y
comprobó que no se había equivocado. Era el profesor Zhou, a
menos que Minerva hubiera contratado más profesores de origen
asiático. Y ciertamente tenía una cara agradable, pacífica. Harry se
preguntó si habría ido a ese lugar porque había oído hablar de
Dumbledore o por casualidad.

130
CAPÍTULO | 7
El nuevo Buscador de Gryffindor

—Era un hombre complicado, ¿verdad? —dijo de pronto el


profesor, con un levísimo acento. Harry frunció el ceño, sorprendi-
do. Algunos magos poderosos podían sentirle bajo la Capa, pero era
algo que pasaba en contadísimas ocasiones. Por si le quedaba alguna
duda, el profesor se giró directamente hacia él con una sonrisa cor-
tés—. Me temo que no esperaba encontrar a nadie, ¿verdad? No se
preocupe, yo puedo venir en cualquier otro momento.
El profesor hizo ademán de marcharse y Harry, sintiéndose
algo tonto y un poco maleducado, se quitó la Capa.
—No, espere…—El hombre se detuvo, girándose hacia él—.
No es necesario que se marche.
Zhou se lo quedó mirando unos segundos como si no atina-
ra a reconocerlo.
—Usted es el señor Potter, ¿verdad? Si no le hubiera visto
antes en fotos le habría reconocido sólo por lo muchísimo que se
parece a su hijo Albus. Yo soy el profesor Zhou Wei —dijo, incli-
nando la cabeza al estilo oriental—. Enseño Cuidado de Criaturas
Mágicas en Hogwarts.
—Encantado de conocerlo —dijo Harry, sin saber si tenderle
la mano o hacerle también una inclinación de cabeza. Al final optó
por no hacer nada excepto sonreír torpe y cordialmente—. Mis hi-
jos me han hablado mucho de usted. Ha causado una gran sensa-
ción en el colegio.
—Me siento muy confortable aquí —dijo, sonriendo tam-
bién—. Y los niños son encantadores.
—Espero que mis chicos no le den mucho trabajo.
Zhou se echó a reír y sus ojos se convirtieron en dos simples
y simpáticas ranuritas.
—No, claro que no. Se portan muy bien, igual que todos.
Oh, dígame, ¿ha venido a ver a James en su primer partido como
Buscador?
Harry asintió.
—Yo también jugaba de Buscador y… bueno, deseaba verlo.

131
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Sus padres no habían podido estar ahí en los momentos im-


portantes de su vida, pero él esperaba que sus hijos nunca supieran
lo que era eso.
—Es natural. Estará contento, ha hecho un buen partido.
—Sí, ha volado muy bien. Ahora sólo quería… —Harry se
detuvo, señalando la tumba—. Profesor Zhou, ¿llegó usted a cono-
cer personalmente a Dumbledore?
Zhou observó la tumba unos segundos antes de girarse hacia
él.
—Nos escribimos algunas veces antes de su muerte. Yo ad-
miraba alguno de los artículos que había escrito en los años cin-
cuenta y sesenta sobre Derecho Mágico Internacional y con la im-
pulsividad propia de la juventud, me atreví a escribirle para darle mi
opinión. Él fue tan gentil como para contestar y mantuvimos el
contacto hasta su muerte. Créame, lamenté mucho no poder venir
a su funeral.
—Era un gran hombre.
Zhou lo miró con solemnidad.
—Debió de apreciarlo usted mucho para ponerle su nombre
al joven Albus.
Harry sonrió un poco. Ginny había pensado que le tomaba el
pelo cuando le había propuesto el nombre de Albus Severus, pero
había terminado aceptando que para él era importante. Dumbledo-
re y Snape habían tenido que tomar decisiones difíciles, y habían
vivido con el peso de sus errores y habían intentado compensarlos.
Eso era algo que podía respetar.
—La verdad es que sí.
El profesor le devolvió la sonrisa, aunque tenía un matiz de
despedida.
—En fin, ha sido un placer conocerlo, señor Potter. Ahora le
dejo para que pueda presentarle sus respetos al profesor Dumble-
dore. Y enhorabuena por la victoria de su hijo.
—Muchas gracias.

132
CAPÍTULO | 7
El nuevo Buscador de Gryffindor

Harry observó durante unos segundos cómo se marchaba,


entendiendo mejor por qué sus hijos hablaban tan bien de él. No
era sólo simpático; había algo reconfortante en él. Algunas veces,
cuando no estaba preocupado por la guerra, Dumbledore también
le había transmitido esa sensación. Después se giró hacia la losa de
mármol blanco, pulido hasta brillar, de la tumba del ex director de
Hogwarts y agachó respetuosamente la cabeza.

133
Capítulo 8
Cuestión de orgullo

S corpius había mantenido hasta el final la esperanza de


que Slytherin ganara su partido contra Hufflepuff, pero
él y el resto de sus compañeros abandonaron el campo
derrotados por 90-190. Todos los jugadores lo habían hecho muy
bien excepto el Buscador, y aunque muchos trataban de convencer-
se a sí mismos de que la culpa era de un injusto arbitraje de mada-
me Hooch, esa teoría no colaba ni entre los de primero.
—No puedo creer que ese maldito inútil de Belak sea el me-
jor Buscador que hay en Slytherin —dijo uno de los de sexto,
cuando pasaba junto a Scorpius.
Morrigan, que también lo había oído, le dio a su primo una
palmadita en la espalda.
—Tú eres mejor que él, Scorpius. Apuesto a que el año que
viene te elegirán a ti de Buscador.
—Y entonces machacarás a ese presumido de Potter —aña-
dió Damon, lleno de confianza.
—Pues claro —dijo Scorpius, para estar a tono con las cir-
cunstancias, mientras se prometía practicar varias horas al día du-
rante el verano. Seguro que su padre le ayudaría, si no tenía mucho
trabajo. Incluso a su abuelo le gustaba echarse unas carreras de vez
en cuando.

134
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Perder siempre resultaba desagradable, pero las risitas y bro-


mitas de algunos alumnos de otras Casas no ayudaban a hacerlo
más fácil. Los Slytherin pasaron el fin de semana prácticamente
atrincherados en su Sala Común para ahorrarse la vergüenza —y
mirando con bastante frialdad a Belak— y salieron el lunes por la
mañana con la esperanza de que lo peor ya hubiera pasado. Scor-
pius y sus amigos tuvieron que apretar los dientes un par de veces,
pero la cosa no fue más allá; como siempre, los de tercero eran los
que se llevaban la peor parte, ya que tenían que lidiar con James
Potter, Fred Weasley y su grupito. El lunes por la noche, después de
cenar, regresaron a la Sala Común echando pestes de los Gryffindor
y anunciando con un humor bastante negro que pensaban firmar
con Voldemort si volvía a reaparecer.
—Hay que reconocer que nuestro Potter no es tan imbécil
como su hermano —dijo Britney.
Scorpius tuvo que mostrarse de acuerdo, pero pensaba que
esa ventaja quedaba anulada a causa del profesor Longbottom. Al
día siguiente tenían una hora de Herbología y estaba seguro de que
iba a pasarse la clase mencionando el partido una y otra vez. Se
equivocó sólo a medias. Longbottom saludó a los Slytherin pregun-
tándoles con falsa solicitud si ya se habían recuperado del disgusto,
y tardó sólo unos minutos en quitarle cinco puntos a Morrigan por
cuchichear en clase y otros cinco a Diana por no saberse la respues-
ta a una de sus preguntas, pero después se puso a explicar la lección
de aquel día y pareció olvidarse de ellos. Scorpius se relajó ligera-
mente hasta que, cerca ya del final de la clase, uno de los Gryffindor
le preguntó a Longbottom en qué posición le gustaba jugar a él.
—La verdad es que no soy muy bueno en quidditch, pero
me gusta jugar de Lanzador. —Morrigan se atrevió a inclinarse un
poco hacia delante para susurrarle a Scorpius, quien en Herbología
siempre se sentaba con Diana, que Longbottom tenía pinta de ser
malísimo con una escoba y éste sonrió. Longbottom clavó la vista
en él una fracción de segundo y Scorpius maldijo para sus aden-

135
CAPÍTULO | 8
Cuestión de orgullo

tros—. ¿Qué le parece tan divertido, señor Malfoy? Compártalo


con el resto de la clase.
Scorpius maldijo para sus adentros.
—No es nada, señor.
Longbottom lo miró como lo habían mirado Harry Potter y
sus amigos en la estación y Scorpius se preparó para el golpe.
—A los Malfoy siempre les ha gustado mucho reírse de los
demás y sentirse superiores, pero no recuerdo que hayan hecho
nunca nada que valga la pena, así que será mejor que se deje de son-
risitas y aprenda un poco de humildad, señor Malfoy.
Scorpius fijó la vista en el pupitre a la primera mención de su
familia, consciente de que los Gryffindor habían empezado a lan-
zarle miradas de reojo, dispuesto a disimular la rabia que le corroía
como si fuera ácido. La garganta se le cerró con lágrimas y Scorpius
se mordió los labios, usando toda su fuerza de voluntad para no de-
jar que esas lágrimas le subieran a los ojos. Cualquier cosa, cualquier
cosa antes que echarse a llorar delante de esos Gryffindor.
El resto de la clase fue un suplicio para él, pero, por suerte,
quedaban ya unos minutos. Cuando por fin pudieron marcharse,
Scorpius recogió sus cosas con movimientos bruscos, luchando aún
por contener unas lágrimas que se negaban a desaparecer pese a to-
dos sus esfuerzos. Sus amigos no le dijeron nada, no hasta que no
salieron de clase y los de Gryffindor se fueron hacia el Gran Come-
dor mientras ellos iban a la Torre de Estudios Muggles.
—Scorp, lo siento —dijo Morrigan, contrita—. No quería
meterte en líos.
—Longbottom es un cerdo —exclamó Damon.
—Creo que hasta él se ha dado cuenta de que se ha pasado
—dijo Britney, en voz baja.
Scorpius no quería hablar aún del tema, no podía. Entonces
pasaron junto a uno de los lavabos y se detuvo.
—Id vosotros delante. Decidle a la profesora Blackcrow que
ahora iré.
—¿Estás bien? —preguntó su prima.

136
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Sí.
—¿Quieres que te espere? —se ofreció Damon.
—No, si llegamos tarde los dos seguro que nos quita puntos
—replicó Scorpius, casi sin mirarlo—. Venga, ahora voy yo.
Sus compañeros se quedaron dudando un segundo, pero
luego asintieron y reanudaron su camino. Scorpius entró entonces
en el baño, se encerró dentro de uno de los compartimentos y, sen-
tado en el canto de la taza del váter, se echó a llorar.


Scorpius pasó el resto del día casi sin decir palabra, pensando
solamente que odiaba Hogwarts, que odiaba a todos los Gryffindor,
y que todo lo que quería era volver a casa. Había momentos en los
que había entendido por qué su padre había insistido tanto en lle-
varlo a ese colegio, pero no esa vez. Esa vez pensaba que era un
error y quería marcharse de allí.
—Pero nosotros no queremos que te vayas, Scorpius — le
dijo Diana, que llevaba toda la tarde mirándolo con inquietud.
Después de más de tres meses allá, nadie fue a buscar apoyo
moral en el profesor Slughorn. En vez de eso, Morrigan se lo contó
a Gabriel y éste se fue enseguida a hablar con su primo y a tratar de
animarlo, pero Scorpius no se sentía nada razonable y le dijo a Ga-
briel que le daba igual lo que le dijera, porque pensaba sentarse y
escribirle una carta a sus padres contándoles lo que había dicho
Longbottom y pidiéndoles que lo sacaran de allí ya.
—Vamos, Scorpius, piensa en tu padre. ¿Cómo crees que se
sentirá si le escribes pidiendo que te saque de Hogwarts
—No se enfadará —dijo, con seguridad.
Gabriel lo miró como si creyera que era tonto.
—No, claro que no. Pensará que es por su culpa.
—¿Por su culpa? —repitió, extrañado—. ¿Por qué?

137
CAPÍTULO | 8
Cuestión de orgullo

—Porque si se meten tanto contigo es por ser hijo suyo y


nieto de tu abuelo Lucius, por las cosas que hicieron antes de que
naciéramos.
—Se meten conmigo porque son unos… cabrones —dijo
Scorpius, atreviéndose a usar esa palabra por primera vez en su vi-
da—. Y me alegro de todo lo que mi padre le hiciera a Longbottom
porque se lo merece. ¡Ojalá le hubiera hecho más!
Gabriel suspiró.
—Sí, sí. Pero eso no tiene nada que ver. Scorpius, ya sé que
eres pequeño, pero trata de entenderlo. ¿Es que no sabes que lo
único que realmente le quita el sueño a tu padre es que os hagan
daño a Cassandra y a ti para vengarse de él? Y no hablo de mortífa-
gos ni de matar, sino de gente como Longbottom, los Weasley o los
Potter y de cosas como esta. Para tu padre no fue nada fácil decidir
que tenías que venir a Hogwarts, ¿sabes? Y si ahora le dices que te
hacen la vida imposible y que no soportas estar aquí, se va a sentir
fatal.
Scorpius se acordó de su padre y sintió algo en el pecho que
habría llamado dolor, si el dolor pudiera ser bueno, algo que le hizo
querer protegerlo, aunque no sabía de qué.
—Yo no quiero que se sienta mal. Es que Longbottom…
No podía continuar. No le salían las palabras para describir
tanto odio, tanto rabia.
—Ya, ya lo sé. Pero tienes que quedarte. Además, así podrás
ver cómo celebramos el solsticio.
—¿Qué está pasando? —preguntó McNair, atraído por la
discusión.
—Ese cabrón de Longbottom se ha pasado con la familia de
mi primo y ahora no hace más que decir que quiere irse de Hog-
warts —explicó Gabriel.
McNair miró a Scorpius con una mezcla de indignación y
desprecio.
—¿Qué clase de lombriz eres tú? ¿No te das cuenta de que
eso es lo que quieren?

138
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Scorpius se cruzó de brazos, terco.


—Me da lo mismo.
—Pues no debería darte lo mismo. Escúchame, Malfoy… —
McNair lo cogió con fuerza del brazo y acercó la cara a la suya—.
Ahora se creen muy poderosos, pero no durará para siempre, ¿no te
das cuenta? Algún día se arrepentirán de todo lo que nos han he-
cho. Algún día pagarán. Y si te marchas ahora, no serás mejor que
esa bola de grasa de Watson.
Había un odio intenso en su voz, más intenso que el que
Scorpius había sentido por Longbottom aquella tarde, que el que
jamás había oído accidentalmente en la voz de su padre cuando ha-
blaba de Harry Potter o los Weasley. A Scorpius se le puso la piel de
gallina, fascinado y repelido a la vez, pero Gabriel frunció las cejas.
—¿Algún día pagarán? —repitió—. No sé en qué estás pen-
sando, pero mi primo no necesita oír nada de esa mierda, McNair.
McNair sonrió con desprecio.
—¿Acaso no se lo merecen?
Aunque McNair era un año mayor que Gabriel y parecía
mucho más peligroso, éste lo encaró con decisión.
—Puede que sí, pero nuestras familias no están interesadas
en nada que sea ilegal, ¿está claro? Longbottom es un cerdo y Scor-
pius está disgustado y eso es todo.
McNair hizo una mueca que podía significar cualquier cosa
y se marchó de allí. Scorpius, que por un momento había olvidado
su desazón, observó su espalda orgullosa con sentimientos todavía
mezclados. Las palabras «se arrepentirán de todo lo que nos ha he-
cho» daban vueltas en su cabeza; sonaban correctas y tenían la dul-
zura de algunos venenos.
Su primo le puso la mano en el brazo para atraer de nuevo su
atención.
—No le hagas caso, Scorpius —le advirtió—. McNair sólo
sabe buscar líos. Lo único sensato que ha dicho es que si te mar-
chas, no serás mejor que Watson. Además… ¿es que no te imaginas
lo que dirían los Gryffindor si vieran que Longbottom ha hecho

139
CAPÍTULO | 8
Cuestión de orgullo

huir a un Malfoy de Hogwarts con el rabo entre las piernas? Échale


huevos, joder.
Las palabras de McNair habían picado su orgullo y las de su
primo terminaron de convencerlo. De repente, todo lo que podía
ver era distorsionadas caras de alumnos de Gryffindor que se reían
y se congratulaban mientras él dejaba el colegio. ¿Y quién iba a ex-
plicarle las cosas a Diana si él se marchaba? ¿Quién pararía a Da-
mon cuando perdía los nervios y quería partirle la cara a Watson? Y
Morrigan… Su prima le había pedido con lágrimas en los ojos que
no les pidiera a sus padres que lo sacaran del colegio.
—De acuerdo, me quedaré.
Gabriel sonrió con aprobación.
—Bien dicho. Además, dentro de nada será Navidad y po-
dremos olvidarnos de Hogwarts unos días.


Scorpius había decidido quedarse, pero esa decisión no había
mejorado su ánimo. Aquella noche, sus siete años en Hogwarts se
sentían como una condena inapelable. Le costó dormirse y cuando
se despertó, tenía una opresión en la boca del estómago; si la prime-
ra clase de la mañana no hubiera sido una sesión doble de Cuidado
de Criaturas Mágicas quizás no habría conseguido reunir energía
suficiente como para salir de la cama.
Sus amigos estuvieron especialmente solícitos con él durante
el desayuno, como si hubiera salido de una larga enfermedad. Scor-
pius no pudo decidir si eso le molestaba o le gustaba, pero no lo
impidió. De vez en cuando miraba hacia la mesa de Gryffindor con
oscuro resentimiento y en un par de ocasiones pilló a Sharper, el
chico que siempre andaba con Albus Potter, mirándole a él como si
quisiera averiguar algo. Scorpius se preguntó si le estaría preparan-
do alguna jugarreta, aunque hasta el momento era un niño que
simplemente había estado allí, pegado a Potter.

140
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Después de desayunar, los Slytherin y Gryffindor de primero


se dirigieron al exterior en busca del profesor Zhou. El cielo estaba
encapotado y hacía bastante frío, pero la mayoría de los alumnos
parloteaban ahora sobre la última clase que habían dado con Zhou y
se preguntaban con qué animal iba a sorprenderles esta vez. Scor-
pius caminaba en silencio, sumido en sus pensamientos.
El profesor ya estaba allí, rodeado de una docena de animali-
tos de piel oscura que brincaban a su alrededor. Cuando los niños
se acercaron, los animalitos se apiñaron en torno al profesor Zhou y
parecieron quedarse estudiando a los alumnos para decidir si eran
peligrosos o no.
Scorpius los observaba con inesperado interés. No recordaba
haber visto nada así en toda su vida. Eran como pequeños monitos,
sólo que tenían pico en vez de boca y unas membranas a los lados
que le hicieron pensar que podían planear de árbol en árbol como
algunas ardillas.
—Hola, profesor Zhou.
—Buenos días, profesor.
—¿Qué son?
El profesor les sonrió.
—¿Nadie lo sabe?—Scorpius miró a los demás de reojo, pero
nadie levantó la mano—. Bien, son yinguis.
—¿Yinguis? —repitieron casi todos los niños.
Mientras hablaban, los animalitos estaban empezando a per-
der rápidamente el miedo y a dar saltitos cautelosos hacia ellos. Para
sorpresa de Scorpius uno fue directamente hacia él y se quedó dan-
do brincos a sus pies, mirándole con grandes ojos color ámbar.
Scorpius trató automáticamente de cogerlo en brazos y el animal
saltó a sus manos casi al instante y emitió un arrullo similar al de
una paloma. Otros niños, entre otros Morrigan, Britney y Potter,
también tenían ahora un yingui entre sus brazos.
—Los yinguis son animales que sólo se encuentran en una
montaña mágica de China. Por suerte hay muchos, y pude conse-
guir que me enviaran unos cuantos —dijo el profesor Zhou, satis-

141
CAPÍTULO | 8
Cuestión de orgullo

fecho—. Como podéis ver son animalitos muy sociables. Se ali-


mentan de insectos como saltamontes y grillos, viven en árboles en
grupos de seis a ocho individuos y sus membranas se usan en algu-
nas pociones típicas de mi país.
—¿Ponen huevos? —preguntó Scorpius, que no conseguía
saber si su yingui era macho o hembra.
—Excelente pregunta, Scorpius. Cinco puntos para Slythe-
rin. —El niño sonrió, la primera sonrisa sincera de su rostro desde
la última clase de Herbología—. Las hembras yingui ponen huevos,
pero no necesitan incubarlos. A las pocas horas de la puesta, la cría
rompe el cascarón.
—¿Sirven para algo, aparte de para las pociones? —preguntó
Damon, mirando el de Britney con interés.
—Son mascotas muy habituales entre los niños chinos. —
Scorpius se planteó inmediatamente la posibilidad de pedir un yin-
gui como regalo de Navidad—. Siguen a sus dueños a todas partes y
dicen que si duermes cerca de un yingui no tienes pesadillas.
Hubo un pequeño alboroto cuando aquel inútil de Paltry es-
tuvo a punto de dejar caer uno de los yinguis al suelo. En otro mo-
mento, los Slytherin se habrían empezado a burlar de él aunque
hubiera sido a espaldas del profesor, pero como estaban en Cuidado
de Criaturas Mágicas, sólo menearon la cabeza, y las pocas bromas
que hubo, también entre los Gryffindor, fueron sin intención de
molestar. Zhou calmó al siempre nervioso Paltry y siguió explicán-
doles más características de aquellos animalitos mientras repartía
puntos con ecuánime liberalidad.
El cielo seguía estando plomizo, pero Scorpius podía sentir
cómo su pesadumbre iba desapareciendo poco a poco casi sin darse
cuenta, y cuando uno de los yinguis trepó hasta la cabeza del profe-
sor Zhou y se puso a dar saltitos allá arriba, estalló en carcajadas con
el resto de la clase.
—Eh, Malfoy —le dijo de pronto Sharper, con expresión di-
vertida—, tu yingui se ha dormido.

142
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Varios niños lo miraron y cinco o seis niñas se arremolinaron


en torno a Scorpius para poder ver de cerca al yingui dormido y
poder decir lo mono que era con ese tono especial que ponían las
niñas para hablar de esas cosas.
—Sí, Scorpius —dijo Damon, burlón—. Sois tan mooonos los
dos.
—Idiota… —gruñó Scorpius, con las mejillas un poco rojas,
aunque la atención que estaba recibiendo no le desagradaba del to-
do.
La clase estaba acabando ya. El profesor Zhou dijo algo en su
idioma y todos los yinguis empezaron a dar saltitos hacia él. La ex-
cepción era el de Scorpius, que seguía dormido. El niño se lo llevó
al profesor y lo dejó en sus brazos, teniendo cuidado para no des-
pertarle.
—¿Qué hará con ellos cuando acabe de enseñárnoslos?
—Bueno, ahora los yinguis son de Hogwarts, así que Hagrid
cuidará de ellos hasta que veamos si es buena idea dejar que se for-
me una colonia en el Bosque Prohibido.
Scorpius le lanzó una mirada desconfiada al Bosque Prohibi-
do, que podía verse desde allí. Su padre le había dicho así como un
millón de veces que no se acercara a ese sitio.
—Pero profesor, ahí hay animales muy peligrosos —protestó
una Gryffindor.
—No te preocupes, Dina, sólo los llevaremos allí si la colo-
nia puede sobrevivir. Venga, que no quiero que lleguéis tarde por
mi culpa a vuestras clases y que la profesora McGonagall se enfade
conmigo. Tened un buen día, niños.
Los alumnos se despidieron de él y echaron a caminar hacia
el castillo. Scorpius ya no se sentía deprimido, y cuando a mitad
camino empezó a llover, echó a correr con sus amigos entre gritos
de alarma y carcajadas.



143
CAPÍTULO | 8
Cuestión de orgullo

Los miércoles, antes de la hora del té, Neville tenía un rato


libre. Algunas veces, Albus y Rose iban a hacerle una vista. Aquel
día decidieron pasarse a hablarle de los yinguis —habían descubier-
to que ellos y los Slytherin habían sido los primeros alumnos de
Hogwarts en verlos— y mientras iban para su oficina, a ver si estaba
allí, Rose le comentó de pronto que creía que a Amal no le caía bien
Neville.
—¿Qué dices? —exclamó Albus, pensando que su prima se
había vuelto loca. Sencillamente, no le cabía en la cabeza que a un
Gryffindor no le gustara Neville, que siempre estaba preocupándo-
se por sus alumnos y era tan bueno con todos—. Claro que le cae
bien.
—Pues nunca quiere acompañarnos a verlo —señaló Rose.
—Porque es un profesor y le da corte —contestó Albus, re-
cordando algunas cosas que Amal le había contado del colegio mu-
ggle al que había asistido en primaria.
Sin embargo, Albus ya no se lo pudo quitar de la cabeza y
después del té, cuando pudo hablar a solas con Amal, se lo preguntó
directamente. Éste se encogió de hombros como si no tuviera mu-
cha importancia o como si se sintiera incómodo hablando del tema.
—No sé… Si no me cae mal, pero…
—¿Qué? —insistió Albus.
Amal frunció un poco el ceño y apartó la vista.
—Pues… si en mi otro colegio algún profesor le hubiera ha-
blado así a un alumno, los padres lo habrían denunciado.
—¿A qué alumno? —preguntó Albus, estupefacto, que no
recordaba que Neville le hubiera hablado mal a nadie.
—A Malfoy, sobre todo —dijo, mirándole esta vez a los ojos.
Albus se quedó aún más sorprendido.
—Pero… es Malfoy. ¿Cómo van a denunciar sus padres a Ne-
ville? —Lo mismo podría haberle dicho que debían nombrar a Lu-
cius Malfoy rey de Inglaterra, era tan absurdo que Albus no sabía ni
por dónde empezar a explicarse—. Dice mi madre que no acabaron

144
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

todos en Azkaban sólo porque mi padre los ayudó. Y Neville es un


héroe.
Amal suspiró como si estuviera cansado.
—Sí, sí, todo eso ya lo sé. Y no digo que los Malfoy no sean
de los malos, pero… Bueno, no sé, el profesor Longbottom se pasa
mucho con Scorpius. Las cosas que le dice… no están bien. No sé,
quizás en el mundo mágico los maestros puedan hablarle así a los
alumnos, pero en el mundo muggle no pueden y en esto creo que
tienen razón los muggles.
Una parte de Albus no podía evitar pensar que aquello era
casi una traición, pero había otra parte que recordaba algunos mo-
mentos de las clases de Herbología, especialmente de la última, y
sentía una extraña sensación de incomodidad.
—Pues… No sé por qué defiendes a Malfoy.
—Yo no estoy defendiéndole. Sólo digo que si esto fuera un
colegio muggle, Longbottom no podría hablarle así porque lo de-
nunciarían. O lo despedirían. Seguro.
Albus no sabía qué hacer, si tenía que enfadarse con Amal
por hablar así de Neville, que era un amigo muy querido de la fa-
milia o si tenía que convencerlo de que se equivocaba, igual que
cuando había llamado mariquita a Urien.
—Bueno, pero esto no es un colegio muggle —dijo al fin,
por decir algo.
Amal pareció encontrarlo un buen argumento, asintió y ya
no dijo nada más sobre el tema. Tampoco Albus tenía ya ganas de
seguir hablando de Neville, así que lo dejó correr y los dos se fue-
ron a hacer deberes. Durante los primeros minutos, había una lige-
ra tensión entre ellos —Rose les lanzó miradas curiosas de vez en
cuando—, pero pronto pasó y la discusión se borró por completo
de sus memorias.



145
CAPÍTULO | 8
Cuestión de orgullo

Albus ya no volvió a acordarse de aquello hasta que llegó el


viernes y con él, la doble clase de Herbología con los Slytherin.
Malfoy, en su mesa, desayunaba con pocas ganas y ademán som-
brío. Todos los Slytherin de primero, de hecho, parecían bastante
serios. Albus se preguntó si sería por Neville, pero luego se dijo que
no, que tenían que estar planeando algo malo. Neville no podía es-
tar haciéndoles un daño injustificado a los Slytherin, eso lo sabía
todo el mundo.
Aquella mañana, Albus los estuvo vigilando por el rabillo del
ojo, dispuesto a desbaratar sus planes. Pero los Slytherin, al parecer
escarmentados y con la lección del último día fresca en su memoria,
apenas se atrevían a respirar. Daba igual que Charles Paltry estuvie-
ra a punto de envenenar a un compañero mientras exterminaban
una pequeña plaga de insectos de las plantas, o que Rose resultara
ser alérgica a algo y estornudara una docena de veces seguidas; los
Gryffindor y el propio Neville podían estar riéndose a carcajadas,
pero los Slytherin, a excepción de Watson, seguían serios y en ten-
sión. A Albus no le sorprendió exactamente; al fin y al cabo, había
oído a unos cuantos alumnos de Gryffindor, entre ellos su hermano
James, alardear de que Neville sabía cómo poner a los Slytherin en
su sitio.
Pero a la vez sintió de nuevo una punzada de incomodidad
en el estómago y cuando vio que Cecily Broomer, que parecía la
más inofensiva de aquel grupo, le estaba mirando también, esbozó
sin saber por qué una sonrisa vacilante en su dirección. Era diverti-
do que Rose no parara de estornudar, podían reírse, intentó decirle
sin palabras, Neville nunca les castigaría o les quitaría puntos por
eso. Pero Broomer endureció su mirada con resentimiento y giró la
cabeza para no verlo. A Albus le recordó un poco a Lily cuando es-
taba enfadada porque sus hermanos habían recibido permiso para
hacer algo y ella, no.
Neville no hizo ningún comentario sobre los padres de na-
die, ni sobre el pasado, y Albus trató de convencerse a sí mismo de
que eso probaba que, cuando los Slytherin se comportaban, nadie

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

se metía con ellos. También intentó decirse que no pasaba nada sólo
porque Neville fuera parcial repartiendo puntos: parecía natural
que el Jefe de Gryffindor mostrara simpatías por los suyos. Para Al-
bus, lo contrario era como pretender que unos padres no fueran
más buenos o más protectores con sus hijos que con niños que no
conocían. Y si Slughorn no quería a sus alumnos… bueno, eso no
era culpa de los Gryffindor. Pero una vocecita en el interior de su
cabeza le dijo que tampoco Flitwick favorecía a los Ravenclaw en
Encantamientos. Ni nadie había acusado nunca a la jefa de Huf-
flepuff de dar puntos de más a sus alumnos en Runas.
Cuando la clase terminó, los Slytherin recogieron rápida-
mente. Aunque aún estaban serios, había un brillo en sus ojos y una
animación de fin de semana que no habían tenido antes. Albus, que
fue de los primeros Gryffindor en salir del aula, aún alcanzó a ver-
los marcharse por el pasillo, charlando entre ellos amistosamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Amal, que estaba a su lado.
Albus se preguntaba lo mismo, pero no sabía la respuesta, así
que se encogió de hombros.
—Nada. —Y vio que Rose salía ya también de clase—. Ven-
ga, vámonos.


Aquel año los estudiantes todavía estaban en el colegio el día
veintiuno y eso, como Gabriel le había recordado a Scorpius, signi-
ficaba que iban a celebrar el solsticio de invierno. Tres días más tar-
de celebrarían la Navidad porque hasta los sangrepura más recalci-
trantes se habían acostumbrado a ello muchos siglos atrás: no había
problema. Pero aquella noche era el momento de honrar una reli-
gión más antigua.
Scorpius descubrió que había poca tradición en aquella cele-
bración; de vez en cuando algún grupo se animaba a cantar cancio-
nes antiguas, pero era más bien una fiesta en toda regla. Eso no lo
hacía menos divertida, al contrario. Los alumnos habían recogido

147
CAPÍTULO | 8
Cuestión de orgullo

dinero entre todos y los más mayores se habían encargado de com-


prar cerveza de mantequilla, pasteles dulces y salados, decoraciones
célticas y hasta unas cuantas botellas de whisky de fuego. Las chicas
iban y venían de un cuarto a otro, probándose vestidos, peinándose
y maquillándose unas a otras. Scorpius se había puesto la túnica
más formal que su madre le había empaquetado; era de color Bur-
deos, con un broche de plata y detalles en seda. Cecily pareció
enamorarse de ella en cuanto la vio.
—Jo, es preciosa… ¿Dónde te la has comprado?
—En París.
—París… Oh, todas tus cosas son tan geniales…
Aquella no era la primera vez que Cecily admiraba sus perte-
nencias y Scorpius sonrió, presumido y condescendiente.
—Anda, para, que vas a babearle la túnica a mi primo —dijo
Morrigan—. Vamos a por cerveza de mantequilla.
La Sala Común pronto estuvo abarrotada de gente. Todos los
Slytherin estaban allí, excepto Watson: Aquiles Flint le había lanza-
do un Desmaius por la espalda en cuanto habían vuelto a la Sala
Común después de la cena y lo habían metido en la cama. La fiesta
del solsticio era un secreto, no porque estuviera mal visto celebrar-
lo, sino porque el colegio prohibía las fiestas nocturnas, especial-
mente si había alumnos fuera de su Casa después de la cena o el to-
que de queda. Slughorn, como antiguo Slytherin, sabía perfecta-
mente lo que pasaba aquella noche, pero por una vez hacía la vista
gorda. Aun así, no querían que Watson estuviera allí, viendo todo lo
que hacían para contárselo a Potter y los demás.
Y es que aquella noche, los Slytherin no estaban solos. En
parejas o en pequeños grupos, alumnos de Ravenclaw y Hufflepuff
desafiaban la vigilancia en los pasillos para asistir a la fiesta. Eran
sangrepuras también, hijos de familias tan apegadas a la tradición
como las que nutrían la Casa de Slytherin: Bletchey, Urquhart, Sil-
verstone, Silvermoon… Había hasta un par de Gryffindor, como
Samuel McMillan, que iba a la clase de Gabriel. Esos Gryffindor no
trataban apenas a los Potter y a los Weasley, y nunca se metían con

148
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

los Slytherin. Independientemente del bando que hubieran escogi-


do durante la última guerra y otras antes de esa, todos ellos pertene-
cían al mismo círculo social, tenían las mismas costumbres y doce-
nas de parientes en común.
Scorpius no tardó en darse cuenta de que en una fiesta como
aquella, los pocos Slytherin que no eran sangrepuras o no tenían
apellidos antiguos, como Britney, Cecily y Hector, eran los que pa-
recían unos invitados. Y Gabriel le explicó que, en cierto sentido, lo
eran. Si la fiesta la hubieran celebrado en otra Casa, a la mayoría no
los habrían invitado, no por hacerles un desplante, sino porque
¿qué sabían ellos del solsticio, de las viejas religiones, de las cos-
tumbres tradicionales? La celebración pertenecía a los descendien-
tes de la vieja Guardia.
Pero nadie era antipático con ellos y Scorpius descubrió que
se lo estaba pasando bien. Era mucho mejor que las pocas fiestas a
las que había asistido con sus padres, cuando tenía que saludar a un
montón de viejas cacatúas y hacer una exhibición de modales. Y ha-
bía tanta comida... Diana estaba sentada junto a una de las mesas
con expresión de haber muerto y haber despertado en el cielo; sus
mandíbulas no habían parado de trabajar aún. Britney, Cecily y Mo-
rrigan estaban en un rinconcito, comentando todo lo que pasaba y
estallando en carcajadas histéricas cada dos por tres. Él, Hector y
Damon se habían atrincherado junto a un exquisito pastel de limón
y se lo estaban comiendo a un ritmo lento, pero constante, sin dejar
de mirar a los alumnos mayores, que estaban riendo y bailando en
el centro de la habitación. De vez en cuando, alguno de los estu-
diantes de las otras Casas se acercaba y se presentaba a Scorpius y a
Damon, explicando de qué se conocían sus padres o qué vínculos
había entre sus familias, igual que había hecho Robert Bletchey a
principio de curso. Y a pesar de haberse educado sobre todo en el
extranjero, Scorpius reconocía los nombres. Había estudiado las
genealogías europeas y algunos de ellos habían sido los apellidos de
algunos de sus antepasados antes de casarse con un Malfoy y tenía
cuadros de ellos en su mansión.

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CAPÍTULO | 8
Cuestión de orgullo

En un viaje a uno de los cuartos de baño, Scorpius escuchó


parte de una conversación que estaban teniendo McMillan, un Ra-
venclaw de sexto o séptimo y Aquiles y uno de sus compañeros.
Hablaban de los Weasley; al parecer, algunos de ellos iban por ahí
diciendo que ser sangrepura era una idiotez y que en realidad todos
los que proclamaban serlo eran unos hipócritas que habían ocultado
relaciones de sus antepasados con muggles.
Scorpius escuchó, confundido, cómo McMillan contaba que
le había dicho a Fred Weasley que si sus antepasados eran unos des-
graciados que no paraban de ponerles los cuernos a sus cónyuges y
hacer pasar sus bastardos por hijos legítimos tuviera la cortesía de
no culpar de lo mismo a los antepasados de los demás.
—Pero, ¿la mitad de los Weasley no son sangrepuras? —pre-
guntó Scorpius, decidiéndose a intervenir porque no entendía nada.
—Por lo que ellos mismos cuentan, hace tiempo que dejaron
de serlo —contestó Aquiles, con una mueca burlona de desprecio.
El Ravenclaw intervino.
—No sé, yo creo que es una manera de demostrar que son
los que menos prejuicios de sangre tienen de todo el mundo mági-
co; al fin y al cabo, son la familia consorte de Harry Potter. Y siem-
pre ha habido magos que nos han acusado de amañar nuestro linaje,
como ese Dumbledore.
—Mi padre trabaja en el ministerio con Arthur Weasley, el
abuelo de esos idiotas, y me ha contado que dice que les ha dicho a
sus nietos que si se casan con sangrepuras iba a desheredarlos — les
dijo el amigo de Aquiles a los otros.
—Supongo que lo dice medio en broma —dijo el Raven-
claw—. Aun así, es de mal gusto.
—Desde luego que lo dice en broma —replicó Aquiles—.
¿No veis que no tiene nada que dejarles en herencia?
Los chicos se echaron a reír y se marcharon de vuelta a la
fiesta. Scorpius se fue también, pensando que los Weasley tenían
que ser más tontos aún de lo que había creído. ¿Por qué decían esas
cosas de los sangrepuras si la mitad de ellos lo eran también? Ade-

150
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

más, decir eso de los antepasados de alguien era horrible. Uno nun-
ca debía traicionar así la alianza que se formaba con el matrimonio,
todo el mundo lo sabía. O al menos todas las personas con las que
él solía tratar. Existía el divorcio, pero eso era sobre todo cosa de
sangremuggles.
Cuando regresó de nuevo con sus amigos les contó lo que
había escuchado, pero Damon, al parecer, ya había oído hablar de
eso y les dijo que su madre decía que los Weasley no sabrían lo que
era una tradición antigua ni aunque les mordiera en el culo, que
había sido cuestión de tiempo que se convirtieran en mestizos y
que era mejor así porque siempre habían sido unos sangrepuras pé-
simos.
—Eh, ¿os lo estáis pasando bien? —preguntó Gabriel, acer-
cándose a ellos.
Scorpius, Damon y Hector asintieron, encantados de estar
allí con los mayores cuando todos los demás alumnos de primero
estaban ya metidos en la cama desde hacía horas.
—¿Queda más pastel? —preguntó Damon.
—¿Aún quieres comer más? —exclamó Scorpius, impresio-
nado. Él se sentía ya a punto de estallar.
Gabriel, que estaba de evidente buen humor, fue a conse-
guirles algo más de dulce y cuando volvió con un tarro de galletas
de chocolate, se lo dio a Damon y se sentó al lado de Scorpius.
—¿Te alegras ahora de no haberte marchado?
—Supongo.
Gabriel sonrió y le revolvió el pelo.
—No tardéis mucho en acostaros.

151
Capítulo 9
Navidad

D raco tenía el corazón en un puño mientras esperaba el


tren de Hogwarts en King’s Cross aunque, por supuesto,
estaba lejos de dejarlo ver. No cuando estaban rodeados
de padres ansiosos de recoger a sus niños para las fiestas navideñas,
entre ellos los Potter y los Weasley. Pero por mucho que su cara
fuera una máscara de despreocupación, por mucho que estuviera
charlando con sus cuñados y con Pansy de regalos y planes para las
fiestas, no podía dejar de pensar en Scorpius, en todo lo que sabía
que le había pasado y lo que imaginaba que le había pasado y no
había contado en sus cartas.
¿Y si había sido demasiado? ¿Y si Scorpius le odiaba o le des-
preciaba por lo que había hecho en su época en Hogwarts? ¿Y si le
habían hecho la vida imposible?
Pocas cosas le daban tanto miedo como la posibilidad de que
sus hijos se volvieran contra él cuando empezaran a comprender las
consecuencias de llevar un apellido maldito.
Después de consultar su reloj una vez más, el tren hizo por
fin su aparición, soltando un pitido a modo de saludo. El murmullo
entre los padres se hizo aún mayor y los Slytherin se hicieron ins-
tintivamente hacia atrás, dejando que fueran otros los que se arre-
molinaran en torno a las puertas de los vagones. En cuanto el tren

152
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

se detuvo con un último estertor, las puertas se abrieron y los niños


y adolescentes empezaron a bajar atropelladamente, dando gritos de
alegría cuando reconocían a sus padres o a sus madres entre el gen-
tío. Draco vio a varios Weasley y a los dos Potter correr hacia sus
padres, pero no les prestó más atención que a los demás.
Los primeros padres empezaron a marcharse de la estación,
dejando algo más de espacio. Los niños bajaban ahora más pausa-
damente y Draco vio entonces bajar al grueso de los alumnos de
Slytherin. Primero distinguió a sus sobrinos y luego, tras ellos, a
Scorpius y a Diana.
—Ahí está —le dijo Astoria, que también lo había visto.
Draco estudió ansiosamente la cara de su hijo y su preocupa-
ción no desapareció. Había algo nuevo en los ojos de Scorpius que
no había estado ahí antes de ir a Hogwarts, algo que no estaba segu-
ro de que fuera bueno. Por un momento le invadió una oleada de
pánico casi incontrolable y pudo ver a Scorpius echándole en cara
que su vida en Hogwarts era un infierno no por ser un Slytherin,
sino porque era un Malfoy y estaba pagando por las acciones de su
padre y sus abuelos. Sin embargo, Scorpius sonrió en cuanto los vio
y apresuró el paso para ir a abrazar a su madre.
—Cuánto te he echado de menos, bichito —dijo ella, feliz.
—Jo, mamá, no me llames así... — protestó. Entonces se giró
hacia Draco—. Hola, papá.
Draco sólo pretendía darle unas palmaditas en la espalda —al
fin y al cabo, Scorpius ya era casi un hombre—, pero de pronto se
encontró abrazándolo también y no habría sabido decir quién de los
dos había dado el primer paso.
—¿Estás bien?
Scorpius hizo un ruidito que podía tener mil significados,
pero luego asintió.
—Sí, claro.
Draco se separó de él y le miró un momento a los ojos antes
de soltarlo para que pudiera saludar a sus tíos. Diana, Damon, Mo-
rrigan y Gabriel también fueron a saludarlo a él; el último lo hizo

153
CAPÍTULO | 9
Navidad

aún con cierta cautela, recordando que se había marchado a Hog-


warts con varias amenazas de muerte pendiendo de su cabeza. Pero
Draco ya se había olvidado prácticamente de aquel asunto de su pe-
lo y sabía por el propio Scorpius que Gabriel había estado cuidando
de él en el colegio, así que lo saludó como si no hubiera pasado na-
da.
Tanto los Kellerman como los Broomer eran conocidos de
Draco o de Astoria, pero nunca habían hablado con Lucas Steele,
un Ravenclaw que se había casado con una muggle. Adrian Pucey,
sin embargo, había ido al mismo curso que él y les dijo que era un
chico bastante solitario y con fama de buen estudiante. Draco tam-
bién había conseguido averiguar que Steele no trabajaba en ningún
sitio mágico y nadie sabía gran cosa de él, lo cual debía significar
que hacía vida en el mundo muggle.
Scorpius parecía apreciar a Britney, y a Draco no les habría
importado saludarla a ella y a sus padres, pero se habían ido casi al
momento y a ellos también los esperaban en casa de los padres de
Astoria. En los días en los que el expreso de Hogwarts hacía su re-
corrido en una u otra dirección, el Ministerio habilitaba unas Ter-
minales especiales de Red Flú que se hallaban disimuladas dentro
de la misma estación, así que los Malfoy y los Nott se fueron hacia
allí. Morrigan no paraba de hablar y de contarles a sus padres cosas
del colegio. Scorpius, sin embargo, parecía más interesado en los
planes para Navidad y en la merienda que les esperaba en casa de
los Greengrass. Draco lo observaba sin saber qué pensar; en aquel
momento, usar la Legeremancia con él y saber qué le pasaba exac-
tamente por la cabeza parecía una idea no sólo sensata, sino impres-
cindible. Pero dominó su impaciencia, sabiendo que aún tardaría en
tener la oportunidad de hablar con él.


El domingo por la mañana llovía con fuerza, pero el ambien-
te en el interior de la mansión Malfoy era cálido y festivo. Toda la

154
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

casa estaba elegantemente decorada con motivos navideños, olía a


chocolate caliente, pasteles y ponche de huevo, y en el comedor
principal, como siempre, podía verse un gran árbol decorado en oro
y plata, con delicados adornos que, en algunos casos, llevaban siglos
en la familia Malfoy o la Black. Alrededor del árbol había montones
y montones de regalos de todas las formas, colores y tamaños;
Scorpius y Cassandra se acercaban de vez en cuando a observarlos
con ojos golosos.
Draco le dio de tiempo hasta el almuerzo. Después llamó a
Scorpius y le dijo que fuera con él a su despacho. Cuando llegaron
allí, lo hizo sentarse en uno de los cómodos sillones.
—Bueno, cuéntame, ¿los Weasley y los Potter te han dado
muchos problemas?
Scorpius frunció los labios con desdén.
—Son todos unos idiotas, pero no les hago caso, como me
dijisteis.
—¿Y Albus Potter? Casi nunca me has hablado de él. —Sus
propias cartas en Hogwarts habían estado repletas de ácidos comen-
tarios sobre Harry Potter y sus amigos; aunque en parte le alegraba
que Scorpius no hubiera caído en aquella dinámica, también le sor-
prendía un poco.
Pero Scorpius se encogió de hombros mientras empezaba a
juguetear con su pulsera, un hábito que traicionaba su inquietud y
que aún no había conseguido quitarse. Draco arqueó las cejas y él se
detuvo.
—No sé, es que comparado con su hermano o con sus pri-
mos…
Draco encontró ese dato bastante intrigante y lo archivó
mentalmente.
—¿No es tan malo?
—No. El malo es James, el mayor. Desde que atrapó la sni-
tch frente a Ravenclaw no hace más que ir presumiendo por ahí. Se
cree que el colegio es suyo. Aunque…
—¿Qué?

155
CAPÍTULO | 9
Navidad

Una sombra oscura cruzó por los ojos de Scorpius.


—Longbottom es el peor de todos. No te imaginas la manía
que nos tiene a Diana y a mí, sobre todo a mí.
Draco frunció el ceño. Por mucho que lamentara que sus ac-
tos del pasado tuvieran ahora malas consecuencias en sus hijos, ante
aquel ataque directo por parte de un adulto la culpa estaba enterrada
en oleadas y oleadas de rabia. Él estaba vivo; si Longbottom quería
vengarse de algo podría haber ido a buscarlo. No tenía por qué pa-
garlo con el niño.
—¿Se mete mucho contigo?
Scorpius asintió con vehemencia.
—No para de criticar todo lo que hago y me quita puntos
por nada, como si yo fuera un idiota y no supiera nada. ¡Pero tú sa-
bes que yo siempre he sido buen estudiante! Y además…
Pero volvió a detenerse.
—¿Qué? —El niño vaciló, pero Draco insistió con firme-
za—. Sea lo que sea, quiero que me lo digas, Scorpius.
Su hijo se mordió los labios un momento.
—También se mete con vosotros —dijo al fin, en tono ren-
coroso.
Draco se sintió como si le hubieran echado un cubo de agua
fría.
—¿Con nosotros?
—Dice que los Malfoy no valemos para nada y que… y que
tú eras un cobarde y cosas así.
Draco no era tan iluso como para no haber pensado que
Longbottom era capaz de hacer algo así, pero Scorpius no le había
dicho nada sobre eso en sus cartas, sólo se había quejado de que el
actual Jefe de Gryffindor le tenía manía y les regalaba puntos a los
suyos y se los quitaba a los Slytherin con cualquier excusa. Gabriel
ya les había preparado para algo así. Y él había pensado que eso era
todo y ahora estaba descubriendo que la realidad había sido peor,
mucho peor.

156
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

El veneno acudió casi solo a su lengua, familiar y reconfor-


tante a su oscura manera.
—Puedes decirle de mi parte que al menos tus padres son
capaces de decir cómo te llamas.
—¿Qué?
Scorpius lo miraba, confundido, y Draco se dio cuenta de lo
que acababa de decir. No le importaba una mierda lo que les pasara
a los Longbottom, pero desde luego no quería que su hijo repitiera
algo parecido en Hogwarts, y mucho menos en medio de la clase de
Herbología.
—Nada, olvídalo… Olvídalo, Scorpius —Y entonces se obli-
gó a respirar hondo y a calmarse, porque joder, lo estaba haciendo
fatal—. Escucha, Longbottom está diciéndote esas cosas para ven-
garse de mí, y probablemente de nuestro Jefe de Casa entonces,
Snape. Longbottom era un desastre en casi todas las asignaturas, pe-
ro en Pociones era aún peor y Snape no hacía más que burlarse de
él. Yo también le dije unas cuantas cosas por las que no me debe de
tener mucho cariño. No digo que no tenga motivos para odiarme,
porque yo odio más a más gente por menos motivos, de eso estoy
seguro; ahora bien… si Longbottom fuera tan noble como sin duda
cree que es, vendría a solucionar conmigo los problemas que por lo
visto tiene todavía conmigo, ¿no te parece?
Scorpius asintió y luego sus ojos grises, tan parecidos a los
suyos, se tiñeron con confianza.
—Tú sí que eras valiente, ¿verdad?
Draco sintió un torbellino de emociones ante esa pregunta.
—Los Gryffindor y los Slytherin tienen ideas muy distintas
de lo que es la valentía, Scorpius. Tal y como lo entienden ellos, no,
muy valiente no era. Si alguien más fuerte que yo intentara atacar-
me, preferiría salir corriendo y esperar una oportunidad más favo-
rable a enfrentarme locamente a él y confiar en mi suerte para salir
vivo. Pero tal y como lo solemos entender nosotros, sí, claro que sí.
Tus abuelos y yo sobrevivimos a la guerra porque resistimos cosas
que habrían roto a la mitad de los que se ríen de nosotros.

157
CAPÍTULO | 9
Navidad

«Y yo correría cualquier peligro y me metería en cualquier infierno con


tal de protegeros a tu hermana y a ti».
—¿Qué cosas?
Draco meneó negativamente la cabeza. Se había prometido a
sí mismo que sería sincero con sus hijos respecto al pasado, pero
eso no quería decir que fuera a darles pesadillas.
—Cosas que es mejor que no sepas hasta dentro de unos
años. —O nunca. El niño pareció a punto de protestar, pero al final
no lo hizo—. Scorpius, ¿por qué no nos contaste en las cartas que
Longbottom estaba diciendo esas cosas?
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Dijiste que eran
molestias y que no se podía hacer nada.
—Bueno, si las molestias cruzan ciertos límites, sí puede ha-
cerse algo. —Se acordó de Snape y Potter—. No es como si fueras
un huérfano que no le preocupa a nadie. No me importa que en su
casa o con sus amigos me insulte a mí o que insulte al abuelo, pero
que nos insulte en clase para hacerte daño a ti… No, eso está fuera
de esos límites. Y deberías habérnoslo contado, Scorpius. No te he
mandado a Hogwarts para que lo pases mal ni para que luches tú
solo las batallas de la familia.
Scorpius empezó de nuevo a darle vueltas a la pulsera.
—Estuve a punto de hacerlo, un día. Estaba rabioso y quería
pediros que me sacarais de Hogwarts. Pero al final no lo hice.
—¿Por qué no?
—Porque eso es lo que ellos querían. —Scorpius frunció el
ceño y su expresión se volvió extrañamente decidida—. Y porque
tengo derecho a estar allí.
A Draco le dio un pequeño vuelco el corazón y no supo de-
cir si era orgullo o pena. Pero una cosa estaba clara: en aquellos cua-
tro meses, su hijo había dejado de ser un niño.



158
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Las Navidades eran las vacaciones favoritas de Albus. Toda la


familia se reunía a cenar en la Madriguera en una noche que resul-
taba caótica para los adultos, pero apasionante para la miríada de ni-
ños de todas las edades que pululaban por allí. Tenía regalos fantás-
ticos, jugaba todo el rato con sus primos y la comida era un sueño
prácticamente todos los días. Iban al cine, al circo, a ver el ilumina-
do centro del Londres muggle y a patinar sobre hielo en Hogsmea-
de. Albus siempre había pensado que la Navidad debía durar, al
menos, hasta el verano.
Hasta le gustaba la visita anual que hacían a casa de su tío
Dudley, su mujer y sus dos hijos, David y Brooklyn. Tenía la im-
presión de que era el único, ya que por lo que decía su madre, su
padre se sentía un poco obligado a no romper del todo la relación
familiar; al parecer, de pequeños no se habían llevado muy bien. Pe-
ro Albus no podía evitarlo. Y no era que sintiera un cariño desco-
munal por sus tíos o sus primos —los niños eran, además, más pe-
queños que él—; sencillamente, le encantaba llegar allí, sentarse de-
lante de la tele y ver dibujos animados hasta que terminara la visita.
Aquel año, James, que había cumplido los catorce años a
principios de diciembre, recibió permiso para saltarse ese pequeño
ritual: Albus y Lily, sin embargo, se fueron con sus padres al calle-
jón Diagon y salieron al Londres muggle a través del Caldero Cho-
rreante. El coche de su padre estaba aparcado en un garaje que había
a un par de calles de allí; no podían tenerlo en casa porque la magia
lo habría estropeado. Podrían habérselas apañado bien sin él, pero
Albus pensaba que a su padre le gustaba conducir.
La casa de los Dursley estaba en Camden. Era bonita, con
dos plantas y un desván. Dudley Dursley tenía una empresa que se
dedicaba al catering y se había casado con una mujer que, según su
madre, no podía tener peor gusto, algo que al parecer estaba rela-
cionado con muchas figuritas de porcelana y maquillaje rosa.
—Recordad que tenéis que actuar como si fuerais muggles
—les dijo ella, cuando bajaron del coche—. Nada de hablar de

159
CAPÍTULO | 9
Navidad

quidditch, varitas, hechizos, dragones, puffskeins ni nada de eso,


¿de acuerdo?
—Sí, mamá —dijeron Albus y Lily a coro.
Como siempre, tío Dudley les abrió la puerta antes de que
llegaran a llamar, sonriente, deseoso de agradar. Albus siempre ha-
bía tenido la sensación de que su tío apreciaba mucho a su padre, de
que quería causarle una buena impresión, y esa tarde, su actitud le
recordó a William Watson. Y enseguida se dio cuenta de que había
más parecidos aún, pues las ansias de agradar de tío Dudley obraban
también el efecto contrario, como las de Watson.
Lily se fue a jugar con Brooklyn, que tenía cuatro años y re-
sultaba casi un juguete más, mientras los dos chicos se quedaban en
el comedor. Karen Dursley tardó sólo un par de minutos en poner-
les la última película de Disney y dejar a su alcance una bandeja con
Coca-Cola y aperitivos.
—Qué pena que no haya podido venir James —dijo, sentán-
dose a la mesa con los adultos.
—Sí, cuando se hacen mayores ya no quieren ir a ningún si-
tio con sus padres —contestó Harry.
Albus estaba demasiado interesado en la película como para
prestar atención a lo que estaban hablando a unos metros de él, pe-
ro de vez en cuando oía su nombre y miraba hacia ellos. Aquella
tarde notaba la tensión entre las dos parejas más que nunca y se fijó
en que sus tíos parecían más nerviosos que sus padres, aunque son-
rieran y hablaran mucho más, y que la expresión en la cara de su
madre era una versión suavizada de la que solía poner Neville
cuando se dirigía a los Slytherin.
¿Siempre había sido así?
—¿Qué te han regalado para Navidad? —dijo David, de
pronto. Era un niño de siete años grandote, como su padre, con
ojos de un azul muy pálido y expresión poco despierta.
—Muchas cosas, no me acuerdo.
—¿Te han comprado algún videojuego?
—Sí, claro —mintió.

160
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Cuáles?
Su primo nunca había sido tan insistente.
—El de los coches y algunos más, no me acuerdo —dijo,
pues siempre había un videojuego sobre coches—. Deja, que quiero
ver la tele.
David lo miró con fugaz resentimiento y se puso a ver la pe-
lícula también. A Albus le supo mal haber sido tan rudo, pero con-
siderando lo poco que sabía de videojuegos, pensó que aquello era
mejor que causar sospechas en los muggles.


Harry se preguntaba a veces, al menos tantas veces como
Ginny se lo preguntaba a él, por qué se molestaba en mantener la
relación con su primo. La respuesta más fácil era que, sin contar a
sus propios hijos, Dudley era el único pariente vivo que tenía —
Vernon y Petunia habían dejado de existir para él—. Pero Harry sa-
bía que para Dudley, mantener el contacto era mucho más impor-
tante que para él. Era obvio que estaba arrepentido por todo lo que
le había hecho cuando eran pequeños, que de algún modo quería
compensarle, y a Harry le sabía mal romper del todo su relación.
Pero no eran visitas muy entretenidas —Dudley nunca había
tenido mucha conversación y su mujer sólo hablaba de niños, dietas
y cosas de la tele que ellos ignoraban por completo— y solían po-
nerles fin en cuanto Albus terminaba de ver su película. Aquella
tarde no fue una excepción y cuando vieron que en la tele aparecían
los títulos de crédito, intercambiaron una mirada y Ginny le dijo al
niño que se preparara para marcharse. Albus se bebió la Coca-Cola
que le quedaba en el vaso y se acercó a ellos para despedirse de sus
tíos. Dudley, que sin ser ya exactamente gordo, era uno de los
hombres más grandes que Harry había visto nunca, le puso la mano
en el hombro a Albus.
—¿Te ha gustado la película?

161
CAPÍTULO | 9
Navidad

El niño asintió. Karen, que había ido a por Lily, volvió con
ella y la pequeña y regordeta Brooklyn. Harry empezó a despedirse
de todos y le estrechó la mano a Dudley.
—A ver si nos vemos antes de las próximas Navidades —dijo
su primo—. Podemos quedar a cenar una noche, ¿no?
—Bueno, ahora mismo estamos bastante liados, pero ya te
llamaré —dijo Harry, que no tenía intención de hacer tal cosa.
Entonces salieron de allí. El frío fue como una bofetada cor-
tante después de la cálida temperatura de la casa de los Dursley y
Ginny les dijo a los niños que se abrocharan bien sus abrigos.
—Supongo que lo de llamarlos para quedar a cenar no iba en
serio, ¿no? —le dijo después a él.
—¿Tú qué crees?
—Que eres demasiado bueno —contestó ella, con ironía—.
Yo ni siquiera vendría a verlos en Navidad.
Harry se encogió de hombros; sabía de sobra la opinión que
tenía Ginny de todo aquel asunto y que se ponía mala cuando pen-
saba en la alacena y todo lo demás.
—Me sabe mal.
—¿Por qué os llevabais mal de pequeños? —preguntó Albus,
con curiosidad.
Harry intercambió una mirada con Ginny, pero no quería
entrar en detalles, ni que lo miraran con pena. Si sólo hubiera esta-
do Albus… Pero Lily era muy pequeña para oír que maltrataban a
su padre, no lo entendería.
—Cosas de niños, pero eso ya pasó. —Ginny le acarició la
nuca, como prestándole su apoyo, y él se giró hacia ella—. Y tam-
poco cuesta tanto ir a verlos una vez al año, ¿no?
Ginny se encogió de hombros.
—Cariño, es tu primo y tú decides.
—Sé que a él le hace ilusión.
Ya casi habían llegado al coche, así que Harry se sacó el llave-
ro del bolsillo y lo apretó para abrir las puertas. Era un buen coche,
potente sin ser ostentoso. Cuando estaba solo, le gustaba hacerlo

162
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

correr, igual que le gustaba hacer volar su escoba lo más rápido po-
sible. Cuando estaba con su mujer y sus hijos, sin embargo, condu-
cía con la máxima prudencia.
Una vez dentro, Harry se aseguró de que todos llevaran el
cinturón puesto y encendió el motor. Mientras se alejaba de allí, tu-
vo que admitir que aquella tarde, como todos los años, lo que más
sentía era cierto alivio porque ya no tendría que volver hasta el año
siguiente.


Después de pensarlo bastante, Draco decidió ir a hablar di-
rectamente con Longbottom. Astoria pensaba que si ella le contaba
a McGonagall lo que estaba pasando podían conseguir que la direc-
tora de Hogwarts contuviera el veneno de su profesor; Draco tenía
más dudas, porque siempre había tenido la impresión de que
McGonagall odiaba a los Slytherin y Snape le había contado cómo
había defendido a Sirius Black cuando éste había intentado asesi-
narle. Probablemente sabía lo que Longbottom estaba haciendo y le
daba lo mismo.
Sus padres no habían dicho nada, básicamente porque Draco
le había ordenado a Scorpius que no les contara nada; no sabía có-
mo podían reaccionar y no quería tener que preocuparse por ellos.
Él mismo deseaba vengarse de Longbottom más que nada, pero
quería poner sus deseos de venganza por detrás del bienestar de sus
hijos en Hogwarts.
Las charlas cara a cara no eran el modo favorito de actuar de
los Slytherin, pero Draco estaba dispuesto a intentarlo. Se había
preparado mentalmente para la entrevista. Imaginaba que Longbot-
tom se regodearía en el hecho de que ahora se estaba vengando por
todo lo de Hogwarts, pero tenía que conseguir que se sintiera cul-
pable o al menos que decidiera vengarse en él, y no en sus hijos.
Draco se Apareció en el callejón Diagon y entró directamen-
te en el Caldero Chorreante. Longbottom podía ser el jefe de Gryf-

163
CAPÍTULO | 9
Navidad

findor, pero no vivía en el castillo sino allí, con su mujer, que era
ahora quien regentaba el local. Hannah Abbott había hecho algunos
cambios positivos en la decoración y el negocio funcionaba al me-
nos tan bien como en manos de su antiguo dueño. La mujer se en-
contraba ahora en la barra y Draco atravesó el local, haciendo caso
omiso a las miradas de la gente, para ponerse frente a ella.
—Hola, Abbott —dijo, usando su apellido de soltera.
Más que guapa, era una mujer de aspecto dulce, pero Draco
nunca había apreciado del todo la dulzura. Ella frunció ligeramente
el ceño, aunque no llegó a ser hostil. Al fin y al cabo, no era la pri-
mera vez que lo veía por allí; si bien nunca le había hecho sentirse
su cliente favorito, tampoco le había prohibido el paso, así que Dra-
co se había tomado más de una cerveza en el Caldero, además de
usarlo para salir al mundo muggle cuando debía hacerlo.
—Malfoy… ¿Qué te sirvo?
—Nada, en realidad. Me gustaría hablar con tu marido, si se
encuentra ahora aquí.
Era obvio que se preguntaba para qué, pero asintió, le dijo
que esperara un momento y se fue a buscarlo. Casi al momento,
Longbottom salió también a la barra. Draco intentó no fijarse en su
mirada petulante para no empezar a enfadarse antes de tiempo. Te-
nía que estar controlado, como si aquello fuera sólo un difícil trato
de negocios que sacar adelante, y hacer que Astoria se sintiera orgu-
llosa de él.
—¿Qué quieres, Malfoy?
—Hablar contigo. En algún lugar menos concurrido.
Longbottom se encogió de hombros porque, sin duda, quería
dejarle bien claro que no tenía miedo de estar a solas con él y luego
lo hizo pasar a una especie de habitación que parecía hacer las veces
de despacho, aunque Draco creía que todos los armarios de la man-
sión Malfoy eran más grandes. Un ruido de pasos en el piso de
arriba le recordó que Longbottom tenía una cría de tres o cuatro
años.
—¿Y bien?

164
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Draco lo miró a los ojos y se aseguró de que su voz sonaba


absolutamente tranquila.
—Ha llegado a mi conocimiento que te dedicas a hablar mal
de mí y de mi familia en tu clase de Herbología. No sabía que me
guardabas tanto rencor, pero supongo que los dos estaremos de
acuerdo en que pagarlo con Scorpius no es precisamente justo,
Longbottom.
Su reacción no fue exactamente la que Draco esperaba; en
vez de regodearse en su venganza, Longbottom enrojeció un poco y
se puso inmediatamente a la defensiva.
—Me importa muy poco lo que llegue a tu conocimiento,
Malfoy. Si quieres hablar conmigo de tu hijo, pídeme una cita
cuando terminen las vacaciones como haría todo el mundo.
Draco intentó esconder su confusión. ¿A qué había venido
eso? ¿Longbottom tenía miedo de que McGonagall se enterara,
después de todo?
—Estoy hablando en serio —dijo, decidiendo tantear esa po-
sibilidad—. No quiero problemas, Longbottom; he venido aquí pa-
ra resolver las cosas pacíficamente, pero si tenemos que ir a hablar
con McGonagall…
Pero Longbottom le miró de pronto como si estuviera con-
teniéndose para no sacar la varita.
—¿Con McGonagall? ¿Quién te crees que eres para plantarte
aquí y venirme con amenazas y acusaciones, Malfoy? —exclamó,
visiblemente alterado—. ¡Tienes suerte de que Minerva le permita a
tu hijo la entrada a Hogwarts! ¡El colegio que tú ayudaste a destruir!
¡Y si te jode que tu hijo se entere de la verdad sobre ti haberlo pen-
sado antes!
Draco apretó los puños. Ya no recordaba nada sobre charlas
civilizadas.
—¿Sí? —dijo, controlándose a duras penas. Sabía que si le
insultaba sólo lo indispondría más contra Scorpius y que si llegaba a
meterse en una pelea con uno de los amiguitos de Potter las conse-
cuencias podían ser desastrosas tanto si ganaba como si perdía. Pero

165
CAPÍTULO | 9
Navidad

aun así, su instinto le ayudó a encontrar las palabras hirientes que


necesitaba—. ¿Y eres tú quien se las dice en mitad de la clase? ¿Eso
es lo que los Gryffindor entendéis por nobleza? Merlín, Snape tiene
que estar revolviéndose en su tumba pensando que eres precisa-
mente tú quien ha decidido seguir sus pasos.
Longbottom dio un respingo, como si le hubiera dado una
bofetada, y enrojeció aún más que antes.
—Yo no soy como esa basura —le escupió entre dientes—.
Lárgate de aquí.
Aquello sólo podía empeorar. Lo mejor que podía hacer era
marcharse.
—Me voy, pero recuerda: deja a Scorpius en paz.


Draco tardó un buen rato en sentirse lo bastante calmado
como para poder detenerse tranquilamente a analizar la conversa-
ción y saber qué narices había pasado. Todo había sido demasiado
extraño: había tratado con gente de dos docenas de países distintos y
ninguno de ellos le había parecido tan incomprensible como los
malditos Gryffindors. ¿Por qué se había puesto así? Primero había
dado la impresión de temer a la directora, pero la reacción que ha-
bía tenido al escuchar su nombre sugería otra cosa. ¡Y encima tenía
la cara dura de llamar basura a Snape cuando él estaba haciendo
exactamente lo mismo!
Astoria sabía que había ido a hablar con él y quiso saber có-
mo había ido. Draco no estaba muy seguro de haber estado a la al-
tura, pero se lo contó de todos modos, recalcando por si acaso que
Longbottom había sido totalmente irracional.
—Lo siento —dijo al final—. Creía que iba a salir mejor.
Ella le dio una palmadita consoladora; parecía simplemente
extrañada.
—¿Podría verlo en un pensadero? Quiero verle la cara.

166
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

En la mansión había un par; estaban bien escondidos y los


usaban para guardar información que no querían que los aurores
descubrieran en los interrogatorios con veritaserum. Draco y Asto-
ria fueron a buscar uno y él depositó allí su recuerdo. Mientras ella
contemplaba lo que había sucedido, Draco siguió dándole vueltas.
Maldito Longbottom… Si alguna vez podía iba a machacarlo.
Cuando acabara con él, sólo serviría para hacerles compañía en San
Mungo a sus padres.
Astoria terminó de ver el recuerdo y Draco recompuso el
semblante rápidamente para que no sospechara que estaba pensan-
do cosas poco constructivas.
—Creo que… se sentía culpable —dijo ella entonces, con
bastante seguridad.
—¿Qué? —exclamó Draco, tan extrañado que se le olvidaron
los deseos de venganza y casi se echó a reír—. ¿Culpable?
—Escucha, Draco, él odiaba a Snape, ¿no? Estoy segura de
que por nada del mundo querría parecerse a él. Sería un insulto. Tú
mismo has visto cómo ha reaccionado.
—Eso no te lo discuto, pero no encaja. Si realmente quisiera
demostrar que no se parece a Snape iría por ahí repartiendo cora-
zoncitos entre los Slytherin. Lo que pasa es que es un hipócrita y no
quiere reconocerlo.
Astoria meneó negativamente la cabeza.
—Draco, yo no entiendo a la gente como Longbottom, pero
sé reconocer una emoción cuando la veo. Nada más decirle que es-
taba hablando de nosotros en clase le ha cambiado la cara.
Draco tuvo que admitir que la expresión de Longbottom sí
parecía algo culpable, si se paraba a recordarla, pero aún así seguía
perdido.
—Pero se está vengando con Scorpius. No tiene sentido que
haga eso y que se sienta culpable por hacerlo. No creo que nadie le
obligue, ¿no?
Astoria pensó un poco y se encogió de hombros.

167
CAPÍTULO | 9
Navidad

—Una persona normal se vengaría y se quedaría tan tranqui-


la. Pero él es un Gryffindor. Probablemente se ha convencido a sí
mismo de que no se está vengando. Ya sabes, ellos son demasiado
justos y nobles para caer tan bajo blablablá.
Draco intentó asimilar aquello. También cuadraba perfecta-
mente con la hipocresía habitual de los Gryffindor, pero aun así le
parecía tan rebuscado… Como decía Astoria, si un Slytherin estu-
viera mortificando al hijo de un enemigo, lo haría conscientemente
y disfrutando cada momento, joder. Que se lo dijeran a Snape. El
hombre se lo había pasado bomba puteando Gryffindors. Nada de
negarlo y sentirse culpable.
—¿Pero tú estás segura?
Astoria asintió.
—Le has avergonzado con lo de Snape, Draco. Lo que pasa
es que tampoco va a admitirlo delante de ti, ¿no? —Astoria se que-
dó unos segundos pensativa—. Veremos qué hace ahora; quizás sea
suficiente. De todos modos, le diremos a Scorpius y a Morrigan
que nos avisen si vuelve a pasar y si pasa… bueno, haremos lo que
tengamos que hacer. —Su rostro expresó una súbita e inusual dure-
za—. Una cosa está clara: si ese imbécil cree que va a meterse im-
punemente con Scorpius le espera una gran sorpresa.

168
Capítulo 10
Enero es un mal mes

T res días después de que los niños regresaran a Hogwarts,


se produjo una nueva desaparición. Esta vez se trataba de
una pareja joven que, al parecer, se había desvanecido en
mitad de la noche después de salir de Las Tres Escobas. La oleada de
pánico, contenida a duras penas, se desbordó al fin. Habían desapa-
recido ya seis personas en menos de cinco meses y ahora parecía
claro que cualquiera, fuera cual fuera su sexo o edad, podía correr el
mismo riesgo. Algunas voces empezaron a preguntar qué estaban
haciendo los aurores, por qué no había pistas, y Harry tuvo que de-
dicar a las ruedas de prensa un tiempo que habría preferido dedicar-
le a la investigación en sí.
Shacklebolt también empezó a presionarlo para que encon-
trara algo; otras voces también estaban acusándolo a él de no estar
actuando correctamente en esta crisis. Pero todo lo que podían ha-
cer era repetir las instrucciones que habían dado tras la desaparición
de Emma Bell: que no se quedaran solos en casa, que tuvieran cui-
dado con los desconocidos, que se aseguraran de que los conocidos
eran quienes decían ser, que revisaran los encantamientos de segu-
ridad. Kreacher ya estaba en casa de Andrómeda, quien había pues-
to menos pegas de las que Harry había temido en un primer mo-
mento.

169
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Entonces, al cabo de una semana, recibió un informe de la


BIM explicando que había habido un ligero aumento en el número
de desapariciones de aquel trimestre en el mundo muggle. Harry,
aferrándose a la única pista, por vaga que fuera, que habían encon-
trado hasta entonces, se trasladó allí sin perder un momento y habló
con Roman White.
—No es concluyente porque los muggles manejan cifras
mucho más grandes que las nuestras —le explicó—. Y hay que te-
ner en cuenta los pequeños picos como éste no son tan infrecuen-
tes. Pero es lo mejor que tenemos hasta ahora, jefe. La media de
desapariciones en Gran Bretaña durante el último trimestre en los
diez últimos años ha sido de quince personas. Ahora estamos ha-
blando de veinticuatro.
Harry miró los informes. Tenía una mala sensación en el es-
tómago. Si los responsables de las desapariciones mágicas estaban
operando también en el mundo muggle, estaban enfrentándose a
algo que olía mucho peor aún de lo que pensaba. Aunque sólo dos
o tres de esas desapariciones extra fueran obra de los que secuestra-
ban magos, los psicópatas no solían buscar víctimas con tanta fre-
cuencia.
Si es que era un psicópata, una hipótesis cada vez más débil.
No, debía de tratarse de alguna banda organizada. Mundun-
gus Fletcher, a quien por fin habían localizado casi de casualidad en
un tugurio del callejón Knockturn, había jurado de mil maneras
distintas que no había oído absolutamente nada sobre las desapari-
ciones. No les quedaba más remedio que creerle, pero Harry sabía
que en algún sitio, alguien tenía que saber algo.
—¿Qué piensa la policía de esto?
—De las veinticuatro desapariciones, al menos catorce se re-
solvieron antes de Navidad, cuando encontraron sus cuerpos o des-
cubrieron que las desapariciones eran voluntarias —contestó White,
mientras desenvolvía una chocolatina—. De las diez que quedan,
tres son de delincuentes habituales, así que la policía cree que han

170
CAPÍTULO | 10
Enero es un mal mes

huido para evitar ser detenidos por el último crimen que hayan
cometido o que han sido asesinados en un ajuste de cuentas.
—Y quedan siete.
—Sí, cuatro mujeres y tres hombres. Pero los muggles no las
han relacionado aún, si es que realmente tienen relación. Por ejem-
plo, dos de las chicas son más o menos de la misma edad. Pero en
un caso, creen que ha sido asesinada por algún delincuente sexual y
que antes o después encontrarán su cadáver y en otro caso, que la
chica ha podido caer en manos de alguna red de prostitución.
Harry asintió, almacenando mentalmente todos esos datos.
—¿Hay alguna desaparición muggle que se ajuste a las nues-
tras?
—Hay tres casos parecidos, aunque es difícil saberlo con se-
guridad. Eran personas que vivían solas y podrían haber sido se-
cuestrados en el interior de sus casas. Le he señalado los tres nom-
bres, para que puedan empezar por ahí si quieren.
Harry volvió a asentir y se marchó con los papeles al despa-
cho que también tenía en aquel departamento. No lo usaba mucho,
y el único objeto personal que tenía allí era una foto de Ginny con
los niños. Pero sólo quería un sitio tranquilo en el que leer y el des-
pacho se lo proporcionaba.
Primero empezó por los casos en los que habían encontrado
a las personas desaparecidas o sus cadáveres. Alguno de los hackers
de la BIM había entrado en los archivos de la policía, así que tenía
bastante información. Las desapariciones voluntarias fueron rápi-
damente descartadas, pero le dedicó más tiempo a leer los informes
de las seis personas que habían aparecido muertas. En dos casos, los
asesinos habían resultado ser los ex maridos de las víctimas, que las
habían matado y habían ocultado sus cuerpos. En otro, la víctima
había sido violada antes de morir; aún no habían encontrado a su
agresor y Harry lo puso aparte por si acaso. Dos hombres, uno de
ellos de origen ruso, habían aparecido muertos después de que sus
familias denunciaran su desaparición; la policía pensaba que eran

171
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

obra de las mafias criminales que operaban en el Reino Unido. El


sexto informe era de un hombre que podría haberse suicidado.
Después de una taza de café, empezó con los informes de la
gente que seguía desaparecida. Los tres delincuentes desaparecidos
se fueron al montón de la chica violada, pues tampoco quería des-
cartarlos del todo. En los siete casos restantes, había de todo. Harry
colocó cuatro más en el otro montón y se quedó sólo con tres, los
que más se ajustaban a lo que habían visto en el mundo mágico. El
primero era de un anciano que vivía solo en una casita de campo
cerca de Leicester; el segundo, de una mujer de cuarenta años que
también vivía sola en Glasgow y el tercero, el de un vagabundo cuya
desaparición había sido denunciada por su novia, que también vivía
en la calle.
Los tres parecían tener las mismas posibilidades, pero Harry
no podía dejar de pensar especialmente en el último. Parecía haber
tantas diferencias entre las víctimas que daba la sensación de que las
estaban escogiendo porque era fácil llegar hasta ellas: quienquiera
que fuese que estaba detrás de eso, buscaba cantidad, no calidad.
Había magos y brujas solitarios y antisociales que podían
desaparecer sin que nadie se percatara hasta al cabo de un tiempo,
pero eso no quería decir que estuvieran en una posición de debili-
dad, ya que la mayoría de ellos eran suspicaces, por no decir para-
noicos, y con un poder mágico muy respetable. Pero en el mundo
mágico no existía esa bolsa de gente invisible que existía en el mun-
do muggle, compuesta de indigentes, drogadictos sin remedio e
inmigrantes sin papeles y sin amigos.
Y si él buscara muggles a los que hacer desaparecer con faci-
lidad, iría exactamente a por ese sector de la población.


Harry llamó a dos agentes de la BIM para que investigaran al
anciano y a la mujer de cuarenta años y después mandó avisar a Mi-
riam Siegel. Miriam no era la mejor del departamento en lo que se

172
CAPÍTULO | 10
Enero es un mal mes

refería a ordenadores, pero Harry no buscaba sólo genios de la in-


formática para la BIM; también necesitaba agentes que se movieran
entre los muggles haciéndose pasar por policías, o agentes sociales o
periodistas o lo que fuera necesario para investigar en ese mundo
sin levantar sospechas. Y Miriam, además de ser extremadamente
buena con los Confundus y los Obliviates, tenía iniciativa, era ágil a
la hora de inventarse mentiras o excusas convincentes y no aceptaba
un no por respuesta. Harry pensaba que su físico también ayudaba,
pues resultaba agradable a la vez que anodino; nadie se ponía en
guardia frente a un rostro así y Miriam sabía sacar partido de ese
error.
Unos minutos después, la joven se presentó ante él vestida,
como todos, con ropa muggle; cuando Harry le dijo que tenía una
misión para ella, sus ojos azules brillaron con entrega.
—Lo que quiera, jefe.
—No va a ser muy agradable —le previno, aunque sabía que
a Miriam no le solían importar esas cosas—. Tenemos razones para
pensar que las personas que están detrás de las desapariciones en el
mundo mago también están haciendo desaparecer muggles. Existe
la posibilidad de que hayan estado buscando víctimas entre los
mendigos de Londres y otras ciudades grandes. Quiero que lo in-
vestigues, que hables con ellos y averigües si hay rumores al respec-
to.
Ella asintió.
—¿Quiere que me infiltre? Puede que sea más fácil que ha-
blen conmigo si creen que soy una más.
Mucha gente pensaba que Harry lo había tenido todo a su
favor para convertirse en el Jefe de Aurores, pero se equivocaban.
Robards se había asegurado antes de que comprendía dos cosas
fundamentales: el sentido de la responsabilidad nunca debía llevarlo
a pensar que no tenía derecho a descansar o a vivir su vida mientras
hubiera casos sin resolver, y su trabajo implicaba enviar agentes a si-
tuaciones potencialmente peligrosas, incluso mortales. Habían sido
dos lecciones difíciles de aprender, pero finalmente las había com-

173
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

prendido, al menos tanto como para que Robards se retirara y lo


nombrara su sucesor. Y la verdad era que aún se sentía ligeramente
culpable cuando metía a sus agentes en algún peligro y daba gracias
a menudo porque todavía podía decir que no había perdido a nin-
gún auror bajo su mando.
—Si crees que es necesario, sí.


Por alguna razón que no terminaba de entender, Draco guar-
daba un recuerdo imborrable de la primera vez que había ido al
mercado de Salisbury con su madre. No era una excursión habitual,
porque normalmente eran los elfos los encargados de comprar la
comida, pero de vez en cuando, si iban a dar alguna fiesta especial-
mente importante, su madre se encargaba de todos los detalles, y
eso incluía asegurarse de que tenía lo mejor.
Draco tenía entonces seis años; había estado otras veces en
Hogsmeade, en el callejón Diagon e incluso en el ministerio, con
su padre. Ya sabía lo que era estar en un lugar abarrotado de gente
que vestía ropa de todos los colores y se movían a toda prisa. Pero el
mercado le había impresionado, quizás por esa inacabable cantidad
de comida, o por las voces que daban los hombres y mujeres de los
puestos de comida. Incluso a esa edad, sabía que eso era algo muy
vulgar, pero lo había encontrado también irremediablemente fasci-
nante. Y aún se había emocionado más al averiguar que parte de esa
comida provenía de tierras que eran de su propiedad, tierras que los
Malfoy tenían arrendadas desde hacía siglos a familias como los
Bletchey, los Bole o los Dingle.
El mercado ocupaba un larguísimo y sinuoso callejón, invisi-
ble a los ojos de los muggles, que nacía cerca de la catedral. Por la
noche, permanecía desierto y silencioso, pero a partir de las seis de
la mañana, con la llegada de los primeros comerciantes, empezaba a
cobrar vida. Primero hacían aparecer los puestos de madera, las ba-
lanzas, los ganchos para colgar la carne, las bandejas en las que colo-

174
CAPÍTULO | 10
Enero es un mal mes

car la fruta y las verduras. Después le tocaba el turno a los produc-


tos; barriles de vino hechos por elfos y de cerveza de mantequilla,
huevos, carne de todo tipo, sacos de cereales, de guisantes, de azú-
car y de sal, quesos, barras de mantequilla, manzanas, patatas, cebo-
llas, zanahorias, nabos, tomates, jarras de leche recién ordeñada, ta-
rros de miel… Un poco más tarde llegaban los dueños de los pues-
tos de pescado, que acababan de comprar sus mercancías en la lon-
ja: salmones, sardinas, langostas, gambas, cangrejos… Pero el mun-
do mágico también importaba y exportaba con sus homónimos en
el extranjero. Esos puestos se colocaban tradicionalmente al final
del callejón y ahí podían encontrarse una amplia variedad de frutas
y verduras, especias orientales, quesos y vinos franceses y españo-
les…
Los primeros compradores aparecían sobre las siete de la
mañana y a las ocho ya era trabajoso transitar entre los puestos. La
actividad y el barullo se mantenían más o menos hasta la una de la
tarde; en cuestión de una hora había desaparecido y poco después,
los comerciantes lo tenían todo recogido y se disponían a marchar-
se.
Pero ahora, Draco estaba muy lejos de sacar placer alguno en
sus visitas al mercado. En los meses posteriores a la guerra, un buen
número de tenderos se había negado a atenderles; Draco estaba dis-
puesto a mantenerse bien lejos de Las Tres Escobas, de la tienda de
Ollivander, de las de los productos Weasley… pero a la gente que
regentaba esos puestos no les había hecho nada. Era su madre quien
había dado con la solución: los Malfoy habían tenido que «ceder»
algunas tierras como compensación por daños de guerra, pero aún
conservaban más de la mitad... entre otras cosas. Draco había ido al
mercado, a todos esos puestos donde si no fingían no verlo era para
mirarlo con desprecio, y les había dado a cada uno de ellos una lista
de todos los productos que se producían en sus tierras o llegaban en
sus barcos, de todos los establecimientos y negocios que realmente
les pertenecían o en los que tenían verdadera influencia. Veto por
veto, había advertido, tratando de no dejar ver lo nervioso que se

175
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

sentía, el miedo que tenía a que todo aquello le viniera grande. Pero
todos habían cedido.
Era curioso lo flexibles que se volvían las conciencias ante la
perspectiva de serias incomodidades materiales.
Ahora se dejaba ver de cuando en cuando simplemente para
que recordaran el riesgo que corrían si decidían seguir sus nobles
ideales y no atender a sus elfos domésticos cuando iban a hacer la
compra de la mansión Malfoy. Pero no estaba a gusto hasta que no
salía de allí; era un lugar más claustrofóbico que el callejón Diagon
o Hogsmeade, y las posibilidades de encontrarse cara a cara con
gente como Katie Bell o su tía Andromeda, gente que él no quería
ver y que estaba más que seguro que tampoco querían verlo a él,
eran altas.
Aquella mañana, Draco había quedado allí con uno de sus
arrendatarios y había ido con Greg, en parte como apoyo moral y en
parte porque a él sí le encantaba pasear por el mercado. Si le mira-
ban mal o se cruzaba con alguien a quien hubiera torturado en
Hogwarts, no sentía absolutamente nada; su profunda estupidez y
falta de imaginación le blindaban contra ese tipo de remordimien-
tos.
Después de hablar con los Bole, que querían aplazar un mes
el pago de la renta —no había problema; los Malfoy no eran picajo-
sos con el dinero y en realidad sólo exigían que se les tratara con el
debido respeto— acompañó a Greg a comprar algunas cosas. Él
prefería dejárselo a los elfos, pero Greg era tan glotón que hasta
comprar comida hacía que le brillaran los ojos de felicidad. El pri-
mer recuerdo que tenía de él era un niño inmenso atiborrándose de
pasteles a una velocidad nunca vista en la fiesta del quinto cum-
pleaños de Pansy.
Tras la guerra, a Greg le habían caído tres años en Azkaban
por intentar asesinar a Potter en la Sala de los Menesteres y por tor-
turar a los alumnos de Hogwarts bajo las órdenes de Snape y de los
Carrow. Su padre, con media docena de asesinatos de muggles a sus
espaldas, había sido condenado a la perpetua. Draco había estado al

176
CAPÍTULO | 10
Enero es un mal mes

corriente de aquello, igual que había sabido que la señora Goyle es-
taba medio trastornada de pena. Había pasado esos tres años pen-
sando qué debía hacer con Greg cuando saliera de la cárcel. A veces
se acordaba de su traición en la Sala de los Menesteres y se enfadaba
con él y trataba de convencerse a sí mismo de que debía ignorarlo y
dejar que se pudriera en su mansión con su madre medio loca. Pero
si aquello hubiera sido imperdonable, habría empezado por no in-
tentar salvarle la vida en la Sala de Requerimientos.
Así que había ido a buscarlo a la salida de la cárcel, le había
amenazado gráficamente con todo lo que pensaba hacerle si alguna
vez volvía a traicionarlo y se había ocupado de él y de su madre
desde entonces. No importaba lo que le dijera su cabeza, Greg era
parte de su mundo. Y los dos bandos y su propia ceguera ya le ha-
bían quitado demasiadas cosas que eran parte de su mundo, no
quería perder una más.
—Draco, ¿por qué está desapareciendo gente?
—No tengo ni idea.
—Millicent dice que los niños están a salvo en Hogwarts.
—Ya te he dicho que hagas caso siempre de lo que ella te di-
ce; es más lista que tú.
Draco había dado su aprobación a aquel enlace. Literalmente,
ya que cuando Millicent había decidido que iba a casarse con Greg
(porque más o menos, así era como había ido la cosa), era con él
con quien había hablado, consciente de que si se oponía al enlace,
Greg le haría caso. Pero Draco no tenía nada que objetar; en el me-
jor de los casos, Greg era tan cenutrio que habría costado encon-
trarle pareja. Después de la guerra, con su situación y un apellido
que aún valía menos que el de los Malfoy, habría sido casi imposi-
ble. Millicent no era su mejor opción, era su única opción, y podía
sentirse afortunado.
El matrimonio funcionaba. Millicent también entendía bien
a Greg y sabía cómo manejarlo. Era enérgica, apreciaba a los hom-
bres corpulentos y bien alimentados y tenía algo más de seso entre

177
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

oreja y oreja que él, una especie de instinto práctico que solía andar
siempre bien encaminado.
—Ayer nos escribió Diana —le dijo Greg mientras observaba
ávidamente cómo uno de los carniceros le pesaba una docena de
salchichas—. ¿Sabes lo que cenaron la primera noche? Chuletas de
cordero con salsa de menta. La salsa de menta de Hogwarts era la
mejor que he comido.
—Fascinante.
—Sí, era una salsa fascinante —convino Greg.
Draco puso mentalmente los ojos en blanco.
—Te lo juro, Greg, hay veces que no sé por qué te aguanto.
—Porque te doy la razón siempre —contestó Greg, con la
confianza de quien ya ha tenido esa pequeña conversación un mi-
llón de veces.
Draco hizo una mueca, divertido.
—Sí, supongo que es por eso. Anda, termina de comprar de
una vez y vámonos de aquí.
Greg asintió y pagó. Ya habían terminado allí y estaban a
punto de buscar un sitio con un mínimo de espacio para Desapare-
cerse cuando Draco chocó con Daphne, la hermana de Astoria.
—¡Auch, Draco! —protestó.
—Oh, perdona, Daphne.
Su cuñada, de todos modos, estaba de buen humor.
—¿Habéis oído la noticia? El Wizengamot ha rechazado la
ley del expolio de Granger.
Draco sonrió abiertamente, sorprendido. Aquella era la pri-
mera vez que tumbaban una propuesta que de Granger, con excep-
ción de su campaña para liberar elfos domésticos, un plan al que
había había tenido que renunciar cuando obviamente los elfos ha-
bían empezado a tener ataques de histeria masivos ante la idea de
tener días libres y recibir sueldos.
—Eh, eso es genial —dijo Draco—. Y enhorabuena.
—Gracias —dijo ella, orgullosa—. Menos mal que el Wizen-
gamot ha mostrado un poco de sentido común. Aunque claro, la

178
CAPÍTULO | 10
Enero es un mal mes

mayoría de las familias antiguas estaban en contra de esa ley, por si


las moscas.
Draco asintió. Era una buena noticia, una excelente noticia.
Draco se preguntó si sus padres se habrían enterado ya: los dos ha-
bían estado bastante preocupados por esa ley, temiendo que fuera el
primer paso para ir más allá y empezar a aplicarla de manera retro-
activa. Pero ese peligro había pasado y, aún mejor, esa zorra sabelo-
todo había perdido.
—Vamos, os invito a tomar algo para celebrarlo.


Un par de días después, a primera hora de la mañana, un
grupo encabezado por Potter y dos aurores más se presentaron en la
mansión Malfoy para una inspección sorpresa. Las leyes decían que
el ministerio tenía derecho a registrar cuando quisiera cualquier ca-
sa en la que habitara algún Marcado, término que incluía también a
la gente como Greg, condenada por crímenes durante la guerra
aunque nunca hubiera llegado a llevar la Marca Tenebrosa.
Si tras la guerra los aurores habían entrado en la mansión
Malfoy tres o cuatro veces al año, ahora sólo lo hacían una. Hacía ya
mucho tiempo que Draco no se veía obligado a pasar por algo así,
porque las últimas inspecciones le habían pillado fuera del país, y
sintió un regusto amargo y familiar cuando tuvo que dejarlos entrar.
Astoria se había llevado rápidamente a Cassandra a casa de sus pa-
dres, así que al menos tenía el consuelo de haberle ahorrado a su hi-
ja el mal trago, pero si en aquel momento Potter y los suyos hubie-
ran estallado en mil pedazos habría caído de rodillas y le habría da-
do las gracias al universo por el regalo.
Sus padres estaban más acostumbrados aún que él a ese tipo
de cosas y miraron a los aurores sólo con una expresión de ligero
disgusto, como si fueran cucarachas de las que algún sirviente se
encargaría en cualquier momento.

179
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Gobs, Patis —llamó su madre. Los elfos aparecieron frente


a ella y le hicieron una pequeña reverencia mientras le lanzaban una
desconfiada mirada de reojo a los aurores—. Estaremos en el salón
de invierno. Los aurores van a inspeccionar nuestro hogar. Seguid-
los, ayudadlos en lo que necesiten y aseguraros de que no rompen
nada inadvertidamente.
Los aurores, Potter incluido, fruncieron el ceño. Pero no po-
dían protestar en voz muy alta; en los primeros meses tras la guerra,
los aurores habían sido deliberadamente descuidados en las casas
que inspeccionaban y habían dejado a su paso un reguero de objetos
rotos y muebles astillados.
—Nosotros no trabajamos así —protestó uno de ellos, que
parecía recién salido de la academia, ofendido.
Potter le lanzó a su agente una mirada de advertencia, pero
Draco sabía que ya era tarde. Había picado el anzuelo y su madre
no iba a dejar escapar la oportunidad de cobrarse una presa.
—Bueno, lo hacían hace diecinueve años, ¿no?—dijo, levan-
tando una ceja—. Todo el mundo sabe que la gente no cambia.
Potter se giró hacia ella con expresión dura y disgustada.
—Sí, porque además es lo mismo que torturar y asesinar se-
res humanos, ¿no es cierto?
Draco notó el golpe casi como una bofetada y vio cómo sus
padres también se tensaban de rabia, pero ninguno dijo nada. No
era porque les hubieran dejado sin palabras —Draco podía notar
cómo se mordían la lengua—, sino porque cualquier cosa que dije-
ran haría escalar esa discusión hasta un punto que podía ser perju-
dicial para ellos.
Su padre, entonces, les dedicó a los aurores una rígida y casi
inapreciable inclinación de cabeza.
—Si nos disculpan, esperaremos a que terminen su trabajo
en el salón de invierno.
Draco imitó lo mejor que supo el gesto de su padre y se mar-
chó con ellos al salón, donde intentaron mantener una apariencia
de normalidad. Resultaba difícil, los tres hirviendo de rabia. Draco

180
CAPÍTULO | 10
Enero es un mal mes

aprovechó para escribirle rápidamente a Scorpius, sabiendo que an-


tes o después la noticia llegaría al colegio. Ya le habían hablado de
todas las disposiciones legales que rodeaban a los Marcados antes de
que fuera a Hogwarts, pero por lo que contaba Gabriel, a veces ha-
bía burlas y peleas, y no quería que Scorpius se metiera en proble-
mas.
La inspección se prolongó hasta pasada la hora del almuerzo;
al final, Draco y Lucius tuvieron que entregar sus varitas para que
las examinaran en busca de rastros de magia negra. Potter se encar-
gó de la de su padre. Draco le observó disimulada y resentidamente
mientras otro auror hacía lo mismo con la suya. ¿Por qué tenía que
dirigir todas las inspecciones en la mansión Malfoy? ¿Qué otra ex-
plicación podía haber, excepto sus ganas de restregarles por la cara
el poder que ahora tenía sobre ellos?
Por supuesto, no iban a encontrar nada. Las varitas con las
que practicaban algunos maleficios legalmente dudosos estaban
guardadas en la sala donde solían ir a entrenar; también tenían un
par de varitas más cada uno escondidas a lo largo del país. Cuanto
más dura era la lección, más imperdonable resultaba no aprenderla.
Pero aun así, saber que podían engañar un poco a los aurores a du-
ras penas volvía soportable esa humillación.
Cuando se fueron por fin, Draco se sentía con ganas de darse
una ducha.
—No sé qué es peor, esto o tener que acudir a sus jodidos
interrogatorios cada vez que les da la gana —gruñó su padre, deján-
dose caer en uno de los sillones.
Su madre meneó la cabeza.
—La auto-compasión no va a llevarnos a ningún sitio. Y nada
dura eternamente.
Los aurores solían hacer todas las inspecciones en dos o tres
días consecutivos, así que Lucius fue a avisar a los demás y a ente-
rarse de quién había recibido ya la visita de otro grupo. Astoria re-
gresó con Cassandra poco después y Draco observó su expresión
con una inquietud similar a la que había sentido cuando Scorpius

181
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

había vuelto de Hogwarts. Aún le duraba el alivio de haber supera-


do su primera prueba; sentía que era demasiado pronto para volver
a pasar por algo así.
Como su hermano, Cassandra había ido aprendiendo todo lo
que necesitaba saber sobre el pasado familiar mientras crecía. Sabía
que su familia tenía enemigos y por qué. Pero, también al igual que
Scorpius, se había criado lejos de Inglaterra y no sabía realmente lo
que eso significaba. Hasta ahora habían podido evitarle experiencias
de ese estilo y Draco imaginaba, no sin pesar, que debía de estar un
poco afectada por lo que había sucedido. A ella aún no le habían
contado nada de lo que suponía ser un Marcado: Draco sabía que
Astoria y Daphne habrían aprovechado esa oportunidad para in-
formarla de modo conveniente a su edad.
Su padre le había acusado en más de una ocasión de estar
criando a sus hijos en una burbuja, pero Draco pensaba que la bur-
buja estaba en Inglaterra, una burbuja de odio y resentimiento. Él y
Astoria habían tomado la decisión correcta: sus hijos sabían que ser
odiados por su apellido o por las acciones de sus mayores no era lo
normal, que había todo un mundo ahí fuera en el que sólo eran dos
niños más. Y ese era un conocimiento poderoso. Valía la pena correr
el riesgo de perderlos a cambio de darles esa protección.
Porque era eso, en el fondo, lo que preocupaba a su padre
también, que sus nietos se volvieran contra él. Draco era el primero
en compartir su temor, pero no tenía intención de empezar a edu-
car a sus hijos como a pequeños mortífagos. Scorpius estaba res-
pondiendo bien; ahora debían tener fe en que Cassandra reacciona-
ría con esa apasionada, terca y fiel parcialidad que las mujeres Mal-
foy solían demostrar por sus hombres, lo merecieran o no.
Cassandra fue a darle un abrazo y después miró a su alrede-
dor.
—¿Y el abuelo? —dijo, preocupada.
—Está hablando por Red Flú.
—¿Por qué no le habéis dicho a los aurores que tú y la abuela
intentasteis ayudar a Harry Potter? —preguntó con incredulidad,

182
CAPÍTULO | 10
Enero es un mal mes

como si le asombrara que las personas mayores pudieran ser tan


tontas.
—Eso lo saben, Cassandra. Pero cuando nos juzgaron, el
Wizengamot decidió que nos… nos vigilarían de vez en cuando pa-
ra asegurarse de que no estamos haciendo nada malo —En el fon-
do, Draco pensaba que lo hacían simplemente para humillarlos, pe-
ro esa era la clase de opinión que Astoria y él no querían que oyeran
sus hijos—. Tú no te preocupes, eso no tiene nada que ver contigo.
Cassandra frunció el ceño.
—¿Y por qué no les decís que si no nos dejan en paz arruina-
remos el mundo mágico?
Draco intercambió una mirada con sus padres y su mujer:
aquello era toda una muestra de temperamento y no tenía muy cla-
ro si debía sentirse orgulloso o preocupado. Posiblemente un poco
de las dos cosas.
—No es tan fácil, Cassandra. Para empezar, esa amenaza
pondría definitivamente en nuestra contra a todo ese mundo mági-
co, y nos encontraríamos en peor situación. Quizás algún Malfoy la
utilice algún día, pero espero que sopese bien los pros y los contras
y que sea por una razón más sólida que una simple incomodidad
como esta.
—Por no hablar —intervino entonces Narcissa, con esa voz
ligeramente pausada que usaba de vez en cuando para bromear—
de que sería muy injusto por nuestra parte privarlos de la experien-
cia de ver una casa decorada con buen gusto. No te imaginas los si-
tios en los que viven algunos de ellos, pobres criaturas.
Cassandra le sonrió, pero luego arrugó la nariz.
—¿Han tocado mis cosas?
Draco sabía por los elfos que exceptuando en algunas habita-
ciones concretas, como la biblioteca y los despachos, se habían limi-
tado a usar un hechizo que reaccionaba ante la magia negra.
—No, pero sube si quieres a asegurarte.
La niña se fue rápidamente hacia las escaleras para subir a su
dormitorio y Draco miró a Astoria, quien le sonrió suavemente.

183
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—No te preocupes, Draco, está bien.


Draco asintió, aunque él no se sentía mucho mejor, y tener a
su mujer delante no ayudaba. Astoria no se merecía eso, se merecía
estar invitada a las mejores fiestas, tener abiertas las puertas de las
mejores casas, caminar por cualquier rincón del mundo mágico con
la cabeza bien alta.
—Algún día las cosas cambiarán, te lo prometo.
—Lo sé —dijo ella—. Pero aunque no cambiaran, habría va-
lido la pena.


Después de terminar en la mansión Malfoy, Harry y sus
agentes pasaron el resto de la tarde inspeccionando la casa de los
Rowle y, posteriormente, la de Runcorn. Thorfinn Rowle había si-
do un mortífago de los pies a la cabeza, sentenciado a quince años
de cárcel; Albert Runcorn había pasado dos años en Azkaban por su
entusiasta colaboración con las leyes anti-muggle del gobierno de
Voldemort, y estaba sujeto a las mismas condiciones que los Marca-
dos. Harry pensaba que, en general, todas esas inspecciones eran ya
una pérdida de tiempo, pero en los casos como el de Runcorn, su
creencia se hacía aún mayor. Runcorn era un tipejo desagradable,
de eso no le cabía ninguna duda, pero nunca se había dedicado a la
magia negra y Harry estaba convencido de que no suponía peligro
alguno para el mundo mágico.
Cuando acabaron con Runcorn, volvieron al ministerio para
redactar los informes de sus tres visitas. Harry quería enterarse
también de si el resto de sus agentes habían encontrado algo en al-
gunas de las otras casas de aquel día; la respuesta, como casi siem-
pre, fue negativa.
—Bueno, con un poco de suerte, mañana ya habremos aca-
bado con este engorro.
Entonces se despidió de los aurores que aún rondaban por la
oficina y se fue al Atrio para Desaparecerse desde allí hasta la entra-

184
CAPÍTULO | 10
Enero es un mal mes

da de su casa. Los días de inspección solían ser desabridos y des-


agradables; no eran precisamente bien recibidos. Incluso en las ca-
sas donde se mostraban complacientes y colaboradores se notaba un
resentimiento en los ojos imposible de ocultar del todo.
Harry abrió la puerta de su casa y se esforzó por dejar atrás
todos los recuerdos de aquel día. Nada más entrar vio a Lily, que es-
taba tumbada en el sofá leyendo uno de los comics muggles de Al-
bus. La niña se levantó rápidamente y fue a abrazarlo.
—Hola, papá.
—Hola, cariño, ¿qué tal?
La niña alzó los ojos hacia él, algo preocupados.
—Bien, pero mamá está triste.
—¿Por qué? —preguntó Harry, mirando a su alrededor.
Lily se encogió de hombros. Ginny no estaba en el salón, pe-
ro se oía algo de ruido proveniente de la cocina y Harry fue hacia
allí, suponiendo que ya había empezado a hacer el té. Ginny pareció
ligeramente sorprendida al verlo entrar a la cocina.
—Eh, hola, no te he oído llegar a casa.
Tenía los ojos ligeramente enrojecidos, como si hubiera esta-
do llorando. Harry se acercó para darle un beso y le acarició la meji-
lla.
—¿Estás bien?—Ginny lo miró como si no supiera muy bien
a qué venía la pregunta—. Has estado llorando.
—Ah, eso… —Ginny le quitó importancia con un gesto de
la mano y esbozó una pequeña sonrisa que, a pesar de todo, era un
poco triste—. No es nada, ha sido culpa de mi madre. Hoy era el
cumpleaños de sus hermanos, de Gideon y Fabian. Ha empezado a
hablarme de ellos, de ahí hemos pasado a Fred… Y antes de darnos
cuenta las dos estábamos llorando y recordando todas sus barraba-
sadas
Harry la abrazó, apenado. La muerte de Fred había sido un
golpe durísimo para toda la familia, especialmente para George,
Molly y Ginny, y a Harry se le partía el alma cada vez que recordaba
a George aquellos primeros meses, mudo, apático, cuando todo lo

185
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

que parecía capaz de hacer era mirarse en el espejo con una intensi-
dad desgarradora.
—Lo siento.
—Estoy bien —dijo ella, apoyando la cabeza en su pecho.
Ginny era bajita, le llegaba sólo a la barbilla—. Es sólo… ya sabes, a
veces lo echo tanto de menos que es como si hubiera pasado ayer.
Harry le acarició la espalda, todavía abrazándola. Entendía
demasiado bien lo que quería decir.
—Lo sé.
—Estaba tan lleno de vida, tenía aún tantas cosas por ha-
cer…—Harry cerró los ojos, luchando por dominar su propia pena.
Ginny le dio un último apretón y se separó de él, esbozando una
sonrisa resignada y decidida a la vez—. Venga, no quiero volver a
llorar otra vez. ¿Qué tal el día? Hoy tenías inspecciones, ¿no?
A Harry no le importó que quisiera olvidar aquel tema.
—Sí, ha sido un gran día —dijo, sarcástico.
—¿Habéis encontrado algo?
—No, qué va. Imagino que a estas alturas ninguno de ellos
sería tan idiota como para guardar objetos de magia negra en sus ca-
sas.
Ginny se encogió de hombros mientras se ponía de nuevo a
hacer la cena.
—Bueno, supongo que no se trata de pillarlos haciendo algo
malo, sino de vigilarlos para que sepan que los pillaréis en caso de
que lo intenten. La mitad de ellos volverían a las andadas si no los
atarais en corto, seguro. —Entonces se detuvo, ensimismada, du-
rante unos segundos, y después clavó sus ojos grandes y castaños en
él, con una expresión triste y solemne—. No podemos dejar que
vuelvan a hacer daño, Harry. Otra vez no. Se lo debemos a todos los
que murieron en la guerra.



186
CAPÍTULO | 10
Enero es un mal mes

Querido Scorpius:

Sé por Gabriel que las noticias de las inspecciones suelen llegar rápi-
damente a Hogwarts. Espero que esto no te haya causado demasiados pro-
blemas. Si lo han hecho, créeme, lo siento mucho. Pero también debo pedirte
que mantengas la cabeza fría y evites los enfrentamientos. No te busques un
castigo por esto, Scorpius. No vale la pena. Nada les dará más rabia a todos
los que se metan contigo que verte salir adelante y triunfar, y eso sólo lo conse-
guirás si no caes en sus provocaciones.
Recuerda también lo que te dije durante el verano: no tiene nada que
ver contigo. Aunque toda tu familia tuviera las manos manchadas de sangre,
y no es así, tu hermana y tú seguiríais siendo inocentes y seguiríais teniendo
el derecho a ir por ahí con la cabeza bien alta. Eso es algo que no debes olvi-
dar nunca.
Ni equivocarse ni perder tiene consecuencias agradables, Scorpius, y
esa es la razón de que a nadie le guste ni lo uno ni lo otro. Pero comparado
con lo que nos pudo haber pasado es sólo un inconveniente menor. Molestias,
¿recuerdas? Te aseguro que aquí estamos todos bien, así que no te preocupes
por nosotros. Si Diana te pregunta dile que también han estado hoy en su ca-
sa y que tampoco allí ha habido ningún problema. Imagino que mañana o
pasado irán también a casa del padre de tu tío Theodore y al del abuelo de
Damon; seguramente sus padres les estarán escribiendo ahora mismo también
explicándoles lo mismo que te estoy explicando yo, pero en cualquier caso no
tienen motivos para inquietarse.
Hablando de algo más agradable —más o menos—, me alegra saber
que Longbottom no está haciendo más comentarios sobre la familia de nadie.
De todos modos, ya sabes lo que te dijimos: si vuelve a las andadas avísanos
inmediatamente para que tomemos las medidas pertinentes. Hay más cosas
aún que podemos intentar.
Bueno, quiero que esta carta llegue lo antes posible, así que no me en-
tretengo más. Todos te envían recuerdos.

Te quiere,
Draco Malfoy.

187
Capítulo 11
Inevitable

-A
l, ven, quiero hablar contigo —le dijo James, justo cuan-
do acababan de terminar el té.
Albus miró a su hermano, que parecía un poco enfada-
do, y le dijo a Amal y a Rose que ya los vería en la Sala Común.
Después salió con James del Gran Comedor, preguntándose qué
mosca podría haberle picado. No recordaba haber hecho nada que
mereciera una charla seria con su hermano. Pero James no soltó
prenda hasta que no llegaron a un sitio en el que nadie podía oírlos.
—Oye, Albus… ¿tú sabes lo que anda diciendo la gente de
ti?
—No —contestó, asombrado. No se había parado a pensar
que la gente pudiera andar diciendo nada sobre él, más allá de todas
las especulaciones sobre su padre.
James frunció aún más el ceño.
—Pues que eres un cobarde y que le tienes miedo a Malfoy.
¿Acaso es verdad?
Albus se sintió como si le hubieran estrujado de pronto el es-
tómago. No se lo había contado a nadie porque tampoco le había
dado demasiada importancia, pero durante el Sorteo, el Sombrero
Seleccionador le había dicho que tenía un lado que pegaría bien en
Hufflepuff. Aun así, el Sombrero había aclarado que era sobre todo

188
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Gryffindor y le había mandado allí sin que él tuviera que pedirle su


opinión (porque Albus tampoco se habría quejado; Teddy había ido
a Hufflepuff y era genial). Ahora, sin embargo, se sintió como si le
estuvieran acusando de no ser digno de Gryffindor.
—¡Claro que no!
—Y entonces, ¿por qué no le paras los pies? William me ha
contado que Malfoy se ha metido con vosotros en clase de Pociones
y que tú no has hecho nada.
Albus sintió un fogonazo de animadversión hacia Watson,
pero la pregunta de James le parecía extrañamente irreal, sin senti-
do.
—¿Qué? Pero… si ha sido una tontería… —se justificó, aún
con la acusación de cobardía zumbándole en los oídos—. Le ha
preguntado a Charles Paltry si pensaba contestar a la pregunta de
Slughorn o se trataba de algún secreto familiar, no sé quién le ha di-
cho que se callara y Malfoy ha contestado que se metiera en sus co-
sas y la ha llamado… cara de gusarajo, creo.
—¿Y tú por qué no has dicho nada?
—No lo sé. Estaba hablando con Amal.
James se lo quedó mirando unos segundos y luego suspiró
con fuerza, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por mos-
trarse paciente.
—Mira, Al… a ver si lo entiendes, ¿vale? —Su voz sonaba
casi amable—. Eres un Potter. La gente espera ciertas cosas de ti. No
puedes quedarte de brazos cruzados mientras unos aprendices de
mortífagos se meten con tus compañeros de clase, joder. ¿Cómo
crees que se sentiría papá si supiera que tus compañeros creen que
eres un cobardica?
Al oír aquello, Albus abrió mucho los ojos, alarmado ante la
idea de que aquello llegara a oídos de su padre.
—¡No se lo digas! James, yo no le tengo miedo a Malfoy, te
lo juro. No sé quién te ha dicho eso, pero es un mentiroso de mier-
da.
—¿Estás seguro? —insistió, desconfiado.

189
CAPÍTULO | 11
Inevitable

—¡Claro que estoy seguro!


James asintió gravemente y Albus se sintió aliviado al ver que
por fin parecía creerlo. Él no era un cobarde, ¡no lo era!
—Me alegro de oírlo. Entonces… ¿prometes que le plantarás
cara la próxima vez que se meta con alguien de tu clase?
Albus ni lo pensó.
—Sí, está bien, lo prometo.
Su hermano sonrió con aprobación y le dio una palmadita en
el hombro.
—Bien dicho. Venga, vamos, te acompaño a la Sala Común.
Mientras caminaban juntos y James le daba algunos consejos
sobre peleas a hechizos, Albus se sintió casi agradecido, como si su
hermano hubiera impedido que cometiera un error. James podía
tomarle el pelo a veces y ser un mandón, pero se preocupaba por él
y a Albus le importaba tener su aprobación tanto como tener la de
sus padres.
Y además, era un verdadero Gryffindor. Los Gryffindor no
eran cobardes. Pero cuando James le dejó frente al Cuadro de la
Señora Gorda y se marchó, Albus empezó a sentir una ligera inco-
modidad en la boca del estómago.
Sus amigos ya estaban dentro, haciendo los deberes de En-
cantamientos. Albus fue a buscar sus cosas a su dormitorio y se
unió a ellos.
—¿Qué quería tu hermano? —le preguntó Amal, haciéndole
un hueco a su lado.
—Nada —dijo Albus, que no sabía qué decir, y menos delan-
te de más personas.
Albus se puso a hacer los deberes esperando que esa mala
sensación desapareciera, pero no podía dejar de observar a los
alumnos de primero que estaban trabajando con él, preguntándose
quién lo habría acusado de cobardía. Desde luego era imposible que
hubieran sido Rose o Amal, pero había un puñado de Gryffindor de
primero con los que no tenía mucha relación y cualquiera de ellos
podría haberlo dicho.

190
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Cuando llegó la hora de cenar y fue al Gran Comedor, vio a


Watson correr a sentarse con los Gryffindor y recordó los motivos
que tenía para estar furioso con él. Si en el pasado había llegado a
sentir pena por él, ya ni se acordaba. Pero aun así, no creía que fuera
él quien hubiera lanzado esa acusación. ¿Un Slytherin llamando
cobarde a un Potter delante de James sin que James se lo hiciera pa-
gar? Difícil de creer. No, tenía que haber sido otro Gryffindor, al-
guien de su clase. Estúpidos… Ya les demostraría a ellos si era va-
liente o no.


Amal y Rose le habían preguntado ya un par de veces qué le
pasaba, así que cuando estuvieron de vuelta en la Sala Común bus-
caron un sitio tranquilo y Albus se lo contó, un poco avergonzado.
—¡No puedo creer que alguien haya dicho eso de ti! —
exclamó su prima, indignada.
—¿Tu hermano no te ha dicho quién ha sido? —inquirió
Amal.
—No. Igual ha sido más de uno —dijo de pronto, con voz
lúgubre.
—Preguntaré entre las chicas, Al, no te preocupes. No hagas
ni caso; quien haya dicho eso es un imbécil.
Albus tenía la impresión de que su nudo en el estómago no
se pasaría hasta que supiera quién había dicho eso de él, pero pen-
sando en ello mientras hacía los deberes, se dio cuenta de que se
sentía aún peor cuando se acordaba de que le había prometido a
James que, a partir de ahora, le pararía los pies a Malfoy. Eso sólo le
preocupó más. ¿Podía ser miedo? Pero había tenido miedo otras ve-
ces, como aquella que había estado a punto de caerse de la escoba y
se había quedado colgando de una mano a veinte metros del suelo.
El corazón se le había vuelto loco entonces y había chillado y había
sido incapaz de pensar, no como ahora, que sólo podía pensar, una y
otra vez, en lo mismo.

191
CAPÍTULO | 11
Inevitable

Aún seguía así cuando estuvieron en la cama, con las luces ya


apagadas y algunos ronquidos suaves rompiendo el silencio. Al día
siguiente era viernes y a primera hora tenían Herbología con los
Slytherin. Malfoy le tenía miedo a Neville porque sabía que no iba
a dejarle pasar ni una y en esas clases no solía abrir la boca, pero a
veces sí lo hacía, a la salida. Si empezaba a meterse con los Gryffin-
dor tendría que enfrentarse a él. En su imaginación, lo tiraba al sue-
lo de un puñetazo y Malfoy lloraba y prometía que ya no iba a ha-
cerlo nunca más y se portaba bien durante el resto de su vida, pero
esa escena de victoria y final feliz no conseguía calmar su inquietud
en lo más mínimo.
—Eh, Al, ¿no puedes dormir? —le susurró Amal, desde su
cama.
—No —contestó Albus, suponiendo que lo había visto mo-
verse en busca del sueño.
Entonces Amal se levantó y se sentó en la cama con él, co-
rriendo los doseles.
—Lumos —dijo Amal, haciendo que una luz azul y temblo-
rosa los iluminara a ambos—. ¿Aún sigues pensando en quién te ha
llamado cobarde?
Sus amables y grandes ojos oscuros sólo expresaban amistoso
interés.
—No. No sé… ¿Tú crees que soy cobarde?
—No, claro que no.
Albus suspiró y pensó que igual se estaba sintiendo culpable
por no haber actuado como un verdadero Potter.
—Bueno… Ya verán si soy un cobarde o no.
—¿Por qué? ¿Qué vas a hacer?
—La próxima vez que Malfoy se meta con uno de nosotros
le pararé los pies y haré que se calle la boca.
—¿En serio?
—Sí, no me da ningún miedo —aseguró, sin entender de
qué se extrañaba tanto. ¿Por qué tenía que dudar?—. ¿Qué pasa?
¿Crees que sí?

192
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—No, no seas idiota: ya te he dicho que no creo que seas un


cobarde. Es sólo que…
—¿Qué?
—Bueno, la culpa es de los que te han llamado cobarde, ¿no?
¿No estás enfadado con ellos?
Albus resopló, sorprendido.
—¡Pues claro, pero no sé quiénes son! Cuando lo sepa, ya
verás. Pero Malfoy… Mi padre y mis tíos siempre… Bueno, no
puedo dejar que haga cosas malas.
Amal se quedó callado unos segundos, pensativo.
—Ya… Vale, yo te ayudaré si sus amigos se meten.
Albus sonrió un poco porque, al fin y al cabo, Amal estaba
ofreciéndose a echar una mano, pero en el fondo la idea de una pe-
queña batalla campal entre ambas Casas sólo le hizo sentirse peor.


A pesar de las previsiones de Albus, Malfoy mantuvo la boca
cerrada en Herbología y no dio pie a que se viera obligado a inter-
venir. Durante el fin de semana sólo lo vio a las horas de las comi-
das. Pero al lunes siguiente, cuando terminó la clase de Defensa y
Albus salió del aula, se encontró a Malfoy riéndose con sus amigos
de Dina McLaggen porque era la única, junto con Goyle y Paltry,
que aún no era capaz de hacer el Expelliarmus. Albus no tenía mu-
cha relación con ella y ni siquiera sabía muy bien qué estaban di-
ciendo; no sintió el impulso natural de protección que habría senti-
do si se hubiera metido con Rose, Amal o incluso Bruce. Pero lo
había prometido y con el corazón latiéndole a toda prisa, se dispuso
a actuar como un Potter y un Gryffindor de verdad.
—Eh, Malfoy, ¿por qué no cierras la boca?
Malfoy parpadeó, sorprendido, y lo miró con altivez.
—¿Tienes algún problema?
—Sí, tú. Deja de meterte con ella.

193
CAPÍTULO | 11
Inevitable

—¿Qué pasa? —Intercambió una mirada burlona con sus


amigos—. ¿Es tu novia?
Los otros Slytherin se echaron a reír y empezaron a lanzarse
besos unos a otros. Albus tuvo la impresión de que se estaba po-
niendo colorado.
—Albus, déjalos —pidió Dina—. Son unos idiotas, no les
hagas caso.
En otro momento, Albus se habría detenido ahí, pero en
realidad no se trataba de defender a Dina, sino de dejar claro que no
era un cobarde, que no consentiría que Malfoy insultara impune-
mente a sus compañeros. Casi podía ver a James, instándole a se-
guir adelante.
—No, no es mi novia —replicó, dando un paso en dirección
a Malfoy—. Y te lo estoy diciendo en serio: cállate y lárgate.
Aquello era ir un poco más lejos de lo que habían llegado
nunca. Todos lo notaron. Y, de pronto, Albus se dio cuenta de que
no quería pelearse y se encontró rogando para que fuera suficiente,
para no tener que ir aún más allá. Pero Malfoy borró automática-
mente la sonrisa de su cara y sus ojos brillaron con un odio tan in-
tenso como inesperado. Y no era el único: el resto de Slytherins
también había dejado de reírse y lo miraban como si quisieran ma-
tarlo con la mirada.
—Y si no, ¿qué? —preguntó Malfoy, con voz muy tensa.
—Entonces haré que te calles. —Albus se sentía extrañamen-
te consciente de sus palabras. Normalmente, cuando se peleaba no
se daba cuenta de lo que decía, estaba demasiado enfadado para
prestar atención. Pero ahora no estaba realmente enfadado, y era
como si pudiera verlo desde fuera y hubiera una parte de él que es-
taba pensando que aquella pelea era estúpida. Nunca le había pasa-
do algo así y no sabía qué quería decir.
Pero no podía pararse ahora. No cuando estaban todos mi-
rando. Tenía que ser Malfoy quien retrocediera. Aunque fuera de
los mejores en Defensa, era un cobarde, ¿no? Tenía que rajarse y
marcharse.

194
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Esos se creen que mandan de todo el mundo —escupió


entonces Pucey.
Albus casi gimió de frustración cuando Malfoy torció los la-
bios en algo que no era exactamente una sonrisa y sacó su varita.
—¿Sí? A verlo, Potter. A ver cómo me haces callar.
Con una extraña sensación de irrealidad, Albus también sacó
su varita. Le pareció oír a un par de alumnos que lo dejaran, a otros
que les hicieron callar, expectantes, deseosos de verlos pelear. Mal-
foy estaba frente a él, rubio, pequeño, tan rabioso que respiraba con
dificultad y una determinación en la mirada que Albus no había
imaginado. Nunca se había dado cuenta de que Malfoy le odiara
tanto, nunca le había mirado así. Albus se preguntó por qué no le
atacaba de una vez para que pudieran terminar ya con eso, y tardó
unos segundos en comprender que en realidad era él quien tenía
que iniciar la pelea, quien tenía que demostrar que era capaz de ca-
llar a Malfoy.
Una voz en su cabeza le preguntó qué estaba haciendo y Al-
bus volvió a pensar que aquello era estúpido, que tenían que irse a
clase, que no quería pelearse con Malfoy, al menos no en esa oca-
sión. No estaba realmente enfadado con él aunque se hubiera bur-
lado de Dina y luego le hubiera acusado de ser su novio. Pero des-
pués se acordó de la cara de James y se imaginó la cara que pondría
su padre, la cara que pondrían todos si ahora daba media vuelta y se
marchaba —no habría manera de que no pensaran que había sido
por miedo—, y las palabras parecieron salir solas.
—¡Expelliarmus!
—¡Protego!—exclamó Malfoy, haciendo que el hechizo se es-
trellara contra su escudo—. ¡Desmaius!
—¡Protego! ¡Mocomurciélago!
Malfoy volvió a protegerse y a atacar, y Albus reaccionó del
mismo modo; por un momento, el calor de la pelea le había hecho
dejar de pensar y lo agradecía. Sólo quería ganar porque en ese
momento habría querido ganar a cualquiera y lanzaba sus hechizos

195
CAPÍTULO | 11
Inevitable

con más fiereza que precisión, esquivando y bloqueando los que le


lanzaba Malfoy.
—¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ?
La voz airada de la profesora Daskalova tuvo el mismo efecto
que un cubo de agua fría. Los dos se detuvieron en seco; el último
Furnunculus de Malfoy, lanzado un segundo antes de la interven-
ción de la profesora, salió desviado en dirección a uno de los Gryf-
findor que observaban la pelea. El niño dio un graznido de alarma y
lo esquivó por poco.
En aquel silencio terrible, Albus no se atrevía ni a respirar.
De repente volvía a ser demasiado consciente de lo que había hecho
y la culpabilidad se estaba extendiendo por su mente como la lava
de un volcán. No podía creer que hubiera provocado una pelea con
Malfoy. Con razón la profesora estaba tan enfadada. Lo castigaría y
sus padres se enterarían y también se enfadarían con él. ¿Por qué le
había hecho caso a James? ¿Y si lo expulsaban? ¿Y si…?
La profesora Daskalova se giró hacia Malfoy con rayos en los
ojos.
—No pienso tolerar este comportamiento, señor Malfoy —
dijo, con voz apenas controlada—. Diez puntos menos para Slythe-
rin. ¡Y estará castigado toda la semana después de cenar!
Los Slytherin reaccionaron casi al unísono, todos con expre-
siones ultrajadas.
—¡Ha empezado Potter!
—¡Eso es injusto!
—¡Si castiga a Scorpius tendría que castigar a Potter también!
Albus vio cómo la profesora empezaba a vacilar y no le ex-
trañó. Había demasiada frustración en las caras de los Slytherin
como para pensar que mentían. Algunos de sus compañeros se
unieron a la discusión y dijeron que Malfoy había empezado al reír-
se de Dina. La profesora Daskalova los hizo callar a todos con una
seca orden de silencio y se giró hacia Albus con seriedad.
—Señor Potter, ¿qué ha pasado?

196
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Saltaba a la vista que si le decía que era culpa de Malfoy, sal-


dría bien librado. Albus se debatió entre el impulso infantil de esca-
parse del castigo y su propia honestidad, ya que sus padres le habían
enseñado a no decir mentiras. Pero entonces vio la mirada de des-
precio, amargura y casi decepción de Malfoy y fue eso lo que le hi-
zo decidir, picado en su orgullo. Malfoy no tenía derecho a mirarlo
como si no valiera nada.
—Se estaba riendo de Dina, pero yo empecé la pelea.
La profesora Daskalova fue la primera sorprendida y Albus
oyó un murmullo entre sus compañeros de clase. No sabía qué iba
a pasar ahora, pero tuvo la sensación de que valía la pena porque al
menos Malfoy había dejado de mirarlo como si fuera basura; estaba
tan sorprendido por su admisión de culpa como todos.
—Entonces los dos son igual de culpables —dijo, después de
una ligera vacilación—. No me deja otro remedio que quitarle tam-
bién diez puntos y castigarlo también toda la semana. He de decir
que estoy muy decepcionada con los dos. Creía que eran mucho
más sensatos. Vamos, márchense todos al comedor y que esto no
vuelva a repetirse.


Damon estaba eufórico.
—Has estado genial, Scorpius —le dijo, dándole una palma-
dita en la espalda—. No sé quién se cree que es ese mierda de Pot-
ter para venir a darnos órdenes. ¡Que le den por el culo!
Había un lado de Scorpius, aún lleno de adrenalina por la pe-
lea, que no podía estar más de acuerdo con él. Odiaba a los Potter,
los odiaba. A Harry Potter por entrar en su casa y fastidiar a su fa-
milia, a James Potter por llamarlo mini-mortífago cada vez que lo
veía y meterse con él, y ahora odiaba también a Albus Potter por
obligarlo a pelear y hacer que lo castigaran. ¡Por él podían morirse
todos! McNair tenía razón, algún día tenían que pagar por todo lo
que estaban haciendo.

197
CAPÍTULO | 11
Inevitable

A pesar de todo, los ataques de rabia de Scorpius eran esca-


sos, violentos y breves. En cuanto entró al Gran Comedor y vio la
mesa de los Gryffindor y la de los profesores al fondo toda su ira se
disipó casi de golpe, dejándolo más que preocupado. ¿Qué había
hecho? Longbottom, James Potter y los Weasley iban a hacerle la
vida aún más imposible. Había sido un estúpido. Tendría que haber
dado media vuelta, como había hecho otras veces. ¿Acaso su padre
no le había dicho de todas las formas posibles que no se metiera en
líos y se mantuviera alejado de esa gente?
Lo había intentado. Realmente lo había intentado. Pero había
estado de mal humor desde las inspecciones, humillado al darse
cuenta de que medio colegio sabía que los aurores habían registrado
la mansión Malfoy y encontrarse de pronto a Albus Potter cara a él
actuando como si tuviera algún derecho a decirle lo que tenía que
hacer había sido más de lo que era capaz de soportar.
Scorpius miró en dirección a los prefectos de su mesa. Si no
lo sabían ya, no tardarían mucho en saberlo, y estaba seguro de que
a Rebeca Warbeck, al menos, no iba a hacerle mucha gracia. Los
demás, los que ya se habían enterado, parecían entenderlo. Más o
menos. McNair le había dedicado una de sus sonrisas feroces; unos
pocos habían meneado la cabeza con desaprobación porque sabían
que los altercados con Gryffindor sólo acarreaban más mala fama y
más problemas para Slytherin. Era la reacción habitual de todos
cuando alguno de ellos se metía en algún lío con los Gryffindor.
—Oye, Scorpius… —dijo Morrigan, con aire preocupado—,
¿y si los Potter se lo cuentan a su padre y éste se venga con tus pa-
dres?
Scorpius creyó que se le había detenido el corazón. Mierda.
Mierda. Ni siquiera había caído en eso. Había un motivo por el que
la mayoría de los Slytherin no respondían a las provocaciones de
James Potter, sus primos y sus amigos. Pero Gabriel, que se había
sentado cerca de ellos para enterarse bien de lo que había pasado, le
tranquilizó antes de que el pánico se apoderara por completo de
Scorpius.

198
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Mira, es mejor no arriesgarse, pero McNair se ha enfren-


tado más de una vez a ellos y nunca ha dicho que nadie se hubiera
vengado con su familia, ¿no? No te preocupes, pero… mejor no
vuelvas a hacerlo, por si las moscas.
Scorpius tragó saliva y asintió, decidido a seguir su consejo.


—Pero, ¿por qué dijiste nada? —le preguntó James, una vez
más, después de comer—. No puedo creer que hayas sido tan ton-
to.
Albus, que no estaba teniendo un buen día en absoluto, re-
sopló.
—¿No se supone que los Gryffindor tenemos que ser justos
y jugar limpio?
—¡Pero no cuando peleas con los Slytherin! ¿Crees que Mal-
foy habría hecho lo mismo que tú si la situación hubiera sido al re-
vés? Hay una diferencia entre ser justo y ser tonto, Albus.
—Bueno, va, déjalo tranquilo —terció su primo Michael—.
Al menos ya le ha dejado cuatro cosas claras al mini-mortífago.
—Sí, seguro que ahora se lo pensará dos veces antes de me-
terse con los demás —añadió Fred.
A Albus le pareció una afirmación muy arriesgada; la expre-
sión que había visto en los ojos de Scorpius no era precisamente la
de alguien que hubiera quedado acobardado.
James suspiró y lo miró con una disculpa en los ojos.
—Sí, es verdad, Al. Has estado muy bien, pero es que me sa-
be mal que hayas acabado castigado cuando podrías haberlo evitado.
Albus tenía la impresión de que no había hablado de otra co-
sa en toda la comida. Había quien decía que había hecho lo correcto
y otros que pensaban que había sido un idiota. Rose y Amal le apo-
yaban lealmente, aunque Albus creía que sólo Amal entendía un
poco lo que había pasado. Neville, que se había acercado a hablar
con él un momento antes de que sirvieran la comida le había dicho

199
CAPÍTULO | 11
Inevitable

que los Slytherin eran especialistas en provocar a alguien para que


empezara una pelea y recibiera un castigo, que Draco Malfoy se lo
había hecho a Harry un montón de veces y que debía tener más
cuidado. Albus pensaba ahora que si alguien le había provocado pa-
ra que se peleara, ése había sido James, pero no dijo nada porque no
quería meter a su hermano en un lío aunque se lo mereciera por
dar consejos estúpidos.
Toda una semana castigado… Eso era lo que le preocupaba a
él. Sus padres se enterarían, antes o después. James le había asegu-
rado que lo entenderían porque ya conocían a los Malfoy y sabían
de lo que eran capaces, pero Albus no conseguía creerlo del todo. Y
luego estaba el castigo en sí. Había oído de todo sobre los castigos
con Angus Filch y aquel día oyó aún más. El conserje de Hogwarts
le parecía de lo más desagradable, una especie de espantajo de co-
lumna torcida y pelo blanco lleno de malas intenciones, y no quería
ni imaginar lo que sería tener que estar con él tanto rato.
La clase de Cuidado de Criaturas Mágicas a última hora de la
tarde empezó en medio de una tensión palpable. Los dos grupos se
miraban con hostilidad y esta vez la influencia beneficiosa del pro-
fesor Zhou no podía hacer nada por remediarlo. Albus se dio cuen-
ta de que Malfoy parecía tan agobiado como él, y se sorprendió al
sentir en su interior el deseo de disculparse. ¿Cómo podía querer
disculparse con un Malfoy? Él era un Potter y disculparse con un
Malfoy era el mundo al revés; los buenos no se disculpaban con los
malos, ¿no? Pero su sentido de la justicia le decía que sí, que había
empezado él y sólo porque James lo había convencido de que debía
hacerlo, y sus padres le habían enseñado que cuando uno cometía
un error, debía disculparse.
La cabeza empezaba a dolerle.
—Nunca os había visto así —dijo el profesor, al cabo de un
cuarto de hora. Albus recordó que no le había visto en el comedor
durante el almuerzo, así que era probable que aún no lo supiera—.
¿Ha pasado algo?

200
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Los niños vacilaron y William fue el primero en hablar, aun-


que lo hizo mirando de reojo a los Gryffindor para estar seguro de
que no iban a enfadarse con él por contarlo.
—Albus y Malfoy se han peleado y van a estar castigados toda
la semana.
Albus, algo avergonzado, esperaba que el profesor los mirara
con decepción, pero sólo pareció entristecerse un poco.
—Vaya, lo siento mucho, chicos. ¿Aún seguís enfadados?
—Empezó Potter —dijo Pucey.
—Empezó Malfoy —replicaron al momento otros Gryffin-
dor.
El cruce de acusaciones se intensificó durante unos segun-
dos, hasta que el profesor Zhou movió la varita y todos se quedaron
instantáneamente sin voz. Los alumnos se giraron hacia el profesor,
sobresaltados, y éste sonrió, divertido.
—Gracias. Empezó cuando la primera chispa de magia brotó
en el universo. —Entonces hizo otro movimiento con la varita y
Albus, aliviado, comprobó en voz baja que volvía a poder hablar—.
Pero por bueno que sea saber cómo empezó todo, es más importan-
te aún saber cómo pararlo, ¿no creéis?
—¿Parar el qué? —preguntó Albus.
El profesor Zhou suspiró.
—Las peleas, Albus. Todo este odio entre Casas que apren-
déis como si fuera una asignatura más. No creo que a ninguno de
los dos os guste. Y no tenéis por qué pelearos sólo porque medio
colegio esté esperando a que lo hagáis.
Albus lo miró, sorprendido, y se preguntó si sabría lo de Ja-
mes. Entonces se fijó en Malfoy y vio que éste también parecía sor-
prendido; Malfoy se giró hacia él y cuando sus miradas de cruzaron,
apartaron la vista rápidamente.
—Yo me he peleado porque ha empezado él a atacarme —
murmuró Malfoy, insistiendo una vez más en aquello.
El profesor Zhou lo miró casi afectuosamente, como si su
terquedad le pareciera tierna o le divirtiera.

201
CAPÍTULO | 11
Inevitable

—Sea quien sea quien empiece, pelearse nunca suele traer


nada bueno, Scorpius. Pero si alguna vez tenéis que hacerlo, al me-
nos deberíais aseguraros de que es por una buena razón. En ningún
sitio dice que los Gryffindor y los Slytherin debáis llevaros mal. Ni
siquiera que los Potter y los Malfoy deban llevarse mal. Esa elección
tiene que ser vuestra, y de nadie más.
Albus tragó saliva, confuso, sin saber ya qué pensar o qué
creer. Los mayores hablaban a veces de cosas sin sentido, pero aque-
llas palabras despertaban un extraño eco en él. James le había dicho
que debía pelearse con Malfoy, ¿no? Para que no creyeran que era
un cobarde. Pero él en realidad nunca había querido hacerlo. Mal-
foy ni siquiera le caía realmente mal; se burlaba de vez en cuando
de algún Gryffindor, sí, pero tampoco era para tanto. Había sido fá-
cil ignorarlo hasta que James se había metido.
Quizás tendría que haberse enfrentado a los que le habían
llamado cobarde, como decía Amal, no a Malfoy.
—Y ahora, basta de charla —continuó Zhou, dando una
palmadita—. Sé que las vidas de los escregutos pueden parecer abu-
rridas en comparación con las de Albus y Scorpius, pero eso es por-
que todavía no conocéis sus misteriosos secretos.
Algunos niños se echaron a reír con incredulidad.
—Los escregutos no tienen misteriosos secretos —protestó
Milena Thomas, una niña de Gryffindor muy risueña. Albus sólo la
había visto un par de veces antes de Hogwarts aunque su padre y el
de él se conocían mucho porque habían estado en la misma Casa y
en el mismo curso.
El profesor Zhou la contradijo con otra broma e hizo conti-
nuar la clase. Albus volvió a mirar a Malfoy, que estaba sumido en
sus pensamientos, como si estuviera reflexionando sobre lo que
Zhou había dicho; cuando se dio cuenta de que Albus le miraba
frunció el ceño en su dirección. Albus, que no recordaba haber vis-
to a Malfoy tan hostil hacia él, trató de concentrarse de una vez en
los escregutos, que no eran ni mucho menos tan interesantes como
el profesor Zhou intentaba hacerles creer.

202
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Y lo peor de todo —pensó— era que aún le quedaba toda


una semana de castigo con él.

203
Capítulo 12
El castigo

D espués de cenar, Albus se dirigió hacia la Sala de Trofeos,


el lugar en el que les había citado la profesora Daskalova.
Malfoy había llegado un poco antes. Los dos niños espe-
raron en silencio, sin mirarse, a que llegara la profesora.
El castigo consistía en sacar brillo a todos los trofeos de la Sa-
la. Filch, que había llegado con la profesora Daskalova, les entregó
un trapo y una crema para que lo hicieran al estilo muggle. Luego el
conserje de Hogwarts se marchó, con paso un poco renqueante, se-
guido por esa mala bestia de gato que tenía, y la profesora Daskalo-
va hizo aparecer una mecedora y un manual de Defensa.
—Pónganse a trabajar —dijo, sentándose—. Y no quiero oír
ni una palabra.
Los niños se pusieron manos a la obra. A pesar de la distrac-
ción que habían supuesto las palabras de Zhou, ahora que Albus es-
taba a solas con Malfoy volvía a sentirse culpable por la pelea. James
y los demás le habían asegurado que el colegio no avisaba a los pa-
dres por una pelea sin más importancia, y ellos tampoco iban a de-
cirles nada, así que ya no estaba preocupado por eso; era simple-
mente que se arrepentía de haber empezado aquello. La disculpa
volvía a estar en sus labios y le habría gustado decirle al menos algo,
pero no se atrevía a tentar más la suerte con la profesora, que aún

204
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

parecía enfadada con ellos y levantaba la vista del libro cada poco
tiempo para asegurarse de que estaban trabajando de verdad.
Las dos horas pasaron más rápido de lo que esperaban.
Cuando salieron de la Sala de Trofeos, Daskalova les dio dos pases
para que no tuvieran problemas si se topaban con algún prefecto —
los alumnos de primero debían permanecer en la Sala Común des-
pués de la cena— y se despidió de ellos, citándoles para el día si-
guiente a la misma hora y en el mismo sitio.
—Y ahora váyanse a dormir y cuidadito con lo que hacen.
Los dos alumnos tenían que hacer juntos el primer tramo del ca-
mino, así que echaron a andar rápidamente, también sin mirarse.
Pero Albus se sentía a punto de explotar y habló antes de que Mal-
foy tomara el pasillo que lo llevaría a las mazmorras.
—Malfoy…
Él le miró con recelo.
—¿Qué quieres?
Albus dejó escapar el aire en un suspiro. Tenía que decírselo.
—En realidad no quería pelearme contigo.
—Ya…
—Lo digo en serio.
—Pues por tu culpa me han castigado, tu hermano y tus
primos van a venir a por mí y seguro que Longbottom también va a
tomarla conmigo otra vez. Así que me importa una mierda si que-
rías o no querías.
Albus estuvo a punto de protestar y decir que ni James ni
nadie iban a hacerle nada, pero se detuvo porque, de pronto, no es-
taba tan seguro.
—Tú te estabas riendo de Dina. Y cuando te dije que te ca-
llaras, no me hiciste caso.
Malfoy frunció aún más el ceño.
—¿Y por qué tendría que hacerte caso? Os creéis los dueños
del colegio, pero tú no mandas de mí.
—Porque no está bien meterse con la gente.

205
CAPÍTULO | 12
El castigo

Malfoy lo miró con la boca abierta y después sus ojos se tiñe-


ron de amargura.
—¿Ah, no? Pues díselo a tu hermano y a tus primos porque
ellos no lo saben.
Sin más, Malfoy dio media vuelta y se marchó por el pasillo.
Albus lo observó unos segundos, diciéndose una y otra vez que si
James y los demás se metían con él era porque se lo merecía, y des-
pués caminó hacia la entrada a la Torre de Gryffindor. En ese mo-
mento, odiaba a Malfoy. No actuaba como se suponía que debía ac-
tuar y no decía las cosas que se suponía que debía decir y hacía que
él se sintiera mal por cosas que todo el mundo hacía sin ningún
problema de conciencia.
Los alumnos de primero ya estaban acostados, pero los más
mayores podían irse a dormir más tarde y aún estaban allí. James y
sus primos le medio esperaban, y cuando entró a la Sala Común, le
preguntaron qué había pasado.
—Nada, hemos estado limpiando trofeos.
—Ah, la Sala de Trofeos… —dijo Fred, nostálgico—. Todo
un clásico.
—No sé cómo esos trofeos pueden estar sucios con la de ve-
ces que los hemos limpiado —dijo Michael.
Neville tenía mucha manga ancha con los Gryffindor, pero
hasta él se veía obligado a castigar a aquel trío a veces, cuando ha-
cían una de las gordas.
—¿Qué tal con Malfoy? —le preguntó James.
—No hemos hablado.
—¿Se ha quejado mucho?
—Seguro que le escribe una carta a su mamá diciendo que se
le han estropeado las manos de limpiar como un muggle —se rió
Fred.
—No. No ha dicho nada.
James hizo un gesto de leve sorpresa y luego cruzó una mi-
rada cómplice con Fred y Michael.

206
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Bueno, ya nos encargaremos de él, no te preocupes. Se


arrepentirá de haber hecho que te castiguen.
A Albus se le agarrotó el estómago al oírlo.
—No —dijo, sin pensar.
—No, ¿qué? —dijo James, perdido.
—No quiero que hagáis nada. En serio…
James lo miró con estupefacción.
—Pero, ¿qué dices?
—¡En serio! —insistió—. Malfoy va a mi clase, ¿no? Pues
deja que me arregle yo con él. ¡No está bien tres mayores contra un
pequeño!
Albus comprobó con alivio que aquello había surtido efecto.
James pareció un poco avergonzado y volvió a girarse hacia sus
primos, que se encogieron de hombros desganadamente.
—Bueno… si no quieres que nos metamos…
—No —dijo Albus, a toda prisa.
—Es Malfoy, ya sabes —explicó James—. Nosotros no nos
metemos con alumnos más pequeños que nosotros, pero él es espe-
cial.
—Ya, sí… Pero aún tiene once años y Fred tiene trece y tú ya
tienes catorce y Michael va a cumplir los quince.
Los tres chicos asintieron.
—Está bien, puede que tengas razón —admitió James—.
Nos mantendremos al margen. Pero Al… bueno, asegúrate de que
no das motivos para que te llamen cobarde, ¿vale? Ya sé que es una
mierda que te hayan castigado a ti también, pero hay veces que eso
es lo de menos.
Albus se acordó de la conversación que había tenido con
Malfoy hacía sólo unos minutos antes y se preguntó si su hermano
sabía realmente de lo que hablaba. Pero estaba cansado y decidió no
discutir más e irse a dormir. Al menos había alejado a James y sus
primos de Malfoy.


207
CAPÍTULO | 12
El castigo

Scorpius había pasado toda la mañana más tenso que de cos-


tumbre, esperando en cualquier momento alguna represalia de Ja-
mes Potter y sus primos. El hecho de que parecieran ignorarle sólo
le hizo tomar aún más precauciones. A la hora del almuerzo, con la
inminencia de la clase de Herbología, había sido incapaz de probar
bocado. La clase de Pociones había transcurrido en relativa calma;
con Logbottom, las cosas serían muy distintas. ¿Y si volvía a meter-
se con su familia? Había dejado de hacerlo desde Navidad, pero es-
to podía cambiarlo.
Bueno, pues si se metía con su familia, pensaba escribir a ca-
sa y contarlo. Su padre le había hecho jurar que lo haría.
La mirada que le dirigió Longbottom al entrar al invernadero
confirmó sus peores sospechas. Le quitó cinco puntos porque se le
cayeron unas tijeras de podar al suelo, acusándolo de no tratar bien
el material escolar, y otros dos por no saberse la respuesta a una
pregunta que no sabía nadie. Ridiculizó su trabajo con más saña que
de costumbre y terminó concluyendo que de según qué gente, no
podía esperarse nada bueno. Scorpius salió de allí con las mejillas
rojas, sin importarle demasiado haberse dado cuenta de que Potter
se había puesto tan colorado como él y pasó la primera media hora
de su sesión de estudio escribiendo a su padre.
Su ánimo cuando tuvo que ir a la Sala de Trofeos era tan ma-
lo como el día anterior. Esta vez, Potter y la profesora Daskalova ya
estaban allí. El ritual de la noche anterior volvió a repetirse y Scor-
pius se puso a frotar los malditos trofeos. Al cabo de un rato, más
por aburrimiento que por otra cosa, se fijó en Potter, que era la viva
imagen del desánimo. ¿Tanto le molestaba estar castigado? Claro,
estaba tan acostumbrado a que todo el mundo le hiciera la pelota
que aquello tenía que ser un shock. Pero luego Scorpius frunció li-
geramente el ceño, preguntándose por qué se habría entregado vo-
luntariamente a Daskalova, o por qué le había dicho que en realidad
no había querido pelearse con él. Si no había querido hacerlo ¿por
qué lo había hecho, eh?

208
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Tengo que dejarles cinco minutos —dijo Daskalova, so-


bresaltándolos un poco al romper el silencio—. Espero encontrarlos
limpiando pacíficamente cuando vuelva.
Los niños asintieron y ella se marchó. Scorpius siguió lim-
piando el trofeo de ajedrez que tenía entre sus manos hasta que oyó
cuchichear a Potter.
—Oye, Malfoy… he hablado con mi hermano y con mis
primos. No te harán nada, no te preocupes.
Scorpius, que no se esperaba, aquello, se lo quedó mirando
unos segundos con sorpresa antes de reaccionar.
—No estoy preocupado —mintió entonces, porque era lo
que se tenía que hacer, mantener al menos la fachada. Potter no pa-
reció creerle, pero tampoco dijo nada, sólo asintió y se puso a frotar
de nuevo. Scorpius lo observó por el rabillo del ojo, diciendo que
aquello confirmaba lo raro que era, y al final se decidió a dejar libre
su curiosidad—. ¿Por qué les has dicho eso?
Potter se encogió de hombros.
—Porque tres mayores contra un pequeño no está bien.
—Sí, como si a los Gryffindor os importara mucho eso —
replicó, sarcástico.
—Sí que nos importa —dijo Potter, frunciendo el ceño—. Y
además, vosotros, ¿qué? Slytherin apoyó a Voldemort. Y tu padre
quiso entregar al mío a Voldemort. Y la madre de Pucey también. ¡Y
el padre de Goyle intentó matarlo! ¡Y torturó con la Cruciatus a
otros alumnos de Hogwarts!
Scorpius se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en
el estómago. Sabía casi todas esas cosas, excepto lo de las Cruciatus
de Greg Goyle, pero oírlas así, lanzadas a modo de acusación, era
perturbador.
—Todo lo que hizo mi padre, lo hizo para que Voldemort no
les matara ni a él ni a mis abuelos —dijo, con voz un poco temblo-
rosa.
—Ya, y si se morían otras personas, a ellos les daba igual,
¿no?

209
CAPÍTULO | 12
El castigo

Scorpius apretó los puños.


—¡Pues sin mi abuela y mi padre, tu padre nunca habría po-
dido ganar a Voldemort! ¡Y dejad de hablar de mi padre ya! ¡Él no
está aquí! ¡Y yo no he hecho nada!
Potter apartó la vista un segundo. Scorpius intentó tranquili-
zarse. No quería acabar chillando y llorando de rabia, y menos aún
que llegara Daskalova de pronto y pensara que estaban discutiendo
y prolongara el castigo. Pensando que ayudaría reanudó su tarea con
el trapo, pero a los cinco segundos se puso nervioso y tiró el trapo
con todas sus fuerzas contra la pared. Después, se rodeó las rodillas
con los brazos y apoyó la cabeza entre ellas, dejando el mundo fuera
de aquel pequeño círculo. Sabía que Potter se lo había quedado mi-
rando, pero le daba igual. En aquel momento se sentía sólo harto,
muy harto.
—Malfoy… —dijo entonces Potter, en voz baja—, di la ver-
dad, ¿tú odias a los muggles y a los magos que son de origen mug-
gle?
Scorpius frunció ligeramente el ceño, alzó la cabeza y se dio
cuenta, no sin sorpresa, de que la expresión de Potter era la de al-
guien desesperado por entender algo. Su pregunta le resultaba va-
gamente insultante, aunque no sabía por qué, pero a la vez, su ins-
tinto le dijo que si decía la verdad, Potter le creería. Y quizás si le
creía le dejarían en paz de una maldita vez.
—No. Mis padres dicen que eso es una tontería. Yo tenía
amigos muggles en Grecia, para que lo sepas. Y la madre de Britney
es muggle y su padre sangremuggle.
—¿Tenías amigos muggles? —repitió, como si aquello fuera
una gran cosa.
—Pues sí. Nomiki, el hijo de un abogado squib que tuvo que
contratar mi padre para unos negocios.
—Oh…
Scorpius entrecerró los ojos; ahora era su turno.

210
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Di la verdad, tú, Potter: te crees superior a todos los de-


más, especialmente si son Slytherin porque tu padre es el Chico-
que-vivió, ¿o no?
Potter enrojeció un poco.
—Pues no, claro que no. Además, yo no tengo nada en con-
tra de los Slytherin, para que te enteres. La abuela de Teddy, el ahi-
jado de mi padre, es Slytherin y mis padres la quieren mucho. Y mi
segundo nombre es Severus por el antiguo Jefe de la Casa de
Slytherin.
Scorpius, que había escuchado una vez a su padre despotri-
cando sobre el tema con la madre de Damon, así como algún otro
comentario en la Sala Común, bufó con irritación.
—Sí, claro… ¡Para fastidiarlo!
—¿Qué?
—Tu padre sabía que lo que más rabia le daría a Snape sería
ver su nombre seguido del apellido Potter.
La cara de Potter expresaba esta vez un desconcierto tan ab-
soluto, tan inmenso, que Scorpius empezó a vacilar antes de que el
otro chico empezara siquiera a explicarse.
—¿Estás loco? ¡Claro que no! Mi padre sabe que Snape estu-
vo protegiéndole todos esos años y era su manera de agradecérselo y
de… de dejar claro en qué bando había luchado realmente. Y hasta
dice que es uno de los hombres más valientes que ha conocido
nunca.
Scorpius aún dudaba, pero Potter parecía tan sincero… Qui-
zás su padre se equivocaba en eso; al fin y al cabo, dudaba que él y
Harry Potter hubieran hablado alguna vez sobre el tema. Scorpius
abrió la boca para decirle que al menos James sí se creía superior a
todos los demás, pero en ese momento regresó la profesora Das-
kalova y la conversación se terminó bruscamente. De vez en cuan-
do se miraban y Scorpius sabía que Potter estaba dándole vueltas a
todo lo que habían hablado, igual que él.
Cuando la hora pasó, los dos niños echaron a caminar jun-
tos, como la noche anterior.

211
CAPÍTULO | 12
El castigo

—Mi prima Molly dice que los profesores ensucian adrede


los trofeos después de cada castigo para cuando tengan que castigar
a otros alumnos.
—Bueno, lo que está claro es que los elfos domésticos no se
encargan de ellos.
—¿Tú tienes elfos domésticos?
—Cuatro. ¿Y tú?
—Uno, Kreacher. —Vaya, sólo uno. Scorpius había imagina-
do que tendrían dos docenas o algo así—. Pero ahora está cuidando
de la señora Tonks, la abuela del ahijado de mi padre.
—¿Está enferma?
—No, qué va. No sé, mi padre no quería que se quedara sola
en casa cuando Teddy, su nieto, saliera.
—Apuesto a que es por toda la gente que ha desaparecido —
dijo entonces Scorpius, que había oído hablar de ello a su familia
durante las fiestas. Intrigado, miró a Potter con interés—. Tu padre
lo está investigando, ¿verdad?
—Supongo. ¿Ha desaparecido gente?
—Sí, ¿no lo sabías? —Scorpius se sintió un poco decepcio-
nado al ver que Potter sabía aún menos que él—. Seis personas ya.
La segunda mujer que desapareció era pariente de Robert Bletchey,
el chico de Ravenclaw.
—¿En serio? Pobre…
—Bueno, no se habían visto nunca, creo. Pero es todo bas-
tante misterioso. —Entonces llegaron al pasillo que llevaba hacia las
mazmorras—. Hasta mañana, Potter.
—Adiós.


A pesar de la clase de Astronomía, que se hacía un poco pe-
sada al darse a medianoche, a Scorpius le gustaban mucho los miér-
coles. Eran días tranquilos, con dos horas de Criaturas Mágicas, una
de Estudios Muggles y otra de Historia de la Magia. Después de

212
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

comer, sólo tenían dos horas de vuelo antes de quedar libres. Scor-
pius podía relajarse un poco, sabiendo que no iba a tener problemas
con los profesores, y aquel miércoles aprovechó también para po-
nerse al día con los deberes, que andaban un poco retrasados por
culpa de las horas de castigo.
Cuando terminó de cenar, Scorpius se fue hacia la Sala de
Trofeos. Apenas había caminado unos segundos cuando oyó la voz
de Potter, llamándolo, y se detuvo para esperarlo y hacer juntos el
resto del camino. Hablaron del circuito con señales de tráfico que
habían montado en el exterior para la clase de Estudios Muggles;
todos los alumnos de primero y segundo participaban. Y cuando
llegaron a la Sala de Trofeos se encontraron, alegres y sorprendidos,
con que era el profesor Zhou quien iba a supervisar el castigo.
—La profesora Daskalova ha tenido que ir al Bosque Prohi-
bido y me ha pedido que la sustituya —explicó, tendiéndoles los
trapos y la crema.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Scorpius.
—Creo que iba a ver si cazaba algún vampiro para vuestra
clase de Defensa Contra las Artes Oscuras —contestó, con un brillo
divertido en los ojos que demostraba que bromeaba.
—Sí, no se estudian vampiros ni en séptimo —rió Potter,
empezando a limpiar.
—Ah, no puedo engañaros… La verdad es que tenía un par
de cosas que hacer en el Bosque prohibido.
Estaba claro que al profesor Zhou no le importaba que ha-
blaran mientras limpiaban y no es que Scorpius tuviera muchas ga-
nas de hablar con Potter, pero así las dos horas se hacían más entre-
tenidas. El propio profesor intervenía de vez en cuando y hasta les
contó que en China, además de tres escuelas del mismo estilo que
Hogwarts, también era habitual que los niños estudiaran con sus
padres o que un mago o bruja adultos tomaran como pupilos a al-
gún alumno huérfano o de padres muggles y fueran los únicos res-
ponsables de su educación. El profesor Zhou, después de estudiar
en la escuela hasta los quince años, había pasado a ser aprendiz de

213
CAPÍTULO | 12
El castigo

un respetable mago chino. Scorpius casi se relamió pensando en lo


mucho que iba a poder presumir al día siguiente frente a sus amigos
de toda aquella información privilegiada. Y Potter también se lo ha-
bía quedado mirando con los ojos como platos cuando se había en-
terado de que él había estado en China y hasta sabía decir unas
cuantas cosas en mandarín.
Un suave tañido de campana sonó de pronto en la habitación
y el profesor se puso en pie.
—Ah, ya es la hora. Ya podéis iros a dormir.
—Hoy, no, profesor —le recordó Scorpius, asombrado de lo
rápido que se le había pasado el castigo—. Es miércoles, tenemos
Astronomía.
—Cierto, cierto… Pero igual os la perdonan. Decían que iba
a llover esta noche.
Scorpius se alegró al oírlo, porque la Astronomía le gustaba,
pero tener que estar despierto hasta tan tarde y subir en plena noche
invernal a la Torre, donde el frío era crudo y les entumecía los la-
bios, era otra cosa muy distinta. Además, el profesor Biggle era muy
deprimente explicándoles las cosas; les señalaba una estrella y des-
pués les decía que esa luz tenía millones de años y que quizás la es-
trella ya había estallado, o al revés, les decía que cuando la luz que
estaba emitiendo en ese momento llegara a la Tierra, todos ellos es-
tarían ya más que muertos y quizás no habría ni planeta.
Potter también parecía esperanzado ante la posibilidad de irse
a la cama a la hora de siempre.
—Me he tenido que levantar a las seis para hacer la redacción
de Historia de la Magia.
—Sí, yo he aprovechado esta tarde para hacer el trabajo de
Encantamientos y practicar Transformaciones.
—Es normal que las clases de Astronomía sean en plena no-
che, pero al día siguiente deberían dejarnos levantarnos más tarde.
Scorpius se detuvo en el lugar en el que solían separarse.
—Las clases podrían empezar a las diez, ¿a que sí? Por una
hora menos no se morirían.

214
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Potter soltó una risita.


—El jueves pasado, Camilla, ya sabes, la chica que va siem-
pre con mi prima Rose, se quedó dormida en clase de Historia de la
Magia. Menos mal que el profesor Binns no se entera de nada.
Scorpius rió también.
—Yo creo que ni siquiera sabe si estamos ahí o no.
—Seguro que no —dijo Potter. Después se puso un poco
más serio—. Oye, ¿te han dicho algo tus padres por lo del castigo?
¿Slughorn se lo ha contado?
—No, menos mal —contestó Scorpius—. Mi primo dice
que no avisan a casa por algo así. ¿Tus padres sí se han enterado?
A pesar de lo que le había dicho Gabriel, Scorpius aún estaba
intranquilo respecto a la reacción del padre de los Potter, y fue un
alivio que Albus negara al momento con la cabeza.
—No, tampoco. Mejor. Bueno, voy a ver si tenemos Astro-
nomía o no. Nos vemos.
Scorpius se despidió de él y se marchó también.


La profesora Daskalova los observó con expresión ligeramen-
te aprobadora.
—El profesor Zhou me ha dicho que ayer se portaron muy
bien, así que voy a fiarme de ustedes y no voy a quedarme a super-
visar su castigo. Pero les advierto que el señor Filch vendrá de vez
en cuando a comprobar qué están haciendo, así que no hagan ton-
terías.
Con esa advertencia, la profesora de Defensa se marchó. Al-
bus miró a Malfoy y le sonrió; nada los libraba de limpiar, pero al
menos podrían charlar sin problemas.
Aquel día, habían coincidido en Pociones y Defensa Contra
las Artes Oscuras. Había sido un poco raro, porque cada uno se ha-
bía quedado con su grupo y desde luego no se habían hablado, pero
algo había cambiado entre ellos, aunque no pudiera decir lo que

215
CAPÍTULO | 12
El castigo

era. Y ahora Malfoy le intrigaba, porque había creído que era un ni-
ño horrible y en realidad era bastante simpático, y eso era casi el
descubrimiento más inesperado de su vida.
Estaban limpiando y charlando tranquilamente sobre profe-
sores, libros y películas de dibujos animados cuando Filch entró de
golpe en la Sala de Trofeos; saltaba a la vista que había esperado
atraparlos haciendo algo malo. Los chicos encontraron tan cómica
su aparición, que en cuanto se marchó con expresión frustrada em-
pezaron a reírse histérica y silenciosamente. A partir de ese mo-
mento, cada pocos minutos uno de los dos se acordaba de aquello y
se echaba a reír de nuevo, contagiando al otro.
Pero de pronto, Malfoy dio un respingo y miró a su alrede-
dor.
—¿Has oído eso?
Albus aguzó el oído, extrañado.
—¿El qué?
—Un ruido, como un golpe. —Frunció el ceño y se inclinó
suspicazmente hacia Albus—. Igual es Filch que nos está espiando.
Que no nos oiga.
A partir de ese momento, los dos chicos hablaron en voz más
baja. Albus no oyó nada y Malfoy tampoco volvió a decir nada sobre
ruidos.
La profesora de Defensa volvió a hacer lo mismo que el día
anterior y les dijo, además, que limpiaran también los trofeos que se
guardaban dentro de los dos polvorientos y enormes armarios de la
pared. Scorpius la escuchó de un buen humor excelente. Aquella
mañana no habían tenido clase de Herbología porque Longbottom
estaba con gripe. Scorpius, que ya había recibido un mensaje de sus
padres diciéndole que iban a tomar medidas contra el Jefe de Gryf-
findor, se preguntaba, esperanzado, si la gripe no sería en realidad
parte de la venganza de sus padres: quizás había un hechizo que
imitaba esos síntomas. Pero aunque no fuera cosa de ellos, se había
ahorrado dos horas de tortura y no había suficientes trofeos que
limpiar como para apagar su ánimo.

216
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Eh, Potter, ¿te vas a presentar a las pruebas de quidditch el


año que viene?
—No sé. Me gusta el quidditch, pero James es mejor que yo.
¿Y tú?
—Yo sí. Quiero ser Buscador, como mi padre.
—Mi madre fue Buscadora profesional.
—Sí, lo sé —dijo Scorpius, que tenía una ingente colección
de cromos de jugadores de quidditch de todas partes del mundo—.
Jugaba en las Holyhead Harpies, ¿verdad?
—Sí. Era muy buena, pero lo dejó para casarse con mi padre.
—¿Cuántos años estuvo jugando? —preguntó, recordando
que no habían sido muchos.
—Desde los dieciocho a los veintidós, aunque el primer año
empezó como Buscadora Suplente.
—Hala, es verdad, sólo fueron tres —exclamó, un poco de-
cepcionado—. Si yo fuera Buscador profesional no lo dejaría tan
pronto para casarme.
Potter se encogió de hombros.
—Ahora es corresponsal de deportes para El Profeta, y eso
también le gusta. Puede ir gratis a todos los partidos y conoce a to-
dos los jugadores.
—¿Y tú?
—A algunos. A Oliver Wood, al que más. Tara, una de sus
gemelas, está en Gryffindor.— Scorpius asintió, porque lo sabía; la
otra estaba en Hufflepuff. Potter miró a su alrededor—. Este era el
último trofeo, ¿no?
Scorpius se puso en pie y se fue hacia el armario.
—Sí, sólo nos quedan estos.
Todo pasó en un segundo. Scorpius abrió el armario y de re-
pente una sombra negra se alzó sobre él. Los dos dieron un grito
sobresaltado de alarma y Scorpius retrocedió apresuradamente
mientras Potter se ponía en pie casi de un salto, con la varita en la
mano. Y entonces la sombra oscura desapareció y Scorpius vio apa-
recer, horrorizado, el cadáver de su padre.

217
CAPÍTULO | 12
El castigo


—¿Pa-papá?¡No! ¡NO! ¡Papá! ¡Papá!
Albus bajó la vista y miró con horror el cuerpo sin vida de
Draco Malfoy. Asustado, sin entender nada, Albus dio unos pasos
vacilantes hacia Scorpius, que había caído de rodillas junto a su pa-
dre y se había echado a llorar. ¿Cómo había pasado eso? ¿Cómo era
posible que alguien hubiera matado al padre de Scorpius y hubiera
llevado allí su cuerpo?
—Malfoy… —A él también le temblaban un poco las pier-
nas. Nunca había visto un hombre muerto y oír llorar a Scorpius le
estaba poniendo a él un nudo en la garganta. ¿Y si hubiera sido su
propio padre?—. Vamos, Scorpius… Tenemos que avisar a alguien.
Malfoy no dio señales de oírlo. Albus se sentía al borde de un
ataque de pánico también; mantenía el control a duras penas y todo
lo que podía pensar era en buscar a Daskalova o a Filch. Pero al
acercarse a Scorpius, algo pasó. La figura de Draco Malfoy tembló,
se convirtió en una súbita bola que giraba velozmente sobre sí
misma y antes de darse cuenta se encontró mirando cara a cara un
inferius. Una noche en la que sus padres habían salido a cenar,
Kreacher le había contado a James cómo había muerto su amo Re-
gulus; Albus lo había oído a escondidas y la imagen de los inferi
abalanzándose sobre Black para despedazarlo y quizás comérselo le
había proporcionado pesadillas durante varias noches. No había na-
da que le diera más pánico y al verlo delante de él, se quedó casi pa-
ralizado.
Y entonces Malfoy le dio un empujón.
—¡Corre!
Albus echó a correr casi sin pensar y salieron de estampida de
la Sala de Trofeos. Malfoy iba delante y Albus lo seguía, sin impor-
tarle a dónde iban con tal de alejarlo de esa cosa. Tenía la impresión
de que el inferius les perseguía, podía oler su peste a podrido y a
humedad, y oír el ruido de sus pasos tras ellos, más lento, pero in-

218
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

cansable. Entonces giraron una esquina y Albus notó el brazo de


Malfoy obligándolo a hacer un cambio brusco de dirección. Por un
momento pensó que iba a estamparse contra la pared, pero se en-
contró entrando a trompicones en un aula en penumbra. Malfoy
cerró la puerta tras él y se quedó apoyado de espaldas a ella, respi-
rando con fuerza. Aún tenía la cara manchada de lágrimas y su ros-
tro, siempre tan pálido, estaba ahora rojo por la carrera.
Los dos guardaron silencio, temerosos de que el inferius es-
tuviera al otro lado de la puerta. Pero ahora que no lo veía, el terror
era menos intenso y Albus era capaz de pensar con más claridad.
Ahí había algo que no tenía ningún sentido, y podía notar la pieza
de información que necesitaba rondando por su cabeza.
—Mi padre… —musitó Malfoy, con un gemido apenas au-
dible, mientras se deslizaba por la puerta hasta quedar sentado en el
suelo.
Albus, que con el susto del inferius se había olvidado de
Draco Malfoy, hizo una mueca que era mitad compasión, mitad ex-
trañeza. Y entonces, de pronto, entendió qué podía haber pasado.
—Malfoy… Scorpius, escucha… —Albus se acuclilló cerca
de él—. Creo que no pasa nada, creo que era un boggart.
Scorpius lo miró con ojos húmedos y llenos de esperanza.
—¿Un boggart?
—Sí. Sí, tiene sentido, ¿no lo ves? —Albus le puso la mano
en el brazo—. ¿A que te da miedo que tu padre se muera?
Él asintió, tragando saliva.
—Que lo maten.
—A mí los inferi son lo que más miedo me da. Tiene que ser
un boggart. Seguro que tu padre está bien, Scorpius, ya lo verás.
Scorpius dio un suspiro algo tembloroso y empezó a hacer
respiraciones profundas para tranquilizarse. Albus, que tampoco te-
nía aún demasiada prisa por salir de ahí —lo del boggart era una po-
sibilidad y no quería descubrir que era un inferius de verdad en
cuanto abriera la puerta—, apartó la vista instintivamente para darle
un poco de intimidad y miró a su alrededor. La luz de luna ilumi-

219
CAPÍTULO | 12
El castigo

naba la habitación lo bastante como para que Albus distinguiera las


siluetas de varios instrumentos musicales; aquello debía de ser una
de las aulas de música.
—Como se lo cuentes a todos… —La voz de Scorpius le hi-
zo dar un pequeño respingo y cuando se giró hacia él, vio que tenía
una expresión peculiar; Albus supuso que trataba de parecer ame-
nazador, pero los churretones en sus mejillas y sus ojos, aún impre-
sionados, le daban un aspecto demasiado pequeño y vulnerable co-
mo para dar miedo—. Tú también has llorado y también te has
asustado, así que no te atrevas a burlarte de mí.
Por alguna razón, verlo desconfiar así de él fue lo que más
pena le dio de todo.
—No voy a burlarme de ti —le aseguró—. Yo también creía
al principio que era tu padre de verdad. —Scorpius apartó la vista
un momento y Albus se sentó a su lado—. No te burles tú tampo-
co, ¿vale?
Scorpius asintió y volvió a mirarlo.
—Eso que ha aparecido después… ¿era un inferius?
—Sí. Oí hablar de ellos hace tiempo.
—Dan miedo… —admitió, en voz baja.
Albus no podía estar más de acuerdo.
—Deberíamos ir a buscar a la profesora Daskalova y contarle
que hay un boggart en el castillo.
Scorpius asintió de nuevo y se puso en pie, pero después pa-
reció dudar un poco.
—Potter… no quiero que sepan que vi a mi padre. Y… y
tampoco deberías dejar que se supiera que tu boggart son los inferi.
—Bueno, no diré lo de tu padre si no quieres. Podemos decir
que sólo vimos al inferius, a mí no me importa.
Pero Scorpius frunció el ceño.
—No seas idiota. ¿No ves que si saben qué es lo que más
miedo te da pueden usarlo para hacerte daño?
—¿Quién?

220
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Quien sea. Diremos que salió del armario y que echamos a


correr antes de que tomara forma alguna. Hazme caso, tengo razón.
Albus no lo veía tan importante, pero al final accedió, por si
acaso. Su hermano, Fred y Michael eran capaces de gastarle una
broma con aquel tema.
—De acuerdo.
Scorpius asintió y le tendió la mano.
—¿Trato?
Albus se la estrechó, asintiendo solemnemente antes de son-
reírle.
—Trato.

221
Capítulo 13
Algunas consecuencias

L a profesora Daskalova se sintió tan culpable por haberlos


dejado sin supervisión en una clase con un boggart que
decidió perdonarles el castigo del sábado y del domingo,
así que, a pesar del susto que había pasado al creer que su padre ha-
bía muerto, Scorpius consideró que había sido un día afortunado.
El sábado eran muchos los que conocían ya la historia del
boggart, aunque Scorpius sólo se lo había contado a sus amigos. A
Scorpius le agradó ver que Albus se atenía a la versión que le habían
dado a Daskalova; la ausencia de burlas provenientes de la mesa de
Gryffindor durante las comidas le confirmó que no les había dicho
que se había echado a llorar.
A medida que llegaba la hora de cenar, Scorpius descubrió
que había una parte de él que estaba esperando para terminar, irse
con Albus a limpiar trofeos y preguntarle qué le habían dicho los
Gryffindor y explicarle qué imagen pensaba usar para convertir su
boggart en algo gracioso en cuanto aprendiera a hacer el Ri-
ddíkulus. Parecía lo natural, ya que eran los únicos que habían esta-
do allí. Pero el castigo ya había terminado y Scorpius se dio cuenta
de que lo que esperaba no iba a pasar. No podía levantarse, ir a la
mesa de los Gryffindor y ponerse a hablar con él como si fuera un
Watson cualquiera. Tampoco podían en realidad dar una vuelta o

222
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

charlar en el vestíbulo. ¿Qué dirían sus padres si se enteraban?


¿Qué pensarían sus amigos? No sólo los suyos, también los de Al-
bus. Al idiota de su hermano podía darle un ataque si los veía jun-
tos.
Scorpius había empezado a llamarlo Albus el día anterior
porque él también había empezado a llamarlo por su nombre y
porque algo había cambiado entre ellos durante la semana o durante
aquella carrera en la que habían creído huir para salvar la vida. Pero
cuando terminó de cenar, se levantó para irse a la Sala Común con
el resto de Slytherin de primero e intercambió una mirada furtiva
con él, hizo un esfuerzo consciente por volver a pensar en él como
en Potter. Eso era, un Potter. El hijo de Harry Potter, a quien su fa-
milia detestaba, y el hermano de James Potter, a quien él detestaba.
No podían ser amigos, ni siquiera hablarse un poco y punto.
Pero al día siguiente intercambiaron algunas miradas en el
Gran Comedor, durante las comidas, como cuando Peeves irrum-
pió de pronto armando alboroto o como cuando dos alumnos ma-
yores de Ravenclaw estuvieron a punto de sacar las varitas por una
discusión sobre Aritmancia. Scorpius aún se sentía como si tuviera
una conversación pendiente con él o algo así. Intentó no pensar en
ello, como cuando se había ido de Grecia, dejando atrás a Nomiki y
otros amigos magos.
Cuando se vieron el lunes en clase de Defensa, se miraron de
nuevo antes de sentarse en sus sitios. Los alumnos le preguntaron a
la profesora por los boggarts; había cierta histeria entre los de pri-
mero y segundo, y muchos se lo pensaban dos veces antes de abrir
cualquier armario o baúl. Ella les contó que eran criaturas inofensi-
vas y que sólo pretendían que los magos se marcharan y las dejaran
tranquilas en sus oscuros escondites, pero rehusó enseñarles el
Riddíkulus.
—Les aseguro que ya nos hemos encargado del boggart que
vieron el señor Potter y el señor Malfoy y que no hay ninguno más
en el castillo.

223
CAPÍTULO | 13
Algunas consecuencias

Entonces los puso por parejas para practicar el Petrificus To-


talis. La mayoría de los profesores había asumido que Watson corre-
ría a emparejarse con algún Gryffindor y solían dejar que Slytherin
formara un grupo de tres. Scorpius se juntó con Britney y Diana
para dejar a su prima con Cecily y los otros dos chicos se quedaron
juntos. La profesora Daskalova había acolchado mágicamente el
suelo para que los alumnos no se hicieran demasiado daño al caer
cuando sus oponentes los alcanzaban con el hechizo. Aun así, la
sensación de notar el cuerpo rígido de golpe no era agradable, ni
tampoco el batacazo posterior. Scorpius fue de los primeros en do-
minarlo y Britney lo consiguió al siguiente intento, así que los dos
se centraron para ayudar a Diana quien, como siempre, parecía in-
capaz de hacer un hechizo a derechas.
Después de un rato, la profesora les dejó descansar diez mi-
nutos. Scorpius vio que Albus —Potter, se corrigió— se reunía con
Sharper, Weasley y Kendrick; algunos alumnos aprovecharon y pi-
dieron permiso para ir al baño y otros se acercaron a la profesora
para que les curara alguna magulladura. A Scorpius le dolía un poco
la nariz, pero Britney le había dicho que no la tenía ni roja ni hin-
chada, así que se quedó descansando un poco. Y cuando todos los
alumnos se disponían a reanudar la clase, Scorpius se dio cuenta de
que Potter, que iba a pasar junto a él, le dirigía una mirada tan in-
tensa como disimulada. Su mano rozó la suya y notó un papelito
aplastándose contra sus dedos. Scorpius lo cogió, tratando de no pa-
recer sorprendido, y se lo guardó con disimulo en el bolsillo.
Enseguida comprendió que lo más probable era que quisiera
hablar con él y sus emociones se volvieron contradictorias. Por un
lado, le irritaba que estuviera insistiendo en algo que no podía ser,
complicándolo todo, pero por otro lado le alegraba que le hubiera
echado de menos también; y había algo más, una chispa de rebeldía,
porque muy en el fondo no le gustaba nada que le dijeran lo que
tenía que hacer. Si él quería hablar con Albus ¿por qué tenían que
meterse los demás?

224
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Cuando faltaban quince minutos para el final, la profesora


Daskalova les dijo que iban a hacer duelos por parejas.
—No, no se vayan con sus amigos. Escriban sus nombres en
un papel y métanlo en esta bolsa.
Los niños obedecieron, algunos emocionados y otros con
expresión agobiada. Scorpius era de los primeros; aquel duelo ines-
perado le parecía divertido. Entonces vio que Albus —Potter, se co-
rrigió una vez más— también sonreía con anticipación. La profeso-
ra les advirtió que aquello era un ejercicio, no una excusa para una
pelea, y les recordó que sólo se podían usar los hechizos que habían
aprendido en clase, ya que la mayoría de alumnos iba aprendiendo
otros de otros alumnos más mayores o de los libros, y empezó el
sorteo. Primero les tocó a dos parejas de Gryffindor; después, Mo-
rrigan luchó contra Sharper y perdió. Britney ganó su duelo, igual
que Damon, que tuvo que luchar contra Cecily. Scorpius fue el si-
guiente; se moría de ganas de que le tocara Watson, que aún no ha-
bía luchado, pero acabó emparejado con Milena Thomas; la chica
no era mala, pero Scorpius la ganó con facilidad.
—William Watson y Albus Potter —leyó la profesora Das-
kalova, después de otro combate entre dos Gryffindor.
Scorpius reprimió su decepción. Habría preferido que Wat-
son tuviera que pelear con Hector, quien tampoco había salido aún
y también le tenía ganas a Watson porque los últimos cinco puntos
que había perdido habían sido por su culpa. Pero Watson era el pro-
tegido de los Gryffindor; Scorpius sabía que Albus no lo apreciaba
tanto como su hermano James —se notaba a simple vista—, pero
no le haría daño a su mascotita. Watson se colocó frente a Albus con
una expresión sumisa y confiada que ofrecía una derrota fácil a
cambio de poca rudeza.
—¡Expelliarmus! —exclamó Albus, con ferocidad.
El hechizo estaba pensado sólo para desarmar, pero si se usa-
ba con suficiente fuerza, el impacto podía lanzar despedido hacia
atrás a un adulto. Watson voló un par de metros y cayó de culo,
dando un gritito. Los Slytherin y al menos la mitad de los Gryffin-

225
CAPÍTULO | 13
Algunas consecuencias

dor se echaron a reír a carcajadas; Scorpius también, aunque miraba


a Albus con incredulidad. ¿Por qué había hecho eso?
Watson se preguntaba lo mismo que él.
—¿Por qué has hecho eso? —se quejó desde el suelo, con lá-
grimas en los ojos.
—Era un duelo.
Mirándolo, Scorpius tuvo la sensación de que estaba enfada-
do.
—Señor Watson, ni siquiera ha intentado protegerse —dijo
la profesora Daskalova, en tono didáctico—. La próxima vez que
hagamos un ejercicio así, le ruego que se lo tome más en serio aun-
que le toque enfrentarse a uno de sus amigos.
La voz de Albus no pudo sonar más clara ni más sincera ni
más despectiva.
—Ese es amigo de mi hermano, no mío.
Aquello pareció doler al otro niño más aún que el batacazo,
pero Scorpius estaba encantado. Y muerto de curiosidad.
Por supuesto que quedaría con Albus. Tenía que enterarse de
que pasaba ahí.


En la nota, efectivamente, Albus le pedía que quedaran de-
trás de los antiguos establos después del té. Cuando volvieron a ver-
se en el almuerzo, Scorpius aprovechó el primer momento en el
que sus miradas se encontraron para asentir disimuladamente. El
resto de la tarde transcurrió sin incidentes y Scorpius estuvo pen-
sando qué excusa podía dar para desaparecer tras el té. No podía
decirle a sus amigos con quién había quedado y él no solía andar so-
lo por Hogwarts desde sus primeros encontronazos con Potter y su
grupo. No se le ocurrió nada, y después de pasar un rato con sus
amigos, viendo cómo jugaban su gato Nox y la gata de Morrigan,
Sombra, dijo sin más que se iba a dar una vuelta, Damon y Hector

226
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

se apuntaron a irse con él. Scorpius los miró mientras buscaba una
excusa a toda prisa.
—No. He de ir solo para que vean que no me dan ningún
miedo.
Aquello impresionó bastante a sus compañeros y Scorpius
salió de las mazmorras, satisfecho consigo mismo sin dejar de estar
atento a cualquier cabeza pelirroja que se le apareciera por el hori-
zonte. Scorpius tuvo que esperar un par de veces a que el camino se
despejara y cuando entró en los establos, Albus ya estaba allí, con la
varita en la mano.
—Creía que no ibas a venir.
—Claro que sí. Lo que pasa es que había gente.
—Ah… Bueno, tampoco pasa nada por que nos hayan visto,
¿no? No sabían que íbamos al mismo sitio.
—No es por eso —contestó, empezando a explorar aquel si-
tio. Nunca había llegado a entrar; Hagrid parecía guardar allí algu-
nas de sus herramientas, pero las cuadras estaban vacías, sin rastro
de heno. Obviamente, allí no había habido caballos desde hacía
muchísimos años, tal vez siglos—. Eh, ¿qué ha pasado con Watson?
Creía que a los Gryffindor os caía bien.
Albus apretó los labios y apartó la vista un momento.
—Sé que no tenía que haber lanzando el hechizo con tanta
fuerza. Pero ¡es que es un chivato de mierda!
—Claro que sí. Pero nos fastidia a nosotros, no a vosotros.
—Pues no, porque también le va contando a mi hermano
todo lo que hago o dejo de hacer. Si supiera que estamos ahora
aquí, seguro que se lo diría.
—Sí, nadie debe saberlo, ¿eh?
—Claro, no soy tonto.
A Scorpius le alivio ver que Albus se daba cuenta de que de-
bían llevar aquello en secreto.
—Oye, ¿sabes qué se me ocurrió el otro día? Si alguna vez
me encuentro con un boggart, cuando ya sepa hacer el Riddíkulus,
ya sé qué pensar para que dé risa.

227
CAPÍTULO | 13
Algunas consecuencias

Albus sonrió.
—Oh, yo también. Neville nos ha enseñado a hacer el
Riddíkulus este fin de semana. No teníamos un boggart para practi-
car, claro, pero se puede saber si lo estás haciendo bien o mal, lo di-
jo él.
Scorpius frunció el ceño, sintiéndose como si le hubieran
hecho trampas. A ellos, Slughorn no les había enseñado nada que
no fuera Pociones y durante las horas de clase; era injusto que los
Gryffindor tuvieran un Jefe que siempre se estaba ocupando de
ellos, mientras que los Slytherin tenían uno que sólo se preocupaba
por un puñado de alumnos con padres famosos o contactos intere-
santes.
—¿Sabes hacer el Riddíkulus?
—Sí. ¿Quieres que te lo enseñe?
Su rápido ofrecimiento atajó el enfado que se estaba gestando
en Scorpius y estuvieron practicando el hechizo hasta la hora de ce-
nar.


Albus también había pensado durante aquel fin de semana si
podía o no ser amigo de Scorpius. Sabía muchas de las cosas terri-
bles que los Malfoy le habían hecho a su familia, y cuando imagina-
ba la reacción de James parecía buena idea olvidarse del tema.
Pero el profesor Zhou tenía razón. Scorpius no era malvado.
Era un Malfoy, pero también los Black habían sido una familia es-
pantosa y Albus sabía de sus excepciones; le resultaba fácil pensar
que Scorpius era una excepción también. La única diferencia que
encontraba entre él y Sirius o Andrómeda Black era que Scorpius
parecía querer aún a su familia, pero Albus suponía que eso se debía
a que era demasiado pequeño como para darse cuenta de que en
realidad eran malos y no debía quererlos.
Además, tenía ganas de pasar un rato con él. Al contrario que
la mayoría de los otros hijos de magos, no le había hinchado a pre-

228
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

guntas sobre su padre. Y había algo emocionante en Scorpius, quizás


porque había estado en tantos sitios exóticos y vivía entre mortífa-
gos y parecía tan diferente a los niños que él había tratado. Eso ha-
bía terminado por decidirle. Serían amigos en secreto hasta que
Scorpius estuviera listo para dejar a su familia y hacerse bueno del
todo.
Ahora que Albus lo encontraba simpático, la actitud de Nevi-
lle con él en clase de Herbología empezó a incomodarle aún más.
No hacía más que acordarse de lo que le había dicho Amal una vez;
éste aún pensaba igual, se notaba en cómo bajaba la vista cuando
Neville se metía con los Slytherin, como si le molestara verlo. Y lo
peor era saber que en parte Neville estaba haciendo eso para casti-
gar más a Scorpius por la pelea de la semana anterior, a pesar de que
él ya había confesado que había sido cosa suya.
Para Albus, Neville era casi alguien de la familia, así que
aquella tarde, cuando lo vio en la Sala Común, le preguntó direc-
tamente si estaba enfadado con Malfoy.
—¿Por qué preguntas eso?
—Es que… siempre pareces enfadado con él.
Neville lo miró gravemente.
—Al, tú eres demasiado pequeño para entenderlo, pero…tú
no sabes cómo son los Malfoy, cómo son toda esa gente. En el fon-
do siguen pensando igual, ¿comprendes? Después de la primera
guerra, Lucius Malfoy también iba por ahí dando dinero para obras
de caridad, pero en cuanto Voldemort volvió a la vida, le faltó tiem-
po para acudir a su lado. Pregúntale a tu padre; él estaba ahí. Y aho-
ra están haciendo lo mismo, sólo eso. Disimular. Que te cuente Wi-
lliam cómo hablan de Britney Steele cuando ella no está delante
porque es prácticamente sangremuggle.
Watson había perdido todo su crédito como fuente de infor-
mación para Albus, así que no le creyó. Scorpius se sentaba un
montón de veces con ella en clase o en la hora de estudio y saltaba a
la vista que se llevaban bien; era imposible que aquello fuera menti-

229
CAPÍTULO | 13
Algunas consecuencias

ra. Seguramente Watson decía esas cosas porque a él no le hablaba


ningún Slytherin.
—Pero parecen amigos de verdad.
—No, no te dejes engañar. Mira, no sé qué te pudo contar
mientras estuvisteis castigados juntos, pero… no te creas nada de lo
que te haya dicho. No son de fiar. Cuando crezcas te darás cuenta
de que, sencillamente, hay gente que es así.
Albus no estaba de acuerdo, pero asintió porque sabía que si
seguía hablando de eso acabaría diciendo algo que traicionaría su
nueva amistad con Scorpius; no hacía falta ser un Slytherin para sa-
ber guardar un secreto.


Aquel jueves, Albus tenía que jugar en el campeonato de aje-
drez. Las clases se daban en un aula del segundo piso, y los días de
campeonato, la entrada era libre, siempre y cuando los alumnos se
mantuvieran en silencio. Rose, Amal y algunos otros chicos de la
clase iban a verlos casi todas las veces.
Al cabo de media hora, la mayoría de partidas había termina-
do ya, pero Albus aún seguía con la suya. Iba ganando; esperaba po-
der hacer el mate en unas pocas jugadas más. Un ruido le distrajo;
era alguien abriendo la puerta. Albus, que estaba cerca, alzó la vista
y vio que se trataba de Scorpius. Por un momento pensó que había
ido a verlo a él, pero Scorpius lo miró fugazmente a modo de salu-
do y luego pasó de largo y se dirigió a otra mesa. Albus recordó en-
seguida que por allí andaba Kellerman con su partida, y que Steele,
Nott y Pucey habían ido a verlo, y no necesitó girarse para saber
que Scorpius se había pasado a ver qué tal iba.
Llegaba bastante tarde; casi al momento, Kellerman anunció
su mate con voz clara y audible. Albus se preguntó por qué no ha-
bría ido antes y luego recordó haber oído algo de que Scorpius es-
taba apuntado a clases de piano. Albus no conocía a nadie que su-
piera tocar ese instrumento y eso despertó súbitamente su curiosi-

230
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

dad. Aquel sábado volvieron a quedar en los establos y Albus le pre-


guntó si podía verle tocar alguna vez.
—¿Por qué?
—Nunca he visto a nadie tocando el piano. ¿Es difícil?
Scorpius se encogió de hombros.
—Normal.
—¿Por qué sabes tocarlo?
—Porque mi madre sabe y ella quería que mi hermana y yo
supiéramos también.
—Es verdad… —dijo, recordando que lo habían menciona-
do—. Tienes una hermana.
—Cassandra. Tiene nueve años.
—Mi hermana Lily también tiene nueve años —dijo Albus,
sonriendo—. Eso quiere decir que irán al mismo curso en
Hogwarts.
¿Cassandra sería también buena, como Scorpius? Esperaba
que sí, y así las dos también podrían ser amigas.
Scorpius se mordió los labios.
—¿Y a quién se parece tu hermana? ¿A James o a ti?
—Es pelirroja y de ojos marrones, como James.
—Quiero decir si odia a los Slytherin.
—Mi hermano James no odia a los Slytherin, sólo a los ma-
los.
—A mí me odia y yo no soy malo.
—Es porque no sabe que no eres como el resto de tu familia.
Albus había tratado de consolarlo, así que se sorprendió al
ver que Scorpius fruncía el ceño y parecía enfadado de pronto.
—¿Y qué le pasa a mi familia? Si vas a empezar como Long-
bottom te puedes ir a la mierda.
—Bueno, vale, lo retiro, lo retiro —dijo Albus, acordándose
de que Scorpius quería a su familia—. No te enfades. Sólo quería
decir que él no se cree que no odies a los muggles ni nada de eso.
Scorpius le lanzó una mirada algo malhumorada todavía.

231
CAPÍTULO | 13
Algunas consecuencias

—Tu hermano es como Longbottom. Albus. Se mete con los


Slytherin para hacerse el superior.
—Mi hermano no se hace el superior —replicó automática-
mente—. Bueno, ¿puedo ver una vez como tocas el piano o no?
Scorpius dudó un poco y luego asintió.
—Está bien. Pero ¿y si nos ven?
—Podemos intentarlo mañana —dijo Albus, ya que era sába-
do y podían quedar en cualquier momento del día.
—Podemos ver qué tal está el piano de la clase donde nos es-
condimos. Si no está muy desafinado podré arreglarlo, y allí no sue-
le ir nadie.
Después de charlar un poco más, decidieron volver al castillo
porque la hora del té ya no andaba lejos. La vez anterior habían re-
gresado por caminos distintos, pero justo cuando iban a separarse,
Albus se quedó mirando a una figura vagamente familiar que se ale-
jaba en ese momento del castillo.
—¿Ese no es Urien Sutherland? —preguntó Scorpius.
—Sí. Es el chico más raro de nuestra clase, nunca habla con
nadie.
—¿A dónde irá? Va a perderse el té.
—Sí, y eso que los viernes hacen el pastel de fresas.—Los dos
niños intercambiaron una mirada en la que se leía la misma curio-
sidad—. ¿Le seguimos?
Para satisfacción de Albus, Scorpius asintió. Entonces los dos
se cubrieron con las capuchas de sus capas, ya que parecía lo más
adecuado para pasar inadvertido y se dedicaron a seguirlo a unos
cincuenta metros de distancia, ocultándose cuando podían tras ar-
bustos y árboles. Urien caminaba con paso lento y ensimismado,
pero aun así, parecía dirigirse a un sitio determinado. Albus no tenía
ni idea de a dónde; en aquella dirección se iba a Hogsmeade, pero
no creía que Urien estuviera tan loco como para ir allí… a menos
que quisiera escaparse del colegio.
¿Sería eso lo que pretendía?

232
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Pero Urien se detuvo poco antes de llegar a los límites per-


mitidos para los alumnos de primero, en un lugar ligeramente re-
cogido donde resultaba difícil verlo. Fue la única vez que miró ha-
cia atrás, hacia los lados, como si buscara a alguien o como si quisie-
ra asegurarse de que nadie más le veía. Por suerte, él y Scorpius
acababan de esconderse tras un enorme arbusto, así que no fueron
descubiertos. Desde ahí podían ver bastante bien a Urien, que se
había quedado de espaldas a ellos.
—¿Qué querrá hacer? —cuchicheó Scorpius.
—No lo sé —le respondió Albus, en el mismo tono. Y luego
le pareció ver que la espalda de Urien se estremecía un poco y em-
pezó a sentirse culpable por estar espiándolo—. Creo que está llo-
rando.
—¿Por qué?
—No lo sé. No le gusta mucho estar en Hogwarts.
Entonces Urien empezó a decir algo entre sollozos. Hablaba
bajito y no se le entendía bien, pero Albus creyó entender que repe-
tía «por favor» y «haré lo que quieras» varias veces. Debía de estar
dejando algún mensaje en un Avisador, pero, ¿a quién?
—Esto es muy extraño —susurró Scorpius.
—Ya. ¿Qué le pasará?
Urien parecía dispuesto a quedarse allí llorando una eterni-
dad, pero al cabo de unos minutos se puso en pie y comenzó a ca-
minar en dirección al castillo. Albus y Scorpius se apretujaron uno
contra otro, agradecidos a las capas oscuras y a la noche, pero Albus
llegó a ver la expresión de la cara de Urien a la luz del Lumos de su
varita. Su desesperación le sacudió casi como una bofetada y contu-
vo el aliento. Tenía que estar pasando algo realmente grave.
Cuando Urien desapareció de su vista y pudieron salir de su
escondite sin ser vistos, Albus miró a Scorpius muy serio.
—¿Le has visto la cara? Creo que deberíamos decírselo a al-
guien.

233
CAPÍTULO | 13
Algunas consecuencias

—Igual es sólo que echa mucho de menos a su familia y es-


taba pidiendo que lo sacaran de Hogwarts. El patético de Watson
también lloriquea así de vez en cuando.
Pero no parecía convencido de lo que él mismo estaba di-
ciendo.
—No, yo creo que es peor.
Scorpius se mordió los labios y luego le dio un golpecito en
el brazo para indicarle que ellos también debían volver al castillo.
—Es un Gryffindor, puedes decírselo a Longbottom. Pero no
le cuentes que yo también estaba, sólo que viste a Sutherland y le
seguiste, ¿vale?
—Claro. Vale, ya te diré si pasa algo.


Albus se sintió un poco tonto cuando se lo contó a Neville,
como si al decirlo en voz alta no fuera realmente nada más serio
que un niño con un fuerte caso de nostalgia. Pero viendo la cara de
preocupada atención con la que Neville le escuchó, también pensó
que éste sería capaz de animar a Urien de una vez por todas. Nevi-
lle era bueno en esas cosas.
—Hablaré mañana con él, tranquilo. Es normal que los
alumnos de primero echen de menos su casa, pero estamos ya a mi-
tad curso y se debería haber acostumbrado ya a estar aquí. —
Entonces miró a Albus con afecto y le sonrió—. Eres un buen chi-
co, Al.
Albus le agradeció el cumplido devolviéndole la sonrisa y po-
co después regresó a la Sala Común. Ya habían cenado, así que
Urien estaba allí, haciendo los deberes. A Albus le sorprendía un
poco que se esforzara tanto en las clases, especialmente Defensa y
Encantamientos, cuando siempre parecía demasiado abatido como
para hacer nada, pero Urien era un buen alumno y los profesores
estaban contentos con su trabajo.

234
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Al día siguiente, poco después de desayunar, Neville hizo


acudir a Urien a su despacho y Albus ya prácticamente no le vio en
todo el día: por la mañana estuvo con Rose, Amal y Bruce en la Bi-
blioteca, pero Urien no acudió al almuerzo. Y por la tarde, aprove-
chando que Amal se había juntado con otros sangremuggles para
jugar un partido de fútbol, se reunió con Scorpius para tratar de ir a
la sala de música vacía para poder oírle tocar el piano. No era nada
fácil, ya que tenían que moverse a escondidas de los alumnos que
iban y venían por los pasillos y que los reconocerían al instante. Al-
bus, con el corazón a cien por hora mientras corrían de un rincón a
otro, lo encontró todo terroríficamente emocionante.
Al final tuvieron suerte y no sólo consiguieron llegar a la sala
de música en la que se habían escondido la semana anterior, sino
que además no había nadie dentro.
—Pero sólo cinco minutos, ¿eh? —dijo Scorpius—. Si en-
tran y nos pillan nos la cargamos.
—Vale.
Scorpius se sentó frente a uno de los pianos y empezó a to-
car. Albus arrugó un poco la nariz, aquello no sonaba muy bien.
—Suena como si estuvieran despanzurrando a un gato —
dijo, algo decepcionado.
—Son escalas, idiota. En un piano desafinado, además. Y ca-
lla un momento, ¿quieres? —Scorpius estaba escuchando los soni-
dos atentamente, con la cabeza ligera ladeada. Después sacó su vari-
ta, apuntó al instrumento y murmuró algo que sonaba a latín. Siete
rayos plateados recorrieron el piano y cuando Scorpius volvió a ha-
cer una de sus escalas, Albus notó que sonaba mejor. Scorpius son-
rió, satisfecho—. Creo que ya está.
—¿Para qué sirve ese hechizo? ¿Para que el piano suene
bien?
—Claro, para afinarlo.
—¿Para eso sirven las escalas? ¿Para ver si está afinado?
—A veces. Pero es como el calentamiento antes de un parti-
do o un entrenamiento de quidditch. Los dedos tienen que acos-

235
CAPÍTULO | 13
Algunas consecuencias

tumbrarse a las teclas y estar flexibles. Bueno… voy a tocar algo ya,
¿vale? Pero no te rías.
—Que no, hombre.
Entonces Scorpius empezó a tocar. Albus no sabía nada de
música clásica, así que no tenía ni idea, pero sonaba… bueno, dis-
tinta a la música que solía oír. Más que impresionarle la melodía, le
impresionó ver a alguien tan chiquito como Scorpius hacer algo
que parecía tan difícil. Sus manos se movían velozmente sobre el
teclado sin fallar una sola nota —al menos que Albus pudiera darse
cuenta— y su rostro de rasgos afilados mostraba tal concentración
que sí que daban ganas de reírse un poco. Sin embargo, no lo hizo,
y cuando Scorpius terminó y lo miró, preguntándole sin palabras
qué le había parecido, sonrió con sinceridad.
—Es genial. ¿Tiene título?
—Es la Quinta Sonata para piano de Bulstrode. ¿No te sue-
na?
—No.
—Morgana Bulstrode era una compositora del siglo XVIII.
—Se puso en pie—. Anda, vámonos antes de que entre alguien.
Albus asintió y fue el primero en asomar precavidamente la
cabeza por la puerta.
—No hay nadie —le dijo a Scorpius.
—De acuerdo. Ya me contarás, ¿vale?
—Claro.


Cuando Albus regresó a la Sala Común, Urien estaba allí,
sentado en un almohadón cerca del fuego. Quizás parecía un poco
menos triste que antes, pero seguía igual de encerrado en sí mismo
o más, ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor. Y la Sala Común
estaba cualquier cosa menos tranquila; había un puñado de alum-
nos haciendo los deberes, pero otros, entre ellos James, estaban es-
cuchando un partido de quidditch por la radio y dos niñas de se-

236
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

gundo le estaban protestando a Victoire porque unos de su clase les


habían escondido los libros de Pociones y no querían decirles dón-
de, y unos de cuarto estaban jugando a pelearse y acababan de tirar
una lámpara al suelo.
—¿Dónde has estado? —le preguntó Amal, acercándose a él.
—Por ahí. ¿Cuándo ha vuelto Urien?
—Hace un montón.
Albus oyó un golpe y unas carcajadas y vio que Charles Pal-
try, que era capaz de tropezar con una línea pintada en el suelo, aca-
baba de caerse y había conseguido volcarse encima un tintero ente-
ro durante el proceso. Un prefecto de quinto se acercó a él para po-
nerlo en pie y limpiar el estropicio. Albus meneó la cabeza; a Paltry
le pasaban cosas de ese estilo un par de veces a la semana.
—¿Ha dicho algo Neville? —dijo, volviendo al tema que le
interesaba.
—No. ¿Por qué? —dijo, con curiosidad—. ¿Ha hecho algo?
—No, no creo.—Albus vaciló un poco—. Ayer lo vi y esta-
ba… no sé, más triste de lo normal. Neville iba a hablar con él para
ver si descubría qué le pasa.
Eso apagó la curiosidad de Amal, quien miró al silencioso
chico con el desinterés habitual.
—Yo lo veo igual que siempre.
Cuando pudo, Albus fue a hablar con Neville. Éste no le dio
demasiados detalles, pero le contó que Urien se había limitado a
decir una y otra vez que estaba bien.
—Está mintiendo, Neville.
—Puede —admitió el profesor—. Pero hablé con su padre a
principio de curso y me dijo que Urien siempre había sido un niño
muy solitario e introvertido, demasiado enmadrado. Y de todos
modos, no podemos ayudarle si él no nos cuenta qué le pasa. Vamos
a ver si se anima un poco estos días, ¿de acuerdo? Si no está mejor
volveré a intentarlo la semana que viene.

237
Capítulo 14
Rumores

E l informe de Miriam Siegel no dejaba lugar a dudas; en-


tre los mendigos de Londres y Manchester había rumo-
res, y más desapariciones de las que conocía la policía.
Además, Miriam había localizado a un mendigo que afirmaba haber
visto cómo secuestraban a alguien; Harry se puso ropa muggle y se
Apareció cerca de Covent Garden para hablar personalmente con
él. Era un hombre de cincuenta o sesenta años, con el pelo blanco y
sucio, nariz bulbosa con venillas rosas y ropa llena de manchas. Se
llamaba Richard —no quería dar su apellido— y Miriam aseguraba
que aunque no estaba del todo en sus cabales, su testimonio era
bastante fiable. Harry se presentó como detective privado y en
cuanto le puso delante un billete de cincuenta libras, el hombre
empezó a contar todo lo que recordaba.
—Fue hace un mes, poco antes de Navidad. Joe y yo íbamos
a acercarnos a Whitechapel porque allí conocemos un buen sitio pa-
ra pasar la noche. La policía pensaba que estaba borracho, pero yo
no estaba borracho. Eso es lo que ellos quieren hacer creer.
—¿Qué pasó?
—En el albergue no admitían a más gente, así que nos fui-
mos a pasar la noche a un callejón donde pensamos que estaríamos
más resguardados del frío. Y nos tapamos bien y nos escondimos

238
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

para que no pudiera vernos la policía ni ninguna pandilla con ganas


de molestar, ¿sabe? Y yo creo que por eso a nosotros no nos pasó
nada, porque no estábamos a la vista, pero ese otro chico era joven y
no llevaba en la calle mucho tiempo.
—¿Qué joven?
—Uno que vino después de nosotros, No se había escondido
bien y ellos le vieron.
—¿Quiénes?
El hombre miró recelosamente a su alrededor antes de con-
testar en voz baja.
—Ellos, las tres sombras.
—¿Las tres sombras? —repitió Harry, sin saber si era algo re-
lacionado con la magia o algo relacionado con la ligera inestabilidad
mental de aquel hombre.
—Sí, iban de oscuro y se movían casi sin hacer ruido. Pero
yo les vi, vi cómo se llevaban a ese chico. Le habían disparado, ¿sa-
be? Eso es lo que me había despertado. Y se lo llevaron entre los
tres, vaya que sí.
Harry frunció el ceño, intentando averiguar qué podía haber
visto.
—Entonces, ¿lo mataron?
—No, no, no era un disparo de esos —le aclaró Richard, con
un poco de impaciencia—. Usaron una pistola de dormir animales.
Quizás eran extraterrestres. ¿sabe? Y se lo llevaron para meterlo en
un zoo, un zoo para personas.
Que se lo llevaran inconsciente tenía mucho más sentido
que llevarse un cadáver. Y Harry empezó a entender por qué Mi-
riam había pensado que Richard podía haber visto algo relacionado
con el caso: exceptuando su teoría sobre extraterrestres, lo que con-
taba no sonaba a desvarío.
Pero… ¿habían usado pistolas de dardos tranquilizantes? Eso
no sonaba muy mágico.
—¿Se lo llevaron a cuestas? —le preguntó, pensando que
igual lo había visto flotar.

239
CAPÍTULO | 14
Rumores

El mendigo lo miró con ojos ligeramente legañosos y esbozó


una sonrisa astuta.
—Le digo una cosa: usted me da otro billete y yo le cuento
algo que le interesará.
Harry fingió que vacilaba para no dar la impresión de que le
daba lo mismo desprenderse del dinero, pero en casos como ese
prefería aumentar el soborno a recurrir a las amenazas.
—¿Y bien? —preguntó, cuando Richard se guardó el segun-
do billete.
—Había una furgoneta aparcada justo enfrente del callejón,
una furgoneta negra. Abrieron la puerta y lo echaron dentro, vaya
que sí. Y se marcharon al momento. Nadie ha vuelto a ver ese chi-
co, ¿sabe? Y se lo dije a la policía porque yo soy un buen ciudadano
y no está bien llevarse a la gente en furgonetas, pero ellos no me hi-
cieron caso.
Harry dudaba. Por un lado, esa furgoneta negra podía ser la
pista que les condujera a resolver aquel maldito caso. Pero por otro
lado, no había encontrado un solo indicio firme de que aquel se-
cuestro, si es que había existido, guardara relación con las desapari-
ciones en el mundo mágico.
—La policía tendría que haberle escuchado —le dijo—. Dí-
game, ¿puede decirme algo más sobre la furgoneta? ¿Vio de qué
marca era o el número de la matrícula?
—No, estaba medio escondido, acuérdese.
Harry imaginaba que podían conseguir información extra si
usaban la Legeremancia, pero estaba prohibido usarla en muggles
sin permiso del Wizengamot.
—Señor… me gustaría volver a hablar con usted dentro de
tres días. Podemos quedar aquí, a la misma hora, ¿le parece?
—No sé… Tengo que ganarme la vida, ¿sabe?
—Le compensaré por el tiempo perdido, por supuesto —
contestó Harry, reprimiendo el impulso de señalar que un buen
ciudadano no le habría perdido dinero a cambio.
—Entonces aquí estaré.

240
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Harry se despidió de él y se fue hacia el punto en el que se


había Desaparecido. Tenía que poner a la BIM a buscar esa furgo-
neta y que conseguir lo antes posible un permiso del Wizengamot
para usar la Legeremancia en aquel muggle.


Mortimer Crane era uno de los magos más aburridos que
Draco había conocido en su vida. Hasta su ropa y su aspecto grita-
ban lo aburrido que resultaba. Pero Crane tenía bastante influencia
en el Departamento de Refuerzo de la Ley Mágica —que fuera abu-
rrido no significaba que fuera incompetente— y su mujer estaba en
la Junta Escolar de Hogwarts. Draco había empezado a cultivar
aquella relación desde hacía ya más de tres años, cuando aún vivía
con su mujer y sus hijos en el extranjero y viajaba a Londres cons-
tantemente para ayudar a Lucius con sus negocios.
Crane quería comprarle un regalo a su mujer y admiraba el
buen gusto de Draco, así que éste se había ofrecido a ayudarle como
si nada le apeteciera más. Después de una hora, cuando por fin en-
contraron el regalo perfecto, la cabeza le dolía y verlo marchar fue
todo un alivio, como si el mundo recuperara sus colores. Draco de-
cidió dar una vuelta para despejarse un poco antes de volver a la
mansión Malfoy y quizás tomarse un whisky de fuego en Inns-
bruck, una cervecería alemana que habían abierto una pareja de
brujas de ese país. A Draco le caían simpáticas porque le ahorraban
tener que ir obligatoriamente al Caldero Chorreante si quería to-
marse algo más fuerte que una cerveza de mantequilla en la helade-
ría de Florean Fortescue. Odiaba contribuir a la bonanza económica
de los Longbottom.
Al pasar por delante de Flourish y Blotts vio algo en el esca-
parate que le hizo frenar en seco y preguntarse si había tenido una
alucinación. Pero no, ahí estaba, la cara de esa mema de Romilda
Vane y arriba, en letras bien claras, «Biografía de una heroína». No
podía creerlo. Habían sacado una biografía de aquella idiota, que no

241
CAPÍTULO | 14
Rumores

había hecho nada más con su vida que estar en Hogwarts durante la
batalla. Probablemente ni siquiera había llegado a luchar.
Draco había conseguido salir adelante porque se había con-
vencido a sí mismo de que la vida era algo más que aquella maldita
guerra, que habría otras oportunidades que no pensaba desaprove-
char. Pero casi veinte años después, aún pasaban muchas cosas que
hacían flaquear su convicción, aún había veces en las que pensaba
que nada de lo que hiciera valdría la pena porque su papel durante
la guerra pesaba más que cualquier cosa que pudiera hacer.
Su sorpresa no le impidió ver, reflejado en el cristal, que al-
guien se acercaba a él, pero lo reconoció enseguida y no se preocu-
pó. Era Conrad Montague, un Slytherin. Parte de su familia había
simpatizado bastante con el ideario de Voldemort, pero esa rama en
concreto se había mantenido al margen de cualquier actividad que
pudiera crearles problemas tras la guerra. Conrad Montague tenía
cuarenta y dos años y sus ojos, azules y saltones, mostraban un des-
precio mezclado con unas gotas de humor.
—A veces da pena pensar en lo que se está volviendo nuestro
mundo, ¿verdad? —dijo, señalando el libro.
Draco hizo un ruidito irónico.
—No creo que llegue muy lejos en la lista de libros más
vendidos, de todos modos.
—Así son las cosas en el Nuevo Orden —comentó Monta-
gue—. No queda otro remedio que adaptarse para sobrevivir… al
menos hasta que lleguen tiempos mejores.
Hubo algo en su modo de decir esas últimas palabras, un
modo de subrayarlas con la mirada, que hizo que a Draco le sonara
una alarma en el interior de su cabeza. Y lo primero que pensó fue
que ahí pasaba algo y que necesitaba más información.
—¿Tiempos mejores? —repitió, haciendo que su voz expre-
sara sólo un ligerísimo interés.
—Algún día han de llegar, ¿no es cierto? —dijo, con una apa-
rente inocencia—. Estas cosas son como el movimiento de un pén-
dulo.

242
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Ese cambio parece muy lejano.


Montague esbozó una sonrisa.
—No tan lejano, seguro. Aunque ya sabes cómo funcionan
estas cosas: hay que ser listos y saber aprovechar la oportunidad.
La cabeza de Draco funcionaba a toda velocidad, analizando
todas las implicaciones de las palabras de Montague. Estaban prepa-
rando algo, algo que podía ser beneficioso para su familia. En aquel
momento no podía sentir lealtad alguna hacia una sociedad en la
que en muchos sentidos seguía siendo un paria, tolerado a duras
penas porque los Malfoy aún eran capaces de arruinar a quien qui-
sieran o de hacer préstamos a fondo perdido al ministerio para pa-
liar su déficit crónico de dinero. Pero Draco había aprendido amar-
gamente las consecuencias de seguir a ciegas a un visionario y no
pensaba cometer el mismo error. No apoyaría a nadie que quisiera
oponerse al orden establecido hasta no estar completa, objetiva-
mente convencido de que esta vez se trataba del bando ganador.
—También hay que ser listos y saber distinguir las oportuni-
dades de los simples deseos —dijo al fin—. Los Malfoy nos hemos
vuelto bastante recelosos.
Si Montague estaba decepcionado, no lo demostró; sólo son-
rió y sacó una tarjeta de su bolsillo.
—Tenía intención de charlar contigo de todo esto. Si estás
interesado, aquí tienes mi dirección; mándame una lechuza y será
un placer hablar contigo.
Draco se la guardó en el bolsillo. Montague se Desapareció
casi al momento, después de despedirse de él, y Draco se quedó mi-
rando el espacio que había ocupado segundos atrás, demasiado con-
centrado en sus propios pensamientos como para darse cuenta de lo
que estaba haciendo.
¿Realmente estaba gestándose algo? ¿Era aconsejable acercar-
se a Montague aunque sólo fuera para averiguar de qué iba todo
aquello? ¿Y si tenía que ver con las desapariciones? Parecía dema-
siada coincidencia. Tenía que regresar a la mansión Malfoy y con-
tarle aquella conversación a Astoria y a sus padres.

243
CAPÍTULO | 14
Rumores


Unos días después, Minerva McGonagall esperaba en su
despacho a que llegara Astoria Malfoy. Desde que le había llegado
una carta suya pidiéndole cortésmente una entrevista para hablar
con ella sobre su hijo Scorpius, Minerva se había preguntado de
qué se trataría.
La directora de Hogwarts había observado a Scorpius a me-
nudo en el Gran Comedor y había hablado de él con otros profeso-
res a lo largo de aquellos meses. Todos coincidían en que el niño
tenía un buen rendimiento académico y la mayoría decían que en
clase no daba problemas. Pero con Neville se portaba horriblemen-
te mal, insultaba a los Gryffindor, le hacía la vida imposible a Wat-
son y se había metido en una pelea con Albus Potter… Se notaba
que era un Malfoy. Probablemente Scorpius se habría quejado de
algo a sus padres —Draco lo había hecho constantemente, a su
edad— y Astoria venía a protestar también por la más peregrina de
las estupideces.
A la hora convenida, la magia del despacho le avisó de que
alguien estaba diciendo la contraseña para entrar a su despacho y
unos segundos después, Astoria Malfoy entró en la habitación.
Minerva le había dado clases cuando enseñaba Transforma-
ciones. La recordaba como una alumna que rendía muy por debajo
de su capacidad, más preocupada por divertirse que por los estu-
dios. Pero no había sido una mala chica, para ser una Slytherin, y
Minerva se había sentido ligeramente decepcionada al oír que se
había casado con Draco Malfoy. Astoria podía haber conseguido al-
guien mejor y lamentaba que se hubiera dejado cegar por el dinero,
que era lo único que los Malfoy podían ofrecer ya.
La mujer que tenía delante estaba lejos de parecerse a la cole-
giala de su memoria. Era una mujer de treinta y cinco años, bonita
sin apabullar, que vestía una túnica exquisita y sonreía con suma
educación.

244
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Me alegro de verla, profesora McGonagall.


—Señora Malfoy… Siéntese, por favor. —Astoria lo hizo,
con un gesto elegante que tenía que haber aprendido de Narcissa.
La recordaba mucho más natural—. Dígame, ¿en qué puedo ayu-
darla?
Astoria se puso más seria.
—Verá, profesora, hemos recibido algunas cartas de nuestro
hijo Scorpius que nos han dejado bastante inquietos. Según Scor-
pius, hay un profesor que realiza comentarios sobre los Slytherin,
incluso sobre la familia de mi esposo, que no creo que sean los más
adecuados para realizar en medio de una clase.
Minerva no quiso ni imaginar las mentiras que se habría in-
ventado aquel mocoso malcriado.
—Señora Malfoy, estoy convencida de que es imposible que
un profesor de Hogwarts se comporte de ese modo.
Ella asintió.
—Lo sé. Lo sé. También nosotros pensamos al principio que
Scorpius tenía que estar exagerando… A veces es tan susceptible…
—Astoria dio un pequeño suspiro—. Pero entonces me acordé del
profesor Snape, y de las cosas que le decía a Harry Potter. Lo sé
porque mi esposo, mi hermana y mi cuñado me han hablado de eso
a menudo.
Minerva resistió el impulso de mirar el cuadro de Snape que
colgaba de la pared.
—El profesor Snape era un caso especial.
—Por supuesto. Recuerdo que a menudo mi hermana se
preguntaba cómo era posible que Dumbledore consintiera que un
profesor hablara así a unos alumnos. Y no hablo sólo de Harry Pot-
ter, claro, creo que era bastante desagradable con los Gryffindor en
general.
—Como ya le he dicho, era un caso especial —repitió, sin-
tiéndose incómoda.
Astoria volvió a asentir.

245
CAPÍTULO | 14
Rumores

—Sé que usted nunca consentiría algo así. Pero teníamos


nuestras dudas, ya que existían estos precedentes de acoso a un
alumno por parte de un profesor, y le enviamos a Scorpius una car-
ta muy seria, explicándole lo grave que puede llegar a ser mentir,
incluso exagerar, en un asunto como este. Imagínese nuestra sor-
presa cuando Scorpius nos contestó que estaba dispuesto a tomarse
el veritaserum y repetir palabra por palabra los comentarios de ese
profesor.
—El veritaserum… —repitió Minerva.
—Así es. Y no sólo Scorpius, sino también mi sobrina Mo-
rrigan y otros niños de su curso. Como comprenderá, eso nos obli-
ga a tomárnoslo con un poco más de seriedad.
—¿Quién es el profesor que está diciendo esas cosas, según
su hijo?
Astoria no parpadeó.
—Neville Longbottom.
Minerva no sabía a quién se esperaba, pero realmente no era
a él.
—¿Neville Longbottom? —exclamó, con incredulidad—.
Eso es imposible. Le aseguro que el profesor Longbottom es una de
las mejores personas que conozco.
—Yo me sentiría mucho más tranquila si pudiéramos aclarar
este malentendido, profesora McGonagall. Hemos hablado con
otros padres que también tienen alumnos en Slytherin, en otros
cursos, y todos dicen que sus hijos se quejan de los comentarios
despectivos que tienen que escuchar contra su Casa, pero sincera-
mente, estoy segura de que no será necesario molestar a la Junta Es-
colar con esto. Si cree que es lo mejor, tiene mi permiso para avisar
a Scorpius ahora que estoy yo presente y usar usted misma la Lege-
remancia con él, o darle veritaserum.
Era una encerrona. No la había visto venir hasta el final, pero
aquello era una encerrona. Estaba convencida de que los Malfoy no
se arriesgarían a hacer esa jugada si no estuvieran convencidos de
que ella iba a encontrar pruebas de lo que decían. Lo único que se

246
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

le ocurrió fue intentar ganar tiempo con la esperanza de entender


mejor qué debía hacer.
—¿Ustedes no han usado la Legeremancia con él para saber
si es cierto?
Astoria arqueó una ceja.
—Somos sus padres, profesora. En algo así, su palabra debe
bastarnos. —Había un leve reproche en su voz.
—¿En qué consisten esos comentarios que supuestamente
está realizando el profesor Longbottom? —imaginando que, des-
pués de todo, no podía ser para tanto.
Astoria apretó los labios un momento.
—Cosas como que no debe esperarse nada bueno de un
Malfoy, que mi suegro estuvo en Azkaban o que mi esposo es un
cobarde. —Minerva sintió un pequeño sobresalto. Aquello estaba
completamente fuera de los límites. No, Neville no podía estar di-
ciendo esas cosas en clase, delante de los alumnos. Astoria continuó
hablando—. Perdóneme, pero no me parece que sea correcto decir
esas cosas en clase. Y por mucho que todos seamos libres de tener
nuestras opiniones, me decepcionaría averiguar que este tipo de ac-
titudes se consideran aceptables en Hogwarts.
—Le aseguro que no lo son, señora Malfoy. Pero todo esto
son todavía acusaciones sin fundamento.
—Como ya le he dicho, estoy dispuesta a dar permiso para
que interrogue a mi hijo con veritaserum en mi presencia.
Pero Minerva, por confundida que estuviera, no pensaba de-
jarse acorralar de esa manera.
—No creo que sea necesario llegar a esos extremos. Tiene mi
palabra de que hablaré con el profesor Longbottom y que aclararé
todo esto.
Astoria aceptó su propuesta con más facilidad de lo que Mi-
nerva había esperado.
—Por supuesto. Créame, somos los primeros que deseamos
saber qué está pasando aquí. —Dio un pequeño suspiro—. En fin,

247
CAPÍTULO | 14
Rumores

no la molesto más. Sé que es usted una mujer muy ocupada. Mu-


chas gracias por atenderme, profesora.
Minerva se despidió de ella y no respiró tranquila hasta que
Astoria Malfoy desapareció por la puerta de su despacho, dejando
tras ella un leve perfume. No se había esperado aquello, no sabía
qué pensar sobre lo que podía haber estado diciendo Neville.
Una suave risa maliciosa le hizo girar la cabeza en dirección
al cuadro de Snape.
—¿Puedo saber qué te resulta tan divertido, Severus? —le
espetó.
—Ha hecho contigo lo que ha querido —replicó la figura del
cuadro—. Ese es el estilo de los Greengrass sin duda. Sus redes es-
tán hechas de halagos y cortesía.
A pesar de todo, Minerva sintió una chispa de esperanza.
—¿Crees que es una trampa, entonces? ¿Que el chico de los
Malfoy miente?
—Oh, no pongo la mano en el fuego por ningún Malfoy,
puedes creerme —aseguró Severus—. Pero si están dispuestos a de-
jar que el niño tome veritaserum, es que no es mentira. Tu queridí-
simo Longbottom está demostrando que a los Gryffindor también
puede gustarles la venganza, después de todo.
Minerva se tensó un poco. El retrato de Severus no había
aparecido mágicamente tras su muerte junto con los de los antiguos
directores del colegio porque no había sido realmente uno de ellos,
igual que esa basura de los Carrow no habían sido profesores. Pero
Dumbledore había insistido en que Minerva colgara un marco y
Merlín sabría cómo, a las veinticuatro horas un huraño Severus ha-
bía aparecido en él. Muchas veces, Minerva se arrepentía de haberle
hecho caso a Dumbledore.
—No puedo creer que Neville esté siendo ni la décima parte
de horrible que fuiste tú con los Gryffindor.
—Fíjate, Minerva, ahora mismo tienes la misma expresión
en la cara que tenías cuando justificabas a Sirius Black. Lo justificas-
te incluso cuando intentó matarme, ¿recuerdas?

248
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Esa fue mi decisión, Severus, lo sabes muy bien —inter-


vino entonces el cuadro de Albus Dumbledore—. Minerva, si me
permites un consejo, deberías hablar cuanto antes con el joven
Longbottom. Estoy seguro de que eso nos aclarará todas nuestras
dudas.
—Por supuesto que voy a hablar con él. Y espero de verdad
que todo esto tenga otra explicación, porque no pienso consentir
que los profesores de Hogwarts hostiguen a los alumnos, sean de la
Casa que sean.


Estar en Hogwarts era una sensación agridulce. Astoria había
sido feliz allí durante los primeros años, siempre y cuando uno ol-
vidara el asombroso favoritismo de los profesores hacia los Gryffin-
dor. Pero después, a finales de cuarto, habían despertado con la te-
rrible noticia de que el profesor Snape había matado al profesor
Dumbledore y que había huido con Draco Malfoy. Quinto había
sido un horror, con los Carrow mandando torturar alumnos por
nada. Ella era Slytherin, así que la habían dejado tranquila, pero As-
toria jamás habría podido aprobar algo así. Los Greengrass odiaban
la violencia.
Sexto y séptimo, ya después de la guerra, habían sido una
tortura diferente. Ningún Slytherin que hubiera estado entonces en
Hogwarts podría haber recordado esa época con placer. No, la Casa
de Slytherin estaba prácticamente diezmada porque la mayoría de
padres no se habían atrevido a llevar a sus hijos al colegio por miedo
a las represalias y los pocos que quedaban, precisamente los más
inocentes de todos, habían sido los cabezas de turco de los pecados,
crímenes y errores de otros.
Astoria había aprendido rápidamente que en demasiados ca-
sos, una víctima sólo era un verdugo que aún no había tenido su
oportunidad.

249
CAPÍTULO | 14
Rumores

Pero Astoria no odiaba a los Gryffindor. En realidad, no


odiaba a nadie; era malgastar energías, y a ella no le gustaba malgas-
tar energías. Todo lo que quería era que sus hijos crecieran tranqui-
los y llevaran vidas razonablemente felices; en ese momento, eso
pasaba por hacer que Longbottom dejara de verter sus comentarios
personales en clase. Astoria sabía que la directora de Hogwarts haría
todo lo posible por evitar una reunión en la que ella y Draco tuvie-
ran que reunirse con Longbottom, y que le contaría alguna excusa
ridícula para explicar las acusaciones de Scorpius, pero confiaba en
que, en privado, McGonagall forzaría a su profesor a cambiar de ac-
titud, aunque sólo fuera por miedo a lo que podían hacer si Long-
bottom continuaba sus insultos. Los Malfoy estaban lejos de tener
la influencia que habían tenido antes de la guerra, pero eso no que-
ría decir que no pudieran causar problemas, especialmente si con-
seguían poner de su parte a un buen número de padres de alumnos
de Slytherin.
Astoria pensó en Draco e hizo para sus adentros un gesto de
preocupación. Él, Lucius y Narcissa aún seguían analizando com-
pulsivamente las palabras de Montague, sondeando discretamente a
todos sus conocidos para ver qué sabían de todo aquello. A Draco y
a ella —y puede que a Narcissa— les preocupaba un poco que tu-
viera que ver con las desapariciones, aunque Astoria sabía que, en
ese caso, lo más probable era que Draco se negara a tomar parte.
Presenciar más muertes y torturas no entraba en sus planes. Y le
había jurado que jamás arrastraría a sus hijos al mismo error al que
le habían arrastrado sus padres. Pero por otro lado, ¿y si esta vez se
trataba realmente del bando ganador? ¿Y si, después de todo, no te-
nía nada que ver con las desapariciones? Astoria no sabía qué pen-
sar, pero habría preferido que Montague no le hubiera dicho nada a
Draco.
Cuando salió de los terrenos del castillo, Astoria usó la Apa-
rición para ir al callejón Diagon, donde le esperaba Draco. Había
quedado con él en Madame Malkiss. Draco estaba en la puerta y la

250
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

saludó con un beso casi formal en los labios: los Malfoy no eran
muy dados a efusiones públicas.
—¿Cómo ha ido?
—Hablará con él. —Se rió—. Tendrías que haberla visto
cuando dije que Dumbledore había consentido el horrible compor-
tamiento de Snape con los Gryffindor; puso una cara que habría
agriado la leche.
Draco hizo una mueca.
—¿Viste a Scorpius?
—No, como estaba en clase no quería molestarlo. ¿Qué que-
rías enseñarme?
Draco sonrió un poco —era la clase de sonrisa que tenía
cuando tramaba algo— y se detuvo unos metros más lejos.
—La casa que hay a la derecha de Innsbruck es desde hace
tres horas propiedad de Jacob Bletchey.
Astoria identificó el nombre enseguida. Los Bletchey solían
ir a Slytherin o a Ravenclaw; aquel Bletchey era un Slytherin de
veintitrés o veinticuatro años, primo segundo del Bletchey que iba a
clase con Scorpius.
—¿Y?
—Los Malfoy le hemos prestado el dinero que necesitaba pa-
ra comprarla.
Astoria pensó un poco. A Draco le gustaba ponerla a prueba
así, como en una variante del juego de las Veinte Preguntas. Cuan-
tas menos preguntas necesitaba para comprender su objetivo, me-
jor. Pero lo único que deducía era que Bletchey iba a ser el brazo
ejecutor de Draco en algún asunto.
—¿Con qué oscuro y malvado propósito?
—Jacob va a echarla abajo y a construir una posada. Algo con
clase, algo que haga que la gente como los Weasley se sienta elegan-
te. A precios escandalosamente bajos —añadió a última hora, como
si fuera una pista.
Astoria lo comprendió al fin.
—Quieres mandar a la quiebra al Caldero Chorreante.

251
CAPÍTULO | 14
Rumores

—Sin infringir una sola ley.


—Pero tiene que haber un Caldero Chorreante. Es el modo
tradicional de salir al mundo muggle.
Draco se encogió de hombros.
—Cuando los Longbottom pongan a la venta el local, lo
compraré. Bletchey, casualmente, también decidirá que quiere ven-
der, o quizás que quiere convertir su posada en algo distinto. En
cuanto el Caldero Chorreante vuelva a dar beneficios, será fácil en-
contrarle otro comprador… O quizás se lo arriende a Hannah, ¿qué
te parece?
Astoria meneó la cabeza. No es que conociera mucho a
Hannah Longbottom, pero estaba segura de que no querría trabajar
para un Malfoy, no cuando su madre habían muerto a manos de los
mortífagos.
Ella era tan Slytherin como Draco y la idea de poner la otra
mejilla y perdonar a los enemigos le resultaba tan repugnante y an-
tinatural como a él. Quería vengarse de Longbottom por atormen-
tar a Scorpius, impedir que también la tomara con Cassandra en el
futuro. Pero también veía todos los inconvenientes del plan de Dra-
co. Lo pagaría Hannah, sobre todo, cosa que a Astoria no le parecía
bien: ella al menos nunca le había negado la entrada al Caldero a
ningún Marcado. Por otro lado, aquello acabaría sabiéndose necesa-
riamente y entonces, ¿cómo reaccionaría la gente? Los Longbottom
eran muy respetados y apreciados en el mundo mágico, desde luego
mucho más que los Malfoy. Quizás se lo pensarían dos veces antes
de tratarlos como si fueran criaturas débiles e indefensas a las que
cualquiera podía insultar impunemente, sí, pero también aumenta-
ría el rencor y el odio hacia ellos, hacia Cassandra y Scorpius.
—Esa no es la solución, Draco. —Él dio un respingo y la mi-
ró con ojos casi traicionados. Pero tenía que entenderlo. Astoria le
explicó sus razones, confiando en hacerle cambiar de opinión. Por
lo general, Draco le hacía caso en este tipo de cosas con una fe que
ella encontraba conmovedora, pero si estaba enfadado de verdad,
detenerlo era tan imposible como tratar de detener una avalancha

252
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

sin varita. Por suerte, aquella no era una de esas veces; su expresión
se volvió cada vez más pensativa, no más belicosa, señal de que la
estaba escuchando, no aferrándose al plan original—. Además, es
precipitado. No hace ni media hora que he hablado con McGona-
gall. Si ella le ata en corto, Scorpius y los demás estarán bien; ya
tendremos tiempo de sobra para planear una venganza que no se
vuelva contra nosotros, si es eso lo que queremos.
Draco agachó un momento la cabeza; no le gustaba tener
que renunciar a su plan, eso estaba claro, pero Astoria ya no dudaba
que le haría caso.
—Está bien —dijo al final—, nos esperaremos a ver qué con-
sigue McGonagall. Pero Astoria… es mejor ser odiado que ser des-
preciado.
—Lo sé —dijo ella—, pero con un poco de suerte, tendre-
mos más opciones.


Los horarios de los profesores eran muy apretados, así que
Minerva no esperaba a Neville hasta el final de las clases. Cuando
éste entró en el despacho, le hizo sentarse sin perder demasiado
tiempo; había estado pensando todo el día en cómo llevar ese asun-
to y había optado por un enfoque directo.
—Astoria Malfoy ha estado aquí esta mañana, Neville. —Su
expresión, que hasta ese momento había sido plácida y cortés, se ti-
ñó de algo más oscuro—. Ha venido a hablar de Scorpius. El niño
le ha dicho que haces comentarios despectivos sobre su familia en
clase, que insultas a su padre y a sus abuelos.
Neville apartó la vista un momento: había tantas emociones
en sus ojos oscuros que Minerva no pudo descifrarlas.
—No he dicho nada que no sea verdad.
Minerva dejó escapar el aliento, comprendiendo que Astoria
y Scorpius tampoco.
—Oh, Neville…

253
CAPÍTULO | 14
Rumores

—¿Qué? Minerva, ya sabes cómo son los Malfoy. Scorpius es


un crío arrogante, insolente y malcriado. Te aseguro que no le viene
nada mal que le baje los humos de vez en cuando.
Minerva meneó la cabeza, apesadumbrada, decepcionada.
—Neville, hablar de la familia Malfoy en medio de clase está
completamente fuera de lugar. Y no es que los Malfoy puedan in-
disponer a la Junta Escolar contra ti o hacer correr mil rumores que
te perjudicarían, es que no está bien.
—No creo que los Malfoy tengan ya esa clase de influencia.
—Pero sigue sin estar bien —replicó Minerva, secamente.
Neville se levantó de la silla con el ceño fruncido.
—¿Y cuándo han cambiado las reglas? Porque me habría gus-
tado ver el mismo interés por los alumnos cuando el profesor
Snape trataba a los Gryffindor como a una mierda. ¿Tienes idea de
las cosas que nos decía? ¿De cómo nos insultaba?
Minerva cerró los ojos un segundo. Severus otra vez…
—Sabes muy bien que Severus tenía que fingir desprecio por
nuestro bando. Y de todos modos, permitir ese comportamiento
fue decisión de Dumbledore, no mía. —No importaba cuántas ve-
ces hubiera ido a su despacho a exigirle que refrenara al antiguo Jefe
de Slytherin; Dumbledore siempre le había dicho que Snape estaba
haciendo lo que debía hacer—. Yo no lo habría consentido y no
pienso consentirlo ahora. Además, tú eres mejor que eso, Neville.
Demuéstralo.
Neville asintió, todavía algo tenso. Minerva no había imagi-
nado hasta ese momento que las heridas que Severus, Draco y otros
Slytherin le habían inflingido cuando era un niño todavía le dolie-
ran tanto. Era un hombre adulto, con familia, un héroe de guerra.
Por desgracia, no era así como funcionaba la psicología humana.
—Está bien. De todos modos, sólo fueron comentarios aisla-
dos.
—Seguro que sí —dijo ella, conciliadora—. Te conozco bien
y sé que haces un buen trabajo. Y tus chicos te adoran. Precisamen-

254
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

te por eso, no quiero que los Malfoy puedan poner en peligro tu


puesto entre nosotros.
Neville se relajó un poco al oírla.
—¿Qué vas a decirles?
La verdad era que aún no había tenido tiempo de pensarlo.
No podía decirle a los Malfoy que tenían razón y que Neville había
hecho esos comentarios; eso equivaldría a entregárselo atado de pies
y manos. Pero obviamente tenía que decirles algo.
—Que ya se ha aclarado todo y que estoy segura de que no
va a haber más problemas. Con un poco de suerte, los Malfoy se
contentarán con eso.

255
Capítulo 15
Un paso más

H arry se apareció en la casa de la nueva víctima con el es-


tómago casi agarrotado por la frustración y la rabia. Em-
pezaba a sentirse como si los responsables de todo aque-
llo se lo estuvieran haciendo personalmente a él; Robards le había
advertido también de aquel peligro, pero no podía evitarlo. No
cuando tenía la sensación de que todos y cada uno de los habitantes
del mundo mágico con los que se cruzaba parecía preguntarle por
qué estaba fracasando, o cuando la presión de los periodistas, inclu-
so la de Shacklebolt, estaba aumentando día a día.
Todo lo que tenían eran un par de pistas que no llevaban a
ningún sitio. Harry había conseguido permiso para usar la Legere-
mancia con Richard, el mendigo, pero el experto no había averi-
guado nada que éste no le hubiera contado; desde su escondite, no
había podido ver nada del coche y los agresores iban enmascarados
con pasamontañas negros. La BIM había estado rastreando las em-
presas que se dedicaban a los anestésicos para animales, pero no ha-
bía encontrado nada que llamara la atención. También le habían en-
viado a la Primera Ministra una copia del informe de las pesquisas
de Miriam Siegel para que éste pudiera informar a Scotland Yard de
que estaban desapareciendo indigentes y prostitutas debajo de sus
narices.

256
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Y eso era todo lo que habían avanzado en casi ocho meses.


Aun así, Harry hizo un esfuerzo por olvidar sus propios sen-
timientos cuando se presentó frente a los familiares de la mujer
desaparecida. La víctima se llamaba Lyra Fisher, y era una bruja de
cuarenta y cinco años, casada y con un hijo que estaba haciendo su
último año en Hogwarts. Su marido, Daniel, trabajaba en San
Mungo y había llegado a su casa después de su turno, casi a las diez
de la noche. Le había extrañado no encontrar a Lyra allí, pero no
había llamado inmediatamente a los aurores porque pensaba que
debía tratarse de alguna otra cosa. A medianoche, después de tratar
de encontrarla en casa de sus padres, de su hermano y de sus ami-
gos, Daniel se había empezado a asustar de verdad y había llamado a
los aurores.
Y tanto él como los padres de Lyra Fisher seguían realmente
asustados. En sus ojos no había ninguna esperanza, sólo el tormen-
to de todos los rumores atroces que la gente estaba manejando so-
bre las desapariciones.
—Jefe… —le llamó uno de sus aurores.
Harry se giró y vio a Conrad Jerkins, arrodillado al otro lado
del comedor, haciéndole señales para que se acercara. Había cierta
urgencia en su expresión y Harry se preguntó si podía ser verdad, si
por fin habían encontrado una maldita pista que realmente sirviera
para algo.
—¿Qué sucede? —preguntó, acuclillándose a su lado.
—Mire esto —dijo, mostrándole algo que sujetaba con una
pinza de metal.
Harry observó un pelo rubio. Ni Lyra ni Daniel eran rubios,
así que no podía ser de ellos. Y aunque podía ser de cualquiera de
sus amigos, también podía ser de uno de los secuestradores.
—No le digas nada a nadie y llévalo a que le hagan la prueba
de la multijugos —le ordenó Harry—. Vuelve aquí con un nombre
o con una foto que podamos enseñarle a sus padres y a su marido.
—Sí, jefe.

257
CAPÍTULO | 15
Un paso más

Jerkins se Desapareció al momento y Harry miró su reloj.


Era casi la una de la mañana, pero Jerkins tendría que estar de vuel-
ta en media hora como mucho. Siempre había poción multijugos
lista para esta clase de pruebas. Y al cabo de veinte minutos, Jerkins
volvió con una foto en la mano.
—No hemos podido identificarlo.
Harry cogió la foto y clavó los ojos en ella. El auror que ha-
bía tomado la poción multijugos se había convertido en un hombre
algo más mayor que él, rubio, apuesto y totalmente desconocido.
Harry estudió la foto unos segundos más y después se la enseñó a
los familiares de Lyra Fisher. Ellos la observaron con ansiosa aten-
ción, deseando claramente ser capaces de decirle algo sobre él; al fi-
nal, los padres de Lyra menearon negativamente la cabeza, pero Ha-
rry se dio cuenta de que Fisher parecía menos convencido que sus
suegros.
—¿Ocurre algo? ¿Seguro que no le suena de nada?
Al oír su pregunta, los padres de Lyra se giraron hacia su
yerno.
—Daniel…
Él hizo un gesto de impotencia.
—Lo siento, no… Por un momento he pensado que quizás
le había visto en algún sitio, pero…
—¿Dónde? —preguntó Harry—. ¿Dónde cree que ha podi-
do verlo?
—No lo sé, en… en el callejón Diagon, quizás. No lo sé. —
Se tapó la cara con las manos—. Oh, Merlín, Lyra…
Unos meses antes, Harry le habría prometido que encontra-
rían a su mujer, pero ahora ya no se sentía en posición de hacer era
promesa; lo único que podía prometer es que no iba a rendirse has-
ta que encontraran a los responsables de aquellas desapariciones.



258
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

A la mañana siguiente, por orden de Harry, los aurores fue-


ron a enseñar la foto del sospechoso en todos los comercios de
Hogsmeade y el callejón Diagon. El Profeta de aquella mañana te-
nía la desaparición en primera plana, como era habitual, pero ha-
bían tenido que cerrar la edición antes de que se descubriera que
podían tener un sospechoso. Lo que no faltaban eran las protestas,
ya también habituales, sobre la falta de una respuesta efectiva por
parte del ministerio.
Shacklebolt pensaba, y quizás con razón, que Sienna Bullard,
la actual propietaria y directora de El Profeta, estaba preparando el
terreno para presentar un nuevo candidato a Ministro de Magia.
Bajo su dirección, el periódico se había vuelto mucho más serio,
contrastaba mejor sus fuentes y evitaba filtrar opiniones insidiosas
en sus artículos; si estaba empezando a hostigarles tanto tenía que
ser por algún motivo. Pero Harry no había oído rumores sobre nin-
gún nuevo candidato y el periódico no estaba ensalzando a nadie en
particular. Lo único que sabía es que volvía a tener a El Profeta en
contra.
Al mediodía, como estaba previsto, los aurores que habían
estado interrogando a los comerciantes volvieron con sus respues-
tas. Todas eran negativas. Nadie parecía haber visto al dueño del ca-
bello rubio. Harry, que esperaba al menos una respuesta positiva,
recibió los informes con incredulidad.
—Quizás sea extranjero —sugirió Chloe Segal—. Debería-
mos enviar la foto a los Departamentos de Aurores europeos.
Harry asintió.
—Mándalos también a Estados Unidos, Canadá y Australia
—añadió, por si acaso—. Y a la BIM.
—¿A la BIM? —dijo ella, un poco extrañada.
—Sé que es imposible que un muggle se cuele en una casa
mágica sin invitación, pero quizás iba acompañado de magos que le
ayudaron a entrar.
—Claro.
—Y que intenten averiguar si Scotland Yard lo tiene fichado.

259
CAPÍTULO | 15
Un paso más

Cuando Chloe se marchó a cumplir su encargo, él se fue pa-


ra reunirse con Hermione en la cafetería del Ministerio y almorzar
con ella; sencillamente, no había nada que pudiera hacer respecto al
caso. Sin embargo, lamentó un poco no haber esperado cinco mi-
nutos al ver que Cavan Broderick estaba en los ascensores también.
—Hola, jefe —le saludó, con su sonrisa de siempre—. ¿Va a
almorzar?
—Sí, he quedado con Hermione Weasley.
—Acabo de enviar las invitaciones anuales para el Baile de la
Paz. —Era una fiesta que se daba la víspera del Día de la Paz, cuan-
do se conmemoraba el fin de la guerra. Aún faltaban más de dos
meses para eso, pero las invitaciones se mandaban siempre por ade-
lantado—. ¿Van a venir usted y su esposa?
Harry entró en el ascensor con él. Nada más hacerlo, tuvo la
sensación de que era un ascensor demasiado pequeño y que eso les
obligaba a estar demasiado cerca.
—Ya veremos —dijo, intentando disimular su ligera inco-
modidad. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? En serio, era esa clase
de belleza irrebatible, abrumadora, que uno solía encontrar sólo en
algunos actores, en algunos modelos—. No creo que sea adecuado
presentarme en el baile si las desapariciones aún continúan.
Broderick asintió, comprensivo.
—Ya…
—¿Tú vas a ir?
—Claro. Me gusta divertirme.
Ahí estaba. Harry sintió cómo su cuerpo despertaba al notar
aquella ligerísima, casi imperceptible nota de coqueteo en su voz.
Como si en vez de «divertirme» hubiera dicho «tener sexo salvaje
hasta el amanecer».
La pregunta que quemaba ahora sus labios era si iba a ir solo.
Pero sabía perfectamente que eso era interesarse por la vida senti-
mental de Broderick, y que la razón de ese interés no era inocente.
Debería haberlo sido, pero, por desgracia, no lo era. Así que se limi-
tó a asentir también y a poner su mejor cara de «soy un hombre se-

260
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

rio con muchas preocupaciones serias» y a esperar en silencio a que


el ascensor llegara por fin a la planta baja.


Aquella noche, Andromeda y Teddy habían ido a cenar y el
segundo estaba contándoles que iba a ponerse en contacto con uno
de los mejores psicomagos del país para ver si quería tomarlo como
aprendiz cuando terminara su adiestramiento en San Mungo. Su
favorito era un tal Merrythoughts, quien al parecer estaba especiali-
zado en niños y adolescentes; no aceptaba aprendices con facilidad y
Teddy alternaba entre el optimismo y la inseguridad cuando hablaba
de sus posibilidades de conseguirlo. Harry no había oído hablar de
ese hombre en toda su vida, pero era un sangrepura, lo cual quería
decir que Andromeda podía ubicarlo perfectamente. En menos de
cinco minutos, Harry se enteró de la mitad de su árbol genealógico.
—Jo, señora Tonks —dijo entonces Lily, mirándola con ojos
impresionados—, ¿usted conoce a todas las familias del país?
Andromeda le dirigió una pequeña sonrisa.
—Si son sangrepuras, sí. Era algo que aprendíamos todos de
pequeños.
—¿Para qué?
—Para saber quién estaba emparentado con quién, ese estilo
de cosas. Y es otra manera de aprender historia, una que no tiene
que ver con las guerras contra los duendes, o la Edad de las Hogue-
ras o todo eso que enseñan en los libros de texto. La historia de la
gente, ¿comprendes?
Lily asintió; Harry se había quedado algo pensativo. Sabía
que la mayoría de los sangrepuras estudiaban las genealogías de to-
das las familias de su clase, pero siempre había imaginado que era,
sobre todo, una manera de distinguir a los suyos de los mestizos y
los sangremuggle. El hecho de que los Weasley no tuvieran esa cos-
tumbre parecía apoyar esa teoría. Nunca se le había ocurrido que
también era una manera de mantener viva la historia de una familia,

261
CAPÍTULO | 15
Un paso más

quién se había casado con quién, los enlaces que se habían ido for-
mando entre ellos con el tiempo.
Teddy, sin embargo, miró a su abuela con una ligera preocu-
pación.
—Merrythought suena a sangrepura de la vieja escuela.
Harry comprendió por qué había dicho eso y se preocupó un
poco también, pero Andromeda se encogió de hombros.
—Me contaste que había tratado a chicos sangremuggle,
¿no? —dijo ella—. Imagino que si acepta pacientes que no sean
sangrepuras no debe tener demasiados prejuicios. Además, los Me-
rrythoughts siempre se han mantenido bastante neutrales; sólo se
casan con sangrepuras, pero eso suele ser todo.
—Mi abuelo dice que no debemos casarnos con sangrepuras
—intervino Lily.
Andromeda se giró inquisitivamente hacia Ginny, y aunque
en su expresión no había rastro del más mínimo reproche, Harry
tuvo la sensación de que no lo consideraba un comentario afortu-
nado.
—Eso es sólo una broma del abuelo, Lily —dijo Ginny, con
cariñosa condescendencia—. Sabes que puedes casarte con quien
quieras.
—¿Cuándo vas a escribirle? —le preguntó Harry a Teddy,
pensando que era mejor dejar el tema de las bodas y los sangrepu-
ras.
Teddy, que en ese momento se estaba terminando el budín
de arroz que había de postre, tragó a toda prisa.
—Después de Pascua, cuando nos den los resultados de
nuestra evaluación.
Harry estaba bastante convencido de sus posibilidades. Teddy
era listo, constante como un buen Hufflepuff. Y en realidad no te-
nía competencia: de los seis alumnos de su promoción que estaban
estudiando en San Mungo, él era el único que quería dedicarse a la
psicomagia; los demás —lo sabía por el propio Teddy— querían
dedicarse a otras ramas de la medimagia.

262
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—También puedes entrar de aprendiz con alguno de los psi-


comagos de San Mungo, ¿no? —dijo Ginny.
—Sí, pero no es lo mismo —dijo Teddy—. Ellos están espe-
cializados sobre todo en daños causados por hechizos o pociones;
los problemas que trata Merrythought son de otro estilo: problemas
de comportamiento, miedos nocturnos, depresión…Casi nunca usa
hechizos, sólo habla con ellos, analiza sus sueños y esas cosas.
Harry imaginó que era como la diferencia entre un psiquia-
tra y un psicólogo.
—Tú preocúpate de hacerlo lo mejor posible en San Mungo
para que tus informes sean buenos y luego ya veremos —dijo An-
dromeda—. Si Merrythought es tan inteligente como crees, sabrá
apreciar lo que vales.


Todavía no había amanecido. En una sala subterránea oculta
bajo tierra, conectada con las mazmorras de la mansión Malfoy por
un pasadizo que sólo se abría para los miembros de la familia y cuya
existencia desconocían los aurores, Draco practicaba tenazmente un
maleficio de su invención contra unos blancos muy similares a los
que usaban en la Academia de Aurores. El daño que causaba no era
muy serio, sólo unos cinco minutos de dolorosa parálisis nerviosa;
su valor radicaba en que el rayo que lanzaba era triple, lo cual quería
decir que podía inmovilizar a tres enemigos a la vez. No era fácil
calcular bien la trayectoria de los tres rayos a la vez y luego tendría
que aprender a usarlo en blancos móviles, pero su puntería mejora-
ba día a día.
Una parte de Draco pensaba que todo lo que les había pasa-
do en la guerra había sido consecuencia de no estar preparado, de
no tener suficiente poder. Sus padres tenían un nivel alto de magia
y conocían hechizos tan poderosos como desagradables, pero nunca
habían sido constantes en sus prácticas de duelo. Lo mismo, más o
menos, podía decirse de él. La otra parte de Draco dudaba que eso

263
CAPÍTULO | 15
Un paso más

fuera realmente cierto; si no había sido capaz de enfrentarse a Vol-


demort había sido porque las torturas a su madre, que su tía Bella-
trix le había relatado detalladamente por carta para incentivarlo a
cumplir con su misión, así como todas las atrocidades que había
presenciado junto a los mortífagos, le habían dejado demasiado ate-
rrorizado.
Pero, ¿cómo practicaba uno para vencer ese miedo? ¿Cómo
se aseguraba de que, si se presentaba la ocasión, no volvería a sentir
ese terror que hacía que sus piernas parecieran incapaces de soste-
nerle y su estómago se contrajera? Lo único que podía hacer era en-
trenar día tras día, confiar en que, si llegaba el momento, la seguri-
dad en su capacidad para defenderse valdría más que cualquier
miedo que pudiera sentir. Al menos tenía el consuelo de que cuan-
do le habían atacado en Italia, tantos años atrás, había reaccionado
luchando y defendiéndose, no quedándose paralizado por el miedo.
Cuando quedó satisfecho con sus progresos, dejó la varita en
su sitio —entrenaba con otra diferente a la que llevaba normalmen-
te, las varitas que sus padres y él usaban en esa habitación nunca sa-
lían de allí— e hizo, también como cada mañana, cien flexiones y
cien abdominales. Después se subió a una cinta de correr mágica y
la usó durante media hora, sintiendo cómo sus pulmones protesta-
ban cada vez más. Las Cruciatus de Voldemort, sumadas a todo el
humo que había respirado en el incendio de la Sala de los Meneste-
res (por no hablar del mes que había pasado en la húmeda y fría
Azkaban a la espera de juicio, recibiendo una atención médica que a
duras penas merecía ese nombre), le habían dejado los pulmones
dañados. En aquella época, el más mínimo esfuerzo podía hacerle
caer en un violento ataque de tos en el que parecía que iba a morir
asfixiado. Durante un par de años había combatido los efectos con
una poción medicinal, pero tenía un sabor desagradable y le hacía
sentirse como un enfermo. Con el tiempo había descubierto que
hacer ejercicio de manera regular también mejoraba su capacidad
pulmonar; si se abandonaba una semana empezaba a respirar como

264
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

un crup viejo en un día de calor y volvía a ser presa fácil para los
ataques de tos, pero mientras fuera constante no tendría problemas.
Después de terminar con los ejercicios, Draco recogió su va-
rita, la que usaba siempre excepto allí, y salió de la sala, que se cerró
tras de sí con un ominoso y contundente chasquido. El pasillo era
largo, casi doscientos metros: la sala estaba situada cerca del linde
norte de los terrenos de la mansión. Cuando salió a las mazmorras,
se Apareció en su dormitorio, donde Astoria aún dormía profun-
damente, y se metió en el cuarto de baño anexo para darse una du-
cha. Su maleficio dejaba un leve olor a ozono que parecía pegársele
a la piel y el pelo, así que se enjabonó con generosidad. Una vez
limpio, salió de la ducha, se secó con una toalla y se afeitó.
Astoria seguía durmiendo cuando salió del baño y empezó a
vestirse. Draco la adoraba, pero reconocía que era la mujer más pe-
rezosa que había conocido nunca. Si por ella fuera, dormiría diez
horas al día y Draco estaba seguro de que si entrenara para animaga
acabaría convertida en un lirón o en un perezoso. Aquel día, sin
embargo, Astoria tenía varias cosas que hacer, así que Draco la
apuntó con su varita y murmuró un hechizo por lo bajo. Al mo-
mento, su mujer empezó a moverse y a reírse.
—Draco, deja de hacerme cosquillas —protestó, con voz
adormilada.
Él levantó el hechizo mientras se sentaba en la cama.
—Venga, levántate. Todo el mundo lleva siglos levantado.
Astoria suspiró y abrió los ojos.
—¿Ya estás vestido y todo?
—Son casi las nueve.
—Espera un minuto —dijo ella, saliendo de la cama.
Lo bueno que tenía es que, cuando quería, era capaz de ser
muy rápida. En menos de diez minutos estaba lista para bajar a
desayunar, recién duchada y con una túnica beige con adornos en
azul claro. A no ser que uno estuviera enfermo, la tradición manda-
ba que los Malfoy sólo se sentaran a desayunar todavía en pijama la
mañana de Navidad.

265
CAPÍTULO | 15
Un paso más

Sus padres y Cassandra ya estaban allí aunque, a juzgar por la


cantidad de comida que tenían en el plato, acababan de sentarse.
Draco se sirvió una taza de café cargado y unos huevos con jamón.
—¿No vas a comer más? —le preguntó su madre.
—Quizás luego.—Miró a su padre, que estaba leyendo el pe-
riódico—. ¿Alguna novedad sobre las desapariciones?
—No. Si el Departamento de Aurores sigue dando muestras
de tanta ineptitud, los días de Potter en el cargo están contados.
Draco hizo un ruidito escéptico.
—Sí, seguro. Potter sólo dejará de ser Jefe de Aurores cuando
le regalen el puesto de Ministro de Magia.
Y ese día, por cierto, él se marcharía de Inglaterra y no volve-
ría hasta que pusieran a otro ministro, muchas gracias. La idea de
ser gobernado por Potter le daba tanto asco que se le revolvía el es-
tómago sólo de pensarlo.
—Tonterías —replicó Narcissa—. Este es el primer caso
realmente grave con el que se enfrenta desde que es Auror y no
puede decirse que esté respondiendo a las expectativas. La gente es-
tá empezando a perder la paciencia: si fracasa, no lo tendrá tan fácil
para sustituir a Shacklebolt.
—¿Nosotros también podemos desaparecer? —preguntó de
pronto Cassandra, haciendo que los adultos se giraran hacia ella.
—No, claro que no —le aseguró Lucius al momento—. La
mansión Malfoy es inexpugnable, cariño.
—No sé qué es esa palabra —confesó la niña.
—Quiere decir que nadie puede entrar aquí sin nuestro con-
sentimiento —le explicó Draco. Si no hubiera sido porque él y su
padre tenían la Marca Tenebrosa, Voldemort no habría podido po-
ner nunca un pie en la mansión. Tampoco habría podido herirles y
mucho menos matarlos: la casa les habría defendido. Ahora que
Voldemort no estaba, no había sitio más seguro para ellos sobre la
faz de la tierra—. Además, dentro de esta casa nadie puede hacerte
daño.
—¿Por qué no?

266
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Magia ancestral. Cuando un Malfoy da su primera señal


de magia, sus padres realizan un ritual que refuerza las protecciones
de la mansión. —Uno perdía un poco de poder durante algún
tiempo, pero siendo niños pequeños no tenía demasiada importan-
cia—. Imagina cuánta energía han podido acumular esas proteccio-
nes si todos los Malfoy desde hace cinco siglos han realizado ese ri-
tual.
—¿Y con Scorpius y conmigo también lo hicisteis?
—Claro. Pero erais muy pequeños, por eso no os acordáis.
—Los dos habían dado su primera señal de magia más o menos al
cumplir los dos años; en ambas ocasiones les había pillado fuera del
país, pero habían hecho una visita a Inglaterra para cumplir con el
ritual.
Cassandra asintió, más tranquila respecto a la posibilidad de
que desapareciera alguien de su familia, y siguieron desayunando.


Dos días después, Draco y Astoria acudieron a la fiesta de
cumpleaños de Elizabeth Crane, la mujer del aburrido Mortimer
Crane. La fiesta prometía ser también un aburrimiento, pero Draco
sabía que haber sido invitado era una buena señal; los Malfoy ha-
bían estado en la lista negra desde la guerra y cada casa en la que
volvían a ser admitidos era un paso más en el camino hacia la posi-
ción de la que habían caído, especialmente en casas de familias que
tradicionalmente no habían ido a Slytherin. Los dos Crane habían
ido a Hufflepuff; sus hijos, a Hufflepuff y Ravenclaw.
Después de varias semanas de pesquisas, Draco había dejado
de pensar en las palabras de Conrad Montague. Realmente nadie
sabía nada, así que la posibilidad buscar su lugar en una nueva so-
ciedad había dejado de sonar realista. No había más sociedad a la
vista que aquella en la que vivían. Y quizás nunca hubiera un hueco
para él, quizás le hicieran pagar por sus errores durante toda su vi-
da, pero tenía la esperanza de poder cambiar las cosas para Scorpius

267
CAPÍTULO | 15
Un paso más

y Cassandra. Así que llegó a la fiesta tan predispuesto a mostrar su


faceta más sociable y diplomática como en otras ocasiones similares.
Que miraran al mortífago con morbosa fascinación, que se acerca-
ran a hacerle saber de forma no muy sutil que se consideraban mo-
ralmente superiores a él aunque admiraran su ropa y valoraran su
fortuna.
En la fiesta había bastantes conocidos, muchos de ellos del
colegio. Draco había hecho negocios con algunos y fue a saludarlos.
Sólo había un ex alumno de su curso y era Seamus Finnigan, un
Gryffindor. Para su sorpresa, Finnigan parecía haber ido a la fiesta
con la hermana pequeña de Fiona Burrows, una amiga de Astoria.
Fiona había estado en Ravenclaw, en el mismo curso que su mujer,
y era una de las pocas invitadas no Slytherin que habían acudido a la
boda. Astoria le había contado que Fiona también había sido una de
las pocas personas que había luchado contra el hostigamiento al que
los Slytherin se habían visto sometidos en Hogwarts tras la guerra,
y la verdad era que en las pocas veces que habían coincidido, a él
nunca lo había mirado mal.
Astoria no conocía tanto a Miriam como a su hermana ma-
yor, pero sí lo suficiente como para que las dos se saludaran al verse.
—¿Habéis llegado ahora?
—Sí, ahora mismo.
Draco se fijó en que Finnigan, que no hacía ademán de que-
rer unirse a la conversación, les observaba como si pensara que esa
tendencia de su novia a hablar con los Slytherin era un defecto que
debía llevar con resignación.
—¿Novio nuevo? —preguntó Astoria. Finnigan se había di-
vorciado tres años atrás, todo un pequeño escándalo. Claro que eso
le pasaba por casarse con sangresucias.
—Sí, empezamos a salir hace un mes. —Miriam le hizo una
seña para que se acercara. Finnigan vaciló una fracción de segundo,
pero se acercó finalmente—. No conoces a Astoria Malfoy, ¿verdad,
Seamus?
—No —dijo él, tendiéndole la mano—. Encantado.

268
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Lo mismo digo —respondió Astoria, estrechándosela.


—Finnigan —saludó Draco, con una cortés inclinación de
cabeza.
Su antiguo compañero de clase le devolvió el saludo. Draco
se preguntó si Finnigan sabría que, en veinte años, había sido el
primer Gryffindor de su curso en hacerlo. No era que le importara
mucho, pero a veces se preguntaba de dónde sacaba la gente que los
Gryffindor no eran rencorosos.
—Hola, Malfoy.
Finnigan no dijo nada más y Draco lo encontró una buena
idea, porque él tampoco tenía nada que decirle, en realidad; no creía
que hubieran cruzado una sola palabra desde que se conocían. De
todos modos, no dio tiempo a que nadie se sintiera incómodo, por-
que Astoria divisó a otro conocido y enseguida se fueron a saludar-
los también. Y mientras hablaban con él, Draco descubrió que
Conrad Montague también había ido a la fiesta, acompañado de
una chica muy joven, de lustroso pelo negro; si era sangrepura, en
ese momento era incapaz de ubicarla. Cuando sus miradas se cruza-
ron, Montague esbozó una sonrisa levemente sorprendida y alzó su
copa de champagne en su dirección.
Draco no se extrañó cuando, unos minutos después, Monta-
gue se acercó a él.
—Gran fiesta, ¿eh?
—Oh, sí —dijo, captando su ironía—. De las mejores.
—Creía que nos veríamos mucho antes. Confiaba en haber
despertado tu interés.
Draco volvió a sentir la misma tentación mezclada con cu-
riosidad que le había asaltado en su último encuentro con Monta-
gue. Había pasado mucho tiempo meditando sobre lo que podían
querer de él. Los Malfoy tenían poca influencia en el ministerio y
no estaban considerados como luchadores especialmente valiosos;
además, contaban con la desventaja de que en cualquier momento
podían verse obligados a tomar veritaserum, lo cual les volvía poco
fiables como compañeros de conspiración. Y eso por no hablar de

269
CAPÍTULO | 15
Un paso más

que, en política, asociarse con ellos equivalía a un suicidio. La única


posibilidad que le quedaba era su fortuna; debían de estar buscando
algún patrocinador para sus asuntos, fueran legales o ilegales.
—Despertaste mi interés. Pero soy un hombre de negocios,
Montague, no un político. Y la verdad es que no quiero problemas.
Montague lo miró inquisitivamente un par de segundos y
después esbozó una sonrisa que a Draco no le gustó nada, mitad
burlona, mitad despectiva.
—Vamos, Malfoy, cualquiera diría que te estoy proponiendo
algo ilegal. ¿Es por eso por los que no has querido ponerte en con-
tacto conmigo?
Draco intentó proteger la poca dignidad que le quedaba.
—Si hubieras tratado más con él, lo entenderías —dijo, lo
más fríamente que pudo.
Montague arqueó las cejas.
—Bien, puedes estar tranquilo —le aseguró, con una ligera
sorna—. Estamos hablando simplemente de política. Mira, dentro
de dos sábados doy una cena en mi casa. ¿Por qué no venís Astoria y
tú? Creo que la encontraréis muy interesante.
Una cena no podía significar un compromiso tan fuerte, y
ahora que tenía cierta certeza de que no era nada peligroso, Draco
quería, necesitaba saber más, así que aceptó y después se fue a con-
társelo a Astoria. A ella, todo ese asunto le despertaba más recelos
que a él, pero reconocía que ir a una cena no era lo mismo que to-
mar la Marca Tenebrosa. Aún hablaban de ello cuando Draco se de-
tuvo a media frase, consternado: Ron Weasley y Hermione Granger
acababan de entrar en la habitación.
—Oh, mierda —exclamó Astoria, por lo bajo.
Draco, sin poder creerlo todavía, observó cómo Finnigan se
acercaba rápida y sonrientemente a saludarlos; ninguno de los dos
les había visto aún. Ni siquiera le quedaba el consuelo de poder
burlarse de su aspecto; los años y el dinero que ganaban con la tien-
da de productos de bromas había hecho que ambos mejoraran un
poco en ese sentido.

270
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Sabías que iban a venir? —le preguntó Draco por lo bajo.


—No, te lo habría dicho. Aunque ella y Mortimer trabajan
juntos, ¿no?
Draco asintió, intentando disimular no sólo su aborreci-
miento, sino también su inquietud. Astoria y él habían ido a esa
fiesta a dejarse ver, a estrechar un poquito más los lazos con los
Crane, a allanar el camino para Scorpius y Cassandra. Pero Weasley
podía causarle muchos problemas: bastaba con que consiguiera una
audiencia con la que compartir sus bromitas. Y era un jodido héroe
de guerra. Tendría esa audiencia.
—Tenemos que quedarnos por lo menos una hora más —le
recordó Astoria.
Por supuesto. Si se marchaban antes, darían por sentado que
su partida estaba relacionada con los Weasley. Quizás no todos, pero
sí los suficientes. Pasara lo que pasara, tenían que aguantar. Enton-
ces Crane se acercó a ellos con una ligera sonrisa y se acercó confi-
dencialmente a Draco.
—No te preocupes, Malfoy. Ya sabían que ibais a estar aquí y
no les importa.
Estaba ahí con permiso de la Comadreja… Draco siseó por
lo bajo, disgustado, lo cual atrajo al momento la atención de Crane.
La firme mano de Astoria apretando la suya con una fuerza digna de
Millicent Bulstrode, le recordó que debía sujetar su lengua.
—Estupendo —oyó que decía su mujer—. No queremos
causaros problemas.
—Por supuesto que no —dijo Crane, lanzando todavía mi-
radas suspicaces en dirección a Draco—. Además, ya sabéis que Eli-
zabeth y yo os tenemos mucho aprecio.
Astoria dijo alguna tontería más a la que Draco no prestó
atención porque estaba intentando mantener bajo control la furia,
mezclada con humillación, que sentía en esos momentos. Crane se
marchó por fin y Astoria le pasó el brazo por la cintura.

271
CAPÍTULO | 15
Un paso más

—Tienes que controlarte, Draco —murmuró—. No es tan


grave. No es como si quisiéramos llevarnos bien con los Weasley o
como si no estuviéramos utilizando a los Crane.
Draco apretó los dientes un momento, tan rabioso que tam-
bién tuvo que esforzarse en no quitarse de encima el abrazo de As-
toria.
—Lo sé.
El resto de la noche fue un desastre. Draco rara vez se relaja-
ba realmente en esas fiestas, que eran más un pequeño campo de
batalla social que una verdadera diversión —para eso estaban sus
verdaderos amigos—, pero estaba más tenso de lo normal, pregun-
tándose la causa de cada risotada de Weasley y Finnigan. Con la
Comadreja y Granger allí, dos tercios del famoso trío, la fiesta había
cambiado por completo: ahora casi todos los invitados orbitaban al-
rededor de ellos. Los pocos que no lo hacían eran sangrepuras que
sentían un ligero desprecio hacia los Weasley que ninguna hazaña
de guerra podría cambiar —los Weasley que imitaban a los muggles
en todo lo que podían, que no mantenían las viejas tradiciones, que
hablaban mal de los sangrepuras como si ellos no lo fueran tam-
bién—; pero eso no significaba que estuvieran dispuestos a arriesgar
demasiado su reputación acercándose más de la cuenta a los Malfoy
o que no desaprobaran sus vínculos con Voldemort. Incluso Mon-
tague había optado por hacer un aparte con su pareja, y los dos esta-
ban conversando por su cuenta en uno de los sillones. Ellos acaba-
ron haciendo lo mismo, aunque su conversación no era tan des-
preocupada; Draco se sentía cada vez más irritado y no fue capaz de
responder a los intentos de Astoria por distraerlo. Debería de ha-
berse acostumbrado ya; no lo pasaría tan mal. Y Merlín sabía que
había sufrido humillaciones peores, cortesía tanto de Voldemort y
sus mortífagos como de los aurores. Pero en el fondo pensaba que
acostumbrarse equivalía a empezar a rendirse y eso era algo que no
pensaba hacer.
Cuando por fin pasó un tiempo prudencial y pudieron mar-
charse de allí, le dedicó una última mirada a Montague. No sabía

272
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

qué iba a encontrarse en aquella cena, pero se atrevió a esperar que


fuera la solución que andaba buscando.

273
Capítulo 16
Advertencia

A finales de marzo, Albus estaba ya acostumbrado a quedar


un par de veces a la semana con Scorpius. En ocasiones
simplemente hablaban de quidditch, de las clases, de los
profesores; sin necesidad de acordarlo, sus respectivas familias se
mencionaban muy de pasada. Había días en los que uno de los dos
había aprendido algún hechizo especialmente ingenioso de algún
alumno mayor y practicaban hasta que ambos eran capaces de reali-
zarlos bien; otros días, si habían conseguido escaquear un tablero,
jugaban al ajedrez o a las damas explosivas. Y también se enseñaban
otras cosas no tan mágicas, pero igual de importantes, porque Scor-
pius, por ejemplo, no sabía silbar metiéndose los dedos en la boca y
Albus nunca había aprendido a andar con las manos.
Normalmente quedaban en los establos. La construcción
disponía de un pequeño altillo al que nadie debía subir porque no
había ninguna escalera ya a la vista; ellos habían hecho una con ma-
deras, cuerda y algo de magia y estaban empezando a considerarlo
su refugio particular. Cuando se marchaban, enviaban la escalera de
cuerda al altillo con un Wingardum Leviosa; un Accio bastaba para
dejarla caer por el lateral, lista para que treparan por ella. Scorpius
ya se había llevado un almohadón y habían dejado allí de manera
permanente una baraja de cartas.

274
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Pero a veces hacía demasiado frío, o llovía tanto que, aparte


de que el agua se metía por las rendijas de la madera, resultaba sos-
pechoso que quisieran salir solos del castillo. Entonces quedaban en
la sala de música, en la que casi nunca había nadie, aunque allí se
sentían más expuestos que en los establos y sus encuentros duraban
mucho menos.
En una de esas ocasiones, habían quedado en aquella clase
porque Albus tenía que devolverle a Scorpius un libro que éste le
había prestado, “Las aventuras de Celeste y Nox”. Iba de una bruja
de doce años que descubría que su crup era en realidad un mago de
su edad al que un terrible hechicero había convertido en animal y
los dos pasaban por mil aventuras para conseguir deshacer el hechi-
zo. Scorpius decía que era buenísimo —si su gato se llama Nox era
en homenaje al personaje del libro— y había insistido en que se lo
leyera, y lo cierto era que a Albus le había gustado tanto que pensa-
ba escribir a su casa y pedirles a sus padres que le compraran uno
para él.
Apenas le dio tiempo a escribir la carta y mandarla con Nemo,
cuando llegó la hora del té y Albus se fue al Gran Comedor con
Amal, Rose y Cecily. Urien andaba por allí, tan ensimismado y tris-
tón como siempre; los intentos de Neville por averiguar qué le pa-
saba o por animarlo no habían tenido mucho éxito. Watson, como
siempre, estaba sentado cerca de James. En la mesa de Slytherin,
Scorpius charlaba con sus amigos. Albus se dio cuenta, cuando ya se
levantaban para irse, de que su prima Dominique se acercaba desde
su mesa de Ravenclaw para hablar con James, pero no le dio más
importancia hasta que no mucho después, ya en la Sala Común, su
hermano se acercó a él con cara seria, le dijo que quería hablar con
él y lo hizo entrar al dormitorio de chicos de primero junto con
Fred y Michael.
—¿Qué pasa? —preguntó, dándose cuenta de que lo mira-
ban con una mezcla de extrañeza y suspicacia que no prometía nada
bueno.

275
CAPÍTULO | 16
Advertencia

—Oye, Albus… ¿estabas hablando con Malfoy?—dijo en-


tonces James, como si no pudiera creer siquiera que estaba hacien-
do esa pregunta.
—¿Qué? —balbuceó, pillado por sorpresa.
¿Lo sabían? Pero, ¿cómo podían saberlo? ¿Quién les había
visto? ¿Quién se lo había dicho? Estaba tan sobresaltado por haber
sido descubierto de manera tan inesperada que no era capaz ni de
mentir. No se atrevía, porque no sabía lo que ellos sabían. Habría
confesado de lleno si en ese momento James, impaciente, no le hu-
biera dado algo de información.
—Dominique dice que unos Ravenclaw de cuarto te han vis-
to salir de una clase con Scorpius Malfoy. ¿Qué ha pasado? ¿Se ha
metido contigo otra vez?
—No. No, o sea…—Albus, nervioso, intentó pensar algo a
toda prisa, pero mentir no se le daba muy bien. Justo cuando estaba
seguro de que no había escapatoria y le habían pillado, justo cuando
el silencio empezaba a durar demasiado, le golpeó la inspiración.
No tuvo tiempo de pensar si era una buena idea: era lo único que
tenía y se aferró desesperadamente a ella—. Le estaba siguiendo pa-
ra ver si iba a hacer algo malo, pero sólo ha entrado en esa clase para
practicar el piano o algo así. Y como se ha enfadado al verme entrar
ya no ha querido quedarse allí y yo me he ido también. Deben de
habernos visto entonces.
No lo podía creer. Era la mentira más gorda que había con-
tado en toda su vida, más aún que cuando tenía siete años y había
acusado a un ghoul de comerse todo un tarro de galletas de nueces
y chocolate que su abuela les había llevado aquella tarde. El corazón
le latía a mil por hora mientras aguardaba la reacción de James y sus
primos; desde luego, lo del ghoul había sido un fracaso.
Pero le creyeron. No al cien por cien, pero le creyeron.
—Ya… Bueno, está bien, pero ándate con ojo, ¿eh?
—Sí, claro —dijo, intentando que no se le notara su sorpresa
y alivio al ver que, milagrosamente, había funcionado.

276
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Aquello parecía ser suficiente. Albus volvió a bajar a la Sala


Común para ponerse a hacer los deberes con sus amigos. Rose y
Amal lo miraron con curiosidad y preocupación.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó su prima.
—Nada. Querían preguntarme una cosa.
Rose se mordió los labios unos segundos.
—Molly dice que Dominique dice que te habían visto con
Malfoy.
—¿Creen que eres amigo suyo o algo así? —preguntó Amal,
sorprendido.
—No sé.
—Pero, ¿por qué piensan eso? —insistió su prima.
A Albus no le gustaba tener que mentirles a ellos, pero pensó
que no le quedaba más remedio y les contó lo mismo que les había
contado a James, Michael y Fred. Amal puso cara de pensar que es-
taba haciendo el idiota por seguir a Malfoy, pero eso fue todo. Sin
embargo, Albus pensó después que tenía que avisar a Scorpius de lo
que había pasado, cosa que igual no iba a ser fácil. James no se había
quedado convencido del todo; si no tenía nada mejor que hacer,
quizás decidía echarle un ojo por si las moscas. Y también podía pe-
dirle a Watson que los vigilara en las clases que compartían con los
Slytherin. En cuanto consiguió un poco de privacidad, Albus le es-
cribió una carta explicándoselo todo; después se la guardó en el bol-
sillo, bien doblada, decidido a hacérsela llegar en cuanto pudiera.


Al día siguiente, Albus se levantó media hora antes para ir a
la lechucería y enviarle la carta a Scorpius con una de las anónimas
lechuzas de la escuela, ya que la suya sería inmediatamente identifi-
cada. Temía encontrarse a su hermano o a alguno de sus primos
montando guardia en la Sala Común, pero sólo había media docena
escasa de alumnos mayores haciendo los deberes. Una chica, amiga

277
CAPÍTULO | 16
Advertencia

de las gemelas, le preguntó dónde iba, pero cuando Albus le dijo


que iba a dar una vuelta asintió sin más comentarios.
El castillo estaba bastante silencioso aún, pero Albus no esta-
ba infringiendo ninguna regla por andar por los pasillos a esa hora.
Iba rápido para poder solucionar aquello cuanto antes y regresar an-
tes de que se despertaran los demás. Una vez en la lechucería ató
apresuradamente la carta a la pata de la lechuza, la lanzó a volar y sa-
lió de allí igual de rápido. Al menos ahora, si a James le daba por
encararse con Scorpius y tratar de averiguar su versión de los he-
chos, Scorpius sabría de qué le estaban hablando.
Cuando regresó a la Sala Común, aún no era hora de levan-
tarse, aunque ya había aumentado el número de alumnos madruga-
dores; entre ellos estaba su prima Victoire, quien al verlo puso una
cara de sorpresa y preocupación que Albus no entendió.
—¿Albus? ¡No tenía ni idea de que no estabas en tu habita-
ción!
—¿Qué pasa? —dijo, extrañado por su reacción.
—Neville ha venido hace unos minutos. Nos ha dicho que
avisemos a los demás de que no deben salir del castillo.
Albus se dio cuenta entonces de que esos alumnos que había
visto levantados eran todos prefectos.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—No nos lo ha contado. Dice que McGonagall nos lo expli-
cará durante el desayuno. —Victoire puso los brazos en jarras—.
¿Puede saberse a dónde has ido a estas horas? ¿Y si te hubiera pasa-
do algo?
—Y yo qué sabía —protestó Albus.
Victoire soltó un sentido suspiro y chasqueó la lengua, pero
no dijo nada más. Albus se apresuró a apartarse de su vista, a ver si
así no se acordaba de que, después de todo, no había llegado a con-
tarle para qué había madrugado tanto.



278
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Scorpius entró en el Gran Comedor preguntándose qué es-


taba pasando. Un prefecto se había pasado por su dormitorio cuan-
do apenas acababan de levantarse para decirles que estaba terminan-
temente prohibido salir del castillo, incluso para ir a los patios inte-
riores. Era una advertencia inusual, y si obedecía a alguna razón, no
se la habían dicho. Y ahora se encontraba con una mesa de los pro-
fesores en las que había notorias ausencias, entre ellas la de la propia
McGonagall.
—¿Qué creéis que está pasando? —le preguntó a sus amigos,
una vez más.
Ellos no tenían más idea que él y contestaron la primera teo-
ría que se les pasó por la cabeza; era mucho más importante averi-
guar si la ausencia, por ejemplo, de la profesora de Defensa quería
decir que ese jueves no iban a tener clase. Nadie protestaría si de
pronto se encontraban con dos horas libres.
El correo llegó entonces y Scorpius vio llegar a Justina, la le-
chuza que solían usar sus padres. La carta venía acompañada de una
caja de dulces. Todas las semanas le mandaban una, aunque no
siempre era igual. Scorpius no la abrió entonces; cuando recibían
dulces solían dejarlos para la noche, cuando Watson estaba con ellos
y se moría de envidia y rabia porque todos podían comer menos él.
La otra lechuza le sorprendió; parecía una de las del colegio, y los
alumnos no solían usarlas para mandarse mensajes entre sí. Pero
entonces lo abrió y nada más empezar a leer comprendió que era de
Albus. Cuando leyó que habían estado a puntos de descubrirles tu-
vo que hacer un esfuerzo por no mirar hacia la mesa de los Gryf-
findor. Ni siquiera se habían dado cuenta de que había Ravenclaws
cerca… Debían tener más cuidado. Sobre todo por Albus. A él le
acribillarían a preguntas si se enteraban de que era amigo suyo, y a
más de uno, empezando por su padre, no le haría ninguna gracia,
pero probablemente sería peor para Albus. Pero a pesar del contra-
tiempo no se le pasó por la cabeza dejar de ver a Albus, no sólo por-
que él le caía bien, sino porque se negaba a dejar que James Potter y
sus primos le dijeran lo que tenía que hacer.

279
CAPÍTULO | 16
Advertencia

Estaban ya terminando de desayunar cuando la puerta del


Gran Comedor se abrió y entraron los profesores que faltaban, in-
cluida la directora. La sala se llenó de cuchicheos y Scorpius se dio
cuenta de que McGonagall y los demás estaban bastante tranquilos,
así que no debía ser nada grave. La directora habló durante un par
de minutos con Flitwick y después se giró hacia las mesas de los es-
tudiantes.
—Alumnos de Hogwarts… —En unos segundos, el come-
dor quedó en silencio—. Nos han informado de que podría haber
una bandada de dementores furtivos por la zona.
El silencio se rompió al momento, cuando todos empezaron
a cuchichear de nuevo. ¡Dementores! Sólo unos pocos alumnos de
sangre muggle no sabían lo que eran. Los dementores ya no estaban
en Azkaban y los aurores trataban de eliminarlos siempre que po-
dían, pero no podían evitar que crecieran nuevas criaturas en los
rincones más oscuros de los bosques y pantanos mágicos del país.
Scorpius reprimió un escalofrío de miedo al pensar que podían es-
tar cerca, esperando encontrar a algún alumno despistado para caer
sobre él y tragarse su alma.
La profesora McGonagall les mandó callar y continuó ha-
blando.
—Hemos estado examinando los alrededores y hemos refor-
zado las protecciones del colegio, pero, de todos modos, queda
terminantemente prohibido para todos los alumnos salir del castillo
hasta nuevo aviso. Las clases de vuelo de primero serán canceladas y
las de Herbología, Cuidado de Criaturas Mágicas y Astronomía se
darán temporalmente en un aula normal.
—¿Y qué pasa con el quidditch? —preguntó un Gryffindor
de séptimo.
—Los entrenamientos están cancelados temporalmente y si
es necesario, los partidos se retrasarán hasta después de las vacacio-
nes de Pascua. —La profesora lanzó una severa mirada de adverten-
cia que se detuvo unos segundos extra en los Gryffindor—. Creo
que no es necesario recordarles que los dementores son unas cria-

280
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

turas sumamente peligrosas. Espero que todos tengan el sentido


común de evitar riesgos innecesarios. Ya pueden marcharse a sus
clases.
Scorpius aún seguía pensando en los dementores, pero
cuando cruzó una mirada con Albus se dio cuenta de que no iban a
poder seguir quedando en los establos hasta que todo aquello pasa-
ra; dentro del castillo había más posibilidades de que los pillaran,
como había quedado demostrado el día anterior.
—Tuvimos una alarma así cuando yo estaba en segundo —
les dijo Gabriel, cuando pasaba apresuradamente por su lado con el
grupo de cuarto—. No os preocupéis, seguro que son sólo dos o
tres días como mucho.
Los alumnos de primero oscilaban entre la emoción y el
miedo. Los pocos que habían visto ya un dementor gozaban de toda
la atención de sus compañeros; Scorpius descubrió en Defensa que
Albus y Rose eran dos de ellos y como la profesora no había llegado
aún, decidió enterarse de más de la única manera que tenía.
—Eh, Potter, deja de inventarte cosas —dijo, en tono despec-
tivo—. Apuesto a que tú no has visto un dementor en tu vida.
Albus lo miró con un ligero desconcierto, pero su prima sal-
tó al momento.
—Pues sí que lo hemos visto, Malfoy, para que te enteres.
Bueno, no era Albus, pero serviría igual.
—¿Ah, sí? —dijo, cruzándose de brazos—. ¿Cuándo?
—Hace dos años, en el Ministerio. Unos magos extranjeros
llevaban uno como guardaespaldas.
Entonces intervino Peter Williamson, que cumplía años en
octubre —tenía doce años largos— y era el chico más mayor de to-
do primero.
—Podrías preguntárselo a tu abuelo, Malfoy. Seguro que vio
un montón cuando estuvo en Azkaban.
Algunos Gryffindor se rieron con él; entre ellos no estaba
Albus, quien le lanzó una mirada de censura a su compañero. Scor-

281
CAPÍTULO | 16
Advertencia

pius entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera decir nada, Da-
mon se le adelantó.
—No te lo tengas tan creído, Williamson —dijo, retador—.
El abuelo de Scorpius estuvo en Azkaban dos años, pero a uno de
tus bisabuelos lo dementorizaron por asesinar a casi una docena de
pacientes en San Mungo.
—Sí, y eso es peor —añadió Morrigan, por si no había que-
dado claro.
Scorpius, pensando que debería haber prestado más atención
a sus padres y a sus abuelos cuando le enseñaban genealogía, esbozó
una sonrisilla satisfecha al ver que aquello le había sentado mal a
Williamson, pero en ese momento entró la profesora Daskalova y
todos se apresuraron a adoptar su expresión más inocente mientras
los que aún estaban de pie de sentaban. En cuanto todos estuvieron
en sus sitios, Rose Weasley levantó la mano.
—Profesora, ¿puede decirnos qué podemos hacer si nos en-
contramos con un dementor?
La profesora puso los ojos en blanco.
—Si hacen lo que les ha dicho la profesora McGonagall y se
quedan dentro del castillo no hay manera alguna de que se encuen-
tren con un dementor.
—¿Y no podríamos aprender el Patronus?
—El encantamiento Patronus no es un hechizo que esté al
alcance de un niño de once años, señorita Weasley. No lo estudiarán
en Hogwarts hasta quinto.
—Pero profesora, mi tío Harry lo aprendió a hacer en tercero
y mi tía Ginny, en cuarto.
—Aunque un alumno de catorce años pueda conseguirlo, no
cambia el hecho de que el programa de estudios de Hogwarts no
estudia el patronus hasta quinto. En cuanto al señor Harry Potter,
es un caso especial.
Williamson levantó la mano también y la profesora le dio
permiso para hablar.

282
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Es verdad que los magos que practican magia negra, co-
mo los mortífagos, son incapaces de hacer un patronus?
Por si quedaba duda de la intención de su pregunta, Wi-
lliamson le había lanzado una mirada bastante descarada a Scorpius,
quien tuvo que controlarse para no sacarle la lengua.
—Sí. El patronus es un encantamiento especial; los magos
que practican habitualmente la magia negra no son capaces de en-
contrar en su interior la alegría pura que exige el patronus.
Scorpius vaciló por un momento, ya que no sabía si su padre
sabía hacerlo. Nunca se lo había visto hacer a nadie de su familia;
claro que tampoco los había visto delante de un dementor, así que
quizás esa era la razón. No, su padre tenía que saber hacerlo, toda
su familia. Tenía que escribir a casa y preguntarlo.


Con todo el jaleo de los dementores y los patronus, Scorpius
prácticamente se había olvidado ya de que habían estado a punto de
descubrirles a Albus y a él. Pero aquella tarde, cuando regresaba de
la biblioteca con Diana, le bastó un vistazo a la cara de sus compa-
ñeros para saber que había pasado algo.
—¿Qué pasa? —le preguntó a Morrigan, sentándose en una
silla.
—El imbécil de Watson está diciendo que os han visto ha-
blando a Albus Potter y a ti. Se lo está inventando, ¿verdad?
—Sí, le hemos dicho que se fuera a la mierda —dijo Damon.
El hecho de que hubieran estado a punto de descubrir a Al-
bus había hecho que Scorpius se planteara que quizás también sos-
pecharían alguna vez que él, así que aquel giro en los acontecimien-
tos no le pilló del todo desprevenido. La mentira salió de sus labios
con toda naturalidad.
—Ese es un subnormal —dijo despectivamente—. Lo que
pasó fue que el idiota de Potter se puso a seguirme y entró a una

283
CAPÍTULO | 16
Advertencia

clase donde yo había ido a practicar piano. Entonces me fui para no


aguantarlo, él salió conmigo y por eso parecía que estábamos juntos.
Aquello pareció bastar. Scorpius supuso que no podían ni
imaginar que fuera amigo de Albus Potter, sobre todo después de
haber pasado una semana castigado por su culpa. Pero también
comprendió que había subestimado el peligro que suponía Watson;
no se le había ocurrido que podría esparcir ese rumor entre los pro-
pios Slytherin. Durante el resto de la noche estuvo pendiente de ver
si los alumnos mayores también empezaban a mirarlo como a un
bicho raro, pero Watson, en realidad, ni siquiera se atrevía a acercar-
se a ellos, y Morrigan y los demás tampoco se lo habían contado a
nadie. Al menos en ese sentido, podía estar tranquilo.


James se había empeñado en aprender a hacer el patronus.
—Si mi padre pudo hacerlo a los trece años, yo podré hacer-
lo ahora —le dijo a Victoire—. Al fin y al cabo, tengo ya catorce
años.
Su cumpleaños era a principios de diciembre, así que era uno
de los alumnos más mayores de tercero. Pero no era el único estu-
diante de Gryffindor empeñado en dominar ese hechizo. Albus y
Amal lo habían probado durante un rato y lo habían abandonado al
ver que no conseguían ni hacer vibrar la varita. Otros también
abandonaron en seguida. Albus sabía que su hermano no descansa-
ría hasta lograrlo; no siempre era constante, pero cuando se trataba
de imitar a su padre, James no se daba por vencido.
Una nota de Scorpius le hizo saber que él también había in-
tentado sin éxito el patronus y le informó de que sus padres eran
perfectamente capaces de realizar el conjuro. Albus se quedó un
poco sorprendido, dudando si aquello era verdad o no, y luego se
dijo que daba lo mismo. Lo que sí pensó fue que echaba de menos
su escondite en los establos y los ratos robados que pasaban allí jun-
tos; para empezar, le habría gustado poder hablar un ratito con él

284
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

para decirle que a él Peter Williamson tampoco le caía bien. Habla-


ba demasiado de que su padre trabajaba con Harry Potter y lo cono-
cía personalmente. Incluso a veces sospechaba que había sido él
quien lo había acusado de cobarde delante de Watson. Pero con
aquel asunto de los dementores era más difícil escabullirse solo,
aunque fuera nada más para ir a la clase de música.
La gente decía que los aurores estaban peinando la zona, que
los centauros parecían haber avistado una pareja de dementores al
norte del Bosque Prohibido; en Hogwarts, el único dementor que
vieron fue una túnica vieja que unos Slytherin hicieron flotar de-
lante de unos Hufflepuff de primero. Después de una semana de
alerta, McGonagall anunció que ya podían salir de nuevo al exte-
rior. Los alumnos recibieron la noticia con entusiasmo; ni siquiera
cuando llovía pasaban tanto tiempo encerrados. Albus intercambió
una mirada rápida con Scorpius para ver si él también había com-
prendido que ya podían volver a quedar en los establos. Pero como
todos los alumnos tenían ganas de aire libre y parecían estar por to-
das partes, aún tardaron un par de días más en poder verse allí.
—Pues he oído que ya sospecharon hace unas semanas que
podía haber dementores por aquí —dijo Albus, mientras él y Scor-
pius se aseguraban de que todas las cosas que habían dejado allí se-
guían en su sitio—. ¿Te acuerdas de cuando estuvimos castigados y
vino Zhou a vigilarnos y nos dijo que Daskalova había ido al Bos-
que Prohibido? Pues era para ver si encontraban algún rastro de
ellos.
—¿En serio?
—Sí, me enteré hace un par de días. —Entonces pensó en lo
complicado que había resultado quedar con él para poder contárse-
lo—. Ojalá mi padre me dejara su Capa de Invisibilidad. Así seguro
que no nos pillarían, que son más pesados…
—¿Tu padre tiene una? —Albus le habló de ella y Scorpius,
que había estado escuchándole con interés, se quedó pensativo—.
Puedo pedirles a mis padres que me regalen una para mi cumplea-
ños.

285
CAPÍTULO | 16
Advertencia

—¿Cuándo es?
—El treinta de abril. ¿Y el tuyo?
—El dos de julio.
Scorpius lo miró con una sonrisita de superioridad.
—Soy más mayor que tú.
—Pero medimos lo mismo —replicó Albus, sabiendo que
eso era irrebatible. A veces pensaba que Scorpius le caía tan bien
por eso; era el único alumno de Hogwarts con el que no tenía que
levantar la cabeza para mirarlo a los ojos—. ¿Tus padres te compra-
rían una Capa para tu cumpleaños?
—Claro —dijo, como si fuera el regalo más normal del
mundo.
En vista de que ningún dementor había robado nada de su
refugio, los dos chicos se sentaron cómodamente en los almohado-
nes del suelo. Scorpius sacó entonces del bolsillo una bolsa de papel
algo churretosa y se la ofreció.
—¿Quieres?
Dentro había algunos dulces bastante aplastados, pero Albus
ya sabía de primera mano que las golosinas que Scorpius recibía
eran exquisitas incluso en ese estado, así que metió la mano, sacó
una y se la metió en la boca.
—Mmmm, chocolate…
—Eh, Al, cuéntame como fue lo del dementor que viste en
el Ministerio.
Albus ya lo había contado una docena de veces a lo largo de
aquellos días, pero le gustó explicárselo también a Scorpius, que lo
escuchaba sin perder una sola palabra. En realidad había sido una
coincidencia, no lo había visto más que unos segundos antes de que
su padre se los llevara de allí a toda prisa. Pero había sido suficiente
para sentir esa tristeza horrible y ese frío que parecía nacer de los
propios huesos.
—¿Y tu padre hizo el patronus?
—No, no hizo falta. Nos sacó de allí y ya está.
Scorpius reflexionó un poco.

286
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Yo quiero que mi patronus sea un águila.


—No, no puedes elegirlo, ¿sabes? Sale un animal que te re-
presenta o que simboliza algo para ti. El de mi padre es un ciervo
porque mi abuelo era animago y podía convertirse en ese animal.
—¿Y cuál es el patronus de tu madre?
—Es un caballo. Aunque no sé por qué —confesó—. ¿Y los
de tus padres?
—El de mi padre es un lobo.
—¿Un lobo? —Albus no era un gran experto en esos anima-
les, pero por lo poco que sabía de ellos no pegaban mucho con su
imagen de Draco Malfoy. Scorpius asintió solemnemente—. ¿Por
qué?
—No sé, en su carta no me lo decía. Dice que al principio le
salió un carnero, pero que luego, al nacer yo, se convirtió en un es-
corpión. —Scorpius esbozó una sonrisa orgullosa al decir eso—. Y
cuando nació Cassandra, empezó a salirle con forma de lobo. Su-
pongo que es por eso, porque a los lobos les gustan las manadas.
—¿Y tu madre?
Scorpius tardó un segundo en contestar.
—No tiene forma, es sólo un escudo. Pero si quisiera, le sal-
dría con forma de animal —añadió rápidamente, justificándola—.
Es que no tiene tiempo para andar practicando todos los hechizos
del mundo.
—Bueno, no iba a decir nada de tu madre —le tranquilizó
Albus, que había notado cómo se ponía a la defensiva—. Nadie se
sabe todos los hechizos del mundo.
—Pues no. —Scorpius se pasó la mano por el pelo—. En fin,
al menos ya se han ido los dementores. Ha sido un rollo no poder
salir y no poder venir aquí.
Albus sonrió, completamente de acuerdo y se fijó una vez
más en la pulsera de plata. En la misma mano llevaba un anillo
también de plata —o quizás oro blanco, no es que fuera un exper-
to—, pero Albus sabía que era un sello familiar, un adorno habitual
en los herederos de las familias de sangre pura.

287
CAPÍTULO | 16
Advertencia

—¿Nunca te la quitas? —dijo, tocando la pulsera con el de-


do.
Scorpius la observó, haciéndola rodar.
—No, mis padres me dijeron que no me la debía quitar. Es
mágica, ¿sabes?
—¿Sí? —dijo, mirándola con más atención—. ¿Qué hace?
—Tiene una especie de hechizo localizador. Mis padres nos
compraron una a mí y otra a mi hermana cuando éramos muy pe-
queños por si alguien intentaba secuestrarnos.
—¿Secuestraros? —exclamó, estupefacto—. ¿Por qué?
—Porque somos muy ricos —contestó Scorpius, como si
aquello no tuviera nada de especial—. O para vengarse de mi fami-
lia.
Albus se mordió los labios. Había visto de primera mano
cómo se metían con Scorpius por culpa de su padre y su abuelo, pe-
ro no había imaginado que pudiera correr tanto peligro y la idea no
le gustó.
—¿Y cómo funciona?
—Si mis padres quisieran encontrarme, harían un hechizo y
me localizarían. Pero sólo la puedes usar siete veces; después, la
magia se agota.
—¿Y ya la han gastado alguna vez?
—No, qué va. —Scorpius lo miró con curiosidad—. ¿Y a tus
padres no les da miedo que os intenten secuestrar a ti o a tus her-
manos?
Albus, que no se esperaba esa pregunta, se lo quedó mirando
de hito en hito.
—¿Qué? ¿Por qué?
Scorpius meneó la cabeza.
—Porque tu padre es el Chico-que-vivió, Al —contestó,
como si la respuesta la supiera cualquiera—. Seguro que también
tiene un montón de enemigos.

288
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Pero da igual —replicó, con confianza—. Esos enemigos


saben que si intentaran hacernos daño, mi padre los encontraría y
los mataría, como hizo con Voldemort. Le tienen demasiado miedo.
Scorpius asintió, pensativo.
—Qué suerte.


Aquel sábado, el penúltimo antes de las vacaciones de Pas-
cua, jugaron el Gryffindor-Hufflepuff. Para alegría de Scorpius,
James Potter no pudo vencer a Alexia Montgomery, la excelente
Buscadora de Hufflepuff y aunque voló bien, terminó perdiendo.
Las caras de los Gryffindor a lo largo de todo el día fueron una
fuente constante de placer para los Slytherin —aunque a Scorpius
le sabía un poco mal por Albus y procuró comportarse cuando él
podía verlo—, pero el entretenimiento sólo duró hasta el Slytherin-
Ravenclaw del sábado siguiente, pues volvieron a perder. Y aunque
la derrota no hubiera sido tan humillante como la que habían reci-
bido a manos de los Hufflepuff, fastidiaba igual. El último partido
era contra Gryffindor, todos reconocían a regañadientes que Potter
era mejor Buscador que el que ellos tenían y a nadie le gustaba la
idea de acabar el curso sin haber conseguido una sola victoria.
—Vamos a acabar tan últimos en todo —se quejó Cecily,
mientras regresaban al castillo tras el partido—. O sea, es que no
ganamos nunca nada.
—Eh, yo aún sigo en el campeonato de ajedrez —se defendió
Hector.
—Y el curso no ha terminado aún —añadió Scorpius, inten-
tando ser optimista.
Casi sin decidirlo, los siete Slytherin de primero se acercaron
a los relojes que llevaban la cuenta de los puntos ganados. Gryffin-
dor iba en cabeza con doscientos cuarenta puntos; ellos eran los úl-
timos con ciento diez. Los prefectos de Slytherin no dudaban de-
masiado a la hora de dar puntos a los alumnos de su propia casa, pe-

289
CAPÍTULO | 16
Advertencia

ro ni aun así podían invertir los efectos combinados del resto del
colegio juntos.
—Las notas finales hacen subir puntos, ¿no? —dijo Britney.
—Sí, pero no tantos —contestó Scorpius.
—¿Y si hacemos algo para que nos tengan que dar muchos
puntos de golpe? —propuso Damon—. ¿Os acordáis del Robo del
Noventa y uno, cuando ese tal Dumbledore le soltó ciento sesenta
puntos de golpe a Gryffindor para que pudieran ganar la Copa de
las Casas?
—Sí, pero ¿eso no fue porque se habían enfrentado a Volde-
mort? —dijo Scorpius—. ¿Qué quieres? ¿Qué busquemos un se-
ñor tenebroso para matarlo? Porque yo prefiero quedar los últimos.
Damon puso los ojos en blanco.
—No, claro que no. Pero podemos hacer algo así. Por ejem-
plo, podemos fingir que secuestran a uno de nosotros. Luego los
demás lo encuentran y McGonagall nos dará un montón de puntos.
Scorpius se acordó de su propia tentativa de secuestro fingi-
do.
—Eso no funcionará.
—Seguro que a esa le da igual que nos secuestren a todos —
replicó Morrigan, cruzándose de brazos y haciendo un mohín.
Entonces unos Ravenclaw de primero y de segundo, entre
los que se encontraban Robert Bletchey y Michelle Urqhart se
acercaron a ellos y miraron también los relojes con expresión poco
satisfecha.
—Con todos los puntos que Longbottom le regala a sus
Gryffindor no hay manera de alcanzarlos —dijo una chica de se-
gundo, con desaprobación.
—Ojalá fuera sólo Longbottom —dijo Morrigan, dirigiéndo-
se a Michelle—. Slughorn les da a ellos más puntos que a nosotros.
El nombre del profesor de Pociones fue recibido con muecas
de desprecio por los Ravenclaw. A Scorpius no le sorprendió mu-
cho, pues sabía por Michelle y Robert que muchos en esa Casa es-
taban descontentos con la manera de puntuar de ambos profesores,

290
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

y eso que ellos debían de beneficiarse también un poco del apellido


Weasley, gracias a Dominique.
—Slughorn es un pelota de los Potter y los Weasley, eso lo
sabe todo el colegio —dijo un chico de segundo.
—Pero eso no es culpa de ellos —dijo otra chica de segundo,
acaloradamente—; es Slughorn, que es así.
—Claro, como a ti te gusta James… —le dijo Michelle.
Scorpius arrugó la nariz; ¿cómo podía gustarle ése a nadie?
—Pues no lo digo por eso, ¿vale?—dijo la fan de James Pot-
ter, un poco roja—. Es la verdad. Slughorn siempre está con su club
de eminencias y todo eso.
—Bueno, pero Longbottom es peor —dijo entonces Britney,
defendiendo al Jefe de Slytherin un poco de mala gana.
—Bah, que se queden con sus puntos —dijo Scorpius, enco-
giéndose de hombros—. ¿Os venís a ver si ya está el almuerzo?
No se engañaba a sí mismo, los puntos importaban. Era bas-
tante competitivo y quería ganar, no quedar el último. Pero ni que-
jarse —ni fingir un secuestro— cambiarían las cosas. Aunque, había
que reconocerlo, era un alivio ver con sus propios ojos que no eran
los únicos que estaban hartos de todo aquello.

291
Capítulo 17
Una cena interesante

C onrad Montague vivía en una mansión cerca de Irlanda


del Norte, en una pequeña colina. Era una casa blanca,
no tan grande como la mansión Malfoy, con columnas
en el porche y un pequeño laberinto con un estanque en el centro.
Draco había tenido más tratos con la otra rama de la familia y nunca
había estado allí, pero encontró el lugar agradable. Cuando las pro-
tecciones de la casa les reconocieron y les dejaron pasar, un elfo
doméstico les abrió la puerta y les hizo una reverencia patosa, pero
cortés.
—Bienvenidos a Windy Hill, señor y señora Malfoy. ¿Podría
Mixi guardar su capa, por favor, señora Malfoy?
Astoria se quitó la capa de hocicuerto sueco que llevaba —era
la especie de dragón más apreciada en peletería— y se la entregó al
elfo, quedándose con una túnica azul y blanca con ribetes dorados.
Draco iba con unos pantalones negros, botas altas y una casaca gris
perla con algunos toques del mismo azul que la túnica de Astoria,
más que suficiente para protegerlo del frío. No era su ropa de gala,
pero lo que llevaban puesto mostraba su buena posición económica
sin traspasar el límite del buen gusto.
Montague llegó casi al momento, vestido de un modo pare-
cido al de Draco, pero con tonos marrones.

292
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Me alegra que hayáis venido al final —dijo, tendiéndole la


mano a Draco.
—Es un placer —contestó él, estrechándosela—. Creo que
no conoces formalmente a mi mujer. Astoria, este es Conrad Mon-
tague. Montague, mi esposa, Astoria Malfoy.
—Me alegra poder conocerla personalmente, señora Malfoy
—dijo él, mientras le besaba la mano.
—Lo mismo digo, señor Montague. Tiene una casa preciosa.
—Especialmente ahora que ha llegado usted.
Draco sintió el impulso de poner los ojos en blanco. Él tam-
bién se deshacía en cortesías a la vieja usanza cuando era necesario,
si estaba tratando con miembros de la vieja guardia, pero Conrad
Montague era sólo unos años mayor que él; era un poco absurdo
que les hablara así a ellos.
Como era de rigueur, Montague le ofreció el brazo a Astoria y
los condujo al salón, donde les esperaban sus otros invitados. Dra-
co, más que intrigado, examinó las caras conocidas y desconocidas.
Owen Cattermole era un Slytherin algo mayor que él, con un pri-
mo Hufflepuff en el ministerio. Draco había hecho alguna vez tra-
tos con él y sabía que era un negociante duro, aunque nadie lo diría,
viendo su aspecto apacible. Su mujer, Alexandra, era una Yaxley, lo
cual significaba que contaba con un mortífago como pariente, su
tío. Draco había tratado a éste último durante la guerra y, aunque
no había sido de los peores, lo odiaba tanto como al resto. Sin em-
bargo, intentó olvidarse de aquello cuando la saludaba; habría sido
demasiado irónico que precisamente él sintiera aprensión al rela-
cionarse con parientes de mortífagos.
A una de las mujeres, alta y atractiva, sólo la conocía de vista
y su corazón dio un brinco al encontrársela en aquel salón. Era
Sienna Bullard, la directora de El Profeta. Si ella estaba allí, aquel
grupo contaba con mucho más apoyo del que pensaba. Bien mira-
do, los Malfoy no habían recibido ningún ataque de su periódico
desde que ella había tomado el mando.

293
CAPÍTULO | 17
Una cena interesante

Junto a ella había un hombre algo más joven que debía de ser
su hermano, ya que el parecido era notable. Enseguida se lo presen-
taron como Gray Bullard. También era atractivo, y Draco no pudo
evitar recorrer su cuerpo discretamente con la mirada mientras se
despertaba una suave añoranza dentro de él. Desde que había cono-
cido a Astoria no había vuelto a desear realmente a ninguna mujer,
pero a veces algún hombre hacía que su piel gritara con ganas de
mejillas rasposas y cuerpos duros.
Draco saludó entonces a Hiram Rookwood, al que ya cono-
cía de haber hecho un par de negocios juntos. Su hermano mayor
había sido uno de los peores mortífagos de Voldemort, pero él y su
hermana pequeña habían ayudado a bastantes magos de origen mu-
ggle durante la guerra y nadie les echaba en cara su apellido.
Rookwood era, además, el propietario de los Tornado Turnhill. Sólo
media docena de equipos tenían dueños —los otros pertenecían a
los socios del club— y Draco los envidiaba a los seis. Aun así, su
presencia era tranquilizadora y disipó sus últimas dudas; aquello no
podía estar relacionado con los ideales de los mortífagos si Ro-
ckwood estaba allí. Fuera lo que fuera lo que pretendían, tenía que
ser legal.
La reunión la cerraba una mujer de su edad a la que no había
visto nunca, Medea Key. Su acento australiano explicaba por qué no
la conocía de nada. Tenía unos ojos muy negros que a Draco le hi-
cieron pensar en Snape, pero su rostro, sin llegar a ser bello, resul-
taba agradable. El modo en que Rookwood y ella permanecían cerca
el uno del otro le hizo comprender que eran pareja, aunque eso no
era de dominio público. La mujer de Rookwood había muerto diez
años atrás tras una larga enfermedad y a él nunca se le había visto
emparejado con nadie. A Draco le llamó mucho la atención que
hubiera alguien, después de todo: los sangrepuras en general y los
Slytherin en particular no solían volver a emparejarse cuando en-
viudaban. No era ninguna regla, ni siquiera una tradición; más bien
se trataba de que no volvían a enamorarse. Por supuesto, había ex-
cepciones, y la más notable era Chiara Zabini, la madre de su amigo

294
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Blaise. Claro que ella, como todo el mundo sabía, pero nadie podía
demostrar, mataba a sus maridos, así que quizás no era un buen
ejemplo.
Una vez hechas las presentaciones pasaron al comedor para
cenar. Draco sabía que no hablarían de nada realmente importante
hasta que hubieran acabado con los postres, pero aprovechó para
reunir otro tipo de información y tratar de adelantar acontecimien-
tos. A excepción de los hermanos Bullard y Medea Key, los otros
eran Slytherin con expedientes razonablemente limpios; el suyo
era, con toda probabilidad, el más problemático de todos. Y podía
entender qué les había llevado allí. Todos eran poderosos, a su ma-
nera, pero no contaban con verdaderos apoyos dentro del grupo
que actualmente ostentaba el poder.
La única explicación plausible era que querían presentar a
uno de ellos como oponente de Shacklebolt en las elecciones del
año siguiente. Draco reprimió una mirada todavía resentida hacia
Montague: ¿se había divertido mucho el muy bastardo haciéndole
creer que podía tratarse de algo peligroso? Porque no había otra ra-
zón para no decirle desde el principio de qué iba realmente todo
aquello.
Sin embargo, la cuestión más inmediata era cuál de todos
ellos podía alzarse como rival del ministro. El Wizengamot le había
estado ratificando en el puesto cada cinco años, como era habitual,
en parte porque nunca se había presentado otro candidato capaz de
hacerle sombra. Pero después de veinte años, debía de haber un
grupo deseoso de cambios, miembros del Wizengamot que habían
ido acumulando pequeños descontentos. ¿Podrían acabar apoyando
a algunos de los invitados de Montague?
Su mejor apuesta era Rookwood. Montague era ambicioso,
pero ni estaba tan bien situado ni tenía tanto carisma; alguien como
Rookwood, además, no lo aceptaría como líder. No, el candidato
tenía que ser Rookwood. A pesar de su apellido, su reputación era
intachable. La gente lo consideraba alguien familiar, gracias a su ac-
tividad al frente de los Tornado. Tenía un aspecto algo patriarcal que

295
CAPÍTULO | 17
Una cena interesante

le sentaba bien, le daba aspecto de ser tranquilo y capaz. Y había al-


go especialmente adulador en el modo en el que Montague se diri-
gía a él. Sienna Bullard también estaba en una buena posición, pero
la gente la conocía mucho menos y el Wizengamot reaccionaría
fríamente si Bullard usara su periódico para hacer campaña contra
Shacklebolt y a la vez quisiera presentarse para Ministra de Magia. Y
los otros invitados tenían aún menos carisma que Montague.
—Señor Malfoy, ¿puedo preguntarle por qué su mujer y us-
ted han vivido fuera de Inglaterra tanto tiempo? —le preguntó
Sienna, durante la cena.
—Bueno, en realidad yo venía aquí varias veces al mes para
llevar los negocios de mi familia. Pero cuando nació nuestro primer
hijo, nos dimos cuenta de que no queríamos que creciera oyendo
hablar continuamente de la guerra.
No era del todo cierto, pero se acercaba bastante.
—Ha empezado Hogwarts este año, ¿no?
—Sí, está en primero, en Slytherin —contestó, pensando que
en unos días tendría a Scorpius de vuelta, aunque fuera sólo duran-
te las vacaciones de Pascua. Todos lo echaban de menos.
—¿Le está gustando?
Draco se acordó de la carta que McGonagall les había envia-
do afirmando que había hablado con Longbottom, que todo había
sido un lamentable malentendido y que estaba segura de que no
volvería a suceder. Todo basura, claro. McGonagall estaba intentan-
do evitar que removieran más aquel asunto. Pero al menos Scorpius
les había confirmado que Longbottom no había vuelto a hacer co-
mentarios de esos en clase.
—En general, sí. Siempre ha sido buen estudiante y está con
gente a la que conoce desde que era muy pequeño, así que… Usted
no tiene hijos, ¿verdad?
No pensaba ser el único que contestara preguntas aquella
noche. Pero a ella no pareció importarle.
—No, nunca me han gustado mucho los niños. Confiamos
en Gray para que mantenga la estirpe Bullard.

296
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Draco y ella miraron al joven, que alzó irónicamente su copa


de vino.
—Gray Bullard, semental.
Draco se felicitó a sí mismo por no haber dejado caer su te-
nedor en ese momento.
—Bueno, es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo
—replicó, con tono también irónico.
—Duro, desde luego —convino Gray, con una pequeña risa.
Había más complicidad masculina de vestuario que coqueteo
en aquella broma, pero Draco no pudo evitar paladear mentalmente
la palabra «duro» como si fuera una golosina.
—Gray, no estamos en Francia —dijo su hermana, con des-
aprobación no del todo sincera.
Draco se reprochó a sí mismo estar distrayéndose tanto con
las monerías del atractivo Gray Bullard porque incluso un flirteo
inofensivo estaba fuera de lugar en aquella cena, y se concentró
únicamente en Sienna y en la mujer de Rookwood, que también
estaba muy cerca de él. Astoria, por su parte, charlaba animadamen-
te con Montague y Cattermole, y por el tono de voz cualquiera di-
ría que estaban hablando de moda o de el último chisme de Cora-
zón de Bruja, pero Draco sabía que cuando se marcharan de allí, su
mujer tendría una buena porción de observaciones inteligentes que
hacerle.
Para cuando terminaron el postre, estaba deseando que ha-
blaran ya de lo que les había llevado hasta allí. Pero aún tuvieron
que esperar al café, y luego al brandy. Sólo entonces, por fin, Mon-
tague se decidió a sacar el tema.
—Rookwood, ¿es cierto que el Wizengamot va a rechazar
mañana la enmienda a la ley sobre delitos de menores?
Draco sabía perfectamente de qué ley se trataba; Shacklebolt
la había introducido nueve años atrás a instancias de Hermione
Granger. Según esa ley, todos los mayores de quince años que co-
metieran delitos graves —robo de magia, asesinato, intento de ase-
sinato o violación— podían ser condenados a Azkaban, aunque sólo

297
CAPÍTULO | 17
Una cena interesante

por un periodo máximo de cinco años y en unas condiciones distin-


tas, más laxas, a las de los presos adultos. Draco también sabía que
él había sido, al menos en parte, la causa de que Granger propusiera
esa ley; él había sido juzgado por haber colaborado con Voldemort
una vez cumplidos los diecisiete años, pero no por haber introduci-
do a los mortífagos en Hogwarts ni por haber intentado asesinar a
Dumbledore ni nada de aquel horrible sexto año. Astoria le había
acusado de ser paranoico hasta que Granger había usado su caso
como ejemplo en una de sus intervenciones; entonces había tenido
que darle la razón.
Pero en el mundo mágico no existía la tradición de encarce-
lar a los menores de edad —había excepciones con los que no eran
enteramente humanos, pero eso era todo— y bastante gente se ha-
bía sentido incómoda con esa ley. Un grupo de magos había estado
presionando últimamente en el Wizengamot para rebajar la pena
máxima a dos años, pero por lo que el propio Rookwood admitió,
no habían tenido éxito.
—Mis colegas parecen pensar que oponerse a enviar a un
muchacho de quince años a Azkaban, aunque sea sólo durante cin-
co años, equivale a apoyar que los adolescentes comentan delitos.
Draco no dijo nada. Era incapaz de entender el concepto de
ley sin aplicar un doble rasero —uno para él y los suyos y otro para
el resto del mundo— y sólo le molestaba aquel asunto en concreto
porque era un mensaje personal de Granger.
—Nuestras leyes se parecen cada vez más a las de los mug-
gles —comentó Sienna, con más pesar que desprecio—. Hasta aho-
ra, la única pena para menores de edad era prohibir la magia duran-
te un periodo de uno a tres años, ¿no?
El comentario puso nervioso a Draco, que había pasado dos
años sin varita; el primero, como parte de su condena y el segundo
porque Ollivander se negaba a venderle una y él tenía prohibido to-
davía dejar el país. Por supuesto podría haber sido muchísimo peor,
pero no le gustaba que hablaran de algo que se lo recordaba.

298
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—La pena puede ser a perpetuidad en el caso de magos semi-


humanos, como ocurrió con Hagrid, el guardabosques de Hog-
warts —puntualizó Cattermole.
—En todo caso, la raíz del problema está en esta especie de
dictadura moral que parece reinar en el Wizengamot —dijo Rook-
wood—. Da la sensación de que la única posición moral válida es la
del grupo de Shacklebolt. Muchos de mis colegas no se atreven a
oponerse con más fuerza a sus decisiones porque temen ser acusa-
dos de simpatizar con ideales mortífagos.
—Precisamente, precisamente —dijo Montague—. Pero na-
die puede acusarte a ti de eso.
Así que no se había equivocado, era Rookwood…
—Fíjese en usted, Malfoy —dijo el propio Rookwood, pi-
llando a Draco desprevenido—. Todos los que nos dedicamos a los
grandes negocios sabemos perfectamente que la fortuna Malfoy es
uno de los motores de nuestra economía. Y sin embargo, hoy por
hoy, su influencia en el Wizengamot es prácticamente nula. Estoy
seguro de que le gustaría ver formarse un gobierno donde sus méri-
tos se reconocieran debidamente.
A Draco no le hizo mucha gracia que le señalaran su delicada
posición en el mundo mágico, pero sabía que era inevitable que se
hablara de ello antes o después, y al menos parecía ser sin ánimo de
ofender.
—Nada me gustaría más. Lamentablemente, el apellido Mal-
foy aún no es bien recibido en los círculos políticos.
—Todos podemos contribuir a ese cambio de un modo u
otro —replicó Rookwood, esbozando una sonrisa. Draco compren-
dió que tampoco se había equivocado en eso: buscaban su dinero.
Rookwood tenía una fortuna respetable, pero no como para cos-
tearse él solo su propia campaña política sin que le doliera—. Le se-
ré franco, Malfoy. Shacklebolt ha sido un buen ministro, pero su
momento ya ha pasado. Y me temo que sus intenciones son mante-
nerse en el cargo hasta que Harry Potter muestre interés por su si-
llón. Sólo siento admiración por el señor Potter, pueden creerme,

299
CAPÍTULO | 17
Una cena interesante

pero no creo que tenga cualidades para ser Ministro de Magia. Es


un hombre de acción, no un hombre de Estado. Tenemos que ofre-
cer una alternativa razonable a Shacklebolt antes de llegar a ese
punto.
Oír aquella posibilidad en labios de alguien que no pertene-
cía a su círculo más cercano hizo que Draco sintiera una especie de
apretón en el estómago.
—Y esa alternativa es usted.
Rookwood se encogió de hombros, nada acomplejado.
—Conozco el Wizengamot y sé que actualmente, cualquier
otro hipotético candidato sería más de lo mismo. Yo estoy interesa-
do en el progreso, pero no considero que eso signifique adoptar
costumbres muggles. Y tengo en cuenta otras cosas, aparte del papel
que cada uno tuvo en una guerra sucedida hace ya veinte años. Co-
nozco mis posibilidades, Malfoy, y sé que puedo conseguirlo. Qui-
zás no en las elecciones del año que viene, pero sí en las siguientes.
Y le aseguro que cuando llegue al cargo, no olvidaré quién estuvo a
mi lado desde el principio.
Draco y Astoria no regresaron inmediatamente a la mansión
Malfoy. Draco sabía que sus padres estarían esperándoles para saber
qué había pasado en la cena y él quería hablar tranquilamente con
su mujer antes de contárselo a ellos, así que se fueron a dar un pa-
seo por las afueras de Hogsmeade.
Draco le había pedido a Rookwood un par de días para pen-
sar si se comprometía a apoyar financieramente su campaña, un
apoyo que tendría que ser secreto hasta que el propietario de los
Tornado estuviera en una posición más sólida. Aquello parecía la
oportunidad para recuperar su reputación que habían estado espe-
rando todos aquellos años. Y sin embargo, no se fiaba del todo, no
al cien por cien. Todo el futuro político de Rookwood podía irse al
cuerno si averiguaban prematuramente que estaba aliado con los
Malfoy. ¿Por qué correr ese riesgo cuando podía conseguir dinero
de otras fuentes?
—¿Qué piensas de todo esto? —le preguntó a Astoria.

300
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Ella meditó un poco.


—Yo creo que es una buena oportunidad, Draco. Si cuenta
con el apoyo de El Profeta, tiene muchísimas posibilidades. Sienna
Bullard parece una mujer muy inteligente. Y lo mismo puede de-
cirse de Medea Key, aunque intentara pasar desapercibida durante
toda la noche. Creo que Rookwood se está rodeando de gente muy
válida y, sobre todo, de opiniones moderadas. No es un equipo que
pueda generar rechazo en los magos y brujas que están deseando
una alternativa a Shacklebolt.
—Excepto por nosotros.
—Tampoco estamos en contacto con todo el mundo mágico.
Quizás el apellido Malfoy no tenga tanta mala fama como pensa-
mos que aún tiene, quizás sea un riesgo que Rookwood está dis-
puesto a correr. La verdad es que por lo que me contó Medea,
Rookwood parece sentir una sincera admiración por ti.
—Venga ya…
No se trataba de que estuviera bajo de autoestima, que no lo
estaba. Pero Rookwood y él apenas se conocían y por otro lado,
¿qué iba a decirle esa mujer a Astoria? Si querían el dinero Malfoy,
dirían que lo consideraban maravilloso, fuera verdad o no.
—Pues parecía sincera. Dice que desde que Rookwood em-
pezó a pensar en presentarse para ministro de magia te quiso en su
equipo, que le impresionaste la primera vez que hizo negocios con-
tigo. Y tu apoyo puede acarrearle los votos de gran parte de nuestra
gente.
—Es un Slytherin —dijo él—. La mayoría de los Slytherin le
votarán para deshacerse de Shacklebolt tanto si le apoyamos noso-
tros como si no.
Astoria lo miró con extrañeza.
—Draco, eras tú quién quería ir a la cena. Parecías deseoso
de saber qué estaban planeando. ¿Por qué tienes dudas ahora?
Draco intentó encontrar una respuesta lógica, pero no en-
contraba ninguna. Quizás, sencillamente, hacía tiempo que no es-
peraba nada bueno del mundo mágico.

301
CAPÍTULO | 17
Una cena interesante

—No lo sé. Puede que porque Rookwood tendría más posi-


bilidades sin nosotros. Y aunque he de admitir que no me lo ima-
gino haciendo nada parecido, le viene demasiado bien que estén
ocurriendo todas estas desapariciones.
Astoria lo miró con un ligero sobresalto.
—¿Rookwood? —Meneó la cabeza—. No, no puede ser.
Ayer te habría dicho que era una posibilidad, pero sabiendo que
Rookwood está implicado… Y con los demás pasa lo mismo. No
puedo imaginármelos haciendo algo así. Tú y yo sabemos perfec-
tamente cómo es la gente capaz de hacer algo así, y ellos no son de
ese modo.
A Draco no le costó captar la indirecta hacia su padre, pero
Astoria también hablaba del padre de su cuñado, de los padres de
algunas de sus amigas; se limitaba a constatar un hecho. Y tenía su
parte de razón, porque había una veta de crueldad en su padre que
no había visto en Rookwood, en nadie de esa cena excepto quizás
en el propio Montague. Por otro lado, el tema de las desapariciones
había salido durante la velada y los comentarios que habían hecho,
teñidos de preocupación y disgusto, parecían propios de personas
completamente inocentes.
—Supongo que no.
Ella le dio la mano y se la apretó para darle ánimos.
—A lo mejor es verdad lo que dice Medea y no quiere hacer-
lo sin nosotros, Draco. A lo mejor se ha dado cuenta de que tienes
más cabeza para los negocios que el resto del ministerio y piensa
que le conviene tenerte cerca.
Después de pensarlo un poco más, Draco suspiró.
—Nunca me perdonaría no haberlo intentado. —Entonces
le cogió la mano y se la apretó cariñosamente—. Está bien, nos
arriesgaremos.
Ella sonrió y le dio un pequeño beso en los labios. Después
sus ojos se entornaron y su boca esbozó una sonrisita algo peligrosa.
—Hablando de riesgos, amor, procura no acercarte demasia-
do a Gray Bullard o me enfadaré de verdad.

302
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Draco dio un respingo sorprendido por lo imprevisto del


comentario, y luego se echó a reír por lo bajo, sin una pizca de ver-
güenza.
—Mirar un poco no le hace daño a nadie.
—Mientras sea sólo mirar…
La advertencia iba mitad en serio, mitad en broma; Draco
decidió hacer más caso de la segunda mitad y abrió mucho los ojos
fingiéndose sorprendido.
—¿Qué? ¿Es que no quieres hacer un trío? No me negarás
que es guapo.
Astoria soltó un pequeño resoplido de risa.
—Pervertido…
Draco sonrió y luego le pasó los brazos por la cintura.
—Bueno, me tomaré como un cumplido que después de
trece años de matrimonio aún te pongas celosa por mí.
Ella sonrió también, pero no le siguió la broma, sino que se
lo quedó mirando con ojos que expresaban más curiosidad que otra
cosa.
—¿Lo echas de menos? Me refiero a acostarte con chicos.
Draco la conocía bien como para saber que no corría ningún
riesgo por ser sincero.
—Alguna vez, pero no tanto como para olvidarme de que te
quiero. Y de que me castrarías si te enteraras.
Astoria se echó a reír abiertamente.
—Buena respuesta. —Entonces le puso la mano en la nuca y
le besó con más pasión que antes. Cuando se separaron, su expre-
sión era decidida, retadora—. Todo saldrá bien, Draco, ya lo verás.
Rookwood es un digno rival para Shacklebolt y cuando gane, noso-
tros estaremos allí con él.


Narcissa escuchó las noticias con creciente satisfacción. Co-
mo el resto de la familia, había temido que se tratara de algún otro

303
CAPÍTULO | 17
Una cena interesante

grupo de magos deseosos de emular al bastardo mestizo de Tom


Riddle, pero por lo que Draco y Astoria contaban, se trataba de algo
absolutamente legal, gracias a Merlín. Una mirada a Lucius le bastó
para darse cuenta de que él estaba pensando lo mismo que ella. Si
Rookwood llegaba al cargo y Draco formaba parte de su círculo…
bien, eso sería todo, misión cumplida. Después de más de veinte
años, recuperarían la posición que habían perdido durante la guerra.
Oh, por supuesto, habría aún mucha gente que los odiaría o los
despreciaría, pero no los que importaban, no los que estaban arriba.
Ni ella ni Lucius necesitaban que nadie les dijera que debían
obrar con cautela. Rookwood había dado señales de querer apoyar a
Draco, pero si le había escogido a él y no a Lucius, si ellos dos no
habían sido invitados a esa cena, era por algo. Fuera de los círculos
estrictamente financieros, la reputación de su marido todavía era
pésima. Y ellos no iban a ser tan estúpidos como para echar a perder
la oportunidad de rehabilitar el nombre familiar tratando de tener
un papel visible en todo aquello. No, esa guerra la tenían que librar
Draco y Astoria porque eran los únicos que podían hacerlo; ella y
Lucius sólo podían aconsejarles.
Cuando por fin se fueron a dormir, los dos estaban sumidos
en sus propios pensamientos. Narcissa se metió en la cama y obser-
vó cómo Lucius hacía lo mismo. Le gustaba cómo había envejecido:
de perfil le recordaba vagamente a uno de esos severos emperadores
romanos. No era un hombre fácil y la vida con él no había sido
exactamente la que ella había imaginado cuando había aceptado su
propuesta de matrimonio, pero no se arrepentía de haberse casado
con él, no lo había hecho nunca. Y le amaba, con sus defectos y sus
virtudes; habían sido compañeros en demasiadas batallas para ima-
ginar siquiera la vida sin el otro.
—¿En qué piensas? —le preguntó ella, acariciándole el cabe-
llo plateado.
—En Draco. —Narcissa arqueó una ceja, pero no dijo nada,
sólo esperó a que continuara hablando—. Sabes que nunca he en-

304
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

tendido del todo los pasos que daba, el camino que seguía. Pero…
parece que él sí sabía lo que estaba haciendo.
—Draco nunca ha sido como tú, Lucius —dijo ella, no por
primera vez—. Sólo intentaba serlo. Pero todos lo hacemos mejor
cuando seguimos nuestro propio camino.
Lucius se quedó callado un rato. Narcissa no necesitaba aho-
ra que le dijera en qué estaba pensando, porque se lo imaginaba.
Lucius se consideraba responsable de la caída de la familia y su or-
gullo, su ambición y el amor que sentía hacia ellos le impulsaba a
querer solucionarlo; tener que dejarlo en manos de Draco iba en
contra de todo lo que era. Lo haría, porque sabía que no tenían más
remedio, pero eso no quería decir que lo aceptara de buena gana.
—Me gustaría poder hacer más —dijo al fin, probando que
ella no se equivocaba en sus suposiciones.
Narcissa se inclinó casi de un modo protector y lo besó.
—Lo sé. —Su marido no dijo nada. Narcissa se recostó un
poco contra él, apoyando su mejilla en su hombro y una mano en
su estómago, tan liso y duro como cuando tenía veinte años. Los
Malfoy rara vez engordaban con la edad; si llegaban a viejos, cosa
que no sucedía a menudo, acababan convertidos en ancianos flacos
y apergaminados. Lucius la abrazó también, aunque aún tenía el ce-
ño fruncido y miraba al frente—. Aún nos queda más de media vida
por delante. Y en ese tiempo pueden pasar aún muchas cosas. Estoy
absolutamente convencida de que es demasiado pronto para consi-
derarnos a nosotros mismos oficialmente retirados del juego.
Lucius bajó un momento la vista y suspiró casi impercepti-
blemente. Después se giró hacia ella y la miró a los ojos.
—A veces sospecho que usas la Legeremancia conmigo, Ci-
ssy.
Narcissa esbozó una sonrisa.
—Treinta y nueve años de matrimonio son casi tan eficaces
como la Legeremancia. —Él le devolvió la sonrisa y Narcissa le aca-
rició la mejilla—. Lo más importante ahora es asegurarnos de que

305
CAPÍTULO | 17
Una cena interesante

Rookwood no tiene nada que ver con las desapariciones. Si se nos


relacionara con eso estaríamos definitivamente acabados.
Precisamente porque sabía que Lucius anhelaba devolverles
la posición que habían tenido antes de la guerra, Narcissa no des-
cartaba la posibilidad de que pudiera coquetear de nuevo con el
bando incorrecto si pensaba que aquello podía ser beneficioso para
ellos. Era una posibilidad muy pequeña, pero existía, y la adverten-
cia no estaba de más. Lucius, sin embargo, rechazó su inquietud
con una mueca despectiva.
—Por favor… Rookwood sería incapaz de tomar un riesgo
semejante. Ya se lo he dicho antes a Draco; ¿no te das cuenta de que
son demasiadas desapariciones, demasiadas posibilidades de que al-
go salga mal y los aurores lo descubran? Y eso por no hablar de que
Rookwood, sencillamente, no es de esa clase de hombres.
Narcissa aceptó el reproche implícito en sus palabras con
inusitada mansedumbre, pues estaba satisfecha con la reacción de
Lucius. Si su marido hubiera pensado que Rookwood era capaz de
organizar esas desapariciones, si hubiera sabido algo al respecto, su
respuesta habría sido otra.
En la vida uno tenía que arriesgarse, que apostar. Ellos lo ha-
bían hecho y habían perdido. Lo que más le dolía era haber arras-
trado a Draco con ellos; Narcissa nunca se había sentido culpable
por nada hasta que vio a su hijo en peligro, torturado por Volde-
mort. Pero cuando uno perdía, se levantaba, se recomponía lo me-
jor que podía y volvía a apostar. Eso era la vida. Y había llegado el
momento de arriesgar de nuevo.

306
Capítulo 18
Pascua

H arry llevaba echando de menos a James y a Albus desde


Navidad, pero tres días después de su llegada, se sintió
agradecido por tener un trabajo que le alejara un poco de
casa. No recordaba que tener a los dos chicos allí supusiera tanto
alboroto; debía de haber perdido práctica.
Aun así, era en ellos en quien pensaba mientras repasaba
unos informes sobre delitos menores. James estaba totalmente ob-
sesionado con hacer el Patronus; Ginny y él habían tenido que
prohibirle que practicara más de una hora seguida porque, a pesar
del chocolate, acababa agotado. De momento no había conseguido
más resultados que un débil resplandor en su varita. Harry no nece-
sitaba ver los ojos frustrados de su hijo mayor para saber que estaba
intentando seguir sus pasos y que le daba rabia no conseguirlo.
Siempre había sido así, incluso de pequeño. Harry no quería que
James se sintiera en la obligación de emularlo en todo —de hecho,
lo último que deseaba es que se metiera en los mismos líos que él—
, pero no sabía si era algo propio de la edad. ¿No se suponía que to-
dos los adolescentes pensaban que sus padres eran unos infelices
que no sabían nada sobre nada?
Albus, por el contrario, nunca había sentido tal impulso, pe-
ro también había empezado a cambiar. Estaba más pendiente de lo

307
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

que hablaban las personas mayores y ahora tendía a enfrentarse di-


rectamente a James cuando éste le fastidiaba un poco, en vez de
acudir a él o a Ginny para que lo resolvieran. Harry se preguntó en
qué clase de adolescente se convertiría y sintió una punzada de pena
mezclada con vértigo al darse cuenta de lo pronto que crecían.
Harry miró la foto de su familia que tenía sobre la mesa. Su
familia… Aún podía sonreír simplemente por pensar que tenía una
verdadera familia. En la foto, Lily era un bebé de sólo unos días, un
bultito pequeñito y de cabello rojo en brazos de Ginny, que estaba
sentada en una mecedora. Junto a ella, uno a cada lado, Albus y Ja-
mes miraban a su nueva hermanita con los ojos muy abiertos. Él es-
taba de pie tras la mecedora, un poco inclinado hacia ellos. De vez
en cuando, intercambiaba una mirada con Ginny y se daban un be-
so suave y tierno.
Unos golpecitos en la puerta le hicieron salir de su ensimis-
mamiento y alzar la vista en esa dirección.
—Adelante.
Chloe y Pete Draper entraron en su despacho. El segundo
era un agente de la BIM, alto, de pelo oscuro, un poco más mayor
que Harry. Draper era uno de los pocos aurores que se había pasado
al nuevo departamento; no era un experto en informática como la
mayoría de sus compañeros, pero sabía usar los ordenadores y tenía
un buen instinto para la investigación. En aquel momento llevaba
unos papeles en la mano; eso, más la expresión que llevaban él y
Chloe, hizo que Harry comprendiera que habían encontrado algo.
—Tenemos noticias de nuestro rubio misterioso —anunció
Chloe.
Draper le entregó los papeles a Harry.
—Se llama Ben Churchill, treinta y cuatro años, asesor de
ventas en Harrod´s sin antecedentes —explicó el BIM, antes de
que Harry pudiera siquiera empezar a leer—. Su desaparición fue
denunciada hace dos días por su padre.
—¿Un muggle?
—Sí.

308
CAPÍTULO | 18
Pascua

Con razón todas las respuestas que habían recibido de las


oficinas de aurores extranjeras habían sido negativas. Harry leyó rá-
pidamente la fotocopia de la breve noticia del Times que hablaba
del caso y otra con el informe preliminar de la policía. Carecían de
pistas, como siempre, pero resultaba significativo que hubieran en-
contrado su piso cerrado a cal y canto por dentro. Si habían ido a
por él a su casa, y Harry pensaba que era así, probablemente lo ha-
bía hecho un mago, o al menos, un grupo de gente que contaba con
la ayuda de un mago.
Y esto parecía confirmar la teoría de que muggles y magos
estaban trabajando juntos en ese asunto.
—¿Habéis mandado a alguien a su casa?
—Sí —contestó Chloe—. A Robards y a Beckett.
John Beckett era un agente de la BIM de veintiocho años, ca-
si tan hábil tratando con muggles como Miriam Siegel. Harry asin-
tió, dando su aprobación a aquel movimiento, pero de todos mo-
dos, quería ver esa casa con sus propios ojos.
—Iré a echar un vistazo —dijo, buscando la dirección en la
ficha de la policía para memorizarla.
Ben Churchill vivía cerca en Holloway, muy cerca del esta-
dio de fútbol del Arsenal. Cuando Harry se apareció en su piso, se
identificó inmediatamente para evitar que Robards y Beckett lo
frieran a conjuros y después les preguntó si habían descubierto algo
ya. Los agentes sólo llevaban allí unos minutos, así que no podían
ofrecerle gran cosa.
—Su ordenador no está —dijo Beckett—. Se lo debe de ha-
ber llevado la policía para investigarlo, pero creo que nosotros tam-
bién deberíamos echarle un vistazo. Puede que encontremos allí al-
go que nos ayude a entender de qué va todo esto.
—Enviaré a alguien a que lo copie todo. —Un equipo com-
binado entre un auror y un agente de la BIM podía conseguir ese
disco duro en cuestión de horas—. ¿Algo más?
—Hemos empezado a buscar algún rastro de magia, pero só-
lo hemos tenido tiempo de examinar el comedor. Está limpio.

309
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Os ayudaré. Miraré en su despacho.


Mientras escudriñaba esa habitación, buscando por igual ras-
tros de magia como pistas que los policías podían haber pasado por
alto, Harry se preguntó de qué podía tratar todo aquello. ¿Se había
escondido Churchill con sus cómplices, magos o muggles, o había
“desaparecido” también porque, de algún modo, se había converti-
do en un riesgo? Incluso consideró la posibilidad de que aquel ca-
bello fuera una simple coincidencia y hubiera llegado allí por casua-
lidad, aunque su supuesta desaparición lo hacía poco probable.
Había una minoría de magos que tenían una sensibilidad es-
pecial para percibir la magia en los otros. A menudo, aunque no
siempre, se trataba de magos de bajo nivel, porque su propio y esca-
so poder no les ocultaba el poder de los demás, igual que alguien
sin perfumar podría notar los olores ajenos mejor que alguien que
estuviera envuelto en una nube de colonia. Harry, que era bastante
poderoso, había ignorado durante mucho tiempo que tal cosa fuera
posible; él, desde luego, no notaba nada. Pero suplía esa deficiencia
con una buena cantidad de hechizos que le ayudarían a encontrar
residuos mágicos si los había.
Estaba a punto de dar su búsqueda por terminada —ahí no
había nada, aunque el tipo tenía un gusto interesante para las nove-
las— cuando Robards lo llamó desde la cocina. Harry lanzó un Fi-
nite Incantatem para detener el hechizo que estaba usando en ese
momento y fue a reunirse con ella y con Beckett en la cocina.
—Aquí —señaló ella, frente a la nevera—. Aquí hay algo.
Harry lanzó uno de sus hechizos y entonces lo vio también.
Era como una especie de polvo verde que flotaba en el aire, aunque
se trataba de algo mucho más complejo, por supuesto.
—Parece un Avada Kedavra —dijo Harry.
—Entonces no se ha escapado… Lo han asesinado.
—¿Por qué? —preguntó Robards, perpleja—. Nunca hemos
encontrado restos de firmas mágicas en ningún otro de los escena-
rios de las desapariciones. Y por lo que sabemos, prefieren llevarse a
sus víctimas vivas.

310
CAPÍTULO | 18
Pascua

—Churchill no era simplemente una de sus víctimas —re-


plicó Harry—. No si participó en la desaparición de Lyra Fisher.
—Hay otra posibilidad —dijo Robards, casi renuente—.
Puede que Fisher averiguara antes que nosotros quién era el dueño
de ese cabello rubio y decidiera tomarse la justicia por su mano.
—O quizás Churchill estaba acompañado; puede que mata-
ran a la persona que estaba con él y que él se fuera voluntariamente
con los criminales o fuera secuestrado.
—No podemos descartar nada —asintió Harry, anotando
mentalmente que tenían que pedirle a Fisher que hiciera un hechi-
zo delante de ellos para que pudieran comprobar si sus firmas má-
gicas coincidían. Por supuesto, aquello en sí mismo no era una
prueba concluyente. Los miembros de la misma familia solían tener
firmas mágicas muy parecidas, y un mago que usara una varita dis-
tinta a la suya también podía modificar sus huellas. Pero era algo—.
Registrad ese rastro para que los inefables se ocupen de él y sigamos
buscando. Tiene que haber otro rastro de magia en algún sitio.
Era imposible hacer desaparecer un cuerpo humano, ya fuera
muggle o mágico, con un Evanesco; era un hechizo que sólo fun-
cionaba bien con objetos o seres vivos de pequeño tamaño, como
ratones o insectos. Y Harry no se imaginaba a los agresores cargan-
do con un cadáver en su escoba. Tenían que haberlo sacado de allí
con la Aparición o con un Traslador y en ambos casos habría dejado
rastros.
Casi una hora después lo encontraron. Fue en su dormitorio,
casi junto a la cama. A Harry no se le ocurría ninguna razón para
que movieran el cuerpo de Churchill desde la cocina a su habita-
ción, pero eso tampoco era muy importante. Lo que importaba era
que tenían otra muestra de firma mágica igual que la primera y que,
esta vez sí, estaban un poco más cerca de encontrar a los responsa-
bles.



311
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Cuando Harry regresó a casa, se encontró con una escena


inusualmente plácida. James estaba en su cuarto escuchando música
a un volumen aceptable, Albus estaba haciendo los deberes de vaca-
ciones en el comedor, Lily jugaba con su puffskein —aunque ya
empezaba a decir que era demasiado mayor para tener un puffs-
kein— y Ginny estaba en la cocina, preparando el té.
—Hola.
—Hola, Harry —dijo ella, sonriéndole y dándole un beso
rápido—. Eh, pareces animado. ¿Habéis atrapado a algún malo?
—No, pero hemos descubierto un par de cosas sobre las
desapariciones. El mago rubio que buscábamos no es realmente un
mago, sino un muggle.
—¡Un muggle! —repitió Ginny, asombrada—. Pero… ¡eso
es imposible! Los muggles ni siquiera pueden ver la mayoría de
nuestras casas.
—Si forman parte de un grupo en el que también hay magos,
sí —replicó Harry.
Ginny abrió aún más los ojos.
—Espera… ¿quieres decir muggles y magos juntos? ¿Lo di-
ces en serio?
Harry asintió, pero luego le dirigió una mirada de adverten-
cia, recordando que su mujer era, al fin y al cabo, periodista.
—Ni una palabra de esto en El Profeta, ¿eh?
—¿Estás loco? — exclamó ella, como si eso fuera lo último
en su lista—. Merlín, Harry si la gente se entera de esto… Puede
ser horrible, ¿no te das cuenta? Muchos lo usarán como excusa para
reavivar los prejuicios contra los muggles.
—Sí, ya me lo imagino —dijo Harry, apretándole la mano
para calmarla—. Pero mira, de momento es sólo una posibilidad. Y
si es verdad, no quiero que ellos sepan que nosotros sabemos que
son un grupo mixto porque así hay más probabilidades de que co-
metan un error.
Ginny se quedó callada unos segundos, pensativa. El té pare-
cía haberse borrado por completo de su mente. Harry estaba un po-

312
CAPÍTULO | 18
Pascua

co sorprendido por su reacción; Ginny no se impresionaba fácil-


mente, pero se había alarmado de verdad al oír que había muggles
mezclados en aquel asunto, como si eso hubiera aumentado el peli-
gro en uno u otro sentido.
—¿Y habéis encontrado a ese tipo?
Harry alargó la mano y cogió una de las pastas del té. Pare-
cían caseras, así que Molly tenía que haber estado allí aquella tarde.
—Su familia anunció su desaparición hace un par de días,
pero hemos ido a su apartamento esta tarde y parece ser que fue
asesinado con un Avada Kedavra. Hemos encontrado dos muestras
de firma mágica del mago que supuestamente lo mató.
Ginny parpadeó con expresión confundida.
—Espera, no lo entiendo. ¿Lo asesinaron? ¿Por qué iban a
matarlo, si era uno de ellos?
—Hay muchas incógnitas aún —admitió Harry—. Sólo sa-
bemos que sus padres han denunciado su desaparición y que al-
guien lanzó un Avada Kedavra en esa casa. Lo más fácil es sumar
dos y dos y pensar que fue a él a quien mataron, pero como tú di-
ces, era uno de ellos, en teoría, así que tampoco está tan claro. Todo
este caso es un lío, si quieres que te diga la verdad.
—Ya lo veo… Pero bueno, ahora al menos tenéis una buena
pista, ¿no? Seguro que eso os ayudará a resolver el caso.
—Eso espero. Los inefables están examinando ahora mismo
los dos rastros de magia. Con un poco de suerte, podrán decirnos
algo sobre el mago o la bruja que estuvo en casa de Churchill.
Ella le dio otro beso rápido.
—Los atraparás, Harry. Sé que lo harás —dijo, ahora con
confianza.
A pesar de sus palabras, Ginny parecía sentir cierto desaso-
siego, pero mientras terminaban juntos de preparar el té, se recupe-
ró lo suficiente como para comentar que si encontraban a los res-
ponsables pronto todavía podrían ir al Baile de la Paz. Harry asintió;
al principio no le había gustado demasiado el baile, porque las heri-
das estaban demasiado recientes y casi se sentía una traición cele-

313
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

brar algo cuando Fred, Remus, Tonks y tantos otros habían muerto
en la guerra. El hecho de que entonces no se concibiera esa ocasión
sin media hora de discursos de agradecimiento especialmente dedi-
cados a él que le ponían de los nervios tampoco ayudaba. Pero el
tiempo había ido cambiando las cosas y, con los años, ese baile se
había convertido en un momento ideal para reunirse con todo el
mundo. Personas que se habían marchado del país, o al menos pa-
saban gran parte de tiempo en el extranjero, como las gemelas Patil
o Luna, que siempre andaba por los países más raros con su marido
y los gemelos buscando animales exóticos o directamente imagina-
rios, volvían para el Baile de la Paz. Al día siguiente era habitual ir al
cementerio a llevarle flores a los muertos, pero el dolor de sus au-
sencias se distraía con algo de resaca y los comentarios y chismes
sobre lo que había pasado en el Baile.
Pronto estuvieron tomando el té todos juntos. James estaba
concentrado en los pasteles, Albus seguía haciendo los deberes
mientras mordisqueaba una galleta y Lily estaba intentando con-
vencer a su madre para que le dejara hacerse los agujeros en las ore-
jas y poder llevar pendientes, algo que Ginny le había prohibido
hasta que tuviera al menos trece años.
—Papá, dile algo…
—Los pendientes no son para niñas pequeñas —dijo él, que
también pensaba que era demasiado pronto para eso.
—No soy pequeña —protestó ella, con ojos traicionados—.
Ya casi tengo diez años. Mamá, por favor…
—Cuando cumplas los trece —repitió Ginny con firmeza.
—Ninguna niña de mi curso lleva pendientes, Lily —inter-
vino Albus, en tono consolador.
Antes de que Lily pudiera seguir insistiendo, las protecciones
de la casa temblaron y, para sorpresa de todos, un Teddy Lupin que
sólo llevaba unos pantalones a medio abrochar y tenía el resto de su
ropa hecha un bulto contra su pecho se apareció en el centro de su
salón.
—¡Teddy! —exclamó Harry, atónito.

314
CAPÍTULO | 18
Pascua

Su ahijado parecía un poco agitado, pero se recuperó al mo-


mento y sonrió con esa sonrisa que tenía cuando acababa de librarse
de algún peligro por los pelos.
—Hola, tío Harry. Hola, tía Ginny. Hola, mocosos.
Harry miró a su familia. Ginny estaba de pie, con la varita en
la mano y las cejas arqueadas por la sorpresa. Los dos chicos mira-
ban a Teddy con la boca entreabierta. Lily, que parecía haberse olvi-
dado por completo de los pendientes, estaba algo roja y se reía.
—¿Puedo saber… qué haces aquí a… a medio vestir? —dijo
Harry, tan asombrado que las palabras le salían a trompicones.
—No quería aparecerme en casa y encontrarme a la abuela
tomando el té con alguna amiga —contestó Teddy, poniéndose la
camisa. A juzgar por la expresión de su cara, cualquiera diría que
consideraba de lo más normal del mundo aparecerse en mitad de la
casa de alguien medio en pelotas.
—Eso no responde exactamente a mi pregunta, ¿sabes?
Teddy les lanzó a los niños una mirada rápida de reojo y vol-
vió a mirar a Harry con las cejas arqueadas y un brillo travieso en
los ojos.
—¿De verdad quieres una respuesta directa delante de ellos?
Harry observó cómo se estaba abrochando la camisa y por fin
sumó dos y dos.
—Oh, vaya…
Su ahijado permaneció imperturbable.
—Si la gente dice que no va a volver a casa hasta después de
cenar no deberían regresar antes, ¿no te parece?
—¿Estabas con Victoire? —exclamó entonces James, con un
interés que tenía poco que ver con la indignación que había sentido
al ver a su prima mayor y a Teddy besándose en la estación el día en
el que empezaba el curso. Estaba claro que su opinión sobre besos y
demás había cambiado. Esta vez, el que parecía algo escandalizado
era Albus. Lily seguía roja y presa de un ataque de risitas.
Ginny, que también parecía estar aguantándose la risa, miró a
Harry.

315
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Por qué no os vais a hablar a tu despacho?


Harry asintió y le hizo una seña a su ahijado para que le si-
guiera. Teddy recogió la ropa que aún no se había puesto de encima
de la silla y se fue con él. No parecía nada preocupado, lo cual sig-
nificaba que había conseguido escaparse sin que Bill Weasley llegara
a descubrir lo que él y su hija habían estado haciendo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó de todos modos, para escu-
char su versión de los hechos.
Teddy se sentó para ponerse los calcetines. Harry lo observó
con exasperado afecto; no podía estar enfadado mucho tiempo con
él, ni siquiera cuando se lo merecía. Y aquel no parecía ser el caso,
ya que estaba seguro de que cualquier cosa que hubiera pasado en-
tre su ahijado y su sobrina, ambos mayores de edad, contaba con el
beneplácito de ambos.
—Pues que estaba con Victoire en su casa y sus padres y sus
hermanos han llegado varias horas antes de lo previsto —contestó
el muchacho—. Menos mal que he podido aparecerme aquí antes de
que su padre entrara en el dormitorio.
A aquellas alturas, Harry ya sabía que la actitud de los Weas-
ley acerca del sexo era bastante atípica para ser sangrepuras; excep-
tuando la absoluta naturalidad con la que aceptaban las relaciones
homosexuales, a Harry le recordaban a una familia muggle normal
y corriente, en la que los padres sabían que no podían evitar que sus
hijos adolescentes empezaran a practicar el sexo, pero querían ser
capaces al menos de poder engañarse a sí mismos y fingir que tal
cosa no sucedía. Hermione le había explicado mucho tiempo atrás
que los sangrepuras más tradicionales apenas habían recibido in-
fluencias cristianas y, por lo tanto, tenían una manera desprejuiciada
de ver el sexo que podía sorprender, dada la compostura que guar-
daban en público. Pero Harry se sentía más identificado con las re-
glas de los Weasley, más familiares para él, aunque en su momento
eso les hubiera obligado a Ginny y a él a aguzar el ingenio para po-
der acostarse juntos; habría encontrado bastante chocante que Ar-

316
CAPÍTULO | 18
Pascua

thur y Molly le hubieran dejado meterse tranquilamente en la cama


de su hija.
Tampoco todos los Weasley eran iguales. George, Ginny y
Charles eran más abiertos que sus hermanos, y que sus padres. Él,
por su parte, sólo sabía con certeza que lo iba a pasar infernalmente
mal cuando su pequeña y dulce Lily empezara a salir con chicos.
—Ay, Ted… Espero que al menos tengas cuidado. —El con-
sejo era necesario, aunque él quizás no era la persona más adecuada
para darlo, considerando que James había llegado a sus vidas a causa
de un descuido suyo y de Ginny. Claro que ninguno de ellos había
sido un adolescente entonces, mientras que Victoire todavía estaba
en Hogwarts.
—Sí, sí, no te preocupes. Siempre usamos hechizos de pro-
tección. —Lo dijo como si ya llevaran bastante tiempo acostándose
juntos, aunque habían empezado a salir a finales del verano anterior
y mientras Victoire estaba en Hogwarts no podían verse. Quizás
habían empezado a hacerlo durante las Navidades—. Los dos so-
mos muy responsables.
Harry se mordió los labios, incapaz de decidir si debía decirle
algo más o no. Ni siquiera sabía si era buena idea aconsejarle que
fuera sincero con Bill; él y Ginny, desde luego, también se habían
escondido de Arthur y Molly durante dos o tres años, en su mo-
mento. Incluso les había parecido emocionante. Claro que ellos ha-
bían tenido Grimmauld Place a mano, no habían tenido que arries-
garse a hacerlo en la Madriguera.
—Eso está bien —dijo al fin. Teddy le sonrió y Harry suspiró
para sus adentros. ¿Qué si crecían rápido? Joder, vaya si crecían rá-
pido. Aún podía acordarse del primer diente que se le había caído,
de la primera vez que había volado en una escoba, tan pequeño que
ni siquiera sabía andar bien. Y lo mismo podía decir de Victoire, cu-
yo nacimiento había sido lo único que realmente le había devuelto
la alegría a Molly y a Arthur, a todo el clan, en realidad, tras la
muerte de Fred—. ¿Quieres quedarte a tomar el té?
Teddy amplió su sonrisa.

317
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Claro, genial.
Harry tuvo que devolverle la sonrisa y los dos salieron del
despacho para reunirse con el resto de la familia.


Al día siguiente, Harry presenció cómo Chloe interrogaba a
Fisher a través de un espejo disimulado en la pared. Era una inte-
rrogadora buena; muchos aurores ganaban por desgaste o porque
resultaban lo bastante intimidantes, pero ella tenía especial habili-
dad para detectar discrepancias en las respuestas que le daban los
sospechosos. Aun así, Fisher negó convincentemente saber nada de
la desaparición o asesinato de Ben Churchill.
—¿Estaría dispuesto a repetir su declaración con veritase-
rum?
Él meneó la cabeza.
—No, de momento, no.
Aquello no era raro. La situación de Fisher no era tan deses-
perada como para necesitar aferrarse a cualquier prueba de su
inocencia, y la mayoría de magos encontraban desagradable y humi-
llante verse obligados a tomar veritaserum, así que rechazar la po-
ción no se consideraba necesariamente un indicio de culpabilidad.
Harry pensó que a él tampoco le haría ninguna gracia; por mucho
que los aurores se ciñeran a preguntas relacionadas con el caso, los
sospechosos podían acabar parloteando de cualquier cosa y vertien-
do cualquier secreto. Lo último que quería era contar lo de los ho-
rrorcruxes o, peor aún, lo que sentía a veces su cuerpo cuando an-
daba cerca de Cavan Broderick.
Y entonces miró a Fisher y se dio cuenta de que había una
posibilidad que no habían explorado. Habían pensado que Fisher
podía haber matado a Churchill para vengarse de él por haber ma-
tado a su mujer, pero quizás el motivo de su venganza era otro y
aquel caso, después de todo, no tenía nada que ver con las desapari-
ciones. Sin pensárselo dos veces, salió de aquella pequeña habita-

318
CAPÍTULO | 18
Pascua

ción anexa y entró a la sala de interrogatorios, justo cuando Fisher


se preparaba ya para irse.
—¿Me permite un par de preguntas más? —preguntó, cor-
tés, aunque realmente Fisher no tenía otra opción.
Fisher pareció un poco sobresaltado al verle llegar de pronto
a la sala, pero asintió y se volvió a sentar en la silla.
—¿Qué quiere saber?
Harry lo miró directamente a los ojos y lo soltó sin más.
—Señor Fisher, ¿sabe usted si su mujer tenía una aventura?
Fisher dio un respingo y se lo quedó mirando con la boca
entreabierta.
—¿Qué?
Una mirada rápida hacia Chloe hizo que Harry se diera
cuenta de que su ayudante pensaba que habían sido unos idiotas
por no considerar esa posibilidad, pero más valía tarde que nunca.
—¿Sabía usted si su mujer y Ben Churchill tenían una aven-
tura? —insistió, atento a cualquier señal de mentira en su rostro.
Pero todo lo que se encontró fue confusión y agravio.
—¿Cómo se atreve a insinuar eso de mi mujer? —saltó, in-
dignado—. ¿Eso es lo que piensan hacer? ¿Acusarme a mí porque
son incapaces de encontrar a los verdaderos asesinos? ¿Para ocultar
su incompetencia?
A Harry le molestó el ataque, pero mantuvo la calma.
—No le hemos acusado de nada, señor Fisher. Tranquilícese
y responda a mi pregunta.
Fisher estaba aún enrabietado, pero contestó.
—No, por supuesto que mi mujer no me era infiel —dijo
con voz tensa—. Ella me amaba y yo la amaba a ella.
Si estaba fingiendo su reacción, lo hacía demasiado bien co-
mo para que él pudiera notarlo. Chloe tampoco parecía sospechar
de Fisher. Harry suspiró para sus adentros.
—Está bien, señor Fisher. Siento las molestias, pero com-
prenda que debemos examinar todas las posibilidades. Gracias de
todos modos por contestar a nuestras preguntas.

319
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Fisher le lanzó una mirada de pocos amigos y salió de allí sin


despedirse. Harry volvió a suspirar, esta vez abiertamente. Tendría
suerte si aquello no terminaba volviéndose contra él.
—Era una posibilidad, jefe —le consoló Chloe—. Tenía que
intentarlo.
—¿Tú también crees que es sincero?
—Lo parecía. Y ya interrogamos a toda la gente que veía
normalmente a Lyra Fisher y nadie nos insinuó nunca que estuviera
teniendo una aventura.
Harry pensó un poco. Ciertamente, Fisher parecía demasia-
do aturdido y desesperado por la desaparición de su mujer como
para creerle culpable; no era eso lo que le había hecho entrar a la sa-
la a hacerle esas preguntas, sino el simple hecho de que, como le
había dicho, tenían que comprobar todas las opciones. Y su primera
lealtad no era hacia él, sino hacia Lyra Fisher.
—Vuelve a enviar a alguien y que pregunten si les habló de
algún muggle en particular o si parecía más interesada en ese mun-
do que antes.
Ella asintió.
—De acuerdo.
Harry regresó a su despacho y un rato después, le llegó el in-
forme preliminar de la BIM respecto al disco duro de Ben Chur-
chill. Esperaba encontrar algo —algo, lo que fuera—, pero las noti-
cias no podían ser más desalentadoras. El disco duro había sido bo-
rrado por completo, posiblemente con un electroimán. Los exper-
tos de la policía no habían podido rescatar nada y ellos tampoco se
mostraban demasiado optimistas.
Se habría podido sentir más resignado ante aquella falta con-
tinua de pistas y resultados si la gente no siguiera desapareciendo y,
posiblemente, muriendo.

320
Capítulo 19
La capa de invisibilidad

A l día siguiente de regresar a Hogwarts, Albus se escabu-


lló hacia el establo para reunirse allí con Scorpius. Lle-
gaba un poco tarde, así que esperaba encontrarlo ya en el
altillo, pero no se veía a nadie. Albus dudó y después usó un Accio
para hacer bajar la escalera de cuerda y poder asegurarse de que to-
das las cosas que habían dejado allá arriba seguían en su sitio.
Y entonces notó como si alguien le diera un capón en toda la
cabeza.
—¡Au! —Albus miró a su alrededor, pero no vio a nadie. En-
tonces volvió a sentir otro golpe, pero esta vez oyó algo más tam-
bién, el sonido suave de la ropa, una risita ahogada. Dudoso, sacó su
varita—. ¿Quién hay ahí?
Entonces la cabeza de Scorpius apareció como flotando en el
aire a un par de palmos de él, dándole un susto de muerte.
—¡Soy Voldemort! —exclamó, echándose a reír.
Albus lo fulminó con la mirada un segundo, lo llamó idiota y
luego pasó a cosas más importantes.
—¡Tienes la capa!
Scorpius, asintiendo con evidente orgullo, se la quitó del to-
do, dejándose ver de cuerpo entero y se la pasó para que la exami-

321
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

nara. Aunque él ya había visto antes la capa de su padre, por supues-


to. Pero era fantástico que se la hubieran regalado.
—Les dije si me lo podían adelantar, aunque aún falten un
par de semanas para mi cumpleaños.
—Es genial.—Albus se cubrió con ella—. ¿Me ves?
—No.
Albus aprovechó para devolverle al menos uno de los capo-
nes que había recibido. Scorpius protestó, le agarró del borde de la
Capa y tuvieron una pelea amistosa que se detuvo cuando estuvie-
ron a punto de romperla. Súbitamente calmados, Scorpius la dobló
con cuidado extra, como para compensar su anterior descuido, y
subieron al altillo.
—Eh, ¿qué has hecho estas vacaciones?
Albus se encogió de hombros.
—No mucho, porque mis padres han estado muy liados.
Fuimos al cine un par de veces y una tarde estuvimos volando co-
metas en Hogsmeade. Oh, y mi tía Hermione nos llevó a visitar el
Museo Británico a mis primos y a mí. ¿Has estado allí? —Scorpius
negó con la cabeza—. Tienen momias de verdad, armas de todas las
épocas, estatuas de faraones y de criaturas extrañas, joyas… Pero lo
mejor son las momias. Es una pasada, Scorp, tienes que ir.
—¿El Museo Británico? ¿Está en Londres?
—Sí.
—Bueno, se lo diré a mis padres en verano.
—¿Qué hiciste tú en Pascuas?
—Estuvimos cuatro días en Francia, visitando a algunos pa-
rientes, y el resto lo pasamos en Inglaterra.
—No sabía que tuvieras familia en Francia.
—Sí, una de las abuelas de mi abuelo Lucius era francesa, así
que tengo una docena de primos lejanos por allí. Fue divertido.
Oye, ¿tu hermano ha conseguido hacer el Patronus?
—No —De hecho, James estaba de bastante mal humor
porque le había dicho a sus compañeros que sería capaz de hacerlo
cuando volviera de sus vacaciones de Pascua y había tenido que re-

322
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

conocer que no lo había conseguido. Entonces Scorpius soltó una


risita y Albus, molesto, le dio un empujón de advertencia—. No te
rías de él.
Scorpius apretó los labios un segundo.
—Por culpa suya, tenemos que escondernos todo el rato. Y
me llama mini-mortífago.
—Pero es mi hermano. Yo no hablo de tu familia, ¿verdad?
Pues no hables tú de la mía. —Scorpius lo miró con ojos un poco
turbulentos y Albus sintió un malestar diferente. No quería pelear-
se con él. Hogwarts no sería ni la mitad de divertido sin todas aque-
llas escapadas secretas y le había echado de menos todos esos días de
Pascua, tanto como a Amal. Entonces suavizó su expresión y su
tono, y lo hizo más conciliador—. Sabes que tengo razón, Scorpius.
No se debe hablar mal de las familias de los demás.
Scorpius alzó las cejas.
—Podrías decírselo a Longbottom.
Albus no se esperaba aquella salida y recordó que Amal ya se
lo había dicho mucho tiempo atrás y él no había querido verlo.
—Ya no lo hace, ¿no?
Scorpius esbozó una sonrisilla extraña.
—Claro que no, mis padres le obligaron a dejar de hacerlo.
Aquello le resultaba un poco difícil de creer, dado que Nevi-
lle era todo un héroe y no lo imaginaba teniéndole miedo precisa-
mente a los Malfoy. Pero notaba la tensión entre ellos e intuía que
ponerlo en duda equivalía a que Scorpius se fuera de allí hecho una
furia. De todos modos, Neville no era de su familia, aunque lo hu-
biera estado llamando tío hasta ese año, y a lo largo del curso se ha-
bía ido desvaneciendo la imagen algo idealizada que tenía de él. Era
injusto con los Slytherin y especialmente con Scorpius, y Albus ha-
bía dejado de justificarlo en algún punto del camino.
—Bueno, de todos modos, eso lo hacía él, no yo. Yo nunca
me he reído de nadie de tu familia, Sólo te estoy diciendo que no te
rías tú de la mía. —Scorpius frunció un poco el ceño y no dijo na-
da, aunque a Albus le pareció que resoplaba un poquito y que eso

323
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

significaba más o menos que había trato. Era el momento de pasar a


otro tema—. Eh, oye, ¿sabes quién está raro otra vez? Urien Su-
therland.
—Sí, hoy tenía cara de dolor de tripa. ¿Por qué lo dices? ¿Ha
hecho alguna cosa rara más?
A Albus le alegró que Scorpius también quisiera olvidarse ya
de aquella discusión.
—Anoche estuvo llorando cuando creía que dormíamos. —
No le preocupó que Scorpius pudiera contarlo y que los otros
Slytherin se rieran de Urien; al fin y al cabo, no lo había hecho la
primera vez, igual que tampoco él pensaba hablarle a nadie de la ca-
pa de invisibilidad—. Si vuelve a escaparse, ahora podemos usar la
capa para seguirlo.
Scorpius hizo un gesto poco entusiasmado.
—Al final será sólo que es un llorón que echa de menos su
casa, igual que Watson.
—Venga ya… —exclamó Albus, un poco decepcionado al es-
cuchar aquella teoría tan aburrida; sospechaba, además, que esa
desgana quería decir que aún estaba un poco enfadado—. Watson
no se va solo por ahí a hablar con personas misteriosas. Y no está
siempre triste y callado, como Urien. Tiene que pasarle algo grave,
algo que no sabemos.
Scorpius se encogió de hombros.
—Bueno, es un Gryffindor. Yo no puedo vigilarlo, tienes que
ser tú.
—Claro, yo me encargo. Pero ¿me ayudarás?
Aunque dudó unos segundos, Scorpius asintió al final.


Desde que tenía la capa en su poder, Scorpius había estado
dándole vueltas a todas sus posibilidades. Sólo Morrigan y Damon,
aparte de Albus, sabían que la tenía y les había hecho jurar solem-
nemente que no se lo dirían a nadie, fuera de la casa que fuera, ni

324
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

siquiera a Gabriel. Scorpius no necesitaba que le explicaran que


parte del valor de esa capa radicaba en que sus enemigos no supie-
ran que la tenía, y cuanta menos gente estuviera al corriente más di-
fícil sería que la información llegara a oídos indebidos.
Mientras caminaba hacia el campo de quidditch para la clase
de vuelo, observó a Watson. El niño había comprendido ya la sabi-
duría de proteger sus enseres de aseo con un hechizo, aunque
Scorpius sabía que no los había puesto fuera de su alcance porque
sospechara lo que le habían estado haciendo. Pero con la capa se
abría toda una nueva gama de venganzas que había que considerar
cuidadosamente. La sensación de no poder relajarse ni siquiera en
su Sala Común o su dormitorio aún les sacaba de quicio.
Scorpius se olvidó momentáneamente de sus planes mien-
tras volaba en escoba. Madame Hooch les permitía volar más rápido
ahora, incluso hacer algunas cabriolas. Watson y Cecily seguían
siendo bastante torpes, pero Diana lo hacía ya bastante bien. Morri-
gan había llegado a Hogwarts sabiendo volar, aunque aquella tarde
no andaba muy fina. Al final de la clase, la profesora les dejó incluso
hacer una carrera y Scorpius se sintió satisfecho al ver que no sólo
la ganaba, sino que además madame Hooch le daba cinco puntos
para Slytherin. Considerando que había ganado cinco en Defensa y
dos en Pociones, podía sentirse satisfecho de cómo había ido el día.
Lástima que al día siguiente fuera a perderlos todos en clase de
Herbología. Longbottom no había vuelto a hacer comentarios des-
pectivos sobre los Malfoy o los Slytherin, pero eso no le impedía
quitarle puntos cada vez que le daba la gana.
Cuando volvían al castillo, se cruzaron con el equipo de
quidditch de Gryffindor, que seguramente iba a entrenar. Scorpius
frunció las cejas al distinguir a Potter y los dos Weasley —Fred y
Molly— y bajó la vista para evitar mirarlos y darles pie a que empe-
zaran a meterse con él, pero no tuvo tanta suerte.
—Merlín, es que da no sé qué verlos a todos juntos —oyó
que gruñía uno de ellos.

325
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Damas y caballeros, la siguiente generación de presos de


Azkaban.
Ese era Fred Weasley; los otros se echaron a reír. Scorpius
apretó los dientes y siguió su camino, pero se detuvo al oír la voz de
Britney.
—¿Por qué no nos dejáis en paz, eh?
Damon y los demás también se habían detenido y se habían
girado hacia ella. Scorpius vio que James miraba a Britney casi con
compasión.
—Eres Steele, ¿verdad? No iba por ti.
—No sé por qué das la cara por ellos —añadió Fred Weas-
ley—. Por si no lo sabías, en cuanto te das la vuelta empiezan a in-
sultarte.
Scorpius no pudo callarse ante aquello y no fue el único.
—¡Eso es mentira!
—¡Nosotros no hemos dicho nada malo de ella!
—No les hagas caso, Britney, se lo están inventando.
Antes de darse cuenta, Potter y sus amigos les estaban apun-
tando con sus varitas.
—Eh, a ver a quién llamáis mentirosos, mini-mortífagos —
dijo Potter, en tono de advertencia.
Scorpius entrecerró los ojos.
—Eso os lo ha dicho Watson, ¿verdad?
Al oír decir su nombre, Watson, que se había acercado al
grupo de los Gryffindor, se medio escondió detrás de James Potter.
—Si lo tocas, será lo último que hagas, Malfoy; te lo aviso.
Britney dio un pequeño resoplido de desprecio.
—Watson es un mentiroso de mierda y no me creo nada de
lo que diga.
Potter y sus amigos se encogieron de hombros, como si tam-
poco les importara mucho convencerla de lo contrario.
—Tú misma, niña.

326
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

Entonces se marcharon, seguidos de Watson. Scorpius los


observó un par de segundos con impotencia, pero después se giró
hacia Britney. Todos la miraban como si no supieran qué decir.
—Nosotros no hemos dicho nunca nada malo de ti —dijo al
final Morrigan.
—De verdad que no —añadió Damon—. Sabes que nos caes
bien.
Britney asintió, muy seria.
—Lo sé. Watson es un asqueroso. —Entonces le pasó a Mo-
rrigan el brazo por la cintura—. Venga, vámonos. Me importa poco
lo que digan.


Albus se enteró de aquel incidente por la noche, cuando oyó
a su hermano contárselo a Michael. ¿Cómo era posible que su
hermano se creyera todo lo que le contaba ese imbécil de Watson?
¿Y por qué no podía dejar en paz a los de primero?
—Eh, Albus —le dijo Amal, acercándose a él—. ¿Quieres ju-
gar al Trivial mágico?
Albus asintió, fijándose en que su prima, Camilla Rice y
Brian Kendrick estaban preparando el tablero en una mesita vacía, y
se olvidó de su hermano. Total, no iba a conseguir nada hablando
con él, excepto que le contara más cosas horribles de los Slytherin o
que le preguntara por qué los defendía.
Entonces vio a Urien, que estaba junto a una ventana, obser-
vando el paisaje nocturno con expresión de sentirse muy desgracia-
do. Tratar de animarlo era una tarea tan inútil como hacer razonar a
James, pero le daba algo de pena verlo siempre tan triste así que se
acercó a él.
—Urien, ¿quieres jugar al Magitrivial con nosotros?
Su compañero meneó la cabeza con la misma desgana que si
le hubiera propuesto dar cien vueltas corriendo alrededor del casti-
llo.

327
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—No, gracias.
—Venga, di que sí. Puedes venir con Amal y conmigo. Él só-
lo es bueno en las de Cultura Muggle.
Y también con las preguntas que hacían referencia a cosas
que habían aprendido aquel año en Hogwarts, pero tampoco hacía
falta hilar tan fino. Urien se lo quedó mirando con aire dubitativo,
así que Albus le puso la misma cara que ponía cuando trataba de
conseguir algo de sus padres y el niño terminó asintiendo.
—De acuerdo.
Albus sonrió.
—Genial. Eh, jugamos tres contra tres y Urien va con Amal
y conmigo.
Rose no protestó porque ella quería ir con Camilla y Brian
no le caía mal, así que enseguida empezaron la partida. Aquel era
una edición para niños, sin preguntas demasiado difíciles; las peores
para Albus eran las de Geografía, pero pronto descubrieron que
Urien se desenvolvía bien en ese tema.
—Siempre me han gustado los mapas y los países extranjeros
—contestó, cuando Amal se lo comentó.
Y aquella era la frase más larga que le habían oído fuera de
clase. Albus estaba encantado de ver que Urien parecía estar divir-
tiéndose un poco, y más aún cuando empezaron las bromas y ter-
minó riéndose como uno más. Sin embargo, en cuanto Camilla le
comentó, con toda su buena intención, que nunca le habían visto
pasárselo tan bien, una sombra de algo que parecía culpabilidad
cruzó sus ojos azules y volvió a encerrarse en sí mismo y perdió casi
todo su interés por la partida. Aún contestaba a las preguntas, si veía
que Albus y Amal no sabían la respuesta y él sí, pero daba la impre-
sión de que estaba deseando que el juego terminara y en cuanto eso
sucedió, con victoria apurada del otro equipo, se levantó y se mar-
chó rápidamente.
—Ese chico es muy raro —dijo Camilla, que parecía sentirse
algo culpable por haber cortado su buen humor—. No sé por qué
se ha puesto así, yo no le he dicho nada.

328
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

—No es culpa tuya —la consoló Brian.


Albus intercambió una mirada con Amal, con quien también
había hablado de Urien, y siguiendo un impulso se fue tras él. No
había salido de la Torre de Gryffindor, así que sólo podía estar en su
dormitorio o en alguno de los baños. Unos minutos más tarde lo
había localizado en el baño de su habitación, encerrado en uno de
los cubículos que tenían los inodoros.
—Urien, eres tú, ¿verdad? ¿Te encuentras bien?
El otro niño tardó un poco en contestar.
—Podrías esperar fuera, ¿sabes?
Albus arqueó las cejas, un poco sorprendido —tales mira-
mientos entre chicos no eran muy habituales—, pero le dijo que sí
y salió del cuarto de baño. Un par de minutos después, Urien tam-
bién salió.
—¿Qué quieres?
Albus se mordió los labios, sin saber muy bien cómo empe-
zar.
—¿Estás enfadado con nosotros por algo?
—No.
—Parecías enfadado.
Urien frunció un poco las cejas, extrañado.
—¿Por qué? No me habéis hecho nada.
Al menos en eso parecía decir la verdad, así que Albus aban-
donó esa hipótesis.
—Es que… parece que odias estar en Hogwarts.
Urien cerró los ojos un segundo y cuando volvió a abrirlos
había tanta desesperación en ellos que Albus casi la sintió como un
golpe.
—No debería estar aquí.
—¿Por qué no? —dijo, en un hilo de voz.
Esa desesperación aumentó más, si tal cosa era posible, pero
luego apartó la vista y meneó la cabeza.
—Déjame en paz, Albus.

329
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Sin decir nada más, dio media vuelta y se marchó. Albus se


quedó mirando su espalda derrotada sin saber qué pensar.


Aquella noche, Scorpius se despertó de repente, convencido
de que había oído un ruido. Un pequeño quinqué situado en la pa-
red emitía una débil luz que le permitió ver las formas quietas de
sus compañeros. Todos parecían dormidos y lo único que se oía
eran sus respiraciones. Scorpius se preguntó si lo habría soñado,
cuando de pronto oyó unos ruidos de pasos en el pasillo, fuera del
dormitorio, y el rumor de varias carcajadas femeninas.
Scorpius aguzó el oído intentando captar algún sonido más y
al cabo de un minuto oyó más ruido de pasos. Se preguntó si sería
una fiesta de los alumnos mayores y miró la hora. ¡Eran las dos de
la mañana! No, no podía ser una fiesta. Los mayores organizaban
alguna algún sábado por la noche, pero hasta medianoche o la una,
como muy tarde. Y estaban a jueves, al día siguiente había clase.
Muerto de curiosidad, se preguntó si no sería una buena
oportunidad para probar su regalo de cumpleaños, así que, sin hacer
casi ruido, se deslizó de la cama, se puso sus zapatillas de andar por
casa y sacó la capa del interior de su baúl. Su primera intención ha-
bía sido ir solo, pero luego se lo pensó mejor y se acercó a Damon.
Scorpius le puso la mano en el hombro y lo meneó suave-
mente. Damon entreabrió los ojos, confuso, y Scorpius se llevó el
índice a los labios para indicarle que no hiciera ruido.
—Afuera está pasando algo —dijo, en voz muy bajita—. ¿Me
acompañas a ver qué es?
Damon lo miró con cara medio dormida, inexpresiva, unos
segundos y después se frotó los ojos y asintió. Scorpius sonrió y es-
peró a que Damon se pusiera también sus zapatillas. Después se
acercaron a la puerta y se cubrieron con la capa.
—¿Qué crees que pasa? —preguntó entonces Damon, tam-
bién en un murmullo.

330
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

—No lo sé.
Scorpius abrió la puerta con cuidado, asegurándose de que
no había nadie fuera que pudiera encontrar sospechoso que una
puerta se abriera sola. El pasillo parecía desierto, así que salieron rá-
pidamente y cerraron la puerta tras de sí.
—¿Dónde vamos? —preguntó de nuevo Damon, todavía sin
alzar la voz.
La verdad era que Scorpius no tenía ni idea de la dirección
que debían seguir, pero supuso que la opción más lógica era acer-
carse a los dormitorios de los alumnos mayores, así que fueron ha-
cia allá. Cuando doblaron la esquina se dio cuenta de que no se ha-
bía equivocado, porque ahora podían oír risas y voces provenientes
del dormitorio de chicas de sexto. Scorpius y Damon se acercaron
un poco más y justo entonces, se abrió la puerta y su primo Gabriel
salió de allí con una expresión algo extraña en la cara. Si no hubiera
sido porque había podido llegar a ver que en aquella habitación ha-
bía un montón de chicas, Scorpius habría pensado que Gabriel ha-
bía estado dándose el lote con alguna, pero empezaba a sospechar
de qué iba todo aquello.
—Creo que ya sé qué pasa —le dijo a Damon—. Ven, sí-
gueme.
Los dos niños siguieron a Gabriel hasta que éste giró la es-
quina. Entonces Scorpius salió de debajo de la capa y le hizo una
seña a Damon para que hiciera lo mismo.
—¿Qué vas a hacer?
—Vamos a hablar con él. —Entonces se guardó la capa deba-
jo de la chaqueta del pijama. Abultaba un poco, pero posiblemente
Gabriel no se daría cuenta. Scorpius giró la esquina y llamó a su
primo, que ya estaba a punto de entrar en su propio dormitorio—.
Eh, Gabriel…
Su primo dio un respingo algo sobresaltado y se giró hacia
ellos.
—¡Scorpius! ¿Qué haces levantado?
—Hemos oído ruidos y queríamos saber qué pasaba.

331
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—No es una buena noche para andar por los pasillos. Si os


pillan las chicas se pensarán que queríais espiarlas y harán que os
arrepintáis.
Scorpius vio confirmadas sus sospechas y esbozó una sonrisa.
—¿Es Morrigan?
—Sí. Anda, pasad.
Damon parecía aún perdido, pero eso de tener una reunión a
horas intempestivas con los chicos de cuarto le pareció una buena
idea. Igual que pasaba con primero, en aquel curso sólo habían con-
seguido reunir cuatro chicos para Slytherin, Uno de ellos, además,
estaba pasando la noche en la enfermería por un accidente en De-
fensa Contra las Artes Oscuras. Los otros dos chicos, sin embargo,
estaban completamente despiertos, como si hubieran estado espe-
rando a Gabriel.
—Ah, ya has vuelto… —dijo uno, Paul. Era un chico alto y
flaco, con la nuez más grande que Scorpius había visto nunca y una
miríada de granos en su frente.
—¿Y estos dos? —dijo Regulus, el otro, fijándose en Scor-
pius y Damon. Regulus era algo más bajito y su piel oscura y su ca-
bello negro delataba algo de sangre india.
—Estaban rondando por los pasillos. Las locas de las chicas
los habían despertado.
Paul se rió.
—Pues tenéis suerte de que no os hayan visto ellas primero.
—¿Por qué? —dijo Damon—. ¿Qué están haciendo?
A Scorpius no le sorprendió que no lo supiera; Damon sólo
tenía un hermano de seis años, así que no había motivo para que
sus padres le hubieran explicado todo aquello. Seguro que Paul y
Regulus tampoco tenían hermanas, y se habían quedado despiertos
para sonsacarle a Gabriel los detalles.
—Era una ceremonia de tránsito —le explicó a Damon—.
¿Te acuerdas de que Morrigan ha estado todo el día quejándose de
dolor de tripa? Es porque le iba a bajar la regla.
Damon parpadeó.

332
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

—Ah… Ah, ya, la ceremonia esa que hacen las brujas cuando
una se convierte en mujer… —dijo, sin demasiado interés.
—Exacto.
—Bueno, cuéntanos —le dijo Regulus a Gabriel—. ¿Qué
hacen allí dentro?
—No puedo contaros mucho porque casi todo es secreto.
—Oh, venga…
—Pero se lo están pasando en grande, eso os lo aseguro. To-
do un aquelarre.
Los dos chicos de cuarto abrieron mucho los ojos.
—¿Están desnudas?
—¿Tú eres idiota?
Su madre le había explicado algo de todo aquello por si Cas-
sandra se convertía en mujer en Hogwarts antes que Morrigan; si
no había un pariente femenino adecuado para hacer las presenta-
ciones, la tarea caía en el pariente masculino más cercano, es decir,
él. Pero su madre no le había dado demasiados detalles; era algo de
brujas y no les gustaba que los hombres supieran nada sobre ello si
podían evitarlo. Ahora ya no se los daría, porque si surgía la ocasión,
si Cassandra tenía su primera menstruación en Hogwarts, sería
Morrigan quien la llevara ante sus compañeras.
Algunas veces, la llegada de la pubertad sacaba algún poder a
la luz; las videntes, por ejemplo, empezaban a tener visiones sólo
después de su primera regla. Scorpius le preguntó a Gabriel si a
Morrigan le había pasado algo de eso, pero su primo negó con la
cabeza.
—No, no que yo sepa. Aunque tampoco es algo automático,
¿sabes? Simplemente si tiene algo más dentro, pronto empezará a
manifestarlo.
Gabriel les estuvo contando alguna cosa más —no mucha—
y Scorpius se quedó con la impresión de que aquella ceremonia, bá-
sicamente, consistía en criticar a los chicos y contar chistes verdes.
Aun así, su madre le había advertido de que había magia implicada
en aquella ceremonia, una ancestral magia femenina que no le daría

333
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

la bienvenida precisamente a cualquier varón que se acercara dema-


siado. Gabriel sólo había podido entrar porque tenía que acompañar
a su hermana, y se habrían librado de él en cuanto había terminado
su papel.
Después de unos minutos, Gabriel se puso en plan primo
mayor y les instó a volverse a su dormitorio. Damon quería curio-
sear un poco más, pero Scorpius recordaba bien las advertencias de
su madre y se lo quitó de la cabeza. No quería acabar con hocico de
cerdo o con todo el cuerpo cubierto de pelo o cualquier cosa de ese
estilo.
Su intención era meterse en la cama y volverse a dormir,
pues a la mañana siguiente tenían que madrugar; ya le preguntarían
entonces a Morrigan, a ver si les contaba algo. Pero nada más entrar
en el cuarto y ver el bulto de Watson, una idea le sacudió con una
fuerza imposible de resistir.
—Sígueme la corriente —le dijo a Damon, en voz casi inau-
dible.
Damon asintió, comprendiendo al momento que iba a ha-
cerle algo a Watson. Entonces Scorpius pasó junto a la cama del chi-
co y le dio un puntapié a una de las patas.
—Chiiist, Damon, vas a despertar a Watson —exclamó en
voz un poco más alta—. No puede enterarse de lo que está pasando.
¿No ves que podría decírselo a los Gryffindor?
—Lo siento —dijo Damon, como si hubiera sido él.
—Las chicas de sexto están locas —continuó Scorpius—. No
sé cómo pueden hacer eso en su propio dormitorio. Venga, vamos a
dormir. No se ha despertado, ¿verdad?
Los dos lo miraron entonces. Aunque la oscuridad era casi
completa, Scorpius tuvo la sensación de que le habían despertado,
de que sólo fingía que dormía. Watson no tenía el sueño especial-
mente liviano, pero la patada a la cama y las voces que habían dado
podían haber sido suficientes para despertarlo. El milagro era que
Hector no lo hubiera hecho también; sin saber de qué iba todo
aquello, podía arruinarles el plan.

334
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

—No, está dormido —dijo Damon.


Entonces volvieron a acostarse. Scorpius permaneció tumba-
do un buen rato, dejando que su respiración se fuera volviendo más
y más pausada, luchando por no quedarse dormido de verdad. La
espera no fue en vano; al cabo de diez minutos, oyó un rumor pro-
veniente de la cama de Watson. No se atrevió a moverse; no hacía
falta. El ruido amortiguado de pasos, el crujido de la puerta al abrir-
se le dijeron todo lo que quería saber.
Sólo entonces, Scorpius se incorporó en la cama y compartió
una sonrisa con Damon. Watson iría a ver qué tramaban las de sex-
to, y con un poco de suerte, su madre le habría dicho la verdad y la
magia le daría un buen rapapolvo. La magia o las chicas. Slughorn
no se metería en algo así.
—Watson le dirá que le hemos tendido una trampa, pero te-
nemos que decirle que no sabíamos si esas ceremonias están prohi-
bidas y que lo último que queríamos era que Watson se enterara por
si se lo contaba a los Gryffindor, ¿de acuerdo?
Damon, riendo, fue a despertar a Hector para que no se per-
diera el posible espectáculo. No sabían cuánto tiempo tendrían que
esperar, probablemente no mucho, pero no se atrevían a salir del
dormitorio por si acaso. Y por fin, al cabo de unos diez minutos,
oyeron ruidos de gente caminando apresuradamente por los pasi-
llos. Scorpius sintió que el corazón empezaba a latirle a toda prisa:
tenía que estar relacionado con Watson, tenía que estarlo.
Pero aún tardaron casi otros diez minutos en enterarse de lo
que estaba pasando. Los ruidos de pasos se dirigían esta vez hacia la
puerta; los tres chicos se fingieron inmediatamente dormidos. Un
momento después, Slughorn entró en el dormitorio e hizo que se
encendieran las velas con un movimiento de varita.
—Señores, despiértense ahora mismo.
Ellos siguieron con la actuación y fingieron desconcierto y
sueño.
—¿Qué pasa? —preguntó Scorpius.
Slughorn parecía bastante enfadado.

335
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Le han dicho ustedes a Watson que fuera al dormitorio de


chicas de sexto?
—¿Qué? —exclamó Scorpius, poniendo cara de preocupa-
ción—. ¡No! ¿Ha ido?
—¡Será idiota! —exclamó también Damon.
—Quiero saber qué ha pasado aquí —dijo Slughorn, cru-
zándose de brazos.
Scorpius y Damon intercambiaron una mirada.
—Hace un rato he oído ruidos y le he pedido a Damon que
me acompañara para ver qué estaba pasando. Cuando nos hemos
dado cuenta de que las chicas estaban haciendo una ceremonia de
tránsito nos hemos vuelto a la cama. Watson ha debido de oírnos.
¡Nosotros no queríamos que se enterara y se lo dijera a los Gryffin-
dor! ¡No tenemos la culpa de que haya ido!
—¿Nos van a quitar puntos por la ceremonia de las chicas?
—preguntó Damon, sonando más impertinente que preocupado.
Slughorn resopló un poco, pero a Scorpius le parecía que se
lo había tragado.
—No sea estúpido, señor Pucey. Buenas se pondrían las bru-
jas si supieran que quitamos puntos por hacer ceremonias de tránsi-
to. —Se frotó el puente de la nariz—. Bien… Qué desastre… En
fin, ustedes vuelvan a dormirse.
—¿Qué le ha pasado a Watson?
—Pasará algunos días en la enfermería hasta que podamos…
revertir su estado. Madame Midgen y la profesora Daskalova pien-
san que no será muy difícil. Por suerte, Watson es sólo un niño y la
magia no ha sido demasiado dura con él.
Scorpius no dijo nada, sólo asintió, intuyendo que mostrar
demasiada preocupación quedaría un poco sospechoso. Hector y
Damon también guardaron silencio, así que Slughorn les dijo que
volvieran a dormirse y salió de la habitación. Los tres chicos espera-
ron pacientemente a que sus pasos dejaran de escucharse antes de
romper a reír.

336
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

—¡Ha sido genial, Scorp! —exclamó Damon, sonriendo


triunfalmente.
—¡Tenemos vacaciones de Watson! —exclamó también Hec-
tor.
Scorpius esbozó una sonrisa satisfecha y maliciosa. Eso por
decir mentiras sobre ellos.


Albus había estado deseando reunirse con Scorpius para con-
tarle lo de Urien, pero prácticamente se olvidó de eso cuando oyó
que Watson estaba en la enfermería. Antes de ir al Gran Comedor
había mirado el estado de los puntos y los Slytherin no habían per-
dido ninguno desde el día anterior, así que imaginó que no debía de
ser culpa de ellos.
Gracias a la capa de Scorpius, quedar era ahora mucho más
fácil. ¿Quién iba a sospechar algo viéndolo simplemente caminar
por ahí?
—Eh, Scorpius, ¿qué le ha pasado de verdad a Watson? ¿Sa-
bes algo?
Scorpius se echó a reír.
—Claro que lo sé. —Luego se puso más serio—. Jura que no
dirás nada.
—Como si a mí me cayera bien Watson… ¿Qué ha pasado?
—Anoche las chicas tenían una ceremonia de transición y…
—¿Una qué?
Scorpius lo miró, sorprendido.
—Una ceremonia de transición. Ya sabes, cuando las chicas
tienen la regla por primera vez. —Albus se esperaba cualquier cosa
menos esa y se le escapó una risita tonta, lo cual sólo sirvió para
sorprender más aún a Scorpius—. ¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes?
Albus no supo qué decirle; sencillamente… bueno, el tema
hacía gracia.
—No sé nada de ceremonias de transición.

337
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Tus primas no te han contado eso?


—Mis primas no me hablan de esas cosas —dijo Albus, un
poco escandalizado.
Scorpius parecía confundido.
—Bueno… igual vosotros no las hacéis, porque como tam-
poco celebráis el solsticio ni nada de eso… El caso es que en esas
ceremonias hay una magia especial, los chicos no pueden acercarse.
Y Damon y yo nos las apañamos para fingir delante de Watson que
estaban haciendo algo malo y que vosotros, los Gryffindor, no po-
díais enteraros. Entonces ese idiota fue a ver qué estaba pasando pa-
ra chivarse después a tu hermano y la magia de la ceremonia… lo
pilló y… y… —Scorpius volvía a reírse y le costaba hablar—, y lo
ha…convertido… en… en…
—¿En qué? —dijo Albus, que se estaba riendo también sólo
de verlo.
—En un sátiro.
Albus soltó una carcajada, pensando en Phil, el sátiro de la
película de Disney sobre Hércules.
—¿Qué?
La imagen de Watson con la parte inferior de cabra, barba de
chivo y cuernecitos en la cabeza era demasiado buena. Ahora era
Albus el que no podía parar de reír.
—Un chico del curso de mi primo estaba anoche en la en-
fermería y lo vio llegar y nos lo ha contado todo —explicó Scor-
pius—. Watson no hacía más que llorar, estaba convencido de que
se iba a quedar así para siempre.
Aquello serenó un poco a Albus; Watson le caía fatal, pero
quedarse así para siempre era demasiado.
—No va a pasarle eso, ¿verdad?
—No, qué va. Dicen que en unos cuantos días ya estará bien.
Esa magia… bueno, es femenina, es maternal, ¿comprendes? —
dijo, explicándose un poco a trompicones—. No le haría daño de
verdad a un niño.

338
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

Albus miró a Scorpius con admiración, preguntándose por


qué sabía siempre esas cosas tan raras, casi maravillado al ver que
había conseguido vengarse así de Watson por las mentiras que había
dicho de ellos y Britney Steele. No cabía duda, Scorpius era la per-
sona más emocionante que había conocido nunca.


Cuando regresó a la Torre de Gryffindor, Albus estaba pen-
sando en la ceremonia de transición. Scorpius le había contado todo
lo que sabía, que no era mucho. Él estaba bastante seguro de que las
chicas de Gryffindor no hacían nada por el estilo, casi tan seguro
como de que los chicos de Gryffindor no hablaban de ese tema co-
mo si tal cosa.
En la Sala Común, la mayoría de estudiantes estaban hacien-
do los deberes. Se notaba que estaban ya en el tercer trimestre y que
tocaba apretar para los exámenes de fin de curso, especialmente los
que tenían TIMOs y ÉXTASIS. Albus fue a por sus libros y se sen-
tó junto a sus amigos, quienes le preguntaron, como de costumbre,
dónde se había metido.
—Por ahí —contestó, también como siempre—. Oye, Ro-
se… ¿tú sabes qué es una ceremonia de tránsito?
—No —dijo su prima, frunciendo sus rojizas cejas—. ¿Por
qué?
—Cuando venía hacia aquí me he cruzado con unos Slythe-
rin y decían que Watson ha acabado en la enfermería porque había
interrumpido una ceremonia de tránsito o algo así.
—Igual es que lo ha atropellado alguien —sugirió Amal.
Lo de la ceremonia despertó la curiosidad de Rose, quien
propuso ir a preguntárselo a Victoire. Su prima mayor, que estaba
sentada en un sofá leyendo un libro de Aritmancia, los miró con
perplejidad.
—¿Una ceremonia de tránsito? Mon Dieu, ¿eso todavía se ce-
lebra?

339
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Nosotros también las hacemos, en mi familia —dijo ines-


peradamente una amiga suya, Elinor, que estaba estudiando a su la-
do—. ¿Los Slytherin lo hacen en su Casa?
Scorpius le había dicho que no pasaba nada por contar esas
cosas, con tal de que no dijera que en realidad lo habían aprovecha-
do para tenderle una trampa a Watson.
—Eso creo —dijo Albus.
Elinor pareció darse cuenta de algo y soltó una risita.
—¿Y Watson se metió en medio? Me gustaría ver qué le ha
pasado. Una de mis bisabuelas me contó que un primo suyo había
quedado convertido en babosa durante todo un mes.
Albus se rió también, pero no se atrevió a decir cuál era ahora
el aspecto de Watson, por si acaso.
—Pero, ¿qué es una ceremonia de tránsito? —insistió Rose.
Las dos chicas de séptimo le lanzaron una mirada algo incómoda a
Albus.
—Bueno… es una manera de celebrar cuando una niña se
convierte en mujer, ya sabes.
—Oh… —Rose se puso un poco roja y arrugó la nariz—.
¿Celebran eso?
—¿Por qué no? —se extrañó Elinor—. Es una de las tradi-
ciones más antiguas de nuestro mundo mágico y no tiene nada de
malo. Aunque no sabía que los Slytherin lo seguían haciendo en
Hogwarts. Mi madre me contó que se había perdido hace siglos la
costumbre de hacerlo en el colegio.
—¿Por qué?
—Bueno, en esas ceremonias se invocan antiguas diosas pa-
ganas y por lo que he leído, las brujas y magos cristianos, sobre todo
si eran sangremuggles, reaccionaban muy mal cuando se enteraban
de eso. Para empezar porque pensaban que era algo sucio y luego,
ya sabéis, los muggles en aquella época no creían precisamente en la
libertad religiosa y esos magos pensaban que podían ir al infierno
sólo por estudiar en un colegio en el que se permitían ceremonias
así. Algunos hasta abandonaban Hogwarts por miedo a condenarse.

340
CAPÍTULO | 19
La capa de invisibilidad

Albus recordó que sus primos ya le habían hablado de san-


gremuggles de aquella época que se iban del colegio por culpa de su
religión.
—No creo que sea cosa de los sangremuggles —dijo Victoi-
re—. Siempre se les echa la culpa a ellos de todas las tradiciones que
se pierden, pero eso forma parte de la vida; si no, aún estaríamos vi-
viendo en cuevas y en vez de varitas usaríamos garrotes.
Vivir en cuevas estaría genial, pensó Albus.
—¿Y no te parece demasiada coincidencia que todas esas tra-
diciones se mantengan en Slytherin, donde los sangremuggles en
más de diez siglos se pueden contar con los dedos de una mano?
—No, porque para ellos es una manera de diferenciarse de
los muggles, que es lo que más les gusta del mundo.
La conversación entre las dos alumnas de séptimo parecía ir
para largo y Albus ya había perdido el interés; estaba claro que esas
ceremonias ya no se celebraban en Gryffindor. En parte se alegraba
porque, ¿y si hubiera tenido que presentar él a Lily? Menuda ver-
güenza. Aunque no, por lo que le había contado Scorpius, eso lo
habría hecho alguna de sus primas. Mientras volvía a la mesa en la
que había estado haciendo los deberes miró especulativamente a
Rose.
—¿Y tú ya…?
No se atrevió a terminar la frase. Tampoco supuso gran dife-
rencia, porque Rose se puso colorada como un tomate y le dio un
empujón.
—¿Y a ti que te importa, idiota?
Albus se frotó el lugar en el que le había hecho daño.
—Au, vale, no hace falta que te pongas agresiva.
Rose le lanzó una mirada de mal humor y fue a sentarse a su
sitio. Albus la miró, suspiró filosóficamente y la siguió.

341
Capítulo 20
Cuando menos te lo esperas

D raco leyó en voz alta la noticia de la última desaparición


en El Profeta mientras todos desayunaban. Esta vez la
víctima había sido un mago de cincuenta y tres que vivía
solo en el Londres muggle, donde al parecer se había ido a vivir
después de terminar sus estudios en Hogwarts. A Draco le costaba
comprender que alguien capaz de hacer magia quisiera llevar una
vida muggle, pero se concentró en lo más importante: el peligro
continuaba y los aurores seguían dando palos de ciego. Y ahora que
sabía perfectamente lo que andaba buscando Sienna Bullard, no era
nada difícil ver a lo largo del artículo los detalles destinados a minar
la posición de Potter y, de rebote, la de Shacklebolt.
—Si esto sigue así, Rookwood podría tener el camino libre
para las elecciones del año que viene —comentó su padre, cuando
él terminó de leer
Draco, que a veces sospechaba que había todo un universo
conspirando contra él, pensó que, con su mala suerte, Potter conse-
guiría atrapar a aquellos criminales el día anterior a las elecciones.
Pero no lo dijo en voz alta ni tampoco se quedó a continuar el pre-
visible linchamiento a Potter porque tenía una reunión pendiente
con Jacob Bletchey.

342
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Dado que Astoria le había convencido para desistir de su


plan de arruinar el Caldero Chorreante —y ahora se alegraba de
ello, dada su nueva alianza con Rookwood—, Draco había tenido
que pensar un nuevo uso para el local que le había cedido a Blet-
chey. Después de darle un par de vueltas, había sugerido un gimna-
sio. No había nada parecido en el mundo mágico, más allá de las sa-
las de entrenamiento de los aurores, los vigiles y los jugadores pro-
fesionales de quidditch, y los magos no tendían precisamente a dar-
le importancia al estado físico, pues el poder mágico no tenía rela-
ción alguna con los músculos, pero Draco creía que, bien montado,
añadiendo una zona donde pudieran beber cerveza de mantequilla e
incluso algunos de esos refrescos muggles, podía convertirse en un
punto de encuentro para los magos jóvenes, que en general no te-
nían muchos sitios donde reunirse.
Por suerte, Bletchey había aceptado su cambio de planes sin
demasiadas objeciones: a él lo que le gustaba era la idea de asociarse
con Draco y recibir sustanciosos beneficios por ello. Draco sabía
que sólo le interesaba el dinero y le parecía perfecto. La gente así era
previsible y fácil de contentar.
Cuando la reunión terminó, Draco se fue a dar una vuelta
por el callejón Diagon y al ver un nuevo modelo de escobas se en-
contró acordándose de Scorpius. Tres días atrás había sido su cum-
pleaños y había resultado raro no poder felicitarlo personalmente ni
verlo. Al menos esperaba que estuviera haciendo buen uso de la ca-
pa de invisibilidad y no se metiera en demasiados líos.
Por algunas cosas que comentaba Scorpius y otras que le lle-
gaban por Morrigan y Gabriel, Draco tenía la impresión de que su
hijo estaba haciéndose de notar bastante entre sus compañeros de
cursos superiores. Aquello le sorprendía un poco, ya que había su-
puesto que se pegaría a Damon, Morrigan y Diana y trataría de pa-
sar inadvertido. Pero también le hacía sentirse orgulloso de su hijo;
al fin y al cabo, él también había tenido bastante influencia en la ca-
sa de Slytherin en su momento.

343
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes

Draco se detuvo a comprar un par de libros y descubrió que


había dentro una cara familiar, Cho Chang. Cho había ido a Raven-
claw, un curso por delante de él, y trabajaba en el Ministerio de
Magia como Inefable. A pesar de haber luchado contra Voldemort,
—y de haber salido con Potter unos meses—, ella y Draco se habían
visto varias veces por el ministerio o en casa de algunos amigos co-
munes a lo largo de todos aquellos años, y tenían una relación bas-
tante cordial. Draco suponía que ayudaba un poco que ella sintiera
bastante antipatía por Granger y Ginny Potter (la primera por haber
marcado la cara de su mejor amiga con cicatrices que habían durado
varios años y la segunda porque, según Cho, la trataba como si pen-
sara que iba a intentar robarle a su marido).
Cho estaba allí con sus dos hijas, Mei y Jun. La mayor, Mei,
iba a entrar en Hogwarts al curso siguiente y probablemente iría a
Ravenclaw de cabeza. La niña tenía fama de ser extraordinariamente
inteligente y a juzgar por el libro de Aritmancia que se estaba leyen-
do, ajena a todo, lo era.
—Hola, Cho.
—Ah, hola, Draco. ¿Qué te trae por aquí?
—Quería comprar unos libros —contestó, en lo que espera-
ba que fuera un mandarín aceptable.
Ella ladeó la cabeza y sonrió un poco. Los Ravenclaw siem-
pre eran sensibles hacia los esfuerzos intelectuales.
—Yo también he venido a comprar cuentos para las niñas —
dijo entonces, también en mandarín, hablando lentamente para que
él pudiera entenderla bien y fijarse en la pronunciación—. Pero
pensé que tú…
Entonces se detuvo, como si se hubiera dado cuenta de que
había metido la pata.
—¿Qué? —dijo Draco.
Cho dudó un poco, pero continuó, esta vez en inglés.
—Bueno, hoy recibían en el ministerio la visita de una dele-
gación del gobierno de Senegal y sé que tú hiciste tratos con ellos
hace varios años.

344
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Había vivido allí algo más de un año, cuando Cassandra era


sólo un bebé, y después había pasado unos días en un par de oca-
siones, una vez con toda su familia y otra vez él solo. Tenía aún bas-
tantes contactos en aquel país y las costumbres de las comunidades
mágicas africanas podían ser muy diferentes a las europeas. Lo
normal habría sido avisarlo para que fuera a ayudar con las labores
diplomáticas, pero los Marcados estaban inhabilitados para trabajar
en el ministerio y tampoco se les quería cerca de modo no oficial.
Peor para ellos, pensó Draco. Dudaba que hubiera alguien en
el ministerio que hubiera estado en Senegal o que hablara su idio-
ma; sería fácil que metieran la pata. Y aún sería peor si en la delega-
ción senegalesa había alguien a quien hubiera conocido durante su
estancia allí, porque entonces esa persona se preguntaría por qué el
ministerio británico no se había molestado en buscarlo para que hi-
ciera de intérprete.
—Lo que haga el ministerio no es cosa mía —dijo, enco-
giéndose de hombros.
—Claro, claro… —dijo Cho rápidamente
—¿Y tú? —preguntó Draco, deseoso de dejar el tema atrás.
Luego se pasó de nuevo al mandarín—. ¿Hoy no trabajas?
—No, hoy tengo libre.
Draco charló un poco más con ella mientras compraban los
libros, disfrutando de la posibilidad de practicar el idioma.


Aquella noche, después de cenar, Draco se fue con su padre a
su despacho. No muy lejos de Bournemouth se estaba creando un
pequeño emplazamiento mágico y su padre pensaba que ya era hora
de que tuvieran algún negocio cerca, como una tienda de dulces o
de juguetes a donde pudieran ir los niños por su propio pie. Igual
que habían hecho con Bletchey, estaban dispuestos a prestar el di-
nero para que alguien montara el negocio; mientras durara el prés-
tamo tenían bastante poder de decisión y una vez cancelada la deu-

345
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes

da, siempre quedaba cierto agradecimiento, cierta lealtad que podía


ser útil.
—Crane me habló de una sobrina suya a la que podría in-
teresarle —dijo Draco, pensativo—. Terminó Hogwarts hace un par
de años y no tiene muy claro qué hacer.
Su padre asintió, pero justo cuando iba a decir algo, las de-
fensas de la mansión vibraron, estudiando la magia del mago que
había llegado a la entrada de los terrenos de la mansión. Draco sin-
tió el eco en su propia magia y supo que no era ninguno de sus
amigos habituales.
—¿Esperas a alguien? —le preguntó su padre.
—No.
Entonces el movimiento de las barreras mágicas volvió, esta
vez con algo parecido a una sacudida. Ya no cabía lugar a dudas, es-
taban atacando la mansión. Draco se levantó a toda prisa de la silla,
seguido de su padre, y corrió hacia la puerta de la biblioteca. Un
hechizo impedía aparecerse de habitación a habitación con el fin de
garantizar cierta intimidad tras las puertas cerradas, pero en cuanto
salieron al pasillo Draco y su padre pudieron aparecerse en el vestí-
bulo. Su madre estaba allí, con la varita en la mano y estudiaba con
el ceño fruncido una imagen que había conjurado en el espejo de la
entrada, un espejo que permitía ver lo que estaba pasando fuera.
—¿Dónde están Astoria y Cassandra?
—Junto a la chimenea.
Draco sabía que su mujer se llevaría a la niña a casa de sus
suegros en cuanto hubiera la más mínima señal de que las defensas
de la casa no resistían, cosa, por otro lado, imposible.
—¿Qué sucede?
—¿Cuántos son?
—Miradlo vosotros mismos —dijo ella, con un tono despec-
tivo.
Draco miró entonces el espejo y no pudo evitar esbozar una
sonrisa burlona al ver a los cinco intrusos suspendidos en el aire ca-
beza abajo, tan envueltos en cuerdas mágicas que parecían salchi-

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

chas colgando en una despensa. Su padre hizo un movimiento con


su varita y el espejo les fue mostrando primeros planos de las caras
de todos ellos. Eran bastante jóvenes, veinte o veintidós años como
mucho, y a Draco le sonaban vagamente familiares, seguramente de
verlos por el callejón Diagon.
—¿Los conocéis?
—Yo diría que el pelirrojo es un Cresswell —opinó su ma-
dre.
Su padre arqueó una ceja. Draco hizo lo mismo en cuanto
identificó el apellido; uno de los magos desaparecidos se apellidaba
así. Pero no era eso lo que más le importaba en ese momento. Sus
padres estaban disgustados, pero no sorprendidos, nada sorprendi-
dos.
—¿Por qué no me dijisteis que todavía pasaban estas cosas?
—Oh, ya hacía bastante tiempo que no recibíamos una de
estas visitas. ¿Qué hará, Lucius? ¿Dos años?
—Más o menos.
—Si me lo hubierais dicho, habría tratado de pasar más
tiempo en Inglaterra.
—No digas tonterías, Draco —dijo su padre—. Tú tienes
que estar con tu mujer y tus hijos. Espero que no creas que idiotas
como esos pueden hacernos perder el sueño a tu madre y a mí.
Ese tipo de visitas habían sido bastante habitual tras la guerra,
pero habían ido disminuyendo y Draco había llegado a pensar que
habían desaparecido del todo. No era agradable averiguar que, sen-
cillamente, sus padres se habían limitado a ocultarle que seguía su-
cediendo, aunque fuera de manera esporádica.
—¿Y el ministerio sigue sin hacer nada?
—Bueno, desde luego no van a meterlos en Azkaban por
quedar atrapados en nuestras protecciones —dijo su padre.
—Astoria ya habrá avisado a los aurores —dijo su madre.
Draco torció el gesto; Potter estaría entre ellos, como siempre—.
Deberíamos ir a echarle un vistazo antes de que se los lleven.

347
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes

—Sí —dijo su padre—. Vayamos a ver qué quieren.


Mientras caminaba hacia sus maniatados y no deseados invi-
tados, Draco tuvo que admitir que ese tópico de que los Slytherin
tenían cierta debilidad por los gestos melodramáticos era probable-
mente cierto. Snape siempre había despertado admiración por el
modo en el que conseguía hacer que la capa revoloteara a su alrede-
dor cuando se daba dignamente la vuelta. Y su padre… bueno, su
padre entraba en las habitaciones como si en su cabeza estuviera
oyendo cómo le anunciaban dos heraldos con trompetas.
Ahora estaban ofreciendo un buen espectáculo. Draco trató
de imaginarse cómo podían verse desde fuera, los tres altos, rubios,
vestidos de negro. Su padre caminaba entre él y su madre, andando
con la arrogancia de siempre, y la bola de luz mágica que les ilumi-
naba el camino prestaba a sus rostros un aire vagamente fantasmal.
No debían de parecer muy tranquilizadores, porque sus cautivos
empezaron a forcejear con más ahínco en cuanto se dieron cuenta
de que se acercaban.
Cuando llegaron a su altura, se detuvieron. Los cinco chicos
se quedaron mirándolos con una mezcla de odio y temor.
—Vaya, vaya, mirad lo que tenemos aquí —dijo su padre al
fin, con una voz suave y peligrosa.
—Suéltenos —dijo uno de los chicos.
—¿Soltaros? —siseó su padre—. Deberíamos haceros peda-
zos. ¿Cómo os atrevéis a irrumpir ilegalmente en mi propiedad?
La dirección de la ligera brisa cambió y Draco, que tenía un
olfato muy fino, arrugó la nariz al notar el olor a whisky que despe-
dían.
—Están borrachos. —No era una sorpresa; la mayoría de los
ataques que Draco recordaba haber presenciado había sido obra de
un grupito de idiotas que se emborrachaba y decidía ir a molestar-
los. Sin embargo, eso siempre había pasado a horas más avanzadas

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

de la noche. Aquellos subnormales habían empezado a beber pron-


to.
Su madre hizo un Expelliarmus y las varitas de los cinco chi-
cos volaron hacia su mano izquierda.
—¿Qué queríais? ¿A qué habéis venido aquí?
—¡Suéltenos!
—¡Déjenos bajar!
Draco vio cómo su madre le hacía una señal en dirección a
ellos y entendió lo que quería decir; entonces apuntó con su varita a
uno de los intrusos y usó la Legeremancia con él sin demasiados
miramientos. El chico gritó, pero Draco no le dio importancia y
buscó el recuerdo que quería. No tardó en encontrarlo, a pesar de
la alcohólica confusión que reinaba en aquella mente. Tal y como
había sospechado al saber que uno de ellos era un Cresswell, esta-
ban allí porque creían que andaban detrás de las desapariciones.
Entonces se sintió cansado, muy cansado. ¿Acaso aquello no
iba a acabar nunca? ¿Iban a estar siempre igual? Pero de pronto re-
cordó que las cosas ya habían cambiado y una idea se formó rápi-
damente en el fondo de su mente; con un movimiento de varita
convocó su cámara de fotos y se giró, sonriente, hacia sus padres.
—Quizás El Profeta esté interesado en publicar esto; si así no
se enteran de que es mejor dejarnos en paz no sé qué puede hacer-
lo.
Su madre asintió, mirándolo con aprobación; su padre esbo-
zó una sonrisa maliciosa. Draco se giró y empezó a hacerles fotos a
los intrusos, quienes empezaron a protestar y alborotarse como ga-
llinas. A Sienna Bullard no le importaría darle cierto bombo a la
noticia, ahora que estaban todos en el mismo barco. Y quizás la po-
sibilidad de una humillación pública alejaría a futuros invitados in-
deseados.
—Ya vienen los aurores.
Draco echó una última foto y se preparó para aguantar a Pot-
ter una vez más.

349
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes


Lo último que Harry necesitaba, considerando que había pa-
sado todo el día bregando con la última desaparición, era recibir un
aviso de intrusos en la mansión Malfoy; si el aviso hubiera llegado
de otra dirección se habría limitado a mandar a dos o tres agentes y
él habría seguido trabajando en la desaparición, pero la experiencia
dictaba que la combinación Malfoy-aurores no solía ser buena. La
única manera de asegurarse de que todo transcurría sin imprevistos
desagradables era ir él también; los Malfoy solían controlarse si an-
daba cerca y los aurores no se sentían inclinados a comportarse de
modo poco profesional. Robards ya le había asignado todas esas
emergencias e inspecciones rutinarias a él.
En media docena de ocasiones, los intrusos habían sido fami-
liares de mortífagos o de víctimas de los mortífagos en busca de
venganza; los Malfoy se las habían apañado para crearse enemigos
en ambos bandos. Pero de eso hacía ya mucho tiempo; normalmen-
te se trataba de chavales idiotas que habían pillado una buena borra-
chera y habían decidido ir a la mansión Malfoy con cualquier razón
estúpida. Harry no aprobaba esa clase de conducta, pero la mayor
parte de las veces tenía que acabar preocupándose más por los in-
trusos que por los Malfoy. Le sorprendió no oírlos gritar pidiendo
socorro, pues las últimas veces, Lucius y Narcissa se habían dedica-
do a aterrorizarlos hasta su llegada.
Claro que eso era mejor que cuando los dejaban allí toda la
noche, a veces un día entero, alegando no haber notado nada raro
en las protecciones de la mansión ni haber estado en esa zona de la
finca. Después de haber estado a punto de matar a dos intrusos por
culpa de una neumonía, Harry le había dicho a Lucius Malfoy que
sabía perfectamente que las alarmas estaban conectadas a su magia y
que si volvía a hacer eso lo mandaría a Azkaban por intento de ase-
sinato.

350
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Pero aunque estaban alborotando, estaba claro que no les ha-


bían asustado. Harry alcanzó a ver a Malfoy haciendo la última foto
y frunció el ceño, preguntándose a qué vendría aquello.
—¿Para qué son esas fotos? —dijo, cuando llegó junto a
ellos.
—Buenas noches a ti también, Potter. Estamos bien, no te
preocupes.
Harry le dedicó una mueca.
—¿Qué pasa? ¿Estabas asustado? No te preocupes, ya estoy
aquí para salvarte —Si las miradas mataran, Harry estaba seguro de
que su vida habría acabado en ese mismo instante. Pero también se
dio cuenta de que eso no había sonado nada profesional y adoptó
una expresión algo más conciliadora—. Vamos, siempre estáis bien.
Nadie puede cruzar estas protecciones sin vuestro consentimiento.
—Eso no lo convierte en una experiencia agradable, señor
Potter —intervino entonces Narcissa—. Especialmente para nuestra
nieta.
Harry estaba demasiado acostumbrado a encontrarse sólo a
Lucius y a Narcissa allí; se le había olvidado que ahora también es-
taba su nieta.
—Me lo imagino —dijo, asintiendo cortésmente. La niña,
desde luego, no tenía la culpa de nada—. Bien, si los bajan, mis
agentes los llevarán al ministerio.
Lucius Malfoy hizo un par de movimientos con la varita y
los muchachos descendieron al suelo y fueron desatados. Entonces
uno de ellos señaló a los Malfoy con agitación.
—¡Ellos tienen la culpa de las desapariciones! ¡Y nos han ro-
bado las varitas!
—¡Y queremos saber para qué son las fotos!
Los aurores los maniataron con Incarcerus para trasladarlos
al ministerio y los chicos le miraron, confusos.
—Jefe Potter, que son ellos los culpables.
—Los tienen encerrados en las mazmorras, de verdad.

351
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes

Harry meneó la cabeza, asombrado de que se pudiera estar


tan borracho a esa hora, relativamente temprana.
—Sí, no os preocupéis, ahora lo investigo. Vosotros ir al mi-
nisterio y se lo vais contando todo a ellos.
Dos de los agentes se los llevaron con un traslador especial y
otros dos se quedaron con Harry, uno buscando huellas por los al-
rededores —aunque el caso estaba claro— y otro para tomar nota a
la declaración de los Malfoy.
—No me extraña que sigan viniendo, si es así como los tra-
táis —dijo Malfoy.
—No tiene sentido que los ponga nerviosos, si puedo conse-
guir que se dejen llevar si armar alboroto. Y espero que no estés su-
giriendo que alentamos este tipo de conducta, Malfoy. —Harry iba
a añadir que tenía mejores cosas que hacer que ir a recoger a sus
fans, pero consiguió contenerse. Esa era la clase de cosas que no
quería que sus agentes les dijeran a los Malfoy o a cualquier otro en
su situación. El problema era que costaba verlos como a las víctimas
cuando actuaban así—. Ahora, si me dejas hacer mi trabajo… —
Entonces se giró hacia Narcissa, su interlocutora habitual—. ¿Qué
ha pasado exactamente?
—Hace quince minutos más o menos las alarmas de la casa
nos avisaron de que había intrusos tratando de cruzar nuestras de-
fensas con intenciones hostiles. Mi marido, mi hijo y yo fuimos a
ver qué pasaba y a asegurarnos de que no escapaban mientras mi
nuera avisaba a los aurores.
—¿Les han dicho cuáles eran sus intenciones?
—No, pero hemos usado la Legeremancia con ellos. —
Harry imaginó que hablaba de ella y de su hijo; Lucius nunca había
dado señales de dominar esa disciplina—. Y ya ha oído sus acusa-
ciones. Nos consideran responsables de haber secuestrado a toda la
gente desaparecida.
—¿Les amenazaron con hacerles daño a usted o a su familia?
—No.
—¿Llegaron a causar algún daño a su propiedad?

352
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—No.
Harry asintió y se giró hacia Draco.
—¿Para qué les estabas haciendo fotos?
—¿Hay alguna ley que me prohíba hacer fotos en mi propie-
dad?
—No, pero hay una ley que te obliga a contestar a todas mis
preguntas y la de cualquier auror, así que no me toques las narices.
Malfoy entrecerró los ojos y Harry se preguntó si el muy
idiota iba realmente a seguir tirando de la cuerda. Se suponía que
los Slytherin eran astutos, pero Harry no podía ver ni rastro de as-
tucia en lo que estaba haciendo Malfoy. ¿De verdad creía que iba a
retroceder él, delante de dos de sus hombres, cuando además tenía
todas las de ganar?
—Señores, por favor —intervino entonces Narcissa, hacien-
do que los dos se giraran hacia ella—, por entretenido que sea
siempre ver lo que el poder puede hacerle a un hombre, lo cierto es
que estábamos a punto de empezar a cenar. Mi hijo está haciendo
esas fotos con la esperanza de que El Profeta las encuentre lo bas-
tante interesantes como para publicarlas. Está claro que ni la vehe-
mente desaprobación con la que usted les afea su conducta ni las
multas del Wizengamot bastan para disuadir a la gente de intentar
atacarnos, pero quizás un poco de humillación pública sea la solu-
ción que necesitamos. Imagino que puede entender que queramos
terminar ya con esta situación, después de tanto tiempo. Y como mi
hijo le ha recordado, no existe ninguna ley que prohíba hacer fotos.
Había varios insultos por ahí, pero al menos con Narcissa
uno podía fingir que no existían. Y como ella había dicho, podía en-
tender que estuvieran hartos. Lo sentía por los chavales, pero ellos
se lo habían buscado.
—Eso era todo lo que quería saber, gracias. ¿Desea añadir al-
go más a su declaración?
—No.

353
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes

—¿Señor Malfoy? ¿Malfoy? —Los dos hombres negaron con


la cabeza y Potter miró a su compañero, que había estado usando
una pluma Correvuela para apuntar su declaración—. ¿Lo tienes?
—Sí, jefe —dijo, pasándole el documento.
—Si lo firman, por favor —les pidió Harry, entregándoles un
documento. Lucius llamó a uno de los elfos y le encargó que fuera a
por una pluma y un tintero. La criatura volvió casi al instante y los
tres Malfoy firmaron la declaración. Después Harry los miró con lo
que esperaba que fuera una expresión impersonal, profesional—.
En menos de una semana recibirán una carta del Departamento de
Ley Mágica indicándoles cuándo será la vista contra los intrusos y si
se requiere que declaren frente al Wizengamot. ¿Necesitan alguna
cosa más? Puedo hablar con el jefe de vigiles para que envíe un par
de hombres a vigilar la casa esta noche.
Los Malfoy nunca habían pedido esa ayuda —realmente no
la necesitaban, no con las protecciones de la mansión— y aquella
vez no fue diferente.
—No será necesario, gracias —dijo Narcissa.
—Entonces eso es todo —dijo Harry, inclinando educada-
mente la cabeza a modo de despedida—. Espero que tengan suerte
con las fotos.
Narcissa y los Malfoy también le dedicaron una breve incli-
nación de cabeza.
—Buenas noches, señor Potter.
Harry les hizo una señal a sus hombres y se marcharon de
allí. Considerando otras veces, no había ido tan mal.


Draco dejó que su disgusto se reflejara en su cara, ahora que
Potter ya no estaba delante. Típico de él, llegar allí cuando habían
sido atacados y actuar como si hubiera sido culpa de ellos.
—Draco —dijo su madre, haciendo que él se girara hacia
ella. Parecía enfadada, y no precisamente con Potter—. ¿Puedo sa-

354
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

ber en qué estabas pensando? ¿Qué esperas que pase si retas así a
Potter delante de sus hombres?
Draco se mordió la lengua para no dar su primera respuesta,
bastante áspera, porque sabía que su madre tenía razón. Había sido
una estupidez por su parte, sobre todo cuando no había habido más
motivo que el orgullo para no contestar a su pregunta sobre las fo-
tos. Pero es que no podía soportarlo. Lo intentaba, pero no podía.
Potter siempre había sido superior a sus fuerzas y todavía seguía
siéndolo.
—Espero que se meta en sus cosas —dijo pese a todo.
Narcissa puso los ojos en blanco.
—Te portas como un niño, Draco —dijo, echando a andar
hacia la casa—. Potter es sólo un empleado del ministerio, nada
más.
Oh, para ella era fácil decirlo, no había tenido que sufrirlo en
Hogwarts. Pero su padre, al pasar por su lado, le dio una palmadita
en la espalda, como si quisiera animarlo. Eso le extraño; su padre no
alentaba precisamente que se dejara dominar por sus emociones.
Quizás entendía mejor su frustración, quizás incluso entendía que,
para él, Potter siempre era personal.


Cassandra y Astoria les esperaban ya en la puerta. La niña
trataba de disimular su inquietud, pero se notaba que estaba un po-
co asustada, y Draco procuró borrar su expresión de mal humor pa-
ra no preocuparla más.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Cassandra al momento—.
¿Eran secuestradores?
—No, claro que no —dijo, dándole un abrazo—. Sólo eran
unos borrachos idiotas.
Draco miró a Astoria para hacerle saber que todo iba bien.
—¿Y qué querían? —dijo la niña—. ¿Hacernos daño?

355
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes

—Bah, gritar un poco, quizás romper algún cristal… Nada


serio. Y ya has visto que no han podido ni cruzar la primera barrera.
—Venga, vamos a cenar —dijo Astoria, dándole a Draco un
beso en la mejilla.
Mientras iban hacia allí, Draco le contó la idea que había te-
nido sobre las fotos; Astoria lo encontró divertido y dijo que espe-
raba que Sienna Bullard estuviera dispuesta a hacerles ese favor.
Cassandra iba callada, pero Draco sabía que estaba meditando sobre
todo aquello, y no le sorprendió nada que volviera a empezar con
preguntas en cuanto estuvieron sentados a la mesa.
—¿Estaban enfadados con nosotros por lo que pasó en la
guerra?
—Ni a ellos ni a sus familias les hicimos nunca nada —le
contestó, notando cómo su padre se tensaba un poco.
—Es el alcohol, Cassandra —añadió Astoria—. Les hace
comportarse como estúpidos.
—¿Y los van a llevar a Azkaban? —preguntó con ojos fero-
ces.
—No, no creo. Probablemente los multarán y ya está.
La respuesta no pareció gustarle demasiado.
—¿Y los aurores entrarán a sus casas a tocar sus cosas?
—No.
Cassandra se cruzó de brazos, un poco enfurruñada.
—No me gusta estar aquí. En Grecia y en los otros sitios na-
die nos quería hacer daño ni venían los aurores a fastidiarnos a
nuestra casa. ¿Por qué tenemos que vivir aquí?
Draco intercambió una mirada inquieta con su mujer y sus
padres.
—¿Y dónde tendríamos que vivir los Malfoy sino en la man-
sión Malfoy? —dijo entonces su padre, con su voz más altanera—.
Si esa gentuza fuera capaz de hacernos huir de nuestra casa y nues-
tro país más nos valdría estar muertos.
Que Draco supiera, aquella era la primera vez que su padre
usaba aquel tono con Cassandra, pero la niña, después de un mo-

356
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

mento de perplejidad, dejó a un lado su enfado infantil, alzó la ca-


beza y adoptó una expresión muy parecida a la de su abuelo.
—Sí, es verdad, abuelo —dijo, con el tono de quien ha visto
la luz—. Que se vayan ellos.
—Siempre tendremos enemigos, Cassandra —intervino en-
tonces Narcissa—. Por una razón u otra. Eso nunca nos ha alejado
de esta casa y nunca lo hará.


Cuando Harry llegó al ministerio fue directamente a la sala
de interrogatorios donde supuso que estarían los intrusos de la
mansión Malfoy. Aquello difícilmente podía clasificarse como un
delito relacionado con la magia negra, así que eran los vigiles quie-
nes estaban llevando los interrogatorios, aunque Chloe estaba con
ellos, por si las moscas, y fue ella quien le informó de lo que habían
averiguado.
—Por lo visto ha empezado a circular el rumor de que el
hombre rubio de la foto que nuestros agentes estuvieron enseñando
por Hogsmeade y el callejón Diagon era uno de los dos Malfoy.
—¿Qué? —exclamó Harry, atónito—. No tiene ningún sen-
tido. Si fuera uno de los Malfoy no habríamos tenido que enseñar
ninguna foto. Todos saben la cara que tienen.
—Tiene sentido cuando te has estado poniendo morado a
base de whisky de fuego —replicó Chloe—. Uno de ellos, el peli-
rrojo, es pariente de Ignatius Cresswell, su sobrino-nieto.
—Y decidieron ir a vengarse —supuso Harry, meneando la
cabeza. Después chasqueó la lengua—. ¿Seguro que existe ese ru-
mor? ¿No es sólo una idea de esos idiotas?
—Según ellos lo dice más gente aunque la verdad, yo no he
oído nada.
—¿Han dado algún nombre?
—No, pero los vigiles tampoco han insistido en ese punto. Si
quieres puedo avisar para que traten de averiguar algo más.

357
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes

Harry asintió. Si ese rumor existía de verdad, habría más


gente pensando en hacer lo mismo que aquellos cinco estúpidos
habían hecho aquella noche y tendría que avisar a los Malfoy para
que estuvieran alerta.
—Hazlo y pídeles que me pasen el informe por la mañana.
Los del Departamento de Refuerzo de la Ley se encargarían
de tramitar las citaciones para el Wizengamot, si aquel había sido su
primer delito, probablemente aquello se resolvería con una multa y
un rapapolvo. Y puede que una foto en el Profeta, recordó.
En vista de que ya no quedaba nada que pudiera hacer, Harry
se despidió de Chloe y salió del ministerio. Había poca gente ya —
la mayoría de funcionarios terminaban su jornada laboral mucho
antes que los aurores— y los pocos que vio tenían expresiones can-
sadas y llevaban el mismo camino que él. Una vez en el vestíbulo,
Harry usó la Aparición y se encontró al momento en la puerta de su
casa.
Era la hora de cenar, así que estaba convencido de que iba a
encontrar a su mujer y a su hija prácticamente sentadas ya a la mesa.
Sin embargo, la casa estaba vacía, con todas las luces apagadas. Ha-
rry usó el hechizo que encendía las luces del comedor y vio ense-
guida que había una nota con la letra de Ginny sobre la mesa.

“Hola, Harry, me ha surgido un imprevisto en el trabajo. He llevado


a Lily a casa de mis padres y cenaremos allí. Ginny.”

Harry arqueó las cejas. La temporada de quidditch había


terminado ya —iba de septiembre a abril—, pero aún quedaba la
semifinal y la final de la Liga de Campeones de Quidditch y aquel
verano, además, había Mundial de Quidditch, lo cual significaba
que Ginny pasaría casi dos meses trabajando en el extranjero. Por
supuesto, Harry deseaba que Ginny se sintiera realizada profesio-
nalmente, sobre todo porque no había podido tener la carrera como
jugadora que podría haber tenido, pero tenía la impresión que en el

358
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

último año, quizás porque los dos chicos ya estaban en Hogwarts, le


había dedicado más tiempo a su trabajo que nunca.
Harry suspiró y echó polvos Flú a la chimenea.
—La Madriguera.


Unos segundos después, Harry estaba en el comedor de sus
suegros, que estaban ya cenando con su hija y su nieta.
—¡Hola, papá! —dijo Lily, sonriente.
Harry fue a saludarles y se sentó con ellos, que le habían de-
jado un cubierto preparado.
—Perdona que no te hayamos esperado —dijo Molly, mien-
tras empezaba a llenarle el plato de asado de cordero. Su cabello, al
contrario que el de su marido, que había encanecido, seguía siendo
del mismo rojo violento de siempre—. No sabíamos cuándo ibas a
venir.
—No pasa nada.
—Ya verás el postre, papá. Es pastel de melocotón. Lo hemos
hecho la abuela y yo juntas, ¿a que sí, abu?
—Sí, cariño. Creo que vas a tener mano para la cocina.
—Dejaré un hueco grande —prometió Harry, sonriendo.
Luego se giró hacia Ginny, que había puesto los ojos en blanco al
oír alabar las dotes culinarias de su hija—. ¿Qué ha pasado?
Ginny sonrió como sólo sonríe alguien que sabe que va a dar
un bombazo.
—Nos ha llegado el soplo de que Felicity Parkin tiene un
precontrato con los Gondolieri de Venecia.
—¿Parkin? —repitió, asombrado. La Buscadora de los Wig-
town Wanderers llevaba tres temporadas excelentes y ocupaba ese
puesto en la selección inglesa. Pero lo increíble del caso era que los
Parkin siempre habían jugado con los Wanderers. Sus antepasados
habían creado ese equipo, era una cuestión de tradición familiar. Si
Felicity se iba, tenía que ser por una buena razón—. ¿Por qué?

359
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes

—Estamos investigándolo.
—Pero, ¿es verdad? ¿Se va?
—Sí.
—Vaya…
Harry intercambió una mirada con su suegro, que entendía
mejor la trascendencia del asunto que Molly.
—Mañana no se va a hablar de otra cosa. Han debido de te-
ner una pelea familiar o algo así, porque si no, no se explica.
Harry asintió y miró a Ginny.
—Bueno, cariño, esperamos que nos tengas informados.
—Seréis los primeros en saberlo —prometió, sonriendo.
Harry recordó lo que había pasado con los Malfoy.
—Hablando de rumores, ¿habéis oído por el ministerio o
por la calle algún rumor que atribuya a los Malfoy las desaparicio-
nes?
Arthur y Ginny lo miraron con la boca abierta y una chispa
de escandalizada indignación en los ojos.
—¿Crees que han sido ellos?
—No, no —se apresuró a negar Harry—. No creo que ten-
gan nada que ver. Pero unos chicos han intentado hoy entrar en la
mansión Malfoy porque pensaban que tenían la culpa de lo que es-
taba pasando; por lo que cuentan, se lo oyeron decir a alguien.
Quiero saber si eso es verdad o en realidad se les ocurrió a ellos
después de la primera botella de whisky de fuego.
Arthur asintió, entendiéndole esta vez.
—Ya… No, no he oído nada. Oh, dicen que podrían ser ma-
gos tenebrosos por supuesto, pero no he oído a nadie mencionar a
los Malfoy en concreto.
—Yo tampoco —dijo Ginny.
—Creo que no deberíamos hablar de ese tema mientras ce-
namos —intervino Molly, mirando fugaz y significativamente a Li-
ly.
La niña no parecía demasiado impresionada —al fin y al ca-
bo, se había criado oyendo historias sobre la lucha contra Volde-

360
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

mort—, pero todos sabían que Molly odiaba hablar de cosas serias
en la mesa y decidieron complacerla. Harry, de todos modos, ya ha-
bía averiguado lo que quería saber y estaba contento con el resulta-
do. La sociedad mágica no estaba tan asustada todavía como para
empezar a buscar cabezas de turco a lo loco.


Harry tenía la sensación de que acababa de quedarse dormi-
do cuando le despertó un ruido. Al principio no sabía lo que era y
se quedó mirando el dormitorio, bañado por la fría luz gris del
amanecer, con expresión adormilada. Pero luego volvió a oírlo; era
alguien llamando a la puerta. Harry miró a Ginny, que seguía dor-
mida, y consultó la hora. Eran sólo las seis y media de la mañana.
Esperaba que el visitante tuviera un buen motivo para presentarse
en su casa a esas horas.
Bostezando, Harry se levantó de la cama, se puso un batín
por encima del pijama y bajó al primer piso para ver quién era. Las
defensas de la casa indicaban que era alguien conocido. Harry se
preguntó si podía tratarse de Teddy, que quizás se había metido en
algún otro lío, pero cuando abrió la puerta, a quien vio fue a Peter
Williamson, uno de los aurores más veteranos del cuerpo.
—¿Qué pasa? —dijo, haciéndolo entrar.
—Siento despertarte, Harry, pero imaginé que querrías sa-
berlo cuanto antes.
Por un momento, Harry creyó que era otra desaparición, pe-
ro enseguida se dio cuenta de que la expresión de depredador que
tenía Williamson en ese momento indicaba todo lo contrario.
—¿El qué?
—Un agente de la BIM de guardia vino a vernos hace veinte
minutos. Han descubierto que la policía muggle tenía nueva infor-
mación sobre el caso de Ben Churchill.
—¿De qué se trata?

361
CAPÍTULO | 20
Cuando menos te lo esperes

—James Kevorkian, un chico norteamericano con el que ha-


blaba Churchill por el ordenador se enteró de que nuestro hombre
había desaparecido y se puso en contacto con su hermana. Hablan-
do con ella, le contó que Churchill tenía novia, o quizás una aman-
te. La había visto una vez por… ¿cámara web?
—Sí.
—La hermana puso en contacto a Kevorkian con Scotland
Yard. Y la descripción que dio el nortemericano de la mujer encaja
exactamente con la de Lyra Fisher.
Harry comprendió que su intuición había sido buena.
—Oh, Dios mío… Fue el marido.

362
Capítulo 21
Un giro inesperado

M ientras entraba en el ministerio, Harry consideraba si


debía mandar a detener a Fisher o no. El hombre tenía
un motivo y la oportunidad, pero Harry sabía que nece-
sitaban pruebas directas para asegurar una condena en Azkaban. Por
otro lado, la necesidad de ir a por él antes de que sospechara algo y
pudiera escapar, la necesidad de hacerle confesar, se había vuelto ca-
si insoportable.
«Eres el Jefe de Aurores», pareció decirle la voz de Gawain
Robards. «Se espera que mantengas la cabeza fría y pienses las cosas.
No vayas a por él hasta que no estés seguro de que vas a poder ca-
zarlo».
La mayoría de los agentes con el turno de mañana no habían
llegado aún, pero Harry había avisado a Chloe y a los aurores y los
de la BIM que le habían dedicado más tiempo al caso. La primera
en llegar fue Chloe. Unos minutos después aparecieron Miriam
Siegel y Roman White, los dos de la BIM, y un poco más tarde, Ce-
leste Robards y Conrad Jerkins. Chloe ya sabía lo que pasaba por-
que Harry se lo había dicho, pero los otros cuatro agentes aún no
habían oído nada. En cuanto Harry se lo contó, todos consideraron
a Fisher como un firme sospechoso.

363
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Está claro, jefe—dijo Jerkins—. Primero se enteró de que


su mujer tenía un amante y la mató en un ataque de celos. Y des-
pués estuvo buscando a Churchill hasta que lo encontró y también
lo mató.
—Pienso igual que tú —replicó Harry—. Pero antes de acu-
sarlo en firme necesitamos pruebas sólidas. Tener un motivo no lo
convierte en culpable.
—¿Estás seguro? —preguntó Chloe—. Quizás podríamos
hacerle confesar durante el interrogatorio.
Harry recordó lo buena que era Chloe con los interrogato-
rios y estuvo a punto de ceder a la tentación y dar luz verde, pero
consiguió llegar a una solución intermedia.
—No. Citadlo para declarar, habladle del amante de su mu-
jer y ved qué tal reacciona, pero no le dejéis saber aún que es nues-
tro principal sospechoso. Quiero que esté vigilado las veinticuatro
horas del día. Y mientras tanto, nosotros intentaremos encontrar al-
guna prueba irrefutable. Miriam, quiero que vayas al Departamento
de Cooperación Mágica Internacional y solicites un Traslador ur-
gente a los Estados Unidos. Una vez allí busca a Kevorkian y con-
firma que la mujer que vio por la webcam era Lyra Fisher.
—De acuerdo.
—Eh, jefe, ¿por qué no pedimos confirmación por video-
conferencia? —sugirió White.
—Porque sólo tenemos fotos mágicas de la víctima y necesi-
taríamos contactar con los aurores estadounidenses para que fueran
a hacerle un Obliviate a Kevorkian. Esto será más rápido.
—¿Algo más? —dijo Chloe.
Harry se pasó una mano por el pelo.
—Tenemos que volver a interrogar a todo el mundo —dijo,
dudando sólo porque esa sería la tercera vez. Pero era necesario y
Harry recordaba que se había jurado muchos meses atrás que haría
todo lo que fuera necesario para resolver aquellas desapariciones.
Quizás el caso de Lyra Fisher no estaba relacionado con los otros,
pero eso daba igual—. Si saben que estamos al corriente de su aven-

364
CAPÍTULO | 21
Un giro inesperado

tura con Churchill podrían decir algo que no nos han dicho hasta
ahora. Y quiero saber si las ex novias y amigos cercanos de Daniel
Fisher lo consideran un hombre temperamental o celoso.
—Si después le cuentan a Fisher que les hemos preguntado
eso será lo mismo que decirle que es nuestro principal sospechoso
—observó Chloe.
—Mierda, es verdad —exclamó Harry, un poco frustrado—.
Bueno, da igual, le diremos que sólo lo consideramos una posibili-
dad más. Fisher ya debe olerse que es uno de nuestros sospechosos,
después de lo del otro día.
Los agentes asintieron.
—Muy bien. —Chloe miró a los dos aurores—. Acordaos de
que Fisher vive ahora en casa de sus padres. Las coordenadas para la
Aparición están en su informe.
—De acuerdo.
—Nos vemos pronto, jefe.
Harry observó esperanzadamente cómo salían de su despa-
cho.
—Suerte a todos.


Al día siguiente, mientras Harry desayunaba con Ginny y Li-
ly, una lechuza llegó con El Profeta; mientras le daba al ave un tro-
cito de su bacon —no tenía que pagarle, los empleados del periódico
lo recibían de manera gratuita—, Harry recordó lo de las fotos que
había hecho el idiota de Malfoy y se preguntó si su plan habría te-
nido éxito. No tuvo que buscar mucho; la foto no era la noticia
principal, pero estaba igualmente en primera página y daba con cla-
ridad los nombres y los apellidos de los cinco muchachos, a los que
el artículo llamaba «delincuentes» sin la menor vacilación. Además
de insinuar que el Ministerio no estaba haciendo gran cosa para po-
ner fin a esos ataques, la noticia incluía una breve entrevista con
Draco Malfoy. Harry casi esperaba encontrarse insultos velados ha-

365
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

cia él, pero Malfoy se limitaba a lamentar la situación y a expresar


su deseo de que la posibilidad de verse en la prensa de esa guisa tu-
viera efectos disuasorios.
—Eh, Ginny, ¿has visto alguna vez a los Malfoy por El Profe-
ta?
—No, ¿por qué?
—¿Tú dirías, como periodista, que esta noticia merece estar
en primera plana? —dijo, pasándole el periódico.
Harry no le había contado a Ginny el plan de Malfoy, en par-
te porque no sabía si iba a quedar en algo y en parte porque consi-
deraba que debía ser discreto con las cosas del trabajo; una cosa era
contarles algo a ella o a Ron y a Hermione porque podían ayudarle
o porque necesitaba desahogarse y otra, irles con todos los chismes.
Los aurores no tenían que guardar el secreto profesional, como los
médicos, pero Harry nunca había sido chismoso ni aprobaba que
sus agentes lo fueran.
—¿Qué pasa, papá? —preguntó Lily, mientras Ginny empe-
zaba a leer con expresión intrigada.
—Nada, es sólo una cosa del periódico —dijo Harry—. ¿De
qué tienes clases hoy? ¿Mates y Geografía?
—Mates y Lengua —le corrigió su hija, con un leve repro-
che—. La abuela dice que vamos a aprender todas las clases de
poemas que existen y que le dará una galleta enorme al que escriba
el mejor soneto.
—Oh, vaya, ese es un buen premio.
—Sí, pero seguro que al final nos da galletas a los tres, por-
que siempre hace igual. ¿Tú sabes qué es un soneto?
—Hummm… una clase de poema, ¿no?
—Papá, eso ya lo sé. Pero, ¿cómo son?
—Oh, pues… Cariño, la verdad es que no tengo ni idea de
poesía. —Lo poco que había dado en su escuela primaria se le había
borrado de la memoria y nunca había sido un gran lector, menos
aún de poesía—. Aunque sé que Shakespeare escribía sonetos.

366
CAPÍTULO | 21
Un giro inesperado

—¿Quién es ese?
—Un escritor muggle, el que escribió “Romeo y Julieta” y
“Hamlet” y esas cosas.
No hubo el más mínimo reconocimiento en los ojos de su
hija. Molly era una gran profesora para los niños de la familia, pero
obviamente sólo les enseñaba cosas del mundo mágico. Era una
suerte que ahora Estudios Muggles fuera obligatoria, al menos sa-
lían de Hogwarts sabiendo quién era Shakespeare, la reina Isabel I y
esas cosas. Mientras le contaba a Lily la historia de Romeo y Julieta,
Ginny terminó de leer el artículo del periódico. Harry la miró in-
quisitivamente y ella hizo gesto de no estar muy segura.
—No sé, Harry… Todos los años hay uno o dos casos así, a
los Malfoy o a cualquier otra familia de esas, tú lo sabes mejor que
yo. No es precisamente una novedad. —Miró el periódico—. La
verdad es que esto es un poco extraño, El Profeta hasta ahora tam-
poco le había dado tanta importancia a este tipo de asuntos.
—Bueno, si de repente tu jefa empieza a hacer reformas en la
oficina o aparece cada día con un modelito nuevo ya sabremos có-
mo ha conseguido Malfoy que de pronto esto acabe en primera pá-
gina —dijo él, medio en broma, medio en serio.
—Ay, no digas eso, Harry. Quiero creer que trabajo para al-
guien que no aceptaría nunca un soborno. Para mí que es sólo otro
tiro contra Shacklebolt.
Harry asintió, nada convencido ni en un sentido ni en otro,
pero tenía demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparse
realmente por aquel artículo. Malfoy ya tenía lo que quería; si con
eso conseguía que dejaran de ir a molestarles, mejor para todos.


—Abuelito…
Draco, que se estaba deleitando con los gestos enrabietados
que los intrusos le hacían desde la foto del periódico, reprimió un
ronquido sarcástico al escuchar el tono zalamero de su hija y ver

367
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

cómo su padre se inclinaba hacia ella al momento con la prontitud


de un elfo doméstico.
—Dime.
—¿Podemos ir luego a darle de comer a los pavos?
Aquello lo solían hacer los elfos, pero a Cassandra le gustaba
verlos arremolinarse a su alrededor y su abuelo, como siempre, es-
taba dispuesto a cumplir todos sus caprichos.
—Claro, nena, lo que tú quieras.
Draco intercambió una mirada divertida con su madre, pero
una lechuza distrajo su atención picoteando en la ventana. Lucius
sacó la varita para abrir la ventana y dejarla entrar y la lechuza voló
directamente hacia Draco. La carta era de un psicomago llamado
Zacharias Merrythoughts. Los Malfoy le habían prestado el dinero
para abrir su consulta diez años atrás, y aunque ya había pagado su
deuda, su agradecimiento era lo bastante sincero como para contarle
que el joven Ted Lupin, que estaba a punto de terminar sus estudios
en San Mungo había solicitado un puesto de ayudante en su con-
sulta.
“El muchacho está bien preparado, sus notas son buenas y parece bien
educado. Pero sería incapaz de contratarlo si eso fuera a disgustarle a usted o a
su familia, a quienes debo mi buena posición actual. Le pido, por favor, que
me transmita su decisión al respecto lo antes posible”.
Ted Lupin… Draco frunció las cejas, pensativo, sin saber
muy bien qué sentía hacia su joven pariente. Jamás había hablado
con él; ni siquiera sabía si Ted estaba al corriente de que estaban
emparentados, aunque suponía que sí. Draco no sentía demasiado
interés por él —si lo había medio criado Potter, era un milagro que
estuviera tan bien educado como decía la carta— y sentía una ligera
repulsión cuando pensaba que su padre, el profesor Lupin, había si-
do un hombre-lobo. Nadie que hubiera convivido con Fenrir
Greyback podría sentirse cómodo al lado de alguien con sangre de
hombre-lobo.
—¿Qué dice la carta, Draco? —preguntó Narcissa.

368
CAPÍTULO | 21
Un giro inesperado

—Es de Zacharias Merrythoughts. Ted Lupin le ha pedido


trabajo como ayudante en su consulta.
Su padre chasqueó la lengua, despectivo.
—¿Ese mil leches?
A su madre se le cayó el tenedor sobre el plato.
—¡Lucius! —exclamó, abiertamente horrorizada por la gro-
sería.
—Bueno, es lo que es, ¿no?
—¿Qué es un mil leches? —preguntó Cassandra, curiosa.
Draco cerró los ojos un momento, consciente de que Astoria
se había quedado boquiabierta y que su padre tenía una mirada sos-
pechosamente parecida a la de un niño satisfecho con el caos que ha
creado en un momento.
—No uses esa palabra, Cassandra, y menos para hablar de
una persona —dijo Astoria, rehaciéndose.
—Pero, ¿qué significa?
—Es una manera bastante ordinaria de llamar a un perro de
razas tan mezcladas que no se sabe muy bien qué es —le explicó su
abuela—. Tu abuelo habla a veces como si le hubieran criado debajo
de un puente.
Astoria le puso a Draco la mano en el brazo.
—¿Qué quiere Merrythoughts? —le preguntó.
—Quiere saber si nos importaría que lo contratara.
Su padre frunció el ceño.
—Por favor… Por si su condición no fuera lo bastante la-
mentable de por sí, encima está saliendo con una Weasley.
Draco miró a su padre con sorpresa.
—¿Cómo sabes tú eso?
—Tengo mis contactos. Sale con la hija mayor de Bill Weas-
ley. Tal para cual.
A pesar de que Draco podía despreciar al resto del clan con la
misma facilidad con la que respiraba, Bill Weasley y sus cicatrices
siempre le inspiraban cierto desasosiego.

369
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Bien mirado, quizás deberíamos hablar de esto en otro


momento —dijo Astoria, señalando discretamente a Cassandra.
Draco sabía que lo decía para que la niña no presenciara el
festival de odio hacia los Weasley, pero meneó la cabeza y se encogió
de hombros.
—No es necesario. Yo no tengo inconveniente en que Lupin
trabaje para Merrythoughts.
Sus padres se sorprendieron; su madre fue la primera en ha-
cer un gesto de aquiescencia.
—Yo tampoco tengo ningún problema.
A veces, Draco se preguntaba si a su madre le gustaría reanu-
dar su relación con su hermana Andromeda en caso de tener la
oportunidad. Casi nunca hablaba de ella, y las pocas veces que lo
hacía era porque estaba comentando alguna cosa de su infancia. Sin
embargo, Draco no tenía duda alguna sobre las opiniones de su pa-
dre, que había fruncido los labios como si sus palabras le parecieran
de mal gusto.
—¿Lo estáis diciendo en serio? ¿El ahijado de Potter? ¿Des-
pués de lo del otro día quieres hacerle ese favor a su ahijado?
Draco dudó un poco, pero luchó contra sus dudas. A él tam-
bién le repugnaba que fuera ahijado de Potter, mucho más que su
mezcla de sangre, pero era una manera de pagar su deuda con Bill
Weasley. Esa, sin embargo, era una razón que su padre no entende-
ría y, por lo tanto, no valía la pena dársela. Era más inteligente apelar
a algo que sí pudiera entender.
—Es algo más que su ahijado —dijo, mirando fugazmente a
su madre—. Y además, a mí me gusta saber que si el ahijado de Pot-
ter tiene su trabajo es en parte gracias a nosotros. Es una de esas co-
sas que puedes dejar caer en el momento oportuno y disfrutar con
el resultado.
Tal y como esperaba, su padre esbozó una sonrisa maliciosa.
—Draco… —canturreó, con evidente aprobación—. Está
bien, dejemos que se convierta en psicomago. No le vendrá mal, si
va a emparentar con los Weasley.

370
CAPÍTULO | 21
Un giro inesperado


Harry se preparó para seguir el nuevo interrogatorio a Fisher
oculto otra vez tras el cristal. La arrogancia ofendida con la que en-
tró en la sala, que a Harry le parecía en realidad más propia de la
culpabilidad que la inocencia, se trocó en casi un ataque de rabia
cuando Chloe le dijo claramente que tenían pruebas de que su mu-
jer había tenido un amante.
—¡Eso es mentira! —rugió, dando la sensación de que no se
abalanzaba sobre ella porque tenía dos varitas apuntándole a la ca-
beza.
—Señor Fisher, entiendo que esto sea doloroso de aceptar,
pero tenemos un testigo, un amigo de Churchill, cuyo cabello fue
encontrado en su casa, que afirma que los vio juntos un día y que
Churchill le dijo que estaban teniendo una relación.
—¡Y a mí qué me importa lo que diga un muggle de mi mu-
jer! ¡Lyra no me era infiel!
El otro auror, Fuller, intervino con voz hosca.
—Si no se sienta y se tranquiliza tendremos que inmovilizar-
le, señor Fisher.
Él les dedicó un gesto de muy pocos amigos y volvió a sen-
tarse.
—¿Y cómo quiere que me tranquilice si no hace más que
echar basura sobre el buen nombre de mi esposa? Podría estar
muerta y ustedes… ustedes… ¡no hacen más que insultarla!
Harry tuvo que reconocer que Fisher, en ese momento, pa-
recía completa y absolutamente sincero, pero no era la primera vez
que encontraba actores dignos de un Oscar en aquellas salas de in-
terrogatorios o en el Wizengamot.
—Mire, señor Fisher, tiene que entender que, le guste o no,
las pruebas de que su mujer y Churchill tenían una aventura son
bastante sólidas —dijo Chloe—. Y eso le pone a usted en una situa-
ción un poco delicada.

371
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Fisher abrió los ojos con una mezcla de sorpresa e increduli-


dad.
—¿Van a acusarme a mí? ¿Van a tener la cara dura de acusar-
me oficialmente a mí?
—Si esto fuera una acusación formal usted estaría detenido y
no lo está.
Fisher cogió aire con fuerza, como para obligarse a calmarse.
—Mi mujer fue secuestrada por los mismos delincuentes
que han secuestrado a todos los demás —dijo, en un tono que pare-
cía hielo quebradizo.
Chloe asintió ligeramente.
—Bueno, no descartamos la posibilidad de que Ben Chur-
chill formara parte del grupo de delincuentes que andan detrás de
las desapariciones. Quizás su mujer lo descubrió y él decidió matar-
la. Pero en ese caso, usted todavía podría tener motivos para asesi-
nar a Churchill como venganza.
Fisher empezó a parecer un animal acosado.
—Yo no he visto a ese hombre en mi vida.
—Sin embargo, la noche en la que denunció la desaparición
de su esposa dijo que su cara quizás le sonaba vagamente familiar.
—Tiene una cara muy común. Yo no le he visto nunca y
desde luego no lo maté. ¡Ni siquiera sé dónde vivía, por Merlín!
—Señor Fisher, ¿está seguro de que no desea tomar verita-
serum?—preguntó Chloe, sonando casi protectora, como si sólo
pensara en ahorrarle momentos desagradables—. Ayudaría enor-
memente a aclarar todo esto.
Fisher apretó los labios un segundo y negó con la cabeza.
—No, no voy a tomarla. Lo que hay en el interior de mi ca-
beza es cosa mía y de nadie más.
Al otro lado del cristal, Harry entrecerró los ojos. Había en-
tendido su primera negativa, pero ahora que las cosas habían em-
peorado para él, ¿por qué seguir negándose?
Pero siguiendo sus propias instrucciones, el interrogatorio no
fue severo y Chloe lo dejó marchar al cabo de una hora sin haber

372
CAPÍTULO | 21
Un giro inesperado

conseguido nada excepto cabrearlo hasta lo indecible. Harry se pre-


guntó si, una vez a solas, su nerviosismo le impulsaría a cometer al-
gún error. En cualquier caso, iba a estar vigilado; si lo cometía, sólo
quedaba esperar que el auror al cargo lo descubriera.


Los informes de los aurores que habían vuelto a interrogar a
los amigos y familiares de los Fisher fueron llegando a lo largo de
todo el día, pero no aportaban nada nuevo ni decían nada significa-
tivo sobre su carácter y nadie se acercó siquiera a acusarlo de celoso.
Poco después del almuerzo, Miriam Siegel, que ya estaba en los Es-
tados Unidos —el viaje por Traslador a Nueva York duraba sólo
una hora— contactó por teléfono con la BIM explicando que ya
había hablado con Kevorkian y que éste había identificado a Lyra
Fisher como a la mujer que había visto con Ben Churchill a través
de la webcam. En el mensaje también solicitaba instrucciones. Harry
pensó un poco y le dijo que le convenciera para hacer una declara-
ción escrita; eso y el recuerdo de Miriam de aquella entrevista sería
más que suficiente como prueba en el Wizengamot.
Harry se dispuso a repasar unos informes que ya se sabía
prácticamente de memoria. Era mejor que no hacer nada. Llevaba
ya más de una hora en ello cuando se dio cuenta de que una de las
declaraciones de Fisher estaba sin firmar y llamó a Chloe, que ob-
servó el papel y se mordió un segundo los labios.
—Vaya… Se nos debió pasar. ¿Quieres que mande a alguien
a su casa para llevárselo?
Harry estuvo a punto de decir que sí, pero luego pensó que
le vendría bien dar una vuelta.
—No, ya lo haré yo.
Chloe alzó las cejas.
—Harry… Eso no es tarea del Jefe de Aurores —le recordó
respetuosamente.

373
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Puede que no, pero si me quedo más tiempo en este des-


pacho mirando esos papeles me va a explotar la cabeza. Si alguien
pregunta por mí, dile que volveré en una hora.
—De acuerdo.
Harry se sintió extrañamente libre saliendo de su oficina,
como cuando estaba en Hogwarts y se encontraba con alguna clase
anulada. Siempre le había gustado su trabajo de auror, pero con las
desapariciones también empezaba a sentirse como en Hogwarts,
cuando la profecía estaba sobre su cabeza haciéndole saber que no
tendría paz hasta que consiguiera derrotar a Voldemort. El rumor
del fichaje de Perkin por el equipo veneciano había distraído al pú-
blico por un momento de aquel caso —cuando había bajado a al-
morzar prácticamente no había oído hablar de otro tema—, pero en
cuanto la novedad pasara, regresarían los titulares exigiendo res-
puestas y él volvería a recibir miradas ligeramente decepcionadas
allá donde fuera.
Después de echarle una mirada de rutina al amplio vestíbulo
del ministerio, Harry sacó su varita y se apareció frente a una casona
situada a las afueras de Greasby, un pueblo cercano a Liverpool. Era
probable que, en sus tiempos, aquella casa estuviera más aislada del
mundo muggle, pero ahora parecía a punto de ser engullida por
bonitas viviendas unifamiliares. Harry miró a su alrededor para ase-
gurarse de que ningún muggle le había visto y se acercó a la casa de
los padres de Daniel Fisher. Enseguida notó la magia de los escudos
de la casa recorriendo su cuerpo; Harry esperó pacientemente y
unos segundos después le permitieron la entrada. Antes de llegar a
la puerta, ésta se abrió y la señora Fisher —una mujer de unos se-
tenta años, con el pelo oscuro recogido en un moño— salió a su
encuentro con cara un poco recelosa.
—Auror Potter…
—¿Es usted la señora Iris Fisher, ¿verdad? —La mujer asin-
tió. Harry tuvo la sensación de que, en otras circunstancias, a ella le
habría gustado tener esa oportunidad de hablar con él—. Perdone

374
CAPÍTULO | 21
Un giro inesperado

que aparezca así por su casa, pero necesito que su hijo me firme un
documento que se nos debió traspapelar.
—Danny no está ahora en casa. —Dudó un poco—. ¿Quiere
pasar a esperarle? No debería tardar mucho.
—Gracias, será un placer.
Ella retrocedió un poco y se apartó para dejarlo entrar. Harry
pasó y se encontró en un vestíbulo acogedor, pero algo recargado.
En la pared había un cuadro de una mujer regordeta sentada en una
mecedora; la figura se inclinó un poco hacia delante para observarlo
con curiosidad.
—Por favor, sígame.
La señora Fisher lo condujo hacia el salón, que estaba deco-
rado del mismo modo que el vestíbulo y le preguntó si le apetecía
un té.
—No, no quiero molestarla, gracias.
—No es ninguna molestia, precisamente ahora iba a prepa-
rarme uno para mí.
Harry dudó y luego asintió. Ella se fue a la cocina y lo dejó
esperando allí, así que Harry aprovechó para observar el salón con
más detenimiento. En uno de los muebles había al menos dos do-
cenas de fotografías y Harry se levantó a mirarlas, curioso. Casi to-
das eran de los dos hijos de los Fisher —Daniel tenía una hermana
algo más pequeña—, pero también las había de ella y su marido y
de sus nietos. Todos le sonaban vagamente familiares porque la co-
munidad mágica no era grande y después de tanto tiempo viviendo
en ella era difícil no conocer a todo el mundo al menos de vista, pe-
ro no recordaba haber hablado nunca con ninguno de ellos.
La señora Fisher salió de la cocina llevando una bandeja con
el té y después de dejarlo en una mesita, le preguntó a Harry cómo
le gustaba y le indicó que se sentara en uno de los sillones.
—He de reconocer, señor Potter, que siempre había tenido
ganas de conocerle, pero confieso que esperaba que fuera en cir-
cunstancias más agradables —dijo, ofreciéndole su taza de té—. Es-
pero que puedan averiguar pronto qué pasó realmente con mi nue-

375
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

ra. Le aseguro que mi hijo sería incapaz de hacerle daño ni a un elfo


doméstico.
Harry trató de no parecer escéptico.
—Yo también deseo aclarar esto pronto —contestó, acudien-
do a uno de los tópicos con los que se estaba enfrentando en los úl-
timos meses a los periodistas del Profeta—. Pero debe comprender
que no podemos descartar ninguna posibilidad.
—Si conociera bien a mi Daniel no sospecharía de él. Siem-
pre ha sido bueno; incluso de pequeño parecía que le costaba de-
fenderse. —Entonces lo miró a los ojos con intensidad—. Dígame,
¿cree que una persona así sería capaz de matar a alguien?
—Señora Fisher, no es mi opinión lo que importa, sino las
pruebas. Si su hijo es inocente, le aseguro que no tiene nada que
temer. Nuestro sistema judicial es ahora más fiable que nunca.
Las condenas y absoluciones arbitrarias, las irregularidades
que habían caracterizado al Wizengamot cuando él era pequeño
eran ya cosa del pasado. Ahora el sistema funcionaba. No era per-
fecto, pero intentaba serlo, y eso era más de lo que se podía decir de
él veinte años atrás.
—Mi hijo es inocente —dijo, con convicción—. Sé que lo es.
Harry no supo qué decir; desde luego, no pensaba contrade-
cirla y disgustarla sin necesidad. Si quería defender a su hijo hasta
que las pruebas fueran irrefutables, adelante. Entonces, dubitativo,
miró la taza de té, que aún no había probado. ¿Y si la señora Fisher
sabía que su hijo era culpable y estaba tratando de cubrir el asesina-
to? Quizás podía estar lo bastante desesperada como para intentar
alguna estupidez, como envenenar al jefe de Aurores.
La señora Fisher había sido interrogada sólo una vez, aquella
misma mañana. Harry había leído el informe un par de horas atrás
y aún recordaba bien lo que decía. Pero Daniel Fisher no había lle-
gado aún y el silencio entre Harry e Iris Fisher no era del todo có-
modo; bien podía hacerle unas cuantas preguntas más.

376
CAPÍTULO | 21
Un giro inesperado

—Señora Fisher, ¿qué opina usted de la posibilidad de que su


nuera tuviera una aventura? Su hijo está convencido de que nos
equivocamos.
Ella hizo un pequeño gesto de exasperación.
—Daniel la quería muchísimo, siempre estuvo ciego en todo
lo referente a ella.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Harry—. ¿Usted sospe-
chaba algo?
—Como ya le he dicho a uno de sus agentes, no, nunca. Pero
tampoco la tuve en un pedestal, como mi Daniel. Creo que era per-
fectamente capaz de tener una aventura —dijo, con desaprobación.
Después suspiró—. Sólo siento que mi hijo se haya enterado de to-
do eso.
Harry parpadeó un poco ante su modo de decirlo.
—¿Es lo único que siente? ¿No lamenta que esté probable-
mente muerta?
La señora Fisher pareció quedarse paralizada durante una
fracción de segundo; luego compuso una expresión debidamente
ofendida y virtuosa.
—Por supuesto que sí, ¿por quién me toma? Sólo era una
manera de hablar.
Pero Harry había visto esa mirada otras veces y siempre había
sido en culpables tratando de parecer inocentes. Todos sus sentidos
se pusieron súbitamente alerta. La señora Fisher parecía más tensa,
una tensión diferente a la que había mostrado a lo largo de aquella
incómoda conversación. Y Harry llevaba suficiente tiempo en el
mundo mágico para saber que no debía subestimar jamás a las bru-
jas con aspecto de ancianitas inofensivas.
—Dígame, señora Fisher —dijo, con voz suave—, usted nos
dijo que el día en el que desapareció su nuera usted había estado
haciendo unos recados, ¿no es así?
La mujer se tensó más sobre su asiento, como si estuviera
preparándose para ponerse a toda prisa de pie, pero intentó aparen-
tar tranquilidad.

377
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Sí, hasta las siete y media, más o menos, y luego vine a ca-
sa para empezar a preparar la cena.
Harry pensó velozmente sin apartar la vista de ella. Lyra Fis-
her, según su marido y la gente que la conocía, solía llegar a casa so-
bre las cinco de la tarde. Fisher había llegado a una casa vacía sobre
las diez de la noche. En ese lapso de cinco horas podían pasar mu-
chas, muchas cosas.
—¿Puede hablarme de esos recados? —preguntó, esforzán-
dose todavía en no sonar demasiado acusador.
Ella se lo quedó mirando unos segundos antes de contestarle.
—¿Está sospechando de mí?
—Conteste a mi pregunta, por favor.
—Estuve comprando cosas.
—¿Dónde?
—En el callejón Diagon.
—¿Vio a alguien conocido? —insistió Harry—. ¿Habló con
alguien que pueda corroborarlo?
Iris Fisher se lo quedó mirando de nuevo en silencio, como
si estuviera buscando desesperadamente una respuesta convincente
en su cabeza. Y entonces, con una rapidez casi inesperada en una
mujer de su edad, sacó su varita y le apuntó con ella mientras se
ponía en pie con expresión decidida, desesperada.
—¡Avada kedavra!

378
Capítulo 22
El amor de una madre

H arry pensó que si no hubiera estado preparado, la maldi-


ción le habría dado de lleno y su vida habría acabado en
ese mismo instante. Pero había estado alerta desde que
había empezado a sospechar de ella, y consiguió aparecerse dos me-
tros a su derecha.
«¡Expelliarmus!», gritó mentalmente.
La señora Fisher se defendió con un Protego y lanzó otro
Avada Kedavra que Harry esquivó con más facilidad que el anterior.
Intentando evitar que escapara, Harry murmuró por lo bajo un po-
tente hechizo que la impediría aparecerse fuera de esa habitación.
Otro Avada Kedavra pasó rozándole la ancha manga de la túnica y
Harry contraatacó con un nuevo Expelliarmus, que ella evitó apar-
tándose en el último segundo.
—¡Ríndase!
—¡No! —gritó ella, sin dejar de lanzar Avada Kedavras y es-
quivar sus ataques—. ¡Usted no lo entiende! ¡Tenía que hacerlo!
—¿Porque engañaba a su hijo con Ben Churchill? —pre-
sionó Harry, desde detrás de un sofá.
—¡Era una zorra! ¡No se merecía a mi hijo!
La bruja siguió atacando con un Avada Kedavra tras otro,
como si fuera el único hechizo de magia negra que conocía. Harry

379
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

los evitaba situándose tras los muebles, usando la Aparición, que


todavía era posible dentro de la habitación. La situación no era fácil,
pero había encarado rivales mucho más hábiles y poderosos y su
instinto en batalla seguía siendo bueno.
—¿Por eso la mató?
—¡Sólo era basura!
Uno de sus Avada Kedavras hizo añicos una silla y Harry sin-
tió un pinchazo en la mejilla; una de las astillas le había hecho un
corte. Otra trayectoria podría haberle dejado tuerto y Harry decidió
que necesitaba aumentar la peligrosidad de sus propios ataques
aunque no llegara a hacerlos mortales.
—¡Aguamenti!
Tal y como Harry esperaba, la señora Fisher no se molestó en
esquivarlo, y un chorro de agua la empapó por completo. Al mo-
mento, Harry lanzó un Congelo no verbal, pero esta vez la mujer
no cayó en la trampa y consiguió esquivarlo con la Aparición. Un
siseo le indicó a Harry que la tenía a sus espaldas y esquivó a tiempo
otra de sus maldiciones mortales.
—¡Señora Fisher, tire la varita! —gritó, mientras conjuraba
un Araneo y echaba la pegajosa telaraña mágica sobre ella.
La telaraña se enredó en sus pies, pero la mujer se deshizo
rabiosamente de parte de su agarre con un Diffindo. Harry no le
dio tiempo a seguir actuando y le lanzó un nuevo Expelliarmus. Es-
ta vez sí, el hechizo dio en el blanco y la varita salió disparada de su
mano. Iris Fisher dio un grito de frustración y corrió hacia la varita
con gesto enloquecido, pero Harry fue más rápido y la detuvo con
un Inmobilicorpus. La mujer cayó al suelo, inmovilizada, y Harry
se guardó la varita que le había quitado en uno de los bolsillos de su
túnica.
—No tendría que haber hecho eso —dijo, meneando la ca-
beza.
Pero había cantado victoria demasiado pronto.
—¡Expelliarmus! —exclamó alguien a sus espaldas.

380
CAPÍTULO | 22
El amor de una madre

Harry no tuvo tiempo de reaccionar y maldijo para sus aden-


tros cuando esta vez fue su varita la que escapó de sus dedos sin que
pudiera hacer nada por impedirlo. Cuando se giró hacia la puerta
vio a Daniel Fisher. El hombre le estaba apuntando con su varita y
tenía la que acababa de quitarle en la mano izquierda. Por un mo-
mento, Harry pensó locamente que su suerte había terminado ya,
que iba a morir. Después se fijó en la expresión estupefacta de Fis-
her, en sus ojos abiertos de par en par, y Harry sintió una pequeña
esperanza en su interior: aquella no era la actitud que uno podía es-
perar de un cómplice.
—¿Qué está pasando aquí? —balbuceó Fisher.
—Señor Fisher… —empezó a decir Harry.
—¡Hijo, ayúdame!—gritó Iris Fisher desde el suelo—. ¡Se ha
vuelto loco y ha intentado matarme!
Fisher la miró, atónito, pero siguió apuntando a Harry con la
varita.
—No se mueva —le advirtió, sin tenerlas todas consigo.
—¡Ayúdame, Daniel!
Harry comprendió que si Fisher creía a su madre en vez de a
él —y había grandes posibilidades de que fuera así, su vida todavía
corría un serio peligro.
—Señor Fisher, escuche…
—¡Daniel, por favor!
Aquello fue demasiado. Fisher apuntó a su madre para libe-
rarla del Inmobilicorpus, pareciendo definitivamente más un hijo
preocupado y confundido que un cómplice. Harry saltó sin pensar
para colocarse tras el sofá. Fisher fue rápido y le lanzó un Desmaius
que pasó rozándole la túnica de auror, pero Harry consiguió los se-
gundos preciosos que necesitaba para sacarse del bolsillo la varita de
la señora Fisher y apuntar de nuevo a Fisher, que estaba a punto de
lanzarle otro hechizo.
—Señor Fisher, está cometiendo un error —le advirtió, tra-
tando de evitar que siguiera adelante y complicara aún más las co-
sas.

381
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¡Mátalo, Danny! —gritó la mujer, ferozmente—. ¡Él asesi-


nó a Lyra! ¡Fue él!
Los ojos oscuros de Fisher se tiñeron de acusadora angustia.
—No sea estúpido —dijo Harry, sin perder la calma, sin de-
jar de apuntarlo también—. Vaya y avise a los aurores.
—Suelte la varita —replicó Fisher, en un hilo de voz.
—Señor Fisher…
La señora Fisher dio un gruñido de exasperación y trató de
arrebatarle a su hijo la varita de Harry para usarla ella misma. Harry
no vaciló y aprovechó ese instante de distracción para acertarle al
hombre de lleno con otro Expelliarmus. Las dos varitas que todavía
sujetaba Fisher salieron disparadas de sus manos y volaron hacia
Harry, quien las atrapó en el aire con su mano libre. Fisher, acorra-
lado, dio dos pasos en su dirección como si estuviera a punto de
abalanzarse sobre él, pero fue su madre quien realmente lo intentó,
soltando un rugido de rabia. Harry la esquivó como a una bludger y
casi en el mismo movimiento la dejó inmovilizada de nuevo.
—¡Eres un inútil! —aulló la mujer, cayendo al suelo—. ¡Te
he dicho que le atacaras! ¡Lo has estropeado todo!
En medio del griterío, Harry miró a Daniel Fisher, que pare-
cía absolutamente conmocionado. No le reprochaba que en un pri-
mer momento hubiera pensado que estaba atacando a su madre; en
esas circunstancias, cualquiera habría cometido el mismo error.
—Señor Fisher… —Él lo miró, pero Harry no estaba seguro
de que realmente estuviera viéndolo—. Señor, me temo que voy a
tener que detener a su madre por los cargos de intento de asesinato
y, probablemente, del asesinato de su mujer y de Ben Churchill.
—¿Qué? —exclamó, con un grito casi agudo—. Se ha vuelto
loco…
—Lo siento —dijo, sinceramente.
—Pero… no puede ser…
—Lo siento —repitió, sin saber qué más decirle.
Harry se dirigió entonces a la puerta de la casa. Si Fisher es-
taba allí, debía de haber un auror cerca vigilándolo, ya que esas ha-

382
CAPÍTULO | 22
El amor de una madre

bían sido sus instrucciones. Harry salió al exterior y observó los al-
rededores en busca del agente. Por supuesto, si estaba haciendo
bien su trabajo, no resultaría visible, pero probablemente sí podría
verlo a él.
—Si estás ahí, te necesito —dijo en voz alta y clara—. La ma-
dre de Fisher ha intentado asesinarme y es probablemente culpable
de la muerte de Lyra Fisher y Ben Churchill.
Dos segundos después, Dougal McGuire, un auror de treinta
años tan pelirrojo como un Weasley, se apareció a dos metros de él
con cara de asombro.
—Jefe, no sabía que estuviera usted ahí dentro —dijo, acer-
cándose a la puerta.
—He llegado antes que vosotros.
McGuire miró hacia la casa y luego hacia él.
—¿Lo dice en serio? —preguntó, con incredulidad—. ¿Ha
sido la madre?
Harry asintió e hizo un gesto hacia el interior de la casa.
—Vamos.
En el salón, Fisher estaba arrodillado frente a su madre, pero
no podía ayudarla a escapar. Sin varita, no había manera de que pu-
diera romper el hechizo de Harry. Tampoco parecía realmente que
esa fuera su intención.
—¿La mataste? —le oyeron preguntar con voz horroriza-
da—. ¿Fuiste tú?
Harry se preguntó si Iris Fisher iba a intentar fingir inocen-
cia, pero obtuvo su respuesta al momento.
—¡No te atrevas a mirarme así! —exclamó ella con voz colé-
rica—. ¡Esa mujer era una puta! ¡Eso es lo que era, una puta!
Fisher palideció aún más y, arrodillado todavía como estaba,
se alejó un poco de ella.
—Oh, Merlín…
Harry, que en ese momento lo compadecía de corazón, le
puso la mano en el hombro.

383
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Señor Fisher, tenemos que llevar a su madre a la Oficina


de Aurores. ¿Funciona la Red Flú? —Él lo miró sin comprender y
Harry anotó mentalmente que debían avisar a algún psicomago de
San Mungo especialista en shocks para que le echara un vistazo—.
Señor Fisher, ¿funciona la Red Flú?
Esta vez, Fisher asintió con aire aturdido y murmuró algo
que sonaba a «biblioteca». Harry le hizo una señal a McGuire para
que se quedara allí vigilándolos y se fue a buscar esa habitación. Tu-
vo que abrir un par de puertas, pero al final entró en una habitación
bien iluminada con un montón de estanterías llenas de libros y una
chimenea. Sobre la repisa, entre más fotos de Daniel Fisher y su
hermana, había un cuenco con polvos Flú. Harry los echó en la
chimenea apagada y se arrodilló frente a ella.
—Llamada de Emergencia para Aurores.
Si las chimeneas estaban encendidas, uno tenía la sensación
de verlo todo a través de una molesta luz rojiza. Si estaban apagadas,
la luz era verde como los polvos Flú e igual de molesta. Al otro la-
do, una bruja joven con el pelo rubio recogido en una larga coleta
también se estaba arrodillando. Trabajaba para el Departamento de
Refuerzo de la Ley Mágica, pero su cometido era el equivalente al
de una telefonista en el mundo muggle, si es que todavía existían
allí.
—Jefe Potter, ¿cuál es el problema?
Harry rescató su nombre del fondo de su memoria.
—Hola, Meghan. Vamos a trasladar a una detenida, mantén
la conexión abierta. Y avisa a un psicomago de San Mungo para que
acuda a la Oficina de Aurores lo antes posible.
—Sí, jefe.
Harry regresó al salón, donde Fisher había roto a llorar, sen-
tado en uno de los sofás. Su madre, vigilada por McGuire, trataba
de convencerlo ahora de que todo había sido una muestra de su
amor maternal.
—Ella iba a hacerte daño, Danny. Soy tu madre; tenía que
protegerte de ella. Es lo que hacen las madres, cariño.

384
CAPÍTULO | 22
El amor de una madre

El auror miraba al desconsolado hombre con una expresión


entre incómoda y compasiva. Harry no quiso ni imaginar lo que
podía estar sintiendo Fisher en ese momento. Ya le había resultado
duro haber perdido a su mujer, pero ¿averiguar que la asesina había
sido su propia madre? ¿Cómo superaba eso alguien?
—Vamos, Dougal, nos están esperando. —Mientras el agente
hacía elevarse a la señora Fisher con un hechizo, Harry fue junto a
su hijo y volvió a ponerle la mano en el hombro—. Señor Fisher,
será mejor que ahora venga con nosotros.
Fisher alzó la vista hacia él, perdido y desesperanzado. Harry
le sujetó del brazo, lo ayudó a ponerse en pie y lo condujo gentil-
mente hacia la biblioteca.
El interrogatorio fue largo, pero no difícil. Iris Fisher ya ha-
bía admitido su culpabilidad delante de tres personas y ahora sólo
quedaba saber cómo lo había hecho. Ella contó que había empezado
a sospechar de la infidelidad de su nuera después de atraparla en un
par de mentiras tontas, y la había estado espiando hasta asegurarse
de que sus sospechas eran ciertas. En su trastornada mente, su ase-
sinato había sido una manera de proteger a su hijo del disgusto que
le esperaba; era mejor así, explicó, porque de esa manera lo conven-
cería para volver a casa, donde ella podría cuidarlo bien.
La señora Fisher había planeado desde el principio hacerlo
pasar por una desaparición más, igual que la de Emma Bell o Igna-
tius Cresswell. Así nadie sospecharía de ella. Su nuera le había
abierto la puerta sobre las seis de la tarde sin temer nada, porque en
teoría no había nada que temer. También había comido sus pastas
de té. El veneno la había matado tan rápido que no había sufrido.
Ese detalle era importante para la señora Fisher, quien lo repitió va-
rias veces mientras contaba el fin de su nuera; Harry imaginó que
creía que eso probaba que no era una sádica, sólo era una madre
preocupada o algo así.
El cuerpo de Lyra Fisher había sido trasladado mediante un
hechizo a la inhóspita costa del norte de Escocia y su suegra lo había
echado al mar tras volverle los pies de piedra. La señora Fisher ha-

385
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

bía regresado a su casa antes de que llegara su marido; cuando él


había llegado, la había encontrado haciendo tranquilamente la cena.
Al principio, su intención era dejar en paz a Churchill, pero
poco a poco había empezado a obsesionarse también con él. ¿Acaso
no había humillado también a su hijo, no se había burlado de él
acostándose con su mujer? Iris Fisher había considerado al final que
era una cuestión de simple justicia acabar también con él. A pesar
de su evidente trastorno, había sido cuidadosa. Había oído hablar
vagamente de la tecnología muggle y sabía que tenían objetos que
les permitían ver y grabar cosas. Iris Fisher no quería entrar en esa
casa sin tener claro a qué se enfrentaba y eso la había llevado a com-
prender que el ordenador de Churchill podía contener información
que revelara su relación íntima con Lyra. Entonces se había infor-
mado y había descubierto que la manera más segura de deshacerse
de la información de un ordenador era estropearlo con un imán y
eso era lo que había hecho.
A cualquier mago o bruja le resultaba escandalosamente fácil
entrar en casa de un muggle. Iris Fisher se había aparecido en mitad
de su salón y lo había asesinado con un Avada Kedavra. Pensaba —y
ese había sido uno de sus pocos errores— que los aurores nunca
llegarían a enterarse de que Churchill había muerto y que nunca
llegarían a inspeccionar ese piso. Al principio lo había trasladado a
su dormitorio con la idea de dejarlo allí y que pareciera que se había
tumbado en la cama y había muerto, pero después había cambiado
de idea y el cuerpo del infortunado muggle había terminado su-
friendo la misma suerte que su amante.
La señora Fisher negó vehementemente que su hijo o su ma-
rido, que ya había llegado al ministerio, supieran nada de los asesi-
natos. Viendo las expresiones de ambos, que parecían sumidas en
una pesadilla, Harry se sentía inclinado a creerla, tanto como a
compadecer al resto de la familia.
Si estaba loca, a los ojos del mundo mágico no lo estaba tanto
como para ser ingresada en San Mungo. Antes de irse a casa, Harry

386
CAPÍTULO | 22
El amor de una madre

firmó su orden de internamiento en Azkaban para que Iris Fisher


esperara allí su juicio.


Draco leyó los detalles del caso en El Profeta, en un artículo
que, afortunadamente, no tenía como objetivo ensalzar a Potter por
millonésima vez, sino explicar sin más lo que había sucedido.
Aquella mañana estaba en Gringotts, esperando para ser atendido. Y
eso sí era una noticia, porque generalmente en Gringotts siempre
había un duende a su servicio nada más cruzar la entrada.
Los mortífagos habían causado algunas pocas bajas también
entre los duendes del banco, pero éstos nunca le habían guardado
rencor por ello a los Malfoy. En Gringotts no se le guardaba rencor
a los multimillonarios. Irónicamente, a quienes no podían ni ver era
a Potter y sus dos amigos. Lo que hubieran hecho frente a Volde-
mort era irrelevante; lo que no podían perdonar era que ese trío
hubiera reventado las medidas de seguridad del banco. Los duendes
siempre se habían vanagloriado de que Gringotts era inexpugnable,
pero tres adolescentes se las habían apañado para entrar, robar lo
que querían y salir con vida, y a su paso habían causado innumera-
bles destrozos. Para los duendes había sido humillante, bochornoso,
y el ministerio se las había visto y deseado para que sus tres héroes
no fueran declaradas personas non grata en el banco tras la muerte
de Voldemort.
A Draco le gustaba Gringotts, probablemente el único lugar
público del mundo mágico donde él era más apreciado y mejor re-
cibido que Potter.
Pero había algo que le estaba haciendo sentir incómodo, más
allá de la inusual espera, y dejó el periódico para intentar averiguar
qué era. ¿Alguien le estaba observando? No, no más de lo habitual.
¿Habían hecho cambios en las oficinas? No, nada que llamara su
atención. ¿Alguna cara conocida, pero inusual por allí? No, tampo-
co. Aquella mañana no había mucha gente en el banco.

387
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Entonces se dio cuenta. Era la pareja que había más cerca de


él. El hombre era un muggle. No un squib, sino un muggle. Proba-
blemente era el marido de la bruja que había a su lado. A esa distan-
cia, Draco podía sentir perfectamente la magia de ella, pero no sen-
tía nada en su acompañante, Resultaba difícil explicarlo con pala-
bras; era algo demasiado impreciso que, sin embargo, no le había
fallado ni una sola vez. E incluso ahora, más acostumbrado a tratar
con muggles, seguía experimentando una ligera incomodidad cerca
de uno de ellos similar a la que podía experimentar delante de un
cuadro torcido.
La idea de un muggle en Gringotts, además, le ponía ligera-
mente paranoico. ¿Tenían que abrir todos los malditos rincones del
mundo mágico para ellos? ¿Tenían que desvelarles todos sus secre-
tos? ¿Acaso no existía un jodido Estatuto Internacional del Secreto
de los Brujos?
Su único consuelo era que los duendes estarían mucho más
descontentos que él. Si los duendes, en general, no sentían gran
simpatía por los seres humanos, su desconfianza y desagrado se
multiplicaba por cien en el caso de los seres humanos muggles, con
quienes habían roto todo contacto hacía ya varios siglos.
Draco miró a su alrededor para ver si alguien más se había
dado cuenta, pero con quien se encontró fue con Andromeda
Tonks y su nieto, Ted. Debido a sus viajes hacía algún tiempo que
no se los cruzaba y descubrió varios cambios en el muchacho, que
se había convertido ya en un hombre hecho y derecho, y de buen
porte. Ellos le vieron entonces y Draco, como siempre, les dirigió
un asentimiento a modo de saludo. Ella hizo el mismo gesto, impa-
sible e ilegible como una esfinge. El chico, sin embargo, añadió a su
saludo una breve sonrisa.
Olvidado ya el muggle que tenía a sus espaldas, Draco se
preguntó si Merrythoughts le habría dicho algo a Ted: él le había
pedido que no lo hiciera. La intención de Draco no había sido hu-
millarlo, sino tratar de ser justo. No tenían razones para impedir

388
CAPÍTULO | 22
El amor de una madre

que ese chico fuera aprendiz de Merrythoughts; Ted Lupin nunca


les había hecho daño, no era uno de sus enemigos.
—Señor Malfoy —le llamó un empleado, acercándose apre-
suradamente a él. Se llamaba Tahuk y era relativamente joven para
ser un duende, una raza más longeva que la de los magos—. Perdo-
ne que le haya hecho esperar, pero hemos tenido un contratiempo
de última hora.
Draco asintió y se marchó con él, dedicándoles una última
mirada a sus dos parientes.


La resolución del caso había dejado a Harry con una sensa-
ción ambivalente. Por un lado, lamentaba el sufrimiento que le es-
peraba a la familia Fisher. Por otro, habría deseado que ese caso hu-
biera tenido alguna relación con las otras desapariciones, porque era
eso lo que hacía que se sintiera frustrado e impotente. Pero al fin y
al cabo, había resuelto un doble asesinato y podía sentirse al menos
en paz con Lyra Fisher y su amante.
Harry notó enseguida que la gente con la que se cruzaba vol-
vía a mirarlo con un poco de fe. El ambiente en la Oficina de Auro-
res también era algo más relajado de lo que había sido en las últimas
semanas; Harry imaginó que no era el único que había empezado a
sentir el peso del fracaso. Aquel éxito, por lo menos, les recordaba a
todos que eran capaces de hacer las cosas bien.
Aun así, Harry se sintió bastante sorprendido cuando Ginny,
un par de días más tarde, mientras cenaban los tres, le habló del
Baile de la Paz como si fueran a ir.
—¿Por qué me miras así? —dijo ella, también sorprendi-
da—. No querías ir por todo lo que estaba pasando, ya lo sé, pero
has resuelto el caso, ¿no? No creo que nadie vaya a pensar mal de ti
por ir ahora a una fiesta que es prácticamente en tu honor, sería el
colmo.

389
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Pero Ginny, la gente está inquieta por las desapariciones,


no por la loca de la señora Fisher —señaló Harry, sin entender có-
mo podía pasar esa distinción por alto—. No ha cambiado nada.
—Harry, siempre habrá casos abiertos y gente preocupada. —
Ginny le acarició el pelo—. No puedes dejar de divertirte y ence-
rrarte en casa cada vez que te encuentres en medio de un caso. Y esa
fiesta es el acontecimiento social más importante del año.
—No sé, Ginny…
Se acordaba bien de las caras de los parientes de los desapare-
cidos. No había conseguido encontrar a sus seres queridos ni a los
responsables de su desaparición. ¿No les debía por lo menos esa
consideración?
Ella ladeó la cabeza, y Harry tuvo la sensación de que sabía
exactamente qué estaba pensando.
—El baile ni siquiera es en horas de oficina, Harry. Si no fue-
ras al baile, a esas horas estarías en casa, no investigando pistas. No
estás descuidando tu trabajo ni nada de eso.
—Ya… —dijo, usando el tenedor para juguetear un poco con
las zanahorias de la guarnición. Antes le gustaban, antes de morir
por el Avada Kedavra de Voldemort y resucitar gracias a las Reli-
quias. Ahora evitaba comerlas. Le había pasado algo similar con
media docena de alimentos más. Por suerte, aquellos eran los úni-
cos cambios que parecían haberse producido en él tras aquella expe-
riencia. Bueno, eso y que ya no sabía hablar pársel.
—Mira, tú sabes que a mí no me importan esas cosas. No es
por la fiesta en sí, ¿entiendes? Pero va a ir todo el mundo, todos
nuestros amigos. Es el único día del año en que realmente nos jun-
tamos todos. Y les sabrá mal que no vayamos.
Ante la mención a sus amigos, Harry empezó a dudar. Real-
mente tenía ganas de reunirse con todos, y era una buena fiesta.
Siempre se lo pasaban bien.
—¿Estás segura de que es buena idea?

390
CAPÍTULO | 22
El amor de una madre

—Claro —contestó ella, sin dudarlo un instante—. Ya te lo


he dicho, el Baile de la Paz es una ocasión especial. Todos entende-
rán que estés allí. No, mejor dicho, todos esperan que estés allí.
Ginny le observaba expectante, esperando que dijera que sí.
Después de pensarlo un poco más, Harry terminó asintiendo.
—Está bien. Si de aquí a la fiesta no se produce ninguna
desaparición más, iré.
—De acuerdo.
—De todos modos, tú puedes ir sola también aunque yo no
vaya, ya sabes que no me importa.
Ginny sonrió con condescendencia y le dio un beso cariñoso.
—No sería lo mismo sin ti, tonto.
Lily intervino entonces.
—¿Yo puedo ir también? —preguntó.
Harry imaginó que lo hacía por probar suerte, no porque tu-
viera demasiadas esperanzas de éxito. Su hija siempre había sentido
curiosidad por el baile: le encantaba acompañar a su madre a com-
prarse la túnica de gala y al día siguiente les pedía que se lo contaran
todo con detalles. Ginny y él no eran muy hábiles para recordar
peinados, vestidos y cosas por el estilo, pero, por suerte, en el Día
de la Paz solían comer en La Madriguera y allí siempre encontraba a
alguien dispuesto a satisfacer su curiosidad, generalmente Molly o
Fleur, que se fijaban más en esos asuntos.
—Sabes que no, Lily, es un baile para personas mayores —
dijo Harry.
—Allí no hay niños, cariño —dijo Ginny—. Ya irás cuando
termine el colegio, ¿de acuerdo?
—Sí, y antes irás a los Bailes de la Paz del colegio —le recor-
dó Harry.
—Sí, son como un entrenamiento —añadió Ginny, sonrien-
do.
Aquella también era una costumbre que se había instaurado
después de la guerra. El baile se celebraba el mismo día que el del
ministerio, la víspera de la Batalla de Hogwarts, y era para los alum-

391
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

nos de quinto, sexto y séptimo. Por lo que le habían contado Teddy


y sus sobrinos más mayores, era un acontecimiento muy esperado,
y todos parecían pasarlo en grande; Harry se alegraba de que sus
experiencias en ese campo fueran mejores que la de él, que guarda-
ba un recuerdo pésimo del único baile al que había asistido como
alumno de Hogwarts.
Teddy ya había ido el año anterior al Baile de la Paz del mi-
nisterio. Había estado bailando y ligando a diestro y siniestro du-
rante toda la noche.
Lily suspiró con resignación.
—Bueeeno. ¿Y con quién me quedaré? ¿Con los abuelos?
Harry miró a Ginny para ver si ella había pensado ya algo. Él
se había desentendido bastante del asunto aquel año, pensando que
no iba a acudir.
—No, este año los abuelos también quieren ir al baile —le
dijo ella a la niña—. Hugo y tú os quedaréis a dormir esa noche en
casa de los padres de la tía Hermione, ¿vale?
Lily asintió, satisfecha con el arreglo. Harry sabía que se lo
pasaría bien allí, jugando con su primo y disfrutando de los juguetes
muggles que él y Rose guardaban en esa casa. A Albus también le
había gustado siempre visitar a los padres de Hermione porque era
otro de los lugares donde podía ver dibujos animados.
Todo listo, pues. Contento de haberse dejado convencer, Ha-
rry se dispuso a terminar de cenar.

392
Capítulo 23
El día de la Paz

E n opinión de Scorpius, las cosas habían empezado a


apestar después de la tercera derrota consecutiva de
Slytherin al quidditch: Belak se había esforzado como
nunca, pero Potter había conseguido atrapar la snitch antes que él.
Las burlas en los días siguientes habían sido realmente dolorosas;
con esa victoria, los Gryffindor habían ganado la Copa de Quid-
ditch y no había quién los aguantara.
Pero poco después empezaron los preparativos para el Día de
la Paz, que era fiesta, y Scorpius pronto comprendió por qué los
Slytherin lo llamaban la Semana del Asco. La guerra parecía de
pronto el único tema de conversación de las otras Casas y no hacía
más que oír lo maravillosos, heroicos y valientes que habían sido
Harry Potter y sus amigos. A Scorpius, eso sólo no habría bastado
para amargarle el día, pero fue distinto, mucho peor, cuando se en-
contró con fotos de su familia en todos los tablones de anuncios de
Hogwarts, viejas fotos de El Profeta en la que se veía a su abuelo in-
gresando en Azkaban y a su padre y a su abuela durante los juicios.
No era el único; también había fotos del padre y el abuelo paterno
de Diana, de la madre y el abuelo materno de Damon, del abuelo
de sus primos, y de los abuelos de McNair... Ningún alumno de

393
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Slytherin con parientes mortífagos o relacionados con Voldemort se


había librado.
Maldiciendo entre dientes, Scorpius y sus amigos empezaron
a arrancar las fotos entre las miradas burlonas u hostiles de alumnos
de otras casas que rondaban por allí o, directamente, se habían que-
dado a esperarles para disfrutar con el espectáculo.
—Aunque las quitéis, mañana volverán a ponerlas —dijo
uno de los chicos, con una risita.
Scorpius comprendió que aquello era probablemente cierto y
observó con impotencia las fotos que aún seguían en el tablón.
Quizás habría podido dejarlas ahí si la expresión en la cara de sus
abuelos o de su padre hubiera sido distinta, pero nunca los había
visto así, tan conmocionados, tan vulnerables que apenas conse-
guían disimularlo. Entonces se dio cuenta de que Morrigan y los
demás lo miraban como si quisieran saber qué pensaba hacer.
—Yo tengo que quitarlas —murmuró en voz baja.
Entonces suspiró y volvió a la tarea, imitado por sus amigos,
pero si hasta entonces las había arrancado con rabia, ahora lo hacía
cuidadosamente, sin querer dañarlas más de lo que quería dañar a
su familia.
En ese momento, Seren Carmichael, la Hufflepuff de se-
gundo que iba a clase de piano con él, pasó por allí con sus amigas y,
al ver lo que sucedía, se acercó a Scorpius con expresión compasiva.
—Jo, ya les vale. ¿Queréis que os ayudemos a quitarlas?
Antes de que Scorpius pudiera contestar se le adelantó otro
de los alumnos que estaba allí, contemplando la escena.
—¿Por qué quieres ayudarles? ¿Acaso te caen bien los mortí-
fagos?
Seren puso los brazos en jarras.
—Ellos no son mortífagos, son alumnos de primero, ¿vale?
¿No sabes ver la diferencia?
—Tú no te metas, Carmichael —dijo un Hufflepuff de los
últimos cursos.

394
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

Scorpius sintió cómo aumentaba su respeto hacia ella cuando


Seren miró al otro chico con expresión desafiante.
—No te metas tú, Braggson. Les ayudo si quiero. —Y enton-
ces lo descartó sin más, como a un insecto insignificante, y se acer-
có a Scorpius—. Anda, vamos a otro tablón.
Scorpius le agradeció el gesto más de lo que en ese momento
podía expresar con palabras, pero precisamente por eso quiso evi-
tarle problemas. Además, en ese momento la verdad era que le re-
sultaba embarazoso estar incluso con Britney, Cecily y Hector, que
no tenían parientes en aquellos malditos tablones.
—No, no te preocupes, Seren. Lo haremos nosotros.
—¿Seguro?
—Sí, seguro. No pasa nada.
Ella lo miró a los ojos un par de segundos y luego asintió, no
del todo convencida.
—Está bien, como quieras.
Una de sus amigas la estiró de la manga.
—Anda, vámonos.
Seren se marchó con un gesto de disculpa y Scorpius quitó la
última foto.
—Bueno, por lo menos alguien no nos odia —dijo Morrigan
en voz baja.
—Hay más gente que no nos odia —replicó Scorpius, pen-
sando en Albus, tratando de recordarse a sí mismo que era su ami-
go.
Cuando Diana quitó la última foto de su abuelo, que aún se-
guía en Azkaban y probablemente moriría allí, echaron a andar ha-
cia el siguiente tablón, intentando ignorar a los alumnos que les ob-
servaban al cruzarse con ellos.
—Scorpius… —dijo Diana de pronto.
—¿Qué?
—¿Quién ha hecho esto?
—¿Quién coño crees tú? —contestó Damon, hirviendo de
rabia—. Los jodidos Gryffindor.

395
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

A pesar de la vehemencia de Damon, Diana siguió esperando


la respuesta de Scorpius.
—Supongo que sí, han sido los Gryffindor.
—¿Nos vengaremos de ellos?
—Sí, pero primero tenemos que averiguar exactamente quié-
nes han sido.
Diana frunció un poco sus oscuras cejas.
—No, digo… vengarnos de verdad. Como dice McNair.
Scorpius intercambió una mirada preocupada con su prima
antes de contestarle.
—Nuestros padres no quieren que hagamos eso, Diana.
—McNair sólo dice tonterías —añadió Morrigan—. Y si si-
gue así acabará en Azkaban. Yo no quiero ir a Azkaban, muchas gra-
cias.
Diana se mordió los labios y se calló, pero Scorpius sabía que
eso no significaba que estuviera convencida; simplemente, Diana
no solía insistir cuando estaba en minoría. Y Damon tenía una cara
que no auguraba nada bueno.
—Hay maneras mejores de vengarse de verdad —dijo, tra-
tando de darles algo a lo que aferrarse—. Algún día haremos que se
arrepientan de todo esto, pero no hace falta que nos portemos como
mortífagos.
El silencio de Diana parecía ahora algo más satisfecho —no
tanto el de Damon— y Scorpius lo dejó así. El siguiente tablón ya
estaba a la vista: unos chicos mayores que estaban observando las
fotos y las viejas noticias se dieron codazos al verlos llegar y les son-
rieron con desprecio.
—No me extraña que os dé vergüenza que se sepa quiénes
son vuestros padres —dijo uno de ellos, con la insignia de Raven-
claw.
—No nos da vergüenza —replicaron ellos casi a la vez, en
tono desafiante.
Otro chico, este de Gryffindor, se cruzó de brazos.
—Esas fotos van a quedarse ahí, así que ya os podéis largar.

396
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

Scorpius frunció el ceño, pero los otros chicos mayores ce-


rraron filas en torno al que había hablado. Las posibilidades de salir
malparados eran demasiado altas y Scorpius, al contrario que Da-
mon, que parecía a punto de saltar sobre ellos, no tenía intención
alguna de meterse en una pelea que no podía ganar. Era mucho más
sencillo marcharse a otro tablón y volver después, cuando ya no es-
tuvieran. Pero justo cuando iba a hacerles una señal a los demás pa-
ra que le siguieran, vio llegar por el pasillo al profesor Zhou y cam-
bió inmediatamente de idea.
—Profesor Zhou, ¿puede venir un momento? —le llamó.
El profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas se acercó a
ellos con expresión intrigada. Scorpius se dio cuenta de que los
alumnos mayores lo estaban mirando con rencor, convencidos, su-
puso, de que iba a chivarse de ellos.
—Hola, Scorpius. Hola, chicos, ¿qué sucede?
De pronto, Scorpius se arrepintió de haberlo llamado. El
profesor Zhou siempre había tenido buena opinión de ellos y no
quería que dejara de hacerlo al averiguar qué habían hecho sus fa-
milias durante la guerra. Pero enseguida comprendió que aquello
era una idiotez: por extranjero que fuera, seguro que le habían ha-
blado de los Slytherin nada más llegar a Inglaterra. Y además, ya es-
taba allí e iba a ver las fotos de todos modos.
—¿Nos puede ayudar a quitar esas fotos de ahí?
El profesor Zhou le miró como si no entendiera muy bien
qué estaba pasando, pero en cuanto vio las fotos su expresión cam-
bió y se giró hacia los alumnos mayores con una expresión de in-
credulidad y decepción que les hizo encogerse como niños peque-
ños.
—¿Esto lo habéis colgado vosotros?
Todos se apresuraron a negar con la cabeza.
—No, no —se apresuraron a responder.
—No tenemos nada que ver, ya estaban ahí cuando hemos
llegado.
El profesor meneó la cabeza.

397
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Mejor, porque es un detalle muy feo. —Entonces empezó


a quitar las fotos del tablón y a dárselas a los alumnos de Slytherin.
Mientras lo hacía, los estudiantes mayores optaron por una retirada
discreta. Scorpius se dio cuenta de que parecían algo avergonzados;
quizás tampoco querían que el profesor Zhou pensara mal de
ellos—. Oh, vaya, Scorpius, te pareces tanto a tu padre como Albus
Potter al suyo.
El comentario era bastante inofensivo, pero después de los
últimos días Scorpius andaba algo susceptible y no estaba muy se-
guro de qué quería decir con aquello. Normalmente, cuando lo re-
lacionaban con su padre siempre era para insinuar que los dos eran
igual de horribles.
—Mi padre es genial —dijo, en tono desafiante.
El profesor pareció sorprenderse un momento y luego sonrió
ligeramente, comprensivo.
—No he pretendido insinuar lo contrario. Además, no hay
más que ver lo bien que te ha educado.
Su expresión no podía ser más honesta y Scorpius se sintió
como si alguien le hubiera dado un abrazo que necesitaba más de lo
que creía. Entonces esbozó una tímida sonrisa de agradecimiento y
el profesor se la devolvió.
—Bueno, ahora que ya hemos quitado las fotos, ¿queréis ve-
nir a tomar el té conmigo a mi despacho?
Scorpius no necesitó mirar a los demás para saber que esta-
ban tan sorprendidos y emocionados como él, ya que el profesor
Zhou, pese a su cordialidad, no alternaba mucho con los alumnos
fuera de clase. No era como Slughorn y su Club de Eminencias.
Sin embargo, Scorpius recordó que les quedaban seis tablones más
por visitar e hizo un mohín de fastidio.
—Nos gustaría mucho, profesor, pero aún tenemos que ir a
otros tablones.
El profesor Zhou pareció fijarse por primera vez en todas las
fotos que llevaban en las manos y su mirada se ensombreció un po-
co. Scorpius estaba impresionado; Zhou parecía siempre tan sereno

398
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

y sonriente que esa pequeña reacción bien podía equivaler a un ata-


que de ira en una persona normal.
—¿Queréis decir… que las han colgado en todos los tablones
de Hogwarts?
Ellos asintieron.
—Nos odian porque algunos miembros de nuestras familias
apoyaron a Voldemort —dijo Morrigan.
El profesor permaneció en silencio un par de segundos más,
simplemente observándolos; después sacó su varita, hizo un hechi-
zo en su idioma y dos docenas de fotos y recortes de periódicos apa-
recieron flotando frente a él en un pulcro montón.
—Aquí tenéis, niños —dijo, dándoselos—. Venga, ¿nos va-
mos a por ese té?
Ellos asintieron de nuevo, esta vez mucho más sonrientes, y
se fueron con él a su despacho.


Cuando Minerva vio entrar a Wei en su despacho lo recibió
con una sincera y cálida sonrisa. Estaba muy satisfecha con el modo
en el que daba las clases; la asignatura de Cuidado de Criaturas Má-
gicas había dado un bajón desde la llegada del bueno de Hagrid que
su sucesora no había podido solucionar. Durante los últimos veinte
años, los únicos alumnos que escogían cursar el ÉXTASIS de esa
asignatura habían sido aquellos que lo necesitaban obligatoriamente
para sus carreras, pero aquel año, la lista de alumnos que querían
continuar estudiándola en sexto era casi el doble. Minerva agradecía
especialmente que Wei supiera hacer sus clases emocionantes sin
provocar accidentes casi mortales, porque el peor día de su vida
como directora había sido cuando había tenido que llamar a los pa-
dres de esa pobre niña de segundo y decirles que su hija se encon-
traba en San Mungo en un estado de suma gravedad.
Wei era, además, un hombre sensato y de trato sumamente
agradable; pese a venir de otra cultura, se había integrado muy bien

399
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

en Hogwarts. Minerva le tenía mucho aprecio y confiaba en que se


quedara con ellos mucho tiempo.
—Hola, Wei, siéntate, por favor. ¿En qué puedo ayudarte?
Él se sentó frente a ella.
—Estoy un poco preocupado por los Slytherin, Minerva.
Ella suspiró, resignada, aunque no es que no lo hubiera espe-
rado.
—¿Qué han hecho?
—No han hecho nada. Dime, ¿no has visto las fotos que ha-
bía hoy por todo el colegio?
—¿Te refieres a las de los Malfoy y compañía? —Minerva
chasqueó la lengua con desaprobación. No estaba mal que uno su-
piera cuáles podían ser las consecuencias de seguir ciertos caminos,
pero desde luego ese no era el método—. Esos chicos… No sé en
qué estaban pensando, desde luego es un asunto lamentable.
—¿Puedo preguntar si has hablado con ellos?
Minerva se sorprendió un poco.
—¿Sabes quiénes han sido? Los jefes de Casa han estado
preguntando por ahí, pero nadie sabe nada.
Wei meneó la cabeza.
—Me refiero si has hablado con los Slytherin.
—¿Con los Slytherin? Estoy segura de que Slughorn ya se
habrá ocupado de ellos.
Wei se miró las manos un momento.
—Me he encontrado a los niños de primero quitando esas
fotos de los tablones. No parecía que nadie se estuviera ocupando
de ellos. Minerva… tendrías que haberles visto las caras. Sólo son
niños. Hicieran lo que hicieran sus padres o sus abuelos, ellos no
son responsables y aquí, en ocasiones… se les trata como si lo fue-
ran.
Minerva tuvo la incómoda sensación de que estaba siendo
sermoneada, aunque fuera con mucha diplomacia.

400
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

—Los alumnos que están pegando esas fotos no lo están ha-


ciendo con mi bendición. Sencillamente, Filch no ha sido capaz de
atraparlos aún. Cuando lo haga, recibirán el castigo adecuado.
Wei asintió.
—¿Puedo sugerir, si no lo has hecho ya, que comuniques al
alumnado que estás en contra de esas acciones? Estoy seguro de que
saber que lo encuentras de mal gusto ayudaría a...
—Los alumnos saben perfectamente que estoy en contra de
ese estilo de cosas, Wei —le interrumpió, con voz un poco tensa—.
Mira, el ambiente siempre se carga un poco durante estos días. Mu-
chos estudiantes perdieron familiares durante la guerra y eso les ha-
ce actuar sin pensar. Pero ya verás cómo después todo vuelve a su
cauce.
Wei volvió a asentir; nada en su actitud reflejaba que hubiera
notado la tensión de Minerva.
—Eso espero. Francamente, me preocupa un poco que pue-
dan pensar que no le importan a nadie.
—Tienen un jefe de Casa que cuida bien de ellos, pienses lo
que pienses. Los Slytherin no son Hufflepuffs, no les gusta que es-
tén encima de ellos, eso es todo. Y a mí me importan tanto como
cualquier otro alumno.
Wei sonrió un poco.
—Me alegra oírlo. No te molesto más, Minerva —dijo, po-
niéndose en pie—. Sé que estás muy ocupada.
Minerva observó al profesor mientras se dirigía a la puerta y
siguiendo un impulso de última hora, le detuvo.
—¿Me permites un consejo, Wei?
—Por supuesto.
—Creo que eres un buen hombre. Y te honra el que te to-
mes tanto interés por los Slytherin. Pero ten cuidado con ellos, ¿de
acuerdo? Sólo eso, ten cuidado.
Cualquiera podía ver que los Slytherin lo trataban con un
respeto que no dedicaban ni a su propio Jefe de Casa, pero Minerva
no podía dejar de encontrarlo bastante sospechoso. Wei no era la

401
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

clase de profesor que solía recibir el beneplácito de los Slytherin.


Pero él recibió su consejo con una de sus sonrisas.
—Los Slytherin también son criaturas mágicas, Minerva.
Su réplica la enterneció un poco. Definitivamente, Wei era
un hombre casi demasiado bondadoso para su propio bien. A veces
veía en sus ojos ese brillo que tenía Albus Dumbledore cuando
pensaba más con el corazón que con la cabeza.
Veinte años y aún lo echaba de menos.
—Nos vemos en la cena, Wei.
Él sonrió y se marchó, dejándola con sus recuerdos.


Hola, Scorpius.

¿Cómo estás? Sé que estos días están siendo un poco horribles para
vosotros. ¿Estás enfadado conmigo por algo? Ayer habíamos quedado, ¿te
acuerdas? Pero no viniste. Y en clase me estás ignorando todo el rato.
Yo no tengo la culpa de lo que está pasando. Sabes que yo no creo que
nadie sea malo por ser de Slytherin. Yo no creo que tú seas malo. Y no te he
defendido más porque se supone que teníamos que llevar en secreto que somos
amigos y todo eso, para que nuestras familias no se enfadaran, pero si quieres
lo decimos y ya está. Yo ya estoy harto de tener que callarme cuando James se
pone en plan idiota, y no me gusta nada lo que está pasando estos días.
¿Te viene bien que quedemos esta tarde un ratito? Si te viene bien,
hazme una señal en clase de Pociones.

Albus.

Cuando Scorpius llegó a los antiguos establos, cubierto con


su capa de invisibilidad, Albus ya estaba allí y parecía tan contento
de verlo, tan aliviado, que Scorpius sintió algo cálido y agradable re-
corriéndole la tripa, mucho mejor aún que cuando Zhou había ha-
blado bien de su padre.

402
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

—No puedo quedarme, Al. No pueden darse cuenta de que


no estoy en las mazmorras.
—No estás enfadado.
Había habido momentos en los que Scorpius había pensado
que lo más fácil era odiar también a Albus, colocarlo con los demás,
dejarse llevar por lo que las fotos y los insultos más o menos vela-
dos habían despertado en él a lo largo de aquella semana. Y era ver-
dad que le había estado evitando un poco, fingiendo no ver sus di-
simulados intentos por arreglar un encuentro para hablar. Pero en
medio de toda aquella rabia y frustración, Scorpius había sentido,
sencillamente, que si hacía eso acabaría arrepintiéndose. Porque Al-
bus no tenía la culpa de aquello más que él y era uno de sus mejo-
res amigos.
La carta sólo se lo había hecho ver aún más claro.
—No, contigo, no.
—¿Y por qué no viniste?
—Porque se pusieron histéricos cuando les dije que me iba a
dar una vuelta yo solo —dijo, sin mentir—. Para poder salir he te-
nido que ponerme la capa en nuestro dormitorio y salir sin que me
vieran, por eso tengo que volver enseguida.
El camino desde la entrada de las mazmorras a la sala común
era largo, unos doscientos metros. Era como si hubieran querido
mantener separados a los Slytherin del castillo todo lo que fuera po-
sible. Aunque probablemente aquella había sido una decisión del
propio Salazar Slytherin.
—Podrías haberme escrito.
—Iba a escribirte. Pero también querían acompañarme a la
lechucería y me daba miedo que vieran a quién iba dirigida.
Albus asintió lentamente y luego hizo una mueca.
—Lo de las fotos fue una guarrada. Pero te juro que ni James
ni mis primos tuvieron nada que ver en eso. Ellos creen que han si-
do unos Ravenclaw.
Scorpius habría preferido que no hablara de las fotos y cam-
bió de tema.

403
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Me da igual quién haya sido, son todos iguales —le dijo,
imitando el tono despectivo con el que sus compañeros de Slythe-
rin estaban tratando de sobrellevar todo aquello—. Escucha, he ve-
nido para decirte que tienes que seguir guardando nuestro secreto,
¿vale? Si dices algo, seguro que nuestros padres nos prohíben que
sigamos siendo amigos.
—¿Estás seguro? Es que si no te defiendo… es como si te es-
tuviera traicionando. Y no quiero que pienses que no soy de verdad
amigo tuyo y que te enfades.
Los ojos de Albus estaban fijos en él, grandes, verdes, preo-
cupados. Scorpius, sintiéndose un idiota por haber dudado de él,
tuvo ganas de darle un abrazo.
—No voy a enfadarme, idiota. Ya te lo he dicho, es mejor
que no lo sepan.
Albus dudó unos segundos, pero finalmente quedó conven-
cido.
—Está bien.
—Ahora tengo que irme. Quedaremos cuando pase el Día de
la Paz, ¿eh?
—Vale.
Scorpius también asintió y se dirigió hacia la salida, pero jus-
to cuando iba a ocultarse bajo la capa sintió un impulso de última
hora y se giró hacia Albus.
—No sé por qué lo llaman el Día de la Paz.
Albus se lo quedó mirando con expresión curiosamente im-
potente y se encogió de hombros. Scorpius dio un pequeño suspiro
irónico y se marchó de allí.


Ya habían quedado atrás los tiempos en los que emborrachar-
se e ir a la mansión Malfoy a intentar linchar a alguno de sus ocu-
pantes era un modo más de celebrar el aniversario del fin de la gue-
rra, pero después de la experiencia que habían tenido unas semanas

404
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

antes, Draco pensaba que había muchas posibilidades de que aquel


año tuvieran visitas indeseadas de nuevo. Aun así, no entendía por
qué no podían irse todos a cenar tranquilamente a casa de los
Greengrass y dejar que los idiotas de turno se las entendieran con
las defensas de la casa. Su padre, sin embargo, pensaba que aquello
sería como decir que tenían miedo y planeaba quedarse en la man-
sión, igual que otros años. Draco no se fiaba mucho de su padre,
que en esa fecha solía agarrar también unas borracheras monumen-
tales y decidió que era mejor quedarse a ayudar a su madre y dejar
que Astoria y Cassandra pasaran la noche con los padres de ella o
con Daphne y Theo. Pero Cassandra imaginaba hordas de magos
enfurecidos yendo a matar a su abuelo y a su padre y se negó en re-
dondo a marcharse.
Como en realidad no había ningún peligro, Draco y Astoria
dejaron que su hija se quedara en la mansión con ellos. Greg, Milli-
cent y su hijo de ocho años, Vincent, acabaron cenando también
allí. Todos trataron de no pensar en la guerra. Y si al final Draco y
Greg también se unieron al grupo de los borrachos, brindando a la
salud del idiota de Vince Crabbe, no importó demasiado porque la
mansión no les necesitaba para defenderles.


Además del reencuentro con todos sus amigos, había una co-
sa que Ginny adoraba del Baile de la Paz. Era cuando llegaba del
brazo de Harry y todas las miradas se centraban en ellos y ella sabía
con absoluta certeza que casi todas las mujeres de la sala la envidia-
ban por estar casada con el gran Harry Potter, el Salvador del Mun-
do Mágico. Era literalmente un sueño hecho realidad que se repetía
año tras año, una sensación casi embriagadora que compensaba por
todos los comentarios despectivos que había oído decir sobre su
familia cuando era pequeña. Todas las personas que habían mirado
a los Weasley por encima del hombro porque no tenían tanto dine-
ro como ellos, o porque su patriarca parloteaba sobre estúpidos ob-

405
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

jetos muggles, tenían que callarse ahora la boca y tratarlos con edu-
cación y respeto.
Era como ver que el universo funcionaba con justicia, que la
buena gente conseguía al final lo que se merecía.
La sala del ministerio en la que se celebraba el baile tenía
aquella noche un aspecto espléndido, con adornos plateados en el
techo y la gente iba vestida con sus mejores galas, llenándolo todo
de color. Los invitados, a excepción de los héroes de guerra como
Harry, ella, su familia o Hermione, tenían que pagar cien galeones
por persona para poder asistir a la fiesta, dinero que después se des-
tinaba a obras benéficas. Por descontado, algunas familias con mu-
cho dinero estaban prácticamente vetadas; a Ginny le habría gusta-
do que los Malfoy tuvieran la cara dura de intentar aparecer por allí.
—Hola, chicos —les saludó Neville, acercándose sonriente
de la mano de Hannah, los dos elegantemente vestidos.
Harry y ella, que estaban hablando con George y Angelina,
fueron a saludarlos.
—Hola, Nev. Hola, Hannah.
—¿Cómo están los chicos?
Neville hizo una cómica mueca de mártir.
—Vuestro James va a acabar en Azkaban cualquier día de es-
tos. Lo único bueno es que también podría encontrarse allí a la mi-
tad de sus primos.
Ellos se rieron.
—¿Qué ha hecho esta vez? —preguntó Harry.
Ginny recordó alguna de las gamberradas más sobresalientes
de su hijo mayor y sus sobrinos. Con los productos de la tienda de
bromas prácticamente a su alcance ilimitado, eran una fuerza de la
naturaleza desatada. Una de sus preferidas había sido cuando James
le había echado crece-pelo en el té a la tía Muriel para vengarse
porque había hecho llorar a Albus y a Lily, y a la anciana le había
crecido un frondoso bigote a lo Barón Sanguinario.

406
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

—Él, Fred y Michael encendieron anoche un dragón impe-


rial en mitad del Gran Comedor cuando estábamos todos cenando.
No os podéis ni imaginar la que se armó.
Los dragones imperiales eran uno de los fuegos artificiales
más vistosos de sus hermanos, pero en medio del Gran Comedor
tenía que haber causado un alboroto impresionante. Ginny volvió a
reírse imaginando la escena mientras Harry meneaba la cabeza con
diversión.
—El gen gamberro sigue activo en la nueva generación —
dijo ella.
Neville se encogió de hombros, sonriente.
—Cuando les preguntamos cómo se les había ocurrido hacer
tal cosa, dijeron que sólo querían animar un poco a la gente.
—¿Y qué hay de Albus? —preguntó Harry.
—Bien, él no se mete en líos.
Ginny y Harry charlaron un poco más con ellos, pero enton-
ces vieron entrar a Ron y a Hermione y fueron a saludarlos tam-
bién. Su hermano iba muy elegante aquella noche, con su túnica
negra de gala, y Hermione llevaba un vestido malva muy bonito.
Los dos sonrieron al verlos.
Sí, eso era otra cosa que le gustaba de aquella fiesta. La gente
parecía feliz. Ginny estaba segura que, de no existir, todos pasarían
aquel día tristes, pensando en los que habían quedado atrás. Y no
era que no pensaran en ello igualmente, no era que no doliera re-
cordar a Fred, pero al menos el baile servía de distracción, les per-
mitía sobrellevar mejor el dolor.
—¿Habéis llegado hace mucho?
—No, unos diez minutos.
Ron y Hermione saludaron a Neville y a Hannah, que se ha-
bían acercado también, y pronto se les unieron Lavender y Oliver
Wood, que se habían casado hacía sólo dos años. Él tenía dos geme-
las, fruto de una relación con una chica con la que no había llegado
a casarse. Las dos estaban en el curso de James, aunque sólo una de
ellas, Danae, estaba en Gryffindor; la otra, Tara, había sido seleccio-

407
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

nada en Hufflepuff. Lavender, por su parte, tenía un chico de diez


años, Ulises, que iría al mismo curso que Lily y Hugo. Nadie sabía
quién era el padre, pero Ginny apostaba por un periodista norte-
americano que había trabajado con Lavender en Corazón de Bruja
en la época en la que ella se había quedado embarazada.
Unos minutos después llegaron Dean Thomas y su mujer,
Opal, una Ravenclaw que había ido dos cursos por debajo de ellos.
A Ginny le hizo gracia ver que ellos, igual que ella y Harry o sus
propios hermanos, también le preguntaban a Neville por su hija
Milena.
—Pobrecito, dejadlo en paz, que ahora no está de servicio.
Mientras Harry hablaba con Seamus Finnigan y su novia,
Miriam Burrows, Ginny se fue a hablar con alguna de sus ex com-
pañeras de curso, aunque nunca había tenido una relación demasia-
do estrecha con ellas. Los sucesos de su primer año en Hogwarts,
siendo poseída por Voldemort, habían impedido que pudiera hacer
amigas, y en segundo se había encontrado con que todo el mundo
tenía ya más o menos su grupito de gente, lo cual la había hecho
sentirse un poco desplazada. En tercero, las cosas no habían sido
muy diferentes, pero en cuarto, entre la atención que empezaba a
recibir de los chicos y todo el tiempo que había pasado con sus
hermanos y con Harry gracias a las clases extras de Defensa, las co-
sas habían mejorado y se había sentido por fin integrada en un gru-
po.
Ginny vio entonces a Sienna Bullard, su jefa, y fue a buscar a
Harry para que la acompañara a saludarla. Sienna le había caído
muy bien al principio, pero últimamente tenía la sensación de que
subestimaba a Harry y eso no le gustaba nada; en cualquier caso,
Sienna era su jefa y no le quedaba más remedio que ir a saludarla.
—Jefe Potter, confieso que no esperaba encontrarlo aquí —
dijo ella, mientras le estrechaba la mano—. ¿Han hecho avances en
la investigación sobre las desapariciones?
A Harry le cambió la cara y Ginny, que no se lo esperaba,
maldijo para sus adentros. ¿Cómo se atrevía?

408
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

—Bueno, creo que incluso a Harry se le permite tener algo


de tiempo libre, ¿no es cierto? —dijo, controlándose como pudo.
Sienna sonrió de un modo algo condescendiente.
—Por supuesto. —Miró a Harry—. Ha sido un placer volver
a verle, jefe Potter. Si me disculpan…
Entonces Sienna se marchó y Ginny le apretó la mano a Ha-
rry para darle ánimos.
—Será estúpida… No le hagas caso, Harry.
¿Cómo había sido tan zorra? No era como si hasta ese mo-
mento hubieran tenido una gran relación: no eran amigas y ella tra-
bajaba en la sección de Deportes, donde funcionaban de manera
bastante autónoma. Pero aquello había rayado la grosería.
—No tendría que haber venido —dijo Harry, chasqueando la
lengua.
—Tonterías —replicó Ginny, que no estaba dispuesta a que
esa estúpida les aguara la noche—. Es la única que piensa así. Ya has
visto a los demás.
—Sí, pero también es la única que tiene un periódico en el
que despellejarme.
Ginny frunció el ceño. Hacía semanas que encontraba deta-
lles en los artículos sobre el caso que no terminaban de gustarle. No
sabía si creer los rumores de que Bullard le estaba preparando el
camino a un oponente para Shacklebolt. Pero si El Profeta volvía a
atacar a Harry como había hecho antes de la guerra tendría que de-
jar de trabajar allí.
—No se atreverá. Tienes derecho a divertirte y relajarte. ¿No
era eso lo que te decía siempre Gawain? ¿Que no dejaras que los
casos se convirtieran en toda tu vida? Vamos, Harry…
Harry se mordió los labios, bregando con ese sentido del de-
ber y el sacrificio tan suyo y después, por suerte, asintió y le sonrió.
—Sí, supongo que tienes razón. Además, tampoco sería la
primera vez que El Profeta me despelleja.


409
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

A pesar del pequeño mal trago que había supuesto su en-


cuentro con Sienna Bullard, Harry se lo estaba pasando tan bien en
la fiesta como esperaba. Su única preocupación, aparte de esquivar
hábilmente a Cavan Broderick —increíblemente guapo con su tú-
nica azul de gala—, era la ausencia de Luna; todos decían que iba a
venir, pero de momento aún no había llegado.
—No le habrá pasado algo…
—Ya conoces a Luna —dijo Hermione—. Suele llegar tarde a
todas partes, y eso si no se le olvida que tiene que ir a algún sitio.
Como si sus palabras hubieran sido proféticas, Luna entró
entonces en la sala acompañada de su marido, Rolf Scamander, un
antiguo Hufflepuff cinco años mayor que ella. Él era un hombre al-
to, de ojos claros tras unas gafitas rectangulares y pelo castaño y al-
borotado hasta los hombros. Iba vestido con una túnica de gala algo
arrugada y Luna, con un vestido amarillo canario que amenazaba
con cegar a los incautos que lo miraran de frente. Ni los años ni la
maternidad la habían hecho menos excéntrica, y eso era algo que
Harry, que le tenía mucho cariño, adoraba de ella. Rolf, a su estilo,
estaba tan chalado como su mujer, así que hacían muy buena pareja.
—¿No os parece que el salón está precioso con tantos ador-
nos de plata? —comentó Luna, con su vocecita soñadora, después
de saludar a todo el mundo—. Es una pena que el color plata atraiga
a los moguyai, ¿verdad?
—¿Qué es un moguyai? —preguntó Harry.
—Una nueva especie de animal que ha descubierto mi pa-
dre. Son bastante peligrosos y muy difíciles de atrapar y fotografiar.
Si se acercan a atacarnos, tenemos que intentar capturar uno vivo,
¿de acuerdo?
Harry dudaba mucho que tal bicho existiera, pero tanto él
como la mitad de los que la escuchaban asintieron obedientemente.
—¿Cómo están los gemelos? —preguntó Hermione—.
¿Tienen ganas de entrar en Hogwarts?

410
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

—Lorcan, sí —contestó Rolf—. Pero Lysander está intentan-


do convencernos de que puede aprender de nosotros todo lo que
necesita. Desde luego, de plantas y animales sabe tanto como un
experto.
—Voy a intentar convencer a McGonagall de que los deje
dormir de vez en cuando al raso, en una tienda de campaña —
explicó Luna—. Eso les ayudará a sentirse más cómodos allí. Seguro
que la directora no pone ninguna pega.
Harry estaba seguro de todo lo contrario, pero tenía que re-
conocer que habría pagado por poder presenciar aquella conversa-
ción en persona. No era el único; Neville tenía pinta de estar pen-
sando en cómo conseguir estar presente.
—No sé, Luna —dijo Hermione—, McGonagall es bastante
estricta con esas cosas.
—Puede que se haya ablandado con la edad —replicó Luna,
con convicción
Ella y Rolf también tenían una buena cuota de conocidos a
los que saludar y se perdieron temporalmente entre la multitud, pe-
ro al cabo de un rato, cuando Harry estaba apoyado en una colum-
na viendo a Ginny bailar con Neville, Luna volvió a acercarse a él.
—¿Cuánto tiempo vais a quedaros en Inglaterra? —preguntó
Harry, pasándole una copa de champán.
—Un par de semanas. Y luego volveremos a finales de agos-
to, para hacer las compras de los niños antes de que se vayan a
Hogwarts.
—¿Estás preparada para separarte de ellos?
Luna le dedicó una de sus vagas sonrisas.
—Es una aventura más. —Entonces miró a su alrededor—.
Nunca hay muchos Slytherin en este baile, ¿verdad?
—Hay unos cuantos —dijo Harry, sin entender muy bien
por qué lo decía.
—Ninguno de nuestra época. —Se quedó pensativa unos se-
gundos—. ¿Sabes que la expedición que hicimos el año pasado a
Nueva Zelanda estaba financiada en parte por los Malfoy? Me ente-

411
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

ré hace sólo unas semanas. Creo que es un modo de compensarme.


Las dos o tres veces que me he cruzado con Draco Malfoy desde la
guerra parecía avergonzado de verme.
—Bueno, no le faltan motivos —replicó Harry, aunque le
había sorprendido oír lo del dinero.
—Qué va, pobre Draco. Si casi se desmayó cuando me vio
allí encerrada. Yo no le echo la culpa a él de lo que me pasó, sé que
no quería verme allí. Estoy segura de que ahora podríamos ser
grandes amigos —dijo, totalmente en serio.
Harry lo dudaba, pero no la contradijo, igual que no lo había
hecho respecto a McGonagall. Luna tenía su propia visión del
mundo. Entonces, Ginny se acercó a ellos, sonriente, bella y acalo-
rada.
—¿Ya has bebido bastante como para animarte a bailar?
—Sí, creo que ya estoy listo —replicó él, de buen humor.
Aquella era una vieja broma entre ellos, porque Harry nunca había
conseguido sentirse cómodo del todo mientras bailaba. En casa era
distinto, cuando estaban los dos solos y la cosa terminaba parecien-
do más un restregón que un baile, pero delante de todas aquellas
personas sólo era demasiado consciente de que aquello no era lo
suyo—. Perdona, Luna, luego seguimos hablando.
—No pasa nada, divertiros.
Harry y Ginny se metieron entre las otras parejas y él la ro-
deó por la cintura con los brazos mientras ella cruzaba los suyos de-
trás de su espalda.
—Estás preciosa esta noche —le dijo Harry, sonriente.
—Tú también estás muy guapo —replicó ella, devolviéndole
la sonrisa—. Mi héroe…
Harry meneó la cabeza.
—Todos fuimos héroes. Y tú la primera —dijo, agachándose
un poco para besarla.
No había periodistas allí, sólo en la entrada, y Harry disfrutó
del beso sabiendo que no iba a verlo como portada en el siguiente
número de Corazón de Bruja. Ginny enredó los dedos en el pelo

412
CAPÍTULO | 23
El día de la Paz

de su nuca y, cuando dejaron de besarse, apoyó la cabeza en el hue-


co de su hombro. Harry sonrió y siguió bailando, contento de ha-
ber acudido a la fiesta.

413
Capítulo 24
Una visita imprevista

J unio estaba avanzado y las vacaciones estaban tan cerca


que Albus pensaba que ya podía olerlas. Aquel año había
Mundiales y su padre le había dicho que por lo menos le
harían una visita a su madre, así que la perspectiva no podía ser me-
jor. Albus no entendía cómo había alguien que tuviera interés en
otra cosa, pero cerca de él, mientras desayunaban, unos alumnos de
segundo estaban leyendo El Profeta y comentando el juicio de la
bruja que había asesinado a la mujer de su hijo y a su amante.
—¿Esa mujer tenía un nieto en séptimo? —oyó preguntar a
Amal, con verdadero asombro.
Albus se giró hacia él y vio que estaba observando una foto
en el periódico de aquella bruja loca, Iris Fisher.
—¿Por qué?
—Es muy joven, ¿no?
—Tiene más de sesenta años, Sharper —dijo el alumno de
segundo.
Amal pareció asombrarse, aunque luego hizo un gesto de
comprender.
—Ah… Pues sí que se ha operado.

414
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Albus frunció ligeramente el ceño, preguntándose qué ten-


drían que ver las operaciones con eso, pero su prima Rose sí que
parecía saber qué pasaba.
—Amal, no, ¿es que no sabes que los magos vivimos más
tiempo que los muggles?
—Bueno, sí, más o menos.
—Pues piensa, hombre —dijo con amable condescenden-
cia—. Si envejeciéramos al mismo ritmo que los muggles, para
cuando cumpliéramos los cien años estaríamos hechos un asquito,
y con ciento cincuenta ya ni te cuento.
Amal puso una cara de sorpresa tan cómica que Albus, que
en ese momento estaba bebiendo, soltó una risita y el zumo de ca-
labaza estuvo a punto de salirle por la nariz.
—Oh… ¿Voy a ser joven más tiempo?
Parecía encantado con la idea, y más aún cuando Rose asin-
tió.
—Claro. Mi madre me lo explicó el año pasado. Los magos y
los muggles crecen igual hasta los treinta años, más o menos, pero
después se considera que un año mágico equivale a dos muggles.
Fíjate en la directora; ¿cuántos años crees que tiene?
Amal miró a la profesora McGonagall, que estaba desayu-
nando con algunos de los profesores.
—Unos setenta, ¿no?
—El año pasado cumplió cien años.
Albus soltó otra risita al ver la expresión estupefacta de Amal.
—¿En serio? ¡Hala!
Durante el resto del desayuno estuvieron hablando de eso y
haciendo que Amal adivinara la edad de los profesores de
Hogwarts. Albus no se había dado cuenta hasta ese momento de
que su amigo tenía ese lío con el aspecto de los magos y lo encontró
gracioso, pero mientras salía del Gran Comedor para ir a su primera
clase, pensó que alguien debería escribir un libro en el que se expli-
caran todas esas cosas para que los alumnos de padres muggles co-

415
CAPÍTULO | 24
Una visita imprevista

nocieran un poco del mundo mágico antes de aterrizar en Hog-


warts.
—Eh, Albus —dijo Rose, poniéndose a su lado—. Molly
acaba de decirme que tu hermano, Mike y Fred han recibido un
envío nuevo de mi padre y el tío George.
Oh, oh. Así que eso era lo que contenía el paquete que les
había llegado durante el desayuno… Eso significaba que debían de
andarse con ojo. Aunque quizás no les quedarían ganas de gastarle
bromas a nadie, considerando que aún estaban castigados por lanzar
el dragón imperial en el Gran Comedor. Muchos alumnos se ha-
bían llevado un susto de muerte y aunque después todos habían ha-
blado de ello con la admiración que provocan las grandes gambe-
rradas, McGonagall en persona había dicho que se quedarían una
hora estudiando después de las clases hasta final de curso.
Entonces un montón de alumnos, chicas en su mayoría, sa-
lieron corriendo de estampida entre gritos de alarma.
—¡Una cucaracha gigante!
—¡Que no me toque, que no me toque!
O quizás sí les quedaban ganas, se dijo Albus, mientras su
hermano y sus dos primos se morían de la risa.


Ese día, miércoles, empezaban con dos clases extra de Cui-
dado de Criaturas Mágicas. Aquella semana estaban viendo diri-
cawls. El profesor Zhou les había explicado que los muggles, que
los habían conocido con el nombre de dodos, creían que estaban
extinguidos, pero en realidad la población se mantenía sin proble-
mas. Fáciles de tratar, sus plumas y las cáscaras de sus huevos se
usaban como ingredientes en varias pociones. Aunque las cosas con
los Slytherin de primero se habían tensado un poco desde el Día de
la Paz, aquella seguía siendo la única clase en la que podía acercarse
a Scorpius sin que todos les miraran esperando una pelea —lo cual
era absurdo, porque no habían vuelto a pelearse desde aquella pri-

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

mera y única vez— o sin que Watson registrara el momento en su


lista de incidentes que debía contarle a James.
Albus consiguió pasarle a Scorpius sin problemas el mensaje
de que quería quedar con él y aquella tarde se encontraron en su es-
condite secreto, que empezaba a parecer una pequeña Sala Común.
Scorpius llegó con la capa de invisibilidad; ahora que hacía buen
tiempo, siempre había alumnos paseando por ahí.
—Eh, hola…
—Hola —dijo Albus.
—No puedo quedarme mucho tiempo. Slughorn nos ha cas-
tigado a Damon y a mí y voy atrasado con los deberes.
—¿Tú también? Todo el mundo está castigado últimamente.
¿Qué le habéis hecho?
—Le echamos a Watson polvos pica —pica encima —dijo,
riendo. Albus también se rió, y no sólo porque Watson también le
cayera mal, sino porque se alegraba de ver a Scorpius de buen hu-
mor después del Día de la Paz, ahora oficialmente la fiesta que me-
nos le gustaba del mundo—. Tendrías que haber visto cómo se pu-
so. Pero es sólo esta semana, el viernes ya se habrá acabado.
—Ah, vale. ¿Entonces podremos quedar el sábado igual?
Albus sabía que Scorpius solía poner como excusa que quería
practicar con el piano o que necesitaba pensar. A él le funcionaba,
pero Albus no quería ni imaginar la cara que pondrían sus propios
amigos si dijera que se iba a dar una vuelta solo porque necesitaba
pensar. Pero el sábado por la tarde, si hacía buen tiempo, los magos
de origen muggle solían juntarse un rato para jugar a su fútbol y
Amal siempre iba con ellos; Rose, por su parte, tenía su grupo de
amigas y era fácil que se perdiera por ahí con ellas. A no ser que Ja-
mes o sus primos se metieran por el medio por algún motivo, po-
dría escabullirse sin demasiados problemas.
—Sí, después del almuerzo.
—Genial. Sólo quería avisarte de que mi hermano y mis
primos han recibido una caja de artículos nuevos de broma de la
tienda de mis tíos.

417
CAPÍTULO | 24
Una visita imprevista

—Sí, ya he visto lo de la cucaracha esta mañana. Pero gracias


por el aviso.
—Sí, si te encuentras algo raro por el suelo, no lo recojas. Y
si te ofrecen algo, no lo aceptes.
—Entendido. —Lo miró con curiosidad—. ¿A ti no te man-
dan también cosas?
—Alguna vez me llevo algo, cuando voy a la tienda. Aunque
lo que más me gustan son los fuegos artificiales, como el dragón
que lanzó mi hermano. Cuando mis abuelos cumplieron cincuenta
años de casados mis tíos les prepararon unos fuegos artificiales en
Hogsmeade y todo el mundo dice que fueron los mejores que ha-
bían visto nunca.
Scorpius le pidió que le contara cómo habían sido y a su vez
le habló de los fuegos artificiales que había visto durante el Año
Nuevo chino cuando había estado en ese país. Pero decía en serio
que tenía prisa, porque al cabo de una media hora se levantó para
marcharse. Albus le imitó, pensando que era un fastidio que no pu-
dieran pasar más tiempo juntos.


Los alumnos de los cursos inferiores no tenían exámenes
propiamente dichos, no como los TIMOs y los ÉXTASIS, pero los
profesores los llenaban a trabajos y les hacían hacer tests, así que en
realidad andaban casi tan agobiados como los mayores. Como todos
los años, la biblioteca estaba más concurrida que nunca y el am-
biente estaba lleno de preguntas susurradas, risas sofocadas y quejas
entre dientes por parte de los que iban a consultar algún libro y des-
cubrían que alguien se les había adelantado.
Scorpius pensaba que iba a conseguir calificaciones muy
buenas en todas las asignaturas excepto Herbología. Incluso creía
que podía ser el mejor en Pociones o Defensa, aunque no tenía
mucha idea de cómo iban los Ravenclaw y los Hufflepuff en esas
asignaturas. Por otro lado, Albus también destacaba en Defensa y a

418
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Scorpius se le hacía un poco difícil imaginar a Daskalova dándole el


primer puesto de la clase a un Malfoy cuando podía dárselo a un
Potter. Igual hasta podían mandarla a Azkaban por eso, o algo así.
En la competición entre casas, los Slytherin seguían, para de-
sespero de Rebeca Warbeck, en último lugar. Scorpius se sentía un
poco responsable porque sabía que la diferencia respecto a otros
años eran ellos: él, Diana, Damon. Sobre todo él. Había perdido
decenas de puntos a manos de Longbottom y Victoire Weasley, mu-
chos más de los que había podido ganar. Por suerte, los prefectos de
Slytherin no le echaban la culpa a él porque sabían cómo se las gas-
taba Longbottom, pero Scorpius deseaba poder compensar un poco
con sus buenas notas y él y Britney estaban haciendo todo lo que
podían para evitar que Diana quedara la última en todas las asigna-
turas. Los dos estaban convencidos de que podía hacerlo mejor que
Charles Paltry y un par de Hufflepuffs: puede que le costara mucho
entender las cosas y razonarlas, pero no tenía mala memoria y se
defendía con los hechizos más sencillos. Paltry, por otro lado, era
una auténtica nulidad y no se esforzaba demasiado en dejar de serlo.
Albus le había contado que tenían que estar encima de él para que
se pusiera a hacer los deberes y que lo único que realmente le gus-
taba era hablar de quidditch, tema en el que demostraba un cono-
cimiento enciclopédico.
Ravenclaw era, en ese sentido, el rival más fuerte. Los que no
eran listos, eran estudiosos; a veces les llegaba algún alumno que es-
taba tan inmerso en su propio mundo mental que era un desastre
con las notas, pero ese año no había entrado nadie así y todos se de-
fendían bien.
En Slytherin, debido a la fuerte influencia de Warbeck y su
grupo, todos se pasaban el día hablando de notas y haciendo cálcu-
los para ver los puntos que podían sacar. Todos sabían que Scorpius
y Britney eran los más listos entre los Slytherin de primer año, así
que a menudo les incluían en las conversaciones, cosa que a los dos
les encantaba.

419
CAPÍTULO | 24
Una visita imprevista

—Steele, tú puedes acabar primera en Estudios Muggles y en


Astronomía, ¿no? —le dijo un día Warbeck—. Y tú, Malfoy… po-
drías conseguirlo en Vuelo, Defensa y Pociones, ¿no?
—Sí, pero…
—Sí, sí, claro que Daskalova se lo dará a Potter. Y Slughorn
también encontrará la manera de darle el primer puesto a alguno de
sus favoritos. Pero si quedas primero en Vuelo, segundo en las otras
dos y tú y Steele os coláis entre los cinco primeros en el resto de las
asignaturas, aún podríamos superar a los Hufflepuff y quedar los
terceros.
—En Herbología… —empezó Britney.
—Hierbajos no cuenta, Steele —le interrumpió Warbeck,
con la misma impaciencia con la que había interrumpido a Scor-
pius—. Ningún alumno de Slytherin ha estado nunca entre los cin-
co primeros en esa asignatura desde que Longbottom es el profesor.
Ni siquiera esa basura de Watson va a conseguirlo, y Merlín sabe
que no ha podido lamerle más el culo desde el primer día de curso.
—¿Quién más creéis que podría terminar entre los cinco
primeros de alguna asignatura? —preguntó Aino Kaspersen.
Scorpius pensó un poco.
—Damon en Vuelo, mi prima en Encantamientos… y puede
que Hector quede primero o segundo en Historia de la Magia.
La conversación podía prolongarse durante un buen rato y
volvía a repetirse cuando hacían exámenes o recibían notas de traba-
jos finales. Por lo que contaban Robert y Michelle, los Ravenclaw
también se pasaban el día haciendo cálculos, pero Albus había pues-
to cara de no saber de qué le estaba hablando. Él hacía suposiciones
sobre sus propias notas y hablaba de ello con Amal y Rose, pero eso
era todo. Scorpius imaginó que los Hufflepuff tampoco vivían el fi-
nal de curso con esa sensación de intensa competitividad, al menos
no como Casa. Claro que no se trataba sólo de competitividad, se
trataba de salvar un poco el honor. Todos los demás querían verlos
en último lugar, así que nada les fastidiaría más que ver cómo esca-
paban a ese destino.

420
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales


—Eh, Scorpius, ¿qué vas a hacer este verano? — le preguntó
una tarde Albus,en el aula de música medio abandonada, mientras
practicaban Transformaciones para el último test. Estaban bastante
tranquilos; habían cerrado la puerta con un Fermaportus y, aunque
eso no detendría a ningún alumno de segundo para arriba, al menos
les conseguiría los segundos necesarios para que Scorpius se escon-
diera bajo la capa de invisibilidad—. ¿Vas a ir a ver el Mundial de
Quidditch?
Scorpius se encogió de hombros mientras examinaba con ai-
re crítico su taza, que aún tenía el color oscuro del calcetín que ha-
bía sido originalmente.
—No lo sé. ¿Tú sí?
—Mi madre va a ir por su trabajo y mi padre dice que este
año iremos a hacerle una visita, supongo que para la final. Es la
primera vez que iremos a un Mundial; antes no nos dejaban ir por-
que decían que éramos demasiado pequeños para llevarnos a los
tres.
—No sé, a mi padre no le gusta mucho que vayamos a sitios
muy llenos de gente —explicó Scorpius, dando un nuevo pase de
varita sobre su copa—. Dice que es peligroso.
—¿Le han atacado alguna vez? —dijo, cediendo a la curiosi-
dad; nunca habían hablado de ese tema—. ¿Por eso tu boggart es…?
Scorpius bajó la vista.
—Cuando yo era pequeño, en Italia, intentaron matarlo. Y
aún pasan cosas. Hace unas semanas unos borrachos intentaron en-
trar en casa para hacernos daño, y la noche del Día de la Paz, lo
mismo. Salió en el periódico y todo, mi primo Gabriel me lo ense-
ñó.
Albus se mordió los labios un momento sintiendo que el
miedo de Scorpius despertaba un eco similar dentro de él. Todo el
mundo decía que su padre era muy poderoso, pero Albus lo había

421
CAPÍTULO | 24
Una visita imprevista

visto llegar a casa magullado tras alguna misión y sabía que incluso
los héroes capaces de vencer a un Señor Tenebroso podían salir he-
ridos de un enfrentamiento.
—¿Quién intentó matarlo en Italia?
—No lo sé, un tipo. Pero mi padre fue más rápido y lo de-
rrotó. Mi padre pelea muy bien, digan lo que digan de él. Practica
todos los días. Es sólo que… tenemos tantos enemigos… —Scor-
pius se quedó callado unos segundos, con las cejas fruncidas, furio-
so y ensimismado a la vez, como si estuviera pensando en todos
ellos—. Supongo que por eso tengo ese boggart.
—Yo tampoco quiero que le pase algo a mi padre. Ya sabes,
como es auror, siempre está metido en líos.
Scorpius tomó aire con fuerza, como si quisiera dominar al-
guna emoción demasiado fuerte, y ladeó la cabeza.
—Creía que a los Gryffindor os gustaba eso de meteros en
líos.
Albus se rió un poco.
—Sí, bueno… Mi abuela dice que nos gusta meternos en
líos, pero no que lo hagan las personas que queremos. —Chasqueó
la lengua—. Es una pena que no vayas a ir al Mundial, podríamos
haber intentado vernos allí.
Scorpius asintió y siguieron hablando de sus planes para el
verano mientras practicaban Transformaciones. Albus estaba de
buen humor, porque por mucho que le gustara Hogwarts, tenía ga-
nas de estar ya de vacaciones y ver a sus padres, a Lily y a los demás.
Pero poco a poco, sin saber muy bien por qué, su ánimo se fue apa-
gando. Quizás era porque sabía que no iba a poder ver a Scorpius
en todo el verano; ni tan sólo era seguro mandarse cartas. O porque
le daba un poco de pena que tuviera que pasar por todo aquello,
cuando él no había hecho nada malo. O porque estaba seguro de
que no lo había hecho tan bien ese año como todos esperaban de él;
a James ya le había decepcionado un poco porque no había mostra-
do suficiente espíritu Gryffindor y sus propios compañeros de clase

422
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

lo miraban a veces como si no hubiera estado a la altura de su ape-


llido.
Albus intentó borrar aquellos pensamientos de su mente, pe-
ro seguían allí, haciéndole sentir incómodo e imperfecto. La con-
versación entre ellos dos se había ido desvaneciendo entre monosí-
labos cada vez más espaciados; Scorpius tenía un aire sombrío que a
Albus le recordaba a los días previos al Día de la Paz y sus movi-
mientos con la varita no podían ser más desganados.
—¿Estás bien?
Scorpius lo miró como si aún tuviera su atención puesta en
lo que fuera que estaba pensando.
—¿Nos vamos? Estoy agobiado.
Albus asintió, porque él también estaba harto de estar allí.
No faltaba tampoco mucho para la cena, aunque no podía decir que
tuviera hambre. En realidad, lo que más le apetecía en ese instante
era irse a la cama y olvidarse de todo.
Scorpius se cubrió con la capa de invisibilidad antes de salir
del aula, pero Albus sabía que caminaba a su lado porque oía sus pa-
sos sobre el suelo de piedra. Aunque no había nadie a la vista, no
podían arriesgarse a que alguien saliera de alguna clase o doblara
inesperadamente una esquina, y los pillara caminando juntos, como
había sucedido tres meses atrás.
Estaban cerca ya del punto en el que se separaban sus cami-
nos cuando Albus giró la esquina y vio a Urien andando por el pasi-
llo. Iba solo, lo cual no era nada extraño, pero a Albus le llamó un
poco la atención que se dirigiera a las escaleras que conducían a la
Torre de Astronomía, sobre todo porque era casi la hora de cenar.
Urien iba demasiado ensimismado para haberlo visto y Albus se
planteó si debían seguirlo o no; cualquier otro día del año, no ha-
bría tenido que pensar la respuesta, pero en aquel momento no se
sentía con demasiadas fuerzas. Sin embargo, había una parte dentro
de él que siempre había pensado que Urien ocultaba algo demasia-
do raro, y su sentido de la responsabilidad triunfó donde la curiosi-

423
CAPÍTULO | 24
Una visita imprevista

dad había fallado. Entonces se giró hacia donde estaba Scorpius —le
estaba rozando el brazo— y le susurró que debían seguirlo.
—No, otro día.
Albus no podía verlo, así que lo que hizo fue levantar la capa
de invisibilidad y meterse también debajo. Olía a Scorpius, al té con
pastas que habían tomado un par de horas antes.
—Tenemos que saber qué le pasa, Scorpius. Podría ser im-
portante.
Scorpius dudó unos segundos —de verdad, pensó Albus con
irritación, ¿es que no sabía la de cosas que podían pasar en Hog-
warts? ¡Cada vez que su padre había seguido a alguien en el colegio
se había topado con un mortífago!—, pero al final cedió y asintió,
aunque con muy poco entusiasmo.
—Está bien, vamos.


Seguir a alguien cubiertos por una capa de invisibilidad era
muy fácil, y más aún si no hacían ningún ruido. Scorpius había
aprendido a ejecutar el Silencius de su primo Gabriel —hechizo
que después le había enseñado a Albus— y aunque aún no les salía
bien del todo era suficiente como para pasar inadvertidos; saltaba a
la vista que Urien no tenía ni idea de que lo estaban siguiendo aun-
que ahora caminaban sólo a unos tres metros de él, subiendo las
empinadas escaleras de la Torre de Astronomía.
Albus no sabía qué podía traerse Urien entre manos, pero
entonces oyó unos ruiditos ahogados que parecían indicar que se
había echado a llorar y sintió un nudo formándose en su propia
garganta. Sólo pudo reprimirse porque no quería que Scorpius le
viera; pensaría que era un estúpido, llorando sin ningún motivo.
Si Urien no se hubiera detenido entonces frente a una puerta
y no la hubiera abierto, Albus le habría dicho a Scorpius que tenía
razón y que era mejor dejarlo para otro día. Nunca se había sentido
así, tan abrumado por todo, y probablemente Urien sólo estaba

424
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

buscando un sitio en el que desahogarse sin que le vieran. Pero al


verlo entrar en aquella pequeña sala se forzó a espiarle unos minu-
tos más para cerciorarse de que sólo era eso. Scorpius, tras él, le
empujó ligeramente para que se colara por la puerta que había deja-
do abierta Urien antes de que se cerrara. Albus se giró para mirarlo
y le sorprendió ver que tenía los labios apretados con fuerza y que
parecía tan a punto de llorar como él mismo. Eso le dio aún más
pena. ¿Cómo no iba a llorar? Todos habían sido horribles con él.
Todos eran horribles con todos en Hogwarts.
En aquella sala, vacía a excepción de unos mapas enrollados
contra la pared, hacía frío, y sólo entonces Albus se dio cuenta de
que ya había empezado a notar ese frío en las escaleras. Scorpius
decía que en la Sala Común de Slytherin no podían ir en manga
corta ni siquiera en junio, pero la Torre de Astronomía no era preci-
samente una mazmorra; la noche anterior habían subido allí para
dar clase con Diggle y era medianoche y aun así no había sentido
ese frío mordiéndole la carne. El cuerpo de Scorpius pegado al suyo
era lo único que le impedía empezar a tiritar.
Algo parecido a una señal de alarma empezó a sonar en el
fondo de su cabeza, pero Albus se encontraba ya demasiado depri-
mido para hacer el esfuerzo de averiguar de qué se trataba.
—Sólo quiere llorar, vámonos —le murmuró Scorpius al oí-
do, en voz casi inaudible.
Albus empezaba a estar de acuerdo. Urien se había acercado
a la única ventana de la habitación y sollozaba con más fuerza. El sol
estaba a punto de ponerse, pero había todavía luz suficiente para ver
su cabeza gacha y su espalda temblorosa.
—Lo siento… —le oyó decir entonces—. No puedo más…
Se disculpaba, como la otra vez. Albus le compadeció y a la
vez se sintió exasperado; estaba harto de aquel asunto, quería irse de
allí, buscar su propio rincón perdido para hacerse un ovillo y ocu-
parse de su propia angustia. Entonces le hizo una señal a Scorpius,
que estaba tan pálido que parecía enfermo, y éste asintió. Albus le
lanzó una última mirada a Urien, listo para marcharse, y consiguió

425
CAPÍTULO | 24
Una visita imprevista

sentir una ligera sorpresa mezclada con alarma al ver que su com-
pañero estaba trepando al alfeizar de la ventana.
—Va a caerse —murmuró para sí mismo.
Scorpius también había abandonado de momento su idea de
marcharse y miraba a Urien con expresión confundida. El niño ya
se había puesto de pie sobre el alfeizar y ahora lloraba con tanta
fuerza, con tanto desgarro, que daba la sensación de que se tamba-
leaba en aquella estrecha repisa. Aún debajo de la capa, Albus avan-
zó unos pasos hacia él casi sin darse cuenta, seguido de Scorpius,
con la boca entreabierta en una advertencia que no terminaba de
decidirse a decir.
Y entonces algo pasó y Albus vio, horrorizado, que Urien se
inclinaba hacia delante y sus pies se despegaban del alfeizar.
No lo pensó. Albus gritó, dio un salto desesperado hacia de-
lante mientras se quitaba la capa de encima como podía y estiró el
brazo tratando de agarrar algo, lo que fuera. Su mano se cerró con
fuerza en torno a una pierna, y mientras estiraba la otra para sujetar-
lo con más fuerza, el peso de Urien y su propio impulso hicieron
que su cuerpo se balanceara también peligrosamente hacia abajo.
Justo cuando el terror de saber que iba a caer con Urien explotaba
en su cerebro oyó gritar su nombre y sintió una mano que le suje-
taba por la cinturilla de sus pantalones y tiraba de él hacia atrás con
tanta fuerza que estuvo a punto de soltar involuntariamente su pre-
sa.
—¡No! —gritó, temiendo que Urien se despeñara.
Pero Scorpius fue rápido de nuevo y le ayudó a sujetarlo de
la pierna. Albus se dio cuenta de que Urien parecía medio incons-
ciente y tenía sangre en la cara. Al agarrarlo por los pies debía de
haber provocado involuntariamente que chocara contra el muro.
—¡Lo tengo…! —gritó Scorpius—. ¡Lo tengo!
Albus, con el corazón a cien por hora, intentó agarrarlo lo
mejor posible. Ya no se sentía triste ni deprimido, sólo podía pensar
en ver el cuerpo de Urien en el lado correcto de la ventana, a salvo.
—¡Ayúdame a subirlo! ¡Vamos!

426
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Oh, joder…
—¡Vamos, Scorpius, estira!
Urien era algo más alto y pesado, pero ellos eran dos y cuan-
do empezaron a estirar a la vez, Albus se dijo que iban a conseguir-
lo, que lo meterían de nuevo en la habitación, a salvo, y aquella pe-
sadilla terminaría. Scorpius consiguió atrapar la otra pierna, que ha-
bía estado balanceándose en el aire, fuera de su alcance. Parecía que
ya lo tenían, Albus sabía que si conseguían subirlo un poco más, el
peso del cuerpo, el equilibrio, jugarían de su lado. Pero justo cuan-
do estaban a punto de lograrlo, Albus notó que el cuerpo de Urien
se inclinaba de nuevo hacia fuera y se dio cuenta de que Scorpius
había dejado de estirar y tenía la vista fija en el cielo con una expre-
sión de puro terror en los ojos.
—Oh, Merlín… Oh, Merlín…
Albus, alarmado, iba a gritarle que volviera a ayudarle con
Urien antes de que se le escapara de las manos y se estrellara contra
el suelo, pero miró en la misma dirección que él y comprendió
exactamente qué era lo que le había aterrorizado de esa manera.
Dementores, docenas de dementores, acercándose a ellos a
toda velocidad.

427
Capítulo 25
Dementores

L a primera reacción de Scorpius cuando consiguió recu-


perar el control de su cuerpo fue soltar a Urien y retro-
ceder unos pasos, dispuesto a salir corriendo de allí en
cuanto la orden de huída inmediata llegara a sus piernas. Pero en-
tonces Albus gritó su nombre, y había tal desesperación en su voz,
tal angustia e incredulidad, que fue como si le hubieran dado un
bofetón. Scorpius lo miró: Albus todavía sujetaba las piernas de
Urien, que se deslizaba de nuevo hacia fuera, y entonces compren-
dió que Albus iba a seguir intentando rescatarlo aunque eso le cos-
tara algo peor que la muerte. En esos momentos, Urien ni siquiera
existía para él, pero Albus era su amigo y era incapaz de abandonar-
lo a su suerte. Sin pensárselo dos veces volvió a coger a Urien por la
pierna y si antes había estirado con fuerza, no fue nada comparado
con el estirón que dio entonces.
Cuando consiguieron llegar a su cintura, fue relativamente
fácil sujetarlo por ahí y meterlo del todo en la habitación con un úl-
timo estirón. Urien tenía un lado de la cara amoratado, casi hincha-
do, y Scorpius supuso que se había golpeado contra el muro de la
Torre cuando Albus había detenido su caída. Pero lo que de verdad
le importaba era que estaba medio atontado. ¿Cómo iban a conse-
guir huir de los dementores si tenían que cargar con él?

428
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Y ahora estaban sólo a treinta o cuarenta metros.


—¡Ayúdame! —le pidió Albus, mientras trataba de poner en
pie a Urien.
Scorpius recogió la capa de invisibilidad del suelo, hizo una
pelota con ella y se la guardó debajo del suéter. Después puso el
brazo derecho de Urien sobre sus hombros igual que Albus estaba
haciendo con el izquierdo.
— Penny… Me pidió que no la dejara sola…
—Vamos, vamos… —dijo Scorpius, demasiado nervioso para
prestarle atención.
Al menos Urien no estaba inconsciente del todo y era capaz
de cargar con algo de su propio peso. Los tres chicos caminaron lo
más rápido que pudieron hacia la puerta. Cuando la cerraron tras
ellos, Scorpius se aseguró de echar un Fermaportus, porque había
oído decir que los dementores eran capaces de abrir puertas si no
estaban selladas.
Pero había tantas y tantas ventanas en el castillo… Scorpius
gimió para sus adentros al comprender que si se encontraban cara a
cara con un dementor no había nada que pudieran hacer para de-
fenderse. Nada. Ni él ni Albus sabían hacer el Patronus. Las empi-
nadas escaleras frente a ellos tampoco le tranquilizaron; iba a ser
complicado bajar por ellas mientras cargaban con Urien y eso ayu-
daría a los dementores a recortar distancias.
—Dejadme… —sollozó débilmente Urien—. Me da igual,
dejadme…
Scorpius miró a Albus con una débil esperanza, pero ense-
guida comprendió que era inútil; Albus no le dejaría atrás, igual que
no le había dejado atrás cuando colgaba de la ventana. Lo único que
podían hacer era bajar lo más rápido posible y esperar que los de-
mentores no encontraran una entrada antes de que ellos pudieran
ponerse a salvo.
La escalera parecía no tener fin. A pesar del frío que los de-
mentores conseguían transmitir incluso a través de las paredes de

429
CAPÍTULO | 25
Dementores

piedra, Scorpius había empezado a sudar por la tensión y por el pe-


so de Urien, y las mejillas de Albus también estaban rojas.
Un golpe seco hizo que Albus y él dieran un respingo sobre-
saltado y miraran hacia arriba. Scorpius comprendió que eran los
dementores, cargando contra la puerta, y trató de ir aún más rápido,
azuzado por el miedo. Albus le imitó y a Scorpius le alivió hasta lo
indecible darse cuenta de que no planeaba nada estúpido, como en-
frentarse a los dementores con Petrificus Totalis. No, Albus tam-
bién quería huir, la única posibilidad que tenían de salir bien de
aquella situación.
Los golpes volvieron a repetirse, cada vez más fuertes, cada
vez más amenazadores, y después de lo que parecía una eternidad,
los tres consiguieron llegar abajo del todo. Scorpius miró ansiosa-
mente a su alrededor, tratando de pensar cuál era el escondite más
cercano. La Sala Común de Slytherin estaba al menos a trescientos
metros de allí, el Gran Comedor sólo un poco más cerca, y la Sala
Común de Gryffindor, por lo que había oído, no sólo estaba aún
más lejos, sino que tendrían que subir hasta la séptima planta. Car-
gando con Urien, era como ofrecerse atados de pies y manos a los
dementores.
—¡El baño! —exclamó, de pronto.
Allí no había ventanas y estaba sólo a la vuelta del pasillo, po-
co más de cincuenta metros. Albus asintió con nerviosismo y se pu-
sieron en marcha, arrastrando con ellos a un Urien que parecía ya
casi desmayado del todo.
—Si se acercan… lo notaremos… por el frío —avisó Albus,
jadeando.
Lo último que necesitaba Scorpius era que le hablaran de
dementores acercándose. Él sólo quería pensar en el baño, en la
puerta cerrada que podría mantenerlos apartados de ellos. Que debía
mantenerlos apartados. La esquina ya estaba allí, sólo tenían que
doblarla y avanzar un poco más. Las rodillas le flaqueaban ya por el
peso y el brazo de Urien sobre sus hombros se sentía como una ba-
rra de plomo. El sudor le chorreaba por la espalda, empapando su

430
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

camisa y pegándosela a la piel húmeda, y sus pulmones dolían co-


mo si estuvieran a punto de estallar.
Cuando giraron la esquina se encontraron frente a un largo
pasillo abandonado. La puerta del baño era la segunda a la izquier-
da, sólo diez metros no podían ser más.
—Vamos… Vamos…
Iban ya a mitad camino cuando Scorpius oyó a Albus hacer
un ruido extraño y vio a dos dementores al otro lado del pasillo.
Todos los pelos de la nuca se le erizaron.
—¡Joder! —exclamó, con la voz rota por un sollozo.
—¡Al baño! —rugió Albus—. ¡Al baño!
Los dementores fueron hacia ellos, flotando como fantasmas,
y Scorpius tuvo que obligar a su cuerpo con toda la fuerza de su vo-
luntad a no soltar a Urien y a correr en dirección a aquellas criatu-
ras, y no en la contraria. Y mientras corría gritó, como gritaba cuan-
do hacía una barrena en picado con la escoba, y apenas fue cons-
ciente de que Albus gritaba también a su lado.
Los dementores estaban a cinco o seis metros de ellos, ansio-
sos, hambrientos, cuando por fin llegaron a la puerta del baño.
Scorpius y Albus empujaron con tanta fuerza que cayeron al suelo
los tres, rodando por las frías baldosas. Pero Scorpius reaccionó rá-
pidamente y cerró la puerta tras ellos de golpe un segundo antes de
apuntar a la cerradura con su varita.
—¡Fermaportus! —empezó a decir una y otra vez—. ¡Ferma-
portus!
Los dementores embistieron contra la puerta del baño igual
que habían embestido contra la de la torre y Albus también empezó
a lanzar Fermaportus como si fueran Patronus. Sólo al ver que la
puerta resistía fueron capaces de detenerse. Scorpius miró a Albus,
que tenía una expresión casi enloquecida en los ojos, y supo que él
no debía de estar mucho mejor.
—No pueden pasar —susurró, con voz ahogada, intentando
convencerse a sí mismo tanto como a Albus—. No pueden pasar,
no pueden pasar.

431
CAPÍTULO | 25
Dementores

Albus tragó saliva y asintió y se apoyó en la pared, todavía


apuntando a la puerta con su varita. Scorpius se colocó a su lado y
vio cómo Albus miraba a todas partes, como intentando asegurarse
de que no había dementores escondidos, u otras entradas por las
que pudieran colarse. Scorpius buscó con él. Había unos respirade-
ros situados casi cerca del techo, pero eran demasiado estrechos pa-
ra que un dementor pudiera pasar por ellos. Aquello era todo.
Scorpius se permitió tranquilizarse un poco. Entonces Albus se fijó
en Urien, quien tras murmurar un par de veces más el nombre de
su hermana se había quedado inconsciente del todo y estaba tan
blanco que daba miedo.
—¿Me… me dejas la… la capa?
A Scorpius le sorprendió descubrir que no se le había caído
durante aquella carrera de pesadilla. Cuando se la dio a Albus, éste
la usó para cubrir a Urien con ella. El efecto fue perturbador, pues
sólo podían ver su cabeza, como si alguien se la hubiera cortado y la
hubiera tirado allí.
Los dementores estaban al otro lado. Los dos tiritaban de frío
y cuando Albus se apretó contra su costado en busca de calor, Scor-
pius dejó escapar un suspiro tembloroso y agradecido e hizo lo
mismo.


El Gran Comedor era un absoluto caos. El primero en divi-
sar a los dementores había sido Hagrid, que rápidamente había avi-
sado a la profesora McGonagall. Los jefes de las Casas y los prefec-
tos habían corrido a buscar a todos los alumnos para llevarlos a toda
prisa al Gran Comedor, aunque había estudiantes que habían llega-
do allí solos, avisados por los fantasmas de Hogwarts, que habían
volado de un lado a otro alertando a todo el mundo. A medida que
iban llegando, los alumnos corrían a buscar a sus hermanos, primos
y amigos, y todo el mundo estaba gritando nombres y preguntando
por alguien.

432
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Minerva vio a Neville entrando en el comedor y llevando a


James casi a rastras, un James que se retorcía como un loco y se
desgañitaba diciendo que tenía que ir a por su hermano. Ella com-
prendió que Albus no había llegado aún al Gran Comedor y el co-
razón le dio un vuelco.
—¡Neville! —gritó, yendo hacia ellos a toda prisa.
James seguía forcejeando.
—¡Suéltame! ¡Tengo que ir a por Albus! ¡Está ahí fuera! ¿Es
que no lo entiendes? ¡Está ahí fuera!
Minerva lo miró con el ceño fruncido.
—Cuando antes se calme, antes podremos ir a buscar a su
hermano, señor Potter.
Su voz sonó seca como un latigazo y James se quedó como
paralizado, aunque le envió una mirada tan llena de angustia que
Minerva se ablandó y le puso la mano en el hombro para darle áni-
mos. Entendía por lo que estaba pasando, pero actuar a lo loco sólo
aumentaría los problemas. Neville intervino con expresión preocu-
pada.
—También falta Urien Sutherland, Minerva.
Un alboroto procedente de la zona en la que estaban los
Slytherin le indicó que allí también había problemas. El jaleo pro-
venía de los niños de primero, que rodeaban a Horace Slughorn y
parecían estar preocupadísimos; Minerva, desalentada, notó ense-
guida la ausencia de una cabeza inconfundiblemente rubia.
—¿No falta nadie más en Gryffindor? —le preguntó a Nevi-
lle.
—No.
Minerva asintió.
—Deja a James con las gemelas y ven. Tenemos que organi-
zarnos para ir a buscarlos. Creo que Malfoy tampoco está.
Entonces fue a hablar con Horace, quien les confirmó sus
sospechas: Scorpius se había ido a practicar con el piano y nadie le
había visto desde la hora del té. Su prima, abrazada a su hermano,
parecía estar aguantándose las lágrimas. Sus amigos también estaban

433
CAPÍTULO | 25
Dementores

conmocionados. A pesar del chocolate que Eloise había empezado a


repartir, la pesimista influencia de los dementores les hacía ponerse
a todos en lo peor y Minerva luchó para sobreponerse a ella. Los
niños no eran tontos, habrían buscado un escondite. Tenían que
haberlo buscado.
Neville se unió a ellos, acompañado de Maya, Wei, Filius y
algunos voluntarios de séptimo, mayores de edad, capaces de hacer
el Patronus, entre ellos Victoire Weasley, Rebeca Warbeck y Aquiles
Flint. En cuanto se aseguró de que al menos no faltaba ningún es-
tudiante de Ravenclaw o de Hufflepuff, Minerva empezó a organi-
zarlos en grupos de rescate. Los aurores no tardarían en llegar, pero
no podía esperarlos, tenía que ir a por sus alumnos cuanto antes.
—Filius —dijo, dirigiéndose al Jefe de Ravenclaw—, tú te
quedarás aquí dirigiendo la defensa del Gran Comedor.
Él se irguió en toda su pequeña estatura.
—Claro, no te preocupes —dijo, sin discutir.
Minerva agradeció que tuviera el buen juicio de comprender
que, como subdirector de Hogwarts, debía quedarse a cargo de to-
dos los estudiantes. Después, sin perder el tiempo, los dividió en
dos grupos, uno liderado por Maya y Wei y otro en el que irían Ne-
ville y ella. Los alumnos se repartieron entre ambas partidas de bús-
queda. Minerva no quería hacer grupos más pequeños por miedo a
que se encontraran con demasiados dementores delante.
—Maya, Wei, vosotros tratad de localizar a Scorpius Malfoy.
Neville, nosotros iremos a por Albus y Urien. Con un poco de
suerte estarán juntos.
—Los dos suelen andar mucho por el exterior —dijo Nevi-
lle, con voz angustiada y pesimista.
—Seguro que habrán podido refugiarse en algún sitio —dijo
ella, incapaz de aceptar otra cosa. ¿Debía enviar a los fantasmas
también en su busca? Pero no, bastante habían hecho con ayudar a
avisar a todo el mundo. Los fantasmas eran sobre todo espíritus y
eso los convertía en manjar para dementores—. Vamos, no hay
tiempo que perder.

434
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Manteniéndose juntos y con las varitas preparadas, se dispu-


sieron a salir del Gran Comedor. En cuanto las puertas se abrieron
unos centímetros, Minerva, Maya, Neville y Wei lanzaron sus pa-
tronus para alejar a cualquier dementor que pudiera rondar al otro
lado. Cuando salieron, el pasillo estaba despejado y alcanzaron a ver
a los cuatro patronus haciendo huir a un puñado de dementores ha-
cia la entrada del castillo.
Casi a la vez, Minerva y Maya hicieron encantamientos Se-
ñálame para descubrir en qué dirección estaban los niños. Los dos
rayos de luz se dirigieron hacia la izquierda. Minerva se alegró de
aquel pequeño golpe de suerte; cuanto más tarde tuvieran que sepa-
rarse, más segura sería la misión. Cuando echó a andar con los de-
más en esa dirección sólo había una cosa repitiéndose una y otra vez
en su cabeza.
Por favor, que estén bien.


Scorpius estaba convencido de que no había pasado tanto
miedo en toda su vida. La influencia de los dementores provocaba
horribles, desesperados pensamientos en su cabeza, y el frío era tan
intenso que tenía los labios amoratados y el cuerpo dolorido. Albus
era su único consuelo, aunque estuviera tan aterido y asustado co-
mo él.
Los dos habían acabado trasladando a Urien lo más lejos po-
sible de la puerta con la esperanza de que esos pocos metros de dis-
tancia atenuaran un poco el frío, aunque Scorpius no notaba la dife-
rencia. Él y Albus habían terminado sentándose en el suelo, uno
junto al otro, con las rodillas pegadas al pecho en un intento de pre-
servar el calor. Aún sujetaban las varitas con dedos entumecidos,
aunque Scorpius se preguntaba qué hechizo podrían usar para pro-
tegerse si los dementores llegaban a entrar.
Y las criaturas aún seguían intentándolo. De vez en cuando
daban un golpe a la puerta o él y Albus escuchaban algo parecido a

435
CAPÍTULO | 25
Dementores

una aspiración viscosa que se sentía como babosas sobre la piel.


Scorpius intentaba ser racional y mantener la calma, como debía
hacer un Malfoy, y se decía a sí mismo que alguien iría a rescatarlos,
que la directora tenía que haber avisado a los aurores, pero los de-
mentores le impulsaban a pensar con la misma fuerza que ya no
quedaba nadie en el castillo que pudiera ayudarlos, que los habían
dementorizado a todos y que ellos tres correrían la misma suerte o
simplemente morirían de hambre allí encerrados.
—Sc-scorpius…
Cuando hablaban, de sus bocas escapaban pequeñas nubes de
vapor.
—¿Qué?
En aquel momento, Albus parecía sólo ojos, grandes, verdes
y asustados.
—¿Crees que los d-demás e-estarán bien?
Scorpius luchó contra la imagen de Morrigan y todos sus
amigos tan pálidos e inmóviles como Urien, un colegio repleto de
gente sin alma. Probablemente todos habían ido a reunirse con los
profesores, gente maravillosa que sabía hacer el Patronus.
—S-seguro.
Albus se quedó callado unos segundos y tragó saliva.
—Por lo m-menos estamos juntos.
Scorpius esbozó una sonrisa como pudo y asintió, sabiendo
que si hubiera estado solo en ese cuarto de baño se habría vuelto lo-
co de miedo. Pero costaba hablar, cuando uno no paraba de tiritar y
tenía los labios rígidos. Hasta costaba pensar. Scorpius se dio cuenta
de que empezaba a estar demasiado cansado hasta para tener miedo,
como si todas las fuerzas le hubieran abandonado. Los párpados se
le cerraban, su cuerpo anhelaba tumbarse, descansar. Quería dor-
mir, necesitaba dormir…
—No te d-duermas —dijo de pronto Albus, dándole un dé-
bil empujón.
—T-tengo u-sueño.
—Y yo, p-pero si nos d-dormimos y e-entran…

436
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Albus no terminó la frase, cosa que Scorpius agradeció por-


que no quería oírla, pero fue suficiente para hacerle luchar contra la
modorra que se había apoderado de él. Después volvió a apretujarse
contra Albus, en busca de calor y éste le pasó el brazo por los hom-
bros.
—¿T-también hacía t-tanto frío c-cuando los viste en el m-
ministerio?
—No. C-creo que ahí f-fuera hay m-más de uno. —
Scorpius no pudo evitar que se le escapara un gemido y Albus es-
trechó aún más su abrazo—. T-todo s-saldrá bien, Sc-scorpius. Ya
ve-verás c-cómo nos rescatan.
Scorpius respiró hondo.
—E-esto es p-peor que lo del b-boggart.
Albus dejó escapar un pequeño suspiro tembloroso.
—Jo, lo del b-boggart fue u-una f-fiesta c-comparado con e-
esto.
Scorpius recordó cómo habían llegado hasta allí. ¿Por qué le
habría hecho caso a Albus? No tendrían que haber seguido a ese bi-
cho raro de Sutherland. Ahora podrían estar a salvo, con los demás,
protegidos por Patronus.
—¿Qué m-manía tiene S-sutherland con s-su hermana? Yo
q-quiero a la m-mía, p-pero no me p-paso el día llorando p-porque
no e-estoy c-con ella.
—N-no lo sé. Es c-como e-estuviera p-preocupado p-por
ella.
—¿P-por qué?
—No lo s-sé —repitió—. P-pero es lo q-que dice s-siempre,
q-que debería e-estar en su c-casa con ella.
—D-debería a-aprender a no c-caerse, eso e-es lo q-que de-
bería hacer.
Los dementores le dieron un nuevo empujón a la puerta.
Scorpius se dijo a sí mismo que no eran muy fuertes físicamente,
que dos o tres dementores nunca podrían echar esa puerta abajo por
mucho que lo intentaran. Pero, ¿y si el resto de los dementores que

437
CAPÍTULO | 25
Dementores

habían entrado en el castillo se les unía? ¿Y si empujaban entre to-


dos? ¿Y si tenían algún poder que les permitía anular las dos doce-
nas de Fermaportus que le habían echado a la puerta?
De pronto, Albus soltó una exclamación de alarma y Scor-
pius vio unos dedos largos, grisáceos y sarmentosos asomando por
la ranura que había debajo de la puerta. El corazón se le paró, estaba
seguro de que se le había parado y no podía ni respirar.
—Al…
Los dos se pusieron de pie a toda prisa, y apuntaron sus vari-
tas hacia la puerta.
—No p-puede pasar p-por ahí —dijo Albus, en un tenso hilo
de voz—. No p-puede p-pasar por ahí.
Scorpius no supo cuánto tiempo pasó, cuánto tiempo estuvo
con los ojos fijos en aquellos dedos como gusanos que tanteaban el
suelo avariciosamente. Sólo se oían sus respiraciones rápidas y en-
trecortadas. «Márchate», pensó. «Márchate, márchate, márchate…»
Los dedos se retiraron por fin y se oyó un nuevo golpe sordo
en la puerta. Scorpius, mareado de miedo, se dejó caer en el suelo;
las piernas no le sostenían.
—Oh, Merlín… Merlín…
No pudo evitar las lágrimas, agradablemente calientes en la
helada piel de sus mejillas. Quería irse a casa, quería irse con sus
padres. Albus se acurrucó a su lado, temblando y los dos se abraza-
ron para luchar contra el frío y el miedo.
—Van a v-venir a p-por nosotros —susurró, y algo en su voz
le hizo saber a Scorpius que también estaba llorando—. Van a v-
venir.
En medio de aquella pesadilla, el aliento de Albus era cálido
y la sensación de tenerlo apretado contra él, reconfortante. Daba
igual que también estuviera llorando, daba igual que también tuvie-
ra miedo. Al menos estaba ahí, repitiendo una y otra vez que iban a
rescatarlos.
Entonces, de repente, entró un poco de luz por la ranura de
la puerta, como si alguien hubiera iluminado el pasillo con una in-

438
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

tensa luz blanca. Scorpius intercambió una mirada sorprendida y


esperanzada con Albus.
—¿Qué…?
Un potente grito proveniente del otro lado le interrumpió.
—¡Expecto patronus!
Albus le palmeó ansiosamente el brazo.
—¡Son ellos! ¡Son ellos!
No sin esfuerzo, porque tenían el cuerpo rígido, se pusieron
en pie mientras se secaban la cara a toda prisa con las mangas. Scor-
pius le dio un golpe sin darse cuenta al costado de Urien, que no se
movió, y se agachó enseguida para quitarle la capa de invisibilidad y
ocultarla debajo de su ropa. Después, igual que Albus, se quedó con
la vista fija en la puerta, expectante y tenso.
Scorpius nunca pensó que podía sonreír al ver llegar a gente
como McGonagall o Longbottom, pero cuando la puerta se abrió y
entraron en tropel en el baño, tuvo la impresión de que no se había
sentido más feliz en toda su vida.
Estaban salvados. No podía creerlo, estaban salvados.
—¡Albus! —exclamó Longbottom, corriendo hacia él y dán-
dole un fuerte abrazo. Scorpius casi sintió simpatía por el profesor
de Herbología en ese momento—. ¿Estás bien?
—Sí, sí…
McGonagall se acercó a ellos con la vista puesta en Urien.
—Oh, Merlín, ¿qué ha pasado? —dijo, arrodillándose traba-
josamente junto a él y examinándole las heridas de la cara.
—P-primero se ha d-dado un golpe y luego s-se ha d-
desmayado —contestó Albus, todavía medio estrujado por Long-
bottom.
Scorpius sintió de pronto un estirón en el brazo y se encon-
tró cara a cara con Daskalova, quien le frotó las manos por la cara,
por los brazos, intentando darle calor.
—Oh, estás helado… ¿Estás bien? ¿Puedes andar?
Scorpius no sabía por qué le preguntaba eso, si estaba de pie,
pero entonces se dio cuenta de que en realidad se encontraba senta-

439
CAPÍTULO | 25
Dementores

do en el suelo —no sabía cómo había llegado hasta allí— y que sus
piernas volvían a temblar demasiado como para ser capaces de sos-
tenerlo. Aun así, Aquiles y Rebeca, que también se habían acercado
a él, le ayudaron a levantarse.
—Eso es, muy bien.
—Ten, cómete este trozo de chocolate —le dijo la profesora,
partiendo un trocito y metiéndoselo en la boca como si fuera un
pollito. En cuanto Scorpius empezó a masticarlo notó cómo el calor
regresaba a su cuerpo, cómo su mente se despejaba de tristeza. Era
como recibir el primer rayo de sol en la cara después de una semana
de lluvias continuas.
Zhou, que había estado examinando a Urien junto a la direc-
tora, fue hacia Scorpius y le colocó su chaqueta acolchada por en-
cima, abrigándole bien.
—Pobres niños… Nos habéis dado un susto de muerte…
Menos mal que os habéis refugiado aquí.
—¿Te sientes mejor, Scorpius? —le preguntó Daskalova.
Él asintió con la boca llena de chocolate, aunque todavía se
encontraba muy débil, y giró la cabeza al ver que Longbottom había
dejado a Albus en manos de su prima Victoire y ahora llevaba a
Urien en brazos como si fuera un muñeco desmadejado.
—Vamos —dijo McGonagall, con decisión—. Tenemos que
salir de aquí.

440
Capítulo 26
El secreto de Urien

U n cuarto de hora después, Albus estaba en una habita-


ción anexa al Gran Comedor, tapado con una manta y
comiendo chocolate como si le fuera la vida en ello.
Scorpius estaba a su lado haciendo más o menos lo mismo, pero
como había más gente allí, entre ellos Neville, Flitwick y Slughorn,
no se habían dirigido la palabra. En un rincón más apartado, ma-
dame Midgen, la enfermera de Hogwarts, atendía a Urien, que ya
había recobrado la consciencia aunque seguía pálido y callado.
Los aurores habían llegado a Hogwarts y habían hecho huir a
la mayoría de los dementores en pocos minutos, pero ahora estaban
recorriendo el colegio para asegurarse de que ninguna de esas ho-
rribles criaturas había quedado atrás. Los alumnos seguían concen-
trados en el Gran Comedor, donde dos patronus —uno de ellos, el
ciervo de su padre— guardaban sus puertas, y ya estaban más cal-
mados.
—Ya no quiero más —dijo Albus, no muy seguro de que le
fueran a dejar parar de comer. Pero empezaba a dolerle la tripa y se
sentía recuperado de la mala experiencia.
Madame Midgen, una mujer de estatura media, cabello cas-
taño y expresión simpática, se acercó a él y le puso la mano en la
frente.

441
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Cómo te encuentras?
—Bien.
—¿En qué estás pensando ahora mismo? ¿Cosas tristes?
—No. Bueno… pienso que me va a doler la tripa si sigo co-
miendo. ¿Eso es triste?
Ella sonrió un poco.
—Te has comido más de cuatro barras, así que supongo que
es normal. ¿Y tú, Scorpius? —dijo, girándose hacia él—. ¿Dirías
que estás pensando cosas tristes?
—No. Pero quiero ver a mis primos.
—Ahora vendrán —asintió madame Midgen, acercándose
también a él para comprobar su temperatura.
—Todos vuestros amigos están fuera esperando a ver cómo
estáis —dijo el profesor Zhou, que también estaba allí.
Albus recordó las caras aliviadas de James y de sus primos al
verlo llegar sano y salvo y sintió una oleada de calor dentro de él tan
potente y gratificante como las que había provocado el chocolate.
Neville le había contado que prácticamente habían estado a punto
de tener que atar a James para impedirle que se fuera él solo a bus-
carlo.
De momento nadie les había preguntado qué había pasado o
cómo habían terminado los tres en aquel cuarto de baño. Albus su-
puso que estaban esperando a que se encontraran mejor, o a que
McGonagall, que se había ido a ayudar a los aurores, volviera y dije-
ra que ya había pasado el peligro. O quizás a ambas cosas. Y en
realidad no sabía muy bien qué contar, a no ser que dijeran la ver-
dad. ¿Y por qué no decirla? Ahora todos tendrían que darse cuenta
de que Scorpius no era como su familia y que se merecía que lo tra-
taran bien. Pero como Scorpius le estaba ignorando Albus decidió
seguir fingiendo también, al menos hasta que llegara la directora.
Al cabo de quince o veinte minutos, se oyó un pequeño al-
boroto en el Gran Comedor y Albus sintió que el corazón le brin-
caba en el pecho al ver entrar a su padre, por fin, con la profesora
McGonagall.

442
CAPÍTULO | 26
El secreto de Urien

—¡Papá!
Él sonrió con alivio, se plantó en dos zancadas a su lado y le
dio un abrazo tan fuerte que Albus casi protestó un poco. Casi,
porque nunca había necesitado tanto un abrazo suyo.
—¿Estás bien? ¿Seguro que estás bien?
—Sí.
Su padre le miró con intensa atención, como si quisiera ase-
gurarse de que estaba entero o algo así. A su lado, la profesora
McGonagall y Neville observaban la escena con expresión satisfe-
cha.
—Los dementores ya se han marchado de Hogwarts y sus te-
rrenos —dijo ella—. Eloise, ¿crees que podemos hablar con los chi-
cos?
—Oh, sí —dijo madame Midgen, que había vuelto junto a
Urien—, ellos dos están ya recuperados del todo, aunque deberían
pasar esta noche en la enfermería.
—Perfecto. Si lo necesitas, ya puedes llevar a Urien allí. Fi-
lius, ¿serías tan amable de acompañarlos?
—Por supuesto.
El profesor de Encantamientos se marchó con madame Mid-
gen y Urien, y la profesora McGonagall miró a Albus.
—Bueno, señor Potter, señor Malfoy —dijo, con voz ama-
ble—, ¿podrían contarnos qué pasó?
Albus vaciló, pero Scorpius contestó primero, con voz firme
y rápida, haciendo que los adultos se giraran hacia él.
—Yo había ido a practicar el piano. Cuando me cansé, pensa-
ba volver a mi Sala Común, pero por el camino vi a Potter y me di
cuenta de que estaba siguiendo a Sutherland. Supongo que estaba
preocupado por él porque Sutherland no paraba de llorar. Yo quise
saber qué estaba pasando y decidí seguirlos. Entonces subimos hasta
ese pequeño cuarto que hay a mitad camino en la Torre de Astro-
nomía.
Los adultos miraron a Albus como si quisieran que confir-
mara sus palabras y éste asintió.

443
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Y qué pasó? —le preguntó la directora.


—Pues… Urien se puso a hacer el idiota cerca de la ventana
y… y se cayó. Pero Malfoy y yo nos lanzamos a por él y consegui-
mos sujetarlo entre los dos.
Aquello hizo que los adultos se giraran de nuevo hacia Scor-
pius con abierta sorpresa.
—¿En serio?
Scorpius entrecerró los ojos un segundo y no dijo nada, cla-
ramente ofendido. Albus, exasperado, no podía callarse.
—¡Claro que es en serio! Y entonces vimos que se acercaban
un montón de dementores, y entre los dos subimos como pudimos
a Urien, que se había dado un golpe y apenas podía caminar, y ba-
jamos de ahí a toda prisa. Y como teníamos que cargar con Urien y
nuestras salas comunes estaban muy lejos, decidimos refugiarnos
en ese cuarto de baño. —Tuvo un estremecimiento—. Consegui-
mos llegar allí justo cuando unos dementores que había en ese pasi-
llo estaban a punto de atacarnos. Y cerramos la puerta con Ferma-
portus y esperamos a que alguien viniera a rescatarnos. No sabía-
mos qué otra cosa hacer porque ni Sc… Malfoy ni yo podemos lan-
zar Patronus.
Pero ninguno de ellos parecía pensar que no habían hecho
suficiente. Al contrario, lo miraban con orgullo y aprobación, y en
los ojos de su padre esas emociones estaban multiplicadas por mil.
Albus se sintió tan feliz que pensó que habría vuelto a pasar por to-
do aquello sólo para recibir esa mirada.
—Yo diría, Minerva —dijo el profesor Zhou, también son-
riente—, que tanto Albus como Scorpius se han ganado unos cuan-
tos puntos esta noche.
La directora de Hogwarts se fijó entonces en Scorpius con
algo menos de calor, pero le dedicó una breve inclinación de cabe-
za, como reconociendo su mérito, y luego asintió.
—Sí, es lo justo. Cien puntos para Slytherin y cien puntos
para Gryffindor por salvar la vida de Urien Sutherland y protegerlo
de los dementores.

444
CAPÍTULO | 26
El secreto de Urien

¡Cien puntos! Albus estuvo a punto de ponerse a gritar de


alegría.
—Enhorabuena, Albus —dijo Neville, con efusividad.
—Cien puntos —dijo su padre, pasándole el brazo por los
hombros—. Has batido un record, Al.
Albus estaba casi flotando de puro júbilo y en ese momento
ni se acordaba de los dementores, pero sí observó a Scorpius;
Slughorn le estaba felicitando también, pero a quien él sonreía, ba-
ñándose en su aprobación, era al profesor Zhou, su favorito. Albus
se sentía también muy feliz por él. Sabía que Scorpius era bueno, lo
había sabido desde que habían pasado aquella semana castigados.
No se había equivocado y antes o después, todos acabarían dándole
la razón.


Las protecciones de Hogwarts estaban diseñadas para evitar
que se acercaran muggles o ser descubiertos por ellos, pero nunca
habían tenido demasiado éxito frente a otro tipo de amenazas. Ha-
rry recordaba bien la cantidad de criaturas peligrosas que Hagrid
había introducido en el castillo o en sus terrenos, el troll que se ha-
bía colado en primero —aunque hubiera sido con la ayuda de Qui-
rrell— o en el modo en que Sirius, en tercero, había conseguido
entrar en la mismísima torre de Gryffindor. Parecía claro que los
dementores se habían sentido atraídos por la concentración de per-
sonas y pensamientos felices y habían atacado ciegamente en busca
de alimento.
Aunque los aurores ya habían terminado su faena, Harry se
quedó un rato más en Hogwarts; había muchos alumnos aún muy
nerviosos y la profesora McGonagall había pensado que su presen-
cia ayudaría a calmar los ánimos. Y efectivamente, el mero hecho de
verlo allí, de oírle decir que ya no tenían por qué preocuparse de los
dementores, ejerció un efecto tranquilizador en la mayoría de los
estudiantes.

445
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Pero además, Harry también quería quedarse para volver a


echarle un vistazo a Albus y asegurarse una vez más de que estaba
bien. Cuando había llegado a Hogwarts con los otros aurores y al-
gún que otro voluntario de Hogsmeade, su preocupación había sido
más general; el susto se lo había llevado al terminar todo, cuando
había podido hablar con McGonagall y ella le había contado que
habían tenido que ir en busca de Albus y los otros dos niños. Sólo
de pensar que Albus podía haber quedado dementorizado se le ce-
rraba el estómago.
Y la presencia de Scorpius Malfoy en todo aquel asunto era,
cuando menos, desconcertante. Conocía muy bien a Albus y había
estado en muchos interrogatorios y sabía que su hijo le estaba ocul-
tando algo, que había algún detalle ahí que no cuadraba. Su cabeza
le daba vueltas una y otra vez intentando saber qué era. Eso de que
Scorpius hubiera podido seguir a Albus hasta aquella habitación y
estar tan cerca como para poder impedir su caída era un poco raro,
pero no era eso lo que le irritaba, lo que le hacía sentir que no debía
irse de Hogwarts sin aclararlo.
Cuando fue a verlo a la enfermería, Harry se cruzó primero
con un pequeño grupo de alumnos de Slytherin que debían de ser
amigos de Scorpius —le pareció reconocer al hijo mayor de Adrian
Pucey y ese mal bicho de Pansy Parkinson— y poco después, con
James, sus sobrinos y Amal Sharper.
—¿Cómo está Albus?
—Está bien. —Harry buscó la confirmación de Victoire, que
asintió, y James continuó hablando—. Sólo hemos podido hablar
con él unos minutos, pero parecía el de siempre.
—Sí, bueno, un poco impresionado aún por todo, pero eso
es normal —matizó su sobrina.
—Bien. Yo voy a verle para despedirme de él y luego me iré.
—Se limitó a ponerle la mano en el hombro a James y a darle un
pequeño apretón, la única muestra de afecto proveniente de sus pa-
dres que su hijo toleraba en público sin ponerse rojo y mascullar

446
CAPÍTULO | 26
El secreto de Urien

que ya no era un niño y que le estaban avergonzando—. Nos ve-


mos dentro de una semana, ¿vale?
James pareció ir a decir algo, pero luego asintió.
—Adiós, papá.
—Adiós, tío Harry —dijeron sus sobrinos, pasando por su
lado.
Él le dirigió una última sonrisa a Amal Sharper, de quien Al-
bus hablaba tanto, y siguió su camino hacia la enfermería. Cuando
entró, vio que Albus ya estaba en pijama y acostado, aunque estaba
leyendo un libro. Scorpius, en la cama de al lado, hacía lo mismo.
El pequeño Malfoy era tan parecido a su padre que Harry no podía
mirarlo sin acordarse de Draco: los mismos ojos grises, el mismo
pelo rubio y los mismos rasgos afilados, de duende, quizás un poco
más suavizados. Había que reconocer, sin embargo, que no parecía
tan arrogante y cruel como su padre. Y había ayudado a salvar a
Urien Sutherland. Eso decía mucho a su favor.
Eloise y Neville estaban en ese momento con Urien. Harry
había tenido muy poco trato con Eloise mientras estudiaban en
Hogwarts; había ido a Hufflepuff y lo único que recordaba de ella
era que había pasado gran parte de su adolescencia con un terrible
problema de acné. Pero cuando madame Pomfrey se había jubilado
diez años atrás, Eloise había ocupado su lugar, y por lo que comen-
taban su hijo y sus sobrinos, gozaba de simpatía entre los alumnos.
Harry los saludó con la mano y después fue a sentarse junto
a Albus, que había dejado el libro a un lado y le sonreía.
—Ya me ha dicho James que te encuentras bien.
—Sí.
Pero Harry podía distinguir aún los restos del susto escondi-
dos entre el alivio que sentía ahora al ver que todo había terminado
y la alegría que se había llevado al saber que había ganado cien pun-
tos de golpe para su Casa. Tenía que haber sido espantoso, estar allí
encerrados, sabiendo que había dementores al otro lado de la puer-
ta, incapaces de defenderse de ellos.

447
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Los dementores… hacen que sólo puedas pensar cosas ho-


rribles. ¿Fue muy duro?
Albus se encogió de hombros, pero no era indiferencia; era
como si no quisiera ni pensar en ello.
—No sé.
—Si tienes pesadillas estos días, díselo a Neville, ¿de acuer-
do?
—Vale.
Harry contuvo un pequeño suspiro de frustración al ver que
no conseguía conectar del todo con Albus aunque luego recordó
que Scorpius estaba en la cama de al lado y pensó que era probable
que su hijo no quisiera mostrar debilidad delante del otro niño.
Después sus ojos vagaron hacia Urien y un súbito pensamiento le
cruzó la cabeza.
—Albus, ¿no ha venido nadie a ver a Urien? Cuando venía
me he cruzado con James y los demás y también con los amigos de
Malfoy, pero…
Albus se mordió los labios.
—Bueno… no tiene muchos amigos —dijo, bajando un po-
co la voz—. Siempre anda solo y eso.
—¿Por qué?
—No sé… —A Harry no le pasó inadvertido que Albus miró
a Scorpius de reojo, ni que éste parecía pendiente de su conversa-
ción—. Creo que no le gusta mucho Hogwarts.
La irritante sensación de que estaba perdiendo de vista algo
importante se hizo más molesta.
—¿Y por qué le seguías?
Albus volvió a mirar de reojo a Scorpius y luego alisó una
arruga inexistente de la sábana
—Como es tan raro, pensé que… bueno, que podía tener al-
gún secreto. Además… estaba llorando. Supongo que como siem-
pre está triste, los dementores aún le pusieron más triste, ¿no?
—¿Siempre está triste? —repitió, sorprendido.
—Sí.

448
CAPÍTULO | 26
El secreto de Urien

—Bueno, si no tiene amigos…


—No, no es eso, papá. Amal, Rose y yo hemos intentado que
venga con nosotros un montón de veces. Pero él casi nunca quiere
hacer nada ni hablar con nadie. Sólo quiere irse a casa con su her-
mana, está obsesionado por…
—Se tiró —dijo Scorpius de pronto, desde la otra cama.
Harry se giró hacia él, dando un pequeño respingo, y vio que
el niño estaba sentado en la cama, muy recto y con una expresión
extraña, confundida en la cara.
—¿Qué?
—Se tiró —repitió, como si estuviera dándose cuenta de lo
que decía a medida que las palabras salían de su boca y no lo pudie-
ra creer—. No se cayó. Ese idiota se tiró por la ventana. Se puso de
pie en el alféizar y se tiró.
Harry miró a Scorpius unos segundos sin reaccionar, tratan-
do de convencerse de que estaba oyendo lo que estaba oyendo y
luego se giró hacia Albus, que también miraba al alumno de Slythe-
rin con la boca entreabierta y expresión conmocionada. A Harry le
habría gustado pensar que esa reacción se debía a que Scorpius ha-
bía soltado una mentira descomunal, pero en realidad parecía todo
lo contrario.
—¿Albus?
El niño movió la cabeza hacia él con dolorosa lentitud y
cuando sus ojos se encontraron dejó escapar un jadeo ahogado.
—Pero… pero… ¡se habría muerto!
Su shock era evidente; para un niño que aún no había cum-
plido los doce años, el concepto de la muerte no estaba nada claro,
no digamos ya el del suicidio. Harry le cogió de las manos, inten-
tando calmar su nerviosismo, pero su propia mente iba ahora a mil
por hora. Alguien permanentemente triste podría haber llegado así
de lejos por la influencia de tantos dementores. Pero, por el amor
de Dios, ¿qué podía pasarle a un niño para estar así?

449
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Albus, tranquilo… —dijo, con su voz más suave—. Todo


ha pasado, ¿de acuerdo? Y Urien está bien. Sólo dime si lo que cree
Scorpius podría ser verdad. ¿Podría haberse tirado?
Harry cerró los ojos cuando Albus tragó saliva y asintió.


Un par de minutos más tarde, cuando él mismo ya se había
serenado un poco, llamó a Neville y a Eloise aparte y les contó lo
que acababa de averiguar. La expresión de Neville era de sumo
aturdimiento; probablemente no podía creer que algo así pudiera
pasarle a uno de sus alumnos sin que él se enterara.
—Es verdad que Urien no se ha adaptado muy bien a
Hogwarts, pero… ¿suicidarse? Merlín, Harry, sólo tiene doce años
recién cumplidos.
—Probablemente ese intento de suicidio fue debido a la in-
fluencia de los dementores. Eloise, sería mejor que avisaras a Mi-
nerva.
—Claro.
Harry miró unos segundos cómo se alejaba y se giró hacia
Neville.
—Escucha, por lo que cuenta Albus, Urien ya entró en
Hogwarts con esta actitud. Eso quiere decir que su problema no
empezó en el colegio, sino antes. ¿Qué sabes de él y de su familia?
—Su padre iba a Hufflepuff, tres años por encima de noso-
tros. Trabaja en Gringotts, creo. Su madre es una squib. Y tiene una
hermana pequeña, de siete u ocho años, Penny. Urien está muy
unido a ella y me ha dicho varias veces que la echa de menos, pe-
ro… no creo que sea eso.
Harry tuvo una mala sensación. Había aprendido que en el
mundo mágico era tan inusual que unos padres maltrataran a sus
hijos que la mayoría de magos ni siquiera lo consideraban una op-
ción, igual que unos muggles no pensarían que unos padres pudie-
ran comerse a sus hijos o algo así de aberrante. Pero él sabía dema-

450
CAPÍTULO | 26
El secreto de Urien

siado bien que los niños podían ser maltratados por los adultos que
supuestamente debían cuidarlos. Y también sabía que no era algo
que a uno le gustara explicar, y que probablemente se habría puesto
enfermo de preocupación si hubiera tenido que ir a Hogwarts de-
jando atrás, con los Dursley, a una hermana pequeña que sufriría el
mismo trato que él.
Era sólo una posibilidad, pero Harry no pensaba marcharse
de allí sin tener absolutamente claro si era cierta o no.
Entonces le pidió a Neville, como Jefe de Gryffindor, que le
dejara hablar con él a solas. Neville no puso inconveniente, y Harry
se acercó a la cama. Urien estaba despierto, aunque tenía una expre-
sión agotada, vencida, que hizo que Harry se sintiera abrumado por
la compasión. Albus y Scorpius estaban aún algo afectados por la
experiencia, pero aquello era distinto. Si Urien lo reconoció, no dio
señales de ello; se limitó a mirarlo con ojos envejecidos.
—Hola, Urien —dijo, con la voz más amable que pudo con-
seguir—. Soy Harry Potter, el padre de Albus y James Potter.
—Hola.
—¿Cómo te encuentras?
—Cansado.
—Es normal, después de todo lo que has pasado. Dime.., ¿te
gustaría que avisáramos a tus padres?
Por primera vez hubo un atisbo de emoción en Urien y no
fue algo que a Harry le gustara ver.
—No. Aunque… sí me gustaría irme a casa.
—Me ha dicho el profesor Longbottom que echas mucho de
menos a tu hermana.
Los ojos de Urien se llenaron de anhelo y angustia.
—Sí. Sí, me gustaría estar con Penny. Por favor…
Saltaba a la vista que estaba preocupado por ella.
—Sólo queda una semana para el final de las clases. Pronto
podrás verla.
El niño se encogió un poco, como si le doliera físicamente
que le impidieran ir a su casa en ese momento. Harry se mordió los

451
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

labios, sin saber muy bien cómo sacar el tema. Si Urien no le había
contado nada a nadie a lo largo de aquel año, era probable que una
pregunta directa sólo recibiera el silencio como respuesta. Pero qui-
zás pudiera llegar a él si le hacía ver que no había tanta diferencia
entre ellos.
—Yo siempre quise tener hermanos, pero… mis padres mu-
rieron cuando yo tenía un año y me quedé al cuidado de mis tíos. Y
ellos me odiaban tanto, me trataban tan mal que aunque me hubie-
ra gustado tener un hermano o una hermana con quien jugar, no
habría soportado venir a Hogwarts sabiendo que lo dejaba solo con
ellos.
La expresión de Urien era tan compleja que Harry no estaba
seguro de qué significaba.
—¿Ellos le trataban mal a usted?
—Muy mal. Supongo que por eso… haría cualquier cosa por
ayudar a un niño que estuviera en esa situación, ¿comprendes? —
dijo, con toda la sinceridad del mundo—. No dejaría que volvieran
a hacerle daño jamás.
Y ahí estaba la esperanza que Harry había temido encontrar
porque significaba que sus sospechas eran ciertas, esperanza mez-
clada con terror y vergüenza.
—Yo…
Harry le puso cariñosamente la mano en el brazo, pero
Urien se encogió un poco, como si temiera que fuera a hacerle da-
ño. Harry la apartó, cada vez más convencido de que su teoría era
correcta.
—Urien…pasa algo, ¿verdad? Por eso no eres feliz en
Hogwarts, ¿no es eso? Sólo dime qué pasa y te juro que haré que
pare. Sea lo que sea. Si alguien te está haciendo daño… —El niño
bajó la vista. Le temblaba un poco la barbilla, como si estuviera a
punto de echarse a llorar—. Urien, dime qué pasa, por favor.
—No puedo.
—¿Por qué no? —le presionó, con suavidad.

452
CAPÍTULO | 26
El secreto de Urien

Urien tardó un poco en contestar y unos gruesos lagrimones


le empezaron a rodar por las mejillas.
—Él lo sabrá —sollozó—. Lo sabrá y la matará.
Harry dio un respingo.
—¿A Penny? ¿Quién? ¿Quién quiere hacerle daño? —Urien
apretó los labios y meneó bruscamente la cabeza—. Vamos, Urien,
tienes que decírmelo. Dímelo y haré que pare, te lo juro.
—No puedo —repitió, todavía llorando.
Por un momento se preguntó si no se habría equivocado, y
en vez de estar hablando con un niño maltratado estaba hablando
con uno que se encontraba en una situación similar a la de Malfoy
en sexto. Pero, ¿qué utilidad podía tener un alumno de primero pa-
ra unos criminales?
—Urien, ¿alguien te ha pedido que hagas algo malo en
Hogwarts a cambio de la vida de tu hermana? —El niño le dirigió
una mirada tan extrañada y decepcionada en medio de sus sollozos
que Harry borró rápidamente esa teoría de la lista. No, no era nada
tan melodramático—. Entonces, ¿qué pasa? ¿Quién quiere hacerle
daño a tu hermana?
—No puedo decirlo.
Harry tragó saliva y decidió arriesgarse.
—¿Es tu padre?
Esta vez, Urien abrió mucho los ojos, aterrorizado y Harry
comprendió que había dado en el clavo. El padre. Era el padre.
—¡Yo no he dicho nada! ¡Yo no he dicho nada!
—Chist, tranquilo, tranquilo… No puede saberlo, Urien.
No puede oírnos.
—Puede saber si cuento…
Harry pensó que Urien le tenía tanto miedo a su padre que
lo creía ya capaz de cosas imposibles, pero luego recordó que era un
mago y que existían conjuros capaces de conseguir ese resultado.
—¿Te ha echado un conjuro?
—No puedo decirlo —dijo, en un susurro desesperado.

453
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Harry sacó su varita y, después de explicarle que no iba a no-


tar ninguna molestia, usó unos cuantos hechizos que revelarían si
Urien estaba vigilado de algún modo. No encontró nada, y eso
tampoco era sorprendente. Bastaba con que el niño creyera que esa
vigilancia existía.
—Urien, si alguien te ha dicho que estás bajo los efectos de
algún hechizo, te ha engañado. —Urien lo miró casi con miedo,
negó con la cabeza y apretó los labios—. En serio, puedes decirme
lo que sea.
—No.
Harry se quedó un poco extrañado, hasta que pensó que de
estar en su situación, quizás él tampoco se habría jugado la vida de
su hermana por confiar en un adulto al que no conocía de nada, por
mucho que pudiera sonarle su nombre o su cara.
—Entonces… podrías contármelo como si fuera algo que le
hubiera pasado a otras personas, ¿qué te parece? Si existiera real-
mente ese hechizo, no podría saber que estabas hablando de ti, ¿no
crees? Supongamos que hablamos de un chico llamado… no sé,
John, y su hermana… Mary. Cuéntame qué les hace su padre para
que podamos ayudarles.
Urien lo consideró durante tanto tiempo que Harry pensó
que no iba a contestarle, pero al final lo hizo, todavía lloroso y con
las mejillas rojas y la voz muy, muy baja.
—El padre de John…
—¿Qué?
—Él quería… Él… iba a la habitación de su hijo por las no-
ches.
Sobresaltado, Harry contuvo a duras penas una exclamación
de rabia. Había pensado en golpes, no en aquello. Un zumbido rojo
y peligroso empezó a sonar en el interior de su cabeza, las aletas de
su nariz se dilataron igual que un depredador que hubiera olido
sangre y apretó unos puños que sólo deseaban cerrarse en torno a la
garganta de ese hijo de puta. Pero se obligó a mantener una aparien-
cia de calma; no había necesidad de traumatizar más al niño.

454
CAPÍTULO | 26
El secreto de Urien

—Lo estás haciendo muy bien, Urien —dijo, con toda la


suavidad que pudo—. Sigue hablándome de John. ¿Qué quería su
padre de él? ¿Para qué entraba en su habitación?
—Para hacer… hacer cosas.
Iba a matarlo. Sí, lentamente. La condena en Azkaban valdría
la pena.
—¿Qué clase de cosas?
Odiaba tener que preguntarlo, pero necesitaba estar seguro.
Urien se puso aún más rojo y apartó la vista.
—Cosas de mayores… como… como que le tocara… y le…
le… chupara su…
Entonces de detuvo, como si fuera incapaz de continuar, y
Harry asintió, comprensivo en medio de su horror. No necesitaba
entrar en detalles nauseabundos, bastaba con saber que estaban ha-
blando de abusos sexuales.
—¿También iba a la habitación de Mary?
Los ojos azules y llorosos de Urien eran pura agonía.
—Dijo que John no era un buen hijo y protestaba demasia-
do. Y cuando llegó la carta de Hogwarts decidió… decidió mandar-
lo allí y… empezar a visitar a Mary. —La voz se le rompió de nuevo
con los sollozos—. Yo le dije… John le dijo que sería un buen hijo,
que haría todo lo que él quisiera si dejaba a su hermana en paz,
cualquier cosa, pero… pero le obligó a marcharse al colegio igual.
Harry empezaba a tener problemas para respirar y su magia
empezó a chisporrotear ligeramente a su alrededor, haciendo on-
dear las sombras de la habitación.
—¿Qué hay de la madre de John y Mary? —preguntó, asom-
brado de que su voz sonara tan tranquila—. ¿Ella sabía algo?
—No lo sé. Le tiene miedo porque no puede defenderse.
Harry asintió. No necesitaba saber más. Y tenía que ir a por
ese hijo de puta mal nacido antes de explotar.
—Siento mucho todo lo que te ha pasado, Urien, lo siento
mucho, pero has sido muy valiente al contármelo, muy valiente —
dijo, usando el tono que había usado con sus hijos cuando eran más

455
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

pequeños—. Todo un Gryffindor. Ahora quiero que te tranquilices


y que descanses, ¿de acuerdo? Tienes mi palabra de honor de que
ese hombre no volverá a haceros daño ni a ti ni a tu hermana nunca
más. Nunca más.
—¿Lo jura?
—Como si fuera un Juramento Inquebrantable.
Urien asintió, un poco más tranquilo, y Harry se despidió de
él. Al otro lado del biombo que separaba su cama de las otras estaba
Neville, pálido y con aspecto de ir a vomitar en cualquier momen-
to. A su lado, Eloise tenía lágrimas en los ojos.
—Oh, pobre criatura…
—¿Se lo diréis vosotros a Minerva?
—Claro —dijo Neville, tragando saliva—. Harry, yo… no
tenía ni idea. ¿Cómo iba a pensar…?
Harry le dio una palmadita distraída en la espalda. No tenía
tiempo de calmar el sentimiento de culpa de Neville.
—Voy a matar a ese cabrón.

456
Capítulo 27
Una larga noche

L a primera intención de Harry había sido ir directamente


a casa de los Sutherland y llevar al padre a patadas hasta
la Oficina de Aurores. Eso si conseguía resistir las ganas
de cruciarlo. Pero Neville, que lo conocía bien, consiguió serenarlo
y hacerle ver que tenía que ir con refuerzos, no porque Sutherland
pudiera suponer ningún problema, sino porque no podía llevárselo
detenido y dejar atrás, solas, a su mujer y a su hija. Alguien tenía
que ocuparse de ellas, que asegurarse de que no necesitaban aten-
ción médica y de que estaban bien. Ese fue el argumento que ter-
minó por convencer a Harry y hacerlo pasar antes por el Ministerio
a por un par de agentes más. Como no había nada de magia negra
implicada en aquel asunto, en realidad caía fuera de la competencia
de los aurores, pero una charla rápida con Marcus Belby, el jefe del
Escuadrón de Refuerzo de la Ley Mágica y éste no puso inconve-
niente en dejarlo al cargo de aquella detención.
—Avisaré a alguien de Atención a Víctimas para que vaya a
echarles un vistazo a la mujer y a los hijos —dijo, un poco descom-
puesto.
Harry asintió y salió de allí con dos vigiles. La noticia de que
Hogwarts había sido atacado por una bandada de dementores salva-
jes ya estaba circulando por todo el mundo mágico y Harry supuso

457
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

que esa podía ser la razón de que los Sutherland, una vez compro-
baron su identidad, le permitieran cruzar sin más las protecciones
de la casa, que por otro lado no eran gran cosa. Cuando llegó a la
puerta, fue Robert Sutherland quien le abrió, llevando en la cara
una expresión de leve interés. Un par de metros por detrás de él es-
taba su mujer, tensa como un kneazle cerca del agua y con un as-
pecto sensiblemente más desmejorado que el de su marido.
—Harry Potter… —exclamó Sutherland, algo sorprendido.
Era un hombre no muy alto, con el pelo oscuro pulcramente corta-
do y peinado—. ¿Qué sucede? No le habrá pasado nada a Urien,
¿verdad? Hemos oído lo de los dementores.
Harry se fijó en su boca mezquina y sintió ganas de vomitar
al pensar que toqueteaba a sus hijos.
—Urien está bien, aunque no creo que sea gracias a…
—¿Qué?
—Señor Sutherland, queda usted detenido por abuso sexual
de sus hijos —dijo, apuntándolo con su varita—. Y le aconsejo que
venga con nosotros sin decir una sola palabra porque estoy hacien-
do un serio esfuerzo para recordar que tengo la obligación de pro-
tegerlo hasta que comparezca frente al Wizengamot.
Sutherland palideció y su mujer dio un paso atrás, llevándose
la mano a la boca en un gesto de horror. Uno de los vigiles se acer-
có a ella, la cogió amablemente del brazo y la metió hacia el interior
de la casa. Harry se olvidó momentáneamente de ella porque sabía
que estaría bien atendida y siguió con la vista clavada en aquella la-
mentable excusa de mago.
—Jefe Potter, no sé lo que le habrá contado ese chico, pero es
un mentiroso de…
Harry dio un paso hacia él y dejó que su magia se manifesta-
ra en toda su airada energía, cerrándole la boca.
—He dicho que ni una sola palabra.
Sutherland gimió y dio un paso atrás. Con un rápido Incar-
cerus, Harry lo inmovilizó por completo. Después le quitó brusca-

458
CAPÍTULO | 27
Una larga noche

mente la varita y se la dio al vigil que se había quedado con él. Éste
miró a Sutherland con expresión tan asqueada como la de Harry.
—Ni los mortífagos tratan así a sus hijos, basura.
De un empujón brusco, lo hicieron entrar en la casa. Irían al
ministerio usando la Red Flú.


Desde que habían oído por la radio que los dementores ha-
bían entrado en Hogwarts, Draco estaba luchando contra la impe-
riosa necesidad de personarse en el castillo y asegurarse de que
Scorpius estaba bien. Scorpius y los demás niños de su familia o de
sus amigos. Pero en realidad ya había acabado todo y Draco sabía
que si le hubiera pasado algo malo a su hijo, McGonagall ya se ha-
bría puesto en contacto con ellos. Lo mismo podía decirse de los
demás. Y si hubiera habido víctimas graves, si algún alumno hubie-
ra sido accidentalmente dementorizado, lo habrían dicho en la ra-
dio.
Sus padres, Astoria e incluso Cassandra, a pesar de que ya era
tarde, estaban con él en el salón, todos igual de expectantes y serios.
La niña estaba pegada a su madre, pero se había comportado con la
misma compostura que los adultos, sin perder la calma y sin poner-
se demasiado nerviosa.
Pronto tenían que llegar noticias. Después de algo así, todos
los alumnos de Hogwarts habrían corrido a enviar cartas a casa con-
tando lo sucedido, posiblemente encontrándolo emocionantísimo.
Y Astoria había hablado con Elizabeth Crane, su contacto con la
Junta de Gobernadores de Hogwarts, para pedirle que averiguara si
Scorpius estaba bien.
Entonces, cerca ya de medianoche, llegó la lechuza que todos
esperaban. Draco la dejó pasar y le dio un trocito de bacon que lle-
vaba preparado. Mientras la lechuza se marchaba sin esperar res-
puesta, Draco se dio cuenta de que la carta venía de parte de la pro-

459
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

fesora McGonagall, no de uno de los niños, y frunció el ceño con


preocupación.
—Draco, ¿qué pasa?
Él alzó la vista.
—Es de McGonagall.
—¿McGonagall? —repitió Astoria, inquieta.
—Recordad lo que han dicho en la radio, nadie ha salido he-
rido —dijo su padre—. Vamos, Draco, lee la carta.
Éste asintió y la abrió rápidamente.

“Señor y señora Malfoy,

Como sin duda ya sabrán, Hogwarts ha sido atacado por una banda-
da de dementores salvajes. Ningún alumno ha sufrido daños realmente serios,
pero la enfermera ha considerado oportuno mantener a Scorpius bajo observa-
ción por esta noche, ya que ha estado expuesto a la influencia de los demento-
res durante mucho más tiempo que el resto de sus compañeros.
Creo que será mejor que deje los detalles para Scorpius, que sin duda
estará impaciente por contarles lo sucedido. Sólo les diré que una serie de cir-
cunstancias condujeron a que su hijo y Albus Potter le salvaran la vida a un
alumno de Gryffindor de primero, aun a riesgo de caer ellos mismos en ma-
nos de los dementores. Los dos han sido muy valientes y gracias a ellos, ahora
mismo no estamos lamentando ninguna desgracia.

Atentamente

Minerva McGonagall.”

Draco terminó de leer la carta y miró a sus padres y a su mu-


jer. Los tres tenían la misma expresión atónita y estaba seguro de
que él no se escapaba tampoco. Sencillamente, su cerebro se negaba
a aceptar lo que acababa de leer.
—Estás de broma, ¿no? —dijo su padre al fin, rompiendo el
silencio.

460
CAPÍTULO | 27
Una larga noche

Draco se encogió impotentemente de hombros y le tendió la


carta. No podía creerlo. ¿Scorpius se había unido a Albus Potter pa-
ra salvar de los dementores a un Gryffindor de su curso? McGona-
gall tenía que haberse vuelto loca. La tensión del cargo había podido
con ella o algo así y había confundido a su hijo con algún Weasley.
—Pues parece su letra —opinó su madre, que estaba leyén-
dola junto a su padre.
—¿Scorpius? —dijo Astoria, con incredulidad.
—Es absurdo —dijo Draco—. Scorpius es un buen chico,
pero… ¿por qué iba a ponerse a salvar Gryffindors con Albus Pot-
ter?
Lo mismo podrían haberle dicho que Scorpius había decidi-
do dedicarse a la cría de escregutos explosivos o raparse la cabeza o
cualquier cosa sin el más mínimo sentido.
—Supongo que tendremos que esperar a saber cuál es esa
«serie de circunstancias» —dijo ella.
Pero a pesar de sus palabras, era obvio que estaba tan descon-
certada como los demás. La única excepción era Cassandra, que no
parecía entender muy bien qué estaba pasando.
—Pero eso es bueno, ¿no?
Draco iba a contestarle, pero una segunda lechuza le inte-
rrumpió. Esta vez la enviaba Morrigan e iba dirigida a Astoria,
quien la leyó en voz alta como había hecho antes Draco.

“Querida tía Astoria,

Scorpius me ha pedido que os escriba esta carta a ti y al tío Draco.


¡No os vais a creer lo que ha pasado!
Resulta que nos han atacado miles y miles de dementores. Ha sido
horrible, y los prefectos y los profesores nos han hecho refugiarnos a todos en el
Gran Comedor, pero Scorpius se había ido a practicar con el piano y nadie
sabía dónde estaba y nos moríamos de preocupación.
Scorpius no sabía nada de los dementores, y cuando terminó de prac-
ticar se iba a la Sala Común, pero se cruzó con Albus Potter que iba siguien-

461
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

do a otro niño llamado Urien Sutherland —es un Gryffindor que dicen que
siempre está lloriqueando con que quiere irse a su casa— y Scorpius decidió
seguirlos también. Urien iba a una habitación de la Torre de Astronomía, pe-
ro estuvo a punto de caerse por la ventana y Potter y Scorpius lo impidieron.
Entonces vieron por la ventana que llegaban los dementores y cargaron con
Urien, que estaba inconsciente, hasta llegar al lavabo que hay a la derecha de
la Torre. ¡¡Dice Scorpius que tuvieron a los dementores a sólo cinco o seis me-
tros!!
Y se encerraron allí los dos con Urien hasta que McGonagall y otros
fueron al rescate. ¿A que no os lo creéis? ¡McGonagall le ha dado 100 puntos
a Slytherin y ahora vamos los segundos! Y todo el mundo en Slytherin piensa
que Scorpius es genial, aunque no entienden por qué le dio por salvar a
Urien.
Hemos hablado con Scorpius y está muy bien y os manda muchos re-
cuerdos. También dice que siente mucho haber corrido un peligro tan estúpido,
pero que no pudo evitarlo, y que mañana os escribirá. No vais a reñirle, ¿ver-
dad? ¡Gracias a él no vamos a ser los últimos!

Un beso muy grande a todos.

Morrigan Nott.”

Otro silencio espeso siguió a la lectura de la carta, roto fi-


nalmente por Narcissa.
—Astoria, querida, creo que deberías decirle a Daphne que
Morrigan necesita mejorar su redacción.
Draco se fijó en que su mujer abría la boca para replicar algo
—seguramente que las dotes narrativas de su sobrina era lo que
menos importaba en ese momento—, pero que luego se lo pensaba
mejor. Él lo agradeció; ese comentario sólo significaba que su ma-
dre estaba momentáneamente fuera de juego. Al menos así sabía
que él no era el único. Y tenían razones de sobra. La idea de que
Scorpius hubiera llegado a estar a cinco o seis metros de los demen-
tores sin ninguna protección hacía que le temblaran las piernas. No

462
CAPÍTULO | 27
Una larga noche

había imaginado algo así, no había imaginado que él y Albus Potter


hubieran corrido un riesgo tan grande.
Y cien puntos para Slytherin… Y toda la casa pensando que
su hijo era genial…
— No vais a reñirle, ¿verdad? —insistió Cassandra—. Ahora
todos pensarán que es un héroe y no se meterán con él.
Estupefacto por la noticia y horrorizado por el peligro que
había corrido su hijo, Draco ni siquiera había empezado a pensar en
las consecuencias de todo aquello, pero en cuanto escuchó a Cas-
sandra supo que su hija tenía razón. A no ser que hubiera algo que
ignoraran, Scorpius se había jugado algo más que la vida para prote-
ger a algún niño idiota de Gryffindor. Y si McGonagall les había es-
crito esa carta, es que todo el colegio lo sabía.
La misma comprensión empezaba a aparecer en los ojos gri-
ses de su padre, en los azules de su madre y Astoria.
—Scorpius Malfoy es un héroe —dijo Narcissa, esbozando
una sonrisa.
Y en aquella habitación llena de Slytherins, todos sabían los
beneficios que podían conseguir de aquella afirmación.


Scorpius permanecía acostado en su cama, intentando dor-
mirse, pero no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido
aquella tarde, desde que se habían encontrado con Urien hasta que
dos brujas con el uniforme de San Mungo habían venido a llevárse-
lo al hospital, diciendo algo de su madre y de su hermana. Scorpius
sabía que estaba relacionado con esa estupidez de saltar por la ven-
tana, pero lo único que se le ocurría era que quizás lo habían lleva-
do a la sala de San Mungo donde guardaban a los locos.
También pensaba en los cien puntos, cien, que había conse-
guido para Slytherin. Había compensado de una sola vez casi todos
los puntos que le habían quitado injustamente a lo largo del curso.
Gabriel le había dicho que Rebeca Warbeck se había puesto tan

463
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

contenta que había asegurado que iba a ponerle Scorpius a su pri-


mer hijo. Y las caras de los profesores… Todos mirándolo casi co-
mo si fuera un troll con dos cabezas, especialmente Longbottom,
sospechando que no decían la verdad porque no se podían creer
que él hubiera hecho todo eso.
La huída de los dementores era sólo una pesadilla que espe-
raba olvidar pronto. No quería recordar lo que había sentido al ver
llegar a los dementores, ni la locura de correr hacia ellos, ni la an-
gustia que le habían provocado esos sonidos absorbentes al otro la-
do de la puerta.
Lo que le importaban eran los cien puntos y el segundo
puesto de Slytherin. Longbottom no se atrevería a empezar a qui-
társelos a toda prisa en la semana que quedaba de clase. Ahora era
un héroe. Y lo más divertido era que él no pensaba que hubieran
hecho nada heroico, más bien le parecía que todos habían sido unos
idiotas: Urien por saltar, Albus por no querer dejarlo atrás y él por
quedarse a ayudar en vez de salir corriendo. Sus padres le iban a
preguntar por qué lo había hecho; la respuesta fácil era que Albus
era su amigo, eso habría bastado para explicarlo. Al fin y al cabo,
también su padre había estado a punto de morir para salvar al padre
de Diana. Pero Scorpius no estaba seguro de si era buena idea con-
fesar ya que era amigo de Albus Potter.
—Scorpius… —susurró Albus desde su cama—, ¿estás des-
pierto?
—Sí —dijo, girándose hacia él.
Madame Midgen les había preguntado si quería que colocara
un biombo entre ambas camas, pero los dos habían dicho que no
hacía falta. Scorpius pensaba que no era necesario fingir que no se
hablaban; todo el mundo sabía lo que habían pasado juntos, no po-
dían estar esperando que empezaran a insultarse y a liarse a hechi-
zos.
—No puedo dormir —dijo Albus.
—Yo tampoco.

464
CAPÍTULO | 27
Una larga noche

Entonces Albus se levantó de su cama sin hacer ruido, vesti-


do con un pijama a cuadritos blancos y azules, y se metió en la suya.
Scorpius le hizo sitio; estaban un poco apretados, pero nada compa-
rado a como habían estado en el cuarto de baño. Y a Scorpius le re-
sultó reconfortante volver a tenerlo cerca.
—No hago más que pensar… en por qué saltó por la venta-
na.
Scorpius suspiró; al menos no era el único. Aún no sabía
cómo se había dado cuenta de que había sido eso, y no un acciden-
te.
—Es porque se quería suicidar. Hay gente que hace eso.
Albus hizo una mueca de pena.
—Pero ¿por qué?
—No lo sé. Pero creo que tu padre sí lo sabe —dijo, recor-
dando la expresión decidida con la que había salido de allí—. Pre-
gúntaselo y cuando nos volvamos a ver en septiembre, me lo cuen-
tas.
—Puedo mandarte una lechuza.
Scorpius vio que lo decía en serio.
—Es mejor que sigamos disimulando, Al.
—¿Por qué?
A Scorpius le habría gustado saber qué contestarle, pero sólo
tenía sensaciones. Como la que había sentido al ver la extraña mira-
da que James Potter le dirigía al terminar de visitar a su hermano.
Además, ¿y si se enteraban y a Albus le prohibían ser amigo suyo?
¿Y si empezaban a inventarse cosas malas de él, como hacía Watson,
para que Albus no quisiera ser amigo suyo? Scorpius no pensaba
que su familia fuera a ponerle muchas pegas, pero no estaba seguro
de los Potter y los Weasley. Le gustaba mucho ser amigo de Albus y
no pensaba correr ningún riesgo.
—No lo sé, pero es mejor. No tenemos por qué actuar como
si fuéramos enemigos, no digo eso. Es sólo… vamos a esperar a ver
qué pasa el año que viene, ¿vale?

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Tienes miedo de que tus padres se enfaden mucho si se


enteran?
—¿Miedo? No les tengo miedo. Lo que pasa es que creo que
es mejor así.
Albus asintió con una expresión compasiva, comprensiva,
que Scorpius no terminó de entender.
—Está bien, no pasa nada. Si no quieres que lo digamos aún,
no lo diremos. Pero…
—¿Qué?
—Me alegro de que seamos amigos.
Y luego sonrió de oreja a oreja y Albus tenía la sonrisa más
contagiosa que Scorpius había visto nunca, así que se la devolvió.
—Yo también.
Albus le apretó un momento la mano.
—Me voy, no sea que nos pille madame Midgen.
Entonces dejó su cama y volvió a la suya. Scorpius le echó de
menos en cuanto se fue; no le habría importado nada compartir la
cama con él aquella noche, tenía miedo de tener pesadillas en cuan-
to se durmiera. Pero no podía decir nada, claro. No era un bebé, y
además Midgen acabaría entrando para ver qué tal estaban y los
descubriría. Pero Albus aún le sonreía, ya desde su cama, y Scorpius
se dijo que quizás con eso bastaría.


James daba vueltas en la cama, incapaz de dormir. Su cabeza
no paraba de recordar lo que había pasado esa noche, el peligro que
había corrido Albus… los cien puntos de Slytherin.
Estaba furioso. Se alegraba de que Sutherland estuviera bien,
pero era él quien tendría que haberlo salvado, era él quien tendría
que haber demostrado que era un héroe. Y podía aceptar que lo hu-
biera hecho su hermano, que al fin y al cabo también era un Potter.
Sí, Albus se había hecho lo que debía, aunque a él le había dado un
susto de muerte. Pero ¿Malfoy? Oh, eso era distinto. ¿Qué había

466
CAPÍTULO | 27
Una larga noche

pasado? ¿Cómo era posible que un gusano despreciable como ese se


las hubiera apañado para quedar como un héroe? ¿Cómo era posi-
ble que hubiera gente tan estúpida, incluso en Gryffindor, que es-
tuvieran diciendo ahora que no podía ser tan mal chico, si había
arriesgado así la vida por salvar a uno de ellos?
Era un Malfoy. Aquello no cambiaba nada. Si había ayudado a
Albus a salvar a Sutherland había sido sólo para quedar bien, pero
en el fondo seguía siendo como todos los Malfoy.
La culpa era suya, se dijo por milésima vez. Tendría que ha-
ber estado allí. Tendría que haber salvado a Sutherland. Había falla-
do.
James siguió dando vueltas.


Cuando Harry llegó a casa eran casi las dos de la mañana. El
interrogatorio a Sutherland había sido largo y sumamente desagra-
dable y le había dejado con tal sensación de suciedad encima que lo
primero que hizo fue pasar por el lavabo anexo a su dormitorio y
darse una ducha enérgica. Pero cuando terminó de ducharse sólo se
sentía un poco más limpio; harían falta semanas para que olvidara lo
que había escuchado. Envuelto en una toalla, se acercó a la cama y
trató de coger los pantalones cortos que usaba para dormir sin des-
pertar a Ginny; esta, sin embargo, entreabrió unos ojos somnolien-
tos.
—¿Harry?... ¿Por qué has tardado tanto?
—Te lo cuento mañana —susurró, dejando la toalla y po-
niéndose los pantalones.
Pero Ginny se frotó los ojos.
—Los niños están bien, ¿no?
—Sí, es sólo…
—¿Qué? —dijo ella, ya despierta del todo.
—Nada, nada. Es que… Oh, Dios…
Ginny se incorporó hasta quedar sentada.

467
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—Harry, suéltalo antes de que empiece a preocuparme de


verdad.
Harry cogió aire y empezó a contarle todo lo que había pasa-
do, dejando a un lado que lo de Urien había sido un intento de sui-
cidio, no un accidente. Cuando Ginny escuchó el papel que había
jugado Scorpius Malfoy en todo aquello se quedó estupefacta, pero
cuando oyó la carrera que ambos se habían pegado con Urien, cerró
los ojos y meneó la cabeza.
—Oh, Merlín… Este hijo nuestro está loco. Será un héroe,
pero está loco.
Harry sonrió un poco mientras la abrazaba.
—Sí, yo también me he llevado un buen susto cuando me lo
han contado.
—No puedo creer que… Harry, ¿de verdad está bien? ¿Me
juras que está bien?
—Claro que sí, tranquila —dijo, dándole un beso—. Eloise
lo ha inflado a chocolate y lo ha dejado como nuevo.
Ella suspiró, un poco más tranquila, y se quedó pensativa
unos segundos.
—Eso de que Scorpius Malfoy haya ayudado en el rescate…
me suena bastante raro, la verdad.
—A mí también, pero me lo ha dicho el propio Albus.
—No sé… En serio, ¿te imaginas a un Malfoy haciendo eso?
Ahí hay algo que no me cuadra.
Harry la miró con curiosidad. Él seguía convencido de que
Albus le había ocultado algo y sabía que no era lo de Urien y su in-
tento de suicidio. Y prefería hablar de eso a pensar en la confesión
de su repugnante padre.
—¿Y qué crees que podría ser?
—Pues… quizás Scorpius le ha amenazado para que diga que
él ayudó o algo así. Ya sabes que a veces Albus se deja mangonear.
—No, Scorpius tuvo que ayudarle, de eso estoy seguro.
Urien pesa demasiado para Albus, nunca podría haberlo cargado él
solo.

468
CAPÍTULO | 27
Una larga noche

Ginny reflexionó un poco.


—No sé, Harry, es que no tiene sentido. Los Slytherin…
hasta los Malfoy, incluso, pueden correr tanto riesgo para salvar a
alguien de su familia o a alguien a quien quieran, pero… este no es
el caso. Lo normal habría sido que el niño de los Malfoy hubiera sa-
lido corriendo nada más ver los dementores y se hubiera despreo-
cupado de Albus y el otro niño.
Harry se acordó de cuando había ido al Bosque Prohibido
con Malfoy, en primero, y se habían topado con lo que quedaba de
Voldemort bebiendo sangre de un unicornio; ciertamente la reac-
ción de Malfoy había sido pegar un grito y salir corriendo. Aun así,
estaba convencido de que Scorpius sí se había quedado a ayudar a
Albus. No era eso en lo que mentía su hijo.
—Bueno, tampoco son matemáticas, ¿no? O sea, puede ha-
ber excepciones. La verdad es que creo que hay algo que Albus no
me ha dicho, pero también estoy seguro de que Scorpius le ayudó.
Ginny volvió a quedarse pensativa.
—¿Cómo se supone que se cayó el otro niño por la ventana?
A ver si se estaban peleando por lo que fuera y en una de estas,
Scorpius le dio un empujón o algo, el otro perdió el equilibrio y se
fue por la ventana. Scorpius podría haberle pedido a Albus que no
dijera nada por miedo a que lo expulsaran o una cosa así y Albus
habría aceptado porque Scorpius se había quedado a ayudar.
Aquello sonaba más verosímil que lo de «a todos nos dio por
seguirnos y nadie se dio cuenta y luego Scorpius Malfoy se quedó a
ayudar a dos Gryffindor que probablemente hasta le caían mal sim-
plemente porque sí». Excepto por una cosa, claro. Los pensamientos
que Harry había tratado de olvidar acudieron a él con fuerza, ha-
ciéndole suspirar y chasquear la lengua con fastidio. Ginny lo miró
con curiosidad y él le dio un beso buscando consuelo.
—No, no fue culpa suya —dijo Harry, pesaroso—. Y tampo-
co fue un accidente. Esa es la razón de que haya llegado tan tarde.
—Harry, ¿qué pasa?

469
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Harry había descubierto aquella noche que el mundo mági-


co, tan insensible en otros aspectos, se comportaba con una delica-
deza inusual en ese tipo de delitos. El juicio al padre de Urien se
haría a puerta cerrada y El Profeta no informaría siquiera sobre su
detención. No querían que Urien y su hermana tuvieran que vivir
el resto de su vida sabiendo que todo el mundo conocía los abusos a
los que habían sido sometidos. Todos estaban dispuestos a ser dis-
cretos y Harry era el primero, pero necesitaba contárselo a alguien,
necesitaba sacarse eso de encima. Y Ginny era de fiar, no se lo diría
a nadie. Cuando se lo contó, sin entrar en los detalles más escabro-
sos, ella le escuchó con expresión cada vez más horrorizada y es-
candalizada.
—¿A unos niños? —balbuceó—. ¿A sus hijos?
Si los padres magos raras veces maltrataban a sus hijos, aún
era más extraño que cayeran en los abusos sexuales. El último caso
documentado había sido hacía ciento sesenta y ocho años, lo había
consultado. Y el tipo había aparecido despedazado en su celda de
Azkaban. El informe decía muerte natural. Cuando se lo había con-
tado a Chloe, ella había dicho que cuando a uno lo despedazaban,
lo natural era morirse. A veces Harry tenía la sensación de que el
ministerio y el Wizengamot no era más que un juego, una preten-
sión de civilización, y que los magos se regían por unas reglas no
dichas que él aún no conocía en su totalidad.
Sin embargo, no podía decir que esa fuera una de las reglas
que no conocía; podía entender a cualquiera que quisiera hacerle
daño a Sutherland.
—Desde que soy auror… esto ha sido lo peor. Tener que es-
cuchar todo aquello… Dios, podría haberlo matado allí mismo.
Ginny entrecerró los ojos.
—Matarlo es poco. A la gente así… Merlín, hasta el beso del
dementor resulta poco. Oh, pobrecitos… —Su expresión se suavizó
un poco—. Menos mal que has conseguido descubrirlo, Harry.
Ahora al menos esos pobres niños podrán vivir en paz.

470
CAPÍTULO | 27
Una larga noche

El único consuelo que Harry había tenido con aquel asunto


había sido ver cómo se reunía Urien en San Mungo con su madre y
su hermana, los tres ahora a salvo de ese cabrón sin entrañas. Pero
no creía que fuera a ser tan fácil ni que aquel final fuera tan feliz.


Eran casi las cuatro de la mañana. Hogwarts estaba en com-
pleto silencio, pero una persona, oculta por un hechizo desilusio-
nador, se movía rápidamente por los pasillos hasta llegar a un tapiz
que mostraba a unas ajadas figuras bailando alrededor de un poste
de mayo. La figura alzó el tapiz y abrió con su varita la puerta que
ocultaba, y que daba a una bodega abandonada.
Allí, en el centro de la bodega, estaba el reclamo de demento-
res, inactivo desde hacía varias horas. Lo habían preparado para que
funcionara durante quince o veinte minutos, lo suficiente como pa-
ra que hubiera dejado de emitir su magia cuando los aurores hubie-
ran llegado ya a Hogwarts. Aun así, se habría sentido mejor si lo
hubiera podido hacer desaparecer antes: más tiempo allí significaba
más oportunidades de que lo encontraran. Pero todo se había alar-
gado a causa de Urien Sutherland; primero habían estado esperan-
do a la gente de San Mungo, después Minerva había estado hablan-
do con todos ellos para ver si el niño había hecho algún comentario
que dejaba entrever lo que pasaba, y ella y Neville todavía habían
permanecido despiertos mucho tiempo después, aturdidos por lo
que habían descubierto.
Con un movimiento de varita, el reclamo de dementores se
desvaneció como si nunca hubiera existido. A pesar de todo, el plan
había sido un éxito. Con casi todos los aurores en Hogwarts y la
atención de todos puesta en el colegio y los niños, sus compañeros
habían podido introducirse con relativa facilidad en el Departamen-
to de Misterios, robar la Flauta de las Sirenas y conseguir los nom-
bres y direcciones disponibles de todos los squibs y parientes de
sangremuggles del país. Y con un poco de suerte, en el ministerio ni

471
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

siquiera se darían cuenta de lo que había sucedido hasta pasados


unos meses, si es que llegaban a hacerlo.
Suspirando con satisfacción, salió de allí y regresó rápida y
cautelosamente al ala de profesores.

472
Capítulo 28
Fin de curso

S corpius se reunió con sus amigos al día siguiente, en el


desayuno, y nada más entrar supo que algo había cam-
biado. Los rostros de los Slytherin resplandecían; eran
los segundos, no los últimos, y uno de los suyos le había salvado la
vida a un Gryffindor. Que probaran los leones a meterse con ellos
ahora. Les faltaba tiempo para preguntarles, con voz cargada de cen-
sura, si es que odiaban a Urien Sutherland, o si se creían que sólo
ellos podían salvar gente, o para decirles que Sutherland no parecía
odiar mucho a los Slytherin cuando estaba dejando que uno de
ellos le salvara la vida. La moral de la Casa no había estado tan alta
en todo el curso, y si a Albus parecía incomodarle un poco el calu-
roso recibimiento de los Gryffindor, él estaba encantado sabiendo
que hasta los alumnos más mayores de su Casa lo miraban con au-
téntico y visible respeto.
Las clases también habían cambiado. Slughorn había empe-
zado a hacerse el simpático con él —no tanto como con el pobre
Albus, que tenía que aguantarlo encima a todas horas, pidiéndole
que acudiera a sus reuniones del Club de Eminencias, pero ya no lo
ignoraba—, Longbottom le dejó en paz y no le quitó ningún punto
y algunos profesores que le habían estado ignorando hasta le sonrie-
ron o le felicitaron. Watson intentó congraciarse con él; Scorpius

473
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

bufó con incredulidad ante su atrevimiento, lo miró de arriba abajo


y le contestó con voz cruel que a él lo habrían dejado al alcance de
los dementores por traidor.
—Yo no soy un traidor —se defendió.
—Sí que lo eres, eres la mascota de los Gryffindor. Por mí ya
puedes ir a besarle el culo a James Potter; en Slytherin no te quiere
nadie, patético.
Ver cómo Watson se marchaba llorando no era un espectácu-
lo nuevo, pero siempre resultaba entretenido.
—Vete y no vuelvas —dijo Damon, riendo burlonamente.
—Qué cara más dura —dijo Morrigan, con desprecio—.
Con todo lo que nos ha dicho a lo largo del curso…
Todos sus amigos pensaban que era como diez veces mejor
que el Chico-que-vivió, cosa que le encantaba. Aunque Damon es-
taba un poco indignado porque había tenido su aventura con Albus,
y no con él. Scorpius le juró que no había sido nada planeado y que
intentaría tener una aventura con él cuando estuvieran en segundo;
sin embargo, no pudo dejar de pensar que si él hubiera estado con
Damon, Urien probablemente sería una manchita en el suelo. La
idea de cargar con él había sido de Albus, no suya, y Scorpius estaba
bastante seguro de que Damon tampoco habría sentido el impulso
de arriesgar su vida para salvar la de un niño al que realmente no
conocía de nada.
El clan Weasley también había decidido dejarlo tranquilo
aquellos últimos días; saliendo de la biblioteca estuvo a punto de
chocar contra Michael Weasley y éste no le había dicho ni una pala-
bra. Victoire se lo había cruzado media docena de veces por los pa-
sillos y no le había quitado ningún punto. Y aunque seguía encon-
trando algo en los ojos de James Potter que no terminaba de gustar-
le, mientras no se metiera con él o con sus amigos, podía seguir mi-
rándole como le diera la gana. El simple hecho de poder pasear por
los pasillos sin necesidad de ir con todos sus sentidos alertas era ya
más que suficiente.

474
CAPÍTULO | 28
Fin de curso

Y tal y como imaginaba, no pasaba nada si saludaba a Albus al


entrar a Pociones o si él decía alguna tontería en Cuidado de Cria-
turas Mágicas y Albus contestaba con otra tontería mayor. No po-
dían actuar como dos amigos de verdad, pero sí podían tratarse co-
mo dos compañeros de clase que no estuvieran obligados o destina-
dos a odiarse, igual que podían hablar con un Ravenclaw o con un
Hufflepuff. Scorpius no se dio cuenta hasta entonces de la tensión
extra que había supuesto evitar cuidadosamente mirar a Albus du-
rante las clases que compartían. Dejar de hacerlo era un descanso
tan grande como poder bajar la guardia en los pasillos.
El último día del curso, las clases terminaron después del
almuerzo y poco después, las calificaciones aparecieron en los ta-
blones de anuncios. Scorpius corrió a leer las suyas, colándose sin
demasiada dificultad entre alumnos más mayores y en cuanto las
vio empezó a dar saltos de alegría. Había quedado primero en Vuelo
y en Defensa, aunque en esta última compartía el primer puesto
con el propio Albus. Era el tercero en Encantamientos, Pociones y
en Cuidado de Criaturas Mágicas, el cuarto en Transformaciones e
Historia de la Magia y el quinto en Estudios Muggles y Astrono-
mía. En Herbología sólo había conseguido un aprobado justito, pe-
ro contaba con ello y no le importó demasiado. Lo que sí importaba
era que sus padres iban a ponerse tan contentos que seguro que le
compraban la mejor escoba de quidditch que hubiera en el merca-
do.
Britney también destacaba entre los Slytherin, y Morrigan,
Damon, Cecily y Hector habían hecho un papel aceptable, sin sus-
pender ninguna. Diana las había aprobado casi todas, excepto Her-
bología y Encantamientos. En primero y segundo, los suspensos se
compensaban con trabajos especiales durante el verano, así que al
año siguiente seguiría yendo a las mismas clases que ella. Watson
también había suspendido dos, Defensa y Transformaciones. Scor-
pius se habría alegrado si eso no hubiera significado menos puntos
para Slytherin.

475
HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Allí estaban todas las notas de los alumnos de primero, así


que Scorpius pudo ver también las de Albus. Además de en Defen-
sa, había quedado primero en Encantamientos y estaba entre los
cinco mejores de todas las asignaturas, excepto en Astronomía,
donde había quedado el sexto. A Scorpius le hizo gracia ver que su
prima Rose, aunque lo había hecho bastante bien, no había sacado
tan buenas notas como ellos dos; se creía muy lista, pero él no pen-
saba que lo fuera tanto. También se fijó en las de Urien, sin pregun-
tarse por qué. Había quedado el sexto en Defensa y sus otras notas
tampoco eran malas. Por su parte, aquel completo idiota de Paltry
había aprobado Herbología, Estudios Muggles, Criaturas Mágicas y
Vuelo —y en los tres primeros casos, Scorpius estaba convencido de
que lo habían aprobado por pena— y había suspendido todas las
demás.
Después del té, Scorpius y Albus se escaparon un momento
para encontrarse en las caballerizas y recoger las cosas que habían
ido dejando allí a lo largo de los últimos meses. Habían llevado ya
hasta una manta, para cuando el frío era demasiado intenso. Algu-
nas cosas, como los naipes y el ajedrez, eran fáciles de llevar de nue-
vo a la Sala Común. Otras, no tanto.
—¿Sabes qué? Podría llevárselo todo a Hagrid —propuso
Albus, cuando estuvo todo recogido—. Él puede guardárnoslo todo
para el año que viene y no hará preguntas.
—Si crees que es seguro…
—Claro.
Albus miró a su alrededor y Scorpius hizo lo mismo. Aquel
pequeño altillo se veía de pronto demasiado vacío y era extraño
porque a la vez estaba también lleno de buenos recuerdos. Se lo ha-
bía pasado en grande con sus compañeros, pero esos momentos con
Albus tenían algo especial. Quería tener la certeza de que el año si-
guiente seguirían encontrándose allí.
—En septiembre volveremos a organizarlo todo —le dijo a
Albus, solemnemente.
Él le sonrió.

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CAPÍTULO | 28
Fin de curso

—Hecho.


Aquella noche, el Gran Comedor estaba engalanado con los
colores de Gryffindor, el ganador de las Copas de las Casas. Mu-
chos Slytherin hacían comentarios despectivos sobre ello, pero
Scorpius también notaba que estaban orgullosos del segundo pues-
to que habían conseguido cuando todos les daban ya por últimos. A
Scorpius no le hacía demasiada gracia tampoco que Gryffindor
quedara en primer lugar porque James y los demás no hacían más
que pavonearse, pero tenía que alegrarse por Albus, que aquella no-
che no podía sonreír más.
Oh, ojalá Albus hubiera sido Sorteado en Slytherin… Con
doscientos puntos habrían quedado los primeros y además podrían
sentarse juntos en clase, en las comidas, y dormir en la misma habi-
tación.
La profesora McGonagall se puso en pie y comenzó su dis-
curso de fin de curso. Primero expresó su esperanza en que no ol-
vidaran todo lo aprendido durante el curso y después pidió un
aplauso de despedida para la profesora Daskalova, que ya no volve-
ría después del verano. Scorpius se preguntó a quién pondrían en
su lugar. Daskalova había sido bastante justa con ellos después de
todo y no quería que contrataran a algún tipo como Longbottom.
—En cuanto a los puntos, en cuarto lugar tenemos a Raven-
claw con trescientos doce puntos. —Todos empezaron a aplaudir
cortésmente, aunque los Ravenclaw no parecían muy contentos
con su posición—. En tercer lugar, con trescientos veintidós pun-
tos, Hufflepuff.
Todos aplaudieron de nuevo. Hufflepuff había conseguido
cincuenta de esos puntos con sus dos victorias al quidditch.
—En segundo lugar, con trescientos cincuenta y tres puntos,
Slytherin —continuó McGonagall.

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

Los Slytherin rompieron en aplausos, pero, para sorpresa de


Scorpius, no eran los únicos. Mucha gente de las otras Casas, inclu-
so de Gryffindor, estaban aplaudiendo y la mayoría de ellos le esta-
ban mirando a él mientras lo hacían.
—Bien hecho, Scorpius —le felicitó su prima.
—Y podríamos haber sido los primeros —dijo Damon, lan-
zándole una mirada de animosidad a Longbottom.
La profesora McGonagall hizo un ademán con las manos pi-
diendo silencio.
—Y en primer lugar, con cuatrocientos ochenta puntos,
¡Gryffindor!
Esta vez fueron ellos quienes se pusieron a aplaudir y a lan-
zar vítores. Después de haber recibido felicitaciones de la mesa de
Gryffindor, Scorpius se sentía obligado a devolver el gesto. No era
el único; la mayoría de los Slytherin aplaudieron también, con más
o menos desgana. Daba un poco de rabia ver tan contenta a gente
que le caía tan mal, aunque se alegrara mucho por Albus. Había que
verlo, sonriendo de oreja a oreja, felicitando y siendo felicitado. Sí,
sólo por eso podía alegrarse. Y cuando Albus le buscó con la mirada,
Scorpius le dedicó una sonrisa fugaz y le guiñó el ojo. Porque los
amigos eran los amigos y eso estaba por encima de las Casas.


—Vacaciones —decía Amal, sonriente, paladeando cada síla-
ba. Aquella era una especie de tradición que había empezado en
Navidad—. Coca-Cola. Ordenador. Fútbol. Consola
Después de varias horas de viaje, el tren empezaba a acercar-
se a las afueras de Londres. Albus estaba impaciente por llegar a casa
y disfrutar de dos meses de absoluta libertad, por ver a su familia.
Aunque aquel año… al final aquel año había estado genial.
—Puedes traerte Coca-Colas a Hogwarts el año que viene —
propuso Rose, sonriente.

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CAPÍTULO | 28
Fin de curso

—Ya lo veo el curso que viene subiendo al tren un carrito de


supermercado lleno de latas y botellas —se rió Albus.
—Me haría rico vendiéndoselas a los otros chicos de origen
muggle. Hogwarts es lo mejor, en serio, pero ¿por qué en el mundo
mágico no puede haber Coca-Cola? ¿Cómo puede ser algo mágico
si no hay Coca-Cola?
Albus intercambió una mirada divertida con su prima.
—Suenas como uno de esos anuncios de la televisión —le
dijo a Amal.
Camilla, la amiga de Rose, hizo un mohín.
—Jo, ahora me apetece una y ni siquiera sé a que saben.
La conversación continuó entre risas y bromas; pronto em-
pezaron a oír ruido de puertas corredizas y de gente en los pasillos.
Los alumnos estaban ya preparándose para la entrada en la estación.
Ellos se levantaron también, cogieron sus maletas y baúles y abrie-
ron la puerta de su compartimento justo cuando el tren se detenía
en King’s Cross. Había una riada de estudiantes en los pasillos, mo-
lestándose mutuamente con el equipaje, quejándose, chillando y
riendo, mientras trataban de acercarse a las puertas. Albus miró a
ver si veía a Diana Goyle —no tenía sentido tratar de buscar direc-
tamente a Scorpius porque los dos seguían siendo los niños más ba-
jitos de Hogwarts— y como no la vio, supuso que seguirían en su
compartimento o incluso en otro vagón. Le había parecido ver a
Scorpius por allí, cargando con la jaula de su gato, cuando subían
todos al tren en Hogsmeade, pero quizás había tenido que irse a
otro.
—¡Albus! ¡Rose! —les gritó una de las gemelas desde la otra
punta del pasillo—. ¿Lleváis todas vuestras cosas?
Ellos asintieron y trataron de abrirse hueco entre los demás.
Todos tenían prisa por salir y chillaban si veían a sus padres por al-
guna ventana. Albus se dejó llevar por la corriente y cuando llegó a
la puerta, bajó del tren intentando no perder el equilibrio por los
empujones. El alboroto era absoluto y Albus se puso de puntillas y
alargó el cuello, intentando encontrar a sus padres.

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

—¿Los ves? —dijo Rose, que había bajado justo detrás de él.
—No.
Los niños que bajaban tras ellos les empujaban hacia delante.
Albus se giró, aún pendiente de echarle un último vistazo a Scor-
pius antes de irse. Entonces lo vio, aún dentro del tren y asomado
con su prima y su amigo Damon a una de las ventanas. Scorpius le
vio también, le sonrió y le hizo un fugaz gesto de despedida con la
mano.
—¡Allí están! —exclamó Rose, dándole un pequeño codazo.
Albus los vio también; estaban juntos y les hacían señales con
la mano. Victoire, las gemelas y Michael ya estaban allí, saludando a
todo el mundo. Albus y Rose se colaron como pudieron entre la
gente y consiguieron llegar hasta sus padres. Su madre lo estrujó
con fuerza, diciendo algo sobre los dementores y lo loco que estaba,
el susto que se había llevado al oír lo que había pasado y lo orgullo-
sa que se sentía de él. Albus sonreía cuando se separó de ella.
—Estoy bien.
Entonces abrazó a su padre, y a todos sus tíos. James llegó
poco después, seguido de Fred y se unieron a la avalancha de salu-
dos, abrazos y preguntas sobre el curso y las notas. Albus se despi-
dió por última vez de Amal con promesas de escribirse y verse
aquel verano, le echó un último vistazo a Scorpius —que ya estaba
acercándose a sus padres— y se marchó de la estación con su fami-
lia, dispuesto a disfrutar de las bien merecidas vacaciones.


Era extraño, pensó Draco, observando a Scorpius parlotear
alegremente mientras se iban a la salida del andén. No había cam-
biado, no más de lo que lo había hecho después de ese primer tri-
mestre en Hogwarts, cuando había dejado de ser realmente un ni-
ño. No andaba de manera diferente, ni hablaba de manera diferente
ni se movía de manera diferente. Quizás era su propia mirada la que
había cambiado, la que observaba a aquel niño rubio, sangre de su

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CAPÍTULO | 28
Fin de curso

sangre, carne de su carne, con una sensación de maravilla e incre-


dulidad aún mayor que la que había experimentado al verlo por
primera vez, pequeño y vulnerable en brazos de su madre.
Scorpius había conseguido ganarse el respeto de sus compa-
ñeros de casa, quizás de gran parte de Hogwarts, sin apelar a la pu-
reza de sangre, ni al patrimonio familiar, ni a una posición que ya
no tenían. Scorpius le había vencido a los once años. Podría haber
dolido, como le dolía siempre que le recordaban todos sus fracasos,
si no hubiera sido porque también lo sentía como un triunfo.
—… y yo, la verdad, me habría ido corriendo, pero ese idiota
de Potter estaba ahí, con ese pobre chico colgando de la ventana, y
no sé, no podía dejarlos ahí y que los dementorizaran, ¿no?
Había estado contentando a las preguntas curiosas de Daph-
ne y Theo, pero al llegar a ese punto miró a Draco, esperando cla-
ramente su opinión. Draco, que se había quedado absorto en sus
cosas y no se lo esperaba, se rehizo lo mejor que pudo y esbozó una
sonrisa de aprobación.
—Bueno, no me gustaría que lo tomaras como costumbre,
porque nos diste a todos un susto de muerte, pero no me cabe duda
de que les has demostrado unas cuantas cosas sobre los Slytherin y
sobre los Malfoy, ¿no es cierto?
Scorpius le respondió con una sonrisa radiante, justamente
satisfecho consigo mismo, y Draco se encontró sintiéndose casi
agradecido, porque a pesar de todo, su hijo aún pensaba que su opi-
nión era importante.
Él, Astoria y los niños se fueron a la mansión Malfoy, donde
sus abuelos les esperaban con una estupenda merienda, y allí Scor-
pius volvió a contar la historia de los dementores y cómo había con-
seguido que Slytherin quedara en segundo lugar, y no en el último.
Draco estuvo callado casi todo el rato, observándole, pensando en
todas las diferencias que había entre ellos, en lo que cada uno había
conseguido en su primer año en Hogwarts. ¿Cómo habría sido su
vida si sus padres le hubieran educado de otra forma? Él había sido
probablemente el primer niño mágico con el que Potter había ha-

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HELENA DAX | SAGA ALIANZA
Libro 1: Señales

blado; de otra manera, ¿habrían podido ser amigos? ¿Disfrutaría


ahora de la misma gloria que Weasley y los demás?
Pero no era la primera vez que Draco pensaba «y si...» y co-
nocía la trampa que encerraba. Podría haberse convertido en un hé-
roe, pero también podría haber muerto en la batalla. Podría haberse
encontrado cara a cara con su padre. Y aunque hubiera sobrevivido,
su vida habría seguido un camino distinto y probablemente no se
habría casado con Astoria y entonces ni Scorpius ni Cassandra ha-
brían nacido y él no quería imaginar una vida en la que ellos tres no
estuvieran. Los «y si…» no valían de nada.
Astoria se sentó junto a él y puso su mano sobre la suya, en-
trelazando los dedos.
—¿Estás bien? —dijo, en voz baja—. Estás muy callado.
Draco asintió.
—Estoy bien.
Astoria se quedó callada unos segundos, mirando también a
Scorpius; después se inclinó de nuevo sobre Draco y apoyó ligera-
mente la cabeza en su hombro.
—Podríamos haberlos educado de muchas maneras distintas,
Draco —dijo entonces, también en voz baja, llena de afecto—.
Puede que no supieras hacerlo tan bien como él en Hogwarts, pe-
ro... Scorpius es la prueba de que como padre, no podrías haberlo
hecho mejor.
Draco la miró, súbitamente conmovido, hallando una paz
que no esperaba en sus palabras. Ella sonrió, le acarició la mejilla y
se quedó recostada contra él. Mientras Scorpius seguía explicando
por qué estaba absolutamente convencido de que iba a ser el pró-
ximo Buscador de Slytherin, Draco decidió que el futuro de los
Malfoy estaba en buenas manos, después de todo.

Fin del primer libro

482
Harry se equivocaba al pensar que todo iba bien. Y la primera señal
fueron las desapariciones…

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