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Saber filosofía

los momentos de esa necesidad. Que ahora es momento de elevar la filosofía a ciencia, el
mostrar esto, es decir, el hacer demostración de ello, se da por tanto la única verdadera
justificación de las tentativas que tienen tal propósito, porque tales intentos representan la
necesidad de tal fin y más aún, porque constituirían a la vez la ejecución de ese fin. Al poner
la verdadera forma de la verdad en la cientificidad, o lo que es lo mismo: al afirmar de la
verdad que es sólo en el concepto donde la verdad tiene el elemento de su existencia, sé muy
bien que esto parece estar en contradicción con una idea y con las consecuencias de ella, que
exhiben tan gran atrevimiento y arrogancia como difusión en las convicciones de la época.
Por tanto, una explicación acerca de esta contradicción no parece superflua; si bien en este
momento tal explicación no podrá consistir a su vez sino en una aseveración que no puede
pretender tener más valor que aquello contra lo que se dirige. Pues si lo verdadero sólo existe
en aquello (o, mejor, sólo existe como aquello) a lo que se da el nombre ora de intuición, ora
de saber inmediato de lo Absoluto, o de religión, o del ser (del ser, no en el centro del amor
divino, sino del ser de ese mismo centro), si ello es así, resulta que, a partir de ello, lo que a
la vez se exige para la exposición de la filosofía es más bien lo contrario de la forma del
concepto. Lo Absoluto o el Absoluto [das Absolute) no tendrá que ser comprendido, no
tendría que ser traído a concepto, sino que tendría que ser sentido y visto, no sería el concepto
sino el sentimiento y la intuición, el sentimiento y la visión sin concepto, las que habrían de
llevar la voz cantante y ser objeto de expresión.

Y así resulta que la determinación de la relación que una obra filosófica guarda o cree guardar
con esfuerzos similares acerca del mismo objeto, no hace sino introducir un interés extraño
y arrojar sombra acerca de aquello de que se trata en el conocimiento de la verdad. Y así
como la opinión se atiene fijamente a la contraposición de lo verdadero y lo falso, así también
esa opinión suele esperar de un sistema filosófico existente, o bien asentimiento o bien
contradicción [es decir, conformidad con el contenido de otros sistemas o contradicción con
el contenido de otros sistemas], y en una declaración [o en una explicación] sobre un sistema
filosófico sólo se ve lo uno o lo otro.
La opinión entiende la diversidad de sistemas filosóficos no tanto como un desenvolvimiento
de la verdad en la marcha misma de tal desenvolvimiento {es decir, no tanto como un
progresivo y sistemático desenvolvimiento de la verdad], sino que en dicha diversidad sólo
ve la contradicción. El capullo desaparece en el romper de la flor, y así podría decirse que
aquél quedó refutado por ésta, así como la flor queda convicta por el fruto de ser una falsa
existencia de la planta, y el fruto como verdad de la planta pasa a ocupar la verdad de la flor.
Estas formas no sólo se distinguen, sino que se desplazan también unas a otras por
incompatibles. Pero su naturaleza fluida las convierte a la vez en momentos de la unidad
orgánica en la que no solamente no se repugnan, sino que la una es tan necesaria como la
otra, y es sólo esta igual necesidad la que empieza constituyendo la vida del todo.
Pero la contradicción contra un determinado sistema filosófico en parte no suele entenderse
a sí misma de este modo, y en parte también la conciencia aprehendiente (auffassendes
Bewusstseyn)2 no sabe por lo general liberar a esa contradicción de su unilateralidad {o
mantenerla libre de su unilateralidad), y, en esa forma de momentos en disputa y de
momentos que parecen descartarse unos a otros, [esa conciencia no sabe] reconocer
momentos que se son necesarios [en otra traducción: esa conciencia no sabe reconocer en la
figura de aquello que aparece en disputa y vuelto lo uno contra lo otro momentos mutuamente
necesarios].

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