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DE MACUSPANA
¡Fieles al deber!
ENSAYO
Materia: EDUCACION EN LA FE
3 “A”
Sección Secundaria
El auge minero, que se inició en 1545 con los descubrimientos en Zacatecas y que
alcanzó sus mejores días en el decenio de 1570, se terminó en la primera mitad del
siglo XVII. Entre 1650 y 1750, la minería de la Nueva España pasó por un período
de estancamiento. Durante esos años no pudo competir con la producción del Perú,
por varias razones. En primer lugar, en Nueva España no existieron yacimientos
considerables de azogue. Esto era importante, puesto que el azogue se requería
para beneficiar la plata por el procedimiento de amalgama. Entonces, la importación
del azogue que exigían las minas de Nueva España aumentaba enormemente los
costos de producción. Además, durante esa época muchas de las antiguas vetas
de mineral explotadas desde el siglo XVI comenzaron a agotarse o se hicieron
profundas. Debido a las limitaciones de los conocimientos técnicos de la época, una
veta muy profunda, que llegaba a inundarse con facilidad, no era económicamente
explotable. La baja de la producción minera durante esos años, sumada al descenso
de la población. explica la contracción de la economía colonial durante la segunda
mitad del siglo XVII.
Los centros mineros en explotación durante ese período fueron los mismos que se
trabajaban desde la segunda mitad del siglo XVI. Las minas del sur de la cordillera
volcánica: Tasco, Sultepec, Temascaltepec y Zacualpan continuaron produciendo
plata, aunque en condiciones más difíciles. Los centros del norte: Zacatecas,
Fresnillo, Sombrerete y Catorce, siguieron siendo buenos productores de metales.
Con su actividad lograron mantener una economía dinámica en la región, y
provocaron el surgimiento espectacular de nuevas ciudades mineras como Durango
y Chihuahua.
Sin embargo, los resultados no correspondieron al grandioso plan con que se trató
de impulsar toda la industria metalúrgica.
Todo en el país resultó beneficiado por la minería: el gobierno con las fuertes sumas
que por ese concepto ingresaban al erario; las órdenes religiosas y las instituciones
educativas, artísticas y de beneficencia pública, con las generosas donaciones y los
suntuosos edificios construidos por los propietarios de minas; y la agricultura y la
industria, por el consumo creciente que los mineros hacían de sus productos.