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ALGUNAS PRECISIONES EN TORNO AL CONCEPTO DE

ANOMIA EN SOCIOLOGÍA*

Arturo Manrique Guzmán

El concepto de anomia, en su sentido clásico -acuñado por Durkheim-,


alude a la disolución del vínculo moral en la sociedad. Este término, sin
embargo, no siempre se usa del modo correcto en sociología. Su uso, a
menudo, esta cargado de ambigüedad. Conviene por ello hacer
algunas precisiones en torno a su significado. Balandier (1993) señala
que la anomia se presenta en la obra de Durkheim bajo dos aspectos
que se complementan, ya sea que se relacione directamente con la
sociedad, en “La división del trabajo”, o con el individuo, en “El suicidio”
(Balandier: 1993). En “La división del trabajo…”, Durkheim concibe la
anomia como una ruptura de la solidaridad. La anomia, en este caso, es
expresión de una crisis de diferenciación, que es consecuencia de una
“división del trabajo coercitiva” que tiene una “influencia disolvente” en
la sociedad. La anomia aquí es menos una trasgresión de una regla que
un vacío de esa regla. La ausencia de reglas produce desintegración
social, en tanto que traduce la ruptura de la solidaridad en la sociedad
(Durkheim: 1967). En “El suicidio”, por el contrario, la anomia es
concebida como el fracaso de la norma para regular los
comportamientos individuales. Aquí el problema no es la ausencia de
normas, sino el hecho de que éstas hayan perdido eficacia en la
sociedad (Durkheim: 1971). En este caso, la anomia se manifiesta como
trasgresión de normas por parte de individuos que se resisten a ser
integrados a la sociedad. La anomia expresa la incapacidad del

*Versión original: MINJUS. Escuela Nacional de Conciliación Extrajudicial. Lima- Perú.


Junio, 2001. Revisado y actualizado al 2018.

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individuo para poner coto a sus deseos y traduce la existencia de un
tipo de personalidad mórbida a la que dio lugar la sociedad moderna.

Tironi denomina al primer tipo de anomia descrito por Durkheim como


“anomia aguda” o “total”; y al segundo tipo como “anomia simple” o
“crónica” (Tironi: 1990). Los desarrollos posteriores de la teoría de la
anomia han tenido como base este último tipo 1. Ese es el caso de
Merton que, desde la perspectiva funcionalista, concibe la anomia
como “comportamiento desviado” (Merton: 1965). Este autor distingue
entre dos dimensiones del sistema social. La primera tiene que ver con la
cultura, esto es, las metas y aspiraciones culturalmente prescritas. La
segunda hace referencia a la “estructura social”, es decir, a los medios
institucionalizados a los que pueden recurrir los individuales en su afán
por alcanzar las metas culturales. La anomia tiene lugar, de acuerdo
con Merton, cuando se produce una disociación o asincronía entre las
metas culturalmente prescritas y los medios institucionalizados que
buscan hacer realidad esas metas, encarnadas en individuos. Partiendo
de esta hipótesis, Merton distingue cinco tipos de adaptación individual,

1Una excepción es el enfoque de Jean Duvignaud que concibe la anomia en el


marco de una sociología de las mutaciones. Este autor asocia la anomia con el
cambio histórico de una sociedad a otra. La anomia tiene que ver con los periodos de
ruptura o el paso de un sistema social que se degrada a otro que aún no tiene una
forma definida. En este tránsito, se produce un desorden que se expresa a través de
“comportamientos desviados” que no pueden ser integrados o entendidos a partir del
sistema cultural de la sociedad antigua, ni tampoco pueden ser incorporados por el
sistema de valores de la sociedad naciente. La anomia expresa así periodos de crisis -a
menudo prolongados- en los que la integración social se debilita para dar paso a
nuevas forma de integración (Duvignaud: 1986). El merito de Duvignaud es que
concibe la anomia despojada de las connotaciones negativas con las que antes
había sido identificada. La anomia se vuelve creativa y tiene lugar como herejía y
subversión que da nacimiento a nuevas formas de vida. La anomia es un indicador de
ruptura y de mutación que, en determinadas circunstancias, anuncia el advenimiento
de una nueva sociedad en reemplazo de la antigua. Una variante de este enfoque es
la que intentó desarrollar en nuestro medio Nicolás Lynch, cuando terció en el debate
en torno a la anomia que sostuvieran Hugo Neira (1987) y Catalina Romero (1987), en
la segunda mitad de la década de los ’80 de la centuria pasada. Lynch distingue,
forzando un poco los términos, entre “anomia de regresión” y “anomia de desarrollo”.
Esta última sería generadora de una “nueva modernidad”, protagonizada por los
sectores populares que han ido generando nuevos valores y nuevas formas de
integración, que se contraponen a la modernización excluyente que ha caracterizado
a la sociedad peruana (Lynch: 1989). Cabe destacar, sin embargo, que Lynch no
hace mención en su artículo a Duvignaud como la principal fuente de su argumento.
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tomando como criterio las distintas combinaciones que pueden tener
lugar entre metas culturales y medios institucionalizados. La tabla 1
resume los tipos de adaptación de Merton e incluye las distintas
variantes que, de acuerdo con este autor, asume el “comportamiento
desviado” en la sociedad moderna.

Tabla 1
TIPOS DE ADAPTACIÓN INDIVIDUAL EN MERTON
Medios
Tipos de adaptación Metas Culturales
Institucionalizados
1. Conformismo. + +
2. Innovación. + -
3. Ritualismo. - +
4. Retraimiento. - -
5. Rebelión. ± ±

El conformismo, de acuerdo con este cuadro, equivale a la aceptación


tanto de las metas culturales como de los medios institucionalizados. Su
predominio es lo que, en rigor, nos permite hablar de sociedad. La
innovación, por su parte, supone la aceptación de las metas culturales
más no de los medios institucionalizados. En este caso se recurre al uso
de medios institucionalmente proscritos; pero efectivos para alcanzar las
metas culturales. Si la meta es acumular dinero, éste se puede obtener
recurriendo a distintos medios, no precisamente legales. Los jóvenes de
clase media que se alquilan como “burriers” para trasladar drogas a
otros países son un claro ejemplo de este tipo de comportamiento. El
ritualismo, por el contrario, tiene que ver con una disminución de las
metas culturales al punto de que éstas pueden ser efectivamente
satisfechas sin mayor esfuerzo. El retraimiento se caracteriza por el
rechazo simultáneo de las metas culturales y los medios
institucionalizados. Y la rebelión, por último, enfatiza la necesidad de
cambiar las estructuras, tanto culturales como sociales, en vez de
acomodarse a ellas. La rebelión, en opinión de Merton, no debe
confundirse con el resentimiento, que no cuestiona los valores que se
tornan inalcanzables. Todo lo contrario. El comportamiento rebelde
denuncia los valores socialmente aceptados, luego de una experiencia
de frustración, e intenta cambiarlos en su totalidad o parcialmente.

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Como se puede apreciar, Merton concibe la anomia poniendo énfasis
en la conducta de los individuos. Lo que le interesa no es la anomia
como tal, sino las “conductas anómicas”, entendidas como
“comportamientos desviados” o “divergentes”. Tironi ha señalado que
existen marcadas diferencias entre Merton y Durkheim con respecto a la
anomia: “a Merton le interesa la anomia en relación al actor, y con ese
concepto se refiere a la incapacidad del individuo para alcanzar los
objetivos que la sociedad le ha inculcado y que él ha hecho suyos; a
Durkheim, en cambio, la anomia le interesa básicamente como
problema del orden social, y con ella se refiere al «debilitamiento del
orden establecido por la sociedad». Merton analiza la anomia en
términos del desajuste entre objetivos culturales y normas sociales;
Durkheim lo hace a partir de la «desorganización del todo»” (Merton:
1965, p. 89). Es verdad que Durkheim desarrolla ambos aspectos de la
anomia señalados más arriba; pero su énfasis estaba puesto en la
incapacidad manifiesta de la sociedad para regular de modo eficaz los
comportamientos individuales. La anomia es menos un asunto individual
que un problema de integración social. Merton también se interesa por
la estructura cultural y social como instancia explicativa de la conducta
de los individuos; pero su énfasis está puesto en éstos últimos, en los
distintos patrones de adaptación que asumen y que, eventualmente,
pueden conducirlos a comportamientos divergentes. Aquí los que no se
integran son los individuos, que pueden optar por distintas conductas;
aunque es la sociedad la que condiciona estos comportamientos.

Parsons es mucho más coherente en su tratamiento de la anomia. Este


autor concibe la anomia como “desorganización social”, lo cual lo
pone más cerca de Durkheim que de Merton; y pone énfasis además en
sus “correlatos psicológicos”, esto es, un estado de inseguridad
generalizada que se expresa en un alto grado de ansiedad y agresión
que afecta a los individuos. “Tal vez puede caracterizarse más
sencillamente la anomia -nos dice Parsons- como el estado en que un
gran número de individuos carece en grado considerable de la especie
de integración con las pautas institucionales estables que es esencial
para su propia estabilidad personal y para el funcionamiento sin
tropiezos del sistema social” (Parsons: 1967, p. 110). La anomia, de
acuerdo con este autor, tiene que ver con “dos aspectos principales”.
En primer lugar, con la inexistencia de metas de acción suficientemente
claras. Este es el aspecto de la anomia subrayado por Durkheim,

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cuando señala que no puede haber ningún sentimiento de logro
cuando se avanza en la realización de una meta infinita. Las metas se
traducen en expectativas institucionalizadas que regulan los
comportamientos individuales. Las expectativas no pueden ser estables
si los estándares respecto a los cuales se exige conformidad resultan
imprecisos y vagos, al punto de no servir realmente como guía para la
acción. Si la meta es acumular riqueza, y no se definen con precisión los
estándares y los medios cómo lograrla, entonces es muy difícil que se
logre satisfacer la ambición individual.

En segundo lugar, Parsons señala que se requiere de un sistema


simbólico lo suficientemente estable en torno al cual puedan integrarse
los individuos. Esto es de suma importancia, en tanto que permite la
conformación de grupos sociales y la estabilización de los patrones de
orientación de los individuos al interior de ellos. Cuando las metas y el
sistema simbólico se tornan imprecisos y pierden estabilidad, entonces
se produce la anomia. En estas circunstancias, ni los individuos pueden
alcanzar sus metas (que además carecen de límites); ni el sistema
puede sostener metas colectivas capaces de promover la cooperación
voluntaria e integrar a las personas. Lo individuos experimentan como
reacción frente a la anomia un estado de inseguridad que los torna
frágiles y vulnerables cuando no ansiosos y agresivos. La personalidad
no se organiza establemente en torno a un sistema coherente de
valores, metas y expectativas. Las conductas de los individuos tienden a
vacilar entre actitudes inhibitorias y cargadas de escrúpulos que
paralizan la acción y comportamientos reactivos, decididos con un
exceso de odio, devoción o entusiasmo, que tienen efectos negativos
en la integración social. Parsons concibe la “desorganización social”
como el abandono del “patrón tradicional de orientación” al que
conduce la extensión de los “patrones de racionalización” que
caracterizan a la sociedad moderna. La anomia es expresión del
cambio estructural (migración, industrialización, urbanización, etc.) que
produjo el tránsito de la sociedad tradicional a la sociedad moderna.

El mérito de Parsons consiste en que integra los dos sentidos que se le


atribuyen al concepto de anomia. Ésta hace referencia, en forma
simultánea, tanto a los efectos que tiene la falta de integración en el
sistema social como en la estabilidad emocional de los individuos. La
anomia tiene como “correlato psicológico” un sentimiento de

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inseguridad que desconecta al individuo de su entorno social. Éste
experimenta diversos estados emocionales, pasando del miedo al enojo
con facilidad, lo cual lo torna inestable y agresivo, cuando no se
muestra vulnerable ante los demás. La inestabilidad emocional, el
miedo, la incertidumbre, el deterioro de las expectativas, la frustración,
la agresividad, el retraimiento, etc., son algunos de los estados
psicológicos provocados por la anomia. Los mismos que merecen una
mayor atención en la investigación sobre la anomia.

Ralf Darendorf ha insistido, más recientemente, en este aspecto de la


anomia. Este autor rescata una definición de la anomia (actualmente
considerada “obsoleta”) que, a finales del siglo XVI, hiciera William
Lambarde. De acuerdo con esta definición, anomia significa “introducir
el desorden, la duda y la incertidumbre en todo”. Darendorf subraya
que esta definición es útil a la luz de las formas cómo se manifiesta la
anomia en la actualidad. “La anomia -nos dice- surge cuando se le dice
a los jóvenes que tengan paciencia y que trabajen duramente para
hacer carrera, mientras que el camino obvio para hacer dinero resulta
ser el de la especulación” (Darendorf: 1990, pp. 193 - 194). Darendorf
asocia el negocio de la especulación con el “capitalismo de casino”
que, en la década de los ’80, invadió Europa y los EE.UU. En este
contexto, el juego, el azar, que caracteriza a los mercados financieros,
desplazaron en importancia al ahorro y el trabajo duro como fuente de
progreso. La anomia expresa el malestar generado por esta situación.
Se produce así un incremento de las violaciones de normas, sobre todo,
por parte de las nuevas generaciones; pero lo más importante no es
eso, sino la incapacidad de la sociedad para hacerles frente. Esto da
lugar al surgimiento de “áreas prohibidas” en las que las violaciones de
normas quedan sin sanción. Darendorf llama la atención en torno al
“área prohibida” de los jóvenes porque exime de sanción a los que se
supone han de aprender las normas que mantienen unida a la
sociedad.

La anomia, entonces, describe una situación en la que la violación de


normas queda sin sanción. Si en Europa y Norteamérica la
“especulación” aparece como la principal fuente de la anomia, en
países como el nuestro esta es propiciada por un fenómeno tan
extendido como la corrupción. Existe entre nosotros una estrecha
relación entre corrupción y anomia. La corrupción produce anomia, en

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tanto que opera como un mecanismo de exclusión social. A lo que
cabe sumar la incertidumbre que proyecta en la sociedad. Esta
incertidumbre se manifiesta como inseguridad de expectativas en las
nuevas generaciones. Como ya ha sido señalado, a los jóvenes se les
inculca, de un lado, que deben estudiar y esforzarse mucho para tener
éxito en la vida; pero, de otro lado, la experiencia cotidiana les
demuestra que esta meta culturalmente valorada se puede lograr de
otro modo, incorporándose a las redes de corrupción, para lo cual no
requieren esforzarse mucho en sus estudios. Este conflicto de
expectativas es el que produce incertidumbre en las nuevas
generaciones. La anomia expresa un deterioro de las expectativas y
una ruptura de la solidaridad que se manifiesta como pérdida de la
identidad social. La ruptura de la solidaridad, que es consecuencia de
la frustración generalizada que se experimenta en la sociedad, da lugar
a prácticas de auto-exclusión que, con frecuencia, asumen un carácter
violento. La anomia comprende, en su significado, al conjunto de estas
prácticas.

BIBLIOGRAFÍA:

BALANDIER, Georges.
1993 El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales. Elogio de la
fecundidad del movimiento. Edit. Gedisa. Barcelona - España.
DARENDORF, Ralf.
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1967 La División del trabajo social. Schapire Editor. Bs, As. - Argentina.
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1971 El Suicidio. Schapire Editor. Bs, As. - Argentina. (e. o., en francés:
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DUVIGNAUD, Jean.
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MERTON, Robert.
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NEIRA, Hugo
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1990 “La integración social como problema”. En: Autoritarismo,
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