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APORTES DE LOS EMPRESARIOS AL PROCESO DE MODERNIZACIÓN EN

BOGOTÁ: 1870-1930. EL CASO DE LA FAMILIA SAMPER.

Elber Berdugo Cotera

Introducción

El primer acercamiento desde la historia empresarial a la Familia Samper lo hizo


Carlos Dávila Ladrón de Guevara en su libro “El empresariado colombiano. Una
perspectiva regional”. El presente escrito es una ampliación de lo expuesto por el
autor y tiene como propósito mostrar los principales aportes que la familia Samper
hizo al proceso de modernización durante el periodo de estudio. Para ello se parte
del concepto de modernización acuñado por Bergman (1991: 2) quien lo entiende
en el siglo XX como los procesos sociales que dan origen a la vorágine de la vida
moderna (manteniéndola en un estado de perpetuo devenir) que ha sido
alimentada por distintas fuentes:

(…) los grandes descubrimientos en las ciencias físicas, que han cambiado
nuestras imágenes del universo y nuestro lugar en él; la industrialización de
la producción, que transforma el conocimiento científico en tecnología, crea
nuevos entornos humanos y destruye los antiguos, acelera el ritmo general
de la vida, genera nuevas formas de poder colectivo y de lucha de clases;
las inmensas alteraciones demográficas, que han separado a millones de
personas de sus hábitat ancestral, lanzándolas a nuevas vidas a través de
medio mundo; el crecimiento urbano, rápido y a menudo caótico; los
sistemas de comunicación de masas, de desarrollo dinámico, que
envuelven y unen a las sociedades y pueblos más diversos; los Estados
cada vez más poderosos, estructurados y dirigidos burocráticamente, que
se esfuerzan constantemente por ampliar sus poderes; los movimientos
sociales masivos de personas y pueblos, que desafían a sus dirigentes
políticos y económicos y se esfuerzan por conseguir cierto control sobre sus
vidas; y finalmente, conduciendo y manteniendo a todas estas personas e
instituciones un mercado capitalista mundial siempre en expansión y
drásticamente fluctuante.

También se sustenta el escrito en la definición de procesos de modernización que


Melo utiliza para el caso colombiano entendida como:

(…) los que conducen al establecimiento de una estructura económica con


capacidad de acumulación constante, y en el caso de Colombia, capitalista;
un Estado con poder para intervenir en el manejo y orientación de la
economía; a una estructura social relativamente móvil, con posibilidades de
ascenso social, de iniciativa ocupacional y de desplazamientos geográficos;
a un sistema político participatorio y a un sistema cultural en el que las
decisiones individuales estén orientadas por valores laicos. En general este
proceso modernizador incluye el dominio creciente de una educación formal
basada en la transmisión de tecnologías y conocimientos fundamentados
en la ciencia. (Melo, 1992, pp. 109-110).

Igualmente, se emplea el concepto de modernización de Corredor (1997: 51)


como el “…proceso de mutación inducido por las transformaciones derivadas del
desarrollo de la ciencia y de la técnica”. En síntesis, se podría afirmar que la
modernización alude principalmente a los cambios que ocurren en la vida material
(apropiación de la naturaleza por el hombre) de un pueblo, una región o una
ciudad, los cuales llevan al surgimiento y desarrollo de una sociedad capitalista. A
las mutaciones que tienen lugar en la vida económica (industrialización), desarrollo
de los sistemas de transportes, urbanización creciente e inserción cada vez mayor
a un mercado mundial. Esto fue lo que ocurrió de forma lenta en Colombia,
especialmente desde comienzos del siglo XX.

El proceso de modernización en Bogotá


En América Latina al finalizar el siglo XIX se inicia una serie de transformaciones
en las principales ciudades, las cuales, guardan relación con las
conceptualizaciones previas enunciadas. Según Romero (1984: 247):

Desde 1880 muchas ciudades latinoamericanas comenzaron a experimentar


nuevos cambios, esta vez no solo en su estructura social sino también en su
fisonomía. Creció y se diversificó su población, se multiplicó su actividad, se
modificó el paisaje urbano y se alteraron las tradicionales costumbres y las
maneras de pensar de los distintos grupos de las sociedades urbanas. Ellas
mismas tuvieron la sensación de la magnitud del cambio que promovían,
embriagadas por el vértigo de lo que se llamaba el progreso, y los viajeros
europeos se sorprendían de esas transformaciones que hacían irreconciliable una
ciudad en veinte años. Fue eso, precisamente, lo que, al comenzar el nuevo siglo,
prestó a la imagen de Latinoamérica un aire de irreprimible e ilimitada aventura.

Afirma Romero que un examen más atento hubiera permitido constatar que ese
juicio no era del todo exacto, pues era mucho lo que en la región no cambiaba,
especialmente en las zonas rurales y hasta en las urbanas. Puntualiza que fueron
las ciudades y sobre todo las grandes las que cambiaron debido a que estaban
ligadas a cierta transformación sustancial que tuvo lugar por entonces en la
estructura económica de casi todos los países latinoamericanos influyendo:

(…) particularmente sobre las capitales, sobre los puertos, sobre las
ciudades que concentraron y orientaron la producción de algunos productos
solicitados en el mercado mundial. Fue, ciertamente, la preferencia del
mercado mundial por los países productores de materias primas y
consumidores virtuales de productos manufacturados lo que estimuló la
concentración, en diversas ciudades, de una crecida y variada población, lo
que creó en ellas nuevas fuentes de trabajo y suscitó nuevas formas de
vida, lo que desencadenó una actividad desusada hasta entonces y lo que
aceleró las tendencias que procurarían desvanecer el pasado colonial para
instaurar las formas de la vida moderna (Romero, 1984: pp. 247-248).

Paralelamente a ese proceso que experimentaron los países de América Latina,


los países industrializados de Europa y los Estados Unidos vivían una época de
expansión económica acumulando grandes capitales, ampliando la actividad
empresarial que exigía ingentes cantidades de materias primas; experimentaban
un crecimiento considerable de las ciudades cuyas poblaciones demandaban
muchos bienes de consumo. Como no estaban en condiciones de abastecerse
plenamente de ellos, promovieron (con el apoyo casi siempre de las clases
dirigentes) unas acciones directas e indirectas en los países subdesarrollados con
el fin de atender sus requerimientos. En algunos casos, a través del uso de la
fuerza, apoderándose de sus territorios, ejerciendo un control total en todos los
ámbitos. En otros, mediante la inversión de capitales en sectores claves
(transporte, minería, bancos manufacturas) y en la constitución de grandes firmas
comerciales o el apoyo a la producción de ciertos bienes (café, caña de azúcar,
metales, cereales, lanas o carne).

En Colombia, las primeras manifestaciones de un proceso de modernización en


ciernes tuvieron lugar en Medellín como se aprecia en los libros de Fernando
Botero, “La industrialización en Antioquia: 1900-1930”; Mariano Arango, “Café e
industria”; Milton Zambrano, “El desarrollo del empresariado en Barranquilla: 1880-
1945”; Luis Aurelio Ordóñez, “Industrias y Empresarios Pioneros: Cali 1910-1945”;
Edgar Vásquez, “Historia de Cali en el siglo 20”. Sociedad, economía, cultura y
espacio; en el artículo de Piere Paolo Solano “Acumulación de capital e industria.
Limitaciones en el desarrollo fabril de Barranquilla: 1900-1934”.

Algunas expresiones, aun cuando tímidamente y de manera aislada e incompleta


de modernización en la capital de la República, se pueden ubicar a partir de la
década de los setenta del siglo XIX con la aplicación de uno de los símbolos más
importantes de la revolución industrial como fue el empleo del vapor a los
procesos productivos. Ya en 1868 el señor E. Sayer lo había utilizado para mover
el primer molino con el fin de producir harina de trigo. En 1870 la Casa de la
Moneda siguiendo el ejemplo instaló motores de vapor en sus talleres, y en 1877
la compañía de Chocolates Chaves inició sus operaciones con maquinaria
moderna importada de Suiza accionada también a vapor.
Otro elemento que ayudó a crear condiciones favorables para la gestación de un
proceso de modernización en Bogotá fue la construcción de vías férreas al romper
con el aislamiento parcial comunicándola con poblaciones aledañas y el río
Magdalena, facilitando el acceso más rápido y a menores costos, de maquinaria,
equipo y materias primas necesarios para cualquier intento de industrialización de
la capital. Así desde 1881 diferentes gobiernos adelantaron iniciativas en esa
dirección: en este año se contrató el primer tramo de ferrocarril de 33 kilómetros
entre Girardot y Tocaima. En 1887 unió a esta población con Apulo. En 1898 la
línea llegó a Anapoima y finalmente, en 1908 se conectó con Facatativá.

En 1889 se puso en marcha el proyecto de construcción del Ferrocarril del Norte


que buscó unir a Bogotá con Zipaquirá, logrando comunicar la sabana desde
Facatativá hasta Zipaquirá en 1898. Posteriormente, en 1896, se adelantó el
proyecto del Ferrocarril del Sur, que unió a Bogotá con Soacha. En 1903 arribó a
Sibaté, contando la sabana finalizado el siglo XIX con algo más de cien kilómetros
de vías férreas, que aun cuando no eran de gran extensión, sí significaron un
avance (Goueset, 1998, p. 36).

Entre los efectos que produjo el ferrocarril, Miguel Ángel Urrego destaca el cambio
en la noción de vacaciones de veraneo de los bogotanos, al permitir el acceso
rápido a los pueblos de “tierra caliente”, sustituyendo los paseos a Chapinero y la
pesca y el baño en el río Bogotá por el paseo en tren, la instalación en un hotel, el
acceso a piscinas y juegos de mesas, entre otros (Urrego, 1997, p. 82).

Y agrega:
Paralelo a este cambio, se consolidaron actividades comerciales que
sostenían los desplazamientos y un tipo de ‘cultura de veraneo’; en la
ciudad, comienzan a venderse las prendas para tierra caliente, ropa de
texturas y colores apropiados, y sus accesorios (sombreros, trajes de baño,
etc), así como otros productos: repelentes de insectos y cremas contra el
sol y las picaduras de insectos. Por último, las vacaciones fueron
asociadas a la afirmación de un estatus social, pues muchos lugares se
constituyeron en centro de reunión de los adinerados de la ciudad (Urrego,
1997, p. 82).

Un factor que igualmente, en alguna medida afectó el ritmo de vida tradicional en


Bogotá, fue la llegada del tranvía. En 1882 el gobierno de Cundinamarca celebró
un contrato con el señor W.W. Ranval para establecer ferrocarriles urbanos
otorgándole a su empresa privilegio por veinte años para explotar el negocio. A
finales de 1884 se inauguró la línea entre el puente de San Francisco y el caserío
de Chapinero. La carrilera era de una sola vía, los carros tirados por mulas.

El tranvía que vino a unir a Bogotá con Chapinero, lugar considerado a finales del
siglo diecinueve y comienzos del veinte como lejano y a donde mucha gente
llegaba a veranear, fue motivo de diversión, y en muchas oportunidades de
protestas como consecuencia de los continuos descarrilamientos que obligaron a
los pasajeros a bajarse del incómodo vehículo, con el fin de facilitar el reencaje,
labor en la cual participaban algunos de ellos.

Este primer tranvía prestó el servicio de forma ineficiente. La congestión, el


incumplimiento en los horarios, el sobrecupo y el desaseo que fueron el pan de
cada día de los bogotanos, más el incidente ocasionado por el postillón del
vehículo a un niño que intentó subir a uno de los carros del tranvía, condujeron al
público y algunos empresarios (entre ellos los Samper Brush) a decretar el
boicoteo desde el 8 de marzo hasta principios de octubre de 1910, y al municipio a
su adquisición hacia finales de este año.

Al lado del tranvía, se encontraban por las calles de Bogotá a finales del siglo XIX
y comienzos del XX, uno que otro coche elegantes de los particulares con
magníficos caballos, y en un lamentable estado, los de alquiler. Había pocos
jinetes, entre los cuales se contaban varios de los médicos, quienes se servían del
caballo para realizar sus visitas profesionales.

Miguel Ángel Urrego refiriéndose al impacto que tuvo el tranvía en la población


afirma:

Estas rutas transformaron la relación con el, en esa época, caserío de


Chapinero, pues lo colocó al alcance de los bogotanos, al igual que otros
puntos extremos de la ciudad. De la misma manera, las rutas alteraron el
modo como las personas vivían en la ciudad. Es evidente que la periferia, a
la cual sólo podía llegarse a pie o pagando una alta tarifa en coche, cambia
de significado. A partir de la instalación del tranvía, la ciudad misma se
percibe de otra manera; los bogotanos pueden, por ejemplo, desplazarse
masivamente... los horarios pusieron a vivir a las personas en función del
tranvía...El llegar o no llegar a tiempo se convirtió en un regulador del ritmo
de la vida cotidiana (Urrego, 1997, p. 79).

Otros adelantos materiales en Bogotá se empezaron a percibir con el


abastecimiento de agua, la recolección de basuras e instalación del teléfono.
Aunque el aprovisionamiento de agua en la ciudad seguía dependiendo en su
mayoría del sistema imperante desde la Colonia, consistente en acequias por
donde se transportaba, (en 1887 el servicio domiciliario cubría 0.37% de los
habitantes; en 1897 apenas había aumentado al 3%) en la segunda mitad de los
ochenta del siglo XIX, se pusieron en marcha importantes medidas
gubernamentales, tendientes a dotar a la ciudad de un servicio moderno de
suministro de agua. Así, en 1886 mediante el Acuerdo 23 el Concejo Municipal
concedió un privilegio a la Compañía de Acueducto de Bogotá, constituida por
Ramón Jimeno y Antonio Martínez para que prestaran el servicio a la Capital y a
Chapinero durante sesenta años. En el contrato se estableció una cláusula
consistente en que al cabo de diez años de haberse instalado 5.000 plumas de
agua o terminada las obras, podría negociarse la municipalización del servicio.

En cuanto al manejo de las basuras, en Bogotá no se logró avanzar mucho. En el


transcurso de las dos últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX, a
pesar de los intentos por mejorar el tratamiento de estas, los resultados fueron
muy pobres “La recolección y manejo de desechos en la ciudad, dadas las
limitaciones económicas de la empresa y la costumbre de los bogotanos de arrojar
desechos en cualquier calle y principalmente en las riberas de los ríos, no logró
constituirse en un servicio público como tal”, (Urrego, 1997, pp. 95-96) a pesar de
la nacionalización del servicio en 1888 y del castigo con cárcel a las personas que
botaran basuras. La fragilidad del servicio y las costumbres de los habitantes de la
capital facilitaron las epidemias, el alto porcentaje de enfermedades
gastrointestinales y la pérdida y canalización de los principales ríos de la ciudad.

En relación con el servicio telefónico, se inauguró en Bogotá el 21 de septiembre


de 1881, con una línea que comunicó al Palacio Nacional con la oficina de
correos. Luego en 1884 el Concejo Municipal le otorgó un privilegio por diez años
a José Raimundo Martínez, para que prestara el servicio en la ciudad, limitándose
en un primer momento a comunicar a las dependencias del Estado y la
municipalidad. Al final de éste año se instaló la primera línea particular que puso
en contacto la oficina de los señores González Benito con otra en Chapinero; en
1885 ya Bogotá contaba con 47 aparatos. En 1887, la empresa fue adquirida por
Carlos Tanco, Nepomuceno Álvarez y Camilo Carrizosa. En 1892 se puso en
servicio el primer directorio telefónico.
Al empezar el siglo XX la empresa, que había sido parcialmente arrasada por un
incendió, la compró George O. Odell, quien obtuvo un privilegio por cincuenta
años para la empresa conocida como The Bogotá Telephone Company. A partir
de 1906 cuando se restableció el servicio, éste aumentó rápidamente.

El 2 de julio de 1888 la empresa inauguró el servicio de acueducto por tubería de


hierro, con la entrega de dos cañerías que cruzaban de oriente a occidente las
calles 9 y 11 de la ciudad. Este sistema permitió a los bogotanos consumir agua
de mejor calidad, ya que la tubería aislaba el líquido puro de otros contaminantes
o de basuras y desechos. En 1897 se habían instalad 2.763 plumas de agua en la
ciudad y 30 en Chapinero; en 1910 casi 4.000.

Santana, et. al. (1988, p. 41) afirman que:

La compañía privada a pesar de sus nuevos métodos, no fue una solución


global al problema del agua. Se mantuvo el esquema de los acueductos de
barrio que databan de la Colonia, pequeños sistemas aislados que no se
integraban en una gran red madre. Poco a poco la compañía de Jimeno se
convirtió en tema de intensa controversia, y a la vez ejemplo elocuente de
los problemas derivados del sistema de concesión privada de servicios
públicos. En su primera época la administración municipal no tuvo la
voluntad ni los recursos jurídicos y administrativos para establecer una
interventoría efectiva. Además los términos del contrato no establecían
garantía, ni condiciones estrictas al concesionario del servicio.

El mal servicio prestado por el señor Jimeno y los continuos reclamos de la


ciudadanía trajeron como consecuencia la municipalización del acueducto en
1914, después de un largo proceso de negociación con los dueños de la empresa.
Un fiel retrato de la situación lo hace un periódico en 1913:

La ley 80 de 1912 expedida por el actual Senado facultó al gobierno para comprar
las aguas potables y los predios que sirven para abastecer a Bogotá...También se
ha impuesto como necesidad la atroz organización del monopolio que, como es de
notoriedad pública, no se recuerda un mal servicio tan pésimo como el actual. El
agua impotable, impura, infecta y nociva tiene el aspecto turbio y el sabor
nauseabundo que lo diga cualquiera de los habitantes de Bogotá. Ya no existe
depósito de decantación, hoy convertido en inmundo germen con que se satura el
agua que distribuye la empresa.

El crédito, ha sido considerado por diversos economistas como un factor


importantísimo en el proceso del cambio. Joseph Schumpeter le atribuyó un papel
decisivo en el desenvolvimiento económico:

En todo libro de texto encontramos recalcada la importancia del crédito. Ni


aun la ortodoxia más conservadora de los teóricos puede negar que no se
hubiera erigido la estructura de la industria moderna sin él, que hace
independiente al individuo de las posesiones heredadas, y que el talento en
la vida económica ‘cabalga sobre el corcel de sus deudas’. Ni debe
ofenderse nadie por la conexión establecida entre el crédito y la realización
de innovaciones (Schumpeter, 1977, p. 80).

Frank Safford pone de presente cómo la escasez de capitales y la ausencia de un


sistema financiero, frenaron el crecimiento económico en Bogotá durante los
primeros sesenta años del siglo XIX:

Las exiguas fuentes de capital de las clases altas hacían realmente difícil el
establecimiento de grandes empresas de cualquier tipo. Esto era
particularmente cierto por la falta de instituciones bancarias que hubieran
podido ayudar a aumentar los limitados capitales de la época. (Safford,
1977, p. 32).

Antonio Álvarez Restrepo, un estudioso de la realidad colombiana resaltó las


bondades del crédito con motivo de la publicación de un libro sobre la historia del
Banco de Bogotá:
Uno de los distintivos más acentuados del subdesarrollo es el de carecer de
medios expeditos para realizar las operaciones del comercio, para agilizar
el intercambio de bienes, para facilitar las transacciones de todo género que
se realizan en los mercados... La apertura de cuentas corrientes, los
préstamos a interés de sumas importantes, la aceptación de depósitos a la
orden, la compra y venta de documentos de deuda pública, el descuento de
pagarés, de letras de cambio o de hipotecas, todo esto puesto en marcha
en un medio limitado que carecía de tales herramientas para su progreso
debió constituir una revolución auténtica, un paso audaz, algo que
cambiaba la faz de la ciudad...La apertura de un banco, con amplio
programa, fue un paso inmenso en el avance de todo el país, porque a
imagen y semejanza suya se crearon en otras partes Institutos de la misma
especie que habrían de tener influencia decisiva en la vida de Colombia
(Eslava, 1984, pp. 15-16).

El Banco de Bogotá se fundó en noviembre de 1870 por iniciativa del Presidente


de la República Eustorgio Salgar y de su Secretario de Hacienda Salvador
Camacho Roldán, quienes dirigieron una nota a Ricardo Santamaría
comunicándole el deseo que tenía el Poder Ejecutivo de ver establecido en Bogotá
un banco privado. El 2 de enero de 1871 abrió sus puertas y dio comienzos a sus
operaciones. Sus accionistas más destacados fueron los Koppel, Valenzuela,
Child, Holguín y los Restrepo. También fueron accionistas los Samper. Una
segunda institución bancaria establecida en Bogotá fue el Banco de Colombia
creado el 14 de diciembre de 1874. Entre los accionistas principales del Banco
figuraron las familias Samper, Michelsen, De La Torre, Camacho Roldán y
Tamayo.

El objeto de estos bancos consistió


(…) en emitir billetes pagaderos al portador, conceder créditos a interés,
efectuar giros y descuentos mediante el manejo de letras de cambio y
títulos de crédito, así como recibir y hacer adelantos sobre cuentas
corrientes, recibir otros depósitos a término y tener agencias, sucursales o
casas comisionistas en cualquier parte del país (Romero, 1994, p. 276).

Otras instituciones bancarias que contribuyeron al desarrollo material del país y


como parte de él al de Bogotá, fueron el Banco Nacional creado por el Presidente
Rafael Núñez y el Banco Central que se fundó por iniciativa del Gobierno del
General Rafael Reyes. El Banco Nacional se creó a través de la Ley 39 de julio de
1880, como banco de emisión y para atender los gastos del gobierno. El Banco
Central se constituyó en 1905 como una sociedad anónima de capital mixto, con el
poder del monopolio de emisión por 30 años, ser agente del gobierno para el
cambio de billetes y amortización de papel moneda y administrador de las rentas
nacionales. Jugó un papel destacado en el financiamiento de la construcción de
ferrocarriles.

Como una señal de progreso ha sido considerada donde quiera se ha establecido,


el servicio de alumbrado eléctrico y su uso, tanto en el hogar como a nivel
empresarial. En Bogotá, la Sociedad Colombiana de Ingenieros en 1887, a través
de una serie de artículos, empezó a reportar las ventajas y dificultades de la
electricidad, pero sobre todo a dar cuenta de los adelantos que traería para el
transporte, la industria y el comercio.

Respecto de los efectos que estos escritos tuvieron sobre la opinión pública,
Rodríguez, Acosta, Ramírez y Villamizar (1993, p. 76) anotan:

No puede afirmarse qué incidencia tuvieron estos artículos entre sus


lectores, como tampoco se sabe si quienes trabajaban a favor de la ciudad
en esa época se ocuparon de ellos; lo que sí es cierto es que hasta ese
momento la electricidad era para los bogotanos una remota manifestación
del desarrollo de algunos países europeos, de algunas ciudades de
América y, en el mejor de los casos, un referente obligado al comentar los
recientes viajes que habían realizado algunos afortunados a París, Nueva
York o Londres. La mayoría, sin embargo, tuvo que esperar a que el 1º de
enero de 1890, a las 7 de la noche, se encendieran algunas luces eléctricas
en el centro de la ciudad.

Efectivamente, por iniciativa de los empresarios Pedro Nel y Tulio Ospina, Camilo
y Gonzalo Carrizosa y Rafael Espinosa Guzmán, quienes en 1889 habían firmado
un contrato con el gobierno nacional y con recursos de la banca y el capital de la
familia Carrizosa, se constituyó en Bogotá, en 1891 The Bogotá Electric Light Co
en un edificio de la carrera 13, al lado del puente Núñez, el servicio de alumbrado
eléctrico. Pedro María Ibáñez describe este magno acontecimiento en los
siguientes términos:

(...) se montaron cuatro máquinas dinamoeléctricas, del sistema Thomson-


Houston, cada una de ellas productora de electricidad suficiente para
alimentar hasta 27 focos de arco de 2.000 bujías de intensidad cada uno.
Bogotá estaba hasta entonces deficientemente alumbrada con lámparas de
petróleo colocadas en sus vías principales, y por algunos picos de gas, que
a ellos llegaba por tubos de madera, hoy reemplazados en gran parte por
caños de hierro. Al presente el alumbrado público es suficiente y hace
olvidar a los viejos santafereños que en las noches oscuras y tenebrosas de
los meses lluviosos tenían que proveerse de un farol y de una vela de cebo
para transitar por las desiertas y mal pavimentadas calles de la capital de la
Gran Colombia (Ibáñez, 1999, pp. 613-614).

Una revista de la época anotó:

Una de las mejores maravillas del progreso moderno es el alumbrado por


medio de la electricidad; hay en él algo que parece incomprensible y atrae
forzosamente la admiración de cuantos se proponen conocer, siquiera en
compendio, su producción y desarrollo. Es muy distinto juzgar la luz por el
relampagueo desagradable de los focos en noche de mal servicio, a meditar
en el esfuerzo necesario para producirla, aun cuando sea con resultados
todavía defectuosos (Colombia Ilustrada, 891. p. 359).

Empero, el entusiasmo duró poco. Si bien se avanzó al introducir la electricidad


como fuente de energía para el alumbrado utilizando el calor, sin embargo la
dependencia de las turbinas del carbón que resultó escaso y de mala calidad, lo
cual llevó a la empresa a reemplazarlo parcialmente por leña, la que a su vez
debido al aumento de la demanda subió de precio y cuyo abastecimiento también
resultó insuficiente, agregando a lo anterior que el uso de ésta no solucionó los
problemas de baja presión de las turbinas encargadas de mover los dínamos, trajo
como resultado la prestación del servicio con permanentes oscilaciones y de
manera intermitente. Así pues:

The Bogotá Electric Light Co. se enfrentó con un público que exigió mucho
de la empresa, con altos costos de las soluciones previstas para responder
al problema de la presión y con la poca rentabilidad del negocio. Estos
factores, además de hacer tambalear la existencia de la Compañía, hicieron
prever un primer gran apagón de la ciudad (Rodríguez, Acosta, Ramírez y
Villamizar, 1993, p. 108).

Es en este contexto en que los hermanos Samper Brush, con Santiago a la


cabeza empiezan a pensar en instalar un nuevo sistema de alumbrado eléctrico,
sustentado en la fuerza hidráulica del río Bogotá la que sería transportada hasta la
ciudad, idea que finalmente se cristalizó con el Acuerdo 21 de 1895 mediante el
cual el Concejo Municipal les aprobó un contrato para la provisión de energía
eléctrica por cincuenta años a locales de los consumidores o sitios de consumo,
donde sería aplicada por los empresarios o por los consumidores, a aparatos de
acumulación, a motores fijos o de tracción, al caldeo o aparatos de calefacción y a
las industrias electro-químicas.

Después de sortear muchas dificultades tanto de índole económica como políticas,


militares y físicas debidas a la precariedad de las vías férreas y del transporte que
ocasionaron retrasos para la traída y montaje de la maquinaria y la instalación del
equipo, gracias al empeño de estos empresarios el 7 de agosto de 1900 a las 6
p.m. se inició en Bogotá el servicio de alumbrado domiciliario y transmisión de
fuerza para motores. Esa tarde, los habitantes de la ciudad encendieron los 6.000
bombillos para uso doméstico que contrataron con la firma Samper Brush.

La prestación del servicio por esta empresa según Rodríguez y otros:

(…) se constituyó en un importante factor para el desarrollo de la ciudad,


primero, porque ella misma era muestra del progreso alcanzado, y segundo,
porque ella, al ofrecer servicios que favorecieron a otras industrias,
dinamizó el sector industrial e hizo a la ciudad más atractiva, no sólo porque
sus habitantes progresaban, sino porque se convirtió en punto de llegada
de migrantes que además de elevar los índices de población, hicieron
aparecer nuevos sectores sociales vinculados a la industria, bien como
obreros que vendieron su fuerza de trabajo, bien como socios que
invirtieron sus capitales en el crecimiento y la expansión de esas industrias
(Rodríguez, Acosta, Ramírez y Villamizar, 1993, p. 127).

No se puede negar que el surgimiento de la energía eléctrica en Bogotá, se


convirtió en un factor que contribuyó a impulsar a otro de los elementos
indicadores de la modernización, como es el grado de industrialización. Si bien
esta se inició de manera incipiente y con altibajos aun cuando exitosamente en la
Capital sin su apoyo a partir de 1877 con la constitución de la fábrica de
Chocolates Chaves, más tarde La Equitatitiva y la Cervecería Alemana Bavaria en
1889, al igual que las empresas de pastas El Gallo y El Papagayo en 1892 y la
empresa Vidriera Alemana Fenicia en 1897 y de otras compañías menores, a
partir de 1900 con la creación de la Sociedad de Energía Eléctrica Samper Brush
& Cía., muchas de estas empresas y otras que se fundaron utilizaron de forma
cada vez mayor esta fuerza de energía en sus actividades productivas.

En Bogotá, en la década de los ochenta se adelantaron algunas iniciativas


empresariales: Indalecio Uribe, por ejemplo, inventor e industrial antioqueño,
montó un taller con telares de su propio diseño en el Hospicio de Bogotá e instaló
en este año una pequeña fábrica de tejidos ubicada en el barrio Las Aguas.

En 1888 con apoyo oficial se organizó la Sociedad Industrial de Bogotá en el


barrio Las aguas al lado de una fundición de estearina y velas con el fin de revivir
la idea de fabricar ácido sulfúrico, tropezando con los mismos problemas técnicos
y financieros que tuvo que afrontar la extinguida hacía diez años.

En ese periodo surgió la empresa más importante de Bogotá: la sociedad


Cervecería Alemana Bavaria, fundada en 1889 y dirigida por Leo Kopp, fecha que
señala el verdadero origen de la industria cervecera colombiana. En 1891 entra en
funcionamiento la fábrica con un equipo alemán que para la época fue
considerado de lo más moderno y adelantado que existió:

(...) la fábrica constituía la primera cervecería en escala apreciable con


equipo y técnica modernos que se instalaba en el país. Al iniciar sus
operaciones, ocupaba 80 obreros y producía 6.000 litros diarios, pero al año
siguiente hubo de ensanchar su instalación. Con el fin de asegurar el
abastecimiento de las 10.000 o 14.000 cargas de cebada que requería
anualmente, desde el primer momento implantó medidas de apoyo a los
cultivadores, ofreciendo precios fijos, suministrándoles semillas mejoradas y
garantizando la compra oportuna de sus cosechas (Consorcio de
Cervecería Bavaria, 1996, p. 3).
Así pues, con ejemplos como el de Bavaria, Chocolate Chaves y La Equitativa en
la última década del siglo XIX, comienza el proceso de industrialización en el país
y en Bogotá, de forma lenta pero irreversible. Este proceso se adelantó con base
en el establecimiento de talleres mecanizados que utilizaron trabajadores
asalariados e ingenieros y técnicos traídos del exterior o nacionales que se
prepararon en la Escuela Nacional de Minas de Medellín, o se formaron en la
experiencia productiva. Las empresas tuvieron acceso, al principio, a la energía
hidráulica y luego al vapor y finalmente a la eléctrica ya fuera con plantas propias
o administradas por los municipios.

Salomón Kalmanovitz anota que este proceso de asentamiento industrial fue largo,
penoso y sujeto a muchos riesgos que solamente después de 1910 se empiezan a
superar:

Al principio, las nuevas fábricas realizaron su producción en los mercados


regionales, pero irían teniendo cobertura nacional a medida que se
construían las vías para empalmar las más importantes ciudades, sobre
todo entre 1921 y 1929. Mercados pequeños, se transformaron en grandes
y dinámicos, justificando la operación en gran escala de las plantas
manufactureras y ampliando el rango de los procesos y actividades
industriales (Kalmanovitz, 1994, p. 235).

Poveda Ramos se refiere al entusiasmo reinante nuevamente en Bogotá a


principios de los noventa a través de un estudioso de este periodo:

En sus notas a la Geografía de Colombia de Eliseo Reclus, Vergara y


Velasco asegura que anualmente se estaba importando hacia 1893, unas
2.500 toneladas de máquinas y de herramientas, así como las siguientes
cantidades de metales industriales: 58 toneladas de cobre; 31 toneladas de
acero; 194 toneladas de plomo y 658 toneladas de hierro en bruto. De ser
ciertas, estas cifras indicarían una actividad manufacturera ya nada
despreciables, incluyendo la del sector metalmecánico (Poveda, 1970, p.
28).

Aportes de la Familia Samper al proceso de modernización en Bogotá

Es indudable que al tratar el tema del proceso de modernización en Colombia y en


Bogotá, hay unos apellidos que no se pueden soslayar. Uno de ellos es el de los
Samper, que tanto influjo tuvo en este. A continuación se hará alusión al papel que
jugaron sus miembros.

Los hermanos Miguel y Silvestre Samper Agudelo

El primer nombre de la familia Samper que nos viene a la mente es el de Miguel


Samper Agudelo, quien no sólo transformó el pensamiento de mucho nacionales
con sus ideas sobre el progreso, sino que también con su quehacer, con su praxis,
coadyuvó a impulsar el desarrollo material del país. En el campo intelectual, sus
primeras batallas las dio contra las ataduras coloniales, oponiéndose al monopolio
del tabaco y abogando por la abolición de los estancos. Como liberal que fue, se
opuso a un excesivo intervencionismo estatal, al proteccionismo, convirtiendo el
librecambio en uno de los ejes centrales de su pensamiento económico. Gerardo
Molina lo definió como un individualista de la mejor clase, un partidario de la no
intervención o de la prescindencia del Estado, uno de los forjadores del
capitalismo colombiano.

Admirador de Inglaterra, país al cual visitó tres veces y de otros países europeos
como Francia y de algunos de sus pensadores económicos, en el último viaje que
realizó al viejo continente en 1873, llevó consigo a cuatro de sus hijos, no
solamente para que prosiguieran sus estudios y para alejarlos del ambiente de
fanatismo político que se respiraba en Colombia en esa época, sino para que se
familiarizaran con el progresos de esos países y con el fin de que palparan los
cambios que la revolución industrial que en ese momento se iniciaba como
producto de la máquina de vapor y posteriormente de la electricidad, traía consigo.
Santiago y Manuel se quedaron en Inglaterra; Antonio en Alemania y José María
en Francia.

Jaime Samper aludiendo a las características de Miguel Samper afirmó:

Fue el forjador y el principal educador de sus hijos. Preocupado siempre por


el porvenir y el progreso de su país en lo político, en su desarrollo industrial,
en la educación del pueblo y en el mejoramiento del nivel de vida de las
clases desvalidas, inculcó en sus hijos el sentido del deber para su patria, la
honradez, el espíritu de trabajo y de empresa y el sentido de
responsabilidad para con sus semejantes menos favorecidos por la fortuna.
Fue don Miguel Samper quien sembró la semilla que fructificó en ese siglo a
través de sus hijos y para bien de Colombia (Samper, J., 1994, p. 162).

En uno de sus escritos sobre la capital de la República relativo a su estado y


porvenir, Samper Agudelo anotó:

Bogotá debe aspirar a destinos más honrosos y fecundos que el de


aprovecharse de gran parte del presupuesto nacional de gastos. El relativo
aislamiento en que la orografía coloca a las altas mesas de Cundinamarca y
Boyacá; los ricos depósitos de sal gema, hierro, carbón, piedra de cal,
azufre y otras materias de gran fecundidad para la industria, y la
aglomeración de capitales y brazos en la ciudad, la invitan a ser un
poderoso centro de fabricación... Si la política llegare a dejar paso libre a la
industria Bogotá podrá transformarse de parásita en industrial (Citado por
Samper, J., 1994, p. 163).
Preocupado por la situación de la Capital, procuró participar en distintos proyectos
conducentes a su mejoramiento material. Entre las realizaciones en el campo
económico que se llevaron a cabo en Bogotá y de las cuales hizo parte, se
podrían mencionar, la actividad que como empresario desarrolló en su casa de
comercio de importación y exportación, la fundación de los bancos de Bogotá y
Colombia; la creación junto con otros comerciantes como Salomón Koppel, y
Jorge Holguín, de la Cámara de Comercio de Bogotá en 1878, de la que fue
miembro de la primera junta directiva, y segundo director que reemplazaba
eventualmente al gerente Salomón Koppel; participación en el intento de
instalación formal de la Cámara de Comercio de Bogotá en 1898; precursor de la
Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, que sus hijos van a inaugurar en 1900 y
de la cual dijo que sin el uso de este servicio no había revolución industrial, ni país
moderno, ni urbanización; que ella era el antídoto contra el atraso y motor del
desarrollo.

El segundo nombre importante por ser uno de los pioneros en el campo de la


actividad empresarial, es el de Silvestre Samper Agudelo, quien al igual que su
hermano Miguel se dedicó al comercio. Aun cuando no fue exitoso en la actividad
manufacturera como sí lo fue en la comercial, se le abona su espíritu
emprendedor, su afán de sacar el país del atraso. Junto con otro hermano,
Antonio, Guillermo Uribe y Libordio Zerda, creó la fábrica de licores y perfumes De
los Tres Puentes, cuyo propósito según sus fundadores era el de:

(...) sustituir la importación de la mayor parte de licores, perfumes, aguas


aromática espirituosas y otras producciones de esta naturaleza que nos
vienen del extranjero confeccionadas con elementos de la América Tropical,
de donde se llevan a Europa y a Estados Unidos del Norte en la forma de
materias primas... empezando a producir en Bogotá... alcohol desinfectado
de diferentes grados, aguardiente anisado común y fino, aguardiente de
España, ginebra, Kirsch, mistelas o ratafías de diferentes sabores, ron viejo
de Jamaica, brandy pálido, vinos de diversas frutas, cremas finas y otros
licores opuse-café, perfumes finos y baratos, agua florida, agua de mil
flores, vinagre aromático y blanco, tintura de árnica, barnices, alcohol
aromático, gotas amargas (Fundación Misión Colombia, 1988, p. 29).

Esta empresa al poco tiempo fracasó como consecuencia de la competencia de


las 406 destilerías familiares de aguardiente existentes en Cundinamarca y de la
presión tributaria del Estado que por esa época se alistaba a establecer el estanco
oficial del aguardiente.

A pesar de este traspié, en el año de 1874 trató de poner nuevamente en marcha


una fábrica de vidrio, cuyo propósito fue el de producir objetos de ese material a
precios más bajos que los traídos del exterior. Para esto solicitó en compañía de
sus antiguos socios, al Congreso, una serie de exenciones tributarias, obteniendo
una respuesta negativa debido a la presión ejercida por el gremio de los boticarios
quienes adujeron que la libre importación de materias primas encubrirían el
contrabando de productos químicos que se empleaban en la preparación de gran
variedad de medicamentos. En 1895, dando muestra de su perseverancia y
tenacidad y aun cuando las condiciones del país en este años no eran muy
propicias desde el punto de vista económico debido a los problemas políticos,
estableció la empresa productora de vidrio, de un tamaño considerable y con muy
buena técnica; sin embargo, los problemas económicos la llevaron a su cierre en
1898.

Los Samper Brush

Los otros miembros de la familia Samper dignos de mencionar por su legado al


desarrollo del país y de Bogotá durante el periodo de este escrito, son Santiago,
Manuel, Antonio y Joaquín, hijos de Miguel Samper Agudelo quienes fundaron las
sociedades Samper Brush & Cía en 1896 y Cementos Samper en 1909 con el fin
de dotar a Bogotá de energía eléctrica y cemento.

Conscientes de las necesidades energéticas de la ciudad en materia de


alumbrado hacia finales del siglo XIX, Santiago y Antonio quienes tuvieron la
oportunidad de observar el sistema de generación de energía eléctrica en Londres
basado en la caída de agua, consideraron la posibilidad de traerlo al país. Jaime
Samper relata esta experiencia:

En 1891 don Santiago y don Antonio, quienes se encontraban en Inglaterra,


visitaron una exposición en Londres, en la cual se transmitió por primera
vez energía eléctrica, desde una planta cercana, en esa ciudad. La industria
de generación y distribución de energía eléctrica estaba en ese entonces en
su infancia. La primera central de generación de electricidad había sido
instalada en Nueva York pocos años antes bajo la dirección de Thomas
Alva Edison (Samper, J., 1994, p. 164).

Ya estando en Bogotá le propusieron a su padre y a sus hermanos la idea de


aprovechar las aguas del río Bogotá para instalar una planta hidroeléctrica, cerca
de la Capital, contando con el respaldo del primero quien les manifestó que tenía
plena confianza en la inteligencia, en la capacidad y en la consagración al trabajo
de todos sus hijos y que estaba seguro que la empresa que emprendían, tan
novedosa y arriesgada tendría éxito. Que podrían retirar de la casa de comercio
Miguel Samper e Hijos, que habían organizado desde 1887, parte o el total de sus
aportes para la inversión en el proyecto, reservándose su parte para el caso en
que la empresa fracasara.

Así, el 13 de agosto de 1896, los seis hermanos Samper Brush, Santiago, Manuel,
Antonio, José María, Joaquín y Tomás, constituyeron la sociedad regular colectiva
Samper Brush y Cía. Como objeto social se fijó establecer en El Charquito una o
más instalaciones de energía eléctrica; ofrecer el servicio de energía eléctrica y
sus aplicaciones a la industria y a los usos domésticos y el comercio de objetos a
que da lugar la aplicación de la energía eléctrica, etc.

¿Qué se puede resaltar de esta aventura? En primer lugar, el riesgo en que


incurrieron, en un país con tantos problemas económicos e inestable
políticamente. En segundo lugar, su visión para los negocios y el sentido de la
oportunidad en una ciudad en donde todo estaba por hacerse y en continuo
crecimiento. En tercer lugar, la tenacidad para sobreponerse a las distintas
dificultades y complejidad que tuvieron que afrontar durante el periodo de
instalación y desarrollo de la empresa. Juan Camilo Rodríguez et. al. las ilustran al
respecto:
El viaje de la maquinaria y los técnicos desde Europa hasta Bogotá
demoraba alrededor de cinco meses ocupando un trasatlántico, un vapor,
un tren y finalmente unas mulas o unas yuntas de bueyes. A pesar de la
ampliación de la red ferroviaria, que contribuía en el proceso de
industrialización y en la ampliación de los mercados, es claro que esta aún
presentaba grandes demoras en el transporte de la maquinaria y es eso, en
parte, lo que hizo que sólo en agosto de 1900 comenzara a funcionar la
planta hidroeléctrica. A las dificultades de las vías férreas y del transporte
en general se debieron sumar los inconvenientes propios de la Guerra de
los Mil Días. En cualquier caso, la importación de maquinaria movida sobre
una red férrea, en crecimiento a pesar de la guerra, como lo hicieron los
Samper, puso de manifiesto el temperamento de unos empresarios que ya
no sólo aspiraban a suministrar bienes de consumo a través del comercio,
sino bienes de producción demandados por el proceso de industrialización,
uno de los más importantes la energía, indispensable además en la
modernización tardía de la ciudad que exigió una mejor calidad de vida para
sus habitantes y en la que la iluminación y luego los usos domésticos de la
electricidad jugaron un importante papel... En la instalación de equipos se
trabajó diariamente, incluso los domingos -gracias a un permiso del
Arzobispo- y feriados, a fin de culminar las obras lo antes posible, lo que
requería de la construcción de barracas para obreros, edificios para
máquinas y administración, talleres mecánicos de ornamentación y
eléctricos, murallas que dividieran el cauce del río Bogotá y espacios
adecuados para la instalación de turbinas, así como un trazado apropiado
para la red subterránea del cableado desde ‘El Charquito’ hasta Bogotá.
(Rodríguez, Acosta, Ramírez y Villamizar, 1993, p. 117).

En cuarto lugar, habría que destacar el conocimiento del negocio y el sentido


moderno de la organización en su parte técnica, como lo refleja esta cita y en su
parte administrativa y contable: proyecto de simplificación y reglamentación de la
contabilidad, contratación de revisor fiscal, seguros, etc.

La otra empresa importante para el desarrollo del país y de Bogotá, fue Cementos
Samper, fundada por los Samper Brush en 1909. Al comenzar el siglo XX el
cemento, necesario para el desarrollo de los países, era poco utilizado y conocido
en Colombia. Los comerciantes que lo trajeron del exterior lo hacían en cantidades
pequeñas casi siempre de Dinamarca o de otras partes de Europa. Carlos Sanz
de Santamaría atribuye a lo difícil que era importarlo la razón principal de su
consumo limitado:

Era transportado en barriles de madera revestidos por dentro con


materiales que impedían el deterioro por la humedad. Los toneles tenían -
como los dedicados al almacenamiento de los vinos- cinchas de alambre y
bandas de acero, para evitar cualquier daño ocasionado por el transporte.
Eran prácticamente herméticos y la labor de su fabricación bastante costosa
(Sanz de Santamaría, 1993, p. 45).

A raíz de la experiencia que tuvieron los hermanos Samper Brush, consistente en


que para construir la primera planta hidroeléctrica, se vieron obligados a importar
la totalidad del cemento requerido en la obra y ante la perspectiva de futuras
ampliaciones, junto con el deseo de impulsar la industria nacional, tomaron la
decisión de montar la primera fábrica de cementos, la cual inició producción en
julio de 1910:

Como el costo del cemento era especialmente alto al traerlo de Europa, los
hijos de don Miguel Samper Agudelo, con su probado espíritu progresista,
iniciaron gestiones para fundar una fábrica de cemento en las vecindades
de la capital. Consideraron oportuno y conveniente para las necesidades de
la nación montar dicha fábrica, en la que tenían especial interés todos
aquellos que veían en el cemento un material necesarísimo para el
desarrollo futuro del territorio colombiano. (Sanz de Santamaría, 1993, p.
46).

Varias fueron las dificultades que tuvieron que sortear los hermanos Samper
Brush para el establecimiento de la empresa. La primera se relacionó con la
compra de los terrenos en el municipio de La Calera, que contenía una mina de
caliza, la cual después de arduas negociaciones con sus dueños lograron adquirir
por la cuantiosa suma de diez mil libras esterlinas en 1909. La segunda dificultad
radicó en la falta de vías y medios de transporte adecuados para el traslado de la
piedra caliza de las minas hasta las instalaciones de la fábrica que funcionaba en
la Carrera 17 con la Calle 15, cerca de la Estación de la Sabana, donde trabajaba
una pequeña planta con un horno vertical, que producía en promedio cuatro
toneladas de Clinker en cada operación, la cual se había comenzado a construir
desde 1905, culminándose en 1908. La materia prima se traía a Bogotá a lomo de
mula, a través de un sendero muy estrecho que conducía hasta el camino de
Gachetá y por este a la Carretera Central del Norte.

Una descripción más detallada de la forma cómo se transportaba el material para


la producción de cemento y del proceso mismo la realiza Alfredo Camelo, la cual
nos permite apreciar en sus verdaderas dimensiones lo titánico que era montar
empresa en Bogotá:
Con picos, azadones y palas, los jornaleros laboraban a cielo abierto el filón
de la piedra caliza, en las estribaciones de La Siberia. Con sus lazadas y
zurriagos, los arrieros llevaban las cargas de piedra caliza a lomo de mula y
burro hasta Usaquén. Con sus carros de yunta, tirados por bueyes o
caballos, los fleteros transportaban la piedra caliza hasta la planta de
Bogotá. Con su alquimia de colmena, los obreros transmutaban en los
molinos y los hornos noventa y una partes de caliza, tres partes de yeso,
cinco partes de arcilla y una parte de mineral de hierro, y entonces
aparecían cien partes de ese polvillo gris destinado a levantar murallas de
ladrillo y a cambiar la tonalidad de la vida cotidiana (Camelo, 1994, pp. 75-
76).

Sobre el impacto que produjo en la construcción en Colombia la producción de


cemento, Alfredo Camelo afirma:

(...) con la fabricación de la primera tonelada de cemento gris tipo Portland,


la Compañía de Cemento Samper contribuyó decisivamente a poner en
marcha la más profunda y prolongada revolución arquitectónica y urbana
que desde entonces experimentó el país. Ya nada sería como antes. Hasta
las viejas casonas que continuaban en pie, desafiando estoicas la Vorágine
de los siglos, comenzaron a exhibir un aire mustio en sus fachadas, sus
tejares y sus portalones, cual si remembraran la desolación de los seres y
las cosas de los cantos agónicos de José Asunción Silva. ‘Si aprisionaros
pudiera el verso,/Fantasmas grises cuando pasáis,/ Móviles formas del
Universo,/Sueños confusos, seres que os vais (Camelo, 1994, p. 75).

Como parte de un proceso de integración vertical y horizontal en marcha, los


Samper Brush & Co. realizaron el 4 de diciembre de 1916, la reorganización de la
fábrica de cementos conformando una nueva sociedad comercial anónima con la
denominación Compañía de Cemento Samper que además de ocuparse de su
objeto social consistente en la elaboración y venta de cemento portland, cemento
blanco y cales, buscó reforzar su fábrica de baldosines para pisos o pavimento,
tubos para desagües de cañerías, alcantarillados y acueductos, bloques y demás
productos de cemento y fortalecer la actividad constructora incipiente VER P. 49
CARRASCO con la creación de dos departamentos: El Departamento de
Manufacturas de Cemento para la producción de sus prefabricados y el
Departamento de Construcciones con el que formalizó su actividad como empresa
de diseño arquitectónico, edificadora y de urbanización. Esta Compañía fue
accionista de la Urbanizadora Samper y Cía. Y de la Compañía Colombiana de
Obras Públicas, especializada en construir alcantarillados, acueductos y
pavimento. (Carrasco, 2006, p. 48).

Con el fin de garantizar el aprovisionamiento de materias primas para la


producción, la Compañía adquirió de la Sociedad Hijos de Miguel Samper 81
hectáreas de la hacienda La Siberia, que incluía otra mina de cal. También,
compró en Bogotá dos terrenos adyacentes a la planta de producción situada en la
calle 16 con el fin de afrontar futuras ampliaciones de la fábrica como de sus
oficinas. Igualmente, con el fin de hacer más expedita la distribución, abrió dos
almacenes o agencias en la carrera 7ª y uno en Chapinero. Carrasco, afirma al
respecto:

La compañía resultante de esta reorganización, con la constante ampliación


de sus instalaciones, la adquisición de otros yacimientos de materias primas
-los de piedra de río para triturar en Usaquén y Bramaderos, de piedra
caliza en la estación La Uribe, una mina calera en Zipaquirá y el arenal de
La Peña- y la conformación de la Compañía Explotadora de Carbón con las
minas de carbón de San Juanito y El Consuelo en Zipaquirá -con las que
reemplazaron las carboneras de Nemocón y Monserrate para producir cisco
y coke para sus hornos-, consolidó la producción de sus materiales para la
construcción (Carrasco, 2006, p. 48).
La nueva actividad edificadora que comenzó la empresa en 1917 fue exitosa hasta
el advenimiento de la crisis económica mundial que la afectó de manera
ostensible. Así, entre 1917 y 1927, la Compañía Cemento Samper llevó a cabo
muchos proyectos y construcciones entre los que se cuentan:

(….) edificios fabriles e industriales, bancarios, de beneficencia y


hospitalarios, religiosos, de vivienda urbana y suburbana, comerciales, de
diversión y de renta; casas de comercio, pasajes, teatros y ornato e
infraestructura urbana para alcantarillado y acueductos, incluidos diseños
de fuentes comunitarias (Carrasco, 2006, p. 56).

Igualmente, realizaron proyectos en las afueras de Bogotá como Chapinero,


Quinta Camacho, Rosales y Granada, que luego dieron origen a barrios con esos
nombres. Pero su actividad no se limitó al ámbito de la Capital, también se
extendió a municipios cercanos como Fontibón, Usaquén, Engativá, Facatativá,
Zipaquirá, y Girardot (Carrasco, 2006, p. 56).

La Gran Depresión, obligó a sus propietarios a constituir en abril de 1929 una


nueva sociedad anónima con el nombre de Fábrica de Cemento Samper que
funcionó en las instalaciones de San Facons hasta 1933 cuando se cerraron sus
hornos verticales. En este último periodo la empresa se concentró únicamente en
la producción industrial del cemento y prefabricados, dejando a un lado la
actividad constructora. En 1934 sus dueños la trasladaron a La Siberia,
fusionándola con el antiguo Departamento de Manufacturas dando lugar a la
empresa Manufacturas Cemento S.A.

Otras de las realizaciones de los hermanos Samper Brush, que incidieron en el


proceso de modernización en la capital de la República, a nivel de la
superestructura, fue el Gimnasio Moderno ideado por la élite de la capital de la
República para formar futuros cuadros que dirigieran al país en los campos
económico, político y cultural. En su constitución desempeñaron un rol
trascendental, sobre todo desde el punto de vista económico y administrativo, la
familia Samper Brush en cabeza de José María, Tomás y a principios de los
cuarenta, de Daniel Samper Ortega.

El Gimnasio Moderno se creó como sociedad anónima por acciones en Bogotá, el


25 de abril de 1914 por Tomás, José María y Manuel Samper en representación
propia y de Antonio, Joaquín y Pedro Samper; Alberto Corradine en
representación propia y de Ferdinand Focke; Agustín Nieto Caballero, en
representación propia y de Ernesto Duperly, Isidro Nieto y Luis Calderón; Luis E.
Nieto Caballero en representación propia y de Alfredo y Luis Caballero; y José
Joaquín Serrano y Frederick Jacobsen. Entre los socios principales en 1915
estaban: José María Samper Brush con 10 acciones, Manuel Samper con 4,
Antonio, Joaquín, Tomás y Pedro Samper con 1 cada uno, Agustín Nieto
Caballero con 5, Laureano García con 2, Joaquín Camacho con 2, Antonio Ángel
con 2, Wenceslao Paredes con 2, Gabriel Camacho con 2, José Serrano con 2 y
Francisco Pineda con 2. Como se observa en la composición accionaria, los
Samper tenían un paquete bastante significativo que muestra el respaldo a dicha
iniciativa.

El apoyo económico al Gimnasio Moderno se manifestó también mediante la


donación que realizó José María Samper Brush de diez fanegadas de terrenos
situados en la actual sede y a donde se trasladó en 1920 y el dinero entregado
junto con su hermano Joaquín y otras personas para la construcción de unas
instalaciones propias, la compra del mueblaje de la capilla, de los dormitorios, de
la sala de juegos, etc.

En cuanto al nombre que le pusieron, Nieto Caballero sostiene que Gimnasio


pensando en la actividad del cuerpo y del espíritu, y Moderno, con el fin de
sentirse obligados a mantenerse en continua renovación. Todo el nombre según él
era un compromiso con la sociedad.
El precursor intelectual del Gimnasio Moderno fue Agustín Nieto Caballero quien a
la edad de 20 años asistió en Europa como estudiante de leyes en París en 1910,
a los vientos de renovación en la educación. En sus palabras:

A los muchachos a quienes hacia 1910 sorprendía la mayor edad en una


universidad europea o norteamericana, les había tocado en suerte presenciar una
intensa e inusitada efervescencia ideológica en el vasto campo de la educación.
Filósofos y sociólogos descendían de sus altas cátedras para analizar los
problemas de la escuela; en revistas y en libros se urgía con insistencia el cambio
de los métodos ya caducos por otros más en consonancia con la salud del niño,
con el libre desarrollo de su personalidad y con el sentido de cooperación social
que había de servir de norma a la sociedad contemporánea; y, lo que era más
significativo, media docena de planteles del nuevo tipo habían levantado sus
tiendas de campaña en Europa, en los Estados Unidos y en la India, y
comenzaban a mostrarle al mundo los resultados audaces de su audaz
experimento (Nieto, 1993, p. 29).

Deslumbrado por ese descubrimiento se preguntó si sería infecunda esta semilla


en las tierras de América, si podría Colombia, de cuyo amor por las cosas del
espíritu se hablaba siempre en el extranjero, tomar la iniciativa de la primera
siembra:

Hacer el experimento era tentador para quien llevaba en la sangre el fuego de los
veinte años, y en el espíritu un terco propósito de acción. Oír a los grandes
maestros; leer sus obras; observar de cerca el funcionamiento de aquellas
escuelas que se anunciaban como una redención; atesorar ideas: tal era el
programa inicial impuesto por el espejismo de esa escuela nueva, que sería un
fermento de renovación escolar dentro del territorio patrio, y que algún día -¿por
qué no?- haría hablar bien de Colombia, y contribuiría al progreso colectivo con
iniciativas generosas y fecundas (Nieto, 1993, p. 29).

Atraído por lo que había percibido, Agustín Nieto inició su periplo por Europa
Central, América del Norte y algunos países de Suramérica para cristalizar ese
sueño de crear en el país una escuela nueva. Visitó la Sorbona, el Teacher’s
College de la Universidad de Columbia, el Instituto de Ciencias de la Educación de
Ginebra, la Escuela de L’Hermitage de Bruselas, la Institución Libre de Enseñanza
de Madrid, centros de inspiración y sus maestros a quienes escuchó, leyó o con
los cuales conversó y que admiró, fueron William James, Dewey y Tohordinke;
Durkheim, Binet, Bergson y Boutroux; Decroly, Ferriere, Bovet y Claparede, Giner,
De los Ríos, Altamira y Cossio, entre otros.

Después de su permanencia en Europa, Agustín Nieto regresó a Colombia


cargado de muchos libros, varias cajas de material didáctico empleado en los
jardines de niños y en las escuelas primarias del nuevo tipo y abundante material
concerniente a la educación secundaria y superior y dispuesto a emprender el
proyecto de constitución de una escuela modelo en donde pudieran
experimentarse los nuevos sistemas en beneficio del país y se orientara al
magisterio. Lo primero que hizo fue hablar con el presidente de la República quien
le sugirió lo desarrollara por su propia cuenta, con el respaldo de amigos y lejos de
las trabas oficiales. Ante esta negativa acudió entonces a otras personas y casi
todas, se mostraron escépticas, salvo dos: José María y Tomás Samper Brush.
Ellos capaces de entender el valor de la educación en la sociedad, apoyaron de
forma irrestricta a Agustín Nieto Caballero.

Éste, al referirse al origen de la idea sostiene que se les ocurrió que así como en
el campo material en el país se empleaban todos los progresos alcanzados en las
naciones más civilizadas, lo mismo podría hacerse en lo relacionado con la
educación:

Nuestro intento era modernizar sin extranjerizar, infundir a la colectividad


una vida nueva, pero que fuera vida nuestra también.
Teníamos intención firme de destruir lo que considerábamos inactual, pero
sabíamos que hay dos maneras de destruir muy distintas: Por violencia,
echando a tierra lo que nos desagrada; o bien por medio de la acción
creadora, levantando cosas mejores frente a aquellas que deseamos hacer
desaparecer. En la violencia no teníamos fe, y por otra parte parecíamos
convencidos de la ley no escrita que afirma que no se destruye
completamente sino lo que se reemplaza (Nieto, 1993, p. 57).

Sin embargo, pese a que luchaban por reformar el sistema de enseñanza, su


interés primordial no era el de democratizarlo, no tenía un sentido de inclusión,
sino el de acomodarlo a sus intereses; lo primordial era darle a los miembros de su
familia una buena educación acorde con los nuevos tiempos, distinta a la
tradicional, que los preparara para asumir la dirección de los negocios y del
Estado y uno de los medios para concretar ese ideal era el Gimnasio. Así lo deja
en claro Nieto Caballero:

No se trata únicamente, en el caso que contemplamos, de la educación


popular. El hijo de quien disfruta de comodidades, necesita en nuestros
días, más que nadie, una alta educación. De la manera como su espíritu se
forme dependerá que los bienes puestos en sus manos sean un
instrumento de progreso y de bienestar social o de explotación despiadada
y ostentosa. Son los poseedores de independencia económica los que
mayor influencia pueden ejercer, quienes tienen las más vastas
posibilidades de ayudar al avance o al retroceso colectivo. Es, pues, de
importancia trascendental el género de educación que se les dé (Nieto,
1993, p. 59).

De que su intención era ocuparse de la educación de la élite se reafirma en el


párrafo siguiente: “La escuela nuestra no ha sido, ciertamente, una escuela de
ricos, pero, como toda institución privada, no es tampoco la de los desheredados
de la fortuna que se ven obligados a buscar la enseñanza gratuita” (Nieto, 1993, p.
59).

No perseguían los fundadores del Gimnasio enriquecerse económicamente. Por


eso, para evitar malos entendidos, en 1920 lo convirtieron en corporación sin
ánimo de lucro como lo expresa Tomás Rueda Vargas, uno de sus cofundadores:

Como acontecimiento principal en la vida del Gimnasio hay que señalar la


transformación de la compañía anónima en corporación. Comprendimos
nosotros que mientras las palabras accionistas, acciones, fueran la señal
de convocatoria a nuestras reuniones, la institución estaba expuesta a ser
invadida por el mercantilismo, y como no estaba allí el sitio de éste, y como
el Código de Comercio nos obligaba a repartir dividendos, y éstos no se
producían, y en caso de haberlos no estábamos dispuestos a repartirlos,
sino a aplicarlos al avance de la obra misma, quemamos las naves que
pudieran habernos llevado a la ribera de un dorado distinto del que
habíamos soñado, que no tiene forma de traducirse en monedas (Rueda,
1945, p. 22).

Otro integrante de la familia Samper al que se le deben importantes aportes al


desarrollo de la medicina en el país es Bernardo Samper Sordo, otro hijo de los
Samper Brush. Sus iniciativas empresariales coadyuvaron a salvar muchas vidas
en una época en que no existían unas políticas públicas, ni una infraestructura
física, científica y humana, capaces de combatir diferentes enfermedades que
para ese entonces, por no contar con los recursos suficientes, eran mortales.

Su gran realización fue el Laboratorio Nacional de Higiene o Samper-Martínez,


que, en compañía de Jorge Martínez Santamaría fundó el 24 de enero de 1917,
como una institución de carácter privado para la producción de vacuna antirrábica
y suero antidiftérico y diagnóstico de enfermedades parasitarias y microbianas. El
capital para establecerlo salió de sus bolsillos, pues no contaron con la ayuda del
gobierno. Su creación fue motivada por circunstancias personales y familiares de
Bernardo Samper Sordo y fruto de las inquietudes científicas de su socio.

Los antecedentes se remontan al año 1895 cuando una de las hermanas de


Bernardo murió de difteria en Bogotá por no habérsele suministrado el suero que
se producía en Europa y los Estados Unidos y que no alcanzó a llegar a tiempo. A
raíz de ese suceso la familia Samper mostró un interés especial por la atención
adecuada de los casos de difteria importando el suero antidiftérico que
conservaban en unas neveras sencillas (cajas de madera con trozos de hielo) y
que suministraban sin costo alguno a quienes lo necesitaban. La ocurrencia de un
nuevo episodio en 1903 -cuando Jorge Martínez adelantaba sus estudios médicos
y ejercía como practicante en el hogar de Antonio Samper Brush-, consistente en
que un gato con rabia mordió a una hermana de Bernardo y a una empleada de la
casa de ella teniendo que trasladarlas a los Estados Unidos en donde las
vacunaron, impresionó tanto a éste que decidió estudiar medicina en la
Universidad Nacional graduándose en 1914. En los años siguientes continuó sus
estudios de postgrado en la Escuela de Salud Pública anexa a la Universidad de
Harvard y al Instituto Tecnológico de Massachusetts en Boston. Estando aquí se
encontró con Jorge Martínez nuevamente, el cual también estudiaba en la misma
Escuela, estrechando su amistad y a quien le propuso establecer el laboratorio.
Así se relata en una monografía del Instituto Nacional de Salud la iniciativa de
creación del laboratorio:

Científicos, pero a la vez soñadores y patriotas, desde entonces resolvieron


consagrar su vida a la fundación de un laboratorio que preparara en
Colombia las vacunas y sueros que necesitaba desesperadamente el país.
Al terminar sus estudios en Boston, los doctores Samper y Martínez
visitaron la Escuela de Medicina Tropical de Londres y el Instituto Real de
Salud Pública de Inglaterra para familiarizarse aún más con las técnicas
modernas sobre producción de productos biológicos. En los primeros días
del año de 1917 regresaron a Colombia y el 24 de enero fundaron el
Laboratorio (Instituto Nacional de Salud, 1982, pp. 3-4).

Al decir de Wasserman:

Los científicos eran personajes excéntricos, altruistas llenos de deseos de


servir a su sociedad y de aumentar sus conocimientos personales. Eran
verdaderos “sabios” que por su afortunada posición social habían contado
con la oportunidad de estudiar en centros de importancia mundial y podían
dedicar sus vidas a una actividad exótica con pocas posibilidades de lucro
(Wasserman, 1982, p. 22).

La creación del laboratorio, la sitúa Wasserman en un contexto en el cual la


ciencia poco se diferenciaba de la tecnología:

Se esperaban y se producían todavía muchas más invenciones que teorías


explicativas. La aplicación era inseparable e inmediata a la investigación;
prácticamente se constituía en indicador único de éxito. Ese carácter
eminentemente tecnológico de la ciencia hacía que ésta se pudiera adquirir
e importar sin mayores problemas, que fue lo que hicieron los fundadores
Samper y Martínez. Por otro lado, la atención a la salud era asistencial e
individual (Wasserman, 1982, p. 22).

Para el funcionamiento del laboratorio se contrató a personal administrativo y a


algunos médicos, entre los que se destacó Antonio María Barriga Villalba quien
con los fundadores contribuyó a que a principios de 1922 ya produjera vacuna
contra la fiebre tifoidea, vacunas antirrábicas y autovacunas e iniciara la
producción de ciertos sueros inmunes. En el departamento de Diagnóstico se
hacían exámenes bacteriológicos y parasitológicos completos, así como los
relacionados con el análisis del agua y la leche. Igualmente, se constituyó un
laboratorio de anatomía patológica y uno dedicado a distintas investigaciones
científicas. En palabras de F. Rusell, Director de la Fundación Rockefeller, “el
Laboratorio Samper-Martínez era un modelo en América Latina”. Otros conceptos
autorizados decían de él “que fuera de Buenos Aires y de Río de Janeiro, en todo
el continente latinoamericano no había un laboratorio ni tan completo ni tan bien
organizado como el de Bogotá” (Instituto Nacional de Salud, 1982, p. 4).

La función del Laboratorio de realizar un diagnóstico especializado, era compleja a


tal punto que superaba la capacidad de los rudimentarios de ese tiempo. En este
sentido, se puede afirmar que sus promotores fueron innovadores. Al establecerlo,
los propietarios lo concibieron como un proyecto de largo aliento. Una muestra de
ello se aprecia por la inversión considerable (calculada en 150.000 dólares, cifra
nada despreciable para la época) que hicieron en compra de terrenos para la
construcción de las instalaciones físicas, en los equipos de laboratorios, los
muebles y enseres que adquirieron, la mano de obra contratada (50 personas) y
en la organización en general.

Rico hace una descripción detallada del laboratorio indicando que estaba ubicado
en Chapinero en un edificio de cemento y ladrillo de dos plantas en la vistosa
vegetación de un parque de algo más de una fanegada con ocho pabellones y
siete departamentos en donde se localizaban la portería, el consultorio, la
biblioteca, las oficinas, la secretaría, el cuarto de estufa, el salón de maquinaria,
el laboratorio Central dedicado a los trabajos de microscopio, de bacteriología, de
análisis y de parasitología, el laboratorio oriental destinado a los trabajos de
veterinaria relacionados con lo quirúrgico y lo clínico, los laboratorios de serología,
de química y de anatomía patológica, el laboratorio de preparación y envases,
provisto de un filtro para antitoxinas, con tubería de aire comprimido y un soplete
para sellar ampollas, el zarzo, para guardar los archivos y otros enseres, un
departamento de esterilizaciones y preparación de medios de cultivo y un almacén
de vidriería, repleto de elementos, de materias primas, el almacén de productos
con sus lotes y remesas terminadas y listas para venderlos. Espacios para los
animales de experimentación y para sus crías: centenares de conejillos de India,
de ratones blancos, de ratas y de conejos, constituyéndose en una incubadora
permanente de fecundidad, la cual se aprovecha para la experimentación e
inoculación en pro de redentoras terapéuticas, para albergue de animales
enfermos y despensa de grano (trigo, avena, maíz, cebada y forraje), un salón de
empaques donde se alistan los productos del establecimiento que son enviados al
interior y exterior del país. Contaba la edificación con otros espacios dedicados a
la preparación del suero contra el carbón bacteridiano, preparación de las
inyecciones, sueros terapéuticos como el de la disentería, el de tétanos, etc.,
inoculaciones de animales (caballos), sangrías y pesebreras, alojamiento de
pacientes pobres que acuden al Laboratorio en busca de tratamiento profiláctico
contra la rabia (Rico,1924, pp.131-134).

El laboratorio, por la descripción que hace Rico, prestó un gran servicio al sector
empresarial (industrias, comercio, ganadería) y a la población, mediante las
materias primas elaboradas y los productos que ofrecía, entre los cuales resalta:

La preparación del tratamiento antirrábico de Pasteur que permitió salvar


con la aplicación de la vacuna a 236 personas; los tratamientos preventivos
para combatir la fiebre tifoidea, las infecciones eberthianas, que
disminuyeron en Bogotá y en otras partes del país donde se aplicaron; el
suministro del virus vacuna glicerinado contra la viruela a todo el territorio
nacional; la preparación y venta de la vacuna Pertussio, profiláctica y
curativa de la tos ferina; de las vacunas autógenas de estreptococos, la
estafilococos, de cocilbacilos, de gonococos, de bacilos erógenos, etc, la
tuberculina para la reacción de yon Pirquet y la toxina diftérica para la
reacción de Shick; la variedad de suero terapéutico que ofrecía el
laboratorio al comercio como el hipertónico, el de Hayen, el glucosado y
bicarbonato, los húmedo y seco normales de caballo, suero normal de
conejo para las hemorragias, el lactosado, el antitífico, el antitetánico, etc.;
las preparaciones que se elaboraban en la sección química del laboratorio
como las de gelatina esterilizada, de aceites alcanforado, gomenolado,
alcanforado etéreo y esterilizado. Soluciones de azúcar de caña, agua
destilada y esterilizada, inyecciones de clorhidrato de emetina, de cianuro,
de benzoato y de biyoduro de mercurio; la preparación del laboratorio de
esteres etílicos, de los ácidos grasso del aceite de chaulmoogra, el único
tratamiento efectivo contra la lepra y del cual se benefician los lazaretos; las
vacunas en gránulos y vacuna líquida o agresina contra el carbón
sintomático, suero-vacuna, esporo-vacuna, suero anticarbuncoso contra el
carbón bacteridiano o ántrax. Suero antidiarreico, preventivo y curativo para
la diarrea de los terneros, etc, todas ellas, elaboradas en la sección de
veterinaria. Finalmente, los exámenes de laboratorio que practicaba el
Laboratorio en la sección de investigación y de análisis: parasitológicos,
bacteriológicos de sangre, de linfa, de orina, de esputos y de líquido
espinal. Las inoculaciones experimentales y verificación de exámenes
completos de coprología. Las serologías realizadas. Los estudios de
neoplasmas, derrames, de exudados y transudados. Examen químico y
bacteriológico de las aguas, de la leche, alcoholes y bebidas fermentadas
(Rico, 1924, pp. 135-137).

Una muestra fehaciente que reafirma lo dicho sobre el papel desempeñado por el
laboratorio durante su corta existencia (7 años) y sus dueños, fueron los premios
recibidos y los elogios hechos por connotados científicos internacionales, médicos,
periodistas, políticos del país, funcionarios del gobierno y legisladores. Así, en el
año 1923, en la Gran Exposición Nacional organizada por la Sociedad de
Agricultores de Colombia, SAC, sus productos fueron exaltados con las más altas
distinciones: “Fuera de concurso, medalla de oro y diploma de primera clase”. Esta
Asociación, además les concedió una mención “Por sus méritos extraordinarios en
favor del país”. En la Exposición Industrial, Agrícola y Pecuaria realizada en
Medellín se les otorgó medalla de oro y diploma de primera clase. En Ecuador, en
una exposición que tuvo lugar en Guayaquil, obtuvieron otro premio.
Los científicos extranjeros que visitaron al laboratorio ensalzaron el progreso y
logros alcanzados. Por ejemplo, Lecomte Du Nouy, sabio francés, compañero del
profesor Carrel en el Instituto Rockefeller y autor de investigaciones de alta
calidad, dijo de él en un reportaje a El Tiempo:

No puedo menos de expresar mi asombro por la soberbia organización del


Laboratorio de Higiene de los señores Samper y Martínez. No existe en
Francia uno de estas dimensiones, que pueda superarle, y muchas otras
ciudades norteamericanas no tienen laboratorios tan notablemente
aperados. Es un establecimiento modelo que hace honor a la ciudad de
Bogotá (citado por Rico, 1924, p. 139).

El profesor Fülleborn, personalidad médica preclara de Alemania se expresó en


los siguientes términos: Declaro que el Laboratorio de Higiene de Chapinero es sin
disputa, después del de Ancón, el más completo y el más bello de cuantos existen
en la América del Sur (Rico, 1924, p. 139).

Por su parte, el Director de la campaña contra la fiebre amarilla en Colombia y


miembro distinguido de la Fundación Rockefeller dijo: “El Laboratorio de Higiene
de Samper y Martínez, es algo muy digno de admirarse”.

En Colombia, además de los reconocimientos del sector productivo, otras


personalidades emitieron concepto sobre él. Por ejemplo, Pablo García Medina en
el informe que rindió a la Junta Central de Higiene el 27 de noviembre de 1918
expresó:

Con el establecimiento del Laboratorio de Higiene de Bogotá, en las


magníficas condiciones en que esto se ha hecho; con los elementos con
que cuenta; con su magnífica organización y la competente y científica
dirección que tiene, los doctores Martínez S. y Samper han prestado a la
Nación y a la Ciencia un servicio de gran trascendencia. Ellos han
realizado, con su propio esfuerzo e inspirados por el patriotismo, una obra
que reclamaba imperiosamente la Higiene y que nuestros gobiernos, a
pesar de leyes y decretos, no pudieron fundar. Bien merecen un voto de
aplauso estos inteligentes y laboriosos profesores, que han consagrado sus
mejores días a esta benéfica obra (citado por Rico, 1924, p. 139).

La dirección del laboratorio estuvo a cargo de Bernardo Samper desde 1922 luego
de la muerte de su socio Jorge Martínez el 11 de septiembre de este año,
envenenado por las toxinas del bacilo diftérico mediante un ataque aleve que no
fue posible descubrir sino cuando ya su organismo fallaba para siempre, hasta su
venta al gobierno nacional, debido en parte al vacío que dejó dicho fallecimiento,
pero también porque el crecimiento del laboratorio demandaban grandes
esfuerzos colectivos y gastos cuantiosos que una persona en solitario no estaba
en capacidad de afrontar.

El traspaso del laboratorio al Estado comenzó con la expedición de las leyes 15 y


78 de 1925 las cuales le dieron vía libre al gobierno nacional para la adquisición y
apropiación de las partidas presupuestales, operación que se protocolizó el 13 de
febrero de 1926. Por medio de la ley 27 de 1926 se organizó como una
dependencia oficial (Instituto Nacional de Salud, 1982, p. 5).

Luego de la compra del laboratorio, en 1926, Bernardo Samper con el fin de


continuar sus estudios sobre funcionamiento de laboratorios de salud pública viajó
a Europa de donde regresó en 1937 para asumir la dirección del creado por el
Estado permaneciendo en ella hasta 1946.

El laboratorio que se fusionó con otros laboratorios estatales, pasó a conformar en


1965 el Instituto Nacional para Programas Especiales en Salud -INPES- el cual
empezó a funcionar en 1970 en la sede de la Avenida El Dorado. El decreto 671
del 11 de abril de 1975 determinó su naturaleza jurídica y dispuso que fuera un
establecimiento público, con personería jurídica, autonomía administrativa y
patrimonio independiente, adscrito al Ministerio de Salud. En este año cambió su
nombre por el de Instituto Nacional de Salud -INS-. El decreto 1049 de 1995
determinó la estructura orgánica y funcional (Mora, 1998, p. 32). En este año se
creó el Museo Bernardo Samper Sordo en homenaje al fundador del laboratorio.
Allí se conservan manuscritos, libros, utensilios y equipos de laboratorio.

El otro miembro importante de la familia es Daniel Samper Ortega el cual hizo


aportes importantes al país, en ámbitos, en algunos casos distintos al de sus
predecesores quienes estuvieron vinculados más estrechamente al empresarial. Si
bien podría decirse que algunas de sus iniciativas de manera implícita tenían un
componente lucrativo, el fin último no era enriquecerse con ellas (excepto las
primeras incursiones fallidas) sino contribuir a la divulgación de la producción
literaria nacional, preservar el patrimonio cultural nacional, facilitar el acceso a los
libros y estimular la lectura de ellos, elevar el nivel cultural y mejorar la educación
de la elite y de la población en general. Por lo anterior, se podría decir de él que
fue un verdadero humanista, un cultor de la nacionalidad, en el sentido amplio de
la palabra y a la vez, exaltador de la herencia española, defensor de la tradición,
pero al mismo tiempo de mente abierta, dispuesto a apropiarse de lo nuevo
proveniente de otros países europeos y de los Estados Unidos. Una persona que
le preocupaba la condición humana, lo cual reflejó en sus escritos y plasmó en los
proyectos que desarrolló. Comprendió él, citando a Morin que:

El aprendizaje de la vida debe dar a la vez la conciencia de que la “vida


verdadera”, para adoptar la expresión de Rimbaud, no se halla tanto en las
necesidades utilitaristas de las cuales nadie puede escapar, sino en el
cumplimiento de uno mismo y la calidad poética de la existencia, que vivir
requiere de cada uno a la vez lucidez y comprensión, y de manera general
la movilización de todas las aptitudes humanas (Morin, 2001, p. 68).

Entre sus proyectos más importantes que se podrían incluir en lo que hoy se
denomina “industrias culturales” están:
Los editoriales: Selección Samper Ortega, creación de las revistas, Santa
Fe y Bogotá, Repertorio Selecto y Senderos; el del impulso de la
construcción del edificio de la Biblioteca Nacional y reestructuración de
ésta; y los relacionados con la educación a través de su gestión académica
como profesor, directivo y cofundador de instituciones escolares como el
Gimnasio Moderno y la Escuela de Administración Industrial y Comercial del
Gimnasio Moderno.

Sin embargo, las realizaciones de Samper Ortega no se agotaron en lo descrito; a


lo anterior hay que agregar sus escritos sobre distintos géneros literarios (novelas,
biografías, ensayos, artículos) y otros relacionados con el teatro; y por último, el
papel que jugó como asesor del Ministerio de Educación Nacional o consejero del
gobierno en la embajada en Washington como agregado cultural, cargos desde
donde elaboró propuestas que fueron acogidas e implementadas por el Estado.

Daniel Samper Ortega nació en Bogotá el 18 de noviembre de 1895, en un año en


que tuvo lugar una de las tantas guerras civiles propiciadas por los partidos
tradicionales con miras a controlar el poder económico y político y que dejaron una
estela de muerte y desolación en el país. Su padre fue Tomás Samper Brush,
empresario al cual se hizo referencia. Su madre, Belén Ortega, nieta del General
José María Ortega y de Nariño.

A pesar de no obtener un título en una disciplina perteneciente a las ciencias


naturales o profesiones liberales y sólo haberse graduado a los 18 años como
subteniente en la Escuela Militar en donde alcanzó el rango de oficial de artillería;
fue una persona poseedora de amplios conocimientos y un nivel cultural elevado
fruto de sus lecturas, inquietudes intelectuales, sus viajes y observación de la
realidad en que vivió.
Sus primeros pasos en el mundo empresarial

Después de permanecer en la Escuela Militar cuatro años como profesor de varias


materias, en 1917 se retiró para vincularse al Gimnasio Moderno en donde
regentó la cátedra de gimnasia. Su padre quiso enviarlo a los Estados Unidos con
el fin de complementar su formación de militar a lo cual se rehusó por estar
enamorado y tener pretensiones de casarse. Debido a que necesitaba dinero para
tal propósito, decidió dedicarse a los negocios por su cuenta con socios ajenos a
la familia sin éxito alguno. Samper Gnecco da cuenta del fracaso rotundo de esa
primera incursión:

(…) Con uno de ellos fundó la “Casa Necesario” -precursora de almacenes


como el Tía y el Ley, con su injerto de Montgomery Ward, que pretendía
despachar a los pueblos cualquier cosa que les solicitaran-. Al fracasar el
almacén, ingresó a la oficina de ingeniería de Alberto Manrique Martín; con
él estableció un chircal, negocio en el cual tampoco tuvo éxito. Como
tampoco lo tuvo, con otros socios, en un almacén de rancho y licores que
importaba “ultramarinos” (Samper, 1995, p. 3).

Como consecuencia de esos fracasos estrepitosos, su padre, con el fin de


encontrarle el derrotero preciso resolvió que estudiara química a ver si salía de ahí
un buen técnico para la fábrica de cemento. Resultado: se asoció con Ricardo
Lleras Codazzi con quien abrió un laboratorio, dedicándose a realizar excursiones
y exploraciones, hacer análisis de los carbones de La Calera.

Ese nuevo intento fallido de labrarse un futuro de forma independiente, lo condujo


en 1916 a aceptar la propuesta de su padre de trabajar en las empresas de su
familia como Superintendente y Gerente en la Fábrica Cementos Samper y más
adelante en la Empresa de Energía Eléctrica de la cual llegó a ser Secretario
General. Sin embargo, pese a haber alcanzado posiciones importantes en éstas
que le garantizaban un porvenir económico promisorio, pronto comprendió que no
llenaban su vida, no lo hacían feliz, que su verdadera vocación, lo que le atraía era
la escritura. Así describe esta etapa de su vida trabajando en asuntos técnicos y
administrativos:

Había allí una rueda zambiloca, que no giraba sobre un eje central, sino en
una forma que me recordaba las iras de la señorita Amanda Mendoza…
Una rueda contrahecha, que hería mi sensibilidad estética… Empezaba a
despertar en mí, a través de la pena por el buen éxito, una cosa nueva,
muy íntima, muy vaga a la vez pero que reaccionaba contra las cifras y
contra esa rueda fea, terrible, que no pude soportar…Presenté renuncia
(Osorio, 1944, p. 5).

Decidido a alejarse de los negocios de la familia, su papá lo hizo desistir


mostrándole que la vida era difícil:

Me llevó a la Energía Eléctrica, pero imponiéndome la obligación de empezar por


el principio, como cualquier peón…Anduve por las calles con la escalera de Trino
Orbegozo; subí con espuelas de hierro a los postes; tuve que atrapar
contrabandos en casas de amigos donde había bailado la noche anterior; instalé la
luz del Teatro Caldas…. Luego fui subiendo con gran rapidez, debida, hay que
reconocerlo, tanto a mi actividad como a mi apellido, y llegué a Secretario….Iba en
camino de la gerencia cuando vino a inquietarme Luis Enrique Osorio, que llegaba
de la Argentina con más ímpetu que un caballo de carreras, resuelto a que todo el
mundo le escribiera obras para “La Novela Semanal”… Quería hacer arte propio…
A mí me había gustado mucho escribir versos en broma, y hasta comedias, y en
cierto modo comprendí por qué me fastidiaba tanto la rueda contrahecha, en la
Fábrica de Cemento. Revisando cuentas de clientes, empecé a preguntarme si no
habría nacido para escritor (Osorio, 1944, p. 5).
El año de 1923 fue definitivo para su iniciación como escritor pues aceptó la
invitación de su amigo Luis Enrique Osorio para colaborar en la revista La novela
semanal. Escribió entonces en ésta sus dos primeras novelas: Entre la niebla, un
relato romántico en un ambiente campestre y La Marquesa de Alfandoque, un
relato sobre los gamines bogotanos.

En 1924 publicó la novela En el cerezal, un relato de amor con acuarelas literarias


sobre la sabana de Bogotá, de corte costumbrista. En 1925, la compañía teatral
española de Ricardo Calvo representó en el Teatro Colón, el controvertido drama
El escollo, de crítica social y en 1926 publicó la novela campesina La obsesión,
también de crítica social.

Paralelamente, escribió artículos en periódicos y revistas como El Diario Nacional,


El Tiempo y Cromos y fundó con otros intelectuales dos revistas: Santa Fe y
Bogotá y Repertorio Selecto.

En 1927, aprovechando la liquidación de la mortuoria de su padre que falleció en


California en 1925, Samper Ortega se sintió libre de las ataduras con las
empresas de la familia, decidiéndose a consagrarse de lleno al oficio de escritor,
emprendiendo un viaje en solitario a España, decidido a consolidarse en el campo
de las letras. Aquí impartió conferencias relacionadas con el movimiento artístico e
intelectual de Colombia y sobre Fray Luis de León.

Debido a la muerte de su suegro en 1927, retornó al país en donde continuó con el


oficio de escritor publicando la novela La vida de Bochica y emprendió el
ambicioso proyecto editorial la Selección Samper Ortega de Literatura Colombiana
consistente en la publicación de 100 obras, para el cual contó con el respaldo de
la Editorial Minerva y del gobierno nacional a última hora, quien consideró que
esos libros podían hacer parte de la iniciativa de crear las Bibliotecas Aldeanas.
Ese proyecto le llevó nueve años de trabajo en solitario a Samper Ortega (1928-
1937):

Después de haber tanteado el terreno y comprendido que ninguno querría


acompañarme, dada la circunstancia de que el empeño puesto en la obra podría
ser inútil si, una vez hecha la selección, no se encontraba capitalista que quisiera
publicarla, resolví emprenderla por mi cuenta, recordando el viejo refrán de que no
hay peor diligencia que la que no se hace; y tras de muchas lecturas,
comparaciones, preguntas, y labores perdidas logré someter a la consideración de
una casa editorial de Bogotá un conjunto que ella encuentre suficientemente
llamativo para embarcarse en la aventura de publicarlo (Samper, 1937, p. 10).

¿Cuál fue el contexto en donde surgió la Selección Samper Ortega y el papel que
jugó? En cuanto al contexto, en Colombia se asistió durante la década de los
veinte y los treinta del siglo XX a cambios materiales. Respecto al primero, se
suscitan transformaciones en la vida económica, en las condiciones sociales y en
el ámbito cultural expresados en: impulso al desarrollo de obras públicas y
privadas, advenimiento del capitalismo, proceso de industrialización, crecimiento
del comercio interior y exterior, variación en los hábitos de consumo, aumento de
la inversión extranjera, creación y reformas de instituciones estatales, migraciones
del campo a los centros urbanos, formación de la clase obrera, luchas sociales.

En lo concerniente a las transformaciones culturales, se perciben deseos de


renovación de un medio caracterizado por la existencia precaria de librerías y
bibliotecas, de pocas editoriales, y por ende, de una baja producción y circulación
de libros, la mayoría provenientes del extranjero (sobre todo de España) y
traducciones del francés y en donde el acceso a ellos era difícil, dado el alto nivel
de analfabetismo y su alto precio para adquirirlos.

Precisamente, la iniciativa mencionada apunta en la dirección de divulgar la


producción literaria nacional, impulsar la lectura de escritores nacionales en un
público masivo, con una clara orientación literaria y apuesta ideológica, contrarias
a la tradición literaria de fines del siglo XIX y a las iniciativas editoriales del periodo
(Gómez, 2008, p., 173).

En forma paralela al desarrollo de sus actividades literarias desplegó una intensa


labor educativa y cultural. Fue así como en 1929 se incorporó al Gimnasio
Moderno como Vicerrector y profesor de literatura española y colombiana e
impartió estas mismas materias en la Facultad de Ciencias de la Educación. En la
Escuela de Bellas Artes fue profesor de historia del arte. En el Gimnasio Moderno
hizo el montaje de varias obras de teatro del cual decía que era su verdadera
vocación.

A finales de 1941 el Consejo Superior del Gimnasio Moderno lo designó como


Rector. Durante su gestión se ocupó de la mejora del nivel académico, del
desempeño y la remuneración de los profesores; creó la banda, la orquesta y los
coros mixtos con las alumnas del Gimnasio Femenino, aumentó los cupos y emitió
una edición de bonos para disminuir el déficit del colegio y construir el edificio del
bloque norte y el de la Escuela de Administración Industrial y Comercial fundada
por él.

Al mismo tiempo que ejercía su función como Rector, se dedicó a poner en


marcha el último proyecto editorial: Las Ediciones Samper Ortega que imprimía
por su cuenta y distribuía la Librería Colombiana, logrando publicar nueve títulos:
Historia de la Gran Colombia, de A. Quintero Peña; Panorama de la literatura
universal, de Nicolás Bayona Posada; Hacia el éxito social; Fábulas de Pombo;
Nuestro lindo país colombiano (tercera edición); Manual de instrucción cívica, de
Juan Quiñonez Neira; y El arte de los indios colombianos, de Luis Alberto Acuña.

A mediados de 1943 pidió licencia al Consejo Superior del Gimnasio Moderno


para impartir unas conferencias sobre literatura latinoamericana en Middlebury
College, situado en Vermont, Estados Unidos. Estando en Boston, le descubrieron
un cáncer. Luego de cumplir con sus compromisos académicos regresó a Bogotá
en donde falleció el 2 de noviembre de 1943.

La Biblioteca Nacional

El proyecto más importante de Samper Ortega fue el de la Biblioteca Nacional con


el cual se ganó un sitio de honor en la historia cultural del país. Al respecto,
Hernández de Alba y Carrasquilla anotan lo siguiente:

Si Moreno y Escandón ostenta el título de fundador de la Biblioteca


Nacional y Manuel del Socorro Rodríguez el de organizador, a Daniel
Samper Ortega se le debe llamar el restaurador.
Su fe, su valor, su patriotismo, su constancia y perseverancia logran la
construcción del magnífico edificio hoy sede de la Biblioteca, y le imprimen
a ésta su fisonomía moderna y su función social, hasta ser convertida en un
faro que irradia sobre la faz de la Nación entera, y aún más allá (Hernández
de Alba y Carrasquilla,1977, p. 245).

La idea inicial de fundar una biblioteca pública en Santafé nació de Francisco


Antonio Moreno y Escandón, fiscal de la Real Audiencia del Nuevo Reino de
Granada quien presentó un plan a la Junta Superior de Aplicaciones el 22 de
noviembre de 1771. El capítulo XIII de ese Plan recogió el interés del Estado
español por mejorar la instrucción y organizar la educación, para lo cual el
establecimiento de una biblioteca pública contribuía a ese logro en tanto serviría a
los estudiosos de todas facultades adquirir “noticias sólidas y verdaderas” a las
cuales no tenían acceso por ausencia de buenos libros en estos dominios
distantes en donde escaseaban y eran costosos (Hernández de Alba y
Carrasquilla, 1977, p. 4).
Atendida la solicitud de Moreno y Escandón, la Real Audiencia dictó el reglamento
de la biblioteca el 22 de septiembre de 1774, fijando el sueldo del bibliotecario y
señalando el edificio a ocupar. Debido a la complejidad de la administración
colonial, sólo hasta el 9 de enero de 1777 se abrieron las puertas de la Real
Biblioteca Pública de Santafé de Bogotá. La base de la biblioteca fueron las
librerías de los colegios de Bogotá, Honda, Pamplona y Tunja perteneciente a la
Compañía de Jesús a quien se expropió sus propiedades y expulsó en 1767
durante el reinado de Carlos III, rey de España y de las Indias, de los territorios
que dominaba. El total de volúmenes con que inició fue de 13.800, la mayor parte
relacionados con temas eclesiásticos, con los clásicos griegos, latinos y
españoles, y otros atinentes a materias como física, filosofía, matemáticas,
medicina e historia. En 1823 se le dio el nombre de Biblioteca Nacional.

Al momento de ser nombrado director Daniel Samper Ortega, el 1 de febrero de


1931, la Biblioteca Nacional contaba con 85.355 volúmenes que no cabían en el
Edificio de las Aulas del Colegio de San Bartolomé, hoy sede del Museo de Arte
Colonial. Por esta razón, una de sus prioridades fue la de formular una propuesta
para construir un edificio confortable que permitiera ordenar todos los libros y
demás documentos. En mayo de 1933, aceptada su solicitud, el gobierno nacional
comenzó la construcción de la nueva sede que se terminó en 1938 y se inauguró
el 20 de julio de 1938.

Al llegar a la dirección de la biblioteca, el estado con que se encontró no fue el


mejor: Ésta no prestaba un servicio eficaz sino a unos pocos investigadores,
especialmente, en historia y a unas cuantas personas desocupadas que allí leían
la prensa. La Biblioteca se hallaba en un estado lamentable de hacinamiento de
libros, periódicos y revistas en desorden, que no cumplían con el propósito
fundamental en cuanto servir para el estudio, la consulta y la investigación con
miras al progreso cultural y espiritual. En nota dirigida al Ministerio de Educación
Nacional fechada el 4 de febrero de 1931, Samper Ortega hizo una radiografía de
la situación:

(…) nadie me hizo entrega de la biblioteca, que encontré sin llaves, con
todos los archivos revueltos, miles de tarjetas fuera de los índices, y las
restantes, empasteladas y en la mayoría de los casos equivocadas en la
numeración; las salas de los libros revueltas, algunas de ellas con libros
amontonados en el piso, según fotografías que se publicaron entonces; la
prensa de todo el país formando un montón de varios metros cúbicos y
todavía con las fajas con que había sido introducida al correo; y los libros
que con admirable constancia remitían (de cuando en cuando)
desinteresadas entidades del exterior, en las mismas cajas en que habían
llegado a Bogotá, todas las cuales se encontraban sin abrir, aunque
algunas habían llegado aquí desde 1898 (Hernández de Alba y
Carrasquilla,1977, p. 266).

En el informe con fecha del 28 de mayo del mismo año describió el caos
encontrado en los archivos de la oficina, en la llamada Oficina de Canjes, en las
salas altas, en la sala cuarta en donde están los pergaminos, en la sala
denominada quinta, en el archivo histórico, en la sala quinta en los cuales había
libros sin abrir, volúmenes empastelados, libros sin catalogar u otros que figuraban
pero que no existían (Hernández de Alba y Carrasquilla, 1977, pp. 247-248).

De lo anterior concluye Samper Ortega:

De manera, pues, que sin exageración se puede afirmar que hasta la fecha
no existe Biblioteca Nacional, y que este hacinamiento de libros que afecta
al país, requiere con la mayor urgencia una enérgica dirección, respaldada
con el dinero suficiente, para que pueda entrar a prestar el servicio que le
corresponde (Hernández de Alba y Carrasquilla,1977, p. 248).

Como solución al desorden imperante, Samper Ortega propuso e implementó un


plan de reorganización consistente en la elaboración de un inventario, indización
del Archivo histórico, creación del departamento de encuadernación, constitución
de una oficina de estadística, propaganda, canjes y publicaciones, mejorar el
sueldo de los empleados y contratar a otros idóneos (Hernández de Alba y
Carrasquilla, 1977, pp. 250-252). A continuación se describe la labor que realizó
como director.

La gestión al frente de la Biblioteca Nacional

Durante la gestión como director de la biblioteca, logró su reorganización plena


como se colige de los informes que presentó en 1932 y 1938. Por ejemplo, en el
de 1932 se anota que la oficina de canjes se puso en funcionamiento; se realizó la
catalogación de 26.958 volúmenes. En lo concerniente a los índices, a julio, se
catalogaron 80.000 referencias; las salas bajas, al finalizar el año1931 quedaron
arregladas totalmente. Se usó la radiodifusión para la biblioteca mediante la
estación H.J.N. de propiedad del gobierno nacional con el fin de expandir la cultura
por medio de programas musicales, literarios, noticias oficiales, indicaciones
prácticas a los agricultores y conferencias sobre educación y las llevadas a cabo
por la Academia de Historia y la Sociedad Colombiana de Ingenieros. También se
daban noticias relacionadas con actos culturales e indicaciones prácticas a los
lectores de la Biblioteca. Igualmente, utilizó el cine como un medio educativo y
establece los servicios ambulantes para que la biblioteca tuviera cobertura
nacional.

Del informe de 1938, que resume la labor adelantada entre 1934 y ese año, se
resaltan:

A 7 de agosto de 1934, estaba en funcionamiento el departamento de


canjes, con un reparto anual de 5.898 obras; se habían incrementado las
referencias en sus índices a 197.919; arreglado en el archivo histórico
290.000 documentos; adquirido un taller modesto de encuadernación;
iniciado la construcción del edificio de la biblioteca; se alistaba la biblioteca
para dar al servicio la naciente sección de cinematografía educativa; tenía
listos para la imprenta los catálogos de la donación Pineda y había logrado
aumentar a 9.362 el número de lectores mensualmente, lo que
representaba una variación del 358% respecto de la cifra de los que
concurrían al momento de comenzar la reorganización (Hernández de Alba
y Carrasquilla,1977, p. 265).

El resto del informe que comprende la primera administración de Alfonso López


Pumarejo (1934-1938), se refiere a la terminación de la construcción de la
Biblioteca; la impresión de los catálogos de las donaciones Pineda y Quijano Otero
y los atinentes a la Prensa; la apertura de una Sala Española, obsequio del
gobierno de España; incremento de los canjes con otros países; entrada en
funcionamiento de las bibliotecas aldeanas; incorporación de los archivos
nacionales a la Biblioteca; inauguración en el Parque Nacional de una nueva
biblioteca infantil con un teatro anexo; culminación de la catalogación de los
antiguos fondos de libros; impresión de una serie de cartillas de divulgación sobre
botánica, cultivos, puericultura, higiene, dibujo, alimentos y otras materias, las
cuales, junto con las obras maestras de la humanidad adaptadas a la mentalidad
campesina, con una biblioteca de cien autores colombianos y una serie de
manuales referentes a distintas industrias, constituyen la base de las bibliotecas
aldeanas (Hernández de Alba y Carrasquilla,1977, pp. 265-266).

El estatuto, el edificio y la revista Senderos de la Biblioteca Nacional

Además de la gestión mencionada, se deben destacar otros proyectos


adelantados en su administración a los que alude el título:

En primer lugar, el estatuto de la Biblioteca Nacional, de su autoría, el cual fue


sancionado el 11 de septiembre de 1934 y lleva las firmas del Ministro de
Educación Luis López de Mesa y la suya. Desde un principio, entendió Samper
Ortega la urgencia de dotar a la biblioteca de una estructura formal soportada en
bases jurídicas que le permitieran acometer la reorganización y fijar su norte. En el
texto se da cuenta de sus propósitos:
En los planes del Ministerio de Educación Nacional sobre impulso de la
cultura en todos sus ramos, la Biblioteca Nacional debería servir de sistema
circulatorio al libro dentro del país y al pensamiento colombiano en el
exterior, suplir las deficiencias de la escuela ante aquellos que no puedan
concurrir a ella, levantar el nivel mental de las clases inferiores y cooperar al
buen resultado de los esfuerzos individuales, ayudando a los colombianos a
orientarse en el estudio como medio para perfeccionar la personalidad y, en
consecuencia, a capacitarse mejor para la acción, creadora de la riqueza
pública y de la nacionalidad (Hernández de Alba y Carrasquilla,1977, pp.
257-258).

Para el cumplimiento de tales propósitos, el estatuto creó: el departamento de


librería, el editorial, el de cinematografía educativa, el de radiodifusión y el de
información y propaganda.

En segundo lugar, la construcción del edificio de la biblioteca sin el cual la


reorganización hubiera quedado a mitad de camino. En 1932 Samper Ortega
exhortó al Ministro de Educación Nacional y a los congresista a visitar el edificio
que había en el cual no cabía un volumen más, manifestando la urgencia de erigir
un nuevo edificio que proporcionara seguridad contra derrumbe, incendio y tuviera
capacidad suficiente y comodidades acorde con la exigencia de toda biblioteca
moderna.

El edificio que se ubicó en la esquina suroriental del antiguo Parque de la


Independencia, entre las calles 24 y 25 y las carreras 5ª y 6ª, se empezó a
construir en 1932 y se terminó en 1938. Para su diseñó, Samper Ortega se apoyó
en información acerca de las bibliotecas más importantes del mundo y contó con
el apoyo de arquitectos colombianos quienes elaboraron los planos de acuerdo
con sus indicaciones. Para la época fue considerado uno de los mejores de
Suramérica.
En tercer lugar, la revista Senderos, editada por la Biblioteca Nacional, que se
constituyó en el medio de difusión de ideas y conocimientos, de tesoros
manuscritos, de libros raros y curiosos y de aumento del acervo bibliográfico
mediante el sistema de canjes. La revista se publicó entre febrero de 1934 y
diciembre de 1935, pasando posteriormente al Ministerio de Educación Nacional.

Otro proyecto: Escuela de Administración Industrial y Comercial.

Mención especial merece la fundación de la Escuela de Administración Industrial y


Comercial, considerada por Armando Samper Gnecco, como el mayor logro de
Daniel Samper Ortega -hijo de Tomás Samper Brush- al frente de la rectoría del
Gimnasio Moderno. Sin duda alguna, su creación fue la culminación del ideal de
los creadores de éste de preparar a sus familiares para que asumieran las riendas
del país desde altas posiciones en el Estado y en las empresas privadas como
efectivamente lo hicieron y consolidaron con la constitución de la Universidad de
los Andes, obra también de exalumnos de las anteriores instituciones educativas.

La primera Facultad de Administración se inauguró el 4 de febrero de 1943 en


Bogotá y empezó a funcionar en marzo del mismo año con el nombre de Escuela
de Administración Industrial y Comercial en el Gimnasio Moderno. Esta Escuela
surgió por iniciativa de Agustín Nieto Caballero, Daniel Samper Ortega y del
Consejo Superior. El acto inaugural fue un gran acontecimiento, en el cual se
escucharon diferentes discursos provenientes de Alfonso López Pumarejo,
Presidente de Colombia; Arthur Bliss Lane, Embajador de Estados Unidos; Daniel
Samper Ortega, Rector del Gimnasio y Carlos Lleras Restrepo, su Decano, entre
otros, en los que se resaltaba la importancia de la Escuela.

Agustín Nieto Caballero, fundador y Rector del Gimnasio Moderno, se refiere así
en sus comienzos:
[...] El admirable dinamismo de Daniel Samper Ortega concibió la creación
de la Escuela de Administración Industrial y Comercial. Veinte años habían
pasado desde el día de la fundación del Gimnasio cuando nuestro
compañero, preocupado, con un hondo sentido patriótico del progreso del
país y de la necesidad de preparar técnicamente hombres capaces de
encauzarlo, lanzó la idea de coronar nuestro esfuerzo educativo con la
fundación de esta Facultad de Ciencias Económicas que tan brillantes
exponentes habría de dar, en días no lejanos, a la ciudadanía. (Nieto, 1993,
p. 303).

La Escuela, desde sus inicios, contó con asesoría de la Universidad de Harvard, lo


cual es entendible, pues el país tenía fuertes vínculos con Estados Unidos; por
ejemplo, su decano, James David, participó activamente en su conformación e
introducción del análisis de casos; el profesor J. Anton de Haas, catedrático de
relaciones internacionales de la Escuela de Administración Comercial de Harvard
University y enviado especial del Coordinador de Asuntos Interamericanos, prestó
su ayuda de experto como director en la elaboración del pensum y los programas
de estudio y en el primer impulso al conjunto de las diversas enseñanzas. Esa
Universidad obsequió, al mismo tiempo, un centenar de modernos textos de
estudios económicos con los que se inició la nueva biblioteca. En el ámbito
nacional tuvo a conocidos colaboradores y profesores, entre los que se destacaron
Carlos Lleras Restrepo, quien fue su primer Decano y estuvo al frente durante
1943, 1944 y 1945; Gonzalo Restrepo quien lo remplazó; Carlos Sanz de
Santamaría, su tercer decano y otros directores como Roberto García Paredes,
Armando Samper, Gilberto Estrada y Jorge Méndez.

En el discurso, correspondiente a la inauguración, Lleras Restrepo justificó su


creación al decir:

[...] La Escuela de Administración Industrial y Comercial del Gimnasio


Moderno abre sus tareas con singular oportunidad. La economía
colombiana comienza por fin a entrar en una etapa de desarrollo progresivo,
a perder sus características elementales de antaño para tornarse a un
mismo tiempo, más compleja y más extensa. El trabajo nacional se abre
paso a nuevas zonas de producción y se ensanchan al mismo tiempo las
industrias ya establecidas, con lo cual surgen inevitablemente los
problemas inherentes a la gran empresa. La necesidad de una técnica
adecuada para el manejo de esas nuevas situaciones es cada vez más
notoria, y nuestros capitanes de industria saben muy bien cuán escaso es el
número de personas verdaderamente preparadas a las cuales pueden
entregar con plena confianza la dirección de sus fábricas o la administración
de sus intereses comerciales. El país necesita que se forme en el campo de
los negocios una clase dirigente, numerosa y sólidamente preparada, y del
éxito que consigan los intentos emprendidos con tal objeto dependen en
buena parte la rapidez y la eficiencia con que haya de desarrollarse la
economía colombiana en el inmediato futuro. (Lleras, 1943, p. 61).

En este discurso hace énfasis en que la Escuela es una organización distinta de


las existentes en el país:

[...] Sus métodos y la naturaleza de las enseñanzas que comprende su


pensum, la diferencian grandemente de nuestras restantes instituciones de
enseñanza. Aun podemos llegar a afirmar que los sistemas en que se funda
difieren casi radicalmente de nuestra tradicional orientación universitaria.
No es esta [...] una escuela de comercio semejante a las que funcionan ya
en el campo de la segunda enseñanza. Estas últimas están destinadas, por
principio, a la formación de un personal experto en campos relativamente
rutinarios de la actividad comercial; allí se forman buenos contadores,
buenos oficiales de estadística, expeditos corresponsales; nuestra Escuela
abarca un panorama más amplio y general y, naturalmente, requiere una
preparación superior; por eso se ha exigido acertadamente el título de
bachiller para quienes hayan de ingresar a ella. (Lleras, 1943: 61-62).

Lleras Restrepo en un escrito hace una reseña de sus inicios y la justifica en los
siguientes términos:

La Facultad de Administración Industrial y Comercial vino a sumarse, como


un esfuerzo más, a la gran tarea colectiva de la educación y la cultura
nacionales. Daniel Samper encontró certeramente lo que había que hacer
para llenar uno de esos vacíos que en el conjunto de los programas
educativos de un país empiezan a ponerse de presente cuando nuevas
formas de la vida exterior reclaman para su manejo eficaz nuevos
conocimientos y nuevos hábitos de análisis y examen de los hechos.
(Lleras, 1993, f. 718).

Desde su perspectiva, la creación obedeció a que:

[...] A la naciente industria, al desarrollo de la manufactura y de las finanzas,


tenía que corresponder lógicamente una preparación educativa de peculiar
carácter, especialísima por su programa y también, principalmente, por sus
métodos orientados en ese camino, hemos recorrido los primeros pasos
con halagador éxito, fieles a las ideas que hace un año exponíamos aquí
sobre la necesidad de poner al alumno en contacto directo con los hechos,
para que aprenda a apreciarlos en toda su complejidad y a emplear en su
interpretación y en su manejo las normas científicas de la economía, las
finanzas, la contabilidad, la estadística, la geografía económica, la
economía de la agricultura y de los transportes, el conocimiento de los
productos comerciales, etc., que recibe en las clases de esta Facultad.
(Lleras, 1993, ff. 718-719).
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