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En las periferias es donde se aprende a hacer que surjan y resurjan

vocaciones.

La pobreza regenera el futuro


Publicado: 08 Marzo 2015
Escrito por Luigino Bruni
Dios creó al hombre como el mar crea los continentes: retirándose.

Friedrik Holderlin

Los grandes procesos de cambio, esos que son capaces de regenerar el cuerpo entero e
inaugurar una nueva primavera, nunca los desencadenan ni los dirigen las élites que
gobernaban cuando surgió la crisis. Este dinamismo es conocido y tiene alcance
universal, por lo que se puede aplicar también a esas realidades a las que hemos llamado
comunidades y movimientos carismáticos (porque nacen de un carisma, del don de una
“mirada distinta” sobre el mundo).
A las personas que tienen que gestionar una realidad carismática viva pero en declive les
corresponde una tarea muy difícil pero verdaderamente fundamental: comprender, si es
posible en el momento adecuado, que el proceso más importante que deben
desencadenar es el de crear, retirándose, espacios de libertad y creatividad para que
puedan surgir otras dinámicas y otras personas distintas. Y saber reconocerlas en el hijo
más joven que pastorea el rebaño fuera de casa, en el niño de un pequeño pueblo de
Judá o en el hermano rechazado y vendido como esclavo. Pero si las clases dirigentes
piensan, muchas veces de buena fe, que deben ser ellas mismas las que gestionen el
cambio, casi inevitablemente terminan agravando la enfermedad que pretendían curar.

De los movimientos ideales florecen realidades de dos tipos: las que ya desde el principio
nacen como organizaciones y las que nacen como movimiento y después se convierten
en organizaciones. El florecimiento y la duración de las primeras, a las que hemos
llamado Organizaciones con Motivación Ideal (OMIs), depende en buena medida de la
capacidad para crear buenas estructuras, obras y organizaciones robustas, ágiles y
eficientes. En este caso, si el proyecto de los fundadores no se convierte en “obra”, todo
termina con la generación de los promotores. Con las realidades que nacieron como
movimiento ocurre exactamente lo contrario: el movimiento carismático se debilita si, una
vez convertido en organización, no logra renacer continuamente como movimiento,
renovando y desmantelando con valentía las formas organizativas que ha generado, y
volviendo a ponerse en camino hacia nuevas tierras. También a estas realidades les llega
el momento de la organización; pero, si se bloquean en esta fase, la fuerza profética del
carisma se atenúa mucho y en ciertos casos llega a desaparecer. La vitalidad profética de
un movimiento carismático genera muchas OMIs, pero no debe llegar a convertirse él
mismo en una OMI, puesto que en este caso la Organización devoraría a la Motivación
Ideal.
Un movimiento convertido en organización puede conocer una nueva primavera
carismática si en alguna zona marginal del “reino” hay minorías creativas que comiencen
a reconstituir las condiciones para volver a vivir el mismo “milagro” de la primera
fundación del carisma: el mismo entusiasmo, la misma alegría, los mismos frutos. El
proceso que lleva a estas minorías a convertirse en mayoría se llama reforma, y es la
única cura posible para las realidades colectivas que se han bloqueado, que siguen vivas
pero han perdido su capacidad de engendrar. Si un movimiento convertido en
organización quiere renovarse y volver a ser un movimiento, la operación más necesaria
es que sus dirigentes comprendan la necesidad de crear las condiciones de libertad e
innovación para que otros, no ellos, puedan relanzar una nueva etapa carismática y volver
así a ser un movimiento. Por eso la pregunta más crucial es cómo gestionar los procesos
de renovación en las comunidades y movimientos carismáticos que, a pesar de las
dificultades, todavía tienen deseo y capacidad de futuro (gracias a Dios siguen siendo
muchos).
La primera precondición general es tratar de no agravar la enfermedad mientras se busca
la cura. Cuando una realidad carismática comienza a advertir su declive, sus
responsables naturalmente empiezan a pensar que la cura consiste en cambiar las
estructuras y en trabajar sobre la organización misma. De este modo, para reducir el peso
de una organización que con el tiempo ha crecido demasiado (a causa de las patologías
autoinmunes de las que hemos hablado los domingos anteriores), se sigue trabajando y
concentrando las energías en los aspectos organizativos.
Pero si vemos la historia y el presente de los movimientos y comunidades carismáticas,
nos daremos cuenta de que las crisis dependen de un problema de “demanda” (falta de
personas atraídas por el carisma) generado años atrás por errores de “oferta” (demasiada
estructura, poca creatividad).
Cuando el movimiento se desarrolla, la necesidad de fortalecer las estructuras de la
organización aleja a las personas más creativas de las periferias, y así pierde contacto
con la gente y con las verdaderas dinámicas propias de su tiempo, porque cada vez está
más volcado hacia el interior de la organización. Así, ante la petición de cambio, la
respuesta del gobierno y de las estructuras es seguir mirando hacia dentro, creando
nuevas comisiones y nuevos departamentos, es decir seguir ocupándose de las
estructuras. Se trabaja intensamente para aligerar las estructuras y así liberar energías
para volver a dar aliento y tiempo a las personas, sin tener conciencia de que esas
mismas personas, en su inmensa mayoría, ya no están en condiciones de volver a
anunciar el mensaje ni de atraer nuevas vocaciones. Es el mensaje carismático el que
está en crisis y con él el sentido de anunciarlo y proponerlo a un mundo que parece no
necesitarlo ya. Un proceso decisivo que hay que realizar implicando y activando los
lugares vivos de la creatividad, buscándolos en las fronteras del imperio. Ciertamente,
todo eso es antes que nada don (charis), pero también es sabiduría organizativa e
inteligencia espiritual profunda, profética y transformadora.
Usando una metáfora imperfecta pero a lo mejor no del todo inútil, es como si una
empresa fabricante de automóviles para salir de una situación de crisis de ventas se
volcara únicamente en el aspecto de la oferta: despidiendo, simplificando la organización,
centralizando y cerrando filiales. Pero si el problema está fundamentalmente en la
demanda – los modelos de coche que ofrece hoy y que ayer la hicieron crecer, ya no se
corresponden con los gustos de los consumidores – el verdadero reto está en invertir
recursos para concebir nuevos modelos, que inculturen en el “mercado” actual la misión y
la tradición de la empresa. En cambio, si liberan personas de la administración para
pasarlas al departamento comercial sin renovar los “modelos”, los primeros que
experimentan frustración y fracaso son precisamente los comerciales, que tienen que
ofrecer unos automóviles en los que han dejado de creer. Un error típico que se comete
durante estas fases de transición es pensar que el mensaje ha dejado de ser atractivo
sólo para el exterior de la comunidad sin que se haya extendido también a su interior. Sin
contar historias antiguas y nuevas que vuelvan a inflamar sobre todo a sus propios
miembros y a sus propias vocaciones, nunca será posible atraer a otras personas. Buena
parte de la nueva “evangelización” se produce cuando, al contar a otros la buena nueva,
logramos sentirla viva también dentro de nosotros de una forma nueva y distinta. Así
renace una historia de amor, nueva y antigua, un nuevo eros, un nuevo anhelo y una
nueva capacidad de engendrar, nuevos niños. En cambio, si pensamos que se puede
curar la “enfermedad” actuando en un primer momento sobre la hipertrofia estructural y
después, en un segundo momento, sobre los “nuevos modelos”, los primeros que se
desaniman son los “concesionarios”. Durante las crisis escasean las energías morales y
es crucial elegir en qué prioridad invertirlas. Equivocar el orden temporal y jerárquico de
las intervenciones es fatal, porque si se cambian las estructuras antes de repensar la
misión del carisma, el peligro concreto es errar la dirección del cambio.
Los movimientos y las comunidades carismáticas no venden automóviles, pero también
ellas viven y generan vida buena siempre que sean capaces de actualizar su mensaje-
carisma, hundiéndolo en el lenguaje y en los deseos del presente, atrayendo así a las
personas mejores de hoy. También aquí los “nuevos modelos” nacen del estudio y del
talento creativo de los diseñadores, pero antes aún nacen de frecuentar las periferias
donde se encuentran las nuevas necesidades, de escuchar los deseos de las familias y
de los jóvenes, de encontrarse cuerpo a cuerpo con personas de carne y hueso. El nuevo
sentido del propio carisma y de la propia vocación no se encuentra mirando de forma
narcisista dentro de uno mismo, ni tampoco creando una nueva estructura para ello. En
estas crisis no falta por lo general tecnología, know how o buenos ingenieros; lo que falta
es sobre todo contacto con un mundo que, con los años, se ha alejado demasiado.
Entonces el carisma sólo puede volver a florecer si vuelve a encontrarse con las personas
en la calle, olvidando las propias organizaciones para ocuparse de las heridas y los
dolores de los hombres y mujeres de hoy, sobre todo de los más pobres. La distancia con
respecto a los pobres es siempre la primera señal de crisis de las realidades carismáticas.
Los “modelos” se pueden y se deben renovar, porque el carisma no es el automóvil, sino
que es la firma automovilística que, para vivir y crecer, debe ser capaz de renovarse, de
cambiar, de interpretar creativamente su propia misión en el tiempo presente.
Después del gran diluvio, el libro del Génesis (cap. 11) nos narra la historia de Babel. La
humanidad salvada por Noé, en lugar de escuchar el mandato de Dios y dispersarse por
la faz de la tierra, se detuvo, construyó una fortaleza con una única lengua, sin diversidad.
Después de las grandes crisis llega puntualmente la tentación de Babel: tenemos miedo,
nos defendemos, tendemos a conservar nuestra identidad, nos miramos al ombligo y
perdemos biodiversidad. La salvación está en la dispersión, en la multitud de lenguas, en
moverse sin tardanza hacia nuevas tierras.

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