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Es tu interpretación de los hechos y las decisiones que tu cerebro toma a partir de

los estímulos que te rodean lo que determina cómo percibís la realidad. No hay una
realidad, sólo aquella que decidas “ver”.

Lo fantástico de la tecnología aplicada a la ciencia —en este caso, a la neurociencia—


es que hoy podemos ver también el efecto opuesto. Algunos aspectos de nuestra
mente actúan sobre el cerebro y causan cambios físicos en la mismísima materia que la
ha creado. Pensamientos puros cambian la química cerebral, su actividad eléctrica, sus
circuitos e incluso su estructura. Tu mente puede cambiar tu cerebro. Entonces, hay
muchas cosas —no todas— que podés cambiar según cómo uses tu mente, aunque
esas cosas parezcan, o te hayan dicho, que son muy difíciles o incluso imposibles de
lograr.

Durante años de investigación científica varios expertos han concluido, además, que
aquello que vos creés de vos mismo, afecta de manera profunda la forma en que
llevás tu vida adelante. Esa creencia hasta podría determinar si serás esa persona que
querés ser y si alcanzarás la mayoría de los objetivos que te propongas.

No estoy diciendo que cualquiera puede ser, con la educación y la motivación


adecuadas, un Messi, un Edison o un Picasso. Pero el potencial cerebral que tenés es
bastante desconocido, por lo tanto, es imposible prever o saber qué y cuánto podés
lograr con años de pasión, entrenamiento,
compromiso y trabajo duro.

Conociendo que el cerebro tiene este potencial, que no es fijo sino que puede cambiar,
crecer y desarrollarse, no hace falta que estés probándote a vos mismo cuán
inteligente sos, cuando sabés que en realidad podés ser mejor en lo que hacés. Vos,
junto con tu actitud mental, podés alterar tu cerebro y cambiarlo.
En síntesis, si creés que no podés desarrollar tu inteligencia, que sos lo que te tocó
por genética sumado a algo de tus primeros años de vida, vas a ser dirigido por el
deseo de tener que parecer inteligente, lo cual generará una tendencia en vos a evitar
los desafíos, poniéndote a la defensiva o rindiéndote rápidamente, y creyendo que el
esfuerzo es inútil.
Vas a ignorar las críticas y sugerencias de los demás y te sentirás amenazado por el
éxito de otras personas. Como resultado de esto vas a lograr muchos menos cambios
en tu vida de los que tu potencial podría lograr. Pero si creés que tu inteligencia se
desarrolla, entonces tu deseo será aprender, con una tendencia a aceptar y enfrentar
los desafíos, resistiendo a los obstáculos que aparezcan. Verás al esfuerzo como algo
necesario para dominar alguna habilidad, aprendiendo de las críticas e inspirándote
con el éxito de los otros.

Vivís guiado por ideologías de todo tipo, por sistemas de creencia o marcos
conceptuales, es decir, estructuras mentales que le dan forma a cómo ves el mundo.
Como ya vimos, tus creencias más profundas son parte de tu inconsciente cognitivo.
Esto quiere decir que los conceptos que van estructurando cómo pensás se van
haciendo automáticos e instantáneos por sinapsis cerebrales (conexiones entre
neuronas). En otras palabras, tus creencias —las cuales muchas veces no podés
explicar— son lo que sentís, y estas son difíciles de cambiar porque se han desarrollado
a lo largo de todos tus años de vida.

Creo que todo aquello a lo que tratás de aferrarte sólo crea más sufrimiento, ya sea un
trabajo, la apariencia de tu cuerpo, el lugar donde vivís, tu sentido de quién sos. Si
creés que en la vida solo hay —o debe haber— una única forma posible y temés que
pueda cambiar, inevitablemente sufrirás.
El deseo de dejar todo como está o la creencia de que todo debe ser de una forma y no
de otra es una de las fuentes de mayor sufrimiento humano. Para mejorar tu calidad
de vida tenés que aceptar que el proceso de cambio existe, que es posible.
La mayoría de las veces sabés que querés cambiar, pero al intentar y sentirte poco
cómodo, o cuando no sucede rápidamente, te rendís. Usás tu energía en
controlar lo incontrolable, en lugar de ver qué es lo que sí podés hacer para
transformar tu experiencia.

Es decir, la base de tu desempeño es lo que pensás usando tu mente. Dicho de otra


forma, lo que logras en tu trabajo y en tu vida tiene directa relación con tu forma
particular de pensar. Sin embargo, cuando tratas de cambiar esos resultados, tendés a
mirar lo que es visible, algunos comportamientos y el desempeño en sí mismo, en
lugar de enfocarte en la base de tu performance: tus pensamientos.

Las buenas noticias son que si tu mundo está definido por tus marcos mentales
de pensamiento, podés cambiar tu desempeño simplemente ayudándote a mover,
trasladar o cambiar esos marcos. Pero cambiar lo que pensás es un desafío tremendo,
dado que peleás y te aferrás muy fuerte a tu mirada sobre el mundo.

¿Cuál creés que es la forma más efectiva de cambiar? Atacando tu comportamiento


habitual (sobreanalizando demasiado, del ejemplo anterior), o trabajando sobre los
pensamientos que lo originan (“No soy bueno para esto”). ¡Exacto! Veamos entonces
cómo los pensamientos pueden modificar el cerebro a partir de uno de los
descubrimientos más excitantes de la ciencia: la neuroplasticidad autodirigida.

Si usamos la definición del prestigioso doctor Peter Levine, la neuroplasticidad es


la habilidad que tiene el cerebro para asumir nuevas funciones basado en
necesidades de cambio y acciones personales. “Plasticidad” proviene del griego
plastikos, que significa “con forma o moldeado”

La respuesta es tu sistema de valores. Este último se va imprimiendo y dejando una


huella en tu vida desde el nacimiento. Es decir que para cambiar o eliminar alguno de
tus comportamientos, o creencias, o pensamientos, o elecciones, debés cambiar algo
de tu sistema de valores. Dicho de otra forma, para obtener nuevos resultados en lo
que hacés, debés cambiar el sistema de valores responsables de tus comportamientos
y procesos de pensamiento, que sólo obtienen viejos resultados. Si aquello en lo que
creés y valorás no cambia, tu cerebro seguirá filtrando información de la misma
manera que siempre la ha filtrado, entonces las actitudes, los comportamientos y las
formas de pensar no cambiarán.

MENTE (hablándole al cerebro): —¿No te das cuenta de que esto está bueno para
nosotros? Nos sirve. Vamos a aprender algo nuevo. Y además… nos gusta. En efecto, si
además de darte cuenta de que te sirve, te gusta, pasás de estar comprometido con el
cambio a estar apasionado. Cambiar será aún más fácil.

Para cambiar, primero tenés que poner pausa. En pausa podés pensar, quizá y ojalá,
diferente, y no actuar de manera automática, reaccionando. Recordá que este es el
estilo preferido del cerebro. “¿Para qué pensar?”, se pregunta. “Mucho gasto de
energía. Si vos ya pasaste por esta situación o una similar, repetí”, te dice el cerebro. El
automatismo, los hábitos, la repetición, hacer siempre lo mismo le asegura al cerebro
poco esfuerzo, poco gasto de energía y mucha supervivencia. Lo que el cerebro no
sabe, pero tu mente sí, es que esa reacción, ese “otra vez actué sin detenerme a
pensar”, te puede hacer zafar del presente, o a veces hundir más, pero no se condice
con tus metas a largo plazo.

Todos sabemos bien que habitualmente necesitamos controlar distintos aspectos de


nuestra vida para no entrar en conflicto permanente con todo, ya sean los impulsos
para decir, actuar repentinamente, consumir, etcétera. Todos luchamos en algún
momento con tentaciones, distracciones o inacciones, como procrastinar. Es lo
imperfecto de lo perfecto del comportamiento humano. No son debilidades
individuales que revelan tus falencias como persona, son experiencias universales y
parte de la condición humana.
El mismo estudio sugiere que aquellas personas que llevan un mejor control sobre su
atención, sus emociones y acciones, son más felices, saludables, y sus relaciones les
brindan más satisfacciones y son más duraderas.
Además ganan más plata y llegan más lejos en sus carreras, manejan mejor el estrés, el
conflicto, y se sobreponen más rápido de la adversidad. Hasta viven más años.
Además, la fuerza de voluntad es el mejor predictor del éxito académico, incluso más
que la inteligencia IQ, y un determinante mucho más fuerte de liderazgo que el
carisma.
Finalmente, parece que la voluntad es más importante que la empatía en la dicha del
matrimonio. Lo que conocemos como “saber cuándo mantener tu boca cerrada”
requiere fuerza de voluntad.

Lo primero que tenés que desarrollar para mejorar tu fuerza de voluntad es darte
cuenta de qué es lo que estás haciendo, cuándo lo hacés, y comprender por qué lo
estás haciendo.

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