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Es frecuente que en los proceso de intervención uno o más actores hagan explícito su desacuerdo frente a las

decisiones profesionales que planteamos, más aún cuando estas decisiones implican acciones directas e
inmediatas sobre la vida de los sujetos intervenidos. Esta experiencia es apropiada por los profesionales de
diversas maneras: una forma posible es comprender que las personas afectadas –ya sea por falta de capacidad
intelectual o por causa del momento de crisis que viven– no logran ver que la decisión que hemos tomado es la
mejor para ellos; otra forma de apropiarse esta experiencia está en comprenderla simplemente como un
desacuerdo, como un mal rato, como un problema propio de lo que hacemos. Nosotros nos plantearemos esta
cuestión desde una perspectiva moral, es decir, trataremos de comprender esta interpelación como un llamado a
justificar, explicitar y, en último término, a dialogar los valores, criterios y principios por medio de los cuales usted
ha definido la acción que va a tomar y gracias a los cuales usted considera que esa acción es la que DEBE
realizarse. Para ello, comenzaremos aclarando el sentido que daremos al concepto moral, “Los especialistas de
filosofía moral no se ponen de acuerdo sobre la distribución de sentido de los términos «moral» y «ética». *…+
Pero, si bien no hay acuerdo en lo que concierne a la relación, jerárquica o de otro tipo, entre los dos términos,
hay acuerdo sobre la necesidad de disponer de los dos términos. Buscando como orientarse en esta dificultad, se
propone considerar el concepto de moral como término fijo de referencia y asignarle una doble función: la de
designar, por una parte, la región de las normas o, dicho de otra manera, los principios de lo permitido y de lo
prohibido, y, por otra parte, el sentimiento de obligación en tanto que cara subjetiva de la relación de un sujeto
con las normas”. (Ricoeur, 2008, pág. 47) Seguiremos en esta distinción a Paul Ricœur y entenderemos entonces
por moral, aquel conjunto, aquella región de las normas, principios y valores que nos hacen posibles enjuiciar y
distinguir aquellas acciones que están permitidas o prohibidas, o de otro modo, aquellas acciones que
comprendemos como buenas, correctas, válidas, de aquellas que no lo son. Si aceptamos esta distinción podemos
comprender rápidamente que no existe una moral universal, sino más bien morales, en plural: un universo de
distintas morales que se excluyen, cruzan, comparten, etc. Así entendida, la interpelación es un llamado de
atención al primado de los valores y normas que ponemos en juego para calificar y juzgar una realidad, sin
considerar la posibilidad y la pertinencia del resto del universo de morales que conforman el horizonte donde
despliego mi acción profesional. En términos más sencillos, la interpelación muestra que aquello que yo como
profesional valoro en una determinada situación no tiene por qué ser compartido por los sujetos que participan
de la situación de intervención, pues ellos pueden valorar otros elementos y regirse por otras normas diferentes a
las mías. En este escenario, la pregunta ética que nos hacemos, es ¿cómo resolver o posicionarse frente a esta
cuestión? Fíjese que en otros términos, el conflicto moral pone de relieve la diversidad y la diferencia radical que
el otro representa para mí. La diversidad y la presencia del otro no dejan que yo la absorba en mi propio juicio, se
rebela contra este intento de universalización de mi perspectiva. De manera similar, el texto de Mondragón
(2007) se intenta puntualizar los mismos aspectos desplazados, esta vez, a la investigación social. Cuando
intentamos producir conocimiento, emitir juicios, construir opiniones profesionales, lo hacemos orientando
nuestras acciones por determinados valores, principios y normas que nos indican que esto que hacemos es
necesario, importante, relevante o incluso bueno y justo para todos, sin embargo, este movimiento está
atravesado por un riesgo inherente de totalización y autoritarismo cultural que es necesario revisar y reflexionar.
No estamos diciendo con ello que no sea importante la intervención social ni que sea simplemente un ejercicio de
autoritarismo, sino más bien, que este proceso está marcado por la fragilidad de la propia condición humana y las
dificultades de emprender acciones en escenarios intersubjetivos marcados por estructuras de poder y de
decisión, que asignan y distribuyen capacidades para decir sobre la vida de otros sin contar necesariamente con el
consentimiento o la participación de los demás. Este es el problema que se quiere resaltar, ¿cómo es posible
tomar decisiones profesionales que respeten e incluyan la diversidad cultural y moral de todos los involucrados?,
¿cómo pueden nuestras intervenciones, marcadas por las demandas y estructuras sociales que las legitiman,
respetar efectivamente la totalidad de los derechos de las personas? Aranguren (2008), en su texto El
investigador ante lo indecible y lo inenarrable (una ética de la escucha), tensiona todavía más esta problemática al
incluir en ella el análisis de los límites de la representación de un tercero frente a experiencias como el dolor o la
violencia. En palabras simples, el texto se pregunta sobre las posibilidades de tomar la voz por otro, reemplazar a
otro, representar a otro, que ha sido víctima de violencia o sufrimiento. Elementos que determinan la acción
moral Orientada Fin Valores Principios Normas-. Este texto resulta particularmente interesante pues en los
procesos que desarrollamos en los espacio con familias, ambas experiencias son frecuentes, comunes y cotidianas
y, al mismo tiempo, muchas veces nuestro manejo de las mismas tienden a soslayar y normalizan las dificultades
propias de representarlas, hablarlas y comprenderlas. Así, la propia representación de un tercero es cuestionable
moralmente en la medida en que, en primer lugar, existe una separación entre lo testimoniado y la
reconstrucción del hecho por parte del profesional. ¿Por qué debemos tomar la voz por las víctimas? ¿Por qué
motivos o razones las víctimas no pueden expresar su propia voz en los espacios de intervención sin estar
mediados de una u otra forma? Uno de los aspectos que se vuelven problemáticos en estas situaciones es que
esta reconstrucción o mediación implica una selección y un desplazamiento desde lo que el testimoniante
presenta como importante, verdadero y relevante desde su esquema moral hacia lo que, para el tercero
interventor, juez o sociedad, considera importante y valorable desde su propio esquema valórico. Así, la escucha
de estos testimonios resulta modulada, filtrada y, en definitiva, resignificada por los procesos de normalización
cultural y moral que despliegan los dispositivos judiciales y de intervención. En este sentido es posible
comprender cómo, desde esta perspectiva, es factible entender que la acción social no necesariamente implica
una transformación social (en términos morales) sino que, al contrario, muchas veces tiende a reproducir los
patrones culturales y morales que legitima y valida la sociedad, produciendo, al mismo tiempo, espacios de
exclusión y discriminación para las minorías morales no reconocidas. Si comprendemos y aceptamos lo expuesto
en estos textos y lo que hemos sintetizado aquí, nos vemos forzados a reconocer el lugar de poder que tiene
quien interviene en estos espacios, poder no solo para actuar, sino fundamentalmente para presentar, modular y
mediar en la representación de mundos morales diferentes a los reconocidos. La reconceptualización del trabajo
social latinoamericano velaba, entre otros aspectos, por el reconocimiento de la posición ético-política del
profesional, comprendiendo que este impone cierta dirección, finalidad y valores a su labor. No obstante, a ella
debemos agregar este aspecto complejo: “Lo que subraya De Certeau es, por lo tanto, el problema político que
entraña la escritura de la historia en tanto silenciamiento, rechazo, exclusión y ficcionalización del sujeto, de su
cuerpo y de la enunciación de su palabra.” (Aranguren, 2008, p. 25) En términos epistemológicos, la construcción
y presentación que se hace de las víctimas y que lleva a construirlas como sujetos de intervención es, al mismo
tiempo y sin importar las buenas intenciones o voluntades, un acto de ficcionalización, silenciamiento y exclusión
en la medida en que el otro no tiene un espacio para presentarse a sí mismo, en su integralidad. Así, la historia
que escribimos de las víctimas o sujetos vulnerados es una obra muy distinta a la de su propia vida. Por ello es
que lo que hace aceptable un relato es su consideración moral por parte de la sociedad (es decir, lo que puede ser
seleccionado en función de lo que valoramos, normamos y consideramos importante) y no necesariamente,
aquello que tenga de verdadero, de denuncia o de demanda. Existe una infinidad de discursos, de gritos, de
demandas que la institución no reconoce en su legitimidad y, por tanto, quedan olvidados. A ello responden
frases como: “comprendo perfectamente lo doloroso de todo esto, o lo importante que es para usted, pero frente
a ello yo como profesional no puedo hacer nada”. Por ello entonces se quiere enfatizar lo problemático de la
dimensión moral de nuestra acción, pues: “Situar la pregunta de investigación en torno a las formas subjetivas de
rememoración de experiencias de dolor y sufrimiento, supone que el investigador se enfrente a la fractura del
lenguaje, a la ruptura de las disposiciones del enunciado, a intentos fallidos por gestionar lo indecible, a todo eso
que de incomunicable tiene el horror. Este enfrentamiento pone, de un lado, al investigador con sus marcos de
interpretación, sus necesidades de indagación, sus urgencias de producción académica y su narrativa diluida en
menor o mayor grado en los regímenes del discurso científico; del otro, la ruptura de las condiciones de
posibilidad de la comprensión de hechos de degradación y muerte, la necesidad de hablar, la urgencia de ser
escuchado, la emergencia del silencio para preservar la intimidad o el anonimato, el hueco, el vacío, el mismo
dolor”. (Aranguren, 2008) En términos sencillos, queremos hacer justicia, transformar, ayudar al otro, pero en
estos espacios y bajo esta perspectiva ¿cómo hacerlo?,¿cómo incorporar aquello que no somos capaces de oír?

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