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Todo esto es mucho más de lo que Rut se podía imaginar cuando salió
de su casa en busca de un campo donde poder espigar. Está viendo con sus
propios ojos cómo se cum ple la petición de Boaz al Señor: «Que tu
recompensa sea abundante de parte del Señor de Israel» (2,12).
Una vez que Rut recogió la cebada, limpia de paja, en su talega o saco,
se lo cargó y se volvió al pueblo. La carga -alrededor de un efá- la llevaría Rut
sobre la cabeza, sobre las caderas, o alternándose. ¡Que distinto el cuadro
de la m mañana al de la tarde! Por la mañana temprano la joven Rut sale del
pueblo con rumbo desconocido en busca de un campo donde poder espigar un
poco de cebada, para satisfacer las necesidades más elementales
de su suegra y de ella misma. Al caer de la tarde vuelve Rut con una carga
pesada, pero con pie firme, seguro; el rostro cansado, pero radiante, porque su
corazón está alegre, rebosa agradecimiento hacia el Señor, su Dios,
que la ha protegido de todos los peligros, y hacia Boaz, ese hombre de
buen corazón, a cuyo campo ha tenido la inmensa suerte de acercarse
para espigar.