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Los marginales
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Extraña y vieja juventud, que me ha dejado acobardado como un pájaro sin luz.
Naranjo en Flor de Homero Expósito
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Gardel Carlos desde la RCA Víctor.
Daniel Belinche
Los grandes circuitos interconectados permitieron el acceso a los materiales
de la música popular por parte de los compositores académicos y en paralelo
la atención de los músicos populares sobre las estrategias compositivas de las
obras burguesas de la época. Poco a poco lo popular se escindió de lo folcló-
rico, reservando esa categoría para la música de comunidades cerradas, en las
que los niveles de identificación entre el músico y su entorno eran condición
de existencia. La música académica también se registraba. Termina de romper-
se así el hermetismo estamental que signó a Occidente en los siglos pasados.
No será análisis de nuestro libro, pero el romanticismo nacionalista tardío, la
incorporación en España de la guitarra a la producción académica y la prolí-
fica composición sinfónica y de concierto en los países periféricos de Euro-
pa de obras originadas a partir de la reelaboración de ritmos folclóricos, eran
contemporáneos de las vanguardias. Todavía, cuando en los exámenes de los
conservatorios se prescribe la inclusión de una obra de “autor nacional”, ésta
se refiere a Gilardo Gilardi, López Buchardo y a artistas que adaptaban giros o
melodías folclóricas “estilizándolas” en versiones para piano o para orquesta,
con resultados dispares. “Autor nacional” puede incluir a Ginastera, ocasional-
mente a Piazzolla. En ningún caso a Charly García, Aníbal Troilo, Atahualpa
Yupanqui o Gerardo Gandini.
De los cantos de trabajo del sur de EEUU a Keith Jarret. Del tango prosti-
bulario a Piazzolla. De los tablados a Paco de Lucía. En origen y recorrido hacia
una estetización creciente el tango, el jazz y el cante flamenco enseñan el paso
de lo folclórico a lo urbano por vía de gradaciones de singular complejización
compositiva y confluencia estética. Estos géneros, como las derivaciones del
rock o el tropicalismo brasileño, componen en la actualidad junto al folclore,
las mixturas e incluso determinados casos de la música de masas, una malla de
relaciones intrincadas. Gestados en el XIX, recién en los comienzos del XX se
diseminan y exportan. Página 149
Félix Grande ilustra este camino en el canto gitano:
Camarón de la isla
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Laura Falcoff, entrevista a Félix Grande, s/e.
Daniel Belinche
estos géneros urbanos a su distribución y masividad registra marchas y contra-
marchas, versiones esencialmente comerciales o altamente poéticas.
En Argentina, entre 1900 y 1930, tres condiciones determinan un giro radical
en el modo de concebir la música popular. La primera es el avance tecnológico y
la masificación de la radio y el gramófono. La segunda responde a que los hábitos
culturales de los primeros inmigrantes -incluidos sus instrumentos, canciones y
danzas- son procesados por sus hijos y nietos que estaban asentados en busca
de su identidad. Interviene la generación que habla español, que en general está
agremiada y trabaja en las fábricas. La tercera es el éxodo del campo a la ciudad.
La crisis del 30 es paradojal respecto del tango. En paralelo a las restriccio-
nes económicas que limitaban el acceso al trabajo, la radio había alcanzado una
gran difusión. El tango fue sustituido por el cine en las salas teatrales y así fa-
cilitó su identificación con los pobres y los obreros afianzándose en los géneros
de danza y canción. La ilusión perdida, la idealización del pasado, la mentira, el
tono dramático en textos y música representan a esos inmigrantes que habían
llegado a hacer la América y se encontraban trabajando en un frigorífico de sol
a sol por un pago indigno.
Representante de un anarquismo relativamente extendido en barrios y sin-
dicatos, Dante Linyera habla en sus canciones de ese desencanto, de esa ilusión
extraviada que el tango retrata.3
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3
Ver Daniel Belinche, “El tango como metáfora de la ilusión perdida”, en BOA Nº 10, La Plata,
Facultad de Bellas Artes,1993, p. 114-117.
4
Dante Linyera, Autobiografía rasposa, Buenos Aires, Torres Agüero Editor,1979, p. 60.
5
Leonardo Acosta, “El acervo popular latinoamericano”, en Musicología en Latinoamérica,
La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1985, p. 31.
Daniel Belinche
A pesar de este largo periplo, que se ahondó con el correr del siglo, hasta
el final de la última dictadura militar sólo existían dos tipos de contenidos de
género en el ámbito de la educación musical superior: el que provenía de la
tradición europea de la gran música universal y aquel devenido de las etnias,
entendidas con las mismas categorías. Ni las formas ni los músicos, es decir,
Gardel, Piazzola, Dave Brubeck, los Beatles, Charly García, Charly Parker, Eg-
berto Gismonti, Caetano Veloso o Ellis Regina, parecen haber hecho los méritos
suficientes para ser aceptados en el ámbito universitario.
La experimentación y los intercambios llevan a que la música académica
contemporánea y la música popular establezcan un vínculo que ha dado lugar
a valiosas obras recientes, evolucionadas con relación a prácticas elitistas o re-
productivas, en las que los lugares comunes se volatilizan. El primer posmoder-
nismo, el de los 60, fue receptivo con lo popular. En esos años el rock y el pop
comenzaron a demarcar una región difícil de calificar en términos de género,
estilo y procedencia, en la cual ese intercambio acaece en obras híbridas y
originales. América Latina incluida. ¿Se puede concebir una síntesis que vulnere
las fronteras de lo popular y lo académico?
La mejor música urbana no académica se sitúa en los filos de estas dos
categorías en los que es posible definir abordajes singulares de la composición,
la ejecución y la concepción escénica de ambas. En una conversación que man-
tuve con Paula Cannova,6 ella explica este asunto:
El procedimiento en la composición de la música académica –con excepcio-
nes particulares en los casos de las obras asociativas– entraña la búsqueda
de especulación y abstracción partiendo de algún soporte registral (parti-
tura, grabación, computadora). Aquellos materiales luego son sometidos y
manipulados con diversos tratamientos que están distanciados de la reali-
dad en la que luego se convierten en música. Este proceso es poco habitual
en la música popular. Aquí, la composición sondea lo especulativo en
tiempo real, es decir dentro del ensayo y/o en la generación de la propia
parte a cargo de los instrumentistas. Otra diferencia en la composición
académica es que habitualmente, un compositor escribe, compone música
sin imaginar quién la ejecutará en vivo. Se parte por lo tanto de imagina-
rios universales acerca de lo que un instrumentista tradicionalmente sabe
y puede tocar y, en algunos casos, considerando lo que un instrumento es
capaz de proporcionar. Esta situación se da en la medida en que el compo-
sitor se limite a los tradicionales instrumentos encontrados en las orques-
tas sinfónicas. En cambio, en el ámbito de la música popular éste trabaja
sobre los instrumentos que él mismo toca, sabe que aquello que pudiera
crear será ejecutado por personas particulares a quienes probablemente
frecuenta. Los casos dentro del ámbito de lo popular que no se encuentran
en esta caracterización son mayoritariamente los de los arregladores, cer-
canos a la formación académica tradicional.
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6
Paula Cannova es compositora. Da clases e investiga en la Universidad Nacional de La Plata.
7
Coriun Aharonián, “Factores de identidad musical latino americana tras cinco siglos de con-
quista, dominación y mestizaje”, en Actas del VI Encointro Nacional da Anppon, Universidad
de Río, 1993, p. 82.
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La incorporación a los programas académicos de asignaturas que asumen
elementos estéticos o técnicos de la música popular es lenta. Y en las institu-
ciones específicamente dedicadas al arte popular los programas replican un
modelo fijado por la tradición de la gran música universal incapaz de generar
un cuerpo coherente de contenidos que recupere su singularidad.
El manejo de recursos de auto acompañamiento –cuyo conocimiento ate-
nuaría traumáticas experiencias de los docentes de música en la escuela pri-
maria–, el estudio de los géneros que identifican a los jóvenes, las rutinas ins-
trumentales específicas: rasgueos, contra melodías, flexibilidad rítmica, fraseo,
percusión, improvisación; la notación o registro en base a cifrados y escalas;
los programas informáticos, la instrumentación y los arreglos, la creación de
textos poéticos, el uso de la voz por fuera de los patrones clásicos y la opción de
elaboraciones innovadoras, alumbran recorridos esperables para la educación
musical.
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Para ampliar, ver Adolfo Colombres, Sobre la cultura y el arte popular, Buenos Aires, Edi-
ciones del Sol, 1987, p. 57.
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que nunca hubieran podido hacerlo por fuera de sus grupos de pertenencia.
De Adorno en adelante, a determinados teóricos de la izquierda artística les ha
costado mucho comprender estas contradicciones, en particular al referirse a
Latinoamérica.
Las manifestaciones populares poseen una gran capacidad para absorber y
asumir tratamientos compositivos que le son ajenos. Cuando aludimos al arte
popular no hacemos referencia ni a las posturas que adscriben a la fantasía de
no contaminar las costumbres o los bienes culturales con los hábitos modernos
–así pontifican los puristas de la derecha tradicional– ni al empeño de artistas
e intelectuales de hablar por el pueblo, de suplir la cultura popular extrayendo
de ella aspectos aislados con la enmascarada intención de establecer un co-
lonialismo de sesgo progresista. Colombres propone esta distinción: “(...) para
propiciar un diálogo simétrico sin usurpaciones ni manipulaciones”.9 El desplie-
gue del arte popular amerita entonces la experimentación y la distribución del
ingreso que garanticen procesos transformadores y no conservadores. En todo
caso, la relación valor de uso/ valor de cambio es una cuestión a analizar. Si un
artista popular vende su obra, si la convierte en mercancía para poder alimen-
tarse, no es esa la condición fundamental que señale una claudicación de su
poética. Esto ocurre si el artista resigna la búsqueda de síntesis entre su per-
tenencia histórica y su experimentación, si reemplaza la libertad compositiva
por la aceptación de las imposiciones del mercado, si inhibe la singularidad de
su lenguaje y opta por una estandarización destinada únicamente al consumo.
Por lo general estas fronteras son muy delgadas y son contados los artistas po-
pulares que cuentan con un pasar que les conceda principismo en una pelea, la
mayoría de las veces, desigual. Un ejemplo es la proliferación de películas que
se ofrecen en las salas de video en dos versiones: la que lanzan al mercado las
grandes productoras y la versión del director.
El artista popular extrañamente quiere distinguirse de su grupo. Ese anhelo
de medallas es una tendencia de la elite. La marca del arte popular no es ni la
manifestación de la interioridad ni la experimentación gramatical pura, sino la
capacidad de sintetizar su deseo con su cultura. El individualismo que hundió
sus raíces en el idealismo estético es socavado por las manifestaciones popula-
res. Observa García Canclini que “(...) las nuevas tendencias tratan de reempla-
zar el individualismo por la creación colectiva y ver a la obra no como el fruto
excepcional de un genio sino como el resultado de las condiciones naturales y
culturales de cada sociedad”.10
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