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El arranque de la PAC

En el año de 1957 el Tratado de Roma establece un mecanismo progresivo para alcanzar la Política Agrícola Común (PAC), esta
convertiría a la Comunidad en una zona de libre cambio de productos agrarios para un mercado único de más de 200 millones de
consumidores europeos.

Como objetivos tenían el ajuste de la oferta y la demanda, la estabilización de los precios, la mejora de la producción hasta
alcanzar el autoabastecimiento alimentario, la regulación de los mercados interiores para garantizar el acceso de toda la población
de los productos básicos, el fomento de las exportaciones, etc. La Comisión Europea tendría capacidad para decidir los precios y
el volumen y la composición de la producción de la producción agrícola de los Seis. Los ministros de agricultura y representantes
de las organizaciones agrarias acordaron reformar la agricultura facilitando su modernización y especialización, pero sin alterar
su principal dimensión social y unificar los precios en un nivel que garantizara los beneficios a los agricultores. Todos los países
miembros veían ventajas en implantar rápidamente la PAC, destacando el Benelux y sobretodo Francia, cuya agricultura
empleaba a casi la cuarta parte de la población y contaba con un activo sector exportador. Mansholt (vicepresidente y comisario
para asuntos agrícolas holandés) presentó una propuesta en el Consejo de Ministros en 1960 donde establecía tres principios
básicos, la unidad de mercado agrario, la preferencia comunitaria y la solidaridad financiera. El Informe Mansholt, abiertamente
proteccionista preconizaba el establecimiento de 16 “mercados” agrícolas, las Organizaciones Comunes de Mercado (OCM),
constituida por grupos de productos. En la mayoría de productos y sobre todo en los cereales, aceite y vacuno, se daría un alto
nivel de subvenciones, así como un control de la producción para evitar acumulación de stocks e imponer los precios únicos en
origen. En otros productos el nivel de intervención sería menor. Sin embargo las propuestas de Mansholt estaban lejos de ser
aceptadas por las diferencias entre los Seis sobre los precios, ritmos de liberalización, subsidios, etc. El impulso francés fue
fundamental para que finalmente (y con 15 de retraso) se aceptara un acuerdo total sobre las primera etapa de la PAC (14 de
enero de 1962, pocos días antes del Plan Fouchet II).

La crisis de la silla vacía y el compromiso de Luxemburgo

Las condiciones de activación de la PAC no gustaron a todos. En Francia, con una agricultura fuertemente subvencionada por el
Estado, las organizaciones campesinas se oponían a la pérdida de las ayudas estatales en beneficio de las comunitarias, sometidas
al control de un organismo supranacional. París, aunque había sido el primer impulsor de la PAC, no quería ver su agricultura
intervenida por los funcionarios de la comisión Europea. Pero los restantes socios comunitarios sí eran partidarios de la
intervención. El 1 de julio de 1967 entró en vigor una propuesta del presidente de la CE Walter Hallstein, la tarifa única para el
comercio interior de cereales y derivados, inaugurándose así la unión aduanera agrícola y la primera de las OCM. Hallstein,
además presentó un ambicioso proyecto para cambiar la financiación de la PAC y nutrir de fondos el FEOGA: la PAC no
funcionaría mediante aportaciones específicas de los gobiernos canalizadas a través del Consejo de Ministros, sino que contaría
con “recursos propios”, salidos del Presupuesto general. Ello suponía una copiosa financiación que escaparía del control de los
estados, así como el incremento de la capacidad de intervención de la CE sobre la regulación de los mercados, precios, y control
de importaciones y exportaciones de las agriculturas nacionales, cuyos ingresos fiscales irían a parar a las arcas comunitarias. La
medida, respaldada por los federalistas fue aprobada por el Parlamento. Se sentaba así el principio supranacional en los temas
agrarios, lo que el Gobierno francés estimó muy peligroso. Franceses e italianos, en minoría, mostraron su desagrado, porque
recortaba los derechos de control de presupuestos del Consejo en beneficio de la Comisión y del Parlamento. Así pues, el
ministro francés Maurice Couve de Murville, que presidía el Consejo cerró la sesión del 30 de junio de 1965 y anunció que no
retornaría a la mesa.

Durante seis meses “la crisis de la silla vacía” afectó muy seriamente a las instituciones comunitarias por la ausencia de los
funcionarios galos en la Comisión. Finalmente los cinco gobiernos pidieron negociar con el Ejecutivo francés, pero reivindicando
la vigencia de los Tratados comunitarios. En enero de 1966 se reunieron en Luxemburgo y Francia planteó sus exigencias:
mantenimiento del voto por unanimidad en el Consejo de Ministros (derecho de veto) y recorte de los poderes ejecutivos de la
Comisión en beneficio del Consejo.

La solución final, el llamado Compromiso de Luxemburgo confirmaba el sistema de voto mayoritario como el reglamentario en
el Consejo de Ministros, pero se admitía que los Gobiernos pudieran vetar las decisiones importantes que afectaran a sus
“intereses vitales”. Las propuestas a que el Parlamento Europeo ampliase su capacidad de control y fuera elegido por sufragio
universal quedaron relegadas, originando una merma de ya su escaso prestigio. A cambio Francia cedería en algunos asuntos que
afectaban a la agricultura.
El Compromiso de Luxemburgo no era un consenso positivo, sino una cesión forzada por las circunstancias. Pero funcionó,
aseguró la vigencia de los Tratados de Roma, facilitó la ejecución de la PAC y permitió seguir avanzando en la fusión de los
organismos. Representó un evidente retroceso en el proceso político de integración al fortalecer el papel individual de los
gobiernos en la toma de decisiones a través del Consejo de Ministros y de las Cumbres comunitarias, en perjuicio de la capacidad
de iniciativa de la Comisión y del Parlamento de la CEE. Y reforzó el eje franco-alemán en detrimento de los otros cuatro socios.

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