Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Mainer José Carlos. Pensar en coyunturas (con algunos ejemplos). In: Bulletin Hispanique, tome 106, n°1, 2004. pp. 401-414;
doi : https://doi.org/10.3406/hispa.2004.5195
https://www.persee.fr/doc/hispa_0007-4640_2004_num_106_1_5195
Resumen
La introducción del concepto de coyuntura, muy utilizado por los historiadores, permite armonizar, en
relación con la necesidad de una "nueva historia literaria", las diferentes interpretaciones que debemos
a otras escuelas de esa Índole. El artículo propone la distinción entre las coyunturas de expectativa y
las coyunturas de plenitud, ilustradas ambas con ejemplos españoles.
Abstract
The introduction ofthe concept of conjuncture, well known to historians, enables the harmonization of
the various interpretations of the proceedings of literary enquiry within the frame ofthe search for a New
Literary History. This article also offers a distinction between the conjuncture of expectation and the
conjuncture of plénitude, illustrated by some Spanish examples.
Pensar en coyunturas
José-Carlos Mainer
Universidad de Zaragoza - España
The introduction ofthe concept o/conjuncture, well known to historians, enables the
harmonization of the various interprétations of the proceedings of literary enquiry
within the frame ofthe search for a New Literary History. This article also ojfers a
distinction between the conjuncture of expectation and the conjuncture of plénitude,
illustrated by some Spanish examples.
401
BULLETIN HISPANIQUE
402
PENSAR EN COYUNTURAS (CON ALGUNOS EJEMPLOS)
404
PENSAR EN COYUNTURAS (CON ALGUNOS EJEMPLOS)
405
BULLETIN HISPANIQUE
406
PENSAR EN COYUNTURAS (CON ALGUNOS EJEMPLOS)
407
BULLETIN HISPANIQUE
En esa permanente pelea entre lo estable y lo que innova, se diría que cada
coyuntura se ofrece como un repertorio de caminos posibles, surgidos la
mayoría por una lectura diferente del pasado, o por la recepción de alguna
novedad absoluta, aunque también abunden los caminos flamantes que no
conducen a ninguna parte, y las rutas envejecidas que, sin embargo, pueden
desembocar en territorios novedosos. Hace ya más de treinta años, la «estética
de la recepción» señaló un modo de echar a andar de nuevo la historia de la
literatura al entenderla como una sucesión de lecturas heterodoxas de la
tradición, a tenor de un permanente cambio de horizontes de expectativa. En
eso estamos todavía, aunque el paradigma de Hans Robert Jauss ha podido
enriquecerse... Lejos de estas líneas de ahora la ya muy sospechosa
identificación de la evolución literaria y la evolución biológica, pero hay que
convenir en que algo tienen en común: este fluido sistema de adaptaciones y
mutaciones, de ensayos felices y ensayos fracasados, es cosa que la biología y
literatura conocen muy bien. Y que quizá permitiera diferenciar las coyunturas
de plenitud (donde casi todo sale bien: la primera mitad del siglo XIV en Italia,
los años finales del XVI en España y en Inglaterra, la época del primer
romanticismo alemán. . .) y las coyunturas de expectativa (o de tanteo), en las
que abundan más los fracasos o las insuficiencias que los éxitos (pienso en las
letras francesas del XVI, en la segunda mitad del XVIII español. . .).
Naturalmente, cualquier aficionado podría impugnar mis ejemplos o
matizar (hasta hacerla irreconocible) la divisoria, pero, si regresamos al terreno
más fiable de la obra concreta, cabe advertir que cada una encierra su
porcentaje de error y su parte de acierto, su fuerza de hallazgo (que no siempre
tiene que ver con la novedad. . .) y su inercia de convención (que, a contrario,
puede tener mucho que ver con un deseo excesivo de ruptura). Antes hemos
repasado, en trance parecido, Luces de bohemia, de Valle-Inclán, donde es
difícil hallar un solo detalle que revele el extravío de un camino, el ensayo
inadecuado o la desmesura no correspondida por el oficio. Si ahora miramos
de cerca, y con el mismo propósito, otro clásico de las letras primiseculares,
La voluntad (1902) , de José Martínez Ruiz, resulta no menos llamativo el
predominio de la pedantería y el énfasis sobre lo certero, la inseguridad de
algunos pasos y la condición general de esbozo de algo que no acaba de
determinarse. Y no le falta, empero, conciencia de su objetivo: el capítulo XIV
de la segunda parte —con el famoso discurso de Yuste acerca de la descripción
de paisaje y luego, de la verosimilitud en la trama de la novela— aciertan de
pleno con tres de las sendas que había que buscar: la disolución de la novela
en un estado de ánimo, pautado por la irrupción de lo ambiental; la mayor
eficacia de la descripción metonímica sobre la panorámica metafórica y la
408
PENSAR EN COYUNTURAS (CON ALGUNOS EJEMPLOS)
409
BULLETIN HISPANIQUE
trilogía novelesca Las agonías de nuestro tiempo puede ser leída como una nueva
forma de relato-reportaje al hilo del mundo de entreguerras. Y como un atisbo
de lo que pudo haber sido una nueva novela: sus herederos más directos,
Ramón J. Sender o Andrés Carranque de Ríos, demuestran indirectamente
que no andaba tan descaminado el viejo maestro. . .
Aunque los parámetros sean distintos, otro ciclo igualmente seguro de sí
mismo fue el decenio de 1880. Lo acredita, por supuesto, el poderoso
despliegue de la novela naturalista, que además se produce en el contexto
propicio de una activa comunicación personal entre los creadores. Pero no es
ajeno al éxito, y en muchos casos es su visible acicate, el afianzamiento de la
función crítica en la España del momento, propiciado por la llegada de los
fusionistas al poder pero también por una sociabilidad más fluida y la
existencia de un público expectante. A lo que puede sumarse la oportunidad
de las lecturas colectivas: el catálogo de libros que fueron dieta asidua de
Leopoldo Alas, de Menéndez Pelayo o de Emilia Pardo Bazán, la nitidez con
que se configuró el papel del crítico como mediador cultural y las sinergias que
revelaron los elencos de la Revista de España y La España Moderna permiten
recomponer un clima cultural de notable complejidad (que lo es todavía más
patente en la Cataluña de Josep Yxart y Joan Sarda, de Narcís Oller y Ángel
Guimerà, por cierto...). ¿Hay desajustes en el panorama? Sí, pero, como
antes, revelan los muchos mimbres que debe trenzar el esfuerzo convertido en
colectivo: es cierto que Juan Valera guarda silencio como creador de novelas,
a lo largo de todos los ochenta, nada convencido de la línea dominante de sus
compañeros pero también poco convencido de la propia; es patente que un
espíritu tan poderoso como Clarín no alcanza a superar ciertos prejuicios y
que piensa todavía en la crítica satírica y policíaca como fórmula eficaz; aún
es más paladino que el teatro y la poesía tampoco supieron acertar con lo que
se pedía de ellas. Y no hay sino pensar en fenómenos literarios como
Echegaray, en la pervivencia del verso como lengua literaria de la escena, o en
el panorama poético que se inscribía en almanaques, álbums y abanicos, sin
que nos remedie mucho la poética práctica de Campoamor, en lo que
concierne al poema largo.
Estos son los casos que abundan tanto en las coyunturas de expectativa,
donde también las vacilaciones son las protagonistas, aunque se apunte a veces
alguna posible solución hegemónica. Por eso no es casual que suelan preceder
a las coyunturas de plenitud (y seguramente éstas últimas anteceden a nuevas
tesituras de vacilación que habrán de producirse por desgaste de modelos, por
dificultad de acomodación a nuevas expectativas, etc.). Un reciente libro
compilado por Marie Linda Ortega, Escribir en España entre 1840 y 1876
410
PENSAR EN COYUNTURAS (CON ALGUNOS EJEMPLOS)
(Visor, Madrid, 2002), parte de una certera hipótesis: indagar «la letra
menuda, marcada del sello de la desaparición y del consumo» y «producida en
y por una sociedad que conoce cambios profundos en las condiciones de
producción así como en los hábitos de lectura». A eso van enderezados los
trabajos que allí se reúnen: acerca de los contratos de edición del editor
Delgado (estudiados por Jesús Martínez Martín), de la figura del escritor tal
como viene reflejada por los artículos costumbristas (Enrique Rubio
Cremades) o por el uso de los seudónimos colectivos (Leonardo Romero
Tobar), de las relaciones del polígrafo Emilio Castelar con el editor barcelonés
Montaner (Eliseu Trenc), del estudio de las poco frecuentadas obras de
Ventura Ruiz Aguilera (Rubio) o Ángel Fernández de los Ríos (Cecilio
Alonso), o del teatro popular (Serge Salaün). Todo un programa, a fin de
cuentas, de cómo un barrio menor de la historia literaria puede ser estudiado
como un conjunto significante, capaz de decirnos algo sobre etapas
posteriores y quizá más felices en los logros.
Sin lo ocurrido en esa España febril (y pacata) que vio el eclipse del
esparterismo, la disolución de las esperanzas de 1854, los meteoros bélicos de
los cincuenta y la consolidación de la institucionalización liberal-burguesa de
la vida social, es imposible entender el periodo de los ochenta que se evocaba
líneas más arriba. Trabajando yo hace poco sobre los escritos periodísticos de
Galdós, publicados en La Prensa y otros diarios madrileños de 1863-1870, he
tenido la oportunidad de revisar el problema en las vísperas mismas de la
coyuntura expansiva de 1 880. Es el momento en que algunos textos de ficción
empiezan a ser ventajosamente conocidos. Pienso en «La conjuración de las
palabras», tan cercano al periodismo de Larra, o «Un tribunal literario», donde
echan su cuarto a espadas sobre la novela el duque de Cantarranas —un
empalagoso-, la poetisa -que pide moralización y lirismo-, don Marcos -que
gusta de «la vida como es»- y don Severiano, enamorado del neoclasicismo).
Pero pienso también en La novela en el tranvía, que como aquellos resulta ser,
en rigor, asedio a un género posible pero todavía no muy claro: la novela
realista, que ha de tomar distancias sobre el folletín, sobre el artículo de
costumbres y la narración histórica pero siendo consciente de que cada uno
de estos pasos fallidos han sido inevitables (el quid pro quo de «La novela en
el tranvía» viene a ser, como se recordará, el pertinaz recuerdo de un folletín,
implicado en la vida real de un ómnibus madrileño por parte de un
narrador... que lleva en su mano un paquete de folletines que acaba de
adquirir). Pero, en tanto, quizá lo más aleccionador es que la paralela crítica
cultural de Galdós se basa en el atento escrutinio y el progresivo descarte de
otros géneros que se producen en su entorno y que suscitan el entusiasmo
411
BULLETIN HISPANIQUE
colectivo: la ópera (a la que siempre fue fiel), la poesía «científica» (al modo
de Melchor de Palau), la filosofía germánica y la poesía sencilla, a lo alemán
(recordemos su notabilísima necrología de Bécquer. . .) y, sobre todo, el teatro,
máximo productor de rentas monetarias y populares en el periodo (resumo las
ideas de mi prólogo de la edición de Benito Pérez Galdós, Prosa crítica, ed.
José-Carlos Mainer y Juan Carlos Ara, Espasa-Calpe, Madrid, 2004) .
Algo se mueve, en el fondo... Cuando su amigo Pereda, que no tenía un
pelo de tonto, repensó los confusos años anteriores a 1854 consignó en el
capítulo XX de Pedro Sánchez un inolvidable esquema, muy negativo, de la
literatura... en vísperas de la arribada de la novela: el texto transpira la
seguridad de escribir «desde el otro lado», desde una certeza que, a la altura
de 1884 -al escribir su novela madrileña- el escritor santanderino había
conquistado. Pero la obra juvenil de Galdós nos muestra, en el decenio de los
sesenta, más cosas reveladoras que tenían que ver, en este caso, con una
consolidación de la función crítica de la literatura: la idea nacional, la utilidad
nacional de la cultura, era para él, como había sido para el último Larra, un
horizonte que se iba afirmando a través de la constitución de un patrimonio
nacional y de una vida cultural, convertida en termómetro de la vida social y
política. Al Galdós de La Nación le avergüenzan las pobres celebraciones de
Cervantes y Lope, pero esto sucede a la vez que consigna cómo Modesto
Lafuente publica su Historia de España, o sabe que la iniciativa pública afianza
el género de la pintura de historia. Al estudioso de hoy no le cuesta mucho
añadir que en los años 1 854- 1 874 se conforma la idea de patrimonio nacional,
a través de la creación de Museo de Antigüedades, de la larga construcción del
palacio de Bibliotecas y Museos, de significativos proyectos de erección de
monumentos conmemorativos (véase al respecto la síntesis de María Bolaños,
Historia de los museos en España. Memoria, cultura, sociedad, Trea, Madrid,
1997, pero también el ensayo de José Álvarez Junco, Mater Dolorosa. La idea
de España en el siglo XIX, Taurus, Madrid, 2002).
Pasemos ahora a otra coyuntura de expectativa mucho más brillante,
emplazada en ese rico periodo moderno donde la plenitud y el tanteo parecen
convivir fecundamente, más que sucederse: me refiero a los años de principios
de siglo que han ilustrado ya las rápidas disecciones de La voluntad j Luces de
bohemia. En el momento histórico de 1910-1918 parece haber algún eco
remoto de la situación que se acaba de pergeñar respecto a 1 870. Hay síntomas
manifiestos de disolución de una estética y una moral que, en un caso, es la
romántica y, en otro, el complejo estético-político de la fiebre finisecular. Pero
quizá la más notable coincidencia reside en que, tras la crisis de 1898,
asistimos a la reconstrucción de un ideal estético de España, como entre 1 850
412
PENSAR EN COYUNTURAS (CON ALGUNOS EJEMPLOS)
413
BULLETIN HISPANIQUE
414