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El deber ser, formulado con tanta precisión por Kant, constituye en las sociedades
contemporáneas, no sólo un concepto de teoría moral, sino que, en cuanto elemento simbólico,
se imbrica como obligación y consigue direccionar las prácticas de los sujetos. De este modo, el
deber ser, en cuanto asumido como tal por los sujetos, se transforma en una técnica de
constitución de la subjetividad con alta eficiencia productiva. El deber ser delimita como
verdaderas un conjunto de prescripciones éticas y propone como correctas, buenas y justas, las
prácticas sociales correspondientes. De esta forma las personas y los grupos sociales pautan su
ser histórico por el deber ser transcendental, otorgando al deber ser el poder de estructurar
modos de subjetivación y, concomitantemente, el poder de dirigir las acciones de los individuos,
según el código moral definido como verdadero. Los dispositivos de poder contemporáneos usan
del carácter transcendental y de la dimensión simbólica del deber ser kantiano, para producir
modelos de sujeción de los individuos. El deber ser contribuye para producir subjetividades
flexibilizadas de acuerdo con las demandas estructurales.
Por supuesto que no nos referimos a una lectura simplemente impulsada por la curiosidad
intelectual o el deseo de conocer distintas perspectivas filosóficas. En ese sentido, la lectura de
Kant –como la de todos los grandes filósofos– es intrínsecamente útil y gratificante. Con nuestra
pregunta, nos referimos a una lectura en profundidad, destinada a deducir de ella otro tipo de
utilidad. Concretamente, la que puede contribuir a desarrollar nuestra propia concepción del
mundo y, sobre todo, la que contribuya a orientar nuestra conducta y acción en la confusa
situación actual. Es decir, a lograr algo que sería coherente con la propia posición de Kant,
cuando sostenía que él no pretendía enseñar una determinada filosofía sino que se aprendiese
a filosofar...