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Entendida la identidad como el componente subjetivo de la cultura que dibuja la frontera o marca una
diferenciación entre individuos y que, a diferencia de los objetos, requiere de reconocimiento social
para existir. De acuerdo con Habermas, “esto implica que la identidad de los seres humanos no es
solamente una identidad numérica (nombradas a partir de rasgos objetivos observables desde el
exterior), sino cualitativa (que requiere una “intersubjetividad lingüística”) que moviliza tanto la primera
persona (el hablante) como la segunda (el interpelado, el interlocutor)” (Jürgen Habermas, op. cit., vol
II, p. 144.) y por lo tanto existe y persiste mediante los procesos de interacción y comunicación social.
“Es la autopercepción de un sujeto en relación con los otros; a lo que corresponde, a su vez,
el reconocimiento y la “aprobación” de los otros sujetos.” En este sentido, la identidad solamente
emerge en confrontación con otras identidades, lo cual, dice el autor, con frecuencia implica relación
desigual entre ellas.
Segú Alberto Melucci la identidad de un determinado actor social resulta de la interacción entre auto-
y hetero-reconocimiento; es decir, entre las características asumidas como propias y el reconocmiento
social de las mismas. La identidad concreta se puede manifestar, Melucci elabora una tipología
elemental que distingue analíticamente cuatro posibles configuraciones identitarias:
- Las identidades segregadas. Tienen lugar cuando el actor se identifica y afirma su diferencia
independientemente de todo reconocimiento por parte de los otros.
- Las identidades heterodirigidas. Tienen lugar cuando el actor es identificado y reconocido como
diferente por los demás pero él mismo posee una débil capacidad de reconocimiento autónomo.
- Las identidades etiquetadas. Cuando el actor se autoidentifica en forma autónoma aunque su
diversidad ha sido fijada por otros.
- Las identidades desviantes. Cuando existe una adhesión completa a las normas y modelos de
comportamiento que proceden de afuera, pero la imposibilidad de ponerlas en práctica induce al actor
a rechazarlas mediante la exasperación de su diversidad.
Lo que permite advertir esta tipología es que la identidad concreta de un determinado actor social se
manifiesta bajo configuraciones que varían según la presencia e intensidad de los polos que la
conforman, es decir, del autorreconocimiento y el heterorreconocimiento. Lo que contribuye a reafirmar
que la identidad no constituye un atributo o una propiedad intrínseca del sujeto –que depende sólo de
su autopercepción–, sino que tiene un carácter intersubjetivo y relacional que depende del
reconocimiento y la “aprobación” de los demás sujetos.
La identidad del individuo se define principalmente –aunque no de manera exclusiva– por la pluralidad
de sus pertenencias sociales (la familia de sus progenitores, la familia propia, su profesión, el Estado
del que es ciudadano, el estrato social, etc.). Lejos de eclipsar la identidad personal, esta pluralidad
de pertenencias la define y constituye de allí que “cuantos más amplios son los círculos sociales de
los que es miembro un individuo, tanto más se refuerza y se refina la identidad personal” (9).
Esta pertenencia social lo que implica es la inclusión de la personalidad individual en una colectividad
hacia la cual se experimenta un sentimiento de lealtad. Si bien esta inclusión se realiza generalmente
mediante la asunción de algún rol dentro de la colectividad considerada se efectúa, sobre todo,
mediante la apropiación e interiorización al menos parcial del complejo simbólico-cultural que
actúa como emblema de la colectividad en cuestión. Cabe señalar que esta pertenencia social reviste
diferentes grados que pueden ir de la membresía meramente nominal o periférica a la militante e
incluso conformista, lo que también incluye la posibilidad del disenso.
En sentido estricto, los colectivos a los que un individuo puede pertenecer son, por un lado, los grupos,
entendidos como conjunto de individuos en interacción frecuente, dentro de espacios próximos y según
reglas establecidas –como el vecindario, barrio, asociación deportiva, etc.–, y por otro las
colectividades, entendidas como conjuntos de individuos que, en ausencia de toda interacción o
contacto, comparten valores y cierto sentimiento de solidaridad –como la nación y las Iglesias
universales–.
No obstante, también se puede pertenecer a determinadas redes de interacción social, que tienen
particular relevancia en el contexto urbano, y a determinadas categorías sociales –ser hombre, mujer,
maestro, de clase media, etc.– que desempeñan un papel fundamental debido a las representaciones
y estereotipos que se le asocian.
ATRIBUTOS IDENTIFICADORES
En una dimensión más profunda, la distinguibilidad de las personas remite a la revelación de una
biografía incanjeable relatada en forma de historia de vida. Esta identidad biográfica, que también
requiere como marco el intercambio personal, alcanza las capas más profundas de la personalidad de
los actores sociales y llega hasta el nivel de las llamadas “relaciones íntimas”.
Esta narrativa íntima, de tono marcadamente confidencial, que suele producirse por la autorrevelación
recíproca entre conocidos, amigos o amantes, “configura o reconfigura una serie de actos o
trayectorias personales del pasado para conferirles sentido”. En este proceso de intercambio
interpersonal, la contraparte puede reconocer, apreciar, reinterpretar, e incluso rechazar y condenar,
la narrativa personal.
La identidad colectiva, dice Pizzorno, es la que permite conferir significado a una determinada acción.
Conviene resaltar la relación dialéctica existente entre identidad personal e identidad colectiva, esta
identidad debe concebirse como una zona de identidad personal, ya dotados de una identidad propia
en virtud de un núcleo distintivo de representaciones sociales, Carlos Barbé dice “las representaciones
sociales referentes a las identidades de clase, por ejemplo, se da dentro del conjunto de procesos
conscientes e inconscientes propios de la mente humana”.
Existe una “distinción inadecuada” entre agentes colectivos e identidades colectivas, estas identidades
no tienen por efecto la despersonalización y la uniformización de los comportamientos individuales.
Según Melucci la identidad colectiva define la capacidad de un grupo o de un colectivo para la acción
autónoma así como su diferenciación de otros grupos y colectivos. Pero también aquí la
autoidentificación debe lograr el reconocimiento social si quiere servir de base a la identidad. La
capacidad del actor para distinguirse de los otros debe ser reconocida por esos “otros”. Resulta
imposible hablar de identidad colectiva sin referirse a su dimensión relacional. Vista de este modo, la
identidad colectiva comporta una tensión irresuelta e irresoluble entre la definición que un movimiento
ofrece de sí mismo y el reconocimiento otorgado al mismo por el resto de la sociedad. El conflicto sería
el ejemplo extremo de esta discrepancia y de las tensiones que genera. En los conflictos sociales la
reciprocidad resulta imposible y comienza la lucha por la apropiación de recursos escasos.
La relativa estabilidad y consistencia que suele atribuirse a la identidad deriva de que al mismo tiempo
que permite al sujeto identidado percibirse como diferente de su entorno le permite identificarse como
idéntico a sí mismo a través del tiempo y de los cambios en el entorno. Por tanto, otra característica
fundamental de la identidad es su capacidad de perdurar, aunque sea imaginariamente en el tiempo y
en el espacio. Pero más que de permanencia, dice Giménez, “habría que hablar de continuidad en
el cambio, en el sentido de que la identidad a la que nos referimos es la que corresponde a un
proceso evolutivo, y no a una constancia substancial.”
Para el sujeto la identidad se halla siempre dotada de valor positivo o negativo. La identidad funge
como “el valor central en torno al cual cada individuo organiza su relación con el mundo y con los
demás sujetos” y en este sentido las nociones de diferenciación, comparación y distinción, inherentes
a la identidad propia implican la búsqueda de una valorización de sí mismo con respecto a los demás;
a lo que Signorelli ubica como noción de inferioridad o superioridad con respecto de quien porta una
identidad distinta. En principio, dice Barth, los actores sociales tienden, en primera instancia, a valorar
positivamente su identidad, aunque también se puede valoras en sentido negativo.
LA IDENTIDAD Y SU CONTEXTO SOCIAL MÁS AMPLIO
Según Lapierre, “el concepto de identidad no explica nada, más bien define un objeto, un conjunto de
fenómenos sobre los cuales antropólogos y sociólogos se plantean cuestiones del tipo, cómo explicar
y comprender qué…”
Melucci define a la identidad como “la capacidad de un actor de reconocer los efectos de su acción
como propios, y por lo tanto, de atribuírselos”.
Pizzorno argumenta que, comprender una acción significa identificar su sujeto y prever su posible
curso, “porque la práctica del actuar en sociedad nos dice, que a identidaddes (I1) corresponde una
acción que sigue reglas (R1)”.
El autor TAJFEL hace referencia a la membrecía de una identidad social es decir a la relación o
pertenencia cultural de identificación con respecto a que en la comunidad las personas se relacionan
hacia un grupo con respecto al sexo, nacionalidad, afiliación política, religión a través de esto los
miembros o personas que se identifique procrean un grupo de identidad social.
El AUTOR CHIHU, AMPARAN AQUILES y BERGER Y LUCKMANN (1968). Hacen hincapié “la
identidad individual se deriva de los procesos de socialización, se trata de las identidades primarias e
identidades secundarias”.
Las identidades primarias hacen referencia a las acciones enraizadas o interiorizadas de una persona
que suceden en la niñez, son los comportamientos, actitudes el uso de la lengua, herencia cultural, y
la identidad secundaria se produce en el desarrollo del niño, que se refieren, cuando el niño actúa y
asimila nuevos sectores de sociedad, la división social del trabajo, comportamientos de rutina que son
realidades del mundo actual para su permanencia de vida.
El AUTOR CHIHU, AMPARAN AQUILES, nos dice “la identidad de grupo es el producto de una
definición colectiva interna, resultado de la identificación de similitudes y de diferencias que llevan a
cabo los actores, a través de las relaciones que crean con otros actores significativos”.
Podemos decir que algunas personas que salen a trabajar fuera de su vivienda, la gente de la
comunidad crean un proceso de identificación es decir realizan una categorización social,
resumiéndolo con la palabra colectividad “ tienen algo en común” y esto se transmite a través de la
educación o tradición cultural, es así como surge la identidad grupal. Por ello surge también la identidad
comunitaria que establecen fronteras que demarcan territorios sociales entre los distintos grupos, que
son diferencias del mundo propio y ajenos, entre ellas plasman los valores, estructuras alternativas,
simbologías comunitarias, costumbres y tradiciones, el lenguaje o dialecto, el sistema parentesco, el
complejo religioso.