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CONTENIDO
1. INTRODUCCION
2. ISRAEL BAJO CAUTIVERIO
3. LA PREPARACION DEL SALVADOR
4. LA VIDA QUE ES UTIL PARA DIOS
5. DIOS LLAMA AL QUE HA PREPARADO (1)
6. DIOS LLAMA AL QUE HA PREPARADO (2)
7. LA ZARZA CORPORATIVA
8. LAS TRES SEÑALES
9. LA AYUDA MASCULINA Y FEMENINA PARA EL QUE HA SIDO LLAMADO
10. LA VISION COMPLETA DEL LLAMADO QUE DIOS HIZO A MOISES
11. EL PROPOSITO DEL LLAMADO DE DIOS
12. LAS TRES ESTACIONES EN EL CUMPLIMIENTO DEL PROPOSITO DE DIOS
13. LA EXIGENCIA DE DIOS Y LA RESISTENCIA DE FARAON (1)
14. EL NOMBRE Y EL PACTO DE JEHOVA DIOS
15. DIOS ADIESTRA A MOISES
16. LA EXIGENCIA DE DIOS Y LA RESISTENCIA DE FARAON (2)
17. LA EXIGENCIA DE DIOS Y LA RESISTENCIA DE FARAON (3)
18. LA EXIGENCIA DE DIOS Y LA RESISTENCIA DE FARAON (4)
19. LA EXIGENCIA DE DIOS Y LA RESISTENCIA DE FARAON (5)
20. EL REGATEO SUTIL DE FARAON
21. EL ENDURECIMIENTO DEL CORAZON DE FARAON
22. LA EXIGENCIA DE DIOS Y LA RESISTENCIA DE FARAON (6)
23. LA PASCUA (1)
24. LA PASCUA (2)
25. LA PASCUA (3)
26. EL EXODO DE ISRAEL FUERA DE EGIPTO (1)
27. EL EXODO DE ISRAEL FUERA DE EGIPTO (2)
28. LA ULTIMA LUCHA DE FARAON
29. ISRAEL CRUZA EL MAR ROJO
30. LA EXPERIENCIA DE ISRAEL EN MARA
31. LA EXPERIENCIA DE ISRAEL EN ELIM
32. LA EXPERIENCIA DEL MANA
33. DIOS DISCIPLINA LA CARNE DE SU PUEBLO
34. EL CAMBIO DE DIETA
35. LA DIETA CELESTIAL: EL MANA (1)
36. LA DIETA CELESTIAL: EL MANA (2)
37. LA DIETA CELESTIAL: EL MANA (3)
38. LA DIETA CELESTIAL: EL MANA (4)
39. LA DIETA CELESTIAL: EL MANA (5)
40. EL AGUA VIVA QUE BROTO DE LA PEÑA GOLPEADA (1)
41. EL AGUA VIVA QUE BROTA DE LA PEÑA GOLPEADA (2)
42. EL AGUA DE VIDA EN RESURRECCION
43. BEBER DEL AGUA DE VIDA (1)
44. BEBER DEL AGUA DE VIDA (2)
45. FLUYE EL AGUA DE VIDA
46. LA DERROTA DE AMALEC
47. LA PELEA CONTINUA CONTRA AMALEC
48. AMALEC CONTRA EL REINADO
49. UNA TIPOLOGIA DEL REINO
50. INTRODUCIDOS EN LA PRESENCIA Y EN EL CONOCIMIENTO DE DIOS
51. EL TESTIMONIO DE DIOS LO REVELA A EL ANTE SU PUEBLO
52. LA LEY ES LA PALABRA VIVIENTE DE DIOS QUE INFUNDE SU SUSTANCIA
EN AQUELLOS QUE LO BUSCAN CON AMOR
53. EL PROPOSITO DE DIOS AL DAR LA LEY A SU PUEBLO CONSISITIA EN QUE
LO AMARA
54. GUARDAR LA LEY AL AMAR A DIOS, A SU PALABRA Y SER UNO CON EL (1)
55. GUARDAR LA LEY AL AMAR A DIOS A SU PALABRA Y SER UNO CON EL (2)
56. LA MANERA EN QUE DISFRUTABAN DE LA LEY DE DIOS LOS
BUSCADORES DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO (1)
57. LA MANERA EN QUE DISFRUTABAN DE LA LEY DE DIOS LOS
BUSCADORES DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO (2)
58. LA FUNCION DE LA LEY DE DIOS COMO LA PALABRA VIVIENTE PARA LOS
QUE LE BUSCAN CON AMOR
59. LA BENDICION QUE RECIBEN LOS QUE BUSCAN A DIOS CON AMOR A
TRAVES DE SU LEY COMO LA PALABRA VIVIENTE (1)
60. LA BENDICION QUE RECIBEN LOS QUE BUSCAN A DIOS CON AMOR A
TRAVES DE SU LEY COMO LA PALABRA VIVIENTE (2)
61. EL ASPECTO NEGATIVO DE LA LEY Y SU FUNCION (1)
62. EL ASPECTO NEGATIVO DE LA LEY Y SU FUNCION (2)
63. EL ASPECTO NEGATIVO DE LA LEY Y SU FUNCION (3)
64. FUERA DEL DIOS VIVIENTE, LA LEY SE CONVIERTE EN LETRA QUE MATA
65. EL VELO SOBRE LA GLORIA DEL MINISTERIO DE CONDENACION Y
MUERTE
66. LAS ORDENANZAS DE LA LEY EN CUANTO A LA ADORACION A DIOS
67. LA CONTAMINACION CAUSADA POR LA ACTIVIDAD DEL HOMBRE Y LA
DESNUDEZ EXPUESTA POR SUS METODOS
68. LA PRIMERA ORDENANZA DE LA LEY EN CUANTO A LA RELACION DEL
HOMBRE CON EL PROJIMO
69. LAS DIVERSAS ORDENANZAS DE LA LEY
70. LAS IMPLICACIONES, INDICACIONES Y EL SIGNIFICADO DE LAS
ORDENANZAS DE LA LEY (1)
71. LAS IMPLICACIONES, INDICACIONES Y EL SIGNIFICADO DE LAS
ORDENANZAS DE LA LEY (2)
72. LAS IMPLICACIONES, INDICACIONES Y EL SIGNIFICADO DE LAS
ORDENANZAS DE LA LEY (3)
73. EL ANGEL DE JEHOVA AYUDA A SU PUEBLO A TOMAR POSESION DE LA
TIERRA PROMETIDA (1)
74. EL ANGEL DE JEHOVA AYUDA A SU PUEBLO A TOMAR POSESION DE LA
TIERRA PROMETIDA (2)
75. EL ANGEL DE JEHOVA AYUDA A SU PUEBLO A TOMAR POSESION DE LA
TIERRA PROMETIDA (3)
76. LA PROMULGACION DEL PACTO (1)
77. LA PROMULGACION DEL PACTO (2)
78. LA SANGRE DEL PACTO (1)
79. LA SANGRE DEL PACTO (2)
80. LA VISION DE DIOS EN EL CIELO Y LA PERMANENCIA CON DIOS BAJO SU
GLORIA
81. LA VISION DE LOS MATERIALES, EL MODELO PARA EL TABERNACULO Y
SU MOBILIARIO (1)
82. LA VISION DE LOS MATERIALES, EL MODELO PARA EL TABERNACULO Y
SU MOBILIARIO (2)
83. LA VISION DE LOS MATERIALES, EL MODELO PARA EL TABERNACULO Y
SU MOBILIARIO (3)
84. EL ARCA DEL TESTIMONIO (1)
85. EL ARCA DEL TESTIMONIO (2)
86. EL ARCA DEL TESTIMONIO (3)
87. EL ARCA DEL TESTIMONIO (4)
88. EL ARCA DEL TESTIMONIO (5)
89. EL ARCA DEL TESTIMONIO (6)
90. LA MESA DEL PAN DE LA PRESENCIA (1)
91. LA MESA PARA EL PAN DE LA PRESENCIA (2)
92. EL CANDELERO (1)
93. EL CANDELERO (2)
94. EL CANDELERO (3) CRECE, SE RAMIFICA, REVERDECE Y FLORECE PARA
QUE LA LUZ BRILLE
95. LA CUBIERTA DEL TABERNACULO (1)
96. LA CUBIERTA DEL TABERNACULO (2)
97. LAS TABLAS DEL TABERNACULO (1)
98. LAS TABLAS DEL TABERNACULO (2)
99. EL VELO QUE ESTABA EN EL TABERNACULO (1)
100. EL VELO QUE ESTABA EN EL TABERNACULO (2)
101. LA CORTINA PARA LA PUERTA DE LA TIENDA (1)
102. LA CORTINA PARA LA PUERTA DE LA TIENDA (2)
103. LA CORTINA PARA LA PUERTA DE LA TIENDA (3)
104. EL ALTAR DEL HOLOCAUSTO (1)
105. EL ALTAR DEL HOLOCAUSTO (2)
106. EL ALTAR DEL HOLOCAUSTO (3)
107. EL ALTAR DEL HOLOCAUSTO (4)
108. EL ALTAR DEL HOLOCAUSTO (5)
109. EL ALTAR DEL HOLOCAUSTO (6)
110. EL ATRIO DEL TABERNACULO (1)
111. EL ATRIO DEL TABERNACULO (2)
112. EL ATRIO DEL TABERNACULO (3)
113. EL ATRIO DEL TABERNACULO (4)
114. EL ALUMBRADO DE LAS LAMPARAS Y LAS VESTIDURAS SACERDOTALES
(1)
115. EL ALUMBRADO DE LAS LAMPARAS Y LAS VESTIDURAS SACERDOTALES
(2)
116. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (1)
117. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (2)
118. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (3)
119. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (4)
120. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (5)
121. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (6)
122. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (7)
123. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (8)
124. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (9)
125. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (10)
126. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (11)
127. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (12)
128. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (13)
129. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (14)
130. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (15)
131. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (16)
132. LAS VESTIDURAS SACERDOTALES (17)
133. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (1)
134. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (2)
135. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (3)
136. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (4)
137. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (5)
138. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (6)
139. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (7)
140. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (8)
141. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (9)
142. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (10)
143. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (11)
144. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (12)
145. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (13)
146. LA SANTIFICACION DE AARON Y DE SUS HIJOS PARA SER LOS
SACERDOTES (14)
147. EL ALTAR DE ORO PARA EL INCIENSO (1)
148. EL ALTAR DE ORO PARA EL INCIENSO (2)
149. EL ALTAR DE ORO PARA EL INCIENSO (3)
150. EL ALTAR DE ORO PARA EL INCIENSO (4)
151. EL ALTAR DE ORO PARA EL INCIENSO (5)
152. EL ALTAR DE ORO PARA EL INCIENSO (6)
153. LA PLATA PARA LA PROPICIACION (1)
154. LA PLATA PARA LA PROPICIACION (2)
155. LA PLATA PARA LA PROPICIACION (3)
156. EL LAVACRO DE BRONCE
157. EL ACEITE DE LA UNCION SANTA (1)
158. EL ACEITE DE LA UNCION SANTA (2)
159. EL ACEITE DE LA UNCION SANTA (3)
160. EL UNGÜENTO COMPUESTO REPRESENTA AL ESPIRITU COMPUESTO (1)
161. EL UNGÜENTO COMPUESTO REPRESENTA AL ESPIRITU COMPUESTO (2)
162. EL UNGÜENTO COMPUESTO REPRESENTA AL ESPIRITU COMPUESTO (3)
163. LOS INGREDIENTES DEL ESPIRITU COMPUESTO TIPIFICADO POR EL
UNGÜENTO COMPUESTO (1)
164. LOS INGREDIENTES DEL ESPIRITU COMPUESTO TIPIFICADO POR EL
UNGÜENTO COMPUESTO (2)
165. LOS INGREDIENTES DEL ESPIRITU COMPUESTO TIPIFICADO POR EL
UNGÜENTO COMPUESTO (3)
166. LOS INGREDIENTES DEL ESPIRITU COMPUESTO TIPIFICADO POR EL
UNGÜENTO COMPUESTO (4)
167. EL INCIENSO (1)
168. EL INCIENSO (2)
169. EL INCIENSO (3)
170. LOS TRABAJADORES DEL TABERNACULO, EL MOBILIARIO, Y LAS
VESTIDURAS SACERDOTALES (1)
171. LOS TRABAJADORES DEL TABERNACULO, EL MOBILIARIO, Y LAS
VESTIDURAS SACERDOTALES (2)
172. LA RELACION DEL SABADO CON LA ERECCION DEL TABERNACULO
173. EL QUEBRANTAMIENTO DE LA LEY
174. EL PRINCIPIO DE LA IDOLATRIA DEL BECERRO DE ORO
175. DESTRUYE AL IDOLO Y A LOS IDOLATRAS
176. COMPAÑERO DE DIOS (1)
177. COMPAÑERO DE DIOS (2)
178. EL TIEMPO QUE MOISES PASO CON DIOS (1)
179. EL TIEMPO QUE MOISES PASO CON DIOS (2)
180. EL TIEMPO QUE MOISES PASO CON DIOS (3)
181. EL TIEMPO QUE MOISES PASO CON DIOS (4)
182. ERIGEN EL TABERNACULO, HACEN SU MOBILIARIO Y LAS VESTIDURAS
SACERDOTALES (1)
183. ERIGEN EL TABERNACULO, HACEN SU MOBILIARIO Y LAS VESTIDURAS
SACERDOTALES (2)
184. ERIGEN EL TABERNACULO (1)
185. ERIGEN EL TABERNACULO (2)
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE UNO
INTRODUCCION
En Colosenses 1:25 Pablo dice que él fue hecho ministro conforme a la economía de Dios
“para completar la Palabra de Dios”. En los días de Pablo, la revelación de Dios en las
Escrituras no se había completado. Por tanto, era necesario que Pablo tomara la carga
de hablar y escribir para completar la Palabra de Dios. Aún así, lo escrito por Juan en el
libro de Apocalipsis constituye la consumación de la revelación divina en las Escrituras.
Puesto que la revelación es completa, las Escrituras nos advierten que no debemos
añadir ni quitar nada de las palabras de la revelación de Dios (Ap. 22:18-19). Ahora que
la revelación progresiva de Dios en las Escrituras está completa, nadie está autorizado
para añadirle nada. Lo que debemos hacer hoy en día es leer, estudiar y escudriñar
progresivamente la Biblia, libro tras libro.
I. COMPARACION
A. Un cuadro de la redención
Al comparar Éxodo con Génesis, podemos ver que Éxodo presenta un lado, una línea, de
la experiencia espiritual que no encontramos en Génesis. Por ejemplo, en Génesis, no
vemos un cuadro claro de la redención. En el caso de Abraham vemos el llamado de
Dios, pero no se habla de su redención. Abraham fue un ejemplo típico de una persona
llamada; él fue llamado por Dios a salir de Caldea, de la tierra de Babel, una tierra de
rebelión e idolatría. Cuando Abraham todavía vivía en Babel, el Dios de gloria se le
apareció y lo llamó (Hch. 7:2, 3). Pero no vemos ninguna expresión específica acerca de
la redención. El cuadro que vemos en toda la experiencia de Isaac es una descripción del
deleite que tenemos de la rica herencia, más que un cuadro de la redención. Tampoco
vemos un cuadro de la redención en el relato de la experiencia de Jacob. Jacob
finalmente fue transformado en Israel, un príncipe de Dios, pero no se nos dice nada
acerca de la redención de Jacob. Entonces, ¿dónde fueron redimidos Abraham, Isaac y
Jacob? Fueron redimidos en Éxodo. En este libro vemos un cuadro completo y claro de
la redención que Dios efectúa.
Vemos otro contraste entre Génesis y Éxodo en cuanto al cuidado que tiene el Señor con
Su pueblo. Abraham, después de ser llamado, empezó a seguir al Señor. No sabía
adónde iba, y disfrutó la presencia del Señor como su mapa viviente. El simplemente
viajó conforme a la presencia del Señor. Abraham recorrió una distancia larga desde
Caldea hasta la tierra de Canaán, pero el libro de Génesis no nos dice cómo lo sustentaba
y lo cuidaba el Señor. Por supuesto, sabemos de manera general que el Señor proveyó a
Abraham todo lo que éste necesitaba, pero en Génesis no tenemos la misma clase de
ejemplos explícitos que muestren el cuidado directo del Señor para con Abraham, como
lo vemos en Éxodo. Desde el mismo principio de Éxodo tenemos un relato claro y
detallado de la manera en que el Señor cuidó de Su pueblo redimido. Cuando les faltó
comida, El les suministró el maná. Cuando no tuvieron agua para beber, El les dio del
agua viva que salía de la peña hendida. En Éxodo no vemos solamente la dirección del
Señor sino también un cuadro claro de la manera en que suplió las necesidades
cotidianas de Su pueblo redimido. En este aspecto, Éxodo es más detallado y concreto
que Génesis. Ni siquiera en el Nuevo Testamento encontramos este cuadro del
suministro de la vida espiritual. Esto debería dejar marcado en nosotros cuán
significativo e importante es el libro de Éxodo.
Otras comparaciones nos marcarán mucho más. El Señor condujo a Abraham por Su
presencia, pero la dirección del Señor en Génesis es bastante difusa y abstracta. Sin
embargo, en Éxodo es mucho más concreta y sólida, pues en Éxodo el Señor guiaba a Su
pueblo por medio de la columna, la cual era algo fuerte y sólido. Como todos sabemos,
durante el día la presencia del Señor era una columna de nube, y durante la noche era
una columna de fuego. Puesto que la dirección del Señor tenía una sustancia visible,
todo el pueblo la podía reconocer.
D. La revelación y la edificación
de la morada de Dios
En Génesis 18 Dios visitó a Abraham y comió con él. El permaneció con Abraham parte
del día. No obstante, Génesis no revela claramente el tabernáculo como morada de Dios.
Éxodo no solamente contiene la revelación del modelo de la morada de Dios, sino
también un relato detallado de la construcción de la morada de Dios en la práctica. En
Génesis, Dios apareció a Su pueblo escogido repetidas veces, pero no tenía una morada
concreta entre ellos. No obstante, el libro de Éxodo contiene, de una manera completa,
la revelación y la edificación del tabernáculo como morada de Dios en la tierra.
E. La experiencia individual
y la corporativa
Vemos otro contraste entre Génesis y Éxodo en la diferencia que existe entre la
experiencia individual y la corporativa. En Génesis la experiencia es esencialmente
individual, pero lo que se experimenta de Éxodo es corporativo. Por ejemplo, Abraham
fue llamado como individuo. Inclusive lo que el Señor ganó al transformar a Jacob en
Israel fue un asunto individual. Jacob tuvo doce hijos, de los cuales sólo José satisfacía
la norma de Dios. Al contrario, toda la experiencia descrita en Éxodo es corporativa. La
redención, la dirección, la revelación y la edificación son asuntos corporativos.
Como ejemplo, consideremos el uso del nombre “Israel” en estos dos libros. El libro de
Génesis concluye con un Israel individual, pero Éxodo concluye con un Israel
corporativo. Éxodo 14:30 dice: “Así salvó Jehová aquel día a Israel de la mano de los
egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar”. En este versículo la
palabra “Israel” se usa de una manera corporativa y se refiere a los israelitas en
conjunto. Pero en Génesis el nombre “Israel” se usa de un modo personal e individual
con relación al Jacob transformado (Gn. 35:10, 21). En Génesis Israel es un individuo,
pero en Éxodo, es un pueblo. El Israel individual del final de Génesis puede compararse
con el pequeño brote de una semilla, pero el Israel corporativo del final de Éxodo es
semejante a un árbol plenamente desarrollado que lleva fruto. El Israel corporativo,
compuesto de los descendientes del Israel individual, es el incremento y el
agrandamiento del mismo. En Éxodo 40 no vemos a un Israel limitado a una sola
persona, sino a un Israel agrandado como una entidad corporativa compuesta de los
descendientes del Israel individual. Es vital que veamos este asunto.
Por una parte, nosotros los cristianos fuimos salvos individual y personalmente. Por
otra parte y a los ojos de Dios, fuimos salvos en conjunto, corporativamente. Este es el
concepto de Pablo en Efesios 2:6, donde vemos que juntamente fuimos resucitados y
sentados en los lugares celestiales. En este versículo la palabra “juntamente” significa
uno con otro. A los ojos de Dios, todos resucitamos al mismo tiempo. Pedro no resucitó
en un momento dado, Esteban en otro, y Pablo en otro. Todos resucitamos
corporativamente en Cristo al mismo tiempo independientemente de la fecha de nuestro
nacimiento.
F. La gloria de Dios
El libro de Génesis tiene muchas riquezas, pero allí no vemos la gloria de Dios
manifestada entre Su pueblo de una manera palpable. Mientras que en el capítulo
cuarenta de Éxodo, la gloria de Dios descendió de manera visible y tangible cuando el
tabernáculo fue erigido. La gloria de Dios no sólo bajó sobre el tabernáculo, sino que
también lo llenó.
G. La caída
Vemos otro contraste entre Génesis y Éxodo en cuanto a la manera en que estos dos
libros presentan la caída. La Biblia nos muestra distintos aspectos de la caída del
hombre. En Génesis la caída fue una caída en rebeldía e idolatría, es decir, el hombre
cayó en Babel. Antes de ser salvos, estábamos en Babel, una tierra de rebeldía e
idolatría. Pero también estábamos en Egipto, el lugar de la caída descrito en Éxodo.
Egipto es el país del deleite carnal, el cual esclaviza a la gente. Por consiguiente, en la
Biblia, Egipto representa el mundo como el deleite carnal que nos esclaviza. Antes de ser
salvos, por una parte estábamos en Babel y por otra en Egipto. Esto significa que
estábamos en rebeldía e idolatría y también en el mundo con sus placeres, incluyendo
los deportes y los entretenimientos. Los placeres carnales que hay en el mundo tienen
como fin satisfacer al hombre natural. Mediante el deleite carnal y mundano, el hombre
caído es mantenido en cautiverio bajo Satanás como su faraón. Los hombres caídos son
como las personas de Babel y como los hijos de Israel en Egipto. Si nos limitáramos a la
línea de Abraham, Isaac y Jacob que consta en el libro de Génesis, solamente veríamos
el aspecto de nuestra caída que se describe en Babel. Veríamos la rebeldía y la idolatría,
mas no la esclavitud ni el cautiverio producidos por el placer que se halla en el mundo.
En la caída del hombre vemos dos líneas. Por una parte, somos Abraham, Isaac y Jacob;
por otra, somos los hijos de Israel.
Después de ver tantos contrastes entre Génesis y Éxodo, no deberíamos pensar que
Éxodo es la continuación de Génesis en lo que respecta a nuestra experiencia. Repito:
Éxodo no es la continuación de la experiencia espiritual de Génesis, sino que revela otro
aspecto u otra línea de la experiencia del creyente. La experiencia de Génesis es algo
difusa y abstracta, pero la experiencia presentada en Éxodo es sólida y concreta. Todos
los aspectos de la experiencia de Éxodo son sólidos, desde la presencia del Señor como
columna hasta la gloria que llena el tabernáculo.
H. Un libro de cuadros
Tanto Génesis como Éxodo contienen cuadros que muestran experiencias espirituales
que se describen en el Nuevo Testamento. Sin embargo, los cuadros presentados en
Génesis no son tan definidos como los de Éxodo. De principio a fin, Éxodo es un libro de
cuadros. Por ejemplo, tanto Faraón como la tierra de Egipto son cuadros. Faraón tipifica
a Satanás, y Egipto el aspecto rico y productivo del mundo (el aspecto pecaminoso del
mundo es representado por Sodoma). A Egipto lo riega el Nilo y produce pepinos, ajos,
puerros y cebollas. En los años en que los hijos de Israel vagaron por el desierto, se
quejaron de la falta de estos alimentos, pues estaban acostumbrados a comerlos en
Egipto. Allí los israelitas disfrutaban bastante los productos egipcios, pero en el desierto,
sólo tenían maná para comer. Esto es un cuadro.
Recuerde al leer el libro de Éxodo que no está leyendo simples palabras, sino que está
mirando cuadros. La celebración de la Pascua y la muerte de los primogénitos por parte
del ángel destructor constituyen cuadros. Mientras todos los primogénitos de Egipto
fueron muertos, los hijos de Israel disfrutaban de paz, descanso y seguridad al comer el
cordero pascual en sus casas bajo la cubierta de la sangre. ¡Qué maravilloso cuadro! El
hecho de que Faraón y sus ejércitos persiguieran a los israelitas también constituye un
cuadro de Satanás y sus huestes de ángeles rebeldes persiguiendo a los redimidos de
Dios. Al llegar al libro de Éxodo, vemos un televisor celestial. En éste, vemos cuadros de
nuestra propia redención y salvación. Faraón y su ejército persiguieron a los hijos de
Israel hasta el mar Rojo y allí fueron ahogados. Sin embargo, los israelitas caminaron
triunfalmente por el mar. En ninguna otra parte de la Biblia encontramos este cuadro.
Vemos más cuadros en el llamamiento de Moisés. Cuando Dios llamó a Moisés, primero
le dio una visión de una zarza que ardía sin ser consumida (3:2-4). Moisés no pudo
escaparse del llamamiento de Dios, y expresó su preocupación de que los hijos de Israel
no le creerían ni lo escucharían (4:1). Por tanto, Dios le dijo que echara su vara al suelo.
Cuando Moisés lo hizo, ésta se convirtió en serpiente. Pero cuando Moisés tomó la
serpiente por la cola, volvió a ser una vara (4:2-4). Entonces el Señor mandó que Moisés
pusiera su mano en su pecho. Cuando Moisés sacó la mano de su pecho, se había vuelto
leprosa como la nieve (4:6). El Señor le pidió que volviese a meter la mano en el pecho, y
cuando lo hizo, su mano estaba sana como la otra (4:7). Después de mostrar estas
señales a Moisés, las cuales habían de ser pruebas para los hijos de Israel de que el
Señor verdaderamente se le había aparecido, el Señor dijo: “Y si aún no creyeren a estas
dos señales, ni oyeren tu voz, tomarás de las aguas del río y las derramarás en tierra; y se
cambiarán aquellas aguas que tomarás del río y se harán sangre en la tierra” (4:9). Esta
era una señal más.
Estas señales son muy significativas. La zarza denota nuestro hombre natural. El hecho
de que la zarza se quemaba sin consumirse indica que cuando Dios nos llama, El no
procura usar nuestro hombre natural.
La vara representa un apoyo que no es Dios. La vara que se hace serpiente revela que
todo lo que esté fuera de Dios y en lo cual nosotros confiemos, es una serpiente, el
diablo. Por tanto, si usted confía en su cónyuge, éste es una “serpiente”. Sucede lo
mismo con su educación o su cuenta bancaria. Cuando obedecemos al Señor y
arrojamos la vara, ésta se convierte en serpiente. Pero Dios no quiere que echemos la
vara para siempre. Cuando El lo pida, debemos volverla a tomar por “la cola”. Debemos
asir nuestra educación o nuestra cuenta bancaria por “la cola”.
El hecho de que la mano de Moisés se haya vuelto leprosa indica que en nuestra carne
no hay nada bueno; nuestra carne es la corporificación de la lepra. Si nos tocamos a
nosotros mismos, llegamos a ser leprosos.
Finalmente, el cambio de las aguas del Nilo en sangre significa que el deleite que se tiene
del mundo es muerte.
Estas señales indican que Dios no usará nuestro hombre natural, que todas las cosas en
que confiamos fuera de Dios son Satanás, que nuestra carne es leprosa, y que el deleite
que tenemos del mundo es muerte. Estos son algunos cuadros que constan en Éxodo.
Dicho libro contiene otros cuadros relacionados con el mar Rojo, el maná, el agua que
brota de la peña herida, y el tabernáculo con su mobiliario.
El panorama general de Éxodo muestra primeramente cómo los hijos de Israel fueron
esclavizados en Egipto (1:8-14). Luego revela que los hijos de Israel fueron redimidos y
salvos (12:27; 14:30). Después de ser redimidos y salvos, el Señor los condujo al desierto
(13:17-18, 21, 22; 17:1; 19:1-2; 40:36-38). Fueron guiados por la columna de nube y por
la columna de fuego. Además, el maná caía del cielo, y el agua viva fluía de la peña
herida. Los hijos de Israel en sus jornadas fueron conducidos finalmente por el Señor al
monte Sinaí donde recibieron una revelación del propósito eterno de Dios, el cual
consiste en obtener Su morada en la tierra (25:8-9, 40). Después de recibir esta
revelación, construyeron el tabernáculo para que fuese la habitación de Dios (39:32;
40:2, 34-35).
Éxodo no es solamente un libro que relata cómo los israelitas salieron de Egipto, sino un
libro de redención, suministro, revelación y edificación. El éxodo de Egipto fue
simplemente el comienzo. Después vienen el suministro, la revelación y la edificación.
LA IDEA CENTRAL
Podemos hacer un bosquejo sencillo de las secciones de Éxodo. Dicho libro está
organizado en cinco secciones: fueron esclavizados (1:1-22), redimidos y salvos (2:11—
5:21), guiados (15:22—18:27), recibieron la revelación (19:1—34:35), y construyeron el
tabernáculo (35:1—40:38). Con esta introducción delante de nosotros, examinaremos
los detalles de este libro en los mensajes siguientes.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE DOS
Por la forma en que está escrito el libro de Éxodo entendemos que es la continuación de
Génesis. Eso se comprueba por la manera en que empieza: “Estos son los nombres de
los hijos de Israel que entraron en Egipto” (1:1). El principio del Génesis es maravilloso,
pero su conclusión es pobre. Empieza con las palabras: “En el principio creó Dios los
cielos y la tierra”, pero termina diciendo: “Y murió José a la edad de ciento diez años; y
lo embalsamaron, y fue puesto en un ataúd en Egipto” (Gn. 50:26). Por tanto, Génesis
concluye con un muerto dentro de un ataúd en Egipto. Esto indica que el pueblo
escogido por Dios se encontraba en una situación de muerte.
El capítulo uno de Éxodo es un relato detallado de las actividades del pueblo de Dios en
su condición de muerte en Egipto. Ellos eran obligados a laborar como esclavos de
Faraón; ya estaban en muerte y sin embargo, los estaban matando a diario. Tal vez
parezca extraño decir que mataban a los muertos, pero esto es algo que sucede
realmente en la experiencia espiritual. Aunque la gente en el mundo ya está muerta
espiritualmente, la están matando continuamente. La condición de la gente mundana
hoy día, así como la del pueblo de Dios en Éxodo, se caracteriza por el cautiverio y la
muerte. Primero la gente es esclavizada por el mundo, y luego el mundo la amortece y la
aniquila. Tal vez la gente piense que la cultura humana progresa positivamente, pero a
los ojos de Dios, hoy en día hay más esclavitud y muerte en la tierra que nunca antes.
Antes de venir a Cristo y de ser salvos, nosotros también éramos esclavos y estábamos
amortecidos. Además, antes de entrar en la vida de iglesia, en el recobro del Señor,
muchos de nosotros seguíamos siendo esclavos y permanecíamos en un estado de
muerte aun después de ser salvos. Todos debemos estar alerta; de otro modo seremos
más esclavizados y amortecidos.
El libro de Génesis tiene un buen comienzo pero termina con una situación lamentable;
mientras que Éxodo empieza con una situación lamentable pero termina de manera
gloriosa. Hemos hecho notar que Génesis empieza con la creación pero termina con un
muerto dentro de un ataúd en Egipto. Al contrario, Éxodo comienza con un cuadro del
pueblo de Dios que es esclavizado y que se encuentra en muerte pero concluye con el
arca en el tabernáculo lleno de la gloria de Dios. ¡Qué diferencia tan grande existe entre
el final de Génesis y el final de Éxodo! ¿Dónde prefiere estar usted: en un ataúd en
Egipto o con el arca en el tabernáculo lleno de la gloria de Dios?
I. EN CUANTO A SU SUSTENTO
En este mensaje vamos a examinar la esclavitud en que estaban los hijos de Israel. Los
israelitas se originaron en Canaán. Debido a la escasez de alimentos, se vieron forzados
a bajar a Egipto, donde acabaron por ser esclavizados. Así vemos que el pueblo fue
esclavizado primeramente por la necesidad de obtener el sustento y de ganarse la vida.
La gente mundana aspira a divertirse porque desea vivir mejor. Asimismo, la gente
procura una educación más elevada o una formación técnica para poder vivir bien,
incluso vivir mejor que todos los demás. En todo el mundo, tanto en países
desarrollados como en países del tercer mundo, la gente es esclavizada por la necesidad
de ganarse el sustento. Esta también era la situación entre los hijos de Israel en Egipto.
La Biblia enseña que el mundo tiene por lo menos tres aspectos: el aspecto de rebeldía e
idolatría, representado por Babel; el aspecto pecaminoso, representado por Sodoma; y el
aspecto del deleite y el placer, representado por Egipto. La rebeldía se relaciona con la
idolatría, la adoración de todo lo que no es Dios. El culto a los ídolos representa la
rebeldía porque aquellos que adoran ídolos están en rebeldía contra Dios. En la Biblia,
Babel simboliza el mundo rebelde e idólatra. En la tierra hay ídolos por todas partes,
inclusive en los países cristianos.
Abraham fue llamado a salir de la tierra de Babel, es decir, a salir del mundo de rebeldía
e idolatría. El hecho de que Dios llamara a Abraham a salir de Babel representa nuestro
llamado a salir del mundo rebelde e idólatra. No obstante, como ya dijimos, el
llamamiento de Abraham representa un solo aspecto de ser salvos del mundo.
El éxodo de los hijos de Israel de Egipto representa otro aspecto. Egipto representa el
mundo de deleites, el mundo de placer. Los que están relacionados con este aspecto del
mundo no están atrapados principalmente por la rebeldía ni la idolatría, sino por el
placer, la abundancia de bienes materiales y por el deleite físico del mundo (Gn. 12:10;
42:1; Nm. 11:4-5). El Río Nilo, que irriga la tierra de Egipto, enriquece el suelo y lo hace
productivo. Cuando los hijos de Israel vagaban por el desierto, dijeron: “Nos acordamos
del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros,
las cebollas y los ajos” (Nm. 11:5). Todos esos alimentos representan la abundancia
material del mundo que proporciona deleite y placer.
Antes de ser salvos, no sólo estábamos en el mundo de rebeldía e idolatría, sino también
en el mundo de riquezas y de deleites. Abraham fue llamado a salir del mundo rebelde,
pero los hijos de Israel emprendieron su éxodo del mundo del disfrute. Egipto era rico
no solamente en alimentos sino también en oro. Esto queda demostrado por el hecho de
que los egipcios dieron oro a los israelitas en el momento del éxodo.
El mundo representado por Egipto usurpa a la gente que Dios creó y escogió para Su
propósito (5:6-9). Los hijos de Israel fueron esclavizados por este aspecto del mundo,
que les proporcionaba el sustento y les permitía obtener disfrute. Hoy en día muchos
son esclavos del dinero, ya sean ricos o pobres. Trabajan duro para ganar mucho dinero
y luego en poco tiempo gastan todo lo que tienen para disfrutar de los placeres del
mundo. Por tanto, hoy en día muchos no sirven a Dios, sino a Mammón. Esta era la
situación de los antiguos israelitas en Egipto. Allí, vivían bien y disfrutaban de las
riquezas del mundo. Pero Egipto les impidió cumplir el propósito por el cual Dios les
había llamado originalmente.
En Egipto, los hijos de Israel llegaron a ser fuertes. Éxodo 1:7 dice: “Y los hijos de Israel
fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se
llenó de ellos la tierra”. En cierto sentido, fortalecerse es enriquecerse. Sin dinero, una
nación no puede ser fuerte. Por ejemplo, los Estados Unidos es una nación fuerte a
causa de su economía.
Los hijos de Israel disfrutaron del aspecto del mundo representado por Egipto. Ellos no
se encontraban en el primer aspecto, representado por Babel, ni en el segundo,
representado por Sodoma. Pero fueron esclavizados en el tercer aspecto, representado
por Egipto. Por estar ocupados por las riquezas y el disfrute del mundo, no pudieron
cumplir el propósito por el cual Dios los había creado y escogido. En el mismo principio,
toda la gente mundana hoy en día ha sido usurpada por Satanás. Como resultado, no
conocen el propósito de Dios. ¡Cuánto debemos agradecer al Señor por librarnos del
cautiverio del mundo y por liberarnos de la mano usurpadora de Satanás!
Los hijos de Israel cayeron en la tiranía egipcia por la necesidad de ganarse el sustento
(1:10-11). La gente mundana hoy en día está también bajo tal tiranía. Aún el hecho de
que pasan tiempo divirtiéndose en el mundo es una señal de que se encuentran bajo la
tiranía de Satanás. Forzados a seguir un camino que los retiene bajo la tiranía de
Satanás y que les impide cumplir el propósito de Dios, no tienen ninguna libertad, y
tampoco pueden tomar las decisiones correctas.
Faraón obligó al pueblo de Dios a trabajar para él (1:10-11, 13-14). En el versículo 10,
Faraón dijo: “Ahora, pues, seamos sabios para con él”. La gente mundana no se da
cuenta de lo sabio que es Satanás y de la sabiduría que él usa con el pueblo para
usurparlos, mantenerlos ocupados, y esclavizarlos. La meta de las acciones sabias de
Satanás es el cautiverio de la humanidad.
2. Los obligaron a servir con dureza
El versículo 13 dice: “Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza”.
Algunas versiones traducen la palabra hebrea “dureza” por “severidad”. Esta palabra
indica que los hijos de Israel no tenían ninguna libertad, ningún derecho, ningún
descanso. Cualquiera que fuesen sus circunstancias, tenían que laborar como esclavos.
Tenían que hacer lo que Faraón pedía.
Como esclavos en Egipto, los hijos de Israel “edificaron para Faraón las ciudades de
almacenaje, Pitón y Ramesés” (v. 11). Pitón significa “boca de integridad” y Ramesés
significa “trueno de la norma”. Estos nombres indican que las ciudades de almacenaje
de Faraón fueron construidas para el orgullo y la jactancia, así como lo fueron las
pirámides. Creo que bajo el reino de Faraón, los egipcios edificaron estas ciudades de
almacenaje para jactarse de su integridad, honestidad y bondad y también para
propagar sus normas culturales. La boca de integridad sigue expresándose hoy en el
mundo. Cada raza y nación se jacta de su bondad. Además, todos los países están
orgullosos de sus logros. Durante miles de años, el mundo se ha jactado de su bondad y
ha propagado sus normas. Hoy, la gente mundana está construyendo ciudades de
almacenaje para Satanás a causa del orgullo que tienen en su integridad y normas.
La labor de los hijos de Israel en Egipto era idéntica a los esfuerzos de los rebeldes en la
tierra de Babel, de la cual fue llamado Abraham a salir. Los habitantes de Babel hicieron
ladrillos y usaron barro como cemento para edificar la ciudad y la torre de Babel a fin de
hacerse un nombre para ellos mismos (Gn. 11:3-4). En Egipto, Faraón obligó a los hijos
de Israel a edificar ciudades para él con ladrillos y barro.
Faraón no solamente esclavizó a los hijos de Israel, sino que también intentó matar a
todos los niños varones que nacieron de mujeres hebreas (1:15-19). El versículo 22 dice:
“entonces Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: echad al río a todo hijo que nazca,
y a toda hija preservad la vida”. La Biblia indica que la vida del varón sirve para el
propósito de Dios; y especialmente entre el pueblo caído, la vida de la mujer sirve para
el placer del hombre. Lo que hizo Faraón en Egipto es exactamente lo que está haciendo
Satanás hoy en día: está matando la vida que sirve para el propósito de Dios y preserva
la vida que sirve para el placer del hombre. Como creyentes en Cristo, aún nosotros
podemos ser usados por Satanás para matar al varón, una vida que es para el propósito
de Dios, y preservar a la mujer, la vida para el placer del hombre. Todo creyente tiene
ambas clases de vida. Si no tenemos la gracia del Señor, a diario seremos un Faraón que
mata la vida para el propósito de Dios y conserva la vida para el placer del hombre. Por
ejemplo, en el día del Señor, muchos cristianos no tienen deseos de asistir a las
reuniones. Al contrario, pasan el día disfrutando de deportes, entretenimientos, y
diversiones. No obstante, en el día del Señor, los creyentes deberían reunirse para
adorar al Señor, escuchar Su palabra y servirle. Sin embargo, en el día del Señor,
muchos creyentes matan la vida del varón, pero conservan la vida de la mujer. En
cuanto a la adoración del Señor en el día del Señor, ellos están amortecidos, pero
cuando se trata de compartir los entretenimientos y diversiones mundanas, son activos
y muy vivientes.
Satanás siempre busca oportunidades para matar la vida que sirve para el propósito de
Dios y preservar la vida que sirve para el placer del hombre. ¿Ha considerado usted
alguna vez por qué resulta mucho más fácil murmurar que orar? Orar consiste en
ejercitar la vida masculina, pero murmurar, es ejercitar la vida femenina. Quizás aún
ahora usted es uno con Satanás al matar la vida que sirve para el propósito de Dios.
Cuando el Señor nos incita a orar y en lugar de eso murmuramos, somos usados por
Satanás para matar la vida masculina y preservar la vida femenina. Esto indica que hoy
en día estamos haciendo lo mismo que Faraón en el capítulo uno de Éxodo. ¿Vive usted
por la vida que sirve para el propósito de Dios o por la que sirve para el placer del
hombre? Es posible que parte del tiempo usted sea un Faraón entronizando el ego y
matando la vida que sirve para el propósito de Dios, pero preserva la vida que sirve para
su propio placer.
En Génesis 3:1-6, vemos que Satanás usó a Eva, la vida femenina, para aniquilar la vida
masculina. Esto significa que Satanás usa la vida que le proporciona placer al hombre, a
fin de matar la vida destinada al propósito de Dios. No obstante, Dios también usa la
vida femenina para cumplir algo para sus propios intereses. Al principio del Antiguo
Testamento, Satanás visitó a una mujer, Eva, y la usó para matar la vida masculina. Pero
al principio del Nuevo Testamento, Dios visitó a la virgen María y la utilizó para
introducir Su salvación. La visita que hizo Satanás a Eva provocó la caída, pero la visita
de Dios a María introdujo Su salvación. En el mismo principio, en Éxodo 1 Faraón usó a
las parteras para matar la vida masculina, pero Dios las usó para conservar y preservar
la vida que le sirve para Su propósito.
Tal vez sea fácil que el enemigo use a las hermanas pero Dios también puede usarlas
fácilmente. La condición de muerte o de liberación de la iglesia depende de las
hermanas. Las hermanas deben ser las Marías de hoy. En el Nuevo Testamento, no sólo
hay una sola María. En el tiempo en que el Señor Jesús fue concebido y nació, hubo una
María. Cuando el Señor fue crucificado y sepultado, por lo menos dos Marías estaban
presentes. Además, en la mañana de Su resurrección, el Señor Jesús se apareció a María
Magdalena. Todas estas Marías fueron usadas por el Señor a fin de cumplir Su
propósito.
Lo que vemos en cuanto a las hermanas en la vida de iglesia se aplica también a las
mujeres en una nación. Cuando Satanás usa a las mujeres, el país se corrompe. Pero
cuando son usadas por Dios, el país es preservado.
En la historia, vemos que Satanás viene para usurpar a las mujeres y dañar la situación
cuando las condiciones relacionadas con Dios son maravillosas: en el jardín del Edén, en
el tiempo de avivamiento, en un tiempo glorioso y de mucha elevación. Rara vez él
puede usar a un hombre de esta manera. No obstante, en tiempo de degradación, de
necesidad desesperada, Dios viene y usa la vida femenina para rescatar la situación y
traer Su salvación. Ese fue el caso en Éxodo 1. Satanás se presenta a las mujeres en
tiempos elevados porque él sabe que son los vasos más frágiles. Al presentarse también
a las mujeres, el Señor avergüenza a Satanás. La Palabra indica claramente que las
hermanas estaban presentes en todo momento de urgente necesidad. Tanto por el lado
positivo como por el lado negativo, la historia presenta este principio. Por tanto, las
hermanas deben tener cuidado en los momentos maravillosos, pero también deben estar
listas para permanecer al lado del Señor, como lo hicieron las parteras, y ser usadas por
El en tiempo de degradación y de urgente necesidad para rescatar la situación y cumplir
Su propósito.
Faraón esclavizó a los hijos de Israel e hizo todo lo posible para matar la vida masculina,
pero Dios seguía siendo soberano sobre toda la situación (1:7, 12, 17-21). Por ejemplo, la
soberanía de Dios hizo que los hijos de Israel “fructificaran y se multiplicaran, y fueran
aumentados y fortalecidos en extremo” (1:7). Hoy en día la iglesia a menudo se fortalece
sin razón aparente. Lo podemos explicar solamente por la soberanía de Dios. En el
transcurso de los años, he aprendido que no debemos confiar en nuestra labor. Sólo
debemos confiar en la bendición de la soberanía de Dios. Cuando el Señor nos bendice,
hasta nuestros errores resultan para nuestro bien (no obstante, esto no significa que
debemos hacer el mal para que venga el bien). Pero si no viene ninguna bendición por
parte del Señor, por muy correctos o buenos que seamos, no veremos mucho resultado
positivo. Nunca deberíamos poner nuestra confianza en lo que somos ni en lo que
podemos hacer. Nuestra confianza debe centrarse totalmente en el Señor. Debemos
orar: “Señor, sólo estamos haciendo nuestro deber al seguirte. Pero Señor, Tú sabes que
no confiamos en lo que somos ni en lo que podemos hacer. Señor, nuestra confianza
reposa totalmente en lo que Tú eres. Si Tú bendices soberanamente a Tu iglesia, ésta se
multiplicará y se fortalecerá”.
B. Fortaleció a las mujeres hebreas
Vemos también la soberanía del Señor en el hecho de que fortaleció a las mujeres
hebreas (1:19). Cuando Faraón preguntó a las parteras por qué los niños varones
seguían viviendo, las parteras contestaron: “porque las mujeres hebreas no son como las
egipcias, pues son robustas, y dan a luz antes que la partera venga a ellas” (v. 19). Al
contestar de esta manera a Faraón, las parteras no mentían. Era cierto que las mujeres
hebreas eran más robustas que las egipcias. Esto fue conforme a la soberanía de Dios.
Las mujeres hebreas eran robustas porque Dios en Su soberanía las hizo así.
Pasa lo mismo con la iglesia hoy. El hecho de que la iglesia sea robusta o esté amortecida
no depende de lo que hacemos. Depende totalmente de la soberanía del Señor. Pero eso
no significa que debemos ser perezosos ni ociosos. Por una parte, no debemos pensar
que nuestra labor traerá la bendición de Dios. Por otra parte, no debemos pensar que no
debemos hacer nada porque todo depende de la bendición del Señor. Debemos laborar,
cumplir nuestro deber, conscientes de que mientras estemos haciendo eso, la condición
de la iglesia y de los santos es por completo un asunto de la soberanía de Dios.
Además, el Señor en Su soberanía usó la vida femenina, las parteras, para salvar la vida
masculina, en el mismo principio que El usó a la virgen María para producir al Salvador
(Gá. 4:4-5). En su propia sabiduría, Faraón planificó terminar con la nación de Israel.
Dios no luchó contra Faraón. Al contrario, en Su soberanía El usó a dos parteras para
salvar la vida masculina.
Los versículos 20 y 21 dicen: “Y Dios hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó y
se fortaleció en gran manera. Y por haber las parteras temido a Dios, El prosperó sus
familias”. Al hacer bien a las parteras, Dios prosperó sus familias para cumplir Su
propósito. Eso significa que El usó la vida que sirve para el placer del hombre a fin de
producir la que sirve para el propósito de Dios. En este cuadro, vemos que si nos
negamos a permanecer con Faraón y en cambio permanecemos con Dios, El nos hará
bien para que produzcamos vida a fin de cumplir Su propósito. Hermanas, cuando
ustedes permanezcan con Dios, y no con Satanás, Dios prosperará sus familias. Eso
significa que Dios establecerá unidades que producen vida para cumplir Su propósito.
Por medio de este mensaje, podemos concluir que por mucho que Satanás intente
esclavizarnos o aniquilarnos, Dios es soberano y El nos puede usar para ser las parteras
de hoy. Todos podemos ser aquellos que convierten la vida para el placer del hombre en
una vida para el propósito de Dios. Si somos estas parteras, Dios establecerá casas para
nosotros, llenas de gente que producen vida con miras al cumplimiento del propósito de
Dios. En el mensaje siguiente, veremos que Moisés fue preservado por medio de tres
mujeres: su madre, su hermana y la hija de Faraón. ¡Alabado sea el Señor por las
parteras, por la vida femenina que se vuelve a Dios a fin de cumplir Su propósito!
Alabado sea Él porque en la oscuridad de Éxodo 1 resplandece una luz brillante.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TRES
Hebreos 11:23 afirma que Moisés “fue escondido por sus padres por tres meses”, pero
Éxodo 2:2 menciona solamente que su madre lo escondió tres meses. La razón por la
cual Éxodo 2 menciona solamente a la madre es para dar énfasis en el hecho de que
durante los tiempos de crisis, es la vida femenina la que es útil para Dios. Si no hubiera
sido por las parteras en el capítulo uno, Israel habría sido exterminado. Del mismo
modo, sin la vida femenina en el capítulo dos, Dios no habría podido obtener a un
salvador que rescatara a los hijos de Israel. En Éxodo 1, Dios usó a la vida femenina para
preservar a Su pueblo, y en Éxodo 2, El usó la vida femenina a fin de preparar un
Salvador para Su pueblo, el pueblo que Él había preservado a fin de cumplir Su plan. Las
hermanas y también los hermanos deberían estar agradecidos por la función de la vida
femenina. De hecho, en cierto sentido, todos los creyentes en Cristo, tanto hermanos
como hermanas, deben ser mujeres a los ojos de Dios, porque la mujer describe la vida
de dependencia, la vida que depende totalmente de Dios.
En el capítulo dos, Dios usó varias mujeres. La primera fue la madre de Moisés, una hija
de Leví (2:1). El nombre del padre de Moisés era Amram, y el nombre de su madre era
Jocabed (Nm. 26:58-59). Números 26 pone énfasis en los nombres, pero Éxodo 2
recalca la vida femenina. Por esta razón y con la excepción de Séfora, la esposa de
Moisés, este capítulo no menciona el nombre de ninguna mujer.
Después del nacimiento de Moisés, su madre lo escondió durante tres meses. Cuando
ella no pudo esconderlo más, lo puso en un arca de papiro y lo depositó entre las cañas
cerca de la orilla del Nilo. No obstante, más adelante ella fue contratada por la hija de
Faraón para amamantarlo por cierto tiempo. Por consiguiente, la primera mujer
mencionada en Éxodo 2 era la madre de Moisés, la vida que lo engendró y que lo
amamantó.
Cuando la hija de Faraón “vio la arca en el carrizal, ella envió una criada suya a que la
tomase” (v. 5). Aquí vemos el papel que desempeñó una esclava femenina. Esta esclava
es la tercera mujer mencionada en este capítulo. Vemos que aquí también no se
menciona el nombre para enfatizar la intención de Dios de impresionarnos con la vida
femenina. En Éxodo 2, vemos a varias mujeres reunidas alrededor de una arquilla en la
cual se hallaba un niño varón de tres meses de edad. Cada una de estas mujeres tenía
una función diferente. La función de la esclava femenina era servir. Su servicio consistía
particularmente en tomar la arquilla.
D. La hija de Faraón
La hija de Faraón, la cuarta mujer en este capítulo, tenía también su función. Primero
ella rescató a Moisés, y luego encargó a la madre de Moisés que lo amamantara. Más
adelante, cuando el niño fue llevado a la hija de Faraón, “ella lo adoptó, y le puso por
nombre Moisés, diciendo: porque de las aguas lo saqué” (v. 10). Hechos 7:21 nos enseña
que “la hija de Faraón le recogió y le crió como hijo suyo”.
En el capítulo dos, Dios usó a muchas mujeres para cumplir Su propósito de preparar un
salvador. Una de estas mujeres, la madre de Moisés le dio a luz y lo amamantó. Otra
mujer, su hermana Miriam, lo observó cuando él estaba en la arquilla y sirvió de lazo
entre la hija de Faraón y la madre de Moisés. La esclava tomó la arquilla, y la hija de
Faraón crió a Moisés como a su propio hijo. Es probable que ella haya sido también la
persona por la cual Moisés aprendió “toda la sabiduría de los egipcios” (Hch. 7:22). Hoy
en día también necesitamos las diferentes funciones de la vida femenina: la concepción,
el engendrar, y amamantar; la función de cuidar, de recomendar, y de establecer las
conexiones apropiadas; la función de ayudar y servir; y la función de criar, enseñar, y
entrenar. Mediante las cuatro clases de vida femenina, Moisés nació, fue criado y
adiestrado para el propósito de Dios. El Señor necesita estas cuatro clases de vida
femenina para llevar a cabo Su economía hoy en día. El necesita a muchas madres, hijas,
esclavas y princesas reales para preparar la liberación de Su pueblo a fin de que cumplan
Su propósito.
Hechos 7:22 dice: “Y fue enseñado Moisés en toda sabiduría de los egipcios; y era
poderoso en sus palabras y obras”. Bajo la soberanía de Dios, Moisés aprendió toda la
sabiduría egipcia mientras vivía en el palacio real como el hijo de la hija de Faraón.
Mediante su educación egipcia, él llegó a ser muy culto y recibió el aprendizaje más
elevado del mundo. Por consiguiente, él se hizo poderoso en palabras y obras. No
obstante, esto era solamente la preparación por el lado natural; él todavía necesitaba la
preparación por el lado espiritual.
III. FUE RECHAZADO POR LOS HERMANOS
Hechos 7:23 dice: “Pero cuando iba a cumplir la edad de cuarenta años, le vino al
corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel”. En la Biblia, el número cuarenta
representa las pruebas, los sufrimientos y aflicciones. Los hijos de Israel fueron
probados por Dios en el desierto durante cuarenta años, Moisés estuvo en el monte
durante cuarenta días y el Señor Jesús en el desierto durante cuarenta días. Los
primeros cuarenta años de Moisés fueron años de pruebas y sufrimientos. Al final de
estos años, Moisés tenía confianza en que él había sido plenamente equipado y
preparado, calificado y perfeccionado para salvar a los hijos de Israel. “Él pensaba que
sus hermanos comprendían que Dios les daría salvación por mano suya” (Hch. 7:25).
Cuando él vio un egipcio oprimir a un hebreo, Moisés “mató al egipcio, y lo escondió en
la arena” (Ex. 2:12).
Hechos 7:22 afirma que Moisés era “poderoso en palabras”, pero en Éxodo 4:10, Moisés
dijo al Señor: “Nunca he sido hombre de fácil palabra... porque soy tardo en el habla y
torpe de lengua”. ¿Cómo podemos conciliar estos versículos? ¿Fue Moisés poderoso en
palabras o tardo en el habla? A la edad de cuarenta años, Moisés se consideró
plenamente educado y calificado. Por consiguiente, él actuó de una manera valiente.
Pero su fuerza y su valor eran totalmente naturales. Dios no deseaba usar la habilidad
natural de Moisés, su fuerza natural, ni su valor natural. Para acabar con la fuerza
natural de Moisés, Dios lo hizo trabajar como pastor en la tierra de Madián. Por tanto, la
persona que fue criada en la familia real egipcia y que había logrado el nivel más elevado
de cultura llegó a ser un culto pastor. Durante cuarenta años más, Moisés guardó el
rebaño de su suegro en el desierto. Esta fue la mejor “escuela” en la cual se pudo graduar
Moisés. En esta “escuela”, él fue adiestrado a no confiar en su habilidad natural. El era
naturalmente elocuente, valiente, poderoso, y fuerte. Pero espiritualmente, él fue
disciplinado hasta que se dio cuenta de que no era nada.
No se imagine que Dios usará la fuerza o la energía de usted para cumplir Su propósito.
Si queremos ser usados por Dios, debemos tener un corazón para El y Sus intereses,
pero nuestra fuerza natural debe ser echada a un lado. A Dios no le interesa usar nuestra
elocuencia natural, nuestro conocimiento, talento, habilidades, energía, ni poder. El no
puede usar lo que es natural en nosotros.
Dios tomó los primeros cuarenta años de la vida de Moisés para edificar un hombre
fuerte en la vida natural, y luego tomó cuarenta años más para despojarlo de todas sus
habilidades naturales. A muchos, y especialmente a los jóvenes les puede parecer que
cuarenta años es un periodo demasiado largo y que Dios no debe disciplinar nuestras
habilidades y energías naturales durante tanto tiempo. No obstante, como hermano
mayor con más de cincuenta años de experiencia en el Señor, puedo testificar que
cuarenta años pasan muy rápidamente. No esperen crecer y desarrollarse como un
hongo. La manera en que Dios opera consiste primeramente en edificarnos, y luego, en
cierto sentido, en derribarnos. Dios deseaba que Moisés aprendiera toda la sabiduría y el
conocimiento de los egipcios, pero la sabiduría y el conocimiento no debían permanecer
crudos, sin procesar. Por el contrario, siempre deben ser procesados. Aunque nos guste
o no este proceso, debemos pasar por él a fin de aprender a no depender de nuestra
fuerza ni habilidad naturales. Después de haber echado a un lado todo lo que fue
edificado en nosotros de manera natural, seremos útiles al Señor.
En este capítulo, Moisés fue criado por la vida femenina y rechazado por la vida
masculina (vs. 11-15). En tiempos de dificultad, la vida femenina fue usada por Dios a fin
de levantar algo para Su propósito. Pero todo lo que Dios levanta por medio de la vida
femenina es rechazado por la vida masculina. Este principio puede ser aplicado a la
historia del mover del Señor en la tierra.
¿Qué vida prefiere usted: “la vida que levanta o la vida que rechaza”? Si me hicieran este
pregunta, yo contestaría que aprecio ambas vidas y que necesito ambas. Necesito ser
levantado y también necesito ser rechazado. Si en el recobro del Señor, usted nunca ha
sido rechazado, no puede saber dónde está. Sólo aquellos que han sido rechazados
pueden ser usados por Dios. Si usted no ha sido rechazado, todavía está “crudo” y sin
procesar. Si queremos ser procesados, debemos ser rechazados. Fui rechazado muchas
veces. Mi carácter y manera de ser necesitan y merecen este rechazo.
Vimos que Moisés era naturalmente muy fuerte y pensaba que sus hermanos hebreos lo
reconocerían como su liberador. Por ser fuerte, Moisés era franco. Esto caracteriza a
todos los poderosos. Así como Moisés, cuanto más fuerte seamos, más seremos
rechazados. Quizá sólo los que son como la medusa serán siempre bienvenidos.
Moisés tenía un buen corazón con una buena intención y esto le hizo intervenir en la
pelea de los dos hebreos. El dijo al que estaba equivocado: “¿por qué golpeas a tu
prójimo?” (2:13). Parece que Moisés estaba diciendo: “como hermanos hebreos,
debemos amarnos unos a otros. ¿Por qué estás perjudicando a tu hermano?” El hebreo
que estaba equivocado contestó: “¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre
nosotros? ¿piensas matarme como mataste al egipcio?” (v. 14). Por tanto, el que había
sido criado por la vida femenina recibió un rechazo.
En el mismo principio, el Señor Jesús fue crucificado por la vida masculina, pero fue
apreciado por la vida femenina. Cuando el Señor fue crucificado, la presencia de las
hermanas era una exhibición del amor y aprecio que le tenían. En tiempos difíciles,
siempre pasa así. Por consiguiente, todos debemos ser mujeres.
Hebreos 11:24 dice: “por la fe Moisés, cuando fue ya grande, rehusó llamarse hijo de la
hija de Faraón”. Algunos historiadores creen que si Moisés hubiese permanecido en el
palacio egipcio, él habría sido el heredero al trono. No obstante, él renunció a una
posición real en Egipto, al rango más elevado en el mundo de aquel tiempo.
Hebreos 11:25 y 26 continúan así: “Escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de
Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el
vituperio de Cristo que los tesoros de Egipto, porque tenía puesta la mirada en el
galardón”. Aquí vemos que Moisés pagó un precio al unirse al pueblo de Dios. El prefirió
pasar por aflicciones con el pueblo de Dios antes que gozar de los deleites temporales
del pecado. El disfrute en Egipto, es decir, el disfrute de los placeres en el mundo, es
algo pecaminoso a los ojos de Dios. Es el disfrute del pecado, de una vida pecaminosa, lo
cual es pasajero, de corta duración y fugaz.
Hebreos 11:27 afirma que Moisés “por la fe dejó Egipto, no temiendo la ira del rey”. Tal
parece que hay una contradicción entre Hebreos 11:27 que afirma que Moisés no temía
la ira del rey, y Éxodo 2:14, que declara que Moisés “tenía miedo”. En realidad, no existe
ninguna contradicción. Exteriormente, Moisés tenía miedo y escapó. No obstante,
interiormente, él consideró lo que le iba a costar y prefirió voluntariamente identificarse
con el pueblo de Dios.
F. Perseveró como viendo al invisible
Hebreos 11:27 afirma también que Moisés “perseveró como viendo al invisible”. El era
firme, y perseveraba, porque el Dios invisible obraba en él. La obra de Dios era tan real
que era como si Moisés estuviese viendo al Dios invisible.
Después de que Moisés fue rechazado por sus hermanos y huyó al país de Madián, él
ayudó a las mujeres débiles y sufridas, que fueron maltratadas por los pastores (vs. 16-
17). A cambio de esto, Moisés fue recibido por ellas. Moisés fue rechazado por sus
hermanos porque él tenía demasiado valor, pero él fue recibido por las mujeres porque
les ayudó en sus sufrimientos. Las mujeres, las siete hijas del sacerdote de Madián, eran
las hijas más débiles. Cuando algunos hombres se apoderaron del pozo, ellas no
pudieron hacer nada al respecto. Pero “Moisés se levantó y las defendió, y dio de beber a
sus ovejas” (v. 17). Como resultado, recibieron a Moisés y hablaron bien de él a su padre.
Por tanto, la vida femenina no es solamente la vida que Dios puede usar a fin de levantar
algo para Su propósito, sino también la vida que recibe lo que Él ha levantado. En este
capítulo, el cuadro de la vida masculina es generalmente muy oscuro, pero la
descripción de la vida femenina es hermosa y muy positiva.
En principio, durante los tiempos de persecución, los que sufren son consolados
principalmente por las hermanas. Por ejemplo, cuando Pedro fue liberado de la cárcel,
él no fue a la casa de un hermano, sino a la casa de una hermana donde algunos se
habían reunido para orar (Hch. 12:11-12). La experiencia del hermano Nee nos muestra
esto también. Las hermanas lo apreciaron y lo consolaron en tiempos de angustia. La
mayoría de los hermanos pusieron al hermano Nee en la cruz, mientras que las
hermanas lo recibieron y lo consolaron. Cuando me di cuenta de esta situación en
Shanghai, aprendí a no ser un hombre así, uno que está en división, frío o neutral, sino a
llegar a ser una mujer, alguien receptivo y consolador.
Los hebreos que rechazaron a Moisés eran inmaduros e inexpertos. Pero en el sacerdote
de Madián, vemos una vida masculina madura y experimentada, una vida que recibió al
vaso que Dios había levantado. En este capítulo, todas las mujeres son positivas, pero
los hombres pertenecen a dos categorías, unos que tenían la vida de rechazo y los
positivos que llevaban una vida que recibía. Los que rechazaban eran inexpertos,
mientras que los que aceptaban eran experimentados y maduros. Por consiguiente, Dios
pudo usar esta vida masculina madura para perfeccionar el vaso que El había levantado.
Sin lugar a dudas, Moisés fue perfeccionado bajo la mano de su suegro. Ciertamente
deseo ser un hombre maduro que puede recibir a otros y perfeccionarlos.
En la vida de iglesia hoy, necesitamos las diferentes clases de vida femenina y también la
vida masculina madura para la economía del Señor. Si algo debe ser levantado por Dios,
necesitamos muchas mujeres como la madre y la hermana de Moisés, las esclavas, la
hija de Faraón, y las siete hijas del sacerdote de Madián. También debemos tener la vida
masculina experimentada para cumplir la obra final de perfeccionamiento. Se necesita
especialmente la vida masculina madura.
En estos días, muchos de nosotros hemos sido alentados por los mensajes de Efesios en
los cuales vimos que todos podemos ser perfeccionados para ser apóstoles, profetas,
evangelistas, pastores y maestros. Si queremos ser estos dones para el Cuerpo, no
debemos ser inmaduros, inexpertos, sin procesar, aquellos que no pueden recibir a los
vasos escogidos de Dios. Debemos ser levantados por medio de la vida femenina y
perfeccionados por medio de la vida masculina madura.
Durante su estancia en el mundo gentil, Moisés obtuvo una esposa, Séfora, una hija del
sacerdote de Madián. Ella le engendró un hijo y Moisés le puso por nombre Gersón,
porque dijo: “Forastero soy en tierra ajena” (v. 22).
Moisés permaneció en Madián durante cuarenta años (Hch. 7:30). Durante estos años,
Dios obró para perfeccionarlo. Cuando algunos jóvenes escuchen eso, quizá se
desanimarán, pensando que no pueden esperar tanto tiempo para ser perfeccionados. Si
queremos ser perfeccionados durante un periodo de tiempo extenso, debemos tener el
corazón, la actitud y el comportamiento apropiados. ¿Dónde está su corazón y cuál es su
posición? Nuestro corazón debe ser para el Señor, y nuestra posición debe estar con el
pueblo del Señor. Si tenemos este corazón y esta posición, estaremos dispuestos a
aceptar el adiestramiento del Señor, por mucho que dure.
V. LA NECESIDAD DE UN SALVADOR
Al final de este capítulo, vemos que entre los hijos de Israel se necesitaba urgentemente
un salvador: “los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a
Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre” (v. 23). Por consiguiente, Dios
oyó sus gemidos y él se acordó del pacto que hizo con Abraham, Isaac, y Jacob, de llevar
a sus descendientes a la buena tierra. Dios se vio obligado a cumplir Su promesa. El
versículo 25 concluye el capítulo: “Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció
Dios”. Eso indica que Dios conocía la situación de ellos y comprendía sus problemas.
Los últimos versículos de Éxodo 2 revelan que todos los acontecimientos de este
capítulo sucedieron para preparar al salvador y librar al pueblo de Dios del cautiverio.
La situación actual es idéntica. Si tenemos la vida femenina y la masculina adecuadas,
Dios podrá levantar algo y perfeccionar lo que Él ha levantado para rescatar a Su pueblo
y ganarlos para cumplir Su propósito. De esta manera, El podrá cambiar la era.
Así como el hombre representa a Dios, la mujer representa al hombre en su relación con
Dios. En este sentido, la mujer que representa al hombre simboliza la vida dependiente.
Vemos dos aspectos en el hombre: la dependencia y la independencia. Pero en la mujer
sólo vemos la dependencia. El que no ha permitido a la mujer llevar una vida
independiente es Dios, y no el hombre.
El hombre no debe ser un varón, sino una “hembra”, alguien que lleva una vida de
dependencia hacia Dios. Esta vida “femenina” es la única que es útil para Dios. En
Éxodo, un libro de cuadros, esta vida femenina es representada por las parteras del
capítulo uno y por todas las mujeres del capítulo dos, a saber, la madre y la hermana de
Moisés, la esclava, la hija de Faraón, y las hijas del sacerdote de Madian. Todos los
hombres deben ser estas “hembras”.
La independencia del hombre hacia Dios es una rebelión. En el momento en que nos
independizamos, nos rebelamos en contra de Dios. La vida masculina es independiente
y rebelde, y por esta razón, Dios no la puede usar para cumplir Su propósito.
Si una mujer lleva una vida independiente, ella se convierte en un “varón”. Actualmente
muchas mujeres se han convertido en “varones”. Esta es la razón principal por la cual
muchos se separan y divorcian.
Todos nosotros, hermanos y hermanas, debemos ser “hembras” y vivir por la única vida
que es útil para Dios. Si queremos ser “hembras”, debemos depender del Señor. En
Génesis 2, el árbol de la vida representa la dependencia, y el árbol del conocimiento del
bien y el mal representa la independencia. La vida nos hace siempre dependientes,
mientras que el conocimiento siempre nos independiza. Por ejemplo, antes de enseñar
algo a un niño, éste depende de usted en cuanto a este asunto. Pero en cuanto él aprende
este punto particular, él se enorgullece y se independiza. Por el contrario, la vida nos
hace dependientes de Dios. Dios desea que escojamos la vida en lugar del conocimiento.
Esto significa que El quiere que escojamos la dependencia en lugar de la independencia.
Llevar una vida independiente significa vivir por el árbol del conocimiento, pero llevar
una vida dependiente significa vivir por el árbol de la vida. El vivir por el árbol de la vida
es en realidad vivir por el Señor mismo. En Juan 15, la vid es un ejemplo excelente de
una vida dependiente. Juan 15:5 dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; él que
permanece en Mi, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separado de Mi, nada
podéis hacer”. Todas las ramas de la vid dependen de ésta. Permanecer en la vid
significa depender de ella. Por tanto, en cuanto a permanecer, no puede haber ninguna
independencia.
La gente mundana no es la única en llevar una vida independiente, ya que muchos
cristianos también llevan una vida independiente de Dios. Por esta razón, la gran
mayoría de los cristianos ya no le son útiles a Dios. Por tanto, tenemos que aprender que
debemos llevar una vida en constante dependencia de Dios, no importa si somos
varones o hembras. Por mucho que hayamos estado con el Señor, todavía debemos
depender de Él para nuestra vida. Por ejemplo, no podemos dejar de comer, beber y
respirar. ¡Cuán insensato sería que una persona dijera que ya no necesita respirar
porque lo ha hecho durante setenta años! La vida no puede parar. La estrategia de Dios
consiste en colocarnos en una posición donde debemos depender de Él. Debemos orar:
“Señor, fuera de Ti, no puedo hacer nada. Debo permanecer en Ti y tomarte como mi
vida. Debo comer del árbol de la vida cada día. Señor, quiero llevar una vida”femenina",
una vida que depende siempre de Ti". Esta es la clase de vida que Dios puede usar para
cumplir Su propósito.
Generalmente los lectores de la Biblia consideran a Moisés como el líder de los hijos de
Israel. No obstante, Moisés no tenía este concepto de sí mismo; él nunca tomó la
posición de líder. Cuando los hijos de Israel se rebelaron contra Moisés, él consideró eso
como una rebelión en contra de Dios y no en contra de sí mismo. Moisés fue
simplemente al Señor y le presentó los problemas. Al hacer eso, Moisés honró al Señor
como la cabeza, como el único varón. Esto indica que Moisés llevaba una vida femenina,
una vida que dependía de Dios.
Vemos la vida femenina no solamente en los capítulos uno y dos de Éxodo, sino también
en todos los capítulos siguientes. Hemos señalado que Moisés fue adiestrado para llevar
una vida femenina. Además, todos los guerreros llevaban tal vida que dependía de Dios.
Si usted no ha aprendido a ser hembra, no podrá luchar por el reino de Dios. Dios usa
solamente guerreros femeninos. Esto significa que si usted lleva una vida masculina
independiente, no es útil en cuanto a la guerra espiritual.
Deseo recalcar el siguiente punto: ser varón significa ser independiente de Dios. Por
ejemplo, un marido que trate a su esposa independientemente de Dios, su esposa lo
tratará de la misma manera. Esto significa que tanto el marido como la mujer pueden
ser “varones” en sentido negativo. Pero nosotros no debemos ser estos “varones”, los
que son independientes de Dios. Debemos ser “hembras”, aquellos que dependen de
Dios y que no hacen nada aparte de Él. En todo lo que decimos o hacemos, debemos
depender de Él. Si tal es el caso, entonces somos verdaderas “hembras” llevando una
vida dependiente.
La historia de la iglesia revela que cuando existe esta vida “femenina”, Dios puede hacer
algo para Su propósito. Tome el ejemplo de Martín Lutero. El era un hombre que
aprendió a depender de Dios. Sin lugar a dudas, Lutero nació con una voluntad firme.
No obstante, él aprendió a depender del Señor. El no vivió ni actuó como un “varón”
fuerte, sino como una “hembra” dependiente.
El apóstol Pablo era también esta clase de “hembra”. Sus escritos testifican de esto.
Como “hembra”, Pablo no hizo nada independientemente del Señor. Su obra, su
comportamiento, y sus acciones eran el resultado de una vida que dependía de Dios.
Cuando los israelitas se rebelaron contra Dios, tomaron la posición de marido, lo cual
fue como si se divorciaran de Dios. Al separarse del Señor de esta manera, actuaron
independientemente de Él. Pero Dios fue misericordioso y los volvió a llamar a Si mismo
como el verdadero marido.
Efesios 5:25 dice: “maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y
se entregó a Si mismo por ella”. Aquí vemos que Cristo ama a la iglesia como Su
complemento, Su esposa. Por tanto, la iglesia nunca debe independizarse, nunca debe
ser un “varón”, sino una “hembra”. Esta es la razón por la cual usamos el pronombre
femenino cuando hablamos de la iglesia. La iglesia debe siempre llevar una vida que
depende de Cristo.
Apocalipsis 19:7 dice: “gocémonos y alegrémonos y démosle gloria. Porque han llegado
las bodas del Cordero, y Su esposa se ha preparado”. Esto se refiere al casamiento de
Cristo con la Nueva Jerusalén como Su novia en el milenio. Cuando vuelva Cristo, El no
se casará con un “varón”, sino con una hembra, una novia.
Por la eternidad, la Nueva Jerusalén será la esposa de Dios (Ap. 21:2-3, 9). Esto indica
que por la eternidad en el cielo nuevo y la tierra nueva llevaremos una vida dependiente.
Todos debemos llevar esta vida dependiente en las iglesias locales hoy en día. Ninguno
de nosotros debe comportarse como “varón”. Los problemas existentes entre los
cristianos y en las iglesias se deben a hermanos y hermanas, que llevan una vida
independiente y “varonil”. Cada vez que hermanos o hermanas en las iglesias locales
vivan como “varones”, habrá problemas. ¡Cuanto debemos aprender a no vivir
independientemente de Dios! Si aprendemos esta lección, nos daremos cuenta de que
no debemos hacer ciertas cosas; no porque estén mal, sino porque al hacerlas, nos
independizaríamos de Dios. Si todos tenemos un temor sano de la independencia, no
habrá ningún problema en la vida de iglesia. Además, no habrá problemas entre las
parejas casadas. Todos los problemas en la vida de iglesia, en la vida matrimonial, y
entre los santos provienen de una sola fuente, y ésta fuente es la independencia.
Debemos parecernos a las parteras de Éxodo; debemos orar: “Señor, no quiero ser un
“hombre” fuerte, lleno de opiniones, e insistiendo siempre en mi manera. Señor, quiero
ser como las parteras de Éxodo 1 y como las parteras de Éxodo 2”.
Como lo vimos, cuando Moisés se enfrentó a Faraón, Moisés no era un “varón”. En sus
tratos con Faraón, él era una “hembra”, que dependía de Dios. Moisés no tomó ninguna
decisión ni propuso nada. Todo lo que él hizo fue iniciado por Dios. Moisés honró a Dios
como el único iniciador.
En estos días, hemos hablado mucho del perfeccionamiento de los santos para la
edificación del Cuerpo de Cristo. Si queremos ser usados para perfeccionar a los demás,
nosotros mismos debemos llevar una vida dependiente. La única vida que el Señor desea
ver perfeccionada es la vida dependiente. Si vivimos u obramos de manera
independiente de Dios, el resultado de nuestra labor será que otras vidas sean
perfeccionadas para ser independientes. Una vida dependiente es la única que puede
producir una vida dependiente. Sólo una vida que depende de Dios en todas las cosas
puede perfeccionar a los demás para ser “hembras”. Supongamos que cierta persona es
muy fuerte en sí misma, confiando en sus habilidades, propuestas y decisiones. Esta
persona puede producir únicamente vidas independientes, personas capaces e
independientes de Dios. El resultado de esta labor no será la Nueva Jerusalén, sino
Babilonia la Grande, una ciudad independiente de Dios y que se rebela en contra de Él.
No obstante, la iglesia es una hembra. Como hembra, ella no tiene la autoridad, ni lleva
una vida independiente. Su cabeza es Cristo, y su vida es una vida dependiente. Esa debe
ser la situación de la iglesia hoy en día. Si deseamos perfeccionar a los demás
correctamente y edificar a la iglesia, necesitamos esta vida “femenina”.
La razón por la cual la iglesia en todos estos años ha sido derribada en lugar de edificada
es que los llamados edificadores han sido demasiado independientes. Han sido varones
en lugar de hembras. No obstante, le damos gracias al Señor porque ha habido un
pequeño número de personas dispuestas a llevar una vida “femenina”, una vida que
depende del Señor.
Estoy agradecido por la luz que el Señor nos ha mostrado acerca de la vida femenina en
el libro de Éxodo. La única vida que le es útil a Él es la vida femenina. Todos debemos
aprender que Dios no usa jamás la vida masculina. Las mujeres del capítulo uno fueron
usadas para preservar a los hijos de Israel, y las mujeres del capítulo dos fueron usadas
para preparar el vaso que el Señor había levantado. Finalmente, Moisés mismo fue
adiestrado para ser una “hembra”; llegó a ser como las parteras del capítulo uno y las
distintas mujeres del capítulo dos. Por ser una “hembra” que cumplía el propósito de
Dios, él pudo ser usado por Dios. Pero aún Moisés, en una ocasión cuando él fue
provocado por los hijos de Israel en el desierto, actuó como varón, y al hacer esto perdió
la bendición de Dios. En la economía del Señor y en Su mover hoy en día en Su recobro,
todos debemos tener cuidado, temer y temblar para no actuar independientemente de
Dios. Que todos veamos que Dios nos puede usar únicamente si somos “hembras” que
dependen de Él en todo tiempo y en todas las cosas. Es crucial que aprendamos del
Señor que sólo la vida “femenina” es útil a Él.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCO
En el capítulo uno de Éxodo, vimos a los hijos de Israel bajo cautiverio, en el dos vimos
la preparación de un salvador. En este mensaje, llegamos a Éxodo 3, donde vamos a
estudiar el llamamiento a la persona que Dios preparó.
La motivación del llamamiento de Dios fue el llanto de los hijos de Israel (2:23-25; 3:7,
9). Éxodo 3:7 dice: “Dijo luego Jehová: bien he visto la aflicción de Mi pueblo que está
en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores; pues he conocido sus
angustias”. Dios no solamente oyó el clamor de ellos, sino que también los visitó en el
lugar de sus aflicciones. Por consiguiente, el conocía plenamente su situación y anhelaba
rescatarlos de ella.
Dios deseaba liberar a los hijos de Israel del cautiverio, pero El tuvo que esperar que
Moisés fuese plenamente preparado. Estos capítulos de Éxodo revelan que Dios es muy
paciente. Aún antes del nacimiento de Moisés, los hijos de Israel sufrían en Egipto. Pero
Dios esperó por lo menos ochenta años. Resulta fácil ser paciente si no tenemos la
fuerza ni la habilidad para hacer algo acerca de la situación. En este caso, usted no tiene
otra elección que esperar. No obstante, al que es capaz y calificado, le resulta difícil ser
paciente. Dios ciertamente era capaz de liberar a los hijos de Israel; Su poder era
suficiente. No obstante, El esperó con paciencia.
Es bueno ser agotado por la paciencia de Dios porque después de esto, descansamos.
Podemos estar tan agotados que abandonamos la oración. Sabemos que Dios es
verdadero y real y que El tiene Su tiempo. Por ende, aprendemos a confiar en El.
Entonces descansamos.
Después de cuarenta años, Moisés ya no podía esperar más para liberar a los hijos de
Israel. El había recibido la educación más elevada y se había convertido en un hombre
poderoso en palabras y en hechos (Hch. 7:22). No cabe duda de que a sus propios ojos él
estaba calificado y listo para actuar por el bien de su pueblo. Pero Dios dejó a Moisés a
un lado por cuarenta años más, hasta que fuese plenamente preparado conforme a las
normas de Dios. En eso vemos la paciencia de nuestro Dios.
¿Por qué Dios tuvo que esperar estos ochenta años? Ninguno de nosotros estaría
dispuesto a esperar tanto tiempo. Ciertamente Dios deseaba tener la manera de
intervenir antes, pero entre los hijos de Israel no había nadie a quien El podía
presentarse. Por tanto, Dios tuvo que esperar hasta el nacimiento de Moisés. Cuarenta
años más tarde Moisés estaba allí y había crecido, pero Dios todavía tuvo que esperar
porque Moisés era muy natural. Dios tuvo que esperar porque faltaba una persona
preparada.
Aquí vemos un principio. En cada edad, Dios ha deseado hacer algo. El problema no
estaba de su lado, sino siempre del lado de Su pueblo. Esta ha sido siempre la pregunta:
¿Dónde está la persona lista para recibir el llamamiento de Dios? En nuestra era
también Dios anhela hacer ciertas cosas. ¿Pero quién está listo para Su llamamiento?
Hace más de diecinueve siglos, el Señor Jesús dijo que El vendría pronto (Ap. 22:7).
Pero todavía El no ha venido. Si le preguntáramos al Señor porque ha demorado tanto
Su regreso, El quizá contestaría: “¿Dónde están las personas listas para Mi regreso?
Cuando vea que un número suficiente de personas estén listas, vendré. Tengo muchos
deseos de volver, pero ¿a qué volvería?”
En Éxodo, Dios no pudo venir cuando Moisés era un niño o cuando todavía confiaba en
su fuerza y habilidad naturales. Dios tuvo que esperar hasta que Moisés cumpliera los
ochenta años. Entonces, después de preparar a Moisés, Dios vino y lo llamó. Los hijos de
Israel clamaron por causa de la tiranía, la persecución y la opresión, pero Dios todavía
tuvo que esperar por la preparación de Moisés. En el mismo principio, el Señor sigue
demorando Su regreso porque no hay suficiente gente que esté preparada para ello.
En los capítulos dos y tres de Éxodo vemos que los hijos de Dios que eran perseguidos
clamaron a Él y que el Dios de misericordia, de gracia y de amor deseaba rescatarlos.
Pero Moisés crecía lentamente hacia la madurez. El clamor de los israelitas era
desesperado y el anhelo de Dios era grande, pero el crecimiento de Moisés era lento.
Hoy en día la situación es la misma. Muchos santos han anhelado el regreso del Señor, y
El mismo desea volver. ¿Pero dónde están los que han sido preparados? Por
consiguiente, en lugar de quejarse al Señor acerca de la situación actual, debemos
dedicarnos a crecer en vida.
Cuando Moisés fue descartado por la soberanía de Dios, posiblemente estaba muy
desilusionado y sin esperanza. El se conformó con ser pastor apacentando al rebaño en
la tierra de Madian. Un hombre educado en el palacio real estaba obligado a vivir como
pastor en el desierto. Con el transcurso de los años, él lo perdió todo: su confianza, su
futuro, sus intereses, sus metas. Finalmente, Moisés probablemente alcanzó el punto en
el cual ya no pensaba más en ser aquel que Dios usaría para rescatar a los hijos de Israel
del cautiverio egipcio. Moisés debe de haber pensado: “Debo cuidar este rebaño. Pero ni
siquiera es mío; pertenece a mi suegro. No tengo ningún imperio, ningún reino. No
tengo otra cosa que hacer aparte de sostener mi familia. Mi preocupación inmediata
consiste en encontrar hierba fresca para el rebaño y agua para que beban”. Pero un día,
cuando Moisés fue plenamente procesado, Dios se apareció a él y lo llamó. A la edad de
ochenta años, a los ojos de Dios, Moisés estaba plenamente preparado y calificado, y El
se presentó a Moisés en el momento preciso.
El relato del llamamiento de Moisés por parte de Dios es más largo que el relato del
llamamiento que le hizo a otras personas en la Biblia. El de Abraham es breve, y lo
mismo sucede con el llamamiento de Isaías. Vemos lo mismo en el llamamiento de
Pedro y de Saulo de Tarso. Pero el relato del llamamiento de Moisés es largo y detallado.
En este relato, encontramos todos los puntos básicos acerca del llamamiento de Dios.
Por tanto, si deseamos conocer el pleno significado del llamamiento de Dios, debemos
prestar más atención al que Dios hizo a Moisés en Éxodo 3.
Éxodo 3:1 dice: “apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de
Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios”. Un
día Moisés llevó el rebaño hasta el final del desierto. Esto indica que nosotros
únicamente podemos ser llamados cuando estamos al final de nuestra situación, y nunca
cuando estamos al principio. Creo que Moisés condujo el rebaño hasta el final del
desierto porque él estaba buscando el mejor pasto. Quizá no haya estado satisfecho con
los lugares que conocía, y él tal vez haya deseado un nuevo lugar. Por tanto, él fue hasta
el final.
Estar la final significa que no estamos conformes con nuestra situación presente.
Durante años, Moisés llevó el rebaño al principio del desierto. Pero un día, estaba
insatisfecho y decidió ir hasta el final para ver lo que había allí. Si usted está insatisfecho
con su profesión o su matrimonio, esta insatisfacción lo puede conducir hasta el fin.
Todo aquel que ha sido llamado de Dios puede testificar que esto ocurrió en el final.
En el llamamiento de Moisés, ¿quién vino a quién? ¿Fue Moisés a Dios, o Dios a Moisés?
Yo diría que ambos viajaban, y que finalmente se encontraron en cierto lugar. Dios viajó
hasta allí desde los cielos, y Moisés viajó hasta allí desde el lugar en que vivía. Por tanto,
resulta difícil decir quién vino a quién. Según nuestra experiencia, un día nosotros
llegamos a cierto lugar, y allí encontramos a Dios.
B. El monte de Dios
“Cuando Moisés llegó a la parte más lejana del desierto, él llegó hasta Horeb, monte de
Dios”. A menudo el fin de nuestra situación resulta ser el monte de Dios. No obstante,
Moisés no sabía que el monte de Dios se encontraba al final del desierto. Sin embargo,
mientras Moisés viajaba despacio con el rebaño hasta el monte de Dios, Dios ya estaba
allí esperándole.
C. Tierra santa
En el versículo 5, Dios dijo a Moisés: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies,
porque el lugar en que tú estás, tierra santa es”. En este versículo, la “tierra santa” se
refiere a la tierra que el hombre no ha tocado. Esto indica que el llamamiento de Dios se
produce en un lugar en donde no existe ninguna interferencia humana. El llamamiento
de Dios siempre llega a una persona que se encuentra en tierra virgen, una tierra que
sólo Dios toca. Esto significa que cada llamamiento genuino ocurre en un lugar donde
no hay ninguna manipulación humana ni opinión. Si deseamos ser llamados por Dios,
debemos estar en un lugar plenamente reservado para El.
En esta tierra santa hay una zarza. El versículo 2 dice: “Y se le apareció el ángel de
Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía
en fuego, y la zarza no se consumía”. La zarza representa a Moisés. El hecho de que Dios
llamó de en medio de la zarza indica que el lugar del llamamiento de Dios está dentro de
nosotros. Dios no nos llama desde los cielos; El llama desde nuestro interior. Algunos
pueden preguntarse si este principio se aplica al caso de Saulo de Tarso. Inicialmente,
Saulo fue llamado por el Señor desde los cielos, pero finalmente este llamamiento llegó a
ser algo interior en Saulo. El Señor, quien lo llamó vino dentro de él, dentro de la “zarza”
de Tarso.
Nuestra experiencia testifica el hecho de que el lugar del llamado de Dios se encuentra
dentro de nosotros. Todo aquel que ha sido verdaderamente llamado por Dios puede
testificar esto. En el principio, parecía que Dios llamaba desde los cielos. No obstante,
resultó claro que Dios llamaba desde dentro de la “zarza”.
Es sumamente vital que la persona llamada conozca el nombre del que lo llama. Éxodo 3
revela el nombre de Dios, el que llama, de una manera completa, quizá más plenamente
que en cualquier otra parte de la Palabra. Cuando Dios llamó a Moisés, este respondió:
“He aquí que llego yo a los hijos de Israel y les digo: el Dios de vuestros padres me ha
enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿cuál es Su nombre? ¿Qué les responderé?”
(v. 13). Aquí vemos que Moisés se preocupaba por el nombre divino. El deseaba conocer
el nombre de Aquel que lo llamaba.
A. El ángel de Jehová
Aquel que llamó a Moisés era primero el ángel de Jehová (v. 2). En su traducción, Darby
usa ángel con mayúscula para indicar que este ángel era una persona única. En realidad
era Cristo, el Hijo de Dios, quién es el Ángel de Dios, el único enviado. La Biblia enseña
que un ángel es un mensajero, es decir, alguien que es enviado. En el libro de
Apocalipsis, los hermanos responsables en las iglesias son llamados ángeles,
mensajeros, enviados. Por tanto, el ángel del Señor en 3:2 es el enviado de Dios.
Cuando juntamos los versículos 2 y 4, vemos que este enviado, el ángel de Jehová, en
realidad es Jehová mismo. El versículo 4 dice: “Viendo Jehová que El iba a ver, lo llamó
Dios de en medio de la zarza”. Esto demuestra que el ángel de Jehová es Jehová mismo
y que Jehová es Dios. El Nuevo Testamento revela que el Señor Jesús, el Hijo de Dios,
vino como el enviado del Padre. Como enviado de Dios, El era Dios mismo.
Dios, Aquel que envía, apareció a Moisés como el enviado con el propósito de llamarlo y
de enviarlo. Aquel que fue enviado es el único que puede enviar a los enviados. Por
ejemplo, los apóstoles, los enviados en el Nuevo Testamento, fueron enviados por el
Señor Jesús, el enviado de Dios. En Juan 20:21, el Señor Jesús dijo a los discípulos:
“Como me envió el Padre, así también Yo os envío”. Por tanto, nosotros, los discípulos
del Señor, somos enviados por el enviado de Dios, quien es Cristo como el ángel de
Jehová.
En cuanto a la creación, Génesis 1 afirma que en el principio fue Dios el que creó los
cielos y la tierra. Pero en Génesis 2, cuando Dios hace contacto con el hombre y
desarrolla una relación con él, se usa el nombre “Jehová”. Aquí en Éxodo 3, Dios vino y
llamó a Moisés no directamente en el nombre de Dios ni primeramente en el nombre de
Jehová, sino en el nombre del ángel de Jehová. En este capítulo, no se trata de la
creación ni de desarrollar una relación con el hombre, sino de llamar a Moisés. El que
llama debe ser una persona que tiene los requisitos de un enviado, requisitos que sólo
Cristo satisface como el ángel de Jehová. Por ser el enviado que llama a un enviado, el
ángel de Jehová, el Hijo de Dios, vino y envió a Moisés.
¿Por qué no se usa el título “el ángel de Jehová” en los primeros dos capítulos de Éxodo?
Este título sólo aparece en el capítulo 3 donde Moisés fue preparado y estuvo listo. Por
consiguiente, Dios se presentó a él como el ángel de Jehová que lo llama y que lo envía.
Para mandar a Moisés, se necesitaba una persona que tuviera la experiencia de haber
sido enviada. Según Zacarías dos, el que envía es el enviado, y el enviado es el que envía.
Vemos el mismo principio funcionando en el capítulo tres de Éxodo. El ángel de Jehová
es Jehová mismo. El enviado de Dios, el Hijo de Dios, en realidad es Dios mismo. Aquel
que está desde el principio con Dios y que es Dios mismo, fue enviado por Dios.
El título “el ángel de Jehová” se refiere principalmente a Cristo, el Hijo de Dios, enviado
para salvar al pueblo de Dios de sus aflicciones (Jue. 6:12, 22; 13:3-5, 16-22). Aquí en
Éxodo 3 el Señor vino a llamar a Moisés a liberar a los hijos de Israel del cautiverio. Por
consiguiente, El se presentó como el ángel de Jehová.
B. Jehová
El segundo título revelado en este capítulo es Jehová, que significa “El que era, que es y
que será”. Este capítulo se compone básicamente del verbo “ser”. Fuera del Señor, todo
lo demás forma parte de la nada. El es el único que es, el único que tiene la realidad de
ser. El verbo “ser” no debe ser aplicado en sentido absoluto a alguien o a algo fuera de
Él. El es el único ser que existe por Si mismo. En el universo, todas las cosas forman
parte de la nada. Sólo Jehová es “El que era, que es y que será”. En el pasado, El era; en
el presente, El es; y en el futuro, El será.
Hebreos 11:6 afirma “que es necesario que el que se acerca a Dios crea que existe”.
Según este versículo, Dios es, y nosotros debemos creer que El es. Dios es, más nosotros
no somos.
C. Dios
El que llama es Dios mismo (3:4, 6, 14). La palabra hebrea traducida como Dios es
Elohim, que significa el poderoso que es fiel en su juramento. Dios no es solamente
poderoso, sino también fiel para cumplir Su pacto. Si queremos ser llamados por el
Señor, debemos darnos cuenta de que El es poderoso y fiel, poderoso para hacer todo
por nosotros, y fiel en cumplir Su palabra.
D. El Dios de nuestro padre
El versículo 6 dice: “y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y
Dios de Jacob”. La frase “el Dios de tu padre” denota la historia con Dios. Cuando Dios
viene para llamarle a usted, El no debe ser un extraño para usted. Si El es un extraño
para usted, entonces usted no está calificado para ser llamado por El. Decir que Dios es
el Dios de nuestro padre no significa que El es el Dios de nuestro padre en la carne, pues
nuestro padre natural quizá no sea un hijo de Dios. Cuando fuimos salvos, ganamos otra
genealogía, un linaje espiritual. Por esta razón, Pablo dijo a los corintios que él les había
engendrado en el evangelio (1 Co. 4:15). Pablo no estaba casado, y por tanto, él no tenía
ningún hijo en la carne. Pero él tenía muchísimos hijos espirituales. Todo creyente en
Cristo tiene un padre espiritual. A los ojos de Dios, el Señor que lo llama a usted es el
Dios de su padre espiritual. El padre de Moisés en la carne era un hombre piadoso; por
tanto, cuando Dios llamó a Moisés, El se refirió a Sí mismo como el Dios de “tu padre”.
Esto indica una historia con Dios. Cuando Dios apareció a Moisés y lo llamó, El no era
un extraño, pues El había estado con la familia de Moisés durante generaciones.
El Dios del padre de Moisés era el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob.
Eso significa que Dios es el Dios de toda clase de personas. Podemos ser una buena
persona como Abraham, una persona un tanto neutral como Isaac, o un suplantador
como Jacob. Pero quienquiera que seamos, Dios es nuestro Dios. El Dios de Abraham,
Isaac, y Jacob, es el Dios todo-inclusivo. Cuando Dios viene y lo llama a usted, El es
siempre el Dios todo-inclusivo.
Ahora llegamos al título más maravilloso de Dios: “YO SOY EL QUE SOY” (3:14-15). En
el versículo 14, el Señor dio instrucciones a Moisés: “Así dirás a los hijos de Israel: YO
SOY me envió a vosotros”. El nombre del Señor es Yo soy. En otras palabras, Su nombre
es simplemente el verbo “ser”. No somos calificados para decir que somos. No somos
nada; sólo El tiene ser. Por tanto, El se llama a Si mismo “YO SOY EL QUE SOY”. La
versión china habla de El cómo de Aquel que existe por Sí mismo y existe para siempre.
“Yo soy” denota Aquel que existe por Sí mismo, Aquel cuyo ser no depende de nada
fuera de Sí mismo. Esta persona también es Aquel que existe para siempre, que es, que
existe eternamente, sin comienzo ni fin.
En Juan 8:58, el Señor dijo “de cierto, de cierto os digo: antes de que Abraham fuese, Yo
soy”. Como el gran Yo soy, el Señor es el eterno, el Dios que existe para siempre.
Hemos visto que en 3:14, el Señor pidió a Moisés que dijera a los hijos de Israel que Yo
soy lo mandó. Las palabras “Yo soy” no constituyen una frase completa, sino que
funcionan aquí como un nombre, aún un nombre único. Como hemos visto, este nombre
es en realidad el verbo “ser”. Sólo Dios califica para que este verbo se aplique a Su ser,
pues sólo El existe por Sí mismo. Usted y yo debemos darnos cuenta de que no existimos
por nosotros mismos.
Como el Yo soy, Dios es todo lo que necesitamos. A las palabras “Yo soy”, podemos
añadir todo lo que necesitamos. ¿Está usted cansado? El Yo soy es su descanso. ¿Tiene
usted hambre? El es su comida. ¿Está usted muriendo? El es vida. En el Nuevo
Testamento, el Señor usa muchas cosas para describirse a Sí mismo: “Yo soy la vid
verdadera” (Jn. 15:1) “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6:35), “Yo soy la luz” (Jn. 8:12). Como
el Yo soy, Dios lo es todo: los cielos, la tierra, el aire, el agua, los árboles, los pájaros, el
ganado. Esto no es panteísmo, es decir, la creencia religiosa que identifica a Dios con el
universo material. No estoy diciendo que todo es Dios, sino que Dios es la realidad de
todas las cosas positivas. Esto indica que Dios debe ser usted, aún la realidad de su
mismo ser. Le podemos decir: “Señor, Tu eres yo mismo”. Si el Señor no es hasta
nosotros mismos, entonces no somos nada, y no tenemos ninguna realidad. Este gran
Yo soy, Aquel que es todo-inclusivo, es Aquel que ha venido a llamarnos. No es una
herejía decir que nuestro Dios es todo-inclusivo. Es una verdad llena de luz. Sólo los
ciegos y los que están en tinieblas se oponen a esta verdad.
Puedo testificar que durante más de cincuenta años de mi vida cristiana, el Yo soy me ha
sostenido. Porque El me ha sostenido con lo que El es, nunca me he apartado. Además,
he podido seguir en el ministerio por más de cuarenta años. Conozco a Aquel que me
llamó. He sido llamado por el Yo soy. Aquel que me llamó me sostiene continuamente.
Ningún idioma humano puede expresar apropiadamente lo que El es.
Finalmente, el que llama es “Jehová, el Dios de los hebreos” (3:18). La palabra hebreo
significa el que cruza ríos. Los que cruzan ríos son un pueblo separado, separados del
mundo. Si deseamos ser llamados de Dios, debemos ver que, como Aquel que llama,
Dios es el Dios de los que cruzan ríos, del pueblo separado. Como tal Dios, El no es el
Dios de los que están en Babel ni el Dios de los que están en Egipto, porque no están
separados. Si no estamos separados del mundo, Dios no puede ser nuestro Dios. El no es
el Dios de los egipcios, sino el Dios de los hebreos, el pueblo que ha cruzado el río a fin
de cumplir Su propósito.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE SEIS
En el mensaje anterior, cubrimos cuatro aspectos del llamamiento que hace Dios al que
El prepara: la motivación del mismo, el tiempo y el lugar de éste, y la persona que llama.
En este mensaje, vamos a estudiar el propósito del llamamiento de Dios y la persona
llamada.
Tanto en lo negativo como en lo positivo, el llamamiento que Dios hizo a Moisés tenía
un propósito muy importante. Negativamente, Dios lo llamó a liberar a los hijos de
Israel de la tiranía de los egipcios. En Éxodo 3:8, el Señor dijo: “He descendido para
librarlos de mano de los egipcios”. Cuando Dios llamó a Moisés, Egipto era el país más
avanzado de la tierra, y Faraón tenía poder absoluto. Aquí estaba un hombre que tenía
ochenta años de edad, alguien que había pasado los últimos cuarenta años de su vida
apacentando un rebaño en el desierto. ¿Cómo esta persona podía liberar a los israelitas
del poder tiránico de Faraón? Para Moisés, esto pudo parecer imposible. No obstante,
esto era el propósito del llamamiento de Dios por el lado negativo.
En Su sabiduría, Dios usa la expresión “fluye leche y miel” para describir las riquezas de
la buena tierra. La leche y la miel son productos de la combinación de la vida vegetal y la
animal. La leche proviene del ganado, que se alimenta de hierbas. La vida animal
produce leche a raíz del suministro de la vida vegetal. Por ende, la leche es un producto
de la mezcla de dos tipos de vida. Lo mismo sucede con la miel. La miel tiene mucho que
ver con la vida de las plantas. Se deriva principalmente de las flores y de los árboles. Por
supuesto, una parte de la vida animal; la abeja, está involucrada también. Por tanto, en
la producción de la miel, cooperan dos clases de vida. Estas se mezclan mutuamente, y
producen la miel.
La leche y la miel representan las riquezas de Cristo, riquezas que proceden de los dos
aspectos de la vida de Cristo. Aunque Cristo es una sola persona, El tiene la vida que
redime, tipificada por la vida animal, y la vida que se genera, tipificada por la vegetal.
Por una parte, Cristo es el Cordero de Dios que nos redime; por otra, El es un pan de
cebada que nos suministra. Ambas clases de vida formaban parte de la comida de la
Pascua, pues ésta incluía el cordero y el pan sin levadura con las hierbas amargas. Estas
vidas se combinaban para el disfrute del pueblo redimido de Dios. No obstante, el
propósito del llamamiento de Dios no consiste en dar a Su pueblo un poco de disfrute de
la vida animal y de la vida vegetal en Egipto; sino en llevarlos a una tierra extensa donde
fluye leche y miel. ¿Tiene la seguridad de que hoy en la vida de iglesia disfruta de Cristo
como la buena tierra? Puedo testificar que a diario disfruto de Cristo como una tierra
extensa donde fluye leche y miel.
A. Disciplinado y preparado
durante cuarenta años
Le tomó a Dios cuarenta años más para llevar a este hombre capaz pero desilusionado
hasta el final. No resulta fácil aniquilar esa clase de persona. Se necesitó cuarenta años
de disciplina para que Moisés se diera cuenta de que él no estaba calificado para liberar
el pueblo de Dios, sacarlo de Egipto e introducirlo en la buena tierra.
Resulta fácil educar a una persona, pero es muy difícil acabar con ella. No obstante,
después de esos años en el desierto, Moisés fue plenamente aniquilado. Cuando Dios se
le apareció en la zarza ardiente, Moisés se consideraba a sí mismo como una persona
que no servía para otra cosa que la muerte. Sin embargo, cuando Moisés pensaba ser
aniquilado, Dios vino y lo llamó.
Dios disciplinó a Moisés y lo preparó durante un período de cuarenta años (Hch. 7:30).
Sabemos que Moisés fue disciplinado por el simple hecho de que él tuvo que vivir en el
desierto después de haber sido criado en el palacio real. Supongamos que alguien criado
en Estados Unidos se vea obligado de repente a vivir en un país muy subdesarrollado.
Día tras día esta persona sentiría que es disciplinada. Sin lugar a dudas, Moisés tuvo
este sentimiento en el desierto mientras trabajaba como pastor cuidando a un rebaño
que ni siquiera le pertenecía, pues era de su suegro. Mediante esta disciplina, Moisés fue
preparado gradualmente.
Después de aquellos años en el desierto, Moisés perdió toda confianza en sí mismo (3:11;
cf. 2:11-13). Cuando Dios llamó a Moisés, éste dijo: “¡Ay Señor! Nunca he sido hombre
de fácil palabra ni antes, ni desde que Tú hablas a Tu siervo; porque soy tardo en el
habla y torpe de lengua” (4:10). ¿Entonces por qué dice Esteban en Hechos 7:22 que
Moisés era poderoso en palabras y hechos? Cuando Moisés tenía cuarenta años de edad
él era poderoso en palabras y hechos. Eso significa que él era elocuente. Pero después de
cuarenta años más, él perdió confianza en sí mismo; él se consideraba a sí mismo como
tardo de habla. El relato de Éxodo 4 y el de Hechos 7 son verdaderos. El relato de
Hechos 7 se aplica a Moisés a la edad de los cuarenta años, mientras que el relato de
Éxodo 4 se aplica a él cuando tenía ochenta años, después de ser disciplinado y después
de que su habilidad natural fuese despedazada.
Pocos cristianos conocen realmente la manera que Dios usa al disciplinar a la gente. Me
he encontrado con muchos santos que tenían muchísima confianza en que habían
recibido de parte de Dios la carga de hacer una obra particular para El. No obstante, sin
ninguna excepción, en cuanto empezaron a hacer algo, Dios intervino para
disciplinarlos. Cuando estamos tan seguros de que somos llamados y tenemos carga,
debemos esperar la disciplina de Dios. Puede que esperemos que otros nos apoyen, pero
en lugar de eso se oponen a nosotros. Desanimados por este rechazo, quizá decidamos
abandonar totalmente la carga. Pero no podemos abandonar ninguna carga que procede
verdaderamente de Dios. Si usted puede abandonar una carga, esto indica que no venía
de Dios desde un principio. Cuando hemos recibido la carga por parte del Señor, no
podemos desechar esa carga por mucho que se opongan los demás a nosotros. Podemos
estar muy desilusionados, pero la carga permanece con nosotros. Tarde o temprano esta
se levanta nuevamente en nosotros.
Sin lugar a dudas, cuando Moisés tenía cuarenta años de edad le vino una carga del
Señor. Estoy convencido de que los padres de Moisés, particularmente su madre, lo
había consagrado a Dios. Indudablemente, Moisés aceptó voluntariamente la carga de
Dios. No obstante y por confiar tanto en que tenía la habilidad y el poder de llevar a cabo
esta carga, Dios arregló las cosas para que él fuese rechazado. Moisés debió haber estado
profundamente desilusionado. Año tras año, Dios operó en Moisés, no para eliminar la
carga, sino para terminar la habilidad natural de Moisés y hacer que él no tuviese
ninguna confianza en sí mismo.
Nuestro problema es éste: si recibimos una carga del Señor, tenemos la tendencia a usar
nuestra fuerza natural para llevarla a cabo. Pero si nuestra fuerza natural es aniquilada,
entonces tenemos la tendencia a desechar la carga. No separamos la carga de Dios de
nuestra fuerza natural. Nos gusta combinar estas dos cosas, pero Dios quiere separarlas,
es decir, guardar la carga y desechar nuestra fuerza natural. Por consiguiente, a Dios le
tomó cuarenta años aniquilar la fuerza natural de Moisés. En principio, El hará lo
mismo con nosotros.
Cuando Dios llamó a Moisés, Moisés dijo que él era tardo de habla. Parece que Moisés
estaba diciendo: “Señor, ahora que has aniquilado mi habilidad, ya no puedo aceptar Tu
carga, quiero renunciar. No soy la persona adecuada para ser enviada a Faraón y liberar
a los hijos de Israel de sus manos. Soy tardo de habla. ¿Cómo podré hablar a Faraón?”
Al hablar de esta manera al Señor, Moisés en apariencia era sincero. No obstante, Dios
se enojó con él (4:14). Esto indica que por parte de Moisés había algún problema. Dios
deseaba “contratar” a Moisés, pero él se negó a aceptar el trabajo. Mientras Moisés
estaba negociando con el Señor, Dios sabía lo que estaba en su corazón. Interiormente
Moisés pudo haber dicho: “Señor, hace cuarenta años, hice todo lo posible para rescatar
a los hijos de Israel, pero no me permitiste tener éxito. Fui rechazado, y tuve que huir a
este desierto, donde he sufrido durante cuarenta años. He olvidado todo lo que aprendí
en el palacio real, he llegado a ser nada. Ahora Tú me pides que vaya a Faraón. Cuando
yo era calificado, Tú me despediste. Pero ahora que no estoy calificado ni soy capaz,
quieres contratarme”. Secretamente, Moisés quizá haya culpado al Señor. Esta pudo
haber sido la razón por la cual Dios no estaba contento con él.
En Moisés y en Dios había algo que no fue expresado. Dentro de Sí mismo, el Señor
quizá haya dicho: “Moisés, no necesito que hagas nada. ¿No ves la zarza allí? Está
ardiendo, pero no se consume. Todo lo que quiero es que tú me manifiestes a Mi.
Moisés, no rechaces la carga, recíbela, pero no uses tu habilidad y fuerza para llevarla a
cabo. Puesto que te consideras como muerto, ahora puedo usarte. Moisés, no me
rechaces. No procuro usarte según tu concepto natural. Quiero usarte a Mi manera,
como una zarza ardiente que no se consume”.
No es fácil hacer algo por el Señor sin usar nuestra propia fuerza o habilidad. En el
transcurso de los años he aprendido esta lección, principalmente por medio de
sufrimientos y fallas. A menudo la gente tiene la siguiente actitud: si les piden hacer
algo, deben ser capaces de hacerlo por su propia manera sin interferencia ni consejo de
los demás. Aún los ancianos en la iglesia a veces tienen esta actitud. Nuestro sentir
puede ser: “si quieres que haga eso, entonces apártate y déjame hacerlo”. No obstante,
cuando Dios nos llama a hacer algo, El quiere que lo hagamos pero no por nosotros
mismos. Cuando El nos llama, parece que Dios dice: “Sí, quiero que hagas eso, pero
quiero que lo hagas por Mi, y no por ti”. A menudo nuestro problema reside en el hecho
de que si no podemos hacer cierta cosa por nosotros mismos, entonces nos negamos a
hacerla. Esta actitud ha sido un gran impedimento para la obra del recobro del Señor.
Muchos santos saben que necesitamos la vida de iglesia; no obstante, por estar
desilusionados, son renuentes a ir a las reuniones. Se parecen a Moisés desilusionado en
el desierto y disciplinado por Dios hasta que perdió su confianza. No obstante, todavía
estaba dispuesto a tomar la carga del Señor. Moisés recibió la carga de Dios antes de la
edad de los cuarenta años. No obstante, Moisés tuvo que aprender a cooperar con Dios
sin usar su habilidad ni fuerza natural. Dios no pudo llamar a Moisés hasta que éste
hubiese perdido toda la confianza en sí mismo. En principio, Dios nos disciplina de la
misma manera. Cuando dejamos de confiar en nosotros mismos, El viene y nos llama.
Moisés también tenía que estar consciente de su incapacidad (4:10-13). El llegó a darse
cuenta plenamente de que en sí mismo, no era la persona adecuada para contestar al
llamamiento de Dios. Quizá durante los cuarenta años en el desierto él hasta
experimentó fracaso al apacentar al rebaño. En Su soberanía Dios pudo haber creado
ciertas circunstancias que Moisés no pudo vencer. Todo esto fue designado para ayudar
a Moisés a ser consciente de su incapacidad.
Cuando Dios lo llamó, Moisés se consideró a sí mismo como digno sólo de muerte.
Recuerde, cuando Dios apareció a Moisés en el capítulo 3, Moisés tenía ochenta años de
edad. En el Salmo 90, escrito por Moisés, él dijo: “los días de nuestra edad son setenta
años; y en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y
trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (v. 10). Esto indica que a la edad de ochenta
años, Moisés pensaba que estaba a punto de morir. Cuando Dios llamó a Moisés, éste
pudo haber razonado en su corazón: “Señor, ¿por qué no me usaste cuando yo tenía
cuarenta años? En aquel entonces yo era capaz, activo, y audaz. Pero ahora estoy listo
para morir. Tengo ochenta años de edad, y mi muerte se acerca. No obstante, vienes a
mí y me pides que haga algo. Me parece que te equivocaste de tiempo. Señor, ya he
dejado de ser capaz o útil. No soy más que un viejo a punto de morir”. Este fue el sentir
de Moisés acerca de sí mismo cuando Dios vino a él para llamarlo y liberar a los hijos de
Israel de Egipto.
En 1950 di un mensaje acerca de esto a los jóvenes en Manila. Al día siguiente, los
jóvenes empezaron a fingir que estaban viejos y que estaban listos para morir. Aunque
muchos de ellos todavía eran adolescentes, actuaron como si tuviesen ochenta años de
edad. Sin embargo, este comportamiento duró solamente unos días. Si somos viejos,
somos viejos, y si somos jóvenes, somos jóvenes. No tiene caso fingir o actuar como si
tuviéramos otra edad. Sólo podemos ser lo que somos. Si usted es como Moisés al matar
al egipcio, entonces se encuentra en tal condición. Y si es como Moisés a la edad de
ochenta años, entonces esa es su condición. Un día todos llegaremos a considerarnos
dignos sólo de muerte. Todo aquel que es llamado por el Señor debe pasar por un
período de tiempo en el cual él pierda su confianza, tome conciencia de su incapacidad,
y considérese a sí mismo digno solo de muerte. Finalmente, tendremos la misma
conciencia acerca de nosotros mismos que tuvo Moisés a la edad de ochenta años.
Al mismo tiempo en que Moisés se consideraba a sí mismo listo para morir, Dios vino y
le encargó ser un enviado (3:10, 15). Dios era el que enviaba, el iniciador y Moisés había
de ser el enviado para cumplir los deseos de aquel que lo envió. Para poner más énfasis
en este punto, la palabra “enviar” se usa muchas veces en los capítulos tres y cuatro. Al
llamar a Moisés, Dios parecía decir: “Moisés, Yo el Señor, te mando. No has de ser el que
envía ni el iniciador. Debes ser el enviado para llevar a cabo Mi voluntad”. En un
próximo mensaje, veremos que cuando Moisés se enfrentó con Faraón, él no hizo nada
por su cuenta. Por el contrario, él actuó como el enviado del Señor, haciendo todo lo que
Dios le pedía.
Ser un enviado significa que no hacemos nada por nosotros mismos. Por el contrario,
llevamos a cabo simplemente los deseos de quien nos manda. Ser un enviado es una
bendición y nos introduce plenamente en el descanso. Para ser un enviado, debemos
pasar por mucho adiestramiento y disciplina. Muchas veces he enviado a la gente para
hacer alguna tarea para mí. Aunque pretendían entender lo que yo quería de ellos,
finalmente hicieron cosas conforme a su opinión. Esto indica que necesitamos
adiestramiento para ser un enviado.
Según Génesis 3, las espinas representan la maldición que viene por el pecado. Esto
indica que, como llamado de Dios, Moisés era un pecador bajo la maldición de Dios.
Moisés era una zarza, y no un cedro del Líbano.
El hecho de que la zarza ardía sin ser consumida indica que la gloria de la santidad de
Dios debe arder dentro de nosotros, pero que no debemos estar agotados. Si un siervo
de Dios está agotado, puede significar que él está usando su propia energía para hacer
algo por Dios. Dios no desea usar nuestra vida natural como combustible. El arderá
solamente usándose a Si mismo como combustible. Nosotros hemos de ser solamente
una zarza con el fuego divino que arde dentro de nosotros.
Creo que Moisés nunca olvidó la visión de esta zarza ardiente. El recuerdo de esta visión
debe haber obrado dentro de él para recordarle continuamente que no debía de usar su
fuerza ni habilidad natural. Mediante la señal de la zarza ardiente, Dios impresionó a
Moisés con el hecho de que él era una vasija, un canal por el cual Dios había de
manifestarse. No resulta fácil aprender que no somos más que una zarza para la
manifestación de Dios. En el transcurso de los años, he aprendido una sola lección:
laborar por Dios sin usar la vida natural como combustible, sino dejar que Dios arda
dentro de mí.
En Marcos 12:26, el Señor Jesús se refiere a la zarza de Éxodo 3:2. En una traducción se
añaden las palabras: “la sección de” antes de “zarza”; mientras que otra versión dice: “el
lugar acerca de”. El relato de la zarza ardiente ha de ser un recuerdo continuo y un
testimonio permanente para los llamados de Dios. Testifica el hecho de que no podemos
ser nada más que zarzas.
En estos días, hemos visto que todos los santos pueden ser apóstoles, profetas,
evangelistas, y pastores y maestros. No obstante, si deseamos funcionar como estos
dones para el Cuerpo de Cristo, primero debemos ser zarzas ardientes, aquellos que,
como Moisés, no tienen ninguna confianza en sí mismos y que no arden por Dios
conforme a su energía natural.
Desde el momento en que Dios llamó a Moisés, Moisés dejó de tener confianza en sí
mismo. Cuando los demás se rebelaron en contra de él, él no argumentó con ellos, sino
que fue a Dios y cayó delante de Él. Al hacer esto, Moisés mostró que él era una zarza
ardiente. Mientras Moisés se postraba delante de Dios, El apareció como un fuego
resplandeciente, manifestándose a Sí mismo desde el interior de Moisés como la zarza.
Que este relato de la zarza nos impresione profundamente y que nunca lo olvidemos. En
nosotros mismos, no somos nada; somos simples zarzas. Pero Dios todavía nos atesora y
desea manifestarse a Sí mismo como una llama de fuego desde nuestro interior.
Debemos atesorar el hecho de que El arde al no poner ninguna confianza en lo que
somos conforme al hombre natural. Nuestro hombre natural con su energía, fuerza, y
habilidad debe ser aniquilado y olvidado. Nuestra habilidad y fuerza no significan nada.
¿Qué puede hacer una zarza? Nada. Usted se considerará capaz, pero finalmente se dará
cuenta de que no es más que una zarza inútil. Todos debemos tener esta visión de
nosotros mismos. Le damos gracias a Dios porque El nos visita, permanece con
nosotros, y arde sobre nosotros. La llama divina arde dentro de nosotros y sobre
nosotros, pero nosotros mismos no somos consumidos.
Después de que Dios llamó a Moisés y lo envió a Faraón, no fue Moisés sino Dios mismo
El que lo hizo todo y que fue glorificado. Moisés no tenía ningún arma; él tenía
solamente una vara. Con esa vara, él se fue a Faraón según la orden del Señor, y Dios lo
hizo todo. Por consiguiente, la gloria fue manifestada no para Moisés, sino siempre para
Dios. Dentro de Moisés y sobre él se manifestaba la gloria de Dios.
Todos debemos ser llamados como Moisés. Tarde o temprano, todos contemplaremos la
misma visión que recibió Moisés en el capítulo tres de Éxodo, la visión de una zarza que
arde sin ser consumida. Esta visión debe ser grabada sobre nuestro ser. Entonces cada
vez que toquemos la obra de Dios o el servicio de la iglesia, tendremos el recuerdo de
que no somos más que una zarza. Un día todos estaremos conscientes de eso.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE SIETE
LA ZARZA CORPORATIVA
Hemos visto que la zarza en Éxodo 3 simboliza a Moisés como aquel que ha sido
llamado por Dios. A los ojos de Dios, Moisés era una zarza. Nadie presta mucha atención
a una zarza. Aunque Moisés había sido rechazado por el hombre, él fue aceptado por
Dios, y el fuego de la gloria de Dios ardía dentro de él y sobre él. Por tanto, Moisés era
una zarza ardiendo con la gloria de Dios.
Al tratar con Su pueblo, los hijos de Israel, El tenía una meta: obtener una morada
apropiada. Deuteronomio 33:16 habla de Dios como Aquel que moraba en la zarza. Esta
palabra, escrita por Moisés, indica que Dios poseía esta zarza ardiente como Su casa, Su
morada. ¿Quién hubiera pensado algún día que la habitación de Dios en la tierra sería
una zarza?
Moisés debe haberse dado cuenta de que la zarza ardiente que él vio cuando Dios lo
llamó era un símbolo de él mismo. En la época de Deuteronomio 33, Moisés se
consideraba a sí mismo como una zarza; sin embargo, para Dios él era “el hombre de
Dios” (Dt. 33:1). En el aspecto individual, Moisés era una zarza, y en el aspecto
corporativo, los hijos de Israel eran una zarza. No obstante, el Dios de bendición moraba
en esta zarza. Si Dios no mora en nosotros, estamos acabados. Sin El no somos más que
zarzas comunes. Podemos ser damas y caballeros cultos o profesionales bien
adiestrados, pero seguimos siendo zarzas porque nuestra naturaleza caída está
relacionada con las espinas y con la maldición.
Al referirse a Dios como Aquel que moraba en la zarza, el corazón de Moisés debe haber
estado lleno de agradecimiento a Dios. Durante los últimos cuarenta años de su vida,
Moisés sabía que él no era más que una zarza. Pero él sabía también que Dios estaba con
él. Todos debemos darnos cuenta de esto. Cuando tenemos un espíritu apropiado
delante del Señor, sabemos que somos una zarza. Sabemos que aún nuestras virtudes
naturales, como la bondad, la humildad y la paciencia, son “espinas”. A veces podemos
sentir que debemos postrarnos ante el Señor y confesarle lo lamentable que somos.
Mientras Moisés bendecía a los hijos de Israel, probablemente se sintió así.
Un cántico evangélico muy conocido dice: “No soy más que un pecador salvo por
gracia”. El sentir que tenía Moisés era más profundo, aún más tierno y dulce que eso,
pues él entendía que él era una zarza quemada por la gloria de Dios. Hoy en día,
nosotros los creyentes en Cristo, no somos solamente pecadores salvos por gracia, sino
una zarza ardiendo con el fuego de la gloria de Dios. Moisés se daba cuenta de esto tanto
para sí mismo como para los hijos de Israel como pueblo corporativo de Dios. En su
interior, él sabía que él personalmente y también los israelitas corporativamente eran
una zarza.
Debemos ver que existe un lazo entre Génesis 3 y Éxodo 3. En ambos capítulos, vemos la
espina y el fuego. La espina de Génesis 3 indica que el hombre se encuentra bajo una
maldición (vs. 17-18), y la llama de fuego indica que el hombre está excluido de Dios
como el árbol de la vida (vs. 22-24). Según Génesis 3, las espinas provienen de la
maldición causada por el pecado. Por tanto, las espinas simbolizan al hombre caído bajo
la maldición. Inmediatamente después de que la maldición fue pronunciada, se colocó
una espada flameante al este del jardín para guardar “el camino del árbol de la vida” (v.
24). Por tanto, el pecado introdujo la maldición, y la maldición trajo la llama de fuego.
La función del fuego en Génesis 3 consiste en excluir a los pecadores del árbol de la vida,
es decir, de Dios como la fuente de vida.
Si la Biblia hubiera terminado con Génesis 3:24, nuestra situación no habría tenido
ninguna esperanza jamás. Según los capítulos uno y dos de Génesis, fuimos creados
específicamente para recibir a Dios como vida. El hombre creado por Dios fue colocado
frente al árbol de la vida. Entonces en el capítulo tres vino el pecado: el hombre cayó
bajo una maldición, y el fuego de la santidad de Dios excluyó a los pecadores malditos y
les impidió tener un contacto directo con Dios como el árbol de la vida.
Vemos la realidad de este cuadro en Gálatas 3:13 y 14. El versículo 13 dice: “Cristo nos
redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición”. Eso significa que por
medio de la muerte de Cristo en la cruz, la maldición fue quitada. El versículo 14
continúa: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a
fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Por consiguiente,
según estos versículos, la maldición ha sido quitada, y el Espíritu, el fuego, nos fue dado.
Hechos 2:3-4 indican que el Espíritu derramado es representado por las lenguas de
fuego. Este derramamiento del Espíritu como fuego fue predicho por el Señor Jesús en
Lucas 12:49: “Fuego he venido a echar sobre la tierra; y ¡Cómo quisiera que ya estuviera
encendido!” En el día de Pentecostés el Espíritu prometido, dado por medio de la
redención de Cristo que removió la maldición, bajó sobre los discípulos en forma de
fuego. Este fuego ya no nos excluye de Dios; por el contrario, es la llama de la visitación
de Dios.
Al considerar eso a la luz del cuadro de Éxodo 3, vemos que la espina y la llama son uno.
En Génesis 3, el hombre caído estaba bajo la maldición representada por la espina. Allí
la llama de fuego excluía a este hombre caído de la presencia de Dios como el árbol de
vida. No obstante, en Éxodo 3, la zarza, que puede ser considerada como un tipo de
vasija, y el fuego, son uno. En Génesis 3, el fuego mantiene apartado al hombre que está
bajo la maldición y le impide acercarse al árbol de la vida, y lo aleja de Dios como la
fuente de vida. Pero en Éxodo 3, la llama de fuego visita la zarza y mora en ella. Esto
indica que por medio de la redención de Cristo, Dios mismo, Aquel que es santo y cuya
santidad separa a los pecadores de Su presencia, puede venir a visitarnos, permanecer
con nosotros y aún morar en nosotros. ¡Aleluya, Cristo ha quitado la maldición y ha
echado sobre la tierra el fuego del Espíritu Santo! Ahora que la maldición fue quitada, ya
no estamos excluidos de Dios como vida. ¡Alabado sea el Señor porque la llama que
excluye en Génesis 3 se ha convertido en la llama de Éxodo 3, la cual nos visita y mora
en nosotros! Ahora la espina que antes estaba maldita puede convertirse en la morada
de Dios.
Los que han sido cristianos durante varios años quizá se vean tentados a considerarse a
sí mismos como muy buenos o santos. Si usted ha seguido al Señor y ha experimentado
algún éxito en su vida cristiana, quizá secretamente se considere a sí mismo como un
“santo” extraordinario, como alguien que es más espiritual que los demás creyentes. No
obstante, debemos estar conscientes de que seguimos siendo una zarza llena de espinas.
No se considere a sí mismo muy maravilloso y no admire a otros demasiado. Todos
seguimos siendo una zarza. Estoy consciente del hecho de que soy una zarza.
Si nos parecemos a Moisés, el hombre de Dios, tenemos una conciencia doble. Por una
parte, estaremos conscientes del hecho de que somos zarzas; por otra parte, estaremos
conscientes de que la gloria de Dios mora dentro de nosotros como una llama ardiente.
Moisés se convirtió en un hombre de Dios, pero él todavía se consideraba a sí mismo
como una zarza. En el mismo principio, la gloria de Dios moraba entre los hijos de Israel
e hizo de ellos su morada gloriosa, pero ellos seguían siendo una zarza, aún una zarza
corporativa.
En el recobro del Señor, no nos preocupa conseguir mucha gente; lo que nos interesa es
la experiencia genuina de transformación. Estoy contento de que estamos bajo la llama
divina, la llama que nos transforma y nos hace diferentes en disposición de la gente
mundana. El elemento de Dios está ardiendo dentro de nuestra naturaleza, y por esta
razón, nos estamos convirtiendo en hombres de Dios. Esto es el significado de ser una
zarza ardiente en un sentido individual. Conforme a nuestra naturaleza, todavía somos
una zarza, pero según la llama de Dios dentro de nosotros, somos personas
transformadas. Por una parte, somos una zarza; por otra, somos hombres de Dios.
Los hijos de Israel eran una zarza corporativa. Como tal, fueron redimidos (13:14-16),
santificados (13:2), transformados, y edificados. Quizá a usted le cueste trabajo creer
que los hijos de Israel fueron transformados. Cuando yo era joven, también me costaba
creer eso. Pero algo sucedió en una reunión de oración en Shanghai a principios de los
años 1940, y eso me ayudó a ver al pueblo de Dios como El lo ve. En aquella reunión,
una colaboradora con experiencia, preocupada por la condición deplorable de la iglesia,
clamó al Señor por la iglesia. Mientras ella oraba, ella gemía y suspiraba por la
condición lamentable de la iglesia. Cuando ella acabó de orar, el hermano Nee se
expresó en alabanzas al Señor y le dio gracias a Él porque la iglesia jamás es débil o
lamentable, sino más bien elevada. La congregación estaba asombrada. Entonces el
hermano Nee nos ayudó a entender el significado de la profecía de Balaam acerca de los
hijos de Israel. Balaam fue contratado por Balac para maldecir a los hijos de Israel. Pero
en lugar de maldecir al pueblo de Israel, Balaam los bendijo. Hablando en nombre de
Dios, Balaam dijo: “El no ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en
Israel” (Nm. 23:21). Además, en Números 24:5, Balaam dijo: “¡Cuán hermosas son tus
tiendas, oh Jacob, tus habitaciones, oh Israel!” Según estos versículos, Dios no vio
iniquidad ni perversidad en Israel. Por el contrario, El vio solamente cosas hermosas,
agradables y bellas. Pasa lo mismo con la iglesia hoy.
No diga que la iglesia está en una condición lamentable o que está muerta. Cuanto más
dice eso, más se pone usted bajo una maldición. No obstante, si usted alaba al Señor por
la vida de iglesia y habla bien acerca de ella, usted se colocará bajo la bendición de Dios.
Durante todos los años en los cuales he estado en la vida de iglesia, no he visto ninguna
persona hablando negativamente de la iglesia y que estaba bajo la bendición de Dios.
Por el contrario, todos los que dijeron que la iglesia está en una condición lamentable,
deplorable, o muerta, han estado bajo una maldición. Los que hablan positivamente de
la iglesia, declarando que la iglesia es agradable y que es la casa de Dios, reciben la
bendición. Esta no es una doctrina solamente, sino un testimonio que puede ser
confirmado por las experiencias de muchos santos.
No vea más allá de lo que el Señor ve. Según la palabra de Balaam en Números, el Señor
no vio iniquidad en Jacob. Entonces, ¿cómo puede verla usted? ¿Acaso es usted más
sabio o más perceptivo que Dios? La Biblia declara que el Señor no contempla
perversidad en Israel, pero usted pretende ver perversidad en la iglesia. ¿Qué prefiere
creer usted: la visión del Señor o la de usted? Si nos ponemos al lado de la estimación
que tiene el Señor por la iglesia, eso nos impedirá perder la bendición y caer en la
maldición. Que todos prestemos atención a la manera de considerar a la iglesia.
Los hijos de Israel pudieron ser una zarza corporativa porque habían sido
transformados y edificados. Dios creyó eso, y debemos estar de acuerdo con El.
El Antiguo Testamento revela que Dios venía a menudo a reprender y reprobar a los
hijos de Israel. Pero cuando los gentiles atacaron al pueblo de Dios, tarde o temprano
sufrieron pérdidas. A los ojos de Dios, los hijos de Israel eran redimidos, santificados,
transformados, edificados, y Dios tenía Su morada entre ellos. Todos debemos ver esto y
creerlo.
En el mismo principio, debemos creer que la iglesia hoy es maravillosa. Tenga cuidado
con su vista natural. Si Dios no ve iniquidad ni perversidad en la iglesia, entonces ¿cómo
puede verla usted? Cuando Dios es misericordioso, El abunda en misericordia. Los
israelitas tenían muchas iniquidades, pero Dios pudo decir que El no contemplaba
iniquidad en Israel. Pasa lo mismo con la iglesia hoy. Así como los hijos de Israel, la
iglesia es una zarza corporativa.
Como zarza corporativa, la iglesia está transformada, pero sigue siendo una zarza; no
puede cambiar. ¿Cómo podemos decir que algo es transformado sin ser cambiado?
Analice la zarza ardiente en Éxodo 3: el fuego ardía dentro de ella y sobre ella, pero la
zarza no fue cambiada. No obstante, fue transformada mediante el fuego ardiente.
Algunos se preguntarán qué base tenemos para afirmar que somos el recobro del Señor.
Reconocemos que tenemos muchas espinas, tal vez más espinas que otras “zarzas”. Pero
a pesar de estar llenos de espinas, no podemos negar que el fuego divino está ardiendo
dentro de nosotros. Quizá otras “zarzas” tengan menos espinas, pero no tienen el fuego.
Por tanto, la señal del recobro del Señor es este fuego. Lo que hace que la zarza
corporativa en el recobro del Señor sea distinta de todas las demás zarzas es el hecho de
que la llama de fuego arde. Sólo esta zarza está ardiendo.
Después de ser erigido, el tabernáculo estaba lleno de la gloria del Señor (40:34-35). Por
la noche, la columna de gloria tenía la apariencia de fuego (Nm. 9:15-16). El fuego
ardiendo sobre el tabernáculo significaba que el pueblo de Israel era una zarza
corporativa y ardiente.
Los ojos humanos fácilmente pueden ver defectos en la iglesia. En particular, esos ojos
están fijados sobre los ancianos, los que llevan la responsabilidad. En cuanto un
hermano llega a ser anciano, él está sujeto a las críticas de muchos santos cuyos ojos
rápidamente detectan cualquier deficiencia. No obstante, Dios no tiene esta clase de
ojos. Recuerde la palabra de Balaam: “El no contempló iniquidad en Jacob, ni vio
perversidad en Israel”. Mientras Balaam profetizaba, parece que Dios estaba diciendo:
“Los hijos de Israel son muy agradables a Mi vista. Ellos son Mi morada”. Si alguien
hubiera dicho que los israelitas eran solamente una zarza, Dios habría contestado que
para El no eran una simple zarza, sino un pueblo transformado y edificado para ser Su
morada.
Cuando Moisés habló de Dios como de Aquel que moraba en la zarza, es difícil saber si
se refería a la zarza actual que había visto cuarenta años antes o a sí mismo y a los hijos
de Israel respectivamente como zarza individual y corporativa. Creo que Su palabra
incluye todo eso. Por una parte, seguimos siendo una zarza; por otra, mediante la
redención, santificación, transformación, y edificación, somos la morada de Dios.
¡Aleluya, hoy en día Dios tiene una morada en la tierra! Satanás podría decir a Dios: “Tu
pueblo no es más que una zarza”. Pero Dios contestaría: “Satanás, retírate de Mí. ¿Acaso
no sabes que este pueblo ha sido redimido, santificado, y transformado? También han
sido edificados y ahora son uno. Por consiguiente, estoy morando entre ellos. Tú dices
que ellos son una zarza, pero declaro que ellos son Mi morada”.
La iglesia hoy es la morada de Dios. Usted pensará que la iglesia no es agradable; sin
embargo para Dios sí lo es. Usted criticará a la iglesia por sus carencias, pero Dios
afirma que El no ve ninguna iniquidad en Su pueblo. Acerca de Su pueblo, Dios dice:
“No encuentro ninguna falla en ellos. Estoy en medio de ellos, son Mi morada sobre la
tierra”. Esta es la iglesia como zarza corporativa.
V. EN RESURRECCION
El Dios que estaba en la zarza, Aquel que llamó a Moisés, era el Dios de resurrección.
Esto queda demostrado por la palabra del Señor a los saduceos en Marcos 12:18-27.
Mientras los saduceos discutían con El acerca de la resurrección, el Señor dijo: “Pero
respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la
zarza, cómo le habló Dios, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. Aquí el Señor dirigió a los
incrédulos saduceos a las Escrituras, a la sección acerca de la zarza. El título: “El Dios de
Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob” implica el Dios de resurrección.
Abraham, Isaac, y Jacob murieron. Si Dios fuese el Dios de Abraham, Isaac y Jacob y no
hubiera resurrección, entonces Dios sería el Dios de los muertos. Pero Dios no es el Dios
de los muertos, sino el Dios de los vivos, el Dios de resurrección.
El hecho de que el Dios de resurrección moraba en la zarza indica que ser una zarza
corporativa como morada de Dios hoy en día es un asunto totalmente en resurrección.
Aquel que es santo nos puede visitar y puede morar entre nosotros porque El está en
resurrección. El es el Dios de resurrección, y nosotros, Su pueblo, estamos en
resurrección.
Como aquellos que viven conforme a la carne, tal vez nos resulte difícil creer o darnos
cuenta que estamos en resurrección. Si yo le preguntara a usted si está en la vida natural
o en la vida de resurrección, es probable que usted contestaría, que en la mayor parte del
tiempo, usted está en la vida natural. Sin embargo, si usted dice eso, no tiene fe.
Debemos ser fuertes en la fe y declarar que estamos en resurrección porque nuestro
Dios no es el Dios de los muertos sino el Dios de los vivos. En mi mismo, estoy en la
carne y en la vida natural, pero en mi Dios, estoy en resurrección. Hoy disfrutamos a
Dios como el Dios de resurrección. En resurrección El es el gran Yo soy. Todos debemos
afirmar en fe que estamos en resurrección. Cuanto más hablemos de esto en fe, más se
convertirá esto en nuestra experiencia.
Nos damos cuenta de que en el mejor de los casos, no somos más que una zarza. No
obstante, el gran Yo soy, el Dios de resurrección, el Dios de Abraham, de Isaac, y de
Jacob, mora dentro de nosotros y le disfrutamos. Individualmente somos una zarza y en
conjunto somos una zarza corporativa ardiendo con el Dios de resurrección. Este es un
cuadro de la vida de iglesia hoy en día.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE OCHO
LAS TRES SEÑALES
Hemos visto que el relato acerca del llamamiento de Moisés es el más completo en la
Biblia en cuanto al llamamiento de Dios. Cuando Moisés fue a la parte más lejana del
desierto y se encontró allí con Dios, él vio una señal. la cual era una zarza que ardía sin
ser consumida. Esta señal era algo maravilloso, pero muy objetivo. En este mensaje,
examinaremos las tres señales del capítulo cuatro, que son muy subjetivas.
Es importante que veamos la razón por la cual se dieron estas tres señales subjetivas. Al
final del capítulo tres, el llamamiento de Dios a Moisés parecía completo. Moisés había
visto la señal objetiva de la zarza ardiente, y él había oído la voz de Dios. Dios dio a
Moisés una revelación plena de Sí mismo. Por tanto, en cuanto a Dios, el llamamiento
de Moisés era completo, pero, por el lado de Moisés no era así. Éxodo 4:1 dice: “Moisés
respondió diciendo: he aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: no
te ha aparecido Jehová”. Esto indica que aunque Moisés había recibido una señal
maravillosa y había oído la voz de Dios, él no había sido inspirado ni conmovido. Por
esta razón, se dieron las tres señales del capítulo cuatro. Estas señales serían evidencia
concluyente de que Moisés había sido verdaderamente llamado por Dios. El principio es
el mismo con los llamados de Dios hoy en día. Todo aquel que pretende ser llamado por
Dios debe tener la marca de estas tres señales subjetivas.
Es significativo que el Señor mostró tres señales a Moisés, no dos ni cuatro ni otra
cantidad de señales. En la Biblia, el número tres es significativo. Puesto que Dios es
Triuno, el número tres está relacionado con la economía de Dios, con Su dispensación.
En Lucas 15 vemos tres parábolas relacionadas con el Hijo, el Espíritu y el Padre. Pero
en Éxodo cuatro hay tres señales, acerca de la serpiente, la lepra y la sangre.
Hemos señalado que Éxodo es un libro de cuadros. ¡Qué cuadros maravillosos tenemos
en el capítulo cuatro! En estos cuadros, vemos a Satanás, la carne pecaminosa, y el
mundo de muerte. Si sabemos cómo vencer estas cosas, entonces seremos
verdaderamente los enviados de Dios. Es crucial que todos sepamos el significado de las
tres señales subjetivas en este capítulo y que tengamos estas experiencias.
Cuando Dios llamó a Moisés, él tenía una vara en la cual confiaba. Quizá cuando Moisés
hablaba con Dios, él como hombre mayor, se apoyaba en esa vara. Su vara era su apoyo.
Por tanto, la vara representa las cosas en las cuales confiamos.
Moisés estaba renuente a aceptar el llamamiento de Dios; él protestó diciendo que los
hijos de Israel lo rechazarían afirmando que el Señor no se le había aparecido. Por tanto,
el Señor le dijo a Moisés acerca de la vara: “échala en tierra. Y él la echó en tierra y se
hizo una culebra; y Moisés huía de ella” (v. 3). Cuando la vara fue echada al suelo, la
serpiente que se escondía allí quedó expuesta. Aún antes de que la vara fuese echada, la
serpiente ya estaba allí pero de una manera muy escondida. La Biblia revela que la
serpiente intenta siempre esconderse en algo, detrás de algo o debajo de algo. En
realidad, la vara en la cual se apoyaba Moisés era la serpiente, Satanás. A los ojos de
Moisés, la vara era simplemente una vara sobre la cual él podía apoyarse, pero a los ojos
de Dios, era la serpiente, cuya meta consistía en usurpar al hombre.
Todas las cosas en que nos apoyamos son una vara. Por ejemplo, si un hermano confía
en su trabajo, éste se convierte en una vara para él. Sin embargo, para Dios la serpiente
está escondida en ese trabajo porque desde este escondite, Satanás, la serpiente, busca
usurpar al hermano. Podemos confiar en muchas personas o cosas: nuestra esposa o
esposo, padres, hijos, capacidad, educación, propiedades, cuenta bancaria. La Biblia nos
muestra que todas las cosas en que confiamos se convierten en la serpiente que usurpa.
En la actualidad Satanás usurpa a toda la humanidad al esconderse él mismo dentro de
las varas sobre las cuales se apoya la gente.
Todo aquel que ha sido llamado por Dios debe darse cuenta de que toda cosa sobre la
cual se apoya es un escondite para la serpiente. El usurpador, enemigo de Dios, puede
esconderse en cualquier cosa, asunto o persona en que nos apoyamos. Con el transcurso
de los años, he aprendido a confiar en el Señor y no a apoyarme en ninguna clase de
vara.
Observe por favor que Dios no le ordenó a Moisés que se deshiciera de su vara. Por el
contrario, El le pidió a Moisés que la echara en tierra para que su verdadera naturaleza
quedase expuesta. Aquí el punto es que todo lo que sea nuestra vara: nuestro marido o
esposa, educación, trabajo, capacidad, cuenta bancaria, debe salir temporalmente de
nuestras manos. Si la vara permanece en nuestra mano con la cabeza arriba, la serpiente
no quedará expuesta. Pero si la echamos en tierra, entonces veremos con nuestros
propios ojos, que nuestra vara en realidad es una serpiente. Éxodo 4:3 afirma que
cuando la vara de Moisés se hizo serpiente, “Moisés huía de ella”. Esta vara debe haber
estado en posesión de Moisés durante muchos años y debe haber sido preciada para él.
Pero cuando fue echada, dejó de ser agradable para él porque la serpiente que se había
escondido dentro de ella durante este tiempo quedó expuesta.
El versículo 4 dice: “entonces dijo Jehová a Moisés: extiende tu mano, y tómala por la
cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió vara en su mano”. El Señor quiere que
echemos nuestras varas en tierra, y no que nos deshagamos de ellas. No se deshaga de
su educación ni de sus ahorros: échelos en tierra. Después de que la serpiente escondida
haya quedado expuesta, debemos levantarla por la “cola”. Esta es la mejor manera de
vencer a la serpiente. Si usted toma una serpiente por la cabeza, puede morderle. Pero si
usted la toma por la cola, perderá su poder y quedará rígida.
El cuadro de Moisés tomando la serpiente por la cola muestra que debemos solucionar
las cosas de manera opuesta a la práctica de la gente del mundo. Lo que hace u obtiene
la gente del mundo es para ellos mismos. Pero todo lo que hacemos y todo lo que
tenemos debe ser para el Señor. Por ejemplo, cuando la gente mundana se casa, su vida
matrimonial es para ellos mismos. Pero nuestra vida matrimonial debe ser para el
Señor. En el mismo principio, cuando la gente mundana va a la universidad, lo hace
para su propio beneficio. Pero los jóvenes en el recobro del Señor deben asistir a la
universidad y estudiar diligentemente no para ellos mismos, sino para el Señor. Este
principio se puede aplicar a nuestra relación con todo el mundo y con todas las cosas.
Todo debe ser para el Señor.
Si tenemos cierta cosa o si hacemos algo de una manera común, es decir, al hacerla o
tenerla para nosotros mismos, entonces nuestra vara tiene la cabeza de la serpiente
arriba y la cola de la serpiente abajo. Pero si tomamos la serpiente por la cola, la
manejamos de una manera opuesta a la de este mundo. Debemos llevar una vida
matrimonial y una educación correcta; no obstante, no debemos tener estas cosas de
una manera común, a la manera del mundo, sino a la manera del Señor. La manera del
Señor siempre hace que la serpiente pierda poder y quede paralizada.
En la década del 30 visité a una de las universidades más destacadas de China, una
universidad renombrada por la alta calidad de su escuela de medicina. Muchos
hermanos en el Señor estudiaban allí. No obstante, después de casarse, casi todos estos
hermanos fueron distraídos y se alejaron del Señor, principalmente por causa de sus
esposas. Estos hermanos no sabían cómo tomar su matrimonio por la “cola”.
La Biblia no nos pide renunciar a nuestro vivir humano en lo absoluto. Por el contrario,
debemos tener un vivir adecuado. Por ejemplo, la Biblia no prohíbe que los jóvenes
logren una buena educación. Pero los jóvenes deben aprender a tomar su educación por
la “cola”. Los jóvenes también necesitan casarse; sin embargo, al hacer eso, no deben
tomar la serpiente por la cabeza, sino por la cola. Esto significa que ellos no se casan
conforme a la manera común, sino que deberían casarse de una manera que no es
común, una manera que es para Dios. Esta manera es opuesta a la práctica común de la
gente del mundo. Todos los hermanos casados deben amar a sus esposas, pero no deben
amar a sus esposas de una manera común, es decir, al tomar la serpiente por la cabeza,
sino de la manera que no es común, es decir, tomándola por la cola. En todos los
aspectos de nuestro vivir humano, desde ir de compras hasta el corte de pelo, debemos
tomar las cosas por la “cola”.
Todo puede ser un escondite para la serpiente. Aún en cada detalle de nuestro diario
vivir práctico, la serpiente usurpadora está escondida, lista para morder a aquel que la
toma por la cabeza en lugar de tomarla por la cola. Todo aquel que pretende ser enviado
por el Señor debe saber que la serpiente se esconde en cada persona, en cada asunto, y
en todas las cosas. Además, debe saber cómo echar este lugar escondido en tierra y
cómo solucionar esta situación por la “cola”.
Hoy muchos cristianos hablan de poder. Pero cuanto más hablan de poder, menos poder
tienen. No tienen el poder de vencer a la serpiente escondida. Nosotros los que somos
ministros de Cristo, tenemos autoridad solamente al manejar las situaciones por la
“cola”. Por ejemplo, si un hermano sabe cómo manejar la situación con su esposa por la
“cola”, espontáneamente él tendrá autoridad. Sin embargo, yo he visto a muchos buenos
hermanos, dotados y calificados pero con un punto muy débil: ellos daban demasiada
importancia a sus esposas y les permitieron convertirse en la cabeza. Como resultado,
estos hermanos perdieron poder y eran inútiles.
Si queremos ser llamados por Dios y enviados por El, debemos aprender a manejar a
nuestros maridos o esposas, a nuestros hijos, y a todas las situaciones, no de una
manera ordinaria, una manera común, la manera natural, sino de una manera
totalmente distinta, por la “cola”. Si manejamos a una persona o cosa de una manera
natural, ésta se convertirá en un escondite de la serpiente.
Moisés no usó su vara de una manera común. Si él la hubiera usado de una manera
ordinaria, la serpiente todavía habría estado escondida dentro de ella. Sin embargo,
después de echar la vara, la serpiente escondida quedó expuesta. Esto indica que a
menudo debemos alejarnos de una situación y esperar para ver lo que sale de ella. Al
mantenernos alejados de las cosas en que nos apoyábamos, su verdadera naturaleza
quedará expuesta. Entonces diremos: “Esto no es algo querido ni agradable; es una
serpiente tremenda”. En ese mismo momento Dios nos pedirá tomar la serpiente por la
cola. Si la vara que se hace serpiente es nuestra esposa, debemos volverla a tomar y
quererla de una manera totalmente nueva; debemos tomar toda la situación por la
“cola”.
Cuando usted se casa, no puede abandonar la vida matrimonial. Los que hacen eso son
inútiles para con el Señor. Usted debe permanecer casado, pero no de una manera
común. Es fácil casarse de la manera común o abandonar la vida matrimonial. Esta es la
razón por la cual existen tantos divorcios en este país. En lugar de tomar una de estas
determinaciones, debemos tomar nuestro matrimonio por la “cola” y manejarlo para el
Señor.
La señal de una vara que se hace serpiente es el cuadro de una experiencia muy
subjetiva. Las personas o las cosas sobre las cuales nos apoyamos deben finalmente ser
echadas y luego ser tomadas de nuevo cuando el Señor lo indique. Cuando los santos
jóvenes están desilusionados por una situación particular, quizá quieran solucionarla al
deshacerse de ella. Debemos alentarlos firmemente a no hacer eso. En lugar de
deshacerse de ella, deben conservarla, no para ellos mismos ni por ellos mismos, sino
para el Señor y por el Señor. No maneje ninguna situación por su capacidad natural;
manéjela por la gracia. Manejarla por la gracia consiste en tomarla por la “cola”. Que
todos aprendamos a manejar las cosas para el Señor y por Su gracia. Si hemos
aprendido esta lección, esto es una señal firme, una evidencia clara de que hemos sido
llamados por el Señor y enviados por El. Como llamados de Él, sabemos cómo manejar
cada situación como si fuese un escondite para la serpiente, y sabemos cómo vencer a la
serpiente al tomarla por la “cola”. De esta manera tenemos autoridad.
A. Al ponerla en su pecho
En los versículos 2 al 6, el Señor parecía decir: “Moisés, me pediste una prueba de que
Yo te he enviado. La prueba es que Tú sabes cómo vencer a la serpiente. Otra prueba es
que te des cuenta de que tu carne no es más que lepra. Moisés, coloca tu mano en tu
pecho y verás lo que saldrá de ti”.
Existe un dicho que dice que una persona que se considera a sí misma como buena, debe
colocar su mano en su corazón durante la noche y reconsiderar lo que realmente es. Si
usted hace eso, descubrirá cuan malo es. Quizá cuando usted esté en compañía de otras
personas, se puede jactar de su propia bondad. Pero cuando usted considera lo que está
en su corazón durante la noche, verá que dentro de usted no hay más que lepra, nada
más que pecado.
Alguien que se jacta de su bondad no es una persona llamada por Dios. Toda persona
llamada se da cuenta de que dentro de ella hay lepra. Después de que a Moisés se le dio
la señal de la mano que se vuelve leprosa, él sabía que su carne era la corporificación de
la lepra. Moisés pudo haber dicho: “Antes de que el Señor me mostrara esta señal,
pensaba que era bastante bueno. Pero cuando Dios me pidió que pusiera mi mano en mi
pecho y que la sacara de nuevo, mi mano quedó leprosa. Esto me mostró que en mi
carne no había más que lepra”.
Hoy en día todo aquel que es usado por el Señor en la iglesia debe tener esta conciencia
acerca de su carne. Conocer la carne de esta manera subjetiva es una evidencia de que el
Señor nos ha llamado y enviado. Como llamados y enviados, debemos llevar la señal que
indica que nada bueno mora en nuestra carne. Todos estamos constituidos de lepra,
somos la corporificación del pecado, de la putrefacción, de la corrupción, y de la
inmundicia. Si no cree esto en cuanto a su carne, le sugiero que en el silencio de la
noche, cuando todo esté tranquilo, toque su conciencia y escuche lo que le dice en
cuanto a usted. Revelará que su carne no es más que lepra.
Los enviados de Dios deben conocer la carne hasta este punto. Cuando Isaías fue
llamado por el Señor, él exclamó: “¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre
inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han
visto mis ojos al rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5). Si nos encontramos con el Señor,
esa reunión expondrá nuestra carne a nuestros propios ojos. Sabremos que dentro de
nuestra carne sólo hay lepra.
En estos días hemos oído que todos los santos pueden ser los apóstoles y profetas de
hoy. Pero si deseamos ser estos dones para el cuerpo, debemos saber que nuestra carne
es la encarnación de la putrefacción, de la corrupción, de la inmundicia y del pecado. Es
la corporificación misma del pecado. Ninguno de nuestros logros exteriores y ninguna
de nuestras capacidades naturales pueden calificarnos como enviados. Para ser
calificados debemos ver que en nuestra carne no hay nada bueno.
B. Somos limpiados al obedecer
la palabra del Señor
Para la tercera señal, el Señor dijo a Moisés: “Toma de las aguas del río y derrámalas en
tierra; y se cambiarán aquellas aguas que tomarás del río y se harán sangre en la tierra”
(v. 9). Este río es el Nilo, que irrigaba al país de Egipto. El agua del Nilo representa el
suministro terrenal y el disfrute terrenal. Según la Biblia, Egipto es rico en comida y en
disfrute producidos por el Nilo. Lo que el agua del Nilo produce, aparentemente es
suministro y disfrute. Pero a los ojos de Dios no es más que muerte. Todo el suministro,
el disfrute y el entretenimiento del mundo son muerte. No obstante, para darnos cuenta
de esto, debemos derramar el agua del Nilo sobre la tierra. Según Génesis 1, la tierra es
la fuente que produce la vida. Cuando el disfrute mundano y el suministro terrenal son
derramados sobre lo que produce vida, inmediatamente la muerte, representada por la
sangre, quedará expuesta. Si usted conserva el agua del Nilo en un pozo, una vasija, una
jarra, usted todavía considerará esta agua como la fuente de suministro y disfrute. Pero
si usted la derrama sobre la tierra, la muerte quedará inmediatamente expuesta. Por
tanto, la tercera señal revela que todo el suministro terrenal y el disfrute mundano no
son más que muerte. Todos los deportes y entretenimientos en los cuales se complace la
gente hoy son diferentes formas de muerte. El suministro mismo que nos proporciona el
mundo también es muerte.
El agua del mundo en realidad no es agua; sino sangre. La gente mundana no bebe agua,
sino sangre, es decir, muerte. Todo lo que disfrutan del mundo es muerte. Una persona
llamada debe saber lo que es el mundo. Para la gente del mundo, el agua del Nilo es
maravillosa. Sin embargo, para nosotros, es sangre. Los que han sido llamados por Dios
deben poder decir a Su pueblo que no se queden en Egipto para beber el agua del Nilo,
sino que salgan de Egipto y vayan al desierto a beber del agua de la peña hendida.
Todo aquel que es enviado por el Señor debe saber cómo tomar a la serpiente por la cola,
vencer a la lepra, vencer al mundo con su suministro y su disfrute. Si carecemos de estas
tres calificaciones, entonces no somos llamados por Dios y por lo tanto no podemos ser
Sus enviados. En una persona que Dios ha llamado, Satanás, la carne, y el mundo han
perdido su terreno.
El hecho de que Éxodo 4 relata estas tres señales demuestra que la Biblia es inspirada
divinamente. Ningún autor humano podría escribir estas cosas. En el capítulo tres de
Éxodo, Dios mostró a Moisés una zarza que ardía sin ser consumida. Después de eso, en
el capítulo cuatro, el Señor mostró a Moisés tres señales subjetivas para que él tomara
conciencia de lo que son Satanás, la carne y el mundo. Esto indica que alguien que ha
sido llamado debe tener primero la visión de la zarza ardiente. Entonces él necesita
alguna experiencia subjetiva para conocer a Satanás, a la carne y al mundo.
¡Alabado sea el Señor por las señales de aquel que es llamado y enviado por Dios! Le
damos gracias al Señor por el cuadro claro de estas señales en Éxodo 4. En estos días,
muchos santos anhelan ser útiles en las manos del Señor. Pero como mencionamos en
este mensaje, si queremos ser útiles para el Señor, debemos conocer a la serpiente, la
lepra y la sangre, es decir, debemos saber cómo vencer a Satanás, a la carne y al mundo.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE NUEVE
El relato acerca del llamado que Dios hizo a Moisés es el más completo de toda la Biblia.
En este mensaje, vamos a estudiar como Aarón (4:10-16) y Séfora (4:24-26) están
relacionados con este llamado. Sin la porción acerca de Aarón y Séfora, el llamado que
Dios hizo a Moisés estaría incompleto. El relato del llamado de Moisés no se encuentra
solamente en Éxodo 3, sino también en Éxodo 4. Por tanto, si queremos entender
completamente el llamado de Moisés, también debemos prestar atención a las pequeñas
porciones del capítulo cuatro que forman parte del mismo.
Éxodo 4:14 dice “Jehová se enojó contra Moisés”. Aún después de las señales del
capítulo cuatro, Moisés todavía estaba renuente a obedecer al Señor. Me parece que
Moisés debe de haber dicho: “Señor, puesto que Tú me has llamado y me has dado estas
señales, obedezco Tu palabra”. No obstante, Moisés también le dijo al Señor que
mandara a otra persona. En ese momento, el Señor se enojó con él. Cuando yo era joven,
por un lado entendía por qué el Señor se había enojado pero, por otro pensaba que El es
tan grande y esta situación era demasiado insignificante como para que El se enojara
con Moisés.
Aunque esto estaba conforme a Su principio, Dios no le dijo a Moisés que el necesitaba a
Aarón como su compañero. Pero si leemos detenidamente esta porción, veremos que
esto ya estaba en el corazón de Dios. El versículo 14 dice así: “Entonces Jehová se enojó
contra Moisés y dijo: ¿No conozco Yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y
he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón”. El Señor esperaba
que Moisés se diera cuenta de que él necesitaba a alguien que le correspondiera. El
Señor estaba dispuesto a hacer eso, pero no se lo mencionó a Moisés hasta que éste se
diera cuenta de su necesidad. El Señor es muy sabio. El puede estar dispuesto a hacer
cierta cosa por nosotros, pero El no hará nada hasta que nos demos cuenta de nuestra
necesidad. Este principio se puede aplicar a nosotros en la vida de iglesia. Usted quizá se
dé cuenta de que yo necesito algo, pero es mejor que no me lo diga. Más bien, usted debe
esperar hasta que yo me dé cuenta de mi necesidad.
Esta intimidad entre Dios y Moisés puede ser comparada con la intimidad entre un
hombre y su esposa. A veces un hombre se enoja con su esposa, pero su expresión de
enojo es dulce y agradable. No es la clase de enojo que él mostraría hacia otra persona,
pues se trata de un enojo que expresa un sentimiento dulce e íntimo. Esto es muy
parecido al sentimiento entre el Señor y Moisés. El enojo del Señor para con Moisés en
este capítulo es muy diferente a Su ira hacia Sodoma. En este caso, el enojo es un enojo
agradable entre dos personas íntimas. Después de que el Señor hablara a Moisés en los
versículos 11 y 12, Moisés contestó: “¡Ay Señor! Envía, te ruego, por medio del que debes
enviar” (v. 13). La palabra de Moisés no fue un rechazo duro del Señor. Por el contrario,
fue una expresión íntima de su sentimiento personal. A pesar de que la respuesta de
Moisés provocó el enojo del Señor para con él. Su reacción obligó al Señor en Su enojo
amable a abrir Su corazón acerca de Aarón como el complemento de Moisés.
Fiel al principio divino, el Señor no podía permitir que Su siervo fuese individualista.
Moisés necesitaba a Aarón; por esto, la presencia de Aarón no fue accidental. Dios lo
había preparado como el compañero de Moisés.
Este principio de emparejarse se aplica hoy en día. Si usted ha sido llamado por el
Señor, debe entender que necesita a alguien que lo acompañe. Hemos señalado que el
Señor Jesús envió a Sus discípulos de dos en dos. Cuando el apóstol Pablo salió para
servir al Señor, él fue individualista. El siempre tenía a otros que lo acompañaban. Esto
queda demostrado en el primer versículo de 1 Corintios: “Pablo, apóstol de Cristo Jesús
llamado por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes”. Cuando Pablo escribió esta
epístola, ni Timoteo ni Bernabe estaban presentes. Por consiguiente, Pablo tomó a
Sóstenes como compañero; él tomó un hermano cuyo nombre casi desconocemos a fin
de obedecer al principio.
En Números 12, vemos un incidente que involucra a Aarón y Miriam y que muestra lo
difícil que era para Moisés ser complementado por Aarón. El versículo 1 de este capítulo
dice: “Miriam y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había
tomado; porque él había tomado mujer cusita”. Esto indica cuán difícil era para Miriam
y Aarón, quienes eran ambos mayores que Moisés, aceptar a Moisés como líder. El error
que cometió al casarse con la mujer cusita les proporcionó a Miriam y a Aarón la
oportunidad de hablar en contra de él. Lo que dijeron aquí no fue algo accidental; por el
contrario, fue una expresión de lo que ya estaba dentro de ellos. ¡Cuán difícil fue para
Moisés tomar la delantera sobre su hermana y su hermano! El Señor ciertamente
preparó una situación difícil para él.
Los arreglos que prepara Dios al acomodarnos con otros a veces van más allá de nuestra
comprensión. No se imagine que un compañero siempre será agradable. La mayor parte
del tiempo puede que sea agradable, pero en algunas ocasiones será desagradable. Pero
este desagrado es nuestra protección.
Entre los cristianos contemporáneos, vemos muy poco esta clase de complemento.
Existe muy poca coordinación entre los obreros cristianos porque carecen de la visión
del principio del Cuerpo. Siento la carga de que todos nosotros, como los que han sido
llamados por Dios, veamos la necesidad de este complemento. He conocido hermanos
muy dotados que llegaron a ser inútiles porque se negaban a aceptar un complemento.
Un compañero nos ata y nos restringe. Por esta razón, resulta difícil ser complementado
por los demás.
La carrera de tres piernas es un ejemplo del principio del compañerismo. En una carrera
de tres piernas, los corredores tienen una de sus piernas atada a la de su compañero de
carrera. El servicio del Señor no es una carrera corrida por un solo individuo, sino una
carrera corrida por los que están atados a otro miembro del Cuerpo. Si no nos gusta este
arreglo tampoco nos gustará el servicio del Señor. Si usted quiere participar en Su obra,
debe estar dispuesto a entrar en una carrera de tres piernas. Si usted no quiere estar
atado a otro, no está calificado para esta carrera. Por si mismo, usted puede ser capaz de
hacer muchas cosas, pero lo que haga no será de mucho provecho para la edificación del
Cuerpo. Algunos pueden llevar a cabo una gran labor cristiana, pero no es de mucho
provecho para el Cuerpo. La obra en el recobro del Señor no es una obra cristiana
ordinaria, sino la obra de edificar el Cuerpo. Si queremos ser usados por el Señor para
edificar el Cuerpo, debemos estar dispuestos a correr una carrera de tres piernas, es
decir, debemos estar dispuestos a estar atados a otro para formar una sola unidad.
Hay muchas lecciones que aprender al respecto, y en especial por aquellos que son
capaces. A una persona capaz le resulta muy difícil estar atada a otra. La situación en el
cristianismo actual lo demuestra. Cada predicador o ministro dotado es individualista.
Estas personas pueden tener empleados, que contratan o despiden, pero no tienen
ningún colaborador que los complemente. Una persona contratada es muy distinta de
una persona que complementa. Moisés no contrató a Aarón, y Pablo no contrató a
Timoteo. No obstante, la mayoría de los obreros cristianos famosos hoy en día son
individualistas. Si necesitan que otros los ayuden, los contratan, pero no los aceptan
como complemento. Todo lo que hacen estos obreros cristianos no es de mucho
provecho para la edificación del Cuerpo. En el recobro del Señor se necesita
urgentemente la verdadera labor de edificación. No obstante, esta obra de edificación
puede ser llevada a cabo solamente por colaboradores que han sido complementados.
Todos debemos tener complemento, no solamente con una sola persona, sino con
varias. La comisión de Dios es llevada a cabo por medio de este complemento.
Muchos se imaginan que si son complementados por otros, perderán su posición. Por
esta razón, no quieren que otros hagan el mismo trabajo que ellos. Mire nuevamente el
caso de Moisés y Aarón. Aarón no hizo que Moisés perdiera su posición. Nada de lo que
hizo Aarón pudo reemplazar a Moisés en su posición como el que había sido llamado
por Dios. En 4:16, Dios dijo a Moisés acerca de Aarón: “Y él hablará por ti al pueblo, él te
será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios”. Este versículo indica que
Moisés no necesitaba preocuparse por ser reemplazado. Lo mismo pasa con los
llamados por Dios hoy en día. Su posición como llamado pertenece al Señor y nadie se la
puede quitar.
Según el relato, Aarón pudo haber sido más capaz que Moisés en el asunto de hablar;
Aarón quizá era más elocuente que Moisés. No obstante, Aarón no debía tomar eso
como razón para ser orgulloso. El solamente podía hacer ciertas cosas, pues Dios no le
dio una posición. De hecho, el versículo 16 afirma que Moisés había de ser como Dios
para Aarón. Con el complemento de Moisés y de Aarón, todos podemos aprender la
importancia de saber dónde estamos. El lugar que ocupamos en una relación de
complemento depende totalmente del arreglo del Señor. El Señor llamó a Moisés y El
preparó a Aarón para que lo complementara. No había ningún lugar para maniobras
humanas. Todo estaba conforme a la economía divina, al arreglo divino.
Durante muchos años me inquietó esta porción de la Palabra. Después de ganar cierta
experiencia comencé a entenderla. Mediante la experiencia, me di cuenta de que los que
han sido llamados no solo necesitan la ayuda masculina, la ayuda de Aarón, sino
también la ayuda femenina, la ayuda de Séfora. La ayuda masculina es el complemento,
pero la ayuda femenina es el corte. Todo aquel que es llamado por Dios necesita tanto la
ayuda masculina como la ayuda femenina, tanto el complemento como el corte.
Como todo hermano casado se da cuenta, las esposas son muy propensas a cortar. Hay
momentos en que aún las esposas cristianas son “gentiles” con sus esposos. Si el marido
no ama al Señor ni desea obedecer al Señor, la esposa quizá no sea una “gentil”. Pero en
cuanto él empieza a amar al Señor, a seguir el camino del Señor, y a vivir por el Señor, la
esposa queda expuesta como “gentil”, como “pagana”. Esto significa que una esposa que
ha sido cristiana durante años de repente puede comportarse como alguien que no es
separado para Dios y que no vive para Dios. Muchos cristianos contemporáneos siguen
siendo paganos en su diario vivir: no aman al Señor, no son separados para el Señor, y
no toman el camino del Señor. Son cristianos en el hecho de que han sido regenerados y
han recibido la vida divina, pero no son cristianos en su diario andar.
Cuando cierto hermano está en el mundo, sin preocuparse por los intereses del Señor,
su esposa quizá no le cause ningún problema en cuanto al Señor. Pero en cuanto él
empiece a vivir para el Señor, su esposa se comporta como una Séfora pagana, una
mujer que no está totalmente separada para el Señor. Hasta cierto punto, su esposa lo
apoyará, así como Séfora apoyó a Moisés. Pero en su situación, hay algo que no está
circuncidado, algo que es común, impuro y que no ha sido separado, santificado, para el
Señor. Si el Señor no interviene en la situación de este hermano, la naturaleza gentil de
la esposa quizá no quede expuesta. Pero en cuanto el Señor interviene, quizá mientras el
hermano está a punto de cumplir la comisión de Dios, la actitud de la esposa hacia la
circuncisión de la carne sea expuesta. Obligada a aceptar el corte del prepucio, la esposa
lo lleva a cabo, pero no lo hace con una actitud positiva ni agradable. Por tener que
aceptar la separación de su marido al Señor, ella lo considera como “un esposo de
sangre”.
Ser un “esposo de sangre” significa ser una persona bajo la muerte. A los ojos de Séfora,
la circuncisión significaba que su marido Moisés estaba bajo sentencia de muerte. Si
nosotros los hermanos somos absolutos con el Señor, también llegaremos a ser un
“marido de sangre” a los ojos de nuestras esposas.
Por consiguiente, mientras Moisés trataba de llevar a cabo la comisión de Dios, Dios no
podía tolerar el descuido de Moisés en el asunto de la circuncisión. Por tanto, El vino a
disciplinar a Moisés. Indudablemente Moisés fue débil al ceder, al menos un poco, a la
oposición de su esposa de no circuncidar a su hijo. Debido a que esta debilidad ofendía
al Señor, El quiso matar a Moisés. Cuando el Señor salió al encuentro de Moisés, toda la
situación salió a la luz. Moisés sabía que estaba equivocado, y Séfora se dio cuenta de
cuál era su responsabilidad. Puesto que la responsabilidad descansaba principalmente
sobre ella por su oposición a la circuncisión, ella fue obligada a tomar acción. Ella cortó
el prepucio con un instrumento poco común, un pedernal afilado. Pero debemos señalar
que Séfora hizo el corte en amor. Ella amaba a Moisés y quería salvar su vida.
Al aplicar este incidente de forma espiritual, vemos que a menudo las esposas cortan a
sus esposos de una manera poco común. Si las hermanas llevan este asunto al Señor en
oración, El les mostrará las maneras poco usuales en que ellas cortan a sus maridos. No
obstante, no son siempre las esposas las que cortan. El apóstol Pablo nunca estuvo
casado, pero ciertamente fue cortado por otros.
La ayuda de Aarón, su compañero, era algo objetivo, mientras que la ayuda de Séfora, el
corte, era subjetivo. A veces el Señor nos coloca en un ambiente donde somos cortados
por otros, quizá por nuestros queridos hermanos en el Señor. En esos tiempos, estos
hermanos no nos complementan sino que nos cortan. Quizá no luchen en contra de
nosotros, pero aún cuando aparentemente están de acuerdo con nosotros, funcionan
como personas que cortan. Todos debemos estar listos para recibir este corte.
Después del complemento con Aarón y del corte de Séfora, el llamado de Moisés estaba
completo. El estaba listo para ir a Egipto y llevar a cabo la comisión de Dios. Le damos
gracias al Señor por el cuadro completo del llamado de Dios. Si llevamos esta palabra al
Señor, El nos iluminará. Entonces diremos: “Señor, cuanto te agradezco que conmigo
estén algunos Aarones y algunas Séforas. Te alabo Señor por el complemento y por el
corte”.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE DIEZ
En este mensaje, debemos ver la visión completa del llamado que hizo Dios a Moisés.
Según los capítulos tres y cuatro de Éxodo, este llamado abarca cinco puntos: la zarza
ardiente, la revelación de quien es Dios y que es Dios, el propósito del llamado de Dios,
las tres señales, el complemento de Aarón y el corte de Séfora. Estudiaremos el
propósito del llamado de Dios en el próximo mensaje; en este mensaje veremos los otros
cuatro aspectos del llamado de Dios.
Primero Moisés recibió la visión de una zarza que ardía sin ser consumida. Esta visión
fue única. Después de que Moisés contempló la zarza ardiente, Dios se reveló a Si mismo
a él. La revelación del nombre de Dios fue en realidad la revelación de Dios mismo.
Ninguna otra porción de la Palabra nos proporciona una revelación tan clara y profunda
del nombre divino como lo hace el tercer capítulo de Éxodo. Dios dijo a Moisés que Su
nombre era “YO SOY EL QUE SOY”. Esto indica que el nombre de Dios aquí es una
forma del verbo ser. Apocalipsis 1:8 afirma que el Señor Dios es “El que es, que era, y
que ha de venir”. Además Dios dijo a Moisés que El era el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac, y el Dios de Jacob. Este título revela que Dios no es solamente el Dios del ser, de
la existencia, sino que El es también el Dios de resurrección.
En el capítulo cuatro, Moisés recibió tres señales: la señal de la vara que se convirtió en
serpiente, la señal de la mano que se hizo leprosa, y la señal del agua que se hizo sangre.
Al final de este capítulo, él recibió la ayuda masculina y la ayuda femenina. La ayuda
masculina, proporcionada por Aarón, fue el complemento, y la ayuda femenina,
proporcionada por Séfora, fue el corte. Este corte hizo que Moisés fuera un marido “de
sangre”, un hombre bajo sentencia de muerte. El llamado que hizo Dios a Moisés se
completó únicamente después de que él recibió estas dos clases de ayuda. Es entonces
que Moisés fue útil al Señor y plenamente preparado para llevar a cabo la comisión de
Dios. Si vemos esta visión completa del llamado de Dios, una visión que va desde de la
zarza ardiente hasta el corte de Séfora, quedaremos profundamente impresionados.
I. LA ZARZA ARDIENTE
Cuando Moisés fue llamado por Dios, él tuvo la gran visión de una zarza ardiente.
Hemos señalado que la zarza ardiente se refiere al pueblo redimido de Dios. Antes
éramos espinas bajo la maldición en Génesis 3, pero en Éxodo 3, somos una zarza
redimida. Ahora Dios está ardiendo dentro de nosotros y sobre nosotros. Esta zarza
ardiente son los hijos de Israel en el Antiguo Testamento y la iglesia en el Nuevo
Testamento. En la iglesia hoy, todavía hay “espinas”; ésta todavía no es una piedra
preciosa. No obstante, alabamos al Señor porque estamos pasando por el proceso de
transformación.
En Deuteronomio 33:16, Moisés habló de Dios como Aquel que moraba en la zarza. Esta
palabra fue pronunciada cuando Moisés tenía ciento veinte años de edad, cuarenta años
después de haber recibido la visión de la zarza ardiente. Moisés nunca se olvidó de esta
visión, aún después que el tabernáculo fue construido y que Dios vino a morar en él. En
Deuteronomio 33:16, ¿por qué Moisés no habló del beneplácito de “Aquel que moraba
en el tabernáculo”? Creo que para Moisés, hablar de Dios quien mora en el tabernáculo
no habría sido tan dulce como hablar de Dios quien mora en la zarza. Creo que cuando
estemos en la Nueva Jerusalén, nos acordaremos de que una vez fuimos zarzas en las
cuales moraba Dios. ¡Cuán maravilloso es que una zarza pueda ser la morada de Dios en
la tierra hoy!
Desde Éxodo 3 hasta Apocalipsis 21, podemos trazar el camino de la morada de Dios. La
meta final de Dios consiste en obtener una morada. Esto significa que el propósito
eterno de Dios consiste en edificar Su habitación. En Génesis, tenemos la revelación de
la casa de Dios en Betel, pero no tenemos la edificación actual de la casa de Dios. Al
principio de Éxodo Dios moraba en la zarza, pero al final del libro, El moraba en el
tabernáculo. El tabernáculo con el arca llegó a ser el punto de enfoque de la historia de
los hijos de Israel. Finalmente, el tabernáculo fue agrandado y llegó a ser el templo.
El Señor Jesús vino como el tabernáculo de Dios (Jn. 1:14), y como el templo de Dios
(Jn. 2:19). La iglesia hoy también es el templo de Dios (1 Co. 3:16). Finalmente, este
templo se consumará en la Nueva Jerusalén, que será el templo de Dios en la eternidad.
En el principio, la morada de Dios fue una zarza redimida, pero gradualmente esta zarza
es santificada, transformada, conformada, y aún glorificada. El tabernáculo es un
ejemplo de la transformación. En el tabernáculo, hay madera de acacia cubierta de oro y
también lino entretejido con hilo de oro. Tanto la madera de acacia como el lino
representan la humanidad, y el oro representa la divinidad. Esta humanidad entretejida
y cubierta es una humanidad transformada. En Éxodo 3, la morada de Dios era una
zarza, pero en Éxodo 40, Su morada era el tabernáculo hecho de humanidad cubierta y
entretejida con la divinidad.
Tanto la zarza como el tabernáculo son símbolos. La morada actual de Dios no era la
zarza física ni tampoco el tabernáculo, sino Su pueblo. Después de que los hijos de Israel
fueron disciplinados por Dios, se convirtieron en madera de acacia cubierta de oro y
también en lino entretejido por hilo de oro. La iglesia hoy es el cumplimiento de esta
tipología. Hoy la iglesia puede ser una zarza redimida. No obstante, llegará el día en que
seremos oro, perlas, y piedras preciosas. ¡Alabado sea el Señor por la visión maravillosa
de la morada de Dios! Esta visión cubre la habitación de Dios desde la etapa inicial, la
etapa de la zarza, hasta la etapa consumada, la etapa de la Nueva Jerusalén.
Cuando Moisés fue llamado por Dios, él vio el fuego santo ardiendo dentro de la zarza.
Cuando Pablo fue llamado, él tuvo la misma visión, al menos en principio. El vio al Dios
Triuno ardiendo dentro de Sus redimidos. Mediante esta llama divina, el fuego santo era
uno con la zarza, y ésta era uno con el fuego, que es el Dios Triuno mismo. En la
actualidad Dios el Padre está en el Hijo y el Hijo como el Espíritu han descendido sobre
nosotros como fuego. El Señor Jesús dijo una vez que El vino para derramar fuego sobre
la tierra (Lc. 12:49). En el día de Pentecostés, el Espíritu descendió en forma de lenguas
de fuego. Hoy en día el Señor sigue echando fuego sobre la tierra. Este fuego santo y este
arder divino, nos han cautivado, y ahora somos parte de la zarza que arde con el Dios
Triuno. El Dios Triuno arde dentro de la iglesia y sobre la iglesia que El escogió y
redimió. Por tanto, la iglesia es el Dios Triuno que arde dentro de una humanidad
redimida. Esta es la economía divina (1 Ti. 1:4).
Esta economía fue revelada a Pablo (Ef. 3:3-5, 9). De hecho, es el enfoque de la
revelación divina. Moisés vio eso en símbolo, pero Pablo lo vio en realidad. ¡Cuanto
alabamos al Señor porque Su economía también nos fue revelada! Proclamamos con
denuedo que hemos recibido la visión de la zarza ardiente. Cada iglesia local es una
zarza que arde con el Dios Triuno.
Me han preguntado por qué persisto tanto y no cambio nada acerca de la economía de
Dios y su cumplimiento en las iglesias locales hoy. La respuesta es que yo he recibido la
visión celestial. Moisés y Pablo no pudieron olvidar la visión que recibieron. Las
epístolas de Pablo revelan que nada, incluyendo el encarcelamiento y el martirio, pudo
desviarlo de la visión. Pablo permaneció firme hasta el fin porque él fue cautivado por la
visión celestial. La muerte de los mártires del Señor sólo puede hacer que la zarza arda
más que nunca.
En los escritos de Pablo podemos encontrar cada aspecto del llamado que hizo Dios a
Moisés. En las epístolas, vemos la visión de la zarza ardiente. En Efesios 1 y 3, vemos la
economía divina, el dispensar del Dios Triuno dentro de Su pueblo redimido para que
llegue a ser Su expresión. Esta dispensación produce la iglesia como la zarza ardiente de
hoy. ¡Cuán feliz me siento por formar parte de esta zarza ardiente! Por haber recibido
esta visión, nunca podríamos volver a la religión. Por el contrario, la visión hace que
sigamos adelante. Incluso muchos jóvenes pueden testificar que han recibido la visión
de la zarza ardiente, la visión de la economía de Dios en la iglesia de hoy.
El segundo aspecto es el asunto de quien es Dios y que es Dios. Dios es el único que
existe por Sí mismo. Todo lo demás va y viene pero Dios permanece. Nosotros no
somos, pero Dios, y sólo Dios, es para siempre. Como lo hemos visto, el nombre de Dios
como fue revelado a Moisés en Éxodo 3 es simplemente el verbo ser. Esto indica que
antes de la existencia de todas las cosas, Dios ya era. Después que muchas cosas dejen
de existir, Dios todavía será. Dios era, Dios es, y Dios será.
Como Aquel que existe por Sí mismo, Dios es la realidad de todas las cosas positivas. El
evangelio de Juan revela que El es todo lo que necesitamos; la vida, la luz, el alimento, la
bebida, el pasto y el camino.
Es necesario que conozcamos a Dios como Aquel que es. Los cielos y la tierra pueden
pasar, pero Dios es. ¿Está usted desalentado por sus debilidades? Un día sus debilidades
dejarán de existir, pero Dios seguirá existiendo. No crea en nada que no sea Dios. No
crea ni en su debilidad ni en su fuerza, porque tanto su debilidad como su fuerza
pasarán. No obstante, cuando hayan pasado, Dios seguirá siendo el que es. Según mi
experiencia, puedo testificar que tanto las riquezas como la pobreza pasan, pero Dios
permanece. Aunque seamos ricos o pobres, Dios es. No debemos poner nuestra
confianza en la esposa o el marido que Dios nos ha dado. Aún cuando perdamos la
esposa o el marido, Dios seguirá siendo. En ese momento, debemos creer en Él como
Aquel que existe para siempre. Si conocemos a Dios como Aquel que es, seremos muy
alentados, especialmente en tiempos difíciles.
Muchos cristianos conocen a Dios de una manera superficial, quizá solamente como el
Dios todopoderoso. Pero este aspecto de Dios no se le revela a Moisés en Éxodo 3. Al
contrario, esta revelación concierne a Dios como Aquel que es. Es suficiente decir que El
es. A veces es un impedimento hasta el decir que El es capaz. Del mismo modo, no
necesitamos decir que El es poderoso. Es suficiente saber que El es. En Sí mismo, Dios
es siempre capaz y poderoso; sin embargo, a nosotros nos puede parecer que no es capaz
ni poderoso. Considere la experiencia de Pablo. Al principio de su ministerio, Pablo sanó
a mucha gente. Hasta los pañuelos que él había tocado sanaban (Hch. 19:11-12). Pero al
final de su ministerio, Pablo no experimentó tanto poder sanador. Cuando Timoteo se
enfermó, Pablo le exhortó a que tomara vino para el bien de su estómago y de sus
problemas frecuentes (1 Ti. 5:23). Además, cuando Pablo fue encarcelado, él no le pidió
a Dios que derrumbara las paredes ni le pidió que le abriera milagrosamente la puerta
como El lo había hecho con Pedro en Hechos 12. Hay momentos en que Dios actúa como
el Todopoderoso. Pero cuando Pablo estaba a punto de ser martirizado, El conoció a
Dios, no como el Todopoderoso, sino como Aquel que es. Esto fue una fuente de
consuelo y de fuerza para Pablo. Pablo conoció a Dios y creyó en El, no como Aquel que
era capaz de rescatarle de la cárcel, sino como Aquel que existe para siempre, como
Aquel que es y que siempre será. Aún cuando Dios aparentemente no haga nada por
nosotros, nosotros debemos seguir creyendo en El como Aquel que es. Todos los
cristianos hoy en día conocen al Dios todopoderoso, pero nosotros podemos conocerlo
de una manera más profunda como aquel que es.
B. El Dios de resurrección
Nuestra aspiración no debe ser conocer a Dios simplemente por los milagros que hace.
De hecho, no debemos esperar milagros. En Juan 2, el Señor Jesús no se dio a conocer a
los que buscaban milagros. Debemos conocer a Dios como Aquel que es y como el Dios
de resurrección; debemos conocerle como Aquel que existe por Sí mismo, como Aquel
que existe para siempre, y como Aquel que resucita. Si nosotros los llamados de Dios,
deseamos llevar a cabo Su comisión en Su recobro, no debemos esperar milagros, sino
que debemos conocer a Dios como Aquel que es y como el Dios de resurrección. El es El
yo soy, y El es el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Además de
recibir la visión de la zarza ardiente, necesitamos esta revelación de Dios. No reconozca
a Dios simplemente por lo que El hace, sino conózcale conforme a lo que El es. Lo que
haga Dios por nosotros no significa nada. El entorno puede cambiar radicalmente, pero
Dios sigue siendo. Todo puede fluctuar; pero Dios es, y El es para siempre. Con El no
hay cambio. Además, cada situación de muerte le proporciona una oportunidad de ser el
Dios de resurrección en nuestra experiencia.
Mi experiencia durante los primeros años que pasé en Taiwán lo confirma. Cuando fui
mandado a Taiwán en 1949, Taiwán estaba muy atrasada y muy pobre. Fui mandado
allí, pero no recibí ningún apoyo económico. Por estar plenamente ocupado con la obra
del Señor, no trabajé. No obstante, con recursos económicos muy limitados todavía
tenía la responsabilidad de sostener a una familia grande. Desanimado al principio por
la situación, todo lo que pude hacer fue mirar alrededor de mi apartamento pequeño y
preguntarme qué estaba haciendo allí. Había experimentado un cambio drástico debido
a mi mudanza desde la China continental, donde la obra iba adelante y donde existían
centenares de iglesias, a una isla subdesarrollada. Aunque casi todo lo exterior había
cambiado, pero mi Dios seguía siendo. En los días siguientes, experimentamos lo que El
era para nosotros, y vimos Su bendición espiritual abundante y Su provisión material.
Mi experiencia fue la misma en principio cuando llegué a este país. No recibí ningún
apoyo económico de la iglesia en Taipéi y muy poco apoyo de la iglesia en Los Ángeles.
Los hermanos en este país pensaban que las iglesias en todos los demás lugares me
estaban cuidando. No obstante, ninguna de las iglesias me mandó nada. ¿De dónde
recibí el suministro necesario para mi existencia? Lo recibí de Aquel que es. En esos
días, vivía por el maná celestial. Pero no buscaba milagros, pues el Dios en quien yo creo
es Aquel que es.
En medio de la tormenta de los meses pasados, no hice nada, porque creo que el recobro
es el recobro del Señor. Puesto que este es el recobro del Señor, ningún hombre lo puede
dañar. La palabra del Señor en Juan 2:19 se aplica hoy: “Destruíd este templo, y en tres
días lo levantaré”. Yo dije simplemente: “Señor, haz algo para confirmar que este es Tu
recobro. Señor, no necesito hacer nada. Si esta fuese mi obra, entonces tendría que
hacer algo para mantenerla. Pero Señor, este es Tu recobro”. Cuanto le debemos
agradecer al Señor y adorarlo porque en los meses pasados ha hecho mucho. Esto nos
alienta a confiar en Dios como Aquel que es y en Dios como el Dios de resurrección.
La segunda señal es la de la mano que se vuelve leprosa. Esta señal es para conocer la
carne de pecado. No sólo somos leprosos, sino que somos la lepra. Esto significa que
somos el pecado, y no solamente pecaminosos. Cuando Cristo murió en la cruz, El no
solamente llevó nuestros pecados (1P. 2:24) sino que El fue hecho pecado por nosotros
(2 Co. 5:21). Puesto que éramos pecado, Cristo fue hecho pecado por nosotros. Todo el
que ha sido llamado debe tener el conocimiento subjetivo de que su carne es una carne
de pecado y que nada bueno mora en ella. Nuestra carne es una constitución de pecado,
de putrefacción y de corrupción.
Además, el que es llamado debe entender que el mundo está lleno de muerte. Esto se
revela en la tercera señal, la señal del agua que se vuelve sangre. Para la gente del
mundo, el disfrute procede del suministro y del entretenimiento del mundo,
representado por el Nilo que regaba el país de Egipto. No obstante, a los ojos del
llamado de Dios, el mundo no está lleno de agua viviente, sino de sangre de muerte. Lo
que el mundo tiene que ofrecer no es agua que satisface nuestra sed, sino muerte que
nos envenena y mata.
Como los que hemos sido llamados por Dios, debemos conocer al diablo, la carne y el
mundo. Pablo tenía este triple conocimiento. En cuanto a Satanás, Pablo dijo: “No
ignoramos sus maquinaciones” (2 Co. 2:11). En cuanto a la carne, él dijo: “Pues yo sé que
en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Ro. 7:18). Y en cuanto al mundo, él dijo:
“El mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gá. 6:14). Vemos nuevamente que lo
que experimentó Moisés en tipología, Pablo lo experimentó en realidad.
No creo que Aarón fuera más capaz que Moisés. No obstante, Dios arregló
soberanamente una situación que permitió que Aarón hiciera lo que Moisés podía haber
hecho. En la vida de iglesia, no debemos hacer todo por nosotros mismos. Por el
contrario, debemos dejar que otros hagan lo que nosotros podemos hacer. No obstante,
esto no significa que debamos estar ociosos. Por el contrario, significa que en una
relación complementaria estamos restringidos, equilibrados y humillados.
Esta restricción es una salvaguardia y una protección. No existe protección más grande
en nuestra vida espiritual que el complemento de un hermano. Cuanto más somos
complementados con otros, más somos protegidos.
B. El corte de la esposa
En 4:24-26, vemos que Séfora fue usada por Dios para hacer de Moisés “un marido de
sangre”. El complemento es algo objetivo, pero el corte es muy subjetivo. En la Biblia, el
varón representa la verdad objetiva, mientras que la mujer representa la experiencia
subjetiva. Por tanto, el complemento de Aarón era exterior y objetivo, pero el corte de
Séfora era interno y subjetivo.
Si deseamos ser usados por el Señor en Su recobro, debemos llevar la señal de que
hemos sido cortados. Esto no significa que debemos hablar del corte que hemos
experimentado. Por el contrario, significa que debemos llevarlo en silencio. Que los
demás digan que hemos sido cortados. En Éxodo 4, fue Séfora, y no Moisés, quien dijo
que él era un “marido de sangre”.
Tanto en la vida de iglesia como en la vida matrimonial, debemos ser este “marido de
sangre”. Si un hermano desea ser llamado verdaderamente por Dios, debe ser cortado
de una manera subjetiva. Aprendemos mucho por medio del corte. A veces mi esposa
me corta al restringir mi comida. Este corte me mantiene sano y me impide caer en
extremos. Debido a su corte útil, no puedo satisfacer mis apetitos carnales en la comida.
Por tanto, el corte me impide vivir según la vida natural.
Fuera del recobro, es difícil que un grupo de cristianos permanezcan juntos por más de
quince años porque nadie está dispuesto a ser cortado. En lugar del corte, usan la
diplomacia. Las personas dispuestas a ser cortadas son las únicas que Dios puede usar.
Toda persona útil es un “marido de sangre”. A diario y a toda hora, debemos
experimentar la circuncisión de la vida natural. No es suficiente ver simplemente que
somos pecaminosos. Nuestra vida natural también debe ser circuncidada, por nuestros
familiares o los hermanos y las hermanas en la iglesia. Estoy dispuesto a ser cortado. Yo
me presento con todo gusto a aquellos que me cortan. Este corte es el último aspecto del
llamado de Dios. Solo después de haber sido cortados podemos llevar a cabo la comisión
de Dios. Después de que Moisés fue cortado, él fue verdaderamente útil en las manos de
Dios.
Cuando comparamos los aspectos del llamado de Dios en Éxodo 3 y 4 con el relato del
Nuevo Testamento, vemos que todo lo que experimentó Moisés, Pablo también lo
experimentó. Además, todo eso debe ser nuestra experiencia hoy. Debemos tener la
visión de la zarza ardiente: el Dios Triuno ardiendo dentro de Sus redimidos y sobre
ellos. Este es el punto de enfoque de la revelación divina en las Escrituras. Entonces
necesitamos conocer quién es Dios y lo que El es. Además, necesitamos conocer al
diablo, la carne, y el mundo. Después de eso, necesitamos el complemento y el corte. Si
estamos dispuestos a vivir la experiencia subjetiva de la circuncisión en nuestra vida
natural, entonces viviremos por la vida de resurrección, seremos útiles en la manos del
Señor para cumplir Su propósito eterno, y estaremos preparados para llevar a cabo la
comisión de Dios. Que todos los aspectos del llamado de Dios sean nuestra experiencia
hoy en el recobro del Señor.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE ONCE
Moisés tipifica a los que han sido llamados por Dios en la actualidad. No piense, como
muchos otros, que Moisés era muy superior a nosotros. La mayoría de los cristianos
piensan que Moisés era el siervo más importante de Dios del Antiguo Testamento y que
Pablo lo fue en el Nuevo Testamento. Al compararse con Moisés y con Pablo, se
consideran a sí mismos muy inferiores. Esta actitud está equivocada. El llamado que
Dios nos hace es el mismo, en principio, que el de Moisés y Pablo. Lo que Moisés
experimentó en tipología, Pablo lo experimentó en la realidad. En la actualidad tanto la
tipología como la realidad deben llegar a ser nuestra experiencia.
En el Estudio-vida de Efesios, señalamos que todos los santos pueden ser
perfeccionados para hacer la obra de apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y
maestros. Así como el maestro de matemáticas perfecciona a sus alumnos para que
hagan lo que él puede hacer, también los que llevan la delantera perfeccionan a los
santos para que hagan lo mismo que ellos. Pablo era un representante de los miembros
del Cuerpo de Cristo. Por muy grande que fuese Pablo, él era solamente un miembro del
Cuerpo. En principio, todos los demás miembros deben ser capaces de hacer lo que él
hacía. Esto indica que todos los miembros deben ser llamados como fue llamado Pablo.
Por esta razón, todos debemos conocer el propósito del llamado de Dios.
Cada aspecto del mundo es una forma de tiranía. En Éxodo, Faraón mantuvo a los hijos
de Israel bajo la tiranía del trabajo forzado. El mismo principio opera hoy en día.
Mientras la gente trabaja, sufre bajo diferentes formas de tiranía. Aún el tener que
conducir por largo tiempo para llegar al trabajo en una autopista congestionada,
constituye una forma de tiranía. Del mismo modo, la competencia por la promoción y la
inseguridad de perder su empleo también son formas de tiranía. No obstante, todo aquel
que no labora para Faraón en el mundo no recibirá el suministro del Nilo. Para ganarse
el sustento en el mundo, el pueblo escogido de Dios debe servir bajo la tiranía de
Faraón.
El ir de compras constituye otra forma de tiranía del mundo. Muchas jóvenes están
apresadas sutilmente por esta tiranía de comprar lo que está de moda.
Hace poco algunos santos me dijeron que no tienen tiempo para orar ni para leer la
Biblia. Les mencioné que pasan mucho tiempo en el teléfono o leyendo el periódico.
Esto indica que aún el teléfono o el periódico pueden ser un medio de tiranía.
Es fácil predicar a la gente, pero es muy difícil sacarlos de la usurpación y tiranía de
Satanás y del mundo. Como veremos, Moisés no predicó a los hijos de Israel, pero él fue
capaz de rescatarlos de Faraón. En la actualidad nosotros también debemos tener la
autoridad de sacar al pueblo de Dios de las manos usurpadoras de Satanás. Un aspecto
del propósito de Dios al llamarnos es usarnos para sacar a otros de la usurpación y
tiranía de Satanás y del mundo.
Otro aspecto del llamado de Dios consiste en llevar a Su pueblo escogido al desierto por
un viaje de tres días (3:18). En otra parte de la Biblia, la palabra desierto no es un
término positivo. Pero en 3:18 se usa de una manera positiva, pues aquí el desierto se
opone al mundo. Es un lugar de separación del mundo. Apenas alguien se salva, debe
ser sacado del mundo e introducido en el desierto donde no existe ningún elemento
egipcio. Cuando los hijos de Israel entraron al desierto, fueron liberados de Egipto. En el
mismo principio, si queremos salir del mundo, debemos entrar al desierto. Sin embargo,
pocos cristianos han entrado al desierto. Esto significa que algunos han sido salvos, pero
no han sido liberados ni separados del mundo.
Como un joven que estaba sumergido en el mundo, yo tenía muchas ambiciones acerca
de mi futuro. Pero cuando fui salvo, no sólo fui salvo del lago de fuego, sino también del
mundo. En el día de mi salvación, todos mis elementos mundanos se apartaron de mí, y
fui llevado al desierto. Debemos orar para que el Señor nos conceda la capacidad de
sacar a Sus hijos del mundo e introducirlos en el desierto.
Según 3:18, Moisés y los ancianos de Israel debían decirle al rey de Egipto: “El Señor
Dios de los hebreos ha salido a nuestro encuentro: y ahora déjanos ir, te pedimos, tres
días de viaje en el desierto, para que presentemos sacrificios al Señor nuestro Dios”. En
la Biblia, tres días representan la resurrección. Una salvación perfecta y completa debe
involucrar un viaje de tres días, es decir, un viaje en resurrección. Nuestra predicación
del evangelio debe contener el poder de la resurrección. Sin embargo, nuestra
predicación del evangelio hoy en día carece de impacto. La gente puede escuchar
nuestra predicación y hasta arrepentirse y recibir al Señor, y aún permanecen en sus
tumbas en Egipto. Debemos tener el poder de resurrección en nuestra predicación para
que los demás sean levantados de sus tumbas y llevados al desierto por un viaje de tres
días. Este viaje es representado por el bautismo. Todo creyente en Cristo debe ser
bautizado para dar testimonio de que está dejando el mundo y entrando a otra esfera en
resurrección.
Debemos orar para que nuestro ministerio de la Palabra tenga impacto. No queremos
dar solamente conocimiento a la gente. Al contrario, deseamos que algo de nuestra
predicación toque sus corazones y los motive a dejar el mundo y a viajar al desierto en
resurrección.
En 3:12, el Señor le dijo a Moisés: “Cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a
Dios sobre este monte”. Esto indica que el propósito del llamado de Dios consiste
también en llevar a Su pueblo escogido al monte, donde pueden servirle y ofrecerle
sacrificios (3:18; 19:1-2, 11; 24:16-18). Pocos cristianos han entrado al desierto, y mucho
menos han ido al monte. Son verdaderamente salvos, porque creen en el Señor Jesús y
han sido lavados con Su sangre. No obstante, siguen en Egipto. Otros han salido de
Egipto y han entrado al desierto, pero no han subido al monte. La revelación divina
acerca del propósito de Dios fue dada a Moisés en el monte. La ley le fue dada a Moisés
allí. También fue en el monte donde él recibió la revelación acerca del diseño del
tabernáculo. La mayoría de los hijos de Israel en realidad no subió a la cima del monte,
pero de todos modos acampaban cerca del monte. Moisés, Aarón, y más de setenta
israelitas subieron al monte para reunirse con Dios (24:1, 9).
El propósito del llamado de Dios consiste también en construir un tabernáculo que sea
la morada de Dios en la tierra (25:8-9, 40). La visión y la construcción del tabernáculo
ocupan casi la mitad de este libro. Moisés recibió la visión en el monte, y allí fue
construido el tabernáculo. Esto se relacionaba con el viaje que iban a hacer los hijos de
Israel hasta la meta final, que consistía en entrar en la buena tierra y en construir el
templo allí.
Cuando los hijos de Israel llegaron al monte Sinaí, todavía estaban lejos de Canaán. La
distancia de Egipto al monte Sinaí es aproximadamente una cuarta parte de la distancia
de Egipto a la tierra de Canaán. Por consiguiente, desde el monte Sinaí el pueblo
escogido de Dios tenía que seguir hasta llegar a Canaán, una buena tierra donde fluía
leche y miel (3:18, 17).
Hemos señalado que en Éxodo hay muchos tipos de las realidades espirituales que
encontramos en el Nuevo Testamento. Algunas de las tipologías más conocidas son la
Pascua, el cruce del mar Rojo, el maná, y el agua de la peña hendida. Muchos
interpretan la tipología del cruce el río Jordán de manera incorrecta; la aplican a la
muerte física y al hecho de ir a una mansión celestial. No obstante, el cruce del Jordán
no está relacionado con la muerte física. Cuando los hijos de Israel entraron en la tierra
de Canaán, se dieron cuenta de que estaba llena de enemigos. Si Canaán tipificara al
cielo con las mansiones celestiales, entonces esto significaría que el cielo, donde mora
Dios, está lleno de enemigos. ¡Qué ridículo sería eso!
Toda la historia de los hijos de Israel constituye una tipología. Esta historia incluye la
Pascua, el éxodo, el viaje a través del desierto, el disfrute del maná y del agua viva, la
construcción del tabernáculo, la entrada a la buena tierra, la derrota de los enemigos, y
el disfrute de los ricos productos de la tierra. Al vencer a sus enemigos, los hijos de
Israel ganaron el terreno para establecer el reino de Dios. Finalmente, después de que el
reino fue establecido y llegó a ser prevaleciente, el templo fue construido. Entonces Dios
tenía una morada sólida en la tierra en el centro de Su reino.
La mayoría de los cristianos presta atención a los tipos como la Pascua y el maná, pero
no presta la debida atención a la entrada a la buena tierra, el disfrute de los ricos
productos de la tierra, la derrota de los enemigos en la tierra, el establecimiento del
reino, y la edificación de la morada de Dios. Muchos de nosotros hemos oído mensajes
sobre la Pascua, el maná, y aún sobre el tabernáculo, pero no hemos oído ninguno sobre
la buena tierra como un tipo del Cristo todo-inclusivo. Por medio de las tipologías,
vemos que para estar en el monte, recibir la revelación de Dios y construir el
tabernáculo como Su morada temporal, todo lo que debemos hacer es disfrutar a Cristo
como el Cordero, el pan sin levadura, el maná y el agua viva. Pero después de que el
tabernáculo fue construido, los hijos de Israel debían continuar su viaje. Para su viaje,
necesitaban a Cristo, tipificado por el maná. Pero cuando entraron a la buena tierra, el
maná se acabó, y disfrutaron del producto de ésta (Jos. 5:12). Esto indica que el
producto de la tierra era la continuación del maná, es decir, el disfrute de Cristo había
alcanzado otra etapa. La primera etapa era la del cordero pascual en Egipto; la segunda,
la del maná y el agua viva en el desierto; y la tercera, la de los productos de la buena
tierra.
Recientemente, mientras oraba, el Señor me regañó porque yo vivía muy poco por
Cristo. Me hizo ver que a pesar de que las iglesias están en buen camino y los santos
entran en la Palabra y oran, hay una gran carencia en el asunto de vivir por Cristo.
Durante años, he visto que Cristo vive en mí, y he dado muchos mensajes al respecto. Es
fácil decir: “No yo, mas Cristo vive en mí” (Gá. 2:20) y “Para mí el vivir es Cristo” (Fil.
1:21). Pero nuestra práctica es muy deficiente. Mientras el Señor me regañaba, me
arrepentí y confesé mis fracasos. Desde aquel momento, he sentido que la necesidad
más grande en el recobro actual del Señor es que todos nosotros vivamos por Cristo de
una manera práctica.
¿Cuánto vivimos por Cristo durante el día? Puede ser que la única vez que usted viva por
El es cuando usted ora. Cuando usted ora, usted está en la buena tierra. Pero en cuanto
su tiempo de oración ha terminado, usted se encuentra fuera de la buena tierra.
Nos arrepentimos de fracasos tales como el perder nuestra calma, pero a lo mejor no
sentimos ningún pesar al no vivir por Cristo. ¿Cuántas veces se ha arrepentido por no
expresar a Cristo? Aún cuando nuestra conducta es excelente, todavía debemos confesar
al Señor nuestra carencia de no vivir por El. Muy pocos oran al Señor de esta manera.
Tenemos el concepto del buen comportamiento, pero no tenemos el concepto de tomar a
Cristo como nuestra vida y de vivir por El.
En 1970 se dieron muchos mensajes acerca de tomar a Cristo como nuestra persona.
Pero ahora, casi nueve años después, ¿quién entre nosotros verdaderamente toma a
Cristo como su persona? La mayoría de nosotros todavía se tiene a sí mismo como su
persona. Aunque hemos oído mensajes al respecto, debemos confesar que, de una
manera práctica, no expresamos mucho a Cristo. Podemos cantar: “Hay un Hombre en
la gloria, Su vida es para mí”, tal vez cambiar las palabras a “hay un Hombre en mi
espíritu Su vida es para mí”. Pero después de cantar este himno, ¿vivimos por la vida de
Cristo o por nuestra vida natural? En las reuniones, proclamamos que la vida de Cristo
es para nosotros, pero en nuestro diario vivir, Su vida no es para nosotros. En práctica,
prestamos atención al buen comportamiento, y no al vivir por Cristo.
En Juan 16:9, el Señor Jesús dijo que el Espíritu convencería al mundo acerca del
pecado “porque ellos no creen en Mí”. Esto indica que no creer en el Señor es el único
pecado. Dios nos manda creer en Su hijo. Todo pecador que rehusa hacer esto rompe el
mandamiento de Dios. Por tanto, no se necesita quebrantar los diez mandamientos para
estar perdidos. Con simplemente rehusar obedecer el mandamiento de Dios de creer en
Cristo hará perecer a una persona. Además de este mandamiento acerca de creer, Dios
nos manda, a nosotros los creyentes en Cristo, que vivamos por Cristo. Para un pecador
el no creer en Cristo es un pecado. Para un cristiano el no vivir por Cristo es también un
pecado. En Su economía, Dios desea que Cristo sea nuestra vida y nuestro todo a fin de
que El tenga la vida de iglesia. Pero en lugar de interesarnos en Cristo, podemos
preocuparnos por otras cosas, como un buen comportamiento. Esto es desobediencia,
aún rebelión. Dios quiere a Cristo, pero nosotros buscamos un buen comportamiento.
Por esta razón, la vida de iglesia en el recobro del Señor todavía no es tan rica ni
práctica. Cristo debe ser expresado en nosotros para que la vida de iglesia sea rica y
práctica.
Cuando yo era un cristiano joven, buscaba la forma de ser espiritual, victorioso, santo y
lleno del espíritu. Leí libros que me enseñaron cómo ser de esta manera, y practiqué
todas las sugerencias. No obstante, quedé desilusionado porque ninguna de las
sugerencias funcionaba. Más adelante, aprendí que Cristo mismo es la manera de ser
santo, victorioso y espiritual. Si tenemos a Cristo, tenemos la santidad, la victoria, y la
verdadera espiritualidad. Si intentamos por nosotros mismos vencer nuestro mal genio,
seremos vencidos. Pero si vivimos a Cristo, nuestra ira no será un problema para
nosotros.
Hemos oído mucho acerca de vivir por Cristo, pero en nuestro diario vivir, no
practicamos lo que hemos oído. Por el contrario, intentamos mejorar nuestro
comportamiento. Si somos alentados, debemos ser incitados a vivir por Cristo. El deseo
de Dios consiste en que entremos en la buena tierra. Debemos ser motivados a fin de
seguir adelante, entrar en la buena tierra, laborar en ella, y disfrutar de sus ricos
productos. Dios sólo quiere a Cristo; El no quiere nuestros celos, comportamiento o
ética.
Hemos señalado que la tierra de Canaán tipifica a Cristo. No obstante, esta tipología
todavía no ha sido cumplida en la experiencia de los santos. Los tipos de la Pascua y del
maná se han cumplido con la experiencia de miles de cristianos. Pero aunque muchos
disfrutan a Cristo como el maná, son muy pocos los que le disfrutan como su buena
tierra. Debemos preguntarnos si nosotros en las iglesias locales disfrutamos
verdaderamente a Cristo como la buena tierra. ¿Conocemos los montes y los valles en
Cristo? ¿Experimentamos el trigo y la cebada en Cristo, y también los minerales? Todos
estos aspectos de Cristo deben ser cumplidos de una manera práctica. Si consideramos
la buena tierra y todas sus riquezas como un tipo completo de Cristo, nos daremos
cuenta de que carecemos de la experiencia de Cristo.
La diferencia entre la iglesia y una organización social es que la iglesia es una entidad
constituida de Cristo. Si tenemos a Cristo, entonces tenemos la realidad de la iglesia.
Pero si no tenemos a Cristo, entonces en realidad somos una organización social. Por
carecer de la experiencia de Cristo, aparentemente practicamos la vida de iglesia, pero
en realidad disfrutamos de una vida social natural.
Deseo señalar una vez más que el propósito del llamado de Dios no consiste solamente
en sacar a Su pueblo de Egipto, introducirlo al desierto y al monte. Tampoco consiste en
edificar el tabernáculo en el desierto. Su propósito consiste en introducir a Su pueblo en
Cristo como la buena tierra. Como aquellos que han sido llamados de Dios, debemos ver
que el propósito de Su llamado no consiste solamente en salvar a la gente del mundo.
Esto es solamente el aspecto negativo. Finalmente, el propósito de Su llamado consiste
en introducir a Su pueblo en la buena tierra para que disfruten a Cristo como Aquel que
es todo-inclusivo. Entonces Dios podrá establecer Su reino (19:6; 2 S. 5:12; 7:12, 16; Ro.
14:17). Además, al introducir a Su pueblo escogido en la buena tierra, Dios podrá tener
una morada edificada en la tierra (2 S. 7:13; Ef. 2:20-22; 4:12). Debemos ayudar a otros
a experimentar a Cristo en todas Sus riquezas inescrutables para que Dios pueda
establecer Su reino y tenga Su morada en la tierra hoy.
Pablo abarca este punto en Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses. Estos cuatro libros
revelan a Cristo no solamente como el Cordero, sino como Aquel que es todo-inclusivo,
es decir, como la tierra todo-inclusiva. Colosenses 3:11 afirma que “Cristo es el todo, y en
todos”. Indudablemente esta palabra habla del hecho de que Cristo es todo-inclusivo. En
1 Corintios, vemos la Pascua y el cruce del mar Rojo, pero en Gálatas, Efesios, Filipenses
y Colosenses, vemos la tierra todo-inclusiva.
Dios nos ha llamado con un propósito. Este propósito consiste en usarnos para sacar a la
gente de la tiranía del mundo actual e introducirlos en el desierto, un lugar de
separación. Consiste también en llevarlos al monte donde podrán ver la revelación
acerca de la economía de Dios y el diseño del tabernáculo, para que éste sea edificado.
Además, consiste en llevarlos a la buena tierra rica y todo-inclusiva para vencer al
enemigo de Dios y disfrutar de las riquezas de Cristo. Entonces Dios podrá establecer Su
reino en el cual El tendrá Su morada en la tierra. Todos estos puntos son desarrollados
plenamente en Gálatas, Efesios, Filipenses, y Colosenses, cuatro libros que constituyen
el corazón de la Biblia.
Tanto Moisés como Pablo fueron llamados con este propósito, y nosotros también.
Debemos sacar a la gente del mundo e introducirlos en el Cristo todo-inclusivo para el
reino de Dios y Su edificio. ¡Oh, que nuestro aprecio de la Palabra de Dios aumente en
estos días! Lo que Dios desea no es simplemente el tabernáculo con el disfrute inicial de
Cristo como el cordero, el maná y el agua viva, sino el templo con el rico disfrute de
Cristo como la tierra todo-inclusiva. Día tras día, debemos experimentar a Cristo de una
manera práctica como nuestra vida y nuestra persona. El no debe ser solamente nuestro
maná, sino también todas las riquezas de la buena tierra. Lo que necesitamos hoy para
cumplir el propósito de Dios es la experiencia genuina de Cristo como la buena tierra de
Canaán.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE DOCE
I. AL DESIERTO
El desierto estaba separado de Egipto por el mar Rojo. El cruce del mar Rojo tipifica el
bautismo. Después de creer en el Señor Jesús y de tomarlo como nuestra Pascua, fuimos
bautizados. Por tanto, el agua bautismal nos separa del mundo y nos introduce en el
desierto donde podemos servir a Dios. Sin embargo, muchos que han sido salvos todavía
no han sido liberados y no han entrado en el desierto. Esto quiere decir que han sido
salvos, pero no están separados del mundo.
Los hijos de Israel salieron de Egipto y entraron en el desierto por medio del disfrute de
la Pascua (12:11, 31-41) y mediante el bautismo en el mar Rojo (14:21-30). Para ellos, la
Pascua fue un disfrute; disfrutaron el cordero, el pan sin levadura y las hierbas amargas.
El suministro que recibieron a través de este disfrute los fortaleció para salir de Egipto.
Además, el bautismo en el mar Rojo los liberó de los egipcios. Esto indica que por medio
de Cristo como Cordero pascual y por Su muerte, somos separados del mundo e
introducidos en el desierto, la primera estación en el cumplimiento del propósito de
Dios.
II. AL MONTE
La segunda estación es el monte (3:12; 19:1-2, 11; 24:16-18), donde los hijos de Israel
recibieron revelación acerca de Dios y del tabernáculo. Durante siglos, habían estado
bajo las tinieblas en Egipto donde no había luz, ni Palabra, ni el hablar de Dios. Pero
ahora, bajo la iluminación, habían de vivir conforme a la revelación acerca de Dios, y
debían construir el tabernáculo conforme al modelo revelado por Dios.
Los hijos de Israel fueron llevados al monte por el árbol que hizo del agua amarga agua
dulce (15:23-25), las doce fuentes en Elim (15:27), el maná del cielo (16:14-15, 31-32,
35), el agua viva de la roca hendida (17:6), y la victoria sobre Amalec (17:8-16). Cuando
los israelitas llegaron a Mara, “no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran
amargas” (15:23). El pueblo murmuró en contra de Moisés, y por esta razón él clamó al
Señor: “y el Señor le mostró un árbol, y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron”
(15:25). Este árbol representa a Cristo con Su cruz. Los hijos de Israel siguieron hasta
Elim, donde habían doce fuentes de agua (15:27), y acamparon allí cerca de éstas.
Cuando siguieron viajando desde Elim, volvieron a murmurar; esta vez porque no
tenían comida. Dios satisfizo sus necesidades al mandarles maná, la comida celestial
para sostenerlos. Así mismo, cuando los hijos de Israel murmuraron por no tener agua,
Dios produjo agua de la roca hendida (17:1-6). Todas estas cosas representan varios
aspectos de Cristo como nuestro suministro de vida, el suministro mismo que Dios usa
para llevarnos al monte. Nosotros en las iglesias locales podemos testificar que hemos
recibido el suministro por el agua dulce, las doce fuentes en Elim, el maná celestial, y el
agua viva que fluye de la roca hendida.
Si estudiamos el cuadro de los hijos de Israel en el desierto, vemos que entre los que
salieron de Egipto, sólo dos personas: Josué y Caleb, entraron en la buena tierra. Todos
los demás, incluyendo a Moisés, Aarón y María, murieron en el desierto. Para ellos, el
desierto no fue solamente un lugar de separación, sino también un lugar de pruebas.
Antes de que los hijos de Israel llegaran al monte, el desierto era positivo, pues era
solamente un lugar de separación. Pero después del monte, el desierto llegó a ser un
lugar de pruebas por la incredulidad de ellos.
Cuando los israelitas estaban en el monte, recibieron la revelación acerca de lo que Dios
es. No considere la ley solamente como algunos mandamientos. La ley era un
testimonio, definición, descripción y explicación de lo que Dios es. Por la ley podemos
conocer a Dios mismo. Dios exigía que Su pueblo escogido viviera conforme a esta
revelación de El mismo. De esta manera, en el monte, Moisés recibió una revelación
tanto de lo que Dios es, como de la clase de vida que debería llevar el pueblo de Dios.
Puesto que Dios es santo, justo y amoroso, Su pueblo debe llevar una vida caracterizada
por la santidad, la justicia y el amor. Los capítulo 20 al 24 de Éxodo revelan que Dios es
detallado en Su santidad, justicia y demás atributos divinos. Su pueblo debe llevar una
vida que corresponde con los atributos detallados de Dios. Podremos ver esta revelación
solamente en la cima del monte.
Es en el monte donde el pueblo de Dios puede ver también la revelación del deseo del
corazón de Dios. Aquí vemos que Dios desea que vivamos conforme a lo que El es
porque el deseo de Su corazón es tener una morada en la tierra. El tabernáculo fue
erigido para satisfacer temporalmente este deseo. Antes de la construcción del
tabernáculo, Moisés recibió una revelación detallada acerca de todos los aspectos de ello
en los capítulos 25 al 31. Los demás capítulos abarcan la experiencia de los hijos de
Israel en el monte y nos hablan de la construcción del tabernáculo.
Si yo hubiera estado entre los hijos de Israel en Éxodo 40, habría estado plenamente
satisfecho con la construcción del tabernáculo. Sin embargo, la meta final de Dios estaba
muy lejos. Todavía quedaban aproximadamente tres cuartos del camino por recorrer.
Por esta razón, los hijos de Israel debían viajar a la tercera estación y entrar en la buena
tierra.
Hemos visto los factores que llevaron a los hijos de Israel al desierto y de allí al monte.
Ahora debemos estudiar el factor que los introdujo en la buena tierra. Este factor es el
arca con el tabernáculo (Jos. 3:3, 6, 8, 13-17; 4:10-19). Cuando los hijos de Israel
entraron en la buena tierra, el arca bajó al Jordán, y las aguas se detuvieron. Antes de
eso, ellos tenían al arca como el factor, pero no tenían la fe para aplicarla. Pero al final
de sus años de vagar en el desierto, aplicaron el arca de esta manera. Esto indica que en
la vida de iglesia actual, Cristo como el arca debe ser el factor por el cual entramos en El
como la buena tierra.
¿Qué clase de Cristo disfruta usted? ¿Cómo el Cordero pascual solamente, el pan sin
levadura, el maná, la roca de la cual fluye el agua viva o disfruta usted de El cómo la
buena tierra? Colosenses 2:6 afirma: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al
Cristo, a Jesús el Señor, andad en El”. Si nuestro Cristo es solamente el Cordero pascual,
el maná y la roca con el agua viva, ¿cómo podemos andar en El? Si deseamos andar en
Cristo, debemos experimentarlo como la tierra espaciosa. La experiencia de Cristo en la
mayor parte de los cristianos es elemental; pocos lo experimentan como la buena tierra.
Hemos visto que los hijos de Israel disfrutaron del Cordero pascual, del pan sin
levadura, del maná y de la roca con agua viva. No obstante, Dios no le prometió a
Abraham que daría esas cosas a sus descendientes. Dios prometió darles la buena tierra.
Según Gálatas 3, la bendición de la tierra prometida a Abraham es el Espíritu. La
bendición de la tierra, este Espíritu, es el Dios Triuno que ha sido procesado por medio
de la encarnación, crucifixión y resurrección, para llegar a ser el Espíritu vivificante y
todo-inclusivo. Este Espíritu es la bendición prometida a los descendientes de Abraham
por fe.
Abraham tiene dos clases de descendientes: los carnales y los de la fe. Los descendientes
carnales son la nación de Israel, y los descendientes por la fe son los que creen en Cristo.
Para los descendientes carnales, la buena tierra es un lugar literal; no obstante, para los
descendientes por fe, la buena tierra es una realidad espiritual, Cristo como el Espíritu
todo-inclusivo.
Estoy agradecido al Señor porque en todas las iglesias del recobro del Señor está el arca
con el tabernáculo. El arca y el tabernáculo tipifican a Cristo con la vida de iglesia
temporal y portátil. Cristo junto con esta vida de iglesia es el factor por el cual entramos
en el Cristo todo-inclusivo representado por la tierra de Canaán.
Las epístolas a los Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses nos muestran a Cristo y la
iglesia en la buena tierra. No obstante, en 1 Corintios, tenemos a la iglesia en el monte.
Este libro habla de la Pascua y del bautismo en el mar Rojo, por el cual somos sacados
de Egipto y entramos en el desierto. También habla de beber de la roca espiritual, uno
de los factores que nos lleva al monte. Esto indica que Cristo y la iglesia como se revelan
en 1 Corintios está relacionado con el monte en el desierto. Muchos de nosotros hemos
pasado por esta estación.
En este mensaje, mi carga consiste en señalar que no necesitamos vagar a través del
desierto con el arca y el tabernáculo. Hace años, algunos de nosotros fuimos separados
del mundo y entramos en el desierto. Entonces ascendimos al monte donde recibimos la
visión acerca de Dios, la vida del pueblo de Dios y la morada de Dios. También erigimos
el tabernáculo al pie del monte. Por tanto, somos cristianos con la vida de iglesia, por lo
menos en la forma temporal y portátil, el tabernáculo. Sin embargo, debemos seguir
adelante, cruzar el río Jordán y entrar en la tierra de Canaán.
El pueblo escogido de Dios tenía que cruzar dos tipos de agua: el mar Rojo, que vence al
mundo, y el río Jordán, que vence al ego. Las fuerzas mundanas tipificadas por Faraón y
su ejército fueron sepultadas en el mar Rojo. Pero doce piedras representando al viejo yo
de los hijos de Israel fueron sepultadas en el Jordán (Jos. 4:1-9, 20). Lo que nos impide
entrar en el Cristo todo-inclusivo no es el mundo, sino el yo. Este yo debe ser sepultado
en el Jordán. El factor que sepulta al yo es el arca. Las doce piedras no fueron sepultadas
en el río antes de que entrara el arca. Por el contrario, el arca entró primero en el agua.
Esto indica que Cristo con la vida de iglesia portátil es el factor por el cual entramos en
el Cristo todo-inclusivo. La vida de iglesia que llevamos hoy, no es el templo sino el
tabernáculo, una vida de iglesia que todavía es portátil. Pero aún esta vida de iglesia es
un factor que nos permite entrar en la buena tierra. Puedo testificar que Cristo en esta
vida de iglesia movible me ha ayudado mucho a entrar en el Cristo todo-inclusivo.
Después de entrar en la buena tierra al cruzar el Jordán, los hijos de Israel fueron
circuncidados, es decir, su carne fue cortada (Jos. 5:2-4). Por tanto, el yo fue sepultado
en el río y la carne fue cortada por la circuncisión. La vida de iglesia con Cristo nos
ayuda a sepultar el yo y también a cortar la carne.
Los principales obstáculos que nos impiden entrar en el Cristo todo-inclusivo no son la
mundanalidad ni el pecado, sino el yo y la carne. La mundanalidad y el pecado son
terminados en las primeras dos estaciones. Pero todavía necesitamos una sepultura que
venza al yo y una circuncisión que venza la carne. Si somos absolutos en seguir adelante
con el Señor, finalmente estaremos dispuestos a vencer nuestro yo y nuestra carne. No
obstante, esta disciplina cuesta trabajo. A los jóvenes les resulta particularmente difícil
sepultar al yo y cortar su carne. En las reuniones, podemos declarar: “Para mí, el vivir es
Cristo”. Pero después de la reunión, vivimos en el yo y en la carne. Podemos proclamar:
“No más yo, sino Cristo vive en mi”. No obstante, esto puede ser una simple enseñanza,
ya que en nuestro diario vivir estamos llenos del ego. El yo y la carne nos impiden
experimentar la buena tierra.
Mire nuevamente al cuadro del Antiguo Testamento y observe que los hijos de Israel no
disfrutaron del producto de Canaán antes de que su yo fuese sepultado y la carne fuese
cortada. Pero en cuanto fueron solucionadas estas cosas, los hijos de Israel empezaron a
disfrutar del rico producto de la tierra. Fueron las riquezas de la tierra y no el maná en el
desierto, lo que les permitió combatir a los enemigos en la buena tierra.
E. La guerra en la tierra
Después de entrar en la buena tierra, los hijos de Israel tuvieron que vencer a los
cananeos, los enemigos que ocupaban la tierra. Estos enemigos tipifican los principados
y potestades en el aire que buscan impedirnos el disfrute del Cristo todo-inclusivo. En
nuestro ser interior, somos perturbados por el yo y la carne, y encima de nosotros, en el
aire, están las potestades malignas de las tinieblas. Cuando sepultemos el yo y
circuncidemos la carne, las potestades de las tinieblas en el aire quedarán expuestas. El
yo y la carne ayudan a las potestades malignas. En realidad, si todavía estamos en el yo y
en la carne, los principados y las potestades no necesitan hacer nada para estorbarnos,
pues ya estamos frustrados por el ego y la carne. No obstante, en cuanto venzamos el yo
y la carne, las potestades de las tinieblas saldrán para luchar en contra de nosotros.
Entonces debemos aprender a luchar la guerra espiritual. La guerra espiritual se hace en
la buena tierra con el apoyo del rico producto de Cristo.
Hemos señalado que la buena tierra para nosotros hoy es el Dios Triuno procesado para
llegar a ser el Espíritu todo-inclusivo. El Dios Triuno no es solamente nuestro Creador,
Redentor, Salvador, Maestro y Señor; El es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo.
Mediante la encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección, Cristo, la
corporificación del Dios Triuno, se ha procesado para convertirse en el Espíritu
vivificante y morar en Su pueblo escogido. Por tanto, el Dios Triuno llega a nosotros en
la actualidad como el Espíritu vivificante.
Este Espíritu maravilloso está ahora en nuestro espíritu (Ro. 8:16). 1 Corintios 6:17
afirma que aquel que se une al Señor es un solo Espíritu con El. Por consiguiente, en el
Nuevo Testamento se nos exhorta a andar en el Espíritu (Gá. 5:16, 25; Ro. 8:4). Este es
el mandamiento final. El no andar en Cristo es el pecado más grande que un creyente
puede cometer en contra de Dios. Si no andamos en Cristo, somos rebeldes, aún cuando
tengamos muchas virtudes. Puesto que el deseo de Dios consiste en que expresemos a
Cristo, aún nuestra virtud natural es una forma de rebelión en contra de Dios y Su
economía.
Todos hemos confesado nuestros pecados, faltas y carencias al Señor. Pero ¿ha pedido
usted alguna vez al Señor que le perdonara por no vivirlo a Él? Muy pocos cristianos han
orado de esta manera: “Señor, perdóname por no tomarte a Ti como mi vida hoy. Mi
comportamiento será muy bueno, pero no he vivido por Ti ni te he tomado como mi
persona. Señor, perdóname por estar en rebelión en contra de Ti. Tú deseabas que yo te
expresara, pero en lugar de eso viví conforme a algo que no eras Tú mismo. Viví por mi
opinión, y no por Tú revelación. Según esta revelación, debería andar en Ti. Pero
durante todo el día, Señor, no caminé en Ti en absoluto”. Puedo testificar que desde
hace poco, a diario he hecho esta clase de confesión al Señor.
Es fácil centrarse en muchas cosas que no son Cristo mismo. Podemos centrarnos en la
religión, la ética, la moralidad o la virtud, sin estar centrados en Cristo. Si nuestro
comportamiento no es bueno, nos lamentamos y nos arrepentimos. Pero si carecemos
de un vivir por Cristo, quizá no tengamos ningún sentir al respecto y no sintamos la
necesidad de confesarlo. Según Juan 16, el único pecado de un incrédulo es no creer en
Cristo. Pero el pecado principal de un creyente es no andar en Cristo. El Nuevo
Testamento no nos pide andar conforme a una enseñanza o doctrina particular. Pero
nos exhorta a andar en Cristo o a andar en el Espíritu. En Gálatas 5:25, Pablo dice: “Si
vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. En Romanos 8:4, Pablo
afirma que los requisitos justos de la ley son cumplidos por aquellos que andan
conforme al Espíritu. Este Espíritu en Romanos 8 es el Espíritu mezclado, el Espíritu
todo-inclusivo mezclado con nuestro espíritu.
No piense que la tierra de Canaán está lejos y que usted debe vagar durante años antes
de poder entrar en ella. Por el contrario, la buena tierra está dentro de nosotros, pues es
el Dios procesado quien es el Espíritu vivificante y todo inclusivo que mora en nuestro
Espíritu. Así como Caleb en Números 13:30, debemos creer y declarar que podemos
poseer esta buena tierra por medio de la vida de iglesia con Cristo.
Recuerde que el arca con el tabernáculo es el factor por el cual podemos entrar en la
buena tierra. Alabado sea el Señor porque hemos disfrutado de la Pascua, del agua
dulce, del maná y del agua viva de la roca hendida. También le alabamos porque en el
monte hemos recibido la visión acerca de Dios y Su economía y hemos construido el
tabernáculo, la vida de iglesia temporal. Por tanto, todos nosotros tenemos el arca con el
tabernáculo, Cristo con la vida de iglesia movible, como el factor por el cual entramos a
la buena tierra. Debido a este factor, podemos tener el denuedo de entrar en nuestro
espíritu y disfrutar del Espíritu todo-inclusivo como la buena tierra.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TRECE
LA EXIGENCIA DE DIOS
Y LA RESISTENCIA DE FARAON
(1)
Hemos señalado que en hebreo, el título Jehová es una forma del verbo ser. Esto indica
que Jehová es el único que existe por Si mismo. El es Aquel que era, que es, y que será.
El verbo ser puede aplicarse solamente a Él en un sentido absoluto. Sólo Dios es;
nosotros y todas las demás cosas no somos. En 6:3, Dios dice: “Y aparecí a Abraham, a
Isaac, y a Jacob como Dios omnipotente, más en mi nombre JEHOVA no Me di a
conocer a ellos”. Dios se reveló a Si mismo como Jehová por primera vez en Éxodo 3.
Abraham, Isaac y Jacob, no recibieron esta revelación de Él.
En 5:1, Dios es llamado también el Dios de Israel. Este título es diferente del título el
Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, un título que significa Dios como el
Dios de resurrección. El título el Dios de Israel indica que Dios es el Dios de un pueblo
transformado. Jacob era el nombre de un hombre natural, pero Israel era el nombre de
un hombre transformado. Jacob no recibió el nombre Israel desde su nacimiento. Por el
contrario, él fue llamado Jacob, que significa alguien que agarra el calcañar, un
suplantador. Pero en el transcurso de su vida, Jacob fue transformado, y finalmente
Dios cambió su nombre a Israel. Este nombre implica victoria y reinado. Por una parte,
el pueblo transformado es un pueblo de triunfadores; por otra parte, de reyes. Aún
cuando los hijos de Israel se encontraban en una situación lamentable en Egipto, Dios
todavía no los consideraba como Jacob, sino como Israel. A los ojos de Dios, Su pueblo
escogido ya había sido transformado en triunfadores y reyes.
El mismo principio se aplica a la manera en que Dios mira a la iglesia hoy. A los ojos de
Dios, la iglesia ya es gloriosa. No obstante, si ponemos nuestros ojos en nuestra
condición espiritual, podríamos considerarnos como algo muy miserable. Podríamos
vernos como Jacob, y no como Israel. No obstante, Dios nos ve, como Israel. En Sus
tratos con Satanás, el perseguidor y el usurpador, Dios le dijo que El es el Dios de un
pueblo transformado, victorioso y real.
Todos debemos ver y creer que somos un Israel. Quizá usted no crea esto ahora, pero
ciertamente lo creerá en el futuro, ya sea en la era venidera o en la eternidad. En la
eternidad, todo el pueblo escogido de Dios será un Israel. No sea miope, con una visión
limitada por su situación presente. Dios no lo considera a usted como alguien que
todavía está en cautiverio bajo Faraón. Por el contrario, El lo ve a usted como alguien
que ha sido liberado e introducido en el Cristo todo-inclusivo representado por la buena
tierra.
¿Se atreve usted a creer que es Israel, victorioso y reinante? Todos debemos tener el
denuedo suficiente para creer esto y declararlo. No se aferre a la opinión que tiene de sí
mismo, sino crea en la palabra de Dios. Si Dios afirma que usted es un Israel, entonces
usted es un Israel, ya sea que lo sienta así o no.
Vemos la exigencia de Dios para con Faraón en 5:1. Hablando de parte del Señor, Moisés
y Aarón dijeron a Faraón: “Deja ir a Mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto”. La
fiesta está en contraste con el cautiverio, con la labor rigurosa. Jehová pedía a Faraón
que liberara a Su pueblo del cautiverio para que le celebraran una fiesta. La palabra
“celebrarme” en este versículo indica que cuando el pueblo de Dios celebra, El está feliz.
La fiesta es para Él. Al parecer Jehová le decía a Faraón: “No estoy contento de ver a Mi
pueblo bajo cautiverio en Egipto. Déjalo ir para que me celebren una fiesta y Yo esté
contento. Me gusta ver a Mi pueblo festejar y regocijarse. Estoy contento cuando no
hacen otra cosa que comer y regocijarse. Esta es una fiesta para Mi”.
Esta fiesta para el Señor es una adoración dispensacional, es decir, es adorar a Dios
conforme a lo que ha sido dispensado dentro de nosotros. Mientras comemos, bebemos,
alabamos, cantamos, y nos regocijamos en la presencia de Dios, le celebramos fiesta.
Como lo veremos, esta fiesta es también un sacrificio para el Señor. Sacrificar consiste
en adorar. La adoración dispensacional es una adoración en la cual Dios es dispensado
dentro de nosotros para nuestro disfrute a fin de que celebremos con Él y para El en Su
presencia. Esta es la adoración que Dios desea. Esto es revelado en el Nuevo
Testamento, y está implícito en el Antiguo Testamento.
Podemos considerar esta fiesta como un festival, unas vacaciones o un día santo, un
tiempo para que el pueblo de Dios descanse con El y disfrute de Su provisión con El.
Tres veces al año, Dios ordenó periodos especiales de fiesta para los israelitas. Los tres
festivales principales eran la Pascua, incluyendo la fiesta de los panes sin levadura, la
fiesta de las semanas (Pentecostés); y la fiesta de los tabernáculos. En aquellos tiempos,
al pueblo no se le permitía hacer ninguna labor; todo aquel que laborara en esos días
debería ser destituido del pueblo de Dios (Lv. 23:30). Esta fiesta le complacía al Señor
porque era una adoración para El. Según el concepto humano, la gente debe trabajar
siempre; pero según el concepto divino, el pueblo de Dios debía cesar su labor en los
tiempos de fiesta para descansar de su trabajo y festejar con Dios en adoración a Él.
En el versículo 3, Moisés y Aarón dijeron a Faraón: “Iremos pues, ahora, camino de tres
días por el desierto”. El hecho de que este versículo habla de tres días, y no de dos, ni
cuatro, ni cualquier otro número, es algo bastante significativo. En la Biblia, el número
tres, particularmente tres días, representa la resurrección. El Señor Jesús resucitó en el
tercer día. Después de caminar tres días, los hijos de Israel pasaron a través del mar
Rojo, en el cual fueron sepultadas las fuerzas egipcias. Después de pasar a través del
mar, el pueblo de Dios estaba en resurrección. Ellos habían pasado a través de la muerte
en la noche de la Pascua, y fueron sepultados en el mar Rojo. Por consiguiente, después
de un viaje de tres días, el pueblo escogido por Dios y rescatado por El estaba en
resurrección.
Algunos se preguntarán cómo los hijos de Israel pudieron ser sepultados tanto en el mar
Rojo como en el río Jordán. Eso no es difícil de entender si lo vemos a la luz de nuestra
experiencia cristiana. El día en que fuimos salvos, fuimos salvos dentro de la muerte de
Cristo. Desde aquel momento, hemos sido sujetos a la eficacia de la muerte de Cristo.
Esto significa que en nuestra experiencia, somos sacrificados y sepultados
continuamente. Yo no les puedo decir cuántas veces he pasado por esta crucifixión y
sepultura. Esto indica que nuestra experiencia cristiana inicial y básica es igual en
naturaleza que nuestra experiencia más adelantada. Todo lo que experimentemos en la
madurez de nuestra vida espiritual será lo mismo en principio que nuestra experiencia
inicial, en el día de nuestra salvación. Cuando fuimos salvos, fuimos colocados dentro de
la muerte de Cristo. Fuimos sepultados, y fuimos resucitados. No podemos agotar la
experiencia de esta muerte, sepultura y resurrección. Experimenté todo esto en el día de
mi salvación, aunque en aquel tiempo no tuve ningún conocimiento de ello. Después de
salir de la reunión del evangelio en la cual fui salvo, sentía que mientras caminaba en la
calle, estaba en el desierto, estar en el desierto significa estar al otro lado del mar Rojo
en resurrección. Estar en esta posición significa ser un hebreo, uno que cruza los ríos y
que es resucitado y transformado. Esta es la experiencia normal de la salvación. Todo
aquel que ha sido salvo de una manera normal ha caminado tres días por el desierto y ha
experimentado la muerte, la sepultura, y la resurrección.
Jehová también exigía de Faraón que permitiera a los hijos de Israel hacer sacrificio a
Jehová su Dios (v. 3). Sacrificar es semejante a festejar. Para los hijos de Israel, la fiesta
era una fiesta, pero para Dios era un sacrificio. Sin un sacrificio, no se podía festejar
nada. Lo que los hijos de Israel habían de festejar era el sacrificio que ofrecerían a Dios.
Un ejemplo de esto es la Pascua. El cordero sacrificado a Dios era alimento para los
hijos de Israel. Esto revela que la fiesta y el sacrificio son dos aspectos de una sola cosa.
Todo lo que sacrificamos a Dios se convierte espontáneamente en nuestra fiesta. Esto
también es una adoración dispensacional. Esta clase de adoración no exige que nos
postremos delante del Señor. Dios no dijo: “Deja que Mi pueblo vaya al desierto para
que allí se postren delante de Mi”. Dios no quiere que Su pueblo haga eso. El desea que
ellos le ofrezcan un sacrificio y lo festejen.
En la exigencia que Dios puso sobre Faraón, vemos una salvación perfecta y completa
para Su pueblo. Esta salvación incluye el rescate del pueblo por parte de Dios de las
manos usurpadoras de Satanás y el llevarlos al desierto en resurrección para que lo
festejen y le ofrezcan un sacrificio. ¡Qué salvación más maravillosa!
Un Faraón es una persona que impide que el pueblo de Dios festeje al Señor. Por
ejemplo, cinco hermanos pueden vivir juntos en una casa de hermanos. Tres de ellos
quizá deseen asistir a la reunión de la iglesia como lo hacen de costumbre, pero los
demás pueden restringirlos y alentarlos a quedarse en casa. Al hacer eso, estos dos
hermanos se convierten en faraones. Cada vez que impedimos a los demás que le
ofrezcan sacrificio al Señor o que lo festejen, somos un faraón. Por ejemplo, los padres
pueden preocuparse por la educación de sus hijos y prohibirles asistir a las reuniones de
la iglesia y requerir que dediquen un tiempo exagerado al estudio. Cuando los padres se
comportan de esta manera, son faraones para sus hijos.
Para nosotros los cristianos, el reunirse es un asunto muy serio. Cuando nos reunimos
según la disposición del Señor, celebramos una fiesta al Señor y presentamos sacrificio a
nuestro Dios. Supongamos que nosotros los cristianos no tuviésemos una reunión
adecuada. ¿Qué podría hacer el Señor en esta tierra? El Señor no podría hacer nada y El
no recibiría ninguna adoración verdadera. Así vemos que la reunión adecuada entre los
cristianos es de vital importancia.
Quizá algunos hijos de Israel hayan pensado que siempre que fueran liberados de las
manos de Faraón y de Egipto, todo estaría bien. Pero eso no era correcto. El pueblo
escogido de Dios no sólo debía salir de Egipto, sino que también debía celebrar una
fiesta al Señor en el desierto y presentarle sacrificio. Por su naturaleza, una fiesta es un
asunto corporativo. Nadie puede celebrar una fiesta por sí mismo. Para celebrar una
fiesta, debemos estar juntos con muchos otros. Cuanto más gente haya, mejor.
Supongamos que se prepara una cena con muchos platos y se presenta sobre la mesa en
casa y que usted se sienta para comer solo. ¿Es ésta una fiesta? ¡Ciertamente no! Para
que sea un fiesta, usted debe invitar a mucha gente a comer con usted. Si pocas personas
le acompañan, esta comida todavía no es una fiesta. Usted necesita muchas personas.
Del mismo modo, ningún cristiano puede celebrar una fiesta para el Señor estando solo
o únicamente con unos pocos creyentes. El debe asistir a una reunión apropiada de
cristianos.
Perderse una reunión de la iglesia significa perderse una fiesta y perder el disfrute. La
pérdida que sufrimos de esta manera no es tan grave como la pérdida que Dios sufre. Si
no asistimos a la fiesta, Dios no tiene ninguna fiesta y no recibe el sacrificio. Que todos
quedemos impresionados profundamente por la importancia de esto.
En el versículo 7, Faraón mandó a sus capataces y a los que tenía a su cargo: “De aquí en
adelante no daréis paja al pueblo para hacer ladrillo, como hasta ahora; que vayan ellos
y cojan por sí mismos la paja”. En lugar de dejar ir a Israel, Faraón en realidad
incrementó su labor con mucho rigor. El aún pidió que no se les diera más paja. Pasa lo
mismo en nuestra experiencia. Cuando Dios está a punto de rescatar cierta persona del
mundo actual, Satanás retira la “paja” de esta persona, es decir, lo despoja del
suministro del mundo. Esto obliga a esta persona a trabajar con más rigor para poder
vivir.
En el versículo 8, Faraón dijo: “Y les impondréis la misma tarea de ladrillo que hacían
antes, y nos les disminuiréis nada”. Aquí vemos que aunque Faraón cortó el suministro
de paja, y aún requería de ellos el mismo número de ladrillos. Esto indica que al pueblo
de Dios le resultaba mucho más difícil cumplir su labor cotidiana. Muchos cristianos
han experimentado algo parecido. Después de ser llamados por Dios, les cuesta más
trabajo ganarse la vida que antes de ser salvos. Por el solo hecho de que fueron tocados
por Cristo, Satanás les quitó su “paja” sin disminuir sus exigencias. Por consiguiente, les
resultó más difícil ganarse la vida.
c. Los tildó de ser ociosos
Además, Faraón dijo de los hijos de Israel: “Porque están ociosos, por eso levantan la
voz diciendo: vamos y ofrezcamos sacrificios a nuestro Dios” (v. 8). Según Faraón, los
israelitas querían ir al desierto a ofrecer sacrificio a su Dios porque estaban ociosos. A
los ojos de los faraones de hoy, particularmente a los ojos de los que se oponen a
nosotros y de los incrédulos, nosotros en el recobro del Señor estamos ociosos. Nos
acusan de ocio porque venimos al local de reunión muy seguido o por asistir a las
reuniones del ministerio de la Palabra. Nos condenan diciendo que no queremos
trabajar, estudiar ni cuidar nuestros hogares y familias. Según su manera de entender,
usamos las reuniones como pretexto para estar ociosos.
En el versículo 9, Faraón dijo: “Agrávese la servidumbre sobre ellos, para que se ocupen
en ella, y no atiendan a palabras vanas” (heb.). Faraón no quería que el pueblo de Dios
pusiera atención a lo que él consideraba “palabras vanas”. No obstante, estas “palabras
vanas” eran en realidad la Palabra de Dios. Pasa lo mismo en la actualidad. Los faraones
actuales consideran la palabra de Dios como palabras vanas. En cuanto a ellos, los que
escuchamos la palabra de Dios como es proclamada en las reuniones de la iglesia y en
las reuniones del ministerio estamos escuchando palabras vanas.
Lo que hacemos en la vida de iglesia puede parecer ocio a los ojos de la gente mundana,
pero lo que ellos hacen es vanidad a los ojos de Dios. Egipto está lleno de ocupaciones.
Cualquier persona que se encuentra todavía bajo el cautiverio de Egipto está muy
ocupada. Pero en cuanto alguien es rescatado de Egipto y es llevado al desierto, él se
hará ocioso. ¿Qué prefiere usted: estar ocupado o estar ocioso? Yo prefiero esta clase de
ocio. Ciertamente yo no soy una persona perezosa, pero yo deseo estar en lo que Faraón
llama ocio. Por ejemplo, disfruto limpiar mi casa y me gusta trabajar en el jardín. Pero
después de pasar cierto tiempo limpiando o trabajando de esta manera, quizá necesite
decir: “Satanás, basta. No haré ningún trabajo ahora. Más bien, estaré ocioso delante del
Señor”. ¡Qué bueno es estar ocioso de esta manera!
Hay momentos en que todos nosotros deberíamos decir: “Satanás, basta. Ahora es
tiempo de que yo esté ocioso”. Estar ocioso en este sentido significa festejar al Señor y
presentarle sacrificio. A los ojos de la gente mundana, la vida de iglesia es una vida de
ocio. En realidad, no estamos ni ociosos ni ocupados: estamos festejando y presentando
sacrificios. Delante del Señor, ésta es la clase de vida humana apropiada.
La salvación de Dios consiste en rescatarnos de las ocupaciones e introducirnos en el
ocio. Hoy la gente está demasiado ocupada cuidando las cosas de esta vida. Algunos son
tan industriosos que no tienen tiempo de festejar al Señor. Debemos ser liberados de
estas ocupaciones a fin de tener más tiempo para el ocio. Una persona perezosa debería
ser adiestrada a estar ocupada. No obstante, alguien que está demasiado ocupado debe
ser adiestrado a estar ocioso, es decir, a pasar algún tiempo con los santos en las
reuniones de la iglesia. La vida cristiana no es una vida de ocupaciones mundanas, sino
una vida de ocio apropiado. No debemos estar ocupados con las cosas de esta vida hasta
el punto de descuidar la palabra de Dios. ¡Cuánto disfrutamos el estar ociosos y prestar
atención a las “palabras vanas” de Dios en las reuniones de la iglesia!
Nuestra existencia tiene como propósito vivir para Cristo. Sin nuestra existencia
humana, no podemos vivir a Cristo. Pero actualmente los que están en el mundo caído
sólo cuidan de su existencia; no se preocupan por el propósito de su existencia. Existir
es un cosa, pero existir para el propósito divino es otra. El propósito ordenado por Dios
para nuestra existencia es vivir a Cristo, expresar a Dios, y tener el testimonio de Dios.
Pero la gente de este mundo tiene solamente su existencia; no tiene ningún propósito.
Finalmente, hacen de su propia existencia el propósito de su existencia. No conocen
nada más que la existencia. Satanás aprovecha la existencia de los seres humanos o del
vivir humano y usa esta existencia para usurpar a la gente para que hoy el mundo entero
cuide solamente la existencia, y no el propósito de Dios en la existencia.
Todas las cosas necesarias a nuestra existencia humana deben estar bajo una limitación
divina. Todo lo que exceda nuestra necesidad se convierte en algo mundano, algo
“egipcio”, algo de Faraón, y nos impide cumplir la economía del propósito de Dios. En
todas las cosas, la economía de Dios debe ser el factor decisivo. Nuestro vivir no debe
parecerse al de los “egipcios”, la gente mundana. Necesitamos un lugar para vivir, y
debemos mantener nuestra casa limpia, pero si seguimos con nuestra limpieza cuando
es tiempo de ir a la reunión, nuestra limpieza se hace “egipcia”, algo fuera de la
economía del propósito de Dios. No estamos en la tierra para limpiar sino para festejar
al Señor. Aún el tiempo que pasemos con nuestros hijos debe ser decidido por la
economía de Dios. Otros cristianos pueden actuar como la gente del mundo, pero
debemos ser un pueblo santo, un pueblo separado.
En 6:6-8, el Señor le dio a Moisés algunas palabras bastante alentadoras que él debía
hablar a los hijos de Israel. El deseaba que Moisés les dijera que El los sacaría del yugo
de los egipcios, y los redimiría con Su brazo extendido, que los tomaría por pueblo, y
que los llevaría a la tierra que El había prometido a Abraham, Isaac, y Jacob. No
obstante, el versículo 9 afirma: “De esta manera habló Moisés a los hijos de Israel; pero
ellos no escuchaban a Moisés a causa de la congoja del espíritu y de la dura
servidumbre”. El espíritu de ellos estaba agotado por los sufrimientos. Por consiguiente,
no querían considerar la palabra que Dios dio a Moisés. En su carencia de espíritu, el
pueblo de Dios se parecía a un carro sin gasolina. Cuando nosotros carecemos de
espíritu, no podemos soportar ninguna clase de cautiverio ni de sufrimiento. Por tanto,
debemos orar para que nuestro espíritu sea preservado y suministrado. Debemos pedir
al Señor que nos guarde de carecer de espíritu.
En este mensaje, hemos visto el conflicto entre Dios y el enemigo de Dios, Faraón, que
representa a Satanás objetivamente y el yo poseído y usurpado por Satanás de manera
subjetiva. Dios desea que caminemos tres días por el desierto para que le celebremos
una fiesta y le presentemos un sacrificio. Pero Satanás y el yo se levantan para negar a
Dios y rehusar dejarnos ir. No obstante, debido a la plena salvación del Señor, muchos
de nosotros hemos sido liberados del cautiverio en Egipto y estamos ahora en el desierto
disfrutando de la fiesta y ofreciendo un sacrificio a nuestro Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CATORCE
Después del primer conflicto entre Dios y Faraón, Moisés, quien era el representante de
Dios, fue perturbado y desalentado (5:22-23). En 6:1-8, Dios le habló a Moisés con
firmeza acerca de Su nombre y de Su pacto. Debido a que carecemos de la experiencia
del nombre de Dios y no entendemos verdaderamente el pacto de Dios, debemos
estudiar estos asuntos en este mensaje.
B. El Shadai
En 6:3, Dios dijo a Moisés: “Y aparecí a Abraham, a Isaac, y a Jacob como Dios
Omnipotente, más en Mi nombre JEHOVA no me di a conocer a ellos”. Durante años,
no podía entender este versículo. Yo sabía que según ciertos versículos de Génesis,
Abraham, Isaac y Jacob conocían el nombre Jehová (Gn. 12:4; 26:25; 32:9). ¿Cómo
podemos reconciliar estos versículos con lo que dice el Señor en 6:3? La respuesta se
encuentra en el hecho de que una cosa es conocer un nombre particular y otra es
conocer a Dios por este mismo nombre. Por ejemplo, la gente en todo el mundo conoce
el nombre de Jesús. No obstante, no todos los que conocen este nombre conocen al
Señor por este nombre. Conocer el nombre de Jesús es una cosa, pero conocer al Señor
Jesús en nuestra experiencia por Su nombre es otra cosa. Jesús significa Jehová el
salvador. La gente quizá conozca el nombre de Jesús, pero tal vez no tenga ninguna
experiencia de Jehová el Salvador.
C. Jehová
Así como el Shadai es el nombre de Dios que nos suministra y nos da la promesa, Jehová
es Su nombre para la existencia y el cumplimiento. Como Jehová, Dios es el Dios que
existe (Ex. 3:14; Jn. 8:24, 28, 58), y el Dios que cumple (Ex. 6:6-8). Abraham, Isaac y
Jacob murieron sin disfrutar el cumplimiento de la promesa (He. 11:13). En la
experiencia de ellos, Dios era el omnipotente, pero no fue Jehová. Para ellos, El era el
Dios de la promesa, pero no fue el Dios que cumple. Cuando Dios habló a Moisés en 6:1-
8, El no habló como el Shadai, el Dios de la promesa, sino como Jehová, el Dios que
cumple. Aquí Dios no hizo una promesa a Moisés acerca de la buena tierra; por el
contrario, El vino a cumplir la promesa que le había hecho a Abraham, Isaac y Jacob.
Cuando Dios hizo un pacto con Abraham en Génesis 15, El indicó en los versículos 13 y
14 que la promesa acerca de la buena tierra se cumpliría cuatrocientos años más tarde.
Este periodo de tiempo se completó cuando Moisés cumplió la edad de ochenta años.
Esto indica que lo que fue una promesa para Abraham se cumplió para Moisés y a los
hijos de Israel. Por consiguiente, en el capítulo seis, Dios se presentó a Moisés y a los
hijos de Israel, no como el Dios omnipotente, sino como Jehová.
Para ser el Dios del cumplimiento, El debe ser el Dios que existe, es decir, El debe ser
Aquel que existe por Sí mismo. El verbo ser se aplica solamente a Él. Este verbo es un
compuesto básico del nombre Jehová. En este universo, solamente El es El que existe
por Sí mismo. Como el Dios de la promesa, El es el Shadai; pero como el Dios que
cumple lo que Él ha prometido, El es Jehová, Aquel que es. La existencia de Dios no
depende de nada fuera de Sí mismo. El existe eternamente, pues no tiene ni comienzo ni
fin. Como Jehová, Dios simplemente es.
Hace aproximadamente cuatro mil años, Dios hizo una promesa a Abraham acerca de la
buena tierra. La promesa de Dios todavía no se ha cumplido en Abraham, porque éste
todavía no ha sido resucitado. Si Dios no fuera el que existe por Sí mismo y el que existe
para siempre, la promesa que fue hecha hace miles de años no podría ser cumplida. No
obstante, puesto que Dios es y siempre será, El no puede faltar a Su promesa. En este
universo existe una persona que es, y esta persona es el Dios del cumplimiento. Todo lo
que diga sucederá. Jehová cumplirá Su palabra.
Abraham, Isaac y Jacob experimentaron a Dios como el Dios que suple y como el Dios
de la promesa. Lo conocieron a El por el nombre el Shadai. Pero ellos no recibieron el
cumplimiento de la promesa, y por esta razón no lo conocieron por el nombre Jehová,
aunque como lo hemos señalado, sí conocieron este nombre. Ellos murieron en la fe sin
recibir el cumplimiento de la promesa. Pero en Éxodo 6, Dios vino para cumplir Su
promesa a Abraham, Isaac y Jacob. Por esta razón, Dios dijo a Moisés: “Yo soy Jehová”
(6:2). Esto significa que Dios habló a Moisés, y por medio de él, a los hijos de Israel,
como Jehová, como Aquel que es.
Durante años, se me hizo difícil entender Juan 8. En tres ocasiones en este capítulo el
Señor se refiere a Sí mismo como el “Yo Soy” (vs. 24, 28, 58). En el versículo 58, el Señor
Jesús declaró: “De cierto, de cierto, os digo, antes que Abraham fuese, Yo Soy”. Como el
gran Yo Soy, el Señor es el Dios eterno, que existe para siempre. Por tanto, El es antes
que Abraham. En términos espirituales, Juan 8 puede ser comparado con Éxodo 3,
donde el Señor se revela a Sí mismo a Moisés como el Yo Soy (v. 14).
Así mismo Dios se presentó a Moisés como Jehová, y no como el Shadai. Parece que el
Señor estaba diciendo: “Moisés, tus antepasados me conocieron por el nombre el
Shadai. Pero ahora quiero que tú me conozcas y me experimentes por otro nombre, por
el nombre Jehová, el nombre de Aquel que es. Yo cumpliré todo lo que he prometido”.
El Señor habló de esta manera a Moisés porque él se había quejado ante El por el
resultado de su negociación con Faraón. Moisés le dijo que Faraón hacía maldades al
pueblo. Además, Moisés dijo: “Y Tú no has librado a Tu pueblo” (5:23). Por
consiguiente, Dios le dijo a Moisés que El era Jehová. El deseaba que Moisés y todos los
hijos de Israel lo conocieran por este nombre y que ellos lo experimentaran como el Dios
que existe y el Dios que cumple. Mientras el Señor alentaba a Moisés, El parecía decir:
“Moisés, no estés perturbado ni desalentado. Debes entender que estoy aquí no
solamente como el Shadai, sino como Jehová. Es tiempo de que Me experimentes como
el Yo Soy. Como Jehová, como Aquel que existe para siempre, cumpliré Mi pacto”.
Cuando Dios se presentó a Moisés, El no vino como el Shadai, sino como Jehová. El no
vino para prometer, sino para cumplir lo que ya había prometido. Por tanto, Moisés no
necesita estar desilusionado ni desalentado. Dios había venido a su situación como
Aquel que existe y que cumple.
Esto no debería ser una simple doctrina para nosotros, sino nuestra experiencia
práctica. En el recobro del Señor actual no estamos en la etapa de la promesa, sino en la
etapa del cumplimiento. La etapa del cumplimiento incluye el cumplimiento de las
promesas hechas tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Una de
las promesas del Nuevo Testamento es lo que dijo el Señor: “Edificaré Mi iglesia” (Mt.
16:18). Esta palabra se cumple entre nosotros hoy. Esto indica que experimentamos al
Señor no sólo como el Shadai, sino también como Jehová.
Hace más de cuarenta años, la iglesia se estableció en mi ciudad natal. Yo estaba muy
ocupado con mi trabajo en una compañía importante. También los asuntos de la iglesia
me tomaban mucho tiempo. Era necesario que yo hablara en las reuniones de la iglesia
por lo menos cuatro veces por semana. La bendición del Señor estaba sobre nosotros, y
el número de santos aumentaba. Sentía cada vez más la carga de abandonar mi trabajo
para servir al Señor de tiempo completo. En un periodo de varios meses, acudí al Señor
en cuanto a este asunto en muchas ocasiones, pero no pude tomar ninguna decisión. El
Señor no quería dejarme ir, y por esta razón, yo no podía comer bien ni dormir a gusto.
Finalmente, llegué al punto en que no pude seguir adelante hasta que este asunto
estuviese solucionado. Una noche mientras estaba con el Señor, El me recordó que yo
había prometido servirle a El de tiempo completo. Le dije que había hecho esa promesa
antes de tener esposa e hijos. Ahora estaba muy preocupado por la manera en que podía
sostener a mi familia si tuviese que abandonar mi trabajo para servir al Señor. Antes de
aquel tiempo, llegué a conocer las promesas de Dios acerca de Su provisión. Yo sabía
que si buscamos el reino de Dios y Su justicia, todo lo que necesitamos nos será añadido.
No obstante, no conocía a Dios como el Dios que cumple. Aquella noche el Señor no sólo
me reveló Su palabra, sino que también se reveló a Sí mismo como Aquel que cumple
Sus promesas. Entonces el Señor me dio un ultimátum: ya fuese que lo tomara a Él o
que no lo tomara. Mientras me levantaba de mi posición arrodillada, dije con lágrimas:
“Señor, yo Te tomo”. Cuando me puse de pie, sabía dentro de mí que el asunto estaba
solucionado. Desde aquel momento hasta ahora, el Señor ha sido real para mí como el
Dios que cumple. Lo he experimentado repetidas veces como el Yo Soy. Puesto que El es
el Yo Soy, Jehová nunca fracasa. El nunca deja de existir; El es y siempre será. Con los
años y la experiencia que tengo, puedo testificar que Dios es. ¡Aleluya, podemos
conocerlo, no solamente como el Dios omnipotente, sino también como Aquel que es!
Faraón era mucho más poderoso que los hijos de Israel. No obstante, al poco tiempo,
Faraón fue reducido a nada. El pudo resistir al Señor sólo por un corto periodo de
tiempo. Después de que Faraón había dejado de ser, Jehová todavía era.
En el capítulo seis, el Señor alentó a Moisés a darse a conocer a él como Jehová. Parece
que el Señor estaba diciendo: “Moisés, debes conocerme por el nombre Jehová. Debes
conocerme conforme a Mi ser, conforme a Mi existencia. Puesto que Yo soy el gran Yo
Soy, ¿por qué razón estás desalentado?” Aquí el Señor adiestraba a Moisés a
experimentarlo a Él y a conocerlo por el nombre Jehová.
Ahora veremos el pacto de Jehová Dios. En Génesis 12, Dios hizo una promesa a
Abraham. En Génesis 15, esta promesa se convirtió en un pacto, y en Génesis 17, la
circuncisión fue promulgada como señal de este pacto. Por tanto, lo que Dios dio a
Abraham, no fue solamente una promesa, sino también un pacto con una señal.
La promesa de Dios es Su palabra (Ro. 9:9). Cuando Dios afirma que El hará cierta cosa
por nosotros, esta palabra es una promesa. Pero cuando se añade un juramento a la
promesa, ésta se convierte en un pacto que asegura la palabra de Dios. Este pacto se
parece a un contrato.
En 6:8, el Señor dijo a Moisés: “Yo os meteré en la tierra por la cual alcé Mi mano
jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob; y Yo os la daré por heredad, Yo
Jehová”. La promesa que el Señor dio a Abraham, Isaac y Jacob fue un pacto que hizo al
levantar Su mano. Levantar la mano de esta manera significa hacer un juramento, un
voto. En Génesis 14, Abraham dijo al rey de Sodoma que él había levantado su mano al
Dios altísimo en señal de que él no tomaría nada de él (vs. 22-23). Esto significa que
Abraham hizo un juramento acerca de este asunto particular. En el Antiguo Testamento,
la mano era levantada cuando se hacía un pacto. Pero en el Nuevo Testamento, toda
persona del Señor Jesús ha sido levantada. En Juan 8:28, el Señor dijo: “Cuando hayáis
levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo soy”. Al levantar al Señor
Jesús, Dios hizo un gran juramento que hicieron de Sus promesas el nuevo pacto. En los
cuatro evangelios, El Señor hizo muchas promesas. Cuando El fue levantado en la cruz,
estas promesas se convirtieron en el nuevo pacto. Ahora todo el Nuevo Testamento es
un pacto, un contrato firmado y avalado por el Cristo levantado.
Al hablar a Moisés acerca del pacto, tal parece que Dios le dijo: “Moisés, ¿no entiendes
que Yo hice un pacto con tus antepasados? Yo he levantado Mi mano para llevar a Mi
pueblo a la buena tierra. ¿Crees que Faraón puede impedirme llevar a Mi pueblo a la
tierra prometida? Moisés, no te desanimes. Yo soy, pero Faraón no es. Yo soy Jehová y
cumplo Mi pacto. Llevaré Mi pueblo a la buena tierra y se la daré por herencia. Moisés,
sé alentado con Mi pacto y con Mi nombre actual”.
En la actualidad nosotros también tenemos el nombre del Señor y Su pacto. Lo que
estamos haciendo en el recobro del Señor no es conforme a nuestra imaginación. Es
conforme al pacto de Dios. En el pasado, hemos dicho al Señor que lo que practicamos
es conforme a Su palabra. De ahora en adelante, debemos decirle que lo que hagamos es
conforme a Su pacto, el pacto mismo que El ha jurado cumplir. Al combatir por los
intereses del Señor, no sólo permanecemos con la pura palabra de Dios, sino también
con Su pacto. Este pacto fue avalado cuando el Señor Jesús fue levantado en la cruz y al
trono.
Algunos dicen que es imposible practicar la vida de iglesia hoy. También afirman que el
Señor no puede tener Su recobro. No parecen entender que el recobro del Señor está
prometido en Su pacto. Deseo recalcar el hecho de que el recobro no es conforme a
nuestro pensamiento, previsión, ni imaginación. Ni siquiera es conforme a nuestra
visión. El recobro del Señor es totalmente conforme a Su pacto. En este pacto, el Señor
Jesús dijo: “Edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). En el transcurso de los años, el enemigo ha
intentado destruir el recobro. No obstante, puesto que el recobro es conforme al pacto
de Dios, no puede ser destruido.
Reconocemos que el camino del recobro del Señor no es fácil. Pasó lo mismo con los
hijos de Israel en el libro de Éxodo. Antes de que ellos fueran librados del cautiverio,
había muchos conflictos entre Dios y Faraón. Faraón no fue fácilmente disciplinado. Del
mismo modo, el Faraón actual, Satanás, y el yo poseído y usurpado por Satanás,
tampoco son fácilmente disciplinados. A veces podemos estar desanimados, así como lo
estaban Moisés y los hijos de Israel. En esos momentos, debemos recordar a Jehová y a
Su pacto.
¡Qué extraño fue el hecho de que Dios no aniquiló a Faraón con un solo golpe! Por el
contrario, El se empeñó en tener conflicto con él a propósito. El endureció el corazón de
Faraón. Si yo fuese Moisés, habría dicho: “Señor, puesto que Tú has endurecido el
corazón de Faraón, ¿por qué me mandas a él?” Al disciplinar a Faraón de esta manera, el
Señor adiestraba a Moisés y a los hijos de Israel para que lo conocieran a El por el
nombre Jehová y que conocieran a Su pacto. Por muy intenso que haya sido el conflicto,
finalmente Jehová cumplió Su pacto.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE QUINCE
Hemos señalado que el llamado que hizo Dios a Moisés en los capítulos tres y cuatro de
este libro es el llamado más completo de toda la Biblia. Cuando El llamó a Moisés, El
pasó mucho tiempo con él, y Moisés recibió revelación e instrucciones también. El
obedeció a la palabra de Dios e hizo todo lo que Dios le había encargado. No obstante,
las cosas no salieron como Moisés lo esperaba. Para su sorpresa fue vencido, Faraón fue
victorioso, y los hijos de Israel sufrieron aún más. Esta fue la razón por la cual él se
quejó al Señor acerca de la situación.
El segundo asunto fue la incredulidad de los hijos de Israel. Según nuestro concepto
natural, las personas a las cuales somos enviados deberían ser como la casa de Cornelio,
preparados apropiadamente y listos para recibir nuestra palabra. Pensamos que si Dios
nos manda a hablar a la gente en cierto lugar, sus corazones se abrirán y recibirán todo
lo que digamos. No obstante, debido a su incredulidad, los hijos de Israel no escucharon
a Moisés. En lugar de ser alentado por los hijos de Israel, él fue distraído, desalentado y
desanimado por ellos.
Esta es una lección para nosotros. Si Dios nos designa para dirigir a cierta gente, no
debemos esperar que ellos nos reciban de manera positiva. Supongamos que Dios le
establece como anciano en una iglesia. No se imagine que aquellos que están en esa
iglesia le apoyarán o creerán todo lo que usted diga. Por el contrario, prepárese a
enfrentar la incredulidad de las personas a las cuales usted es enviado.
Tercero, Moisés tuvo que ser adiestrado en cuanto a la terquedad de Faraón. Faraón no
fue sometido fácilmente. Si hubiésemos sido Moisés en esa situación y hubiéramos
tenido que enfrentarnos a la terquedad de Faraón, sin lugar a dudas habríamos estado
muy desanimados.
En cuarto lugar, Moisés tuvo que ser adiestrado acerca de su concepto natural. Lo vemos
en el hecho de que él estaba apegado a sus labios incircuncisos y en que descuidaba la
palabra infalible de Dios. En 6:12, Moisés pidió al Señor: “He aquí, los hijos de Israel no
me escuchan; ¿cómo, pues, me escuchará Faraón, siendo yo de labios incircuncisos?”
Esta pregunta hizo que el Señor le dijera a Moisés una larga palabra infalible. Pero aún
después de esto, Moisés todavía dijo: “He aquí, yo soy de labios incircuncisos; ¿cómo,
pues, me ha de oír Faraón?” (v. 30). Esto indica que Moisés estaba apegado a sus
facultades naturales y descuidaba la palabra infalible de Dios. Hemos visto que ni los
hijos de Israel ni Faraón escucharon al Señor. Aquí vemos que ni siquiera Moisés lo
escuchó.
Al adiestrar más a Moisés, Dios también le habló con firmeza acerca de su ordenación.
Moisés había sido escogido por Dios y había recibido la comisión de ser Su
representante.
Finalmente, Dios adiestró a Moisés acerca de Su mano fuerte y de Sus grandes juicios
(7:4). Por tanto, el último punto del adiestramiento de Dios es Su mano, la cual apoya
Su nombre, Su pacto y Su palabra infalible. Es esta mano fuerte la que vence a Faraón, a
los egipcios y convence a todos, incluyendo a los hijos de Israel, de que Dios es Jehová.
Por el lado positivo, el adiestramiento adicional que Moisés recibió de parte de Dios
abarcó cinco cosas: el nombre de Dios, el pacto de Dios, la palabra infalible de Dios, la
ordenación de Dios, y la mano fuerte de Dios. Por el lado negativo, este adiestramiento
abarcó tres asuntos: la incredulidad de los hijos de Israel, la terquedad de Faraón y el
concepto natural de Moisés. Como enviados, todos debemos conocer estos cinco puntos
positivos y estas tres cosas negativas. Debemos aprender que el pueblo escogido de Dios
está lleno de incredulidad, que el enemigo es terco, y que nosotros somos naturales. No
obstante, tenemos el nombre de Dios, el pacto de Dios, la palabra infalible de Dios, la
ordenación de Dios y la mano fuerte de Dios.
Después del adiestramiento adicional que recibió Moisés en los capítulos seis y siete, no
recibió más ningún entrenamiento suplementario. Parece que Moisés se había graduado
del entrenamiento de Dios al final del capítulo cuatro. Sin embargo, él no tenía ninguna
experiencia. Debido a esta falta de experiencia, él tuvo que pasar por un entrenamiento
adicional. En el capítulo siete, Moisés se graduó de verdad de la escuela de
adiestramiento de Dios. Para que aprendamos del adiestramiento adicional dado a
Moisés, consideremos ahora uno por uno los seis aspectos de este adiestramiento
cubierto en 6:1—7:7.
Dios aseguró a Moisés que los hijos de Israel serían liberados del cautiverio egipcio (6:1,
6-7; 7:5). Esta era una palabra infalible, que difiere de una palabra de promesa.
Mientras Dios aseguraba a Moisés, parece que El estaba diciendo: “Moisés, olvídate de
la incredulidad del pueblo, olvídate de Faraón, y olvídate de la condición de tus labios.
Más bien, sé impresionado por Mi palabra infalible. Yo soy Jehová, y Yo recuerdo el
pacto que Yo he establecido. Según Mi pacto, ciertamente libraré a los hijos de Israel del
país de Egipto. Moisés, cree en esta palabra infalible y ocúpate en ella. Te aseguro que
Mi pueblo escogido será liberado”.
B. Tomaría a los hijos de Israel por Su pueblo
En 6:7, el Señor dijo: “Os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios”. Aquí Dios le
aseguró a Moisés que El tomaría a los hijos de Israel por Su pueblo y que El sería el Dios
de ellos. El Señor no quería que Moisés le dijera cuán malo era el pueblo y cómo
rehusaron escuchar su palabra. Por el contrario, El quería que Moisés creyera y
declarara que los hijos de Israel eran el mejor pueblo en la tierra. El Señor los amaba;
ellos eran Su tesoro especial.
En el versículo 7, el Señor dijo también: “Y vosotros sabréis que Yo soy Jehová vuestro
Dios que os sacó de debajo de las tareas pesadas de Egipto”. El Señor quería hacer todo
lo que fuese necesario para darse a conocer como Jehová Dios a los hijos de Israel. Para
asegurarle eso a Moisés, El le repitió continuamente las palabras: “Yo soy Jehová”.
Además, el Señor aseguró a Moisés que El haría de los hijos de Israel Su ejército (6:26;
7:4). Eso significa que El los usaría para combatir por El. ¡Qué palabra infalible fue ésta!
Finalmente, en 6:8, el Señor dijo: “Yo os meteré en la tierra por la cual alcé Mi mano
jurando que la daría a Abraham, a Isaac, y a Jacob; y Yo os la daré por heredad, Yo
Jehová”. El Señor no quiso escuchar ninguna queja acerca de Su pueblo escogido. El los
tomaría como Su pueblo. El los haría Sus ejércitos y los llevaría a la buena tierra como lo
había prometido. Esta era la palabra infalible que Dios le dirigió a Moisés.
Naturalmente hablando, lo que dijo Moisés al Señor acerca de los hijos de Israel y de
Faraón era cierto. Pero Dios no creía esa situación. Por el contrario, El creía en Sí
mismo, en Su pacto y en Su palabra infalible. El también creyó en lo que Su mano
poderosa podía cumplir. Finalmente, Dios hizo efectivamente de los hijos de Israel Sus
ejércitos. Mire lo que sucedió en la conquista de Jericó. Mientras los hijos de Israel
marchaban alrededor de esa ciudad, los ángeles en los cielos deben haberse regocijado
al ver el ejército que Dios había ganado para vencer a Su enemigo. Puesto que Dios creyó
en lo que El podía hacer, El no prestó ninguna atención a la situación exterior, en cuanto
a la incredulidad de Su pueblo y la terquedad de Faraón.
La palabra infalible que dirigió el Señor a Moisés debería alentarnos en el recobro del
Señor. Algunos dicen que es imposible tener el recobro de la vida de iglesia hoy. No
obstante, si esto no fuera posible, entonces el Señor Jesús no tendría la manera de
volver. Por el bien de Su regreso, El necesita que la iglesia sea edificada. Sólo la iglesia
edificada según el deseo del Señor puede ser el escalón que nos lleva a la era del reino.
En Mateo 16:18, el Señor dijo: “Edificaré Mi iglesia”. Por consiguiente, creemos que es
totalmente posible tener el recobro de la vida apropiada de iglesia hoy. Tenemos la
promesa del Señor y Su palabra infalible.
Debemos recordar que el recobro del Señor no se originó con nosotros. Lo que estamos
haciendo en el recobro actualmente no es conforme a nuestro plan, sino según el pacto
del Señor y Su palabra infalible. El Señor Jesús dijo que El edificaría Su iglesia. Esto se
está produciendo hoy en día, no según nuestro plan, sino conforme a la palabra del
Señor. No crea en el entorno ni en las circunstancias; crea en la palabra infalible del
Señor. Si usted es enviado por el Señor a un lugar particular para la vida de iglesia, no
crea en las cosas negativas del entorno. Por el contrario, escuche al Señor y preste
atención a Su palabra infalible. Todos necesitamos adiestramiento en estos asuntos.
Moisés fue también adiestrado en cuanto a la incredulidad de los hijos de Israel (6:9,
12). Cuando estudié la historia de Israel hace muchos años, no tuve mucho aprecio por
los hijos de Israel. Pensaba que yo nunca sería como ellos. No obstante, después de
formar parte del pueblo de Dios por más de cuarenta y cinco años, ahora tengo a los
hijos de Israel en gran estima. En algunos aspectos, yo pienso que ellos eran mucho
mejor que la gente de la iglesia hoy en día. Quizá los ancianos en las iglesias prefieran a
los hijos de Israel a los santos en la iglesia de su localidad. Parece que donde quiera que
estemos, la gente, allí, causa más dificultades que la que se encuentra en otros lugares.
No obstante, por muy malo que sea nuestro entorno, no debemos creer en él. El entorno
fluctúa, pero la palabra de Dios no cambia.
Por una parte, el entorno es una mentira porque cambiará; es solamente temporal. Por
otra parte, puesto que todo lo que está en nuestro entorno nos dice algo de parte de
Dios, la incredulidad de los hijos de Israel debía de haberle indicado algo a Moisés.
Mediante la incredulidad y terquedad de Faraón, Moisés debía haber visto sus propias
carencias expuestas, y él debía haber ido al Señor y confiar más en El. Por el contrario,
Moisés fue al Señor con un espíritu de queja. Sin la incredulidad y la terquedad, Moisés
hubiera pensado que todo estaba bien. En realidad, Moisés tenía algún problema
interior que necesitaba quedar expuesto, y él necesitaba algún adiestramiento adicional.
En dos ocasiones en el capítulo seis, Moisés dijo al Señor que él era de labios
incircuncisos (vs. 12, 30). Al principio, yo pensaba que él hacía una simple confesión
como lo hizo Isaías (Is. 6:5). Pero después de mucho estudio, he llegado a entender este
asunto de manera distinta. En 4:10, Moisés dijo al Señor: “¡Ay, Señor! Nunca he sido
hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que Tú hablas a Tu siervo; porque soy tardo
en el habla y de lengua incircuncisa”. Esta fue la respuesta de Moisés al llamado original
de Dios. Sin embargo, el Señor insistió en mandar a Moisés ante Faraón. Por esta
insistencia, Moisés tal vez pensó que su lengua se convertiría en un instrumento
poderoso y que todo lo que dijera a Faraón estaría lleno de autoridad. Quizá haya
pensado que sus palabras se harían tan poderosas que todos, incluyendo Faraón,
obedecerían a su palabra. El resultado del primer conflicto con Faraón fue totalmente
diferente. Faraón no lo escuchó, y los hijos de Israel no lo escucharon. Por consiguiente,
Moisés se quejó al Señor, pero el Señor le dijo: “Entra y habla a Faraón rey de Egipto,
que deje ir de su tierra a los hijos de Israel” (6:11). Fue en ese momento cuando Moisés
hizo esta observación al Señor: “He aquí, los hijos de Israel no me escuchan; ¿cómo,
pues, me escuchará Faraón, siendo yo de labios incircuncisos?” (6:12). Estas palabras
implican una queja. Moisés se quejaba de que el Señor no había hecho nada para hacer
que su boca fuese poderosa. El no estaba contento porque sus labios seguían iguales.
Los que han sido llamados por el Señor hoy en día pueden orar y esperar que El llenará
el hablar de ellos con poder milagroso. Pero finalmente nos damos cuenta de que
nuestros labios permanecen iguales. Nuestros labios todavía son incircuncisos, es decir,
siguen siendo naturales.
Cuando Moisés le dijo al Señor que sus labios eran incircuncisos, estaba diciendo:
“Señor, Tú me pides ir a hablar con Faraón. Ya lo he hecho, y eso no funciona. Ni Faraón
ni los hijos de Israel quieren escucharme. Yo pensaba que mis labios serían cambiados,
pero veo que siguen incircuncisos. Tú no has hecho nada para cambiar mis labios. A
menos que Tú hagas esto, no volveré a hablar con Faraón. Con mis labios naturales, no
puedo hacer nada. Nadie me escucha. Señor, debes hacer que mis labios sean poderosos.
Entonces solamente podré hablar de una manera tal que la gente me escuche”.
Indudablemente Moisés esperaba que Dios usaría sus labios para pronunciar unas
palabras poderosas a Faraón de una manera milagrosa. Por el contrario, la palabra que
pronunció la boca de Moisés era común, y no tenía nada extraordinario. Pero lo que
finalmente salió de este hablar común es la acción del Señor, y no la del hombre. El
resultado depende del hecho de que somos enviados por el Señor y que tenemos la
comisión de Él y lo representamos, y no por nuestro esfuerzo, nuestra capacidad, o el
buen trabajo que hagamos. El vaso de barro sigue siendo barro, pero contiene un tesoro.
La zarza sigue siendo una zarza, pero el fuego santo está ardiendo sobre ella. La zarza no
debe esperar ser cambiada, ni debe esperar que la gloria venga a ella. La gloria siempre
debe ir a Dios.
Suponga que usted es enviado por el Señor a cierto lugar. Usted puede orar y tratar de
creer que el Señor fortalecerá sus labios. No obstante, cuando usted habla, se da cuenta
de que sus labios no han cambiado. En todo caso, su hablar es peor que nunca. Lo he
experimentado muchas veces. Después de dar un mensaje, fui al Señor y le dije: “Señor,
oré para que Tú me dieras palabras poderosas, pero Tú no me ayudaste en nada. Señor,
¿no te das cuenta de cuán pobre era mi hablar? Quiero renunciar a hablar por Ti.
Todavía tengo labios incircuncisos”.
Esta actitud denota que dependemos de lo que somos y de lo que podemos hacer, y no
de lo que el Señor es y de lo que El puede hacer. El Señor no intenta cambiar nuestros
labios. Por el contrario, El los dejará iguales. El Señor le dijo a Moisés que El le había
hecho dios para Faraón (7:1), pero El no haría nada acerca de los labios de Moisés. De
hecho, Moisés no tenía ninguna necesidad de hablar a Faraón, pues Aarón sería su
profeta.
La primera vez que Moisés encontró a Faraón, él no habló de manera milagrosa, sino de
una manera común. El también habló a los hijos de Israel de una manera común. Como
nada se producía, él se quejó al Señor. Entonces Dios le dio un adiestramiento adicional
y le encargó volver a Faraón. Pero Moisés no lo quería hacer a menos que el Señor
hiciera algo milagroso con sus labios. La respuesta de Dios implica que El no haría nada
para cambiar los labios de Moisés. Por el contrario, El haría de Moisés un dios para
Faraón y proveería a Aarón para que fuera el profeta de Moisés. Parece como si el Señor
estuviera diciendo: “Moisés, no haré las cosas según tu manera. Más bien, tú debes
obedecer lo que Yo digo. Lo que sientes acerca de tus labios incircuncisos no hace
ninguna diferencia. En realidad, tú no necesitas hablar a Faraón, porque Aarón será tu
portavoz. Moisés, olvídate de tus labios”.
Esta es una lección muy importante para nosotros. Deseamos que Dios cambie
milagrosamente nuestros labios. Pero Dios no quiere hacer eso. El éxito al llevar a cabo
el llamado de Dios no depende de nuestra sabiduría ni de lo que nos proponemos. Dios
siempre tiene Su propia manera de hacer las cosas. Moisés pensaba que todo dependía
de la condición de sus labios. Pero la manera de Dios consistía en dejar que los labios de
Moisés siguiesen iguales y proveer a Aarón para que fuese su profeta. En la vida de
iglesia actual debemos abandonar nuestras propuestas y nuestros conceptos y decir:
“Señor, lo que digo no significa nada, pero lo que Tú dices lo significa todo. Señor, estoy
dispuesto a olvidarme a mí mismo y no aferrarme más a mi ser natural”. Olvidémonos
de nuestros labios incircuncisos, es decir, olvidémonos de lo que somos en naturaleza.
Por estar aferrado a su situación natural, Moisés descuidó la palabra infalible de Dios.
Dios había pronunciado palabras infalibles maravillosas, pero Moisés no prestó atención
a ellas debido a su concepto natural. Nosotros somos iguales hoy. Por aferrarnos a
nuestra insistencia natural, a nuestra tendencia natural, y nuestra comprensión natural,
podemos leer la Biblia sin recibir ninguna luz. El aferrarnos a nuestros conceptos
naturales constituye una barrera que nos impide ser iluminados a través de la Palabra.
Debemos aprender, como lo hizo Moisés, que Dios no hace las cosas según nuestros
conceptos naturales ni nuestra insistencia natural. Moisés fue disciplinado de manera
estricta por Dios en este asunto, y nosotros necesitamos la misma clase de disciplina hoy
en día.
V. LA ORDENACION DE DIOS
Los versículos 28 y 29 revelan que Moisés recibió la comisión de Dios: “Cuando Jehová
habló a Moisés en la tierra de Egipto, entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: Yo soy
Jehová; di a Faraón rey de Egipto todas las cosas que Yo te digo a ti”. El versículo 27
indica también que Moisés y Aarón fueron comisionados por Dios para sacar a los hijos
de Israel de Egipto: “Estos son los que hablaron a Faraón rey de Egipto para sacar de
Egipto a los hijos de Israel. Moisés y Aarón fueron éstos”.
Así como Moisés y Aarón recibieron la comisión, nosotros en el recobro del Señor
también hemos recibido la comisión. Tengo la plena certeza de que somos un pueblo
que ha recibido la comisión de Dios. Dios nos ha confiado la comisión de llevar a cabo
Su recobro hoy en día.
C. Representó a Dios
Moisés también representó a Dios (7:1). Cuando recibimos una comisión de alguien,
también representamos a esa persona. Puesto que Moisés recibió la comisión de Dios, él
también lo representó. En el mismo principio, nosotros en el recobro del Señor hemos
recibido la comisión de Dios, y por esta razón lo representamos a Él.
Por una parte, Moisés representaba a Dios; por otra parte, Moisés fue representado por
Aarón (7:1-2). La representación difiere de la presentación. La diferencia es que la
representación involucra la autoridad, mientras que la presentación no. La comisión de
Dios incluye siempre el asunto de autoridad. Esta autoridad está relacionada tanto con
la representación de Dios como con el hecho de ser representado por otros.
El último punto en el adiestramiento adicional que recibió Moisés por parte del Señor
concierne a la mano fuerte del gran juicio de Dios. En 7:4, el Señor dijo a Moisés: “Y
Faraón no os oirá; mas Yo pondré Mi mano sobre Egipto, y sacaré a Mis ejércitos, Mi
pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios”. En 6:1, el Señor ya
había dicho a Moisés lo que el Señor haría a Faraón: “porque con mano fuerte los dejará
ir, y con mano fuerte los echará de su tierra”.
Sin una mano fuerte, es en vano conversar. Lo vemos en las negociaciones diplomáticas
entre las naciones actualmente. Estas negociaciones dependen del respaldo del poder
militar. En sus negociaciones con Faraón, la palabra de Moisés debía ser respaldada por
la mano fuerte y los juicios poderosos del Señor. La mano fuerte del Señor sería una
prueba para Faraón de que Dios no habla palabras vanas. Por la mano del Señor, los
egipcios sabrían que El es Jehová. Como lo afirma 7:5 “Y sabrán los egipcios que Yo soy
Jehová, cuando extienda Mi mano sobre Egipto”.
Moisés se había quejado al Señor, y por esta razón el Señor tuvo que hablar a Moisés
acerca de Su mano. Parece que el Señor estaba diciendo: “Moisés, no sólo tengo una
boca, sino también una mano fuerte. Ve y habla con Faraón. Lo endureceré para que Mi
mano se manifieste. Habla Mi palabra a Faraón. Mi mano respaldará Mi palabra.
Extenderé Mi mano para cumplir todo lo que digas a Faraón de Mi parte”. Por tanto, la
mano del Señor fue una confirmación firme de que Moisés había sido enviado por Dios.
En el transcurso de los años, hemos visto la mano del Señor respaldar Su palabra.
Cuando había oposición a la palabra de Dios, Su mano finalmente se manifestó. Dios
nunca habla en vano. Su palabra es siempre respaldada por Su mano fuerte.
Faraón pudo resistir a la palabra del Señor, pero él no pudo resistir a la mano del Señor.
En los mensajes siguientes, veremos que los conflictos entre Dios y Faraón se hicieron
cada vez más intensos hasta que culminaron en el hecho de que Faraón dejó ir a los hijos
de Israel. Faraón finalmente fue obligado a dejar que los hijos de Israel salieran de la
tierra de Egipto porque la mano fuerte del gran juicio de Dios respaldaba Su palabra.
Que todos aprendamos la lección acerca de la mano de Dios y todas las lecciones acerca
del adiestramiento adicional que recibió Moisés por parte de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE DIECISEIS
LA EXIGENCIA DE DIOS Y
LA RESISTENCIA DE FARAON
(2)
El libro de Éxodo describe doce conflictos entre Jehová y Faraón para exponer la
verdadera situación de la vida en el mundo bajo la usurpación de Faraón. En el primer
conflicto no hubo ningún milagro, plaga, ni juicio. Por el contrario, hubo solamente una
negociación entre Jehová y Faraón. Dios exigía que Faraón dejara ir a Su pueblo al
desierto en un viaje de tres días para celebrarle fiesta. Sin embargo, Faraón rehusó
reconocer a Jehová y obedecer Su exigencia.
En el segundo conflicto hubo un milagro, pero ninguna plaga; algo quedó expuesto, pero
sin juicio. En 7:9, el Señor dijo: “Si Faraón os respondiere diciendo: mostrad milagro;
dirás a Aarón: toma tu vara, y échala delante de Faraón, para que se haga culebra”. El
propósito de este milagro consistía en exponer la verdadera situación de la vida en el
mundo. Por esta razón, el segundo conflicto exponía algo, pero sin juicio.
Después de los primeros dos conflictos, las plagas empezaron a caer sobre Faraón y su
pueblo. En Éxodo, vemos dos grupos de diez cosas: las diez plagas que cayeron sobre los
egipcios, y los diez mandamientos que fueron dados al pueblo de Dios. Podemos
clasificar las diez plagas en cuatro categorías. El primer grupo incluye las plagas de
sangre, ranas, y piojos; el segundo grupo, las moscas, muerte del ganado, y úlceras; el
tercer grupo, el granizo, langostas, y tinieblas; y finalmente, la plaga de la muerte de los
primogénitos. Cada plaga era más grave que la anterior. Las plagas del primer grupo
molestaban, pero no lastimaban. Las plagas del segundo grupo causaron daños tanto a
los animales como a los hombres. Las plagas del tercer grupo destruyeron el entorno, y
la última plaga acabó con la vida mundana. En la última plaga, todos los primogénitos
de Egipto murieron, desde el primogénito de Faraón hasta el primogénito de sus siervos
(11:5).
En Apocalipsis 16, vemos las siete últimas plagas que Dios mandará a la tierra al final de
la gran tribulación. Estas siete plagas serán “las siete copas de la ira de Dios” (Ap. 16:1).
En muchos aspectos, las siete plagas de Apocalipsis se parecen a las diez plagas de
Éxodo. Mediante las diez plagas, Dios obtuvo el éxodo de Su pueblo escogido fuera de
Egipto. Durante la gran tribulación, las siete plagas permitirán al pueblo de Dios
emprender su éxodo final del mundo. Al final de esta era, la mayor parte del pueblo de
Dios todavía estará en Egipto, es decir, en el mundo. En los tiempos de Abraham, Isaac y
Jacob no era necesario el éxodo. Del mismo modo, los vencedores en los tiempos del fin
no lo necesitarán tampoco. Por consiguiente, ellos serán arrebatados antes de la
tribulación. No obstante, la mayoría de los cristianos necesitarán un éxodo. Con las siete
últimas plagas, Dios sacará a Su pueblo del mundo.
A. En cuanto a Dios
Estudiemos ahora el segundo conflicto entre Jehová y Faraón (7:8-14). Éxodo 7:10 dice:
“Vinieron, pues, Moisés y Aarón a Faraón, e hicieron como Jehová lo había mandado. Y
echó Aarón su vara delante de Faraón y de sus siervos, y se hizo culebra”. Dudo que
Faraón y sus siervos se hayan dado cuenta de que el significado de este milagro consistía
en exponer el hecho de que su vida estaba bajo la mano usurpadora de Satanás, que su
vivir en Egipto se encontraba bajo la usurpación y la posesión del diablo. Faraón y su
pueblo confiaban en los recursos naturales de Egipto, y particularmente en el rico
suministro del Nilo. Este suministro era su “vara”, una vara que en realidad era una
culebra, el diablo. A los ojos de Dios, Faraón y los egipcios confiaban en Satanás y vivían
bajo su mano usurpadora.
B. En cuanto a Faraón
Faraón llamó a los magos para que hicieran con sus varas lo mismo que había hecho
Aarón con la suya (7:11). El versículo 12 dice: “Pues echó cada uno su vara, las cuales se
volvieron culebras; más la vara de Aarón devoró las varas de ellos”. Hace años, me
pregunté por qué los magos egipcios podían hacer lo mismo que Aarón. Le pregunté al
Señor al respecto y le dije que no entendía cómo tal cosa podía suceder. Podemos
enfrentarnos a una situación parecida en la predicación del evangelio. Podemos
comparar a los filósofos del mundo actual con estos magos. Estos filósofos quizá
enseñen cosas parecidas a lo que predicamos en el evangelio. Podemos exponer la
naturaleza de la vida humana caída, y ellos pueden hacer lo mismo. Podemos hablar
acerca de las preocupaciones de la vida en el mundo, y ellos pueden hacer lo mismo. No
obstante, así como la vara de Aarón devoró las varas de los magos egipcios, la
predicación del evangelio también devora las enseñanzas filosóficas actuales.
C. El resultado
En los versículos 13 y 14, vemos el resultado del segundo conflicto. El versículo 13 dice:
“El corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó, como Jehová lo había dicho”. La
mayoría de las versiones bíblicas afirman que el corazón de Faraón fue endurecido. No
obstante, esto no es el significado aquí. Esta traducción implica que el corazón de
Faraón originalmente era blando pero que se hizo duro. No obstante, el corazón de
Faraón fue duro desde el principio. Una versión afirma que la palabra hebrea traducida
como endurecer en este versículo significa obstinado. Por ser obstinado, el corazón de
Faraón no podía cambiar. El segundo conflicto expuso la dureza del corazón de Faraón.
Otro resultado de este conflicto fue el hecho de que Faraón rehusó dejar ir a los hijos de
Israel (v. 14). La primera vez que Dios vino, Faraón rehusó escuchar Su palabra. Esta
vez, Faraón rehusó obedecer la exigencia de Dios, aún después de que Dios hubiese
expuesto la naturaleza de vida en el mundo bajo Satanás. Esto obligó a Dios a disciplinar
a Faraón con más severidad en el tercer conflicto.
A. El tiempo y el lugar
Este conflicto se produjo por la mañana a la orilla del río Nilo (7:15). Dos conflictos más
se produjeron también temprano por la mañana (8:20; 9:13). Es posible que Faraón
haya bajado al río para relajarse y disfrutar de un tiempo agradable. Pero esta relajación
fue perturbada por la presencia de Moisés y de Aarón. Dios les había encargado que
volvieran a enfrentarse a Faraón con Su exigencia. La intención de Dios era mostrar a
Faraón que este no era un tiempo para relajarse. Por el contrario, era tiempo de exponer
la naturaleza de la vida en Egipto. Faraón tenía que ver que la vida en Egipto no era una
vida de descanso y de disfrute, sino una vida de sangre. Actualmente hay ocasiones en
que debemos ir al lugar donde la gente mundana disfruta para exponerles el hecho de
que todos sus entretenimientos mundanos y sus placeres dan por resultado la muerte.
B. En cuanto a Dios
Moisés y Aarón repitieron la misma exigencia que habían hecho anteriormente: “Deja ir
a Mi pueblo, para que Me sirva en el desierto” (7:16). Esta vez, la exigencia de Dios fue
respaldada por la primera plaga.
En nombre de Jehová, Moisés y Aarón debían decir a Faraón: “En esto conocerás que Yo
soy Jehová. He aquí, Yo golpearé con la vara que tengo en Mi mano el agua que está en
el río, y se convertirá en sangre” (7:17). Puesto que Dios es Jehová, todo lo que El dice
sucede. Jehová había dicho: “Deja ir a Mi pueblo”. Faraón puede resistir a esta palabra,
pero finalmente él será sometido y sabrá que Dios es Jehová.
Según el versículo 19, Aarón debía tomar la vara y extender su mano “sobre las aguas de
Egipto, sobre sus ríos, sobre sus arroyos, y sobre sus estanques, y sobre todos sus
depósitos de agua, para que se conviertan en sangre, y haya sangre por toda la región de
Egipto”. Aarón hizo esto, y en todo el país de Egipto, las aguas se convirtieron en sangre,
aún las aguas en los vasos de madera como en los de piedra. Puesto que las aguas del
Nilo se cambiaron en sangre, los peces del río murieron, el río se corrompió, y los
egipcios no podían beber de él (v. 21). Los egipcios excavaron cerca del río para beber
agua. Tal vez el agua se volvía sangre en cuanto la descubrían.
La primera plaga muestra claramente que la vida de Egipto, es decir, la vida del mundo,
no desemboca en otra cosa que la muerte. No importa donde se encuentren las aguas del
mundo, en un río, un estanque o vaso, de todos modos el resultado es muerte. Esta
plaga fue el comienzo del castigo y de la destrucción de la vida egipcia. De esta manera,
Dios empezó a destruir la vida del disfrute mundano. Si entendemos el significado de
esta plaga, sabremos que bajo la ira del juicio de Dios, la vida del mundo da por
resultado la muerte.
Hemos señalado que la primera plaga, la cual duró siete días (7:25), expuso la vida
egipcia. Si los egipcios se hubiesen arrepentido, el hecho de quedar expuestos no habría
sido un castigo para ellos. Puesto que no se arrepintieron, eso se convirtió en una forma
de castigo. El principio es el mismo en la predicación del evangelio actual. Si los
pecadores reciben la palabra del evangelio, esta palabra los expondrá simplemente. Pero
si no la reciben, será para ellos una palabra de juicio. El Señor Jesús indicó que aquellos
que no reciban Su palabra serán juzgados por la misma palabra que rechazaron (Jn.
12:48).
La primera plaga revela que Dios es misericordioso y sabio. En esta plaga, El no mató a
los egipcios. El simplemente cambió las aguas en sangre para advertirlos y exponerlos.
El no hizo nada para perjudicarlos directamente aquí. Si Faraón hubiera aceptado el
hecho de quedar expuesto, Dios le habría mostrado misericordia. No obstante, puesto
que él lo rechazó, se convirtió en juicio. Dios no es injusto en Su disciplina con el pueblo.
Al contrario, El es sabio y muy misericordioso. Por consiguiente, en el castigo de la
primera plaga, vemos una advertencia misericordiosa.
El propósito de la primera plaga fue dar a conocer a los egipcios que el suministro y
disfrute mundanos tienen como resultado la muerte. La muerte representada por la
sangre revelaba la naturaleza y el significado de la vida en el mundo.
C. En cuanto a Faraón
Una vez más, los magos de Egipto pudieron hacer lo mismo con sus hechizos que Moisés
y Aarón con la vara. No obstante, aunque ellos pudieron traer sangre, no fueron capaces
de quitarla. Hoy en día, los filósofos del mundo pueden exponer el hecho de que la vida
en el mundo es en realidad muerte, pero no tienen los medios de quitar la muerte. Sólo
el evangelio lo puede hacer.
D. El resultado
El resultado del tercer conflicto fue que por segunda vez la dureza del corazón de Faraón
quedó expuesta. Una vez más él no escuchó a Moisés ni a Aarón. El versículo 23 dice: “Y
Faraón se volvió, y fue a su casa, y no dio atención tampoco a esto”. La obstinación de
Faraón hizo que él no tuviera un corazón para obedecer a las exigencias de Dios. Por
esta razón, fue necesario que cayera una segunda plaga sobre los egipcios.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE DIECISIETE
LA EXIGENCIA DE DIOS Y
LA RESISTENCIA DE FARAON
(3)
El libro de Éxodo revela que Dios desea rescatar a Su pueblo de todo lo que no sea El
mismo, que El quiere liberarlos de todo lo que no es Dios. Después del éxodo de Egipto,
el pueblo de Dios recibió una visión celestial por la cual llegó a conocer a Dios, y
además, a conocer la clase de vivir conforme a Él. Entonces pudieron ser edificados
como la morada de Dios en la tierra. Este es el concepto básico del libro de Éxodo.
Dios anhela rescatar a Su pueblo escogido de toda usurpación y preocupación para que
no tengan otra cosa que no sea Dios mismo. Después de ser liberados de Egipto y de
haber pasado por el mar Rojo, los hijos de Israel llegaron al monte Horeb, el monte de
Dios. Antes, el pueblo de Dios estaba en Egipto, llevando una vida egipcia y cumpliendo
una labor egipcia bajo la tiranía de Faraón. Algunos de ellos no pensaban en Dios, pero
de todos modos eran el pueblo escogido de Dios, ya que habían sido predestinados por
Dios a fin de ser separados para El. Los primeros capítulos de Éxodo revelan que el
pueblo de Dios fue usurpado por Satanás y mantenido en cautiverio bajo la mano de
Satanás. En aquel tiempo, todo lo relacionado con ellos era egipcio. No había nada
acerca de ellos que fuese para Dios. Por consiguiente, Dios vino a liberarlos, separarlos
de la usurpación de Satanás y de las preocupaciones de Egipto, y llevarlos al monte de
Dios, donde no hay nada egipcio. Allí, en el monte de Dios, el pueblo que Él había
escogido podía estar a solas con El. Cuando los hijos de Israel llegaron al monte Horeb,
Dios fue su centro, propósito, labor y vida. El era hasta su casa. Dios lo era todo para
ellos. En el desierto, y particularmente en el monte de Dios, el monte Horeb, los hijos de
Israel no tenían nada aparte de Dios. Muchos cristianos de hoy hablan de ser salvos.
Pero pocos se dan cuenta de que ser salvo significa ser llevado a un lugar donde no hay
nada más que Dios.
Más que cualquier otro libro en la Biblia, el libro de Éxodo expone al mundo. El Nuevo
Testamento habla mucho acerca del mundo, hasta nos dice que el mundo entero yace en
el maligno (1 Jn. 5:19), pero no nos presenta un cuadro claro de lo que es el mundo. Por
esta razón, necesitamos el libro de Éxodo, con todos sus cuadros. Si leemos los capítulos
cinco al doce correctamente, veremos una serie de cuadros vivos que describen la
naturaleza y el significado de la vida en el mundo.
Dios desea que Su pueblo vea al mundo tal como es. Si el elemento del mundo
permanece en nosotros, seremos perjudicados en cuanto al cumplimiento del propósito
de Dios. Cuando los hijos de Israel estuvieron en el desierto, se acordaron del disfrute
que tenían en Egipto. Se acordaron del sabor de los puerros, cebollas y ajos (Nm. 11:5).
Por esto, tuvieron un problema con la morada de Dios. Pasa lo mismo con los cristianos
hoy en día. Muchos cristianos todavía están en Egipto, y por esta razón no tienen nada
que ver con la morada de Dios. Los que han sido separados de Egipto todavía pueden
recordar los placeres de Egipto. Por consiguiente, todos debemos ver un cuadro claro de
la vida y del vivir en Egipto.
Las diez plagas no eran solamente una advertencia ni un castigo para los egipcios, sino
también una revelación para el pueblo de Dios. Mediante estas plagas, los hijos de Israel
debieron ver la situación real del vivir egipcio. Como resultado de estas plagas, debieron
aborrecer su vivir en Egipto. Dios deseaba que la vida en Egipto quedase expuesta para
que Su pueblo la aborreciera y tuviese el deseo de huir de ella. Por consiguiente, el
propósito de Dios al mandar las diez plagas no era solamente advertir a los egipcios y
castigarlos. Consistía también en mostrar a Su propio pueblo lo que era el mundo.
El mundo también debe ser revelado al pueblo de Dios hoy en día. Dios desea que Su
pueblo sea Su morada en la tierra. No obstante, este deseo puede ser cumplido
solamente si hemos sido liberados del mundo y si no tenemos nada fuera de Dios. En
estos días, hemos recalcado la necesidad de edificar a las iglesias. Pero si deseamos ver a
las iglesias edificadas de una manera práctica, debemos salir totalmente del mundo.
Por el lado negativo, el libro de Éxodo revela el mundo. Por el lado positivo, revela la
morada de Dios. Primero, la verdadera naturaleza, significado, y resultado de la vida en
Egipto quedan expuestos al pueblo de Dios. Al dar esta revelación, Dios deseaba que Su
pueblo aborreciera a Egipto, lo dejara atrás, y se separara para El a fin de que obtuviese
Su morada. El principio es el mismo hoy en día. Si no somos separados del mundo, no
podemos convertirnos en la morada de Dios. Para la edificación de la morada de Dios,
debemos ver al mundo tal como es en realidad. Además, debemos aborrecer la manera
de vivir del mundo y estar dispuestos a rechazarla.
Si vemos el propósito de Dios tal como lo revela el libro de Éxodo, nos resultará más
fácil entender el significado de las plagas. La intención de Dios al mandar las plagas no
era solamente castigar a los egipcios, sino también exponer el vivir egipcio. Así como los
egipcios en el libro de Éxodo, el pueblo en el mundo actual no tiene ninguna
comprensión de la situación actual en el mundo. La gente mundana ha sido arrastrada.
Bajo la influencia arrasadora de Satanás, están contentos con su vida en el mundo. No se
dan cuenta de lo que es vivir sin Dios en el mundo. En la experiencia de ellos, las aguas
del mundo deben volverse sangre. Entonces conocerán la naturaleza de la vida en el
mundo, y el resultado de vivir en el mundo. La naturaleza de la vida en el mundo es
muerte, y el resultado de vivir en el mundo también es muerte.
A. En cuanto a Dios
En el cuarto conflicto con Faraón, el Señor envió ranas a todo el territorio egipcio (8:2).
Las ranas vinieron de las aguas, ríos, arroyos y estanques. Al caer sobre Faraón y todos
sus siervos y todos los egipcios, las ranas destruyeron el disfrute del vivir egipcio
agradable. ¡Cuán molestas eran las ranas! Al enviar esta plaga sobre los egipcios, el
Señor deseaba que los egipcios se dieran cuenta de que su vida en Egipto no era
verdaderamente una vida de disfrute, sino una vida de problemas. Los egipcios no se
dieron cuenta de que a los ojos de Dios, todo el disfrute que tenían era “ranas”. Todo lo
que ellos recogían del Nilo, la fuente del suministro del mundo, eran ranas. Las aguas de
Egipto que antes produjeron peces ahora producían ranas.
Las ranas de Egipto no mataron a nadie, pero fueron una molestia para todos. Estaban
en todas partes. En las casas, habitaciones, camas, hornos y artesas. ¡Qué molestia tan
grande!
El que la plaga de las ranas fuese un tipo de castigo o una revelación dependía de la
actitud del pueblo que pasaba por la plaga. Si ellos hubieran recibido la misericordia del
Señor, la exposición de Egipto y su disfrute como tierra de ranas, habría sido una
revelación para ellos. Este es el significado del vivir del mundo. Todos los aspectos del
disfrute del mundo son una “rana”. No obstante, los que rehusaban la misericordia del
Señor tenían que padecer la plaga de las ranas como castigo.
B. En cuanto a Faraón
Los magos egipcios pudieron imitar tres de las cosas que hizo Aarón con su vara:
cambiar el agua en sangre, cambiar la vara en serpiente, y producir ranas. Con sus
hechizos, los magos de Faraón trajeron ranas al país de Egipto (8:7). No obstante, no
pudieron quitar las ranas.
Un predicador del evangelio debe ser capaz de producir “ranas”. Esto significa que él
debe ayudar a la gente a darse cuenta de que todos los disfrutes y preocupaciones del
mundo son “ranas”. Sin embargo, ciertos maestros de filosofía también pueden ayudar a
la gente a darse cuenta de que las cosas del mundo los usurpan y los perjudican. Los
evangelistas exponen la verdadera situación del vivir en el mundo, pero algunos
“magos” o filósofos pueden hacer exactamente lo mismo. Mientras predicábamos el
evangelio en China, a menudo nos enfrentamos a esos “magos”, los filósofos del mundo.
Enseñamos a la gente que la vida en el mundo los usurpaba. Algunos filósofos
enseñaban lo mismo. Por ejemplo, el taoísmo enseña la simplicidad y el hecho de no ser
egoísta. Nosotros también enseñamos a la gente que el disfrute de este mundo en
realidad es una forma de muerte. Algunos filósofos también enseñaban esto.
No obstante, así como los magos egipcios no pudieron deshacerse de las ranas, tampoco
los “magos” actuales pueden hacerlo con las “ranas” que molestan a la gente en la
actualidad. Aquellos filósofos en China pudieron producir “ranas”, pero no deshacerse
de ellas. Cuando Moisés clamó al Señor por causa de las ranas, el Señor hizo conforme a
la palabra de Moisés (8:12-13), y las ranas murieron. En el mismo principio, un
evangelista digno de este nombre no sólo produce “ranas”, sino que también las quita de
en medio.
A. En cuanto a Dios
En el quinto conflicto, el Señor le dijo a Moisés: “Di a Aarón: extiende tu vara y golpea el
polvo de la tierra, para que se vuelva piojos por todo el país de Egipto” (8:16). Cuando
Aarón extendió su mano con su vara y golpeó el polvo de la tierra, “el cual se volvió
piojos, así en los hombres como en las bestias; todo el polvo de la tierra se volvió piojos
en el país de Egipto” (v. 17). Anteriormente, el polvo de Egipto producía granos que se
usaban para la comida. Pero en esta plaga, el polvo se convirtió en piojos que
molestaron mucho a los egipcios. Los piojos irritan muchísimo. No obstante, la plaga de
los piojos no fue solamente un castigo, sino también una revelación de que al fin y a la
postre, el polvo de Egipto produce piojos, y no granos para la alimentación.
En estas plagas, Dios era sabio y también misericordioso. El no usó un arma poderosa
para darles a los egipcios una lección de una vez por todas. Por el contrario, El usó algo
muy pequeño. Si Dios hubiera destruido de repente a todos los egipcios, no habría
ninguna advertencia, ningún recuerdo ni ninguna revelación. En Su sabiduría y
misericordia, Dios usó a los piojos para exponer la situación del vivir en Egipto y alentar
a Su pueblo a salir de Egipto.
Dios hace lo mismo en principio hoy en día. El nos muestra continuamente que Egipto
es algo que no debemos amar, y El nos recuerda que no debemos permanecer en Egipto.
El nos hace ver que la vida en Egipto es repugnante. Las aguas producen ranas, y el
polvo produce piojos. El sabe que si Su pueblo entiende claramente la situación en
Egipto, desearán ser separados de ella. Mediante las plagas, el pueblo de Dios llegó a
entender que su vivir no debe ser como el mundo, sino un vivir para Dios en el desierto.
La plaga de las ranas revela la naturaleza de las aguas de Egipto, mientras que la de los
piojos revela la naturaleza del polvo de Egipto. El polvo que se convierte en piojos
implica que la fuente del suministro de nuestra vida en el mundo finalmente se
convierte en una causa de irritación. En la actualidad todo el mundo depende de agua y
polvo para su vivir. Sin ellos, sería imposible tener el suministro de vida. El agua y el
polvo fueron creados por Dios para nosotros. Pero fueron usurpados por Satanás y
usados para su propio propósito maligno. Por consiguiente, en Su juicio, Dios expuso la
verdadera naturaleza de las aguas y del polvo en su condición caída. El cambió el agua
en sangre y el polvo en piojos.
Las tres primeras plagas: las plagas de la sangre, las ranas, y los piojos, nos revelan la
naturaleza, significado, y resultado del vivir en el mundo. Los que siguen viviendo en el
mundo se enfrentarán a la muerte, los problemas, y la irritación. Todos debemos recibir
esta revelación del vivir en el mundo hoy. Que esta visión nos deje una impresión
profunda que nunca olvidaremos.
B. En cuanto a Faraón
En este mensaje mi intención no es enseñar a los santos que no deben amar al mundo,
sino señalar el cuadro descrito en el libro de Éxodo. Observe como las plagas de la
sangre, las ranas, y los piojos exponen al mundo actual. ¿Usted todavía desea
establecerse en el mundo? ¿todavía lo considera como el mejor lugar para morar? Si
quedamos impresionados por el cuadro que nos presenta el libro de Éxodo, tendremos
el deseo de salir del Egipto actual. En Su misericordia, Dios nos ha mostrado un cuadro
claro que revela la naturaleza, significado y consecuencias de vivir en el mundo. El desea
rescatarnos del mundo y llevarnos a Sí mismo al monte Horeb, el monte de Dios. En
este monte, no tenemos ninguna plaga de sangre, ranas, ni piojos. Por el contrario,
tenemos la luz, revelación, propósito, la presencia de Dios y un futuro lleno del suplir de
Dios. ¡Qué contraste más grande entre la vida en Egipto y la vida en el monte Horeb!
¿Desea usted estar en Egipto con la sangre, las ranas, y los piojos, o desea usted estar
con Dios en el monte Horeb? Nadie necesita darnos el consejo de salir del mundo. Si
vemos el cuadro descrito en Éxodo, espontáneamente aborreceremos al mundo,
huiremos de él, y nos reuniremos con el Señor en el monte de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE DIECIOCHO
LA EXIGENCIA DE DIOS Y
LA RESISTENCIA DE FARAON
(4)
Si queremos captar la revelación presentada en el libro de Éxodo, debemos ver que Dios
desea que Su pueblo le edifique una morada en la tierra. Pero el enemigo de Dios ha
usurpado a Su pueblo y lo mantiene en cautiverio en el mundo. Por consiguiente, en los
primeros catorce capítulos de Éxodo, vemos una lucha entre Dios y Faraón, el
representante de Satanás. En esta lucha, el juicio de Dios sobre el mundo egipcio fue
manifestado por medio de las diez plagas. No obstante, las plagas no fueron solamente
un castigo, sino también la manera que Dios usó para exponer la naturaleza, el
significado, y el resultado de la vida en el mundo, es decir, la vida que ocupaba al pueblo
de Dios. Por tanto, las plagas que cayeron sobre los egipcios, no fueron solamente
castigos, sino también advertencias de misericordia. Si los egipcios hubiesen recibido
misericordia, habrían visto la naturaleza, el significado, y el resultado de la vida en el
mundo.
Es bastante significativo que Dios mandó diez plagas, y no nueve ni once. En la Biblia, el
número diez representa la perfección o el vivir humano completo. Por ejemplo, nuestros
diez dedos de las manos y de los pies representan esta consumación. La Biblia revela que
al final de esta era, habrá diez reinos bajo el mando del anticristo. Estos diez reinos
serán la expresión final de la vida humana caída. Para exponer la vida humana en el
mundo, Dios usó diez plagas. Como lo hemos señalado, estas diez plagas se dividen en
cuatro grupos. Los primeros tres grupos constan de tres plagas cada uno, y la última
plaga constituye una categoría por sí sola.
Hemos abarcado el primer grupo de plagas, las plagas de la sangre, las ranas y los
piojos. Las plagas de la sangre y de las ranas están relacionadas con el agua, mientras
que la plaga de los piojos está relacionada con el polvo de la tierra. Por consiguiente, en
el primer grupo de plagas, el agua y la tierra quedaron expuestas y juzgadas. Todos
dependemos del agua y de la tierra para nuestro sustento. El suministro necesario para
mantener la vida humana proviene de estas dos fuentes. En las tres primeras plagas,
Dios expuso la naturaleza de la vida caída de la humanidad. Mientras El lo hacía, El
mostraba que los recursos del sustento humano dan por resultado muerte, problemas e
irritación.
Deseo recalcar el hecho de que estas plagas no eran solamente una forma de castigo,
sino también una manera de exponer al mundo y a la vida en el mundo. Si la intención
de Dios fuese de usar las plagas solamente como castigo, El no tendría la necesidad de
enviar continuamente a Moisés y Aarón a Faraón. Además, El no habría necesitado
mandar las plagas durante tantos días. Por el contrario, Dios habría castigado a los
egipcios y los habría destruido de un solo golpe. No obstante, Dios los disciplinó de una
manera fina y detallada. Primero, Dios cambió el agua en sangre. Luego El trajo a las
ranas que molestaban y después de eso, a los piojos que molestaban. Al hacer esto, el
propósito de Dios no consistía solamente en castigar a los egipcios, sino en enseñarles a
ellos y también a Su propio pueblo que en realidad los recursos del suplir de vida
humano se han convertido en sangre, ranas y piojos.
Dios creó los cielos para contener lo bueno de la tierra y la tierra con el mismo propósito
en cuanto al vivir humano. Por consiguiente, tanto los cielos como la tierra son para la
existencia del hombre. No obstante, el hombre cayó. Según Su justicia, Dios debería de
haber juzgado tanto los cielos como la tierra inmediatamente después de la caída de
Adán. Pero la intención de Dios consiste en cumplir Su propósito eterno por medio del
hombre. En lugar de juzgar todas las cosas, Dios puso al universo bajo la redención de
Cristo.
Cuando Dios ya no pudo tolerar más el pecado de Sodoma y Gomorra porque se habían
rebelado en contra de Él y rechazaron la redención que El había ordenado, esa parte de
la tierra sufrió Su justo juicio. En principio, pasó lo mismo en los tiempos de Moisés.
Faraón y los egipcios rechazaron la redención ordenada por Dios y por tanto quedaron
desnudos y expuestos al juicio de Dios. Puesto que los hijos de Israel estaban todavía
bajo la redención, el juicio de Dios no los tocó. Éxodo 8:23 es un versículo crucial: “Y Yo
pondré redención entre Mi pueblo y el tuyo”. Aquí el Señor decía a Faraón que El
pondría redención entre Su pueblo y el pueblo de Faraón. Dios cubrió a Su pueblo con la
redención de Cristo, pero Faraón y su pueblo rechazaron la redención de Dios. Por
consiguiente, cuando Dios mandó las plagas sobre los egipcios, éstos no estaban bajo la
redención de Dios, sino que estaban expuestos a Su juicio.
En la caída, el hombre pecó en contra de la justicia de Dios y careció de la gloria de Dios.
No obstante, Dios no vino con juicio. Entonces ¿cómo la justicia de Dios pudo
mantenerse? Según Génesis 3:21, la respuesta está en la redención de Dios. Las pieles de
los animales que Dios puso para cubrir a Adán y Eva señalan la redención de Cristo.
Debido a la redención de Cristo, Dios puede mantener justamente la existencia del
universo.
En la actualidad, toda la tierra está todavía bajo la redención de Cristo. Si no fuese por la
redención de Cristo, el sol, la luna, y los planetas se desintegrarían. Dios retiene los
cielos y la tierra en beneficio de la existencia del hombre. Usted se preguntará como el
Dios justo puede tolerar el pecado de la gente en el mundo actual. El puede tolerarlo
solamente porque El mira al mundo por medio de la redención de Cristo.
En el sexto conflicto entre el Señor y Faraón, el Señor mandó sobre Faraón y sobre todos
los egipcios enjambres de moscas (8:20-32). Es difícil determinar qué clase de moscas
fueron. Algunos diccionarios afirman que eran varias clases de moscas. En una versión
se usa la palabra garrapatas, mientras que otra habla de tábanos que chupaban la
sangre, moscas que mordían al ganado y le chupaban la sangre. Cualesquiera que hayan
sido las moscas, cayeron como enjambres sobre Faraón, su pueblo y sus siervos. Todas
las casas de los egipcios estaba llenas de enjambres de moscas.
Por medio de la exposición producida por las cuatro primeras plagas, vemos la sangre,
las ranas, los piojos, y las moscas. ¡Qué cuadro tan detallado del vivir del hombre caído
en el mundo! No obstante, la gente en el mundo actual no se da cuenta de la verdadera
situación de su vida en el mundo. Para que ellos se den cuenta de esto, Dios debe venir y
exponerla completamente a ellos, así como lo hizo con los egipcios por medio de las
plagas.
VII. EL SEPTIMO CONFLICTO
La siguiente plaga fue una pestilencia que cayó sobre el ganado de los egipcios (9:1-7).
Creo que esta pestilencia fue causada por gérmenes esparcidos por los enjambres de
moscas.
Éxodo 9:3 dice: “He aquí la mano de Jehová estará sobre tus ganados que están en el
campo, caballos, asnos, camellos, vacas y ovejas, con plaga gravísima”. Según Levítico
11, los caballos, asnos y camellos eran impuros. Podían ser usados para el transporte, y
no como alimento. No obstante, las vacas y las ovejas eran consideradas limpias y
buenas para la comida de los hijos de Israel. Por tanto, los animales que padecieron la
plaga era de dos categorías: los que se usaban para el transporte y los que se usaban
para la comida. Dios juzgó tanto al transporte como la comida en Egipto. Esto significa
que los medios de transporte y la manera de comer en el mundo actual también serán
juzgados por Dios.
Una vez más vemos que Dios juzgó a los egipcios de una manera muy fina, destruyendo
sus medios de vida uno por uno. Los egipcios dependían del Nilo, pero el Nilo fue
juzgado. Ellos dependían de la tierra y del aire, pero la tierra y el aire también fueron
juzgados. Además, los egipcios dependían de su ganado para el transporte y la comida,
pero en la quinta plaga, aún el ganado fue juzgado.
Puesto que el ganado no era pecaminoso, usted se preguntará por qué fue juzgado por
Dios. Según Génesis 3, la tierra fue involucrada con el pecado de Adán, aún cuando la
tierra misma no era pecaminosa. Después del pecado de Adán, la tierra cayó en
maldición (Gn. 3:17-18). Por tanto, la caída de Adán involucró a toda la tierra. En el
mismo principio, el ganado de los egipcios fue juzgado, no porque fuera pecaminoso,
sino porque estaba involucrado en el pecado de Faraón y los egipcios. Puesto que este
ganado pertenecía a los egipcios, estaba involucrado en el pecado de los egipcios. Aquí
vemos que el juicio justo de Dios también se aplica a las repercusiones de una situación
pecaminosa. Por estar relacionado con Faraón y servirle a él, el ganado en Egipto está
sometido al juicio justo de Dios sobre Faraón.
Este principio se aplica hoy en día. Si amamos al Señor y le servimos bajo Su bendición,
todo lo que se relaciona con nosotros también será bendecido. Aún cosas como animales
o posesiones materiales serán bendecidas. Si amamos al Señor, aún todo lo que nos
rodea será bendecido. Nuestros parientes, amigos, y vecinos estarán involucrados
positivamente en la bendición que reposa sobre nosotros. Bajo la justicia de Dios,
nosotros los que amamos al Señor llegamos a ser un factor de bendición para los demás,
aún para la sociedad en conjunto. Los que no conocen al Señor pueden disfrutar de los
beneficios de esta bendición.
En el caso de Faraón y de los egipcios, vemos que el ganado implica algo negativo.
Debido a la terquedad de Faraón y a la dureza de su corazón, el ganado estaba sometido
a la plaga de pestilencia. Eso debe enseñarnos a no involucrarnos con aquellos que son
pecaminosos, sino a alejarnos de ellos. De otro modo, podríamos involucrarnos
negativamente en la situación de ellos.
Por el bien de Su pueblo, Dios puede detener Su juicio sobre el mundo. Aún cuando El
viene para juzgar al mundo conforme a Su justicia, El todavía se preocupa por Su pueblo
a fin de que ése cumpla Su deseo de tener una morada en la tierra. Hemos visto que en
la plaga de las moscas, Dios puso una redención entre Su pueblo y el pueblo de Faraón.
Del mismo modo, en la plaga gravísima sobre el ganado, 9:4 afirma: “Y Jehová hará
separación entre los ganados de Israel y los de Egipto, de modo que nada muera de todo
lo de los hijos de Israel”. Según el versículo 6, no pereció ningún ganado de los hijos de
Israel. Los mensajeros mandados por Faraón vieron que ninguno de su ganado había
muerto (v. 7).
Debido a los impedimentos causados por la gente del mundo al pueblo de Dios en
cuanto a cumplir con Su propósito, Dios vino y juzgó la manera de vivir en Egipto. Ni
siquiera los hijos de Israel entendieron la verdadera naturaleza de la vida egipcia. Ellos
también necesitaban una revelación de la naturaleza, del vivir y del resultado de la vida
en Egipto. Cuanto más eran juzgados los egipcios, más los hijos de Israel eran
iluminados en cuanto al vivir de Egipto. Por consiguiente, Dios usó las plagas para
cumplir dos cosas: castigar a los egipcios para que liberasen a Su pueblo y abrir los ojos
de los hijos de Israel en cuanto a la naturaleza de la vida de usurpación en Egipto. La
iluminación que recibieron por medio de las plagas hizo que estuviesen dispuestos a
huir de Egipto y a entrar en el desierto donde pudieron recibir, en el monte de Dios, la
revelación de Dios acerca de Su morada.
VIII. EL OCTAVO CONFLICTO
En la sexta plaga, que sucedió durante el octavo conflicto (9:8-12), se produjeron las
úlceras sobre la piel de los hombres y los animales. El Señor dijo a Moisés y Aarón que
tomaran puñados de cenizas de los hornos y que las esparcieran hacia los cielos a la
vista de Faraón. Las cenizas se convirtieron en polvo fino que causó úlceras sobre los
hombres y los animales en todo el país de Egipto (9:8-9).
Las cenizas son lo que queda después de que algo es quemado. Al final de la quinta
plaga, todos los recursos de Egipto habían sido juzgados; el agua, la tierra, el aire y el
ganado fueron juzgados por Dios. No obstante, las cenizas, lo que quedaba de las cosas
quemadas, todavía debían ser atacadas. Esto indica que todo lo que queda de nuestra
vida humana caída debe recibir la disciplina de Dios. Usted pensará que cierta cosa ha
sido totalmente acabada. Efectivamente, fue acabada, pero quedan todavía algunas
cenizas, algún restante. En cierto sentido, lo restante es peor que la cosa misma, puesto
que puede provocar úlceras. El resto de algo que usted hizo o tuvo alguna vez puede
causar daños graves. Por consiguiente, Dios no sólo disciplina las cosas mismas, sino lo
que queda de estas cosas. Al esparcir las cenizas del horno en el aire, las cenizas
quedaron expuestas.
Después de que Dios había juzgado el agua, la tierra con el polvo y el aire parecía que no
quedaba nada de los recursos para el sustento egipcio. Aún los animales usados para el
transporte fueron matados. Pero todavía había cenizas que quedaban de las cosas que
fueron atacadas y quemadas. Dios no podía tolerar ni siquiera las cenizas. Esto indica
cuan finos y completos eran el juicio de Dios y Su manera de exponer, y también
muestra que Dios hizo un buen trabajo al educar a Su pueblo a conocer la verdadera
naturaleza de la vida en este mundo, la cual está en contra de Su economía. El aspecto
educacional del juicio de Dios sobre Egipto fue verdaderamente muy fino.
Las cenizas generalmente no contienen ningún germen, pues todos los gérmenes han
sido quemados. Pero las cenizas esparcidas en el aire por Moisés y Aarón estaban llenas
de gérmenes porque se convirtieron en polvo que provocó úlceras. Usted pensará que
sus antiguas prácticas pecaminosas han sido totalmente terminadas y que lo restante
son cenizas limpias, cenizas que no contienen ningún germen. Pero Dios no está
satisfecho con esto. Por tanto, El viene y juzga el resto de las cosas pecaminosas. No se
imagine que en su vida personal no queda nada que juzgar después de que los pecados
hayan sido juzgados. Por el contrario, todavía queda algo dentro de usted, el resto de lo
que ha sido juzgado y disciplinado. Esto indica que a los ojos de Dios, todo lo que
pertenece a la vida egipcia: el agua, la tierra, el aire, y las cenizas, debe ser juzgado y
expuesto. No debe quedar nada de la vida del mundo.
No se jacte de la manera en que usted ha terminado sus pecados pasados o sus prácticas
mundanas. En lo profundo de su ser, quizá tenga todavía algunas cenizas. Por ejemplo,
un hermano puede haber sido un atleta extraordinario antes de ser cristiano. El puede
pensar que su amor por el deporte ha sido terminado. Quizá lo haya sido, pero las
cenizas tal vez no hayan sido terminadas. Las hermanas jóvenes pueden tener cajas de
cenizas, los restos de ciertas cosas que ellas atesoraban mucho. ¡Alabado sea el Señor
por todas las disciplinas que usted ha experimentado bajo Su dirección! Pero ¿qué hay
de las cenizas? Dios requiere que ellas también sean expuestas y juzgadas.
La plaga de las úlceras afectó a los egipcios, pero no a los hijos de Israel. Sin embargo,
algunos santos quizá sientan que tuvieron la experiencia de esparcir las cenizas de sus
experiencias pasadas y causar daño a otros creyentes. Los santos deben tener cuidado de
no caminar como los gentiles. Al dar testimonio de cómo hemos terminado con las cosas
pecaminosas, es posible esparcir cenizas en el aire. Debemos orar al Señor para que El
nos cubra con Su sangre prevaleciente. Esta oración nos pondrá bajo la redención de
Cristo, y la unción nos restringirá y nos impedirá esparcir cenizas. El verdadero
significado de esta plaga es que indica lo fino y lo completo que era el juicio de Dios, aún
al aniquilar el resto de las cosas quemadas, y también lo extenso que era la educación de
Dios para con Su pueblo.
Debemos quedar profundamente impresionados por el hecho de que aún los restos de
las cosas pecaminosas deben ser juzgados. A los ojos de Dios, en Egipto no hay nada
bueno. Todo lo relacionado con el vivir egipcio, con el vivir del mundo, debe ser
expuesto y juzgado totalmente. Que Dios exponga cada aspecto del vivir del mundo.
En el segundo grupo de plagas se destacan dos asuntos. El primero es éste: estas plagas
no afectaron la tierra de Gosen, porque los hijos de Israel estaban bajo la redención del
Señor. El segundo es que en estas plagas, los magos egipcios no pudieron hacer nada.
Hemos señalado que algunos filósofos del mundo pueden enseñar cosas similares a lo
que enseñamos al predicar el evangelio. Sin embargo, llega el momento en que estos
“magos” actuales no pueden hacer nada. Los filósofos del mundo no pueden salvar a la
gente de las moscas, las plagas ni las úlceras. No pueden rescatar a nadie de la
contaminación moral y espiritual. Sólo la salvación de Dios puede liberar al pueblo de
todo esto. Tarde o temprano, aún los “magos” se encontrarán sin poder delante de la
mano de Dios.
A través de todos estos cuadros con todas las plagas, podemos ver la verdadera situación
de nuestra vida humana caída. Ninguna otra porción de la Biblia nos muestra un cuadro
tan detallado de la vida mundana en oposición al edificio de Dios. El mundo está en
contra del edificio de Dios, y el edificio de Dios se opone al mundo. El pueblo escogido
de Dios es un factor crucial entre estas dos fuerzas opuestas. Si el pueblo de Dios
permanece en el mundo, Dios no puede hacer nada. Pero si están dispuestos a ser
rescatados del mundo para Dios, El puede llevar a cabo Su propósito en la tierra, es
decir, tener Su morada. Por consiguiente, Dios debe venir y aniquilar al mundo
usurpador y educar a Su pueblo para que se dé cuenta de lo que es el mundo, a fin de
que abandonen al mundo y ya no permanezcan allí. Las diez plagas enseñaron a los hijos
de Israel lo que es la verdadera naturaleza de Egipto y lo que les usurpaba, los ocupaba y
los poseía.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE DIECINUEVE
LA EXIGENCIA DE DIOS Y
LA RESISTENCIA DE FARAON
(5)
En Éxodo 9:13—10:29, llegamos al tercer grupo de plagas. Así como los dos primeros
grupos, este grupo se compone también de tres plagas. Hemos visto que Dios usó las
seis primeras plagas para exponer la verdadera situación de las aguas, la tierra y el aire,
los cuales son necesarios para el sustento del hombre. Como veremos en el tercer grupo
de plagas, Dios alteró algunos principios que gobiernan algunas funciones del universo.
En Génesis 1 y 2, Dios restauró el universo que había sido juzgado a causa de la rebelión
de Satanás. Como resultado del juicio de Dios, vinieron tinieblas sobre la faz del abismo
(Gn. 1:2). Todo se volvió vacío y desolado. En Su obra de restauración y de creación
adicional, Dios hizo aparecer la luz, y luego juntó las aguas para que saliera la tierra
seca. En esta tierra, se produjeron varias clases de vida: el pasto, las hierbas y los
árboles. Luego Dios creó el sol, la luna y las estrellas, que son necesarias para el
desarrollo de una vida más elevada en la tierra. Por este procedimiento, Dios preparó
todo lo que era necesario para que el hombre viviera en la tierra. Por consiguiente, la
Biblia revela que los cielos tienen como propósito la tierra, y la tierra a su vez es para el
hombre, y el hombre con su espíritu humano es para Dios.
Puesto que los cielos son para el beneficio de la tierra, proveen luz solar, viento, y lluvia
para sostener la vida en la tierra. Sin estas tres cosas, no puede crecer nada. El hombre
debe tener esta provisión si ha de vivir en la tierra para cumplir el propósito de Dios.
IX. EL NOVENO CONFLICTO
Génesis 2:5 indica que se necesitan dos cosas para el crecimiento: la lluvia para regar la
tierra y el hombre para cultivar el suelo. La lluvia es un factor básico en el crecimiento
de las cosas vivientes en la tierra. La lluvia tiene como propósito principal la vida, a fin
de permitir que las cosas vivientes crezcan. La función de la lluvia es el crecimiento de
las plantas y los árboles y el satisfacer la sed del hombre.
El universo no sólo fue creado por Dios, sino también arreglado y ordenado por El para
satisfacer las necesidades del hombre. Por consiguiente, Dios ha ordenado que ciertos
principios o leyes gobiernan la función del universo. En la séptima plaga, Dios cambió el
principio relacionado con las funciones de la lluvia. La lluvia dejó de regar la tierra para
producir la vida, y se convirtió en granizo que dañaba la vida en la tierra. En lugar de
satisfacer la sed de la gente, los mataba. Éxodo 9:23 afirma que mientras caía el granizo,
el fuego se esparcía sobre el suelo. Además, el fuego se mezcló aún con el granizo (v. 24).
Por consiguiente, se mezclaron dos extremos indicando que Dios había cambiado la
función del universo.
Podemos aplicar esta plaga a nuestra experiencia espiritual. Si nuestra relación con Dios
es adecuada, El manda la lluvia espiritual sobre nosotros para regar el jardín en nuestro
espíritu y satisfacer nuestra sed. Pero si somos obstinados o rebeldes en contra del
Señor, nuestra relación con El estará destruida, y El alterará la función espiritual de la
lluvia al mandar granizo sobre nuestro espíritu y fuego junto con el granizo. Este cambio
de función espiritual causa graves daños.
X. EL DECIMO CONFLICTO
Después de las ocho primeras plagas, parece que ya no se necesitaba más juicio ni
educación. Observe cuantos daños fueron causados a la tierra Egipto. El agua se
convirtió en sangre, el polvo en piojos; el agua produjo ranas, las moscas contaminaron
el aire, la plaga destruyó al ganado, aparecieron úlceras sobre los hombres y los
animales, la lluvia se convirtió en granizo, y el viento trajo langostas. ¡Qué destrucción
más completa! Si yo hubiera estado allí, le habría dicho al Señor que estas plagas eran
suficientes, pues todo había sido destruido.
El tercer grupo de plagas fue aún más significativo que los primeros dos grupos porque
en estas tres plagas, Dios usó la lluvia, el viento, y los rayos solares. Esto impidió que los
egipcios viviesen. No debe sorprenderse al leer lo que dijeron los siervos de Faraón:
“¿Hasta cuándo será este hombre un lazo para nosotros? Deja ir a estos hombres para
que sirvan a Jehová su Dios. ¿Acaso no sabes todavía que Egipto está ya destruido?”
(10:7). No obstante, Faraón permanecía obstinado.
Faraón poseía una capacidad poco común de resistir a Dios. El pudo soportar toda clase
de sufrimientos sin someterse. Yo en el lugar de Faraón, habría accedido a las exigencias
del Señor cuando llegó la primera plaga. En cuanto hubiera visto al agua volverse
sangre, les habría dicho a los hijos de Israel que salieran de mi territorio. Pero, a pesar
de todas las plagas que cayeron sobre Egipto, Faraón permaneció terco aún cuando las
funciones del universo relacionadas con Egipto fueron cambiadas.
En varias ocasiones Faraón regateó con Moisés y Aarón. En 10:8, Faraón les dijo:
“Andad, servid a Jehová vuestro Dios. ¿Quiénes son los que han de ir?” Moisés
reconoció la estrategia de Faraón y contestó: “Hemos de ir con nuestros niños y con
nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con
nuestras vacas, hemos de ir; porque es nuestra fiesta solemne para Jehová (v. 9).
Cuando Faraón oyó esto, él les dijo que el mal estaba delante de ellos, queriendo decir
que los jóvenes corrían peligro de morir por accidente o heridos. Entonces Faraón exigió
que los niños permanecieran con él y que los hombres salieran a servir al Señor. Aquí
vemos la sutileza de Faraón. Todos los padres saben que es sumamente difícil para ellos
dejar a sus hijos, porque los aman con todo su corazón. Faraón se daba cuenta de eso. El
quiso guardar a los niños, e intentó regatear con Moisés y Aarón. Pero ellos no
aceptaron lo que Faraón pedía. Por el contrario. Moisés extendió su vara sobre el país de
Egipto, y la octava plaga, la plaga de las langostas, cayó sobre Faraón y los egipcios.
Durante la plaga de las tinieblas densas, Faraón volvió a regatear con Moisés y Aarón.
Esta vez, él dijo: “Id, servid a Jehová; solamente queden vuestras ovejas y vuestras
vacas: vayan también vuestros niños con vosotros” (10:24). Faraón había sido tocado
duramente por Dios, pero él todavía no quería acceder a Su exigencia. Por el contrario,
él seguía regateando. La respuesta de Moisés a este regateo fue la siguiente: “Tú también
nos darás sacrificios y holocaustos que sacrifiquemos para Jehová nuestro Dios.
Nuestros ganados irán también con nosotros; no quedará ni una pezuña” (10:25-26).
Según 9:15 y 16, el Señor dijo a Faraón: “Porque ahora Yo extenderé Mi mano para
herirte a ti y a tu pueblo de plaga; y serás quitado de la tierra. Y a la verdad Yo te he
puesto para mostrar en ti Mi poder, y para que Mi nombre sea anunciado en toda la
tierra”. El versículo 16 indica que Dios sostenía a Faraón. En cierto sentido, Dios lo
apoyaba. Dios necesitaba que este hombre terco permaneciera firme. En sí mismo,
Faraón no podía permanecer de esta manera; por tanto, Dios lo apoyó. Para mostrar Su
poder y declarar Su nombre en toda la tierra, el Señor necesitaba a Faraón terco.
Hemos señalado que las plagas que cayeron sobre Egipto no fueron solamente para
juicio, sino también para educar a los egipcios y a los hijos de Israel. Si no tuviéramos
los catorce primeros capítulos de Éxodo, no creo que podríamos conocer completamente
al mundo ni ver claramente la actitud de Dios hacia el mundo. Faraón fue único en el
hecho de no someterse. No se sometió ni siquiera cuando los primogénitos murieron.
Esto queda demostrado por el hecho de que más adelante él persiguió a los hijos de
Israel. Dios usó a Faraón para educar a los egipcios, a los hijos de Israel, y a Su pueblo a
través de las generaciones. La gente de la iglesia hoy en día debe aprender de estos
capítulos de Éxodo la naturaleza, el significado, y el resultado de la vida del mundo y de
la actitud de Dios hacia esta vida. Sólo al recibir esta revelación, podemos aborrecer
verdaderamente la vida mundana.
Muchos cristianos hoy en día aborrecen el pecado, pero muy pocos aborrecen al mundo.
No obstante, Jacobo 4:4 afirma: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad
contra Dios? Cualquiera, pues, que decide ser amigo del mundo, se constituye enemigo
de Dios”. Quizá tengamos mucho cuidado de no perder nuestra calma, pero quizá no nos
preocupemos en absoluto por proteger nuestros corazones del amor por el mundo.
Perder nuestra calma es algo pecaminoso, pero amar al mundo significa ser enemigo de
Dios. Para Dios, la mundanalidad es peor que la pecaminosidad. La pecaminosidad va
en contra de la justicia de Dios, mientras que la mundanalidad va en contra de la
santidad de Dios, la cual es más elevada que su justicia. ¡Cuánto necesitamos la
educación que nos proporciona el libro de Éxodo! Mediante los primeros capítulos de
este libro, llegamos a ver como Dios aborrece a la mundanalidad. Si somos educados por
estos capítulos, odiaremos no solamente el pecado, sino también la mundanalidad.
Algunos maestros modernistas han pretendido que Dios no fue justo al interferir con la
situación en el territorio de Faraón. Según ellos, Faraón no estaba equivocado al ejercer
su autoridad dentro de su propia jurisdicción. Ellos no entendieron que Dios usó a
Faraón para educar a Su pueblo escogido. Dios apoyó a Faraón para cumplir Su propio
propósito. Dios lo necesitaba y lo usó para enseñar a Su pueblo muchas lecciones.
Yo aprecio las plagas por las lecciones que me han enseñado, particularmente acerca del
mundo. He sido cristiano durante más de cincuenta años, pero nunca conocí al mundo
de una manera tan completa como lo conozco ahora por mis estudios recientes de estos
capítulos acerca de las diez plagas. Estas plagas me han enseñado muchas lecciones
sobre la naturaleza, el significado, y la consecuencia de una vida mundana.
Si vemos la sangre, las ranas, los piojos, las plagas, las úlceras, el granizo, las langostas y
las tinieblas, no necesitaremos que nadie nos exhorte a no amar al mundo.
Espontáneamente veremos que las cosas del mundo no son algo que debemos amar, y
automáticamente dejaremos de amar al mundo. ¿Ama usted cosas como ranas, piojos,
moscas, plagas, langostas, y tinieblas? ¡Seguro que no! No obstante, usted puede
amarlos sin saber porque no los ve tal como son en realidad. Por ejemplo, usted puede
pensar que la sangre es agua o que los piojos son polvo. Sólo dejará de amarlos cuando
vea la verdadera naturaleza de las cosas del mundo.
En la primera plaga hubo sangre, y en la novena, tinieblas. Tanto la sangre como las
tinieblas representan a la muerte. Por consiguiente, las plagas pasaron de muerte a
muerte. La vida del mundo es todo un asunto de muerte. No obstante, según Génesis 1 y
2, la ordenación de Dios en Su creación es de vida en vida. El hombre caído ama el
mundo, y por esta razón, Dios a través de las plagas expuso que el mundo no es de vida
en vida, sino de sangre en tinieblas, de muerte en muerte. Entre la sangre y las tinieblas
se encuentran las ranas, los piojos, las moscas, las plagas, las úlceras, el granizo, y las
langostas. En la séptima, octava, y novena plaga, las funciones del universo relacionadas
con Egipto fueron cambiadas para indicar que la atmósfera misma sobre Egipto ya no
era apropiada para la vida humana. Por el contrario, culminaba únicamente en muerte.
Hemos señalado que Egipto tipifica al mundo. Si tenemos una visión detallada del
mundo, conoceremos la actitud de Dios hacia éste, y espontáneamente dejaremos de
amarlo. Si deseamos ser la morada de Dios en la tierra, debemos conocer al mundo
completamente, y el elemento del mundo debe ser extirpado de nuestro ser. Podemos
ser la morada de Dios solamente al ser separados del mundo. En la redención de Dios,
no sólo somos salvos del pecado y del juicio de Dios, sino también separados del mundo.
Según Gálatas 1:4, Cristo se dio a Si mismo por nuestros pecados para liberarnos de esta
era presente y maligna. Por tanto, la plena redención incluye la Pascua y también el
cruce del mar Rojo. Después de que los hijos de Israel fueron redimidos y salieron de
Egipto, Dios los llevó al monte Horeb, donde recibieron la revelación acerca de la
morada de Dios. Por tanto, el libro de Éxodo nos presenta una visión clara del mundo y
de la morada de Dios.
Antes de que comencemos a considerar el conflicto final entre Dios y Faraón, debemos
considerar el regateo sutil de Faraón. Faraón no representa solamente a Satanás, sino
también el yo y el hombre natural. Además, nuestros parientes y amigos también
pueden ser un Faraón para nosotros hoy en día. No sólo esto, nuestra mente natural,
voluntad y parte emotiva pueden ser un Faraón que se revela en contra de Dios o que
regatea sutilmente con El.
La exigencia de Dios para con Faraón se menciona en 5:1. Según este versículo, el Señor
habló a Faraón por medio de Moisés y de Aarón: “Deja ir a Mi pueblo a celebrarme fiesta
en el desierto”. Además, el Señor exigía que Su pueblo viajara tres días por el desierto
para celebrarle fiesta (5:3). Este viaje de tres días no sólo representa una distancia
importante, sino también la sepultura y la resurrección. En la Biblia, el tercer día
representa la resurrección. El Señor Jesús fue resucitado en el tercer día, y según
Génesis 1, la tierra seca, que tipifica a Cristo en resurrección, apareció al tercer día. Por
consiguiente, el viaje de tres días aquí representa la sepultura y la resurrección. El
hombre natural debía ser sepultado para que el pueblo de Dios pudiera ser levantado de
la muerte e introducido en la resurrección. El cruce del mar Rojo representaba el
proceso de sepultura y resurrección. A los ojos de Dios y de Satanás, los hijos de Israel
pasaron por la sepultura del mar Rojo y entraron en resurrección. Nosotros los que
hemos sido llamados por Dios y Su pueblo escogido, debemos pasar también por este
proceso de sepultura y de resurrección. Esto significa que debemos viajar durante tres
días para ser sepultados y resucitados. Por medio de este viaje, el pueblo de Dios no sólo
sale de Egipto, sino que también entra en la resurrección, dentro de un nuevo entorno.
Por el lado negativo, el desierto representa un lugar de vagancia, pero por el lado
positivo, representa una esfera de separación. Cuando los hijos de Israel entraron en el
desierto, fueron separados de todo lo que es egipcio, de todo lo que es mundano. Esta
separación está relacionada con la sepultura y la resurrección. Antes estábamos en
Egipto, es decir, en el mundo. Pero mediante la sepultura y la resurrección hemos salido
del mundo y hemos entrado en el desierto, donde estamos separados para el Señor. Al
disciplinar a Faraón, Dios exigía esta separación para Su pueblo.
Sin embargo, la separación no era la meta. La meta de Dios era que los hijos de Israel le
celebraran fiesta. El deseaba que ellos estuvieran felices con El en Su presencia. Celebrar
una fiesta para Dios consiste en disfrutar a Dios con Dios. Todo aquel que ha sido
verdaderamente salvo ha experimentado tiempos de reboso de alegría en la presencia
del Señor. Estos tiempos son verdaderas fiestas. Si usted no ha disfrutado esta fiesta con
el Señor y solamente se ha conformado con participar en los entretenimientos
mundanos, entonces quizá usted no ha sido salvo. La salvación no depende de este
disfrute. No obstante, todo aquel que es salvo experimentará, por lo menos una vez en
su vida cristiana, la celebración de una fiesta para el Señor, el disfrute del Señor en Su
presencia. Algunas veces he estado tan eufórico de alegría en el Señor que parece como
si bailara delante de Él. Esta no es una doctrina ni una teoría, sino un disfrute
maravilloso de nuestra salvación.
Además, los hijos de Israel debían presentar un sacrificio al Señor. Según nuestra
experiencia, cuando celebramos una fiesta al Señor, disfrutándole en Su presencia,
nuestro corazón es profundamente tocado por el Señor Jesús. El se hace muy querido y
precioso para nosotros, y sentimos un amor fresco por El. Simplemente no encontramos
las palabras para describir lo dulce que El es para nosotros. El toca lo profundo de
nuestro ser, y respondemos agradeciendo al Padre por Su querido Hijo. Este es el
significado de ofrecer un sacrificio a Dios, presentar a Dios el precioso Cristo como
sacrificio. Cuando ofrecemos Cristo al Padre, el Padre está complacido, feliz y satisfecho
con nosotros por medio de nuestro sacrificio de Cristo. Por consiguiente, la exigencia
que hizo Dios a Faraón era que dejara ir a Su pueblo tres días por el desierto para que
ellos le celebraran una fiesta y le presentaran un sacrificio. Este es el disfrute de la
salvación de Dios.
Al principio, Faraón rechazó la exigencia de Dios y dijo: “¿Quién es Jehová, para que yo
oiga Su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel”
(5:2). Satanás es sutil. El yo y el hombre natural también son sutiles. Además, nuestra
mente, voluntad, y emociones naturales, son sutiles. De hecho, todo lo natural es sutil.
Así vemos que Faraón se encuentra en todas partes. Faraón no reconoce a Dios e ignora
Su exigencia de dejar ir a los hijos de Israel.
Yo no creo que Faraón en realidad ignoraba que existía un Dios como Jehová. Al
contrario, Faraón debe haber conocido la existencia de Jehová, pero él la negaba a
propósito. Con insolencia, preguntó por qué debía escuchar la palabra de Dios. El
hombre natural hace lo mismo hoy en día. Por ejemplo, la esposa de un hermano quizá
sepa que existe un Dios, pero a lo mejor ella rechaza Su exigencia. El hermano quizá
diga a su esposa que él ha recibido un llamado del Señor. La esposa quizá reaccione
diciendo: “¿Quién es Dios? ¿por qué debería escuchar el llamado que te hace?” En ese
momento, ella es un Faraón que rechaza a Dios y Su exigencia.
En realidad, fue Satanás en Faraón el que negó a Dios. Satanás sabía muy bien que
existía un Dios, pues en un momento dado él estuvo en la presencia de Dios. No
obstante, Satanás obró en Faraón para negar a Dios y para rehusar escucharlo. Esta fue
la primera etapa del regateo sutil de Faraón.
Muchos salvos regateaban con el Señor de esta manera cuando oyeron por primera vez
el evangelio. En lo profundo de ellos mismos, se preguntaron: “¿Quién es Dios? ¿por qué
debería escucharlo? ¿por qué El no me escucha a mi? ¿por qué lo necesito a Él? El es
Aquel que me necesita. En cuanto a mí, los cielos y la tierra deberían pertenecerme”.
Muchos han razonado con Dios de esta manera.
La respuesta de Dios a este regateo sutil consiste en mandar una plaga. Lo he visto
muchas veces. Por ejemplo, un estudiante muy inteligente de medicina puede
argumentar con Dios cuando él oye la palabra del evangelio. El quizá argumente con
Dios y le diga que él no tiene ninguna intención de escucharle. En lugar de argumentar,
Dios manda alguna clase de plaga, quizá una enfermedad que ningún médico pueda
diagnosticar, para que este joven se arrepienta y tenga fe en Cristo. Al mandar esta
plaga, Dios usa Su dedo. Los magos egipcios reconocieron que una de las plagas fue
provocada por el dedo de Dios (8:19). Faraón argumentó con Dios hasta que las plagas
empezaron a llegar. No obstante, en cuanto se acababa cada plaga, Faraón volvía a
argumentar con el Señor. Por lo tanto, Dios mandó plaga tras plaga.
Muy poca gente recibe el evangelio sin vacilar o sin pensarlo dos veces. Dios manda
plaga tras plaga para acabar esta clase de regateo.
B. Propuso que Israel presentara
un sacrificio a Su Dios en Egipto
Vemos la segunda etapa del regateo de Faraón cuando les dijo a Moisés y a Aarón:
“Andad, ofreced sacrificio a vuestro Dios en la tierra” (8:25). Aquí Faraón les decía que
ellos podían presentar un sacrificio a su Dios a condición de quedarse en el país de
Egipto. Ellos no necesitaban viajar por el desierto. Faraón reconoció que había un Dios y
que Su pueblo debía servirle y presentarle un sacrificio. Pero él no estaba dispuesto a
que dejaran el país. Ellos podían presentar un sacrificio a Dios, a condición de quedarse
en Egipto.
La respuesta de Moisés a esta propuesta sutil fue la siguiente: “No conviene que
hagamos así, porque ofreceríamos a Jehová nuestro Dios la abominación de los egipcios.
He aquí, si sacrificáramos la abominación de los egipcios delante de ellos, ¿no nos
apedrearían?” (8:26). Moisés sabía que lo que el pueblo sacrificara al Señor sería una
abominación para los egipcios. Lo que Dios aceptara, los egipcios lo rechazarían. Por
tanto, ellos no podían presentar un sacrificio a Dios en Egipto.
Faraón endureció su corazón y rehusó escuchar a Moisés. Entonces Dios mandó otra
plaga. ¡Ciertamente Satanás y el hombre natural deberían ver cuán inútil es argumentar
con Dios! El es grande, y El tiene la manera de disciplinarnos. Cuando acabamos de
argumentar con Dios, El simplemente usa Su dedo para disciplinarnos por medio de
otra plaga.
En la tercera etapa de su regateo sutil, Faraón dijo: “Yo os dejaré ir para que ofrezcáis
sacrificios a Jehová vuestro Dios en el desierto, con tal de que no vayáis más lejos”
(8:28). Si los hijos de Israel hubieran aceptado no ir muy lejos, Faraón los habría
alcanzado cuando quisiese. A veces los faraones de hoy nos permitirán creer en el Señor
Jesús, mientras no lleguemos a lo que ellos consideran ser un extremo. Nos alientan a
ser equilibrados y a no ir muy lejos. Por ejemplo, los padres pueden decir a sus hijos:
“Cuando yo era joven, yo también creía en Jesús, pero tú eres demasiado extremista al
seguir al Señor. No necesitas ir a las reuniones varias veces por semana. ¿Acaso una
hora el domingo por la mañana no es suficiente? Está bien creer en Jesús, pero no seas
fanático.
Después de que Faraón argumentó con Dios de esta manera, el Señor mandó otra plaga.
El hace lo mismo con los faraones de hoy. Cuando el hombre natural se esfuerza en
contra de Dios, El le manda una plaga.
Faraón no soportaba las plagas, y estaba dispuesto a dejar que los hombres de Israel
fueran a servir a su Dios, pero sin los jóvenes ni los ancianos (10:8-11). Cuando Faraón
preguntó quién iría a servir al Señor, Moisés contestó: “Hemos de ir con nuestros niños
y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con
nuestras vacas hemos de ir” (10:9). Entonces Faraón empezó a argumentar una vez más
diciendo que el mal estaba delante de ellos (v. 10). Faraón siguió diciendo: “No será así;
id ahora vosotros los varones, y servid a Jehová” (v. 11). Faraón fingía que los amaba,
que los cuidaba, y que no quería que ningún mal les sucediera. ¡Qué sutil!
Muchos son así actualmente. Los padres de un joven quizá le digan: “Como adulto, yo
conozco las pruebas de la vida humana. Tú no sabes todo lo malo que puedes encontrar
en el futuro. Por tanto, te aconsejo creer en el Señor Jesús, y seguirlo, pero no
completamente. Si tú lo sigues totalmente, no sabes lo que te sucederá”. Aquí Faraón
usó el amor para apartar a la gente del Señor. Mientras Faraón pudiera retener a las
esposas, a los niños, a los ancianos; los hombres en realidad no dejarían Egipto, pues
sus corazones seguirían allí. Puesto que faraón rehusó dejar ir a todos los hijos de Israel,
cayó sobre los egipcios una plaga más grave, la de las langostas.
La plaga de las langostas hizo que Faraón regateara una vez más con el Señor. Esta vez,
él dijo: “Id, servid a Jehová; solamente queden vuestras ovejas y vuestras vacas; vayan
también vuestros niños con vosotros” (10:24). Esta sugerencia también fue sutil. Moisés
le contestó a Faraón de manera excelente: “Tu también nos darás sacrificios y
holocaustos que sacrifiquemos para Jehová nuestro Dios. Nuestros ganados irán
también con nosotros; no quedará ni una pezuña; porque de ellos hemos de tomar para
servir a Jehová nuestro Dios” (10:25-26). Moisés no dijo que el pueblo necesitaba vacas
para su vivir; se necesitaba el ganado para proveer sacrificio al Señor. Esto indica que
Moisés no estaba preocupado por el vivir del pueblo, sino por tener algo que ofrecer a
Dios. Ellos se preocupaban por la necesidad de Dios, y no por la suya. Por tanto, no
podían aceptar que sus ovejas y sus vacas permanecieran en Egipto. Faraón se enojó por
la respuesta de Moisés y les prohibió regresar.
Muchos de nosotros hemos pasado por las cinco etapas del regateo con el Señor.
Primero negábamos al Señor, y luego creímos pero queríamos permanecer en Egipto.
Luego estábamos dispuestos a dejar Egipto, pero sin ir demasiado lejos. Después de eso
siguió la negociación acerca de lo que quedaría en Egipto. Faraón sabe que donde se
hallan las riquezas de uno, allí está su corazón (Mt. 6:21). Si Faraón puede guardar
nuestros bienes, nuestros corazones estarán en su mano.
Muchos cristianos hoy en día creen en el Señor Jesús, pero lo hacen sin cambiar de
posición. Permanecen en Egipto, en el mundo. No obstante, si permanecemos en Egipto
después de creer en el Señor, nuestros pecados pueden ser perdonados, pero no seremos
rescatados de la tiranía de Satanás. Permanecer en Egipto significa quedar bajo la
tiranía de Satanás.
Otros cristianos están dispuestos a alejarse un poco de Egipto. Al hacer eso, pueden
jactarse de su inteligencia, pensando que son sabios y equilibrados. Se complacen en
señalar que no son extremistas.
Otros se encuentran en la tercera, cuarta, o quinta etapa del regateo con Dios. Satanás
está dispuesto a dejarlos ir, pero sin sus niños. Muchísimos cristianos todavía tienen sus
posesiones y bienes en el mundo. Esto indica que todavía no han emprendido ningún
éxodo. Su bautismo debió haber sido el cruce del mar Rojo, pero fue para ellos
solamente un ritual que llegó a formar parte de la religión. Agradecemos al Señor
porque la mayoría de los que están en el recobro del Señor han emprendido el éxodo
fuera de Egipto.
Estas cinco etapas del regateo se repiten cuando se predica el evangelio. Es raro que
alguien se salve la primera vez que oye el evangelio. La mayoría de la gente lucha, vacila
y regatea. Finalmente, Dios usa Su para con ellos. Podemos usar nuestra mente para
regatear con el Señor y argumentar con El. Pero Dios no presta ninguna atención a
nuestros argumentos. Cuando terminamos nuestro regateo, El ejerce una vez más Su
poder sobre nuestra situación.
A. En Su exigencia absoluta
Por mucho que Faraón haya regateado con Dios, El es persistente. Nada puede
cambiarle. Cuando El exige algo de nosotros, El no se dará por vencido. Al contrario, El
insistirá en que Su exigencia se cumpla. Es inútil argumentar con El. El es paciente, y a
veces espera años hasta que estemos dispuestos a someternos a Sus requisitos. Podemos
pensar que después de mucho tiempo, el Señor cambiará de opinión, pero descubrimos
que el Señor persiste más que nunca. Los cielos y la tierra pueden pasar, pero Su
voluntad permanece. Faraón debe reconocer el hecho de que Dios existe y de que no
retirará Su exigencia absoluta.
B. Usó la última plaga para obligar a Faraón a sacar a Israel fuera de Egipto
Al insistir en que Su exigencia se cumpla, el Señor usó la última plaga, la matanza de los
primogénitos, para obligar a Faraón a sacar a Israel fuera de Egipto (12:29-33). Por muy
terco que haya sido Faraón, él no pudo resistir a esta plaga. Faraón dijo a Moisés y a
Aarón: “Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a
Jehová, como habéis dicho” (12:31). Además, Faraón les dijo: “Tomad también vuestras
ovejas y vuestras vacas, como habéis dicho, e idos” (v. 32).
Algunos pensarán que Dios no fue justo al permitir que Israel despojara a los egipcios de
esta manera. Recuerde que Faraón había obligado a los israelitas a construir ciudades de
almacenamiento para él. Por esta labor, él no les pagó nada. Por tanto, el despojo de los
egipcios fue en realidad una manera de pagar el precio justo. En Su justicia y rectitud,
Dios tuvo una manera de aclarar las cuentas. ¡Cuán maravilloso es ver que la última
plaga no sólo obligó a Faraón y a los egipcios a sacar a los hijos de Israel, sino que por
medio de ella estaban dispuestos a dar a los israelitas todo lo que pidieran!
Aún el asunto del despojo de los egipcios tiene aplicación hoy en día. Yo conozco
muchas personas que al principio regatearon con el Señor y que luego fueron
verdaderamente salvas por El. Al ser salvas, despojaron totalmente al mundo y llevaron
muchas cosas con ellos fuera del mundo para el Señor. Muchos pueden testificar que
después de ser llamados y salvos, no dejaron nada en el mundo. Por el contrario, todo lo
que tenían lo sacaron del mundo para el propósito de Dios.
Hemos señalado que los materiales dados a los israelitas por los egipcios fueron usados
en la construcción del tabernáculo. La plata fue usada para hacer basas, y el oro fue
usado para cubrir las tablas y otros muebles del tabernáculo. A los ojos de los egipcios,
el uso que se le dio a su oro y plata parecía un desperdicio. No obstante, a los ojos de
Dios, esto no fue ningún desperdicio. Los bienes de Egipto fueron despojados para el
propósito de Dios.
En el transcurso de los siglos, muchos fueron llamados por el Señor y rescatados por El
del mundo y le han traído muchas cosas que se convirtieron en desperdicio para bien de
Él y de Su propósito. Por ejemplo, cuando María ungió al Señor Jesús con un aceite de
nardo muy costoso, Judas consideró eso como un desperdicio. Dijo que pudo haber sido
vendido y el dinero dado a los pobres (Jn. 12:3-5). El se preguntaba por qué se
desperdiciaba tanto sobre el Señor Jesús. Pero todo el despojo del mundo debe ser
llevado al Señor Jesús y desperdiciado sobre El. Hacer esto significa ser salvo a lo sumo.
Esta es una señal de nuestro amor profundo por el Señor, una señal de que hemos sido
totalmente salvos. Finalmente, lo que despojamos del mundo es usado para la morada
de Dios.
Esta es nuestra experiencia actual. No sólo hemos dejado Egipto, sino que no
permitiremos que nada relacionado con nosotros permanezca en el mundo. Por el
contrario, despojamos los bienes del mundo y los desperdiciamos en el Señor como
señal de nuestro amor por El. Entonces estos bienes son usados en la morada de Dios
sobre la tierra.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE VEINTIUNO
La Biblia afirma claramente que Dios endureció el corazón de Faraón y también que él
mismo endureció su corazón. Algunas personas que no creen en la Biblia argumentan
que Dios actuó mal al endurecer el corazón de Faraón. Cuando Pablo escribió la epístola
a los romanos, estos argumentos ya habían empezado. Por tanto, Pablo acudió a la
soberanía de Dios y preguntó: “Oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?
¿Dirá el objeto moldeado al que lo moldeó: por qué me has hecho así?” (Ro. 9:20). En el
versículo siguiente, Pablo continua: “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para
hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” Aquí Pablo afirma
que como Creador, Dios tiene la autoridad soberana de hacer lo que quiera. ¿Quiénes
somos nosotros para argumentar con Él? Debemos reconocer que somos barro y que
Dios es el alfarero. El tiene autoridad de hacer del mismo barro un vaso para honra y
otro para deshonra. El tiene derecho de hacer vasos de ira (v. 22) así como de
misericordia (v. 23).
¿Se considera usted como vaso de ira o como vaso de misericordia? Por una parte, la
clase de vaso que somos se basa en la soberanía de Dios. Pero, por otra, depende de lo
que decimos de nosotros mismos. Así como pasa con muchas cosas en el universo, aquí
hay dos lados: el lado de Dios y el del hombre. Si decimos que somos vasos de ira, eso es
lo que somos. Pero si decimos que somos vasos de misericordia y de honra para gloria,
entonces somos tales vasos.
En Romanos 9:16, Pablo afirma: “Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de
Dios, que tiene misericordia”. El hecho de ser un vaso de misericordia y de honra para
gloria, no depende de nuestro carácter ni de nuestra carrera, sino de la misericordia de
Dios. Es por Su misericordia soberana que somos vasos de misericordia. Nosotros no
decidimos ser vasos de misericordia. Dios tomó esta decisión antes de nuestro
nacimiento. Podemos decir que somos vasos de misericordia sólo por la soberanía de
Dios. Por nosotros mismos no tenemos el derecho de decir eso. El alfarero, como aquel
que tiene autoridad sobre el barro, ha escogido hacer de nosotros vasos de misericordia.
No obstante, el confesar que somos vasos de misericordia demuestra que Dios nos ha
hecho así.
A. Conforme a Su voluntad
B. En Su soberanía
Nosotros los favorecidos de Dios, no sólo debemos darle gracias por Su misericordia,
sino también adorarle por Su soberanía. Existen himnos acerca de la misericordia de
Dios, pero resulta muy difícil encontrar un himno sobre la soberanía de Dios. Cuando se
trata de escribir himnos sobre la soberanía de Dios, tenemos muy poco que decir. Junto
con Pablo, debemos ser llevados a la soberanía de Dios. En lugar de argumentar con El,
debemos decir: “Oh Padre Dios, Te adoro por Tu soberanía. Aunque yo no soy digno, en
Tu soberanía Tu has deseado mostrarme Tu misericordia”. No presuma nunca que usted
toca la soberanía de Dios. Escuche a Pablo cuando pregunta: “¿Quién eres tú, para que
alterques con Dios?” (Ro. 9:20). Si somos conscientes de que no somos más que barro,
no argumentaremos con Dios. Por el contrario, lo adoraremos simplemente por Su
soberanía.
En el universo, existen tres cosas que no pueden ser negadas: la soberanía de Dios, la
misericordia de Dios y el libre albedrío del hombre. La soberanía y la misericordia de
Dios son divinas y también eternas, sin comienzo ni fin. Por el contrario, el libre
albedrío del hombre es algo creado por Dios. Al crear al hombre con un libre albedrío,
Dios exhibió Su grandeza. Por esto El no nos obliga a escogerle. Por el contrario, El nos
da la libertad para tomar nuestra propia decisión.
El hecho de que Dios concedió al hombre el libre albedrío revela también Su sabiduría y
Su amor. Ninguna persona grande, sabia y cariñosa, obliga a los demás a hacer algo. Por
el contrario, esta persona siempre respetará el libre albedrío de los demás y dirá: “Tú
tomas tu decisión. Si quieres hacer eso, puedes hacerlo. Tú debes tomar la decisión”. El
tomar a Dios o rechazarlo depende de nuestra elección. Génesis 2 demuestra que el
hombre tiene un libre albedrío. Este capítulo enseña que Dios colocó al hombre que El
creó al frente de dos árboles; el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del
mal, y el hombre es libre de escoger uno de los dos. Cuando yo era joven, pensaba que
Dios se había equivocado al permitir que el segundo árbol estuviera en el jardín. Me
parecía que si hubiera un solo árbol, el árbol de la vida, no hubiese habido ningún
problema. Pero en Su grandeza, sabiduría y amor, Dios le dio al hombre la oportunidad
de escogerle al ponerlo frente a los dos árboles.
Según Génesis 3, Eva escogió deliberadamente comer del fruto del árbol del
conocimiento. Al tomar esta decisión, ella ejercitó su discernimiento y libre albedrío. En
el mismo principio, debemos decidir si vamos a creer o no en el Señor Jesús. Además,
después de recibirle a Él, debemos escoger si le buscaremos. Algunos pensarán que la
situación en el universo sería maravillosa si Satanás no existiera. No obstante, es un
hecho que tanto Dios como Satanás, tanto la vida como la muerte, están presentes y que
debemos escoger entre los dos.
Con este trasfondo, llegamos al problema del endurecimiento del corazón de Faraón.
¿Endureció Dios primeramente el corazón de Faraón o Faraón tomó la iniciativa de
endurecer su propio corazón? Para contestar a esta pregunta, es de ayuda reflexionar en
su experiencia cuando creyó en el Señor Jesús. ¿Esta fue iniciada por usted o por Dios?
Ciertamente, fue iniciada por Dios. No obstante, usted creyó de su parte. Antes de ser
salvo, no pensaba acerca de Dios. Mi creencia en Cristo no fue planeada ni iniciada por
mí. Tengo la plena certeza de que la fuente de eso fue Dios mismo. Él lo planificó, lo
inició y lo planeó. Antes de ser salvo, yo no estaba dispuesto a creer en Cristo. Sin
embargo, un día espontáneamente estuve dispuesto. Mi experiencia y la suya también
demuestran que Dios dio el primer paso para hacernos creer en Cristo.
En el mismo principio, Dios dio el primer paso al endurecer el corazón de Faraón. Antes
de que Moisés se enfrentara por primera vez con Faraón, Dios le dijo que El endurecería
el corazón de Faraón (4:21). No obstante, en el caso de nuestra salvación, Dios inició
nuestra creencia en el Señor Jesús, pero El no la ejecutó al creer por nosotros. Dios
planeó que deberíamos creer, pero nosotros mismos tuvimos que creer. Del mismo
modo, Dios primero endureció el corazón de Faraón, luego Faraón llevó a cabo este
endurecimiento por medio de su libre albedrío.
Por una parte, debemos adorar a Dios por Su soberanía, pero por otra, debemos cumplir
nuestra responsabilidad. La soberanía de Dios no contradice nuestro libre albedrío, y
nuestro libre albedrío no contradice Su soberanía. Si vemos eso, nos humillaremos bajo
la soberanía de Dios y espontáneamente tomaremos nuestra responsabilidad. Diremos:
“Señor, todo es conforme a Tu soberanía. No obstante, debo llevar a cabo mi
responsabilidad”. Cuanto más estamos dispuestos a llevar nuestra responsabilidad, más
se confirma que hemos sido predestinados por Dios.
Primero la Biblia enseña que Dios endureció el corazón de Faraón. Pero la Biblia enseña
también que Faraón endureció su corazón. Eso demuestra la soberanía de Dios y
también el libre albedrío del hombre. Siempre debemos humillarnos y decir: “Señor, Tú
eres soberano. Pero de todas maneras debo llevar a cabo mi responsabilidad”. Esta
actitud indica que somos favorecidos por Dios. No obstante, supongamos que tenemos
la siguiente actitud: puesto que todo es conforme a la soberanía de Dios, no somos
responsables de hacer nada. Esto es una señal de que negamos a Dios. Faraón no pudo
escaparse de su responsabilidad, y Moisés no pudo jactarse de sus acciones. De esta
manera, Dios cerró toda boca. Moisés no tuvo ningún motivo de jactancia. Tampoco
tuvo Faraón ninguna excusa por no tomar responsabilidad.
Hemos señalado que algunos versículos afirman que Dios endureció el corazón de
Faraón, mientras que otros versículos dicen que Dios hizo que el corazón de Faraón
fuese duro. En el mismo principio, en algunos versículos vemos que Faraón endureció
su corazón (8:15, 19) pero en otras partes que el corazón de Faraón era duro (7:13).
Existe una diferencia entre el endurecimiento del corazón y un corazón que se hace
duro. En Éxodo, vemos que Faraón endureció su corazón y también que su corazón se
hizo duro. Esto indica que primero Faraón endureció su corazón. El resultado fue que su
corazón se endureció. Por tanto, el corazón endurecido fue la consecuencia del
endurecimiento del corazón. Antes de que Faraón endureciera su corazón, su corazón
todavía hubiera podido ser ablandado. Pero en lugar de ablandar su corazón, Faraón lo
endureció. Pasa lo mismo hoy en día. Antes de que una persona endurece su corazón, su
corazón no es duro. Hasta cierto punto, está blando. Pero cuando decide endurecer su
corazón, éste se hace duro.
De esto podemos aprender una lección importante: no permita nunca que nada negativo
se desarrolle para con el Señor. Antes de que esto se desarrolle, usted todavía puede
escoger entre dos cosas: estar de parte de Dios o estar en contra de Él. Cuando algo
negativo se produce y su corazón es endurecido, usted tendrá una sola elección, la cual
es rechazar a Dios.
En la manera en que Faraón usó su corazón, podemos ver como Dios disciplinó el
corazón de Faraón. Primero, Dios endureció el corazón de Faraón, y luego El hizo que su
corazón fuese duro. Después de endurecer el corazón de Faraón, Dios pudo haberlo
ablandado. No obstante, El no lo hizo. Por el contrario, El mantuvo el corazón de Faraón
en una condición de endurecimiento. Esto significa que Dios hizo que el corazón de
Faraón fuese duro. Al principio, Dios endureció el corazón de Faraón; luego El hizo que
el corazón de Faraón fuese duro. En otras palabras, Dios no intervino para cambiar lo
que Él había hecho con el corazón de Faraón.
Si permitimos que algo negativo se desarrolle para con el Señor, habrá una consecuencia
grave. Dios quizá no cambie este resultado. Por el contrario, puede permitir que
continúe, así como El no mostró misericordia a Faraón, sino que lo dejó permanecer por
sí mismo para mostrar Su poder en él (Ro. 9:17). Cuando usted endurece su corazón,
éste se hará duro y permanecerá duro. Esto es lo que pasa por el lado suyo. Por el lado
de Dios, primero El endurece su corazón y luego El puede rehusar cambiar lo que Él ha
hecho. Primero, El endurece el corazón, y luego El lo mantiene duro. Esto nos advierte
que debemos tener cuidado, de que cualquier cosa negativa se levantará dentro de
nosotros. Cuando esta cosa negativa produce un resultado determinado, ese resultado
permanecerá. Puede ser que ni siquiera Dios mismo lo cambie. El puede permitir que
permanezca tal como es.
Creo que Moisés usó varias expresiones para describir el endurecimiento del corazón de
Faraón para que aprendamos a humillarnos a nosotros mismos delante de la soberanía
de Dios, para que tomemos nuestra responsabilidad, y no permitamos que cosas
negativas se desarrollen hacia Dios. Cuando estas cosas se desarrollan, resulta muy
difícil cambiar su resultado. Por el contrario, la situación permanece y hasta empeora.
Aprendamos del ejemplo de Faraón. El permitió que algo maligno empezara, y el
resultado permaneció para siempre. ¡Qué advertencia tan seria es esta!
En el transcurso de los años, yo he visto muchos casos de personas que permitieron que
cosas negativas se desarrollaran. Al principio, tenían dos posibilidades de frente, y
todavía podían cambiar su dirección. Pero cuando tomaron la decisión negativa, ya no
hubo regreso. Desde aquel tiempo, no hubo ningún cambio de dirección ni de las
consecuencias de su elección.
Tenga mucho cuidado de que nada negativo se levante. Nunca considere esto como algo
insignificante. No piense que podrá hacer cierta cosa y que luego cambiará. Usted quizá
desee cambiar, pero el resultado de su elección tal vez no le permita cambiar. Además,
puede que Dios no tenga la intención de cambiar esta situación negativa.
Debemos adorar a Dios por Su soberanía, agradecerle por Su misericordia, llevar a cabo
nuestra responsabilidad, y evitar que cosas negativas se produzcan entre nosotros y el
Señor. Entonces estaremos en el favor de Dios, seremos un Moisés, y no un Faraón.
Todos debemos acudir al Señor para no ser vasos de ira como Faraón, sino como
Moisés, vasos de misericordia y honra para gloria.
Cuando era joven, no estaba de acuerdo con Dios acerca de la matanza de los
primogénitos. Ahora puedo ver que Dios hizo esto conforme a Su soberanía. El no
necesitaba ganar la aprobación de los hombres antes de hacer esto. El simplemente dio
el mandato a los ángeles, y ellos lo llevaron a cabo. No considere que al hacer esto Dios
no era un Dios de amor. Recuerde que según la Biblia, Dios no solamente ama, sino
también es soberano. En otra parte de las Escrituras, vemos que Dios está lleno de
misericordia y rico en bondad y perdón. El Nuevo Testamento declara que Dios es amor.
El mismo Dios que es amor vino, y conforme a Su soberanía, mató a los primogénitos.
En 12:30, vemos que entre los egipcios “no había casa donde no hubiese un muerto”.
Esta matanza se produjo a la medianoche (12:29), cuando por lo general la gente
disfruta del mejor descanso. Ese fue el momento en que los ángeles vinieron para matar
a los primogénitos, aquellos que eran los más fuertes y más amados de todas las familias
de Egipto. Con esta última plaga, Faraón fue sometido (11:1; 12:21-30, 33). El y sus
siervos se levantaron de noche y llamaron a Moisés y a Aarón, diciéndoles que ellos y los
hijos de Israel debían salir de Egipto y servir al Señor. Faraón fue sometido hasta el
punto de estar dispuesto a que todo Israel se fuese, no sólo con sus niños, sino también
con sus ovejas y vacas (12:31-32). Hasta le pidió a Moisés y a Aarón que lo bendijeran.
En realidad, él y todos los egipcios sacaron a los hijos de Israel de Egipto (v. 33). Los
egipcios estaban aún dispuestos a darles a los hijos de Israel todo lo que pedían. Estaban
dispuestos a dejar que toda la nación fuese despojada por Israel (v. 36).
Cuando se produjo la matanza de los primogénitos de los egipcios, los hijos de Israel
fueron preservados de cualquier clase de molestia y estaban descansando, disfrutando
de la salvación de Dios. Éxodo 11:7 dice: “Pero contra todos los hijos de Israel, desde el
hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis que Jehová hace
diferencia entre los egipcios y los israelitas”. Donde estaba el pueblo de Dios, no había
ninguna molestia. Bajo la soberanía de Dios, ni aún a los perros se les permitía ladrar.
Mientras los egipcios lloraban y gritaban, los hijos de Israel disfrutaban de un tiempo
agradable. Esto también manifiesta la soberanía de Dios.
Aunque Faraón fue sometido por la última plaga, fue sólo temporalmente. Después de
que los hijos de Israel salieron de Egipto, Faraón se arrepintió de lo que había hecho y
los persiguió con sus carros. Una vez más, el corazón de Faraón se endureció. Esto
también fue conforme a la soberanía de Dios para que los egipcios supieran que El es el
Señor (14:4). El Señor acabó con Faraón solamente después de que las fuerzas egipcias
fueron sepultadas en el mar Rojo. Dios ya no lo necesitaba más. No diga que Dios no era
un Dios de amor en sus tratos con Faraón. Una vez más debo señalar que aquí no es un
asunto del amor, sino de la soberanía.
¡Alabado sea el Señor porque en estos capítulos de Éxodo vemos la soberanía de Dios!
Debemos adorar a Dios por Su soberanía. Debemos decir: “Señor, te adoro por Tu
soberanía porque Tu soberanía refleja Tu misericordia. Señor soy débil y pecaminoso. A
veces hasta soy rebelde. Pero te agradezco Señor, porque mi corazón ha sido ablandado
y está siempre dispuesto a arrepentirse. Señor, te agradezco por darme un corazón tan
blando”. Si no sabe que debe adorar al Señor por Su soberanía, quizá no esté consciente
de Su misericordia para con usted. Pero si conoce la soberanía de Dios, estará
agradecido por Su misericordia. Se dará cuenta de que hasta el asistir a las reuniones de
la iglesia, usted se encuentra bajo la misericordia soberana del Señor. Considere cuanta
gente está involucrada en cosas pecaminosas o mundanas. Pero nosotros deseamos
reunirnos en la presencia del Señor, escuchar Su palabra, buscar lo que está en Su
corazón, y practicar la unidad con El. Esto está conforme a la misericordia soberana de
Dios. ¡Alabado sea El porque estamos bajo Su misericordia soberana!
La mañana es un tiempo excelente para que nos arrepintamos y nos confesemos ante el
Señor. Le doy gracias al Señor porque cada mañana podemos tener un nuevo comienzo.
Al pasar tiempo con El, podemos darnos cuenta de que hemos cometido errores.
Entonces nos arrepentimos, confesamos, y experimentamos una limpieza espiritual
genuina. ¡Cuánta misericordia es que estemos dispuestos a arrepentirnos, a
confesarnos, y a ser lavados por el Señor! Esto demuestra que estamos destinados a ser
hijos de Dios, hijos de misericordia, y no faraones.
No debemos leer estos capítulos de Éxodo como una simple historia. Estos capítulos son
un cuadro valioso que revela la soberanía de Dios. Gracias al Señor porque en la Biblia
se encuentra una sección dedicada a demostrar la soberanía de Dios. Debemos meditar
en estos capítulos muchas veces, hasta que veamos la soberanía del Señor y lo adoremos
por ella. Durante años, quizá hemos adorado a Dios por Su amor, pero no por Su
soberanía. Ahora debemos adorarle como Aquel que es soberano. Debemos decir:
“Señor, Tú eres el Dios soberano. Por Tu misericordia soberana, soy uno de Tus hijos.
Aleluya, Tú me has predestinado para ser uno de Tus hijos y no un Faraón”. En una
época en que tantas personas se entregan a los placeres mundanos, nosotros queremos
buscar del Señor y reunirnos en Su presencia. En la misericordia soberana de Dios,
nuestros corazones se han inclinado hacia El. Por Su misericordia hacia nosotros, lo
buscamos día tras día. ¡Alabado sea El porqué no somos un Faraón sino el Moisés
actual!
De los conflictos entre Dios y Faraón, también podemos aprender la manera correcta de
laborar por Dios. La manera apropiada no consiste en laborar o esforzarnos, sino en
representarle a Él. Así como Moisés fue enviado por Dios, nosotros también debemos
ser enviados por El.
Éxodo 11:3dice: “También Moisés era tenido por gran varón en la tierra de Egipto, a los
ojos de los siervos de Faraón, y a los ojos del pueblo”. Moisés no luchó, ni siquiera
trabajó duro. Como representante de Dios, él simplemente fue a ver a Faraón varias
veces. Moisés no fue por su propia iniciativa. Cada vez que iba, lo hacía como el enviado
de Dios. Además, él no le habló a Faraón con sus propias palabras. El siempre dijo lo
que el Señor le había pedido que dijera, dando a conocer a Faraón lo que Dios exigía de
él. Por tanto, Faraón en realidad no escuchaba a Moisés ni trataba con él; él escuchaba a
Dios y trataba con Dios. Moisés era el embajador de Dios, el enviado de Dios. La manera
de laborar por Dios consiste en ser Su representante.
Deseo recordarle a los colaboradores que no necesitan esforzarse tanto. Esto no significa
que debemos ser ociosos o perezosos. Significa que debemos pasar más tiempo con el
Señor. En nuestra oración, no debemos orar tanto por nuestra obra. Al contrario,
debemos orar para tocar al Señor, para conocer Su corazón y sentir lo que El siente.
Debemos permanecer en Su presencia hasta que El sature nuestro ser. Entonces
representaremos a Dios, y El nos enviará. Recuerde que no depende del que corre ni del
que desea, sino de Dios, quien muestra misericordia (Ro. 9:16). No necesitamos correr
ni desear. Nuestra necesidad es representar a Dios y ser Sus enviados.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE VEINTITRES
LA PASCUA
(1)
Lectura bíblica: Ex. 12:1-10, 13, 23, 46b; 13:4; Lc. 22:7-8, 14-15; Jn. 19:33, 36; 1 Co. 5:7
I. UN TIPO DE CRISTO
Todos los cristianos saben que Cristo es el Cordero de Dios y que realizó la redención
por nosotros (Jn. 1:29). No obstante, pocos han visto claramente a Cristo como el
Cordero redentor de Dios. Este cuadro se presenta en Éxodo 12.
Tal vez no entienda el significado de algunos detalles de este cuadro. Por ejemplo, ¿por
qué la sangre fue puesta en el dintel y en los postes (12:22) y no en el techo? ¿por qué
pidió Dios a los hijos de Israel que usaran un manojo de hisopo para untar la sangre en
el dintel y los postes? ¿por qué razón tuvieron que comer las hierbas amargas junto con
la carne del cordero? Podríamos hacer muchas preguntas, pero pocos cristianos podrían
contestarlas.
La Pascua es un tipo de Cristo. En 1 Corintios 5:7, Pablo dice que “Cristo, nuestra
Pascua, fue sacrificada”. Aquí Pablo no dice que Cristo es nuestro cordero; él dice que
Cristo es nuestra Pascua. Pero ¿cómo podía la Pascua ser sacrificada? Esta es la
respuesta: Cristo no es solamente el cordero pascual, sino también todos los aspectos de
la Pascua. El cordero, el pan y las hierbas amargas guardan relación con Cristo. Por
tanto, en principio, Cristo no es solamente el cordero de la Pascua, sino la Pascua
misma.
La palabra Pascua significa que el juicio de Dios pasa sobre nosotros. En Éxodo 12:13, el
Señor dice: “Veré la sangre y pasaré de vosotros”. Finalmente, la Pascua llegó a ser un
sustantivo. El sustantivo Pascua tiene su raíz en la frase “Pasar de vosotros” en 12:13.
¿Por qué Cristo es llamado nuestra Pascua? Según Éxodo 12, Dios pasó por encima de
los hijos de Israel porque la sangre del cordero pascual había sido untada en el dintel y
los postes de sus casas. Los hijos de Israel habían recibido el mandato de comer la carne
del cordero en sus casas. Esto indica que la casa sería la cubierta dentro de la cual
podían comer la carne del cordero pascual. La casa que los cubría debía tener sangre
untada en el dintel y en los postes. Cuando Dios vio la sangre, El pasó por encima de los
hijos de Israel. Por tanto, el hecho de pasar por encima se debía a la sangre untada.
No obstante, Pablo nos muestra que la Pascua no se relaciona sólo con la sangre, sino
con Cristo mismo. Hoy, ¿estamos bajo la sangre o en Cristo? Técnicamente, decir que
estamos bajo la sangre no es bíblico. Esta expresión no se encuentra en el Nuevo
Testamento. Sin embargo, el Nuevo Testamento afirma en muchas ocasiones que
estamos en Cristo. Según 1 Corintios 1:30, Dios fue El que nos puso en Cristo. Puesto
que estamos en Cristo, El se convierte en nuestra Pascua. Esto significa que antes de
poder ser nuestra Pascua, Cristo primero debe ser nuestra cubierta. Nuestra cubierta
hoy en día no es la sangre, sino Cristo mismo. En Éxodo 12, la Pascua se basaba en la
sangre. Pero hoy en día, nuestra Pascua se basa en Cristo. Esta es la razón por la cual
Pablo dijo que Cristo es nuestra Pascua.
Si le pidieran que enumerara las cosas que componían la Pascua en Éxodo 12, usted
probablemente mencionaría al cordero, la carne, la sangre, los panes sin levadura y las
hierbas. Probablemente no incluiría la casa. La casa en Éxodo 12, tipifica a Cristo. Al
final de Génesis 3, vemos que Dios usó pieles para cubrir a Adán y a Eva (v. 21). En
Génesis 4, Abel “trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de
ellas” y las presentó al Señor (v. 4). Mediante esta ofrenda, Dios aceptó a Abel. Más
adelante, vemos que Noé recibió el mandato de construir un arca lo cual se puede
considerar una casa flotante. El arca tipificaba a Cristo dentro del cual Dios nos ha
colocado. Noé y su familia entraron en el arca, y en ella se salvaron del diluvio. Estos
ejemplos indican que la revelación bíblica es progresiva. En Génesis 3:21, tenemos las
túnicas de pieles; en Génesis 4:4, la ofrenda de los primogénitos de las ovejas; y en
Génesis 6 y 7, el arca que hizo Noé.
En las vidas de Abraham, Isaac y Jacob, no vemos un relato claro de la redención. Por
esta razón, debemos ir a la experiencia de los hijos de Israel presentada en Éxodo 12.
Aquí vemos el pleno desarrollo de la redención de Dios que fue indicada por primera vez
en Génesis 3. En Génesis 3, tenemos las pieles, en Génesis 4 tenemos la ofrenda, y en
Génesis 6 y 7 tenemos el arca. Ahora en Éxodo 12, tenemos delante de nosotros el pleno
desarrollo de la redención de Dios. Aquí el arca se convierte en la casa, un tipo de Cristo,
la cual cubría a los hijos de Israel. Esta es la razón por la cual ningún versículo del
Nuevo Testamento afirma que estamos bajo la cubierta de la sangre de Cristo. Sin
embargo, muchos versículos, particularmente en las epístolas, indican que estamos en
Cristo. Según Gálatas 3, Dios nos ha puesto en Cristo, y ahora estamos en Cristo. Puesto
que Cristo es una casa que nos cubre, El es nuestra Pascua. El no es solamente el
cordero, los panes sin levadura y las hierbas, El es también la casa cuyo dintel y postes
fueron untados con la sangre redentora.
El tiempo de la Pascua está relacionado con un mes y con una fecha determinada. El
pueblo hebreo tenía dos calendarios; uno sagrado y uno civil. El calendario civil era
común, mientras que el calendario sagrado estaba relacionado con la experiencia de la
salvación de Dios. Nosotros los que creemos en Cristo también tenemos dos calendarios:
un calendario civil y un calendario sagrado. Todo aquel que no tiene una edad sagrada
junto con una edad civil no es un creyente genuino de Cristo ni puede participar de Él
como la Pascua. Nosotros los redimidos de Dios, hemos tenido dos nacimientos, dos
comienzos: un nacimiento físico con un comienzo físico y un nacimiento espiritual con
un comienzo espiritual. Puedo testificar que yo he tenido un segundo comienzo, el
comienzo en la vida divina. El día en que creímos en el Señor Jesús, nuestra edad
conforme al calendario sagrado empezó. En aquel día, tuvimos un nuevo nacimiento y
un nuevo comienzo.
A. El mes
Éxodo 12:2 habla del mes de la Pascua: “Este mes os será principio de los meses; para
vosotros será este el primero en los meses del año”. Este versículo indica que la Pascua
se festejaba durante el primer mes del año sagrado. Originalmente, este mes era el
séptimo mes del año civil. Según Génesis 8:4, el arca de Noé se posó sobre los montes de
Ararat en el día diecisiete del séptimo mes. Muchos maestros bíblicos creen que este
séptimo mes fue el primer mes de Éxodo 12. La Pascua se festejaba el día catorce de este
mes. Esto significa que se festejaba tres días antes del día que marcaba el hecho de que
el arca se posara sobre los montes de Ararat. Este evento tipificaba la resurrección de
Cristo. Cristo fue crucificado el día catorce y resucitó el día diecisiete.
Éxodo 13:4 dice: “Vosotros salís hoy en el mes de Abib”. La palabra Abib significa brotar,
retoñar, también se refiere a algo tierno y verde, a las espigas tiernas de trigo. Después
del cautiverio babilónico, este mes fue llamado Nisan (Neh. 2:1; Est. 3:7). El brote y el
retoño representan el comienzo de la energía de vida. Nuestra experiencia lo confirma.
El día en que invocamos por primera vez el nombre del Señor, creímos en El, y fuimos
salvos, la vida empezó a brotar y a retoñar dentro de nosotros. Todo aquel que no ha
experimentado esto no es un verdadero creyente. Todos podemos testificar que después
de creer en el Señor Jesús, algo empezó a brotar y a retoñar desde nuestro interior.
Finalmente, este brote produjo tiernas espigas de trigo, el resultado de la vida interior.
Esto indica que la vida divina dentro de nosotros es productiva. Es un brote, un retoño,
que produce vida. Esto empezó el día en que fuimos salvos, y continua hasta hoy.
B. La fecha
Según 12:3, “En el décimo día del mes, los hijos de Israel debían tomar cada uno un
cordero según la familia de los padres”, y prepararlo durante cuatro días. Entonces el
día catorce, la verdadera fecha de la Pascua, el cordero fue inmolado (v. 6). El Señor
Jesús fue crucificado ese mismo día del mes (Lc. 22:7-8, 14-15; Jn. 18:28).
Catorce días son dos semanas. En la Biblia, una semana significa una vida, y el final de
una semana denota el fin de la vida. Los adventistas del séptimo día guardan el séptimo
día, el fin de la semana. Sin embargo, nosotros disfrutamos del octavo día, el primer día
de la semana, el comienzo de una nueva semana, un nuevo comienzo en resurrección
(Jn. 20:1). El hecho de que la Pascua se celebraba en el día catorce del mes significa que
festejaban el final de dos semanas completas. Esto indica que la Pascua termina el
periodo de la vieja vida. Esto significa que la muerte de Cristo termina toda la historia
de nuestra vieja vida.
Mencionamos que los hijos de Israel tomaban el cordero el décimo día. Después de
seleccionar un cordero, éste era examinado durante cuatro días para probarlo, para
encontrar si realmente no tenía defecto. Si usted lee los evangelios detenidamente, verá
que el Señor Jesús también fue probado durante cuatro días. Así como el cordero en
Éxodo 12, El no debía tener defecto. Durante estos cuatro días, el Señor Jesús fue puesto
a prueba por la congregación de Israel, representada por los sacerdotes, ancianos,
escribas y fariseos. ¡Alabado sea el Señor porque El pasó la prueba y fue encontrado sin
mancha! Por consiguiente, al final de estos días, cuando llegó la Pascua, El fue
crucificado.
El Señor Jesús fue arrestado el primer día de la fiesta de los panes sin levadura. Este día
era también el día de la Pascua. La fiesta de la Pascua se celebra el primer día de las
fiesta de los panes sin levadura, que dura un total de siete días. Esto significa que
cuando la Pascua empezó, la fiesta de los panes sin levadura también empezó. No
obstante, la Pascua duraba un día, mientras que la fiesta de los panes sin levadura
continuaba por seis días. Esta es la razón por la cual la fiesta de la Pascua es llamada
también la fiesta de los panes sin levadura. Por consiguiente, Lucas 22:7 declara: “Llegó
el día de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar la Pascua”. El Señor
Jesús fue arrestado durante la noche de la víspera del día de la fiesta de la Pascua (el
calendario judío empieza a partir de la noche hasta el día siguiente en lugar de empezar
desde el día hasta la noche, así como lo hace Génesis 1). Entonces Cristo fue crucificado
el día mismo de la Pascua. Por consiguiente, Su muerte fue el cumplimiento exacto de la
tipología. Además, como lo mencionamos, El resucitó el día diecisiete, en cumplimiento
de la tipología del arca que reposó sobre el monte Ararat el día diecisiete del mismo mes.
En Éxodo 12:3, los hijos de Israel recibieron el mandato de “tomar cada uno un cordero
según las familias de los padres, un cordero por familia”. Aquí el punto crucial es que el
cordero pascual no era para un sólo individuo, sino para cada familia. La unidad básica
en la salvación de Dios no es el individuo, sino toda la casa, la familia. Por ejemplo, en
Josué 2 y 6 Rahab se salvó con toda la casa de su padre. En Lucas 19, el Señor Jesús dijo
a Zaqueo, el publicano: “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (v. 9). Según Hechos
11:14, Cornelio recibió la promesa de que él y toda su casa serían salvos (v. 14). Además,
cuando el carcelero preguntó qué debía hacer para ser salvo, Pablo y Silas le dijeron:
“Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch. 16:30-31). Estos casos indican
que la unidad básica en la salvación de Dios es la casa, y no el individuo.
Éxodo 12:4 es un versículo difícil de entender. “Más si la familia fuese tan pequeña que
no baste para comer el cordero, entonces él y su vecino inmediato a su casa tomarán uno
según el número de las personas; conforme al comer de cada hombre, haréis la cuenta
sobre el cordero”. Las casas diferían en tamaño. Si la casa de un hombre era demasiado
pequeña para el cordero, él y su vecino debían reunirse para tomar un solo cordero
conforme al número de las almas. El versículo 4 afirma que el cordero se escogía
conforme al número de las almas y a cuanto comía cada hombre. El cordero siempre era
igual, pero las casas diferían en tamaño. El cordero no podía ser demasiado pequeño
para una casa, pero la casa podía ser demasiado pequeña para el cordero.
B. Sin defecto
Éxodo 12:5 dice: “El animal será sin defecto”. No tener defecto significa ser perfecto.
Esto significa que Cristo es perfecto, o sea, no tiene defecto alguno (Jn. 8:46).
C. Un macho de un año
Éxodo 12:5 continúa diciendo que el cordero debía ser “un macho de un año”, tomado
“de las ovejas o de las cabras”. ¿Qué significa el hecho de que el cordero debía ser un
macho de un año? Ser de un año significa ser fresco y no haber sido usado para ningún
otro propósito. A los ojos de Dios, cuando el Señor Jesús fue puesto en la cruz, El era de
un año. El era fresco, y no había sido usado jamás para otro propósito.
Antes de nuestra salvación, todos éramos usados para algún otro propósito. Algunos de
nosotros fuimos usados con muchos propósitos diferentes. No éramos frescos en lo
absoluto. Yo fui salvo a la edad de diecinueve años y medio. No obstante, a los ojos de
Dios yo era mucho más viejo, pues ya había sido usado para otros propósitos. Por el
contrario, el Señor Jesús era fresco y no fue usado para ningún otro propósito.
Éxodo 12:5 indica que el cordero podía ser de las ovejas o de las cabras. Según Mateo 25
las ovejas representan a los que son buenos, y las cabras a los que son malos. Cuando
Cristo estaba en la cruz, ¿era bueno o malo? En realidad, El era las dos cosas. En el
tiempo de Su crucifixión, El era una oveja y también una cabra, dependiendo del ángulo
en que se considere Su crucifixión. En Sí mismo, Cristo era totalmente bueno. No
obstante, como nuestro sustituto, El era pecaminoso. Como lo afirma Pablo en 2
Corintios 5:21, “el que no conoció pecado fue hecho pecado por nosotros”.
Así como el cordero pascual fue probado durante cuatro días (12:3, 6), Cristo también
fue examinado durante el mismo periodo de tiempo. Después de ser arrestado, el Señor
fue sometido a seis pruebas, tres por parte de los sacerdotes que lo examinaron
conforme a la ley de Dios, y tres bajo los gobernantes romanos, que lo examinaron según
la ley romana. Finalmente, Pilato tuvo que declarar que no podía encontrar ningún
defecto en El. De hecho, Pilato declaró tres veces que no encontró ninguna falta en El
(Jn. 18:38; 19:4, 6). Como cordero pascual, Cristo no tenía defecto, ni falta.
Hablando del cordero pascual, 12:6 declara: “Y lo inmolará toda la congregación del
pueblo de Israel entre las dos tardes”. ¿Sabe usted quién crucificó al Señor Jesús? El fue
inmolado por la congregación del pueblo de Dios. Esto significa que todos nosotros
participamos en Su crucifixión.
Hace años, leí un artículo que describía como los hijos de Israel mataban al cordero
durante la Pascua. Según este artículo, el cordero era colocado en una cruz. Los hijos de
Israel tomaban dos palos de madera y hacían una cruz. Ataban dos piernas del cordero
debajo de la cruz y ataban a las otras piernas extendidas a la cruz. Luego mataban al
cordero para que su sangre fuese derramada, pues necesitaban toda la sangre para untar
a los postes de sus puertas. Todos sabemos que el imperio romano usaba la cruz como
pena de muerte para crucificar a los criminales, pero los hijos de Israel usaron este
método mucho antes del imperio romano para inmolar al cordero en su Pascua. La
manera en que se mataba el cordero nos brinda un cuadro de la crucifixión de Cristo.
Por consiguiente, la tipología de la Pascua prefigura la fecha y también la manera en que
Cristo sería crucificado para nuestra redención.
F. La sangre untada sobre los postes
y los dinteles de las casas era para la redención
Éxodo 12:7 dice: “Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de
las casas en que lo han de comer”. La sangre puesta en el dintel y en los postes era para
la redención. Esta sangre tipifica la sangre redentora de Cristo (Mt. 26:28; Jn. 19:34; 1
P. 1:18-19). Mientras los hijos de Israel participaban el cordero pascual, estaban en las
casas a las que se les había untado la sangre del cordero. Esto indica que la redención se
basa en la unión. La sangre de Cristo no nos puede redimir si no estamos en unión con
El. Podemos ser redimidos con la sangre de Cristo sólo cuando estamos en El. Si
estamos fuera de Cristo, Su sangre no nos puede redimir. Pero cuando estamos en Cristo
como la casa, somos redimidos por la sangre que fue untada sobre el dintel y los postes
de la misma. Puesto que la redención se basa en la unión, debemos estar en unión con
El, identificados con Cristo. Entonces, por ser uno con El, podemos ser redimidos por Su
sangre.
El arca que Noé construyó es otro ejemplo del asunto de la unión. Noé y su familia
entraron en el arca. De esta manera, estaban en unión con el arca, identificados con el
arca. Mediante esta unión, esta identificación, fueron salvos y redimidos por el arca. En
el mismo principio, para ser redimidos por la sangre del cordero pascual, los hijos de
Israel debían estar en la casa que había sido untada con la sangre. Además, todo aquel
que desea aplicar la redención de Cristo debe estar en unión con El.
La carne del cordero pascual se comía para recibir el suministro de vida (12:8-10). Pasa
lo mismo con el Señor Jesús como cumplimiento de la tipología. Cada evangelio habla
de la sangre de Cristo. No obstante, el Evangelio de Juan afirma que la carne de Cristo
es comestible. En Juan 6:53, el Señor Jesús dice que debemos comer la carne del Hijo
del Hombre, y en el versículo 55, El declara: “Mi carne es verdadera comida”. Esta carne
representa la vida de Cristo. La vida de Cristo es comestible; es nuestro suministro de
vida. Esto se menciona en el Evangelio de Juan, debido a que este evangelio, en
contraste con los demás, se centra en la vida. Por lo tanto, este evangelio revela que la
sangre de Cristo redime y que la vida de Cristo suministra. ¡Aleluya, tenemos la sangre
del cordero para la redención, y su carne para el suministro de vida!
1. Asado en el fuego
2. No crudo
En Éxodo 12:9 los hijos de Israel recibieron el mandato de no comer el cordero crudo.
En la actualidad los que no creen en la redención de Cristo intentan comerlo “crudo”.
Esto significa que consideran a Cristo como un modelo o ejemplo que ellos pueden
imitar en su vivir humano. Efectivamente, hacer esto significa comer el cordero pascual
crudo.
3. No hervido en agua
Además, los hijos de Israel no debían comer el cordero hervido en agua (12:9). Comer a
Cristo “hervido en agua” significa considerar su muerte en la cruz no con miras a la
redención, sino como el martirio. Actualmente pocos creen que Cristo murió como
Redentor. Según ellos, El fue perseguido por el hombre y murió como mártir,
sacrificándose por Sus enseñanzas. Aplicar la muerte de Cristo de esta manera equivale
a comer el cordero hervido en agua. Ser hervido en agua significa pasar por
sufrimientos, pero no por el sufrimiento del fuego santo. Este tipo de sufrimiento es
simplemente la persecución.
Hoy la gente toma a Cristo de tres maneras. Como cristianos fundamentalistas, creemos
que Cristo sufrió en la cruz por nosotros bajo el juicio de Dios. El fue quemado y “asado”
por el fuego santo de la ira de Dios. Como nuestro Redentor, El fue juzgado por
nosotros. Esto es tomar a Cristo asado por fuego. Esta es la manera correcta y ordenada
por Dios. Una segunda manera, que proponen los modernistas, consiste en tomar a
Cristo “crudo”. Esto es tomarlo como un ejemplo e imitar la manera en que El se
comportaba. La tercera manera consiste en tomar a Cristo “hervido”. Esto es considerar
la muerte de Cristo en la cruz como persecución y martirio, y no como muerte para
nuestra redención. ¿Cómo toma usted a Cristo: asado, crudo o hervido? Si usted cree
que Cristo murió en la cruz como mártir por la persecución de los hombres, entonces
usted come el cordero pascual hervido en agua. No obstante, si usted cree que El murió
como nuestro redentor, que fue asado por el fuego santo de Dios, entonces usted lo
come asado.
Los hijos de Israel debían comer el cordero con su cabeza, piernas y entrañas (12:9). La
cabeza representa la sabiduría, las piernas representan la actividad y el mover y las
entrañas representan las diferentes partes internas del ser de Cristo. Comer el cordero
pascual con la cabeza, piernas y entrañas significa tomar a Cristo en Su totalidad.
Mientras lo comemos a Él, tomamos Su sabiduría, sus actividades, sus mover y sus
partes internas.
Según Éxodo 12:8 los hijos de Israel debían comer la carne del cordero con los panes sin
levadura y las hierbas amargas. Comer con los panes sin levadura significa eliminar
todas las cosas pecaminosas. Cuando disfrutamos de Cristo como nuestra Pascua,
debemos eliminar todo lo pecaminoso. Al mismo tiempo, debemos comer las hierbas
amargas. Esto significa que debemos lamentarnos y arrepentirnos, experimentar un
sabor amargo acerca de las cosas pecaminosas. Cuando creímos en el Señor Jesús,
muchos de nosotros lo recibimos como nuestro suministro de vida y también
abandonamos todo lo pecaminoso. Al mismo tiempo, experimentamos el
arrepentimiento. Esto indica que comimos a Cristo con hierbas amargas.
Debemos tomar al cordero junto con el pan sin levadura y las hierbas amargas. Cuando
usted recibe a Cristo como el suministro, recibe una vida sin pecado, sin levadura, que le
da un sentimiento amargo cuando peca, y que se arrepiente cuando comete un error.
Esta vida es sensible al pecado, a cualquier clase de error, a cualquier cosa del yo. Para
conservarse sin levadura, usted debe arrepentirse.
Éxodo 12:10 dice: “Ninguna cosa dejaréis de él hasta la mañana; y lo que quedare hasta
la mañana lo quemaréis en el fuego”. No se debía dejar nada del cordero pascual hasta la
mañana siguiente. Esto indica que debemos recibir a Cristo plenamente, y no
parcialmente. No permita que nada de Cristo sea dejado. Por el contrario, tómelo
plenamente.
H. Sus huesos no fueron quebrados
Éxodo 12:46 afirma que los hijos de Israel no debían quebrar ninguno de los huesos del
cordero pascual. Cuando Cristo fue crucificado como nuestro cordero pascual, Sus
piernas no fueron quebradas (Jn. 19:33, 36). El hecho de que las piernas de Cristo no
fueran quebradas significa que en Cristo, el cordero pascual, hay algo que no se puede
quebrar ni destruir. Este elemento que no se puede quebrar ni destruir es Su vida
eterna. Los soldados romanos y los judíos acordaron en llevar a Cristo a la cruz, pero no
pudieron quebrar Su vida eterna.
Podemos demostrar con las Escrituras que el hueso representa la vida. Según Génesis
2:21 el Señor tomó un hueso, una costilla de Adán y edificó una mujer. La mujer, Eva,
fue producida de un hueso tomado de Adán. Por consiguiente, un hueso representa la
vida que imparte la vida. El hueso tomado de Adán impartió la vida de Adán en Eva. En
el mismo principio, que no se quebraran los huesos de Cristo representa Su vida eterna
que no puede ser quebrada ni destruida y que imparte Su vida dentro de nosotros. En
Cristo como nuestro cordero pascual existe esta vida que no se puede quebrar ni destruir
y que nos imparte la vida.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE VEINTICUATRO
LA PASCUA
(2)
Lectura bíblica: Ex. 12:11-28, 43-51; 13:2-11; 2 Co. 5:7-8; 1 Co. 15:45a, 47a.
Otro detalle se relaciona con los huesos del cordero pascual. En Éxodo 12:46, se le dijo a
los hijos de Israel que no quebraran ningún hueso del cordero usado en la Pascua. Esto
tiene mucho significado. Cuando el Señor Jesús fue crucificado, Sus huesos no fueron
quebrados (Jn. 19:33, 36). Esto indica que dentro de Cristo había algo inquebrantable e
indestructible. Los huesos intactos de Cristo representan la vida que se imparte. Eva
tipificaba esto debido a que ella fue edificada de la costilla de Adán. Así como el hueso
de Adán pudo impartir vida para hacerla su complemento, también la vida
indestructible de Cristo nos ha impartido vida para hacer de nosotros Su complemento.
La costilla de Adán representa la vida de Cristo que imparte vida. En Cristo se halla una
vida representada por los huesos no quebrados del cordero pascual. Esta vida es la vida
eterna y divina de Cristo que imparte vida dentro de nosotros.
Éxodo 12:11 dice: “Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros
pies, y vuestro bordón en vuestra mano y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de
Jehová”. Mientras los hijos de Israel comían el cordero pascual, parecían un ejército.
Éxodo 12:51 afirma que el Señor sacó a los hijos de Israel “de la tierra de Egipto con sus
ejércitos”. Hoy pocos cristianos se dan cuenta que debemos ser un ejército. Al contrario,
el concepto que predomina es que todo creyente debería ser puesto en un trono y
llevado a los cielos. No obstante, según el cuadro que presenta el libro de Éxodo, los
redimidos practicaban la Pascua de manera tal, que podían ser el ejército de Dios.
Según 12:11, los hijos de Israel comieron con sus lomos ceñidos. Antes de ser salvos,
nosotros éramos muy libres; nuestro ser no había sido ceñido. Estar ceñido forma parte
de la preparación para ser un soldado en el ejército. Cuando nos ceñimos, nos
preparamos para pelear.
El evangelio predicado por muchos cristianos hoy no está completo. Cuando usted oyó el
evangelio, ¿le dijeron que se arrepintiera, creyera en el Señor Jesús, lo recibiera, y luego
ciñera sus lomos? A pocos de nosotros se nos dijo que debíamos ceñirnos. No obstante,
el asunto de ceñirse se encuentra aquí en Éxodo 12. Este relato está completo. Estamos
calificados para aplicar la Pascua únicamente cuando ceñimos nuestros lomos. Si
seguimos sueltos, no podemos tomar la Pascua correctamente.
También se le pidió a los hijos de Israel que calzaran sus zapatos. Eso indica que ellos
debían prepararse para un viaje. Como ejército, todos los soldados necesitan zapatos
apropiados. Antes de ser salvos, nuestros pies no llevaban zapatos. Si deseamos
combatir por el Señor, nuestros pies necesitan los zapatos adecuados. Lamento que la
predicación del evangelio en el cristianismo actual raras veces incluya una palabra sobre
la necesidad de ponernos los zapatos para aplicar el cordero pascual. Espero que el
Espíritu Santo nos hable al respecto.
Además, en 12:11 se le pidió a los hijos de Israel que comieran la Pascua con el bordón
en la mano. El bordón también se usaba para el viaje. Antiguamente, cuando la gente
emprendía un largo viaje, a menudo tomaban un bordón. La faja, los zapatos y el bordón
servían para el viaje que los hijos de Israel iban a emprender. Este viaje no iba a ser un
viaje de paz, sino un viaje de guerra, pues en cierto sentido, ellos tenían que luchar para
salir de Egipto.
Le damos gracias al Señor porque a pesar de no haber oído acerca de estas cosas cuando
nos predicaron el evangelio, muchos de nosotros tuvimos alguna experiencia de esto
cuando fuimos salvos. Cuando decidimos recibir a Cristo como nuestro Salvador, dentro
de nosotros sentimos que fuimos preparados para un largo viaje. Esta fue mi
experiencia. Me parecía que había abandonado mi viaje anterior y que estaba listo para
emprender un nuevo viaje, a llevar una nueva vida con un nuevo comienzo. ¿Acaso no
tuvo esta experiencia cuando creyó en el Señor? ¿no fue preparado para emprender un
nuevo viaje, un nuevo caminar? Tal vez usted no pudo describirlo, pero el Espíritu Santo
lo equipó de esa manera y lo guió en un viaje de combate. Se dio cuenta de que una
nueva vida, un nuevo viaje acababa de empezar.
Finalmente, Éxodo 12:11 afirma que los redimidos de Dios debían de comer la Pascua
apresuradamente. Por tener que huir del país de Egipto aquella noche, se les pidió
comer el cordero pascual apresuramente. A menudo se le pide a los soldados que coman
sus alimentos rápidamente. Los que han estado en el ejército saben que los soldados son
entrenados para comer de esta manera. Debido a la batalla frente a nosotros, debemos
comer el cordero pascual apresuradamente. No tome el pretexto de que es lento por
naturaleza. Los lentos son atacados primero por el enemigo desde la retaguardia. Los
que comen rápido son probablemente los que se hallan al frente del ejército.
Además, la sangre sobre la puerta protegía a los redimidos del juicio de Dios. Como lo
afirma 12:13, la sangre era una “señal en las casas” donde se encontraran los hijos de
Israel. El versículo 23 dice: “Porque Jehová pasará hiriendo a los egipcios; y cuando vea
la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará
entrar al heridor en vuestras casas para herir”. La misma sangre abrió el camino para
que los redimidos entraran en la casa y cerró las puertas al destructor, guardando así a
los redimidos de Dios del juicio. ¡Alabado sea el Señor porque tenemos una puerta que
ha sido untada con la sangre redentora! Esta puerta nos abre la gracia de Dios con todo
lo que El es y todo lo que tiene para nosotros. Además, esta puerta está cerrada para
todas las cosas negativas. ¡Aleluya, estamos en la casa a cuya puerta se le ha untado la
sangre!
Se necesitaba una manojo de hisopo para poner la sangre del cordero en el dintel y en
los postes. Primera Reyes 4:33 afirma que en su sabiduría, Salomón “disertó sobre los
árboles, desde el cerro de Líbano hasta el hisopo que nace en la pared”. El hisopo era
una de las plantas más pequeñas. Según la revelación del Nuevo Testamento, nuestra fe
es la cosa más pequeña (Mt. 17:20). Por consiguiente, el hisopo representa la fe. Dios no
requiere que nuestra fe sea como un cedro, pues ninguno de nosotros podría satisfacer
este requisito. Dios requiere que tengamos un poco de fe. Aun cuando nuestra fe es muy
pequeña, todavía podemos aplicar el cordero pascual. Si un pecador ora: “Señor Jesús,
gracias por haber muerto por mí”, él será salvo. Aun esta fe pequeña lo salvará. En
realidad uno puede ser salvo con sólo decir: “Gracias, Señor”. Esta es la fe que se parece
al hisopo que nace en la pared. Por medio de esta fe tan pequeña se aplica la sangre de
Cristo.
Según Éxodo 12:22, la sangre del cordero pascual no estaba en una vasija sino en el
lebrillo. Muchos pueden testificar que en su experiencia de conversión, la sangre
redentora de Cristo les fue accesible de una manera pequeña y fácil de aplicar. No se
necesitaba tener mucha fe. Un poco de fe bastaba para que fuesen salvos. Ese es el
significado de usar un manojo de hisopo para aplicar la sangre del cordero pascual.
Tanto el lebrillo como el hisopo eran pequeños y podían ser manejados fácilmente por
cualquiera. ¡Cuán fácil es aplicar a Cristo!
Cualquier incrédulo que lee este mensaje no necesita esperar que algo importante
suceda. Mientras él lee, puede decir: “Señor, Te doy gracias”. Aun al ejercitar esta
pequeña cantidad de hisopo, la sangre es aplicada a él y toda la Pascua será suya. La
sangre del cordero pascual es aplicada, no por una fe grande, sino por una pequeña
cantidad de fe. ¡Alabado sea el Señor porque un poco de fe es suficiente! Al aplicar la
sangre con fe, tenemos una entrada en Cristo, e inmediatamente somos introducidos en
El como la casa donde toda la Pascua llega a ser nuestra.
C. Debían permanecer
en la casa cuya puerta fue untada con la sangre
A los hijos de Israel se les pedía que permanecieran en la casa cuya puerta fue untada
con la sangre; no debían salir de ella hasta la mañana (12:22). Si deseamos entender el
significado de esto, debemos ver que el concepto básico en la Biblia acerca de la
redención es la identificación o la unión. Sin identificación, no puede haber ninguna
sustitución, la cual es necesaria para la redención. En la cruz, Cristo murió como
nuestro sustituto. No obstante, el que El nos sustituya requiere que nos identifiquemos
con El.
Nuestra entrada en Cristo se hace por la puerta donde se ha aplicado la sangre. Cuando
usamos hisopo para untar la sangre, podemos entrar dentro de Cristo. Después de
entrar en Cristo, debemos permanecer en El. En Juan 15, el Señor Jesús dice:
“Permaneced en Mí”. Permanecer en Cristo significa quedarse en El, es decir, mantener
nuestra identificación, nuestra unión con El.
Muchas enseñanzas cristianas tienen por efecto separar a los creyentes de Cristo y hacer
que pierdan su identificación con El. Ninguna enseñanza que nos haga perder nuestra
unión con Cristo es útil. Lo que está fuera de Cristo, es esfuerzo y empeño humanos.
Nosotros no necesitamos empeñarnos ni esforzarnos. Sólo debemos entrar en la casa
por la puerta que fue untada con la sangre. Cuando estamos en la casa, somos uno con la
misma y estamos identificados con ella.
Después de llegar a la iglesia, volvimos a la casa por medio del ministerio de la Palabra.
Los que entraron en la vida de iglesia quizás todavía no estén en Cristo de una manera
práctica. Esta es una fuente de problemas en la iglesia. Todos los que están en la iglesia
deben estar en Cristo. No obstante, puede crearse una condición anormal en la cual
muchos santos en la vida de iglesia no permanecen en Cristo. Antes de entrar en la vida
de iglesia, quizá usted se esforzaba por complacer al Señor. Ahora que ha entrado en la
iglesia, la cual forma parte de la casa, también debe regresar a la misma. Eso significaba
que debe regresar a Cristo y permanecer en El.
Todos fuimos salvos en Cristo. No obstante, tal como los gálatas, podemos intentar
seguir adelante fuera de Cristo. Por consiguiente, debemos regresar a Cristo. No
tenemos ninguna necesidad de hacer tantas cosas. Simplemente debemos mantener
nuestra identificación con Cristo con la conciencia constante de que no somos nada y de
que El es todo. Debemos ver que estamos en El y que El está en nosotros. Mientras
nosotros permanecemos en El, El permanecerá en nosotros. Así como lo dijo el Señor en
Juan 15: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros”.
Quizá algunos hayan oído esta enseñanza antes de entrar en la vida de iglesia. No
obstante, el asunto crucial no consiste en que conozca la enseñanza acerca de
permanecer en Cristo, sino en que permanezca efectivamente en El. ¿Dónde se
encuentra usted en este momento? ¿Está en Cristo, o fuera de Cristo? El Señor Jesús
dijo que apartados de El no podemos hacer nada (Jn. 15:5). Permanecer en la casa
significa permanecer en Cristo e identificarnos con El. En otras palabras, significa
permanecer en unidad con el Señor.
Si lee la epístola a los Gálatas verá que fueron distraídos de la posición de redención.
Ellos salieron de la casa y por tanto fueron despojados del beneficio de estar en Cristo. Si
los hijos de Israel no hubiesen permanecido en la casa, habrían sido privados del
beneficio, disfrute y experiencia de la Pascua. Para participar de la Pascua, se necesitaba
permanecer en la casa.
La razón por la cual no estamos de acuerdo con muchas enseñanzas del cristianismo
actual es que éstas hacen salir a los cristianos de la casa, y a abandonar la posición de
redención. Cuando estamos salvos, debemos permanecer en el mismo lugar donde
fuimos redimidos, en el lugar donde la sangre ha sido untada. En ese lugar tenemos la
casa.
La sangre redentora nos mantiene en Cristo. Cuando intentamos hacer algo por Dios
con nuestra propia fuerza, violamos el principio de redención. El principio de redención
es éste: sólo necesitamos usar nuestro hisopo como nuestra fe, para aplicar la sangre.
Cuando nuestro hisopo aplica la sangre a la puerta, se abre el camino para que entremos
en Cristo. Permanezcamos en el lugar de redención, en la casa con la puerta untada de
sangre. No debemos practicar cosas que nos hagan salir de la casa. Por el contrario,
debemos permanecer en la casa donde participamos de la Pascua.
Cuanto más permanecemos en la casa, más luz recibimos; y cuanta más luz recibimos,
más vemos que todo lo que necesitamos se encuentra en la casa. Si permanece en la
casa, estará lleno, edificado, equipado y formado en un ejército. Nuestra única necesidad
consiste en permanecer en Cristo como la casa.
Cuando yo era joven, escuché muchos mensajes sobre la Pascua. Todos esos mensajes
recalcaban el punto de que cuando Dios ve la sangre, El pasa por encima de nosotros.
Un himno muy conocido acerca del evangelio usa el versículo de Éxodo 12:13: “cuando
veo la sangre, paso de ustedes”. Pero en todos estos mensajes sobre la Pascua, no se dijo
una sola palabra acerca de permanecer en la casa. Solamente se menciona dos veces que
cuando Dios ve la sangre, El pasa por encima de nosotros. Sin embargo, Moisés habló
continuamente de la casa.
Si el Señor lo ilumina, se dará cuenta de que tal vez aún esté fuera de la casa, fuera de
Cristo. La única manera de entrar en la casa es por medio de la sangre redentora untada
sobre la puerta. Es imposible separar la sangre redentora de la casa, pues la sangre y la
casa son una. Cuando nos mantenemos en la posición de la sangre redentora, estamos
con Cristo. No obstante, cuando intentamos agradar a Dios con nuestra energía natural,
dejamos la posición de la sangre redentora y nos encontramos fuera de Cristo.
¿Sabe lo que hacían los hijos de Israel en la casa? Comían la carne del cordero pascual.
Éxodo 12:14 indica que ellos estaban festejando. Este versículo declara: “Ese día pasará
en memoria, pero celebraré como fiesta solemne para Jehová durante vuestras
generaciones”. ¿Qué significa celebrar al Señor? Significa que permanecemos en la casa
y disfrutamos de una participación plena del cordero. De esta manera, celebramos el
cordero. No obstante, el Señor disfruta de esta fiesta más que nosotros. Celebrarle a El
significa que celebramos con Él y para El. Comemos, pero El disfruta. Celebramos y El
está feliz. Cuanto más celebramos, más disfrute sentimos y más feliz está El. No
obstante, cuanto más procuramos hacer cosas, más disgustado está El, pues nuestra
iniciativa no le brinda ningún disfrute.
No piense que la sangre untada en el dintel y en los postes es suficiente para todo. Es
suficiente para introducirnos en la casa y librarnos del juicio de Dios, pero no para
equiparnos. No nos permite emprender el viaje. Para ello, debemos asar el cordero,
comer su carne en la casa apresuradamente y llenarnos del mismo. Debían comerse todo
el cordero pascual, incluyendo la cabeza, las patas y las entrañas. No debían dejar nada.
Quizá los hijos de Israel debían animarse el uno al otro a comer ciertas partes del
cordero. A algunos, quizás no les gustaban las entrañas ni la cabeza; no obstante, tenían
que comerse todo el cordero para estar plenamente equipados para la batalla.
Mientras festejemos a Cristo como el cordero pascual, Dios está contento y lleno de
disfrute. Entonces El puede decir: “Satanás, mira a mi pueblo. Está siendo equipado por
medio de comer el cordero pascual. Debido a esto, podrán vencerte”.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE VEINTICINCO
LA PASCUA
(3)
Lectura bíblica: Ex.12:11-28, 43-51; 13:2-11; 1 Co. 5:7-8
En los mensajes anteriores, vimos muchos detalles acerca de la Pascua. Vimos que
Cristo no es solamente el cordero pascual, sino también los panes sin levadura, las
hierbas amargas y la casa. La sangre del cordero fue puesta sobre el dintel y los postes
de las casas; y que se comía todo el cordero, incluyendo la cabeza, las patas y las
entrañas. Al comer el cordero, los hijos de Israel debían ceñir sus lomos, ponerse los
zapatos y tener un bordón en sus manos. Además, tenían que comer el cordero
apresuradamente. El cordero no debía ser comido ni crudo ni hervido, sino asado por
fuego. Además, el hisopo, que representa la fe, se usaba para untar la sangre del cordero
pascual sobre el dintel y los postes. Los hijos de Israel debían observar todos estos
detalles mientras participaban de la Pascua. En este mensaje, continuaremos
estudiando algunos detalles adicionales acerca de la manera en que debemos aplicar el
cordero pascual.
La Pascua duraba un solo día. Se celebraba el día catorce del primer mes, el mes de
Abib. Después de la fiesta de la Pascua, había otra fiesta, la fiesta de los panes sin
levadura, que duraba siete días. En la Biblia, siete días representan un período de
tiempo completo. Por consiguiente, esos siete días representan el transcurso de nuestra
vida en la tierra. A los ojos de Dios, toda nuestra vida no dura más que siete días.
La fiesta de los panes sin levadura empezaba y terminaba con los días de fiesta. En el
primer día y en el último, no se permitía ningún trabajo. Lo único que se les permitía a
los hijos de Israel era comer.
Los detalles que cubriremos en este mensaje son particularmente cruciales. Lo que
hemos cubierto hasta ahora está relacionado con la fiesta de la Pascua, que duraba un
solo día. Pero lo que cubriremos en este mensaje se relaciona con una fiesta que duraba
siete días, un período de tiempo que representa el transcurso de la vida humana.
D. No debían comer
ni poseer ningún tipo de levadura
Los hijos de Israel no debían de comer panes con levadura por un período de siete días.
En Éxodo 12:15 dice: “Siete días comeréis panes sin levadura; y así el primer día haréis
que no haya levadura en vuestras casas”. Según Éxodo 12:19, no debían poseer levadura
en sus casas, y según Éxodo 13:7, no debía haber ninguna levadura. En los días de la
fiesta de los panes sin levadura, los hijos de Israel no debían comer pan con levadura, ni
debía encontrarse levadura en sus casas
El comer el pan sin levadura indica que el pueblo de Dios no debe vivir en pecado, es
decir, no debe llevar una vida pecaminosa. En la Biblia, la levadura representa lo
pecaminoso, maligno, corrupto e impuro a los ojos de Dios. En 1 Corintios 5:8 Pablo
habla de “la levadura de malicia y de maldad”.
La levadura hace que algo sea más placentero al comer. Supongamos que el pan se hace
sin levadura. Esta clase de pan sería duro y difícil de masticar. Pero si se le pone
levadura a la masa, el pan será ligero y fácil de comer. La función del pecado es similar a
la de la levadura; ablanda las cosas y facilita su ingestión. Por consiguiente, el principio
de levadura consiste en añadir un elemento que ablanda algo duro. Por ejemplo, las
bromas puede ser una clase de levadura que convierte una situación difícil en algo más
fácil.
Los hijos de Israel celebraban la fiesta de los panes sin levadura como continuación de la
fiesta de la Pascua. (12:15-20; 13:6-7). Éxodo 12:18 dice: “En el mes primero comeréis
los panes sin levadura desde el día catorce del mes por la tarde hasta el día veintiuno del
mes por la tarde”. Ya mencionamos que cuando los hijos de Israel comían el cordero
pascual, también debían comer los panes sin levadura. Vimos que la fiesta de la Pascua
duraba un solo día, mientras que la fiesta de los panes sin levadura continuaba durante
siete días. Por consiguiente, la fiesta de los panes sin levadura era la continuación de la
fiesta de la Pascua.
La carne del cordero pascual representa la vida de Cristo que no tiene pecado.
Recibimos a Cristo no sólo en su muerte y resurrección sino también en su vida sin
pecado, ya que no sólo es una vida crucificada y resucitada, sino también una vida sin
pecado. Por ende, debemos comer la carne del cordero y también los panes sin levadura.
Esto significa que desde el momento en que recibimos a Cristo, fuimos salvos y tuvimos
un nuevo comienzo en vida, empezamos a llevar una vida sin levadura, una vida sin
pecado.
Éxodo 13:7 afirma que no se debía ver ninguna levadura junto con los hijos de Israel. En
nuestra vida cristiana, no debería haber ninguna levadura. Es imposible no tener
ninguna levadura, pero es posible que la levadura no se vea. Aunque es imposible no
tener pecado, debemos eliminar todo pecado manifestado, todo pecado visible. Esto
significa que somos responsables de eliminar el pecado del cual tenemos conciencia.
Cuando descubrimos algo pecaminoso en nuestras vidas, debemos eliminarlo. No
obstante, esto no significa que no tenemos ningún pecado. Podemos tener muchos
pecados en nuestras vidas o en nuestro entorno, pero quizá no estemos conscientes de
ello. Sin embargo, en cuanto tomamos conciencia de ello, debemos eliminarlo. Debemos
rechazar el pecado del cual estamos conscientes. No debemos tolerar ninguna
manifestación de pecado.
En 12:19, los hijos de Israel recibieron una palabra muy severa: “Cualquiera que comiere
leudado, así extranjero como natural del país será cortado de la congregación de Israel”.
Ser cortado de la congregación de Israel significaba ser cortado de la comunión del
pueblo escogido de Dios. Esta palabra severa corresponde con lo que dijo Pablo en 1
Corintios 5:13 “Quitad a ese perverso de entre vosotros”. Quitar a una persona significa
cortarla de la comunión de la iglesia.
Si toleramos el pecado cuando haya sido expuesto, nuestra comunión será cortada. Eso
significa que como cristianos debemos llevar una vida sin pecado, y no tolerar ningún
pecado que haya sido expuesto. Eliminar el pecado manifestado consiste en celebrar la
fiesta de los panes sin levadura.
Éxodo 12:14 dice: “Y ese día os será en memoria y lo celebraréis como fiesta solemne
para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis”. Este
versículo indica que la Pascua debía ser celebrada como fiesta. Este también era el caso
de la fiesta de los panes sin levadura (12:17). Una fiesta incluye comer y disfrutar.
Cuando comemos sin el propósito de disfrutar de nuestra comida, ésta es común. Pero
cuando comemos para el disfrute, nuestra comida llega a ser una fiesta. Por ejemplo,
quizá desayunemos, almorcemos y cenemos a diario sin sentir ningún disfrute especial.
Pero a veces nos reunimos para celebrar. En esas ocasiones, el propósito de nuestra
comida es el disfrute. Comer la Pascua se consideraba la fiesta de la Pascua porque era
una comida para el disfrute.
Cuando fuimos salvos, disfrutamos de la fiesta de la Pascua. Pero esta fiesta debería ser
seguida inmediatamente por la fiesta de los panes sin levadura. Esto indica que el
disfrute de un cristiano no debe cesar. No obstante, en la experiencia de muchos
cristianos la fiesta de la Pascua no es seguida por la fiesta de los panes sin levadura. En
el momento de su conversión, estaban gozosos. Pero este disfrute no duró, porque ellos
no celebraron la fiesta de los panes sin levadura. Esto significa que ellos no acabaron
con su vivir pecaminoso. Al contrario, permitieron que la levadura expuesta
permaneciera. No eliminaron el pecado que quedó expuesto. Por esta razón, muchos
cristianos no celebran la fiesta de los panes sin levadura.
En cuanto nos negamos a eliminar todo pecado que ha quedado expuesto, dejamos de
celebrar la fiesta de los panes sin levadura. Eso significa que perdemos el disfrute de
esta fiesta. El hecho de tolerar el pecado nos hace perder el disfrute. Al contrario, cuanto
más nos deshacemos del pecado que ha sido manifestado y expuesto, más disfrutamos.
Esto es celebrar la fiesta de los panes sin levadura.
Yo aprecio la manera en que Pablo hace una alegoría de la Pascua y la fiesta de los panes
sin levadura. El dice que Cristo nuestra Pascua fue sacrificado, que debemos limpiarnos
de toda vieja levadura, y que debemos celebrar la fiesta de los panes sin levadura. La
celebramos al eliminar el pecado y al llevar una vida sin pecado. Cuando algo
pecaminoso queda expuesto, inmediatamente lo eliminamos. De esta manera, no se verá
ninguna levadura en nuestras casas. Cristo es el pan sin levadura. Cuanto más comemos
de Él, menos levadura tendremos. La única manera de eliminar el pecado consiste en
comer de la vida crucificada, resucitada y sin pecado de Cristo.
Éxodo 12:16 dice: “El primer día habrá santa convocación, y así mismo en el séptimo día
tendréis una santa convocación; ninguna obra se hará en ellos, excepto solamente que
preparéis lo que cada cual haya de comer”. Este versículo dice que en el primer y en el
último día de la fiesta de los panes sin levadura no se podía hacer ningún trabajo. Esto
significa que en el disfrute de la salvación de Dios, no queda ningún lugar para nuestro
trabajo. Debemos aprender a dejar nuestras obras. Debemos parar toda clase de trabajo.
No tome la resolución de ser un marido cariñoso, una esposa sumisa o un hijo que honra
a sus padres. Todo eso es obra humana. La única cosa que se nos permite hacer es
comer. Esto indica que mientras participamos de la salvación de Dios, sólo queda lugar
para el disfrute y no para la labor. No intente hacer nada, sólo coma y disfrute.
En contraste con los escritos de las religiones humanas, la Biblia exhorta al pueblo de
Dios a que no haga nada aparte de comer en el primer y último día de la fiesta. Si los
hijos de Israel trabajaban en ese día, habrían quebrantado el principio de la salvación de
Dios. La salvación es nuestro disfrute; no requiere nuestra labor ni obras. No obstante,
aun muchos cristianos fervientes son cortados de la comunión espiritual simplemente
porque están empeñados en tanta labor. Añadir labor humana a la salvación de Dios
equivale a insultar a Dios y cortarnos de la comunión.
Nos parece difícil dejar de trabajar y seguir comiendo. En lugar de comer sin trabajar,
tenemos la costumbre de trabajar sin comer. Algunos quizás se quejan de demasiada
comida espiritual. Tal vez digan que están cansados de tanto comer. Hace algún tiempo
oíamos esta clase de conversaciones entre nosotros. Esta clase de conversación proviene
del diablo, el enemigo de Dios. En cuanto se pronuncia algo en contra de comer al
Señor, es seguido por una sugerencia de laborar o de empeñarnos en cierta actividad.
¡Qué contradicción más diabólica al principio de la salvación de Dios! Repito: la
salvación de Dios requiere que dejemos nuestra labor y que lo único que hagamos sea
comer.
Hasta la oración puede convertirse en una obra que Dios prohíbe. Algunos santos tal vez
decidan pasar más tiempo en la oración. En ese caso, su oración puede convertirse en
una obra que quebranta el principio de la salvación de Dios. Yo le diría a las personas
que deciden orar de esta manera: “No permitan que la oración se convierta en una labor.
En lugar de orar de una manera natural, usted debe comer de los panes sin levadura”.
Cuando joven, me empeñaba en hacer muchas obras por el Señor. Leía libros acerca de
cómo ser santo, cómo orar y cómo vencer al pecado. Estos libros me alentaron a laborar
y a hacer algunas cosas. Un día fui iluminado en cuanto a que Dios no desea que
laboremos, El quiere que comamos. Si deseamos tener un banquete de El debemos
parar nuestras acciones.
F. Ningún extraño
ni jornalero comerá de ella
Éxodo 12:43 dice: “Esta es la ordenanza de la Pascua, ningún extraño comerá de ella”. El
versículo 45 declara: “El extranjero y el jornalero no comerán de ella”. Estos versículos
indican que los extranjeros y los jornaleros no podían comer la Pascua. En el Antiguo
Testamento, los extranjeros representan dos categorías de gente: los incrédulos y el
hombre natural. Podemos estar de acuerdo en que los incrédulos son extranjeros pero
quizá no estemos de acuerdo en que nuestro hombre natural también es extranjero y no
debe participar de la Pascua. De hecho, nuestro hombre natural no difiere de un
incrédulo, pues nuestra vida natural siempre está dispuesta a seguir el camino del
incrédulo. Por tanto, el hombre natural y los incrédulos pertenecen a la misma familia.
Note que en Éxodo 12, el hombre natural es el extranjero relacionado con el jornalero.
Un jornalero es aquel que sirve por un salario, por una compensación. El hombre
natural siempre trabaja para Dios a fin de recibir una compensación. Esto es muy
común en el cristianismo actual. En su mayor parte, el cristianismo se ha convertido en
una religión en la cual se contratan extranjeros que laboran por un salario. Un jornalero
puede recibir salario, pero con él no hay ninguna gracia, fe, ni disfrute. Si intentamos
disfrutar de la Pascua según el principio del jornalero, veremos que no tenemos ninguna
posición que nos permita participar de ésta.
Los que laboran como jornaleros piensan que ellos laboran y Dios les paga su salario.
Pero en Romanos, Pablo indica que no debemos laborar por nuestra salvación.
Romanos 4:4-5 dice: “Ahora bien, al que obra no se le cuenta el salario como gracia, sino
como deuda; más al que no obra, sino que cree en aquel que justifica al impío, su fe le es
contada por justicia”. Hablando de la selección por gracia, Pablo declara en Romanos
11:6: “Más si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia”.
En Gálatas 4:7, nosotros los que creemos en Cristo ya no somos jornaleros sino hijos.
Los hijos disfrutan simplemente de la vida familiar. No laboran como jornaleros para
participar de este disfrute. Nuestro disfrute de la salvación de Dios se conforma al
principio de la gracia gratuita, y no al principio del jornalero que labora para recibir una
recompensa. En cuanto a la salvación, nuestra labor no significa nada. Dios nos permite
disfrutar de la Pascua no como un salario, sino solamente como un don gratuito de la
gracia.
Queda claro que el hombre natural no puede disfrutar de Cristo como la Pascua. Si la
persona todavía está en el hombre natural, no ha llegado al mes de Abib, que significa el
brote y el retoño. Esto significa que él no ha experimentado un nuevo comienzo en
Cristo. Con esta persona, no hay brote de vida divina por medio de la regeneración.
Tener un nuevo comienzo significa dejar de ser extranjero, dejar de ser un hombre
natural. Por el contrario, significa ser regenerado y llegar a ser una nueva creación en
Cristo (2 Co. 5:17).
Los extranjeros y los jornaleros no podían participar de la Pascua, pero los siervos
comprados y circuncidados si podían (12:44, 48). Ser comprado significa ser redimido.
No somos jornaleros, pero hemos sido comprados por el Señor para ser Sus esclavos.
Estábamos perdidos pero El pagó el precio para comprarnos de nuevo. Esto significa
que hemos sido redimidos, comprados y devueltos a Él. Por tanto, ya no somos
extranjeros, sino personas redimidas. Ya no somos el hombre natural, sino que hemos
sido comprados.
¿Se considera usted como un jornalero o como alguien que ha sido comprado? A muy
pocos les gusta pensar que han sido comprados. Alguien que ha sido comprado en
realidad es un esclavo. Esta es la razón por la cual dentro de nosotros mismos,
preferimos ser jornaleros. Si somos contratados por cierta persona para laborar por él,
estamos dispuestos a hacer el trabajo siempre y cuando estemos contentos con el que
nos contrata. Pero si no estamos contentos, podemos renunciar y trabajar con alguna
otra persona. Pero una persona comprada como esclavo, no tiene ningún derecho de
renunciar.
Una vez más vemos que la manera del hombre natural contradice lo que desea Dios. En
la redención de Dios, no somos jornaleros sino personas compradas. Todo aquel que se
considera un jornalero no tiene ninguna participación en la redención de Dios. Si
queremos disfrutar de la redención de Dios, debemos tomar nuestra posición como
aquellos que han sido comprados por El.
Es fácil decir de una manera doctrinal que hemos sido comprados. Pero en nuestra
práctica diaria, quizás vivamos como jornaleros. El apóstol Pablo sabía que él era un
esclavo de Cristo Jesús (Ro. 1:1). El no se consideraba a sí mismo como una persona
contratada para laborar por el Señor. En contraste con muchos pastores y ministros,
Pablo sabía que él no tenía ningún derecho de renunciar a servir al Señor.
Éxodo 12:44 dice: “Más todo siervo humano comprado por dinero comerá de ella,
después que lo hubieres circuncidado”. El versículo 48 habla también de la circuncisión:
“Más si un extranjero morare contigo, y quisiere celebrar la Pascua séale circuncidado
todo varón, y entonces la celebrará para Jehová, y será como uno de vuestra nación;
pero ningún incircunciso comerá de ella”. Todos los redimidos deben ser circuncidados.
Espiritualmente hablando, ser circuncidado consiste en que la vida natural sea
eliminada por la cruz. Fuera de la circuncisión, no hay ninguna redención. Por esta
razón, los redimidos están relacionados con la circuncisión. Los que han sido
circuncidados han sido terminados por la cruz. Pablo lo presenta como la verdadera
circuncisión (Fil. 3:3). Los extranjeros son los jornaleros, mientras que las personas
compradas son los circuncisos. Los circuncisos no ejercitan la vida natural para laborar
por Dios. Dios no quiere que laboremos por El; El desea que seamos circuncidados. La
obra según nuestra vida natural sólo puede producir a Ismael. Nuestra fuerza en
producir a Ismael debe ser cortada mediante la circuncisión.
Éxodo 12:51 concluye: “Y en aquel mismo día sacó Jehová a los hijos de Israel de la
tierra de Egipto por sus ejércitos”. Este versículo indica que la redención completa de
Dios produce un ejército. Después de aplicar la Pascua conforme a todos los principios
que Dios ha dado, debemos continuar nuestro disfrute de la Pascua al emprender un
éxodo fuera de Egipto y convertirnos en el ejército de Dios que combate por sus
intereses en la tierra. Debemos continuar nuestro disfrute de salvación al salir del
mundo y formar parte del ejército del Señor. Este es el significado de la palabra éxodo.
¡Qué cuadro tan completo de la salvación de Dios vemos en el libro de Éxodo! Cuando
aplicamos a Cristo como nuestra Pascua hoy, necesitamos todos los principios
mencionados en el relato de la Pascua en el libro de Éxodo.
Éxodo 12:12 dice: “Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo
primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias”. Algunos se
preguntarán por qué Dios mató únicamente a los primogénitos. Cuando yo era joven,
esto me perturbaba. Me preguntaba si esto significaba que los primogénitos eran
malignos y que los otros eran buenos. En aquel tiempo no conocía los principios
espirituales. Más tarde, aprendí que los primogénitos incluyen a todos los que están en
Adán. Adán, el primer hombre, era en realidad el primogénito (1 Co. 15:45a). Puesto que
Adán era el primer hombre, el primogénito incluye a todos los que están en Adán. Al
contrario, el segundo se compone de todos aquellos que están en Cristo, pues El es el
segundo hombre (1 Co. 15:45b). Verdaderamente, los que creemos en Cristo, somos los
segundos en nacer. No obstante, dentro de nosotros está todavía el elemento del
primogénito. Estamos bajo la sangre de Cristo, pero la sangre no redime nada
relacionado con el primogénito. Por esta razón, debemos condenar todo lo que está
dentro de nosotros que se relacione con el primogénito, es decir, con Adán. Eso significa
que una vez más, debemos condenar la vida natural.
En 12:12, el Señor dijo también: “Ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto”.
Este versículo es muy importante. Sin esta parte no entenderíamos que en la noche de la
Pascua, Satanás y todos sus demonios también fueron juzgados. Los primogénitos
constituían a Egipto, mientras que los dioses constituían el reino de Satanás. Durante la
Pascua, ambos fueron juzgados.
Además de esta lista de cosas negativas, podemos hacer una lista de cosas positivas
incluidas en la Pascua: el cordero, la casa, los panes sin levadura, las hierbas amargas, el
hisopo, la faja, los zapatos y el bordón. Todas estas cosas componen la Pascua. El
resultado de estas cosas positivas es el ejército de Dios. Nosotros los que disfrutamos a
Cristo como la Pascua finalmente nos convertimos en un ejército que combate por el
reino de Dios en la tierra. Como hemos mencionado, la Pascua finalmente produce un
ejército que combate por los intereses de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE VEINTISEIS
Los puntos que abarcaremos en este mensaje en cuanto al éxodo fuera de Egipto se
pueden ver en el Nuevo Testamento. Sin embargo, si leemos lo que aparece en el Nuevo
Testamento sin prestar atención al cuadro que se presenta en el Antiguo Testamento,
nuestra impresión no será tan profunda. Por lo tanto, debemos estudiar tanto lo que se
dice en el Nuevo Testamento como el cuadro presentado en el Antiguo Testamento.
A menudo se nos hace más fácil entender las cosas espirituales por medio de cuadros
que con palabras. Usando la terminología del Nuevo Testamento, el éxodo representa el
salir del mundo. Sin embargo, si no tuviésemos el cuadro que aparece en el libro de
Éxodo, sería difícil decir cómo podemos salir del mundo. Hablar acerca de esto sin hacer
referencia al cuadro puede causar confusión. Por lo tanto, le damos gracias al Señor
tanto por el cuadro del Antiguo Testamento como por las palabras del Nuevo
Testamento.
Los hijos de Israel no salieron de Egipto por su propia iniciativa ni por su propia fuerza.
Si hubiese dependido de ellos, nunca hubiesen salido de Egipto. El éxodo fue llevado a
cabo por el Dios salvador. Primero, Dios sometió a Faraón, el que había usurpado a los
hijos de Israel y después sometió a todos los egipcios (12:29-33). A medida que
aplicamos este principio a nuestra experiencia, vemos que Dios viene a someter a
Satanás, a todo y a todos los que estén de su lado, y también nuestro alrededor. Cuando
los hijos de Israel salieron de Egipto, todo el ambiente había sido sometido por Dios.
Todo estaba dispuesto para que salieran de Egipto. Aún si hubieran querido permanecer
en Egipto, el entorno no se lo habría permitido. No tenían otra alternativa más que irse.
Según el cuadro presentado en el libro de Éxodo, la salvación que Dios efectúa incluye el
aspecto de la Pascua y el del éxodo. Era fácil para los hijos de Israel celebrar la Pascua,
pero no tan fácil llevar a cabo el éxodo. La dificultad estriba en que para salir se
necesitaba el ambiente apropiado. Suponga que la situación en Egipto no permitía que
el pueblo de Dios saliera de allí. ¿Cómo habrían salido? Hubiese sido imposible. El
éxodo requería que el ambiente fuese sometido completamente. El éxodo de Israel fue el
resultado de una larga lucha entre Moisés y Faraón. Antes de éste se llevaron a cabo
doce negociaciones con diez plagas. Esto indica que no le es fácil a Dios liberar a Su
pueblo de la usurpación de Satanás y del mundo. Todos los cristianos genuinos han
tenido la experiencia de la Pascua, pero sólo la minoría han tenido la experiencia del
éxodo. La razón de esto es que algunos aspectos de su entorno no han sido sometidos.
En este relato se nos dice en dos ocasiones que Dios sacó a los hijos de Israel de Egipto
“con mano fuerte” (13:3, 14). El pueblo de Dios no sólo fue salvado por la sangre del
cordero pascual, sino también por la mano de Dios. La sangre los salvó del justo juicio
de Dios, pero la mano los salvó de la usurpación de Faraón. Es lo mismo en cuanto a
nosotros hoy. Por medio de Cristo como nuestra Pascua somos salvados del juicio de
Dios, pero por la mano sometedora de Dios somos salvados de Satanás y del mundo.
Faraón y los egipcios estaban sometidos a tal grado que ellos mismos echaron de Egipto
a los hijos de Israel (12:33, 39; 11:1). Los egipcios ya no podían tolerar la presencia del
pueblo de Dios en su país ni un momento más. Cuando Moisés y Aarón le pidieron a
Faraón por primera vez que dejara ir al pueblo de Dios, éste se rehusó. Pero en 12:33
“los egipcios apremiaban al pueblo, dándose prisa a echarlos de la tierra”.
Esta no es sólo una historia bíblica, sino un principio que se aplica a nuestra experiencia
cristiana. Tarde o temprano, nuestro ambiente nos estimulará, hasta obligarnos a salir
del mundo. Nuestra esposa, esposo o parientes nos pedirán que salgamos nos dirán que
es mejor que dejemos el mundo a que permanezcamos en él. Esto significa que el mundo
nos sacará. Si no estamos dispuestos a salir de allí, el mundo mismo nos echará.
Mientras continuemos en el mundo, los del mundo no tendrán paz. Finalmente ellos se
darán cuenta de que sólo obtendrán la paz y nosotros el gozo cuando hayamos dejado el
mundo. Yo puedo testificar que esta ha sido mi experiencia. Si yo tratara de regresar al
mundo, ellos me suplicarían que no lo hiciera. En lo que respecta al mundo, mientras
más lejos esté de él, es mejor. Que el mundo desee que salgamos de él es el resultado de
la mano fuerte del Señor.
III. LOS HIJOS DE ISRAEL
NO TUVIERON TIEMPO DE LEUDAR SU PAN
Debido a que los hijos de Israel fueron echados de Egipto, no tuvieron tiempo de leudar
sus alimentos (12:34, 39). Mencionamos que la levadura representa lo pecaminoso y la
corrupción. El hecho de que los hijos de Israel no tuvieran tiempo para leudar su pan
indica que el Señor arregla el ambiente de tal manera que no tengamos tiempo para
cosas pecaminosas. Si tuviésemos tiempo de leudar el pan, se nos haría difícil salir de
Egipto. Esto significa que si todavía tenemos tiempo para cosas pecaminosas, nuestra
salida del mundo sería difícil. Después de que Dios somete el ambiente y hace que
seamos echados del mundo, debemos darnos cuenta de que no nos queda tiempo para
cosas pecaminosas. Éxodo 12:39 dice: “Y cocieron sus tortas sin levadura de la masa que
habían sacado de Egipto, pues no había leudado, porque al echarlos fuera los egipcios,
no habían tenido tiempo ni para prepararse comida”. Este versículo expresa claramente
que los egipcios no le dieron tiempo a los hijos de Israel para leudar su pan.
Cuando era niño y vivía al norte de China, comíamos mucho pan leudado. Aprendí que
toma menos tiempo hornear un pan sin levadura que uno leudado. A menudo antes de
irme a la cama mi madre preparaba la masa y la leudaba y la dejaba reposar durante la
noche. Cuando mi hermana preparaba la masa, a veces se le olvidaba echarle la
levadura. En la mañana, cuando mi madre se daba cuenta de esto se molestaba. Ella
sabía que ya no había tiempo para preparar pan leudado, y tenía que preparar otra cosa.
Este ejemplo nos muestra que toma tiempo preparar pan leudado. Así como toma
tiempo el hornear el pan leudado, también lo es cometer un pecado.
Hace treinta años, muchos de nosotros nos mudamos a toda prisa de China continental
a Taiwán. El ambiente era tal que no había tiempo que perder. Si hubiésemos tardado,
nos hubiésemos encontrado sin transportación. También, nos vimos obligados a dejar
muchas cosas. Antes de eso, nosotros los que ministrábamos la Palabra tratábamos de
ayudar a las personas a despojarse de la “levadura” que había en sus vidas. Pero no
estaban dispuestos a escuchar. En lugar de esto, se aferraron a las cosas pecaminosas, a
las cosas que son “levadura” a los ojos de Dios. Sin embargo, al ser obligados a dejar la
China continental, no tuvieron otro remedio que dejar la “levadura”. Cuando llegamos a
Taiwán, estaba feliz porque habíamos dejado tanta “levadura”.
Muchos que han sido salvos pueden testificar que la mano fuerte de Dios ha obrado en
lo que les rodea a fin de darles la oportunidad de despojar al mundo de sus riquezas. El
propósito de Dios en hacer esto no es enriquecer a Su pueblo; sino edificar el
tabernáculo, Su morada en la tierra. Los hijos de Israel necesitaban el oro, la plata y los
vestidos para edificar el tabernáculo. Para el beneficio de la morada de Dios, no
debemos dejar el mundo como lo hacen los budistas; debemos despojar a Egipto de la
riqueza y usarla para la edificación del tabernáculo.
Por un lado, cuando el mendigo le pidió dinero a Pedro y a Juan, ellos no tenían plata ni
oro para dar (Hch. 3:6). Pero por otro, ellos eran parte de los que habían despojado al
mundo de sus riquezas. Cuando nosotros, el pueblo escogido de Dios, salimos del
mundo bajo Su mano soberana, no tenemos tiempo para leudar nada. Sin embargo, sí
tenemos la oportunidad de despojar a los egipcios. Todos los que son levantados por el
Señor, son los que despojan al mundo. Ellos traen algunas riquezas del mundo al Señor
y las presentan para Su propósito. Por ejemplo, Pablo dijo: “Como pobres, mas
enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Co. 6:10).
Este asunto de despojar a los egipcios de las riquezas se puede demostrar y confirmar
por la experiencia de muchos cristianos.
Aparentemente, era injusto que los hijos de Israel despojaran a los egipcios de su oro,
plata y vestidos. Como mencionamos, mediante el despojo de las riquezas de Egipto,
estaban recibiendo el justo pago por su labor forzada. En cierto sentido, es como si el
pago que se merecían había sido depositado en el “banco” de Egipto y lo hubiesen
sacado al momento de su salida. Además, el pueblo de Dios no tomó el oro, la plata y los
vestidos para su propio uso o propósito. Al contrario, el pueblo escogido por Dios usó las
riquezas de Egipto para la edificación del tabernáculo.
El tabernáculo era el testimonio de Dios, el cual tipifica a Cristo con la iglesia. La iglesia
actualmente es el tabernáculo de Dios constituido de Cristo y los santos. Tal testimonio
se edifica con las ofrendas del pueblo de Dios. Por lo tanto, las riquezas de los egipcios
provenían de la labor del pueblo de Dios y se usaron para el testimonio de Dios. Esto es
lo que significa despojar al mundo de sus riquezas.
Los santos en el recobro del Señor no deben ser perezosos. Deben obtener una buena
educación y luego trabajar con diligencia en un trabajo apropiado a fin de ganarse el
sustento adecuado. Sin embargo, el dinero que ellos ganan no sólo debe ser usado para
ellos mismos o su disfrute; sino que debe ser usado para el testimonio del Señor. Por un
lado, debemos trabajar en el mundo y recibir el pago justo por nuestra labor. Pero por
otro, lo que ganamos debe ser usado para el testimonio de Dios.
La edificación del local de reunión en Anaheim es otro ejemplo de este principio. Se usó
mucha labor voluntaria en la construcción de este edificio. Esto ahorró una inmensa
cantidad de dinero. Aquellos que trabajaron en esa obra despojaron al mundo por medio
de su labor. Yo creo que el Señor tiene guardado en el archivo la prueba de su fidelidad.
A través de los años, muchos santos que han sido fieles al Señor se han enriquecido por
El. Sin embargo, el asunto crucial es el uso que le dan los santos a esta ganancia
material. Si esta ganancia es usada para el mundo, esto será un gran fracaso a los ojos
del Señor. Pero si la usamos para el testimonio del Señor, será otra instancia de despojar
al mundo de sus riquezas bajo la soberanía de Dios. Despojar al mundo no es tomar
nada del mundo injustamente; es trabajar en el mundo y usar las ganancias de nuestra
labor para el testimonio de Dios.
Los hijos de Israel salieron de Egipto con todos sus hijos y su rebaño y su ganado (12:37-
38, 31-32). Conforme a 12:38 “también subió con ellos gran multitud de toda clase de
gentes”. Si sólo hubiese sido un número reducido de personas las que salieron de Egipto,
no hubiese habido una multitud de toda clase de gentes. Pero debido a que el número de
personas en el pueblo de Dios era tan grande, aproximadamente dos millones, junto con
ellos salió una multitud. El pueblo de Dios era muy prominente y algunas personas que
no eran israelitas quisieron salir de Egipto con ellos. Por lo tanto, la presencia de una
multitud de gentes es una buena señal. Sin embargo, según el libro de Números, más
tarde esta multitud causó muchos problemas. Pero aún estos problemas le enseñaron a
los hijos de Israel algunas lecciones importantes. Actualmente en el recobro del Señor,
también hemos aprendido mucho debido a la gran multitud de personas que ha estado
con nosotros.
Los hijos de Israel salieron de Egipto de manera absoluta. Trajeron consigo todo lo que
poseían. Este es el tipo de éxodo, el tipo de salida que Dios demanda de Su pueblo.
Nuestro éxodo debe ser tan absoluto que inspire a otros a seguirnos.
Éxodo 12:40 y 41 dicen: “El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue
cuatrocientos treinta años. Y pasados los cuatrocientos treinta años, en el mismo día
todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto”. Estos cuatrocientos treinta
años comenzaron desde Génesis 12 cuando Dios le hizo la promesa a Abrahán de que le
daría la buena tierra a su simiente. Desde ese día hasta la noche del éxodo pasaron
exactamente cuatrocientos treinta años. Por lo tanto, el éxodo marcó el final de un
período de tiempo específico. Durante todos estos años el pueblo que Dios había
escogido y a quien El le había prometido la buena tierra no había podido habitar en la
tierra prometida. Más bien, había vagado en una tierra gentil, la cual era representada
por Egipto.
Según Génesis 15:13-14 y Hechos 7:6, los hijos de Israel fueron oprimidos durante
cuatrocientos años. Estos cuatrocientos años comenzaron cuando Ismael se burló de
Isaac en Génesis 21. Es decir, desde Génesis 12 hasta el 21 fue un periodo de treinta
años, y desde Génesis 21 hasta Éxodo 12 fueron cuatrocientos años. Por lo tanto,
durante cuatrocientos treinta años el pueblo de Dios estuvo en una tierra extraña, de los
cuales estuvo bajo persecución por cuatrocientos. años
Tal vez se pregunte que tiene que ver esto con nosotros. Si no hemos tenido un éxodo del
mundo, entonces todavía estamos vagando en una tierra extraña. No estamos morando
en Cristo quien es nuestra buena tierra. Según la promesa y el mandato de Dios,
debemos vivir en Cristo como la buena tierra y disfrutarle como tal. Sin embargo, esto
requiere un éxodo absoluto. Como el pueblo de Dios, debemos morar en Cristo. Nuestro
éxodo del mundo marca el final, la terminación de nuestro vagar en una tierra extraña.
Aunque Dios nos ha escogido y nos ha mandado a vivir en Cristo, la mayor parte de Su
pueblo no está morando en El. En lugar de esto, todavía está en Egipto. Esto indica que
aún después que hemos sido salvos, todavía podemos estar vagando en el mundo.
Solamente cuando salimos del mundo de una manera absoluta termina el tiempo de
nuestro vagar en una tierra extraña. Por lo tanto, nuestro éxodo es la terminación de
nuestros cuatrocientos treinta años.
Muchos cristianos no han tenido la experiencia de tal terminación, debido a que no han
tenido un éxodo. Ellos han sido escogidos por Dios y El les ha ordenado vivir en Cristo.
No obstante, desde el momento de su segundo nacimiento, han estado vagando en el
mundo. Sólo cuando tengan un éxodo absoluto terminará su período de vagar en Egipto.
Una cosa es tener la Pascua, otra es experimentar el éxodo. Como veremos, el cruce del
Mar Rojo es otro evento crucial. Este marca la culminación de la primera etapa de la
salvación de Dios. Esta incluye la Pascua, el éxodo y el cruce del Mar Rojo. Solamente
después de que los hijos de Israel cruzaron el Mar Rojo fue que salieron completamente
de Egipto y liberados para alabar al Señor. Sin embargo, la salvación de Dios incluye
más que esto. Hasta la construcción del templo es parte de la salvación completa de
Dios.
Éxodo 12:42 dice: “Es noche de guardar para Jehová, por haberlos sacado en ella de la
tierra de Egipto. Esta noche deben guardarla para Jehová todos los hijos de Israel en sus
generaciones”. En la noche de la Pascua, los hijos de Israel obtuvieron satisfacción,
descanso y gozo, pero no durmieron. Como lo indica este versículo, era una noche para
guardar, para vigilar. Esto implica que Dios estaba guardando y velando la situación. En
realidad, como se menciona en una traducción de la Biblia, tanto Dios como los hijos de
Israel estaban vigilando. Así como Dios vigilaba y guardaba, Su pueblo también lo hacía.
Por lo tanto, esa fue una noche de guardar.
Éxodo 12:42 dice que esa noche era una noche de guardar para el Señor. Los hijos de
Israel estaban guardando para el Señor. Esto quiere decir que estaban cooperando con
El. Dios estaba haciendo todo lo necesario para rescatarlos de Egipto. El estaba
vigilando, y Su pueblo también vigilaba para El.
Si aplicamos esto a nuestra experiencia nos daremos cuenta de que nuestro éxodo
también fue una noche de guardar. Esta es la razón por la cual en el Nuevo Testamento
se nos advierte no dormir. Romanos 13:11 dice: “es ya hora de levantaros del sueño”.
Además, en 1 Tesalonicenses 5:6 y 7 Pablo dice: “Por tanto, no durmamos como los
demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche duermen”.
Como Pablo dice en el mismo capítulo: somos “hijos de luz e hijos del día; no somos de
la noche ni de las tinieblas” (v. 5). Si no estamos alertas espiritualmente, cambiamos el
día por la noche, pero si vigilamos y guardamos, hasta nuestra noche se cambiará en día.
Llevar a cabo un éxodo del mundo no es un asunto sencillo. Tal éxodo sucede durante
una noche de guardar. Dios nos vigila y nosotros debemos vigilar con Él y para El. La
noche de nuestro éxodo debe ser una vigilia y debemos estar alertas. Sin esta vigilia
nadie puede salir del mundo. Los cristianos perezosos y que duermen no pueden tener
un éxodo. Sólo los que vigilan y guardan pueden salir del mundo. Dios por medio de
vigilar usa Su soberanía en nuestra situación, y El nos ordena a vigilar junto a Él.
Entonces nuestra noche se convertirá en día, y seremos rescatados de Egipto.
En el Nuevo Testamento se nos manda a no amar al mundo (1 Jn. 2:15). Sin embargo, es
posible que tomemos esta palabra de manera superficial. El cuadro presentado en el
Antiguo Testamento indica que el éxodo de Egipto no se debe considerar
superficialmente. Durante la noche del éxodo, Dios mismo vigilaba y guardaba. En otra
versión 12:42 dice que era una “noche importante de guardar para el Señor”. Esto no
quiere decir que era una noche para guardar rituales. Al contrario, era una noche para
guardar y vigilar. Dios estaba vigilando y guardando a fin de sacar a Su pueblo del
mundo. Su pueblo debía cooperar con El al vigilar para El. Ellos debían vigilar ya que no
sabían a qué hora saldrían de Egipto. Por medio de esto vemos que ninguna persona que
duerme y es descuidada puede tener un éxodo adecuado. Si usted desea salir del mundo,
debe vigilar, guardar y estar alerta. Entonces conocerá el momento preciso de salir del
mundo.
VIII. LOS HIJOS DE ISRAEL
SE CONVIERTEN EN EL EJERCITO DE JEHOVA
Día tras día los cristianos en la vida de iglesia deben estar armados. En todo lo que
hacemos debemos ser estrictos, rectos y corporativos. Solamente mediante el ser un
ejército corporativo podemos estar armados. El hecho de que debemos marchar como el
ejército de Dios al salir del mundo indica que el éxodo de Egipto no es un asunto fácil.
¡Alabado sea el Señor por el cuadro tan real que nos presenta el libro de Éxodo! Que este
cuadro cause una gran impresión en todos nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE VEINTISIETE
En este mensaje seguiremos estudiando el éxodo del pueblo de Dios fuera de Egipto. En
el mensaje anterior, vimos que Faraón y los egipcios fueron sometidos por Dios; luego
echaron a los hijos de Israel fuera de Egipto (12:29-33; 11:1). Los hijos de Israel no
tuvieron tiempo de leudar su pan (12:34, 39), pero según el mandato de Dios,
despojaron a los egipcios de su plata, oro y vestidos (12:35-36; 3:21-22; 11:2-3). Además,
vimos que los hijos de Israel salieron de Egipto con sus hijos, sus ovejas y ganado
(12:37-38, 31-32). Su estancia en la tierra gentil había durado cuatrocientos treinta años
(12:40-41). La noche de su éxodo fue una noche de vigilia (12:42). Finalmente, cuando
los hijos de Israel emprendieron su éxodo fuera de Egipto, habían llegado a ser los
ejércitos del Señor (12:41, 51). Por lo tanto, según Éxodo 13:18, salieron de Egipto de
una manera militar.
Tal parece que el capítulo trece es una inserción entre los capítulos doce y catorce y que
el catorce debería seguir directamente al doce. En cierto sentido, esto puede estar
correcto. No obstante, desde el punto de vista espiritual, el capítulo trece no es una
inserción, sino una continuación clara del capítulo doce.
En Éxodo 13:19, vemos que Moisés “tomó también consigo los huesos de José”, ya que le
había pedido esto a los hijos de Israel: “Dios ciertamente os visitará y haréis subir mis
huesos de aquí con vosotros”. Es significativo que este detalle no se mencione ni en el
capítulo doce ni en el catorce sino inmediatamente después de un versículo que nos
cuenta cómo Dios condujo al pueblo por el desierto (v. 18). Como veremos más adelante,
Dios los condujo de una manera opuesta a lo que esperaríamos según el concepto
natural. Nosotros esperamos que El tome el camino corto, pero en lugar de esto, El
tomaría un camino complicado. Además, en los versículos que siguen inmediatamente
al relato acerca de los huesos de José, vemos que el Señor iba delante de los hijos de
Israel, de día en una columna de nube y de noche en una columna de fuego. Por lo tanto,
al considerar este capítulo a la luz de la experiencia espiritual, debemos relacionar el
asunto de los huesos de José con la manera en que Dios guía.
Al ver este capítulo en su conjunto, nos damos cuenta de que empieza con la
santificación y culmina con la presencia de Dios como la guía para su pueblo. ¡Cuán
maravilloso es esto! Estudiaremos ahora los detalles de este capítulo maravilloso.
La redención nos sirve de garantía, mientras que nuestra santificación sirve para el
propósito de Dios. Si tenemos una visión estrecha, quizá veamos solamente la
redención, la cual es para nuestro provecho. Pero si tenemos el discernimiento
adecuado, veremos que la redención debe ser seguida por la santificación (Ro. 6:22), la
cual cumple el propósito de Dios.
Debido a que los primogénitos fueron redimidos por el cordero pascual, todos ellos,
tanto de los hombres como de las bestias debían ser santificados para el Señor. Para la
santificación de los primogénitos, las vacas y ovejas no necesitaban que otra clase de
animal los sustituyera. Ellos eran animales puros, aceptables para el Señor como
sacrificio. No obstante, el versículo 13 declara: “Más todo primogénito de asno redimirás
con un cordero”. Por ser impuros a los ojos de Dios, los asnos no pueden ser aceptados
por El y no pueden satisfacerle. Por lo tanto, el primogénito de un asno debía ser
redimido con un cordero.
En este punto, debemos hacernos una pregunta bastante extraña. Puesto que el
primogénito de un asno ya había sido redimido por el cordero pascual, ¿por qué
necesitaba ser redimido de nuevo en santificación? La respuesta es que aunque el asno
había sido redimido, seguía siendo un animal impuro. Para ser santificado, y ofrecido en
el altar al Señor para Su satisfacción, el asno todavía debía ser redimido con un cordero.
No estaba calificado para ser sacrificado al Señor para Su satisfacción.
El cordero pascual representa a Cristo como nuestro Redentor. Hemos sido redimidos
por medio de Él como nuestro sustituto. Sin embargo, por ser todavía impuros y
naturales, no podemos ser un sacrificio vivo que satisfaga a Dios; necesitamos que
Cristo sea nuestro sustituto en la santificación. Este cuadro indica que necesitamos a
Cristo como nuestro sustituto, tanto para nuestra salvación como para nuestra
santificación.
En Gálatas 2:20, Pablo dijo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Necesitamos a Cristo
no solamente para nuestra redención, sino también para nuestro vivir como sacrificio a
Dios. Hemos sido redimidos, pero nuestra naturaleza todavía no ha cambiado. En
cuanto a nuestra naturaleza, todos somos “asnos” impuros a los ojos de Dios y por tanto
no aceptables por El para Su satisfacción. Por esta razón, necesitamos a Cristo para
nuestra santificación. Podemos ser un sacrificio vivo para Dios, aceptable y satisfactorio
para El, sólo al tener a Cristo como nuestro sustituto.
Al considerar el cuadro del libro de Éxodo, vemos que para nuestra seguridad y
salvación, necesitamos a Cristo como nuestro sustituto para ser redimidos. También
vemos que para emprender nuestro éxodo fuera de Egipto, servir a Dios, y ser un
sacrificio vivo que agrade a Dios, necesitamos a Cristo como nuestro sustituto. Tomar a
Cristo como nuestro sustituto para la santificación forma parte de nuestra redención.
X. UN DIA DE CONMEMORACION
EN EL MES DE ABIB, EN EL CUAL NO SE DEBIA COMER
NINGUN PAN LEUDADO
Si deseamos ser santificados para Dios al tomar a Cristo como nuestro sustituto,
debemos experimentar el mes de Abib (13:4), un período de tiempo que representa toda
nuestra vida cristiana, durante el cual disfrutamos de una nueva vida. Hemos señalado
que la palabra Abib significa brote, retoño. Por lo tanto, denota un nuevo comienzo de
vida. Para ser santificados al Señor y satisfacerle, necesitamos este nuevo comienzo de
vida. Debemos ser una nueva espiga de trigo que brota con nueva vida.
En este nuevo comienzo de vida, no debe haber ninguna levadura. Hemos señalado que
en la Biblia, la levadura representa lo pecaminoso o la corrupción. Debemos eliminar
todo pecado expuesto. No debemos tolerar ningún pecado después de que haya sido
expuesto. Comer los panes sin levadura de esta manera significa tener una verdadera
conmemoración para el Señor, un verdadero recuerdo. Al tener a Cristo como sustituto y
al empezar una nueva vida sin pecado, los santificados llevarán una vida cotidiana digna
de ser una conmemoración. Si experimentamos adecuadamente la salvación de Dios,
tendremos una historia espiritual maravillosa. Después de nuestra Pascua, seremos
santificados para el Señor al tomar a Cristo como nuestro sustituto para que El viva en
nosotros. Entonces tendremos un nuevo comienzo de vida, y todo pecado expuesto será
eliminado. Nuestro vivir será una conmemoración, un recuerdo. Cualquier día vivido de
esta manera, será un día de conmemoración. En nuestra vida cristiana, cada día debe
ser ese día de conmemoración. Cualquier día que no sea una conmemoración es un día
de fracaso.
Me preocupa el hecho de que muchos cristianos tendrán muy poco que recordar, cuando
estén en la Nueva Jerusalén. Pero si vivimos con Cristo como nuestro sustituto; si
tenemos un nuevo comienzo de vida, y si eliminamos todos los pecados expuestos,
tendremos mucho que recordar en la eternidad. Cada día vivido de esta manera, es un
día digno de ser recordado. Es posible que cada día de nuestra vida cristiana sea un día
de conmemoración. Que el Señor nos salve, y no tengamos que arrepentirnos por los
días desperdiciados, días en los cuales no tenemos un nuevo comienzo de vida ni
eliminamos totalmente la levadura. Después de ser salvos por medio de Cristo, nuestro
cordero pascual, debemos tomarlo a Él como nuestro sustituto y empezar una nueva
vida sin pecado. Entonces tendremos muchos días de conmemoración.
Éxodo 13:19 indica que los huesos de José fueron sacados de Egipto junto con los hijos
de Israel. Tal vez parecezca extraño que estos huesos se mencionen en el mismo capítulo
que habla del mes de Abib. Aparentemente, no existe ninguna relación entre ambas
cosas. Las espigas tiernas de trigo, representadas por Abib están llenas de vida. Pero los
huesos muertos no tienen ninguna vida. No obstante, debemos recordar que en la
Biblia, el hueso representa una vida inquebrantable, una vida en resurrección (Jn.
19:36). Por tanto, los huesos en 13:19 están relacionados con la vida de resurrección.
Hebreos 11:22 dice: “Por la fe, José, estando a punto de morir, mencionó el éxodo de los
hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos”. José creía que algún día, Dios
visitaría a Su pueblo y lo sacaría de Egipto y lo llevaría a la tierra que El le había
prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Además, José “hizo jurar a los hijos de Israel,
diciendo: Dios ciertamente os visitará y haréis llevar de aquí mis huesos” (Gn. 50:24-
25). Sacar los huesos de José fuera de la tierra de Egipto y llevarlos a la buena tierra
representa la resurrección. La única manera en que los huesos muertos y secos podrían
entrar en la tierra de Canaán fue por la resurrección. Según el cuadro, los huesos que
fueron sacados de la tumba y llevados a la buena tierra representan la vida de
resurrección.
En 1 Corintios 15:50, Pablo declara: “La carne y la sangre no pueden heredar el reino de
Dios”. La Biblia enseña que la carne y la sangre denotan el hombre natural (Mt. 16:17;
Gá. 1:16). En resurrección, Cristo tiene carne y huesos pero no tiene sangre (Lc. 24:39).
El que los huesos de José fueran llevados a la buena tierra indica que los santos que han
muerto entrarán en el reino en resurrección (los santos vivientes serán arrebatados y
luego entrarán en el reino). Los que participen del reino ya no estarán en la vida natural
representada por la carne y la sangre; estarán en la vida de resurrección representada
por los huesos de José. Como pueblo de Dios hoy, debemos estar en resurrección;
debemos ser los huesos que se mueven en la vida de resurrección.
A los ojos de Dios, todos los hijos de Israel han estado muertos y sepultados en Egipto.
Esa era la situación de ellos antes de la Pascua. Egipto era un cementerio inmenso en el
cual el pueblo de Dios fue sepultado. Por lo tanto, desde el punto de vista de Dios, Su
pueblo en Egipto era huesos secos. El cuadro de los huesos secos en Ezequiel 37 muestra
la condición de los hijos de Israel en Egipto. Ellos eran huesos secos que necesitaban
resucitar y formar un ejército (Ez. 37:1, 10). Por tanto, el éxodo fuera de Egipto era en
realidad una resurrección. Vemos eso particularmente en el cruce del mar Rojo.
Sin resurrección, es imposible que el pueblo de Dios salga del mundo. Tanto los huesos
de José como el cruce del mar Rojo señalan la resurrección. En nuestra vida natural, no
podemos emprender un éxodo fuera del mundo. Para emprender tal éxodo, debemos ser
un pueblo resucitado. Nosotros somos huesos secos, pero somos huesos que se mueven.
Así como los huesos en Ezequiel 37, seremos avivados y nos convertiremos en un
ejército.
Así como los hijos de Israel eran huesos secos en Ezequiel 37, también lo eran en el
tiempo de Moisés. No obstante, fueron resucitados para convertirse en el ejército de
Dios. Esta debe ser también nuestra experiencia hoy en día.
La razón por la cual se mencionan los huesos de José en Éxodo 13:19 es para mostrarnos
que el éxodo se cumple solamente en la resurrección. Somos santificados para el Señor y
hechos aceptables para Él y lo satisfacemos en resurrección. Sólo en la resurrección
podemos tener un nuevo comienzo de vida sin pecado y por tanto un día de
conmemoración. Todos los aspectos del éxodo fuera de Egipto están relacionados con la
resurrección.
Podemos testificar por nuestra experiencia que sin la vida de resurrección no puede
haber un éxodo fuera del mundo. El éxodo se lleva a cabo solamente en la resurrección.
Se dan muchos sermones exhortando a los cristianos a no amar el mundo y a emprender
su éxodo fuera del mundo. Estos sermones están llenos de palabras vanas. Nadie puede
dejar el mundo sin estar avivado por la vida de resurrección. Si deseamos salir de
Egipto, debemos ser huesos secos sepultados en el mundo. A pesar de haber sido
sepultados, hemos sido escogidos por Dios y saldremos en resurrección.
Tal vez seamos huesos muertos, pero estos representan una vida inquebrantable y
divina. Somos capaces de emprender un éxodo fuera del mundo sólo cuando esta vida
surge de la resurrección. Por lo tanto, salimos de Egipto, no por nuestra propia energía
ni por nuestra vida natural, sino por la vida de resurrección. Aunque José fue escogido
por Dios, fue sepultado en Egipto. Sin embargo, en resurrección sus huesos fueron
sacados de Egipto. Hoy, para nosotros es lo mismo. Hemos sido escogidos por Dios pero
hemos sido sepultados en el mundo. No obstante, en la resurrección los huesos muertos
pueden moverse fuera del mundo. ¡Esta es la vida que sale de la muerte! ¡Aleluya por la
vida de resurrección que nos saca del mundo!
A. En la resurrección
Durante muchos años, me pregunté por qué se mencionan los huesos de José en
relación con la columna de nube y la columna de fuego (13:19-22), las cuales
representan a Dios mismo. El hecho de que la columna de nube y la columna de fuego se
mencionen en relación con los huesos de José indica que la dirección viviente de Dios
está relacionada con la vida de resurrección. Cuando los huesos muertos se mueven,
Dios guiándolos. Cuando nos movemos en la vida de resurrección, espontáneamente
Dios nos guía.
El capítulo doce habla del éxodo de los hijos de Israel, pero no dice nada acerca de la
dirección del Señor. Eso lo vemos eso en el capítulo trece. Si los hijos de Israel hubieran
salido de Egipto por sí solos, habrían cometido un grave error. Para emprender un
éxodo correcto, ellos debían tener la guíanza y la dirección de Señor.
En Éxodo 12, tenemos el mandato del Señor, y en Éxodo 13, tenemos la guíanza del
Señor. En asuntos espirituales, no es suficiente tener solamente el mandato del Señor
sin Su guíanza. Tener sólo Su mandato sería trágico. Su mandato debe ser seguido
siempre por Su guíanza.
La celebración de la Pascua por parte de los hijos de Israel era algo correcto. Su entorno
había sido sometido por el Señor, y ellos estaban listos para salir de Egipto. No obstante,
como lo aclaran los últimos versículos del capítulo trece, el pueblo de Dios pudo haber
tomado uno de los dos caminos: el camino corto o el complicado. Según la comprensión
natural, ellos seguramente habrían escogido el camino corto, y no el complicado, el cual
es más largo. No obstante, el camino que los hijos de Israel debían tomar no dependía
de ellos. Ni siquiera dependía de Moisés ni de Aarón. Dependía solamente de la
dirección del Señor por medio de la columna de fuego y de la columna de nube. Fuera de
la dirección del Señor, el pueblo de Dios no tenía ningún derecho de moverse. Si los
hijos de Israel se hubiesen movido sin la dirección del Señor en la columna de fuego o en
la columna de nube, se habrían movido por sí solos. En asuntos espirituales, jamás se
debe hacer esto. Junto con el mandato del Señor, debemos tener Su guíanza y Su
dirección. Si El nos pide hacer algo, no debemos hacerlo por nosotros mismos. Por el
contrario, debemos orar: “Señor puesto que Tú me pediste hacer esto, debes guiarme.
Guíame por la columna de fuego o por la columna de nube”.
Aunque el capítulo trece parece ser una inserción entre los capítulos doce y catorce, en
realidad no es una inserción. Al contrario, este capítulo es necesario. Revela que
necesitamos la guíanza del Señor así como Su mandato.
Además, este capítulo revela que la guíanza y la dirección del Señor vienen solamente
cuando se cumplen ciertas condiciones. Su dirección y guíanza no son incondicionales.
La primera condición es la santificación. Si no somos santificados, no podemos tener la
dirección del Señor. También debemos experimentar el nuevo comienzo de una vida sin
levadura. Ser santificados y tener el nuevo comienzo de una vida sin pecado son los
primeros dos requisitos para poder recibir la guíanza del Señor.
La resurrección es otra condición. Para ser guiados por el Señor, no debemos estar en el
hombre natural. Nuestros huesos deben resucitar y moverse. Entonces, cuando ya no
estemos en el hombre natural, tendremos la dirección y la guíanza del Señor.
Mencionamos que la Biblia se refiere al hombre natural como carne y sangre. Cuando
Pedro recibió la revelación de que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Señor le
dijo: “Bienaventurado eres Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino
mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16:17). Además, después de que Cristo fue revelado
a Pablo, él no consultó a carne ni a sangre, es decir él no consultó al hombre natural (Gá.
1:16). Como lo hemos señalado, el mover los huesos de José representa la resurrección.
Estos huesos estaban secos, pero todavía podían moverse. Este es un cuadro de un
hombre en resurrección. Esta persona puede ser guiada por el Señor y conducida por El.
Cuando estamos en resurrección, estamos calificados para recibir la guíanza del Señor y
Su dirección.
El cuadro de los hijos de Israel saliendo de Egipto conforme a la guíanza del Señor
revela que Su dirección se da únicamente cuando se cumplen sus condiciones. Debemos
ser santificados, debemos empezar una nueva vida sin pecado y debemos estar en
resurrección. Entonces seremos guiados por el Señor y conducidos por El.
Al guiar a los hijos de Israel, el Señor no los llevó por el camino corto. Al contrario, El
los condujo a tomar un camino complicado, un camino que parecía ser un desvío. En
nuestra opinión, los hijos de Israel debían ir directamente a través de la tierra de los
filisteos hasta la buena tierra. No obstante, Éxodo 13:17 declara: “Dios no los llevó por el
camino de la tierra de los filisteos que estaba cerca; porque dijo Dios: Para que no se
arrepienta el pueblo cuando vea la guerra y se vuelva a Egipto”. Puesto que existía la
posibilidad de una guerra con los filisteos, Dios no los condujo por este camino. Como lo
indica 13:20: “Partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto”.
Éxodo 13:18 dice: “Más hizo Dios que el pueblo rodease por el camino del desierto del
mar Rojo”. Aquí el idioma hebreo indica que Dios hizo que el pueblo diera la vuelta. Por
la columna de fuego y la columna de nube, El los condujo de una manera complicada.
Una vez leí un libro titulado Caminos directos para los hijos de Israel. No obstante, a
menudo no existe ningún camino directo para el pueblo de Dios. Cuando esperamos que
Dios tome un camino directo, El nos lleva por un desvío. En el transcurso de siete años
podemos tener muchos desvíos. No obstante, con estos desvíos somos ayudados,
equipados, educados, entrenados y disciplinados. Esta es la razón por la cual Dios no
nos conduce por caminos directos.
Cuando era joven, apreciaba este libro sobre los caminos directos para los hijos de
Israel. Pero ya no, porque en mi experiencia cristiana, he aprendido que el Señor a
menudo nos conduce por desvíos. Considere el viaje de los hijos de Israel por el desierto.
¿Tomaron un camino directo? No, su camino estaba lleno de desvíos. No obstante, ellos
no escogieron tomar estos desvíos. Fueron guiados por la presencia del Señor en la nube
y en el fuego.
E. Por sí mismo en la columna de nube de día
y por la columna de fuego en la noche
Éxodo 13:21 y 22 dicen: “Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube
para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles a fin
de que anduviesen de día y de noche”. Nunca se apartó de delante del pueblo la columna
de nube en el día ni de noche la columna de fuego. En realidad las dos columnas son una
misma cosa. Cuando anochece, la nube se convierte en fuego. Pero cuando amanece, el
fuego se convierte en nube. Sin embargo, el fuego y la nube son una misma cosa.
Como nube o como fuego, la guíanza de Dios es siempre una columna. En la Biblia, una
columna denota fuerza. Por lo tanto, la guíanza de Dios es fuerte; permanece derecha y
soporta peso. Por medio de esta guíanza clara, Dios condujo a los hijos de Israel.
Debemos agradecer al Señor por todos los detalles presentados en Éxodo 13. Aquí
vemos la sustitución para santificación, el día de conmemoración, y el comienzo de una
nueva vida sin pecado. Aquí vemos también la vida de resurrección en la cual
disfrutamos de la presencia del Señor como la guíanza en la columna de nube y en la
columna de fuego. Adoremos al Señor por Su dirección, aun cuando El no nos guíe por
un camino directo, sino por un camino complicado. ¡Alabado sea El por todos los
desvíos!
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE VEINTIOCHO
La plena salvación de Dios para Su pueblo escogido incluye la Pascua, el éxodo fuera de
Egipto, y el cruce del mar Rojo. La Pascua representa la redención; el éxodo representa
la salida del mundo; y el cruce del mar Rojo representa el bautismo. La plena salvación
con todos estos aspectos es exactamente lo que necesitamos y disfrutamos hoy en día.
Dios necesitaba una persona como Faraón, para cumplir estos tres aspectos de la
salvación. Sin él, faltaría el entorno, las circunstancias y las situaciones necesarias. Si
vemos este asunto, alabaremos al Señor por Su soberanía. La oposición de Faraón creó
un entorno que posibilitó la Pascua. No podemos decir que Faraón fue la fuente de la
Pascua. No obstante, podemos asegurar que sin él, no habría el entorno necesario para
la institución de la Pascua.
La Pascua incluía la provisión para la redención, que los hijos de Israel necesitaban por
sus pecados. No obstante, la Pascua incluía mucho más que la redención. Los cristianos
reconocen la necesidad de la redención pero quizás no vean la necesidad de la Pascua.
Durante la noche de la Pascua, los hijos de Israel fueron salvos, y además los egipcios y
el poder maligno de las tinieblas fueron juzgados. En una experiencia normal de
salvación, somos redimidos, y el poder de las tinieblas dentro de nosotros y a nuestro
alrededor es juzgado. Sin embargo, muchos cristianos no son salvos de una manera
normal. Ellos experimentan la redención, pero no experimentan el juicio de Dios sobre
el poder de las tinieblas.
Hemos visto que Faraón luchaba continuamente en contra del Señor, resistiéndose a Su
exigencia de dejar ir a los hijos de Israel. Pero cuanto más luchaba Faraón, más
contribuía a introducir el entorno necesario para cumplir la salvación de Dios.
Como resultado del contacto que estableció Moisés con Faraón y la lucha de éste en
contra del Señor, la situación en Egipto llegó a ser muy tensa. Finalmente, la Pascua se
hizo necesaria. Cuando Faraón y los egipcios demostraron que estaban totalmente en
contra del Señor, había llegado el tiempo para que el Señor ejerciera Su juicio sobre los
egipcios rebeldes y liberara a Su pueblo. Mientras los hijos de Israel disfrutaban de la
Pascua, los egipcios sufrían bajo el juicio de Dios. No obstante, los egipcios no tenían
ningún derecho de echarle la culpa a Dios en este aspecto. Ellos trajeron el juicio de Dios
sobre ellos mismos. Eran responsables por producir el entorno que exigía la institución
de la Pascua, con su redención y su juicio.
De manera similar, el pueblo de Dios emprendió su éxodo fuera de Egipto con la ayuda
de Faraón. De otro modo, los hijos de Israel probablemente nunca habrían dejado
Egipto. Si Faraón y los egipcios hubiesen sido amables con ellos, no habrían sentido
ningún deseo de dejar Egipto. Pero la opresión de Faraón sobre los hijos de Israel creó el
entorno para su éxodo fuera de Egipto y luego los obligó a irse. Finalmente, Faraón echó
al pueblo de Dios fuera de Egipto. Por lo tanto, Faraón fue usado por Dios para cumplir
el éxodo de su pueblo.
Según 14:3, el Señor sabía que Faraón diría acerca de los hijos de Israel: “Encerrados
están en la tierra, el desierto los ha encerrado”. A los ojos de los egipcios, los israelitas
eran muy insensatos al tomar este camino indirecto. Por lo tanto, la situación de los
hijos de Israel en el desierto tentó a Faraón a perseguirlos. Por lo tanto, el campamento
de los hijos de Israel cerca del mar y la persecución por Faraón y sus carros produjeron
un entorno ideal para el bautismo del pueblo de Dios y para la sepultura de Faraón y su
ejército.
Sin embargo, esta persecución nos ayuda a tener un bautismo adecuado y completo. Si
no somos perseguidos debido a nuestro vagar, nuestro bautismo puede ser un simple
procedimiento con poco significado. Pero si somos perseguidos por haber perdido
nuestra meta, nuestro bautismo tendrá mucho significado. Por lo tanto, debemos darle
gracias al Señor por esa clase de persecución. Puedo testificar que los mejores bautismos
que he presenciado fueron los de aquellas personas que habían sido perseguidas por sus
parientes y amigos. En esos casos los nuevos conversos tenían mucho que sepultar. No
obstante, cuando no hay ninguna persecución, el bautismo quizás no sea tan
significativo, pues cuando los nuevos conversos están siendo sepultados, nada es
sepultado con ellos.
Cuando los hijos de Israel fueron bautizados en el mar Rojo, llevaron el ejército egipcio
al agua. En principio, debe pasar lo mismo cuando un nuevo converso es bautizado. El
ejército del mundo debería ser introducido en el bautisterio y sepultado en las aguas del
bautismo.
Hemos visto que Faraón ayudó a los hijos de Israel en los tres aspectos de la salvación
de Dios. El los ayudó a tener la Pascua, a emprender su éxodo fuera de Egipto, y a tener
un bautismo completo. Según la tipología, este cuadro lo incluye todo. Si consideramos
la tipología y la aplicamos a nuestra situación actual, podemos ayudar a los nuevos
conversos a ser bautizados correctamente.
Hace muchos años, predicaba mucho el evangelio, y muchos fueron salvos por medio de
esto. Siempre esperaba que los recién convertidos fuesen bautizados poco después de su
conversión. Yo pensaba que tomarían un camino derecho, de la conversión al bautismo.
Pero según la tipología del libro del Éxodo, esperar esto es algo equivocado. Dios no
condujo a Su pueblo directamente a la tierra prometida. Como dijimos, El los llevó a
tomar un camino de desvíos. En el mismo principio, Dios quizás no conduzca a los
salvos por medio de nuestra predicación del evangelio a tomar un camino directo hacia
el bautismo. Al contrario, quizás El los conduzca a tomar un desvío. A los ojos del
mundo es ridículo seguir este camino, pues aparentemente conduce a un callejón sin
salida. No obstante, esta es la dirección de Dios y da por resultado un bautismo
adecuado que termina con el ejército del mundo.
Consideremos ahora algunos detalles de la última lucha de Faraón, una lucha que fue
usada claramente por Dios para la plena salvación de Su pueblo.
La última lucha de Faraón tipificaba la lucha de Satanás y su mundo por los creyentes
que han de ser bautizados. Cuando Satanás y el mundo combaten contra un recién
converso, no debemos estar desalentados. Al contrario, debemos entender que esta
lucha preparará el entorno para que los conversos tengan un bautismo completo.
Hemos señalado que Faraón fue tentado por el hecho de que Israel vagaba en el desierto
(14:1-3). Faraón pensaba que Israel vagaba sin esperanzas, y fue tentado a perseguirlos.
III. EL CORAZON DE FARAON
FUE ENDURECIDO POR JEHOVA PARA SU GLORIA,
Y JUNTO CON EL CORAZON DE SUS SIERVOS
SE VOLVIO EN CONTRA DE ISRAEL
Faraón fue tentado a perseguir a los hijos de Israel, y Dios endureció su corazón. Puesto
que su corazón fue endurecido por Dios, Faraón tomó la decisión de perseguir al pueblo
de Dios. Éxodo 14:4 dice: “Y Yo endureceré el corazón de Faraón para que los siga; y
seré glorificado en Faraón y en todo su ejército y sabrán los egipcios que Yo soy Jehová”.
Éxodo 14:6-9 revela que Faraón y sus ejércitos persiguieron a los hijos de Israel hasta la
orilla del mar Rojo. Cuando los hijos de Israel miraron hacia atrás, vieron el ejército de
Faraón, y cuando miraron hacia adelante, vieron el mar Rojo. Inmediatamente
clamaron al Señor y dijeron a Moisés: “¿No había sepulcros en Egipto, que nos has
sacado para que muramos en el desierto? ¿por qué has hecho así con nosotros, que nos
has sacado de Egipto? ¿no es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir
a los egipcios? Porque mejor nos fuera servir a los egipcios que morir nosotros en el
desierto”. (vs 11-12). La queja, de los hijos de Israel faltos de fe, era elocuente. Ellos
expresaron su sentimiento con mucha fuerza. Pero nosotros no deberíamos reírnos de
ellos. Ya que nosotros probablemente hubiésemos actuado igual.
Moisés no argumentó con el pueblo ni luchó en contra de ellos. Al contrario, les dijo:
“No temáis; estad firmes y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros. Porque
los egipcios que hoy habéis visto, nunca más los veréis. Jehová peleará por vosotros y
vosotros estaréis tranquilos” (vs. 13-14). En cuanto Moisés pronunció estas palabras, el
Señor le dijo que no clamara a El sino que pidiera a los hijos de Israel que siguieran
adelante. Entonces el Señor dijo a Moisés: “Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el
mar y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar en seco” (v. 16). En este
punto, Faraón y sus ejércitos debían haber estado muy cerca del campamento de los
hijos de Israel. Si nosotros hubiéramos estado allí, habríamos estado atemorizados, así
como lo estaban los hijos de Israel. Los egipcios tenían seiscientos carros; todo lo que
Moisés tenía era un bordón en la mano.
El versículo 19 dice: “El Ángel de Dios que iba delante del campamento de Israel se
apartó e iba detrás de ellos”. En este versículo, el Ángel de Dios es el mismo Ángel de
Jehová que llamó a Moisés en el capítulo tres (vs. 2, 4). Dios llamó a Moisés en la
persona del Ángel de Jehová. El Ángel de Jehová era simplemente Jehová, Dios mismo.
En 3:6, el Ángel de Jehová se identificó a sí mismo diciendo: “Yo soy el Dios de tu Padre,
Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob”. Esto indica que El era el Dios Triuno,
Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu. El Ángel de Jehová, que era el Dios Triuno,
es Cristo como el enviado de Dios. El hecho de que el enviado de Dios fuese delante del
campamento de Israel, indica que Cristo era el que dirigía el pueblo. Sin embargo, según
14:19, el Ángel de Dios se movía desde la vanguardia del pueblo hacia la retaguardia.
Este versículo continúa diciendo: “La columna de nube que iba delante de ellos se apartó
y se puso a sus espaldas”. Cuando el Ángel de Dios se movía, la columna también se
movía. Esto demuestra que El y la columna eran uno.
Podemos aplicar esto a nuestra experiencia del Señor hoy. Cuando empezamos a seguir
al Señor, la guía del Señor se convirtió en una columna de luz para nosotros. Desde el
momento en que creímos en el Señor Jesús por primera vez, tuvimos la luz dentro de
nosotros. Esta luz es la luz que guía. Pero cuando la oposición se levanta en contra de
nosotros, la luz que guía se convierte espontáneamente en la luz que protege. La luz que
estaba antes frente a nosotros, se mueve detrás de nosotros para protegernos de la
oposición y de los ataques. Sin embargo, para los opositores la luz protectora se
convierte en tinieblas.
Si somos fieles al Señor, Su luz guiadora se convertirá en nuestra luz protectora cuando
nos enfrentemos a la oposición. Esta luz se convertirá también espontáneamente en
tinieblas para los que se oponen a nosotros. Puesto que los opositores están en tinieblas
y nosotros estamos en la luz somos protegidos. El hecho de que esta luz sea Cristo como
el Ángel de Jehová indica que Cristo, quien es luz para nosotros puede hacer caer las
tinieblas sobre los opositores. Para aquellos que siguen la voluntad de Dios, la luz
guiadora se convierte en una luz protectora. Pero la luz se hace tinieblas para aquellos
que se oponen al pueblo de Dios. Estén seguros de que cuando ustedes sean atacados
por los opositores, éstos estarán llenos de tinieblas. Esta es la manera en que el Señor
protege a Su pueblo.
La columna de nube permanecía entre los hijos de Israel y los egipcios como una pared
de separación. Por el lado del pueblo de Dios, había luz pero por el lado de los egipcios,
había tinieblas. El estar en luz o en tinieblas depende de esto: ¿seguimos al Señor o
atacamos a Su pueblo? Si formamos parte de los opositores, la columna será tinieblas
para nosotros. Pero si seguimos al Señor, la columna nos alumbrará.
Mencionamos que la luz que recibimos del Señor primero nos guía. Luego cuando viene
la oposición, nos protege. Si no tenemos la luz que guía no podemos tener la luz
protectora. Muchos de nosotros podemos testificar que después de haber recibido luz,
por muy fuerte que sea la oposición esta luz nos protege. Cuando somos atacados,
podemos ser tentados por el enemigo y dudar de nuestro camino o nuestra posición.
Pero en esos momentos de duda, la luz que hemos recibido es nuestra confirmación.
Esta es la luz protectora.
Cuanto más los opositores atacan al pueblo de Dios, más están en tinieblas. No
solamente pueden estar en ignorancia o ceguera, sino que caen también en cosas
ilógicas y sin razón. Por estar en tinieblas tan densas, pueden perder el sentido común.
Supongamos que un amigo o pariente se opone a usted porque sigue al Señor. Cuanto
más se le opone, más está en tinieblas. Finalmente, él perderá sus sentidos y empezará a
actuar de una manera que no es razonable. Sus palabras y comportamiento tal vez no
sean solamente en contra de la luz y la verdad de Dios sino también en contra de la
razón. No obstante, mientras los atacantes están en estas tinieblas tan densas, usted
disfruta del resplandor de la luz protectora.
Fíjese en la situación entre los religiosos cuando el Señor Jesús estaba en la tierra. Para
los discípulos, el Señor era luz. No obstante, para los religiosos, El era causa de tinieblas.
Por estar en tinieblas, los religiosos esparcieron rumores malignos acerca del Señor y
aun tergiversaron lo que dijo. Por ejemplo, tergiversaron Su palabra acerca de la
destrucción del templo y del hecho de que El lo levantaría en tres días (Mt. 26:61). Por el
lado de los religiosos, había tinieblas. Pero por el lado del Señor y Sus discípulos, había
luz. Por esta razón, el Señor Jesús dijo a los religiosos que ellos estaban ciegos (Mt.
23:16).
Además, cuando Saulo de Tarso se convirtió, el Señor le mandó que convirtiera a otros
de las tinieblas a la luz (Hch. 26:18). Las tinieblas de las cuales hablaba el Señor aquí
eran particularmente las tinieblas del judaísmo. En el tiempo de Pablo, el judaísmo
estaba totalmente en tinieblas. Pasa lo mismo con el catolicismo, el protestantismo y los
grupos independientes de la actualidad. Cuanto más se oponen a la verdad, más se
hallan en tinieblas. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, El mismo era la piedra que
probaba. Luego en el libro de Hechos, los apóstoles y más tarde las iglesias llegaron a ser
la piedra de la prueba. Hoy, nosotros en el recobro del Señor hemos llegado a ser la
piedra que prueba.
Mencionamos que los hijos de Israel fueron conducidos por el Ángel de Dios. El era
Aquel que tomó la delantera para sacarlos de Egipto y guiarlos por el desierto hasta la
buena tierra. Antes del capítulo catorce, El estaba presente entre el pueblo, pero Su
nombre no fue mencionado. Como lo veremos, en 23:20, el Señor dijo: “He aquí, yo
envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar
que yo te he preparado”. Además en el libro de Zacarías vemos una vez más al Ángel de
Dios (3:5). Este Ángel, el enviado de Dios, aquel que condujo a los hijos de Israel y los
protegió de los egipcios, todavía cuidaba al pueblo de Dios. Cuando el Ángel de Dios se
movía desde la vanguardia del pueblo hasta la retaguardia, la columna se movía
también, pues el Ángel y la columna eran uno. Pasa lo mismo con nuestra experiencia
hoy en día. En nuestra experiencia, no podemos separar al Señor del Espíritu que guía.
Después de que Faraón sirvió para el propósito que Dios tenía para El, él llegó a ser un
sacrificio. A menudo he advertido que uno no debe ser un sacrificio al oponerse a la
iglesia. No obstante, algunos no han hecho caso a esta advertencia y han llegado a ser
sacrificios. Cuanto más se opusieron a la iglesia, más llegaron a ser ilógicos y a perder la
razón. Su comportamiento insensato fue una señal de que estaban en tinieblas.
Cuanto más somos atacados y se nos oponen por seguir al Señor, más brillante se hará la
luz protectora que nos guía. No obstante, los opositores quizás sigan sus ataques a pesar
de las tinieblas que los envuelven. Ciertamente Faraón debió haber visto la columna que
separaba a los hijos de Israel de los egipcios. A pesar de esto, El no pidió que sus carros
regresaran. Al contrario, El perdió la razón y continuó su persecución del pueblo de Dios
y llegó a ser un sacrificio.
Cuando Moisés extendió su mano sobre el mar, las aguas se dividieron (14:21). Entonces
“los hijos de Israel entraron por en medio del mar en seco, teniendo las aguas como
muro a su derecha y a su izquierda” (v. 22). En lugar de un callejón sin salida, ahora
había un camino a través del mar. Por lo tanto, con el Ángel detrás de ellos, los hijos de
Israel cruzaron el mar en seco. Luego, debido a que Dios había endurecido el corazón de
los egipcios para que “persiguieran a su pueblo, y los siguieran, entraron tras ellos hasta
la mitad del mar, toda la caballería de Faraón sus carros y su gente de a caballo” (v. 23).
Faraón y sus ejércitos persiguieron a los hijos de Israel hasta el medio del mar Rojo
porque el Señor había endurecido sus corazones. Dios hizo esto con el propósito de
glorificarse a Sí mismo por medio de Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus
hombres de a caballo (vs. 17-18).
El versículo 24 declara que el Señor miró el campamento de los egipcios por medio de la
columna de fuego y de la nube y puso confusión en el ejército de los egipcios. Según el
versículo 25, el Señor “quitó las ruedas de sus carros y los trastornó gravemente”.
Algunas versiones afirman que el Señor ató las ruedas para que no pudieran moverse.
Los egipcios fueron confundidos e incapaces de mover sus carros y dijeron: “Huyamos
de delante de Israel porque Jehová pelea por ellos contra los egipcios” (v. 25). No
obstante, era demasiado tarde para huir. Obedeciendo al mandato del Señor, Moisés
extendió su mano sobre el mar y “el mar se volvió con toda su fuerza” (v. 27). Las aguas
volvieron a su curso normal y los egipcios perecieron.
Los egipcios intentaron huir, pero el Señor los sacudió en el medio del mar (v. 27). El
versículo 28 dice: “Y volvieron las aguas, y cubrieron los carros y la caballería, y todo el
ejército de Faraón que había entrado tras ellos en el mar; no quedó de ellos ni uno”.
Faraón y su ejército fueron ahogados y sepultados en el mar. Esto significa que Satanás
y el mundo han sido sepultados en el bautismo (vs. 26-28; 15:4-5, 10, 19).
Después de ser sepultado en el mar, Faraón fue acabado. Jamás pelearía de nuevo, pues
su utilidad en las manos del Señor había terminado. Después de ser liberados de la
mano usurpadora de Faraón al cruzar el mar Rojo, los hijos de Israel entraron en otra
esfera. Pero Faraón, por dejar de ser útil al Señor, fue terminado y sepultado.
Podemos testificar por nuestra experiencia que ciertas cosas pueden ser suscitadas en
contra de nosotros. No estamos contentos por los ataques de la oposición, pero los
atacantes y los opositores son útiles en las manos de Dios. Dios los usa para nuestro
bien, con el propósito de perfeccionarnos. Cuando esta meta sea cumplida y los
opositores ya no sean útiles, la oposición se acabará. Faraón no sólo echó a los hijos de
Israel de Egipto sino que también los acompañó al mar Rojo. Luego después de que el
pueblo de Dios cruzo el mar Rojo y de que Faraón fue sepultado en el mar, ellos fueron
separados de él para siempre. Si todavía permanece alguna oposición o ataque, debe ser
que Dios todavía la necesita. Debe ser necesario para nuestro bien. Pero un día esta
oposición se acabará y será sepultada.
En este mensaje, vimos que Faraón fue usado por Dios para cumplir la salvación total,
completa y perfecta de Su pueblo escogido. El fue usado para proveer el entorno de la
Pascua, del éxodo, y del bautismo. El pueblo de Dios tenía una sola cosa que hacer:
alabarlo a Él. La última lucha de Faraón estaba terminada. Ahora que él estaba obligado
a descansar, ya no había ninguna lucha con él. ¡Alabado sea el Señor porque aún la
última lucha de Faraón ayudó a cumplir la plena salvación del pueblo escogido de Dios!
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE VEINTINUEVE
Lectura bíblica: Ex. 14:10-12, 16, 29-31; 15:1-21; He. 11:29; 1 Co. 10:1-2; 1 P. 3:20-21
La salvación completa de Dios incluye la Pascua, el éxodo y el cruce del mar Rojo.
Mediante la Pascua, los hijos de Israel fueron salvos del juicio de Dios. Cuando estaban
en Egipto, eran como los egipcios; eran pecaminosos y hasta adoraban ídolos (Ez. 20:7-
8). Estaban bajo el juicio justo de Dios junto con los egipcios. Según el juicio justo de
Dios, estaban bajo sentencia de muerte. Por consiguiente, los hijos de Israel necesitaban
que el cordero pascual fuese su sustituto. Puesto que la sangre del cordero había sido
aplicada a los postes de sus casas, Dios en Su juicio justo pasaría sobre ellos.
No obstante, los hijos de Israel no estaban solamente bajo el juicio de Dios, sino
también bajo la tiranía de Faraón. Ellos fueron usurpados por Faraón para servir como
esclavos a fin de cumplir el propósito de los egipcios. Por lo tanto, los hijos de Israel
tenían dos problemas graves: el juicio de Dios y la tiranía de Faraón. La Pascua podía
salvarlos del juicio de Dios, pero no era eficaz para rescatarlos de la usurpación de los
egipcios. Para ser salvos de la tiranía egipcia, los hijos de Israel necesitaban el éxodo y el
cruce del mar Rojo.
Si los hijos de Israel sólo hubiesen tenido el éxodo sin el cruce del mar Rojo, su salvación
no habría sido segura. Podrían haber regresado a Egipto. Dios consideraba seriamente
el que Su pueblo intentase hacer esto. Sin el cruce del mar Rojo, no habría ninguna línea
de separación. En Éxodo 13:17, el Señor expresó Su preocupación por la posibilidad de
que “el pueblo se arrepintiese cuando viese la guerra y se volviese a Egipto”. Más tarde,
en Números 14:4, algunos rebeldes dijeron: “Designemos un capitán, y volvámonos a
Egipto”. Por lo tanto, para ser librados totalmente de Egipto, los hijos de Israel tuvieron
que emprender su éxodo y también cruzar la línea de separación al pasar a través del
mar Rojo.
En Su creación, Dios preparó el mar Rojo para que sirviera de bautisterio a Su pueblo
escogido. Luego, durante el éxodo, El condujo al pueblo a este bautisterio. Esto no fue
accidental; sino conforme al plan de Dios. Dios deseaba introducir a Su pueblo en una
situación donde ellos no pudiesen regresar a Egipto. En este mensaje, debemos
considerar el significado del cruce del mar Rojo por parte de Israel.
En 1 Corintios 10:1-2 Pablo dice: “Nuestros padres estuvieron bajo la nube, y todos
pasaron el mar; y todos para con Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar”. Esto
indica que el cruce del mar Rojo tipificaba el bautismo. Esta nube se refiere a la
columna, la cual era el Señor mismo como Aquel que dirigía al pueblo.
1 Pedro 3:20-21 menciona que el paso del arca de Noé a través del diluvio también
tipificó el bautismo. Por el arca y a través del agua, Noé y los miembros de su familia
fueron salvos del juicio de Dios y del mundo maligno, corrupto y condenado. El mismo
diluvio que juzgó al mundo también separó a los que estaban en el arca de lo que era el
mundo. Después de que las aguas del diluvio bajaron, Noé y su familia se encontraron
en una nueva esfera, en un nuevo mundo, donde podían servir a Dios. El diluvio los
había separado de la vieja esfera y los había introducido en la nueva esfera.
Inmediatamente después de salir del arca, Noé construyó un altar y ofreció sacrificio al
Señor (Gn. 8:20).
Vemos el mismo principio con el cruce del mar Rojo. En Egipto, los hijos de Israel
estaban involucrados con el mundo maligno, corrupto y condenado y estaban bajo el
juicio de Dios. La Pascua, que tipificaba a Cristo, los salvó del juicio de Dios, así como el
arca, que es también un tipo de Cristo, salvó a Noé y su familia del juicio de Dios.
Además, tal como la familia de Noé necesitaba ser salva del mundo por medio del agua,
también los hijos de Israel necesitaban ser salvos de Egipto por medio de la misma. En
el caso de los hijos de Israel, vemos tanto la sangre como el agua. La sangre del cordero
pascual los salvó del juicio de Dios, y el agua los salvó de la tiranía de los egipcios.
En contraste con los hijos de Israel, la gran mayoría de los cristianos contemporáneos
han sido salvos solamente por la sangre y no por el agua. Muchos fueron bautizados en
un ritual, pero ese bautismo no es una experiencia del agua que salva y separa. En el
caso de la familia de Noé, y el de los hijos de Israel, el agua era un medio de salvación y
también de separación. Si solo tuviésemos la enseñanza del Nuevo Testamento sin los
cuadros de Génesis y Éxodo, no entenderíamos el bautismo de una manera completa. El
pueblo de Dios fue librado de la esclavitud de Egipto y la tiranía de Faraón a través del
bautismo. En el mismo principio, a través del bautismo hoy los creyentes son salvados
del mundo y del poder satánico de las tinieblas. (Más adelante veremos que el bautismo
tipificado por el cruce del Río Jordán significa la liberación del viejo hombre. En este
mensaje, cubriremos solamente el aspecto del bautismo tipificado por el cruce del mar
Rojo).
A. Bautizados en Moisés
En 1 Corintios 10:2, Pablo dice que los hijos de Israel “fueron todos bautizados para con
Moisés”. Moisés tipifica y representa a Cristo. Por lo tanto, al ser bautizados para con
Moisés, en realidad los hijos de Israel fueron bautizados en Cristo. Cristo es el verdadero
líder y no Moisés. Moisés era simplemente un tipo de Cristo. Hoy en día, nosotros los
que creemos en Cristo hemos sido bautizados en Cristo. Por esta razón, Gálatas 3:27
habla de ser “bautizados en Cristo”. Al ser bautizados en Cristo, estamos ahora bajo Su
liderazgo. Antes de cruzar el mar Rojo, los hijos de Israel tomaron a Moisés como líder,
pero no por completo. No obstante, después de cruzar el mar Rojo, “el pueblo temió a
Jehová y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo” (Ex. 14:31), pues habían sido
bautizados en Moisés. Del mismo modo, fuimos bautizados no en una denominación,
práctica, creencia, ni doctrina sino en Cristo, quien es nuestro líder y nuestra Cabeza.
B. En la nube
En 1 Corintios 10:2, Pablo afirma que “todos fueron bautizados en la nube y en el mar”.
La nube representa al Espíritu. Cuando fuimos bautizados, fuimos bautizados en el
Espíritu. En un sólo Espíritu fuimos bautizados en un sólo Cuerpo.
C. En el mar
La muerte de Cristo se encarga de los asuntos negativos, mientras que el Espíritu de los
positivos. Por un lado, muchas cosas negativas deben ser terminadas. Por otro, los
creyentes deben ser alentados positivamente a seguir adelante con el Señor. Por el lado
negativo, el agua acabó con Faraón y su ejército. Por el positivo, la nube fue el medio por
el cual los hijos de Israel fueron guiados en su viaje. ¡Alabado sea el Señor por ambos
aspectos del bautismo! Cuando un nuevo creyente es bautizado, cada cosa negativa es
aniquilada y sepultada. Luego el Espíritu como una columna de nube lo conduce en su
viaje con el Señor.
D. Por fe
El bautismo requiere fe. Hebreos 11:29 dice: “Por la fe pasaron el mar Rojo como por
tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, el mar se los tragó”. En Colosenses
2:12, el bautismo se relaciona también con la fe. Los hijos de Israel necesitaban fe para
cruzar el mar Rojo. No obstante, al principio no tuvieron ninguna fe. Viendo el agua
frente a ellos y el ejército egipcio detrás, clamaron al Señor y se quejaron con Moisés:
“¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto?
¿por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto?” (14:11). El pueblo
no tenía ninguna fe, pero la fe vino cuando Dios les habló. El Señor no estaba enojado
con el pueblo por su falta de fe, aun cuando ellos acababan de presenciar Sus hechos
poderosos y milagrosos en Egipto. A Moisés, quien seguramente estaba trastornado por
la situación, el Señor le dijo: “¿por qué clamas a Mí? Día a los hijos de Israel que
marchen. Y tú alza tu vara y extiende tu mano sobre el mar y divídelo, y entren los hijos
de Israel por en medio del mar, en seco” (14:15-16). Cuando Moisés recibió esta palabra
del Señor, los hijos de Israel tuvieron espontáneamente la fe para cruzar el mar Rojo.
Según 14:21 y 22, las “aguas fueron divididas” y tuvieron “un muro a su derecha como a
su izquierda”. Además, 15:8 afirma que “se juntaron las corrientes como en un montón;
los abismos se cuajaron en medio del mar”. Por una parte, las aguas se amontonaron;
por otra, se cuajaron. El hecho de que las aguas se amontonaron significa que se
juntaron como piedras. El hecho de que las aguas se separaron significa que cambiaron
y pasaron de un estado líquido a un estado sólido. Las aguas habían sido divididas,
amontonadas, cuajadas, aún así los hijos de Israel necesitaban fe para pasar a través de
ellas. Sin la fe necesaria, el pueblo ciertamente se habría quejado a Moisés, acerca de
entrar en una tumba de agua. Si nosotros hubiésemos estado allí, probablemente
sentiríamos miedo de caminar en medio de las aguas divididas. No obstante, los hijos de
Israel llegaron a ser un pueblo de fe. Siguiendo a Moisés, caminaron en el mar y lo
atravesaron.
Al cruzar el mar Rojo, los hijos de Israel fueron salvos de Egipto y también fueron
conducidos a una esfera de libertad. ¡Qué salvación más grande! En principio, el
bautismo es lo mismo para nosotros hoy. Nos salva del cautiverio y nos introduce en la
libertad absoluta en Cristo. Como lo aclara Colosenses 2:12, esto se cumple “mediante la
fe de la operación de Dios”. Por lo tanto, cuando bautizamos a la gente, debemos
alentarlos a usar su fe en Dios como Aquel que obra en ellos. Indudablemente el cruce
del mar Rojo se cumplió por la operación de Dios. Cuando bautizamos a los nuevos
creyentes, nosotros mismos necesitamos fe, y también debemos ayudar a los que se
bautizan para que tengan fe. Los nuevos conversos deben estar conscientes de lo que
está sucediendo cuando se bautizan. Necesitan fe para entrar en las aguas del bautismo
y pasar a través de ellas. ¡Qué diferencia hace cuando todos los que participan en el
bautismo están llenos de fe!
E. Faraón y su ejército
son sepultados en el mar
Los egipcios deseaban seguir a los hijos de Israel en el mar. Éxodo 14:23 dice: “Y
siguiéndolos los egipcios, entraron tras ellos hasta la mitad del mar, toda la caballería de
Faraón, sus carros y su gente de a caballo”. No obstante, el Señor puso confusión en el
ejército de los egipcios, y sacó las ruedas de los carros (vs. 24-25). Luego Dios mandó a
que Moisés extendiera su mano sobre el mar para que las aguas “volviesen sobre los
egipcios, sobre sus carros y sobre su caballería” (v. 26). Cuando Moisés hizo esto,
“volvieron las aguas y cubrieron los carros y la caballería, y todo el ejército de Faraón
que había entrado tras ellos en el mar; no quedó de ellos ni uno” (v. 28). Faraón y el
ejército egipcio fueron sepultados en el mar. Este cuadro muestra claramente que en el
bautismo, Satanás y el poder del mundo son sepultados. Queda patente que se terminó
con los egipcios en el mar Rojo. El significado de este hecho es que cuando fuimos
bautizados, Satanás y el mundo con su tiranía fueron terminados. Cuando bautizamos a
otros, debemos decirles que mientras ellos son sepultados en el bautismo, Satanás y el
mundo también serán sepultados. ¡Cuán impresionante es el cruce del mar Rojo como
cuadro del bautismo! Cuando consideramos este cuadro a la luz del Nuevo Testamento,
tenemos una visión clara del significado del bautismo.
II. SALVOS POR MEDIO DEL AGUA
Al referirse a las aguas del bautismo tipificadas por el diluvio en Génesis, 1 Pedro 3:20
habla de “ser llevados a salvo por agua”. Hemos señalado que la familia de Noé y los
hijos de Israel fueron salvos por agua. Por medio del agua, el pueblo de Dios fue salvo de
Egipto y de su tiranía, es decir del mundo y de su usurpación (13:3, 14). Además, fueron
salvos al desierto de separación, es decir, a una esfera que sirve para cumplir el
propósito de Dios (3:18). En el desierto, el pueblo edificó el tabernáculo como morada
de Dios. Esto fue con el fin de cumplir el propósito de Dios. Las aguas, a través de las
cuales fueron salvos y separados de Egipto, los trajeron a una esfera donde no había ni
esclavitud ni cautiverio. En esta esfera, existía la libertad de cumplir el propósito de Dios
al edificar el tabernáculo como morada de Dios en la tierra. Esto indica que mediante las
aguas, somos salvos del mundo a una esfera donde podemos cumplir el propósito de
Dios.
A. El cántico de Moisés
Inmediatamente después de cruzar el mar Rojo, Moisés y los hijos de Israel cantaron un
cántico al Señor (15:1-18). Este cántico debe de haber sido compuesto por Moisés.
Apocalipsis 15:2-4 lo menciona como el cántico de Moisés. En Éxodo 15, los hijos de
Israel cantaron este cántico en las orillas del mar Rojo; alabaron a Dios por las victorias
sobre las fuerzas de Faraón, por su liberación triunfal, por medio de las aguas del juicio
del mar Rojo. En Apocalipsis 15, muchos vencedores cantan nuevamente este cántico
acerca del mar de cristal, indicando que son victoriosos sobre el poder del anticristo, el
cual es juzgado por Dios (Ap. 19:20) con el fuego del mar de cristal. En ambos casos, el
principio es el mismo: el pueblo de Dios es salvo por medio del mar, y ahora pueden
cantar alabanzas a Dios.
En 15:1-12, los hijos de Israel alabaron a Dios por Su salvación y victoria. La salvación
está relacionada con el pueblo de Dios, y la victoria con Su enemigo. Al mismo tiempo
que Dios vencía al enemigo, también salvó a Su pueblo. ¡Cuán hermosa es la expresión
poética de alabanza acerca de esto!
2. Conduce
a la habitación de Dios y a Su reino
Los versículos 14 y 15 afirman que la gente tendrá miedo, los habitantes de Filistea se
lamentarán, los príncipes de Edón estarán sorprendidos, los hombres poderosos de
Moab temblarán y los habitantes de Canaán se acobardarán. Esta es una profecía en
forma poética que anuncia que los hijos de Israel vencerían a los filisteos, los
descendientes de Esaú y Moab, y a todos los cananista, y tomarían posesión de la buena
tierra.
Al leer 15:1-18, nos damos cuenta de que la meta de la salvación de Dios es edificar Su
morada para establecer Su reino. Aunque Moisés no entró en la buena tierra, y por
supuesto no vio la construcción del templo, él pudo alabar al Señor por Su santuario, Su
morada.
La meta de Dios al llevar a los hijos de Israel a través del mar Rojo fue tener una
morada. Antes de que se levantara el tabernáculo, Dios no tenía una morada en la tierra.
El pudo tener esta morada solamente después de haberse asegurado un pueblo que
había sido redimido, que había pasado por el mar Rojo y que había entrado en una
esfera de separación donde estaban libres de todo cautiverio.
Éxodo 40:2 dice: “El primer día del mes primero harás levantar el tabernáculo, el
tabernáculo de reunión”. Esto indica que en el primer día del segundo año, según el
nuevo calendario, la morada de Dios fue establecida entre los hijos de Israel. No
podemos recalcar lo suficiente que la meta de la salvación de Dios es tener esta morada.
Moisés sabía que la meta de Dios no era solamente salvar a Su pueblo de la tiranía; sino
en tener a un pueblo liberado del mundo e introducido en una esfera de libertad para la
edificación de Su morada. Debido a que Moisés conoció el corazón de Dios, Su voluntad
y Su meta, él pudo ser llamado un hombre de Dios.
Después de que el tabernáculo fue erigido, se declaró la guerra. Los enemigos de Dios se
levantaron en un intento de frustrar la edificación del templo. Estos enemigos incluían
diferentes pueblos, a los hedonista, los moabitas, los filisteos y los cananista. Estos
pueblos representan a los incrédulos, los paganos. Los descendientes de Esaú, los
hedonista, representan los que son naturales, los que no han sido escogidos, redimidos,
regenerados, ni transformados. Los descendientes de Lot, los moabitas representan los
carnales, pues su origen fue el incesto, un acto extremadamente pecaminoso y carnal.
Los filisteos representan los cristianos mundanos, los que viven entre Egipto y la buena
tierra. Son muchos los creyentes mundanos hoy en día. Finalmente, los cananista están
relacionados con los poderes malignos en los lugares celestiales.
Así como los hijos de Israel fueron acosados por todos estos enemigos, también nosotros
en el recobro del Señor hemos sido atacados por los poderes malignos de las tinieblas. El
propósito de todos estos ataques, oposición y hablar maligno es impedir la edificación
de la morada de Dios para el cumplimiento de Su propósito. El propósito de Dios es Su
edificación. Esta es la meta de Dios, y es nuestra meta también. Pero la intención del
enemigo en sus ataques consiste en impedir que el pueblo de Dios alcance esta meta. Sin
embargo, ante los ojos de Dios, esta meta ya ha sido cumplida. Esta fue la razón por la
cual Moisés usó el pasado perfecto al hablar de la morada de Dios. En el mismo
principio, el apóstol Juan usó el pasado perfecto al describir la Nueva Jerusalén para
indicar que desde el punto de vista de Dios Su propósito de ganar la edificación ya fue
cumplido. Todos los ataques y la oposición en realidad son señales positivas, indicando
que la edificación del templo de Dios está asegurada.
B. El cántico de María
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA
Lectura bíblica: Ex. 15:22-26; Ro. 6:4; 1 P. 2:24; 1 Co. 2:2b; Fil. 3:10; Sal. 103:3; Mt.
8:17; 9:12
Mencionamos que Éxodo es un libro lleno de cuadros que describen la salvación de Dios
como lo revela el Nuevo Testamento. Esta salvación es espiritual, misteriosa y se
relaciona con la vida divina. Sin los cuadros del libro de Éxodo, nos sería difícil
comprender el significado de la salvación de Dios. Por lo tanto, en Su sabiduría, Dios
usa los cuadros presentados en Éxodo para representar Su salvación.
El cruce del mar Rojo marcó la consumación de la primera etapa de la salvación de Dios
para Su pueblo escogido. Esta etapa incluye tres cosas: la Pascua, el éxodo, y el cruce del
mar Rojo. La Pascua está relacionada con el juicio de Dios. Mediante el disfrute del
cordero pascual, Su pueblo fue salvo del juicio de Dios. El éxodo está relacionado con la
tiranía de Faraón y con el cautiverio en Egipto. El pueblo de Dios no estaba solamente
bajo Su juicio, sino también bajo la tiranía de Faraón. Por esta razón, necesitaban la
Pascua y también el éxodo. Por medio del éxodo, el pueblo fue liberado de la tiranía de
Faraón y del cautiverio egipcio. El cruce del mar Rojo está relacionado con la
destrucción del ejército egipcio, que pereció en las aguas del mar. Mediante estos tres
aspectos de la salvación de Dios, los hijos de Israel fueron salvos del juicio de Dios, de la
tiranía de Faraón, y del ejército egipcio.
Hemos visto que el cruce del mar Rojo representa el bautismo. 1 Corintios 10:2 afirma
que los hijos de Israel “todos para con Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar.
Por lo tanto, el cruce del mar Rojo tipificaba plenamente el bautismo en el Nuevo
Testamento. Según Romanos 6:4 el bautismo introduce a los creyentes en la
resurrección. En el bautismo, somos colocados en la muerte de Cristo y sepultados
juntamente con El. De esta manera, somos resucitados en Cristo y con Cristo. Como
resultado, “caminamos en novedad de vida” (Ro. 6:4), es decir, en la vida de
resurrección. Todos aquellos que fueron bautizados en Cristo deben andar en
resurrección. Estar en resurrección significa estar en otra esfera, en una esfera que va
más allá de la muerte. Así como el mar Rojo constituía la línea de separación entre
Egipto y el desierto, también la muerte de Cristo tipificada por el bautismo es la línea de
separación entre la vieja esfera y la esfera de la resurrección. El bautismo nos separa del
mundo y nos introduce en la esfera de la resurrección.
Según Éxodo 15:22 “E hizo Moisés que partiese Israel del mar Rojo y salieron al desierto
de Shur; y anduvieron tres días por el desierto”. En los escritos de Moisés, el desierto
tiene un significado positivo y también negativo. No obstante, la mayoría de los
cristianos solamente han oído que tiene un significado negativo. Muchos lectores de
Éxodo pueden sorprenderse al escuchar que el desierto en este versículo significa la
resurrección. Si queremos entender eso correctamente, necesitamos el conocimiento
adecuado de la Biblia y también algo de experiencia espiritual.
El mar Rojo fue creado por Dios como un bautisterio para los hijos de Israel. Esto
significa que aún en Su creación, Dios hizo algunos preparativos para representar la
salvación de Su pueblo. Los lugares geográficos representan cosas espirituales. África se
encuentra al lado occidental del mar Rojo, y Asia al lado oriental. La palabra Shur
significa una pared y el nombre Migdol mencionado en 14:2, significa una fortaleza.
Según algunos historiadores, había una pared de separación que protegía a Egipto, una
pared que empezaba en el mar Mediterráneo y terminaba en Shur. Después de haber
cruzado el mar Rojo, los hijos de Israel viajaron tres días por el desierto de Shur (15:22).
La columna de nube les condujo hacia el sur, hacia Mara.
Ahora debemos continuar para ver que el desierto también representa la esfera de la
resurrección. Decimos esto conforme a la revelación del Nuevo Testamento acerca del
bautismo y también conforme a nuestra experiencia. El bautismo nos lleva a la
resurrección. En cuanto un creyente es bautizado, él siente que ha sido sacado de la vieja
esfera y puesto en una nueva esfera, la esfera de la resurrección. Romanos 6:4 afirma
que, al ser bautizados en Cristo, debemos andar en novedad de vida. Sin lugar a dudas,
andar en novedad de vida significa vivir en la esfera de la resurrección. Según la
tipología de Éxodo, esta esfera es el desierto de Shur. Por tanto, el desierto de Shur
tipifica la esfera de la resurrección. Como hemos visto, también representa una esfera de
separación. Cuando los hijos de Israel entraron en esta esfera, fueron separados de
Egipto, tanto por el mar Rojo como por la pared.
Vemos en 15:22 que los hijos de Israel “fueron por el desierto durante tres días”. Puesto
que tres es el número de resurrección, esto significa que caminaron en resurrección, es
decir, en novedad de vida. Es significativo que el viaje desde el mar Rojo hasta Mara era
exactamente tres días y no dos, ni cuatro, ni siquiera tres días y medio. Según una nota
en el texto de la versión ampliada, la distancia desde el mar Rojo hasta Mara era de
aproximadamente cuarenta y nueve kilómetros. Indudablemente los hijos de Israel
pudieron haber caminado esta distancia en menos de tres días. Debemos creer que el
paso de su viaje se encontraba bajo la dirección y el control soberano de Dios. El hecho
de que viajaran durante tres días describe el caminar en resurrección. Cuando los hijos
de Israel estaban en el desierto, ciertamente caminaron de una manera distinta de la
manera en que caminaban en Gosén. En Gosén, no tenían la columna de nube, pero en
el desierto caminaban conforme a la guíanza de esta columna. Eran conducidos por la
presencia del Señor a caminar de una manera nueva.
Tal vez se pregunte por qué la Biblia usa el desierto para representar la resurrección,
pues nosotros no estamos acostumbrados a pensar que la resurrección es tipificada por
un desierto. Para aquellos que han sido bautizados en Cristo, la resurrección no es un
desierto. Pero es un desierto a los ojos de la gente mundana. Después de nuestro
bautismo, nuestros parientes y amigos quizás hayan pensado que hemos entrado en
alguna clase de desierto. Antes de ser bautizados, estábamos en Egipto disfrutando de
los “ajos”, “puerros” y “cebollas”, y nuestros parientes y amigos estaban contentos con
nosotros. Pero al creer en el Señor Jesús y al ser bautizados, fuimos introducidos en una
nueva esfera, la cual nuestros parientes y amigos consideraban ser un desierto. Pero a
los ojos de Dios, este desierto en realidad es una esfera de resurrección. Si tenemos la
visión celestial, nos daremos cuenta de que la esfera en la cual hemos entrado por el
bautismo no es un desierto, sino una esfera de separación y de resurrección. En esta
esfera, andamos en resurrección conforme a la guíanza del Señor. ¡Alabado sea el Señor
porque en Su creación, Dios ha preparado aún lugares geográficos para presentar un
cuadro de Su salvación!
En Éxodo 12:37, vemos que los hijos de Israel viajaron desde Ramesés hasta Sucot. Al
salir de Sucot, finalmente acamparon entre Migdol y el mar (14:2). Dios no condujo a su
pueblo “por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca” (13:17). Aunque ese
era el camino habitual que tomaba la gente para viajar de Egipto a Canaán, Dios condujo
a Su pueblo hacia el sur, y luego los llevó hasta el mar Rojo para que fuesen bautizados
allí. A los ojos de Faraón, los hijos de Israel eran insensatos porque tomaron este
camino. El pensaba que estaban atrapados cerca del mar y no podrían escaparse. A los
ojos del hombre, la manera en que Dios hace las cosas es una locura. No obstante, Dios
había planeado llevar a Su pueblo a través del mar Rojo hasta el desierto de Shur.
Además, después de llevarlos a través del mar, El no los llevó hacia el norte conforme a
la geografía. Con todo propósito El los condujo hacia el sur en un viaje de tres días hasta
Mara.
Vemos en Éxodo 15:22 que durante este viaje de tres días por el desierto, los hijos de
Israel no encontraron agua. Esto significa que en la esfera de la resurrección, no hay
agua natural, no hay ningún suministro natural. Después de ser bautizados e
introducidos en la esfera de la resurrección, tal vez esperemos recibir cierta clase de
ayuda, la ayuda que procede del agua natural. Antes de ser salvos, y cuando vivíamos en
la vieja esfera del mundo, teníamos un suministro abundante de aguas naturales
procedente del Nilo. Pero en la esfera de la resurrección, esta agua no existe.
Dios guió al pueblo hasta Mara, que significa amargura. Éxodo 15:23 dice: “Y llegaron a
Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara porque eran amargas; por eso le pusieron
el nombre de Mara”. El hecho de que Dios llevara a Su pueblo hasta Mara indica que
mientras caminamos en la esfera de la resurrección, Dios nos conducirá a un lugar de
amargura, a Mara. La columna de nube condujo al pueblo hasta un lugar donde había
agua, pero estas aguas eran amargas. Cuando el pueblo descubrió que las aguas eran
amargas, “murmuraron contra Moisés y dijeron: ¿Qué hemos de beber?” (v. 24). Tal
como los hijos de Israel, nosotros también nos hemos quejado, hemos murmurado
acerca de nuestras circunstancias amargas. A menudo hemos dicho en tono de queja:
“¿Qué haré? ¿qué beberemos? ¿qué clase de ayuda es ésta?” Si yo hubiese sido Moisés, le
habría dicho al pueblo que no se quejaran conmigo. Les habría recordado que ellos
fueron conducidos a ese lugar por la misma nube que los protegió de Faraón y de su
ejército tres días antes. Pero como verdadero siervo del Señor, en lugar de luchar contra
las murmuraciones y las quejas del pueblo, Moisés clamó al Señor (v. 25).
En respuesta a su clamor, el Señor le mostró un árbol (v. 25). Cuando Moisés echó el
árbol en las aguas, éstas se endulzaron. 1 Pedro 2:24 indica que ese árbol significa la
cruz de Cristo. Por tanto, el árbol que sanó a las aguas amargas denota la cruz sobre la
cual fue crucificado el Señor. La cruz de Cristo, es la única que salva.
Este cuadro corresponde con nuestra experiencia espiritual. Después de ser bautizados y
de empezar a caminar en novedad de vida, estamos perturbados porque no tenemos
agua natural. Por un lado, nos parecemos al pueblo que se quejaba y murmuraba. Por
otro, somos como Moisés que clama al Señor. Cuando clamamos al Señor en oración, El
nos muestra la visión del Cristo crucificado. Debemos recibir la visión de la cruz. Al
tener esta visión, aplicamos la cruz de Cristo a nuestra situación, e inmediatamente las
aguas amargas se endulzan. Tengo la plena seguridad de que cualquiera que ha sido
realmente bautizado en Cristo ha tenido esta clase de experiencia. Nuestras experiencias
pueden ser distintas en grado, pero el principio y naturaleza son los mismos.
No experimentamos las aguas amargas de Mara de una vez y por todas. Mientras
vivamos en la tierra, caminaremos en la esfera de la resurrección y llegaremos
continuamente a Mara. La experiencia de los hijos de Israel en Mara muestra un
principio, y no simplemente un incidente. Este principio es fundamental en nuestra vida
cristiana. Mientras caminemos en la esfera de la resurrección, tendremos sed, y
descubriremos que no hay agua natural para satisfacer nuestra necesidad. Sólo hay
aguas de amargura. Cuando estamos en esta situación, debemos recibir la visión del
árbol y luego aplicarlo a nuestras circunstancias. Este árbol sanará nuestra situación y
cambiará las aguas amargas por aguas dulces.
Inmediatamente después de que las aguas fueron endulzadas, el Señor dio al pueblo un
estatuto y una ordenanza “Y ahí los probó” (v. 25). Luego El dijo: “Si oyereis
atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hiciereis lo recto delante de sus ojos, y diereis
oído a sus mandamientos, y guardareis todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las
que envié a los egipcios te enviaré a tí, porque soy Jehová, tu sanador” (Jehová Rotheka,
v. 26). Cuando leí esta promesa por primera vez, no pude entender por qué se
mencionaba inmediatamente después de la sanidad de las aguas amargas. Si
consideramos esto a la luz de nuestra experiencia, nos daremos cuenta de que la cruz de
Cristo no sólo sana nuestra situación amarga, sino que nos sana también a nosotros. Las
aguas en nuestras circunstancias no son lo único amargo, nosotros mismos también
somos amargos y necesitamos sanidad. Nuestro mismo yo es amargo. En otras palabras,
el yo está enfermo. Estamos enfermos física, psicológica y también espiritualmente. Hay
amargura en nuestro cuerpo, alma y espíritu.
Tal vez piense que no tiene necesidad de ser sanado en su mente, parte emotiva o
voluntad y mucho menos en su espíritu. Permítame decirle que todos tenemos
problemas con estas partes de nuestro de ser. Seamos viejos o jóvenes, hombres o
mujeres, estamos enfermos en nuestra mente, parte emotiva, y voluntad. Estamos
enfermos aún en nuestro espíritu. Antes de ser salvo, mi voluntad no funcionaba
adecuadamente. Cuando debía tomar alguna decisión, no lo hacía. Pero cuando no debía
tomar decisiones de una manera particular, seguía adelante y la tomaba ¿Acaso no ha
experimentado esto? Además nuestra parte emotiva quizás no estén equilibradas.
Cuando estamos alegres, nos regocijamos sin control; cuando lloramos, lloramos sin
restricción. Por tanto, necesitamos mucha sanidad. Nos damos cuenta de esto cada vez
que el árbol de sanidad es echado en nuestras circunstancias amargas.
Esta clase de sanidad difiere mucho de las llamadas sanidades que se produce en las
campañas de sanidad. He asistido a estas campañas, y ni una sola vez ví una sanidad
verdadera. La verdadera sanidad se produce cuando recibimos la disciplina de la cruz.
Somos sanados cuando somos sometidos y cuando prestamos atención a la voz de Dios,
escuchamos Sus estatutos y obedecemos Sus mandamientos. Entonces la vida de
resurrección de Cristo se convierte en nuestro poder de sanidad, y el Señor se convierte
en nuestro sanador.
1 Pedro 2:24 dice: “Quien llevó El mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre el
madero, a fin de que nosotros, habiendo muerto a los pecados, vivamos a la justicia; y
por cuya herida fuisteis sanados”. Este versículo indica que la cruz es el árbol y que
aquel que murió en la cruz es nuestro sanador. El fue crucificado para nuestra sanidad.
Si deseamos experimentar Su sanidad, debemos identificarnos con Su crucifixión. Por
ejemplo, supongamos que usted tiene problemas gástricos. Para ser sanado de esta
enfermedad, usted necesita que su estómago se identifique con la cruz de Cristo. Si su
estómago se identifica con la crucifixión de Cristo, el Cristo crucificado se convertirá en
su sanador. El problema gástrico puede ser causado por el hecho de vivir conforme al yo.
En su manera de comer, usted necesita la disciplina de la cruz. La cruz debe disciplinar
al yo en cuanto a la comida. En el mismo principio, su mente puede estar enferma
porque nunca ha sido disciplinada por la cruz, ni se ha identificado con la crucifixión de
Cristo.
Puede pasar lo mismo con su espíritu. Posiblemente su espíritu no esté correcto ni puro.
La causa de impureza y de la falta de rectitud es que su espíritu no ha sido tocado por la
cruz de Cristo.
Algunos hermanos no han permitido que su actitud hacia sus esposas sea disciplinada
por la cruz. Por esta razón, en su relación con sus esposas están enfermos. Por lo tanto,
se necesita sanidad en la vida matrimonial. Esta sanidad viene solamente por la
aplicación de la cruz de Cristo. Este principio debería ser aplicado a cada parte de
nuestro ser.
La palabra del Señor en Éxodo 15:26 indica que a Sus ojos, los hijos de Israel estaban
enfermos y necesitaban sanidad. De otro modo, el Señor no hubiera usado el título:
“Jehová tu sanador”. Como lo dijo el Señor Jesús, sólo aquellos que están enfermos
necesitan un médico. El que los hijos de Israel necesitaran que Jehová fuese su sanador
indica que estaban enfermos.
En la actualidad pasa lo mismo con nosotros. En ciertas partes de nuestro ser interior,
seguimos enfermos y necesitamos la sanidad del Señor. Como mencionamos, el proceso
de sanidad se produce cuando somos tocados por la cruz de Cristo. La única manera de
ser tocados por la cruz consiste en recibir la visión del árbol y en echar este árbol en el
lugar preciso que necesita ser sanado. Si su mente esta amargada, eche el árbol en su
mente. Si su actitud hacia cierta persona, cierta cosa es amarga, eche el árbol en su
actitud. Haga eso con cada parte de su ser, y poco a poco será sanado. Cada vez que
experimentemos la cruz de Cristo, nos daremos cuenta de una manera más profunda de
nuestra necesidad de ser sanados por medio del toque de la cruz. Debemos
identificarnos con la crucifixión de Cristo para aplicar Su cruz a cada parte de nuestro
ser que esté amargada y enferma. Entonces todas estas partes serán sanadas. De esta
manera, cada día y aún a cada hora, el Señor Jesús llega a ser nuestro sanador.
Cuanto más somos sanados por el Señor, más tenemos un oído que escucha Su voz, un
corazón que guarda Sus estatutos, y tenemos la disposición de obedecerle. Si no somos
sanados, permaneceremos rebeldes en todos los aspectos de nuestro ser. Nuestro ser
natural está constituido de rebeldía, porque el elemento de la misma está en todas
nuestras partes interiores. ¡Cuánto necesitamos ser sanados al ver la cruz y al aplicarla a
nosotros! Debemos ver el árbol sobre el cual Cristo fue crucificado y luego aplicarlo a
cada parte de nuestro ser. Debemos permitir que la cruz de Cristo llene nuestras partes
interiores. Mientras se aplica la cruz a nuestro ser, nuestras partes interiores serán
sanadas y sometidas. Entonces estas partes escucharán la voz del Señor, obedecerán Su
Palabra, y guardarán Sus estatutos. Como resultado, esas partes se harán uno con el
Señor de una manera práctica. Que todos experimentemos esta sanidad día tras día.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA Y UNO
Lectura bíblica: Ex. 15:27; Nm. 33:9; Jn. 7:38-39; Sal. 92:12a; Lv. 23:40; Neh. 8:15; Jn.
12:13; Ap. 7:9; Ex. 24:4, 1; Nm. 11:16, 24-25; Lc. 9:1; 10:1
Después de que los hijos de Israel cruzaron el mar Rojo, la columna de nube los llevó a
Mara y luego a Elim. Si miramos un mapa, veremos que la ruta de su viaje no fue
conforme al concepto humano, sino conforme al concepto divino. Hemos señalado que
cuando los hijos de Israel emprendieron su éxodo fuera de Egipto, Dios no los guió a
través de a tierra de los filisteos (13:17). Por el contrario, El “hizo que el pueblo se
desviase por el camino del desierto del mar Rojo” (13:18). Dios deliberadamente los
llevó hacia el sur para que pudiesen ser bautizados en el mar Rojo, el bautisterio que El
había preparado para ellos en Su creación. Después de cruzar el mar Rojo, no viajaron
hacia el norte hasta a la tierra de Canaán. Dios los condujo hacia el sur hasta Mara.
Recuerde que fue Dios mismo, en la columna, el que condujo al pueblo en su viaje. El los
hizo tomar un camino totalmente diferente al concepto natural. Si nosotros hubiésemos
estado allí, probablemente habríamos dicho: “Moisés, ¿Adónde vamos? ¿vamos en
camino a la buena tierra o a Arabia?” A estas preguntas, Moisés quizás hubiese
contestado: “Yo no escojo el camino que tomamos. La columna nos guía. Hace apenas
tres días, esta columna nos protegió del ejército de Faraón. ¿No creen que debemos
confiar en esta columna y seguir su dirección?” Indudablemente, los hijos de Israel
esperaban ser conducidos hacia el norte, hacia la buena tierra, no obstante, Dios los
condujo hacia el sur hasta Mara y Elim. Por esto vemos que el camino de Dios es
diferente al nuestro.
I. LA EXPERIENCIA DE LA RESURRECCION
Hemos señalado que en lugar de ir hacia el norte, el cual es el camino directo hacia la
tierra de Canaán, los hijos de Israel viajaron hacia el sur. Indudablemente, la buena
tierra estaba más elevada que Egipto. Pero la manera de llegar a esta tierra elevada era
por abajo, o sea, por el sur. Esto indica que para alcanzar el destino elevado, debemos
tomar un camino por abajo.
Algunos lectores de Éxodo pensarán que los hijos de Israel viajaron hacia el sur porque
no tenían la fe de ir directamente a la tierra de Canaán. Aunque la falta de fe fue un
factor, no fue la razón por la cual ellos viajaron hacia el sur. Si ellos no hubieran ido al
mar Rojo, no habrían pasado por el bautisterio que Dios había preparado para ellos.
Tenían que pasar por el agua para ser salvos de la tiranía de Faraón y de los egipcios. La
sangre del cordero pascual los salvó del juicio de Dios, pero las aguas del mar Rojo los
salvaron de los ejércitos de Faraón. Ellos fueron conducidos al mar Rojo, no porque
tenían una fe débil, sino porque necesitaban ser bautizados. Como lo hemos señalado,
aún después de cruzar el mar Rojo, no viajaron inmediatamente hacia el norte.
Contrariamente a lo que podríamos esperar, la columna de nube los llevó hacia abajo
desde Shur hasta Mara. Después de esta experiencia en Mara, la columna continuó
guiándolos hacia abajo hasta Elim.
Puedo testificar que el viaje de Mara hasta Elim corresponde con mi experiencia
espiritual. Después de experimentar la vida crucificada, en ocasiones esperaba estar en
una situación elevada. Pero a menudo sucedía lo contrario. Dios me conducía hacia
abajo, a una situación inferior y aún más difícil de llevar. No debemos ser atemorizados
por eso. Si seguimos la columna de nube hacia abajo, llegaremos a Elim, donde hay doce
fuentes de agua y setenta palmeras. Esta experiencia de resurrección es el resultado de
la experiencia de la cruz, es decir la experiencia en Mara.
En hebreo Elim es un sustantivo en plural que significa los poderosos o los fuertes. Se
deriva de una raíz que significa poderoso o fuerte. Muchos eruditos piensan que esta
palabra significa también un grupo de palmeras. El primer significado puede aplicarse a
doce fuentes, y el segundo, a setenta palmeras. En Elim, había doce fuentes poderosas
que fluían y setenta palmeras que crecían. ¡Qué cuadro más maravilloso de la vida de
resurrección!
Considere las doce fuentes que fluían y las setenta palmeras que crecían. Las fuentes
brotaban, y los árboles crecían. Sin lugar a dudas, las palmeras en Elim no eran
palmeras enanas, sino palmeras gigantes que llegaban muy alto. Ciertamente el agua de
las fuentes fluía hacia abajo. Por consiguiente, en Elim tenemos el agua que fluye hacia
abajo y los árboles que crecen hacia arriba. Este es un cuadro de la vida de resurrección
que brota de Dios, que luego fluye dentro de nosotros y crece desde nuestro interior.
Primero, la vida de resurrección fluye de Dios y entra en nosotros. El resultado de este
fluir interior es que algo crece dentro de nosotros.
Hemos señalado que en Su creación Dios preparó el mar Rojo para servir de bautisterio
en el cual Su pueblo sería bautizado. Ahora en Elim, vemos la plantación creada por
Dios. Dios creó las doce fuentes de agua, pero El plantó las setenta palmeras. Por
consiguiente, las fuentes están relacionadas con la creación de Dios, y las palmeras con
Su plantación. Actualmente el principio es el mismo en la vida de iglesia.
Todo lo relacionado con la experiencia en Elim fue algo soberano del Señor. En Su
creación, Dios preparó las fuentes, y en Su plantación natural, El preparó las palmeras.
Sin duda no fue un accidente el que los hijos de Israel llegaran a Elim y encontrasen allí
doce fuentes y setenta palmeras. ¿Por qué no había once fuentes y sesenta y nueve
palmeras? La respuesta es esta: en Su soberanía Dios puso doce fuentes y setenta
palmeras en Elim con un propósito específico. Cuando seguimos al Señor como columna
de nube, llegaremos a un lugar donde fluyen doce fuentes y crecen setenta palmeras.
Los doce apóstoles en el Nuevo Testamento eran fuentes que fluían con agua viva. Dios
fluía desde los apóstoles hasta dentro de los creyentes. No obstante, el fluir de las aguas
vivas no se limita a los apóstoles, todos los que creen en Cristo pueden ser fuentes vivas.
Juan 7:38 habla de ríos de aguas vivas que fluyen de nuestro ser interior. Los ríos en
Juan 7 son las mismas fuentes mencionadas en Éxodo 15. Tanto los ríos como las
fuentes representan la vida divina en la resurrección. Juan 7:39 muestra que los ríos de
agua viva están relacionados con el espíritu: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir
los que creyesen en El; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún
glorificado”. Jesús fue glorificado en Su resurrección (Lc. 24:26). Inmediatamente
después de la glorificación de Cristo en la resurrección, los discípulos recibieron el
Espíritu (Jn. 20:22). El Espíritu es la vida divina en resurrección descrita por las doce
fuentes de Éxodo 15 y los ríos de agua viva en Juan 7. La vida divina en resurrección
fluye desde Dios y entra en Su pueblo para mezclar la divinidad con la humanidad. Esta
mezcla lleva a cabo la administración eterna de Dios.
En la Biblia, el número setenta se compone de siete por diez. Así como el número doce,
siete significa también perfección y culminación. Pero en contraste con el número doce,
representa perfección y culminación en el tiempo de manera dispensacional y no eterna.
El libro del Apocalipsis habla de siete iglesias, siete candeleros de oro, siete Espíritus,
siete lámparas de fuego, siete ojos, siete sellos, siete trompetas y siete copas. Todos estos
sietes están relacionados con la dispensación de Dios en el tiempo. En la eternidad, el
número siete será reemplazado por el número doce.
En la Biblia, el número siete se compone de seis más uno o de cuatro más tres. En
Génesis 2, siete se compone de seis más uno: los seis días de la obra de Dios más el día
del descanso. Pasa lo mismo en Apocalipsis, donde los siete sellos, las siete trompetas y
las siete copas están acomodadas en grupos de seis más uno. En Apocalipsis, vemos
también el siete, compuesto de cuatro más tres. Por ejemplo, las siete iglesias se
encuentran en grupos de tres más cuatro.
El número seis representa al hombre, quien fue creado el sexto día. Cuando Dios, el
único creador (representado por el número uno) es añadido al hombre, el resultado es la
culminación, la satisfacción y el descanso. El único creador es el Dios Triuno
(representado por el número tres) y el hombre es una criatura (representada por el
número cuatro). Por un lado, el creador es añadido al hombre para producir el número
siete. Por otro, el Dios Triuno es añadido a Su criatura, el hombre, para producir
también el número siete. En ambos casos, el siete representa a Dios junto con el hombre
y no la mezcla de Dios con el hombre.
La Biblia menciona el número siete por primera vez en Génesis 2:2, donde vemos que
Dios “reposó el día séptimo de toda la obra que hizo”. El uso del siete se relaciona
claramente con el tiempo, no con la eternidad. Daniel 9:24 habla de setenta semanas de
años que han sido determinados para los hijos de Israel. Estas semanas también están
relacionadas con la dispensación temporal de Dios, y no con la eternidad. Además, las
iglesias locales son representadas por el número siete porque las iglesias hoy en día
sirven para la dispensación de Dios en el tiempo. Todos estos ejemplos indican que el
número siete representa la perfección y la culminación de manera dispensacional y
temporal.
En la Biblia se mencionan dos casos importantes donde los números doce y setenta se
usan juntos. En Éxodo 24:1 y 4, se habla acerca de los setenta ancianos y de las doce
tribus de Israel. Cuando Moisés estaba a punto de hablar con Dios para llevar a cabo Su
administración en la tierra, el Señor le pidió que llevara a setenta ancianos de Israel. Las
doce tribus pueden ser comparadas con las doce fuentes, y los setenta ancianos con las
setenta palmeras. Vemos otros casos en el Nuevo Testamento. En Lucas 9:1, el Señor
“convocó a los doce” y en Lucas 10:1 “el Señor designó a otros setenta”. El uso de los
números es significativo en cada caso. Cuando se usan juntos, los números doce y
setenta indican que el pueblo de Dios debía llevar a cabo Su ministerio. El principio es el
mismo en Éxodo 24 con las doce tribus y los setenta ancianos y también en el evangelio
de Lucas, con los doce apóstoles y los setenta discípulos. En cada caso, el pueblo del
Señor había de llevar a cabo Su ministerio. Dios tiene un ministerio que debe ser llevado
a cabo por la vida que fluye y que es representada por las doce fuentes y por la vida que
crece, representada por las setenta palmeras. Sólo la vida que fluye y que crece puede
cumplir el ministerio de Dios.
Al final de Éxodo 15:27, vemos que los hijos de Israel “acamparon allí junto a las aguas”.
La palabra acamparon indica que el pueblo de Dios había sido formado en un ejército.
La vida que fluye y que crece suple al pueblo de Dios como Su ejército. Cuando
lleguemos al capítulo diecisiete, veremos que el pueblo de Dios libró batalla como
ejército. En Elim estaban llenos del disfrute de la vida que los calificó para combatir.
Esto les permitió combatir a fin de llevar a cabo el propósito de Dios de edificar su
morada.
Al estudiar Éxodo 15:27 nos damos cuenta de que nosotros también debemos llegar a
Elim. Tengo la seguridad de que por lo menos hasta cierto grado, las iglesias en el
recobro del Señor están acampando en Elim, disfrutando de las doce fuentes y las
setenta palmeras. ¡Cuánto agradecemos al Señor por este cuadro de la vida de
resurrección! ¿Ha visto usted las fuentes que fluyen y las palmeras que crecen? ¿ha visto
que el resultado de esta vida que fluye y que crece es un ejército fortalecido para
combatir por el propósito de Dios? ¡Alabado sea El porque somos Su ejército
acampando en la vida que fluye y que crece!
En nuestra experiencia, no sólo necesitamos las aguas dulces, sino también las aguas
que fluyen. Esto significa que necesitamos el agua que fue cambiada y pasó de amarga a
dulce y también el agua que fluye desde las doce fuentes en Elim. Para tener el agua que
fluye, debemos seguir adelante desde Mara, la experiencia de la cruz, hasta Elim, la
experiencia de resurrección.
Desde la época de Madame Guyon y sus contemporáneos hasta la época de la señora
Penn-Lewis, la mayor parte del pueblo de Dios se encontraba en Mara. Mediante el
ministerio de la señora Penn-Lewis, la experiencia subjetiva de la cruz fue recobrada
plenamente. En los años que siguieron a la señora Penn-Lewis, el Señor ha seguido
adelante y ha ido desde Mara hasta Elim. En Elim, El cuida de Su plantación con las
doce fuentes y las setenta palmeras. No obstante, muchos de los que buscan al Señor
todavía aprecian mucho a Mara y desean permanecer allí. No han progresado más allá
de los escritos de la señora Penn-Lewis acerca de la cruz. Por el contrario, todavía
recalcan esta experiencia. Sin embargo, no prestan mucha atención a las fuentes que
fluyen y a las palmeras que crecen. Testifican principalmente que su amargura fue
cambiada en dulzura por la aplicación de la cruz. Los que se quedan en Mara tienen el
árbol de sanidad, pero no las setenta palmeras que crecen y expresan las riquezas y la
victoria de la vida divina. En Mara no hay ninguna plantación. Hay solamente un árbol
cortado y echado en las aguas amargas.
Mi intención no consiste en despreciar a los que nos han precedido en el recobro del
Señor. Mi intención es señalar la necesidad que tenemos de progresar desde Mara hasta
Elim. Debemos seguir adelante desde el árbol de sanidad hasta las palmeras que crecen
y que florecen. Hoy en Su recobro, Dios no desea que nos quedemos en Mara. El
necesita que sigamos adelante hasta Elim y que seamos fortalecidos allí como Su
ejército.
Hace poco recibí una carta de alguien que pedía libros escritos por los místicos de hace
tres siglos, en particular los escritos de Madame Guyon y del hermano Lawrence. En
realidad, la autobiografía de Madame Guyon es una historia de la experiencia en Mara.
Pasa lo mismo con The imitation of Christ [Imitar de Cristo]. Los que recalcaron la
experiencia en Mara en los últimos tres siglos no pusieron mucho énfasis en las doce
fuentes que fluyen y en las setenta palmeras que crecen. Hoy, el Señor desea que
experimentemos las fuentes que riegan la plantación de Dios a fin de que las palmeras
crezcan y expresen las riquezas de Su vida y Su victoria.
Puesto que en Mara no hay ninguna plantación, sino mas bien el cambio de amargura en
dulzura, no vemos ningún crecimiento allí. Pero en Elim, disfrutamos de la labranza de
Dios, de las palmeras que expresan las riquezas de la vida divina y la victoria completa
de Su administración. En nuestra experiencia, las aguas que han sido cambiadas de
amargas a dulces, deben convertirse en aguas que fluyen, en las cuales, por las cuales, y
con las cuales crecemos como palmeras que expresan la rica vida de Dios y Su plena
victoria.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA Y DOS
Desde Mara, el Señor condujo al pueblo hasta Elim, donde fluían doce fuentes de agua y
crecían setenta palmeras. La experiencia del pueblo de Dios en Elim debió haber sido
alentadora. Cuando llegamos a un Elim en nuestra experiencia espiritual, nosotros
también estamos muy animados. Después de su experiencia maravillosa en Elim, los
hijos de Israel “partieron luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y
vino al desierto Sin que está entre Elim y Sinaí” (16:1). Como lo veremos, después de
experimentar la vida que fluye y que crece en Elim, fueron conducidos a una situación
distinta, la cual fue bastante difícil para ellos.
Según el arreglo de Dios existe el día y la noche. Por un lado, después del día viene la
noche. Por otro, después de la noche viene otro día. En nuestra experiencia con el Señor,
necesitamos el día y también la noche. Necesitamos la experiencia del mar Rojo y
también necesitamos la amargura en Mara. Necesitamos la experiencia animante en
Elim, y también la experiencia en el desierto de Sin.
El pueblo de Dios fue al desierto de Sin “a los quince días del segundo mes después de
salir de la tierra de Egipto” (16:1), aproximadamente un mes después de la Pascua en
Egipto. La Pascua y las experiencias en el mar Rojo y en Elim eran maravillosas. Pero
después de todas estas experiencias maravillosas, el pueblo fue conducido al desierto
por la columna de nube.
I. DESPUES DE LA EXPERIENCIA EN ELIM
LOS HIJOS DE ISRAEL TODAVIA ESTABAN EN LA CARNE
Éxodo 16:2 dice: “Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y
Aarón en el desierto”. Aquí vemos tres grupos de personas: los que murmuraban,
aquellos de quien se murmuraba y el Señor, que escuchaba las murmuraciones. Según el
versículo 8, Moisés dijo al pueblo: “Jehová ha oído vuestras murmuraciones con que
habéis murmurado contra El; porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones
no están contra nosotros, sino contra Jehová”. Moisés estaba muy disgustado con el
pueblo debido a sus murmuraciones. El estaba más disgustado que el Señor mismo. El
Señor mandó a Moisés que dijera al pueblo que ellos verían Su gloria por la mañana (v.
7). El también prometió: “les haré llover pan del cielo” (v. 4).
Aunque el título de este mensaje es “La experiencia del maná”, mi carga en realidad no
es el maná mismo. Mi carga consiste en señalar que después de la maravillosa
experiencia en Elim, los hijos de Israel todavía estaban en la carne. Pasa lo mismo con
nosotros en nuestra experiencia espiritual. Después de tener una experiencia animante
en Elim donde fluyen las doce fuentes y crecen las setenta palmeras, la carne nos sigue
molestando. Las aguas vivas en Elim no eliminan la carne. Esta es la razón por la cual
las llamadas experiencias pentecostales no nos libran de la carne. Los creyentes pueden
experimentar el bautismo del Espíritu o la llamada segunda bendición, pero aún les
queda el problema de la carne. Aun la verdadera experiencia del bautismo en el Espíritu
no es otra cosa que la experiencia en Elim. Como lo indica el relato del capítulo dieciséis,
la experiencia en Elim no resuelve el problema con la carne.
Con esto vemos una vez más que el libro de Éxodo no está escrito según la doctrina, sino
según la experiencia espiritual. Según la comprensión doctrinal, la experiencia de las
doce fuentes que fluyen y de las setenta palmeras que crecen en Elim debería hacernos
santos maduros. Pero las experiencias animantes en Elim jamás dan este resultado. Las
murmuraciones de los hijos de Israel en el capítulo dieciséis lo comprueban. Ellos
habían sido redimidos y liberados de Egipto, habían experimentado la sanidad de las
aguas en Mara, y habían disfrutado las fuentes y las palmeras en Elim. Pero después de
todas estas experiencias, todavía se comportaron como lo vemos en el capítulo dieciséis.
Si vemos eso desde la perspectiva de la doctrina, sería difícil entenderlo. Pero si lo
vemos desde el punto de vista de nuestra experiencia, veremos que el capítulo dieciséis
es fácil de entender. Según nuestra experiencia espiritual, nos damos cuenta de que los
momentos de entusiasmo de Elim jamás harán madurar a los creyentes.
Después de una experiencia en Elim, el Señor expondrá la carne de nuestro ser natural.
Esta es la razón por la cual después de que tengamos la experiencia animante de las
doce fuentes que fluyen y de las setenta palmeras que crecen, vemos que todavía vivimos
conforme a la carne. Las doce fuentes satisfacen la sed en nuestro espíritu, pero no
acaban con nuestra carne. De hecho, cuanto más experimentemos las fuentes que
fluyen, más quedará expuesta nuestra carne. Si su intención es esconder su carne, usted
tendrá que evitar la experiencia de las fuentes y de las palmeras en Elim. Luego de la
experiencia de las doce fuentes en Elim nuestra carne queda expuesta.
Hace años, leí algunos libros acerca de la experiencia del bautismo del Espíritu Santo y
de la llamada segunda bendición. Estos libros afirmaban que cuando un creyente tenía
esta experiencia, todos sus problemas se solucionaban. Algunos libros llegaban al
extremo de decir que hasta el pecado sería erradicado. No obstante, nuestra experiencia
actual demuestra que esto es falso. Después de disfrutar de las aguas de vida en Elim,
nuestra carne queda expuesta. Esta no tiene ningún lugar donde esconderse. En nuestra
experiencia, no podemos evitar el cambio de día a noche. Somos incapaces de alargar el
día o impedir que venga la noche.
Del mismo modo, podemos tener experiencias animantes de las doce fuentes en Elim,
pero pronto descubriremos que nosotros mismos no hemos cambiado. Una cosa es
satisfacer la sed de nuestro espíritu, y otra es acabar con el aspecto carnal de nuestro ser
natural. No espere que las doce fuentes en Elim cambien lo que usted es en la carne. Mi
intención es que quedemos profundamente impresionados con este punto tan crucial. Si
entendemos esto claramente, seremos librados de la influencia del concepto erróneo que
prevalece en el cristianismo actual.
Puesto que nuestra carne permanece después de nuestra experiencia en Elim, debemos
ser conducidos por el Señor desde Elim hasta el desierto descrito en Éxodo 16. Este
desierto no es un lugar específico. Simplemente se nos dice que se encontraba en el
desierto entre Elim y Sinaí. Esto indica que después de beber del agua viva en Elim,
seremos introducidos en una situación indefinida. En esta clase de lugar indefinido,
nuestra carne quedará expuesta.
B. Expuesta debido a la falta
del suministro de la vida celestial
Como veremos ahora, nuestra carne queda expuesta por la falta de alimento, por la falta
de Cristo como el suministro de la vida celestial. Esta es la razón por la cual se menciona
el maná en Éxodo 16 y en Números 11 se relaciona con la murmuración del pueblo. Esto
indica que el maná celestial se nos da para acabar con nuestra carne. Esta obra no puede
ser cumplida por las fuentes en Elim; el maná celestial es lo único que la puede llevar a
cabo.
Cada creyente tiene problemas con la carne y con los deseos de la carne. ¿Sabe usted
cuando se acaba con la carne? Solamente cuando Cristo se convierte verdaderamente en
nuestro suministro de vida cotidiano. Cuando Cristo nos llena y nos satisface, esta
satisfacción matará nuestra carne. En principio, ésta es la experiencia de cada creyente.
Después de visitar al Señor en Elim, descubrimos que todavía tenemos un problema con
la carne y sus deseos. Este problema es causado por el hambre. En lo profundo de
nuestro ser, estamos mal nutridos. Nuestra hambre no ha sido satisfecha. En nuestra
experiencia cristiana, no hemos llegado al lugar donde experimentamos a Cristo cada
día como el suministro de vida que nos llena y nos satisface. No obstante, cuando
disfrutamos a Cristo diariamente como nuestro suministro de vida celestial, quedamos
plenamente satisfechos. En ese momento, nuestra carne es sometida, y nuestros deseos
acabados. No obstante, la carne y sus deseos no son acabados de una vez y por todas.
Cuando estemos mal nutridos y carezcamos de Cristo, volveremos a tener hambre. Esto
hará que nuestra carne y sus deseos aparezcan y se activen nuevamente.
Si vemos que la carne queda siempre expuesta cuando carecemos de Cristo como el
suministro diario de vida, seremos iluminados en cuanto a nuestra experiencia con el
Señor. Quizás usted se ha preguntado por qué aun después de haber tenido ciertas
experiencias gloriosas en el Señor, ha descubierto que su carne sigue igual de fuerte. Ya
deberíamos saber que necesitamos el maná celestial así como las doce fuentes en Elim.
Si el apóstol Pablo estuviera todavía en la tierra, hasta él necesitaría ser satisfecho por
Cristo como el suministro diario de vida, pues él todavía estaría perturbado por la carne.
Debemos experimentar las doce fuentes en Elim, pero también necesitamos que nuestra
hambre sea satisfecha por Cristo como el maná celestial. Día tras día, debemos
experimentar a Cristo como el suministro de vida.
Lo que más nos ayuda en nuestro vivir cotidiano con el Señor no es beber de las doce
fuentes en Elim, sino comer a Cristo como el maná celestial. La experiencia en Elim
sucede de vez en cuando. Como lo indica el relato, no fue una experiencia continua de
los hijos de Israel. No obstante, el pueblo comió del maná todos los días durante un
periodo de cuarenta años. Con la excepción de los sábados, ellos tenían que recoger el
maná cada mañana durante todos estos años. Esto indica claramente que la experiencia
del maná es cotidiana y continua. Si experimentamos correctamente el comer a Cristo
cada día como nuestro maná celestial, nuestra carne, y sus deseos serán disciplinados.
Pero cuando nos falte el maná, la carne y sus deseos volverán a aparecer. Esta es la
razón por la cual la experiencia negativa relatada en Éxodo 16 sigue a la experiencia
positiva de Elim en 15:27.
La experiencia negativa de Éxodo 16 se repite en Números 11. Hemos señalado que
cuando el pueblo se quejó en Mara, el Señor no se enojó con ellos. Cuando murmuraron
contra Moisés y Aarón en el desierto entre Elim y Sinaí, el Señor estaba algo disgustado.
Pero en Números 11 “aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó
Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová y consumió uno de los
extremos del campamento” (v. 1). Cuando el pueblo se quejó esta vez, Moisés no
necesitó decir ni una sola palabra. En Su enojo, el Señor vino como un fuego ardiente. El
versículo 2 dice: “Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró a Jehová y el fuego se
extinguió”. El versículo 3 continua y dice que el nombre de ese lugar fue llamado Tabera,
“porque el fuego de Jehová se encendió en ellos”.
Debemos ver que esta experiencia negativa está relacionada con la experiencia del
maná. Una vez más vemos que cuando carecemos de Cristo como nuestro suministro de
vida, la carne queda expuesta. Los deseos aparecen porque estamos mal nutridos. No
ponga su confianza en su experiencia pasada con el Señor. No se imagine que porque
usted ha estado en el Señor tanto tiempo, ya no puede ser perturbado por la carne.
Puedo testificar que a pesar de ser un hombre mayor y de haber estado en el Señor por
años, todavía necesito que el Señor sea mi suministro diario de vida. Recuerde que el
maná era enviado cada mañana y tenía que ser recogido cada mañana. Esto indica que
no podemos almacenar el suministro de Cristo. El Cristo que experimentamos ayer no
es suficiente para hoy. Si usted intenta conservar el maná de ayer, se dará cuenta de que
no lo nutrirá ni los satisfará. Al contrario, producirá gusanos y hederá (Ex. 16:20).
Mientras los hijos de Israel seguían al Señor en el desierto y lo buscaban, su carne y sus
deseos seguían activos. Hemos señalado muchas veces que esto se debía a su estado de
mala nutrición. Ellos murmuraban contra el Señor porque carecían del suministro de
vida apropiado. Mientras murmuraban, la gloria de Dios se apareció a ellos. En
principio, nosotros hemos experimentado lo mismo. Mientras seguíamos al Señor y lo
buscábamos, a veces nuestra actitud era negativa, y empezamos a murmurar contra la
iglesia o contra los hermanos responsables de la iglesia. A menudo, cuando nos
quejamos de esta forma, vemos la gloria del Señor. La aparición de la gloria del Señor en
esos momentos es algo aterrador. He sentido más temor cuando la gloria del Señor se
apareció a mí en medio de mis murmuraciones y quejas. La razón por la cual me
quejaba era que yo carecía de Cristo como mi alimento.
En sus murmuraciones contra el Señor, los hijos de Israel dijeron: “Ojalá hubiéramos
muerto por mano de Jehová, en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos a las ollas de
carne, cuando comíamos hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para
matar de hambre a toda esta multitud” (16:3). En nuestras quejas, quizá digamos algo
por el estilo: “¿Por qué hemos entrado en el recobro del Señor? ¿qué está pasando en el
recobro? ¡Ojalá hubiéramos muerto en las denominaciones!” A menudo en medio de
nuestras quejas, la gloria del Señor aparece y nos atemoriza.
En Éxodo 16, vemos continuamente que el Señor oyó las murmuraciones de Su pueblo
(vs. 7b, 8b, 9b). Según el versículo 12, el Señor le dijo a Moisés: “Yo he oído las
murmuraciones de los hijos de Israel”. Tenga la seguridad de que el Señor oye sus
murmuraciones. Además, mientras usted murmura El lo está mirando; El observa todo
lo que sucede.
En Éxodo 16:7, el Señor dijo que por la mañana el pueblo vería Su gloria. El versículo 10
dice: “Y hablando Aarón a toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el
desierto y he aquí la gloria de Jehová apareció en la nube”. Cuando la gloria del Señor
apareció al pueblo, ellos dejaron de murmurar. En principio, hemos experimentado lo
mismo. En ciertas ocasiones, por estar mal nutridos, nuestra actitud se ha hecho
negativa mientras buscábamos al Señor. Esta falta de Cristo como el suministro de vida
nos hizo murmurar y quejarnos. En esos momentos, interiormente vimos la gloria del
Señor y estuvimos llenos de temor. Así como los hijos de Israel, a menudo somos muy
elocuentes en nuestras murmuraciones y quejas, mucho más que cuando testificamos
del Señor en las reuniones. Pero la gloria del Señor aparece y acaba con nuestras
murmuraciones y quejas.
¿Diría usted que la gloria del Señor apareció para rescatar al pueblo o para condenarlos?
La respuesta es ésta: la gloria de Dios apareció con el propósito de rescatarlos por medio
de condenarlos. Esto puede ser confirmado por nuestra experiencia. A menudo el Señor
viene para rescatarnos por medio de condenarnos. Cuando estamos mal nutridos y
nuestra actitud es negativa, podemos temer que el Señor venga y nos mate. Tal vez nos
quejemos contra el Señor pero no podemos dejar de buscarlo. En el mismo principio,
podemos quejarnos de la iglesia y de los ancianos. Sin embargo, no estamos dispuestos a
abandonar la vida de iglesia ni el recobro del Señor. Muchas veces los santos han venido
donde mí con quejas acerca de la iglesia. Cuando les pregunté por qué no dejaban la
iglesia y se iban a otra parte, me dijeron que no podían encontrar un lugar mejor.
Cuando sugerí que dejaran de quejarse y estuvieran satisfechos con la vida de iglesia, me
dijeron que tampoco podían hacer eso. Por un lado, no estaban satisfechos con la vida
de iglesia. Pero por otro, no querían renunciar a ella. A menudo, los que se quejan de la
iglesia de esta manera tienen un profundo sentir de la aparición de la gloria del Señor y
temen que El pueda matarlos. Esta es la aparición de la gloria del Señor al rescatarnos
por medio de condenarnos.
Después de mostrar Su gloria al pueblo, el Señor les mandó la carne que pedían. El les
mandó codornices (16:13, Nm. 11:31) para satisfacer sus codicia de comer (16:12; Nm.
11:18, 32), mostrarles Su omnipotencia y disciplinarles con Su enojo (Nm. 11:19-20, 33-
34).
Muchos cristianos han experimentado esto de una manera espiritual. El Señor satisfizo
su codicia al darles lo que deseaban. Luego, hablando espiritualmente, El vino para
matarlos y sufrieron muerte espiritual. Cuanto más disfrutaban de las “codornices” más
eran heridos. Durante mucho tiempo, quizás por años, permanecieron amortecidos en el
espíritu.
El Señor mandó maná a los hijos de Israel sólo después de que les sucedieron tantas
cosas. Esto indica que el maná no es dado de una manera sencilla. No obstante, muchos
cristianos se adhieren al concepto erróneo de pensar que el maná viene fácilmente. En
realidad, podemos disfrutar del maná solamente cuando ciertas condiciones son
satisfechas. Esta es la razón por la cual, aunque dos capítulos cubren la experiencia del
maná un sólo versículo trata de la experiencia en Elim.
Pasa lo mismo con nosotros en nuestra experiencia con el Señor. Cristo como el maná
celestial viene a nosotros de esta manera. Muchos santos acostumbran a pasar un
tiempo con el Señor temprano por la mañana. No obstante, algunas veces no se recoge
maná durante este tiempo. La razón de esta carencia de maná es que las condiciones
para dar el maná no están satisfechas. Éxodo 16 y Números 11 revelan que el maná es
dado solamente cuando ciertas condiciones han sido satisfechas. Esto indica que en
nuestro andar cristiano debemos llegar hasta cierto punto antes de poder recibir el
maná. Este es un principio fundamental. Recibimos el maná únicamente después de que
nuestra carne haya quedado expuesta debido a la carencia del suministro de vida
interior. Es dado cuando reconocemos nuestra necesidad por algo más que las doce
fuentes en Elim. Necesitamos el maná; necesitamos a Cristo como nuestro suministro
de vida celestial.
Cuando los hijos de Israel murmuraron en Mara y el Señor mostró a Moisés el árbol de
sanidad, el Señor no disciplinó al pueblo. Al contrario, el árbol fue echado al agua, y las
aguas amargas se endulzaron. Pero en Éxodo 16, el Señor pidió a Moisés que dijera al
pueblo que Él había oído sus murmuraciones y que El se les aparecería en gloria. El
Señor estaba algo disgustado con ellos, y El los disciplinó. Después de esta disciplina, les
envió el maná.
III. LA MANERA EN QUE EL MANA FUE ENVIADO
A. Por la mañana
B. Con el rocío
En segundo lugar, el maná viene con el rocío. Números 11:9 dice: “Y cuando descendía el
rocío sobre el campamento de noche, el maná descendía sobre él”. En Éxodo 15 y 16
vemos tres clases de agua: las aguas en Mara, las doce fuentes en Elim, y el rocío en el
desierto. Debemos experimentar estas tres clases de agua. Necesitamos el agua que ha
sido cambiada de amarga a dulce. Necesitamos el agua que fluye de las doce fuentes y
necesitamos el agua que viene como rocío. En realidad, atesoro el rocío mucho más que
el agua que fluye de las fuentes.
Cuando algunos oigan esto, quizás me recordarán que no hay rocío en la Nueva
Jerusalén, sino solamente el fluir del río de agua de vida. (Ap. 22:1). La razón por la cual
no habrá rocío en la Nueva Jerusalén es porque el rocío viene durante la frescura de la
noche y en la Nueva Jerusalén no habrá noche. Como lo hemos señalado, en nuestra
experiencia con el Señor, tenemos ahora el día y también la noche. Después de la noche,
necesitamos el rocío, el cual es el Señor mismo, para regarnos de manera suave y tierna.
Debido a que aún tenemos que pasar por muchas noches, por muchas situaciones llenas
de tinieblas, necesitamos el rocío que nos refresca y riega. Cada mañana, la gracia del
Señor desciende sobre nosotros como el rocío fresco.
Si deseamos disfrutar del maná durante nuestro tiempo con el Señor por la mañana,
debemos experimentarlo a Él como el rocío. El maná no viene solo; siempre viene con el
rocío. De hecho, el rocío viene primero y sirve de base para enviar el maná. El maná no
viene con el agua que ha sido cambiada de amarga a dulce, ni con el agua que fluye de
las doce fuentes. Viene con el rocío. Cuando tenemos el rocío, también tenemos el maná.
Esto significa que cuando experimentamos la gracia del Señor, la cual refresca y riega,
también lo recibimos a Él como el suministro de vida celestial.
No tome esta palabra acerca del rocío como algo doctrinal; más bien recíbala como una
palabra que corresponde con su experiencia. Aun los jóvenes entre nosotros pueden
testificar que esta palabra corresponde con su experiencia. En Elim, experimentamos el
fluir de las aguas de las doce fuentes, pero no tenemos el rocío. En cuanto salimos de
Elim, sentimos la sequía dentro de nosotros. Eso indica que debemos experimentar el
rocío de la mañana, el rocío que es el fundamento para recibir el maná.
Números 11:9 indica también que el maná viene alrededor del campamento. El
campamento se refiere al arreglo del pueblo de Dios en un ejército. Esto indica que el
alimento del maná sirve también para el pueblo de Dios, como ejército, a fin de pelear la
batalla por los intereses de Dios en la tierra.
En los próximos mensajes diremos mucho acerca del maná. El punto principal de este
mensaje es que después de la experiencia maravillosa y animante en Elim, descubrimos
que la carne está todavía con nosotros. El hecho de que la carne quede expuesta es el
resultado de una mala nutrición. Esto muestra nuestra necesidad de que nuestra
hambre sea satisfecha al llenarnos de Cristo día tras día. Cuando no estemos llenos de
Él, nuestra carne y sus deseos volverán a aparecer.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA Y TRES
Al aplicar estos dos asuntos al libro de Éxodo, vemos que Dios mismo fue El que venció
a Faraón y a los egipcios. Dios no le pidió a los hijos de Israel que lucharan para ser
liberados de la tiranía egipcia. Dios lo hizo todo para producir la derrota total de los
egipcios. Cuando Moisés se enfrentó a Faraón, todo lo que él tenía era una vara, un palo
seco. Dios fue El que hizo todo por Su pueblo.
Considere lo que Dios hizo por Su pueblo en menos de cuarenta días. El mandó las
plagas sobre los egipcios, y en la noche de la Pascua mató a los primogénitos. Luego
liberó a los hijos de Israel de las manos de Faraón y los llevó a través del mar Rojo, en el
cual se ahogó el ejército egipcio. Además, Dios llevó al pueblo a Mara, donde El cambió
las aguas amargas en aguas dulces. Luego El los llevó más adelante a Elim, donde había
doce fuentes y setenta palmeras.
Según 16:1, vemos que los hijos de Israel vinieron “al desierto de Sin... a los quince días
del segundo mes después de que salieron de la tierra de Egipto”. La Pascua se celebraba
el día catorce del primer mes. Por lo tanto, el relato del capítulo dieciséis describe lo que
ocurrió solamente treinta y un días después de la Pascua. Cuando me di cuenta de esto
por primera vez, quedé muy sorprendido. Durante este corto periodo de tiempo, el
pueblo de Dios vio muchos milagros. No obstante, no quedaron lo suficientemente
impresionados con la omnipotencia de Dios. La Pascua era un acontecimiento
importante, y el cruce del mar Rojo era aún más importante. Además, las experiencias
en Mara y en Elim tenían mucho significado. No obstante, cuando el pueblo llegó al
desierto de Sin y murmuró y codició las ollas de carne de Egipto, parece como si no
hubieran experimentado nada.
Muchos milagros en las Escrituras fueron llevados a cabo con las cosas físicas de la
salvación de Dios. Por ejemplo, el Señor Jesús alimentó a la multitud con panes y peces
(Mt. 14:19). Pero ¿podemos afirmar que el maná del capítulo dieciséis era un artículo de
la vieja creación de Dios? Ningún erudito nos puede decir cuál era la substancia o el
elemento del maná. Cualquiera que hubiese sido la substancia del maná, ciertamente no
pertenecía a la vieja creación. En la vieja creación de Dios, no existe tal cosa como el
maná.
El capítulo dieciséis presenta dos milagros: las codornices y el maná que mandó Dios.
Las codornices pertenecen a la vieja creación. Un viento sopló de parte del Señor y trajo
las codornices (Nm. 11:31). Indudablemente éste era un milagro, pero concernía las
cosas naturales y físicas. No obstante, el hecho de mandar el maná fue algo diferente. El
maná vino del cielo (Ex. 16:4). Aunque sabemos que el maná vino del cielo, no sabemos
cuál era el elemento del maná. No podemos decir cuál era la esencia del maná, pero sí
sabemos que difería de todas las otras clases de los alimentos terrenales. Comer del
maná significaba tener una dieta celestial. Este alimento celestial no pertenecía a la vieja
creación.
El pueblo siempre vive conforme a lo que come. Los nutricionistas afirman que somos lo
que comemos. Por ejemplo, si comemos mucho pescado, llegaremos a ser una
composición de pescado. Día tras día por cuarenta años, los hijos de Israel comieron
maná. Como resultado, se constituyeron de maná. Aún podemos decir que llegaron a ser
maná. No conocemos la esencia del maná, pero sabemos que esta clase de alimento hizo
que el pueblo se volviese celestial. Al comer este alimento celestial, llegamos a ser un
pueblo celestial.
Al dar maná a Su pueblo, Dios indicaba que Su intención era cambiarles su naturaleza.
El quería cambiar su ser, su misma constitución. Ya habían pasado por un cambio
geográfico. Antes estaban en Egipto. Ahora estaban con el Señor en el desierto, un lugar
de separación. No obstante, cambiar solamente de lugar no es suficiente, pues eso es
demasiado externo y objetivo. Debe haber también un cambio interior, subjetivo, un
cambio de vida y naturaleza. La manera en que Dios podía producir este cambio en Su
pueblo era cambiarles la dieta. Al comer alimentos egipcios, el pueblo de Dios se había
constituido del elemento de Egipto. El elemento del mundo se había convertido en su
composición. Cuando ellos estaban en Egipto, no comían ningún alimento celestial, pues
todo lo que tomaban era conforme a la dieta egipcia y era de naturaleza egipcia. A pesar
de que el pueblo de Dios fue sacado de Egipto y llevado al desierto de separación,
todavía estaban constituídos con el elemento de Egipto. Ahora la intención de Dios era
cambiar su elemento al cambiar su dieta. El deseaba que ellos no comieran nada que
viniese de una fuente mundana. Ya no se les permitía ingerir comida egipcia. Dios
deseaba alimentarlos con alimento del cielo para constituirlos con el elemento celestial.
Su deseo era llenarlos, satisfacerlos, saturarlos con comida del cielo, y por lo tanto hacer
de ellos un pueblo celestial.
Antes de mandar maná del cielo, Dios mandó las codornices (16:13). Las codornices
hicieron que el pueblo fuese aún más carnal. La naturaleza y la sustancia de las
codornices correspondían a la naturaleza y la sustancia de los hijos de Israel. No
obstante, éste no fue el caso del maná, pues pertenecía a otra categoría, a otro reino y
esfera. Por tanto, al mandar el maná, Dios mostró que Su intención consistía en cambiar
la constitución de Su pueblo. El no está satisfecho con un simple cambio de lugar.
También debe haber un cambio de constitución. Nosotros, el pueblo de Dios hoy en día,
somos una composición de cosas terrenales, una composición del elemento egipcio. Por
lo tanto, la meta de Dios no consiste simplemente en cambiar nuestro comportamiento,
sino en cambiar nuestro ser interior, la fibra interna de nuestra constitución. Aunque
hemos sido constituídos con la sustancia de Egipto, Dios procura constituirnos con un
elemento celestial. Es vital que todos veamos esto.
Dios sabía que los hijos de Israel necesitaban alimentos. Si ellos hubieran tenido fe en el
Señor, se habrían animado unos a otros a simplemente descansar en El. Habrían dicho:
“Nuestro Dios conoce nuestra necesidad. No necesitamos murmurar ni quejarnos.
Confiemos en El y descansemos. Recuerden lo que el Señor ha hecho por nosotros en
estos días. El venció a Faraón, mató a los primogénitos, venció a los egipcios, nos llevó a
través del mar Rojo y ha satisfecho todas nuestras necesidades”. Pero en lugar de usar la
fe en el Señor, los hijos de Israel aparentemente olvidaron todo lo que el Señor había
hecho por ellos. En vez de alabarlo y agradecerle por lo que Él había hecho,
murmuraron y se quejaron. Sus palabras fueron agudas y horribles cuando le dijeron a
Moisés: “Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto cuando
nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos hasta saciarnos, pues nos habéis
sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (16:3). Aún Moisés
fue afectado por las murmuraciones del pueblo. Lo vemos en las palabras de Moisés:
“¿Qué somos, para que vosotros murmuréis contra nosotros?” (16:7). Al declarar esto,
Moisés no fue victorioso. Al contrario, esto mostraba que había sido vencido, pues fue
afectado por las murmuraciones del pueblo. Si yo hubiese sido Moisés, hubiese sido más
severo con ellos. Les habría dicho: “¿Acaso han olvidado todo lo que hice por ustedes?
Se acuerdan de las ollas de carne, pero no se acuerdan de la tiranía, la labor y los
sufrimientos en Egipto. Yo los saqué de esta tiranía. ¿Por qué murmuran contra mí?” En
comparación con nosotros, Moisés era victorioso, pero no de manera absoluta.
Hemos señalado que en Su salvación, Dios procura ser nuestro todo y hacer todo por
nosotros. El es real, viviente, fiel, y está lleno de propósito. Puesto que Dios tiene un
propósito en Su salvación, no necesitamos rogarle que nos tenga misericordia ni que nos
rescate. Dios obra por nosotros, y El conoce todas nuestras necesidades. Si
conociéramos al Señor y Sus caminos, no nos quejaríamos ni murmuraríamos cuando
tenemos una necesidad. Al contrario, diríamos: “¡Alabado sea el Señor! El conoce cada
una de nuestras necesidades. Si El quiere que nos falte una comida, pues ayunemos con
alabanzas y regocijo. Aún cuando El nos niegue la comida por varios días, debemos
regocijarnos. El conoce nuestras necesidades, y El mandará el suministro a su debido
tiempo. Si El escoge que ayunemos en lugar de festejar, todavía debemos alabarlo. El
sabe que es lo mejor para nosotros. Aceptemos con regocijo todo lo que El nos da”.
Si esta hubiera sido la actitud de los hijos de Israel, Dios no habría mandado las
codornices. El simplemente habría mandado el maná temprano en la mañana del
siguiente día. Su propósito al mandar el maná era cambiar la constitución de Su pueblo.
El maná produce un cambio metabólico en el cual el elemento egipcio es reemplazado
por el celestial. Este metabolismo celestial transforma al pueblo de Dios. De nombre, los
hijos de Israel no eran egipcios. Pero en naturaleza y composición, no diferían de los
egipcios en nada. Al darle maná al pueblo, Dios parecía decir: “los he rescatado de
Egipto en posición, pero ustedes todavía no han cambiado en su carácter. Ahora
cambiaré su constitución al cambiar su dieta, de una dieta egipcia a dieta celestial. Así
cambiaré su naturaleza y su ser, y los constituiré en un pueblo particular. Yo quiero que
ustedes sean celestiales, y por esto no les alimentaré con nada que tenga su origen en la
tierra. Día tras día, mandaré el alimento celestial, el alimento de Mi morada en los
cielos. Esta comida cambiará su constitución”. Que todos veamos que la intención de
Dios en Su salvación consiste en forjarse a Sí mismo dentro de nosotros y en cambiar
nuestra constitución al alimentarnos con la comida celestial.
Si tenemos una visión espiritual, veremos que Éxodo 16 revela que el pueblo redimido
de Dios todavía quería vivir una vida natural. No obstante, la intención de Dios era que
vivieran una vida celestial. Deseando vivir de la misma manera que vivían en Egipto, el
pueblo recordaba cómo se sentaban a las ollas de carne y disfrutaban la comida de
Egipto. Pero el deseo de Dios era que no comieran más la comida egipcia. El quería que
ellos cambiaran su dieta y llevaran una vida celestial. El deseaba que ellos olvidaran la
dieta egipcia y comieran la celestial, una clase de comida que nadie había comido antes.
Dios parecía decir a Su pueblo: “Hasta ahora nadie ha comido el alimento celestial.
Quiero que ustedes sean un pueblo celestial y deseo que lleven una vida celestial y vivan
de una manera celestial. A partir de ahora, los alimentaré con una dieta celestial”.
Los hijos de Israel se alimentaron del maná en el desierto durante cuarenta años. La
Biblia nos enseña que solamente en dos ocasiones estuvieron molestos en cuanto al
maná. En Éxodo 16, el pueblo fue disciplinado por Dios. Esta disciplina los adiestró a no
desear la dieta egipcia. Pero según Números 11, un año más tarde, el pueblo codició
nuevamente los alimentos de Egipto. Pero después de haber sido disciplinados por Dios
de una manera más severa en Kibrot-hataava, ya no tenían ningún problema con la dieta
celestial que les proporcionaba Dios. Ciertamente Dios era un buen Padre para Su
pueblo. Primero los hijos de Dios fueron disciplinados en el desierto. Un año más tarde,
fueron disciplinados en Kibrot-hataava. Si Dios hubiera mandado el maná antes de que
el pueblo llegase al desierto, ellos no lo habrían apreciado y probablemente no habrían
aprendido nada. Después de que el pueblo llegó al desierto y se dio cuenta de que no
había alimento, empezaron a murmurar y a quejarse. Por la tarde de aquel día, Dios
mandó codornices para satisfacer su codicia. Luego, a la mañana siguiente, llegó el
maná. Sin lugar a dudas, esto dejó una impresión profunda en el pueblo.
La comida de Egipto agradaba a la carne del pueblo de Dios. Cuanto más comían
alimentos egipcios, más carnales se hacían, pues la dieta egipcia correspondía con la
carne del pueblo y la nutría. No obstante, el maná pertenecía a otra categoría de
alimento. Venía del cielo y hacía que los que la comiesen se volvieran celestiales. Cuando
los hijos de Israel murmuraban en el desierto, sus murmuraciones eran conforme a su
carne. Esto significa que murmuraban conforme a su viejo ego, conforme a su vieja
persona. En sus murmuraciones, no vivían como el pueblo redimido de Dios, sino como
pueblo natural.
Antes de que Dios hiriera al pueblo con una gran plaga, El mandó codornices en
abundancia. De una manera milagrosa, el Señor alimentó al pueblo con codornices
durante treinta días (Nm. 11:19-20). En Números 11:31, tenemos una descripción del
gran número de codornices: “Y vino un viento de Jehová y trajo codornices del mar, y
las dejó sobre el campamento, un día de camino a un lado, y un día de camino al otro,
alrededor del campamento, y casi dos codos sobre la faz de la tierra”. ¡Qué abundancia
de codornices! Al principio el pueblo estaba contento. Pero finalmente las codornices
llegaron a repugnarles, pues el pueblo tuvo que comer la carne hasta que les saliera por
las narices (Nm. 11:20). En Números 11:33 dice: “Aún estaba la carne entre los dientes
de ellos, antes que fuese masticada, cuando la ira de Jehová se encendió en el pueblo".
He conocido creyentes que tenían mucho amor por el dinero cuando eran jóvenes
cristianos. Pero después de ser ricos, el dinero que ellos amaban les repugnó. Además,
sufrieron muerte espiritual. Todos los cristianos hoy en día deben escuchar la enseñanza
de la Palabra acerca de esto.
Animo a todos los santos a no amar el mundo y a no codiciar conforme a la carne las
cosas mundanas. No obstante, eso es lo que muchos cristianos están haciendo hoy en
día. Para satisfacer su codicia, buscan las cosas de Egipto. Tal vez Dios les permita tener
lo que desean. No obstante, eso no es una señal positiva. No se imagine que si Dios le da
lo que usted codicia, El está de acuerdo con usted, contento o quiera favorecerle. Al
contrario, ésta es una señal de Su enojo y de Su disgusto. La mayoría de los cristianos de
hoy han sido heridos por el enojo de Dios. Por esta razón, no tienen ninguna vida; más
bien tienen muerte espiritual.
Espero que todos los santos en el recobro del Señor, particularmente los jóvenes,
aprendan a olvidarse del mundo y a no codiciar las cosas egipcias. El Dios que nos ha
salvado es real, viviente, fiel, y lleno de propósito, y El se encargará de nuestras
necesidades. No necesitamos codiciar las cosas mundanas. Hemos dejado de ser gente
mundana. Somos el pueblo escogido de Dios, y El quiere que llevemos una vida celestial.
Puedo testificar que el Señor es fiel y digno de nuestra confianza. Por experiencia he
aprendido a no actuar por mí mismo. Todo lo que haga por mí mismo disgustará al
Señor. Repito: el Señor quiere ser nuestro todo. Su deseo consiste en darnos alimento
celestial, en hacer llover maná sobre nosotros. Al probar de este alimento celestial,
seremos un pueblo celestial que lleva una vida celestial. Esto nos hará diferentes de la
gente mundana.
En el Señor no hay escasez. Sin embargo, en Números 11, Moisés no se dio cuenta de
esto. El dijo al Señor que entre el pueblo había seiscientos mil hombres a pie (v. 21).
Luego El continuo y le preguntó al Señor: “¿Se degollarán para ellos ovejas y bueyes que
les basten? ¿o se juntarán para ellos todos los peces del mar para que tengan abasto?”
(v. 22). Aquí vemos que Moisés se preguntaba cómo Dios podría suministrar alimento a
seiscientos mil hombres más las mujeres y los hijos por un período de treinta días.
Según el versículo 23, el Señor contestó a Moisés: “¿Acaso se ha acortado la mano de
Jehová? Ahora verás si se cumple Mi palabra o no”. El Señor no necesitaba ovejas,
ganado, ni peces. Su intención era mandar una gran cantidad de codornices.
Muchos de nosotros podemos testificar que después de ser salvos, recibimos lo que
codiciábamos. De hecho, lo recibimos con tanta abundancia que nos salió hasta por las
narices y nos hizo pasar por la muerte espiritual. Por ejemplo, cuanto más automóviles y
casas posee un hermano, más problemas tiene. Finalmente, estas cosas le repugnaron.
Aunque esto se produzca de una manera tan negativa, llegamos a ver que el Señor es
omnipotente. Luego lo adoramos por Su omnipotencia.
Tal como los hijos de Israel en Números 11, debemos ver el enojo de Dios y Su
omnipotencia. Entonces sabremos verdaderamente que el Señor es fiel para satisfacer
nuestras necesidades. Puesto que El es nuestro Pastor, nada nos faltará. De hecho, a
veces podemos recibir mucho más de lo que necesitamos. Tarde o temprano,
aprenderemos a no codiciar nada. Quizás tengamos que decirle al Señor que no
queremos más automóviles ni casas. En otras palabras, no queremos más codornices. Al
contrario, estamos conformes con el maná celestial. El maná viene simplemente, y
nunca causa problemas.
Durante los primeros años en el desierto, los hijos de Israel aprendieron a no codiciar la
comida egipcia. Por un año, no estuvieron molestos por su dieta de maná. Pero cuando
volvieron a quejarse, Dios los disciplinó y los adiestró con severidad. Después de esta
disciplina, aprendieron una lección duradera. Desde ese momento estuvieron
satisfechos con la dieta celestial. Siguieron alimentándose del maná durante más de
treinta y ocho años. ¿Ha aprendido a quedar satisfecho con el alimento celestial y a no
codiciar las cosas de Egipto? Como el pueblo redimido de Dios, no debemos codiciar las
cosas mundanas. Debemos darnos cuenta de que nuestro Dios es real, viviente, fiel y
lleno de propósito. Porque nos ha salvado con un propósito, El ciertamente nos
conducirá y nos cuidará en Su propia manera. No necesitamos preocuparnos por
codiciar nada. El conoce todas nuestras necesidades, y En las satisfará a su debido
tiempo conforme a la dieta celestial.
Cuanto más disfrutemos de la comida que el Señor nos manda, más celestiales
llegaremos a ser. Olvidémonos de las ollas de carne de Egipto y seamos felices y
satisfechos con la dieta celestial. Disfrutemos del suministro celestial de Dios para que
seamos un pueblo celestial en todos los aspectos. Entonces, a pesar de caminar por el
desierto en la tierra seremos un pueblo celestial con una dieta celestial. La fuente de
nuestro suministro no está en la tierra sino en los cielos. Día tras día, Dios hace llover el
alimento celestial sobre nosotros para que lo comamos y que lleguemos a ser un pueblo
celestial.
La manera que Dios usa para disciplinar la carne de Su pueblo es cambiar su dieta. Esta
es la manera en que Dios disciplina verdaderamente a Su pueblo. Algunos maestros
cristianos ven este asunto de disciplinar la carne de una manera superficial, y dicen que
la carne es disciplinada por la cruz. No obstante, que la carne quede entera o esté
despedazada, sigue siendo la carne. La disciplina apropiada de la carne se produce por
un cambio de dieta.
Cuando los hijos de Israel estaban en el desierto, deseaban vivir como antes. Deseaban
los alimentos de Egipto. En Números 11:5, ellos dijeron: “nos acordamos del pescado
que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y
los ajos”. Esta dieta egipcia constituía al pueblo con el elemento de Egipto, el elemento
que correspondía con su carne. La intención de Dios no consiste solamente en
disciplinar la carne de Su pueblo, sino también en desechar la carne. Su intención
consiste en dar a Su pueblo otra dieta y por tanto reconstituirlos. En Éxodo 16, vemos
que su dieta ya no debía consistir de alimentos egipcios, sino solamente de alimentos
celestiales. Esta es la manera que Dios usa para disciplinar a la carne.
Nosotros, como seres caídos, en nuestra naturaleza caída, no somos otra cosa que carne.
Aun cuando esta carne es despedazada, sigue siendo carne. La manera que Dios usa
para disciplinar a la carne es desecharla y no alimentarla. Por esta razón, El cambia la
dieta de Su pueblo y les manda alimentos que a su carne no le gustan. Al cambiar su
dieta y alimentarlos con el maná del cielo, El los dota de otra constitución. Este es el
punto crucial en Éxodo 16. En este capítulo, vemos el cambio de dieta que da por
resultado la reconstitución y la transformación del pueblo escogido de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA Y CUATRO
EL CAMBIO DE DIETA
Lectura bíblica: Ex. 16:1-5, 13-31, 35; Nm. 11:1-9, 18-20, 31-34; Jn. 6:27, 31-35, 48-51,
57-58
Éxodo presenta un cuadro claro de la salvación que Dios efectúa, un cuadro que no
encontramos en ningún otro libro de la Biblia, incluyendo las epístolas de Pablo. Este
cuadro nos muestra que en la salvación de Dios, El desea forjarse a Sí mismo dentro de
nosotros para ser nuestro todo. Dios desea ser nuestro todo para que seamos edificados
como Su morada en la tierra. Para describir esto, Éxodo concluye con la construcción
del tabernáculo como la morada para la gloria de Dios.
Para cumplir Su propósito, Dios no desea que Su pueblo redimido sea alguien ni haga
nada. A fin de que seamos Su morada, El desea ser todo para nosotros y hacerlo todo
por nosotros. Esto indica que seremos nadie y no debemos hacer nada. Usted, ¿está
dispuesto a ser nadie? ¿está también dispuesto a dejar sus actividades? Dudo que
muchos creyentes contesten a estas preguntas de manera positiva. Cuando vivíamos en
el mundo, no teníamos un corazón para el Señor, y no nos interesaba hacer nada por El.
Pero después de que vinimos al recobro del Señor, inmediatamente tuvimos el deseo de
llegar a ser alguien o hacer algo por el Señor. Pasa lo mismo tanto con los jóvenes como
con los mayores. Los mayores tienen muchos planes, y los jóvenes disponen de mucho
deseo y energía. Aunque nosotros deseamos ser alguien y hacer cuanto sea posible, Dios
nos dice: “No quiero que seas nada, no quiero que hagas nada. Déjame hacerlo todo por
ti y serlo todo para ti”.
Al analizar el cuadro de la salvación de Dios presentado en Éxodo, vemos que los hijos
de Israel no debían ser alguien ni hacer nada. Cuando hacían algo, el Señor estaba
ofendido, aun cuando hacían algo bueno. El Señor quiere simplemente que Su pueblo
esté en Sus manos para que El pueda forjarse a Sí mismo dentro de ellos. Si entendemos
claramente eso, tendremos una base sólida para entender el libro de Éxodo.
A pesar de haber sido redimidos y liberados, los hijos de Israel eran todavía egipcios en
su constitución. Las células y las fibras de su ser eran egipcias por naturaleza. En cuanto
a la constitución, no había ninguna diferencia entre ellos y los egipcios. Los hijos de
Israel habían sido salvos, redimidos, rescatados y suministrados, pero su constitución
en todo era igual a la de los egipcios. Dios jamás podía usar este material para su
morada celestial.
Supongamos que Dios hubiese mandado maná antes de que los hijos de Israel llegasen
al desierto de Sin y que estuviese ahí esperándoles. En ese caso, el pueblo no habría
quedado expuesto. Ellos habrían comido simplemente el maná, y no se habría notado el
problema de su constitución y apetito egipcios. Por tanto, en Su sabiduría, Dios no
mandó el suministro celestial del maná hasta que el pueblo quedase expuesto por la
falta de alimentos.
Después de exponer al pueblo, Dios vino y satisfizo sus deseos al mandar codornices por
la tarde. Éxodo 16:12 nos revela que el Señor dijo a Moisés: “Yo he oído las
murmuraciones de los hijos de Israel; háblales, diciendo: al caer la tarde comeréis carne
y por la mañana os saciaréis de pan y sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios”.
Debemos ver el significado de las codornices y del maná que mandó Dios. Dios mandó
codornices para satisfacer el apetito egipcio del pueblo, pero El mandó el maná para
reconstituirlos. Además, con las codornices, no hubo ninguna regulación ni restricción.
Dios no dijo al pueblo en qué momento debían juntar las codornices ni de qué manera
debían hacerlo. Las codornices fueron enviadas sin restricción porque la carne no quiere
ninguna restricción. En otras palabras, ya que la dieta egipcia no estaba restringida, se
envió las codornices de una manera que correspondía a esa dieta, sin restricción ni
regulación. Los que comían codornices no fueron restringidos ni regulados en absoluto.
Al contrario, el maná venía con muchas regulaciones.
Algunos se sorprenderán al oír las regulaciones acerca del maná que Dios mandó. Para
ellos, con la gracia no hay ninguna regulación. En realidad, existen más regulaciones con
la gracia que con la ley. Si una persona vive apartada de la vida divina, El quizá sea
salvaje y no esté restringido. No obstante, la vida de Dios regula y restringe. Cuanto más
vivamos correctamente, más regulados seremos. Tome el ejemplo del manejo de una
automóvil. Si usted conduce un automóvil sin regulaciones, correrá el riesgo de tener un
grave accidente. Aún podría morir.
Otro ejemplo de las regulaciones acerca del envío del maná y del comer maná son los
buenos modales en la mesa. He aprendido que personas de ciertas nacionalidades: los
británicos y los alemanes por ejemplo, prestan mucha atención a los buenos modales
durante las comidas. Aunque no prestemos atención a las buenas maneras como fin en
sí, podemos tener algunas regulaciones para comer apropiadamente. Es muy difícil
disfrutar de nuestra comida si no comemos correctamente. Por ejemplo, ¿puede
disfrutar plenamente de un bistec, si intenta cortarlo con una cuchara? Cuanto más
comamos adecuadamente el bistec, más lo disfrutaremos. No debemos tener la actitud
de descartar las regulaciones del comer y de preocuparse únicamente por los alimentos.
Hemos visto que las codornices fueron mandadas sin regulaciones. Las codornices
cubrían el campamento, y los hijos de Israel las recogían como quisieran. No obstante, el
envío del maná fue distinto. Para juntar el maná, el pueblo tenía que levantarse
temprano por la mañana y recogerlo antes de que el sol se levantara. Además, en lugar
de recoger el maná con avidez, el pueblo era restringido en la manera en que debía
recogerlo. En 16:16, vemos que el Señor mandó “recoger de él cada uno según lo que
pudiere comer; un gomer por cabeza, conforme al número de vuestras personas,
tomaréis cada uno para los que están en su tienda”. Esto indica que Dios desea que
cooperemos con sus regulaciones. Cuando hacemos esto, en realidad cooperamos con
Dios mismo y somos uno con El. Obedecer las regulaciones de Dios significa que somos
como El y conforme a Él.
Vemos otra regulación acerca del maná en Éxodo 16:19, donde Moisés mandó al pueblo
que no dejara ningún maná hasta la mañana. Los que desobedecieron a esta regulación,
encontraron que el maná “crió gusanos, y hedió” (v. 20). Además los hijos de Israel
debían recoger en el sexto día “doble porción de comida, dos gomeres para cada uno” (v.
22); no debían recogerlo en el día sábado. Estas regulaciones indican también que
comer el maná es conformarse a Dios.
Comer codornices, hace al pueblo salvaje y sin restricción, pero el comer maná los
regula y conforma a Dios. Los que son reconstituidos serán regulados. Se levantarán
para juntar maná según el tiempo de Dios y lo recogerán según la manera de Dios, y no
según su avidez. Dios no nos permite ser perezosos ni ávidos. Debemos ser diligentes,
pero no debemos recoger maná según nuestra avidez. Entre los hijos de Israel, los que
recogían más no recibían más que un solo gomer.
Espero que todos captemos este punto: comer el maná nos hace corresponder con Dios.
Cuanto más maná comemos, más correspondemos con El y nos identificamos con El.
Entonces nuestro comportamiento y todas nuestras acciones están conforme con la
regulación de Dios. De esta manera, llegamos a ser los que viven, actúan, se comportan y
andan conforme a lo que Dios es. En contraste, el comer codornices corresponde con el
estilo, la moda y las maneras egipcias. Es salvaje y sin regulaciones. Pero comer el maná
hace que nuestro comportamiento sea idéntico al comportamiento de Dios. Nos hace
actuar de la misma manera que Dios actúa.
Antes de ser salvos, todos nosotros llevábamos una dieta egipcia. Pero después de ser
salvos, debemos cambiar nuestra dieta. Sin embargo, muchos cristianos, después de ser
salvos, siguen viviendo conforme a su antigua dieta. Esto significa que siguen con
hambre y sed por las cosas del mundo.
Algunos pensarán que al hablar de la dieta egipcia estoy hablando del asunto de amar al
mundo. Esta es una manera muy superficial de ver lo que involucra el cambio de dieta.
Aquí el punto es el siguiente: todo lo que deseamos, de lo que tenemos hambre y sed, es
la dieta de la cual se constituye nuestro ser. Aparte de los que están en las iglesias
locales, pocos cristianos han sido reconstituidos por medio de un cambio de dieta. Me
he hospedado en las casas de muchos cristianos durante mis viajes, y he visto que el
apetito de muchos creyentes sigue enfocado en las cosas de Egipto. Pocos tienen
hambre, y sed genuinas de Cristo.
En el desierto, Dios sólo dio a los hijos de Israel maná. Según Números 11:6, el pueblo se
quejaba: “Y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos”.
¡Cuán maravilloso era el hecho de que Dios solamente le dio al pueblo maná que comer!
Esto indica que Dios no les dio nada más que Cristo. Le doy gracias al Señor porque
muchos santos en la iglesia no tienen apetito por cosas ajenas a Cristo. Día tras día,
muchos santos en las iglesias solamente tienen hambre de Cristo y sólo El. Tenemos sed
de Él y deseamos tener contacto con El, leer la palabra, invocar Su nombre y leer los
mensajes impresos. Ciertamente el Señor ha cambiado nuestra dieta.
Puedo testificar que dependo del Señor Jesucristo, y no de otra cosa. Frecuentemente
leo un periódico. Pero cuando el periódico se forma parte de mi dieta, inmediatamente
me arrepiento, confieso y le pido al Señor que me perdone por recurrir a algo que no es
El mismo a fin de satisfacer mi deseo. Cuando tenemos sed y hambre por algo que no es
Cristo, estamos equivocados.
Esto no significa que debamos vivir como si fuésemos monjes o monjas. No debemos ser
como algunos grupos conservadores, que sólo pueden vestir ciertos colores. Las
hermanas deben vestirse apropiadamente, pero no deben anhelar vestir a la moda o
según algún estilo. Al contrario, deberían anhelar a Cristo. Todos debemos decir: “Señor
Jesús, Te amo. Quiero respirarte, beberte y comerte. Señor anhelo celebrarte”. Nuestra
hambre, sed, deseo y apetito deben ser por Cristo como el maná celestial.
Por cuarenta años, Dios sólo les dio a comer maná a los hijos de Israel. Como ya
mencionamos, nadie conoce la esencia ni el elemento del maná. Sólo sabemos que
descendía cada día del cielo. Juan 6 nos revela también que este maná celestial tipifica a
Cristo. Cristo vino de Dios para ser nuestra dieta. Debemos comerlo, beberlo y
respirarlo. Necesitamos un cambio en nuestra constitución interior, y no solamente un
cambio en nuestro comportamiento exterior. Si deseamos experimentar este cambio
interior, debemos tener un cambio en nuestro suministro de alimento, ya que ésta es la
fuente de nuestra constitución. Los nutricionistas nos dicen que somos lo que comemos.
Los alimentos que comemos entran en nosotros orgánicamente y llegan a ser nuestra
constitución. Como pueblo de Dios hoy, debemos ser reconstituidos con Cristo como
nuestro elemento. De esta manera, llegaremos a ser Cristo, en lo que se refiere a nuestra
constitución. Mediante el cambio de dieta, recibimos la esencia celestial que nos
reconstituye con Cristo. Este cambio de constitución por medio de un cambio de dieta es
totalmente distinto de los métodos de mejoramiento propio como se practica en la
religión.
I. LA DIETA EGIPCIA
A. Produce egipcios
La dieta egipcia produce egipcios. Por ejemplo, si la gente sólo se dedica a mirar la
televisión, llegan a ser televisión. Del mismo modo, si se entregan a ciertos deportes o
entretenimiento, llegan a estar constituidos con ese deporte o entretenimiento. Estos
ejemplos indican que la dieta egipcia constituye a la gente con el elemento egipcio y los
hace egipcios en composición.
Además, la dieta egipcia se ajusta a los apetitos de la carne (16:3; Nm. 11:4-5). Todo lo
mundano corresponde al gusto de nuestra carne lujuriosa.
El deseo del pueblo por la dieta egipcia provocó la ira santa de Dios (Nm. 11:1). El
mandó codornices cuando estaba enojado y disgustado.
D. Causa muerte
La dieta celestial hace a la gente celestial. En realidad, esta dieta celestial es Cristo
mismo. El es el alimento, el maná. Por lo tanto, al comer a Cristo, llegamos a ser Cristo,
es decir, Cristo se convierte en nuestro constituyente.
El ajo, los puerros, las cebollas, los melones y pepinos sólo sirven para convertir al
pueblo de Dios en egipcios en su constitución. Estas cosas podían satisfacer sus deseos,
pero no les permitía cumplir el propósito de Dios. A fin de cumplir el propósito de Dios,
Su pueblo debía ser reconstituido con el maná. Esto revela que nuestra constitución
debe ser arreglada nuevamente cuando comemos a Cristo. Cristo debe reemplazar la
dieta egipcia. Para la edificación de la iglesia, todos debemos ser reconstituidos con
Cristo. Recuerde que aquellos que construyeron el tabernáculo habían experimentado
un cambio de dieta y comenzaban a ser reconstituidos con el alimento del maná. Sólo
estas personas pueden construir la morada de Dios. De hecho, después de ser
reconstituidos ellos mismos, forman la morada de Dios.
C. Prueba al pueblo
en cuanto a la voluntad de Dios
La dieta celestial nos prueba también con respecto a la voluntad de Dios y examina
donde estamos (16:4-5, 16-30) ¿Somos uno con Dios e idénticos a Él? Donde nos
encontramos será comprobado por las regulaciones detalladas acerca de la recolección
del maná. Estas regulaciones indican si correspondemos con Dios o no.
La vida celestial también mantiene viva a la gente para cumplir Su propósito (16:35; Jn.
6:57). Mediante la dieta celestial, somos mantenidos vivos por el beneficio de la morada
de Dios, y no para otro propósito.
El Señor Jesús dijo: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que en
la vida eterna permanece” (Jn. 6:27). Hoy en día toda la gente del mundo trabaja por la
comida que perece. Esta comida que perece incluye cosas como la televisión, los
deportes, la música y los entretenimientos. Todas las satisfacciones de esta clase
perecerán. Sólo Cristo es la comida que no perece. Este alimento permanece para vida
eterna.
Cuando hablamos de alimentos, nos referimos a algo que tomamos dentro de nosotros
para nuestra satisfacción. Si entendemos este principio, nos daremos cuenta de que los
alimentos mundanos de hoy consisten no solamente de alimentos físicos, sino también
de otras cosas que anhela la gente, incluyendo la educación, el dinero, las posiciones, la
promoción, los deportes y el entretenimiento. La gente mundana tiene comida física y
comida psicológica pero no tiene comida espiritual. En lugar de trabajar por la comida
que permanece para la vida eterna, laboran por la comida que perece.
Al estudiar este cuadro, vemos que Dios sólo desea que comamos a Cristo y que
cuidemos la iglesia, Su morada. No debemos permitirnos perder interés en estas cosas.
Día tras día, simplemente debemos comer a Cristo y practicar la vida de la iglesia.
Estamos aquí por Cristo y la iglesia, y nada más. Según la opinión de los que están
afuera, nosotros en el recobro del Señor pasamos nuestro tiempo sin hacer nada.
Algunos aún nos condenan porque aparentemente no llevamos a cabo ninguna obra por
el Señor. No obstante, así como los hijos de Israel juntaban cada día el maná y cuidaban
la morada de Dios, nosotros comemos a Cristo cada día y cuidamos la vida de iglesia
apropiada.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA Y CINCO
Muchos cristianos saben que durante los años de caminata en el desierto, los hijos de
Israel comieron maná. Pero pocos saben de una manera completa y adecuada el
significado del maná en Éxodo 16. Es posible que conozcan la historia de Éxodo y aún
que el maná tipifica a Cristo como nuestra comida. Sin embargo, no se dan cuenta de la
importancia de comer como lo presenta este capítulo.
En Génesis 1:26, vemos que el hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios. Las
palabras “imagen” y “semejanza” indican que el hombre debe ser la expresión de Dios.
No obstante, la imagen y la semejanza son algo exterior. No necesariamente implican un
contenido interior. Por esta razón, Génesis 2 muestra la importancia del alimento para
el hombre. Este capítulo revela la intención de Dios para con el hombre: el hombre
debía comer del árbol de la vida. Exteriormente el hombre poseía la imagen y semejanza
de Dios, pero interiormente, el hombre debía comer el fruto del árbol de la vida para que
fuese su contenido. Sin lugar a dudas, el árbol de la vida simboliza a Dios como vida
para el hombre. Según Su plan eterno, Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza
para que lo expresara a Él. Luego Dios colocó al hombre que Él había creado frente al
árbol de la vida (Gn. 2:9), con la intención de que el hombre comiera a Dios para que
fuese su propia vida. Esta es la primera referencia en cuanto al comer en las Escrituras.
Al final de la Biblia, en Apocalipsis 22, vemos una vez más el árbol de la vida. El
versículo 2 afirma que a ambos lados del río que fluye desde el trono de Dios y del
Cordero, está el árbol de la vida. El versículo 14 dice que aquellos que lavaron sus ropas
tienen derecho al árbol de la vida. El versículo 19 hace referencia a nuestra porción del
árbol de la vida. Estas referencias en Apocalipsis 22 indican que en la eternidad y por la
eternidad el pueblo redimido de Dios comerá de este árbol. Además Apocalipsis 2:7
afirma que los que venzan comerán del árbol de la vida, el cual está en el paraíso de
Dios.
Después de la caída del hombre, Dios vino para redimir a Su pueblo. La Pascua es un
cuadro completo de la redención de Dios y de Su intención y propósito en la misma.
Según el cuadro presentado en Éxodo 12, el concepto de comer también es básico y
central en la redención. En el momento de la Pascua, se untó la sangre del cordero en
“los dos postes y en el dintel de las casas en que lo iban a comer” (Ex. 12:7). Entonces el
pueblo comía la carne del cordero con panes sin levadura y hierbas amargas (v. 8).
Además el punto principal en Éxodo 16 es comer el maná. Este capítulo no habla del
comportamiento, la conducta, o el mejoramiento de uno mismo, sino del comer. En
Juan 6, el Señor Jesús afirma claramente que El es el verdadero maná enviado del cielo
por Dios el Padre para ser la comida de Su pueblo escogido. Por lo tanto, es vital que
aprendamos a comerlo. En el versículo 32, el Señor Jesús dijo: “De cierto, de cierto os
digo: no dio Moisés el pan del cielo, más mi Padre os da el verdadero pan del cielo”.
Luego el Señor siguió y dijo que aquel que lo coma a El vivirá por El (v. 57). Apocalipsis
2:17 también menciona el maná y afirma que el Señor dará “del maná escondido” a
aquel que venza. Estos versículos nos ayudan a ver que en la Biblia comer es básico y
central.
I. UN TIPO DE CRISTO
El maná tipifica a Cristo (Jn. 6:31-35, 48-51, 57-58). Como el verdadero maná, Cristo fue
enviado por Dios el Padre (v. 32) para que el pueblo escogido de Dios viviera por El (v.
57). Quizás reconozcamos en seguida que el maná tipifica a Cristo, pero no lo debemos
hacer de una manera natural ni superficial. Al considerar el relato del envío del maná en
Éxodo 16, es importante que veamos la relación entre nuestra comida y nuestro vivir.
Debemos comer para vivir. Este es otro concepto básico en la Biblia. Por lo tanto, en
Juan 6:57, el Señor Jesús dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Sin
comida, es imposible vivir.
Ahora debemos continuar para ver que nuestra manera de vivir depende de lo que
comemos. Si usted come mucho pescado, estará constituido con el elemento del
pescado, pues absorberá la vida y naturaleza de éste. Ciertamente usted no está
constituido con el pescado si su dieta sólo incluye carne de pollo o vaca. La clase de vida
que llevamos depende de la clase de comida que ingerimos.
Según el cuadro presentado en el libro de Éxodo, los hijos de Israel estaban destinados a
vivir de manera celestial. No obstante, cuando salieron de Egipto, trajeron alimentos
egipcios con ellos. Durante las primeras semanas de su viaje, comieron ciertos alimentos
egipcios. Pero cuando se agotó el suministro de alimento, el pueblo se molestó y empezó
a murmurar y a quejarse. Aunque la falta de alimentos era un problema para el pueblo,
era motivo de regocijo para Dios, pues esto le brindó una excelente oportunidad de
cambiarles su vida. La intención de Dios era cambiarles su vida de una vida egipcia a
una celestial. Dios no quería simplemente ajustar, cambiar, ni regular a Su pueblo
exteriormente. El deseaba cambiarlos orgánicamente al cambiar su dieta. Cuando los
hijos de Israel estaban en Egipto, tenían muchas cosas diferentes para comer, todos los
elementos de la dieta egipcia. No obstante, Dios deseaba cambiarles la dieta y hacer que
pasarán de varias cosas a una sola cosa y esa cosa era el maná que venía del cielo.
En Éxodo 16 y Juan 6, el árbol de la vida aparece con el nombre de maná. Si usted lee
detenidamente la Biblia y con entendimiento, verá que el maná y el árbol de la vida son
intercambiables. El maná es el árbol de la vida, y el árbol de la vida es el maná. Esto
significa que el maná en Éxodo 16 era el árbol de la vida en Génesis 2, y que el maná en
Juan 6 será el árbol de la vida en Apocalipsis 22. El maná y el árbol de la vida son
términos distintos que describen una misma cosa. Dios no tiene dos clases de alimentos
para Su pueblo escogido. Hay un sólo Dios, y también hay una sola clase de alimento.
Cristo es nuestro maná y también nuestro árbol de la vida por la eternidad. Tenemos un
sólo Dios, un sólo Cristo, un sólo Espíritu. Tenemos también un sólo alimento, una sola
dieta.
Según la economía de Dios, debemos depender de Cristo y sólo de Él. Cristo debe ser
nuestra única dieta, y debemos vivir por El. No debemos depender de ningún otro
alimento. Nuestra comida es todo lo que nos satisface, nos fortalece y nos sostiene. La
única comida que tomamos para nuestro sustento, fuerza y satisfacción debe ser Cristo.
No obstante, muchos creyentes no toman a Cristo como su única fuente de satisfacción,
fortaleza y sustento. Al contrario, intentan satisfacerse, sostenerse y fortalecerse con
otras cosas. Puesto que Dios desea que dependamos de Cristo, debemos ser sostenidos,
fortalecidos y satisfechos por El solamente.
Hemos recalcado el hecho de que Dios desea cambiar nuestra dieta. Su intención es
eliminar la dieta mundana y limitarnos a una dieta celestial, la cual es Cristo. Debido a
que expresiones como la tentación y amar al mundo han sido tomadas a la ligera en el
cristianismo, prefiero no usarlas al hablar de la revelación divina en Éxodo 16. Deseo
hacer una pregunta acerca de la dieta: ¿De qué está viviendo usted día tras día? ¿Qué es
lo que digiere para quedar satisfecho, fortalecido y ser sostenido? Todos debemos
hacernos estas preguntas. Todos debemos ser capaces de decir: “El Señor es el único que
me satisface. Fuera de Él no tengo ninguna satisfacción. Cada día soy fortalecido y
sostenido por Cristo. Dependo de Él como mi único alimento”.
Puedo testificar que durante más de cincuenta años no he sido satisfecho, fortalecido, ni
sostenido por nada que no fuera Cristo mismo. Desde el día de mi salvación, a la edad de
19 años, Cristo ha sido el alimento que me ha satisfecho. He obtenido algunas cosas
buenas, pero ninguna de éstas me ha satisfecho ni una sola vez.
Cristo debe ser nuestro alimento, satisfacción, fortaleza y sustento. No obstante, esto no
significa que no necesitemos de algunas cosas para nuestro vivir humano. Necesitamos
diferentes cosas buenas y útiles, incluyendo por ejemplo la educación. Pero no debemos
permitir que estas cosas se conviertan en nuestra comida. Es posible que las
necesitemos y las obtengamos, pero no debemos depender de ellas ni vivir por ellas.
Nuestra única comida es Cristo.
En mi juventud, me preguntaba por qué el Señor nos exhortó a vigilar y a orar (Mt.
26:41). Me preguntaba por qué necesitaba vigilar. Ahora estoy aprendiendo que
debemos vigilar o de lo contrario perderemos contacto con el Señor en nuestro interior.
Debemos vigilar, de lo contrario apagaremos el botón espiritual y nos separaremos de
Cristo en nuestra experiencia. Para no ser apartados de Cristo, no tenemos que hacer
algo vulgar, como perder la calma. Podemos ser cortados de El simplemente al mirar a
nuestro marido o esposa de una manera desagradable. Debemos ir al Señor, confesar y
recibir Su perdón. Aún debemos pedirle que limpie nuestros ojos. La razón por la cual
ponemos mala cara, es que en ese momento no somos un sólo espíritu con el Señor.
Cada mañana debemos pedirle al Señor que nos dé la gracia de ser un solo espíritu con
El durante ese día. Luego debemos procurar ser un solo espíritu con El de una manera
práctica durante el día. Si intentamos esto, nos daremos cuenta de que dejamos de ser
uno con El continuamente. Nuestra experiencia puede ser como una lámpara que por
algún problema eléctrico, se apaga y se enciende de manera impredecible. Una vez tuve
una lámpara en mi estudio, y me di cuenta de que no funcionaba bien. En un momento,
la luz estaba encendida, y al instante estaba apagada. Se pasaba el día encendiéndose y
apagándose. A menudo somos así en nuestra experiencia con el Señor. Todos los que
desean vivir a Cristo al ser un solo espíritu con El serán perturbados por estas
experiencias de encenderse y de apagarse.
Mientras se prepara para ir a la cama por la noche, pida al Señor que lo prepare a
practicar el ser un sólo espíritu con El al día siguiente. Si intentamos vivir en unidad con
el Señor, descubriremos que tomar a Cristo como nuestra comida generalmente ha sido
para nosotros un asunto de doctrina. Todavía no es tan real en nuestra vida cotidiana.
Muchos cristianos saben que el maná tipifica a Cristo. Pero conocerle simplemente en la
doctrina no significa gran cosa. La intención de Dios es que vivamos de Cristo durante
todo el día. El no desea que vivamos de otra cosa que no sea Cristo. Necesitamos algunas
cosas para nuestro vivir, pero no deben transformarse en nuestro alimento. Cristo es
nuestra única dieta, y debemos solamente vivir por El y de Él solamente. Que nuestros
ojos sean abiertos para ver este asunto crucial.
de ser el único alimento para el pueblo de Dios. Los hijos de Israel hasta dijeron: “Nada
sino este maná ven nuestros ojos” (Nm. 11:6b).
Relacionado en cuanto a Cristo como el único alimento para el pueblo de Dios, quisiera
decir algo acerca del hecho de que este ministerio es único. Algunos cristianos aseguran
que existen muchos ministerios distintos. En el cristianismo actual, como ya dijimos,
existen centenares de fuentes; también centenares de supuestos ministerios. No
obstante, en la Biblia, particularmente en el Nuevo Testamento, hay un solo ministerio.
Los doce apóstoles participaban en el mismo ministerio. En un mensaje titulado “El
ministerio en la economía neotestamentaria” (ver Mensajes de la Verdad, mensaje 4),
vimos la verdad acerca de la economía neotestamentaria. Dijimos en ese mensaje que a
los ojos de Dios, existe un solo ministerio en la era neotestamentaria. Los doce apóstoles
no tenían diferentes ministerios. Al contrario, todos compartían del único ministerio
neotestamentario. Hablando de Judas, Pedro dijo que él era contado con ellos, y que se
le asignó una porción de este ministerio (Hch. 1:17). Esto demuestra que los doce
apóstoles estaban en “este ministerio” Esto indica que existe un solo ministerio en el
Nuevo Testamento. Por lo tanto, cuando los apóstoles oraban para reemplazar a Judas,
le pidieron al Señor que les mostrara a quién había escogido El para “tomar parte de
este ministerio” (Hch. 1:25).
El apóstol Pablo también tuvo parte en este ministerio. En 2 Corintios 4:1, El dijo:
“Teniendo nosotros este ministerio”. El no dijo: “Tengo este ministerio”, tampoco
“tenemos estos ministerios”. Además, en 1 Timoteo 1:12, Pablo dijo: “Doy gracias al que
me reviste de poder, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome
en el ministerio”. En este versículo Pablo no dice: “El me puso en mi ministerio”; él
declara que el Señor lo puso en el único ministerio neotestamentario.
Los apóstoles tenían un solo ministerio ya que ministraban la misma clase de alimento.
Todos sabemos que en el Nuevo Testamento existen cuatro evangelios. No podemos
negar que hay diferencias entre los evangelios. Mateo escribió desde la perspectiva del
reinado; Marcos desde la perspectiva del servicio; Lucas desde la perspectiva de la
redención por medio de la humanidad apropiada y Juan desde la perspectiva de la vida
mediante la deidad de Cristo. No obstante, los evangelios presentan una sola persona.
Los autores de los cuatro evangelios ministran el mismo Cristo. Esto indica que a pesar
de diferir en énfasis, los autores de los evangelios son uno en su ministerio. Cada
evangelio es una biografía de la misma persona maravillosa. No obstante, en el mundo
cristiano actual, hay muchos ministerios distintos. Estos ministerios han causado
divisiones. En lugar de un solo árbol con una sola dieta, existen centenares de árboles
que producen muchas clases de alimentos.
Los que se oponen al recobro del Señor afirman que las iglesias locales escuchan a una
sola persona, Witness Lee y no reciben el ministerio de otras personas. No es correcto
decir que las iglesias sólo me escuchan a mí. No obstante, declararé con firmeza que
todas estas iglesias tienen un solo ministerio. Nosotros en el recobro del Señor hoy en
día tenemos el único ministerio. Es cierto ahora como lo era al principio del recobro.
Además, este ministerio es el mismo en todo el mundo. En los Estados Unidos, Europa,
Asia y Australia el ministerio es único y es el mismo. Aunque sólo hay un ministerio en
el recobro del Señor, hay centenares, aun miles de oradores. Pero todos estos oradores
hablan lo mismo, a pesar de que lo hablan desde diferentes perspectivas. ¡Alabado sea el
Señor por el ministerio en Su recobro! Todos comemos de un sólo árbol, el árbol de la
vida. No tenemos ninguna otra fuente.
En el recobro del Señor, no podemos aceptar ningún ministerio que no sea parte del
ministerio. Aceptar otras clases de ministerio significaría ingerir una comida que es
diferente del maná celestial. Le damos gracias al Señor porque desde el principio El nos
mostró lo que es el ministerio de Cristo, el ministerio de la vida. Tenemos un solo árbol
de la vida, un solo maná. En los años que he estado en este país, he dado miles de
mensajes. Pero todos estos mensajes han proporcionado un solo alimento, una sola
dieta: Cristo como el único alimento para el pueblo de Dios.
En el recobro del Señor, nos interesamos en el trigo y no en la paja. Hay miles de granos
de trigo, pero todos los granos producen trigo, y no otra clase de cosecha. Siguiendo el
mismo principio, la Biblia sólo produce a Cristo como nuestro único alimento. Por esta
razón, no aceptamos los ministerios que imparten otra clase de alimentos.
La Biblia enseña que Dios tiene un solo ministerio. Este ministerio es el ministerio de
Cristo, el ministerio de la vida. Los que participan de este único ministerio hablan con el
mismo tono y tienen la misma meta. Estoy agradecido porque en los años en que el
recobro del Señor ha estado en este país, nuestro tono y nuestra meta han sido uno. La
razón de esta unidad es que nuestro ministerio es uno y la vida que ministramos a los
santos también es una sola.
Sin embargo, debemos entender claramente que tener un solo ministerio no significa
que hay un solo orador para todas las iglesias. Existen más de tres mil cincuenta iglesias
locales en la tierra hoy en día. ¿Cómo podría una sola persona hablarle a todas estas
iglesias? Como lo hemos señalado, tanto en el Lejano Oriente como en el Occidente, hay
muchos oradores que hablan lo mismo para la misma meta.
Puesto que el maná era el único alimento para el pueblo de Dios, no se les permitía
escoger alimentos según su propio gusto. En el asunto de comer, la gente come lo que le
gusta. Por ejemplo, en Hong Kong hay muchos restaurantes chinos que se especializan
en diferentes clases de comida. Para nuestro alimento físico, podemos escoger de una
gran selección de restaurantes chinos así como muchos estilos distintos de comida
occidental. Pero en la Nueva Jerusalén, habrá una sola clase de comida y una sola dieta.
Según la visión de la Nueva Jerusalén en Apocalipsis 22, el río de agua viva fluye del
trono de Dios y del Cordero, y junto al río crece el árbol de la vida. Pasa lo mismo
también en el recobro del Señor, donde tenemos a Cristo como nuestra única dieta.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA Y SEIS
Veamos ahora las diferentes características del maná. En Éxodo 16 y Números 11, se nos
da una breve descripción del maná. Esta descripción corta incluye por lo menos catorce
aspectos del maná. Cada aspecto es característica del maná.
La primera característica del maná es que viene del cielo (16:4a). Por lo tanto, el maná
es celestial. No conocemos la esencia ni la substancia del maná pero sabemos que viene
del cielo. En Éxodo 16:4, el Señor le dijo a Moisés: “He aquí os haré llover pan del cielo”.
El maná es difícil de analizar. Indudablemente, contenía el nutrimento para satisfacer
todos los requisitos del cuerpo físico del hombre. De otro modo, no habría sostenido al
pueblo de Dios durante muchos años en el desierto. Por una parte, el maná tiene todos
los elementos necesarios para sostener el cuerpo físico del hombre; por otra, el maná es
el alimento celestial.
Desde la época del imperio romano hasta ahora, muchos gobiernos terrenales y líderes
del mundo han tratado de eliminar el mover del Señor en la tierra. También han
intentado destruir y aniquilar Su cuerpo. Pero todos sus esfuerzos han sido vanos. El
Cuerpo de Cristo no puede ser destruido porque dentro de la iglesia se encuentra una
esencia celestial, un elemento celestial, que la sostiene en su estancia en la tierra. Puesto
que Cristo imparte este elemento dentro de la iglesia, nada la puede destruir ni eliminar.
Así como el maná sostuvo casi dos millones de gente en el desierto durante cuarenta
años, también Cristo como el verdadero maná sostiene a la iglesia hoy. Este maná no
tiene su origen en la tierra; desciende del cielo donde está Dios. Por tanto, el maná no es
solamente alimento celestial, sino también divino. Por una parte, el Señor Jesús es “el
pan que desciende del cielo”; por otra, El es “el pan de Dios”, Aquel que descendió del
cielo para ser nuestro alimento (Jn. 6:32-33).
B. Con el rocío
En Éxodo 16:13 y 14, vemos que el maná descendía con el rocío: “Por la mañana
descendió rocío en derredor del campamento. Y cuando el rocío cesó de descender, he
aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda”. Esta cosa menuda y redonda
era el maná. Números 11:9 declara también que el maná venía con el rocío: “Cuando
descendía el rocío sobre el campamento de noche, el maná descendía sobre él”. Es
significativo que al enviar las codornices, Dios usó el viento. Pero al enviar el maná, Dios
usó el rocío. Ciertamente, Dios pudo haber enviado el maná sin el rocío. El hecho de que
el maná vino con el rocío debe tener un significado espiritual claro. Puesto que mi
experiencia de esto todavía no está completa, no puedo explicar concretamente por qué
el maná descendía con el rocío. Pero según la experiencia espiritual, puedo señalar que
el rocío representa la gracia cotidiana, la gracia que recibimos cada día. En Salmos
133:3, leemos acerca del “rocío del monte Hermón... que desciende sobre los montes de
Sión”. El rocío del Hermón representa la gracia que desciende del cielo. Hermón, era un
monte alto que representa a los cielos, el lugar más elevado, de donde desciende el rocío.
El rocío representa la gracia del Señor Jesucristo.
El rocío es distinto de la lluvia, la nieve, o la escarcha. Es más ligero que la lluvia y no
tan frío como la escarcha. Según Lamentaciones 3:22 y 23, la misericordia de Dios,
como el rocío, es fresca cada mañana. La misericordia que se menciona en el Antiguo
Testamento tiene como resultado final la gracia que aparece en del Nuevo Testamento.
Por esta razón, Jeremías puso la palabra misericordia en Lamentaciones 3. Cada
mañana, la gracia del Señor es tan fresca como el rocío.
Ya dijimos muchas veces que la gracia es Dios que nos alcanza. Cuando Dios nos alcanza
de manera positiva, lleno de misericordia y compasión, El se convierte en gracia para
nosotros. El maná siempre viene por medio de esta gracia.
Cuando obtenemos rocío por medio de leer la Palabra en la mañana, ésta llega a ser un
verdadero alimento para nosotros. Si no recibimos el rocío que refresca, no podemos
tener el maná que viene con el rocío.
Este cuadro del maná y del rocío es muy precioso. ¡Ciertamente un cuadro vale más que
mil palabras! Por la mañana el rocío nos refresca. Sin este rocío, sin esta gracia,
estaríamos muy secos. Pero con el rocío recibimos el agua y la frescura. Gracias al Señor
porque el maná no viene por sí solo, sino con el rocío.
C. Por la mañana
Mencionamos que las codornices venían por la tarde, pero que el maná venía por la
mañana. Éxodo 16:21 afirma que los hijos de Israel “lo recogían cada mañana”. El hecho
de que el maná venía por la mañana indica que nos da un nuevo comienzo. Puesto que la
tierra gira sobre su eje cada día, cada día tenemos un nuevo comienzo, una nueva vuelta.
También tenemos nuevos comienzos cada mes y cada año. El maná no está relacionado
con los comienzos anuales o mensuales, sino con un nuevo comienzo diario. Si Dios
enviara el maná una vez al año, no sobreviviríamos. Si el maná fuese enviado cada mes,
no seríamos fortalecidos, sostenidos ni satisfechos. Agradecemos al Señor porque El
envió el maná cada día. Cada mañana podemos tener un nuevo comienzo.
En nuestra experiencia espiritual, necesitamos estos cambios cotidianos, estos nuevos
comienzos diarios. A veces al final del día, espero con anhelo la mañana siguiente y un
nuevo comienzo. Al ir a la cama por la noche, digo: “Señor, después de descansar esta
noche, espero tener un nuevo comienzo contigo por la mañana”. ¡Alabado sea el Señor
por cada nuevo día, por cada nuevo comienzo! El maná también nos trae este nuevo
comienzo.
También podemos decir que cada nuevo comienzo nos trae maná fresco. Si usted espera
recibir maná del Señor, debe orar: “Señor, estoy listo para un nuevo comienzo. No
quiero vivir de la misma manera que en el pasado. Quiero tener un nuevo comienzo
contigo”. Al acudir al Señor por la mañana ¿está dispuesto a orar de esta manera? Si
usted le dice que está listo para un nuevo comienzo, experimentará el rocío, y con el
rocío, el maná. No obstante, si usted desea vivir nuevamente el pasado, llevar la misma
clase de vida que llevó hace años, el maná no vendrá a usted.
Para tener el maná, debemos ser preparados para un nuevo comienzo. Conforme a mi
experiencia les puedo asegurar que el maná viene cuando usted está dispuesto a tener
un nuevo comienzo. Por la mañana acudamos al Señor y digamos: “Señor quiero un
nuevo comienzo. No quiero ser el mismo de ayer. Te doy las gracias Señor porque en Tu
soberanía y en Tu economía, Tú nos ofreces un nuevo comienzo cada día del año”. Si
usted ora al Señor de esta manera, anhelando un nuevo comienzo, el maná vendrá por la
mañana con el rocío.
En cuanto a recoger el maná con el rocío por la mañana, no necesitamos más doctrina.
Lo que necesitamos es más experiencia en nuestra vida cotidiana. Hace muchos años
aprendimos que el maná tipifica a Cristo. ¡Es lamentable ver que para los cristianos
contemporáneos esto es esencialmente un asunto de doctrina! Cuando yo estaba en la
Asamblea de los Hermanos, me enseñaron claramente que el maná tipifica a Cristo.
Pero no recibí ayuda para recoger el maná día tras día. En lugar de vida, había
solamente doctrina.
Miles de personas, aún millones leen la Biblia sin recibir la mínima cantidad de maná.
En su lectura de las Escrituras, sólo hay letras en blanco y negro. Bajo la influencia de la
tradición, no se interesan por recibir una nueva luz. Ni siquiera se interesan en buscar
esa luz. Se conforman con entender la Biblia conforme al conocimiento tradicional y a
las aspiraciones éticas. Desean aprender las enseñanzas bíblicas para mejorar su
comportamiento. Estudian las Escrituras, como los chinos con los escritos clásicos de
Confucio. Una vez oí un misionero decir que las enseñanzas bíblicas son idénticas a las
de Confucio. ¡Qué interpretación más deplorable de la Palabra de Dios!
Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, los judaizantes no tenían un corazón para El.
Estaban totalmente ocupados con las tradiciones de sus antepasados. Su comprensión
del Antiguo Testamento se conformaba a la enseñanza y conocimiento tradicionales.
Después de ser salvo, Saulo de Tarso probablemente pasó mucho tiempo revisando su
experiencia con el Antiguo Testamento. El ciertamente lo hizo conforme a la guía del
Espíritu, y no conforme a la enseñanza tradicional que heredó de sus antepasados en el
judaísmo. Por lo tanto, Pablo recibió luz, revelación.
Nuestra experiencia actual debería ser igual a la de Pablo. Puedo testificar que recibo luz
del Señor acerca de la Palabra porque no me preocupan las tradiciones del cristianismo.
Si todavía me preocupara la tradición religiosa, no recibiría ninguna iluminación. En
1964, una persona me aconsejó que dejara de enseñar que Cristo es el Espíritu, aunque
el Nuevo Testamento revela esta verdad. Me dijo que esta enseñanza no sería aceptada
por los cristianos contemporáneos. Puesto que la gente se preocupa sólo por la
enseñanza tradicional, está ciega. Año tras año no reciben nueva luz. Alabamos al Señor
porque recibimos nueva luz casi a diario. No debemos ser limitados por lo que vimos
hace años. Aún los científicos están abiertos a los nuevos descubrimientos. Si deseamos
progresar espiritualmente, debemos dejar a un lado la tradición. Cuando vamos a la
Palabra, debemos olvidar nuestro conocimiento tradicional.
Nuestro tiempo con el Señor por la mañana no debe ser conforme a la tradición ni a las
costumbres. En algunas casas acostumbran a levantarse temprano y pasar tiempo
leyendo la Biblia. Pero podemos leer la Biblia cada mañana sin recoger ningún maná. Ya
que no tenemos un contacto vivo con el Señor. Las palabras impresas en la Biblia no nos
dan vida. En Juan 5:39 y 40, el Señor Jesús dijo a los religiosos: “escudriñáis las
Escrituras porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las
que dan testimonio de Mí. Pero no queréis venir a Mí para que tengáis vida”. Si
queremos recibir vida, debemos ir al Señor. Para tener vida debemos tenerlo a Él.
Existe una gran diferencia entre tener la receta de alguna medicina y la medicina misma.
No obtenemos la medicina simplemente al estudiar la receta. No obstante, eso es lo que
están haciendo muchos cristianos hoy en día. En algunos casos, ni siquiera estudian la
receta correctamente. Por una parte, mi corazón se regocija por lo que el Señor nos ha
mostrado. Por otra, mi corazón se entristece por la situación entre los cristianos. ¿Quién
se interesa realmente por el Señor mismo? En realidad muy pocos se interesan en El,
aunque El está vivo y disponible.
¡Qué diferencia más grande existe entre la comprensión de este capítulo y la enseñanza
tradicional! Muchos de nosotros oímos enseñanzas acerca de Cristo como el maná
cuando estuvimos en la religión, pero ¿qué efecto tuvo esto sobre nosotros? Eso no
impidió que muchos se entregaran a los entretenimientos mundanos. Algunos han
recibido las enseñanzas superficiales acerca de no amar al mundo. Se les dijo que no
anhelaran los pepinos y el ajo de Egipto ¡Cuán superficial es esto! La verdad profunda
en Éxodo 16 es que Dios desea cambiar nuestra dieta. El punto crucial aquí no es el
hecho de amar o no al mundo; es saber si nuestra dieta ha sido cambiada. Existe una
diferencia enorme entre aprender a no amar al mundo y tener un cambio de dieta.
Al buscar al Señor para tener un nuevo comienzo y para el suministro del maná,
debemos ir a nuestro espíritu. No obstante, es fácil ejercitar la mente en lugar del
espíritu. Por ser ésta nuestra tendencia, debemos tomar la costumbre de tener contacto
con el Señor en la Palabra antes de ocuparnos de los asuntos del día. Después que nos
involucramos en tantas cosas, nos es más difícil ejercitar nuestro espíritu para tener
contacto con el Señor. La primera cosa que debemos hacer cada mañana es acudir al
Señor en la Palabra y alimentarnos de Él.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA Y SIETE
En el mensaje anterior, mencionamos que el maná descendía del cielo (16:4), que venía
con el rocío (16:13a-14; Nm. 11:9) y por la mañana (16:13a, 21). En este mensaje,
estudiaremos otras características del maná.
D. Menudo
Los materiales de construcción son muy grandes, pero el alimento debe ser lo
suficientemente pequeño como para entrar en nuestra boca. Los alimentos que
ingerimos deben ser pequeños para que los podamos comer. Si queremos comer un gran
pedazo de carne, primero debemos cortarlo en pedacitos.
En el transcurso de los siglos, pocos creyentes en el Señor han valorado adecuadamente
la importancia de la pequeñez del Señor. Muchos consideran los cuatro evangelios como
el relato de la vida de una gran persona. En realidad, los evangelios no recalcan la
grandeza de Cristo. Efectivamente, el Señor Jesús era descendiente de David,
descendiente de una familia real. No obstante, El nació en un pesebre, y El se crió en la
casa de un carpintero en una ciudad pequeña y menospreciada. Esto indica que el Señor
no exhibió Su grandeza. Al contrario, El prefería ser pequeño a los ojos del hombre.
En Juan 6, vemos que la muchedumbre deseaba entronar al Señor Jesús y hacerlo rey,
pero El huyó de esta exaltación. Al día siguiente, El regresó y se presentó como el pan de
vida (Jn. 6:35). El no quería ser rey; El deseaba ser alimento para que Su pueblo lo
recibiera como su suministro de vida. En lugar de ser grande, el Señor quería ser
pequeño a fin de ser nuestro alimento.
Las cosas en nuestra vida cristiana que no nos suministran vida; no son ni genuinas ni
normales; se oponen a la naturaleza del alimento. Según el Evangelio de Juan, la gente
intentaba exaltar al Señor Jesús, pero El siempre huyó de esta exaltación. En Juan 2, los
judíos vieron los milagros que realizaba el Señor Jesús. No obstante, El no les hizo caso.
El no confiaba en aquellos que quedaban impresionados por los milagros. En Juan 3,
Nicodemo vino al Señor de noche. El Señor, sin que se produjera ningún milagro, fue
vida para este hombre de una manera muy común, tranquila, escondida, pequeña y
silenciosa. Esta es la manera divina.
Aún nosotros en el recobro del Señor podemos aspirar a que sucedan grandes cosas. A
menudo este deseo le ha abierto la puerta a problemas. El deseo de grandeza siempre da
por resultado sufrimientos. Sin embargo, estos sufrimientos pueden ayudar a acabar con
este deseo.
Puesto que la Biblia no nos dice las dimensiones del maná, no sabemos cuán pequeño
era. Tanto en Su grandeza como en Su pequeñez, Cristo es inmensurable. La descripción
detallada del maná en las Escrituras incluye simplemente una palabra acerca de Su
pequeñez. El maná es pequeño para servir de alimento. Como el verdadero maná, Cristo
es lo suficientemente pequeño para que lo ingiramos, digiramos y asimilemos.
E. Fino
Otra característica del maná es su fineza (16:14a). El maná era muy fino y parejo. Por
naturaleza, somos groseros y desequilibrados. Aún teniendo virtudes como la bondad o
la humildad, podemos ser rudos y desequilibrados. En raras ocasiones, encontramos
una persona fina, constante, y equilibrada. Sin embargo, cuando tomamos al Señor
Jesús como nuestro alimento, disfrutamos Su palabra como nuestro suministro de vida,
somos equilibrados. Llegamos a ser finos y constantes.
F. Redondo
En Éxodo 16:14, vemos que el maná era redondo. Resulta difícil determinar si el maná
era redondo como una hojuela o como una pelota. Una hojuela es redonda por ser
circular, mientras que una pelota es redonda por ser esférica. La palabra hebrea parece
indicar que el maná era como una hojuela. Pero en otras partes vemos que el maná era
como una semilla de coriandro. Esto implica que el maná se parecía a una pelota.
El que el maná fuese redondo significa que Cristo es eterno, sin comienzo ni fin. Cristo
es el alimento eterno con una naturaleza eterna para la alimentación eterna ilimitada.
Todo aquel que lo coma tendrá vida eterna, con la naturaleza eterna y recibirá el
alimento eterno. Cuando comemos a Cristo, llegamos a ser personas eternas, que
transcienden el tiempo. Comer a Cristo nos saca del tiempo y nos introduce en la
eternidad. La vida que recibimos mediante la regeneración es una vida eterna con una
naturaleza eterna. Por haber recibido esta vida, hemos llegado a ser personas eternas.
En cierto sentido, ya somos eternos, aunque por supuesto todavía estamos en el tiempo.
Cuanto más comemos del Señor Jesús, más eternos llegamos a ser.
El maná redondo indica que Cristo es eterno, perfecto y completo. Con el maná, no
existe carencia. El Señor Jesús y Su palabra son perfectos y completos. Al comerlo a Él,
somos transformados. Cuanto más comemos al Señor Jesús y a Su palabra, más
llegamos a ser eternos, perfectos y completos. En esta dieta del maná celestial no existe
ningún defecto ni carencia.
G. Blanco
Éxodo 16:31 indica que el maná era blanco. Era limpio y puro, sin ninguna clase de
mezcla. Ningún alimento terrenal se puede comparar con éste. Todo lo que comemos
fuera de Cristo y Su palabra es una mezcla. Sólo Cristo y Su palabra son puros. Cuanto
más festejamos a Cristo y comemos de Su palabra, más somos purificados y salvos de
toda clase de mezcla.
Al comer a Cristo como nuestro maná, no sólo somos purificados y simplificados, sino
que también llegamos a ser blancos. Ser blanco significa ser sin mancha. Al
alimentarnos de Cristo, se eliminan las manchas dentro de nosotros. Podemos ser
buenos en ciertos aspectos, pero no somos blancos. Por ejemplo, nuestro amor y
humildad quizás tengan un color natural. En realidad, ninguna de nuestras virtudes
humanas es blanca. Cuanto más comamos a Cristo como nuestro suministro de vida,
más se elimina nuestro color natural, y más blancos llegamos a ser.
H. Como escarcha
El maná era también como escarcha (16:14). La escarcha se sitúa entre el rocío y la
nieve. Tanto el rocío como la escarcha refrescan. El rocío refresca, pero no mata los
gérmenes. No obstante, la escarcha sí mata gérmenes. Como el maná, Cristo no sólo nos
refresca sino que también mata las cosas negativas dentro de nosotros. Cuando
experimentamos a Cristo como el suministro de vida, somos regados y refrescados, y las
cosas negativas dentro de nosotros, tales como nuestra actitud negativa, son
terminadas. Experimentamos lo refrescante de la escarcha y también su aniquilamiento.
La escarcha es el mejor tipo de aire acondicionado, por lo cual también nos refresca. La
gente mundana está muy fatigada con su búsqueda de placeres pecaminosos y de
entretenimientos mundanos. Hoy en día muchos cristianos también tienen mucho calor,
tienen demasiada fiebre; necesitan enfriarse. Este es particularmente el caso de los
pentecostales o de los que pertenecen a movimientos carismáticos. Los que están
involucrados en el movimiento carismático necesitan comer el maná y experimentar la
escarcha. En realidad, todos necesitamos la experiencia de la escarcha. Por ser tan
eufóricos en ciertos asuntos, debemos enfriarnos y ser sobrios. Todos debemos
enfriarnos para ser refrescados correctamente. Al comer a Cristo y a Su palabra, somos
refrescados, enfriados por la escarcha.
En 16:31 y en Números 11:7, vemos que el maná será como una semilla de culantro. Esto
indica que como alimento, Cristo está lleno de vida. Cuando comemos a Cristo, El entra
en nosotros como una semilla. Comparada con el trigo o el maíz, la semilla de culantro
es muy pequeña. A pesar de ser muy pequeña, esta semilla está llena de vida, e introduce
el elemento de vida dentro de nuestro ser. Cristo es esta semilla que crece dentro de
nosotros.
En muchos casos, los que son salvos de una manera espectacular no siguen adelante con
el Señor. Pero los que se convierten de una manera aparentemente desapercibida siguen
firmes y absolutos en El. Así como las semillas de culantro crecen tranquilamente y sin
excitación, ellos crecen gradual y positivamente. En su experiencia no hay nada especial,
nada inhabitual, sino que la vida crece y se multiplica. Esta es la manera de disfrutar a
Cristo como una semilla de culantro, llena de vida.
J. Sólido
En la descripción de cómo el pueblo preparaba el maná se implica que éste era sólido;
ellos “lo molían en molinos y lo amasaban en morteros, y lo cocían en calderas” (Nm.
11:8). Para molerlo, amasarlo y cocerlo, el maná debía ser sólido. Quizás era tan duro
como ciertos tipos de granos.
Quizás se pregunte qué significa esto. Cuando yo era joven, pensaba que los hijos de
Israel sólo juntaban el maná, lo llevaban a sus tiendas y lo comían. Números 11:8 me
perturbó durante mucho tiempo. Comer el maná no es algo sencillo. Después de
recogerlo, debemos molerlo, amasarlo cocerlo, y hacer tortas con él. Muchos cristianos
leen la Biblia pero no reciben ningún alimento porque les falta molerlo, amasarlo y
cocinarlo. Cada día en nuestra experiencia debemos moler a Cristo, amasarlo y
cocinarlo. Nuestras experiencias son el molino, los morteros y las ollas para moler,
amasar y cocerlo a Él. Ciertas experiencias se parecen a los molinos, mientras que otras
se parecen a los morteros y las ollas. A través de distintas clases de circunstancias y
situaciones, la Biblia nos sirve de alimento. Podemos haber recogido maná pero quizás
no lo hayamos molido ni amasado ni cocido. Quizás tengamos solamente un maná crudo
que no se puede comer. Después de moler el maná, se hacen tortas con él. Para hacer
estas tortas, necesitamos de ciertas situaciones y circunstancias. También necesitamos a
otros santos con más experiencia para ayudarnos a moler, amasar y cocinar el maná. Sin
ese proceso, el maná todavía no es bueno para comer.
Aunque recojamos maná durante nuestro tiempo con el Señor por la mañana, este maná
todavía no está listo para comerse. No obstante, mediante nuestras experiencias en
distintas circunstancias, el maná es molido, amasado y cocido. Entonces está listo para
comerse.
En Números 11:7 dice que la apariencia del maná era como la del bedelio. Es difícil
traducir correctamente este versículo. Algunas versiones afirman que su color era como
el bedelio. Se consideran que el bedelio representa dos sustancias distintas, una de
resina blanca y transparente y otra de perla blanca. Las perlas producidas por la resina
de ciertos árboles se parecen mucho a las que producen las ostras. Cuando la resina de
ciertos árboles se endurece, forma unas pelotas que parecen perlas. En este versículo, la
palabra bedelio puede referirse a estas pelotas. Por lo tanto, a las dos sustancias se les
puede llamar perlas, una producida por las ostras y la otra por la secreción de la resina
de los árboles. Ambas clases de perlas son brillantes y transparentes.
Cuanto más comamos a Cristo, más ojos tendremos y más transparentes llegaremos a
ser. Las cuatro criaturas vivientes en Apocalipsis 4 están “llenas de ojos delante y detrás”
y “alrededor y por dentro están llenas de ojos” (vs 6, 8). Los ojos ayudan a que las cosas
vivientes reciban luz y visión. El hecho de que las cuatro criaturas vivientes están llenas
de ojos indica que ven perfectamente todos los aspectos.
Un ojo representa transparencia. Con la excepción de nuestros ojos, todo nuestro cuerpo
es opaco. Si no tenemos a Cristo, no tenemos ningún ojo, y somos totalmente opacos.
Cuando fuimos salvos, empezamos a ser transparentes. Ahora cuanto más disfrutamos a
Cristo como el maná celestial, más transparentes llegamos a ser. Cuando estamos con
los santos que disfrutan a Cristo como el alimento, sentimos que ellos son
transparentes. Como el maná, Cristo es transparente. Cuando lo comemos a Él, también
llegamos a ser transparentes.
El comer a Cristo produce más ojos en nosotros. Cuanto más comemos de Él y comemos
de Su palabra, más llegamos a ser criaturas vivientes llenos de ojos. A veces quisiera no
estar limitado a dos ojos físicos. Con más ojos podría ver muchísimo más. Si tuviéramos
más ojos espirituales, seríamos más brillantes y transparentes. La manera de conseguir
más ojos consiste en comer más de Cristo como el verdadero maná, con la apariencia del
bedelio, la apariencia de un ojo brillante y transparente. Cuando estemos en la Nueva
Jerusalén, todo nuestro ser será transparente, como la pared de la ciudad. Puesto que
esta pared es totalmente transparente, la gloria de Dios puede brillar a través de ella. Al
comer a Jesús, finalmente seremos transparentes en todo nuestro ser.
Números 11:8 declara que el sabor del maná “era como el sabor de aceite nuevo”, o de
“tortas de aceite”. El aceite representa al Espíritu Santo. Cuando comemos a Cristo
como nuestro maná, saboreamos al Espíritu de Dios. Aquí el aceite es nuevo. Cuando
disfrutamos a Cristo como el maná el Espíritu es siempre nuevo.
Éxodo 16:31 declara que “su sabor era como de hojuelas con miel”. La miel es dulce. La
miel es la mezcla de dos vidas: el producto de la vida animal y la vegetal. Las abejas que
producen la miel reciben su suministro de las flores, o sea, la vida vegetal. Como nuestro
maná, Cristo tiene el elemento de la vida animal con la vegetal. Esta mezcla es un
alimento dulce.
Hemos señalado que el sabor del maná se parece al aceite nuevo y también a las
hojuelas con miel. El sabor del aceite nuevo es aromático, mientras que el sabor de la
miel es dulce. El aroma y la dulzura son dos aspectos importantes del sabor. El sabor del
aceite representa el aroma, y el de la miel, dulzura. La comida sabrosa es siempre
aromática o dulce. Cristo sabe a aceite y a miel. El aceite está mezclado con las tortas, y
la miel con las hojuelas. Como nuestra comida, Cristo tiene el sabor del aceite y de la
miel.
Después de moler el maná, la gente hacía tortas con él (Nm. 11:8). Estas tortas tenían la
forma de un pan fino y eran nutritivas. Así como las tortas hechas con maná, Cristo es
muy nutritivo. La Biblia dice que Cristo es el pan que descendió del cielo (Jn. 3:41). El
que Cristo sea pan significa que El es comida rica y nutritiva. Este aspecto de Cristo
como maná es representado por las tortas. La diferencia entre el pan y las tortas es que
el pan es algo áspero mientras que las tortas son finas. ¡Alabado sea el Señor porque El
es una torta fina y llena de nutrientes!
O. Un misterio
El maná descendía del cielo y no pertenecía a la vieja creación, pero podía nutrir el
cuerpo físico del hombre. Para lograr esto, el maná debía contener ciertos alimentos y
minerales que formaban parte de la vieja creación. Esto muestra lo misterioso que era el
maná.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA Y OCHO
En este mensaje llegamos a un asunto muy profundo con respecto al maná: guardar un
gomer de maná en una vasija delante del Señor para las futuras generaciones (16:31-36).
El mandamiento de recoger esta porción de maná delante del Señor era algo extraño. En
ninguna otra parte de la Biblia leemos que Dios mandara a Su pueblo que reservara un
alimento delante de Él para las generaciones venideras. Pero después de que los hijos de
Israel empezaron a disfrutar el maná, Dios les mandó “tomar una vasija y poner en ella
un gomer de maná, y colocarlo delante de Jehová” (16:33). Más adelante, veremos que el
maná fue colocado en una vasija de oro (He. 9:4).
Ahora podemos entender por qué Dios mandó que se conservara una porción del maná
en una vasija de oro delante de Él. Esto indica que el Cristo que hemos comido, digerido
y asimilado es nuestro centro. ¿Cuál es el centro de su ser hoy en día? Decir que nuestro
centro es el maná sería usar un término del Antiguo Testamento. En la terminología
neotestamentaria, debemos contestar que el centro de nuestro ser es el Cristo que
hemos comido, digerido y asimilado. Puedo testificar con denuedo que el punto central
de mi ser es este Cristo.
El maná que se conservaba en la vasija fue preservado como recuerdo delante de Dios
para las generaciones venideras. Éxodo 16:32: dice: “Llenad un gomer de él, y guardadlo
para vuestros descendientes, a fin de que vean el pan que Yo os di a comer en el desierto,
cuando Yo os saqué de la tierra de Egipto”. Al considerar este relato desde la perspectiva
de nuestra experiencia, vemos que al participar de Cristo día tras día, también lo
preservamos. No obstante, muchos cristianos no preservan mucho de Cristo. Todos
debemos preservar a Cristo. Antes de llegar a la vida de iglesia, no preservaba mucho de
Cristo. Pero por la misericordia del Señor, puedo testificar que durante los últimos
treinta años, he preservado mucho de Cristo. En este asunto, estoy muy contento por los
jóvenes. Aún los jóvenes entre nosotros son bendecidos por preservar una buena
cantidad de Cristo. La cantidad de Cristo que preservamos depende de cuanto le
comemos. Cuanto más comemos de Cristo, más lo preservamos.
Hemos visto que la cantidad de maná recogida cada mañana siempre rendía un solo
gomer por cabeza. La cantidad de maná comido cada día también era un sólo gomer por
persona. Por mucho apetito o capacidad que tuviese una persona, sólo comía un gomer
de maná. Por otra parte, una persona cuyo apetito y capacidad eran pequeños también
comía un solo gomer.
El hecho de que se conservara un gomer de maná en la vasija indica que la cantidad que
se debía preservar era la misma que la cantidad que se recogía y que se comía. Esto
indica que no podemos guardar más de Cristo que lo que recogemos y comemos. Al
contrario, recogemos y comemos una cantidad, y preservamos esta misma cantidad.
Usando la terminología del Antiguo Testamento, lo que recogemos y comemos mide un
gomer y lo que preservamos también mide un gomer. No importa cuanto recojamos,
seguimos teniendo un solo gomer. Del mismo modo, por mucho que podamos comer,
seguimos comiendo un solo gomer.
A los hijos de Israel no se les permitía conservar el maná para el siguiente día. En Éxodo
16:19, Moisés dijo al pueblo: “Ninguno deje nada de ello para mañana”. No obstante,
“ellos no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron de ello para otro día, y crió
gusanos y hedió” (v. 20). Era necesario que los hijos de Israel comieran su porción de
maná cada día. Si intentaban conservarlo hasta el día siguiente, se podría. Esto indica
que guardar según el concepto natural no es algo bíblico.
En Mateo 6:34, el Señor Jesús nos exhorta a no preocuparnos por el día de mañana. Que
mañana sea mañana. No se preocupe por ello. Los que se preocupan por el día de
mañana intentan guardar lo más que pueden. Guardar de esta manera nunca sirve para
el día de hoy, sino siempre para mañana. No obstante, no deberíamos llevar una vida
para mañana. Tenemos solamente el día de hoy; no tenemos un mañana. Nadie puede
vivir mañana. Cada mañana simplemente debemos recoger el maná. No debemos ser ni
glotones ni perezosos, sino recoger el maná conforme a la Palabra de Dios. Dios nos pide
que recojamos el maná por la mañana, y que lo hagamos según Su voluntad. Luego
después de moler, amasar y hervir el maná, lo comemos ¡Cuánta paz y descanso trae
comer el maná de esta manera, día tras día! Llevamos una vida tranquila y de descanso
sin preocupaciones ni problemas. Cada día comemos nuestra porción cotidiana de maná
y vivimos un día a la vez.
El punto aquí es que Dios mandó al pueblo que conservara un solo gomer de maná, la
misma cantidad que recogían y que comían cada día. Esto indica que la cantidad de
Cristo que comemos es la cantidad que podemos guardar. Dios no nos pide que
guardemos otra clase de alimento delante de Él. Pero El sí nos exige que guardemos una
cantidad de Cristo que equivale a la cantidad que hemos comido de Él.
A. Cristo es el elemento
que reconstituye al pueblo de Dios
El hecho de que el Cristo que comemos es el que guardamos indica que todo lo que
comemos de Él será un recuerdo en las generaciones futuras. Sólo el Cristo que hemos
comido y experimentado es digno de ser recordado. El Cristo que disfrutamos será una
conmemoración eterna, porque éste llega a ser nuestra misma constitución. En realidad,
es el elemento reconstituyente para el pueblo de Dios, el elemento que nos reconstituye.
Nada de lo que somos, tenemos, ni podemos hacer es digno de ser recordado. Sólo el
Cristo que se ha convertido en nuestra constitución es digno de ser un recuerdo eterno.
Lo que recordemos en la eternidad no será otra cosa que Cristo. Generación tras
generación, Cristo será nuestro recuerdo.
Algunos cristianos en la eternidad, tal vez no tendrán mucho Cristo que recordar. Por no
haber comido mucho de Cristo hoy en día, no tendrán mucho de Él que recordar en la
eternidad. Sin embargo, si somos rectos delante del Señor día tras día, y lo comemos
continuamente, tendremos mucho que decir acerca de Él en la eternidad. Recordaremos
los tiempos maravillosos que pasamos en la vida de iglesia comiendo y disfrutando a
Cristo. Todo lo que disfrutamos de Cristo en la iglesia hoy llegará a ser un recuerdo
eterno. Este recuerdo será preservado en la presencia de Dios, aún en su mismo ser.
Conforme a la Biblia este recuerdo del maná indica que como el verdadero maná, Cristo
es la fuente del suministro para la morada de Dios. Cristo es el suministro celestial para
el pueblo de Dios, para ser Su morada en la tierra. En un próximo mensaje, veremos que
con este maná como su suministro, los hijos de Israel construyeron el tabernáculo. El
tabernáculo simbolizaba a los hijos de Israel, los cuales eran la verdadera morada de
Dios, al ser suministrados con maná y reconstituidos con El. En este sentido, el
suministro del maná llegó a ser el tabernáculo.
Lo que recordemos acerca de Cristo en la eternidad tendrá dos aspectos: el aspecto del
disfrute de Cristo como nuestro elemento reconstituyente y el de Cristo como el
suministro para hacer de nosotros la morada de Dios en el universo. Estos dos aspectos
se relacionan claramente con nuestra experiencia en el recobro del Señor hoy. Al tomar
a Cristo como nuestro suministro de vida, en cada reunión le disfrutamos como nuestro
constituyente, y edificamos la morada de Dios. Estos aspectos de nuestra experiencia de
Cristo llegarán a ser un recuerdo por la eternidad. No se imagine que cuando estemos en
la eternidad, no recordaremos nuestra experiencia actual. Al contrario, recordaremos
cómo hemos disfrutado de Cristo y cómo lo hemos tomado a Él, nuestro suministro,
para convertirnos en la morada de Dios. Este es el maná que se guarda como recuerdo
delante de Dios.
V. EL MANA ESCONDIDO
Anteriormente hemos señalado que el maná visible era el maná que los hijos de Israel
recogían cada mañana, el maná público. No obstante, el gomer de maná colocado en la
vasija y conservado dentro del arca en el Lugar Santísimo estaba escondido. Este maná
no era para la congregación de una manera pública. No obstante, desde el punto de vista
de nuestra experiencia, también es posible decir que el maná visible es maná que no se
ha comido, mientras que el maná escondido se refiere al maná que hemos comido,
digerido y asimilado. Cuando comemos el maná, éste se convierte espontáneamente en
el maná escondido.
Debemos recordar que somos idénticos al tabernáculo del Antiguo Testamento. Nuestro
espíritu es el Lugar Santísimo. En nuestro espíritu, tenemos a Cristo como el arca de
Dios. El maná que no comemos queda visible, debajo del cielo. Pero el maná que
comemos se esconde dentro de nosotros. Muchos cristianos sólo conocen el maná
visible. Por no comer a Cristo como su maná, no tienen el maná escondido. Para los que
comemos el maná cada día, el maná visible se hace el maná escondido.
A. Un gomer es la décima parte de un efa
Hemos señalado que el maná conservado como recuerdo medía un gomer. Éxodo 16:36
dice: “Y un gomer es la décima de un efa”. Si usted lee Números 18:26-30, verá que la
décima parte denota una porción especial que era reservada para el sacerdocio. Esto
indica que el maná escondido no está destinado a la congregación en general, sino a los
sacerdotes que servían de forma particular. Si como los hijos de Dios no comemos el
maná, sólo tendremos maná visible, y no maná escondido. Sin el maná escondido, no
podremos funcionar como sacerdotes. Al contrario, seremos simplemente el público en
general, una parte de la congregación. Pero si comemos el maná, lo digerimos y lo
asimilamos, tendremos maná escondido. Espontáneamente, el maná que comemos
causa la transformación que nos traslada de la congregación general al sacerdocio.
Cuando los santos no funcionan en la vida de iglesia, no viven como sacerdotes. Por no
haber comido maná, simplemente forman parte de la congregación. Sin embargo, si
usted come del maná visible, éste se convertirá en el maná escondido que le permite
funcionar en la vida de iglesia. Por tanto, cuanto más come de Cristo, más ejercerá su
función. De esta manera, usted llegará a ser un sacerdote en realidad y en la práctica.
Antes usted simplemente formaba parte de la congregación en general; ahora es un
sacerdote que funciona. Antes estaba fuera del tabernáculo; ahora vive en el Lugar
Santísimo. Comer el maná verdaderamente hace la diferencia. El maná nos hace otra
clase de persona. Si no comemos el maná, estaremos simplemente entre la
congregación. Pero si lo comemos, seremos transformados en sacerdotes con el maná
escondido como nuestra porción específica. El Cristo que disfrutamos y
experimentamos espontáneamente llega a ser nuestra porción específica. El es el maná
escondido dentro de nosotros.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE TREINTA Y NUEVE
LA DIETA CELESTIAL: EL MANA
(5)
En Éxodo 16:33, vemos que se colocaba un gomer de maná en una vasija y se presentaba
delante del Señor para ser recordado por las generaciones futuras. Hebreos 9:4 habla de
“la urna de oro que contenía el maná”. Por tanto, el maná escondido estaba en una urna
de oro. El maná escondido en la urna de oro significa que nuestra vida está escondida
con Cristo en Dios. En Colosenses 3:3, Pablo nos dice que nuestra “vida está escondida
con Cristo en Dios”. El Cristo escondido en Dios es el maná escondido en la urna.
La urna de oro con el maná escondido se encontraba dentro del arca del testimonio en el
Lugar Santísimo (He 9:3-4). La mayoría de nosotros nos damos cuenta de que el arca
tipifica a Cristo. Cristo como el maná está preservado en la naturaleza divina, y la
naturaleza divina está en Cristo tipificado por el arca. Este Cristo está en nuestro
espíritu, el cual es el Lugar Santísimo en nuestra experiencia.
Una vez más vemos que esto es difícil de entender doctrinalmente. No obstante, si
aplicamos este cuadro del maná, de la urna de oro, y del arca a nuestra experiencia
espiritual, podremos entenderlo. Todos podemos testificar que ciertamente hemos
disfrutado a Cristo. También hemos visto que el Cristo que disfrutamos se convierte en
el Cristo que preservamos. Disfrutamos de un solo gomer de maná, y también lo
preservamos. El Cristo que disfrutamos está preservado en la naturaleza divina que se
encuentra en nosotros. Esta naturaleza divina está completamente en Cristo, la realidad
del arca. Además, Cristo está en nuestro espíritu. Al permanecer en el espíritu, tomamos
contacto con Cristo. En el Cristo que contactamos se halla la naturaleza divina que
preserva el Cristo que disfrutamos como el maná escondido.
Nuestro espíritu está destinado a la iglesia, está en la iglesia y con la iglesia. La iglesia no
se compone de nuestro cuerpo y alma, sino de nuestro espíritu. Efesios 2:22 declara que
la morada de Dios está en nuestro espíritu. Aún podemos afirmar que nuestro espíritu
mezclado con el Espíritu divino es la iglesia. Cuando disfrutamos a Cristo, preservamos
la naturaleza divina que está en Cristo, quien a su vez está en nuestro espíritu. Puesto
que nuestro espíritu es para la iglesia, con la iglesia, y en la iglesia, en experiencia,
somos en realidad el tabernáculo de Dios hoy.
En Éxodo 16:34 vemos que Aarón presentó la urna con un gomer de maná “delante del
testimonio para guardarlo”. Algunos traductores de la Biblia consideran que este
testimonio se refiere al arca. Nosotros nos oponemos firmemente a esta interpretación.
En el Antiguo Testamento, el testimonio no se refiere al arca, sino a la ley de Dios, los
Diez Mandamientos. El arca era llamada el arca del testimonio porque las dos tablas de
la ley estaban colocadas dentro del arca. Además, el tabernáculo fue llamado el
tabernáculo del testimonio porque contenía el testimonio que estaba dentro del arca.
Por consiguiente, el arca era el arca del testimonio, y el tabernáculo, el tabernáculo del
testimonio. Dentro del arca, en el tabernáculo, se hallaba el testimonio de Dios, la ley. Si
decimos que el testimonio mencionado en Éxodo 16:34 se refiere al arca, entonces la
urna de oro con el maná escondido debe haber estado fuera del arca, pues este versículo
afirma que la urna estaba colocada delante del testimonio. Pero al leer las Escrituras
detenidamente, veremos que la urna de oro se encontraba dentro del arca junto con “la
vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto” (He 9:4). La urna de oro debe haber
estado directamente en frente de las dos tablas dentro del arca.
Este cuadro de la urna de oro delante de las tablas del testimonio indica que el maná
escondido en la urna corresponde a los Diez Mandamientos. Esto significa que el maná
corresponde a la ley de Dios. El maná contenido en la naturaleza de Dios corresponde
con el testimonio de Dios, el cual describe la naturaleza de Dios y testifica de ella. La ley
es un testimonio de lo que es Dios. Como hemos mencionado muchas veces, la ley
testifica que Dios es santo y justo, y que El es luz y amor. Estos cuatro atributos son los
principales aspectos de la descripción de la naturaleza de Dios proporcionados por la
ley. La naturaleza de Dios es santa y justa y Dios mismo es luz y amor. Los Diez
Mandamientos describen estos atributos y testifican de ellos. El hecho de que el maná
escondido en la urna de oro esté colocado delante del testimonio indica que el maná
corresponde al testimonio de Dios y satisface sus requisitos.
Las tablas del pacto en el arca indican que el testimonio de Dios está en Cristo. Este
testimonio nos exige y requiere de nosotros ciertas cosas. Por nosotros mismos, no
podemos cumplir estas exigencias y requisitos, pues no tenemos nada dentro de
nosotros que corresponda con el testimonio de Dios. Sin embargo, cuando tomamos a
Cristo dentro de nosotros como nuestro alimento y como nuestro suministro de vida, el
Cristo escondido, Cristo como el maná escondido, nos pone a la par del testimonio de
Dios.
Vimos que según Éxodo 16:34, la urna con el maná fue puesta “delante del testimonio”.
Muchas versiones ponen la palabra testimonio con mayúscula. Si el testimonio denota el
arca, entonces la urna de oro con el maná escondido estaban fuera del arca. Pero
Hebreos 9:4 afirma claramente que la urna de oro con el maná estaban en el arca. Por
consiguiente, el testimonio en 16:34 no debe referirse al arca, sino a las tablas de la ley
que estaban en el arca. ¡Cuán significativo es esto cuando lo vemos a la luz de nuestra
experiencia! El Cristo que disfrutamos ahora no está fuera de nosotros, correspondiendo
a la ley de Dios. Por el contrario, está dentro de nosotros. Además, este Cristo interior
corresponde a la ley que también está dentro de nosotros. Alabado sea el Señor por la
ley de vida dentro de nosotros. Esta ley pone exigencias, pero tenemos a Cristo como el
maná interior y escondido para corresponder al testimonio de Dios y satisfacer Sus
requisitos. El Cristo que comemos y asimilamos nos hace coincidir con la ley interna de
vida. Por consiguiente, tenemos tres puntos cruciales: el alimento, el testimonio, y la
correspondencia del alimento con el testimonio. ¡Aleluya por el maná escondido en la
naturaleza divina, que corresponde con las exigencias de la ley interna de vida! Debido a
esta correspondencia maravillosa, podemos ser liberados de todo esfuerzo, lucha y
combate interno. Podemos estar en paz. Por una parte, tenemos la ley con sus
exigencias; por otra parte, tenemos a Cristo como nuestro suministro de vida que
corresponde a la ley. Como resultado, podemos estar en paz.
En este punto, debemos recordar que esta experiencia está relacionada con la iglesia y se
produce en ella misma. Ya vimos que la iglesia es el tabernáculo actual. Dentro de la
iglesia como tabernáculo de Dios, morada de Dios, tenemos tres asuntos internos: el
maná escondido, el testimonio y la paz correspondiente. Al experimentar estas cosas en
el tabernáculo, servimos a Dios, y El acepta nuestro servicio. Además, éste es el lugar del
hablar de Dios, el lugar de Su oráculo.
Los diferentes aspectos de la experiencia del maná escondido van más allá de lo que
puede decir el hombre. Es mejor no hablar demasiado al respecto. Es suficiente tener un
mapa que nos guíe en nuestra experiencia espiritual. Al leer este mapa, entenderemos
nuestra experiencia y sabremos dónde estamos en cuanto al maná escondido.
Según Apocalipsis 2:17, el maná escondido está destinado a los vencedores. El maná
visible servía para el disfrute público del pueblo de Dios; el maná escondido es una
porción especial reservada a los buscadores vencedores que vencen la degradación de la
iglesia mundana. Mientras la iglesia sigue el camino del mundo, estos vencedores siguen
adelante y moran en la presencia de Dios en el Lugar Santísimo, donde disfrutan del
Cristo escondido como porción especial para su suministro cotidiano.
El Antiguo Testamento enseña que los hijos de Israel comieron del maná en el desierto
por un período de cuarenta años. Pero mil seiscientos años más tarde el Señor habló a la
iglesia en Pérgamo, y a las siete iglesias en Asia acerca del maná escondido. Después de
todos estos siglos, el Señor trajo a Su pueblo de nuevo al maná. La intención de Dios es
que todas las iglesias coman del maná. No obstante, en las iglesias no debemos comer
simplemente del maná visible, sino también del maná escondido, que nos hace
sacerdotes y vencedores.
Al comer del maná escondido, recibiremos una piedra blanca (Ap. 2:17). En la Biblia,
una piedra representa el material de edificación. Si comemos del maná escondido, nos
convertiremos en sacerdotes y en vencedores. Finalmente, el maná escondido nos
transformará en piedras para la edificación de la morada de Dios.
En la actualidad muchos cristianos buscan milagros sin darse cuenta de que todos estos
puntos relacionados con el maná son milagros genuinos. Mientras muchos buscan
milagros superficiales, nosotros disfrutamos de milagros más profundos que se
encuentran en el maná. Día tras día comemos a Cristo y le disfrutamos. ¿No es esto un
milagro? Si el hecho de que los hijos de Israel comieran del maná era un milagro,
ciertamente el hecho de que comamos a Cristo hoy también lo es. En cuanto al maná,
hay milagro sobre milagro.
Aún la cantidad de nuestra porción cotidiana de maná es algo milagroso. Por muy
diligentes y aún glotones que seamos al recoger el maná, al fin y al cabo sólo comeremos
un gomer. Tomar conciencia de eso nos dará paz y hará que vivamos un día a la vez. No
intente guardar maná para el día de mañana. Por el contrario, viva por la provisión
milagrosa del Señor hoy. Lo que disfrutamos de Cristo será lo que es preservado con
Cristo en la naturaleza divina. Eso se produce totalmente en nuestro espíritu y está
relacionado con la iglesia. El Cristo que disfrutamos en la iglesia está escondido en Dios
y preservado en la naturaleza de Dios. La medida de Cristo que preservamos en la urna
de oro está en el arca y corresponde con la ley de Dios. Todo eso se encuentra en el
Lugar Santísimo, que está en el tabernáculo.
Los glotones tienden a almacenar maná para el día de mañana, pero lo que guarden no
los llenará; por el contrario, criará gusanos. No obstante, es extraño que el gomer del
maná preservado en la urna de oro no se eche a perder ni se pudra, sino que permanece
para siempre.
En Éxodo 16:21, vemos también que cuando el sol calentaba, el maná se derretía. Por
una parte, el maná podía ser molido, amasado y cocido. Por otra parte, se derretía
cuando quedaba expuesto al sol caliente. No obstante, el gomer del maná preservado en
la urna de oro no se derretía. Esta es una indicación adicional de la naturaleza milagrosa
de la provisión del maná.
La intención de Dios consiste en darnos a cada uno de nosotros un gomer de maná, sin
importar si recogemos más o menos. La cantidad de maná que recibimos depende de
Dios y no de nosotros. La medida está en Su mano. Además, con respecto al maná, de
todos modos sólo podemos comer un gomer. Esto indica que la cantidad de maná que
comemos no se conforma a nuestro apetito, sino al arreglo del Señor.
Cuando algunos oigan que recoger y comer el maná depende de Dios, y no de nosotros,
dirán: “No tenemos ninguna razón de salir para recoger el maná. Ya sea que lo
recojamos o no, el Señor tendrá misericordia de nosotros”. No obstante, si ésta es
nuestra actitud, el Señor no tendrá misericordia de nosotros. Debemos poner de nuestra
parte para recoger el maná. El se encarga de lo demás. Por mucho que recojamos,
recibiremos un solo gomer. Del mismo modo, por mucho que podamos comer,
finalmente comeremos un solo gomer. No piense que al comer con glotonería, usted
obtendrá más maná.
Todos los diferentes aspectos del maná son milagrosos. La historia del maná enviado
por Dios es un milagro que no puede ser explicado por nuestra comprensión natural. En
el sexto día, los hijos de Israel recogían doble porción a fin de tener un suministro para
el sábado. En este caso, la porción extra no criaba gusanos. Ciertamente eso es conforme
a Dios. Además, hemos visto que el maná en la urna de oro no se echaba a perder ni se
derretía. Esto revela que la experiencia del maná no se conforma a la regulación del
hombre. Dios es Aquel que determina cómo el maná debe ser recogido, comido, y
preservado. Si intentamos almacenar el maná, criará gusanos. Pero si Dios nos pide
recoger una porción extra, el maná permanecerá fresco. Luego, si Dios requiere que
preservemos un gomer en una urna de oro, esta porción de maná durará para siempre.
Podemos ser glotones aún en nuestra búsqueda del Señor. Eso le pasa particularmente a
los jóvenes, pues no les gusta sentirse limitados. No obstante, los glotones deben ser
disciplinados por Dios. Podemos recoger mucha cantidad de maná, pero Dios nos
regulará y nos reducirá a la medida apropiada. No obstante, eso no implica que debemos
ser perezosos. Además, no debemos intentar equilibrarnos o medirnos a nosotros
mismos. Debemos simplemente permitir que la medida celestial nos equilibre. Por muy
glotones que seamos al recoger el maná, finalmente seremos como los demás, y no
recibiremos más de lo que ellos reciben. Intentar ajustarnos a nosotros mismos no
funciona. Los glotones nunca serán perezosos y los perezosos nunca serán glotones.
Tratar de cambiarnos a nosotros mismos no es más que un esfuerzo religioso. Debemos
buscar simplemente al Señor. Lo que recibimos de Él será un milagro conforme a Su
misericordia. Por mucho maná que recojamos, después de que el maná haya sido
medido, cada cual tendrá solo un gomer.
Cuando algunos escuchan que por más o menos que recojan, recibirán un gomer de
maná, puede que digan: “entonces no debemos intentar hacer nada”. Si es posible que
usted deje todo lo que está haciendo, le animo a dejar su actividad. No obstante, en
realidad todo depende del Señor.
El punto acerca del hecho de que Dios nos equilibra quizá no haya quedado muy claro
para todos los santos. El maná mismo es un milagro, y todo lo que le concierne también
es un milagro. Todo lo relacionado con el maná es milagroso. La manera en que era
enviado y la manera de equilibrar según la medida celestial también son algo milagroso.
Nos resulta difícil entender por qué, después de recoger tanto maná, sólo recibimos un
gomer. En el mismo principio, resulta difícil también entender por qué los que recogen
menos de un gomer también reciben un gomer. Todo es milagroso.
La Biblia no nos dice que el maná se derretía después de que los hijos de Israel lo
llevaban a sus tiendas. No obstante, si quedaba al aire libre, se derretía cuando el sol
calentaba. Quizá la temperatura en las tiendas era más elevada que afuera, pero no se
derretía en ellas. Eso demuestra que la experiencia del maná no se conforma al concepto
natural ni científico. Además, tampoco se conforma al arreglo humano. Los hijos de
Israel tuvieron que recoger, disfrutar y guardar el maná conforme a Dios y conforme a
Sus regulaciones. Pasa lo mismo con nosotros acerca de la experiencia de Cristo como
nuestro suministro de vida.
Si usted no cree que tomar a Cristo es un milagro, le preguntaría por qué entre los
muchos cristianos de hoy usted tiene hambre de Cristo y muchos otros no. ¿No es eso un
milagro? ¿por qué toma usted a Cristo cuando otros no tienen ningún apetito por El?
Entre los miembros de una misma familia, algunos tienen un corazón para Cristo y otros
son indiferentes a Él. Un grupo de cristianos oirá los mismos mensajes y recibirá la
misma verdad espiritual, pero algunos buscarán al Señor y otros no. Esta es otro indicio
de que el hecho de tomar a Cristo por parte nuestra es algo milagroso.
Si nos preguntaran dónde está el maná escondido hoy en día, no debemos decir
simplemente que está en nuestro espíritu. Debemos seguir adelante y afirmar que el
maná escondido está en la urna de oro, que la misma está en el arca, la cual se encuentra
en el Lugar Santísimo. Este es un cuadro de nuestro disfrute de Cristo.
La Biblia es un libro maravilloso. Después de que los hijos de Israel empezaran a comer
del maná, Dios les mandó que preservaran un gomer de maná en una urna de oro y que
colocaran esta urna en el arca del testimonio. Aquí la intención de Dios consiste en
describir nuestra experiencia de Cristo. Algunos maestros cristianos no interpretan el
cuadro de esta manera, porque su visión de las cosas es objetiva. Según ellos, el Lugar
Santísimo se refiere a los cielos. Si la interpretación de ellos es la correcta, entonces la
urna de oro conteniendo el maná escondido está muy lejos de nosotros. Esta
interpretación cubre solamente el aspecto celestial, y no la experiencia espiritual. Para
cuidar el aspecto de la experiencia, debemos interpretar el cuadro de manera subjetiva.
Según este punto de vista, el Lugar Santísimo se refiere a nuestro espíritu. ¿Dónde está
el maná escondido hoy? Está en la naturaleza divina dentro de nuestro espíritu. Si
tenemos la experiencia genuina de Cristo, apreciaremos a Cristo y le disfrutaremos en la
naturaleza divina dentro de nuestro espíritu.
No debemos seguir a los maestros bíblicos que interpretan este cuadro solamente de
una manera objetiva. Debemos entender este cuadro subjetivamente, conforme a
nuestra experiencia. Si lo vemos así, veremos que somos el tabernáculo y que el
contenido del tabernáculo está dentro de nosotros. El arca y el testimonio, la ley de vida,
se encuentran dentro de nosotros. Además, la urna de oro con el maná están en nosotros
como conmemoración por la eternidad.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA
Después de crear al hombre, Dios lo puso en un jardín con el árbol de la vida y un río
que fluía. El árbol de la vida corresponde al maná, el cual satisface el hambre del
hombre, y el río que fluye corresponde al agua viva, que satisface su sed. En Génesis 2, el
árbol de la vida se menciona antes del río. Pero en Apocalipsis 22, el río de aguas de vida
se menciona antes del árbol de la vida. Según Apocalipsis 22:1 y 2, el árbol de la vida
crece en el río. ¿Por qué Génesis habla primeramente del árbol de la vida y luego del río,
mientras que en Apocalipsis 22 se invierte el orden? En la primera etapa, el árbol de la
vida y le sigue el río, pero en la etapa siguiente, el árbol de la vida crece en el río que
fluye.
Es significativo que los hijos de Israel tuvieran la experiencia del agua viva mencionada
en el capítulo diecisiete después de empezar a comer el maná. Inmediatamente después
de empezar a tomar del maná, fueron llevados a un lugar donde no había suministro de
agua. Esto no fue nada accidental, y esta secuencia de acontecimientos se produjo
conforme al arreglo soberano de Dios. Esta secuencia forma parte del cuadro apropiado
y completo de la plena salvación de Dios presentada en Éxodo. Como lo hemos señalado
repetidamente, Éxodo es un libro de cuadros que describe la salvación de Dios. Al
considerar estos cuadros, debemos adorar a Dios por Su soberanía. En Su obra
creadora, El hizo los preparativos necesarios. Luego, a su debido tiempo, El condujo a
Su pueblo a un lugar donde les esperaba la peña.
En Éxodo 17:1, leemos que los hijos de Israel viajaron conforme al mandato del Señor.
No conforme a su propia opinión ni elección. El mandamiento del Señor ciertamente
está relacionado con la columna de nube y la columna de fuego, que guiaban al pueblo
en sus viajes. La columna representa al Señor mismo, quien tomó la delantera y guió los
pasos del pueblo. Dios no necesitaba decirle al pueblo el momento en que debían irse y a
dónde debían ir. Ellos simplemente tenían que seguir la columna. Día y noche, una
columna alta permanecía entre el cielo y la tierra. De día, la columna parecía una nube;
de noche parecía de fuego. En Éxodo 13:22 dice que el Señor “nunca apartó de delante
del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego”. Según Números
9:17 y 18 “cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían. Y el lugar
donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel. Al mandato de Jehová, los
hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban. Todos esos días que la nube
estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados”. Esto indica que el mandamiento
del Señor está relacionado con la columna de nube y la columna de fuego. Cuando la
columna se movía, de día o de noche, los hijos de Israel viajaban. Por tanto, mediante la
columna, Dios dirigía en silencio a Su pueblo en sus viajes.
Al dejar el lugar donde comieron maná por primera vez, los hijos de Israel seguían
simplemente la dirección del Señor. No se movieron conforme a su preferencia, y no
sabían adónde iban a ir. Sólo siguieron la columna que los conducía a un lugar seco, un
lugar donde no había ningún suplir de agua, pero donde estaba una peña enorme. Aquí
en este lugar, el pueblo de Dios experimentaría Su salvación.
SIETE EXPERIENCIAS EXTRAORDINARIAS
Cuando los hijos de Israel estaban en Egipto, vieron el poder majestuoso de Dios
exhibido en las plagas que caían sobre los egipcios de manera milagrosa por
intervención divina. Además, experimentaron la Pascua y el éxodo, a través de los cuales
fueron liberados de la tiranía de faraón. Después de emprender su éxodo fuera de
Egipto, cruzaron el mar Rojo. Según Éxodo 14:22 “los hijos de Israel entraron por en
medio del mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda”.
Luego, en Mara, el pueblo de Dios experimentó el cambio de las aguas amargas en aguas
dulces. Pasando de Mara a Elim, experimentaron las setenta palmeras que crecen y las
doce fuentes de agua que fluyen. Después de eso, en el capítulo dieciséis, tomaron del
maná como la provisión del Señor. En un corto periodo de tiempo, los hijos de Israel
tuvieron siete experiencias extraordinarias: las plagas en Egipto, la Pascua, el éxodo, el
cruce del mar Rojo, el cambio de agua amarga en dulce, las setenta palmeras y las doce
fuentes y el maná celestial. Si consideramos nuestra historia espiritual, nos daremos
cuenta de que nosotros también hemos tenido estas experiencias fundamentales.
Después de la séptima experiencia, la del maná celestial, la columna condujo a los hijos
de Israel hacia otra experiencia; la experiencia del agua viva. Esto indica que aún
después de haber experimentado a Cristo como nuestro maná, todavía debemos
experimentarlo como nuestra agua viva. Tanto en la vida espiritual como en la física,
debemos de comer y beber. No podemos vivir sin beber. La sed es algo más importante
que el hambre, pues una persona se puede morir de sed antes que morir de hambre. Al
comer nuestros alimentos, necesitamos algo de beber. También debemos beber muchas
veces durante el día. Debemos comer y beber, pero lo segundo es más importante que lo
primero. Por lo tanto, en cierto sentido, el agua viva que fluye de la peña golpeada es
más crucial que el maná.
Hay una diferencia importante entre el maná y el agua de la peña: el maná no presenta
un cuadro tan claro de la muerte de Cristo como lo hace el agua. No obstante, eso no
significa que la muerte de Cristo no está presente en la experiencia del maná. En el
capítulo dieciséis, vemos que el maná era molido y amasado. El moler y el amasar
describen la muerte de Cristo. Para ser nuestro alimento, Cristo debía padecer la
muerte. Pero este cuadro de la muerte de Cristo no es tan claro como el golpear la peña
para liberar el fluir del agua viva. El golpear la peña es un cuadro claro, completo, de la
crucifixión de Cristo.
Es bastante fácil moler una semilla de coriandro, pero es difícil golpear una peña a fin de
abrirla. Una cosa es golpear maná en un mortero, pero otra muy distinta es hacer que
una peña enorme se abra. El Señor le pidió a Moisés que usara su vara para “golpear la
peña, y sacar agua de ella, para que el pueblo beba de ella” (17:6). Debemos prestar
atención especial al hecho de que la peña fue golpeada por la vara de Moisés. En
tipología, Moisés representa a la ley y la vara representa el poder y la autoridad de la ley.
Por supuesto, la peña representa a Cristo. Golpear la peña con la vara significa que
Cristo fue golpeado por la autoridad de la ley de Dios. A los ojos de Dios, el Señor Jesús
fue crucificado, no por los judíos, sino por la ley de Dios. Durante las primeras tres
horas de Su crucifixión, Cristo sufrió bajo la mano del hombre. Pero durante las últimas
tres horas, Cristo sufrió porque fue golpeado por el poder de la ley de Dios.
LA PEÑA Y EL ESPIRITU
En muchos versículos vemos que Dios es nuestra roca. Deuteronomio 32:18 se refiere a
Dios como la roca que nos engendró. Esto indica que como roca nuestra, Dios es nuestro
Padre. Esta roca es una roca que engendra, que está llena de vida. En Segunda de
Samuel 22:47 y Salmos 95:1, vemos que Dios es la roca de nuestra salvación. Además,
esta roca es nuestra fortaleza (Sal. 62:7) y nuestro refugio (Sal. 94:22). Esta roca es
nuestro escondite, nuestra protección, cobertura y salvaguarda. Isaías 32:2 habla del
Señor como la “sombra de un gran peñasco en tierra calurosa”. Cuando tenemos calor,
podemos descansar debajo de la sombra de esta roca y ser refrescados. Esta roca, que
esperaba al pueblo de Dios en un lugar seco, fue golpeada para que el pueblo tenga agua
viva para beber.
El agua que salió de la peña golpeada tipifica el Espíritu. Juan 7:37 y 38 dice: “En el
último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz diciendo: si alguno tiene
sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán
ríos de agua viva”. Esta palabra fue pronunciada el último día de la fiesta de los
tabernáculos. Juan 7:39 continúa y dice: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los
que creyesen en El”. Esto indica claramente que el agua que fluye representa el Espíritu.
Hace muchos años leí un artículo que afirmaba que en la Jerusalén antigua, cuando los
israelitas celebraban la Fiesta de los tabernáculos, levantaban una peña. Según este
artículo, sobre la roca fluían aguas recordando que los antepasados de los judíos se
habían quedado en el desierto y habían bebido de las aguas que fluían de la peña
golpeada. Cerca de la peña estaban también tiendas mostrando que los antepasados
vivieron en tiendas y se quedaron en el desierto, pero que tenían la peña golpeada con el
agua viva para satisfacer su sed. Este cuadro pudiera haber constituido literalmente el
trasfondo de la época en que el Señor se paró y llamó a los sedientos a venir a Él y a
beber.
Vemos otra diferencia en el agua que fluye en Juan 34. Aquí vemos que después de que
el Señor murió en la cruz “uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al
instante salió sangre y agua”. Esto fue prefigurado por el agua que fluía de la peña
golpeada.
Pablo habla del agua de la peña golpeada en Primera de Corintios 10:4, donde El declara
que los hijos de Israel “bebieron todos la misma bebida espiritual; porque bebían de la
roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo”. Pablo nos declara con denuedo que la
roca seguía al pueblo de Dios en su viaje por el desierto. Cuando los hijos de Israel
viajaban, la peña los acompañaba.
He empleado mucho tiempo buscando la base sobre la cual Pablo se apoyó para afirmar
que la peña acompañaba a los hijos de Israel por el desierto. Todo lo que pude encontrar
es una ayuda en Éxodo 17 y Números 20. En Éxodo 17, la peña estaba en un solo lugar,
hacia el sur por el desierto de Sin. Pero en Números 20, la peña estaba en Kadesh, hacia
el norte, por el desierto de Sin. Puesto que hubo contienda en ambos lugares, se usó el
mismo nombre “Meribah” en ambas ocasiones. La peña golpeada en el sur finalmente
apareció con los hijos de Israel en el norte. Además, el relato de Números 20 describe un
incidente que se produjo aproximadamente treinta y ocho años más tarde y que está
relatado en Éxodo 17. Basándose en estos hechos, Pablo pudo afirmar que la peña seguía
a los hijos de Israel.
LA COMPRENSION ADECUADA
Hemos señalado que esta roca engendra y es también nuestra salvación, refugio,
fortaleza, descanso y frescura. Esta roca es en realidad todo para nosotros. Mediante la
encarnación, Cristo vino a la tierra como la roca. En el calvario, el lugar designado, El
fue crucificado, golpeado por la ley de Dios con su poder y autoridad. Su costado fue
abierto, y brotó agua viva. Esta agua viva es el Espíritu, el resultado final del Dios
Triuno.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA Y UNO
Cuando los hijos de Israel llegaron a una región donde no había agua, discutieron con
Moisés y tentaron a Dios (17:1-2; Nm. 20:2-3). Ellos habían visto los milagros de Dios,
pero no conocían Sus caminos (Sal. 103:7).
Supongamos que usted hubiese sido uno de los hijos de Israel en aquellos tiempos.
Usted habría visto a Dios ejercer Su poder milagroso al mandar las plagas sobre los
egipcios. Además, habría experimentado la Pascua y un éxodo maravilloso de Egipto.
Luego habría pasado a través del mar Rojo como si hubiera caminado en tierra seca.
Después de eso, habría probado del agua que había sido cambiada de amarga a dulce, y
habría disfrutado de las doce fuentes y de las setenta palmeras en Elím. Hace poco
habría empezado a tomar del maná celestial, provisto milagrosamente por Dios. Ahora
al seguir la dirección de la columna, usted llega a un lugar en el desierto donde no hay
agua. En este caso, ¿qué haría usted? ¿Se quejaría y discutiría con Moisés? Cuando
llegamos a estas circunstancias, quizá pensemos que le daríamos gracias al Señor. No
obstante, si usted lograra hacer esto, sería el más espiritual de los santos. En esta
situación, nosotros ciertamente nos quejaríamos al Señor. Nos olvidaríamos
probablemente de todo, incluyendo la oración, y nos quejaríamos acerca de nuestra
situación. Así como los hijos de Israel, podríamos decir a los hermanos responsables:
¿por qué nos hicieron “subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos
y a nuestros ganados?” (17:3). No creo que ninguno de nosotros alabaría al Señor ni le
agradecería. Por el contrario, le echaríamos la culpa a los que llevan la delantera y los
criticaríamos.
En Éxodo 17:2 vemos que “el pueblo altercó con Moisés y dijo: danos agua para que
bebamos”. Mientras los hijos de Israel altercaban con Moisés y tentaban al Señor, en
medio de ellos se hallaba la columna, entre la tierra y el cielo. Pero aún en presencia de
esta columna, el pueblo se quejó a Moisés. El reaccionó y dijo: “¿por qué altercáis
conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová?” (v.2). El pueblo parecía olvidar que la columna
estaba con ellos.
Tal vez podríamos considerarnos superiores a los hijos de Israel y pensar que en tal
situación nosotros jamás altercaríamos, ni nos quejaríamos, ni tentaríamos al Señor.
Debemos estar conscientes de que a los ojos de los hijos de Israel, la columna estaba
fuera de ellos. No obstante, para nosotros hoy, la columna se halla dentro de nosotros. A
menudo cuando nos quejamos en cuanto al por qué hemos llegado a cierto ambiente o
circunstancia, sentimos en lo profundo de nosotros que el Señor, quien mora en
nosotros, nos ha llevado a esa situación. Muchos de nosotros podemos testificar que a
menudo, hemos sentido la presencia del Señor dentro de nosotros, cuando nos hemos
quejado. A veces hemos tenido esta clase de experiencia cuando nos quejamos de los
ancianos de la iglesia o cuando los acusamos acerca de algo que hicieron. Mientras
criticábamos a los ancianos, nos dimos cuenta de la presencia de la columna en
nosotros. Por consiguiente, no debemos imaginarnos que Éxodo 17:1-6 describe
solamente a los hijos de Israel. Esta porción de la Palabra es también un cuadro de
nosotros actualmente.
Si los hijos de Israel hubiesen conocido los caminos de Dios, no habrían altercado con
Moisés ni habrían tentado al Señor. Por el contrario, se hubieran dado cuenta de que su
liberación de Egipto no fue iniciada ni llevada a cabo por ellos. Fue totalmente la acción
de Dios, llevada a cabo por Su iniciativa. Dios mandó a Moisés al pueblo para decirles
que El haría todo lo necesario para sacarlos de Egipto y llevarlos al desierto donde
servirían al Señor. Entonces el pueblo se habría acordado que en Egipto habían visto los
hechos poderosos de Dios. Esto les habría dado la seguridad de que Dios satisfaría todas
sus necesidades. También habrían entendido que no se encontraban en una situación
que ellos habían propiciado por su propia elección, sino por la dirección del Señor. El
Señor los condujo allí, y El estaba presente con ellos, como lo indica la columna que
permanecía entre el cielo y la tierra. Por tanto, no había ninguna necesidad de
preocuparse acerca del suministro de agua. Ciertamente Dios no permitiría que
murieran de sed. El proveería el agua que necesitaban. Por tanto, ellos podían estar
tranquilos.
Si los hijos de Israel hubiesen sido tan espirituales, no sólo habrían agradecido al Señor,
sino que lo habrían alabado con cantos y danzas. Podrían haber declarado con
confianza: “nuestro Señor nos ha traído aquí. El tiene Su plan, y El nos proporcionará
todo lo que necesitamos para nuestro vivir”. El pueblo de Dios debía haber tenido esta
actitud, pero sin embargo ella fue totalmente distinta. Parece que ellos se olvidaron de
todo lo que Dios había hecho por ellos. Además, hasta ignoraban la presencia del Señor
en la columna. Altercaban con Moisés y se preguntaron si el Señor estaba entre ellos.
MASAH Y MERIBA
En Éxodo 17:7, vemos que el nombre del lugar fue llamado Masah y Meriba a causa del
altercado de los hijos de Israel y por el hecho de que tentaron al Señor. El nombre
original de este lugar, tal vez fue Refidim. Masah significa probado, tentado,
comprobado. Meriba significa altercado o contienda. Masah fue un lugar de prueba.
Habían tres entidades involucradas en la prueba de Masah: Moisés, los hijos de Israel, y
Dios. Israel probó a Dios, y Dios probó a Moisés por una parte, y a los hijos de Israel por
otra. Por tanto, en Masah, los tres grupos fueron puestos a prueba. Salmos 81:7
confirma el hecho de que Dios puso a Israel a prueba en Masah y Meriba, pues dicen que
Dios probó al pueblo “junto a las aguas de Meriba”. El único que pasó la prueba en
Masah fue Dios. Moisés y los hijos de Israel fracasaron. A pesar de eso, Dios no los
condenó.
Dios probó al pueblo guiándole a propósito a un lugar seco por medio de la columna.
Después de conducir al pueblo a un lugar sin agua, Dios quedó silencioso y no hizo nada
durante cierto tiempo. Si El hubiese provisto agua viva en el acto, el pueblo no habría
quedado expuesto. Para exponer al pueblo, Dios se negó deliberadamente a actuar para
satisfacer la sed de ellos. Esto los puso a prueba. Como lo hemos señalado, ellos
fracasaron en la prueba de Dios porque altercaron con Moisés y tentaron a Dios. Si
hubiesen conocido los caminos de Dios, habrían pasado la prueba en Masah. Ellos
habrían dicho: “el Señor nos trajo aquí con un propósito. El jamás nos abandonará. Por
el contrario, El ciertamente satisfacerá nuestras necesidades. Demos gracias al Señor,
cantemos alabanzas a Él, y bailemos delante de Él”.
Moisés también fracasó en la prueba de Masah. En aquel tiempo, Moisés era un hombre
mayor, de más de ochenta años. Por ser una persona de edad avanzada, podemos pensar
que él era paciente. Pero en esta situación, Moisés no fue paciente. Cuando los hijos de
Israel altercaron con él, reaccionó inmediatamente al preguntar por qué hacían esto y
tentaban al Señor. Parece que Moisés estaba diciendo: “ustedes no tienen ninguna razón
de altercar conmigo. No he hecho nada equivocado. ¿Acaso no se dan cuenta de que yo
no fui el que los llevó a este lugar?” La reacción de Moisés al altercado del pueblo indica
que en esta situación, él estaba vencido. Así como el resto de los hijos de Israel, él no
pasó la prueba.
Moisés reaccionó a la queja del pueblo, pero en el capítulo 17, él no reaccionó con mucha
firmeza. Después de dirigirse a ellos, él clamó al Señor diciendo: “¿qué haré con este
pueblo? Dentro de poco me apedrearán” (v. 4). Es difícil declarar en este versículo con
certeza si Moisés estaba orando o acusando. Al clamar al Señor, él parecía acusar al
pueblo.
El Señor no condenó a Moisés ni a los hijos de Israel por su fracaso en Masah relatado
en Éxodo 17, pero sí los condenó por su fracaso en Cades en Números 20. Cuando el
pueblo volvió a quejarse por la falta de agua, Moisés, aprendió la lección de Masah, y no
reaccionó al principio. Pero él no pudo tolerar la situación, y finalmente él reaccionó con
mucha firmeza, diciendo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta
peña?” (Nm. 20:10). Entonces, Moisés desobedeció el mandato del Señor de hablar a la
peña: “Alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces” (v. 11). Al hacer eso,
Moisés quebrantó la economía de Dios. Como resultado, se le prohibió entrar con los
hijos de Israel a la buena tierra. Según Números 20:12, el Señor le dijo a él y a Aarón:
“por cuanto no creísteis en Mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por
tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado”. Así como su hermana
que falleció en Cades, Moisés y Aarón morirían en el desierto. No participarían en la
entrada del pueblo a la buena tierra.
A raíz de este fracaso de Moisés debemos aprender a tener mucho cuidado con nuestras
reacciones, pues no deben tocar la administración de Dios. Cuando perdemos la calma,
debemos tener cuidado de nuestra forma de actuar ya que podría quebrantar un
principio fundamental de la redención y la administración de Dios. Es sumamente grave
reaccionar de esta manera.
Hemos visto que la falta de agua es una prueba tanto para Dios como para Su pueblo. En
nuestra vida familiar o vida de iglesia, Dios a menudo nos permite llegar a una etapa de
sequía. Eso pasa sobretodo en la vida de iglesia. Ninguna iglesia local fluye siempre con
agua viva. A veces en la vida de iglesia, llegamos a Mara, donde las aguas son amargas.
En otras ocasiones, llegamos a Elím, donde se encuentran doce fuentes de agua que
fluyen. No obstante, raras veces permanecemos mucho tiempo en Elím, Bajo la
dirección de Dios, nosotros en la iglesia somos llevados finalmente a Masah, donde no
hay agua. Ahí somos puestos a prueba. Cuando hay mucha agua que beber, nos resulta
fácil comportarnos adecuadamente. Los hermanos actúan como caballeros, y las
hermanas son agradables. No obstante, cuando no hay nada de beber, altercamos y
somos indisciplinados, y quizá aún salimos de toda restricción. Pasa lo mismo en la vida
matrimonial. Cuando todo es agradable y positivo, el marido y la esposa quizá sean
humildes, amables, y simpáticos. Pero cuando llegamos a un lugar seco en nuestra vida
matrimonial, nuestro comportamiento experimenta un cambio radical. En lugar de
amabilidad, hay murmuraciones y peleas. Cuando hay suficiente comida para todos, no
hay peleas. Pero cuando falta comida, aún los que habitualmente se comportan
correctamente pelearán por la comida. Del mismo modo, cuando hay un suministro
adecuado de agua, podemos ser educados y permitir que otros beban primero. Pero
cuando tenemos sed y no estamos satisfechos por la falta de agua, pelearemos y
lucharemos por nuestro propios intereses. De esta manera, en la vida de iglesia y en la
vida familiar, somos expuestos.
En realidad, el Señor nos lleva a una etapa seca con el propósito específico de
exponernos. En esta situación, el Señor nos pone a prueba, y nosotros a Él. El nos pone
a prueba para ver cómo reaccionamos. ¿Oraremos, alabaremos, y agradeceremos al
Señor, o murmuraremos y nos quejaremos? Además, los que llevan la delantera entre el
pueblo de Dios, también son probados en la sequía como lo fueron Aarón y Moisés. Son
probados tanto por Dios como por Su pueblo. No obstante, de todos los que son
probados, Dios es el único que siempre pasa la prueba. Raras veces los siervos de Dios o
los que llevan la delantera entre el pueblo de Dios pasan la prueba de Dios. Y es mucho
más raro que el pueblo en su conjunto pase la prueba.
Ezequiel 47:19 y 48:28 hablan de “las aguas de contienda en Cades”. En ambos casos, la
palabra hebrea traducida por contiendas es “Meriba”, el nombre dado a las aguas en
Números 20:13. El agua que fluye de la peña golpeada debería ser el agua de paz. Pero a
causa de nuestro fracaso, se convierte en el agua de Meriba, el agua de contienda, de
pelea, de altercado. Dios es fiel y misericordioso, pero somos pecaminosos y sin fe. Por
esta razón, el agua que debería ser el agua de paz es llamada el agua de contienda.
El cuadro presentado en Éxodo 17 del agua viva que brota de la peña golpeada expone la
pecaminosidad y la incredulidad del pueblo de Dios y las carencias de Sus siervos.
Nosotros los que servimos al Señor debemos tomar la delantera entre el pueblo de Dios
y confesar nuestras carencias. A menudo reaccionamos negativamente cuando llegan las
pruebas. Simplemente no podemos pasar las pruebas que Dios y Su pueblo han puesto
sobre nosotros. Dios es fiel y misericordioso, pero somos pecaminosos, así como lo eran
los hijos de Israel. Ellos habían sido redimidos, pero en Masah todavía se comportaban
como pecadores. Cristo fue golpeado por nosotros a fin de que el agua viva saliese de él y
satisficiera la sed del pueblo pecaminoso. En este cuadro, vemos un aspecto importante
del evangelio.
En Éxodo 17, Moisés tenía más de ochenta años de edad, pero en Números 20, él tenía
casi ciento veinte años de edad. Pero él no pasó la prueba en ambas ocasiones. El
altercado que se produce por la falta de agua nos pone en una prueba muy difícil.
Cuando el Señor permite que la iglesia llegue a esta etapa de sequía, ni siquiera Sus
siervos que llevan la delantera pueden pasar la prueba. Cuando carecemos de Cristo
como el agua viva que satisface nuestra sed, automáticamente estamos sometidos a la
prueba de Dios. Debido a la escasez de agua, los cristianos contemporáneos son
sometidos a muchas pruebas. Las contiendas, altercados, peleas y críticas son comunes
por causa de esta escasez.
A veces el Señor nos lleva a un lugar seco para que aprendamos una lección. Aquí
tenemos la oportunidad de probar a Dios y de ser probados por El. Tanto Su pueblo en
general como Sus siervos en particular son probados. Pero como lo hemos señalado
repetidas veces, sólo Dios puede pasar la prueba. Sólo El está calificado. Esto indica la
gravedad que constituye el hecho de carecer de Cristo como el agua viva que satisface
nuestra sed. ¡Cuán crucial es que El satisfaga esta necesidad para nosotros!
En un próximo mensaje, veremos que debemos ser uno con Cristo a fin de que las aguas
vivas fluyan de nosotros. El ha sido golpeado, y nosotros también debemos ser
golpeados. Si no nos identificamos con El en este asunto, el agua viva dentro de nosotros
no tendrá ninguna posibilidad de fluir. Todos debemos identificarnos con el Cristo
golpeado a fin de que fluya el agua viva.
La Biblia habla más acerca del agua espiritual, o del agua de vida, que acerca de la
comida espiritual. Fácilmente los lectores de las Escrituras quedan impresionados con el
beber del agua de vida. Aún cuando estuvimos en las denominaciones, oímos mensajes
acerca de beber el agua viva. Pero raras veces, por no decir nunca, oímos algo acerca de
comer el alimento espiritual. En la Palabra, el beber es más vital que el comer.
La secuencia del evangelio de Juan lo indica. En el capítulo seis, Juan habla de comer el
maná. Luego en el capítulo siete, él continúa y abarca el asunto de beber el agua viva. La
secuencia de comer y beber en Juan es la misma que la de Éxodo, donde tenemos el
maná en el capítulo dieciséis y el agua en el capítulo diecisiete.
Si el Señor nos ilumina, nos daremos cuenta de que debemos beber aún más que comer.
Por esta razón, en 1 de Corintios, Pablo recalca el beber más que el comer. En 1 de
Corintios 12:13, el dice que a todos se nos ha dado de beber de un solo Espíritu. Si
fracasamos en el beber, no podremos comer. La bebida incluye la comida. Esto significa
que el alimento espiritual queda incluido en el agua de vida. Por consiguiente, sin el
agua de vida, no podemos tener ningún alimento espiritual.
Según Apocalipsis 22:1-2, el árbol de la vida crece en el río de agua de vida. Esto revela
que donde fluye el agua de vida, allí crece el árbol de vida. El agua nos trae el árbol. El
agua es la fuente, pues es el agua de vida, y no el árbol de la vida, que procede del trono
de Dios y del Cordero. El hecho de que el río fluye del trono y que el árbol crece en el río
indica que el beber del agua de vida es aún más crucial que el comer del árbol de la vida.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA Y DOS
Lectura bíblica: Ex. 17:6; 1 Co. 10:4; 12:13; Jn. 4:10, 14; 7:38-39; 19:34; Ap. 22:1-2, 17;
21:6
Algunos de los puntos relacionados con el agua que brotó de la peña golpeada en 17:6
son espirituales y misteriosos. Si queremos entenderlos necesitamos ver que cada relato
bíblico tiene un significado espiritual. No podemos tratar de entender una porción del
relato bíblico simplemente según las letras impresas. Por ejemplo, el relato acerca del
maná presentado en Éxodo 16 tiene ciertos aspectos espirituales. Al considerar estos
aspectos, nos damos cuenta de que el maná es un misterio. Nadie puede decir lo que era
el maná. El maná era misterioso porque procedía del cielo. En el mismo principio, el
agua que fluye de la peña golpeada también es un misterio.
Puesto que el maná vino del cielo, resulta fácil entender que era misterioso. No obstante,
quizá no reconozcamos los aspectos misteriosos del agua que brotó de la peña golpeada.
Más bien pensemos que sea algo natural, algo simplemente relacionado con la tierra.
¿Pero cómo pudo esta agua brotar de una peña? ¿era la peña una fuente o un
manantial? ¿cómo pudo ser la fuente del agua? Además, ¿es el agua de la roca algo físico
o espiritual? Si decimos que es solamente física porque salió literalmente de una peña,
¿qué haremos con lo que dijo Pablo en 1 Corintios 10:4: “todos bebieron la misma
bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía?” Según este
versículo, el agua y la peña eran espirituales.
Todo lo espiritual es misterioso. Por tanto, la bebida espiritual y la roca espiritual son un
misterio. Algo misterioso no se puede explicar totalmente, aunque lo podemos
experimentar y disfrutar. El maná y el agua viva que brotó de la peña golpeada son
espirituales y misteriosos.
¿Qué base tenía Pablo para decir que la peña era espiritual? Quizás su base era la
abundante revelación que él recibió del Señor acerca de las cosas en los cielos, en la
tierra, y debajo de la tierra. Al haber sido instruido por Gamaliel, Pablo tenía un
conocimiento completo del Antiguo Testamento. Indudablemente, mediante la
revelación que le dio el Señor, los ojos de Pablo fueron abiertos para ver el significado
espiritual de muchos puntos del Antiguo Testamento. Eso quizás le haya dado la
seguridad de afirmar que el maná, el agua, y la peña eran espirituales. Pero cualquiera
que haya sido la base de Pablo, tenemos la seguridad de que su interpretación estaba
correcta.
El agua es misteriosa debido a que fluyó de una peña que seguía al pueblo en su viaje
por el desierto. Ciertamente esta peña no pudo haber sido física ni material. ¿Cómo
podría una peña literal y física viajar con el pueblo? El hecho de que Pablo afirme que la
peña seguía al pueblo indica que era una peña viviente. Por consiguiente, esta roca era
espiritual y misteriosa. Al considerar el asunto del agua de vida en resurrección, nos
deben llamar la atención el aspecto espiritual y misterioso del agua que brotó de la peña
golpeada.
El agua que brotó de la peña era el agua de vida en resurrección. La resurrección denota
que algo ha muerto y que revive. También denota la vida que brota de algo que ha
pasado a través de la muerte. El agua viva en Éxodo 17 brotó de una roca. ¿Por qué Dios
hizo brotar agua de una roca? El es todopoderoso, no tenía que usar una roca. El pudo
simplemente abrir el suelo y hacer brotar agua viva. En la Biblia, esta roca habla de la
redención de Dios y de la encarnación de Cristo. Habla también de la humanidad de
Cristo y de Su muerte. El agua que fluyó de la peña golpeada brotó después de la
encarnación, del vivir humano y de la muerte. Fluyó únicamente después de que Cristo
pasara por estas etapas principales. La Biblia nos dice claramente que la roca era Cristo.
¿Cómo pudo Cristo, siendo Dios, convertirse en una roca? Esto implica encarnación y
vivir humano. Para ser la roca, Cristo tenía que encarnarse y vivir entre los hombres
durante un tiempo. Finalmente, cuando El fue a la cruz, fue crucificado por la autoridad
de la ley de Dios. Por consiguiente, 17:6 es un versículo que implica la encarnación de
Cristo, Su vivir humano y Su muerte.
Es fácil ver que golpear la peña representa a Cristo durante la crucifixión. Ahora
debemos seguir adelante y ver que el agua de vida fluye en resurrección. No podía fluir
antes de que Cristo pasara por la encarnación, el vivir humano y la muerte. En la
actualidad, el agua de vida sigue fluyendo en resurrección. A menudo cantamos acerca
de beber del agua viva. Pero cuando cantamos estos cánticos o leemos versículos como 1
de Corintios 12:13, dudo que muchos de nosotros nos demos cuenta de que el agua viva
que bebemos está en resurrección, En Juan 4:10, el Señor Jesús dijo a la mujer
samaritana: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le
habrías pedido y El te habría dado agua viva”. El agua viva a la cual se refiere el Señor es
el agua de vida en resurrección. Antes de la muerte del Señor Jesús, esta agua no estaba
disponible para nosotros.
Juan 7:38 y 39 indica que los ríos de agua viva están relacionados con la resurrección de
Cristo. Vemos que el Espíritu como agua viva sólo podía recibirse después de que el
Señor Jesús fuera glorificado, es decir, después de que Cristo fuese crucificado y entrara
en resurrección. La glorificación mencionada en Juan 7:39 se refiere a la glorificación de
Cristo en Su resurrección. Lucas 24:26 indica que en resurrección, Cristo entró en Su
gloria. Por tanto, cuando El resucitó, El fue glorificado. El agua fluyó después de la
glorificación de Cristo en resurrección. El Espíritu como ríos de agua viva sólo podía ser
experimentado por los creyentes después de que Cristo hubiera pasado por la
encarnación, el vivir humano, la muerte y entrado en la resurrección.
Cuando el Señor Jesús estuvo en la cruz, “uno de los soldados le abrió el costado con
una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Jn. 19:34). Muchos cristianos prestan
atención solamente a la sangre que fluyó del costado abierto del Señor y no al agua.
Observe que en Juan 19:34 primero se menciona la sangre y luego el agua. Esto indica
que primero somos redimidos y luego recibimos el Espíritu.
Hemos señalado que el agua de vida fluye en resurrección, pero todavía no hemos
definido la resurrección. La resurrección es difícil de definir. Para entenderla
correctamente, necesitamos la revelación de toda la Biblia. De hecho, el enfoque de la
Biblia es la resurrección. Tal vez se sorprenda al oír que la resurrección, en realidad, es
Dios mismo. En Juan 11:25, el Señor dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. En este
versículo, la resurrección se presenta antes de la vida. No obstante, según nuestro
concepto, primero tenemos la vida y luego la resurrección. Pero en la secuencia divina,
la resurrección viene antes de la vida.
El hecho de que la resurrección sea Dios mismo se ve cuando el Señor dijo que El es la
resurrección era Dios encarnado. Él era el Verbo quien era Dios y que se hizo carne (Jn.
1:1, 14). En Juan 11:25, esta persona declaró que El es la resurrección. Volviendo atrás,
vemos que la resurrección era Jesús, quien era el Verbo que se hizo carne, y que el Verbo
era Dios. Esto indica que la resurrección es Dios mismo.
Algunos se preguntarán cómo Dios pudo ser la resurrección, ya que la misma involucra
la muerte. Sin muerte, no puede haber resurrección. ¿Cómo pudo morir Dios, o pasar
por la muerte y resucitar? Para comprobar que El es la resurrección, Dios tuvo que
entrar en la muerte. No había otra posibilidad de demostrar que El es la resurrección.
Para entrar en la muerte, Dios tuvo que encarnarse. El tenía que tomar un cuerpo
humano con la vida y la naturaleza humanas. Dios mismo se encarnó y pasó por el vivir
humano, la muerte y entró también en la resurrección. Todo lo que pasa por la muerte y
sale vivo está en resurrección. Como resurrección, Dios es Aquel que se encarnó, que
experimentó el vivir humano, y que pasó por la muerte. Ahora en resurrección, El es
victorioso, triunfante y trascendente.
Al leer la Biblia necesitamos que el Señor amplíe nuestra capacidad. Si tenemos una
visión amplia, veremos que mediante la encarnación, el Dios eterno pasó por muchas
dificultades, y presiones del vivir humano, cosas a las cuales El no estuvo sometido en la
eternidad. Pero como Aquel que se encarnó, El experimentó estos sufrimientos, y
finalmente entró en la muerte. La resurrección de Cristo no solamente fue el resultado
de su salida de la tumba, sino también de los treinta y tres años y medio de su vivir
humano con sus dificultades y sufrimientos. Ninguna prueba, dificultad, o ambiente
negativo pudo vencerlo ni detenerlo. Por el contrario, El pasó por todas estas cosas y las
sometió. El conquistó todas las cosas negativas, incluyendo la muerte, el Hades, y la
tumba. Este es Dios en Cristo como resurrección.
Veamos ahora tres cuadros que se describen en las Escrituras: la peña golpeada y el
agua que fluyó de ella, Cristo en la cruz donde fluyó de Su costado sangre y agua, y Dios
en el trono, del cual fluye el río de agua de vida. Estos cuadros no representan tres clases
distintas de aguas que fluyen: una de la peña, otra del cuerpo de Jesús y otra del trono
de Dios. No, el agua en estos cuadros se refiere a una sola agua. Entonces ¿por qué la
Palabra describe separadamente la peña, el cuerpo de Jesús y el trono? ¿Cuál es la
fuente del agua que fluye? ¿es la roca, el cuerpo físico de Jesús, o el trono? Según
Apocalipsis 22:1, la fuente del agua viva es el trono de Dios. Este versículo revela que el
río de agua de vida procede del trono.
El trono de Dios y el fluir del agua viva existía mucho antes de que Jesús fuese
crucificado y antes de que la peña fuese golpeada. El agua viva que procedía del trono
empezó a fluir antes de la muerte de Cristo, y no después de ella. Según la secuencia
bíblica, primero es la roca, luego el cuerpo físico de Jesús, y en tercer lugar el trono.
Pero en realidad, el trono es primero. El fluir del agua viva empezó desde el trono. Antes
de que la peña fuese golpeada y antes de la crucifixión de Cristo, el agua viva ya estaba
fluyendo desde el trono. No piense que Apocalipsis 22:1 describe solamente lo que
sucederá después de Éxodo 17 y Juan 19. Es un cuadro de algo en la eternidad, que
incluye toda la Biblia. Esto indica que el agua viva fluía antes de la encarnación 35de
Cristo. La encarnación fue una etapa adicional en el fluir del agua viva. Dios fluyó desde
Su trono hasta el interior del pesebre y también dentro de la casa de un carpintero.
Treinta y tres años y medio después, Dios fluyó por medio de la cruz y luego fluyó en
resurrección.
La Biblia cuenta la historia del fluir de Dios. En el transcurso de los siglos, Dios ha
estado fluyendo, y hoy El sigue fluyendo. En Su fluir, El pasó por la encarnación, del
vivir humano, de la muerte y luego entró en la resurrección. Ahora en resurrección, El es
el agua viva que bebemos. Por consiguiente, el agua de vida que disfrutamos hoy está en
resurrección.
En este mensaje, quisiera mencionar que el agua de vida está en resurrección. De hecho
el agua misma es la resurrección. Esto significa que el Espíritu, representado por el agua
que fluye, es la resurrección. La resurrección es el Dios Triuno: el Padre como la fuente,
Cristo el Hijo como la corriente, y el Espíritu como el fluir. En la actualidad Bebemos del
agua viva en resurrección. Esta agua ha pasado por la encarnación, el vivir humano y la
muerte. Puesto que esta agua está en resurrección, cuanto más bebemos de ella, más nos
salimos de nuestra condición natural y triunfamos sobre las dificultades y las pruebas.
Esta agua viva nos libera del mundo y de toda clase de cosas negativas. Puesto que el
agua de vida es la resurrección, disfrutamos de la resurrecciónal tomar de ella.
El agua de vida es el Dios Triuno que fluye para ser nuestra vida. Decir que el agua de
vida es el Dios Triuno puede sorprender a los que son sistemáticos y dogmáticos en su
teología. Es posible que consideren que esta declaración es herética. El agua de vida que
fluye del trono de Dios y del Cordero indica que Dios el Padre es la fuente, que Dios el
Hijo es la corriente y que Dios el Espíritu es el fluir. En 2 Corintios 13:14 Pablo confirma
esto: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
sean con todos vosotros”. Aquí vemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la
comunión o el fluir del Espíritu. Este es el Dios Triuno como agua viva. En la actualidad,
el agua de vida que bebemos es el Dios Triuno que fluye para ser nuestra vida.
Al leer estas declaraciones, algunos pensarán que el agua de vida no es Dios mismo
fluyendo, sino el fluir de la vida de Dios. Entonces, ¿qué es la vida de Dios? No podemos
contestar esta pregunta cabalmente ni de explicar adecuadamente lo que es la vida de
Dios. No obstante, nuestra experiencia nos enseña que el agua viva es el mismo Dios
Triuno.
Cuando yo era joven, me lamentaba por la crucifixión del Señor Jesús. Mi comprensión
de la crucifixión de Cristo se basaba en mi concepto natural. Sin crucifixión, el Dios que
estaba corporificado en Cristo no hubiera podido ser liberado. Mediante la encarnación,
Dios se restringió y se limitó en el Señor Jesús. Sin embargo, mediante la crucifixión, El
fue liberado de toda limitación y restricción. El Señor Jesús era un grano de trigo solo.
Si El no hubiera caído en la tierra y hubiese muerto, se hubiera quedado sólo (Jn.
12:24), y lo que estaba dentro de Él no habría sido liberado. No obstante, por haber
caído en la tierra y morir, El fue liberado. El único grano produjo muchos granos. La
vida divina, la naturaleza divina, y todas las riquezas divinas fueron liberadas mediante
la crucifixión de Cristo.
C. Resucitó para ser el Espíritu vivificante
Después de pasar por la encarnación y la crucifixión, Cristo resucitó para ser el Espíritu
vivificante (1 Co. 15:45). Deseo recalcar que Cristo ahora es el Espíritu vivificante.
De principio a fin, la Biblia revela al Dios Triuno. En Génesis 1:26, Dios se refiere a Sí
mismo como “nosotros”. Esto se refiere a la naturaleza triuna de la Deidad. La Biblia
habla de muchas cosas, pero el punto de enfoque es que el Dios Triuno se ha procesado
por medio de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y resurrección para
convertirse en el Espíritu todo-inclusivo y vivificante. Nunca me canso de declarar este
hecho maravilloso. El fluir del Dios Triuno es inagotable. Si leemos la Biblia desde el
punto de vista divino, veremos que lo central de su revelación concierne al Dios Triuno y
al proceso por el cual El pasó para convertirse en el Espíritu vivificante.
El Espíritu vivificante, es el agua de vida (Jn. 7:38-39). Hemos mencionado que el agua
de vida es el Dios Triuno. Ahora declaramos que el Espíritu es el agua de vida. Algunos
se preguntarán si el agua de vida es el Espíritu o el Dios Triuno. La manera correcta de
entender esta revelación divina consiste en que el agua de vida es el Espíritu, el Espíritu
es el Dios Triuno, y el Dios Triuno es el agua de vida. Lo que revela la Biblia nos lleva a
un círculo. Juan 1:1 declara que en el principio era el Verbo, que el Verbo estaba con
Dios y que el Verbo era Dios. Juan 1:14 continúa y declara que el Verbo se hizo carne.
Cristo, en la carne, el postrer Adán, se hizo el Espíritu, y el Espíritu es el Verbo (Ef.
6:17). Si preferimos analizar esta revelación maravillosa de manera doctrinal y discutir
acerca de ella en lugar de disfrutarla, sufriremos pérdida. Las riquezas divinas están
disponibles para que las bebamos. Si las tomamos, seremos nutridos y recibiremos un
rico suministro. No obstante, si las analizamos, nos privaremos de este disfrute y
suministro.
El Espíritu vivificante como el agua de vida fluye desde Dios que está en el trono. (Ap.
22:1). Por una parte, Aquel que está sentado en el trono es Dios; por otra, el agua de vida
que procede del trono también es Dios. El agua que fluye desde Dios trae la autoridad de
Dios. Cuando bebemos de esta agua, recibimos autoridad y también poder. Somos
sometidos por el agua viva que fluye dentro de nosotros.
Además, el agua viva que fluye del trono de Dios nos trae las riquezas de la vida divina.
Esto lo indica el hecho de que el árbol de la vida crece en el agua de vida (Ap. 22:2).
Puesto que las riquezas de la vida divina son llevadas en el fluir del agua viva, recibimos
estas riquezas cuando bebemos del agua.
El Espíritu fluye por medio del Cristo que fue herido, tipificado por la peña golpeada
(Ex. 17:6; 1 Co. 10:4). Este fluir incluye la humanidad de Cristo, Su vivir humano y Su
muerte. No podemos probar, experimentar, ni disfrutar la humanidad del Señor si en
nosotros no fluye el agua viva. Cuanto más bebemos de esta agua, más experimentamos
y disfrutaremos de la humanidad de Cristo, de Su vivir humano y de Su muerte.
C. Fluye en la resurrección
El fluir del agua de vida en resurrección forma al Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). Si
bebemos del mismo Espíritu, podemos ser un sólo Cuerpo. Beber de un sólo Espíritu en
resurrección nos hace miembros del Cuerpo y nos edifica.
El fluir del agua viva en resurrección también prepara a la novia de Cristo. Según
Apocalipsis 22:17, el Espíritu y la novia hacen una invitación y ofrecen de beber del agua
de vida. La novia se prepara al beber. El agua que la novia bebe es el Espíritu. Al beber
del Espíritu, la novia se hace una con El. Esto no debe ser una simple doctrina ni
enseñanza, sino debería ser algo que practicamos en nuestro vivir cotidiano. Si bebemos
del agua viva día tras día, el Cuerpo de Cristo será edificado y Su novia se preparará.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA Y TRES
BEBER DEL AGUA DE VIDA
(1)
Lectura bíblica: Ex. 17:3a, 6; Jn. 7:37-39; 4:10, 14; 1 Co. 10:4; 12:13, 3; Ap. 21:6; 22:1-2,
17; Hch. 2:17a, 21
En la Biblia, el principio fundamental acerca de la relación del hombre con Dios es que
el hombre debe comer y beber de Dios. Debido a que comer y beber es normal en
nuestro diario vivir, no ha llamado la atención de los grandes maestros y eruditos de la
Biblia. No obstante, en la Biblia, comer y beber es algo fundamental y crucial.
Después del relato de la creación del hombre, se menciona el árbol de la vida y el río que
“salía del Edén para regar el huerto” (Gn. 2:9-10). El árbol de la vida servía para que el
hombre comiese, y el río fluía para que bebiese. Por tanto, al principio de la Biblia, se
presenta el comer y el beber con respecto a la relación entre Dios y el hombre.
No debemos pasar por alto el comer y beber que se mencionan en la Biblia. Por el
contrario, estos asuntos son cruciales. El pueblo escogido por Dios lo toma a Él al comer
y beber. En el transcurso de los años, hemos señalado repetidas veces que Dios desea
forjarse a Sí mismo dentro de nosotros a fin de ser nuestra vida y todo para nosotros.
Nos debe impresionar que la única manera para que Dios se forje en nosotros es comer y
beber.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA Y CUATRO
Lectura Bíblica: Ex. 17:3a, 6; Jn. 7:37-39; 4:10, 14; 1 Co. 10:4; 12:13, 3; Ap. 21:6; 22:1-2,
17; Hch. 2:17a, 21
No todos los secretos divinos en la Biblia son revelados de manera clara y evidente. En
Su sabiduría, Dios a veces revela Sus secretos de una manera un tanto escondida. Estos
secretos se encuentran en la Biblia y son revelados en ella, pero no están expuestos
abiertamente. Por ejemplo: la Biblia nos exhorta a creer, pero no nos dice cómo.
Durante años, al predicar el evangelio he exhortado a la gente a creer en el Señor.
Siempre que alguien me ha preguntado cómo creer, me he confundido. ¿Qué diría usted
si alguien le pregunta cómo creer en el Señor Jesús? ¿le diría, de manera doctrinal, que
la fe viene por el oír? Si usted le dijera simplemente que debe creer, ¿qué haría si le
preguntaran cómo pueden creer? La mejor respuesta es que creemos al invocar el
nombre del Señor Jesús. En cuanto a la manera de creer no debemos dar respuestas
complicadas a los incrédulos. No trate de explicarles que al creer entramos en una unión
orgánica con el Señor. Estas explicaciones sólo los confundirán. Simplemente dígale a
los que desean creer en el Señor que abran sus bocas e invoquen: “Oh Señor Jesús”. La
manera de creer en el Señor es invocar Su nombre.
Así como la Biblia no nos enseña la manera de creer, tampoco nos enseña la manera de
beber el agua de vida. Las Escrituras simplemente dicen que si tenemos sed, debemos
acudir al Señor y beber. Si vamos al Señor y le preguntamos cómo beber, El podría
contestar: “Si tienes sed y deseas beber, simplemente bebe”. Aprendemos a beber
bebiendo. Por tanto, la manera de beber es algo parecido a la manera de creer en el
Señor. Al considerar este asunto de cómo beber, quisiera presentar de una manera
sencilla, pero práctica, lo que he aprendido durante más de treinta años de estudio. Esta
palabra se dirige a los que creen en el Señor y no a los incrédulos.
Como creyentes hemos sido colocados en una posición para beber. Este es el primer
aspecto de la ciencia del beber. Primera Corintios 12:13 dice: “Porque en un solo
Espíritu fuimos todos bautizados en un solo cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos
o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Mediante el bautismo
fuimos colocados en la posición para beber. Siempre y cuando hayamos sido bautizados
en el Señor, tenemos la posición para beber el agua viva. Antes de ser salvos, estábamos
muy lejos del agua viva. Pero ahora que hemos sido salvos, fuimos devueltos al agua y
colocados en una posición para beber de ella. Por ejemplo: en nuestro local de reunión
hay una fuente de agua. No obstante, si queremos beber de esta fuente, nuestra boca
debe estar en la posición adecuada. Del mismo modo, para beber del agua viva, primero
debemos ser colocados en la posición para beber. El bautismo nos da esta posición. Le
agradecemos al Señor que todos fuimos colocados en posición para beber.
También debemos acudir al Señor. En Juan 7:37, el Señor Jesús invita a los sedientos a
acudir a Él y a beber. Del mismo modo, el Espíritu y la novia invitan a venir y a beber del
agua de vida (Ap. 22:17). Aunque fuimos colocados en una posición para beber y
tenemos sed, necesitamos acudir al Señor continuamente. Debemos acudir a Él cada
momento, aún las veinticuatro horas del día. Si le decimos al Señor que deseamos acudir
a El todo el día, ciertamente El contestará a nuestra oración. Dígale al Señor: “Señor, no
quiero dejar de acudir a Ti. Deseo acudir a Ti las veinticuatro horas del día, aún cuando
estoy dormido”. No importa lo que estemos haciendo, podemos acudir al Señor cuando
le invocamos. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, acudimos a Él.
Si queremos beber del agua de vida, debemos pedírsela al Señor. En Juan 4:10, el Señor
le dijo a la samaritana: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de
beber; tú le habrías pedido y El te habría dado agua viva”.
V. INVOCAR AL SEÑOR
En 1 Corintios 12, vemos que el agua es el Espíritu, pues el versículo 13 habla de beber
de un solo Espíritu. La manera de beber del Espíritu consiste en invocar el nombre del
Señor. Si tenemos sed e invocamos: “Señor Jesús”, inmediatamente bebemos del
Espíritu. Nuestro invocar es nuestro beber. Según 1 Corintios 12:3, cuando invocamos
“Señor Jesús”, estamos en el espíritu. Puedo testificar que cuando invoco al Señor desde
lo profundo de mi espíritu, tengo la convicción y la conciencia de que estoy en espíritu
tocando al Señor.
Durante muchos años, estuve confundido con lo que Pablo dijo en 1 Tesalonicenses 5:17,
acerca de orar sin cesar. Me preguntaba cómo podía orar sin cesar. Ahora me doy cuenta
de que podemos orar sin cesar simplemente al invocar continuamente el nombre del
Señor Jesús. El secreto de beber del Espíritu en 1 Corintios 12 es también el secreto de
orar sin cesar. Ya que podemos invocar al Señor sin cesar, podemos orar sin cesar.
Excepto cuando estamos dormidos, podemos invocar continuamente el nombre del
Señor. Quizás el invocar al Señor se convierta finalmente en parte de nuestro vivir que
hasta invoquemos cuando estemos dormidos. Nosotros los que buscamos al Señor y
tenemos sed de Él, debemos invocar Su nombre continuamente. Siempre que
invocamos: “Señor Jesús”, sentimos dentro de nosotros que el Señor es verdaderamente
uno con nosotros en el espíritu.
Algunos cristianos no están de acuerdo en invocar el nombre del Señor y prefieren tener
contacto con El de manera silenciosa. No estoy diciendo que debemos invocar el nombre
del Señor de una manera ruidosa. No obstante, deseo señalar que invocar el nombre del
Señor ocupa un lugar importante en las Escrituras. La palabra hebrea traducida invocar
significa clamar, gritar, es decir, exclamar. La palabra griega traducida invocar significa
llamar a una persona por su nombre. Por tanto, invocar según la Biblia significa llamar a
una persona por su nombre en voz alta. Aunque se puede orar silenciosamente, invocar
debe ser audible. El Señor Jesús es una persona viva, cercana y disponible. Siempre que
invocamos Su nombre, El responde.
Durante muchos años, yo fui un cristiano silencioso. Las reuniones a las que asistía eran
tan silenciosas que se podía oír la caída de un alfiler. No obstante, finalmente empecé la
práctica de invocar el nombre del Señor según la Biblia. Cuando invocamos Su nombre,
bebemos del agua viva.
Hemos señalado que la palabra invocar significa gritar o llamar a una persona por su
nombre. Esta palabra implica la oración. Indica que mientras invocamos: “Señor Jesús”,
acudimos a Él en oración. Por tanto, no sólo invocamos el nombre del Señor, sino que
también acudimos a Él y al invocar Su nombre, le oramos a Él. Suponga que invoque:
“Señor Jesús”, mientras esté conduciendo su automóvil. Esto no es simplemente el
invocar el nombre del Señor, sino también una manera de acudir y orarle a Él. Beber del
agua viva correctamente equivale a invocar el nombre del Señor.
Deseo recalcar el hecho de que podemos beber del agua viva al invocar al Señor en
cualquier momento y en cualquier lugar. Durante años, tuve el concepto de que debía
ser formal en mi contacto con el Señor. Pensaba que antes de poder contactarlo en
oración, debía estar vestido apropiadamente y que debía ir a un lugar donde pudiese
estar ante El o arrodillarme. Ahora disfruto el invocar al Señor en cualquier lugar y en
cualquier momento. Al beber del agua viva, no me preocupa la formalidad en absoluto.
Lo único que sé es que cuando invoco “Señor Jesús”, disfruto verdaderamente de Él en
cualquier lugar donde me encuentre.
A veces tengo una carga pesada dentro de mí, espontáneamente empiezo a invocar al
Señor, cuando me estoy vistiendo temprano por la mañana. ¡Qué disfrute! ¡Cómo se ha
satisfecho mi sed! Al invocar al Señor de esta manera, interiormente soy fortalecido para
llevar mi carga pesada.
Algunos siguen pensando que cuando oramos al Señor y le invocamos, debemos ser
educados y reverentes, orando en el momento y lugar apropiados. Este es un concepto
religioso y no es nada práctico. El Señor es nuestra agua viva. Si nos preocupa más la
educación o la reverencia que el beber, el Señor nos dirá: “No quiero tu reverencia,
quiero que bebas del agua viva. No quiero que me reverencies; deseo que me bebas. La
manera de honrarme es bebiéndome”. ¡Cuán diferente es esto del concepto religioso de
reverencia y formalidad! Los que cantan solemnemente: “Santo, Santo, Santo” no beben
mucho del Señor. En lugar de preocuparse por el formalismo religioso, digamos: “Señor
Jesús, heme aquí. No estoy en un santuario adorándote de una manera religiosa. Estoy
aquí para beberte al invocar tu nombre”.
Anteriormente he alentado a los santos a dedicar un tiempo a solas con el Señor cada
mañana. Aunque no me retracto de esto, ahora puedo decir que si usted sabe cómo
beber del Señor, puede olvidarse de apartar cierto tiempo para contactarlo. Invoquemos
al Señor dondequiera que estemos, en cualquier circunstancia en que nos encontremos.
Cuando nos despertamos por la mañana, debemos beber del agua viva al invocar el
nombre del Señor. A medida que nos aseamos y vestimos podemos beber del agua de
vida. Debemos olvidarnos de todo formalismo y ocuparnos de beber del agua viva. Lo
único que hace el formalismo es matar. Lo que necesitamos es ingerir al Señor Jesús de
una manera pura invocándole. Entonces recibiremos el suministro de agua viva.
Hace poco, tuvimos comunión acerca de las opiniones y del daño que causan en la vida
cristiana y en la iglesia. La manera de acabar por completo con nuestras opiniones
consiste en invocar al Señor Jesús. Generalmente cuando tenemos opiniones fuertes,
dejamos de invocar al Señor. Los que entran en argumentos raras veces invocan al
Señor. Lo mismo pasa con una hermana que esté insatisfecha con su marido. Debido a
su descontento, quizá no esté dispuesta a orar ni a invocar al Señor. A veces le recuerdo
a esta hermana que aun cuando su marido la haya ofendido, el Señor Jesús ciertamente
no lo ha hecho. Entonces le pregunto por qué no le habla al Señor. Pero a menudo la
hermana se niega a invocar al Señor. Sin invocar, no se puede beber del agua viva. Por
tanto, en lugar de suministro de vida, hay muerte y sequía. Rechacemos toda esta
mortandad. Cuando usted esté a punto de discutir con su esposo o su esposa, beba del
agua viva invocando el nombre del Señor.
El invocar el nombre del Señor soluciona todos nuestros problemas. Si usted está lleno
de tristeza y preocupaciones, invoque al Señor. Si está desalentado, desanimado o
distraído, invóquelo. Invóquelo cuando esté débil y cuando esté fuerte. Al invocar,
recibirá y beberá el agua viva.
Entre los cristianos, existe un problema fundamental, particularmente entre los que se
encuentran en el cristianismo organizado, acerca de la adoración religiosa de Dios.
Incluso muchos incrédulos tienen el concepto de adorar a Dios de una manera religiosa.
Los que se interesan en Dios piensan que deben adorarlo como Aquel que es
omnipotente y trascendente. Consideran al Dios todopoderoso como el objeto de su
adoración. Este concepto forma parte de su misma naturaleza.
Ya que la Biblia nos pide adorar a Dios, no podemos decir que este tipo de pensamiento
está equivocado. Pero ¿cómo debemos adorarlo? En Juan 4:23 y 24, el Señor le dijo a la
samaritana, que le había preguntado acerca de la adoración: “más la hora viene, y ahora
es cuando los verdaderos adoradores adoraran al Padre en espíritu y con veracidad;
porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren. Dios es Espíritu; y los
que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. La palabra del
Señor revela claramente que debemos adorar a Dios. Sin embargo, todavía se preguntan
cómo adorarlo. Los judíos y los musulmanes tienen su manera de adorar, los católicos, y
los que están en las denominaciones tienen sus propias maneras. En realidad, todas las
diferentes maneras religiosas de adorar están equivocadas. Hasta la samaritana en Juan
4 tenía un concepto erróneo de adorar a Dios. El Señor Jesús le reveló que la manera
adecuada de adorar a Dios no consiste en estar en un lugar físico, sino en nuestro
espíritu.
Según Juan 4, adorar a Dios en nuestro espíritu consiste en beberlo a Él. No tenga a
Dios como un objeto de adoración al que puede adorar en espíritu. En este caso, el
órgano (el espíritu) es correcto, pero la manera sigue equivocada. Postrarnos delante de
Dios no es la manera adecuada de adorarle. Beberlo a Él como el agua de vida sí lo es.
Dios no desea ser el objeto de nuestra adoración. Al contrario, El viene como el agua
viva para que le bebamos. Cuando bebemos de Él como el agua de vida, le adoramos de
una manera genuina. Beber al Señor con nuestro espíritu es adorarle de verdad.
Pocos cristianos han visto que Dios desea forjarse a Sí mismo dentro de nosotros. La
mayoría de los creyentes sólo sabe que Dios es Dios, que somos Sus criaturas, que
caímos y que, en Su amor por nosotros, El mandó a Su hijo para que muriera por
nosotros en la cruz y cumpliera la redención. Los cristianos genuinos se dan cuenta
también de que Cristo resucitó y que luego mandó al Espíritu Santo para llevarnos al
arrepentimiento, y hacernos creer en El, para que lo recibamos a Él como nuestro
Salvador. Luego, según el concepto natural, la Biblia es usada como un libro de ética
para enseñar a los creyentes a glorificar a Dios en su diario vivir. Finalmente, se les
enseñan que después de su muerte o después de que el Señor vuelva, ellos pasarán a la
eternidad con El. Por supuesto, la Biblia enseña esto. Sin embargo, estas enseñanzas son
superficiales. No son el centro de la revelación de Dios en la Biblia. El centro de la
revelación divina es que Dios nos creó y nos redimió a fin de forjarse a Sí mismo dentro
de nosotros y ser nuestra vida. Nosotros en el recobro del Señor, debemos tener una
visión completa de esta revelación. Si tenemos tal visión, nuestro concepto de adoración
será regulado por ella.
El Dios Triuno se forja a Sí mismo dentro de nuestro ser mientras comemos y bebemos
de Él. Como nuestro alimento y agua, El entra en nosotros para ser uno con nosotros
orgánicamente. Lo que ingerimos al comer y beber se hace uno con nosotros de esta
manera. Penetra nuestra fibra y se convierte en nuestro tejido orgánico. Cuando los
alimentos que ingerimos al comer y beber son digeridos y asimilados, llegan a ser
nuestro constituyente. Por tanto, somos una constitución de lo que comemos y
bebemos. Lo mismo pasa tanto en la esfera espiritual como en la esfera física. Mediante
comer y beber, la novia se hace uno con el Espíritu. Según Apocalipsis 22:17, el Espíritu
y la novia hablan como uno para llamar a los sedientos a beber del agua de vida.
En el mismo momento en que el Señor Jesús hablaba con la samaritana, los sacerdotes
en el templo adoraban a Dios de una manera formal, sistemática y prescrita. Pero,
¿dónde estaba Dios en ese momento? ¿estaba en el templo con los sacerdotes, o con la
mujer cerca del pozo en Samaria? Como todos sabemos, El estaba con la samaritana. El
se reunió abiertamente con ella, lejos del templo y del altar, sin ninguna formalidad
religiosa ni ritual. Finalmente, esta mujer bebió del agua viva y ofreció una verdadera
adoración a Dios. En ese momento, la verdadera adoración a Dios no era ofrecida por
los sacerdotes en el templo, sino por la samaritana que bebía el agua viva. Los
sacerdotes adoraban a Dios en vano; la mujer samaritana lo adoró en realidad al beber
de Él. El Espíritu como el agua viva fue infundido dentro de ella. Dios buscaba la
verdadera adoración, y El la recibió de esta mujer samaritana que bebió del Espíritu
como el agua viva.
En el transcurso de los siglos, la mayor parte de los cristianos han sido como los
sacerdotes del templo. Sólo unos pocos han adorado a Dios en espíritu bebiendo de Él
como el agua viva. Sin embargo, como lo hemos señalado y recalcado en este mensaje,
ésta es la manera adecuada de adorarle a Él.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA Y CINCO
EL BEBER Y EL FLUIR
Sin el fluir del agua de vida, beberíamos en vano. De hecho, si no fluimos, no podríamos
seguir bebiendo. El beber queda anulado por la falta del fluir. El beber genuino del agua
de vida depende del fluir.
Usemos como ejemplo una manguera. Por un lado, la manguera toma el agua del grifo;
por otro, el agua sale de ésta. Se necesita que el agua fluya hacia adentro y hacia afuera.
El recibir y el fluir se producen simultáneamente. Si no bebemos, no podemos fluir; y si
no fluimos, no podemos seguir bebiendo.
El hecho de que nuestro beber quede anulado por la falta de fluir es algo grave. Entre
todos los cristianos genuinos que han bebido del agua viva, pocos han experimentado el
fluir de esta agua. Finalmente, esto hace que dejen de beber. Si no sale nada de su
interior, usted no puede seguir bebiendo del agua viva. Sólo el fluir puede mantener el
movimiento de la corriente interna. Lo que mantiene la corriente no es la bebida, el
hecho de tomarla, sino la salida del agua. Muchos cristianos no beben o no ven que su
bebida no les sirve para nada. La razón es que aunque beben, no fluyen. La falta de fluir
hace que el beber no sirva para nada. Esto es muy grave. Por lo tanto, en este mensaje
deseo hacerles ver que en cuanto a la experiencia del agua viva, el fluir es aun más
importante que el beber. Efectivamente, nuestra experiencia del agua viva empieza con
el beber. Pero sin fluir, no podemos seguir bebiendo. Si el fluir no sigue nuestro beber,
nuestro beber se detendrá. Nuestra experiencia así lo testifica.
Además, la falta de fluir puede hacer desaparecer nuestra sed. Antes de empezar a beber
del agua viva, teníamos sed. Es muy bueno tener esta sed, y muy lamentable perderla.
La predicación adecuada del evangelio no consiste en ministrar el agua de vida a otros,
sino en producir esta sed dentro de las personas. Cuando la gente tiene sed, es fácil
convencerla de beber. Los buenos vendedores saben cómo suscitar en la gente el deseo
de comprar el producto que venden. Sin este deseo, la gente no tendría ningún interés,
ni siquiera en las cosas más preciosas. Esto demuestra el hecho de que la sed es algo
crucial.
Por la misericordia del Señor se nos ha incitado a ésta sed de El por medio de la
predicación del evangelio. Nunca podré olvidar cuanta sed tuve al escuchar un mensaje
del evangelio hace más de cincuenta y cinco años. Tenía tanta sed que me pude haber
bebido un océano de agua. Un solo mensaje provocó en mí una sed que ha durado hasta
ahora. Aunque han pasado cincuenta y cinco años desde que oí este mensaje
maravilloso, todavía tengo sed por el agua de vida.
En la doctrina, si deseamos que fluya el agua de vida, debemos satisfacer nuestra sed
(Jn. 4:14). Esto significa que si no estamos llenos del agua viva, no puede haber ningún
reboso. El fluir viene del reboso, y éste a su vez viene de que nuestra sed sea satisfecha.
No obstante, desde el punto de vista de la experiencia, debemos esperar a que nuestra
sed sea satisfecha para poder fluir.
Puesto que ya hemos empezado a beber del Señor para satisfacer nuestra sed, debemos
prestar atención al fluir. Muchos de nosotros empezamos a beber del agua de vida hace
mucho tiempo. Nuestro problema se relaciona más con el fluir que con el beber. Al
predicar el evangelio a los incrédulos, quisiera recalcar la importancia de beber, pero al
ministrar a los creyentes, recalco la importancia del fluir. Como creyentes, ya hemos
empezado a beber del agua viva. Nuestra necesidad específica es el fluir del agua.
Es difícil decir si alguien está bebiendo o no, pero fácilmente podemos ver si una
persona fluye. Volvamos al ejemplo de la manguera. No podemos ver el agua que entra
en ella, pero sí podemos ver el agua que sale. Del mismo modo, yo no puedo ver el fluir
del agua viva hacia dentro de usted, pero puedo ver el fluir hacia afuera. Quizá no
sepamos si el agua fluye dentro de nosotros, pero ciertamente sabemos cuando fluye
hacia afuera. Este tipo de fluir es evidente.
Quizá usted se preguntará lo que significa que el agua de vida fluya de manera práctica.
El fluir puede ser comparado a eliminar algo con agua. Limpiar un tubo consiste en
llenarlo de agua para limpiarlo; es limpiarlo con un derramamiento repentino de agua.
En nosotros los cristianos, debe producirse un derrame de agua viva desde nuestro
interior. Si queremos tener este derrame, este fluir fuerte, debemos invocar el nombre
del Señor Jesús y orar. También es muy útil cantar al Señor.
Lo que ayuda particularmente a producir el fluir interior es hablarle al Señor, hablar por
El, para El, en El y con El. Cuanto más hablemos así, más fluiremos. Si no hay nadie con
quien podamos hablar, debemos hablar a las cosas en nuestro cuarto. Háblele al
escritorio, a la puerta, a las paredes. Háblele a cualquier cosa. Si usted tiene una
mascota en su casa, háblele. Háblele al perro, al gato, a los pájaros o a los peces. Algunos
pueden considerar esta práctica como algo ridículo, pero puedo testificar que hace una
gran diferencia. Los cristianos no deben ser silenciosos. Al contrario, debemos estar
burbujeantes y rebosantes de vida. Todos tenemos algo con lo cual podamos hablar.
Podemos hablarle a las ventanas, a las puertas, a los ladrillos y a las piedras. Cuando
hablamos, algo del Señor Jesús fluye. Al hablar nos parecemos a una manguera por la
cual fluye el agua hacia adentro y hacia afuera.
La cantidad de agua que entra guarda proporción con la cantidad de agua que sale. La
cantidad de agua que sale de nosotros determina la cantidad que puede entrar en
nosotros. En otras palabras, la medida en que fluimos determina la cantidad de agua
viva que podemos beber.
Algunos de ustedes quizás estén muy secos, hasta por completo. Esto puede ser porque
usted no habla. Ya que no habla, no deja que el agua de vida salga. Los animo a hacer
que el agua viva salga mediante el hablar. Esto puede parecer bastante peculiar, pero
testifico que es práctico y muy eficaz.
Muchos santos han venido a mí quejándose acerca de las reuniones. Me han dicho que
las reuniones son muy lentas, muy pobres. Por lo general cuando oigo estas quejas y
críticas, no discuto. Ni siquiera contesto. Sin embargo, quisiera aprovechar para
mencionar que los que se quejan del nivel de las reuniones de la iglesia deben tomar
parte de la responsabilidad por ello. Quizá la reunión fue pobre porque ellos
permanecieron callados, sin querer liberar el fluir del agua viva. Todos tenemos muchas
oportunidades de hablar en las reuniones. Aún en reuniones dedicadas al ministerio de
la Palabra, hay oportunidad de hablar tanto antes como después del mensaje. También
todos podemos orar en las reuniones de oración y ofrecer alabanzas y agradecimientos
en la reunión de la mesa del Señor. Todos los santos pueden hablar en todas las
reuniones de la iglesia. Debemos funcionar al hacer saltar el agua de vida. Según Efesios
5:18-20 y Colosenses 3:16, los cristianos deben hablar, cantar, salmodiar y dar gracias
continuamente.
EL MEJOR REPELENTE
Cuando estamos silenciosos y nos rehusamos a hablar, es muy fácil enojarnos y perder
la calma. No obstante, si hablamos, cantamos y damos agradecimiento continuamente,
será más difícil. Esto indica que el fluir del agua de vida es un repelente que aleja las
cosas negativas, todas las “moscas”, “escorpiones” y “topos”. La vida cristiana es una
vida de lucha. Día y noche, luchamos contra las cosas negativas que tratan de
influenciarnos y arrastrarnos hacia abajo. Necesitamos un repelente que aleje a los
“insectos”. Hablar constituye el mejor repelente.
Supongamos que yo viaje en avión para visitar una iglesia. Si durante el vuelo,
permanezco silencioso, sin orar, alabar, ni invocar el nombre del Señor Jesús, me
perturbarán pensamientos negativos y seré distraído. Los “escorpiones” pueden venir no
aisladamente, sino por montones. Muchos pensamientos negativos pueden ser
engendrados en mi mente, pensamientos acerca de ciertos hermanos o quizás acerca de
la manera en que mi esposa me trató unos días antes o acerca de la manera en que mis
hijos aparentemente me ignoran. Si no repelo estos “escorpiones”, estos pensamientos
negativos, al hablar, no tendré un corazón para ministrar al Señor cuando alcance mi
destino. Quizás ni siquiera sienta ninguna carga dentro de mí.
Cuando estamos secos espiritualmente, es fácil que nos enojemos o gritemos. Cuando en
nosotros no fluye el agua de vida, perdemos fácilmente la calma con nuestro esposo o
esposa. No obstante, cuando rebosamos del agua viva, nuestra ira y enojo, son
eliminados. ¡Qué diferencia tan grande cuando hacemos saltar el agua de vida!
Cuanto más hablamos, más somos llevados a un estado donde estamos llenos de la vida
eterna. Esta debe ser nuestra experiencia en nuestra vida diaria y también en las
reuniones de la iglesia. De otro modo, nuestras reuniones se parecerán a unas
presentaciones de teatro. No vamos a las reuniones para actuar, sino para testificar,
expresar, exhibir el reboso del agua viva que experimentamos día tras día.
En cuanto al fluir del agua de vida por el hablar, el cristianismo actual erra al blanco.
Los fundamentalistas insisten en ciertas formalidades. Estas llevan a la gente a la
muerte, y no a la vida eterna. Al contrario, en el pentecostalismo, se habla un poco más.
Aun cuando este hablar sea ridículo, es mejor que no hablar en lo absoluto, y puede
proporcionar algún beneficio espiritual. No obstante, nosotros en el recobro del Señor,
no necesitamos hablar como los del pentecostalismo. Al contrario, tenemos mucho que
decir acerca de Cristo como nuestra vida y acerca de todo lo que se ha revelado por
medio del ministerio de la Palabra. ¡Cuánto tenemos que hablarnos los unos a los otros!
No seamos como los fundamentalistas ni como los pentecostalistas. Más bien, todos
juntos hagamos saltar el agua viva por nuestro hablar.
Este fluir, este reboso, que viene por el hablar traerá vida. Producirá un manantial que
salta para vida eterna. Cuanto más hablemos, cantemos, oremos y alabemos, más fluir
habrá entre nosotros. Aprovechemos cada oportunidad de fluir en las reuniones de la
iglesia. No perdamos tiempo en estupideces, ni en silencio, sino que usemos cada
minuto para hacer saltar el agua de vida. Este hablar no sólo nos llevará a una situación
donde estemos llenos de vida, sino que también nos llevará a la plenitud del Espíritu.
Cuanto más hablemos, más llegaremos a la plenitud del Espíritu.
Si deseamos hacer fluir el agua de vida, también debemos identificarnos con el Cristo
que fue golpeado (Ex. 17:6; Jn. 7:38). La roca golpeada representa al Cristo encarnado
en Su crucifixión. En un mensaje anterior, mencionamos que en la cruz, Cristo fue
golpeado por Dios. Debemos identificarnos con esta persona golpeada. Esto significa
que nuestra vida humana, nuestra vida natural, debe ser golpeada para que pueda fluir
el agua viva. No obstante, no debemos intentar golpearnos a nosotros mismos. Si somos
uno con el Cristo golpeado, nos identificados con El, fácilmente experimentaremos la
crucifixión de nuestra vida natural. Entonces, mientras la vida divina de Cristo rebosa
como agua viva por medio del golpear de Su vida humana, nosotros también
experimentaremos el fluir del agua de vida si golpeamos nuestra vida natural. La vida
divina rebosará de nosotros sólo cuando nuestra vida natural haya sido golpeada.
Si hablamos sin estar identificados con el Cristo golpeado, nuestro hablar, aún nuestras
alabanzas y oraciones, serán naturales. Debemos ser uno con Cristo de una manera real
y práctica. Entonces experimentaremos el golpear de la vida natural que se produjo en
El y con Él en el momento de Su crucifixión. Si nos identificamos así con el Cristo
golpeado, el agua de vida no saltará de una manera natural, sino de una manera pura,
sin mezcla. Todo lo que sale de nosotros en oración, alabanza, o testimonio, será el fluir
de la vida divina en su pureza.
Cuando nos identificamos con Cristo en Su muerte, nuestra vida natural y la humana
serán aniquiladas. Entonces todo lo que rebose de nosotros será la vida de Dios, la vida
divina y eterna. Esta vida es el agua de vida. Si nos identificamos con el Cristo golpeado,
lo que rebose de nosotros será puro. No será una mezcla de la vida divina con la natural.
Además, este fluir nos llevará a una situación llena de vida eterna. Según Apocalipsis
22:1-2 el suministro de vida está en el agua de vida, ya que el árbol de la vida crece en el
río de la vida. Cuando el agua de vida fluye dentro de nosotros, recibimos un rico
suministro. Además, toda la iglesia recibirá el rico suministro de vida. ¡Oh, cuánto
necesitamos este fluir!
Les animo a orar acerca del fluir del agua de vida y poner en práctica lo que han oído en
este mensaje. Debemos dejar atrás las enseñanzas y prácticas tradicionales del
cristianismo. Todos debemos olvidarnos de la influencia de nuestro trasfondo en el
cristianismo. Lo que hemos hablado en este mensaje está conforme a la Palabra pura de
Dios y no según la tradición del cristianismo. Lo que necesitamos no es la tradición
cristiana sino el fluir del agua de vida. Si practicamos este fluir por medio del hablar y al
identificarnos con el Cristo golpeado, no tendremos solamente un río, sino los ríos de los
cuales habla el Señor Jesús en Juan 7:38. Ríos de agua viva saltarán desde nuestro
interior.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA Y SEIS
LA DERROTA DE AMALEC
Lectura Bíblica: Ex. 17:8-16; 1 P. 2:11; Dt. 25:17-19; 1 S. 15:2; Ro. 7:24; 8:34b; He. 7:25;
Gá. 5:16-17; Ro. 8:13; Nm. 24:20
La batalla en contra de Amalec fue el primer combate de los hijos de Israel. Cuando
estaban en Egipto, nunca combatieron. En el mar Rojo hubo una guerra entre Dios y
Faraón, pero los hijos de Israel no combatieron contra el ejército de Faraón. Sin
embargo, en el capítulo diecisiete, vemos a los hijos de Israel envueltos en una batalla
contra Amalec. Muchos estudiantes de la Biblia saben que este combate describe el
conflicto entre la carne y el Espíritu. Esto demuestra que al seguir al Señor, el primer
combate se produce entre la carne y el Espíritu. Esto indica que luego de ser salvos y
bautizados, el primer conflicto que experimentaremos será la guerra entre la carne y el
Espíritu que nos regeneró.
En los capítulos catorce y diecisiete, vemos un cuadro de muchas experiencias por las
cuales pasamos después del bautismo. Estas experiencias incluyen a Mara y Elim, el
comer del maná celestial para satisfacer nuestra hambre, y beber del agua viva para
satisfacer nuestra sed. Después de estas experiencias, estamos equipados y listos para
combatir en contra de la carne. Nuestra experiencia con el Señor lo confirma. Después
de ser salvos y bautizados, pasamos por las experiencias en Mara y en Elim. Luego
comimos del maná y bebimos del agua viva. Es sólo entonces que descubrimos cuanto
nos frustra la carne y nos impide seguir al Señor. La carne es el enemigo que nos impide
seguir adelante con el Señor. En este asunto, la carne es un enemigo más temible que el
mundo.
Éxodo 17:8 dice: “Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim”. Este versículo
indica que Amalec tomó la iniciativa de pelear contra los hijos de Israel. Amalec los
atacó por envidia. Los amalecitas habían oído lo que les había pasado a los hijos de
Israel y los envidiaban. Por tanto, Amalec salió a pelear contra el pueblo de Dios.
Antes de empezar a disfrutar de Cristo como nuestro alimento y del Espíritu vivificante
como nuestra agua viva, no teníamos ninguna conciencia de que la carne luchaba contra
nosotros. En aquel entonces, estábamos totalmente sometidos por la carne. Vivíamos en
la carne, actuábamos por ella, y andábamos conforme a ella. Todo lo que hacíamos era
en la carne. No obstante, no teníamos ninguna conciencia de que la carne era tan activa
y prevaleciente. Éramos víctimas sin esperanzas bajo el poder maligno de la serpiente,
Satanás. La serpiente podía obrar en nosotros y sobre nosotros, y no lo sabíamos. Pero
un día, empezamos a compartir del alimento celestial y a beber del agua viva. Entonces
empezamos a levantarnos y a alejarnos de la mano de Satanás y rehusamos ser víctimas
por más tiempo. En ese momento, Satanás instiga a la carne a que combata contra
nosotros. Muchos podemos testificar esto. Podemos testificar que después de empezar a
disfrutar a Cristo y a beber del agua viva, fuimos atacados por la carne. ¡Alabado sea el
Señor porque tenemos el maná celestial y el agua viva que nos sostiene en nuestro
combate contra la carne!
Días tras día, recibimos el suministro del maná, el Cristo celestial, como nuestra
porción. El Señor Jesús nos enseñó a orar: “el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”.
Cada día debemos orar así: “Señor, danos hoy nuestra porción diaria de Cristo”. Me
gusta orar de esta manera. A menudo digo: “Señor, gracias por otro nuevo día. Te pido
que me des la porción de gracia de este día”. Cada día necesitamos una porción de gracia
particular de Cristo como nuestro suministro de vida. También necesitamos al Espíritu
como el agua viva. Tenemos el Cristo celestial y también el Espíritu vivificante. El Cristo
celestial es el maná que satisface nuestra hambre, y el Espíritu es el agua viva que sacia
nuestra sed. ¿Disfruta de este maná y de esta agua viva día tras día? Puedo testificar que
hoy he disfrutado mi porción de Cristo, y he bebido mucha agua viva. Por lo tanto, no
estoy sometido por la carne. Mi hambre ha sido satisfecha, y mi sed también. Por tanto,
tengo algo que compartir con los santos. El agua viva puede brotar de mi interior y
saciar la sed de otros.
Aunque participamos de Cristo como el maná celestial y bebemos del Espíritu como el
agua viva, Amalec está cerca para combatir contra nosotros. Debemos recordar el hecho
de que Amalec, la carne, está siempre con nosotros. Inmediatamente después de
disfrutar del Señor en el avivamiento matutino, algo puede suceder, quizás en el
desayuno, para provocar la carne. La carne envidia nuestro disfrute de Cristo. Por tanto,
Satanás levanta la carne para combatir contra nosotros a fin de frustrarnos e impedirnos
seguir al Señor.
La única razón por la cual Amalec atacó fue su envidia hacia el pueblo de Dios. El no
quería ver que un pueblo pudiese ser tan brillante y victorioso. Los hijos de Israel habían
sido satisfechos por el maná celestial, y estaban bebiendo del agua viva maravillosa.
Según dice Pablo, la roca de la cual salía agua viva los seguía (1 Co. 10:4). Los hijos de
Israel deben haber estado contentos con el maná y el agua viva. ¿Acaso usted no habría
estado contento si hubiera estado allí? Ellos no necesitaban preocuparse por la comida.
Tenían el suministro diario del maná celestial. Además, podían beber del agua que salía
de la roca. ¡Qué escena más hermosa! No obstante, supongamos que los hijos de Israel
no tuviesen el maná ni el agua viva. En tal caso, el pueblo indudablemente se habría
peleado unos con otros y aún habría combatido uno contra otro. Esta situación no le
habría causado celos al enemigo. Pero Amalec sintió celos al oír acerca de un pueblo
radiante, feliz y victorioso. Motivado por la envidia, él combatió contra ellos para
destruirlos.
Las Escrituras prestan mucha atención a la guerra entre la carne y el Espíritu. Esta
guerra no aparece solamente en Éxodo 17, sino también en 1 Samuel 15. La Biblia tiene
mucho que decir acerca de Amalec. Esto es porque en la historia de la experiencia
cristiana, la carne ocupa mucho espacio. Si usted tuviese que escribir una biografía de
algún creyente, tendría que dedicar gran atención a la carne. Por el lado negativo, la vida
cristiana es una historia, un relato de la carne. Cada día en nuestro andar cristiano, la
carne nos molesta. Quizás al sentarse en las reuniones de la iglesia, usted recuerda
ciertas ofensas o maltratos por parte de otras personas; sus pensamientos en cuanto a
estas ofensas pueden estar en la carne. Después de la reunión, usted quizá sea atacado
fuertemente por la carne. Es posible que Amalec venga a combatir contra usted. Por el
lado negativo, la vida cristiana se preocupa principalmente por la carne. La carne se
levanta para atacarnos de muchas maneras distintas.
II. AMALEC
El nombre Amalec significa belicoso. La carne disfruta del combate y jamás desea
mantener la paz. Además, la carne es muy destructiva. El principal destructor de la vida
cristiana es la carne. La carne destruye nuestra vida matrimonial, nuestra vida de
familia y la vida de iglesia. Busca destruir todo lo positivo. Considere cuanto ha
destruido la carne desde que usted fue salvo.
B. Un descendiente de Esaú
Amalec era un descendiente de Esaú (Gn. 36:12), el hermano gemelo de Jacob. Esaú y
Jacob eran muy cercanos. Esto indica que la carne, representada por Esaú, está cerca de
nuestro ser regenerado, representado por Jacob, quien llegó a ser Israel. Esaú nació
primero, y luego Jacob. Esto indica que la carne pertenece al primer hombre y que
nuestro ser regenerado, al segundo.
Hemos señalado que así como Esaú estaba cerca de Jacob, la carne lo está de nuestro ser
regenerado. En ninguna parte la Biblia nos enseña que los descendientes de Esaú
dejaron de existir. Al contrario, los edonitas, descendientes de Esaú, eran un problema
permanente para los israelitas.
Hemos visto que Amalec, uno de los descendientes de Esaú, fue el primero en combatir
contra los hijos de Israel. Esto es un cuadro de la carne que combate contra los
creyentes. Pedro se refiere a esta pelea: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y
peregrinos que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 P.
2:11).
Amalec fue el primer enemigo que los hijos de Israel enfrentaron en su camino hacia la
buena tierra (Dt. 25:17-18; 1 S. 15:2). Esto indica que nuestra carne es nuestro principal
enemigo y toma la iniciativa sobre el pecado, el mundo y Satanás para combatir contra
nosotros. La carne, el pecado, el mundo y Satanás están relacionados uno con otro.
Estas cuatro cosas se entremezclan. La carne es la más prominente entre ellos al
combatir contra los creyentes. Satanás, el pecado y el mundo están subordinados a la
carne. Cuando en nuestra experiencia cristiana, la carne es aniquilada, el mundo no nos
puede retener, el pecado no puede operar en nosotros, y Satanás queda impotente para
obrar sobre nosotros. El mundo prevalece, el pecado es fuerte, y Satanás está activo
porque estamos todavía en la carne. Estos tres enemigos dependen de la carne. Por eso,
la Biblia da un cuadro completo de Amalec como el primer enemigo que combatió
contra los hijos de Israel. Muchos de nosotros podemos testificar que desde la primera
vez que buscamos al Señor y anduvimos en Su camino, la carne ha estado combatiendo
contra nosotros. La carne es el enemigo principal que nos frustra y nos impide seguir
adelante con el Señor.
Bajo la orientación de Dios, la meta de los hijos de Israel era entrar en la buena tierra. El
propósito de Amalec al atacar al pueblo de Dios era impedirles entrar en la tierra.
Nosotros también tenemos la meta de entrar en el Cristo todo-inclusivo como nuestra
buena tierra y poseerlo como tal. Hemos sido salvos, hemos emprendido un éxodo
maravilloso fuera de Egipto, hemos cruzado el mar Rojo, y hemos viajado por el
desierto, donde tuvimos muchas experiencias maravillosas. No obstante, todavía no
hemos alcanzado la meta. No hemos entrado en el Cristo todo-inclusivo. El enemigo,
Amalec, sabe que esta meta está delante de nosotros y procura impedirnos alcanzarla.
Es crucial que reconozcamos que el deseo de Satanás al usar carne para combatir contra
nosotros es impedirnos disfrutar plenamente de Cristo. El propósito de que la carne
combata contra nosotros es impedirnos entrar en Cristo como la tierra todo-inclusiva.
Debemos reconocer que pocos cristianos, aún entre nosotros, han entrado en el pleno
disfrute del Cristo todo-inclusivo. Principalmente hemos sido frustrados por la carne.
Aunque podemos disfrutar al Señor en el avivamiento matutino, muchas veces la carne
nos ataca después. Este ataque nos impide disfrutar del Cristo todo-inclusivo durante el
día. Como resultado, durante el día, tenemos poco disfrute de Cristo. El propósito de la
carne al combatir contra nosotros es impedirnos disfrutar plenamente de Cristo.
Al derrotar a Amalec, el Señor usó hombres débiles (Ex. 17:9; Ro. 7:24). En 17:9, Moisés
le dijo a Josué: “Escógenos varones y sal a pelear contra Amalec”. La palabra hebrea
traducida por varones en este versículo denota personas débiles. A los ojos de Dios, los
hijos de Israel eran hombres débiles. Esto se aplica a los creyentes hoy en día. Usted
puede pensar que cierto hermano es muy fuerte; no obstante, a los ojos de Dios, en
realidad él es débil. Nuestra debilidad queda demostrada por el hecho de que podemos
ser fácilmente vencidos, aun por nuestros hijos o nietos. Un hermano puede ser vencido
por una expresión de descontento sobre la cara de su esposa. No debemos considerarnos
fuertes. No, somos débiles. No obstante, Dios no usa a los fuertes para combatir a
Amalec. A Josué se le pidió que escogiera hombres débiles para el combate. Nosotros
escogeríamos hombres fuertes, pero Dios escogió a los que son débiles. Los que
vencieron a Amalec eran hombres débiles.
Aparentemente la batalla contra Amalec fue peleada por hombres débiles. En realidad,
fue peleada por Dios mismo. Esto queda demostrado por el hecho de que la victoria o la
derrota se decidía por los brazos levantados de Moisés. Éxodo 17:11 dice: “Y sucedía que
cuando alzaba Moisés su brazo, Israel prevalecía; más cuando él bajaba su brazo,
prevalecía Amalec”. El hecho de que Moisés alzara su brazo en la cima del monte
representa al Cristo ascendido que intercede en los cielos (Ro. 8:34b; He. 7:25). El
asunto de la victoria o de la derrota no dependía del combate de los hombres débiles.
Aunque ellos tenían que combatir, la victoria no dependía de ellos. Dependía de que
Moisés alzara su brazo con la vara de Dios. Aunque debemos combatir contra Amalec,
no debemos pensar que podemos ser victoriosos por nuestro combate. Al contrario, sólo
estamos calificados para ser derrotados. En nuestro combate, debemos reconocer la
necesidad no de combatir por nosotros mismos, sino de combatir por medio de Moisés y
Josué.
Por una parte, Moisés alzaba su brazo en la cima del monte, por otra, Josué combatía
por el pueblo (17:10a, 13). Hemos visto que el maná tipifica a Cristo y que el agua viva
tipifica al Espíritu. Ahora debemos seguir adelante y señalar que Moisés tipifica al Cristo
celestial, y Josué, al Espíritu que mora en nosotros y combate contra la carne (Gá. 5:16-
17; Ro. 8:13). Muchos cristianos se dan cuenta de que en tipología, Josué representa a
Jesús. De hecho, la palabra griega Jesús es la forma griega del nombre hebreo Josué.
Aunque Josué tipifica a Jesús, en Éxodo 17 tipifica al Espíritu. Según el cuadro de Éxodo
17, el Cristo celestial, tipificado por Moisés, intercede, y el Cristo que mora en nosotros,
tipificado por Josué, acaba con el enemigo. El maná, el agua viva, Moisés y Josué
tipifican a Cristo. Cristo es el suministro de la vida, el agua viva, Aquel que intercede en
los cielos, y el que mora en nosotros y combate contra el enemigo. En resumen, Cristo lo
es todo. El cuadro de Éxodo está muy claro al respecto.
A. El recuerdo de Amalec
será erradicado de debajo del cielo
No obstante, en Éxodo Amalec no fue erradicado. En 1 Samuel 15, vemos que los
amalecitas existían todavía y eran muy prevalecientes. Sin embargo, Dios ha decidido
que la carne debe ser erradicada. Esto sucederá durante la era del reino en el milenio.
En la actualidad, todavía debemos combatir contra la carne. Pero cuando venga el reino,
la carne será erradicada de debajo del cielo.
Dios odia tanto a la carne porque la mano de Amalec se levantó contra el trono del
Señor. Éxodo 17:16 dice: “Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de
Jehová, Jehová tendrá guerra contra Amalec de generación en generación”. La carne es
una mano contra el trono, contra el gobierno de Dios. Puesto que la carne se opone al
trono del Señor, El debe combatirla. El Señor hará guerra contra Amalec de generación
en generación.
C. Se edificó un altar
de conmemoración llamado Jehová-nisi
En Éxodo 17:15, vemos que Moisés “edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi”. El
nombre Jehová-nisi significa “Jehová, mi bandera”. El hecho de que Jehová sea nuestra
bandera significa que Jehová Dios es nuestra victoria. Moisés edificó un altar y luego lo
llamó Jehová-nisi. El altar representa la cruz que termina con nuestra carne (Gá. 5:24).
Por una parte, nuestra carne debe ser erradicada; por otra, la cruz debe ser una
conmemoración. Mediante la cruz, disfrutamos de la victoria del Señor. Eso significa
que por el altar, disfrutamos a Jehová-nisi.
El altar edificado y llamado por Moisés en Éxodo 17 significa que la cruz de Cristo es una
conmemoración de nuestra victoria. Por medio de la cruz, experimentamos al Señor
como nuestra bandera. Lo disfrutamos a Él como el victorioso, y disfrutamos la victoria
mediante la cruz del Señor. Según el libro de Gálatas, la carne debe ser desechada, pero
la cruz debe llegar a ser nuestra jactancia. Pablo declara que él no se jactaba en la
circuncisión sino en la cruz de Cristo. El recuerdo de la carne debe ser erradicado, y la
memoria de la cruz debe ser edificada. Debemos recordar la cruz de Cristo a través de la
cual disfrutamos al Señor como nuestra bandera, nuestra victoria. Esta cruz es la
conmemoración de que la carne ha sido erradicada.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA Y SIETE
Lectura Bíblica: Ex. 17:9-16; 1 S. 15:1-33; Ro. 8:7-8, 13; Gá. 5:17, 24
Los capítulos del uno al diecisiete de Éxodo forman una sección. En ésta, vemos un
cuadro completo de la salvación de Dios, un cuadro que incluye la terminación con el
mundo y la carne. El pueblo escogido de Dios se encontraba en cautiverio en Egipto, el
cual representa al mundo. Luego Dios vino y terminó al mundo, para cumplir la
redención, y liberar a Su pueblo, del mundo. Después de eso, ellos disfrutaron del
suministro del maná celestial y del agua viva. Entonces, en Éxodo 17, Dios venció a
Amalec, es decir, a la carne.
I. AMALEC: LA CARNE
LLENA DE ENEMISTAD CONTRA DIOS
En sus escritos, Pablo habla exhaustivamente de la carne. El usa ciertas expresiones que
muestran que la carne es enemistad contra Dios. Por ejemplo, en Romanos 8:7, él dice
que “la mente puesta en la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley
de Dios, ni tampoco puede”. La carne es fea por la simple razón de que no se somete a la
ley de Dios. Desde el punto de vista de Dios, la carne no tiene ley. La falta de ley
prevalece entre los cristianos contemporáneos. La carne no tiene ley por eso no se
somete a Dios.
En 8:8, Pablo continúa y declara: “Y los que están en la carne no pueden agradar a
Dios”. La carne no se somete a la ley de Dios, no puede someterse a la ley de Dios, ni
puede agradar a Dios. Por consiguiente, a los ojos de Dios, no hay ningún lugar para la
carne. Esta debe ser aniquilada.
La carne denota la totalidad del viejo hombre caído. Por consiguiente, la carne no se
refiere simplemente a una parte de nuestro ser, sino a todo nuestro ser caído. Según
Romanos 6:6, el viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo. Puesto que el
viejo hombre no tiene esperanza, Dios lo puso en la cruz y lo crucificó juntamente con
Cristo. Como veremos, debemos cooperar con Dios en lo que Él ha hecho al crucificar la
carne (Gá. 5:24). El destino de la carne es morir. Sin importar lo que nosotros pensemos
de la carne, para Dios ésta es rebelde y menospreciada. Por esta razón, Dios erradicó el
nombre de Amalec.
Aunque el Cristo que intercede no necesita que nadie le sostenga las manos,
necesitamos que nuestras manos de oración sean apoyadas. Les resulta fácil cansarse.
Sabemos que para aniquilar la carne, debemos orar. Pero a menudo nuestras manos se
cansan. Por tanto, necesitamos la ayuda de Aarón y de Hur.
Aarón, el sumo sacerdote, representa el sacerdocio, y Hur, quien pertenecía a tribu de
Judá representa el reinado, El nieto de Hur, Bezaleel, recibió la capacidad de trabajar en
los diseños del tabernáculo (31:1-5). Como lo veremos cuando consideremos los últimos
capítulos de Éxodo, el tabernáculo, el edificio de Dios, fue construido por el sacerdocio y
el reinado. Nuestra oración debe ser sostenida por el sacerdocio y el reinado. A veces
nuestras manos de oración se cansan no por la falta de deseo de orar, sino por la falta de
incentivo y de aliento. Esto significa que quizá necesitemos un Aarón y un Hur, el
sacerdocio y el reinado.
Otra razón de cansancio en la oración es la rebeldía contra el reinado. Si usted dice que
no es rebelde, entonces le haré una pregunta acerca de la desobediencia. ¿Puede decir
que jamás ha desobedecido al Señor? Por ejemplo, una hermana quizá se sienta
restringida por el Señor y mantenida alejada de la tienda, pero ella puede desobedecer e
ir allí de todos modos. En el transcurso de un solo día, podemos desobedecer al Señor en
muchas ocasiones. Vamos en contra de la autoridad, del reinado, dentro de nosotros.
Por lo tanto, debido a la carencia del reinado, nos cansamos fácilmente cuando oramos.
En nuestra oración, debemos ser uno con Cristo en los cielos. Debemos unirnos a Cristo
y ser uno con El en Su intercesión. Debemos hacer de Su oración nuestra oración, de Su
intercesión, nuestra oración instantánea. Apoyados por el sacerdocio y el reinado, es
decir, levantados en nuestro espíritu y sometidos a la autoridad de Dios, debemos orar
con El en el trono en los cielos. Además, la dirección de nuestra oración debe ir hacia la
meta de la construcción de la casa de Dios. Si tenemos estos factores: el sacerdocio, el
reinado, y el edificio de Dios como propósito, no creo que nuestra oración pueda ser
detenida. El cuadro de Aarón y Hur sosteniendo las manos de Moisés representa la
unión en oración entre Cristo y nosotros. Cuando Cristo intercede, oramos. Nos unimos
a Él en Su intercesión. Esa es la manera correcta en que debemos orar para aniquilar la
carne.
Aniquilar a la carne no es un asunto superficial, pues todo nuestro ser caído es la carne.
En cierto sentido, la carne somos nosotros. Vencer a la carne es mucho más difícil que
vencer al mundo o al pecado. Para vencer la totalidad de nuestro ser caído, necesitamos
muchas oraciones en unión con la intercesión del Cristo celestial. Para orar de esta
manera, debemos identificarnos con Cristo y ser uno con El. Mientras El ora en los
cielos, oramos juntamente con El. Si queremos orar de esta manera, debemos ser
levantados en nuestro espíritu por el sacerdocio y sometidos por el reinado. También
debemos cuidar el edificio de Dios. Luego tendremos el apoyo necesario para sostener
nuestra vida de oración.
En Éxodo 17:12, vemos que Aarón y Hur tomaron una piedra y la pusieron debajo de
Moisés, y él se sentó sobre ella. Esto indica que nuestra vida de oración debe tener una
base firme. Cuando yo era joven, aprendí a orar, pero mi oración no tenía ninguna base
sólida. Pasa lo mismo con muchos cristianos contemporáneos; ellos han aprendido a
orar, pero carecen de base firme en su vida de oración. Según el contexto de Éxodo 17,
no creo que la base firme para nuestra vida de oración sea Cristo directamente. Más bien
creo que la piedra usada como base firme se refiere a nuestra conciencia de que dentro
de nosotros mismos somos capaces de sostener una vida de oración. Ese es el
reconocimiento del hecho de que necesitamos apoyo. En nuestra vida natural, nosotros
como Moisés, no podemos perseverar en oración. Simplemente no podemos orar todo el
día. Por tanto, debemos tomar conciencia de nuestra debilidad. Esta conciencia nos da
la base firme que necesitamos para nuestra vida de oración.
Cuando usted está a punto de orar, debe darse cuenta de que usted no es capaz de orar.
Cada persona que ora puede testificar que no se puede llevar una vida de oración sin una
base firme. Necesitamos algo sólido que levante nuestra vida de oración. Cuando usted
ore, dígale al Señor: “Señor no puedo seguir orando, necesito una base firme para mi
oración, y Te tomo a Ti como base”.
Vemos que Moisés oró hasta la puesta del sol. Quizá tengamos un buen momento de
oración temprano por la mañana, pero generalmente no podemos seguir hasta mediodía
y mucho menos hasta el fin del día ¿Puede usted mantenerse en un espíritu de oración
desde temprano por la mañana hasta el mediodía? Es probable que solamente unos
pocos entre nosotros sean capaces de hacer eso. Moisés pudo orar hasta la puesta del sol
porque él tenía una piedra, una base sólida, sobre la cual sentarse y porque Aarón y Hur
lo apoyaban. Sea alentado y dígale al Señor: “Señor no puedo orar sin cesar. Pierdo
fácilmente mi calma y chismeo. Pero no puedo orar continuamente. Señor, puedo orar
poco tiempo, pero no puedo orar todo el día”. Si usted le dice eso al Señor, se dará
cuenta de que está sentado sobre una piedra. Entonces usted tendrá una base sólida
para su vida de oración.
Siento la carga de compartir este punto porque sé que enfrentamos muchos problemas
en nuestra vida de oración. Si deseamos preservar nuestra vida de oración, debemos
cuidar cuatro asuntos: la base firme, el sacerdocio, el reinado, y la construcción del
tabernáculo. Entonces nuestra vida de oración será sostenida.
El versículo 11 dice: “Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía;
más cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec”. Esto indica que cuando nuestra vida
de oración se cansa, nuestra carne prevalecerá. Esto lo confirma nuestra propia
experiencia. Sólo una vida de oración adecuada puede vencer nuestra carne. No se
imagine que por haber sido salvo durante mucho tiempo y haber tenido ciertas
experiencias espirituales, su carne ya no puede prevalecer. De hecho, si cesa nuestra
oración, nuestra carne mostrará espontáneamente que es la misma que la de los
incrédulos. Por muy rica que sea nuestra experiencia espiritual, esta no mejorará a
nuestra carne. Nuestra carne ni siquiera recibirá influencia por ello. La carne no puede
recibir influencia, no puede cambiar ni mejorar, aun después de haber sido cristiano
durante varias décadas. Si su oración cesa, su carne será la misma ahora como antes de
su salvación. Puesto que la carne no cambia ni mejora, debemos orar sin cesar.
Ya vimos que la verdadera oración nos identifica con el Cristo celestial. La experiencia
de identificación con Cristo en los cielos se produce por medio de una vida de oración
apropiada. Cuando oramos de una manera genuina, disfrutamos de una unión celestial
con Cristo. No obstante, esta oración depende de una base firme, del sacerdocio, del
reinado, y de la meta del edificio de Dios.
B. Al matar la carne
con el Espíritu que lucha
También combatimos contra Amalec al matar la carne con el Espíritu que lucha (Ro.
8:13; Gá. 5:17, 24). Romanos 6:6 afirma que nuestro viejo hombre ha sido crucificado
juntamente con Cristo. No obstante, en Romanos 8:13, vemos que todavía debemos
matar las prácticas del cuerpo con la ayuda del Espíritu. Además, en Gálatas 5:24, Pablo
nos dice que los que pertenecen a Cristo han crucificado la carne. Si no creemos que
nuestro viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo en la cruz, no podremos
vencer nuestra carne. Basándonos en el hecho de que nuestro viejo hombre ha sido
crucificado, tenemos el valor y el aliento de matar la carne.
Según Romanos 8:13, cuando aniquilamos las prácticas del cuerpo, el Espíritu obra con
nosotros. Esto significa que la medida en que el Espíritu obra depende de la medida en
que estamos dispuestos a hacer nuestra parte. Si crucificamos la carne, el Espíritu
inmediatamente obra con nosotros. Todos apreciamos la obra del Espíritu. No obstante,
el Espíritu no obra si no obramos. El Espíritu ayuda a los que se ayudan a sí mismo. Sin
embargo, queda patente que aun cuando intentamos ayudarnos a nosotros mismos, de
todos modos no podemos cumplir nada. Necesitamos el Espíritu, y el Espíritu necesita
nuestra cooperación. El espera que nos ayudemos a nosotros mismos. En cuanto
hacemos eso, El viene y lo hace todo para nosotros. Mediante el Espíritu que mora en
nosotros, mueren las prácticas del cuerpo.
Por una parte, debemos orar con Cristo; por otra, debemos aniquilar a la carne con el
Espíritu que lucha. Hoy en día, Cristo está en los cielos y también dentro de nosotros
como el Espíritu que lucha. En los cielos, El es el Moisés que intercede, y en nosotros, es
el Josué que lucha. Debemos estar unidos al Cristo celestial para cooperar con el Cristo
que mora en nosotros. Entonces y de una manera muy práctica, la carne será aniquilada.
En Primera de Samuel 15:3, el Señor mandó que Esaú “fuese e hiriera a Amalec y
destruyera todo lo que tenía y no se apiadara de él, matara hombres, mujeres, niños y
aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”. Saúl destruyó completamente a la
gente con su espada, pero él perdonó “a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado
mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, no lo quisieron
destruir; más todo lo que era vil y despreciable destruyeron” (1 S. 15:9). Saúl justificó
eso diciendo que “el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para
sacrificarlo a Jehová, su Dios” (1 S. 15:15). Es difícil discernir si Saúl estaba mintiendo.
Quizá él haya conservado lo mejor de las ovejas y del ganado para su propio uso, y no
para sacrificarlo a Jehová. Según 1 Samuel 15:12, Saúl levantó un monumento, quizá
para conmemorar su victoria sobre Amalec. Esto indica que él no se preocupaba por la
palabra ni la intención de Dios, sino que se interesaba solamente por su disfrute y gloria.
Cuando Samuel se enfrentó a Saúl y le reprochó lo que había hecho, Saúl todavía se
justificaba diciendo que él había obedecido a la voz del Señor, pero que “el pueblo tomó
del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová su
Dios” (vs. 20-21). Esto indica que la carne maligna fue destruida, mientras que el
aspecto aparentemente bueno de la carne pudo permanecer.
La pelea contra Amalec requiere también obediencia a la palabra del Señor (1 S. 15:22-
23). En la época de Saúl, se obedecía solamente a la Palabra de una manera exterior.
Hoy en día, debemos obedecer a la unción interior. Cuando desobedecemos a la unción
interior, inmediatamente la carne prevalece. Pero si obedecemos siempre a la unción
interior, oraremos juntamente con Cristo y cooperaremos con el Espíritu que mora en
nosotros. Esto permitirá vencer a la carne y aniquilarla. Esta es la manera de combatir la
carne.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA Y OCHO
No obstante, Abraham actuó según la propuesta de Sara de producir una cimiente para
Agar. Al hacer eso, Abraham ejercitó su carne, y el resultado, fue Ismael. Dios deseaba
que Abraham fuese aniquilado. Pero a la edad de ochenta y seis años, Abraham tomó a
Agar y por ella produjo a Ismael. Durante los siguientes trece años, Dios no se le
apareció. Luego cuando Abraham tenía noventa y nueve años, Dios vino y lo reprendió y
reafirmó la promesa que El le había hecho. En aquel momento, Abraham sabía que se
había equivocado.
Ismael es el resultado del ejercicio de la carne. Este está en contra de Isaac, quien es el
resultado de la gracia. La gracia es Dios que llega a ser nuestro todo. En particular, la
gracia es Dios como nuestra fuerza y disfrute. Dios había prometido a Abraham que El le
daría un hijo. Pero Dios no quería que Abraham produjera la simiente. Por consiguiente,
Dios esperó que Abraham se considerara como persona muerta, sin ninguna capacidad
de engendrar un hijo. Luego, cuando a los ojos de Abraham y de Sara, ellos ya no podían
tener hijos, Dios vino y les permitió tener un hijo. Según el relato de Génesis, el
nacimiento de Isaac fue la venida del Señor. Cuando Isaac nació, Dios vino. Por
supuesto, esto no significa que Isaac era el hijo de Dios. Significa que Isaac no nació por
medio de la carne del hombre, sino según la gracia de Dios, según la visitación de Dios.
Por consiguiente, Isaac es el resultado de la gracia. Ismael, el resultado de la carne del
hombre, el cual está en contra de Isaac.
Isaac fue una persona producida por la gracia de Dios para cumplir el propósito eterno
de Dios. Este es un asunto de gran significado. Por tanto, oponerse a Isaac es algo muy
grave. El hecho de que Ismael, el resultado de la carne, se opusiera a Isaac, el resultado
de la gracia de Dios, constituye una rebelión, una gran rebelión contra el propósito
eterno de Dios.
En un sentido, Dios aborrece más a la carne que aparenta ser buena que a la carne
maligna. En 1 de Samuel, vemos que Dios aborreció los buenos aspectos de Amalec. Por
consiguiente, todo lo que hacemos sin depender de Dios y sin confiar en El proviene de
la carne, por muy bueno que sea. Todo lo que no se hace en Dios proviene de la carne. Si
yo le visito a usted sin contar con Dios, esto proviene de la carne. Si yo oro por los demás
sin depender de Dios, esta oración proviene de la carne. No piense que la carne se
refiere solamente a asuntos malignos o a apetitos carnales. Es obvio que estas cosas
provienen de la carne. La carne incluye también cosas buenas. Observe las palabras “lo
mejor” en 1 de Samuel 15. Saúl perdonó el mejor ganado y el mejor botín. En relación
con la carne vemos cosas que son lo “mejor”. Por consiguiente, decimos una vez más que
todo lo que hacemos sin el Espíritu, sin depender de Dios, y sin confiar en El, por buena
que sea proviene de la carne. Todo lo que tiene su origen en nosotros mismos es un
Ismael.
Isaac tipifica a Cristo. Por tanto, el resultado de la carne, tipificado por Ismael, va en
contra de Cristo. La intención de Dios consiste en forjar a Cristo dentro de nosotros.
Pero la carne obra de una manera opuesta a Cristo. El resultado de la carne, va en contra
de Isaac. Cuando ejercitamos nuestra carne, producimos un Ismael, y este Ismael va
siempre en contra de Cristo. Ismael nos corta de la gracia y nos aleja de Cristo. Por esta
razón, en Juan 15, el Señor dijo que fuera de Él, no podemos hacer nada. No obstante,
hemos hecho muchas cosas fuera de Cristo. Pero todo lo bueno que hemos hecho fuera
de Cristo es un Ismael que se opone a Cristo.
Estamos acostumbrados a hacer muchas cosas fuera de Cristo. Todos condenamos las
cosas pecaminosas. Pero pocos condenan las cosas buenas, aun las que parecen
espirituales, pero que son hechas fuera de Cristo. ¿Se ha condenado alguna vez por
haber orado en la carne? El resultado de la oración en la carne producirá también algún
tipo de Ismael. Este Ismael se opone a Cristo y nos impide el disfrute de la gracia de
Dios para cumplir el propósito eterno de Dios.
La carne del hombre se opone a la gracia de Dios. Eso significa que todo lo que hace el
hombre fuera de Dios mismo constituye una frustración para el propósito de Dios. Este
es un asunto grave. Debemos reconocer que todavía hacemos muchas cosas por medio
de nuestra carne. Sin embargo, algunos negarán que ejercitan la carne. No obstante,
tampoco dependen del Señor. Mientras no acudamos al Señor, estamos en la carne. El
simple hecho de no confiar en el Señor hace que espontáneamente vivamos en la carne.
Debemos aprender a no hacer nada por nuestra carne. A veces cuando mi carne ha sido
fuerte, ni me atreví a hablarle a un hermano. Me di cuenta de que todo lo que dijera
provenía de la carne. Por tanto, lo mejor que pude hacer fue no hacer nada. En aquellas
ocasiones, sólo pude decir: “Señor, perdóname. No puedo hacer nada. Para no producir
un Ismael, no tengo la valentía de hacer nada”.
En Romanos 8:7, Pablo dice que la carne no puede someterse a Dios. El reino de Dios
denota la autoridad de Dios por la cual todas las cosas se someten a Él. Pero la carne no
puede someterse a Dios. Se opone totalmente al trono de Dios.
En Éxodo 17:16, vemos que Amalec es una mano contra el trono de Jehová. A los ojos de
Dios, Amalec era considerado como una mano contra el trono de Dios. Esto indica que
Amalec intentó derribar el trono de Dios, así como Satanás intentó hacerlo una vez.
Éxodo 17:16 afirma que debido a esta mano en contra del trono de Jehová, Dios peleará
contra Amalec de generación en generación. Con eso, vemos que Amalec se opone a la
autoridad de Dios.
Cada aspecto de nuestra carne, ya sea bueno o malo, es enemigo de la autoridad de Dios.
La carne no se preocupa por Dios ni por Su autoridad. Cuando estamos en la carne, nos
consideramos como individuos que no estamos obligados a someternos al trono de Dios.
Pensamos que tenemos una posición y derechos propios. El origen de esta actitud
rebelde es Satanás. En todo caso, Satanás es uno con nuestra carne. Satanás no nos
tienta directamente, sino por medio de otros o por medio de algo dentro de nosotros.
Por ejemplo, Satanás vino a Eva en forma de serpiente. En Mateo 16, Pedro, un
discípulo que amaba mucho al Señor Jesús, fue usado por Satanás. Satanás se presentó
al Señor en Pedro y por medio de él. A menudo nuestra carne encubre a Satanás.
Cuando ejercitamos nuestra carne, Satanás se oculta dentro de nosotros. Por tanto, así
como Satanás, la carne se opone a la autoridad de Dios. Según el relato de Éxodo 17,
Amalec es una mano contra el trono de Dios.
Puesto que Amalec está en contra del reino de Dios, necesitamos el apoyo del sacerdocio
y también del reinado para combatir contra de él. Si intentamos vencer la carne sin
preocuparnos por la autoridad de Dios, nos equivocamos. En principio, nosotros
mismos estamos en contra del reino de Dios. Necesitamos el apoyo del reinado, de Hur,
en nuestra vida de oración. Debemos mirar continuamente al Señor para recibir Su
gracia y ser sumisos a Su autoridad. De esta manera, honramos la autoridad de Dios y
fortalecemos el reinado en nuestra experiencia.
C. El reino viene después
de la guerra contra Amalec
En Éxodo 18, tenemos una tipología, un cuadro, del reino de Dios. El hecho de que se
presente este cuadro después de la guerra contra Amalec indica que cuando Amalec es
vencido, el reino con el reinado entran inmediatamente. Esto indica también que
Amalec iba en contra del reinado.
En 1 Samuel 15, otra porción de la palabra que habla acerca de Amalec, vemos como el
rey Saúl perdió su reinado. Saúl fue ungido adecuadamente para ser rey, pero él perdió
el reinado por la manera en que se comportó con Amalec. Con esto, debemos aprender a
tener cuidado cuando tocamos el asunto de la carne. Podemos tocarla de manera que
nos hará perder nuestro reinado.
Según Apocalipsis 5:10, nosotros los cristianos fuimos salvos no solamente para ser
sacerdotes, sino también para ser reyes. Nosotros somos los Aarón y los Hur de hoy.
Nacimos en una familia real. Pedro dice que somos un sacerdocio real (1 P. 2:9). No
obstante, pocos cristianos se dan cuenta de que son reyes por nacimiento. Los que
tienen conciencia de esto quizá le presten poca atención. Ya que somos reyes, debemos
comportarnos como tal.
Cuando nos relacionamos con algunos cristianos, sentimos que ellos llevan el reinado, la
autoridad. En cambio, con otros pensamos que ellos tienen carencia en el reinado. Se
encuentran muy por debajo del nivel del reinado. Puesto que nacimos reyes y seremos
reyes en el futuro, es importante que ejercitemos nuestro reinado hoy en día.
1 Samuel 15:9 dice: “y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag y a lo mejor de las ovejas y del
ganado mayor, de los animales engordados, y los carneros y de todo lo bueno, y no lo
quisieron destruir, más todo lo que era vil y despreciable destruyeron” (v 21). Esto
describe el hecho de que en nuestra experiencia, atesoramos los buenos aspectos de
nuestra vida natural, por ejemplo: nuestras virtudes naturales, y no deseamos
destruirlas. Todos atesoramos los puntos positivos de nuestra carne. Todos nosotros
somos Saúles. Cuando recibimos el mandato de Dios de destruir la carne, destruimos las
cosas negativas, como nuestra ira. Pero pocos están dispuestos a destruir los aspectos
buenos de la vida natural. Todos atesoramos las mejores partes de nuestro ser natural.
No obstante, debemos ser alentados por el hecho de que el Señor todavía obra sobre
nosotros y dentro de nosotros. En el Nuevo Testamento, podemos ver que Pablo y Juan
fueron liberados de su carne. Ellos destruyeron totalmente a Amalec.
Necesitamos una luz intensa que brille sobre nosotros y nos muestre que todo lo que
somos en la vida natural es Amalec. El Amalec dentro de nosotros debe ser totalmente
destruido. No debemos tomar ninguna excusa para perdonar los aspectos de Amalec
dentro de nosotros.
Saúl intentó justificar su fracaso al no destruir totalmente a Amalec. Primero, él dijo que
“el pueblo separó lo mejor de las ovejas y de las vacas” (v. 15). No puedo encontrar ni un
versículo en 1 Samuel 15 que nos diga que Saúl deseaba matar a todo el ganado, pero que
el pueblo se rehusaba a hacerlo. Creo que Saúl estaba mintiendo al echarle la culpa al
pueblo. Saúl debe haber estado muy contento por su victoria sobre Amalec. Hasta
edificó un monumento, que serviría de conmemoración para su victoria (v. 12).
Segundo, Saúl le dijo a Samuel que lo mejor de las ovejas y del ganado fue separado a fin
de ofrecer sacrificio a Dios (vs 15, 21). No obstante, no creo que Saúl tuviese tanto
corazón por el Señor. Al contrario, yo creo que él le mintió a Samuel para guardar las
mejoras ovejas y vacas.
Al leer Primera de Samuel 15, no confió en que yo sea mejor que Saúl. Reconozco que el
cuadro de Saúl describe lo que se halla en mí. En el asunto de justificarse, podemos ser
aún peores que Saúl. Toda justificación es una mentira. Pasa lo mismo con nosotros. No
intente jamás justificarse a sí mismo ante el Señor. Ninguna excusa puede permanecer
delante de Él.
No justifique su fracaso al no destruir totalmente la carne. No diga que usted tiene una
costumbre particular y que no puede hacer nada al respecto. Pretender que usted no
puede destruirlo constituye una mentira. Si repasamos nuestro pasado, veremos que
muchas veces hemos fracasado y no hemos destruido totalmente la carne. No
obedecimos al mandato de Dios de destruir completamente a Amalec. Entre el pueblo de
Dios, son muy pocos los que son absolutos en la destrucción de la carne. Esta es la razón
por la cual en nuestra vida diaria, no sentimos gran cosa acerca del reinado. Puesto que
no hemos destruido totalmente a Amalec, en nuestra experiencia, el reino no ha venido
plenamente.
Hace poco, en una reunión, mencioné que todos tenemos rasgos peculiares que nos
impiden disfrutar a Cristo. Nuestras costumbres, que preservan los buenos aspectos de
la carne perjudican más nuestra vida espiritual. Tenemos la costumbre de destruir los
aspectos malignos de la carne y de preservar los buenos aspectos. Dentro de nosotros
pocos aborrecen verdaderamente la “buena carne”. No obstante, debemos llegar a
aborrecer todo aspecto de la carne, porque va en contra de la gracia y nos aleja del
disfrute de Cristo. También debemos aborrecer la carne porque va en contra del reinado.
Guardar los buenos aspectos de la carne causa una carencia definitiva de autoridad
espiritual. Muchos creyentes carecen de una autoridad espiritual fuerte simplemente
porque no han vencido sus peculiaridades. La cultura, las opiniones, las peculiaridades,
las costumbres, constituyen escondites de la carne, y dañan nuestra vida espiritual.
Puesto que guardamos los buenos aspectos de la carne, estos aspectos consumen
nuestro reinado, nuestra autoridad. Nosotros los que hemos estado en el Señor durante
muchos años y que lo amamos y lo buscamos, debemos tener un peso espiritual
considerable. Debemos estar llenos del reinado, de autoridad divina. Pero en muchos
casos pasa lo contrario. Por no haber destruido el “Agag” dentro de ellos y el mejor
ganado de Amalec, muchos santos carecen de autoridad, de reinado y de peso espiritual.
Dios no quiso aceptar la excusa de Saúl de que el pueblo había separado lo mejor del
ganado y de las vacas para ofrecer sacrificio al Señor. Dios había mandado que Saúl
destruyera completamente todo lo que pertenecía a Amalec, y Saúl no tenía ninguna
excusa. Dios no quería que se usara lo mejor del ganado como sacrificio para El. A Sus
ojos, eso fue maligno. (1 S. 15:19). Esto indica que podemos considerar cierta cosa como
buena para ser ofrecida al Señor. No obstante, a los ojos del Señor, es maligno hacer
esto. Considere el ejemplo de Caín, cuyo sacrificio fue maligno a los ojos de Dios.
Muchos cristianos contemporáneos ofrecen cosas que Dios considera malignas.
Pretenden estar comprometidos en el servicio espiritual, pero Dios afirma que su
ofrenda es maligna porque tiene su fuente en la carne. Todo lo que está presentado y
sacrificado a Dios y que tiene su fuente en la carne es maligno a Sus ojos.
Es crucial que veamos lo que es la carne y como ésta se opone a la gracia y al reinado de
Dios. Si descuidamos el asunto de la carne, nosotros, como Saúl, perderemos nuestro
reinado. Entonces nos uniremos al poder de las tinieblas. Aparentemente somos el
pueblo de Dios, pero en realidad, adoraremos el ídolo de vanidad. ¡Cuán grave es eso! La
rebelión es como el pecado de adivinación, y la obstinación como el ídolo de vanidad.
Que el Señor nos tenga misericordia y que aprendamos lo que es la carne y cómo
aniquilarla completamente.
El relato bíblico acerca de Amalec nos enseña que debemos tener temor y temblor
delante de Dios al hacer cosas buenas. Todos tenemos miedo de cometer maldades. Pero
quizá no tengamos miedo de hacer lo bueno. El relato de Amalec en el Antiguo
Testamento nos muestra que hacer lo bueno según nuestra propia elección es algo aún
peor que cometer maldades porque va en contra del trono mismo de Dios. El sacrificio
de Caín parecía bueno, pero en realidad fue un acto de rebelión contra el trono de Dios y
contra Su economía. Del mismo modo, Saúl perdonó lo mejor del ganado de Amalec con
la intención de ofrecerlo a Dios como sacrificio. Esto fue rebelión, la cual está
relacionada con la adivinación, y el contacto con los demonios. Mucho de lo que hacen
los cristianos contemporáneos supuestamente por Dios, en realidad es una rebelión
contra la economía de Dios e involucra contacto con los demonios.
Sin 1 Samuel 15:22 y 23, no nos daríamos cuenta de que la acción de Saúl fue un hecho
de rebelión relacionado con los demonios. Pero la palabra de Samuel expuso la
naturaleza de lo que Saúl había hecho. Aparentemente Saúl deseaba ofrecer sacrificio a
Dios. Pero en realidad su sacrificio está relacionado con los demonios. Esto revela la
importancia de darnos cuenta de que todo lo que hacemos fuera de la gracia de Dios y
fuera de su dependencia y de su confianza proviene de la carne. Y todo lo que proviene
de la carne va en contra del trono de Dios. Será usado por el Sutil, el enemigo de Dios,
para impedir que se cumpla el propósito de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CUARENTA Y NUEVE
I. LA HISTORIA
Si leemos detenidamente los libros de Números y Deuteronomio, veremos que las cosas
que se mencionan en Éxodo 18 no fueron escritas según la secuencia histórica. Los
acontecimientos de Éxodo 18 no se produjeron inmediatamente después de los
acontecimientos mencionados en Éxodo 17. En realidad, los acontecimientos del
capítulo dieciocho se produjeron después de la construcción del tabernáculo y poco
tiempo antes de que los hijos de Israel tomaran el tabernáculo y emprendieran su viaje
hacia la buena tierra. Por consiguiente, según la secuencia histórica, el capítulo
dieciocho debería seguir al capítulo cuarenta. Deuteronomio 1:6-18 demuestra eso. El
tiempo al cual se refiere Moisés en Deuteronomio 1:9 fue el momento en que los hijos de
Israel estaban a punto de emprender su viaje con el tabernáculo hasta la buena tierra.
En aquel tiempo, Moisés dijo al pueblo que él solo no podía llevar el cansancio de ellos,
la carga y las contiendas (Dt. 1:12). En ese momento se designaron los capitanes para
dirigir los miles, los centenares, los cincuentas y las decenas.
II. LA DOCTRINA
Puesto que esas cosas se produjeron después de Éxodo 40, ¿por qué están registradas en
Éxodo 18 e insertadas entre los capítulos diecisiete y diecinueve? Para contestar esta
pregunta, debemos reconocer otro principio importante: la Biblia fue escrita
principalmente para darnos una revelación completa de la economía de Dios. Por esta
razón, a veces el relato bíblico no sigue la secuencia histórica, sino más bien la doctrina.
Por ejemplo, el evangelio de Mateo no fue escrito según la secuencia histórica. Más bien,
fue escrito según un arreglo doctrinal particular. Por el contrario, el evangelio de Marcos
fue escrito según la secuencia de los acontecimientos históricos. Mateo arregló los
acontecimientos según el significado doctrinal. Este principio se aplica a la ubicación de
Éxodo 18.
Ciertamente, el libro de Éxodo no registra todo lo que les sucedió a los hijos de Israel
cuando salieron de Egipto y pasaron el primer periodo de tiempo en el desierto. El
mismo principio se aplica a los cuatro evangelios. Los evangelios no incluyen todo lo que
el Señor Jesús hizo en Su vida en la tierra. Los autores de los evangelios seleccionaron
ciertas cosas y las juntaron a fin de presentar una visión de la revelación divina. Éxodo
fue escrito en el mismo principio y con el mismo propósito. El propósito de Éxodo no
consiste en darnos una historia detallada de todo lo que sucedió a los hijos de Israel; fue
escrito para presentar una visión cabal de la salvación completa de Dios.
Hemos señalado repetidas veces que Amalec representa la carne, el enemigo de Dios
dentro del hombre. Satanás es el enemigo de Dios. Mediante la caída del hombre,
Satanás ha producido otro enemigo de Dios. Este enemigo, la carne, es el enemigo de
Dios dentro del hombre. A los ojos de Dios, los dos enemigos más importantes de Dios
son Satanás y la carne. En cierto sentido, Satanás se encuentra también en el hombre
caído. Pero el enemigo actual y subjetivo de Dios en el hombre es la carne. Por esta
razón, Dios aborrece la carne del hombre.
Al principio del libro de Éxodo, los hijos de Israel, el pueblo escogido de Dios, están bajo
la tiranía del mundo. Dios los salvó, los liberó, los rescató, e hizo de ellos Su morada en
la tierra. Por tanto, el punto central del libro de Éxodo no es la ley que fue dada.
Efectivamente, este libro registra claramente la promulgación de la ley. Pero si
prestamos atención únicamente a eso, no veremos que la visión completa del libro de
Éxodo abarca la salvación de Dios para la edificación de Su morada. En los primeros
diecisiete capítulos de este libro, tenemos un cuadro de cómo Dios salvó a Su pueblo, lo
liberó, lo rescató y les dio el suministró en el desierto. Luego, El los llevó al monte Sinaí
para darles la visión de la edificación de Su morada a fin de que la construyeran
conforme a esta visión.
Entre las dos secciones principales de Éxodo, la sección sobre la salvación de Dios y
sobre Su edificio, se necesita el reino. Sin el reino, no hay ningún resultado, ninguna
consecuencia de la salvación de Dios. Esta es exactamente la situación que prevalece
entre muchos cristianos hoy en día. Puesto que pocos cristianos aniquilan totalmente la
carne, no se encuentra entre ellos el resultado adecuado de la salvación de Dios, es decir,
el reino. Un cristiano puede ser fundamentalista, bíblico y ético. Sin embargo, puede
encontrarse totalmente en la carne. Quizá ame a los demás y sea bastante humilde. Pero
su amor y humildad pueden provenir de la carne. Aun su predicación del evangelio
puede ser llevada a cabo en la carne. En nuestra predicación del evangelio, podemos ser
agradables y humildes, hablando siempre con amabilidad a los demás sin argumentar
nunca con ellos. Pero todo este comportamiento aparentemente bueno puede ser en la
carne. Una cosa es predicar el evangelio en el Espíritu, y otra es predicar el evangelio en
la carne. Primeramente Dios no se preocupa por lo que hacemos; El se preocupa por los
medios que usamos para hacer las cosas: ¿las hacemos por el Espíritu o por la carne?
Muchos cristianos no pueden entender esta palabra acerca de la carne. Disfrutan la
salvación de Dios hasta cierto punto, pero en su disfrute no hay un resultado adecuado.
Si disfrutamos la salvación de Dios hasta el punto de derrotar a Amalec, de vencer al
enemigo de Dios dentro de nosotros, tendremos el reino de Dios como resultado de la
salvación de Dios. En el transcurso de los años que pasé en el ministerio, jamás he visto
un grupo de cristianos que conozcan la carne de manera tan completa y que tengan un
temor adecuado de actuar en la carne como los santos en el recobro del Señor hoy en
día. Por esta razón, tenemos el reino como el resultado de la salvación de Dios.
Cuando estamos en la carne, los demás nos pueden ofender fácilmente. Pero cuando
estamos en el Espíritu, pasa lo contrario. Es muy difícil que alguien nos ofenda. Además,
la carne tiene su propia preferencia, su propio sabor al hacer las cosas. Por ejemplo, a
muchos cristianos les gusta exhibir el dinero que dan para alguna causa. Esperan recibir
reconocimiento público por ello. Esto viene de la carne. Los cristianos contemporáneos
hacen tantas cosas que provienen de la carne.
Algunos críticos del recobro del Señor han dicho que estamos bajo el control de alguien.
No obstante, es evidente que nada ni nadie nos controla. Yo no controlo a los demás, y
los demás no me controlan. Además, los ancianos no controlan a los santos. Sin
embargo, todos estamos bajo el control del Espíritu viviente con la cruz que opera. Esto
mata a la carne. Puedo testificar que el Espíritu con la carne me impiden argumentar
con mi esposa. A veces he estado a punto de decir una palabra negativa, pero el Espíritu
viviente con la cruz que opera viene y somete mi carne. Por experimentar el
aniquilamiento de la carne, mi esposa y yo tenemos una vida matrimonial tranquila. Si
experimentamos esto en casa y en la vida de iglesia, estamos viviendo en el reino.
En lugar de explicar el reino, el libro de Éxodo nos proporciona un cuadro del mismo.
Éxodo es un libro de cuadros y no un libro de explicaciones ni de definiciones. Por
ejemplo, Éxodo no intenta definir la redención de Dios. Por el contrario, presenta el
cuadro de la Pascua. En este libro, no hay ninguna definición doctrinal, sino un cuadro
completo de la economía de Dios. En el capítulo dieciocho, no se menciona la palabra
reino, pero hay un cuadro claro de éste. Si leemos este capítulo con la debida conciencia,
veremos que es un cuadro del reino de Dios.
A. El Israel de Dios
ha derrotado a Su enemigo
Ahora estudiaremos el cuadro del reino presentado en Éxodo 18. Como lo hemos
indicado, el reino viene después de que el enemigo de Dios, Amalec, que tipifica la
carne, ha sido vencido (17:13-16). El Nuevo Testamento revela que el reino viene cuando
el pueblo escogido de Dios ha vencido a su enemigo. Antes de que el reino sea
presentado en Éxodo 18, el enemigo de Dios dentro de nosotros, tipificado por Amalec,
es vencido en el capítulo diecisiete.
La Biblia indica también que cuando el reino viene como resultado de las derrotas del
enemigo de Dios, los gentiles que buscan a Dios vendrán a adorarle. Estos gentiles son
representados por Jetro (18:1, 5, 10-12). Jetro, el suegro de Moisés, era un sacerdote de
Madiam. Según Jueces 6:3, los madianitas estaban cerca de los amalecitas. Los
madianitas y los amalecitas estaban bastante mezclados. Después de la derrota de los
amalecitas, algunos madianitas vinieron al pueblo de Dios de una manera muy piadosa.
Jetro era un sacerdote no de ídolos, sino del Dios verdadero. El adoraba a Dios, lo
alababa y le ofrecía sacrificios. Por tanto, Jetro representa a los gentiles que se vuelven a
Dios y que le buscan en el reino.
Cuando el reino viene, la iglesia participa en éste. De hecho, la iglesia será la autoridad
que gobierna en el reino. En el capítulo dieciocho, la iglesia es representada por Séfora,
la esposa que Moisés se buscó durante el rechazo de Israel hacia él (2:13-22). Muchos
estudiantes bíblicos se dan cuenta de que Séfora tipifica la iglesia gentil que Cristo ganó
cuando El fue rechazado por los hijos de Israel. Aun hoy en día, Cristo es rechazado por
los judíos. Durante este tiempo de rechazo, Cristo gana a la iglesia gentil, tomada del
mundo gentil, así como Moisés ganó una esposa gentil.
Hasta ahora en el capítulo dieciocho, vemos tres puntos principales: la derrota del
enemigo, la venida de los gentiles para adorar a Dios y la iglesia representada por
Séfora. Al juntar estos puntos, tenemos un cuadro del reino. Algunos no están de
acuerdo con el hecho de que pretendamos que el reino está descrito en el capítulo
dieciocho. No obstante, no vamos demasiado lejos cuando declaramos esto. Si Pablo no
nos hubiera dicho que la Pascua describía a Cristo, ¿quién habría tenido el valor de
decirlo? El apóstol Pablo tomó la delantera al alegorizar el libro de Éxodo cuando El nos
dijo que Cristo es nuestra Pascua. Además, el maná y la peña golpeada tipifican también
a Cristo, y el agua que sale de la roca tipifica al Espíritu. También hemos señalado que
en el capítulo diecisiete, Amalec representa la carne, Moisés representa al Cristo
ascendido que intercede por nosotros, y Josué tipifica al Cristo que mora dentro de
nosotros y combate por nosotros. Con todo este trasfondo, podemos decir que Jetro y
Séfora en el capítulo dieciocho tienen también un significado típico. ¿Acaso únicamente
Jetro y Séfora son personajes históricos? Ciertamente no. Pretender eso equivaldría a no
entender que Éxodo es un libro de cuadros. Así como Faraón representa a Satanás y
Egipto representa al mundo, Jetro representa a los gentiles, y Séfora, a la iglesia gentil.
Según el principio que afirma que todo lo que contiene Éxodo es figurativo, los asuntos
del capítulo dieciocho no deben ser considerados como excepciones. Sabemos que el
capítulo dieciocho describe el reino porque aquí vemos que después de que Dios había
vencido a su enemigo, los gentiles piadosos se volvieron al pueblo de Dios para adorarle,
alabarlo y presentarle sacrificios. También vemos que la iglesia gentil prevalece. Cuando
estas tres cosas están juntas, allí está el reino de Dios.
Podemos aplicar el cuadro de Éxodo 18 a nuestra situación como cristianos hoy en día.
Sabemos por experiencia que cuando nuestra carne es vencida, los incrédulos volverán a
nosotros. Es bueno que todas las iglesias prediquen activamente el evangelio. No
obstante, si vivimos en la carne y no vencemos a Amalec, podemos laborar mucho en la
predicación del evangelio, pero pocos incrédulos volverán a Dios. Si primeramente
vencemos y sometemos a nuestra carne y luego seguimos y contactamos a la gente y le
predicamos el Evangelio, Jetro vendrá a nosotros. Esto significa que los incrédulos
cambiarán de esta manera. Cuando predicamos el evangelio por el Espíritu viviente por
medio de la cruz que opera, del aniquilamiento de la carne, el pueblo vendrá a nosotros
dondequiera que vayamos. Además prevalecerá la iglesia, representada por Séfora. Por
tanto, la predicación adecuada del evangelio debe ser el reino. En las palabras de Mateo
24:14, el evangelio del reino debe ser predicado a todos los habitantes de la tierra.
Algunos maestros bíblicos dicen que la propuesta de Jetro a Moisés era conforme a la
manera humana de organización. El hermano Scofield afirma que esta manera de
organización fue rechazada por Dios en Números 11:11-17, 24-30. No obstante, si
estudiamos detenidamente Éxodo 18, Deuteronomio 1, y Números 11, veremos que estas
porciones de la Palabra giran alrededor de dos eventos distintos y que el último no anula
al anterior. Por el contrario, lo fortalece. Mientras Números 11 habla de setenta
ancianos, no se mencionan los ancianos en Éxodo 19 ni en Deuteronomio 1. Más bien,
en estos capítulos, vemos capitanes. Puesto que los hijos de Israel deben haber sido por
lo menos dos millones de personas, los capitanes de millares, centenares, cincuenta y
decenas deben de haber sido miles de personas. Estos capitanes deben ser distintos de
los setenta ancianos.
Al señalar este asunto, mi propósito es ayudarnos a ver quela propuesta de Jetro era
muy positiva. Describe el orden bajo la autoridad divina en el reino de Dios. Nos ayuda a
ver que en el reino de Dios no hay desorden. Por el contrario, bajo la autoridad de Cristo
como Cabeza, representada por Moisés, todo está en orden. Bajo la autoridad de Cristo
como Cabeza todo y todos están en orden.
Si en una iglesia local, todos esos asuntos, importantes y pequeños, se presentan a los
ancianos, esa iglesia es débil. No es el reino de Dios en una manera práctica. Si una
iglesia local es verdaderamente el reino de Dios, no sólo habrá ancianos, sino también
capitanes. Hemos visto en el cuadro de Éxodo 18, que Séfora representa a la iglesia.
Entonces ¿qué representan los capitanes? Representan un buen orden. Así como Moisés
no necesitaba tratar todas las cosas, tampoco en la actualidad se necesita presentar
todas las cosas a los ancianos en la iglesia. Por el contrario, debería haber capitanes en
la vida de iglesia que, bajo la autoridad de Cristo como Cabeza, solucionen los
problemas y mantengan el orden.
Supongamos que dos hermanos tienen un problema entre sí. Si se necesita llamar a los
ancianos, el reino de Dios no está presente en la iglesia de una manera práctica. Se
carece claramente de vida y de autoridad. Aun cuando los hermanos y hermanas sean
pocos, debe haber un capitán, alguien que les recuerde a los demás el Espíritu y la cruz.
Si un capitán hace esto, el problema entre los hermanos se solucionará, y el orden se
mantendrá. La presencia de los capitanes en la vida de la iglesia es una señal del reino.
Es una indicación de que tenemos a Cristo representado por Moisés, como nuestra
Cabeza y que todos estamos bajo esta autoridad.
En este mensaje, hemos señalado repetidas veces que Éxodo 18 presenta un cuadro del
reino. En este capítulo vemos cuatro aspectos de este cuadro: la derrota de Amalec, la
carne, por parte del pueblo de Dios; la venida de gentiles piadosos en busca de Dios; la
iglesia gentil prevaleciente; y el mantenimiento de un orden adecuado. Cuando
juntamos estos cuatro asuntos, tenemos el reino de Dios como resultado del disfrute de
la salvación y de la provisión de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCUENTA
INTRODUCIDOS EN LA PRESENCIA
Y EN EL CONOCIMIENTO DE DIOS
El punto principal de los capítulos diecinueve al cuarenta es que el pueblo que Dios
salvó es introducido en la presencia y en el conocimiento de Dios. Usando la
terminología del Nuevo Testamento, el pueblo es introducido en la comunión con Dios.
Los primeros dieciocho capítulos de Éxodo no presentan ninguna indicación de que los
hijos de Israel fueran introducidos en la comunión con Dios. El pueblo de Dios había
experimentado la salvación de Dios, había disfrutado del suministro, y había sido
introducido en Su reino, pero todavía no había sido introducido en esta comunión. No
obstante, a partir del capítulo diecinueve, son introducidos en la comunión con El.
Éxodo 3:1 habla de Horeb, el monte de Dios. En 3:12, el Señor dijo a Moisés: “Cuando
hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte”. En el capítulo
diecinueve, vemos a los hijos de Israel en el monte de Dios, el monte Sinaí, el lugar
donde Dios podía contactar a Su pueblo. En 3:12, Dios dijo que Su pueblo lo serviría en
el monte de Dios. El servicio a Dios está lleno de significado. En 5:1, Moisés pidió a
Faraón que dejara ir al pueblo para que celebraran al Señor en el desierto. Según Éxodo
5:3, el pueblo debía viajar por el desierto durante tres días y hacer un sacrificio allí para
el Señor. Hacer un sacrificio para el Señor consiste en ofrecerle algo, y celebrar a Dios
significa disfrutar con El de los sacrificios que se le ofrecen. Hasta el fin del capítulo
dieciocho, todavía no vemos el servicio, el sacrificio, ni la fiesta. Aunque el pueblo de
Dios tuvo muchas experiencias y mucho disfrute, todavía no habían empezado a servirle.
Hemos visto que en los capítulos doce al catorce, el pueblo de Dios experimentó Su
redención y salvación. En los capítulos quince, dieciséis y diecisiete, ellos disfrutaban la
provisión de Dios. El agua amarga se endulzó, el pueblo disfrutó de las doce fuentes y de
las setenta palmeras en Elím, y compartieron del maná y del agua viva de la peña
golpeada. Mediante la salvación y el suministro de Dios, Su pueblo fue colocado en la
posición de estar en el reino de Dios. En el mensaje anterior, vimos que el capítulo
dieciocho constituye un cuadro, una tipología, del reino. Le damos gracias al Señor por
la luz que El nos ha mostrado en este capítulo.
A. En el monte Sinaí
Los hijos de Israel fueron introducidos en la presencia de Dios en el monte Sinaí (19:11).
El significado del monte Sinaí es éste: es el lugar donde Dios habla. En el monte Sinaí,
Dios no hace milagros. Por el contrario, El simplemente habla. Al hablar Dios viene
también la visión celestial. Por consiguiente, el monte de Dios tiene un significado
espiritual: es el lugar donde Dios habla y donde está Su visión. Primero los hijos de
Israel oyeron el hablar de Dios, luego recibieron la visión. Esta visión pertenece al
modelo de la morada de Dios en la tierra.
Cuando nos reunimos como iglesia, debemos tener el hablar de Dios con Su visión. En
muchos servicios religiosos hoy en día, Dios no habla ni hay la visión. ¡Cuán disfrutable
es oír el hablar directo de Dios y recibir la visión en las reuniones de la iglesia! Reunión
tras reunión, podemos tener el hablar de Dios y ver más de Su visión. Oír el hablar de
Dios y recibir Su visión, especialmente la visión acerca de Su morada, es algo muy
importante. Es de vital importancia que nosotros vayamos al verdadero monte de Dios
en la tierra hoy en día.
Según el relato bíblico, Dios habló frecuentemente desde un monte. El Señor Jesús
presentó la constitución del reino de los cielos mientras estaba en un monte con Sus
discípulos (Mt. 5:1-2). También fue en un monte donde El dio la profecía acerca del fin
de la era (Mt. 24:3). Dios el Padre habló a Pedro y a los otros discípulos mientras ellos
estaban en el monte de la transfiguración (Mt. 17:1-2, 5). Juan fue llevado a un monte
alto para recibir la visión del cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén. Por
tanto, en nuestra experiencia debemos salir de Egipto, cruzar el mar Rojo, y viajar por el
desierto hasta que lleguemos al monte de Dios. En este monte, somos introducidos en la
presencia de Dios. Sin Su presencia, lo que decimos o lo que hacemos no significa nada.
Su presencia lo es todo para nosotros. Muchos de nosotros podemos testificar que
cuando nos reunimos en el nombre del Señor, disfrutamos de Su presencia. Oímos Su
hablar y vemos Su visión en el monte de Dios.
Somos llevados a la presencia de Dios por medio de la santificación. Éxodo 19:10 dice:
“Y Jehová dijo a Moisés: Vé al pueblo, y santifícalos hoy y mañana; y laven sus vestidos”.
Los versículos 14 y 22 hablan también de la santificación. Ser santificado significa ser
separado del mundo para Dios. Cuando los hijos de Israel se reunieron alrededor del
monte Sinaí, ya estaban lejos de Egipto. Habían sido separados del mundo. En el monte
Sinaí, vivían en la presencia de Dios, fueron santificados, separados, para El de una
manera absoluta. Cuando nos reunimos en las reuniones de la iglesia, debemos también
ser separados del mundo para Dios. ¡Alabado sea el Señor porque somos un pueblo
santificado!
C. En resurrección
Éxodo 19:11 dice: “Y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día Jehová
descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí”. El hecho de que este
versículo no habla del segundo día ni del cuarto, sino del tercer día es algo muy
significativo. En las Escrituras, el tercer día representa la resurrección. Estar en
resurrección significa que lo viejo fue quitado y que estamos totalmente en una nueva
posición y situación.
Antes de que Dios hablara al pueblo, el pueblo se preparó a sí mismo. Si Dios hubiera
hablado con ellos en el primer día, ellos no habrían estado listos. Supongamos que usted
hubiera estado entre los hijos de Israel en aquellos días de preparación. ¿Qué habría
hecho? Ciertamente usted no habría perdido tiempo en conversación inútil. Por el
contrario, usted habría orado: “Señor, muéstrame todo lo que me separa de Ti. Señor,
no quiero que haya nada entre tú y yo”. Usted habría usado su tiempo para prepararse
para reunirse con Dios. Habría abandonado muchas cosas hasta que estuviese en
resurrección, listo para reunirse con Dios. En lugar de abundar en críticas, chismes o
quejas, habría orado hasta que estuviese en resurrección, hasta que las viejas cosas
hubiesen pasado y se encontrase totalmente en una nueva posición.
Después de ser introducido en la presencia de Dios, el pueblo oyó Su hablar (v 9). Esta
es la comunión. Tener el hablar de Dios significa estar en Su presencia.
Cuando lleguemos al capítulo veinte, veremos que la ley es una revelación y una
descripción de Dios mismo. La ley muestra la clase de Dios que El es. Antes de ser
llevados a la presencia de Dios, los hijos de Israel no tenían este conocimiento de Él,
aunque habían experimentado Su salvación, habían disfrutado Su suministro, habían
vencido a Amalec y habían sido introducidos en el reino.
Cuando recuerdo mis años en el Señor, me siento lleno de agradecimiento. Durante más
de cincuenta años, he sido el objeto de Su misericordia y gracia. En el transcurso de
estos años, he sido llevado por las alas de una gran águila. No he esperado muchas cosas
que me han sucedido. Agradezco al Señor porque éstas no se produjeron según mi
propia manera, sino según Su manera. El siempre sabe lo que yo necesito. Jamás pensé
llegar a este país, pero el Señor me trajo. ¿Ha soñado alguna vez que algún día estaría
donde está ahora? En las palabras de un himno escrito por Charles Websley, “Su
misericordia, inmensa y libre; pues, oh mi Dios, me ha encontrado”. ¡Qué misericordia
más grande el ser llevado en alas de una gran águila! En el monte de Dios los hijos de
Israel pudieron decir: “Señor, no estamos aquí por nosotros mismos. Tus alas fuertes
nos han sacado de Egipto y nos han llevado por el desierto hasta este lugar, donde
estamos aquí contigo”.
Al oír la voz del Señor y al recibir Su revelación, conocemos Su gracia. Cuanto más
permanecemos en Su comunión, más conocemos Su gracia y nos damos cuenta de que
lo debemos todo a ella. Año tras año, hemos sido llevados por la gracia de Dios. Cada
mañana yo oro: “Señor, gracias por otro día en el cual puedo vivirte. Señor, te pido que
llenes este día contigo mismo. Por favor, dame la porción de gracia de este día.
Concédeme gracia hoy para que pueda vivirte a Ti y practicar el ser un espíritu contigo”.
Según Éxodo 19:6, los hijos de Israel deberían ser un reino de sacerdotes para el Señor.
Al permanecer en la presencia de Dios, nos convertimos en un reino de sacerdotes para
El. Lo que describe el Antiguo Testamento al respecto se cumple en el Nuevo
Testamento. Nosotros, los creyentes, somos un reino de sacerdotes para Dios (Ap. 1:6).
Como sacerdotes, vivimos en la presencia de Dios, disfrutando de Él como nuestra
porción, así como El disfruta de nosotros como Su tesoro. Este es un disfrute mutuo. Si
existía en los tiempos del Antiguo Testamento, ¡con más razón debería ser nuestra
experiencia en la era neotestamentaria! Lo que describe el Antiguo Testamento es
simplemente un cuadro. En el Nuevo Testamento, tenemos la realidad. ¡Alabado sea el
Señor porque somos el tesoro particular de Dios y sacerdotes, disfrutando de Él como
nuestro todo!
Finalmente, nos convertimos en una nación santa (19:6). El disfrute mutuo entre Dios y
Su pueblo nos separa para El mismo. Nada nos puede separar para Dios como este
disfrute mutuo. Cuando Dios nos disfruta como Su tesoro particular y le disfrutamos a
Él como nuestro todo, somos totalmente separados de todo lo que no es Dios y somos
apartados para Dios mismo. Como resultado, nos convertimos en una nación santa.
¡Qué diferencia tan tremenda existe entre Éxodo 1 y Éxodo 19! En el capítulo uno, el
pueblo de Dios estaba en Egipto bajo la tiranía de Faraón. Sin embargo, en el capítulo
diecinueve, estaban en el monte de Dios, pues habían llegado a ser Su tesoro particular.
Allí disfrutaban de Dios a lo sumo y estaban separados para El. Le damos gracias al
Señor por este cuadro, pero le agradecemos todavía más por la realidad, el
cumplimiento que disfrutamos ahora.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCUENTA Y UNO
Lectura bíblica Ex. 21:1-17; 16:34; 25:16; 27:21; 31:18; 25:21-22; 26:33-34; 38:21;
34:28; Nm. 1:50, 53; Dt. 4:13; Sal. 19:7.
En el capítulo diecinueve, los hijos de Israel fueron introducidos en la presencia de Dios
y empezaron a tener comunión con El en el monte. En el mensaje anterior, señalamos
que en esta comunión con Dios, Su pueblo llegó a conocer Su gracia y santidad. Durante
esta comunión, se les dio la ley (20:1-17).
Muchos lectores no han entendido correctamente Éxodo 20. Generalmente piensan que
este capítulo nos cuenta cómo fue dada la ley. Esto está correcto, pero no es el concepto
básico y principal. El concepto fundamental en este capítulo es que Dios se revela a Sí
mismo a Su pueblo y entonces les permite conocer la clase de Dios que El es. El deseaba
que los hijos de Israel supieran a qué clase de Dios se estaban acercando, con qué clase
de Dios tenían comunión. Era importante que los hijos de Israel conocieran estos
atributos divinos, los cuales son la gracia y la santidad, y también que conocieran a Dios
mismo. En Éxodo 20:4, se usan las palabras imagen y semejanza. Génesis 1:26, un
versículo que habla de la creación del hombre, usa también las palabras imagen y
semejanza. Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza. Las palabras
imagen y semejanza, tal como se usan en Génesis 1:26, se refieren a la persona de Dios,
y a lo que El es. Por consiguiente, el hombre fue hecho conforme a Dios. No obstante, en
20:4, se usan estas palabras en una advertencia: “No te harás imagen, ni ninguna
semejanza, de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo
de la tierra”. En el versículo 3, el Señor declara: “No tendrás dioses ajenos delante de
Mí”. La palabra “delante” significa en realidad aparte de, además de. Por tanto, el Señor
estaba diciendo: “Yo soy el Dios único. Aparte de Mí, además de Mí, no deben tener
ningún otro Dios. No deben tener ninguna otra imagen ni semejanza. La única imagen y
semejanza que deben tener es la Mía. Yo soy único y celoso. No se hagan para sí mismos
otra imagen u otra semejanza”. Estos versículos indican que los Diez Mandamientos
hablan primeramente de la imagen y semejanza de Dios. En otras palabras, estos
mandamientos se refieren a Dios mismo. Esto indica que la ley no consiste simplemente
en mandamientos que debemos guardar. Primeramente, la ley es un testimonio que
revela la clase de Dios que es el Señor.
En cuanto a la ley, existe un principio importante: la clase de ley que promulga una
persona expresa la clase de persona que es. Por ejemplo, si los criminales pudieran
promulgar leyes, legalizarían el crimen. Además, un país retrógrado tendría leyes
bastante bárbaras, mientras que una sociedad muy culta tendría leyes altamente cultas.
Este principio se aplica también a Dios mismo. Dios es el dador de la ley. Al dar la ley, El
jamás legalizaría el crimen ni el pecado. El no legalizaría el robo ni el adulterio, pues El
no es esta clase de Dios. Sólo el dios de la brujería legalizaría estas cosas. Una ley es
siempre una revelación de la clase de persona que la ha promulgado.
La primera función de la ley no consiste en exponernos, sino en revelarnos a Dios. Hace
años, puse énfasis en el hecho de que la función de la ley consistía en exponernos. No
obstante, en este mensaje, deseo recalcar que la primera función de la ley consiste en
revelarnos a Dios. Después de que Dios introdujo a Su pueblo en Su presencia para
tener comunión con El, para servirle a Él, tener contacto con El, adorarlo a Él y aún
festejarle a Él, El se dio a conocer a ellos. Antes de ese momento, Dios no había revelado
a Su pueblo la clase de Dios que El era. Efectivamente, en Génesis 17, Dios dijo a
Abraham que El era perfecto, todopoderoso y omnipotente. Sin embargo, ésta no era
una revelación apropiada de Dios mismo. Cuando llegamos a Éxodo 20, entonces
tenemos una revelación de la clase de Dios que es nuestro Dios.
Deuteronomio 4:13 habla de “Diez Mandamientos”, mientras que Éxodo 34:38 habla de
“diez palabras”. La expresión “diez palabras” es bastante significativa. Dios considera a
los Diez Mandamientos, las diez leyes, como diez palabras. Esta expresión indica
además que la ley es la revelación de Dios mismo, puesto que las palabras que pronuncia
una persona constituyen una revelación de esa persona. Éxodo 20 no dice claramente
cual mandamiento es el primero, el segundo, etc. Podemos identificar claramente del
cuarto mandamiento hasta el décimo, pero resulta difícil determinar cúal es el primero,
segundo y tercero. Los judíos entienden eso de una manera, los católicos de otra, y los
protestantes de otra. Si queremos entender correctamente los Diez Mandamientos,
debemos ver que en realidad comienzan con el versículo 2. El versículo 1 es la
introducción, y luego los versículos 2 y 3 continúan: “Yo soy Jehová Tu Dios, que te
saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante
de Mí”. Los versículos 2 y 3 incluyen el primer mandamiento. Observe que en este
primer mandamiento se usa el título “Jehová tu Dios”. Pasa lo mismo con cada uno de
los cuatro mandamientos siguientes. No obstante, a pesar de que la expresión “Jehová
tu Dios” es usada en cada uno de los cinco primeros mandamientos, no es usada en
ninguno de los últimos cinco. El uso del título Jehová en los versículos 2 al 11 nos
permite unir el versículo 3 con el versículo 2 y considerar entonces al versículo 2 como
parte del primer mandamiento. Encontramos el segundo mandamiento en los versículos
4 al 6. Aquí se nos manda a no hacer imagen ni semejanza de nada que esté arriba en el
cielo, ni abajo en la tierra y no inclinarnos a ellas, porque el Señor es un Dios celoso. El
tercer mandamiento, acerca de no tomar el nombre del Señor en vano, es mencionado
en el versículo 7; y el cuarto, acerca del día del sábado, es mencionado en los versículos
8 al 11. El quinto mandamiento (v. 12) se trata de honrar a nuestro padre y madre. Los
otros cinco mandamientos se encuentran en los versículos 12 al 17.
Podemos entender el arreglo de los Diez Mandamientos según la manera judía, católica,
protestante, o bíblica. Según la manera judía, el versículo 2 es considerado como el
primer mandamiento y los versículos 3 al 6 como el segundo. Según los católicos, el
versículo 2 no es considerado como parte del primer mandamiento; lo son solamente los
versículos 3 al 6. Además, el versículo 17 es considerado como dos mandamientos
distintos. Según la manera que siguen la mayoría de los protestantes, la cual se acerca
más de la manera bíblica, el versículo 3 es considerado como el primer mandamiento, y
los versículos 4 al 6 como el segundo. Luego el versículo 17 es considerado como el
décimo mandamiento. No obstante, como lo hemos señalado, el versículo 2 debe ser
incluido con el versículo 3 como parte del primer mandamiento. Es necesario tener el
título sagrado, Jehová, incluido en cada uno de los primeros cinco mandamientos.
Según la manera bíblica, el primer mandamiento incluye los versículos 2 y 3; el segundo,
los versículos 4 al 6; el tercero, el versículo 7; el cuarto, los versículos 4 al 11; el quinto, el
versículo 12; y el sexto hasta el décimo, los versículos 13 al 17 respectivamente.
La Biblia nos enseña claramente que los Diez Mandamientos fueron escritos sobre
tablas de piedra por Dios mismo. Los cuatro primeros mandamientos se relacionan con
Dios, mientras que los últimos seis están relacionados con el hombre. Algunos lectores
de Éxodo pensarán que los primeros cuatro mandamientos, los mandamientos acerca de
Dios, fueron inscritos sobre una sola tabla de piedra, mientras que los últimos seis, los
mandamientos acerca del hombre, fueron escritos en la segunda tabla. No obstante, los
Diez Mandamientos se dividían en dos grupos de cinco. Esto indica que el quinto
mandamiento, el de honrar a los padres, está clasificado con los cuatro primeros
mandamientos, relacionados con Dios mismo.
Durante años, no logré encontrar la razón de esto. Finalmente, llegué a ver que se
relaciona con nuestra fuente como seres humanos. En Lucas 3, las generaciones
humanas se remontan hasta Adán, y luego hasta Dios. Esto indica que cuando honramos
a nuestros padres, honramos a nuestra fuente, la cual es Dios mismo.
El hecho de que Dios deseaba poner en la misma categoría el quinto mandamiento con
los cuatro primeros mandamientos queda demostrado en el hecho de que el título
sagrado Jehová tu Dios es usado en este mandamiento y en ninguno de los siguientes
cinco mandamientos. Debe haber una razón por la cual el nombre divino es mencionado
en cada uno de los cuatro mandamientos acerca de Dios y del primer mandamiento
acerca del hombre, y no en ningún otro de los cinco mandamientos acerca del hombre.
La razón es que al honrar a nuestros padres, recordamos nuestra fuente. Muchas veces
he preguntado a incrédulos quien era su padre. Luego les he pedido remontar más
adelante hasta que tuvieron que remontar su origen a Dios mismo. Nuestros padres
humanos nos recuerdan a Dios, nos refieren a Él, y nos devuelven a Él como nuestro
origen. Por consiguiente, despreciar a sus propios padres es algo muy grave. Despreciar
a nuestros padres equivale a despreciar nuestro origen, nuestra fuente, particularmente
cuando nos damos cuenta de que nuestro origen en realidad no es nuestro padre
humano, sino Dios mismo.
Como seres humanos, nuestro origen es Dios. Los que no creen en Dios deberían
preguntarse a sí mismos de donde vienen. Deberían remontar su origen hasta encontrar
su fuente. Los que lo hacen honestamente se darán cuenta de que su fuente es Dios.
Honrar a nuestros padres consiste en recordar nuestra fuente. Yo creo que ésta es la
razón por la cual el quinto mandamiento fue escrito en la misma tabla junto con los
cuatro primeros mandamientos acerca de Dios mismo. Yo creo que ésta es también la
razón por la cual incluye el nombre “Jehová tu Dios”.
Hemos visto que en 34:28, los diez mandamientos son llamados las diez palabras de
Dios. La Biblia enseña que las palabras denotan la expresión. Las palabras pronunciadas
por una persona son la expresión de esa persona. Si una persona es silenciosa, guardará
un misterio. No podemos saber lo que está dentro de ella. Cuanto más hablamos, más
somos expresados, y más queda expuesto lo que está dentro de nosotros. Esto se aplica a
los Diez Mandamientos como las diez palabras de Dios. Los mandamientos no son
meras leyes, sino también la expresión de Dios. Mediante estas diez palabras, Dios se ha
revelado a Sí mismo a nosotros.
A. Celoso
Cuando era muy joven, pensaba que Dios era liberal. Cuando leí en la Biblia que El es un
Dios celoso, esto me molestó. Para mí, los celos no son nada positivo. Ciertamente, no
me gustaría que la gente pensara que yo soy una persona celosa. Preferiría ser
considerado como una persona amable, liberal. Entre los que tienen este concepto de
Dios, muchos piensan que todas las religiones son idénticas. No les gusta oír que en
nuestra predicación del evangelio, decimos que el hinduismo, el budismo y el islamismo
están erróneos. Esta gente prefiere pensar que Dios es liberal y que no es celoso en nada.
Sin embargo, como lo revelan los Diez Mandamientos, Dios es celoso, y El no tolera
ídolos. Aparte de los Diez Mandamientos, no podríamos saber que Dios es limitado, o
celoso de esta manera. Dios desea que lo amemos solamente a Él. Si amamos a algo o
alguien que no sea El, El será celoso. Por tanto, los Diez Mandamientos revelan
primeramente los celos de Dios, aún Su odio (Ro. 9:13). Los celos dan por resultado el
odio. La Biblia afirma que Dios no sólo es amor, sino también que El es celoso. En 2
Corintios 11:2, Pablo se refiere a los celos de Dios. Las diez palabras, la expresión de
Dios, revelan que Dios es único. El es un Dios celoso, y El no permitirá ningún otro dios.
No permita que otra cosa sea su dios. No tome a su educación o a su bienestar como su
dios; sólo Dios debe ser su Dios.
B. Santo
Los Diez Mandamientos revelan también que Dios es santo. El cuarto mandamiento,
que concierne la obediencia al día del sábado, está relacionado con la santidad de Dios,
con Su ser separado de todas las cosas. Según Génesis 2, Dios santificó el séptimo día, y
lo hizo santo. Por tanto, el día de sábado, el séptimo es una señal de la santidad de Dios,
de Su separación. Muchos judíos y adventistas del séptimo día guardan al día de sábado,
pero son pocos los que conocen el verdadero significado de guardar un día para el Señor.
Pocos se dan cuenta de que el día de sábado es una señal de la santidad de Dios. Los
gentiles son gente común, pero el pueblo de Dios ha sido separado para El. Como señal
de separación, se aparta un día para El. La observancia de este día los identifica con el
pueblo santo y separado de Dios. Además, esto revela que el Dios que adoramos es
santo, separado. Como pueblo Suyo, debemos tener una marca, una señal de nuestra
separación de todo lo que no es Dios mismo. Esto revela que nuestro Dios es santo.
C. Amante
Éxodo 20:5-6 afirman que Dios visita la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la
tercera y cuarta generación de los que lo aborrecen, pero que El muestra misericordia
para miles de generaciones de los que lo aman y que obedecen a Sus mandamientos. El
amor de Dios es revelado también en estos versículos. Dios castigará la iniquidad hasta
la tercera o cuarta generación; no obstante, para los que lo aman, El mostrará
misericordia para mil generaciones. Así vemos la compasión de Dios. Si usted aborrece a
Dios, El visitará su familia durante tres o cuatro generaciones. Esto significa que El lo
castigará a usted por el odio hacia El durante esta cantidad de generaciones. Pero si
amamos a Dios, Su misericordia reposará sobre nosotros durante mil generaciones. En
la Biblia, un millar denota la plenitud. Por ejemplo, el salmista dijo que un día en los
atrios del Señor es mejor que mil (Sal. 84:10). Disfrutar de la misericordia de Dios a lo
sumo equivale a disfrutarlo por la eternidad. Su misericordia no acaba. El odio de Dios
puede ser contado, pero Su misericordia va más allá de las cuentas.
D. Justo
Los Diez Mandamientos revelan también que nuestro Dios es justo. Por ser justo, El
visitará a los que lo aborrecen durante tres o cuatro generaciones. Si El no lo hiciera, El
no sería un Dios justo. El debe actuar de esta manera para indicar que El es justo. Si
usted lo aborrece, El lo castigará a usted conforme a Su justicia. No obstante, al mismo
tiempo El es misericordioso y amante.
E. Honesto
Éxodo 20:16 dice: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”. Este mandamiento
revela que Dios es honesto. No dar falso testimonio significa que debemos decir la
verdad y no mentir. Este mandamiento se encarga de las mentiras que perjudican a los
demás. Esto indica que debemos ser honestos y sinceros.
Los que dicen mentiras están en las tinieblas, pero los que hablan la verdad están en luz.
Como el Dios sincero, Dios es el Dios de luz. Vemos aún que El mismo es luz y que en El
no hay tinieblas (1 Jn. 1:5). Esto indica que con Dios no hay nada falso. Por el contrario,
Satanás es el padre de las mentiras (Jn. 8:44). Como tal, El es el dios de las tinieblas y el
poder de las tinieblas. En Satanás, no hay nada honesto. Por consiguiente, Satanás
pertenece a las tinieblas. Pero con nuestro Dios, vemos la fidelidad y la sinceridad. Por
ser la luz, El no puede mentir. La luz es la fuente de la verdad.
Estas palabras revelan también que Dios es puro. Su pureza toca nuestro ser interior.
Mientras los primeros nueve mandamientos están relacionados con nuestra conducta
exterior, el décimo está relacionado con el pecado escondido dentro de nosotros,
principalmente en nuestros pensamientos. En realidad, el primer mandamiento está
relacionado también con nuestra relación interior. Tener a otro dios aparte del
verdadero Dios es esencialmente un asunto interior. No obstante, tener una imagen y
semejanza de algo es un hecho exterior. Por consiguiente, el primer mandamiento toca
nuestra condición interior, y el mandamiento acerca de la codicia también toca nuestra
condición interior. El primer y el último mandamiento exponen la idolatría y la codicia
dentro de nosotros. En nuestro interior estamos llenos de ídolos y de codicia. Colosenses
3:5 afirma que la codicia es idolatría. Pablo se refiere a la codicia en Romanos 7. Cuanto
más intentaba parar la codicia, más se despertaba la codicia dentro de él. Por tanto, en
Romanos 7, Pablo no se preocupaba por asuntos exteriores, sino por el problema
interior de la codicia.
El hecho de que somos codiciosos indica que no somos puros. Sólo Dios es puro, pues
los que son puros no codician. Codiciamos porque somos impuros y sucios. Si nuestro
corazón, deseo e intención fueran puros en todos los aspectos, no codiciaríamos.
Por ser una revelación de Dios, la ley es el testimonio de Dios. Según Éxodo 31:18, las
dos tablas de piedra sobre las cuales fueron escritos los Diez Mandamientos son
llamadas las “dos tablas del testimonio”. Esto indica que la ley era el testimonio de Dios.
Cuando las tablas de la ley fueron colocadas en el arca, el testimonio fue puesto en el
arca. Además, el maná en la vasija de oro fue colocado en frente de las tablas de la ley.
No obstante, en 16:34 vemos que “fue puesto delante del testimonio para guardarlo”.
Esto demuestra que la ley era el testimonio. Salmos 19:7 nos indica esto. Aquí, en el
paralelismo que encontramos a menudo en la poesía hebrea, leemos: “La ley de Jehová
es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al
sencillo”. Por tanto la ley del Señor es el testimonio del Señor. Como testimonio del
Señor, la ley testifica de la clase de Dios que es nuestro Señor. Puesto que la ley, el
testimonio de Dios, fue colocada en el arca, esta fue llamada el arca del testimonio
(25:21-22; 26:33-34); y puesto que el arca estaba en el tabernáculo, éste fue llamado el
tabernáculo del testimonio (38:21; Nm. 1:50, 53). La ley fue el testimonio, el arca fue el
arca del testimonio, y el tabernáculo era el tabernáculo del testimonio.
La ley es una figura, una tipología de Cristo, la cual habla de Dios, lo describe y lo
expresa. Por tanto, la ley tipifica a Cristo como el testimonio de Dios. Es crucial ver que
la ley es un testimonio que nos revela a Dios. Como tipología de Cristo, lo tipifica a Él
como el testimonio de Dios, Aquel que describe a Dios y lo expresa plena y
adecuadamente. Así como la ley es las diez palabras de Dios que revelan a Dios ante Su
pueblo, también Cristo es la palabra de Dios que nos lo revela.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCUENTA Y DOS
Lectura bíblica: Ex. 20:1-17; 34:28; 31:18; Dt. 4:13; Sal. 19:7-8.
Al considerar la ley dada en Éxodo 20:1-17, debemos estar conscientes de que este
acontecimiento se produjo en el monte de Dios, donde Su pueblo fue llevado a tener
comunión con El.
I. LA LEY
Cuando yo era joven, me enseñaron que según Juan 1, la ley fue dada por medio de
Moisés, pero que Dios no vino al hombre antes de la encarnación de Cristo. No obstante,
en Éxodo 19 y 20, vemos que Dios no bajó a reunirse con Su pueblo antes de la
encarnación de Cristo. Aún antes de la época de Éxodo 20, Dios se había aparecido a
Abraham, pero esta aparición se produjo en una escala muy reducida. En Éxodo 19 y 20,
más de dos millones de personas fueron congregadas en el monte de Dios cuando El
bajó a visitarlos y a darles Su ley.
Como lo indica Éxodo 20:1, dar los Diez Mandamientos fue la continuación de esta
comunión. Este versículo no afirma: “Y Dios dio mandamientos a Su pueblo”. Afirma: “Y
habló Dios todas estas palabras”. Lo que tenemos en el capítulo veinte no es solamente
una lista de mandamientos. El hecho de que 20:1 declara que “Dios habló todas estas
palabras” demuestra que los Diez Mandamientos son las palabras de Dios. En 34:28, los
mandamientos aún se llaman “las diez palabras”. Según 2 Timoteo 3:16, toda la
Escritura es el aliento de Dios. Esto indica que las escrituras son el aliento de Dios. El
hablar de Dios es Su aliento. Cuando Dios habla, Su aliento lleva Su elemento dentro de
los que reciben Su palabra.
Con esta luz, pido que consideremos la experiencia de Moisés cuando pasó cuarenta días
en comunión con Dios en el monte. Cuando El bajó del monte, él tenía algo más que los
Diez Mandamientos inscritos en dos tablas de piedra. El fue un hombre plenamente
infundido con el elemento de Dios. Durante estos días de comunión en el monte, Moisés
experimentó una infusión divina, la infusión de la sustancia de Dios dentro de su mismo
ser. No obstante, este asunto no recibe una atención adecuada por los cristianos, pues
afirman básicamente que Dios le dio a Moisés los Diez Mandamientos y que cuando
Moisés vio que los hijos de Israel adoraban a los ídolos, él se enojó, tiró las tablas de
piedra y éstas se rompieron. La Biblia indica que Moisés había recibido no solamente
dos tablas de piedra, sino que el elemento mismo de Dios había sido infundido dentro
de él y que hacía resplandecer Su rostro. Aunque Moisés tiró las dos tablas y las rompió,
no pudo negar la transfusión que había recibido durante su comunión con Dios en el
monte.
En principio, pasa lo mismo en nuestra experiencia con el Señor. Quizá no podamos
obedecer los mandamientos, tampoco podemos negar lo que fue infundido dentro de
nosotros cuando oímos las palabras de Dios en nuestra comunión con El.
Ahora quisiera que prestaran atención al título de este mensaje: “La ley es la palabra
viviente de Dios infundiendo Su sustancia en los que lo buscan con amor”. La ley no es
solamente una lista de mandamientos divinos, sino la palabra viviente de Dios que
infunde la sustancia de Dios dentro de los que lo buscan con amor. Si consideramos los
Diez Mandamientos sólo como leyes y luego intentamos obedecerlos, no nos acercamos
a la ley adecuadamente. No debemos aplicar los Diez Mandamientos de esta manera.
Por el contrario, debemos amar a Dios y buscarlo a Él. En este asunto, debemos ser
como Pablo en Filipenses 3, es decir, como una persona que persigue a Cristo en amor, y
aún correr tras El. Con amor por el Señor, debemos perseguirle a Él, tener comunión
con Él, y permanecer en Su presencia, juntamente con El. Si lo hacemos, día tras día
Dios nos infundirá. Luego automáticamente andaremos conforme a la ley de Dios.
Obedeceremos los requisitos de la ley, no por nuestros propios esfuerzos, sino por lo que
fue infundido de Dios en nosotros a través de nuestro contacto con El. Cuando Dios
infunde totalmente Su sustancia en nosotros, El mismo dentro de nosotros guardará Su
propia ley. Debemos recordar que la ley fue dada en el monte de Dios, donde el pueblo
de Dios pudo ser infundido con Su substancia. Por tanto, no debemos considerar la ley
solamente como Sus mandamientos, sino como la palabra de Dios y testimonio, que no
solamente lo expresan a Él, sino que también infunden Su sustancia dentro de los que lo
buscan con amor.
Continuaremos viendo las dos clases de personas que tomaron la ley. Estas dos clases
son los que buscan a Dios con amor (Mt. 22:36-38) y los que guardan la letra de la ley,
los judaizantes. Entre los que buscan a Dios con amor, consideremos la experiencia de
los salmistas en el Antiguo Testamento y la de Simeón y Ana en el Nuevo Testamento.
1. Los salmistas
El libro de Salmos nos muestra que los salmistas amaban sumamente la ley. Algunos
enseñan que la ley es algo negativo, pero los salmistas atesoraban la ley. Durante años,
eso me molestó. Menosprecié un poco la ley en el libro Christ and the Church Revealed
and Typified in the Psalms [Cristo y la iglesia según los revelan y tipifican los Salmos],
donde señalé el contraste entre la ley en Salmo 1 y Cristo en Salmo 2. Sigo creyendo que
es correcto hacer un contraste entre la ley de las letras y Cristo. Si amamos la ley fuera
de Cristo, erramos al blanco. No obstante, es correcto amar la ley como testimonio de
Dios y como tipología de Cristo. Consideremos ahora muchos pasajes de los Salmos que
indican cómo los Salmistas consideraban a la ley de Dios.
a. Amaban a Dios
Los Salmistas amaban a Dios. El Salmo 18:1 dice: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía”.
En 73:25, vemos el testimonio de alguien que amaba a Dios de manera absoluta: “¿A
quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra”. El escritor
de este Salmo amaba a Dios al punto de que sólo tenía a Dios, en el cielo y en la tierra.
b. Buscaban a Dios
Los salmistas también buscaban a Dios. Salmos 42:1 y 2 dice: “Como el siervo brama por
las corrientes de las aguas, así clama por Ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de
Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” El autor de este
salmo tenía sed de Dios, lo buscaba como el siervo brama por las corrientes de las aguas.
El Salmo 43:4 muestra cómo el salmista buscaba a Dios como su alegría suprema, y
Salmos 119:2 y 10, muestra cómo él buscaba a Dios con todo su corazón.
En Salmos 27:4, vemos el deseo del salmista de morar con Dios: “Una cosa he
demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi
vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en Su templo”. El
salmista anhelaba morar en la casa de Dios toda su vida. Se expresa un deseo parecido
en 84:1-7. Los que lean estos versículos ciertamente serán impresionados por la dulzura
de morar con Dios. El Salmo 90:1 declara: “Señor, Tú nos has sido refugio de generación
en generación”. Una vez más, vemos el deseo del salmista de morar con Dios y aún en
Dios. Salmo 91:1 expresa el mismo deseo, pues el salmista declara: “El que habita al
abrigo del santísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”. En estos versículos,
vemos algo que va más allá del cuidado por la letra de la ley. El salmista aspiraba a
morar en el lugar secreto de la presencia de Dios. Ciertamente los que tengan esta
aspiración serán infundidos del elemento de Dios.
d. Contemplaron Su belleza
El Salmo 27:4 expresa también el anhelo de los salmistas por contemplar la hermosura
del Señor. Contemplar la hermosura del Señor consiste en verlo a El cara a cara. Vemos
el mismo anhelo en 105:4: “Buscad a Jehová y Su poder, buscad siempre Su rostro”.
Salmo 92:13 y 14 también revelan que las riquezas de Dios también infundían a los
salmistas: “Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aún
en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes". Aquí vemos cuatro aspectos del
recibir la infusión de las riquezas de Dios: plantados en la casa, floreciendo,
fructificando, y estar vigoroso y verde. Lo que vemos aquí no es una enseñanza ni una
teología, sino la experiencia del Dios viviente como suministro de vida. Los salmistas no
eran simplemente personas que guardaban la ley, sino aquellos que buscaban a Dios y
recibían la infusión de Sus riquezas. Por consiguiente, ellos estaban plantados, florecían,
fructificaban, y estaban vigorosos y verdes. Mediante esta infusión de Dios,
espontáneamente fueron fortalecidos y guardaron la ley y la expresaron. En principio la
experiencia de los salmistas era la misma que se revela en el mismo testamento. Según
el evangelio de Juan, cuando permanecemos en el Señor, El nos infunde con Su
elemento, y absorbemos el jugo de vida de la vid dentro de nosotros. Luego
fructificaremos. Esto no es un asunto de guardar la ley, sino de expresar la ley.
El Salmo 92:10 dice: “Pero tú aumentarás mis fuerzas como las del búfalo; seré ungido
con aceite fresco”. En el Antiguo Testamento, el aceite tipifica al Dios Triuno como el
Espíritu. Por tanto, ser mezclado con aceite fresco significa ser mezclado con el Espíritu
fresco. No se trata simplemente de aprender la ley ni de esforzarnos en obedecerla. Se
trata de buscar a Dios para ser plenamente mezclados con el Espíritu fresco a fin de que
le vivamos espontáneamente y que tengamos un andar diario que corresponda con lo
que El es. Repito: esto no es guardar la ley, sino expresar a Dios y por tanto tener un
andar diario que corresponda con la ley de Dios. En lugar de intentar obedecer a la ley,
debemos vivir la ley al recibir la infusión de las riquezas de Dios.
Los salmistas también disfrutaban de las riquezas de vida. Salmos 36:8 y 9 dice: “Serán
completamente saciados de la grosura de Tu casa, y Tu los abrevarás del torrente de Tus
delicias. Porque contigo está el manantial de la vida; en Tu luz veremos la luz”. Estos
versículos se parecen mucho a una versión del Nuevo Testamento. En principio, los
salmistas disfrutaban del Dios Triuno así como nosotros hoy en día. Estar satisfechos
con la grosura de la casa de Dios y beber de los ríos de Sus deleites significa disfrutar del
Dios Triuno. Decir que con El está la fuente de vida significa que en El se halla la fuente
del suministro de vida. Una vez más vemos que los salmistas no intentaban obedecer los
requisitos de la ley, sino que buscaban a Dios. En su búsqueda de Dios, El los infundía.
Espontáneamente ellos no sólo vivían según la ley dada por Dios, sino también según Su
naturaleza. Su vivir correspondía automáticamente a la ley de Dios, la cual era una
expresión de Su naturaleza, la expresaban. Por consiguiente, vivían la naturaleza de
Dios. En lugar de ser los que intentaban guardar la ley, eran los que vivían la ley.
Agradecemos al Señor por mostrarnos este asunto importante.
Además, los salmistas recibieron el suministro de Dios para obedecer Su palabra, la ley.
El Salmo 119:57 dice: “Mi porción es Jehová; he dicho que guardaré Tus palabras”.
Cuando juntamos los dos puntos de este versículo, vemos que los salmistas recibieron el
suministro de Dios como su porción y por tanto pudieron obedecer Sus palabras. El uso
de la palabra “porción” nos recuerda Colosenses 1:12, donde Pablo nos declara que
Cristo es la porción de los santos. Puesto que Dios era la porción de los salmistas, ellos
podían obedecer a la palabra de Dios, la cual llamaban la ley.
Los salmistas buscaban a Dios con amor y por tanto atesoraban la ley de Dios. 119:14
dice: “Me he gozado en el camino de tus testimonios más que toda riqueza”. Los
salmistas atesoraban el testimonio de Dios como bienestar de ellos. El Salmo 119:72
continua: “Mejor me es la ley de Tu boca que millares de oro y plata”. Luego en 119:127,
el salmista continua: “Por eso he amado Tus mandamientos más que el oro, y más que
oro muy puro”. Estos versículos revelan que los salmistas no solamente amaban a Dios,
sino que también atesoraban Su ley, la cual era para ellos la palabra y el testimonio de
Dios. Ellos valoraban la ley de Dios más que la plata y el oro. Atesoraban la palabra de
Dios.
Salmo 119:103 dice: “¡Cuán dulces son a mi paladar Tus palabras! Más que la miel a mi
boca”. Este versículo indica que los salmistas probaron la dulzura de la ley. ¡Cuán
precioso era para ellos el dulce sabor de la palabra de Dios!
2. Simeón y Ana
Simeón y Ana también buscaban a Dios con amor. Mientras esperaban a Cristo, el
Espíritu Santo estaba sobre ellos (Lc. 2:25). También tuvieron la revelación del Espíritu
Santo (Lc. 2:26) y caminaron por el Espíritu (Lc. 2:27). Moraban en el templo y servían
a Dios con ayunos y oraciones (Lc. 2:37). Por tanto, disfrutaban a Dios y recibían Su
infusión. Así como los salmistas, ellos vivían espontáneamente la ley de Dios, y su vivir
correspondía a la expresión de Dios. Al recibir la infusión de la sustancia de Dios,
pudieron llevar una vida que correspondía con la ley como expresión de Dios.
1. Los judaizantes
Ahora llegamos a una categoría de gente totalmente distinta, gente relacionada con la
ley de Dios: los judaizantes. Cuando la ley estaba en manos de los salmistas, era algo
agradable. Pero cuando estaba en manos de los judaizantes, se hizo algo negativo. Según
Mateo 15:8, los judaizantes no tenían un corazón por Dios. Según Gálatas 6:12-13, ellos
eran legalistas y dogmáticos en las letras de la ley. ¡Cuán diferentes eran de los
salmistas, quienes amaban a Dios y tenían un corazón para El! Puesto que los salmistas
eran vivientes y ricos en la experiencia de Dios, no eran legalistas ni dogmáticos como
los judaizantes.
2. Saulo de Tarso
Antes de ser salvo, Saulo de Tarso era celoso por la ley (Fil. 3:5-6). Como judaizante, él
aún blasfemaba contra el Señor y perseguía a los hombres (1 Ti. 1:13). Cuando Saulo fue
judaizante, él no amaba verdaderamente a Dios. Por el contrario, él estaba afanado con
la ley conforme a la tradición religiosa. Por esta razón, cuando Saulo se convirtió a
Cristo, él repudió la ley. Por consiguiente, Pablo menospreció la ley que usaban
erróneamente los judaizantes.
III. LOS VERDADEROS ADORADORES DE DIOS
Mientras hacemos el contraste de la situación de los que buscaban a Dios con amor y de
los que guardaban la letra de la ley, vemos que en este asunto, el principio es el mismo
tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Si amamos al Señor, si lo buscamos
de todo corazón, si moramos con Él, y si disfrutamos de Sus riquezas, Su sustancia se
infundirá dentro de nosotros. Espontáneamente El se convertirá en nuestro vivir. Por
tanto, lo que expresemos será la expresión de Dios. Esta clase de vivir corresponde a la
ley de Dios. Como resultado, llegamos a ser verdaderos adoradores de Dios. Los
verdaderos adoradores de Dios son aquellos que se conforman a lo que El es, que
corresponden a lo que El es, y que reflejan lo que El es. La observancia de la ley no hace
de nadie un verdadero adorador. Un verdadero adorador es aquel que es infundido con
Dios y lo expresa, y que por tanto se convierte en una persona conforme a lo que Dios es
y corresponde a lo que El es. El vivir de esta persona corresponde al vivir de Dios y
refleja lo que El es. Este es el testimonio viviente de Jesús.
Hemos señalado repetidas veces que en principio, el disfrute de los santos del Antiguo
testamento era el mismo que el de los santos del Nuevo Testamento. Hemos visto que si
moramos con Dios y El nos infunde, automáticamente lo expresaremos a Él. Entonces
nuestro vivir corresponderá a la ley de Dios, pues seremos uno con Él y lo viviremos a
Él. Por consiguiente, en nuestra experiencia, la ley, Dios, y Cristo, serán uno.
Si leemos Éxodo 20 con esta luz, este capítulo será totalmente nuevo para nosotros.
Veremos que los Diez Mandamientos, dados al pueblo de Dios en el monte cuando
tenían comunión con Dios, son palabras recibidas en comunión con Dios. Estas palabras
traen la transfusión del elemento de Dios, que permite a Su pueblo tener un vivir que
corresponde con lo que El es.
Existe una diferencia crucial entre los salmistas y los judaizantes: los salmistas
guardaban la ley con Dios, mientras que los judaizantes perseguían la ley
completamente fuera de Dios. La situación es la misma hoy en día en la manera en que
los cristianos usan la Biblia. Si queremos ser los salmistas contemporáneos, buscaremos
la Biblia, la palabra de Dios, con amor por el Señor y por Su palabra. No obstante, es
posible que los estudiantes de la palabra lean la Biblia sin tener realmente un corazón
por el Señor. Su intención puede ser ganar conocimiento con el cual formulan una
teología sistemática. Por consiguiente, los estudiantes de las Escrituras pueden
convertirse en los judaizantes de hoy.
Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, los judaizantes no estaban dispuestos a tomar
contacto con El de manera positiva. Ellos querían conocer la Biblia, pero buscaban el
conocimiento de las Escrituras fuera de Cristo. Por esta razón, el Señor les dijo:
“Escudriñáis las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida
eterna; y ellas son las que dan testimonio de Mi. Pero no queréis venir a Mi para que
tengáis vida” (Jn. 5:39-40). También podemos ser aquellos que buscan el conocimiento
de la Biblia fuera del Señor mismo. Queda claro que podemos leer la Biblia fuera de
Cristo. Pero si oramos-leemos la Palabra, estaremos en contacto con el Señor. Esta es la
razón por la cual atesoramos el orar-leer.
Al leer 20:1-17, debemos prestar atención al hecho de que los cinco últimos
mandamientos son dados de una manera diferente de los cinco primeros. En el caso de
los cinco últimos, vemos simplemente que no debemos matar, cometer adulterio, robar,
dar falso testimonio, ni codiciar. No obstante, los primeros cinco mandamientos son
dados en un ambiente lleno de amor, aún de intimidad. En los versículos 2 y 3, el Señor
no dice: “El primer mandamiento es que no tengas dioses ajenos fuera de Mi”. Por el
contrario, el Señor se presenta a Sí mismo a Su pueblo de una manera especial: “Yo soy
Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás
dioses ajenos delante de Mi”. Esta es una palabra de amor. Al recordar al pueblo que Él
los salvó y los liberó del cautiverio, Dios les habla como si El fuese un joven cortejando a
una muchacha. Con palabras de amor.
En el versículo 6, la palabra amor es muy importante. En los versículos 5 y 6, el Señor
habla de amor y de odio. Si aborrecemos al Señor, El visitará nuestras iniquidades hasta
la tercera y cuarta generación. Pero si amamos al Señor, El mostrará misericordia
durante mil generaciones. Esta palabra fue pronunciada en un ambiente de amor y de
intimidad. El Señor quería saber si Su pueblo lo amaba o lo aborrecía. Aún los
mandamientos acerca de no tomar el nombre del Señor en vano y de tomar el día del
sábado fueron pronunciados en un ambiente de amor.
Muchos cristianos descuidan este aspecto de la manera en que fueron dados los Diez
Mandamientos. No han visto el hecho de que los primeros cinco mandamientos, los
cuales se refieren a Dios mismo, fueron dados en un ambiente de amor y de intimidad.
Por el contrario, al hablar de la ley, la mayoría de los estudiantes de la Palabra prestan
toda su atención a la letra de la ley e ignoran totalmente el ambiente de amor en el cual
la ley fue promulgada. No se dan cuenta de que la ley misma es la expresión de Dios.
Hemos visto que la palabra del Señor Jesús en Juan 14:21 y 23 se parece a lo que dijo el
Señor en 20:4-6. En 20:4-6, el Señor dijo que si lo amamos, El mostrará misericordia
durante mil generaciones. En Juan 14, el Señor Jesús dijo que si lo amamos y
guardamos Su Palabra, El y Su Padre nos amarán y harán Su morada con nosotros. En
ambos casos, lo que se dice son palabras de amor. No exageramos cuando decimos que
toda la Biblia fue escrita en un ambiente de amor y de intimidad. Incluso la Biblia puede
ser considerada como el relato del cortejo de Dios hacia el hombre. El Cantar de
Cantares es un hermoso ejemplo de esto. Este libro, escrito en un ambiente lleno de
intimidad, es un libro de amor. Si amamos al Señor, ciertamente atesoraremos Su
palabra y desearemos guardarla. Entonces el Señor nos mostrará misericordia durante
mil generaciones.
La ley es la Palabra de Dios, y ésta es Su aliento. Mediante Sus palabras, Dios pone Su
aliento dentro de nosotros, infundiéndonos con Su sustancia para hacernos Su
expresión. Con la sustancia divina infundida dentro de nosotros, automáticamente
llevamos una vida que corresponde con lo que Dios es. Tanto el Antiguo Testamento
como el Nuevo hablan de esto.
Hemos visto que Cristo mismo es la verdadera ley, palabra, aliento, y expresión de Dios.
Hoy en día, debemos considerar la Biblia como el aliento de Dios. Al orar-leer la
Palabra, inhalamos el elemento de Dios dentro de nosotros. De esta manera, Dios nos
infunde de lo que El es, y espontáneamente empezamos a vivir a Cristo. Entonces
nuestro vivir corresponderá a lo que Dios es. Así llegamos a ser la expresión viviente de
Dios, Su ley viva.
Si oramos-leemos correctamente 20:1-17, estos versículos nos introducirán en Dios e
infundirán Su sustancia en nosotros. Cuanto más contacto tengamos con Dios de esta
manera, más seremos saturados con El. Por consiguiente, viviremos espontáneamente
de una manera que corresponde con la ley de Dios. En lugar de intentar obedecer la ley,
la expresaremos. En vez de ser judaizantes, seremos los salmistas contemporáneos, los
que buscan al Señor con amor. Aquí la clave es nuestro amor por el Señor y por Su
Palabra. Si lo amamos y guardamos Su Palabra, El vendrá a nosotros y hará Su morada
con nosotros. ¡Cuán maravilloso es esto! Verdaderamente la Biblia es un libro de amor.
Lectura bíblica: Ex. 20:1-12; 3:14-15; Jer. 31:3, 32; 2:2; Os. 2:19-10; Is. 54:5; Ez. 16:8;
Jn. 14:21, 23
En el mensaje anterior, vimos que la ley es la palabra viva de Dios que infunde Su
sustancia en los que lo buscan con amor. Esta es una perspectiva innovadora de la ley.
Los que buscan a Dios amarán Su ley como Su palabra viva. Mediante este amor por
Dios y Su palabra, recibirán la infusión de la sustancia de Dios y vivirán de una manera
que corresponde con lo que El es. En este mensaje cubriremos un asunto que puede
parecer aún más extraño. Este es el hecho de que Dios buscaba personas que lo amaran
cuando El dio la ley a Su pueblo en el Antiguo Testamento. Al dar la ley a Su pueblo
escogido, Dios deseaba que ellos llegasen a amarlo a Él.
Cuatro profetas: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Oseas, se refirieron a Dios como de esposo
de los hijos de Israel, y a los hijos de Dios como la esposa. Estos cuatro profetas vivieron
en tiempos distintos y en lugares diferentes, pero tenían el mismo concepto. Para los
religiosos, puede parecer muy extraño, aún ofensivo, decir que Dios tiene una esposa.
No obstante, la Biblia habla claramente de Dios como el marido. ¿Cómo puede Dios ser
un marido a menos que El tenga una esposa? Todos los creyentes saben que Dios es el
Creador, Redentor, y el Salvador, pero muchos no se dan cuenta de que Dios es también
un marido y que Su pueblo es Su esposa. Dios y Su pueblo son una pareja maravillosa y
universal. Vemos esta revelación tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Pablo se dirigió a la iglesia en Corintios y dijo: “Porque os celo con celo de Dios; pues os
he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2
Co. 11:2). El Nuevo Testamento enseña que la iglesia compuesta de todos los creyentes
es la esposa de Cristo. Asimismo, Israel en el Antiguo Testamento estaba casado con
Dios, desposado con El. Jeremías 2:2 habla de “El amor de tus desposorios”. Oseas 2:19-
20 declara: “Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia,
juicio, benignidad y misericordia. Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a
Jehová”.
Debemos preguntarnos cuándo, dónde, y cómo Dios desposó a Israel. Encontramos una
clave en Jeremías 2:2, donde el Señor dice: “Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu
juventud, del amor de tus desposorios, cuando andabas en pos de mi en el desierto, en
tierra no sembrada”. Aquí la palabra fidelidad significa ser amable, cortés. Este
sentimiento de afecto y esta actitud hacia Dios en los primeros tiempos de Israel era una
conmemoración para El. El “amor de tus desposorios” es una clase particular de amor.
Existen muchas clases de amor. El amor que sienten los padres por sus hijos es diferente
del que sienten los hijos por los padres. El amor que sienten los amigos los unos por los
otros es otra clase de amor. El amor en Jeremías 2:2 se parece al amor de un hombre y
una mujer que están a punto de casarse. Esta clase de amor es muy distinta del amor de
los padres por los hijos, de los hijos por los padres, y de una persona por sus amigos. La
palabra amor en Jeremías 2:2 se refiere al amor mostrado en el cortejo, un amor
romántico Se refiere particularmente al amor que refleja una mujer por el hombre que la
corteja. Dios le dijo a Israel que El se acordaba de esta respuesta a Su amor de cortejo en
la juventud de ella.
En Jeremías 2:2, el Señor menciona específicamente “El amor de tus desposorios”. Esta
expresión denota el amor de Israel en la época de su compromiso con el Señor. En este
versículo, el Señor parece decir a Israel: ‘Yo te desposé para Mi, y tú y Yo estábamos
comprometidos. Desde el momento de nuestro compromiso, tú has tenido un amor
especial por Mi. Nunca podría olvidar el amor de tu juventud, cuando te comprometiste
conmigo y me seguiste al desierto”. Aquí el Señor recuerda cuatro cosas: Su pueblo, la
amabilidad de su juventud, el amor de sus desposorios y cómo lo siguieron a Él en el
desierto. Por consiguiente, Jeremías 2:2 habla claramente del compromiso de Israel con
Dios.
¿Dónde y cuándo se hizo este compromiso? Ezequiel 16:8 declara: “Y pasé yo otra vez
junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto
sobre ti, y cubrí tu desnudez, y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el
Señor, y fuiste mía”. Según el contexto del capítulo, este versículo se refiere al éxodo y
cuando este sucedió. El Señor sintió un amor profundo por el pueblo y entró en un pacto
con él. Este pacto fue promulgado en el monte de Dios, por medio de la ley (Ex. 20:1-12).
¿Se ha dado cuenta de que dar la ley fue una transacción en la cual el pueblo de Dios se
comprometió con Él?
La ley daba las condiciones del compromiso entre Dios y Su pueblo. Estas condiciones
fueron los Diez Mandamientos. Si no interpretamos los Diez Mandamientos de esta
manera, ¿cómo explicaríamos Jeremías 2:2, donde habla de la amabilidad de la
juventud de Israel y del amor de su desposorio? Indudablemente el tiempo que siguió el
Éxodo de Egipto fue el periodo de la juventud de Israel. Podemos decir que los primeros
diecinueve capítulos de Éxodo son capítulos en los cuales Dios cortejaba, galanteaba, y
aún “salía” con Su pueblo. El quería ser el único amado de ellos. Su deseo era que el
pueblo lo amara a Él y a Él solamente. Por tanto, Dios buscaba el amor de Su pueblo.
Dios sería el amado de Israel, y el pueblo sería Su amor.
Al considerar los Diez Mandamientos dados en Éxodo 20, vemos que los primeros cinco
mandamientos fueron dados de una manera sencilla y directa. Dios mandó que el
pueblo no matara, no cometiera adulterio, no robara, no diera falso testimonio, y no
codiciara (20:13-17). No obstante, los primeros cinco mandamientos fueron dados en un
ambiente de intimidad. El versículo 2: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra
de Egipto, de casa de servidumbre”. Esta no es una palabra de legalismo, sino una
palabra de amor. Hablando íntimamente con Su pueblo, el Señor declara: “Soy Jehová
tu Dios”. El Señor es Aquel que era, que es, y que será para siempre. Como tal, El sacó a
Su pueblo de la servidumbre. En el versículo 3, el Señor continúa: “No tendrás dioses
ajenos delante de Mi”. Aquí el Señor dice al pueblo que no tendrán ningún amado aparte
de Él. El debe ser el único amado de ellos. Esta era la primera condición del compromiso
entre Dios y Su pueblo. Todo hombre que desposa a una mujer debe exigir que ella no
ame otro hombre. El debe insistir en ser el único amado de ella. Ciertamente, la palabra
acerca de no tener dioses ajenos es un mandamiento. Por tanto, este mandamiento es
también una condición de amor en el compromiso de Dios con Su pueblo. Si
comparamos este mandamiento con los últimos cinco mandamientos, veremos que
también es una condición de compromiso.
En los versículos 5 y 6, El dijo que visitaría la iniquidad de los padres sobre los hijos
hasta la tercera y cuarta generación de los que lo aborrecen y que mostrará misericordia
hasta las mil generaciones de los que lo aman y obedecen Sus mandamientos. Esta
palabra también fue pronunciada por Dios mientras cortejaba a Su pueblo, buscando un
pueblo que lo amara a Él. Desde la creación del mundo hasta el momento de Éxodo 20
Dios estaba solo. En cierto sentido, El era solitario. Un “célibe”. Al dar la ley a Su pueblo,
El los cortejaba, diciéndoles que si ellos lo amaban, El les mostraría misericordia para
con sus descendientes durante mil generaciones, es decir, un periodo de tiempo que
conducirá a la eternidad.
En 20:7, el Señor declara esta condición del compromiso: “No tomarás el nombre de
Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare Su nombre
en vano”. El Señor no quería que Su pueblo usara Su nombre incorrectamente. Como
amado de ellos, El quería que honraran a Su nombre y que lo usaran con amor.
Asimismo, un joven desea que su prometida honre su nombre y hable de éste con mucho
amor y aprecio.
Los versículos 8 a 11 dicen: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días
trabajarás, y harás tu obra; más el séptimo es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él
obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu
extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la
tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto,
Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó”. Así como una mujer lleva un anillo en
señal de compromiso, guardar el día de reposo era una señal del compromiso de Dios
con Su pueblo. Cuando un joven le da un anillo de compromiso a su amada él desea que
ella lo lleve como señal de que se ha comprometido con él. El se disgustaría si ella no lo
llevara como señal.
En 20:11, vemos que Dios “bendijo el día de reposo y lo santificó”. Esto significa que el
día de reposo era santo, apartado. Es por esto que guardar el día de reposo servía como
señal de compromiso. Toda mujer comprometida es “santificada”; ella está marcada,
separada, para cierto hombre. Ella es la única que tiene el derecho de llevar el anillo de
compromiso de su amado. Esto la separa de las demás mujeres. En Efesios 1:13, vemos
que cuando fuimos salvos, recibimos el sello del Espíritu. Este sello es nuestro anillo de
compromiso, una señal de nuestra separación y santificación. En Éxodo 20, el día de
reposo era la marca de separación del pueblo de Dios para con El. Como condición del
compromiso, El exigía que Su pueblo llevara la marca de que le pertenecía a Él y de que
era absolutamente para El. El día de reposo simbolizaba una declaración hecha por Dios
de que Su pueblo le pertenecía a Él solamente. Los adventistas del séptimo día en su
legalismo y dogmatismo acerca del día de reposo, ignoran que en realidad esto es sólo
un simbolismo de que el pueblo de Dios le pertenece a El como su amado, su marido.
Alabamos al Señor por habernos mostrado que la ley es un contrato de compromiso.
Cuando la ley fue promulgada en el monte Sinaí, se estipularon las condiciones del
compromiso de Dios con Su pueblo.
Los primeros cinco mandamientos fueron dados de una manera íntima como
condiciones del compromiso de Dios y Su pueblo. Cada mandamiento usa la expresión
“Jehová tu Dios”, una expresión declarada íntimamente y repetidas veces mientras Dios
cortejaba amorosamente a Su pueblo. El ha estado solo durante mucho tiempo, y ahora
El busca el amor de ellos. En Éxodo 20, Dios no buscaba amigos, sino personas que lo
amaran. Después de dar los primeros cinco mandamientos con tanto amor, Dios
continuó y decretó cinco mandamientos más, exhortándoles con cinco “no”. Un hombre
también puede pedirle a su prometida que no haga algunas cosas. Al desposar a Su
pueblo, Dios estableció un ejemplo maravilloso de la manera en que un compromiso
debería establecerse. Los hermanos jóvenes entre nosotros pueden aprender de Dios en
este asunto. Le damos gracias al Señor porque la Biblia nos proporciona este ejemplo
maravilloso del compromiso.
Según Cantar de Cantares, el hombre es el amado, y la mujer, aquella que lo busca con
amor, es Su amor (1:13-16). Por consiguiente, el amado es el marido, mientras que su
amor es la esposa. La Biblia revela que en el Antiguo Testamento, Dios buscaba a Su
pueblo como el amado busca a su amor, su esposa. Si usted lee Éxodo 1 a 20 desde esta
perspectiva, verá que en estos capítulos, Dios vino muchas, veces para cortejar a Su
pueblo. Después de cortejarlo, El se comprometió con él en el monte Sinaí.
En Jeremías 31:3, el Señor dijo a Su pueblo: “Con amor eterno te he amado, por tanto, te
prolongué Mi misericordia”. En otras partes, vemos que Dios amó a Jacob, pero
aborreció a Esaú (Ro. 9:13). No parece haber ninguna razón para que Dios amara a Su
pueblo; El parecía estar ciego de amor. El siguió amando a Su pueblo aún cuando no le
era fiel. El amor ciega a la gente. El mejor amor es esta clase de amor. Si usted no está
ciego, no podrá amar correctamente. Si sus ojos están abiertos a todos los errores de la
persona que usted ama, quizá quiera una separación, o aún un divorcio. Pero si usted
ama ciegamente, considerará que su marido o su esposa es lo mejor. Al amar a Su
pueblo, Dios parecía cerrar Sus ojos y amarlos ciegamente. En el asunto del amor, no
sea más sabio que Dios. Sígale a Él y ame a su esposa ciegamente.
Por querer que Su pueblo se convirtiese en Su amada, El los trató como Su esposa.
Jeremías 2:2, Oseas 2:19-20, Isaías 54:5, y Ezequiel 16:8 indican esto claramente.
Hemos señalado repetidas veces que la ley de Dios es como un compromiso. Al dar la ley
a Su pueblo de esta manera, les dio a conocer la clase de Dios que El es. En cada uno de
los primeros cinco mandamientos, El se refería a Sí mismo de manera íntima como
“Jehová tu Dios”. El se reveló como el Dios celoso, y exigía que ellos no tuviesen otros
dioses, otro amado, que no fuese El. El anhelaba su amor para que obedecieran a Sus
mandamientos y lo expresaran a Él. Vemos el mismo concepto en Juan 14:21 y 23. El
versículo 21 dice: “El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que Me ama; y
el que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y Me manifestaré a él”. Así
como en Éxodo 20:1-12, aquí vemos el amor del Señor al cortejarnos y al buscar un
pueblo que lo ame. En Juan 14:23, el Señor continúa: “El que Me ama, Mi palabra
guardará; y Mi padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. En el
Nuevo Testamento como en el Antiguo Testamento, Dios es un hombre que corteja. Los
mandamientos en 20:1-12 no fueron dados de manera legalista, sino con amor. Al dar la
ley a Su pueblo, Dios quería que ellos se convirtiesen en personas que lo amen.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCUENTA Y CUATRO
Lectura bíblica: Gn. 1:26; Jer. 31:3, 32; 2:2; Jn. 3:29; Mt. 9:15; Ef. 5:25-27; 2 Co. 11:2;
Ap. 19:7; Jn. 21:15-17; 2 Co. 5:14-15; Jn. 14:21, 23; Cnt. 1:2-4.
En este mensaje estudiaremos acerca de la ley que Dios le dio a Su pueblo en Éxodo 20.
Como todos los estudiantes de la Biblia saben, la ley es un tema muy importante tanto
en el Antiguo Testamento como en el Nuevo.
Si queremos entender por qué Dios da la ley en las Escrituras, debemos ver cómo este
asunto se relaciona con el tema principal de la Biblia. Para entender cualquier libro, o
alguna porción de éste, debemos buscar primeramente su tema principal. Supongamos
que un libro habla acerca del amor. Pero en ese libro, se hacen muchas referencias
acerca de la ley. Si el lector saca estas referencias de su contexto y les da un énfasis
incorrecto, él cambiará el tema del libro del amor a la ley. Muchos cristianos han hecho
esto al querer entender el lugar que ocupa la ley de Dios en las Escrituras. No han
podido entender la ley a la luz del tema principal de la Biblia y por tanto, no tienen una
visión adecuada y equilibrada de la misma.
Hemos señalado muchas veces que prácticamente todo en el universo tiene dos
aspectos. Por ejemplo, en veinticuatro horas, tenemos el día y también la noche. Sería
absurdo que alguien insistiera en que sólo existe uno de estos. Así como cae la noche,
sale un nuevo día. No podemos prolongar el día ni extender la noche. Este ejemplo del
día y de la noche puede aplicarse al hecho de que Dios dio la ley. La ley tiene dos
aspectos, dos lados: el aspecto de las “tinieblas”, el lado oscuro, y el aspecto de “la luz”,
el lado brillante. En estos mensajes, estamos cubriendo el aspecto claro, y no el aspecto
oscuro, el cual abarcaremos más adelante. Ahora que estamos cubriendo el aspecto de
“la luz” en la ley, mencionamos lo que está claro. Pero cuando volvamos al aspecto de las
“tinieblas”, señalaremos lo que es oscuro. No intento engañar al pueblo de Dios
ocultando alguno de los aspectos. Tampoco me contradigo al presentar los dos aspectos
de la ley de Dios. Al contrario, simplemente presento ambos aspectos de la verdad.
En cuanto a la ley que Dios dio a Su pueblo, el aspecto oscuro no es lo principal. Dios no
creó el universo para que hubiese tinieblas. Las tinieblas son necesarias, pero no son la
meta de Dios. La meta de Dios consiste en tener un día eterno. Apocalipsis 21:25, un
versículo que habla de la Nueva Jerusalén en la eternidad, declara: “Allí no habrá
noche”. Además, Apocalipsis 22:5 afirma: “No habrá más noche”. Cuando el propósito
de Dios haya alcanzado su cumplimiento final en la Nueva Jerusalén, no habrá noche en
esa ciudad eterna. Así vemos que la meta de Dios consiste en tener luz, y no tinieblas.
Como lo afirma Pablo, somos “hijos del día” (1 Ts. 5:8, 5). No obstante, al hablar acerca
de la ley de Dios, muchos instructores cristianos ponen demasiado énfasis en el aspecto
oscuro. De ninguna manera digo que no prestan atención al otro lado. Sólo digo que su
énfasis está en las “tinieblas”. Por tanto, ciertamente necesitamos cubrir el lado de la
“luz” de la ley así como el lado de las “tinieblas”.
Si queremos entender correctamente lo que es la ley de Dios, debemos saber lo que es el
propósito eterno de Dios. El propósito eterno de Dios consiste en tener un pueblo que lo
exprese. Dios desea cumplir este propósito, y por esta razón, El debe impartirse a Sí
mismo dentro de Su pueblo escogido y forjarse a Sí mismo dentro de ellos. Esta es la
razón por la cual, según Génesis 1:26, Dios creó al hombre de una manera muy
particular: a Su propia imagen y conforme a Su semejanza. Dios creó al hombre a Su
propia imagen y conforme a Su semejanza para que el hombre pudiera tomar a Dios y
contenerlo a Él. Dios desea que el hombre lo contenga. Esta es la razón por la cual la
Biblia se refiere al hombre como un vaso, un vaso de honra y de gloria (Ro. 9:23). El
hombre es un vaso que debe contener a Dios.
El Nuevo Testamento revela claramente y recalca también que Dios ha venido en Cristo
a fin de impartirse en nosotros. Dios no viene simplemente para visitarnos. El desea
hacer Su morada con nosotros. El Señor Jesús dijo: “El que me ama, Mi palabra
guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14:23).
En Colosenses 1:27, Pablo habla de “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Otros
versículos indican claramente que Cristo está en nosotros (Ro. 8:10; 2 Co. 13:5; Gá.
2:20; 4:19). Sabemos por Efesios 4:6 que el Padre está en nosotros y por Juan 14:17 y
Romanos 8:11 que el Espíritu mora en nosotros. 1 Juan 4:12 dice: “Dios permanece en
nosotros”. El versículo 15 del mismo capítulo declara: “Todo aquel que confiese que
Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios”. Este asunto de morar en
Dios y Dios morando en nosotros se repite varias veces en 1 Juan. Repetidas veces, el
Nuevo Testamento señala que Dios permanece en nosotros. Aún somos llamados el
templo de Dios (1 Co. 3:16; 6:19) y Su morada, Su casa (Ef. 2:22; 1 Ti. 3:15). Dios hace Su
casa en nosotros. Efesios 3:17 indica que Cristo hace Su hogar en nuestros corazones.
Sólo podemos expresarlo a Él cuando El se forje dentro de nuestro ser.
Dios es divino y nosotros somos humanos, pero podemos ser uno con El. Para que Dios
sea uno con nosotros y nosotros uno con El, debe haber amor entre nosotros. Sin amor
mutuo, un hombre y una mujer no pueden vivir juntos como marido y esposa y ser
verdaderamente uno. La unidad genuina entre un hombre y su esposa es un asunto de
amor. El amor es el motivo, el incentivo de esta unidad. Si no amara a mi esposa, no
podría vivir con ella en unidad. Dos personas deben amarse mutuamente para ser uno.
Pasa lo mismo con la relación entre Dios y Su pueblo. Sin Dios, estamos vacíos, y todo es
vano. Si no tuviéramos a Dios, tendríamos que decir como el autor de Eclesiastés:
“Vanidad de vanidades; todo es vanidad” (1:2). No obstante, puesto que tenemos a Dios,
tenemos la realidad.
Podemos comparar nuestra necesidad de Dios con la necesidad que tiene una mujer de
tener un marido. Además, Dios nos necesita a nosotros como un hombre necesita una
esposa. Ningún amor es más dulce que el amor entre marido y esposa. Este amor es
necesario para obedecer la ley de Dios. Obedecemos la ley de Dios al amarlo a Él y a Su
palabra y al ser uno con El.
El amor que debemos tener por Dios no es el amor que tienen los padres por sus hijos, el
amor que los hijos tienen al honrar a sus padres, el amor que los amigos tienen unos por
otros, ni el amor compasivo que tiene un rico por un pobre. El amor que debemos tener
por el Señor es un amor afectuoso como el de un hombre para con su esposa. Nuestro
amor por el Señor debe ser el amor que es expresado en Cantar de Cantares, donde
tenemos una descripción hermosa del amor afectuoso, profundo y tierno entre el amado
(el Señor) y el que ama (Su amada que lo busca con amor). Este amor es tan dulce e
íntimo que va más allá de nuestra capacidad de describirlo correctamente. Los cristianos
afirman a menudo que la Biblia es un libro de amor. Citan Juan 3:16, acerca del amor de
Dios por el mundo, 1 Juan 3:1 en cuanto al amor de Dios el Padre por Sus hijos, o
Efesios 5:25, con respecto al amor de Cristo por la iglesia. No obstante, los creyentes
quizá no se den cuenta de que el amor en estos versículos no es solamente el amor de
Dios por el mundo, ni el amor de Dios el Padre por Sus hijos, sino también el amor de
Cristo el marido por Su esposa, el amor afectuoso revelado en Cantar de Cantares. El
amor entre Dios y Su pueblo que se revela en la Biblia, es principalmente el amor
afectuoso entre el hombre y la mujer.
A. El amor de Dios por Su pueblo
1. Los corteja
El Antiguo Testamento revela que Dios amó a Israel con este amor afectuoso. En
Jeremías 31:3, el Señor dijo a Su pueblo escogido: “Con amor eterno te he amado; por
tanto, te prolongué Mi misericordia”. Este no es un amor entre amigos, ni de una
persona rica hacia los pobres, sino un amor que corteja, un amor que lleva al
compromiso y al matrimonio. Por sentir tal amor por Su pueblo, el Señor tomó “su
mano para sacarlos de la tierra de Egipto” (Jer. 31:32). Este es también el amor en
Jeremías 2:2, un versículo que habla del amor del desposorio de Israel. El amor revelado
en la Biblia es principalmente este amor que incita al cortejo, compromiso y
matrimonio.
Hace poco, llegué a ver que el antiguo pacto era un pacto en el cual Dios desposó a Su
pueblo para Sí mismo. Tanto Ezequiel 16:8 como Jeremías 31:32 se refieren a esto. En
Ezequiel 16:8, Dios dijo a Su pueblo: “Y pasé Yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí
que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí Mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y
te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía”. Este pacto
es el antiguo pacto basado en la ley de Dios. Ezequiel 16:8 indica que el tiempo en que
Dios entró en este pacto con Su pueblo era “el tiempo de amores”. Esto significa que el
pacto de Dios con Su pueblo era un pacto de compromiso, un desposorio. Al entrar en
este pacto con Su pueblo, Dios los desposó para Sí mismo, y El se desposó a Sí mismo
con ellos. Jeremías 31:32 lo confirma: “No como el pacto que hice con sus padres el día
en que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron Mi
pacto, aunque fui Yo un marido para ellos dice Jehová”. Observe que aquí se usan las
palabras pacto y marido. Una vez más, vemos que al hacer el antiguo pacto con los hijos
de Israel, Dios se convirtió en su marido. Esto demuestra que el antiguo pacto era un
contrato de matrimonio.
Cuando tenemos esta relación de amor con el Señor, recibimos Su vida, así como Eva
recibió la vida de Adán. Si Eva no hubiera recibido la vida de Adán, no hubiese podido
ser uno con él. Después de crear al hombre, Dios le trajo “toda bestia del campo, y toda
ave del cielo, para que viese como las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los
animales vivientes, ese es su nombre” (Gn. 2:19). En Génesis 2:20, vemos claramente
que para Adán no se halló ayuda idónea para él. Entre el ganado, las aves y las bestias
del campo, Adán no encontró ningún complemento; él no encontró nada que le
correspondiera. Entonces Dios hizo caer un sueño profundo sobre Adán, tomó una de
sus costillas, y edificó a una mujer con ésta (Gn. 2:21-22). Cuando la mujer fue
presentada a Adán, él declaró: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne;
ésta será llamada varona, porque del varón fue tomada” (v. 23). Finalmente, Adán
encontró su complemento, la persona que le correspondía. Indudablemente, Adán y Eva
se amaban uno a otro, pues Eva había recibido la vida de Adán, y le pertenecía. Ambos
tenían una sola vida y una sola naturaleza. Cada fibra, tejido y célula de Eva tenía su
fuente en Adán y era parte de Él. Según Efesios 5, Adán y Eva describen a Cristo y a la
iglesia. Así como Eva salió de Adán y poseyó su vida y naturaleza, también la iglesia
procede de Cristo y posee su vida y naturaleza.
2. El amor y la vida
Ya que existe esta relación entre Cristo y la iglesia, recibimos la vida del Señor cuando le
decimos que lo amamos. Nuestra experiencia nos muestra que Su vida nos infunde
cuando decimos: “Señor Jesús, te amo”. Muchos cristianos no se dan cuenta de que al
amar al Señor Jesús, El entra en ellos para ser su vida y suministro de vida. Los niños a
menudo cantan: “¡Oh, cuanto amo a Jesús!” Y los jóvenes quizá invoquen al Señor,
expresando su amor por El. Pero ellos no son los únicos que deben expresar su amor por
el Señor. Los mayores también deben decir: “Señor Jesús, Te amo”. Nuestra necesidad
de expresar nuestro amor por el Señor de esta manera puede ser aún mayor que la de los
jóvenes. Cada vez más, debemos decirle al Señor cuanto lo amamos.
Durante los últimos meses, le he pedido al Señor que me muestre la manera adecuada
de vivirle a Él. Día tras día, he orado, de esta manera. Indudablemente, parte del secreto
es decirle continuamente al Señor que lo amamos. Cuando le decimos al Señor que lo
amamos, El nos suple con Su vida y esta vida nos permite ser uno con Él y lo hace uno
con nosotros.
Puesto que las verdades bíblicas son tan profundas, no podemos entenderlas, a menos
que usemos ejemplos y parábolas. Es lo mismo en cuanto a la manera en que la vida de
Dios entra en nosotros. La vida de Dios no puede entrar en nosotros como el agua que se
derrama en un vaso. Recibimos la vida de Dios por medio de un proceso de concepción
divina. El hecho de que hemos nacido de Dios (Jn. 1:12-13) indica que la vida de Dios
entra en nosotros por medio de la concepción. El nacimiento siempre involucra la
concepción de la vida.
1. El injerto
Hemos visto que la vida de Dios es la que nos une a Él. Un ejemplo de esta unidad en
vida lo es el injerto de una rama de un árbol a otro árbol. El injerto involucra un proceso
metabólico. Unos palos muertos pueden ser clavados, pegados o atados, pero no pueden
ser injertados. Sólo las cosas vivientes pueden ser injertadas.
Dos sustancias que se van a injertar deben ser similares en vida. Sabemos que nuestra
vida humana y natural no es idéntica a la vida divina. Génesis 1 presenta un principio
según el cual cada vida es conforme a su género. Pero aunque la vida humana no es
divina, fue creada conforme a la vida divina, pues el hombre fue hecho a la imagen y a la
semejanza de Dios. Sólo la vida humana fue creada conforme a Dios. Por ser similares
en ciertos aspectos, la vida humana y la divina pueden ser injertadas. Cuando se
produce este injerto, la esencia de la vida divina fluye dentro de la vida humana y
produce una unidad maravillosa de Dios y el hombre. ¿Entonces, cómo podríamos ser
uno con Dios y cómo El podría ser uno con nosotros? Esta unidad viene con el injerto de
la vida humana dentro de la vida divina y viceversa. Juan 15 declara claramente que
somos ramas en Cristo, quien es la vida. Conforme al ejemplo usado por Pablo en
Romanos 11, somos ramas injertadas dentro de Cristo. Ahora que permanecemos en
Cristo y que El permanece en nosotros, compartimos una sola vida. Esta unidad en vida
nos hace verdaderamente uno.
2. Marido y esposa
Otro ejemplo de nuestra unidad con el Señor que se presenta en las Escrituras es la
unidad entre un hombre y su esposa. Un marido y su esposa son uno tanto en naturaleza
como en vida. Finalmente, después de muchos años, un hombre y una mujer que han
disfrutado una verdadera vida matrimonial llegarán a ser uno aún en expresión.
Durante la luna de miel, el marido y la esposa son uno en amor. Con el tiempo, se hacen
uno en vida. Pero finalmente, los que desarrollan una vida matrimonial adecuada llegan
a ser uno en expresión. Este es un cuadro de nuestra relación con el Señor. Primero
somos uno con El en amor; luego somos uno con El en vida y naturaleza; y finalmente
seremos uno con El en expresión. Cuando somos uno con El en amor, experimentamos
Su vida y disfrutamos de Su naturaleza. Cuando llevamos Su vida y caminamos
conforme a Su naturaleza, llegamos a ser Su expresión.
En el mensaje anterior mencionamos que la ley describe lo que Dios es. Esto significa
que la ley es la expresión de Dios. Si llegamos a ser uno con Dios en amor, vida,
naturaleza y expresión, obedeceremos Su ley automáticamente. No necesitamos
proponernos obedecerla, pues viviremos espontáneamente conforme a la ley de Dios.
Cuando algunos lean eso, se preguntarán acerca del cuarto mandamiento: guardar el día
de reposo. Aún en cuanto al día de reposo, el Nuevo Testamento no cambia en principio.
En el Antiguo Testamento, el séptimo día era una conmemoración, una marca de la
creación de Dios. No obstante, nosotros los santos en la iglesia, hemos sido regenerados
en la resurrección de Cristo (1 P. 1:3), y por esta razón, no somos solamente de la
creación de Dios, sino también de Su nueva creación. A diferencia de Adán, no somos los
que viven en la creación de Dios, sino los que viven en la resurrección de Cristo. Por
consiguiente, nuestro día de conmemoración ya no es el séptimo día; sino el octavo día,
el primer día de la semana, el día de resurrección. Hechos 20:7 nos dice que los
discípulos se reunían en ese día, y no en el séptimo día, para celebrar la mesa del Señor.
Según 1 Corintios 16:2, también en este día se apartaban cosas materiales para el uso de
Dios. Además, en Apocalipsis 1:10, Juan afirma que él estaba en el espíritu en el día del
Señor, el cual era el primer día de la semana. Puesto que existe un día de
conmemoración tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, está correcto decir
que en cuanto al cuarto mandamiento, no hay ningún cambio en principio. Puesto que
los santos del Antiguo Testamento vivían en la creación de Dios, su día de
conmemoración era el séptimo día. No obstante, ya que, los santos del Nuevo
Testamento, estamos en resurrección, nuestro día de conmemoración es el octavo día.
Este día fue cambiado del séptimo día al octavo. No obstante, Dios no ha anulado el
principio de apartar un día para el Señor. Vemos nuevamente que en principio, toda la
Biblia, el Antiguo Testamento como el Nuevo, es consistente en cuanto a la ley.
E. La meta de Dios
La meta de Dios consiste en hacernos uno con El. La manera en que podemos llegar a
ser uno con El es con amor, vida, naturaleza y expresión. Nuestro amor por Dios debe
ser como el amor de una mujer por su marido, el amor descrito en Cantar de Cantares.
Para amar al Señor de esta manera, recibimos Su suministro de vida. Hemos dado
muchos mensajes sobre la vida y la edificación, basándonos en Cantar de Cantares (ver
Life and Building as Portrayed in the Song of Songs [La vida y edificación presentadas
en Cantar de Cantares]). Mediante nuestro amor afectuoso por el Señor Jesús, recibimos
el suministro de la vida. Mientras esta vida crece, se produce la edificación. En realidad,
el crecimiento de vida es la edificación. Amar al Señor como a nuestro marido y
experimentar Su vida y naturaleza, hará de nosotros Su expresión. El Cantar de
Cantares describe esta secuencia. Finalmente, en un sentido auténtico, la que ama en
Cantar de Cantares llega a ser igual a su amado. Los dos, el hombre y la mujer, llegan a
ser uno absolutamente, aún en expresión, viviendo como si fuesen una sola persona.
Como veremos en un mensaje más adelante, si intentamos obedecer la ley de Dios sin
tener este amor afectuoso por El, estaremos en tinieblas, seremos condenados,
quedaremos expuestos y hasta esta ley acabará con nosotros. Este es el aspecto oscuro
de la ley, el aspecto de las “tinieblas”. En este mensaje, nuestro enfoque ha sido
considerar el aspecto resplandeciente, el aspecto de la “luz”. Al considerar este aspecto,
vemos que sólo podemos obedecer la ley de Dios cuando lo amamos y somos uno con El.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCUENTA Y CINCO
Lectura bíblica Gn. 1:26; Jer. 31:3, 32; 2:2; Jn. 3:29; Mt. 9:15; Ef. 5:25-27; 2 Co. 11:2;
Ap. 19:7; Jn. 21:15-17; 2 Co. 5:14-15; Jn. 14:21, 23; Cnt. 1:2-4.
En el transcurso de los siglos, Dios ha tenido un romance con el hombre. Dios creó al
hombre con el propósito de tener un complemento (Gn. 1:26). Al crear al hombre, El no
quería siervos. Si leemos la Biblia con pureza, sin ningún concepto, nos daremos cuenta
de que el propósito de Dios al crear el hombre era ganar un complemento. Dios no es un
luchador; El es un enamorado. El creó al hombre a Su imagen como su enamorado. Esto
significa que El creó al hombre para amarlo a Él. En la eternidad, Dios estaba solo;
incluso podemos decir que El era solitario. Su deseo de tener un amor no podía ser
satisfecho por los ángeles. Por consiguiente, Dios creó al hombre conforme a Su propio
ser. Dios es amoroso, y El desea que el hombre lo ame a Él. De esta manera, habrá una
relación mutua de amor entre Dios y la humanidad, aquellos que fueron creados para
ser Su complemento.
B. Escogió a Israel para que fuese Su esposa
El Antiguo Testamento indica claramente que Dios vino y escogió a Israel para que fuese
Su esposa. En Jeremías 31:3, el Señor dice: “Con amor eterno te he amado; por tanto te
prolongué Mi misericordia”. Cuando Dios se apareció a Su pueblo, El los “enamoró” y
más adelante aún los cortejó. Según Ezequiel 16, Dios amó a Israel cuando lo vio en el
desierto. El versículo 8 lo describe: “Y pasé otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu
tiempo era tiempo de amores; y extendí Mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di
juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste Mía”. Al entrar en un
pacto con Israel, Dios lo desposó. Jeremías 2:2 habla también de este pacto, de este
compromiso: “Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu
desposorio, cuando andabas en pos de Mí en el desierto, en tierra no sembrada”. Este
versículo indica que el pacto fue promulgado en el desierto después de que Dios sacara a
los hijos de Israel fuera de Egipto. Los capítulos uno al diecinueve de Éxodo fueron la
época de la juventud de Israel. El Señor recordó la fidelidad de la juventud de Israel y el
amor de su desposorio. Me he preguntado en qué medida Israel amaba en realidad a
Dios de esta manera. Quizá en este versículo, el Señor se consoló a Sí mismo como lo
hace un joven que intenta alentarse cuando la persona que él ama no corresponde a su
cortejo. Este joven puede recibir aliento cuando lo mire la persona que él ama. En los
primeros diecinueve capítulos de Éxodo, ¿dónde vemos el amor del desposorio de Israel
para con Dios? ¿dónde encontramos este amor que desposa? Es muy difícil encontrarlo,
pero Jeremías 2:2 nos dice que el Señor se acuerda del amor del desposorio de Israel y
de la fidelidad de su juventud. Me parece que Israel no era tan amable, educado, ni
cortés para con el Señor. No obstante, en Jeremías dice que El se acordó de la fidelidad
de la juventud de Israel. Las expresiones usadas en Jeremías 2:2 revelan cuanto amaba
Dios a los hijos de Israel. En cierto sentido, podemos decir que Dios fue cegado por Su
amor hacia Su pueblo. Después de crear al hombre, El escogió un pueblo, a saber, los
hijos de Israel, para que fuesen Su esposa.
Cuando el Señor Jesús vino, El vino como el Novio para la novia. Muchos cristianos
conocen muy bien la declaración de Juan el Bautista: “¡He aquí el Cordero de Dios!” (Jn.
1:29). No obstante, pocos entienden que Juan se refería también al Señor Jesús como el
Novio. En Juan 3:29, él dice: “El que tiene la novia, es el Novio”. Esta palabra está
incluida en un capítulo acerca de la regeneración (Jn. 3:3-6). La meta de la regeneración
consiste en producir y preparar una novia para el Novio. Puesto que Cristo es Aquel que
tendrá la novia, El es el Novio. Como Dios encarnado, Cristo no vino solamente para ser
nuestro Redentor y Salvador, sino también para ser nuestro Novio.
En Mateo 9:15, el Señor Jesús se refirió a Sí mismo como el Novio. A los religiosos
ciegos que le preguntaban acerca del ayuno, el Señor dijo: “¿Acaso pueden los
compañeros del Novio tener luto mientras el Novio está con ellos? Pero vendrán días
cuando el Novio les será quitado, y entonces ayunarán”. Contestando a la pregunta de
los discípulos de Juan, el Señor se reveló a Sí mismo como el Novio que viene a recibir la
novia. En su ceguera, los religiosos no pudieron ver que Cristo era el Novio. Es crucial
que nuestros ojos sean abiertos y vean al Señor como nuestro Novio.
El Señor Jesús regenera a la iglesia para que sea Su novia (Jn. 3:3, 5, 29-30). El Señor es
el Novio con la vida y la naturaleza divinas. Si queremos ser Su novia, debemos tener
también la vida y la naturaleza divina. Para eso, se necesita la regeneración. Aparte de
poseer esta vida y naturaleza, nunca podríamos ser el complemento de Cristo. En Juan
3, vemos que la regeneración nos califica para ser la novia de Cristo. Sólo después de ser
regenerados con la vida divina y por tanto, de haber recibido la naturaleza divina,
nosotros los pecadores, podemos ser tomados por Cristo y ser Su amor. El es tan
superior, con la vida y naturaleza divinas, y nosotros estamos en una estado tan inferior.
¿Cómo podríamos ser Su complemento? Sólo por medio de la regeneración. Mediante la
regeneración, recibimos otra vida, la vida divina. En esta vida y por medio de ésta,
somos calificados para ser el complemento de Cristo y corresponderle.
Al final de esta era, Cristo vendrá y se casará con Sus redimidos para hacerlos Su esposa
(Ap. 19:7). En esta era se lleva a cabo el cortejo, y de compromiso entre Dios y Su
pueblo. Al final de esta dispensación, habrá una boda gloriosa y en ese tiempo, Cristo se
casará con Sus redimidos. Esta revelación del matrimonio entre Cristo y Sus redimidos
es una revelación esencial en la Biblia.
Al final de la Biblia, vemos que Dios disfrutará de una vida matrimonial con Su pueblo
en la eternidad y por la eternidad. La Nueva Jerusalén será la esposa del Cordero por la
eternidad en los nuevos cielos y en la nueva tierra. (Ap. 21:9). Este es el cumplimiento
del romance de Dios tal como lo revelan las Escrituras.
III. TODA LA BIBLIA ES UN ROMANCE DIVINO
La Biblia entera es un romance divino. Esto significa que la Biblia es un libro muy
romántico. Lo vemos particularmente con el libro de Cantar de Cantares. Ciertos
modernistas no están seguros del hecho de que el Cantar de Cantares está incluido en la
Biblia. Aún algunos maestros cristianos tienen dudas en cuanto a este libro. Cuando era
joven, también me preguntaba por qué este libro se encontraba en la Biblia, un libro que
trata de un romance entre un hombre y una mujer. Este libro describe la relación de
amor entre nosotros y Cristo. Según Cantar de Cantares, nuestra relación con el Señor
debería ser muy romántica. Si no existe un romance entre nosotros y el Señor Jesús,
entonces seríamos cristianos religiosos, y no románticos. Si usted desea saber lo que
quiero decir con la palabra romántico, le aliento a leer y orar-leer el Cantar de Cantares.
Orar-leer este libro de romance hará que usted sea romántico con el Señor. Estará loco
enamorado de Él. La Biblia es un romance divino, y nuestra relación con el Señor
debería ser más y más romántica.
Como romance divino, la Biblia es un relato completo de las galanterías de Dios para
con el hombre. En las Escrituras, Dios viene continuamente al hombre de esta manera.
Dos ejemplos de esto son la venida de Dios con Jacob en Betel la primera vez (Gn.
28:10-22) y también la segunda vez (Gn. 35:9-15). Vemos otro ejemplo en la venida de
Dios a Moisés en el monte Hored (Ex. 3:1-17).
La Biblia está también llena del cortejo de Dios para con el hombre. Así como un joven
le da una atención constante a la mujer que él corteja, hasta el punto de molestarla, así
el Señor “nos molesta” al cortejarnos. La Biblia relata el cortejo de Dios para con Su
pueblo. En el Nuevo Testamento, vemos que cuando el Señor Jesús llamó a Sus
discípulos, El los cortejaba. El Señor Jesús molestaba continuamente a Pedro en esta
manera. Es significativo que no fue Pedro el que vino al Señor, sino el Señor quien fue a
Pedro. En Juan 21, el Señor le preguntó a Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más
que éstos?” (v. 15). En dos ocasiones más, el Señor le preguntó: “¿Me amas?” (vs. 16-17).
Al hacer estas preguntas a Pedro, el Señor Jesús lo cortejaba. El no quería que Pedro lo
amara a Él como un niño honra a su padre o madre, o como un amigo cuida a otro
amigo, o como una persona rica tiene compasión de una persona pobre. Por el contrario,
el Señor quería que Pedro lo amara con un amor afectuoso, como el amor que siente una
mujer por el hombre que la ama.
No debemos leer Juan 21 sin tomar en cuenta Juan 3. El que preguntaba a Pedro si él lo
amaba era el Novio que vino por su novia. Basándonos en la revelación del Señor Jesús
como el Novio en Juan 3, vemos que Su conversación con Pedro en el capítulo veintiuno
fue dirigida en manera de cortejo.
Pasa lo mismo con la palabra del Señor en Juan 14:21 y 23. En el versículo 21, el Señor
dice: “El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que Me ama; y el que Me
ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y Me manifestaré a él”. Esta palabra que
fue pronunciada por el Novio a la novia es una palabra de “galantería” y de cortejo. En el
versículo 23, el Señor continúa: “El que Me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le
amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Cuando el Padre y el Hijo hacen
morada con la persona que ama al Señor Jesús se refiere al vivir común en la vida
matrimonial. Compartir la misma morada con el Señor Jesús significa vivir con Él como
Su esposa.
Aunque el Señor a menudo nos habla como un novio, pocos cristianos han entendido
este aspecto de Su palabra. La tendencia ha sido de tomar la palabra del Señor de una
manera totalmente distinta. Por consiguiente, espero que esta palabra acerca de la
galantería y el cortejo de Dios para con Su pueblo cambie nuestro concepto. La venida
del Señor a nosotros es Su “galantería” y Su cortejo.
En el mensaje anterior, hemos señalado que tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo
son pactos de desposorio, pactos de compromiso.
Como lo hemos indicado, la ley fue dada como contrato de compromiso. Cuando Dios le
dio a Su pueblo la ley en el monte, El los estaba desposando. Al darles la ley, El quería
incitarlos a amarlo a Él y a no tener otro amado.
La Biblia entera es una palabra de cortejo de Dios. En la Biblia, vemos que Dios desea
nuestro amor. Cuando el Señor le preguntó a Pedro si él lo amaba, El cortejaba a Pedro,
buscando su amor afectuoso. En su conjunto, la Biblia es la palabra de este cortejo
divino.
En el mensaje anterior, hemos señalado que guardamos la ley de Dios amándolo a Él.
Además, guardamos la ley de Dios al ser uno con El. Esta unidad está relacionada con el
hecho de que la ley era un contrato de compromiso, un pacto de desposorio. Al dar la
ley, la meta de Dios consistía en unir a Su pueblo con El como una esposa se une a su
marido. Entonces la ley impartiría la sustancia de Dios dentro de ellos, los introduciría
en El, y los uniría con El en vida y naturaleza. Esta unión de Dios con Su pueblo en vida
y naturaleza está representada en tipología por Adán y Eva en Génesis 2:18-24. Todo
esto indica que la ley de Dios sólo puede ser guardada por los que aman a Dios y son uno
con El en vida, naturaleza y expresión.
Muchos cánticos del evangelio hablan del llamado del Señor, y muchos predicadores
dicen que los creyentes son un pueblo llamado por Dios. Por supuesto, esto es cierto. No
obstante, el llamado que hace Dios a los pecadores es Su manera de cortejarlos. Su
llamado es Su cortejo, y los que le corresponden no solamente serán salvos, sino que
también serán Su novia que lo aman a Él con afecto.
Por la soberanía del Señor, el Cantar de los Cantares está incluido en las Escrituras. No
obstante, algunos cristianos no están de acuerdo con el hecho de que el Cantar de
Cantares sea parte de la Biblia, pues lo consideran como un libro seglar y no como un
libro sagrado. Pero de hecho, el Cantar de Cantares es el más sagrado de los libros. En
este libro, la que ama dice: “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío” (6:3). Si no
tuviéramos Cantar de Cantares, probablemente no tendríamos esa expresión acerca de
nuestra relación con el Señor. El himno titulado “Amado con amor eterno” declara en el
coro: “Soy suya, y El es mío”. Esto se refiere al Cantar de Cantares. Decir que
“Pertenezco a mi amado” no significa que El es nuestro maestro y nosotros Sus siervos.
Significa que somos Su amada. Esta relación no es la relación de un amo con su esclavo,
sino la relación afectuosa entre el marido y la esposa. Cantar de Cantares es el libro más
romántico que se ha escrito. No obstante, este libro trata de la relación amorosa entre
Dios y Su pueblo escogido. Presenta un cuadro de la vida matrimonial de Cristo y de
aquellos que lo aman a Él.
Les recuerdo que el tema de este mensaje es guardar la ley de Dios al amarlo a Él y a Su
palabra y al ser uno con El. Guardar la ley de Dios tiene mucho que ver con amarlo a Él
como una esposa ama a Su marido. Hemos señalado repetidas veces que al dar la ley,
Dios cortejaba a Su pueblo. Puesto que la ley fue dada como un contrato de
compromiso, no debemos intentar guardarla sin amar al Señor y sin ser uno con El.
Toda la Biblia enseña que no debemos adorar ídolos. Esta exhortación no se limita a los
Diez Mandamientos. Además, la Biblia nos enseña a usar correctamente el nombre del
Señor y a jamás tomarlo en vano. Vemos una vez más, que este mandamiento no se
limita a la ley.
Hemos visto que los primeros cuatro mandamientos son exaltados en todas las
Escrituras. Pasa lo mismo con los seis últimos mandamientos acerca de honrar a los
padres, en cuanto a no matar, no cometer adulterio, no robar, no dar falso testimonio y
no codiciar. Si abandonamos la ley, ponemos a un lado toda la Biblia. Aunque no
debemos abandonar la ley, debemos tener cuidado de no abusar de ella, ni de usarla
incorrectamente. Tanto la ley en particular como la Biblia en su conjunto deben ser
usadas correctamente. Si intentamos guardar la ley sin tener contacto con Dios,
abusaremos de ella. Del mismo modo, si tomamos la Biblia sin tocar al Señor, usaremos
las Escrituras incorrectamente.
Los judaizantes cometieron el error de intentar cumplir la ley sin tener contacto con
Dios. Por consiguiente, no llegaron a ser Su complemento, aquellos que guardan Su ley
al amarlo a Él y al ser uno con El. En principio, muchos cristianos cometen el mismo
error hoy en día. Ellos leen y estudian la Biblia, pero lo hacen sin tener contacto con el
Señor. Mientras enseñan a otros el conocimiento bíblico, no los alientan a tener
contacto con el Señor en la palabra. Por consiguiente, se convierten en los judaizantes
contemporáneos, abusando de la Palabra de Dios y usándola incorrectamente.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCUENTA Y SEIS
Salmos 119 es un salmo que trata acerca de la ley. Este es el salmo más largo y fue escrito
conforme a la secuencia de las letras del alfabeto hebreo, lo cual forma veintidós
secciones con ocho versículos cada una. Por consiguiente, este salmo consta de ciento
setenta y seis versículos, más versículos que todo el libro de Efesios. Debido a su
longitud, es difícil abarcarlo brevemente.
Los mensajes anteriores acerca de la ley de Dios nos servirán de ayuda para entender el
salmo 119. El salmista no escribió este salmo conforme a la teología. Por el contrario, fue
escrito según su sentimiento y experiencia, conforme al profundo deseo de su corazón, y
según su disfrute de la ley. Los salmistas expresaron su hambre, sed y deseo por el
Señor. Como todos los salmos, el 119 está lleno de anhelo, y no de doctrina. El versículo
131 dice: “Mi boca abrí y suspiré, porque deseaba Tus mandamientos”. Aquí el salmista
usa la palabra suspirar, una palabra que usa también Salmos 42:1 que dice: “Como el
siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por Ti, oh Dios, el alma mía”. En
otra versión, la nota dice que en hebreo, la palabra suspirar o clamar se refiere al deseo
de beber de una fuente fresca cuando se tiene mucho calor. El uso de esta palabra en
Salmos 119:131 y 42:1 muestra el sentimiento profundo y la aspiración de los salmistas.
Los salmistas tenían sed y suspiraban por Dios. Por consiguiente, aunque Salmos 119
tiene mucho que decir sobre la ley, no habla de la ley desde la perspectiva de la doctrina,
sino desde el punto de vista de la experiencia espiritual. Este salmo fue escrito por
alguien que disfrutaba de la ley. En este mensaje y en el siguiente, estudiaremos el
salmo 119 y examinaremos la manera en que disfrutaban de la ley de Dios los que lo
buscaban a Él en el Antiguo Testamento.
I. BUSCABAN A DIOS
Salmos 119:2 nos dice que los que disfrutaban de la ley de Dios en el Antiguo
Testamento eran buscadores de Dios: “Bienaventurados los que guardan sus
testimonios, y con todo el corazón le buscan”. El autor del salmo 119 era esa clase de
buscador. Muchos cristianos no conocen la expresión “buscadores de Dios”, aunque este
concepto es bíblico. Salmos 119 revela que buscar a Dios está relacionado con el hecho
de guardar la ley. Si intenta guardar la ley sin tener un corazón que busque a Dios, su
esfuerzo será en vano. Este fue el error que los judaizantes cometieron en la época de
Pablo. Ellos intentaban guardar la ley sin buscar a Dios con todo su corazón, y
fracasaron en su intento de cumplir los requisitos de la ley. Si queremos caminar
conforme a la ley de Dios, debemos buscarle a Él con todo nuestro corazón.
II. AMABAN SU NOMBRE Y LO RECORDABAN
Salmos 119:132 dice: “Mírame, y ten misericordia de mí, como acostumbrabas con los
que aman Tu nombre”. Este versículo indica que el salmista amaba el nombre del Señor.
El versículo 55 dice: “Me acordé en la noche de Tu nombre, oh Jehová, y guardé Tu ley”.
Cuando el salmista se despertaba por la noche, él recordaba el nombre del Señor. Lo que
recordamos durante la noche revela nuestro verdadero interés, aún lo que nos preocupa.
¿En qué piensa usted cuando se despierta durante la noche? Si usted es un buscador de
Dios, se acordará del nombre de Él. Su nombre será su interés especial. Jóvenes, espero
que cuando ustedes se despierten durante la noche, no se acuerden de cosas mundanas,
sino del nombre dulce y precioso del Señor. Que todos nosotros amemos el nombre del
Señor y nos acordemos de Él, aún en medio de la noche, como lo hacían los santos del
Antiguo Testamento.
Salmos 119:58 dice: “Tu presencia supliqué con todo corazón”. Una versión usa la
palabra favor en lugar de presencia. En realidad, buscar la presencia de una persona es
buscar su favor. Si suplicamos por la presencia del Señor, Su semblante, recibiremos Su
generosidad. A menudo los niños pequeños buscan el rostro de su madre. Para ellos, no
hay nada más preciado que contemplar el rostro de su madre. Nosotros también
debemos buscar al Señor de esta manera íntima, suplicando por ver Su semblante. El
semblante del Señor trae Su favor. En todo, el salmista suplicaba por el semblante de
Dios.
Salmos 105:4 dice: “Buscad a Jehová y Su poder; buscad siempre Su rostro”. Este
versículo revela que debemos buscar continuamente el rostro de Dios. Luego en Salmos
42:5, el salmista alaba a Dios con esperanza en El. De una manera personal e íntima, el
salmista buscaba la ayuda de la presencia de Dios.
Los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento oraban también para que el rostro
del Señor resplandeciera sobre ellos. Salmos 119:135 dice: “Haz que Tu rostro
resplandezca sobre Tu siervo”. Este pensamiento se basa en el segundo aspecto de la
bendición de los sacerdotes en Números 6:24-26 dice: “Jehová te bendiga, y te guarde.
Jehová haga resplandecer Su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce
sobre ti Su rostro y ponga en ti paz”. Indudablemente, esta triple bendición se refiere a
la bendición de la Trinidad: la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu. En cuanto a
la bendición del Hijo, se menciona el rostro del Señor que resplandece sobre el pueblo.
Vemos también la oración por el resplandor del rostro de Dios en Salmos 4:6 y 80:3, 7,
19, donde el salmista ora: “¡Oh Jehová, Dios de los ejércitos, restáuranos! Haz
resplandecer Tu rostro”. Los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento no
intentaban simplemente guardar la ley en sus letras. Buscaban a Dios con amor de una
manera íntima, aún pidiéndole que hiciese resplandecer Su rostro sobre ellos.
V. CAMINABAN EN SU PRESENCIA
El autor del salmo 119 habla continuamente de la ley de Dios como de la palabra de
Dios. Existe una diferencia significativa entre la ley y la palabra. La ley es un asunto de
mandamientos que ponen exigencias sobre nosotros o exigen que guardemos ciertas
regulaciones ordenadas por Dios. Aunque la ley exige, en sí misma no puede suplir vida.
Pablo se refiere a esto en Gálatas 3:21 dice: “Porque si se hubiese dado una ley que
pudiese vivificar, la justicia habría sido verdaderamente por la ley”. La ley no puede dar
vida, pero la palabra de Dios sí. Las palabras que pronunció Dios son Su aliento (2 Ti.
3:16). La Biblia enseña que la palabra de Dios es vida, alimento y agua. Debe ser nuestro
suministro de vida diario. No obstante, si vemos la ley solamente como la ley y no como
palabra de Dios, no recibiremos el suministro de vida por medio de ésta. No recibiremos
ningún aliento, alimento ni agua. Por el contrario, tomaremos a la ley de la misma
manera que los judaizantes. Pero si consideramos la ley no solamente como la ley sino
también como la palabra de Dios, recibiremos vida, aliento, alimento y agua viva por
medio de la ley. Según la palabra del Señor Jesús en Juan 6:63, Sus palabras son
espíritu y vida. Por lo menos en treinta y siete ocasiones en Salmos 119, el salmista se
refiere a la ley como la palabra de Dios. En lugar de declarar simplemente que él amaba
la ley de Dios, el salmista declaró que él amaba la palabra de Dios. Esto demuestra que
él pensaba que la ley de Dios era Su palabra viva.
Hemos señalado repetidas veces que por medio de la palabra, la cual es el aliento de
Dios (2 Ti. 3:16), podemos inhalar a Dios dentro de nosotros. Algunas personas que se
dedican a buscar errores han tergiversado nuestras palabras, nos han citado fuera de
contexto, y nos han criticado por enseñar que los creyentes pueden inhalar a Dios.
Llaman esto blasfemia y obra de la carne. Según las Escrituras, la palabra de Dios es Su
aliento. ¡Oh, cuanto Dios desea que lo inhalemos! Le damos las gracias porque nos ha
permitido tener esta experiencia.
A. Creían en ella
B. La escogieron
Junto con los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento, debemos también escoger
la palabra de Dios. Salmos 119:30 dice: “Escogí el camino de la verdad; he puesto Tus
juicios delante de mí”. El versículo 73 dice: “Tus manos me hicieron y me formaron;
hazme entender, y aprenderé Tus mandamientos”. ¡Qué elección maravillosa! Todos
debemos escoger firmemente la palabra de Dios.
En 119:48, encontramos una expresión poco usual: “Alzaré así mismo mis manos a Tus
mandamientos que amé”. ¿Qué significa alzar sus manos a la palabra de Dios? Si
consideramos la manera de alzar nuestras manos para saludar a alguien, podremos
entender esto. Alzar nuestras manos a la palabra del Señor significa darle la bienvenida,
indicar que la recibimos calurosamente y que le decimos “Amén”. Muchos de nosotros
alzamos espontáneamente nuestras manos cuando fuimos inspirados por la palabra de
Dios. Por consiguiente, alzar nuestras manos a la palabra de Dios significa recibirla con
agrado.
D. La amaban
Los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento amaban la palabra de Dios. En once
ocasiones, el autor del salmo 119 habla de amar la palabra de Dios (vs. 47, 48, 97, 113,
119, 127, 140, 159, 163, 165, 167). Yo también puedo testificar que amo la palabra de
Dios. No hay ningún libro más valioso que la Biblia.
E. Se deleitaban en ella
El salmista se deleitó también en la palabra de Dios (119:16, 24, 35, 47, 70, 77, 92, 174).
El disfrutó de la palabra y encontró que era una fuente de deleite. Podemos encontrar
alegría en la palabra de Dios. A diario debemos dedicar tiempo y deleitarnos en la santa
palabra.
F. La probaron
El salmista aún probó la palabra de Dios: “¡Cuán dulce son a mi paladar Tus palabras!
Más que la miel a mi boca” (v. 103). Observe que el autor no dice: “¡Cuán dulce es Tu
ley!” Por el contrario, él declaró: “¡Cuán dulces Tus palabras!” Si consideramos la ley
como algo que no rebasa los mandamientos de Dios, no nos resultará dulce. Pero si
estamos consientes que la ley de Dios es Su palabra para nutrirnos y darnos el
suministro de vida, disfrutaremos de su sabor dulce. Según su experiencia, el salmista se
dio cuenta de que la ley era la palabra dulce de Dios. No era simplemente una lista de
mandamientos que lo regulaban; era una palabra llena de disfrute y de suministro, una
palabra que, a su gusto, era más dulce que la miel.
G. Se regocijaban en ella
Cuando probamos la palabra de Dios, nos regocijamos en ella. El salmista declara: “Me
he gozado en el camino de Tus testimonios” (119:14), y “Tus testimonios... son el gozo de
mi corazón” (v. 111). En el versículo 162, el salmista testifica de su gozo por la palabra:
“Me regocijo en Tu palabra, como el que halla muchos despojos”.
Regocijarse es más que simplemente estar gozoso. Podemos gozarnos en silencio, pero
debemos usar nuestra voz para regocijarnos. Existe una diferencia entre hacer un grito
de alegría y tener una voz gozosa. Cuando nos regocijamos, alabando al Señor y aún
clamando, damos un grito de alegría para El. Para algunos opositores, esto es un
alboroto. Nos condenan porque damos un grito de alegría para el Señor. No obstante,
debemos ser las personas que se regocijan en el Señor y en Su palabra. Si usted no se ha
regocijado espontáneamente al leer la Biblia, quizá nunca ha sido plenamente inspirado
por la palabra. Cuando recibimos ayuda de la Biblia de una manera viviente, nos
regocijamos espontáneamente en la palabra.
H. La cantaban
El salmista declara: “Cánticos fueron para mí Tus estatutos en la casa en donde fui
extranjero” (119:54). El salmista incluso cantaba la palabra de Dios. No tenemos mucha
experiencia de esto. Debemos aprender del salmista y cantar las palabras de la Biblia.
Animo a todos los santos a cantar la palabra de Dios.
I. La respetaban
Además, el salmista sentía respeto por todos los mandamientos de Dios (119:6). En el
versículo 117, declara: “Respetaré continuamente a Tus mandamientos”. Si queremos
verdaderamente buscar a Dios debemos respetar Su palabra.
J. Tenían un corazón íntegro en ella
Salmos 119:80 dice: “Sea mi corazón íntegro en Tus estatutos”. Debemos tener un
corazón íntegro en la palabra de Dios. Este corazón es sano, ya que no tiene ninguna
debilidad espiritual relacionada con la palabra de Dios. En cuanto a la palabra de Dios,
nuestro corazón no debe estar enfermo. Debemos ser sanados de toda enfermedad
espiritual para que nuestro corazón sea puro, íntegro y sano hacia la Palabra de Dios.
El monte donde fue dada la ley es llamado el monte Horeb y también el monte Sinaí. El
monte Hored se relaciona especialmente con el aspecto de la “luz” de la ley, mientras
que el monte Sinaí tiene una aplicación particular al aspecto de las “tinieblas”. Además,
cuando se dio la ley, había dos clases de gente. Moisés y sus ayudantes pertenecían a la
clase de los que estaban en el monte experimentando la presencia de Dios. Pero los que
estaban al pie del monte eran otra clase, aquellos que temblaban en las tinieblas cuando
la ley fue dada. Para Moisés y los que lo acompañaban, el monte era el monte de Dios;
no obstante, para los demás, era el monte Sinaí. En estos mensajes, no estamos al pie
del monte, sino en la cima del monte recibiendo la infusión del Señor. En la experiencia
de los salmistas y de todos los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento, ellos
estaban en el monte y recibían una transfusión divina. Al recibir esta infusión de Dios
los salmistas usaron expresiones maravillosas y aún exaltantes al hablar de su
experiencia de Dios y de su disfrute de Su palabra.
El Salmo 1 indica que la ley, cuando es tomada correctamente como la palabra de Dios,
puede ministrarnos vida. Los que se deleitan en la ley de Dios y meditan en ella día y
noche se parecen a los árboles plantados cerca de los ríos de agua (vs. 2-3). Como lo
señalaremos en el próximo mensaje, la palabra hebrea traducida meditar significa
reflexionar sobre algo. Esta palabra hebrea implica una adoración y una oración. Si nos
acercamos a la ley de Dios al meditar la palabra de Dios con adoración y oración, en
nuestra experiencia, la ley se hará río de agua, y seremos árboles plantados al pie del
agua. Esto indica que en Salmos 1 la ley nos puede suministrar y nos puede regar.
Como lo hemos señalado, en 2 Corintios 3:6 Pablo dice que la letra mata. La letra nos
puede matar o nos puede suministrar vida; depende de la manera en que la tomamos. Si
consideramos la ley como la Palabra viviente de Dios por medio de la cual tenemos
comunión con el Señor y permanecemos con Él, la ley se convertirá en un canal para el
suministro de vida. La fuente de vida es el Señor mismo. En sí misma, la ley no es la
fuente, sino un canal por el cual la vida divina y las sustancias divinas son transmitidas a
nosotros para nuestro suministro y alimento. ¡Qué bendición tan grande es recibir la ley
de esta manera!
En la Biblia, los que buscaban a Dios con amor eran los que manejaban la ley de Dios.
Los fariseos, escribas, y judaizantes manejaban también la ley. En los cuatro evangelios,
vemos un cuadro de los defensores de la ley y el entendimiento que tenían de ella. Para
ellos, la ley no era un canal de vida, sino letras muertas que los introducían en la muerte.
En contraste, Simeón y Ana, que eran personas mayores, fueron nutridos y regados por
la ley. Es difícil decir a cuál grupo pertenece Gamaliel. El era un maestro famoso de la
ley, y quizá él no estaba ni en la “luz” ni en las “tinieblas”. Quizá estaba “a media luz”.
Simeón y Ana representaban a la gente de la “luz”; los fariseos y los judaizantes, a la
gente de las “tinieblas”; y Gamaliel a los de la “media luz”.
Al acercarnos a la Biblia hoy en día, podemos estar en la “luz” o en las “tinieblas”. Por la
misericordia del Señor, podemos testificar que en cuanto a la Biblia, nosotros en el
recobro del Señor, estamos en la “luz”. Al leer la Palabra de Dios, experimentamos la
salida del sol y no la puesta del sol. No obstante, muchas personas leen la Biblia, en
“tinieblas”. Como lo dijo Pablo a los judíos, hay un velo sobre su corazón cuando leen las
Escrituras (2 Co. 3:14). Tienen el velo de su tradición y de sus conceptos naturales. En
su experiencia, la Biblia se convierte en un libro de letras muertas. Igual que los
antiguos fariseos, escribas y judaizantes, ellos manejan la Palabra sin tener comunión
directa con el Señor. En lugar de usar su espíritu, dependen de su comprensión natural.
Además, a menudo insisten en su tradición religiosa. Pero cuando llegamos a la Palabra,
debemos tener contacto con el Señor. Cuando vamos al Señor por medio de la Palabra,
debemos tener hambre y sed por El y un deseo de disfrutarlo a Él. Esta búsqueda del
Señor se expresa muy bien en las líneas de un himno:
Clama mi corazón,
Sólo mirar Tu faz;
Beber de Ti anhelo yo,
Hasta mi sed saciar.
(Himno 344).
Al leer y orar-leer la Palabra, debemos buscar el rostro glorioso y brillante del Señor.
Entonces, en nuestra experiencia, la palabra de Dios será una fuente de suministro de
vida y de alimento, y estaremos en la “luz”, y no en las “tinieblas”.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCUENTA Y SIETE
Lectura bíblica: Sal. 119:1, 11, 14-16, 31-32, 34-35, 48, 51-52, 59, 72-73, 87, 95, 99, 102,
106, 111, 127-128, 130, 148, 157, 161-162, 166, 176
Si leemos el salmo 119 detenidamente, veremos que el salmista consideraba la ley como
la palabra de Dios. Así como los demás salmos, éste no fue escrito conforme a la
doctrina ni a la teología, sino según el sentimiento y anhelo profundo del salmista. El
autor del salmo 119 usa diferentes términos para expresar la manera en que él
disfrutaba de la ley de Dios como de Su palabra viva y cómo él la recibía. En el mensaje
anterior, mencionamos que el salmista inclinaba su corazón hacia ella (v. 36), la buscaba
(v. 45) y la anhelaba (v. 20). En el versículo 74, él declaró: “En Tu palabra he esperado”.
Esperar en algo significa esperar a que eso llegue. Cuando el salmista dijo que él
esperaba en la palabra de Dios, él quería decir que él esperaba que llegase y confiaba en
ella. El esperaba que Dios diera una palabra. Además, él puso su confianza en la palabra
de Dios (v. 42). Al ver todos estos asuntos en conjunto, vemos que corresponden con
nuestra experiencia espiritual. Con el corazón inclinado hacia la Palabra de Dios, la
buscamos, la anhelamos, y confiamos en ella. Entonces ponemos nuestra confianza en la
palabra que hemos recibido de Dios.
M. Meditaban en ella
En muchos versículos, el salmista afirma que él meditaba en la palabra de Dios (15, 23,
48, 78, 99, 148). En cada uno de estos versículos, la versión Reina-Valera usa la palabra
meditar. No obstante, en Salmo 55:17, dicha versión traduce la misma palabra hebrea
por orar. También se usa esta palabra en Génesis 24:63, donde vemos que Isaac salió al
campo a meditar, o como lo dice la nota al margen, a orar. Salmos 143:5 también la usa:
“Me acordé de los días antiguos; meditaba todas Tus obras; reflexionaba en las obras de
Tus manos”. La palabra hebrea traducida reflexionar o meditar, tiene un amplio
significado e implica inclinarse, conversar con uno mismo y declarar. Según el Antiguo
Testamento, meditar en la Palabra de Dios significa disfrutar de ella.
Meditar en la Palabra consiste en “rumiar” así como una vaca come pasto (Lv. 11:3). Si
ingerimos la Palabra demasiado rápido, no tendremos mucho disfrute. Pero si
“rumiamos” mientras ingerimos la Palabra, nuestro disfrute aumentará.
Generalmente la meditación de la Palabra será más lenta y más fina que el orar-leerla.
Por ejemplo, en nuestra meditación de 20:2, podemos pensar en nosotros mismos:
“recuerda que Jehová es tu Señor. El te ha sacado del país de Egipto, de la casa de
cautiverio. Ahora estás fuera. ¡Amén! ¡Oh Señor, Te adoro por haberme liberado del
cautiverio!” En toda nuestra meditación de la Palabra de Dios, al hablar con el Señor
debemos ser espontáneos y disfrutar mucho. Podemos inclinarnos y adorar al Señor,
meditar en la Palabra, reflexionar, recordar. Todo eso está incluido en la práctica de
meditar en la Palabra de Dios. Todo buscador sincero del Señor que medita en los Diez
Mandamientos de una manera viva disfrutará al Señor, lo adorará, orará y conversará
consigo mismo en presencia del Señor, y también lo alabará. Indudablemente una
persona que toma la ley de Dios de esta manera no la aplicará como letras muertas, sino
que la tomará como la palabra viva de Dios.
En cuanto a meditar en la Palabra, el versículo 147 dice: “Me anticipé al alba y clamé;
esperé en tu palabra”. Aquí vemos que el salmista se levantó antes del alba, clamó, y
esperó en la palabra de Dios. El versículo 148 continua y declara: “Se anticiparon mis
ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos”. El salmista se despertó
durante la noche para meditar en la Palabra de Dios. Reflexionar en la Palabra involucra
más que meditar en ella. Reflexionamos en la Palabra al hablar con Dios, al adorarle, al
disfrutarle, y al recibir gracia de Él en Su presencia. No podemos describir
correctamente la práctica de reflexionar sobre la Palabra de Dios y el disfrute que eso
nos produce.
Los que buscaban a Dios en el Antiguo Testamento reflexionaban sobre Su palabra viva.
La manera de estudiar la Palabra de Dios era diferente de la que usan muchas personas
hoy en día, los cuales usan principalmente su mente. Mientras los salmistas
reflexionaban en la Palabra de Dios, hablaban con Dios, oraban, lo adoraban e incluso se
inclinaban delante de Él. En la presencia de Dios reflexionaban acerca de Su
misericordia, salvación, y suministro de gracia. Reflexionar en la Palabra de esta manera
es algo más rico y más amplio que orar-leer, pues incluye la oración, la adoración, el
disfrute, la conversación, el inclinarse, y aun el alzar nuestras manos para recibirla.
Incluye también el regocijo, la alabanza, el clamor, y aun el llanto delante del Señor. En
el libro “El progreso del peregrino”, hay un lugar donde el peregrino lee la Biblia y llora,
grita y se arrepiente. Esto indica que él no solamente leyó las escrituras, sino que
reflexionó en ellas. Si reflexionamos en la Palabra de Dios, nos deleitaremos en ella. A
veces lloraremos delante del Señor o cantaremos himnos de alabanza para El.
El salmista esperaba en la palabra del Señor, confiaba en ella, y se levantaba antes del
alba para gritarle al Señor que la necesitaba. Luego él reflexionaba en la Palabra,
adoraba al Señor, le oraba a Él, y recibió Su suministro. El también habló consigo
mismo y se instruyó a sí mismo con la Palabra de Dios. Todo esto forma parte de
reflexionar en la Palabra de Dios.
N. La consideraban
El salmista también estimaba la Palabra de Dios como algo correcto en todas las cosas
(v. 128). Aquí la palabra “correcta” no significa correcto como algo opuesto a
equivocado. Significa recto, derecho, estricto en todas las cosas. Cuando reflexionamos
en la Palabra y la consideraremos recta en todas las cosas.
P. Entraron en ella
El versículo 130 dice: “La exposición de Tus palabras alumbra”. Cuando entramos en la
Palabra de Dios, vemos luz. La palabra hebrea traducida por exposición significa una
entrada, una puerta e implica que debemos entrar en ella. Podemos entrar en la Palabra
de Dios. Aprendamos a entrar en ella. La luz no está fuera de la Palabra, sino en ella
misma. Cuando entremos en la Palabra de Dios, estaremos en la luz que resplandece
allí.
Q. La aprendieron
R. La atesoraban
El salmista también atesoraba la Palabra de Dios, como si fuese un gran botín (v. 162),
lleno de riquezas (v. 14), tales como el oro y la plata (vs. 72, 127), y como herencia eterna
(v. 111). El botín se refiere a bienes confiscados a un enemigo. Si reflexionamos en la
Palabra, el enemigo será vencido, y obtendremos un gran botín. Luego nos haremos
ricos y poseeremos el oro y la plata, que serán nuestra herencia. Antiguamente, cuando
un rey vencía a sus enemigos, él confiscaba el oro y la plata. Así mismo, cuando
disfrutamos de la Palabra, vencemos al enemigo, y ganamos un botín. Entonces
tendremos las riquezas, el oro, la plata y la herencia.
S. La escondieron en su corazón
El versículo 11 dice: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. El
tesoro debe estar escondido. No obstante, a mucha gente le gusta exhibir sus bienes.
Esto no es bíblico. La Biblia dice que debemos esconder nuestro tesoro. Debemos
atesorar la Palabra de Dios y esconderla en nuestro corazón.
T. La recordaban y no la olvidaban
En el versículo 161, el salmista declara: “Pero mi corazón tuvo temor de tus palabras”.
Nosotros también debemos tener temor de la Palabra de Dios. En cuanto a esto,
debemos tener temor y temblor (v. 120). Pablo usó esta expresión tanto en 1 Corintios
2:3 como en Filipenses 2:12.
V. Se apegaron a ella
El versículo 59 dice: “Consideré mis caminos, y volví mis pies a tus testimonios”. En
lugar de apartarse de la Palabra, debemos volver nuestros pies hacia ella.
Y. La guardaban, la observaban,
la practicaban, y la hacían
Por lo menos en veintiocho ocasiones, el salmo 119 nos alienta a guardar, observar,
practicar, y cumplir la Palabra de Dios. Por ejemplo, el versículo 33 declara: “Enséñame,
oh Jehová, el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta el fin”. En el versículo 69, el
salmista declara: “Yo guardaré de todo corazón tus mandamientos”. El salmista usó
todos estos verbos para mostrar su apreciación por la Palabra de Dios.
Z. Caminaban y corrían en ella
El versículo 1 dice: “Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de
Jehová”, y el versículo 32 declara: “Por el camino de tus mandamientos correré”. El
salmista andaba en la Palabra y corría en Su camino. Esto indica que él vivía en el
camino de la Palabra de Dios.
Me gusta mucho el versículo 48: “Alzaré así mismo mis manos a tus mandamientos que
amé, y meditaré en tus estatutos”. Aquí vemos que primero el salmista amaba la
Palabra; segundo, que él le dio la bienvenida; y tercero, que él la disfrutaba y meditaba
en ella. Nosotros también debemos amar la Palabra de Dios, recibirla cálidamente,
meditar en ella y disfrutarla. Mediante este disfrute de la Palabra, adoraremos a Dios,
hablaremos con El, le oraremos, y reflexionaremos. A veces gritamos o clamamos; en
otras ocasiones, podemos deleitarnos en la Palabra o recibir una exhortación.
Disfrutaremos de la Palabra de Dios no solamente en la presencia del Señor, sino
también con Su presencia. Jamás deberíamos separar la Palabra del Señor de El mismo.
Mientras meditamos en Su Palabra, disfrutamos al Señor y tenemos comunión con El.
Hablamos con Él, y El habla con nosotros. Por tanto, existe una circulación espiritual
entre nosotros y el Señor.
Los que buscan al Señor y se hacen uno con El al disfrutar Su Palabra tendrán
automáticamente una vida que corresponde con la ley como testimonio de Dios, pues
Aquel que dio la ley los infundirá. Aquél que da la ley se convertirá en su vida.
Hemos visto que en el libro de Éxodo, Dios deseaba introducir a Su pueblo en este
disfrute de Sí mismo y en esta condición delante de Él. Dios los llevó al monte para
darles Su Palabra. Al recibir la Palabra, entonces pudieron meditar en ella, orar al
Señor, adorarle a Él y tener comunión con El. Dios dio la ley a Su pueblo de esta manera
íntima, refiriéndose continuamente a Sí mismo como “Jehová Su Dios”. Por
consiguiente, mientras consideramos este aspecto de la ley, vemos que Dios la dio a Su
pueblo con disfrute. La Palabra de Dios, es el aliento de Dios. Los que reciben la ley de
esta manera inhalan a Dios cuando meditan en Su Palabra.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCUENTA Y OCHO
En este mensaje, el cual trata acerca del aspecto de la “luz” de la ley, consideraremos la
función de ésta como Su palabra viva para los que lo buscan con amor. Si queremos
saber como la ley de Dios funciona de esta manera, debemos considerarla no solamente
como regulaciones y mandamientos dados por Dios, sino como la palabra que sale de Su
boca. Salmos 119:13 habla de “los juicios de Tu boca”, el versículo 72 habla de “la ley de
tu boca”, y el versículo 88 de “los testimonios de tu boca”. Estos versículos indican que
la ley procedía de la boca de Dios. Como Palabra viva de Dios, la ley es el aliento divino,
el aliento mismo de Dios.
Además, si deseamos que la ley opere en nosotros como Su palabra viva, debemos ser
los que buscan a Dios con amor, aquellos que lo persiguen por amor. Si no
consideramos la ley de Dios como Su aliento ni lo buscamos con amor, no
experimentaremos la función positiva de la ley. Podemos leer acerca de la ley, pero no
recibiremos el suministro de lo que Dios es por ésta, ni operará en nosotros
positivamente. En otras palabras, no experimentaremos la función de la ley de Dios
como Su palabra viva.
Supongamos que usted desea usar un aparato eléctrico. Para funcionar, éste debe de
estar conectado al enchufe eléctrico. Sería insensato esperar que un aparato funcione sin
estar enchufado. Cuando la electricidad entra en el aparato, lo hace funcionar. Además,
usted debe estar pendiente del aparato. Usted no debe prenderlo e irse a dormir,
esperando que funcionará por sí solo. Del mismo modo, si deseamos que la Palabra de
Dios funcione correctamente en nuestra experiencia, debemos estar “conectados” a la
corriente divina. Esto se logra al inhalar la Palabra como el aliento de Dios. Tampoco
debemos estar dormidos ni indiferentes. Debemos buscar sinceramente a Dios.
Entonces la Palabra de Dios operará en nosotros.
Como palabra viva de Dios, la ley ilumina al hombre (Sal. 119:105). Sólo Dios es luz (1
Jn. 1:5). De por sí, las letras impresas de la Biblia no son luz y no nos brindan luz.
Cuando mucho, las letras de la Biblia nos pueden proporcionar conocimiento. La luz
proviene únicamente de Dios. Por consiguiente, si deseamos recibir luz de la Palabra de
Dios debemos tener contacto con Dios mientras la leemos. Esto indica que la función de
la Palabra de Dios es la función de Dios mismo, Su obra. Por esta razón, no queremos
formar una teología sistemática basándonos en la Biblia. Nuestra meta es disfrutar la
Palabra con sus funciones vivas.
No cabe duda de que al leer la Biblia, debemos usar nuestra mente para entender las
palabras y la terminología de las Escrituras. Podemos pasar horas estudiando una sola
palabra usando libros de referencia y concordancias. En mi experiencia, puedo testificar
que este estudio es agotador para el alma. A veces incluso sofoca el espíritu. No
obstante, esta clase de estudio de la Palabra de Dios es inútil si nuestra meta consiste en
experimentar y disfrutar las funciones vivas de ésta. Por una parte, debemos ser estudiar
las Escrituras. Por otra, debemos olvidarnos del estudio y usar nuestro espíritu a fin de
orar con la Palabra y acerca de ella, buscando tener contacto con el Señor. Si tenemos
contacto con el Señor al orar con la Palabra, recibiremos vida. Entonces no será letras
muertas, pues mediante el ejercicio de nuestro espíritu, tocaremos Aquel que es viviente
en la Palabra.
Antes de venir a ministrar la Palabra a los santos, debo pasar mucho tiempo teniendo
comunión con el Señor de esta manera. De otro modo, no tendré vida que compartir. Me
preparo para un mensaje no solamente al estudiar la Palabra, sino al inhalar al Señor y
al orar, alabar y dar gracias al Señor. En mi oración al Señor, no me preocupa el idioma,
la gramática, o la composición de las frases. Mi único deseo es declararle algo al Señor a
fin de tener contacto con El de manera viva. Si nos preocupa la composición de nuestras
oraciones, nuestro espíritu se debilitará. Pero si olvidamos la composición y ejercitamos
nuestro espíritu en oración, contactaremos Aquel que es viviente.
Debemos acudir continuamente a la Palabra con el propósito de ser nutridos y
refrescados. Esto lo expresa un himno acerca de alimentarse de la Palabra:
Himnos: #343
Si acudimos a la Biblia como nos dice este himno, seremos nutridos y refrescados. No
obstante, a menudo no acudimos a la Palabra de esta manera. No oramos ni tratamos de
tener contacto con el Señor. Por el contrario, sólo leemos las palabras de la Biblia con
nuestros ojos e intentamos entenderlas con nuestra mente. No tenemos el corazón ni el
espíritu para tener contacto con el Señor. En este caso, cuanto más leemos la Palabra,
más nos agotamos. Debemos ejercitar nuestro espíritu al leer la Palabra, y debemos
aspirar a tener contacto con el Señor. El Salmo 119 está lleno de este deseo. Esta fue la
razón por la cual el salmista sentía que la ley era la palabra viva de Dios. Su manera de
tener contacto con la Palabra de Dios y con El era ejercitar todo su ser como expresión
de su sentimiento íntimo y de su anhelo profundo. Mientras él leía la Palabra, él
clamaba a Dios, buscándolo sinceramente.
Mientras leemos la Palabra de Dios, no debemos orar solamente, sino también cantar al
Señor. Esto significa leer la Palabra al salmodiar (antiguamente los salmos eran
cantados y no solamente leídos o hablados). La oración requiere más ejercicio del
espíritu que el hablar, y el cantar requiere aún más ejercicio que la oración. Al cantar
podemos entrar verdaderamente en nuestro espíritu. Necesitamos cantar más, tanto en
las reuniones como en nuestra vida cotidiana.
Muchos cristianos han cantado este himno, pero pocos alaban a su Señor todo el día.
¿Qué cree que pasaría si alabáramos constantemente al Señor? Indudablemente,
estaríamos totalmente sumergidos en el Señor.
Efesios 6:17-18 dice: “Y recibid el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, el cual
es la palabra de Dios; con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu”.
Aquí Pablo no nos pide que hagamos dos cosas diferentes: recibir la palabra de Dios y
también orar. Por el contrario, como lo indica claramente la construcción gramatical, él
nos exhorta a recibir la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios, con toda
oración y petición. Estos versículos se refieren a orar-leer, a la práctica de recibir la
Palabra de Dios con toda oración. ¿Cómo podríamos recibir la Palabra con toda oración
si no orásemos con ella y acerca de ella? Obviamente recibir la Palabra con oración
requiere que la oremos.
En Efesios 5:18 y 19, Pablo nos exhorta a ser “llenos en el espíritu, hablando unos a otros
con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en
vuestros corazones”. No sólo debemos orar, sino también cantar y salmodiar. Los
cristianos en la época de Pablo probablemente cantaban los salmos del Antiguo
Testamento, y quizá usaban ciertas melodías judías. Hoy en día debemos orar-leer,
cantar-leer, e incluso salmodiar-leer. Debemos salmodiar los versículos de la Biblia.
Cantar la Palabra es más inspirante que simplemente leerla. Salmodiar es una clase de
cántico que incluye la meditación. Cantar en sí no incluye mucha meditación, pero
cuando salmodiamos, meditamos acerca de la Palabra. En ese momento, podemos
adorar al Señor, tener comunión con Él, y reflexionar en la presencia del Señor. Esta es
la manera de recibir alimento de ella. Al tomar la Biblia de esta manera, recibimos las
riquezas de Dios por medio de la Palabra. Entonces la Palabra escrita se convierte en el
canal por el cual las riquezas de Dios son transmitidas a nosotros. Pero si deseamos
recibir estas riquezas, debemos tener un contacto viviente, orgánico y dinámico con Dios
cuando tocamos la Palabra de Dios.
Durante los años 1969 al 1971, muchos santos de Los Ángeles cantaban y alababan al
Señor en su vida diaria. En aquellos días, muchas familias vivían cerca del local de
reunión, y a menudo se podía escuchar cuando cantaban, oraban-leían y alababan en las
casas. Estos cánticos y alabanzas fueron llevados a las reuniones. Las reuniones
empezaban mucho antes de la hora prevista. A menudo una reunión empezaba mientras
cantaban y alababan de camino a la reunión. En realidad, las reuniones empezaban
temprano en el día, mientras los santos tenían contacto con el Señor cantando, orando-
leyendo, y alabando. Desde hace unos años, nuestra tendencia ha sido de regresar a las
costumbres de la religión tradicional. Tal vez leamos la Palabra y oremos y vayamos a la
reunión a la hora prevista, pero nos hace falta una vida diaria espontánea en el espíritu.
No obstante, en aquellos años, los santos vivían de esta manera.
Efesios 5:20 habla de dar gracias en todo tiempo, y 6:18, de orar en todo tiempo. No
debemos orar solamente algunas veces, sino en todo tiempo. Además, debemos dar
gracias a Dios en todo tiempo y por todas las cosas. Esta es la manera de recibir la
Palabra de Dios.
Sin embargo, ¿dónde está Cristo para que lo inhalemos? El está en el Espíritu, y éste a
su vez está corporificado en la Palabra. Cuando venimos a la Palabra con vida,
respirando al Señor y no solamente analizando la Biblia, estamos conectados
orgánicamente con El. Entonces todo lo que El es, Su vida y Sus riquezas, será
transmitido a nosotros. Como resultado, en nuestra vida cotidiana, somos saturados con
El y llegamos a ser uno. Por ser uno con El de esta manera, haremos todo en El.
En este mensaje, mi carga se relaciona con este asunto crucial: en cuanto a la ley de
Dios, los salmistas se presentaban al Señor, consideraban la ley como la palabra viva de
Dios, y tenían contacto con Dios mismo. Los salmos están llenos de un espíritu de
oración, llenos de anhelo y clamor a Dios. En sus oraciones y en su salmodia, los
salmistas meditaban en la Palabra de Dios. Automáticamente el elemento de Dios se
infundía en ellos, y estaban llenos e invadidos con él. Para ellos, la ley no era solamente
unos requisitos, mandamientos y regulaciones, sino un medio por el cual podían recibir
el suministro de vida divino. Por buscar al Señor con amor, los salmistas estaban
saturados con la persona divina. Entonces lo hacían todo en el nombre de Dios. A través
de todo esto, ellos llegaron a ser uno con Dios y experimentaron el operar de Su Palabra.
Todas las funciones de la Palabra constituyen el obrar de una persona viva. Por ejemplo,
la Palabra nos consuela, nos fortalece y nos levanta. Esto es Dios mismo obrando
mientras nos levanta, nos consuela, nos fortalece y nos llena. Todas las funciones de la
ley como la palabra viva de Dios que se revelan en Salmos 119, son los hechos y la obra
de una persona viva. Pero si no tenemos contacto con el Señor al leer la Palabra, ésta no
funcionará de esta manera en nuestra experiencia. De hecho, no es la Palabra la que
tiene estas funciones, sino Dios mismo que opera de cierta manera. Tenemos contacto
con Aquel que es viviente por medio de la Palabra y somos infundidos y saturados con El
a fin de que El sea nuestra vida y nuestro mismo ser. En nuestra experiencia, El opera
para darnos vida y luz y para levantarnos, fortalecernos, y consolarnos.
Las reuniones de la iglesia deben ser la continuación de nuestra vida cotidiana.
Debemos cantar y alabar en nuestra vida diaria y luego seguir cantando y alabando en
las reuniones. Pero si alabamos al Señor en las reuniones sin hacerlo en nuestra vida
diaria, nuestras reuniones serán una exhibición, y nosotros unos actores. Debemos
llegar a las reuniones no para desempeñar un papel sino para expresar lo que somos en
nuestra vida diaria.
Hace poco hemos señalado que vivir a Cristo día tras día significa orar en todo lo que
hacemos. Orar sin cesar significa inhalar continuamente al Señor. Debemos orar todo el
tiempo al comer, al vestirnos, al hablar con otros, y en todos los detalles de nuestro vivir
cotidiano. Según Efesios, debemos dar gracias en todo tiempo y orar en todo tiempo.
Entonces haremos todo en el nombre del Señor. Esto es vivir a Cristo. Colosenses 3:17
dice: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del
Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él”. Si queremos hacer todo en el
nombre del Señor, debemos cantar, salmodiar, alabar y dar gracias continuamente.
También debemos unirnos al Dios Triuno por medio de la Palabra. Por medio de la
Palabra podemos tener contacto con el Señor y recibir Su suministro. Si usted no usa la
Palabra, le resultará difícil orar o alabar. No obstante, es fácil orar y alabar cuando
usamos la Biblia. Use los versículos bíblicos para orar, alabar, cantar y salmodiar.
Mediante esta práctica, usted será saturado con el Dios Triuno. Entonces hará todo en el
nombre del Señor. Mientras cantamos y salmodiamos la Palabra, el Dios Triuno es
introducido en nosotros, y nosotros en El. Esto permitirá que la Palabra opere en
nosotros.
Colosenses 3:16 dice: “La palabra de Cristo more ricamente en vosotros”. La palabra
griega traducida por morar significa habitar. La palabra debe ser una persona ya que
mora en nosotros. Algo que no vive no puede habitar en nosotros. Un organismo vivo es
lo único que puede morar en nosotros. El hecho de que la palabra de Cristo more
ricamente en nosotros significa que se sumerge y está asimilada en nuestro ser interior.
La manera de dejar que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros con toda
sabiduría, enseñándonos y exhortándonos unos a otros con salmos e himnos y cánticos
espirituales, cantando con gracia en nuestros corazones a Dios (Col. 3:16). No solamente
debemos leer la Biblia, sino que también debemos orar, cantar y salmodiarla e incluso
dar gracias a Dios con ella. Al tomar la Palabra de Dios de esta manera, Dios operará por
medio de ésta.
DA LUZ Y VIDA
En los salmos 119 y 19, vemos por lo menos veintiséis funciones de la ley de Dios como
palabra viva para aquellos que lo buscan con amor. Ya hemos dicho que la Palabra de
Dios nos da luz; también da vida (119:25, 50, 107, 154). Si usted lee el salmo 119
detenidamente, se dará cuenta de que se usa mucho la palabra vivificar. La palabra
hebrea traducida vivificar significa dar vida. La Palabra de Dios nos da luz; luego nos
vivifica, nos da vida. Por consiguiente, vivimos por la Palabra viviente, es decir, vivimos
por Dios mismo.
La Palabra de Dios tiene otra función: restaura el alma del hombre y regocija su corazón
(Sal. 19:7-8). No solamente debemos ser vivificados por la Palabra, sino también
restaurados por ella, particularmente cuando estamos deprimidos u oprimidos. Después
de un día de trabajo, usted quizá esté oprimido por Satanás y necesite restauración. Al
regresar a su casa, lea, ore y cante la Palabra. Usted encontrará que la Palabra restaurará
su alma y regocijará su corazón.
TRAE SALVACION
La Palabra de Dios nos trae también salvación (Sal. 119:41, 170). Necesitamos la
salvación cada día, aun a cada momento. La Palabra viviente de Dios nos trae la
salvación instantánea y constante de Dios.
La Palabra de Dios nos fortalece (v. 28), nos consuela (v. 76) y nos nutre (v. 103). El
salmista dijo que la palabra de Dios era dulce a su paladar, más dulce que la miel a su
boca. Esto indica que él era nutrido por la Palabra.
Mientras la Palabra de Dios nos nutre, nos levanta. La Palabra nos sostiene. También
nos mantiene a salvo y nos da esperanza (vs. 116-117, 49). Cuando experimentamos la
función de la Palabra viva, no quedaremos sin esperanza. Por el contrario, tendremos
esperanza en todas las cosas. En Filipenses 1:20, Pablo pudo hablar de su anhelo y
esperanza.
La Palabra de Dios también nos hace disfrutar a Dios como nuestra porción (v. 57). Si
queremos disfrutar a Cristo como nuestra porción en la Palabra, no debemos estudiar
simplemente la Palabra, sino también recibirla de una manera viva al orar, cantar,
salmodiar y dar gracias.
La Palabra nos hace disfrutar la presencia de Dios (v. 58), y el resplandor de Su rostro
(v. 135). Mientras los hijos de Israel estaban con temor y temblor al pie del monte Sinaí,
Moisés estaba en la cima del monte disfrutando del resplandor de la presencia del
Señor. Nuestra situación debe ser como la de Moisés en la cumbre del monte, y no como
la de los hijos de Israel al pie de la montaña. Debemos estar en la cumbre del monte bajo
el resplandor del rostro de Dios.
La Palabra nos hace disfrutar a Dios como nuestro escondite y escudo (v. 114) y también
nos hace disfrutar la ayuda de Dios y Su buen trato (vs. 175, 65). En todos aspectos, Dios
nos trata bien. Su cuidado amplio; El satisface todas nuestras necesidades. Aún Su
reprensión es un aspecto del buen trato que nos da. Si entramos en Su Palabra de una
manera viva, disfrutaremos del buen trato que El nos da.
Salmos 119:98 dice: “Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus
mandamientos”, y el versículo 99 añade: “Más que todos mis enseñadores he entendido,
porque tus testimonios son mi meditación”. Estos versículos indican que la Palabra de
Dios nos hace sabios. Cuanto más entramos en la Palabra, más sabios nos hacemos.
DA DISCERNIMIENTO Y CONOCIMIENTO
El versículo 11 dice: “En mi corazón he guardado sus dichos, para no pecar contra ti”.
Según este versículo, la Palabra de Dios evita que pequemos. La Palabra también evita
que caigamos en caminos malignos (v. 101).
La Palabra de Dios también evita que tropecemos (v. 165), afirma nuestros pasos, y nos
permite vencer la iniquidad (v. 133). Ningún pecado nos dominará. Por el contrario,
conquistaremos todas las cosas malignas, pues la Palabra de Dios hará de nosotros
conquistadores, es decir, vencedores.
ESTUDIO-VIDA DE EXODO
MENSAJE CINCUENTA Y NUEVE
Lectura bíblica: Sal. 119:130, 105; 19:8b; 119:25, 50; 1:1a, 2-3; 19:7a; 119:41, 110, 170,
28, 76, 103, 116-117
La ley como palabra viviente de Dios tiene muchas funciones. Los que buscan a Dios con
amor reciben estas funciones como una bendición a través de la ley de Dios como Su
palabra viviente. En este mensaje y en el siguiente, estudiaremos la bendición que
recibimos de la Palabra viva de Dios.
Los que buscan a Dios con amor reciben bendición por medio de Su Palabra, pero es
posible que vayamos a ésta y no recibamos nada. Conozco muchas personas que han
leído la Biblia y que incluso la han estudiado sin recibir nada. Esta es la situación actual
entre los cristianos. Cuando leen las escrituras, muchos cristianos no reciben ninguna
bendición. Lo único que consiguen es conocimiento vano. Usan el conocimiento que
obtienen de la lectura de la Biblia para entrar en controversias sobre temas bíblicos, en
lugar de recibir verdadera ayuda. Como resultado, primero son amortecidos por el
conocimiento bíblico que obtienen, luego usan este conocimiento para amortecer a
otros. Para ellos, la Biblia no es un libro que da vida, sino un libro que mata.
En el transcurso de los siglos, muchos han sido amortecidos al tomar la Biblia como un
libro de conocimiento. Quizá el mejor ejemplo de esta clase de personas son los
llamados críticos de las Escrituras en el siglo XIX. En su estudio de la Biblia, estos
críticos usaron demasiado su mente. Por consiguiente, no recibieron ninguna bendición.
Bajo condiciones normales, cuando vamos a la Palabra debemos recibir ayuda y mucha
bendición. Si no recibimos ninguna bendición, algo debe estar mal con nosotros. Toda
Escritura es el aliento de Dios (2 Ti. 3:16); por tanto, las palabras de la Biblia son el
aliento de Dios. Además, como corporificación de Dios (Col. 2:9), el Señor mismo es
llamado el Verbo (Jn. 1:1, 14; Ap. 19:13). Por tanto, ir a la Palabra equivale a ir a Dios.
Por ser la corporificación de Dios, la Palabra contiene las riquezas de Dios. La Palabra
de Dios contiene todo lo que El es. Esta es la razón por la cual la Palabra de Dios es tan
rica, sustancial, viviente y llena de iluminación. Todo lo que Dios es para nosotros, la
Palabra lo puede ser también. Si en nosotros no hay ningún obstáculo, debemos recibir
la bendición cuando acudimos a la Palabra.
Si no usamos el corazón
Un corazón dividido
Usted puede tener otro problema: un corazón dividido. Es posible que su corazón esté
dividido en dos o tres partes, quizá aún más. Esto pasa especialmente a los jóvenes. Un
joven puede amar muchas cosas. Esto divide el corazón. Su corazón tiene muchos
intereses. Supongamos que un joven sienta interés por sus estudios, pero que también
tenga interés por algún entretenimiento mundano. Esto dividirá su corazón.
Si el corazón de una persona está dividido, una parte para algo bueno, y otra para algo
malo, la tendencia maligna prevalecerá siempre. Eso parece ser una ley o principio
natural. En su corazón, una persona puede tener dos intenciones opuestas: quizá intente
mentir y decir la verdad al mismo tiempo. La intención maligna, prevalecerá sobre la
buena intención. Cuando nuestro corazón está dividido, la lectura de la Palabra de Dios
no nos servirá. Si vamos a la Biblia sin un deseo o con un corazón dividido, no
recibiremos bendición. Cuando vamos a la Palabra, debemos ir con todo nuestro
corazón y con un corazón sencillo. No nos beneficia leer la Palabra de Dios con poco
deseo.
Sin corazón
Otro problema del corazón en relación con la Palabra es que éste no se interese por ella.
Ya mencionamos el problema de no usar ni ejercitar nuestro corazón al leer la Palabra.
No obstante, existe una diferencia entre eso y que nuestro corazón no se interese por la
Palabra. Algunas personas parecen no tener ningún interés. Interiormente, parece que
están hechos de madera. Por mucho que esta persona lea la Biblia, no recibirá ninguna
bendición de su lectura, pues no posee lo que se necesita para entender la Biblia.
Simplemente su corazón no funciona al leer la Palabra. Esto es un problema muy grave.
Cuando muchos cristianos acuden a la Biblia, son como de madera, sin corazón.
Otro problema con el corazón se relaciona con las cosas que lo cubren a usted, lo
separan del Señor, o lo frustran en su contacto con El. Cuando usted lee la Palabra de
Dios, quizá clame al Señor y esté desesperado para recibir algo del Señor. No obstante,
puede haber obstáculos o frustraciones dentro de usted. Puede haber cierto pecado que
lo retiene, lo captura, o lo posee. Por una parte, usted ama la Palabra de Dios. Por otra,
puede tener algún pecado escondido en su corazón, y quizá no esté dispuesto a que el
Señor lo quite. Este pecado le impedirá recibir la bendición de la Palabra. Por ejemplo,
suponga que alguien lo ha ofendido y usted no está dispuesto a olvidar esta ofensa. Tal
vez no considere que su indisposición a perdonar es un pecado, pero de hecho lo es.
Usted puede esconder este pecado, u otra clase de pecados, de los hombres, y quizá
intente esconderlo del Señor. Pero si va a la Biblia con este pecado escondido en su
interior, no podrá recibir nada de la Palabra, aún cuando tenga un corazón por ella. Si
usted hace algo que no complace al Señor y al mismo tiempo desea acudir a la Palabra,
no recibirá bendición en su lectura de la misma.
Sabemos por experiencia que a veces luchamos con el Señor, quizá acerca de la
consagración. Tal vez no estemos dispuestos a consagrarnos, a someternos al Señor, ni a
estar convencidos por El. Es posible que insistamos y nos aferremos a nuestra opinión
acerca de algo. El Señor nos habla continuamente, pero todavía no estamos dispuestos a
ser convencidos porque Su hablar difiere de nuestra opinión. Nos aferramos a nuestro
concepto e insistimos en él. Esta insistencia constituye un velo que cubre nuestro
corazón. ¿Cree que podría recibir ayuda de la Palabra si su corazón está cubierto de esta
manera? Ciertamente, la lectura de la Palabra no le servirá si se encuentra en esta
condición.
Aún cuando disciplinamos nuestro corazón y lo negativo en él, todavía puede haber
algunas complicaciones. Todos nosotros, jóvenes y ancianos, somos complicados.
Dentro de nosotros se encuentran muchos factores que causan complicación. Estas
complicaciones también impiden que recibamos bendición de la Palabra.
Al leer el salmo 119, vemos que el salmista estaba correcto con el Señor. No había nada
que lo separaba de Él. Me gusta un himno que dice: “Nada entre Tú y yo, mi Señor”. No
obstante, una cosa es cantar este himno y otra es tener esto en la práctica. ¡Cuánto
recibiremos de la Palabra viva si no hay nada entre nosotros y el Señor!
Si una persona estudia diligentemente por muchos años, puede recibir un doctorado en
una materia específica, quizá en física nuclear. He conocido muchos jóvenes que han
conseguido un doctorado, pero conozco muy pocos que han logrado una comprensión
tal de los asuntos espirituales. Algunos han tenido la Biblia en sus manos durante
décadas como un libro de ciencia celestial, divina y espiritual, pero todavía no tienen
una comprensión elemental de ella. Esto indica que a pesar de haber adquirido cierto
conocimiento, no han sido bendecidos por su lectura de la Palabra. Conseguir un
doctorado requiere mucho estudio, pero no requiere que usted discipline a su corazón.
Por ejemplo, ¿le impide recibir su doctorado el hecho de no querer perdonar a alguien?
¡Por supuesto que no! Pero tal cosa le puede impedir recibir bendición de la Palabra de
Dios. La hermana Margaret E. Barber decía que hasta una hojita puede esconder una
estrella resplandeciente. Del mismo modo, incluso un asunto insignificante puede
impedirnos recibir bendición de la Biblia.
LA NECESIDAD DE HUMILLARNOS
La Biblia requiere más de nosotros que cualquier otro libro. La Biblia exige que nos
humillemos y pongamos a un lado la confianza y seguridad en nosotros mismos. Al
acudir a la Palabra, debemos orar para que el Señor tenga misericordia de nosotros. Sin
la misericordia del Señor, algo dentro de nosotros seguirá cubriéndonos y alejándonos
de la Palabra de Dios de manera inconsciente. Aprendamos a orar: “Señor, ten
misericordia de mi. No quiero que nada me cubra, y no quiero que haya nada entre Tú y
yo. Señor, permite que no haya nada entre nosotros”. Esta debería ser nuestra oración, y
también nuestra actitud hacia el Señor.
Algunos quizá piensen que mientras amemos al Señor, todo está bien. No obstante,
amar al Señor es algo general. Podemos amarlo a El sin habernos humillado ante El. Al
darnos cuenta de que todavía existen cosas negativas dentro de nosotros, debemos
humillarnos. Si resulta difícil limpiar lo que nos rodea de manera absoluta, ¡más difícil
resulta limpiar nuestro corazón! ¿Puede decir que cuando limpia su casa, la limpia
totalmente? Resulta difícil decir esto. Hace años, cuando nuestra hija menor necesitaba
una pequeña operación, el médico nos dijo que no podía hacerla en su oficina. Para
nosotros, la oficina parecía muy limpia. Pero el médico sabía que el techo no podía estar
completamente limpio, y por tanto su oficina no era el lugar adecuado para una
operación. Cuando él nos dijo esto, pensé que lo mismo sucedía con el “techo” de
nuestro ser interior. Puesto que nuestro techo interior no está absolutamente limpio, es
difícil operar dentro de nosotros. Por consiguiente, no debemos tener ninguna confianza
en nosotros mismos, sino mirar al Señor humildemente y pedirle misericordia.
Hace poco, algunos jóvenes estuvieron en un entrenamiento especial. Ellos pasaron por
un entrenamiento muy bueno, pero no deben pensar que todo está bien entre ellos y el
Señor. No debemos dar por sentado que todo ha sido rectificado o santificado. Todavía
pueden haber muchos problemas en sus corazones. Si nos damos cuenta de esto, no
confiaremos tanto en que estamos totalmente correctos con el Señor. Por el contrario,
debemos humillarnos delante de Él y pedirle misericordia.
ILUMINADOS POR LA PALABRA
Si tenemos una actitud humilde cuando llegamos a la Palabra, sin tener confianza en
nosotros mismos, seremos iluminados. No confiar en nosotros mismos significa que no
tenemos reserva. No hay ningún problema entre nosotros y el Señor. No obstante, si en
lugar de tener una actitud humilde seguimos confiando en nosotros mismos, tendremos
serios problemas para recibir bendición de la Palabra. Quizá usted se pregunte por qué
no recibe luz de la Palabra, aún cuando lee la Biblia regularmente durante mucho
tiempo. La razón puede ser que usted tiene demasiada confianza en sí mismo. Repito
que debemos dejar a un lado nuestra confianza, humillarnos delante del Señor, y orar
para que El tenga misericordia de nosotros. Debemos decir: “Señor, no tengo ninguna
confianza en mí mismo, y no insisto en nada. Señor, me pongo a Tu disposición, y te
pido que tengas misericordia de mi”. Si ésta es su actitud al venir a la Biblia, usted
recibirá bendición, en cualquier porción bíblica que lea. Aún los primeros diecisiete
versículos del Evangelio de Mateo le ayudarán en algo. El punto crucial es que usted se
humille delante del Señor.
A menudo los santos testifican que ven luz cuando leen la Palabra. Esto es cierto.
Mediante la Palabra recibimos luz. Pero en mi experiencia, me he dado cuenta de que
siempre me humillo, no insisto en ninguna opinión, y le pido al Señor Su misericordia,
siento que entro en una esfera de luz cada vez que voy a la Palabra. Aún cuando no
recibo ninguna luz particular, estoy consciente de que me encuentro en una esfera de la
luz.
En el versículo 105, el salmista dice algo muy práctico acerca de la luz: “Lámpara es a
mis pies Tu Palabra, y lumbrera a mi camino”. Esto no es un asunto de doctrina ni de
enseñanza, sino de experiencia en la vida diaria del salmista. Paso a paso en su vida
diaria, la Palabra era su luz. Por supuesto, antiguamente no había ninguna luz en las
calles. Los que viajaban de noche necesitaban una lámpara, una linterna o una antorcha
para alumbrar su camino. Esto es lo que el salmista tiene en mente cuando se refiere a la
Palabra como lámpara a sus pies y lumbrera a su camino. La Palabra era una lámpara
que alumbraba sus caminos. De una manera muy práctica para el salmista, la Palabra de
Dios era esta lámpara que daba luz en su camino.
Salmos 19:8b dice: “El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos”. Este versículo
indica que la Palabra viva de Dios alumbra los ojos. Si al leer la Palabra no sentimos que
estamos en luz, esto es señal de que nuestra condición no está correcta. No es correcto
orar simplemente para que el Señor nos dé luz. Debemos humillarnos, ser disciplinados
completamente por el Señor y pedirle que nos tenga misericordia. El conocimiento que
obtienen muchos cristianos de la lectura de la Biblia en realidad se convierte en un velo
o una cobertura que los mantiene en las tinieblas. Los que conocen las escrituras de esta
manera deben humillarse delante del Señor para que los velos sean removidos. Si nos
humillamos y recibimos la misericordia del Señor, la Biblia dejará de ser sólo
conocimiento para nosotros. Será luz para nuestros ojos. Es importante diferenciar el
conocimiento, de la luz. Podemos tener la Biblia solamente como conocimiento, o en
nuestra experiencia, como el resplandor de la luz divina.
Los que buscan a Dios con amor reciben también el suministro de vida, el avivamiento
mediante Su Palabra viviente (119:25, 50). En nuestra experiencia espiritual, primero
tenemos luz. Luego la luz debe convertirse en vida. La vida es más profunda que la luz.
Cuando viene la luz, la vida debe venir también. De hecho, la vida contiene la luz. Juan
1:4 dice: “En El estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Es difícil determinar
que viene primero: la luz o la vida. Por lo general, la luz viene antes de la vida. Génesis 1
nos enseña que primero tuvimos luz y luego los diferentes tipos de vida. En nuestra
experiencia podemos tener luz sin vida. La luz se encuentra principalmente en la esfera
del alma, particularmente en la esfera de la comprensión. Ciertamente, la vida está en
nuestro espíritu, es bueno tener luz, pero ésta debe penetrar hasta convertirse en vida.
Nuestra experiencia nos muestra que el suministro de vida no precede a la luz. La luz
viene primero. No obstante, cuando esta luz va más profundamente por medio de
nuestra oración, alcanzando el interior de nuestro espíritu, se hace vida, y recibimos el
suministro. Esto nos muestra que debemos orar cuando leemos la Palabra. No importa
si leemos primero y luego oramos, el punto es que debemos orar y también leer.
Cuando vamos a la Palabra de Dios, debemos abrir todo nuestro ser. Debemos usar todo
nuestro ser, nuestro cuerpo, alma y espíritu. Usamos nuestros ojos para leer las palabras
y nuestra boca para pronunciarlas. También usamos nuestra mente, la parte principal
del alma, para entender lo que leemos. Podemos usar diccionarios, concordancias y
diferentes versiones. Dios nos creó con una mente y necesitamos usarla para entender la
Palabra de Dios. El estudio de la Biblia también requiere el ejercicio de nuestra parte
emotiva para amarla, el ejercicio de nuestra voluntad para hacer lo que Dios nos
muestre en Su Palabra. Este ejercicio de la mente, parte emotiva y voluntad, es el
ejercicio del alma. Debemos ejercitar nuestro espíritu. Esencialmente, esto es orar para
que nuestro ser interior sea fortalecido. Si usamos todo nuestro ser al tener contacto con
la Palabra, recibiremos luz y suministro de vida.
Nuestra experiencia nos enseña que el suministro de vida que recibimos nos riega.
Primero, tenemos la iluminación; segundo, el suministro de vida; y tercero, el riego.
Esto también fue la experiencia del salmista.
Según Salmos 1, los que meditan en la Palabra de Dios son como árboles plantados cerca
de un río de agua. Un árbol necesita raíces para crecer, y estas raíces deben tener unos
pelos finos que absorben el agua. Al leer la Biblia, muchos cristianos son como árboles
plantados cerca del río. No obstante, algunos no tienen raíces adecuadas, mientras que
en otros sus raíces no tienen los pelos finos.
Tal vez no entienda a lo que me refiero con estos pelos finos en nuestra experiencia.
Pero se requiere que vayamos más profundamente a la Palabra, de una manera muy
fina. A menudo, no recibimos el suministro de vida porque somos demasiado rudos. Al
carecer de cosas finas, nos hace falta los pelos finos y delicados de la raíz. Por cuidar
solamente a las raíces grandes, y no a los pelos de raíz, no podemos recibir el suministro
de vida, que siempre viene por el contacto fino de los pelos con el agua. Si deseamos que
la Palabra nos riegue, debemos entrar en ella, no de manera ruda, sino de manera muy
fina.
¿Qué significa entrar en la Palabra de manera ruda? Significa que usted la lee
simplemente con sus ojos y declara algo con su boca, y ni siquiera se preocupa por una
comprensión adecuada de la misma. La gente ruda es superficial. Puede haber árboles
plantados cerca del río, pero no tienen las raíces apropiadas. Me temo que algunos
santos en el recobro del Señor sean así. Efectivamente, son árboles plantados cerca del
río, pero son demasiado rudos. En ellos, todo es exterior, es decir consideran solamente
lo que ven con sus ojos físicos y lo declaran con sus bocas. El conocimiento que tienen
de la Biblia no es más profundo que lo que ven y hablan. Por no tener raíces apropiadas,
siendo rudos no crecen en vida cuando van a la Palabra.
Como lo hemos señalado, algunos cristianos tienen raíces, pero no tienen estos pelos
finos. Debemos dejar que la Palabra penetre más en nosotros de una manera fina, y
también debemos permitir que nuestro ser entre más en la Palabra de esta forma.
Cuando entramos la Palabra y ésta a su vez entra en nuestro espíritu, tendremos “pelos
de raíz” en nuestra experiencia. Estos pelos de raíz absorberán nuestro suministro de
vida. Nuestra experiencia testifica que cuando vamos más profundamente a la Palabra y
la Palabra entra más profundamente en nosotros, en nuestro espíritu, tenemos un
contacto más fino con ella y recibimos vida.
Cuando estamos en el Espíritu, somos muy finos; de ninguna manera somos rudos ni
bruscos. Uno no puede estar en el Espíritu siendo rudo. Todo aquel que entra en el
Espíritu llega a ser una persona muy fina. Si alguien es rudo, ciertamente está en la
carne. Si él es fino está en el alma. Pero si es muy fino, ha entrado en el Espíritu. Los
pelos que absorben el suministro de vida se encuentran solamente en el Espíritu.
Mediante los pelos de raíz, absorbemos el suministro de vida, el cual es comida en forma
de agua. Incluso cuando nosotros comemos, necesitamos agua. No podemos masticar
nuestros alimentos y tragarlos sin agua. En la experiencia espiritual, el suministro de
alimentos está en el agua. Los árboles plantados cerca del río reciben alimento del agua.
El agua contiene todo el alimento. Los pelos finos absorben el agua y luego el alimento
que está en el agua.
La Palabra debe entrar en nuestro espíritu y convertirse en el agua que contiene los
elementos que nutren. Esta agua no está en nuestra boca ni en nuestra mente, sino en
nuestro espíritu. El agua del suministro de vida siempre llega a nuestro espíritu.
Cuando leemos la Biblia solamente con nuestros ojos y boca, no lo hacemos con
delicadeza. Cuando intentamos entender la Palabra al ejercitar nuestra mente, amarla, y
tomarla con nuestra voluntad, ejercitamos nuestra alma. Esto es algo fino. Pero cuando
ejercitamos nuestro espíritu para orar, y la Palabra también entra dentro de todo
nuestro ser es llevado al espíritu. En realidad, traemos la Palabra con nosotros mismos
dentro del espíritu, y allí encontramos el agua.