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CUADERNILLO DE TEMAS

TANGUEROS

REDACCIÓN
Daniel Antoniotti
José María Kokubu
Luciano Maia
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
raullavalle@fibertel.com.ar

nº 13 - 2019

1
ÍNDICE

Presentación p. 3

Un curioso soneto de José González Castillo p. 4

Washington Bado. Sobre “Tiempos viejos” p. 5

Raúl Lavalle. El Payito Solá y un tango “salteño” p. 12

“Pueyrredón 106”, tango para Pajarito Velarde p. 15

Un “tango” de Julio Herrera y Reissig p. 17

Partida de nacimiento de Julián Centeya p. 18

Mario Rojman. “Al filósofo y poeta” (a Discépolo) p. 19

Minucias tangueras p. 21

2
PRESENTACIÓN

La idea de comenzar con este cuadernillo dedicado al tango fue


bien recibida por mis amigos, que son muy generosos y me apoyan en
mis proyectos. Agradezco a todos ellos y en especial a quienes aceptaron
acompañarme en la Redacción.

En la noción de tango incluimos también sus afines; por ejemplo


la milonga y el género campero. Podremos escribir también sobre
lunfardo, sobre menciones del tango en las artes, sobre literatura
inspirada en el tango, sobre rincones de algunas ciudades tangueras. En
fin, sobre tantas otras cosas relacionadas con nuestro folklore urbano,
aquí y en el mundo.

Los esperamos de corazón en estas páginas. Léanlas, amigos, y


anímense a escribir en ellas. Puede ser largo o corto, creativo o erudito.
Hallarán amigos cordiales, que no apurarán del todo la copa del olvido.

R.L.

3
UN CURIOSO SONETO
DE JOSÉ GONZÁLEZ CASTILLO

Quedaban dos recuerdos… Altanero,


los arrojé en el fuego que aún ardía…
¡Para memoria cruel de tu falsía,
me sobra con lo mucho que te quiero…!

Un manojo de versos fue el primero


–tu traición hasta en verso me mentía–
y el otro, la libreta en que solía
anotar nuestro gasto el carnicero…

Ambos presa del fuego a un tiempo fueron


pero tus versos –poética inflamable–
un brevísimo instante solo ardieron;

mientras que, ¡oh triste realidad traidora!,


la libreta, prosaica y deleznable,
tardó para quemarse… ¡un cuarto de hora!

JOSÉ GONZÁLEZ CASTILLO1

1
Una vieja antología me hizo conocer este soneto, muy tanguero y popular. [R.L.]

4
SOBRE TIEMPOS VIEJOS
WASHINGTON BADO

TIEMPOS VIEJOS (tango)


Música de Francisco Canaro y letra de Manuel Romero

¿Te acordás, hermano? ¡Qué tiempos aquellos!


Eran otros hombres mejores los nuestros,
no se conocía “cocó ” ni morfina,
los muchachos de antes no usaban gomina.
¿Te acordás hermano? ¡Qué tiempos aquellos!
Veinticinco abriles que no volverán.
Veinticinco abriles ¡volver a tenerlos!
Si cuando me acuerdo me pongo a llorar.
¿Dónde están los muchachos de entonces?
Barra antigua de ayer ¿dónde está?
Yo y vos solos quedamos, hermano…
Yo y vos solos para recordar.
¿Dónde están las mujeres aquellas?
Minas fieles de gran corazón
que en los bailes de Laura peleaban
cada cual defendiendo su amor.
¿Te acordás, hermano… la rubia Mireya
que quité en lo de Hansen al loco Cepeda:
casi me suicido una noche por ella
y hoy en una pobre mendiga harapienta?
¿Te acordás, hermano, lo linda que era?
Se formaba rueda pa’ verla bailar.
Cuando por la calle la veo tan vieja
doy vuelta la cara y me pongo a llorar…
¿Te acordás, hermano? ¡Qué tiempos aquellos!
Veinticinco abriles que no volverán….

Los abriles del tiempo


En la teoría de la relatividad de Einstein el tiempo y el espacio
son las coordenadas que definen la materia y dependen de las
condiciones del observador, pero –fuera de los arcanos de la física– en
nuestra percepción personal, como simples humanos, el espacio es todo
lo que nos separa de lo que no somos y el tiempo es el que nos coloca
en el comienzo y nos lleva al fin de lo que somos. El tiempo es así el de
nuestro reloj personal, pero como ocurre que lo compartimos con el
tiempo de otros, tenemos un tiempo individual y otro colectivo y tanto
en uno como el otro, tenemos un pasado, un presente y un futuro.

5
Vivir es algo así como andar en una bicicleta; en el pedal que
sube está el presente y en el que baja, el pasado; al girar se produce el
movimiento que es el futuro. En las bicicletas mecánicas que usamos
para desplazarnos, podemos detenernos para hacer un alto, pero en la de
la vida eso es imposible; el movimiento es perpetuo desde que comienza
hasta que cesa. De todos modos hay algo que la bicicleta de la vida y la
mecánica tienen en común: no podemos pedalear hacia atrás. Por eso en
la vida no podemos recuperar el tiempo perdido; inevitablemente todo se
vuelve pasado y en nuestra mente se transforma en recuerdo y en olvido.
Esa es la razón por la que también se ha dicho que en la vida de
todos nada ha sido ni será: todo está siendo. Algo parecido pensaba
Borges cuando escribió “El otro” y se encontraba consigo mismo setenta
años antes sentado en el banco de una plaza. Mircea Eliade lo definió
como el mito del “eterno retorno”. Y así, también en nuestra mente, en el
mundo de las ideas, nos encontramos metidos en el espacio-tiempo de
Einstein, en el de la relatividad.
El movimiento es lo que asegura el equilibrio de todo, y en
nuestra vida el recuerdo de lo bueno y el olvido de lo malo es lo que
asegura el equilibrio de nuestra existencia; mientras la bicicleta esté en
movimiento, si sabemos conducirla, avanzaremos hacia el futuro, en la
dirección que elijamos. Pero no nos podremos detener. Si recordamos lo
bueno y olvidamos lo malo, ocurrirá que tendremos la sensación de que
todo+ tiempo pasado fue mejor. Nadie los expresó mejor que Jorge
Manrique, el poeta clásico español del siglo XV, en aquellos célebres
versos de las “Coplas a la muerte de su padre.”
Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte
tan callando:
cuán presto se va el placer
cómo después de acordado
da dolor
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

6
Todo esto puede parecer demasiado presuntuoso, si se trata de
comentar la letra de un tango. Pero en estos días he estado leyendo algo
de Einstein (sin entenderlo mucho, desde luego) y al mismo tiempo,
siguiendo mi afición tanguera, escuché “Tiempos Viejos” en la
inigualable versión de Gardel. Y eso me hizo pensar en lo de la bicicleta
que ya se me había ocurrido, no sé cómo. Relacioné todo y así fueron
surgieron los divagues que acabo de escribir.
Si a alguien le preguntan quién fue Francisco Canarozzo, seguro
que se queda con la boca abierta, pero si le dicen que con ese nombre
nació Francisco Canaro, en nuestro muy oriental San José de Mayo, el
28 de noviembre de 1888, es posible que por lo menos los más viejos lo
identifiquen con uno de los más grandes valores del tango y el que más
contribuyó a su difusión. También fue conocido como “Pirincho”,
porque dicen que nació con un copete como nuestro pajarito silvestre.
Era hijo de un italiano que, además de sepulturero, atendía los
faroles a queroseno del viejo San José de Mayo y que se mudó a Buenos
Aires, con su numerosa familia, buscando un destino mejor. Pero
terminó viviendo –como tantos otros– en un conventillo, cerca de la
Boca. Pirincho empezó a trabajar desde temprana edad; fue vendedor de
diarios, luego pintor de brocha gorda – y, como tenía alma de músico -
se fabricó un violín con una lata de aceite y un mango de palo, a
comienzos del siglo XX con lo que parece que consiguió tocar de oído
algo que sonaba como uno de los primeros tangos: “El llorón”. Pero
después consiguió comprarse un violín verdadero, aprendió música y se
relacionó con el bandoneonista Vicente Greco, otro de los pioneros de la
guardia vieja, con quien formó dúo y más tarde –incorporando a sus
hermanos que también se hicieron músicos– una de las primeras
orquestas que empezó a tener mucho éxito. Lo que siguió es historia
conocida: se hizo compositor, llevó el tango primero a los
“piringundines” y después a los grandes salones bailables de Buenos
Aires, al Armenonville, a los teatros de revistas y más tarde nada menos
que a París, donde, en el cabaret “Florida” –con los músicos vestidos de
gauchos como se lo imaginaban los franceses– el tango se volvió una de
sus músicas preferidas, que bailaban desde los “apaches” en los bajos
fondos, hasta los “gigolós” en las grandes boites, alternando con el
charleston de los locos twentys. Su éxito se patentizó en un célebre tango
“Canaro en París” de Scarpino y Caldarella cuando la noticia llegó al
Río de la Plata y alentó a otros a seguir su camino. En París y en Nueva
York, adonde viajó después, se encontró con Gardel y con su conjunto le
puso acompañamiento orquestal a los temas que, con la letra de Alfredo
Le Pera, llevaron al “Mago” al estrellato en sus películas sonoras, como
por ejemplo en el que fue uno de sus más grandes éxitos: “Silencio”.

7
Francisco Canaro compuso innumerables temas musicales,
fundamentalmente tangos, milongas y valses que tuvieron un gran éxito,
pudiendo mencionarse y a modo de ejemplo: “Sentimiento gaucho”, que
utilizaba como cortina musical para sus presentaciones, “La última
copa”, “El tigre Millán” y muchos otros. Algunos de esos temas
identificaron definitivamente a sus intérpretes como “Se dice de mí”,
por Tita Merello o “Madreselva” por Libertad Lamarque. Este hermoso
tango en su versión orquestal fue galardonado por el Oscar, como
música de fondo de la célebre película “Il Postino”, que evocaba un
pasaje de la vida del poeta Pablo Neruda en Italia.
Sobre la música de la célebre marcha británica que recordaba la
vuelta de los soldados en la primera guerra mundial “Tipperary” (“It’s a
long way to Tipperary…”) compuso en 1932 un himno al club River
Plate argentino, lo que no dejará de sorprender a los uruguayos
peñarolenses, que mucho antes ya cantaban con esa música una letra que
decía: “Peñarol, tu grato nombre, / derrotado o vencedor: / mientras
quede un solo hombre, / ¡siempre viva Peñarol!” De todos modos el
fútbol uruguayo se tomó revancha de esa intromisión de Canaro, cuando
“Los Patos Cabreros” sobre la música de su tango “La brisa”
inmortalizaron la famosa letra de “Uruguayos campeones”. Hoy de “La
brisa” ya casi nadie se acuerda, pero “Uruguayos campeones” suena con
renovados bríos cada vez que el seleccionado celeste obtiene un gran
triunfo.
Dirigía su orquesta, en la que participaron músicos de la talla de
los hermanos Di Cicco, Mariano Mores, Osvaldo Pugliese, Carlos
Biagi, y cantores como Hugo del Carril, Ignacio Corsini, Carlitos
Roldán y muchos otros, pero nunca se le escuchaba tocar el violín, lo
que es explicable tratándose de alguien que comenzó a ejecutarlo de
oído, con un violín de lata fabricado por él mismo y que no tuvo mucha
escuela. Dicen que era malísimo como violinista y que sólo lo “rascaba”.
Pero también fue un permanente innovador, que no dudó en introducir
instrumentos de viento en su orquesta típica – como a partir de él se les
empezó a llamar a estos conjuntos - como la flauta y la trompeta y hasta
una batería, tal vez porque en su juventud, junto a René Cóspito, fue
uno de los primeros que cultivó el jazz en el Río de la Plata.
Aunque nunca perdió su popularidad, cuando el tango entró en su
mejor época, después de la renovación de Julio De Caro, en la década
de 1940, con Troilo, Pugliese, Fresedo, Di Sarli, Miguel Caló y tantos
otros de alto nivel musical, no faltaron los que lo acusaron de ser algo así
como el director de “la banda di Pignataro”. Pero, cuando parecía que se
apagaba, aparecía alguien como Marianito Mores para recuperarlo con
temas que se volvían inmensamente populares como “Adiós pampa
mía” o “Taquito militar”.

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Hasta que se apagó del todo el 14 de diciembre de 1964, en
Buenos Aires, no sin antes haberse nacionalizado como argentino en
1942, demostrándose aquello de que la nacionalidad no está sólo en la
cédula de identidad, sino también en el corazón de los que se sienten
agradecidos hacia aquellos que les abren el camino de su éxito en la
vida. De todos modos como un tributo a su patria de origen, su última
actuación se produjo en Montevideo, el 30 de noviembre de 1964 –poco
antes de su muerte– en el Palacio Peñarol. Una calle que lleva su nombre
lo recuerda cerca del Estadio Centenario.

Sobre “Tiempos viejos”


Y a ahora volveremos a “Tiempos Viejos”, el tango que motivara
las divagaciones del comienzo sobre su incidencia en las percepciones
de los seres humanos. La clave de todo está en la hermosa frase
“veinticinco abriles que no volverán…” ¿Por qué abriles? ¿Alguien se lo
ha preguntado? Para encontrar la respuesta hay que remontarse a la
antigüedad greco-latina, a Perséfone, la hija de Deméter que fue raptada
por Hades y rescatada de de las profundidades del Averno por la gracia
de Zeus para pasar una breve temporada luminosa con los humanos.
También a Flora la diosa romana y a la tradición que conmemora en
abril el retorno de la primavera del hemisferio norte; a las ceremonias
religiosas de las primeras culturas agrícolas en el renacer vegetal, que se
concretaba en las festividades del 25 de abril, en el calendario romano.
Esa tradición se continuó en el Edad Media, particularmente en España,
con los abriles Toledanos y llegó hasta nosotros en el hemisferio sur
traída junto con el idioma por los primeros conquistadores. Por eso
hablamos de los quince abriles de las niñas que se transforman en
mujercitas y de los veinticinco –como en el tango- para recordar los años
mejores de la juventud. Y ya hemos dicho por qué no se pueden volver a
vivir: porque en la bicicleta de la vida, como en todas las demás, no se
puede pedalear hacia atrás.
Los “veinticinco abriles” son por aquella tradición los de la
primavera de la vida (aunque entre nosotros marquen el otoño, con el
punto Aries de la astronomía); los que le hicieron decir a Rubén Darío en
la “Canción de otoño en primavera” aquellos célebre versos: “Juventud,
divino tesoro / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar no lloro /
y a veces lloro sin querer”. Y por eso llora el letrista de “Tiempos
Viejos”, porque como hombre de pueblo le tocó vivir en una época en
que no se conocía “cocó ni morfina” y mucho menos la marihuana y la
pasta base, como ahora. Pero sí se conocían como sustancias
alucinógenas, que incluso se podían comprar en las farmacias (a las que
se les decía boticas) para el consumo de las élites intelectuales, que
recitaban en los cenáculos literarios los poemas de Julio Herrera y
Reissig y Leopoldo Lugones.

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Y la gomina (recordemos la célebre “Brancato”) había
desplazado a las poéticas melenas novecentistas, para endurecer las
peinadas masculinas a lo Gardel o afirmar los cortes a “la cachetada”,
con lo que los más viejos disimulaban su calvicie, al mejor estilo del
cómico Parravicini o de Gabriel Terra, el presidente uruguayo devenido
en dictador, admirador de Gardel y para quien este cantara privadamente
en su residencia.
Y también al letrista y su solitario contertulio (“yo y vos solos
quedamos, hermano…”) les pasa lo mismo que a Manrique con aquello
de que “todo tiempo pasado fue mejor”; y piensan erróneamente que “los
muchachos de entonces” eran mejores que los de ahora (aunque por
cierto siempre fueron iguales) y que aquellas “minas fieles de gran
corazón” ya no animarían los bailes de Laura… (lo de las minas era un
término del lunfardo para designar a las mujeres de “los cafishos” que
explotaban a las prostitutas, que sin embargo los querían…) –
Y por último estaba la “rubia Mireya”, que ya no se podrá saber
quién fue, aunque en aquella época se formara “rueda pa’ verla bailar”.
Se la llevó con su recuerdo el letrista de “Tiempos Viejos”, Manuel
Romero, pero nos dejó para revivirla una vieja película dirigida por él,
con Santiago Arrieta y Hugo del Carril –que con su voz viril cantaba el
tango– y una inolvidable “Mecha” Ortiz, que la encarnó, con su belleza
y su voz grave, en un drama romántico que todavía recordamos, de
nuestras “matineés” en los viejos cines de barrio. El final trágico de
aquella mujer recorriendo las calles como una “mendiga harapienta”
redondea la fatalidad del tiempo –el Cronos implacable que se comía a
sus hijos en la mitología griega– que, en la visión tanguera más habitual,
castiga la opulencia, como una venganza inevitable de la pobreza sobre
aquellos brillos. (Como en “Vieja recova” otro célebre tango: “lo que
ayer fuera grandeza hoy mostraba sólo ruina”).

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Existe la versión de que “la rubia Mireya” fue una uruguaya,
Margarita Verdier, hija de franceses, que bailaba espléndidamente con
cortes y quebradas, bajo las glorietas iluminadas de “lo de Hansen”, un
lugar de “bailongos” de un alemán, en el Palermo viejo de Buenos Aires,
que fuera de los Anchorena, donde ahora está El Rosedal. Sería un
motivo más para sellar la unidad del tango entre las dos orillas del Río
de la Plata.
Rescatamos finalmente la figura enigmática del “loco Cepeda”, el
amante abandonado de “la rubia Mireya”. En la versión del tango por
Carlos Gardel y en otras posteriores, aparece como el “guapo Rivera”.
¿Sería así? La diferencia está en que el “guapo Rivera” es un personaje
inventado, pero el “Loco Cepeda”, fue uno verdadero, un legendario
poeta carcelario que componía versos y estilos y compartió “La gayola”
con Carlitos, en sus primeros tiempos, cuando andaba en malos pasos
por La Plata, de donde lo rescató su “vieja” y era conocido como “el
Pibe”, según reza la carátula de un viejo prontuario. Después de todo, es
más fácil arrebatarle la mujer amada a un poeta que a un “guapo”. Es la
diferencia entre un poema y un puñal.
“Tiempos viejos” tiene una letra simple, probablemente sin
ningún valor literario. ¡Pero cuántas cosas bellas y profundas se ocultan
en las expresiones más sencillas del alma popular! Tempus fugit – decían
los romanos– y “¡Todo se pasa!”, exclamaba Santa Teresa en uno de sus
arrebatos místicos…Todavía no existían las bicicletas….pero en la vida
nunca se pudo dar marcha atrás. Y por eso los recuerdos pueden
hacernos creer que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, como dijo
Manrique. Es curioso. Pero parece que fueran los poetas y no los físicos
–como Einstein– unos y otros hurgando entre las estrellas, los que
pueden descubrir las bellezas y las angustias del tiempo.
WASHINGTON BADO

11
EL PAYITO SOLÁ Y UN TANGO “SALTEÑO”

El Payito Solá, gloria viva de nuestro folklore, es compositor del


tango Amigo, te recuerdo, que tiene letra de Aldo Martín Rodríguez. Fue
registrado en 1989. ¿Pero hay relación entre Salta y el tango? Más de
una, al menos para este servidor. Pero copio primero el texto.

AMIGO, TE RECUERDO

Yo te recuerdo, amigo
de la esquina del barrio,
de esa edad indefinida
donde el niño travieso
que en nosotros había
se quedó para siempre
en un hoyo pelota
o en aquel barrilete.
Yo te recuerdo, amigo
de esquina repetida
en el diálogo húmedo
de las noches lluviosas,
con tu voz de solapa
que levantaba el frío
y tus manos inquietas
en los bolsillos tibios.

Qué puro fue aquel sueño de ese ayer,


qué sana tu mirada y tu amistad;
un raro interrogante el porvenir,
los años que tardaban en pasar,
la esquina en la distancia se perdió,
lo mismo que tu voz y tu mirar.
Y hoy sin saber por qué vuelves así…
Amigo, me entristece el recordar.

Te recuerdo apurando
al hombre que empezaba,
el cigarrillo oculto
en tu mano ahuecada,
primer pantalón largo
que orgulloso llevabas;
y tu guiño coqueto
a aquella que pasaba.

12
Te recuerdo contando
la aventura soñada,
embrión del hombre nuevo
que la vida esperaba,
con tu buril de años
para tallar con mañas,
destruyendo la imagen
que la esquina nos daba.

Esquina del barrio, travesuras de niñez, juegos infantiles,


conversaciones sin fin en tiempos casi sin urgencia. En fin, el poeta
sintetiza muchas cosas que son entrañables. No están contaminadas por
nuestra presunta sabiduría de vejez. Si no nos hacemos como niños,
decía la sentencia evangélica, no heredaremos el Reino de los Cielos. Yo
creo que tampoco ganamos nada aquí abajo, pues se nos irán los afectos
profundos, que marcaron nuestra existencia. En otras palabras, es mejor
que no se dé el “me entristece el recordar.” Al contrario la recordación
es dulcísima. Y en estos versos no solo hay memoria de inocente niñez,
pues también se mencionan cosas de la juventud que maduraba, en el
pantalón largo, en el pucho –hoy pecaminoso– y en la respetuosa, y a la
vez “agresiva”, mirada a alguna pebeta (esto último, más pecaminoso
aún en estos días). Y si la vida es gran escultora con su “buril de años”,
no es menos artista el poeta, que esculpe en nuestra mente tan bellas y
antiguas imágenes.
Pero vuelvo al principio, relaciones entre Salta y el tango. En
primer lugar pienso en Pajarito Velarde, gran figura del folklore de la
provincia, cuya casa es museo muy visitado. Pues bien, Pajarito vivió
cierto tiempo en Buenos Aires, fue bailarín de tango y hasta hubo un
tango dedicado a él.

Interior del museo

13
No pude conseguir su letra, pero un artículo de Luis Borelli en El
Tribuno cita una parte: “Oí que en la estación / decías al chofer, / agarre
Pueyrredón / y pare al 106.”1 Tiene música de Humberto Paterson y letra
–decía– de Julio Díaz Villalba. Se puede escuchar en la Red. 2 De modo
que hay aquí una primera relación entre Salta y la música de esta
tempestuosa ciudad (y de otras, para que no se enojen montevideanos,
rosarinos, santiagueños…).
Más similitudes, al menos en mi cabeza loca. En Salta está la
quebrada del San Lorenzo; en esta Urbe tenemos el Riachuelo y, a modo
de pared, de “costa”, varias moles de babélicos edificios. En Salta tienen
su Recuerdo salteño; por estos lares, nuestro Nostalgias, tango que
escuché incluso en griego “en la tierra de Homero, / aquel tanguero
primero”, para batirlo en verso.
En el Buenos Aires (¿es masculino o femenino este sustantivo
propio?) de siempre hay conventillos. En Salta, además de conventos
muy importantes, también hay conventillos. Por ejemplo, muchos años
me alojé en un hotel que ya no existe, el Balcarce, ahora Refugio del
Chuña, que tenía habitaciones que daban a un patio.

Pero volvamos a Recuerdo salteño, obra de Marcos Tames, con


letra de Ramón Burgos. Pues bien, el autor de La cerrillana tocaba, entre
otros instrumentos, el bandoneón, instrumento muy tanguero, si los hay.
En fin, otros encontrarán más asociaciones, pero estas bastan para
mostrar un parentesco espiritual entre Salta y el tango.
R.L.

1
Cf.: https://www.eltribuno.com/salta/nota/2013-12-15-1-42-0--pajarito-velarde-el-
muchacho-calavera. En Pueyrredón 106 está la casa museo de Pajarito, en Salta. En el
próximo artículo de este número transcribo la letra.
2
Cf.: https://www.youtube.com/watch?v=G_Vm66FD3uc.

14
PUEYRREDÓN 106,
TANGO PARA PAJARITO VELARDE

En el artículo anterior, en este mismo número, nos referíamos al


tango Pueyrredón 106, que tiene letra del poeta Julio Díaz Villalba y
música de Humberto Paterson. Fue grabado por Eduardo Paz Chain en
1988, aunque había sido compuesto allá por los años ’20. Decíamos en
nuestro anterior escrito que se lo puede escuchar hoy en la Red
(https://www.youtube.com/watch?v=G_Vm66FD3uc). Gracias a la gran
amabilidad de la Licenciada Carol Murguizur, Directora del Museo
Pajarito Velarde, dispongo ahora de la letra. El modesto aporte de este
artículo será justamente su transcripción.

Oí que en la estación
decías al chofer:
“Agarre Pueyrredón
y pare al 106.”
Pensabas encontrar
los brazos de mujer
y aquellos labios rojos
donde poder besar,
gozando a tus antojos
la dicha y el placer.
Aquellos ojos mar
y aquellos labios miel,
que ansiabas por mirar,
que ansiabas por beber.
Mas se desengañó
tu espíritu al leer,
en un papel escrito
con letra de mujer:
“Perdona Pajarito,
cambié de parecer.”

Lloraste aquella vez,


cantando con desconsuelo:
“Cotorro triste,
testigo mudo,
tú, que la viste,
¿cómo es que pudo
vender así su corazón?

15
Cotorro amigo, tú me entiendes
y también lloras,
porque comprendes
que aquellas horas no volverán.
Se fue la luz, triste bulín de amor,
y solo sombras nos quedan ya.”

Y en tu desolación
los puños apretás
y está tu corazón
como otro puño más.
Y ante esa realidad
recuerdas con dolor
aquella frase suya,
la vez que te juró:
“Yo siempre seré tuya
y eterno nuestro amor.”
Y hoy puedes comprender
cómo ante una traición
se vuelven de cristal
las fibras del varón.
Y allí en tu soledad
la letra del papel
se te alza como un grito
obsesionante y cruel:
“Perdona Pajarito,
cambié de parecer.”

La cuidada letra de este tango sintetiza muchos tópicos de la lira


universal. Me permito mencionar uno solo, el del testigo mudo. ¿Cómo
no recordar aquí esos versos de Mi noche triste?

Y la lámpara del cuarto


también tu ausencia ha sentido,
porque su luz no ha querido
mi noche triste alumbrar.

Me siento feliz entonces de contribuir mínimamente a la memoria


de un grande de Salta, Pajarito Velarde.
R.L.

16
UN “TANGO” DE JULIO HERRERA Y REISSIG

EL JUEGO

Jugando al escondite en dulce aparte,


niños o pájaros los dos, me acuerdo,
por gustar tu inquietud casi me pierdo,
y en cuanto a ti… problema era encontrarte...

Después, cuando el espíritu fue cuerdo,


burló mi amor tu afán en ocultarte…
Y al amarme a tu vez, en el recuerdo
de otra mujer me refugié con arte.

De nuevo, en la estación de la experiencia,


diste en buscarme, cuando yo en la ausencia,
suerte fatal, me disfracé de olvido...

Por fin, el juego ha terminado...Trunca


tu vida fue… Tan bien te has escondido,
que, vive Dios, no nos veremos nunca…

JULIO HERRERA Y REISSIG1

1
Este autor uruguayo (1875-1910), como se ve por sus fechas, nunca pasó de ser un
poeta joven. Admiro sus versos sublimes. Pero pregunto: ¿Cuál fue el mejor tango
canción de Gardel y Le Pera? Varias respuestas se darán pero para mí, Volvió una
noche. Justamente a ese tema se parece, en mi opinión, “El juego.”

17
PARTIDA DE NACIMIENTO
DE JULIÁN CENTEYA

Debo a Daniel Antoniotti, de la Academia Porteña del Lunfardo,


este documento “di nascita” de Amleto Enrico Vergiati, más conocido
como Julián Centeya. Daniel posee la fotografía, que me envía, gracias a
un correspondiente italiano de la Academia. [R.L.]

18
AL FILÓSOFO Y POETA

Discépolo, Enrique Santos,


nos hizo un rotundo escrache
en su tango “Cambalache”,
allá por el treinta y tantos;
sobrevolando el espanto
desgranó su profecía.
Doctor en sabiduría,
su legado fue profundo:
nos vaticinó que el mundo,
fue y será una porquería.

Gran filósofo y poeta,


nos dejó evidentemente
más que la imagen latente
de su esmirriada silueta.
Vistió al tango de etiqueta,
le dio distinción, donaire,
y dejó como al desgaire
su jalón para la historia
con tangos como “Victoria”
o “Cafetín de Buenos Aires”.

19
En “Canción desesperada”,
“Infamia”, “Martirio”, “Uno”,
o en su “Justo el 31”
nos dejó su alma grabada.
“Yira Yira”, otra pegada
digna de toda alabanza
y, a modo de contradanza,
como en un abracadabra,
nos ha dejao “Sin palabras”
su tango “Tres esperanzas”.

Hubo un antes y un después


del genial Enrique Santos,
quien sufriendo desencantos
pudo ser parte y ser juez.
En este mundo al revés
supo ejercer su autarquía;
hasta que, cansado un día
de chantas y de perversos,
se fue y nos dejó en sus versos
toda la filosofía.

MARIO ROJMAN1

1
Mario Rojman, llamado El Payador Urbano, es casi un abonado a estas páginas.
Siempre elogio su sitio (https://payadorurbano.wordpress.com/al-filosofo-y-poeta/) y
agradezco su permiso para publicar sus textos, de tan venerable poesía. Es
conmovedora su homérica mención de los eternos tangos de este vate del pueblo, que
fue a su modo un filósofo (quizás algunos tienen título de tal, pero ni una mínima parte
de su sabiduría). [R.L.]

20
MINUCIAS TANGUERAS

Otro caminito riojano


Los conocedores saben que Gabino Coria Peñaloza, mendocino
de nacimiento pero riojano por haber adoptado Chilecito como
residencia, no pensó en Caminito de la Boca, cuando escribió los versos
del tango homónimo, sino en una senda del pueblo de Olta. Pues bien,
Arturo Marasso, poeta y académico y también de Chilecito, escribió
estos bellos versos de su “Arbolado camino.”
Hoy tornas a mis sueños, arbolado camino
que rápidas salpican las aguas rumorosas;
y en el azul los muros del ruinoso molino
que, alegres, invadieron las campesinas rosas.
No sé por qué la dicha del antaño despierta,
cuando me das tu mano, suave melancolía,
y me encuentro como una vieja casa desierta
donde hubo sol y pájaros, amores y alegría.
El poema no solo es breve sino que tiene un gran poder de
síntesis, pues la música de la naturaleza, la casa vieja, las cosas que se
piantan… en fin, grandes temas de la lírica popular universal. [R.L.]

Con el Ponja Malevo… y un vaso de vino


Pepe Kokubu, el Ponja Malevo, tiene la bondad de acompañarme
en las páginas de este Cuadernillo. Quiero hoy darme un gustazo y
recordar las muchas veces que me encontré con él en la pizzería El
Cuartito, en Talcahuano a pasitos de Paraguay.

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El último encuentro fue allá por noviembre de este tortuoso 2018.
Mi amigo el cantor tomaba vino blanco; por mi parte, puesto que soy
muy dulce, pedí un moscato.

La foto la tomó una señora que estaba en la cola para las mesas.
Le agradecí y le pregunté su nombre. Como se llamaba Lucía y Pepe es
sinónimo de tango, le improvisé en mi anotador la siguiente copla:
No en vano te llamabas
solamente Lucía:
la luz fugaz de la foto
nos dio un pedazo de vida.
Ves, amigo lector, que como poeta dejo mucho que desear. Pero
la señora Lucía fue muy buena fotógrafa. Nosotros, como buenos
discípulos de Horacio y de Manuel José Castilla, brindamos y bebemos,
pues la vida es corta (Pepe, como buen oriental, tiene por delante unos
cincuenta años de vida). En cambio el cajero, en un segundo plano, ve lo
material del vil metal (me salieron dos versitos más).
Radulfus

Daniel Antoniotti en Santos Lugares


Debo confesar, amigo lector, que mi título tiene una lejanísima
relación con la verdad. En efecto Daniel Antoniotti, quien se aviene a
acompañarme en esta Redacción, está en este final de enero de 2019 en
los verdaderos Loca Sancta. Quiero decir, en las tierras bíblicas (en
términos políticos actuales, Israel y Jordania).

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Con su telephonium mobile me envía varias fotos. Una de ellas,
el Muro de los Lamentos. Mis descaminadas reflexiones me llevan a
pensar que es un lugar muy apto para un tanguero. Por cierto, en una
visión estereotipada el tango es esencialmente llorón. Por otra parte, Mi
noche triste empieza: “Percanta que me amuraste.” En fin, nuestro
querido amigo lleva, con su presencia, el tango a las tierras de la Sacra
Biblia. Quizás en alguna vieja casa de esos sitios haya algún calefón.
R.L.

El último tango en Florencia


Cosa curiosa fue hallar a Daniel Bonetta por las calles de Firenze
(desde “hallar” me salieron sin querer dos octosílabos). No fue casual tal
hallazgo, pues tanto Daniel como yo hemos visitado en Pavia la tumba
de San Agustín, quien no hablaba de suerte sino de Divina Providencia.
Tales filosofías están de más aquí… quizá tengan cabida, pues tanto
Pavia como Firenze son urbes escolásticas.

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Pero en el caso de la Piazza della Repubblica, en la gran capital
del Humanismo, coincidimos porque nos atrajo el llamado de lo atávico.
Luego comentamos recíprocamente que nos había sorprendido escuchar
música “nuestra.” En efecto un gitano granadino cantaba, al embrujo de
su guitarra, Por una cabeza, ante la atenta mirada de algunos
circunstantes.

Naturalmente nos saludamos llenos de alegría por tan inopinado


encuentro, pero dejamos las palabras para después, pues cometí el
desatino de acompañar con mi voz latina (no por el latín, sino porque
parece de lata), para alimentar (digámoslo a la griega) mi nostalgia.
La interpretación gitana de un tango tan famoso nos resultó
curiosa pero interesante. Pero no del todo novedosa, pues en una película
de Argentina Sono Film Manolo Escobar dedicaba a Marita Ballesteros,
si no me equivoco de actriz, una versión “andaluza” de Caminito. Quiere
decir que Manuel Serrao –tal el nombre de nuestro gitanillo– no era el
primero. Pusimos, desde ya, unos duros en la lata del artista popular.
Como surgiendo de las sombras, vino a mi lado montada en una
birota (bicicleta en latín: siempre me hago el que sé algo) una muy fina
señora, la cual me preguntó de dónde era y cuál era la canción que yo
intentaba cantar de modo tan imperfecto, pues ella la conocía pero no
sabía el nombre. Respondí y expliqué –siempre me hago el sabelotodo:
pide a Dios perdón, caro amigo, por mi insoportable arrogancia– que lo
de la cabeza era por los burros, de ganar ahí nomás, por muy poco o casi
nada. Paralelamente una voz en español me dijo: “¿Usted es profesor?”
El autor de tal inquisición fue un joven estadounidense llamado Tito
Solís, natural de Nuevo México, muy interesado en sus orígenes
mexicanos. Ni corto ni perezoso deposité otra pesetilla en la lata de
Manuel Serrao y le pedí que tocara algo de la tierra de Jorge Negrete.

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Mi pedido devino delirium tremens, cuando su mágica guitarra
nos hizo escuchar los aires celebérrimos del Flaco de Oro. No pude
resistirme a cantar –peor que nunca, tal vez– “Acuérdate de Acapulco, /
de esos amores, / María Bonita, María del alma.” Daniel Bonetta, sin
abandonarme del todo, con buen criterio se retiró unos pasos, para evitar
algo de semejante oprobio.
Pero a mi pesar me fui transformando en una suerte de Luna. La
Luna ya se sabe que es voluble y que acompaña a los enamorados (cierto
vate dijo que suele pasearse machada entre los montes). Pero no solo por
eso me identifiqué esa noche con ella sino también porque, al lado del
Sol, Serrao, yo era una especie de satelles, con mis malhadados cantos y
conversaciones. A la señora itálica, Maria Grazia, y al muchacho de
Nuevo México, se sumaron Giorgio, florentino que hablaba perfecto
español, y una aristocrática dama japonesa, cuyo nombre era imperial.
En efecto Michiko, atraída por lo pintoresco de la situación, se acercó.
La saludé con inclinación de cabeza pero le pedí besar su mano. Accedió
con una sonrisa y en unos cinco minutos le conté en inglés que conocía
su patria, que mi ciudad preferida era Kurashiki, la Venecia del Japón,
que había escuchado a Ranko Fujisawa y no sé cuántas sandeces más.
Me pidió la Señora Michiko que le dijera a Maria Grazia que era muy
elegante y bella; accedí con gusto.
En fin, como ves, carísimo lector, sin necesidad de vino me iba
poniendo cada vez más paciente del Dr. Rascovski. Ello fue notado
prudentemente por Daniel, quien se me acercó y me dijo en impecable
porteño: “Rolo, ¿para cuándo, joven? Teníamos que tomar un feca.
¿Quién te crees que sos vos, Chicote López?” Obedecí a tan sabias
palabras. Saludé a mis ocasionales gomías y al propio Serrao, quien
hasta me dedicó la ejecución del tema tan internacional: “¿Dónde estás,
corazón? / No oigo tu palpitar.”
“¡Qué noche, Rolo!”, parafraseando a alguien, pues había
contribuido a la amistad inter gentes mediante el gotán y las bellas
canciones hispanas: ¡nada menos que en Florencia, donde difícilmente
pueda volver!
Radulfus

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