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REFLEXIÓN EPISTEMÓLÓGICA DE LA ARQUITECTURA

Javier López Terrazas

¿QUÉ ES ARQUITECTURA?

Etimológicamente, la palabra arquitectura procede de la conjunción de dos vocablos griegos: arch o arjé, que
significa el principal, el que manda, el principio, el primero; y tekton, construir, edificar. El arquitecto es, por tanto, el
primero de entre aquellos que realizan la tarea de construir. Por un lado, es el que define las bases, los principios (teoría
y diseño); y, por otro lado, es el que dirige, el que manda en la actividad constructiva (arquitectónica y urbana). La
arquitectura, como actividad, como oficio, es el conocimiento y la práctica que permite llevar a término estas funciones:
determinar aquello que es básico para construir un edificio y también tener la responsabilidad de llevar a término algo
determinado (Sola-Morales y otros, 2000).

Complementando a esta definición etimológica, William Morris en Prospects of Architecture in Civilization (1881),
considera que el concepto de “arquitectura” reside en la unión y colaboración de todas las artes. Para él, “es una
concepción amplia porque abraza todo el ambiente de la vida humana”. Y, Louis Sullivan en Kindergarten chats (1901-
1902), dice: “Cada edificio que ves es la imagen de un hombre a quien no ves [...]. Si queremos saber por qué ciertas
cosas son como son en nuestra arquitectura, debemos mirar a la gente; porque nuestros edificios son como una enorme
pantalla tras la que está nuestro pueblo [...]. Así, bajo esta luz, el estudio crítico de la arquitectura no es simplemente
el estudio directo de un arte sino que se convierte en un estudio de las condiciones sociales que la produjeron”.

Sin embargo e históricamente desde Vitrubio (siglo I a.C.) y Battista Alberti (siglo XV), la arquitectura ha sido
considerada casi estrictamente una de las siete Bellas Artes, por lo que, hoy es todavía vista como “arte”, aunque
también y por su relación con la construcción, es considerada como “técnica”. Se entiende que a través de la
arquitectura se organiza el espacio dando a éste un nuevo valor, se trata de otorgarle forma, utilidad y belleza al
ambiente físico, para poder cubrir y satisfacer necesidades que experimentan los seres humanos.

ARQUITECTURA Y FILOSOFÍA

Arquitectura es un término que fue, al parecer, empleado por vez primera por Demócrito en el siglo V a.C.,
pero, fueron Platón (427-347 a.C.) y Aristóteles (384-322 a.C.) que solían utilizarlo frecuentemente a través de los
conceptos: el primero, de la “estética” y; el segundo, desde la “política”.

Platón es considerado como el fundador de la “estética o belleza”. Algunos de los planteamientos modernos sobre las
dimensiones ética, social y política del arte tienen su fundamento en los principios platónicos sobre la belleza y, más
concretamente, en el concepto de “armonía”. Esta noción, fecunda en el pensamiento presocrático, consagrada por
Pitágoras, y núcleo de la teoría medieval de la ornamentación, la constituyó Platón en principio universal de valor
absoluto y trascendente, ha tenido una aplicación muy directa en la creación y en la crítica a lo largo de toda la tradición
occidental y, aún hoy día, sigue influyendo en muchos juicios valorativos. Según el filósofo, la belleza se identifica
con la bondad y con el bien, y la armonía es una ley ontológica que abarca la praxis humana en todos sus aspectos.

Según Platón la “arquitectura no es una apariencia de las cosas, sino es la cosa misma”. Esto es consecuencia de su
teoría de la imitación, según la cual todas las artes son imitativas, salvo la arquitectura. Postula que la arquitectura
procede con gran exactitud y precisión técnica, que constituye un arte pedagógico, y que este arte pertenece a las artes
de la vista. A través de esta disciplina, los arquitectos expresan los preceptos estéticos y técnicos a los cuales quieren
llegar en su construcción. Se entiende que dentro el contexto de la arquitectura debe existir una relación equilibrada
entre la necesidad propia del ser humano de un espacio funcional, la superficie necesaria para hacerlo (terreno) y la
técnica empleada para poder obtener el mejor resultado tanto estético como económico, además, tener en cuenta las
reglas y normas necesarias para una buena construcción y las tradiciones en las cuales se basa.

Aristóteles, quien después de haber proclamado que ciertas artes están subordinadas a otras de acuerdo con la relación
de medios afines, en la Política, dice que el arte o la ciencia por excelencia es el arte política. La política, para él, es
una ciencia cuya finalidad es instaurar y regular el orden comunitario (ciudad). Regulaba las acciones humanas de
modo que no turbaran dicho orden. Esta ciencia podía recurrir a otras ciencias subalternas, la retórica, por ejemplo,

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necesaria para comunicar adecuadamente las reglas de convivencia, tal como destaca Aristóteles, tanto en la Ética a
Nicómaco como en la Política, dos textos esenciales para entender la concepción de la vida urbana. Asimismo,
Aristóteles consideraba que la arquitectura era el arte de encaje que establece una relación necesaria entre una acción
y su consecuencia, un beneficio colectivo. La arquitectura construye o trama las reglas que regulan la vida en común.

La arquitectura aparece así, no como un medio para generar formas sino para desvelarlas. Del mismo modo que Miguel
Ángel, dos mil años más tarde, sostendrá que el trabajo del escultor consiste en desenterrar formas o seres encerrados
en la materia hasta liberarlos y descubrirlos, Aristóteles propone que la arquitectura es el arte de mostrar lo que se
encuentra en el espacio. Espacios habitables, lugares que el arquitecto acaba por conformar. Las casas no se idean y se
construyen fuera de un lugar. No se conciben en abstracto y se emplazan a continuación, sino que, las casas son la
forma habitable que un lugar ya posee. El arquitecto solo acaba por conformar lo que el lugar ya ofrece: un espacio
donde asentarse y vivir individual o comunitariamente. Así, las casas se construyen con los materiales del lugar, las
piedras, la arcilla, la madera propia de un espacio. La arquitectura consiste en una reorganización de los elementos no
físicos y una reordenación de los materiales físicos propios de un sitio, de modo que, la casa, el hábitat que quizá aún
no se perciba, sea la protección y la acogida inherentes a un lugar y se hagan patentes. La arquitectura da una forma
visible y definitiva a lo que el espacio en todas sus dimensiones encierra. Ayuda a que el espacio se ponga al servicio
de las personas y la sociedad, y que éste reconozca que aquel lugar que la arquitectura designa y conforma sea el lugar
apropiado para él, sea su casa.

La arquitectura era, así, el arte de componer y articular diversas ciencias, artes o métodos, poniéndolos al servicio de
una ciencia superior, con la finalidad de obtener un fin: la instauración y la defensa de unas normas justas en una
comunidad urbana. “[Aristóteles] usa el término, al decir que el bien parece pertenecer al arte principal y
verdaderamente maestro o arquitectónico. El mismo término es usado [posteriormente] al indicar que conviene que
haya un saber organizador o arquitectónico, tanto del saber práctico como del filosófico y, al señalar que, en lo que
toca a la ciudad, la legislación desempeña un papel directivo. Relacionado con estos conceptos, finalmente habla del
filósofo de la ciencia política como arquitecto del fin, por el cual, una cosa es llamada buena o mala de modo absoluto
y no sólo relativo” (Ferrater, 1990).

En síntesis, cuando Aristóteles puso un ejemplo de teoría y práctica, citó al arch-tekton, la “arquitectónica” que era
definida como un arte de sistemas, idóneo para la organización racional de las ramas del saber en su integridad. Según
el filósofo, la arquitectura es: a) un arte al cual están subordinadas otras artes; b) un saber organizado (conocimiento
científico); c) un saber vinculado a la ciudad en cuanto es capaz de desempeñar un papel directivo de acción y; d) una
identificación entre filosofía y espacio. Para él, la “arquitectura” y la “política” eran dos aspectos de un mismo
problema que involucraba a la totalidad de la ciudad. Por este motivo, la arquitectura no tenía que ver tanto con una
“casa” sino como parte de un conjunto urbano; no solamente con la construcción (edificio o vivienda) sino como parte
del conjunto de los bienes que el legislador ha de procurar para la ciudad (y por extensión, para cada individuo). Se
trata, pues, de una visión abarcadora que incluye en la arquitectura todo aquello que facilite la convivencia, la vida
citadina como forma de su existencia (Derrida, 1986).

Aristóteles considera también a la “arquitectónica” por su relación entre “estética” y “ética”, dialogando de la esencia
del arte en la Ética a Nicomaco, dice: "Como existe un arte y tomemos por ejemplo el arte especial de la arquitectura,
y que este arte es resultado de una facultad de producción, de un cierto genero esclarecedor por la razón. El arte es
pues cierta facultad de producción dirigida por la razón verdadera". Habla también del orden, de la simetría y de la
determinación en su libro de Metafísica, y dice en su Poética que "lo bello consiste en el orden y en la grandeza".

En esta última consideración de Aristóteles, Plotino (203-270 d.C.), filósofo griego neoplatónico, identifica lo bello
con el bien y con el ser, y juzga que la belleza inmaterial o no física posee superioridad sobre la material. Considera
que la belleza reside en la unidad de la forma que impone la armonía a la variedad de los elementos, y que la variedad
armoniosa constituye el orden. Además, concibe que los objetos son bellos por su analogía con las cualidades del alma.
Plotino se pregunta cómo lo que es corporal puede tener relación con el alma y cómo puede el arquitecto juzgar bello
un edificio comparándolo con la idea que tiene de el: "Esto no es porque el objeto exterior, abstracción hecha de las
piedras, no sea otra cosa que la forma interior, dividida sin duda en la extensión de la materia, pero siempre una,
manifestándose múltiple". De este modo, confirma la estética de contenido, debido a que la "forma interior" es la idea
arquitectónica, de la cual el exterior no es más que la expresión sensible. "Lo bello no reposa en la materia sino en la
idea según la cual está formada". Propone también una división especial relativa a la estética de la arquitectura en la

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cual establece seis categorías: la ordenación, la disposición, la euritmia, la simetría, el decoro y la distribución. Con
estas categorías representa toda su estética.

Posteriormente y en la línea de los filósofos griegos, una de las tesis fuertes en la “estética” de Immanuel Kant (1724-
1804), filósofo prusiano, es la afirmación de que la belleza o lo bello constituye un símbolo de la moralidad. Kant
piensa en la exposición simbólica para concebir la belleza (como símbolo moral). Ahora bien, cuando después de este
esbozo general de lo que es un símbolo, Kant afirma que lo bello es el símbolo del bien moral; y que sólo bajo esta
consideración —una relación que le es natural a todo el mundo y que también se exige de todos los demás como
deber— gusta con una pretensión a la adhesión de todos los demás, donde el ánimo se hace al mismo tiempo consciente
de un cierto ennoblecimiento y elevación sobre la mera receptividad de un placer por medio de las impresiones de los
sentidos, y también aprecia el valor de otros según una máxima similar de su facultad de juzga. Kant afirma que la
belleza es subjetiva, propia del observador. En sí, la belleza no está basada en características que determinen que algo
sea bello, no busca proporcionar un placer forzado, sino que, es libre de expresar su esencia sin ningún interés, logrando
así crear en el espectador una satisfacción verdadera.

Asimismo, Ludwig Wittgenstein (1889-1951), filósofo austriaco, aduce que “ética y estética son lo mismo”, o
literalmente “son uno”. Lo dice en el contexto en que afirma que “la ética es trascendental”. Y esa trascendentalidad
de la ética (y de la estética, por tanto), que también se enuncia de la lógica, remite a un “sujeto” que, sin embargo, no
está más allá de los límites del mundo, sino que se determina como “un límite del mundo”. Lo trascendental es, por
tanto, el límite (y el sujeto como “sujeto” de ese límite o “sujetado” ha dicho límite).

Paul Valery (1871-1945), escritor y filósofo francés, en Eupalinos o el arquitecto (1924), con su frondosa imaginación,
resucita a Sócrates y Fedro, recrea un diálogo para hablar de Eupalinos, quien consideraba el arte de construir tan
valioso como la música y la arquitectura. Fedro, le comenta a Sócrates que Eupalinos solía decir que “cuánto más
medita sobre su arte, más lo ejerzo; más pienso y actúo, no sufro y me regocijo como arquitecto; y me siento más yo
mismo, con una voluptuosidad y un análisis cada vez más ciertos”. Un párrafo de este diálogo dice lo siguiente:

Dime —dice Fedro a Sócrates— ya que eres tan sensible a los efectos de la arquitectura, ¿no has observado al
pasearte por esta ciudad que entre los edificios que la constituyen algunos son mudos y otros hablan? Y en fin, otros,
los más raros, cantan. No es su destino, ni siquiera su forma general lo que los anima o lo que los reduce al silencio.
Obedece al talento de su constructor o bien a favor de las Musas. Ahora que me lo haces notar lo comprendo –
agrega Sócrates–. Los edificios –prosigue Fedro– que no hablan ni cantan no merecen sino desdén, son cosa muerta,
jerárquicamente son inferiores a esos montones de piedras que vuelcan los carros de los contratistas y que, al menos
divierten al ojo sagaz, por el orden accidental que adquieren al caer. En cuanto a los monumentos que solamente
hablan, si hablan con claridad, los estimo. Aquí, dicen, se reúnen los mercaderes. Aquí deliberan los jueces. Aquí
gimen los cautivos... Esos pórticos de mercaderes, esos tribunales y esas cárceles, hablan con el lenguaje más claro
cuando sus constructores los han realizado con la habilidad necesaria.

La perspectiva anterior coincide con la posición del arquitecto vienés Adolf Loos (1870-1933), reconocido por su
profunda reacción frente al desbarajuste decorativo de la arquitectura de su tiempo, a lo cual, propone buscar lo
“esencial de la arquitectura”. En concreto, para Loos, “la arquitectura sólo se produce cuando es capaz de despertar
estados anímicos, experiencias precisas del espíritu. En el momento en que ponemos en relación lo que la obra
arquitectónica expresa ―pequeña o grande, doméstica o monumental― con los valores que soporta nuestra conducta,
entonces estamos frente a un hecho realmente arquitectónico”.

En contraste a esta línea histórica de pensamiento, la arquitectura es también considerada como una técnica. Marco
Vitrubio Polión, arquitecto, escritor, ingeniero y tratadista romano del siglo I a.C., en su obra “Sobre la arquitectura”,
dividido en diez libros, estableció que “la arquitectura es una ciencia adornada de otras muchas disciplinas y
conocimientos. Es práctica y teórica. La práctica es una continua y expedita frecuentación del uso, ejecutada con las
manos, sobre la materia correspondiente a lo que se desea formar. La teórica es la que sabe explicar y demostrar con
la sutileza y leyes de la proporción, las obras ejecutadas”. Dice: “[El arquitecto] será instruido en las Buenas Letras,
diestro en el Dibujo, hábil en la Geometría, inteligente en la Óptica, instruido en la Aritmética, versado en la Historia,
Filósofo, Médico, Jurisconsulto y Astrólogo”. Los edificios deben construirse con atención a la “firmeza, comodidad
y hermosura” (del Libro I, capítulo I).

La concepción vitruviana de la arquitectura reaparece en el siglo XV en la obra de León Battista Alberti (1404-1472),
autor de “Los diez libros de arquitectura” (1452), primer tratado sobre arquitectura del renacimiento. Alberti elabora

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una teoría de la concepción arquitectónica y urbana en la tradición aristotélica, para él, la concepción no se basa en un
modelo previo, sino, por el contrario, en una serie de reglas y principios que constituyen una especie de lenguaje a
partir del cual se generan los espacios construidos. Según Alberti, los tres principios básicos, que son indisociables y
además están jerarquizados, son: “necesidad “,”comodidad”, y, la más importante “belleza”. Los sucesores de Alberti
privilegiaron el placer visual frente al equilibrio entre necesidad, comodidad y belleza; el espacio construido deja así
de adaptarse a las necesidades y deseos cambiantes de la sociedad y los tres principios generativos se convierten en un
sistema de reglas rígidas.

A finales del siglo XX, Jaques Derrida (1930-2004), filósofo postmoderno francés, estableció que el problema de la
arquitectura en las últimas décadas del siglo XX, es una evidente separación entre “teoría y práctica”, entre
“pensamiento y arquitectura”. Dice Derrida, “en el momento en que se diferencia entre theoría y praxis, la arquitectura
comenzó a percibirse solamente como una simple técnica apartada del pensamiento”.

“Consideremos el problema del pensamiento arquitectónico. Con ello no pretendo plantear la arquitectura como una
técnica extraña al pensamiento y apta quizá, entonces, para representarlo en el espacio, para constituir casi su
materialización, sino que intento exponer el problema arquitectónico como una posibilidad del pensamiento mismo.
Ya que aludo a una separación entre teoría y práctica podemos comenzar preguntándonos cuándo comenzó esta
división del trabajo”. Jacques Derrida tuvo el acierto de recuperar el sentido griego de la palabra.

Diversos pensadores contemporáneos sostienen que la separación llevada a cabo por el modernismo entre lo estético
y lo social, lo político y lo moral es insatisfactoria e incluso irresponsable. La tradición griega de unión de lo ético y
lo estético tematizada en ese concepto tan difícil de manejar en el discurso contemporáneo, ha permanecido actuante
hasta la actualidad.

Para terminar, en la primera década del siglo XXI ha cobrado interés en el ámbito académico de la arquitectura el
contenido del libro Qué es la filosofía de Gilles Deleuze y Félix Guattari (2001), radica en la identificación que hacen
los autores de la filosofía como fabricación de conceptos. En el campo de la arquitectura y la ciudad, los arquitectos y
pensadores del ramo se han dado cuenta de la necesidad de inventar nuevas palabras, nuevos conceptos, que posibiliten
interpretar las nuevas realidades —que ya no pueden ser descritas con las viejas palabras—, que puedan ser usadas
como nuevas herramientas, que den lugar a nuevos acontecimientos, nuevas relaciones entre los objetos y las personas.
Es necesario la interpretación de las nuevas realidades y herramientas para la acción en un nuevo contexto, establecer
un acontecimiento nuevo de las cosas y los seres, según el momento, ocasión y circunstancias.

Deleuze y Guatari plantean a los filósofos (o los arquitectos) la creación de nuevos conceptos —en los que se aúnan
nuevos problemas y nuevas soluciones— como la tarea principal de la filosofía. La hipótesis que plantea el estudio de
este texto en el contexto de la arquitectura es de la posibilidad y utilidad de plantear un paralelismo o analogía entre la
definición de concepto y los mecanismos de su fabricación o creación, en filosofía y en arquitectura. Así, se hablaría
de arquitectura y conceptos arquitectónicos, en lugar de filosofía y conceptos.

En palabras de Friedrich Nietzsche (1844-1900) citado por Deleuze y Guattari, “los filósofos —o los arquitectos— ya
no deben darse por satisfechos con aceptar los conceptos que se les dan para limitarse a limpiarlos y sacarles lustre,
sino que, tienen que empezar por fabricarlos, crearlos, replantearlos y convencer a los hombres de que recurran a ellos”.
“Hasta ahora, cada cual confiaba en los conceptos como en una dote milagrosa procedente de algún mundo igual de
milagroso, pero hay que sustituir la confianza por la desconfianza, y de los que más tiene que desconfiar el filósofo [o
el arquitecto] es de los conceptos mientras no los haya creado él mismo”.

A MANERA DE CONCLUSIONES

La concepción original de la filosofía con respecto a la obra arquitectónica o el ejercicio del arquitecto planteado
desde Platón, Aristóteles y Plotino hasta Kant, Wittgenstein, Válery, Derrida, Deleuze y Guatari, entre otros, implica
una relación intrínseca de la arquitectura con la ética, la política y la moral. Es necesario que la enseñanza de la
arquitectura o la educación del arquitecto formen arquitectos comprometidos con la realidad socio-cultural, pues, el
espacio arquitectónico es una construcción social.

Entonces, en el ámbito académico es ineludible volver al origen en la concepción de la arquitectura o del arquitecto,
antes fuertemente ligado al pensamiento y la política, con un sustento filosófico y teórico. Hoy, incluso dentro las

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universidades, la disciplina se ha vuelto solamente una técnica que reproduce conocimiento y tecnología, no así, como
una disciplina que busca la verdad creando y produciendo conceptos arquitectónicos dentro un contexto socio-cultural.

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

ARISTÓTELES (2015). Política. Alianza Editorial


DERRIDA, Jacques (1986). “La metáfora arquitectónica”. Entrevista de Eva Meyer en febrero de 1986, Domus, 671,
abril 1986. En DERRIDA, J., No escribo sin luz artificial. Valladolid: Cuatro Ediciones, (1999)
FERRATER, José (1990). Diccionario de filosofía. Tomo I. Madrid: Editorial Alianza
KANT, Emmanuel (1991). Crítica de la facultad de juzgar. Traducción de Pablo Oyarzún. Caracas: Editorial Monte
Ávila
KANT, Immanuel (2007). Crítica del juicio. Traducción de Manuel García Morente. Barcelona: Editorial Tecnos
PLATÓN (1977). Fedro, o de la belleza. Traducción María Araujo. En Obras completas. Madrid: Editorial Aguilar
PLOTINUS (1991). Du Beau: Ennéades. Traducción Paul Mathias. Paris: Presses Pocket
PLOTINO (1998). Enéadas: Libros V y VI. Madrid: Editorial Gredos
RUIZ DE LA PRESA, Javier (2002). “El problema filosófico de la arquitectura contemporánea”. México: UNAM
SOLÀ-MORALES, Ingasi; LLORENTE, Marta; MONTANER, Josep; RAMÓN, Antoni y OLIVERAS, Jordi (2000).
Introducción a la arquitectura. Conceptos fundamentales. Barcelona: Edicions UPC ARQUITEXT
VALERY, Paul (1924). Eupalinos ou l’architecte (Eupalinos o el arquitecto). Paris: Editorial Gallimard
WITTGENSTEIN, Ludwig (2000). Tractatus Logico-Philosophicus. Traducción J. Muñoz e I. Reguera. Madrid:
Editorial Alianza

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