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BIB 2003\837

Comentario breve de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la Ley de


Partidos Políticos (STC 48/2003, de 12 de marzo [RTC 2003, 48])

Autores:
Tomás González Cueto. Abogado del Estado ante el TS

Publicación:
Repertorio Aranzadi del Tribunal Constitucional núm. 9/2003
Parte Estudio pág. 25
Editorial Aranzadi, SA, Pamplona. 2003
Lengua de publicación: Español

Texto:

I. Introducción

Existen sentencias del Tribunal Constitucional que resultan extraordinariamente difíciles de comentar. En alguna
ocasión tal dificultad se debe a razones meramente físicas o de longitud de su texto. En nuestro caso podríamos
pensar que el comentario de una resolución de más de noventa folios puede ser una insensatez, salvo que se le
dedique una extensión más propia de un libro que de un artículo como el presente.

En otros casos, como también ocurre éste, las complicaciones se refieren a razones de carácter más profundo. Son
casi filosóficas. Nos encontramos ante una Ley -la Ley Orgánica 6/2002, de 27 de junio ( RCL 2002\1614) , de
Partidos Políticos, LOPP- cuyo objetivo (que no objeto), más o menos directo, más o menos declarado, es expulsar
del mundo jurídico, del ámbito e instituciones políticas y de la vida social a un partido político (o a varios partidos que
en realidad eran uno solo). Ahora bien, no creo que nadie deba escandalizarse por esto. El hecho de que las leyes
vengan simplemente a dar cobertura jurídica a decisiones estrictamente políticas, constituyendo el ropaje formal que
viste una realidad desnuda, no es extraño. Más bien al contrario, se trata de algo frecuente, con independencia de la
opinión que nos merezca.

Es cierto, sin embargo, que la LOPP también pretende, junto a lo anterior, actualizar el desarrollo constitucional de la
regulación de los partidos políticos en España.

Por la importancia intrínseca del texto y la relevancia política de su entorno -o sus diferentes entornos- parece que la
sentencia del TC debería comentarse por sí sola. Tal vez sería más conveniente dejarla estar, sin criticarla ni glosar
sus argumentos. Permitir que pase el tiempo y observarla después con cierta distancia para valorar si los dos
objetivos de la Ley se han cumplido, si sus efectos permanecen en el tiempo y si han resultado positivos para
nuestra sociedad. Si así ocurre, la sentencia -y la LOPP-, sea buena o mala, será buena en cualquier caso.

Pues bien, como se ha apuntado, la STC 48/2003 ( RTC 2003\48) es difícil de comentar, pero eso no obsta para
que, aun a riesgo de errar, la tentación sea tan fuerte que resulte imposible dejar de escribir algo sobre ella. Tal vez
no sobre toda ella, sino más bien respecto de alguno de sus muchos aspectos esenciales. Y, desde luego, sólo
sobre ella, pues no se trata aquí de analizar la sentencia del Tribunal Supremo (Sala Especial del art. 61 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial [ RCL 1985\1578, 2635] ) de 27 de marzo de 2003 ( RJ 2003\3072) que, poniendo la Ley
en práctica, decidió que determinados partidos políticos eran ilegales, acordando su disolución.

II. Premisas de la Ley y, por ende, de la sentencia

La LOPP ( RCL 2002\1614) existe esencialmente para permitir que determinados partidos puedan ser disueltos por
una decisión judicial de carácter no penal cuando incurran en alguna de las causas de ilegalización y disolución
previstas en la propia Ley.

Conviene constatar que habían existido dos intentos previos, ya hace años, de impedir el nacimiento o de disolver
judicialmente un partido político en España. Se intentó tanto en la vía judicial penal como en la vía judicial civil ( STS,
Sala 1ª, de 31 de mayo de 1986 [ RJ 1986\2921] ). No se consiguió.

Si nos situamos en el momento anterior a la LOPP y partimos de que el objetivo de ilegalizar se había fijado ya de
alguna manera, debemos analizar las posibles alternativas que se ofrecían para ello. Tal vez se trate de «política
ficción» y de «Derecho ficción», pero puede resultar interesante e ilustrativo especular sobre qué elementos
pudieron tener en cuenta quienes tenían la capacidad de decidir lo que habría de hacerse a partir de ese momento.

Estoy seguro además de que quienes tenían esa capacidad de decidir prefieren formar su voluntad sobre bases
claras, por lo que es preciso descartar ambigüedades en los planteamientos y tecnicismos excesivos (jurídicos o de
otra índole) en el desarrollo de la tesis. Esto significa, en consecuencia: ideas «claras», alternativas diferenciadas
«claras», una opción preferente «clara» y lenguaje «claro». Y así podríamos reproducir el guión previo a la redacción
de la Ley, ante la pregunta de cómo conseguir la ilegalización.
En primer lugar se planteaban dos alternativas iniciales, esto es, ilegalizar «sin» o «con» modificación legislativa. La
primera presentaba, a su vez, dos opciones, como son la vía penal y la civil.

El Código Penal ( RCL 1995\3170 y RCL 1996, 777) se refiere a las «asociaciones ilícitas» en sus arts. 515 a 520.
Entre las mismas se encuentran las organizaciones o grupos terroristas, así como los que promuevan la
discriminación, el odio o la violencia contra personas, grupos o asociaciones por razón de su ideología, creencias,
pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, entre otras circunstancias.

En estos casos, además de las penas impuestas a los presidentes y miembros activos, se acordará la disolución de
la asociación ilícita.

Al tratarse de una norma de Derecho Penal aparece con enorme intensidad el problema de la prueba de los hechos
que determinan su aplicación, así como la dificultad en la imputación al partido político de actividades estrictamente
delictivas.

Por su parte -y en lo que a la vía civil se refiere-, el art. 22 CE ( RCL 1978\2836) prevé, en su apartado 4º, que «las
asociaciones sólo podrán ser disueltas o suspendidas en sus actividades en virtud de resolución judicial motivada».

Como ha señalado el TC, los partidos políticos son asociaciones, ahora bien de un tipo especial cualificado por su
relevancia constitucional (arts. 6 y 22 CE).

La Ley 54/1978, de 4 de diciembre ( RCL 1978\2656) , de Partidos Políticos preveía su disolución «cuando su
organización o actividades sean contrarios a los principios democráticos» (art. 5). Aun cuando se tratara de una Ley
preconstitucional, no cabe duda de que el precepto resulta conforme con la Constitución.

Sin embargo, esa afirmación tan genérica se había venido revelando como insuficiente para permitir que el Estado
pudiera reaccionar ante la existencia de partidos políticos que atentan contra el orden constitucional y los derechos
fundamentales y libertades públicas recogidos en la propia Constitución.

No podemos olvidar que el propio Tribunal Constitucional -STC 3/1981, de 2 de febrero ( RTC 1981\3) - ya afirmó
que la disolución constituye el medio con que cuenta el Estado para su defensa en el caso de que sea atacado por
medio de un partido que por el contenido de sus estatutos o por su actividad al margen de éstos atente contra su
seguridad.

Para facilitar la labor del poder del Estado, al que corresponde decidir sobre la disolución (podríamos hablar de
«inconstitucionalidad») de un partido político, conviene precisar de la forma más exhaustiva posible cuáles son los
objetivos, actividades o conductas que pueden y deben determinar su disolución.

Es imprescindible tener en cuenta que la especial protección de que gozan en nuestro sistema jurídico los partidos
políticos se debe a que son instrumento fundamental para la participación política y, en este sentido, esencia y pieza
clave del propio sistema. Cuando su actividad real se aleja de la delimitada en el art. 6 CE, el Estado (todos sus
Poderes) debe ser capaz de reaccionar con rapidez y eficacia.

Interpretando conjuntamente el art. 6 CE y el art. 5 de la vieja Ley de Partidos, cabría afirmar que los objetivos o
fines últimos -explicitados o no- pueden situarse más allá o al margen de la Constitución, pero los medios (actividad)
para conseguirlos siempre han de ser conformes al marco constitucional.

¿Cómo podría concretarse esta circunstancia en el supuesto que preocupaba a la sociedad española? Parece claro
que en algunos casos se han utilizado medios tipificados como delito o que, al menos, son contrarios a los principios
democráticos y al marco constitucional. Algunos aspectos relevantes de la actividad política de algún partido -tal y
como resultan, además, apreciados por la sociedad como consustanciales a dicho partido- son verdaderos delitos.
Además, reiteradamente dirigentes o candidatos (o electos en sus listas) han resultado detenidos (juzgados o
condenados) por la comisión de esos delitos que el partido justifica.

Además, esos dirigentes (o candidatos o electos) podían ser miembros, a su vez, de otras organizaciones (formal o
jurídicamente existentes o no) que son consideradas «terroristas», por lo que ellos mismos compartían tal concepto.

E incluso, aun sin realizar actividades tipificadas penalmente, lo cierto es que se situaban fuera del marco
constitucional, al margen de los principios democráticos que deben presidir la actuación de todos los partidos
políticos.

Todo ello debería ser suficiente para disolver el partido. En vía civil la prueba no debería ser tan exigente como en
materia penal. Ahora bien, ha de decidirlo un Juez. ¿Cuál sería el competente? Como quiera que el partido político
es una asociación privada que ejerce funciones de relevancia pública, correspondería al orden jurisdiccional civil
tratar esta cuestión. Y más concretamente al Juez de primera instancia del domicilio del demandado (es decir, del
domicilio del partido político). Esto significa situar a ese Juez, titular de un órgano unipersonal, en una situación
insostenible.

Por otra parte, el entorno de la organización ha demostrado gran capacidad de adaptación, lo que da lugar a la
creación de partidos, asociaciones u organizaciones nuevas que sustituyen a otras ya «quemadas» (ilegalizadas o
suspendidas en vía penal, o próximas a ello). Estas nuevas entidades podrían encontrarse insertas en una legalidad
formal, pero irreal. ¿Cómo evitar esto sin partir de cero en cada caso?
El encargado del Registro de partidos políticos tenía (y tiene), siguiendo al Tribunal Constitucional, las siguientes
posibilidades de actuación al recibir la documentación de un partido:

-proceder a la inscripción dentro del plazo de 20 días;

-dar traslado al Ministerio Fiscal, dentro de ese plazo, cuando se aprecie en los estatutos «indicios racionales de
ilicitud penal»;

-dentro de ese plazo de 20 días puede señalar los defectos formales de los Estatutos, para su subsanación.

Se trata, por tanto, de un control puramente formal y de naturaleza reglada. No obstante, en el supuesto especial de
estos partidos que son continuación de otros ya disueltos, cabría poner tal situación en conocimiento del Juez que
hubiera dictado la sentencia de disolución del partido anterior para que, en ejecución de la misma, acordase la
«ilegalización» del nuevo partido por encontrarnos ante una actuación «en fraude» de su pronunciamiento anterior.

¿Cómo se podría probar tal circunstancia? Tan difícilmente como todo lo demás. Ahora bien, la adscripción de los
electos en las listas del partido disuelto al nuevo grupo puede ser indicativo.

Sin perjuicio de lo expuesto, resultan obvias las dificultades que presenta la disolución forzosa -«ilegalización»- de
un partido político con la legislación preexistente. Por ello, debió considerarse preferentemente la posibilidad de
acometer reformas legislativas.

En buena lógica, la primera posibilidad que debía analizarse sería la elaboración de una nueva Ley Orgánica de
Partidos Políticos. Ante la Ley 54/1978, de 4 de diciembre, cabe sin más sentar una primera consideración de
validez general: siempre resulta conveniente sustituir las leyes preconstitucionales que regulan materias
constitucionalmente relevantes.

Se trataría, en todo caso, de una ley muy sencilla. La Ley de 1978 había venido funcionando más de 20 años con
cinco artículos, puesto que el sexto, referido a financiación, debe entenderse derogado por la LO 3/1987, de 2 de
julio ( RCL 1987\1559) .

La Ley de 1978 se refería a:

-derecho a crear partidos políticos (a afiliarse, etc.);

-adquisición de personalidad jurídica;

-posibilidad de que el Ministerio Fiscal ejercite acciones, en su caso;

-organización y funcionamiento democráticos;

-suspensión y disolución.

Probablemente esto y poco más es lo que debería regularse de nuevo, partiendo de que en estas materias resultaría
probable alcanzar un consenso, mucho más difícil en todo aquello relacionado con la financiación.

En lo que nos interesa, y por decirlo gráficamente, «la Ley de partidos debería ser la parte estrecha del embudo,
siendo la parte ancha la Ley de asociaciones».

Un partido político es una asociación, pero de un tipo muy especial, cualificado por su relevancia constitucional (arts.
6 y 22 CE), y así porque:

-expresan el pluralismo político;

-concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular;

-son instrumento fundamental para la participación política;

-su creación y ejercicio de actividad son libres, dentro del respeto a la Constitución y a la Ley;

-su estructura y funcionamiento han de ser democráticos.

En una democracia real y consolidada no puede cualquier asociación concurrir a la formación y manifestación de la
voluntad popular.

A los partidos políticos se les puede -y debe- exigir más requisitos que los previstos en la Ley de Asociaciones, con
base en su especial relevancia constitucional, tal y como se deriva del tan citado art. 6 CE y, precisamente por los
objetivos y finalidades allí contemplados.

Salvando las distancias, podría tomarse como ejemplo la Ley Fundamental de Bonn, en cuyo art. 2 se confiere a la
Corte Constitucional Federal el control de la inconstitucionalidad de los partidos por causa «de sus fines
antidemocráticos o por la actividad de sus miembros contraria al régimen fundamental de libertad y democracia».
En España nos encontramos ante un supuesto de configuración legal. Por tanto, sería en la Ley Orgánica (pues tal
ha de ser el carácter de la norma) donde hayan de especificarse con claridad y sencillez los supuestos y causas de
disolución de un partido político por atentar al Estado social y democrático de Derecho a través (¿de sus fines?), de
su actividad o de la de sus miembros o representantes (en relación con el terrorismo u otras circunstancias, como
podrían ser el racismo o xenofobia, como contrarios a los principios democráticos esenciales).

Igualmente, habría de aprovecharse, además, para atribuir la competencia a un órgano jurisdiccional territorialmente
ajeno al lugar donde se produce el fenómeno.

Debería preverse la ilegalidad de los partidos políticos que sean continuación o sustitución de otros ilegales. A este
efecto podrían utilizarse todos los medios de prueba admitidos en Derecho, incluso presunciones establecidas en la
misma Ley (adscripción de electos, por ejemplo). También convendría aclarar, por si pudiera existir alguna duda, que
corresponde la competencia para declarar tal situación, y disolverlos, al Tribunal que haya acordado la disolución
precedente, y que lo hará en ejecución de sentencia. Esto le permitiría adoptar medidas cautelares de suspensión
inmediatamente. Resulta una previsión lógica, por cuanto la creación del nuevo partido tiene por efecto eludir los
previos pronunciamientos judiciales, convirtiendo en ineficaz la sentencia ya dictada.

Formalmente, la nueva regulación podría abordarse de tres maneras:

-Nueva Ley de Partidos Políticos (como Proyecto o Proposición de Ley). Ésta sería la opción preferible. Incluso por
la materia y objetivos resultaría más deseable que se hubiera articulado a través de una proposición consensuada
de Ley Orgánica.

-Modificación parcial de la Ley de Partidos Políticos. Debería descartarse porque no parece razonable retocar leyes
preconstitucionales en materias de relevancia constitucional necesitadas de desarrollo posterior a la Constitución.

-Ley «ad hoc» para solucionar sólo el caso que preocupaba. Tendría, sin duda, problemas de constitucionalidad.

Existía una segunda posibilidad, como era abundar en la vía penal, acometiendo la reforma del Código. Su
contenido debería venir referido a la disolución de personas jurídicas cuando así se prevenga la continuidad en una
actividad delictiva o sus efectos. Esto es, la extensión del art. 129 a nuevos supuestos.

La necesidad de criminalizar la actividad de las personas jurídicas en un creciente número de casos viene exigida
también por determinados instrumentos jurídicos de la Unión Europea.

El problema es que debe existir una actividad delictiva en la que sea relevante o significativa la actuación de la
persona jurídica. La prueba seguiría resultando, en todo caso, extremadamente difícil.

Podemos estar seguros de que con base en las consideraciones expuestas u otras semejantes se actuó y así se
llegó a aprobar, tras numerosas vicisitudes, la LOPP. Es preciso y justo constatar que el texto final mejora en mucho
el del proyecto de Ley aprobado por el Consejo de Ministros, en especial por lo que se refiere al art. 9 (que aun así
sigue teniendo una redacción manifiestamente mejorable, sobre lo que después volveremos).

III. El contenido de la LOPP (RCL 2002, 1614) y la STC 48/2003 (RTC 2003, 48)

La LOPP fue objeto de un recurso de inconstitucionalidad promovido por el Gobierno Vasco contra sus arts. 1.1, 2.1,
3.2, 4.2 y 3, 5.1, 6 y 9, el Capítulo III (arts. 10 a 12) y la disposición transitoria única.

No vamos a entrar en el análisis de la bondad técnica del recurso presentado, de sus planteamientos y argumentos,
ni tampoco debemos detenernos en los artículos de la LOPP que no han sido impugnados, pues estamos
comentando una sentencia, no una Ley, a pesar de lo que parezca hasta ahora. Por ello es menester estudiar los
diferentes apartados, al menos los más significativos, de la sentencia.

1 «La nueva Ley de Partidos carece de fundamento constitucional», según el recurso (FJ 4)
Es ésta una afirmación que la sentencia atribuye al recurso del Gobierno Vasco, el cual trataba de justificarla en la
inviabilidad de introducir un régimen de disolución para los partidos propio y diferente del establecido en la Ley
Orgánica 1/2002, de 22 de marzo ( RCL 2002\854) , del Derecho de Asociación.

Los partidos políticos tienen un tratamiento de especial relevancia en el texto constitucional, concretamente en su
art. 6. Dicha relevancia deriva de su consideración como un instrumento esencial para hacer efectivo el principio
recogido en el art. 1.1 de la Constitución ( RCL 1978\2836) , en virtud del cual «España se constituye en un Estado
social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico, la libertad, la
justicia, la igualdad y el pluralismo político».

El TC ha tenido ocasión de examinar la especial naturaleza y características de los partidos políticos, tanto desde su
perspectiva como instrumento de participación política como desde su configuración como ejercicio del derecho
fundamental de asociación. Así, ha afirmado que los partidos políticos son una modalidad de derecho fundamental
de asociación recogido en el art. 22 de la Constitución ( STC 3/1981 [ RTC 1981\3] ). Sobre la trascendencia de este
tipo de asociaciones señaló que «la colocación sistemática de este precepto [art. 6 CE] expresa la importancia que
se reconoce a los partidos políticos dentro del sistema constitucional, y la protección que de su existencia y de sus
funciones se hace, no sólo desde la dimensión individual del derecho a constituirlos y a participar activamente en
ellos, sino también en función de la existencia del sistema de partidos como base esencial para la actuación de
pluralismo político» ( STC 85/1986 [ RTC 1986\85] ).

De este modo se configuran los partidos políticos desde el punto de vista constitucional como un tipo de asociación
de las referidas en el art. 22 CE, con una situación de especial relevancia por su función dirigida a facilitar y permitir
la participación política de acuerdo con el art. 6 de la Constitución.

La especial relevancia de los partidos políticos a que se ha hecho referencia ha dado lugar al establecimiento de un
régimen jurídico en relación con ellos caracterizado por la concesión de importantes privilegios, cuyo fundamental
objetivo es asegurar, en el marco de la libertad y la igualdad, el pleno desenvolvimiento de los mismos. Estos
privilegios, entre los que se puede destacar el régimen especial de financiación o las previsiones establecidas para
facilitar la proyección social de sus programas, da lugar, como contrapartida, a establecer ciertos límites en relación
con su estructura interna y su funcionamiento. El TC también ha tenido en cuenta la existencia de estos límites como
contrapartida a los privilegios. Así, ha afirmado que «los partidos políticos, por razón de esa cierta función pública
que tienen en las modernas democracias, gozan legalmente de determinados ?privilegios" que han de tener como
lógica contrapartida determinadas ?limitaciones" no aplicables a las asociaciones en general» ( STC 3/1981 [ RTC
1981\3] ).

Señala el TC, en la sentencia ahora comentada, que la cualificación funcional de los partidos no desvirtúa su
naturaleza asociativa, «pero eleva sobre ella una realidad institucional diversa y autónoma que, en tanto que
instrumento para la participación política en los procesos de conformación de la voluntad del Estado, justifica la
existencia de un régimen normativo también propio, habida cuenta de la especificidad de esas funciones» (FJ 6).

Esto mismo justifica peculiaridades en los distintos ámbitos de regulación y, por ende, también en cuanto a su
control judicial.

El constituyente no consideró oportuno que el TC fuese el guardián del art. 6 CE en relación con la actividad
partidista [al contrario que, p. ej., en Alemania, si bien las circunstancias políticas y jurídicas eran distintas], pero esto
no significa ausencia de control, que debe corresponder al Poder Judicial. Cuál haya de ser o cuál pueda ser el
concreto órgano judicial competente será algo sobre lo que volveremos más adelante.

La diversificación de regímenes entre asociaciones «comunes» (art. 22 CE y LO 1/2002) y partidos políticos (art. 6 y
22 CE y LOPP) es conforme, precisamente, con los arts. 6 y 22 CE.

Esta afirmación del TC es clara y rotunda y aparece respaldada además por la situación histórica preexistente a la
LOPP, por cuanto venían coexistiendo la Ley de Partidos Políticos, de 4 de diciembre de 1978 ( RCL 1978\2656) , y
la Ley de Asociaciones, de 24 de diciembre de 1964 ( RCL 1964\2842) , sin mayor dificultad teórica ni práctica a
pesar de contener previsiones diferentes.

2 La «democracia militante» no es el modelo constitucional (FJ 7)


Nuestro ordenamiento constitucional no ampara el modelo de «democracia militante», en el sentido de exigir una
«adhesión positiva» al ordenamiento. Y ello porque nuestra Constitución carece de un núcleo normativo
inmodificable, al contrario de lo que ocurre con otros textos constitucionales, entre los que podemos destacar la Ley
Fundamental de Bonn.

Por tanto, los límites a que antes nos referimos no se proyectan sobre la ideología de los partidos políticos y su
compatibilidad con el orden constitucional, sino sobre su conducta y el respeto al orden constitucional y el sistema
democrático. Ello es así porque la Constitución permite su reforma total, de modo que, defendida y practicada de
forma democrática (es decir, en este punto sí, constitucional), cualquier ideología cabe dentro de ella y, por ende, es
constitucional.

Las afirmaciones del TC, con ser ciertas, nos dejan un poso de amargura. Siempre he querido pensar que la parte
dogmática -el modelo de Estado y los derechos fundamentales y libertades públicas- eran intangibles, al menos en
su esencia (que eran el nuevo contenido de un Derecho Natural contemporáneo). No sé explicarlo, por supuesto,
pero debería existir un designio profundamente humano (que no divino), una conciencia ética colectiva, que nos
impidiera retroceder en la puesta en práctica o, al menos, la «puesta en letra» de esos derechos y del núcleo
esencial del Estado social y democrático de Derecho.

En fin, seguramente confundo deseos y realidad, lo que en la actividad pública me ha ocurrido en más de una
ocasión, con los consiguientes desencantos y decepciones, al comprobar la pedestre realidad desde diversos puntos
de vista.

En consecuencia, esto nos lleva a admitir cualquier ideario partidista con independencia de que se sitúe al margen o
más allá de la Constitución (de cualquier parte de la Constitución).

Como contrapartida, serán las actividades de un partido las que puedan conducir a su ilegalización.

Esta diferencia, que pretende ser nítida, entre ideario y actividad aparece en la Exposición de Motivos de la LOPP
ligada de manera clara a la actividad terrorista. Se trata de una tesis que fue reiteradamente expuesta por nuestros
responsables políticos, sin duda para proteger la constitucionalidad de la Ley. Ahora bien, no deja de resultar en
ocasiones un recurso dialéctico muy bien construido.
3 La LOPP «constituye el ejercicio del ius puniendi del Estado», según señala el recurso
(FJ 8)
Bajo este paraguas se impugnan los arts. 9 a 12 de la Ley con base en argumentos diversos.

A Vulneración del «bis in idem» (FJ 9)


Se utiliza este término en sentido impropio para hacer referencia a la posibilidad de aplicar dos procedimientos que
llevan a la disolución de un partido: la penal y la propia de la LOPP (civil). Conviene recordar, en todo caso, que este
sistema ya existía antes de la LOPP con la vieja Ley de Partidos.

El TC destaca una primera premisa técnica para desbaratar el argumento: el proceso de la LOPP se dirige contra el
partido, en tanto que el proceso penal se dirige contra personas físicas. No obstante, ésta es una premisa
parcialmente falsa, por cuanto los efectos del proceso penal pueden afectar muy directamente a la persona jurídica
(y, por ello, también a personas físicas contra las que no se ha dirigido el proceso). En cualquier caso, conviene
reconocer que nuestra regulación penal del terrorismo se concibe desde una perspectiva puramente personal. Son
las personas las que comenten delitos de terrorismo. Y ello con independencia de la referencia penal ya comentada
a las entidades asociativas.

Afortunadamente, el TC va más allá en sus razonamientos y aborda también el problema que puede plantear la
identidad de los hechos y del bien jurídico protegido, para recordar una consolidada jurisprudencia constitucional (
SSTC 62/1984 [ RTC 1984\62] , 158/1985 [ RTC 1985\158] , 70/1989 [ RTC 1989\70] , 116/1989 [ RTC 1989\116] ,
171/1994 [ RTC 1994\171] , 142/1995 [ RTC 1995\142] , 89/1997 [ RTC 1997\89] y 278/2000 [ RTC 2000\278] ),
según la cual el principio «non bis in idem» sólo se proyecta cuando el mismo sujeto, por los mismos hechos y desde
la misma perspectiva jurídica resulta penado por dos veces o sometido por dos veces a un procedimiento punitivo.

Por otra parte, la Constitución establece dos principios esenciales en relación con los partidos políticos: la estructura
interna de carácter democrático y el funcionamiento o actividad libre dentro de la propia Constitución y con respeto a
la Ley. La LOPP trata de describir conductas que infringen las previsiones constitucionales. Y esto es independiente
de que alguno de los miembros del partido sufra consecuencias penales como consecuencia de su propia actividad.

La línea diferencial entre la represión penal y la LOPP es clara: en el primer caso es necesario tipificar en concreto
conductas y prever consecuencias cuyo destinatario final está identificado. En la LOPP se pretende configurar un
ámbito constitucionalmente admisible de la actuación de los partidos en consonancia con lo que indica el art. 6 CE.

Formalmente, por tanto, no hay colisión entre la regulación penal y la LOPP. Es evidente que existe una cierta
conexión material, dado que uno de los datos que se toman en consideración para declarar judicialmente ilegal y
disuelto un partido es, potencialmente, el recuento de la actuación de los afiliados, miembros o representantes del
mismo con trascendencia o relevancia penal.

Tal es la línea seguida por el TC al analizar desde esta perspectiva el art. 9 de la LOPP. La medida de disolución
prevista no tiene, por otra parte, el carácter de pena y eso es lo esencial en el plano analizado.

B Vulneración de los derechos fundamentales de libertad ideológica, participación, expresión


e información (FJ 10)
También se impugnan los arts. 9 a 12 de la LOPP por infringir los preceptos constitucionales citados, en cuanto
aquéllos tratan de consagrar una «democracia militante».

Dentro de la caótica estructura de la sentencia se trata aquí de afirmar, en primer lugar, que el art. 9 de la LOPP
viene a exigir el respeto a los valores constitucionales en la actividad realizada por parte de los partidos políticos
(apartado 1º del precepto).

El apartado 2º del art. 9 determina cuándo un partido puede ser declarado ilegal por causa de su actividad. Algunas
conductas de las allí descritas pueden encajarse, como ya sabemos, en el Código Penal. Pero la coincidencia no es
absoluta. En cualquier caso, el TC quiere dejar claro, en línea con la Exposición de Motivos y la Memoria de la
LOPP, que «en ningún momento se hace referencia a programas o ideologías, sino a actividades de colaboración o
apoyo al terrorismo o la violencia». Y así, «no se deja ningún resquicio a la que se ha llamado ?democracia
militante" y no hay, por consiguiente, vulneración alguna de las libertades ideológica, de participación, de expresión
o información».

No deja de resultar curioso este empeño purista y formal por olvidar la ideología o ideario del partido cuando eso es
precisamente lo que se muestra o exterioriza en declaraciones, manifestaciones o expresiones de los órganos o
integrantes del partido. Y ello porque a estos efectos, lo que se contenga en los Estatutos tiene un carácter formal
que carece de relevancia; siendo así que esa ideología cuando es expuesta al exterior se viene a considerar ya
actividad. Tal sutilidad en la utilización de las palabras y de los conceptos no debió pasar inadvertida para el TC y,
sin embargo, no se refleja en la sentencia.

El apartado 3º del tan citado art. 9 que, en la correcta interpretación sentada por el TC, agrupa una serie de
supuestos concretos que son especificaciones del género de conductas descritas en el apartado 2º, es objeto de
idénticas reflexiones por parte del Tribunal.

Es decir, las conductas -así las denomina la Ley- relacionadas en el apartado 3º (sobre cuya redacción, lenguaje y
descripciones volveremos más adelante) son para el TC eso mismo, es decir, conductas. Ahora bien, «dar apoyo
político tácito», ¿es una conducta? El TC -no sé por qué- decide utilizar otras palabras menos problemáticas. Y así,
donde la Ley contiene la expresión «apoyo tácito», el TC utiliza «apoyo implícito», que no es lo mismo en absoluto.
Eso le permite eludir el análisis del silencio como conducta de «apoyo tácito» y, al contrario, le facilita el trabajo al
insistir en que el «apoyo implícito» se puede realizar mediante una serie de «actos concluyentes». Es decir, el TC
omite analizar la «omisión» y actúa positivamente analizando la «actuación». No deja de resultar curioso, porque el
silencio frente a los atentados, su falta de condena, era uno de los puntos clave de la Ley y lo fue de su aplicación.
El TC elude la cuestión. Hubiera sido interesante que el Tribunal llegara a contrastar ese silencio con el concepto de
«democracia militante». Lo que los políticos pueden hacer y decir no siempre se corresponde con los límites
normalmente más estrechos a que el TC, vinculado por la Constitución, puede llegar, incluso en perjuicio de nuestro
propio sistema político que, no lo olvidemos, es el de un Estado social y democrático de Derecho.

El TC pasa por alto una de las cuestiones más espinosas y se detiene en otras letras del apartado 3º y del art. 10.2
de la LOPP que, además, utilizan expresamente la palabra «actividad». No merece la pena insistir en ello.

Por otra parte, recordando de nuevo que las conductas descritas en el 9.3 son especificaciones del 9.2, confirmamos
la tesis inicial: la LOPP tiene como objetivo esencial disolver determinados partidos. Es más, la LOPP es un
instrumento para disolverlos. Por eso existe y así fue diseñada.

Conviene precisar, no obstante, que el art. 9.2 LOPP no sólo contempla la actividad terrorista, sino también la de
partidos racistas, xenófobos y similares. Ahora bien, al parecer, ésas son circunstancias que no se dan en nuestra
sociedad con la intensidad necesaria como para que quien redactó el 9.3 las tomara en consideración. Sirven para
adornar el 9.2, pero el 9.3 sólo se refiere a las actividades relacionadas directa o indirectamente con el terrorismo.

C Análisis del art. 9 desde la perspectiva de la previsibilidad (FJ 11)


El recurso achacaba a determinados subapartados del precepto (letras f y g del 9.3) excesiva generalidad e
imprevisivilidad. Ahora bien, el TC salva la cuestión recordando que los mismos son especificaciones del art. 9.2 y
así deben ser entendidos y sistemáticamente interpretados.

Al hilo de este análisis, el TC realiza una afirmación que debe considerarse clave porque clave es el art. 9 en su
conjunto al que se refiere. Señala el Tribunal que «los supuestos comprendidos en el art. 9 no tienen el grado de
concreción que resultaría de haberlos delimitado con términos puramente descriptivos». Añade el TC «que la tutela
frente al terrorismo comportaba un coste en la determinación de la conducta; pero, atendiendo a las consideraciones
expuestas, ese coste no nos aboca a una situación en la que resulte imprevisible para los partidos calcular las
consecuencias jurídicas de su conducta».

Es decir, el TC es consciente de que la LOPP se sitúa en el marco de la lucha contra el terrorismo. Lo que era una
realidad política se asume como realidad jurídica. Se ha repetido hasta la saciedad que frente al terrorismo no se
puede ser neutral. Hay que ser beligerante. Estoy de acuerdo. Ahora bien, cada uno entenderá esa beligerancia de
una manera u otra. Nuestros representantes entendieron que la LOPP era buena para luchar contra el terrorismo. El
TC parece entender lo mismo. Se trata de una proposición que bien explicada puede convencernos a casi todos.
Bien es cierto que muchos se dirán convencidos aunque no lo estén, lo cual tampoco es positivo a largo plazo. Y no
se olvide que el político sólo fija el objetivo -y no siempre-. La articulación técnica la realizan otros aunque no lo
tengan tan claro.

El TC, más adelante -en el FJ 14-, al recapitular sobre el art. 9, se ve en la obligación de recordar, de reiterar, que
los apartados 2º y 3º describen «comportamientos y actividades» y que éstos podrán, «por su generalidad y
abstracción, proyectarse sobre cualquier partido, cualesquiera que fueren sus fines, aspiraciones e ideologías». Ese
discurso está bien, se pega a la letra de la Ley y se arrastra por ella, pero es difícil de compartir en su integridad y
rotundidad.

En cualquier caso, el art. 9 tiene un serio problema de redacción. Utiliza un lenguaje ajeno a la técnica jurídica que
podríamos calificar de «político». Las palabras que utiliza deben entenderse en su significado coloquial y no en el
técnico jurídico. Valgan los siguientes ejemplos: «minimizando su significado», «cultura de enfrentamiento»,
«confrontación civil», «aislar socialmente», «ambiente de coacción, miedo, exclusión o privación básica», «grupo
violento», «símbolos, mensajes o elementos» (que se identifiquen con las conductas asociadas al terrorismo),
etcétera.

Desde luego, nos encontramos con un precepto redactado más para el lector de periódicos que para el Juez,
precisamente quien ha de aplicar la Ley en supuestos patológicos.

El problema que plantea la utilización poco técnica de palabras o conceptos es que crea inseguridad jurídica. Cada
lector, según cuál sea su cultura y orientación ideológica, puede entender cosas diferentes. Y ello porque se ha
preferido usar un lenguaje «político» (entre comillas) en lugar de jurídico. Y lo peor de todo es que no era difícil
traducir los conceptos a algo comprensible de igual forma para todos, especialmente para los operadores jurídicos.

La utilización de conceptos indeterminados sin contenido jurídico definido crea inseguridad jurídica para todos,
incluyendo al Juez que ha de aplicar la Ley.
Conforme a su art. 9.3, la Constitución garantiza la seguridad jurídica. Por tal razón, los preceptos que no son
seguros desde una perspectiva jurídica pueden tener grandes y graves problemas.

Hemos de suponer que el TC no comparte el criterio y la inquietud vertidos en estas líneas y que para el mismo todo
el art. 9 es comprensible de igual forma por cada lector y, por tanto, constituye una guía segura de comportamiento
para los partidos políticos y para sus miembros. Espero que así sea.

D Los arts. 9 y 10 de la LOPP y el principio de proporcionalidad (FJ 12)


El TC se detiene especialmente en la causa de disolución prevista en el art. 10.2.c (las contenidas en las letras a y b
del 10.2 no deben plantear problema alguno y así se deduce del propio recurso de inconstitucionalidad). Pues bien,
la misma es del siguiente tenor:

«Cuando de forma reiterada y grave su actividad vulnere los principios democráticos o persiga deteriorar o destruir el
régimen de libertades o imposibilitar o eliminar el sistema democrático, mediante las conductas a que se refiere el
artículo 9».

La sanción de disolución no es desproporcionada por cuanto se exige la preexistencia de una conducta gravemente
atentatoria a los principios descritos, que además sea reiterada.

Bien es verdad que alguna de las conductas del art. 9.3, aisladamente consideradas, no podrán llegar a producir los
trascendentales efectos contemplados en el art. 10.3. En ese caso no incurrirán en causa de disolución. Ahora bien,
cuando se produzcan las citadas conductas en la forma prevista por el citado art. 10.3 y con el potencial efecto allí
descrito, no le cabe duda al TC de que la consecuencia jurídica de disolución es proporcionada.

Ante una sanción tan grave como la disolución, la LOPP debería haber afinado un poco más. No hay criterios de
modulación y apreciación de carácter general más allá de la referencia a la reiteración y a la gravedad. Esto, unido a
la utilización de conceptos indeterminados sin contenido jurídico definido -a que se ha hecho ya referencia-, sitúa al
órgano judicial (al menos en teoría, pues en la práctica ya hemos visto que no, al menos al órgano judicial español)
ante una interpretación francamente compleja por ausencia de pautas estrictamente jurídicas.

El TC relaciona además tal concepto con la doctrina emanada del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en
materia de disolución de partidos políticos ( SSTEDH de 30 de enero de 1998 [ TEDH 1998\1] , 25 de mayo de 1998
[ TEDH 1998\23] , 8 de diciembre de 1999 [ TEDH 1999\64] , 31 de julio de 2001 [ TEDH 2001\496] , 9 de abril de
2002 [ TEDH 2002\20] , 10 de diciembre de 2002 [ TEDH 2002\73] y 13 de febrero de 2003 [ PROV 2003\50031] ),
que exige:

-«la previsión por ley de los supuestos y causas de disolución»;

-«la legitimidad del fin perseguido»;

-«el carácter necesario de la disolución en una sociedad democrática».

Ahora bien, el TC podría haberse planteado, al menos en teoría, la bondad de una alternativa a la disolución, como
podía ser la suspensión temporal del partido, que permitiría al Tribunal (y al demandante, en su caso) una mayor
libertad a la hora de graduar la sanción, atendiendo no sólo a las conductas pasadas, sino también a la capacidad
de «reinserción social o democrática» del partido para el futuro.

Esa alternativa más generosa implicaría, a su vez, una visión política distinta del caso concreto que está en el origen
de la LOPP, en cuanto presuponía partir de la posibilidad de alcanzar, en determinadas condiciones, una solución de
futuro.

A ello se unían razones de índole estrictamente jurídica. Es más, en borradores iniciales de la LOPP, de hecho, se
llegó a incluir, junto a la disolución, la suspensión temporal del partido por un plazo de hasta cinco años.

El texto de la LOPP, sin embargo, no prevé tal posibilidad y ello tiene la primera curiosa consecuencia de hacer más
duro el régimen «civil» que el penal (el cual sí prevé la suspensión).

Además, para determinados supuestos (no sólo de terrorismo, pues la Ley debería aceptarse como más general), la
medida puede resultar más proporcionada.

En buena lógica podría pensarse que al no existir elementos de graduación en la sanción y, por ende, en la decisión
judicial, el Tribunal, que sólo puede optar entre disolver o desestimar con base en la aplicación de una norma que
contiene numerosos conceptos indeterminados, tendería a «inhibirse» por falta de pruebas e interpretaciones claras,
no optando por una sanción tan grave como la disolución (aunque ya sabemos que no ha ocurrido así).

Con base también en el principio de proporcionalidad, el recurso ataca más específicamente al art. 9.3.c, por cuanto
el mismo describe como conducta susceptible de considerarse para la ilegalización del partido la inclusión en los
órganos directivos o listas electorales de personas condenadas por delitos de terrorismo que no hayan rechazado
públicamente los fines y medios terroristas, o el hecho de mantener un amplio número de sus afiliados doble
militancia en organizaciones o entidades vinculadas a un grupo terrorista o violento, salvo que hayan adoptado
medidas disciplinarias contra éstos conducentes a su expulsión.
Obviamente, junto a la proporcionalidad se están ventilando aquí cuestiones relacionadas con los derechos de
libertad de expresión y manifestación, como constata expresamente el TC (FJ 13).

El Tribunal interpreta que no haber «rechazado públicamente los fines y los medios terroristas» no es identificable
con una retractación de las actividades pasadas. Insiste en que el precepto se proyecta hacia el futuro
exclusivamente.

Insiste también el TC en que, para que opere la causa de disolución, las personas incluidas en los órganos directivos
o nominados como candidatos habrán de tener una «afinidad con los métodos del terror, no con las ideas y
programas que eventualmente puedan también perseguir organizaciones terroristas».

El discurso es coherente y, en esencia, viene a significar que si quienes ocupan cargos directivos o listas electorales
de un partido son terroristas o simpatizantes del terrorismo, el partido no será de verdad un partido político, sino otra
cosa, una realidad formal distinta de la realidad material que se oculta tras la misma.

E La LOPP como Ley de carácter singular (FJ 14)


Tal alegación se formula en el recurso respecto del art. 9, los incluidos en el Capítulo III (arts. 10 a 12) y la
disposición transitoria única.

Con carácter general, el TC recuerda su doctrina sobre qué debe entenderse por «Ley singular o de caso único»,
con cita de pronunciamientos anteriores. Se trata de «aquéllas dictadas en atención a un supuesto de hecho
concreto y singular, que agotan su contenido y eficacia en la adopción y ejecución de la medida tomada por el
legislador ante ese supuesto de hecho, aislado en la ley singular y no comunicable con ningún otro» ( STC
166/1986, de 19 de diciembre [ RTC 1986\166] y ATC 291/1997, de 22 de julio [ RTC 1997\291 AUTO] ).

Pues bien, el TC considera que la LOPP contiene una regulación jurídica del régimen general de los partidos
políticos, siendo además el primer desarrollo constitucional en esta materia. Por comparación con la Ley de 1978, se
observa que la nueva LOPP regula con mayor extensión e intensidad la creación, organización, estructura y
funcionamiento de los partidos.

Además, y específicamente respecto de lo resuelto en el recurso, el análisis del art. 9.2 y 3 demuestra, según el
Tribunal, que los comportamientos allí descritos, por su generalidad y abstracción, podrían proyectarse sobre
cualquier partido con independencia de su ideología, dado que se describen siempre actividades o conductas.

Esto implica que los órganos judiciales que hayan de aplicar la Ley no son meros ejecutantes de una decisión
preconfigurada normativamente, sino que ante los márgenes o parámetros legales tienen autonomía para hallar la
solución del caso concreto que se les plantee en un proceso con todas las garantías.

Más particularmente, en cuanto al art. 12.3, el TC (FJ 15) admite acertadamente, sin ambages ni matices, su
constitucionalidad, en cuanto se refiere a la continuidad o sucesión fraudulenta de un partido ya disuelto a través de
otro.

Por lo que respecta a la disposición transitoria única, apartado 2º, el TC se ve obligado a realizar una interpretación
conforme con la Constitución (FJ 16), partiendo de que no tiene carácter retroactivo. En primer lugar, será el Tribunal
quien deba apreciar si existe sucesión o continuación entre partidos. No existe una presunción legal de fraude, sino
que el Tribunal deberá decidir expresamente sobre ello. Una vez apreciado, la trayectoria del sucedido se podrá
utilizar también para determinar y valorar el sentido de los actos realizados después de la entrada en vigor de la Ley.

Desde luego, esta disposición revela un temor -que en la práctica se demostró infundado, al menos en lo que a
partidos políticos «stricto sensu» se refiere- de su redactor a que el partido o partidos que estaban destinados a ser
disueltos y su entorno acometiera un proceso de refundación partidista. Esto afortunadamente no se produjo y la
disposición devino innecesaria.

F Especialidades procesales de la LOPP (FJ 17)


Conectado también con la alegación de que la LOPP es una Ley singular se plantean diversas cuestiones de índole
procesal.

1 Órgano judicial competente


La Sala prevista en el art. 61 LOPJ ( RCL 1985\1578, 2635) es un órgano judicial ya existente al que se le atribuye la
competencia nueva en la LOPP, constando la misma en la reforma que se opera de la LOPJ (disposición adicional
segunda LOPP). Probablemente se optó por una solución jurídicamente difícil de justificar, pero políticamente
conveniente y aceptable.

Sin duda, la base jurisprudencial más o menos convincente sobre la idoneidad de la Sala Especial se encuentra en
el Auto dictado por la propia Sala Especial del Art. 61 LOPJ el 9 de julio de 1999 ( RJ 1999\5881) , cuyo fundamento
de derecho segundo afirma lo siguiente:

«La denominada Sala Especial del art. 61 LOPJ simboliza por su composición el Pleno del Tribunal Supremo. Es, de
alguna manera, el Pleno -un Pleno ?reducido", valga la expresión, por paradójica que pueda parecer-, ya que en su
composición está presente el propio Presidente del Tribunal Supremo y lo están también todas las Salas
relacionadas en el art. 55 LOPJ que integran en su conjunto el Tribunal Supremo, a través de sus respectivos
Presidentes y de dos de sus Magistrados, el más antiguo y el más moderno de cada una de ellas.

Se resalta esto para poner de relieve que la Sala del art. 61 LOPJ, por su significativa composición, goza de un
?status" de supremacía respecto a las Salas ordinarias en orden a la definición de sus competencias y de las
recíprocas de aquéllas, las cuales no pueden por decisión propia remitir actuaciones a esta Sala por más que crean,
incluso acertadamente, que no son competentes para el conocimiento de las mismas y que la competencia
corresponde a la Sala del art. 61, a salvo la posibilidad de consultar sobre este punto, siendo aleccionador al
respecto el art. 52 LOPJ».

2 Legitimación para instar el procedimiento de disolución


La limitación al Gobierno y al Ministerio Fiscal puede ser buena, regular o mala, pero no inconstitucional, como
destaca el TC.

Desde luego, resulta sorprendente la solución adoptada respecto a la participación de las Cámaras -Congreso y
Senado-, sin duda por estrictas razones del juego político. El hecho de que éstas puedan instar al Gobierno que
solicite la ilegalización de un partido (art. 11.1) no deja de ser curiosa.

Junto a este supuesto, el TC analiza el previsto en el art. 12.3 de la LOPP, supuesto especial en que la declaración
de improcedencia de la continuidad o sucesión de un partido disuelto (nuevo partido o utilización de otro ya inscrito
en el Registro) puede ser instada, además de por las partes en el proceso principal de ilegalización, por el Ministerio
del Interior y por el Ministerio Fiscal.

El TC (FJ 22) contempla con espíritu abierto y positivo tal posibilidad y lo considera precisamente como una
contrapartida a la carencia de facultades del Ministerio del Interior para denegar la inscripción en el Registro con
base en la «real o supuesta continuidad o sucesión», dado que el Ministerio actúa competencias regladas en tal
momento.

Eso está bien cuando se trate de un partido nuevo que pretenda acceder al Registro, pero no resuelve en absoluto el
problema del porqué de tal legitimación cuando se trate de la utilización -revitalización- de partidos preexistentes
(que se encontraban «dormidos»).

G Otras cuestiones
El TC, tan flexible respecto de otros preceptos, dedica los últimos fundamentos jurídicos de la sentencia a cuestiones
importantísimas pero que, en la dinámica de la LOPP, no dejan de ser menores. Aquí sí ejerce plenamente sus
funciones mediante la integración de interpretaciones determinantes del contenido de distintos preceptos. Vamos a
ver los supuestos más relevantes.

1 Limitación a los españoles del derecho a crear partidos políticos (FJ 18)
El régimen más liberal en este punto normativamente previsto para las asociaciones ordinarias, puede ser restringido
respecto de los partidos políticos con base en las funciones constitucionales de éstos.

No obstante, el TC interpreta que la restricción a los extranjeros (que, no lo olvidemos, pueden ser en algún
supuesto electores y elegibles) no puede afectar a su derecho a afiliarse a los partidos existentes ni a los derechos
derivados de tal afiliación.

2 Régimen de constitución e inscripción registral (FJ 20)


En primer lugar se analiza el carácter constitutivo de la inscripción (art. 3.2 LOPP). El Tribunal deslinda
perfectamente, como ya había hecho en otras ocasiones, la previsión constitucional de que la inscripción tendrá
lugar «a los solos efectos de publicidad» (art. 22.3 CE) del hecho de que dicha inscripción sea necesaria para
adquirir personalidad jurídica.

Lo primero significa que la creación de asociaciones y partidos es libre. El nacimiento de la personalidad jurídica
ligado a la inscripción es otro problema, de carácter técnico jurídico. La inscripción constitutiva no debe implicar
injerencia de la Administración. Para asegurarlo, el TC impone la interpretación de que el Ministerio del Interior
carece de potestades discrecionales respecto de la inscripción, atribuyéndosele el ejercicio de una competencia
reglada, limitada a los aspectos formales del acto de constitución (acta fundacional y documentación
complementaria).

3 Denominación del partido y retraso en la inscripción (FJ 21)


Sorprendentemente estas circunstancias preocuparon especialmente al recurrente y al Tribunal.

Así, el TC, respecto del juego del art. 5.1 en relación con el 3.1, segundo párrafo, sienta la siguiente doctrina
interpretativa:
«... en cuanto atañe a la denominación del partido, las facultades atribuidas al Ministerio del Interior para suspender
el plazo de inscripción únicamente podrán aplicarse cuando se compruebe de manera clara y manifiesta que
concurre una plena coincidencia o identidad entre las formaciones políticas o entidades en contraste ...».

Abundando en materia tan «esencial» como es la denominación, el TC insiste en matizar la Ley, interpretando que
cuando nos encontremos ante denominaciones que puedan ser contrarias a las leyes o a los derechos
fundamentales de las personas, sólo podrá suspenderse el procedimiento cuando la contradicción sea «palmaria,
manifiesta o patente, no necesitada, por tanto de esfuerzo interpretativo alguno».

IV. Conclusión

Hasta aquí el análisis de una sentencia de estructura extraña que ha batido récords de rapidez en la historia de los
recursos de inconstitucionalidad en España. Esto es positivo, no obstante.

Ahora bien, sin duda por la urgencia y la premura tanto en la elaboración del recurso como en la confección de la
sentencia se han quedado muchas cosas en el tintero. Sólo voy a citar una, cual es la relativa a la consideración de
las agrupaciones de electores como continuadoras o sucesoras, de hecho, en la actividad de un partido político
previamente declarado judicialmente ilegal y disuelto, o suspendido (en vía penal), esto es, la disposición adicional
segunda que añade un nuevo apartado 4º al art. 44 de la LOREG ( RCL 1985\1463 y RCL 1986, 192) . No voy a
entrar en ello aunque es una norma que cuantas más veces la leo, más me sorprende.

Ahora bien, sobre ello podrá elucubrar quien tenga a bien comentar la STC 85/2003, de 8 de mayo ( RTC 2003\85) .
Le deseo suerte.

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