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Historia de la ciencia

Antonio Diéguez
Departamento de Filosofía
Universidad de Málaga

TEMA 3

Los orígenes de la ciencia moderna:

Copérnico, Bacon, Galileo y Descartes

"El curso del siglo XVII [...] representa uno de los grandes episodios de la experiencia humana, y
[...] se le debería colocar –junto con el éxodo de los judíos o la conquista de los grandes imperios de
Alejandro Magno y de la Antigua Roma– entre las aventuras épicas que han hecho de la raza humana lo
que es hoy".
Herbert Butterfield (1982).

1. INTRODUCCIÓN

La ciencia moderna no partió de la nada; de hecho, su primer paso fue deshacerse del legado de
la antigua Grecia. Galileo cuestionó la dinámica de Aristóteles del mismo modo que Copérnico, cien
años antes, había construido su teoría heliocéntrica desafiando a la astronomía de Ptolomeo. Para ser
exactos debemos hacer notar, sin embargo, que la revuelta de los pioneros de la ciencia moderna no
iba dirigida contra el legado de la ciencia griega en cuanto tal, sino contra la petrificación de
sus principios –en especial de la doctrina de Aristóteles– con que el escolasticismo medieval le
había obsequiado. Fue una revuelta contra la ciega aceptación de esa estéril pedantería libresca que
había divorciado completamente la ciencia de la naturaleza del mundo de los fenómenos; no era tanto
un ataque a opiniones científicas concretas, cuanto una demanda en favor de un enfoque científico
nuevo –o quizá debiéramos llamarlo un renacimiento científico, en vista de que la aproximación original
de la ciencia griega antigua a los problemas naturales era instructiva y estaba viva, muy al contrario que el
exangüe escolasticismo. Ese es el punto de contacto entre la ciencia griega y el moderno renacimiento
científico, y es desde ese punto de partida desde el que podríamos considerarnos herederos de la antigua
Grecia. (Sambursky 1990, p. 22).

[Sin embargo, estas afirmaciones deben ser matizadas]. No se trata [...] de que los escolásticos si-
guieran ciegamente a Aristóteles [...] por puro dogmatismo. Es cierto que las tesis de Aristóteles en
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

torno al movimiento local están erizadas de dificultades y eso, por lo demás, se vio y criticó mucho antes
de Galileo. Pero no es menos cierto que, en el momento en que fue recuperada o integrada en el
pensamiento occidental, la obra de Aristóteles ofrecía un esquema conceptual que explicaba, de
modo relativamente satisfactorio y unitario, grandes ámbitos de la realidad. Por eso, además de
por las implicaciones teológicas que muy pronto pasó a tener la cuestión, y no por puro dogmatismo
fanático, fue seguido Aristóteles, o mejor se desarrolló el aristotelismo.

Por otra parte, el siglo XVII no elimina las autoridades. Unas veces más retóricamente que
otras, para muchos innovadores de aquel momento Platón o un cierto platonismo, Arquímedes,
Demócrito, Epicuro o Lucrecio jugaron un papel hasta cierto punto similar al que Aristóteles desempe-
ñaría para sus oponentes. No se trata, pues, de que a aquellos grandes científicos –ni tampoco a los
magos renacentistas– les sucediera lo que a César en las Galias, de que a diferencia de sus antecesores se
atuvieran a los hechos, que introdujeran el "método experimental". Una forma más frívola, pero quizás
menos inexacta de caracterizar los cambios de la R[evolución] C[ientífica], sería decir que lo que se dio
fue un cambio de prejuicios. (Beltrán 1995, p. 91).

Es natural que la transición hasta la ciencia moderna nos parezca, con frecuencia, como una re-
acción contra las doctrinas de Aristóteles. Puesto que existía una resistencia conservadora que había que
combatir, no había nada más natural sino que los partidarios de las ideas nuevas se sintieran obligados a
elaborar lo que, en más de una ocasión, llegó a ser una polémica encarnizadamente antiaristotélica. Sin
embargo, las apariencias engañan, y muchas veces es más justo considerar las nuevas ideas como
la conclusión a que llegaron los sucesivos comentaristas de Aristóteles. (Butterfield (1982), p. 24).

El objetivo fundamental de la filosofía aristotélica era llegar a comprender por qué las cosas son
como las conocemos, por qué no pueden ser (o haber sido) de otra manera y por qué es mejor que sean
como son. Para comprender claramente las razones de esta necesidad es preciso penetrar en las causas
de las cosas y aprehender la finalidad última que late detrás de cuantos hechos acaecen en la naturaleza.
Sobre la base de las contribuciones de sus predecesores, Aristóteles consideró fundamentalmente cuatro
'elementos' (la tierra, el aire, el agua y el fuego) y cuatro cualidades asociadas a ellos (calor y frío,
humedad y sequedad). A cada elemento le asignó un lugar natural al que pertenecía, así como una
tendencia natural de gravedad o ligereza que les devolvía a sus lugares naturales siempre que hubieran
sido alejados de los mismos. [...]

La física aristotélica se ocupaba fundamentalmente del cambio, rasgo considerado como el más
característico de la naturaleza, hasta el punto de afirmarse que ignorar el cambio era ignorar la naturale-
za. El término empleado por Aristóteles para referirse al cambio se vertió al latín como 'motio' y su
significado pronto se vio restringido a lo que el Estagirita denominara 'locomoción' (cambio de lugar
con respecto al tiempo); a esta clase de cambio se le reconocía una cierta prioridad lógica sobre los

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

demás –siempre estaba presente o implícito en ellos–, mas no por eso era el único digno de interés para
la física. El cambio cualitativo [...] o el resultante del crecimiento con el tiempo tenían para Aristóteles
un interés parangonable.

Pasando del campo de la física al de la cosmología, Aristóteles separó tajantemente el mundo ce-
leste de aquella otra parte del universo constituida por los cuatro elementos (en cuyo centro estaba la
Tierra, en tanto que el fuego ocupaba la esfera más alta), haciendo la esfera de la Luna las veces de límite
entre ambas regiones. Por encima de ésta todo estaba compuesto por una quinta sustancia, la quintae-
sencia, distinta de los elementos y no sujeta a ninguna clase de cambio excepto a la locomoción
uniforme siguiendo círculos perfectos. [...] La astronomía ptolemaica recogió sin alteraciones la
cosmología aristotélica, si bien es cierto que la excentricidad de las órbitas planetarias y la noción misma
de los movimientos epicíclicos violentaban ya la sencilla idea original del movimiento circular alrededor
de la Tierra. No pudo, sin embargo, sobrevivir a la astronomía copernicana puesto que ésta –
contradiciendo los principios básicos de la filosofía aristotélica– postulaba el movimiento de la Tierra:
uno de estos dos sistemas tenía que ser abandonado o modificado hasta el extremo de ser ya irreconoci-
ble.

Entre 1605 y 1644 –y en rápida sucesión– aparecieron en Inglaterra, Italia y Francia algunas
obras que habrían de barrer la filosofía natural aristotélica de las universidades. Sus autores fueron
Francis Bacon, Galileo y René Descartes. El único punto de acuerdo realmente significativo
entre ellos era la convicción de que la filosofía aristotélica no podía tenerse por auténtica
ciencia. [...] [Es inútil subrayar] la importancia que para la historia cultural europea tiene la época
marcada por la aparición (en tres países diferentes y en el curso de una sola generación) de esos tres
insignes pensadores, que –tras cuatro siglos de indiscutida autoridad aristotélica en el ámbito de la
ciencia– se opusieron a ella partiendo de presupuestos muy distintos, pero en todos los casos perfecta-
mente fundados. [...]

El período de la historia cultural que Bacon, Galileo y Descartes definieron se conoce general-
mente como la Revolución Científica (o, para algunos, como sus comienzos). La característica
fundamental del siglo XVII fue la aparición de una ciencia útil contrapuesta a la ciencia pura, aunque
ciertamente ésta no dejó de ser cultivada. La utilidad había sido deliberadamente excluida de la
naturaleza aristotélica. [...]

En buena medida la Revolución Científica consistió en la progresiva disolución de estas distin-


ciones clásicas [tecne/episteme] y en la reconciliación de esa clase de conocimiento adquirido a
partir de la experiencia práctica con aquel otro adquirido por medio de la razón, aun a costa de
que el conocimiento de lo que ha de hacerse la próxima vez desbancase a la comprensión de las causas

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

de las cosas. De forma más elegante se ha descrito este proceso diciendo que se pasa de la búsqueda
de causas a la búsqueda de leyes. (Drake 1983, pp. 23-6).

[...] ¿Qué fue lo nuevo [se pregunta Thomas Kuhn] acerca del movimiento experimentalista del
siglo XVII? Algunos historiadores sostienen que la propia idea de basar la ciencia en información
adquirida a través de los sentidos fue novedosa. De acuerdo con este punto de vista, Aristóteles creyó
que las conclusiones científicas podrían deducirse de axiomas; y apenas a finales del Renacimiento los
investigadores hicieron a un lado la autoridad aristotélica en grado suficiente como para estudiar la
naturaleza en lugar de los libros. Pero estos residuos de la retórica del siglo XVII son en realidad
absurdos. En los escritos metodológicos de Aristóteles se encuentran muchos pasajes en donde
se insiste sobre la necesidad de observar minuciosamente, lo mismo que en los escritos de
Francis Bacon. Randall y Crombie aislaron y estudiaron una importante tradición metodológica
medieval que, desde el siglo XIII hasta principios del XVII, estableció reglas para extraer conclusiones
sólidas a partir de las observaciones y experimentos [Rober Grosseteste, Roger Bacon, la Escuela de
Medicina de Padua]. Las Regulae de Descartes y el Novum organum de Bacon deben mucho a tal tradición.
En la época de la Revolución científica una filosofía empírica de la ciencia no fue ninguna
novedad.

Otros historiadores señalan que, independientemente de lo que la gente haya creído acerca de la
necesidad de observaciones y experimentos, durante el siglo XVII éstos fueron realizados con mucha
más frecuencia que anteriormente. Esta generalización es, sin duda, correcta, pero pasa por alto las
diferencias cualitativas esenciales entre las antiguas y las nuevas formas de experimentación.
Los protagonistas del nuevo movimiento experimentalista, a menudo llamados baconianos por el
principal promotor de este movimiento, no únicamente expandieron y elaboraron los elementos
empíricos que ya estaban presentes en la tradición de la física clásica. En lugar de ello, crearon una muy
diferente clase de ciencia empírica, que por aquella época, en vez de suplantarla, coexistía con
su predecesora. [...]

Dentro de las tradiciones de la antigüedad y la Edad Media, muchos experimentos, al ser exami-
nados, han resultado ser "experimentos pensados", la construcción mental de situaciones experimentales
posibles cuyos resultados pudieran preverse con seguridad a partir de la experiencia cotidiana. [...] Es
seguro que [Galileo] hizo experimentos, pero se destaca más todavía como el hombre que llevó la
tradición del experimento pensado a su forma más completa. Por desgracia, no siempre es posible
distinguir cuándo hace una cosa y cuándo la otra.

[...] Los experimentos de los cuales estamos seguros que sí fueron realizados parecen
perseguir invariablemente uno de dos objetivos. Algunos se hicieron para demostrar una

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

conclusión sacada de antemano por otros medios. [...] Otros experimentos reales [...] tuvieron la
finalidad de dar respuestas concretas a interrogantes planteados por la teoría prevaleciente. [...]

Cuando los seguidores [de Bacon], hombres como Boyle, Gilbert y Hooke, realizaron experi-
mentos, rara vez lo hicieron para demostrar lo que ya se sabía o para determinar un detalle exigido para
extender la teoría existente. En lugar de eso, deseaban observar la forma en que la naturaleza se
comportaría en condiciones no observadas ni existentes con anterioridad. Sus productos típicos
fueron las vastas historias naturales o experimentales en las cuales incorporaron los datos misceláneos
que muchos de ellos consideraban como indispensables para la conclusión de la teoría científica. [...]

Otra [novedad] consiste en la mayor importancia que se concede a los experimentos que el pro-
pio Bacon describió como "retorcerle la cola al león". Estos fueron los experimentos que obligaron a
la naturaleza a exhibirse en condiciones en las que nunca se habría encontrado sin haber
mediado la intervención del hombre. Los hombres que colocaron granos, peces, ratones y sustancias
químicas, consecutivamente en el vacío artificial de un barómetro o en la campana de la cual se había
extraído el aire mediante una bomba, manifiestan precisamente este aspecto de la nueva tradición.

La referencia al barómetro y a la bomba de vacío aclara una tercera novedad del movimiento ba-
coniano, quizá la más asombrosa de todas. Antes de 1590, el instrumental de las ciencias físicas constaba
únicamente de los aparatos para observaciones astronómicas. Los siguientes cien años presenciaron la
rápida introducción y utilización de telescopios, microscopios, termómetros, barómetros, bombas de
aire, detectores de carga eléctrica y muchos otros mecanismos experimentales completamente
nuevos. [...] En menos de un siglo, la física se había vuelto instrumentalista. (Kuhn 1983, pp. 66-9).

2. LA REVOLUCIÓN COPERNICANA

2.1. El sistema copernicano

Para el siglo XVI comenzó a hacerse claro que algunos de los problemas del sistema ptolemaico
surgían de su carácter ficticio, de su separación de una base física coherente. Los procedimientos ad
hoc (como el punto ecuante) que se requerían para solventar ciertas anomalías y para mantener la
exactitud en las predicciones alimentaban un sentimiento creciente de insatisfacción entre los astróno-
mos. Además, las posiciones aparentes sólo se salvaban para cada planeta por separado, no para
el conjunto, lo cual era una evidencia de que los modelos empleados carecían de realidad. Se sintió
entonces la necesidad de un sistema astronómico que pudiera salvar los fenómenos y al mismo tiempo

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

describir las trayectorias reales de los cuerpos celestes. 1 Este nuevo sistema a la vez físico y matemá-
tico fue elaborado por el clérigo y médico polaco Nicolás Copérnico.

Copérnico propuso su sistema heliocéntrico –o mejor habría que decir 'heliostático', puesto que
el Sol no estaba exactamente en el centro– como una alternativa para acabar con los desacuerdos entre
los astrónomos matemáticos y remediar la excesiva complejidad del sistema geocéntrico, que además,
con el uso de los ecuantes, era incapaz de respetar el principio del movimiento circular uniforme,
algo que tenía para él una importancia decisiva.2

Pero no conviene olvidar que el sistema copernicano también se ve obligado a utilizar pe-
queños epiciclos –en sustitución de los ecuantes– para determinar correctamente las posiciones de
los planetas.3

1. Cf. Crombie 1985, vol. 2, p. 151.


2. Solís y Sellés 2005, p. 361, escriben: “La motivación básica de Copérnico, como él nos dice, es su
disgusto con los ecuantes de Ptolomeo”.
3. Durante mucho tiempo se aceptó la afirmación de Copérnico al final del Commentariolus de que de los
ochenta epiciclos aproximadamente del sistema ptolemaico, el suyo dejaba solo treinta y cuatro (las
excéntricas y los epiciclos no desaparecen de la astronomía hasta que Kepler introduce las órbitas elíp-
ticas). Sin embargo, algunos historiadores han destacado que la reducción del número de epiciclos no
fue tan radical en el De Rebolutionibus, ni llevó a una simplicidad significativamente mayor. Thomas
Kuhn considera que el sistema copernicano completo apenas era menos engorroso que el de Ptolomeo
y que la economía no era un factor decisivo a su favor. (Cf. Kuhn 1985, pp. 227-229). I. B. Cohen sos-
tiene que el sistema copernicano era al menos tan complejo como el ptolemaico, a no ser que se lo
considere en su forma rudimentaria de un único círculo orbital para cada planeta, lo que no sería más
que una aproximación. (Cf. Cohen 1989, pp. 54-56). En el mismo sentido se manifiesta Hanson: "No
conozco ni un sólo problema planetario que requiriese de Ptolomeo más de cuatro epiciclos de una
vez. Naturalmente eso deriva del carácter asistemático y 'celular' de la técnica ptolemaica. Los cálculos
hechos en el marco copernicano, por el contrario, planteaban siempre problemas relativos a las confi-
guraciones planetarias in toto, que sólo se podían abordar considerando los elementos cinemáticos y

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

El modelo de Copérnico era aproximadamente igual de preciso que el de Ptolomeo (las


Tablas prusianas no mejoraron en mucho a las Tablas alfonsinas), no estaba basado en observaciones
más detalladas, ni llevaba a predicciones nuevas. Se puede decir que, dadas las posibilidades
técnicas de aquél momento, eran sistemas observacionalmente equivalentes. Como señalan Solís y
Sellés, “el objeto de todos estos cambios [del copernicanismo] era usar exclusivamente movimientos
circulares y uniformes, no mejorar la precisión de las observaciones, si bien se encontró con el premio
de que al atribuir movimiento a la Tierra podía explicar trivialmente muchos movimientos y coinciden-
cias extrañas de Ptolomeo”.4

Por otro lado, el sistema copernicano tampoco carecía de problemas propios. Muchas de
las objeciones que se hicieron contra él eran serias dificultades científicas que no se pudieron contestar
satisfactoriamente hasta mucho después, una vez que Galileo pusiera las bases de una nueva física.
Según las teorías físicas disponibles, la idea del movimiento de la Tierra iba en contra de un hecho tan
obvio como que una piedra soltada desde cierta altura cae justo debajo del punto en el que fue
soltada, y no muchos kilómetros hacia el Oeste, como parecería lógico si la Tierra rotara hacia el
Este –por no hablar de los efectos de la centrifugación que deberían darse sobre los objetos en la
superficie terrestre.

Es más, el movimiento de traslación de la Tierra debía hacer que las estrellas mostrasen una pe-
queña variación anual en sus posiciones aparentes sobre la esfera estelar al ser contempladas desde
puntos distantes de la órbita terrestre, cosa que no se observaba (el descubrimiento del paralaje anual

dinámicos de varios planetas a la vez". Aunque inmediatamente matiza: "Hay un sentido [...] en el que
la teoría de Copérnico es más sencilla que la de Ptolomeo. Mas aquí la simplicidad alude a la simplici-
dad sistemática: es en este sentido en el que un cálculo deductivo es más simple que un montón de
herramientas de cálculo". Hanson 1985, pp. 258-259. Neugebauer, más radical, señala: "los modelos
copernicanos requieren alrededor del doble de círculos que los modelos ptolemaicos y son mucho me-
nos elegantes y adaptables". Neugebauer 1957, p. 204.
4 Solís y Sellés 2005, p. 361.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

de las estrellas, mucho menor de lo que entonces se pensaba debido a las enormes distancias que nos
separan de ellas, lo hizo Friedrich W. Bessel en 1838). Copérnico aducía precisamente esa enorme
distancia para justificar la ausencia de paralaje, pero esto chocaba con la cosmología vigente, la
aristotélica, que situaba la esfera de las estrellas fijas cercana a la esfera de Saturno. Críticas así no
surgían del oscurantismo tradicionalista ni de la intransigencia religiosa, sino de la mejor teoría
científica de la época: la mecánica aristotélica con todo su desarrollo medieval.

A favor del modelo copernicano contaba que era un auténtico sistema unificador, porque
no necesitaba recurrir a diferentes hipótesis para explicar cada una de las irregularidades en los
movimientos aparentes de los planetas. Todas eran explicables teniendo en cuenta el cambio de
perspectiva que produce el movimiento de la Tierra.5 Particularmente elegante era la manera en que
tal cambio de perspectiva permitía dar cuenta unificadamente del movimiento retrógrado de los
planetas, mientras que tanto el sistema de las esferas como el de los epiciclos tenían que hacer
complicadas combinaciones geométricas para cada planeta.

5. Cf. R. Taton et al., 1988, vol. II, tomo IV, pp. 77-78; y Hanson 1985, pp. 60-62, 159-162 y 166-167.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Además, la posición de la Tierra girando en torno al Sol entre los demás planetas explicaba que
los llamados planetas superiores (Marte, Júpiter y Saturno) y los inferiores (Mercurio y Venus)
tuvieran movimientos aparentes muy distintos que hacían que estos últimos nunca estuvieran
muy lejos del Sol. Peculiaridad ésta que sólo podía tener una explicación ad hoc en el sistema ptolemai-
co.6 Así pues, si el sistema copernicano no era más preciso que el ptolemaico, al menos era más
armonioso y salvaba mejor los fenómenos en algunos casos concretos, como el del movimiento
de la Luna, la cual según el sistema ptolemaico debía variar mensualmente su diámetro casi en
un cien por cien. Pero una ventaja adicional nada despreciable era que podía ser visto como un
modelo real del cosmos, y así lo entendió el propio Copérnico.

En su obra magna Sobre las revoluciones de los orbes celestes (1543), tras mencionar las ventajas del sis-
tema geoheliocéntrico de Martianus Capella (el llamado 'sistema egipcio', antiguamente propuesto por
Heráclides y parecido al que después defendería Tycho Brahe), afirma la superioridad del heliocéntrico
sobre la base de que el primero no podía ser construido con esferas cristalinas homocéntricas, ya que
éstas tendrían que cortarse unas a otras.7 A lo largo de dicha obra, a pesar del prudente modo de
expresar tan atrevidas ideas bajo el temor de que fueran declaradas absurdas si no contrarias a las
Escrituras, Copérnico deja traslucir su posición realista al hablar en todo momento como si
estuviera ofreciendo una descripción real del cosmos. En el prefacio dirigido al Papa Pablo III
escribe:

6. La explicación consistía en hacer que los centros de los epiciclos de Mercurio y Venus siempre estuvie-
ran sobre la línea recta que une la Tierra y el Sol. Cf. T. S. Kuhn 1985, p. 230.
7. Cf. Copérnico 1987, libro I, pp. 32-33. Véase también, R. Hall 1985, pp. 103 y ss.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Tampoco pudieron [los matemáticos] hallar o calcular partiendo de ellos [las excéntricas y los
epiciclos] lo más importante, esto es, la forma del mundo y la simetría exacta de sus partes, sino que les
sucedió como si alguien tomase de diversos lugares manos, pies, cabeza y otros miembros auténticamen-
te óptimos pero no representativos en relación a un sólo cuerpo, no correspondiéndose entre sí, de
modo que con ellos se compondría más un monstruo que un hombre.8

Y en el libro I aún es más explícito:

Por ello no nos avergüenza confesar que este todo que abarca la Luna, incluido el centro de la
Tierra, se traslada a través de aquella gran órbita entre las otras estrellas errantes, en una revolución anual
alrededor del Sol, y alrededor del mismo está el centro del mundo.9

Sin embargo, durante muchos años esta intención realista quedó oscurecida por el prólogo
con el que se abría la obra, atribuido erróneamente durante ese tiempo a Copérnico. El prólogo en
cuestión fue redactado por el teólogo luterano Andreas Osiander a instancias de Georg Joachim
Rheticus, discípulo de Copérnico que se había encargado de la edición del De Revolutionibus. Osiander
estaba temeroso de las previsibles repercusiones que podían tener las tesis del libro entre los teólogos y
los físicos aristotélicos, y creyó oportuno, para atemperar los ánimos, quitar fuste cosmológico a la
astronomía copernicana avisando al lector de que las hipótesis de los astrónomos no debían tomarse
literalmente, sino como instrumentos de cálculo. Sus palabras son elocuentes y conocidas:

Pero si quieren ponderar la cuestión con exactitud, encontrarán que el autor de esta obra no ha
cometido nada por lo que merezca ser reprendido. Pues es propio del astrónomo calcular la historia de
los movimientos celestes con una labor diligente y diestra. Y además concebir y configurar las causas de
estos movimientos, o sus hipótesis, cuando por medio de ningún proceso racional puede averiguar las
verdaderas causas de ellos. Y con tales supuestos pueden calcularse correctamente dichos movimientos a
partir de los principios de la geometría, tanto mirando hacia el futuro como hacia el pasado. Ambas
cosas ha establecido el autor de modo muy notable. Y no es necesario que estas hipótesis sean
verdaderas, ni siquiera que sean verosímiles, sino que basta con que muestren un cálculo coincidente con
las observaciones [...]. Permitamos que también estas nuevas hipótesis se den a conocer entre las
antiguas, no como más verosímiles, sino porque son al mismo tiempo admirables y fáciles y porque
aportan un gran tesoro de sapientísimas observaciones. Y no espere nadie, en lo que respecta a las
hipótesis, algo cierto de la astronomía, pues no puede proporcionarlo; para que no salga de esta
disciplina más estúpido de lo que entró, si toma como verdad lo imaginado para otro uso.10

8. Copérnico 1987, p. 9.
9. Copérnico 1987, lib. I, p. 33.
10. A. Osiander, "Al lector sobre las hipótesis de esta obra", en Copérnico 1987, pp. 3-4.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Es razonable pensar que Osiander no pretendía llevar a nadie a confusión sobre la verdadera ac-
titud de Copérnico, como lo indica el que hablara del autor en tercera persona y no en primera, pero el
caso es que el prólogo se publicó sin firma, y los lectores (entre ellos el cardenal Bellarmino, del que
hablaremos a continuación) creyeron que esa era la filosofía de Copérnico con respecto a su teoría.
Debe tenerse en cuenta que Copérnico no pudo desmentir tal interpretación, puesto que el primer
ejemplar del libro salió de la imprenta un par de meses antes de su muerte.11 No es de extrañar por ello
que los pocos que aceptaron en un principio el sistema copernicano adoptasen en su mayoría una
filosofía instrumentalista como la de Osiander o similar (es lo que se conoce como "interpretación de
Wittenberg").

Se produjo así la curiosa circunstancia de que muchos ptolemaicos se trasladaron a interpreta-


ciones cosmológicas realistas al tiempo que los copernicanos, para evitar problemas, se refugiaban
momentáneamente en cierto instrumentalismo de corte matemático. Aristóteles y las Escrituras seguían
pesando demasiado como para que hubiese sido de otro modo, aunque en este caso pesaba más el
primero que las segundas. La Iglesia Católica no vio un problema serio en el sistema copernicano hasta
que Giordano Bruno dejó patente sus consecuencias peligrosas. Fueron algunos protestantes, incluido
Lutero, los que se dieron más prisa en condenar las tesis de Copérnico. Sin embargo, el sistema
copernicano chocaba frontalmente contra la física aristotélica, y no podía esperar una acepta-
ción plena en tanto no hubiera una nueva física en su lugar.12 Por eso, el sistema geoheliocéntrico
de Tycho Brahe, que parecía menos contrario a Aristóteles, obtuvo más adeptos, en especial entre los
jesuitas del Collegio Romano.

11. Kepler intentó después deshacer el malentendido. Hacia 1600 escribió un opúsculo, que quedó inédi-
to, titulado Apología Tychonis contra Nicolaum Raymarum Ursum, en el que explica: "El autor de este
prefacio es Andreas Osiander, como lo atestigua en el ejemplar que poseo una nota de la mano de Je-
rónimo Schreiber de Nuremberg, a quien Schoner ha dirigido alguno de sus prefacios." Citado por
Duhem, Op. cit., p. 80.
12. También la astronomía ptolemaica entraba en conflicto con la cosmología aristotélica, como dijimos en
un tema anterior, y por eso se la interpretó de manera instrumentalista. Pero el choque de la astrono-
mía copernicana era aún mayor. Si la astronomía ptolemaica violaba el principio del movimiento circular
uniforme, la copernicana exigía una revisión de toda la física sublunar aristotélica. Los filósofos
aristotélicos veían como una cuestión técnica los desajustes entre Ptolomeo y Aristóteles, cosa que no
era posible seguir haciendo con Copérnico.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Con la excepción de Giordano Bruno y de Thomas Digges, que tuvieron poca influencia, y de
alguna figura menor, el primero en defender con argumentos firmes una interpretación realista de
las ideas copernicanas fue Johannes Kepler. Él fue quien le dio al nuevo sistema la forma con la que
se popularizó y quien sentó las bases de la dinámica celeste. Su opinión realista quedó expuesta en varios
textos, entre ellos el Mysterium cosmographicum (1596), Astronomía nova (1609) y, sobre todo, Epitome
Astronomiae Copernicanae (1618). La armonía del sistema era para él una señal de su verdad y nunca dudó
de que eso mismo estimaba Copérnico. Propuso leyes físicas para explicar el movimiento de los
planetas e hizo así de la astronomía una parte inseparable de la física, alejándose de los que
pensaban que era una disciplina puramente matemática que jugaba con hipótesis ficticias. Y
contra él se alzaron de nuevo las voces de quienes, como el rector de la Universidad de Tubinga,
aconsejaban dejar en paz la realidad de las cosas creadas y conformarse con dar cuenta de sus aparien-
cias.13 (Diéguez).

2.2. Las leyes de Kepler

Kepler, convencido de que Dios era un geómetra que había creado el mundo según armonías
matemáticas, se propuso descubrir las razones profundas de la hipótesis copernicana. Consciente de la

13. Cf. A. Elena 1989, pp. 52-60.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

equivalencia formal de los tres sistemas del mundo, trató de demostrar que el copernicanismo era el
verdadero físicamente, lo cal dependía del examen de las causas físicas y no de la mera geometría. (Solís
y Sellés 2005, p. 358).

Kepler señala que Copérnico se limitó a hacer una descripción de cómo es de hecho el mundo,
mientras que él se ocupa de por qué es así. (Solís y Sellés 2005, p. 375).

Por ejemplo, creyó que los planetas giran en torno al Sol porque tanto unos como el otro son
imanes que se atraen entre sí. Y explicó la existencia de seis planetas y sus distancias relativas afirmando
que es lo que corresponde a la relación armónica entre los cinco sólidos regulares cuando se inscriben
unos dentro de otros. (Diéguez).

Al intentar ajustar los nuevos datos de la órbita de Marte [conseguidos por Tycho Brahe, del que
Kepler fue ayudante] a un sistema de Copérnico con movimiento circular uniforme simple [...], Kepler
halló, después de cuatro años de labor, ¡que esto no podía hacerse! Los nuevos datos colocaban la órbita
justamente ocho minutos de arco fuera del esquema de Copérnico. [...].

Kepler debió quedarse anonadado con este descubrimiento, pues, después de todo, era un co-
pernicano convencido. [...] Kepler terminó, finalmente, por desechar la premisa que ligaba el sistema de
Copérnico más explícitamente a las doctrinas de la antigua Grecia. Cuando Kepler estaba estudiando las
trayectorias de los planetas según la imagen heliocéntrica, se le ocurrió que podían corresponder a una
figura, la elipse [...]. Si se admitía que la elipse era la trayectoria “natural” de los cuerpos celestes, se
obtenía un esquema geométrico del mundo, de gran simplicidad, en el cual todos los planetas se
mueven en órbitas elípticas, con el Sol en uno de los focos. Esta ley de las órbitas elípticas es una
de las tres grandes leyes de Kepler del movimiento planetario, generalmente conocida como su primera

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

ley. [Es importante darse cuenta de que esta ley significaba una ruptura con el principio de circulari-
dad, que no había sido cuestionado en 2000 años de astronomía, ni siquiera por Copérnico].

La segunda ley de Kepler, que él encontró [antes que la primera] siguiendo una línea de razona-
miento que no convencería a un lector actual, [establece que] el área barrida por la línea Sol-planeta es
proporcional al tiempo transcurrido. O bien, en la forma que ha llegado a ser estándar: Durante un
determinado intervalo de tiempo una recta trazada del planeta al Sol barre áreas iguales en
cualquier punto de su trayectoria. También se llama Ley de las áreas iguales.

2ª ley de Kepler. Las áreas A y B son iguales.

El hecho de que la Tierra se mueva más rápidamente (o que el Sol visto desde la Tierra se mueva
con mayor velocidad sobre el fondo de las estrellas) en invierno que en verano, era bien conocido por
los astrónomos desde mucho antes; era un efecto que podía explicarse [como ya vimos] por la
introducción del artificio de los “ecuantes” en el sistema geocéntrico [...]. La segunda ley de Kepler
cumple el mismo objetivo que el ecuante, pero en una forma mucho más satisfactoria.

La primera y la segunda leyes de Kepler fueron publicadas juntas en 1609 en su Astronomia Nova.
Pero Kepler estaba aún insatisfecho con un aspecto de sus descubrimientos: no se había hallado ninguna
relación entre los movimientos de los distintos planetas. [...] Sin embargo, Kepler estaba convencido de

14
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

que, al investigar las diferentes posibilidades, encontraría una relación simple que ligase todos los
movimientos que ocurren en el sistema solar. [Y finalmente la encontró en lo que se conoce como su
tercera ley o ley armónica]. Esta ley, en terminología moderna, establece que si T es el período de un
planeta dado (esto es, el tiempo que tarda en una revolución completa en su órbita alrededor del Sol) y R
es el radio medio de su órbita, entonces,

T2 = KR3

donde K es una constante que tiene el mismo valor para todos los planetas. (Holton 1988, pp.
58-66).

Gráficamente, esta tercera ley puede ser representada del siguiente modo:

3. FRANCIS BACON (1561-1626)

3.1. Bacon y el programa de la ciencia moderna

Francis Bacon es una figura controvertida dentro de la historia de la ciencia. A los ojos de los
fundadores de la Royal Society fue el profeta de una nueva metodología científica. Los philosophes
igualmente consideraban que Bacon era un innovador, un campeón del nuevo método inductivo-
experimental. Pero Alexander Koyré y E. J. Dijkterhuis, dos eminentes historiadores del siglo XX, han
minimizado el valor de las contribuciones de Bacon. Han destacado que Bacon no consiguió
resultados nuevos para la ciencia, y que su crítica del método aristotélico no era ni original ni incisiva. [...]

Los litigantes están de acuerdo acerca de varios aspectos de la contribución de Bacon: 1) que el
propio Bacon no enriqueció a la ciencia mediante ejemplos concretos del método que profesaba; 2)
que las grandes dotes literarias de Bacon le capacitaron para expresar sus ideas de modo tan eficaz que

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

muchos estudiosos le han atribuido un gran papel en la revolución científica del siglo XVII; y 3) que la
originalidad de Bacon, si es que posee alguna, es su teoría del método científico.

El propio Bacon reclamó la originalidad para su método. Escogió como título de su principal
obra sobre el método "Novum Organum", indicando con ello que su método había de sustituir al
método que trataba el Organon, compilación medieval de los escritos [lógicos] de Aristóteles. (Losee
(1985), pp. 70-1).

[No deja de haber algo cierto en la crítica de que Bacon fue un mero propagandista de una cien-
cia natural que escapaba a su comprensión]. Bacon no fue capaz de captar el papel fundamental
desempeñado por las matemáticas en los principales avances científicos de su tiempo [ni aceptó el
copernicanismo]. Pero, sin embargo, con su creencia en la posibilidad de un amplio y continuo
desarrollo del conocimiento, en la posibilidad de descubrir nuevos conocimientos en lugar de salvar
los viejos antes de que desaparezcan irreversiblemente, jugó un papel crucial en la creación de una
atmósfera o entorno intelectual en el que pudo florecer esta idea de conocimiento modelada por la
ciencia natural.

[...] Podemos concluir que lo que él hace es trazar la naturaleza y el programa de una cien-
cia de la naturaleza auténticamente natural, independiente de la religión, no sometida a la autoridad
de la especulación del pasado, unificada por un método de inducción por eliminación [...] y una tarea
a realizar de forma cooperativa para el provecho material de la humanidad. En tanto que natural, está
libre de la teología y de la metafísica; en tanto que social, no está tocada ni por el ocultismo ni por la
fantasía; en tanto que metódica, está por encima de las inconexas acumulaciones de erudición de los
anticuarios. En todos estos sentidos, constituye un paso adelante en tanto que es un paso en pro de la
concepción del mundo dominante en la época moderna. (Quinton (1985), pp. 47 y 99).

[Poniendo el énfasis en estos aspectos Popper ha llegado a escribir:] "Bacon es el padre espiri-
tual de la ciencia moderna. No por su filosofía de la ciencia y su teoría de la inducción, sino porque
llegó a ser el fundador y el profeta de una iglesia racionalista –un tipo de anti-iglesia. Esta iglesia fue
fundada no sobre una piedra, sino sobre la visión y la promesa de una sociedad científica e industrial –
una sociedad basada en el dominio del hombre sobre la naturaleza. La promesa de Bacon es la
promesa de una autoliberación de la humanidad a través del conocimiento". (Popper (1994), pp. 197-8).

Donde Bacon perdió completamente la conexión con el tipo de ciencia que iba a surgir en Gali-
leo, fue en las matemáticas [...]. No deberíamos exagerar su error. En un lugar dice: "El mejor modo de
atacar la investigación de la Naturaleza es aplicando la matemáticas a la física". En otro: "Si la física
mejora de día en día, deduciendo nuevos axiomas, necesitará cada vez más la ayuda de las matemáticas".
Por otra parte, consideraba las matemáticas simplemente como siervas de la física, y llegó a

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

quejarse del predominio que comenzaban a ejercer sobre esa ciencia. [...] Bacon disentía en especial del
método empleado por Galileo de transformar el problema del movimiento [...] en un problema de
cuerpos geométricos, moviéndose en un espacio geométrico. (Butterfield (1982), p. 108).

[Es más] Bacon era contrario al método de Galileo consistente en aislar los fenómenos de
su contexto natural, estudiando tan sólo los aspectos de dichos fenómenos que resultaban
medibles, erigiendo luego un vasto cuerpo de teoría matemática sobre los resultados. Bacon
deseaba tomar en cuenta todos los hechos que pudieran ser pertinentes para el asunto que se traía entre
manos, como la naturaleza física de los cuerpos celestes en astronomía, cosa que Copérnico no había
considerado importante, o la función de la resistencia del aire en la caída gravitatoria, cosa que Galileo
ignoraba. [...]

Durante el siglo diecisiete, el progreso en la ciencia se produjo principalmente gracias al


método matemático-deductivo desarrollado por Galileo y elaborado por Descartes, siendo tan
sólo en el siglo diecinueve cuando el método cualitativo-inductivo de Bacon llegó a su apogeo
con el desarrollo de la geología y de la biología evolucionista. Fue entonces cuando se recogieron
de todo el globo vastas colecciones de hechos, básicamente de carácter cualitativo, aplicándose el
razonamiento inductivo a la elaboración de teorías geológicas y biológicas. (Mason (1985), v. 2, pp. 31-
32).

3.2. Crítica del método aristotélico

Bacon le confesó a su biógrafo Rawley que en Cambridge "sintió aversión por la filosofía de
Aristóteles, no porque considerara que este autor, a quien no dejaría nunca de concederle los más
elevados atributos, careciera de interés, sino porque su método le parecía estéril". (Quinton (1985), p. 8).

Se debe subrayar, sin embargo, que Bacon aceptó el esquema básico de la teoría inductivo-
deductivo de Aristóteles sobre el procedimiento científico. Bacon, como Aristóteles, consideraba la
ciencia como una progresión desde las observaciones a los principios generales y regreso a las observa-
ciones. Es cierto que Bacon enfatizó la etapa inductiva del procedimiento científico. Pero asignó a los
argumentos deductivos un importante papel en la confirmación de generalizaciones inductivas. [...]

Pero aunque Bacon aceptó la teoría del procedimiento científico de Aristóteles, criticó
grandemente el modo en que este procedimiento había sido ejecutado. (Losee (1985), pp. 72-3).

Una crítica elemental de la filosofía aristotélica tiene que hacer dos cosas: ofrecer una interpreta-
ción articulada de los límites de la deducción y fijar la atención en la forma en que se llega a los

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

axiomas de los que se deriva dicha deducción. Aunque la teoría lógica de la que disponía Bacon era
rudimentaria, no obstante, la idea de que la deducción no facilita una información auténticamente
nueva sino que se limita a desvelar y a hacer explícito lo que ya está contenido en las premisas [que era
lo que Bacon le imputaba], era ya conocida, [...] era ya un motivo pirrónico corriente, asequible a
cualquier estudioso de Sexto Empírico. [...]

[En cuanto al modo en el que se accede a los axiomas, Bacon] llamó inducción a todo proceso a
través del cual se llega a una proposición general y las inducciones de los escolásticos eran para él
objetables, no a causa de ninguna objeción de principio, sino debido a su excesivo atolondramiento
y precipitación.

Un empirista estándar diría entonces que una ciencia del hecho natural ha de partir de informes
de items particulares de los que dependen para su apoyo las teorías o proposiciones generales de la
ciencia. Como las teorías van siempre más allá de los items singulares de evidencia en los que se basan, en
una ciencia empírica no pueden satisfacer nunca el requisito aristotélico de la certeza o autoevidencia.
Bacon creía en cambio que la certeza era susceptible de ser obtenida por medio de la inducción
con tal de que fuera gradual y metódica. Para él, pues, los aristotélicos estaban haciendo una cosa
correcta, pero se quedaban cortos. [Para un empirista actual] estaban haciendo algo incorrecto, a saber,
confiar en la observación para llegar a establecer o suministrar verdades generales auto-evidentes, ciertas
y necesarias. [...]

El nuevo método inductivo se expone con todo detalle en el libro II [del Novum Organum]. Lo
primero que Bacon afirma es su método inductivo supone una innovación crucial debido a que es
eliminativo. Tras esta afirmación se encuentra una observación suya justamente famosa: [...] "la
instancia negativa es más poderosa a la hora de establecer un axioma verdadero". G. H. von Wright [...]
dice a propósito de esto: "Las leyes de la naturaleza no son verificables... pero son falsables... Corres-
ponde a Bacon el gran mérito de haber captado por completo la importancia de esta asimetría en la
estructura lógica de las leyes".

Lo que Bacon está combatiendo con su entusiasmo por la inducción por eliminación es la induc-
ción por enumeración simple, que él considera que es el tipo de inducción defendido por Aristóteles y al
que se atuvieron sus discípulos. [...]

La objeción que él tiene que hacerle a la inducción por enumeración es sólo su precipitación y
clara falibilidad. El creía que tomando en cuenta "la mayor fuerza de la instancia negativa", podría,
con un método de inducción por eliminación, llegar a hacer posible el descubrimiento de leyes que
fueran ciertas. Este es todavía un eco residual del requisito aristotélico de que los "primeros principios"

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

de las ciencias han de ser necesarios, como también lo es el rechazo baconiano de la enumeración por
ser "no razón, sino conjetura". [...]

El primer paso del nuevo método consiste en la preparación de un "historial experimental y


natural completo y exacto". Este material se dispone luego en "tablas". Está en primer lugar la tabla de
presencias. En ella se describen casos en los que está presente la "naturaleza" o característica perceptible
que está siendo objeto de investigación con el fin de llegar a un informe amplio y completo de sus
acompañantes típicos habituales. [Así, al estudiar la naturaleza del calor, serían instancias positivas los
rayos del sol, las llamas, etc.]. A continuación, en la tabla de ausencias, se hace una lista de los casos en
que los acompañantes de la naturaleza que se está investigando están presentes, pero la propia
naturaleza, no. [Así, el calor no está presente en los rayos de luna, en el aire, en el agua, etc.]. En tercer
lugar, en la tabla de grados, se exponen casos en los que una cantidad mayor o menor de la naturaleza en
estudio se ve acompañada por una cantidad mayor o menor de alguna otra característica cambiante. [Por
ejemplo, la variación del calor animal con el ejercicio o el calor de fricción con el vigor del movimiento
que lo produce]. [...]

Con esto el material de comprobación se presenta listo para la operación central de eliminación
o exclusión que hay que realizar. Solo puede sobrevivir a las exclusiones aquello que esté presente en
todos los casos enumerados en la tabla de presencias y aquello que está ausente en todos los casos
enumerados en la tabla de ausencias. Lo que está ausente en uno solo de los casos de presencia no puede
ser una condición necesaria; lo que está presente en uno solo de los caso de ausencia no puede ser una
condición suficiente. [...]

La ventaja que Bacon ve en su forma de inducción por eliminación es que ésta, gracias al uso que
hace de las instancias negativas, puede llegar a leyes ciertas e irrefutables, mientras que, en cambio, la
inducción enumerativa está siempre a merced de un contra-ejemplo. (Quinton (1985), pp. 44-5 y 82-7).

[Bacon se quejaba sobre todo de que] Aristóteles y sus seguidores habían reducido la cien-
cia a lógica deductiva, al sobreenfatizar la deducción de consecuencias a partir de los primeros
principios. Bacon subrayó que los argumentos deductivos sólo tienen valor científico si sus premisas
tienen un soporte inductivo adecuado.

En este punto, Bacon debió haber distinguido entre la teoría de Aristóteles sobre el procedi-
miento y el modo en que esta teoría del procedimiento fue indebidamente utilizada por los pensadores
posteriores que se llamaron a sí mismos "aristotélicos". Los practicantes de un falso aristotelismo
habían provocado un corte en el método de Aristóteles al comenzar, no con la inducción a
partir de las pruebas observacionales, sino con los primeros principios de Aristóteles. Este falso
aristotelismo llevó a una teorización dogmática que separó la ciencia de su base empírica. Pero el

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

propio Aristóteles había insistido en que los primeros principios debían inducirse a partir de las pruebas
observacionales. Bacon fue injusto al condenar a Aristóteles por reducir la ciencia a la lógica deductiva.
(Losee (1985), p. 73).

3.3. La utilidad de la ciencia

Bacon aceptaba como imperativo moral que el hombre ha de recobrar el dominio sobre la natu-
raleza que perdió en su Caída. Afirmó repetidamente que el hombre debe controlar y redirigir las fuerzas
naturales con el fin de mejorar la calidad de vida de sus semejantes. [...] El objetivo último de la
investigación científica es el poder sobre la naturaleza. El énfasis de Bacon en la aplicación práctica
del conocimiento científico está en marcada oposición a la postura de Aristóteles, según el cual el
conocimiento de la naturaleza es un fin en sí mismo. Es este énfasis en el control de las fuerzas
naturales lo que más claramente aparta a la filosofía de Bacon de la filosofía aristotélica cuyo predominio
esperaba anular. (Losee (1985), p. 78).

La finalidad de las ciencias es su utilidad para el género humano. Aumentar el conocimiento


equivale a extender la soberanía del hombre sobre la naturaleza, aumentando al mismo tiempo su
bienestar y su felicidad, en cuanto dependan de circunstancias externas. Para Platón o para Séneca o para
un cristiano que sueñe con la Ciudad de Dios esta doctrina parecerá material y vulgar; su enunciado fue
revolucionario porque implicaba que la felicidad en la tierra era un fin que había que perseguir por sí
mismo y que debía realizarse mediante la cooperación de la humanidad en su conjunto. [...]

Bacon ilustró su visión de la importancia social de la ciencia en su esbozo de un estado ideal, la


Nueva Atlántida. [...] Mientras que Platón quería asegurar un orden permanente y sólido, fundado en
principios inmutables, el fin de Bacon consistía en posibilitar el dominio de su imaginaria comunidad
sobre la naturaleza mediante descubrimientos progresivos. Los jefes de la ciudad platónica son
metafísicos que regulan el bienestar del pueblo mediante doctrinas abstractas establecidas de una vez por
todas. Por el contrario, en la Nueva Atlántida la característica más importante es el colegio de
investigadores científicos que descubren continuamente nuevas verdades que pueden alterar las
condiciones de vida. Aquí aparece, si bien en un terreno restringido, la idea de una mejora progresi-
va, característica de la Edad Moderna, que modifica la idea de un orden prefijado, prevaleciente de
modo exclusivo en el pensamiento antiguo. (Bury (1971), pp. 61-2).

[Así pues, la ciencia experimental, despliega ya desde el primer momento su inequívoca declara-
ción de intenciones: saber para poder; conocimiento extraído a la naturaleza, no en pasiva contempla-
ción, sino en activa intervención sobre ella, mediante instrumentos que la violentan creando situaciones

20
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

que jamás se darían por sí mismas, y ello con la finalidad última de obtener el control de los mecanismos
que gobiernan su comportamiento.

En tal sentido son suficientemente explícitos los aforismos de Bacon en el Noum Organon (1620).
El tercero de ellos ha sido convertido casi en un lema de nuestro tiempo: "La ciencia y el poder humano
vienen a ser lo mismo". El poder, un poder que vence a la Naturaleza obedeciéndola, un poder que
se manifiesta en los resultados efectivos, he aquí la vara de medir que Bacon introduce y no duda en
aplicar: "Al igual que en la religión se exige que la fe se muestre en las obras, lo mismo debemos exigir
en la filosofía, de forma que se juzgue a partir de los frutos y se tenga por vana toda filosofía estéril,
tanto más si (en lugar de los frutos de la uva y la oliva) produce cardos y espinas de controversias y
disputas." (Libro I, aforismo LXXIII). Y para que ese poder llegue a nuestras manos hay que manchár-
selas primero en el contacto directo con la Naturaleza; es necesario efectuar "una anatomía y disección
diligentísimas del mundo mismo." (Libro I, aforismo CXXIV). En otras palabras, con una mano en la
mejilla no todo se llega a saber.

También Descartes en su Discurso del método (1637) –que lleva por subtítulo Para bien dirigir la ra-
zón y buscar la verdad en la ciencia, y que se publicó como encabezamiento a los tratados Dióptrica, Los
meteoros y Geometría–, nos cuenta cómo cuando adquirió algunas nociones de física, éstas le enseñaron
"que es posible llegar a conocimientos muy útiles para la vida, y que, en lugar de la filosofía especulativa
enseñada en las escuelas, es posible encontrar una práctica, por medio de la cual [...] hacernos como
dueños y poseedores de la naturaleza." (Discurso del método, sexta parte).

Bacon y Descartes, a diferencia del hombre griego o del Medievo, consideran que el sa-
ber ha de juzgarse por su utilidad. Incluso la filosofía debería realizarse al modo y manera de
esos saberes. Para Bacon el modelo han de ser las ciencias inductivas, para Descartes las
matemáticas. Dos vías opuestas, pero con un mismo origen y un mismo fin: renovar y dar nuevo
impulso a la filosofía, entendida ahora de como un saber riguroso, ajeno a la mera especulación con la
que el escolasticismo medieval la había asfixiado.] (Diéguez).

4. GALILEO GALILEI (1564-1642)

La importancia de Galileo para la formación de la ciencia moderna depende en parte de sus des-
cubrimientos y sus opiniones en física y astronomía, pero mucho más de su oposición a que la ciencia
siguiera guiada por la filosofía. Su rechazo de la tradicional autoridad de los filósofos indujo
progresivamente a éstos a buscar apoyo en la Biblia, a consecuencia de los cual sobrevino una batalla
por la libertad en la investigación científica que influiría profundamente en el desarrollo de la
sociedad moderna.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Antes del caso de Galileo nunca se había producido una brecha entre la religión y la ciencia, ni
tampoco una distinción entre la ciencia y la filosofía. Fue Galileo quien creó una ciencia que los filósofos
no podían aceptar.

Galileo compartía con Bacon y Descartes el sueño en una nueva filosofía que acabase con los
juegos verbales del aristotelismo, pero –a diferencia de ellos– no intentó sentar sus bases. Pensaba que
eso sólo podría hacerse en el futuro, cuando la simbiosis de la experiencia práctica y la razón [...]
hubieran arrojado un mejor conocimiento del mundo. (Drake (1983), pp. 12, 19 y 31).

4.1. El método científico

El siglo XVII fue eminentemente la época en se impuso la idea de la experimentación. Con fre-
cuencia se atribuye al joven Galileo la idea de que el experimento es la ruta principal para el progreso del
conocimiento. [...] Este punto de vista es muy simplista. Galileo llegó a interesarse, pero de ningún
modo exclusivamente, por algunos aspectos de la tradición de los artesanos durante sus veinte años en
Padua. [...] Su reacción instintiva era hallar las propiedades del comportamiento de los cuerpos, al buen
estilo de Arquímedes, a partir de las consideraciones geométricas del movimiento o del equilibrio sobre
el modelo de la palanca. Cuando realizaba un experimento, era generalmente para ilustrar una
conclusión a la que había llegado a través de un razonamiento matemático. Lo novedoso del
enfoque de Galileo, en comparación con sus opositores aristotélicos, no estaba tanto en su actitud hacia
la experimentación como en su confianza acerca de la relevancia de las matemáticas. (Shea (1983),
p.29).

Mientras los aristotélicos trataban de resolver un problema como si fuera una cuestión legal, ape-
lando a la autoridad, Galileo acudía directamente al tribunal de la naturaleza, aunque con Arquímedes
como abogado. (Shea (1983), p. 53).

Mas no estamos ante un método hipotético-deductivo. En rigor, la experimentación no con-


firma los supuestos: no se trata del procedimiento de elaboración de hipótesis, deducción de consecuen-
cias y contrastación experimental de las mismas, puesto que los principios –lejos de ser hipotéticos– son
verdaderos y evidentes. En rigor, la experimentación no confirma los supuestos, sino que ayuda
meramente a hacerlos evidentes (dado que, lamentablemente, los principios de la nueva ciencia no lo
son de inmediato para el intelecto humano). (Elena 1989, p. 77).

Las matemáticas sólo se convirtieron en un problema para los filósofos cuando permitieron al
hombre transformar la naturaleza. Sabemos que el avance de la tecnología dependió, en gran medida, del
desarrollo de la geometría y de las matemáticas; y la tecnología ha revelado que la naturaleza no es un

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

conjunto estable de formas fijas sino un reino infinito de posibilidades de transformación. Esto arroja
una nueva luz sobre el papel de las matemáticas en nuestro conocimiento del mundo, pero difícilmente
se puede reprochar a los aristotélicos que no lo hayan previsto. (Shea (1983), p. 56).

La importancia que Galileo asigna a los experimentos no involucra una acumulación inexorable
de confirmaciones. Su confianza en la uniformidad de la naturaleza y su certeza de que existe una
causa básica implican la creencia de que bastaba con uno o, a lo sumo, unos pocos experimen-
tos bien elegidos. La ciencia, para Galileo, es un modelo explicativo de conceptos geométricos
lógicamente conectados que proceden de unos pocos principios, y preferiblemente uno solo. [...] Puede
predecir con seguridad el resultado de nuevos experimentos desde su butaca: esto explica por qué insiste
en la verificación experimental y, sin embargo, se contenta con tan pocos experimentos reales. (Shea
(1983), p. 65).

Como señalaba A. Koyré, la revolución galileana se puede reducir al descubrimiento del


lenguaje de la naturaleza; al descubrimiento de que las matemáticas son la gramática de la
ciencia. Mientras los aristotélicos creían que las propiedades cualitativas revelaban la esencia de las
cosas, Galileo sostenía que las relaciones cuantitativas eran las verdaderas claves para la comprensión de
la realidad. [...] Los nuevos datos de la observación se convierten en pruebas cuando se interpretan
matemáticamente. (Shea (1983), pp. 78-9).

Ahora bien, Galileo se dio cuenta de que las discrepancias con respecto a la pura teoría matemá-
tica eran inherentes a los propios procesos [físicos] y por eso dejó de insistir en aquella clase de
perfección que los filósofos siempre habían demandado. La ciencia galileana difiere de la filosofía natural
tradicional en su voluntad de lograr un acuerdo razonable con las observaciones más que con la mente
divina o con ideales inaccesibles a la experiencia, tanto matemáticos (Platón) como verbales (Aristóteles).

El valor concedido por Galileo a las matemáticas dentro de la física está tan lejos de la
posición de Platón como de la de Aristóteles. Platón consideraba que sólo era digno de estudio el
mundo de las puras ideas matemáticas: si los objetos físicos no se adecuaban a éste, tanto peor para
ellos, puesto que eso significaba que eran defectuosos o imperfectos. Aristóteles estimaba que los
procedimientos matemáticos nada tenían que ver con la física, dado que las matemáticas no se
preocupaban en absoluto de la materia. Tanto uno como otro estaban impresionados por el carácter
abstracto de las matemáticas, en contraste con el concreto mundo material. A Galileo, por el contrario,
lo que le llamaba la atención era la posibilidad de utilizar las matemáticas como un instrumento
de estudio de la física.

No se guió Galileo por ninguna creencia metafísica acerca de la naturaleza, sino más bien por
una convicción epistemológica relativa a las características del conocimiento fidedigno. Si hemos de

23
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

buscar su contrapartida en la antigüedad, ésta no fue la filosofía platónica, sino la astronomía de


Ptolomeo: mientras que aquélla aspiraba a verdades eternas que estaban más allá de cualquier posible
medición, esta última se basaba en mediciones prácticas. La medida es inherente a la ciencia; la verdad
eterna queda para la fe, sea filosófica o teológica. (Drake (1983), p. 60, 83 y 62).

[Así pues], con Galileo alcanzó madurez el método matemático-experimental. Extrajo la


geometría de su concentración en longitudes, áreas y volúmenes para aplicarla a otras propiedades
medibles, concretamente el tiempo, el movimiento y la cantidad de materia, a fin de descubrir las
conexiones existentes entre ellas y deducir las consecuencias de dichas conexiones. A fin de aplicar las
matemáticas a los fenómenos físicos de esta manera, el campo de investigación habría de
restringirse a la observación de cualidades que fuesen medibles [...] de manera que pudiese
simplificar su estudio y centrarse en lo fundamental de su problema. (Mason (1985), 2, p. 47).

Los aristotélicos presuponían que el movimiento, aprehendido por los sentidos, revelaba la natu-
raleza de un cuerpo. Por lo tanto, una teoría física no podía cuestionar los datos inmediatos de la
percepción. Galileo partía de una premisa diametralmente opuesta: no es la mera percepción
sensorial lo que revela la naturaleza de la realidad física, sino la razón.

La actitud de Simplicio es la de un empirista indignado, atacado por primera vez en la tierra fir-
me del sentido común. Simplicio está convencido de que los sentidos de la vista y el tacto serían
invalidados si la Tierra se moviera, porque ve caer los cuerpos en línea recta, y se siente que la Tierra está
en reposo.

A los dos principios básicos del empirismo aristotélico –la teleología antropocéntrica y la con-
fianza en las revelaciones inmediatas de la experiencia sensorial– Galileo oponía los dos principios
principales del platonismo matemático: la armonía geométrica del universo y la creencia en el
poder explicativo de las matemáticas.

Para Galileo, la revolución científica, el paso de la nueva visión del mundo a la nueva, no es pri-
mariamente el resultado de más y mejores observaciones; es la inspirada reducción matemática de un
complejo laberinto geométrico a un sistema hermosamente simple y armonioso. Es, en verdad, una
nueva visión digna del mismo Platón. (Shea (1983), pp. 165, 171, 195-6 y 177-8).

4.2. Una nueva física

Al destruir [el sistema copernicano] el viejo entramado de esferas de éter, planteó la necesidad
de elaborar una nueva física del cosmos, para lo que precisaba nuevas ideas sobre las fuerzas que

24
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

rigen el movimiento de los astros, así como nuevas leyes del movimiento de los objetos terrestres para
que la Tierra pudiera convertirse en un planeta sin producir efectos mecánicos desastrosos.
(Solís y Sellés 2005, p. 389).

[Como ya vimos,] en el sistema aristotélico, la Tierra redonda está fija en el centro del universo y
las esferas elemental y celeste la rodean concéntricamente, como las capas de una cebolla. La esfera de la
Luna divide el universo en dos regiones netamente diferenciadas: la terrestre y la celeste. En esta última,
los cuerpos están compuestos de un quinto elemento o quintaesencia, ingenerable e incorruptible, y que
sólo sufre un tipo de cambio: el movimiento circular uniforme. Los cuerpos situados entre la Tierra y la
Luna están sujetos a toda clase de cambios, y su forma de movimiento natural es el movimiento
rectilíneo hacia su lugar natural en la esfera del elemento del que están compuestos. La prueba de este
punto de vista está en el movimiento libre de los cuerpos desde y hacia el centro de la Tierra; el fuego se
mueve directamente hacia arriba; la tierra cae directamente hacia abajo.

Para reemplazar este cosmos doble por el uni-verso copernicano, Galileo debía demostrar
que el análisis de Aristóteles era lógicamente inconsistente y vacío de fundamentos empíricos reales. Lo
hizo atacando la distinción aparentemente natural, entre el movimiento rectilíneo y el circular sobre la
que Aristóteles apoyaba su hipótesis. [...]

Salviati, el interlocutor de Galileo, argumenta que, en un universo bien ordenado, el movimiento


rectilíneo no puede ser natural porque lo que se mueve en línea recta no está en su lugar adecuado
cuando comienza a moverse, y si continúa moviéndose siempre, tendrá un destino indefinido. Sólo el
movimiento circular preserva el orden cósmico manteniendo los cuerpos en movimiento en la
misma posición relativa. [...] El triunfo de la circularidad [...] se obtiene al precio de excluir la
posibilidad de la inercia rectilínea.

Como el movimiento circular es natural (lo que es la categoría explicativa definitiva), Galileo
no necesita de una fuerza que actúe sobre los planetas para mantenerlos en órbita. (Shea (1983),
pp. 142 y 164).

En la nueva cosmología de Galileo, el movimiento natural –que sólo puede ser el circular– mos-
traba la unidad fundamental del universo. Galileo supone que todos los cuerpos móviles obedecen a
las mismas leyes, y que toda clase de cambio, ya sea accidental o sustancial, es sólo una reorganización
de la materia en movimiento. Con este punto de vista era más fácil conocer la trayectoria de los planetas
en el cielo que la naturaleza de la generación y corrupción en la Tierra. El supuesto subyacente era que
todos los cuerpos se mueven en trayectorias que se pueden describir matemáticamente y se disponen en
formas geométricas. (Shea (1983), p. 147).

25
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Lo que [la física de] Galileo establecerá es que todo suceso mecánico tiene lugar de igual
manera en la Tierra, ya sea ésta móvil o inmóvil, de modo que [...] la observación de los fenómenos
terrestres [no] permite decidir sobre el estado de movimiento del sistema. Ello supone la formulación de
un principio mecánico de relatividad (y no simplemente óptico) que, sin embargo, no puede ser
enunciado sin más. Es imprescindible modificar la concepción aristotélica del movimiento y sustituirla
por lo que será uno de los pilares de la física moderna, el movimiento inercial, el cual no hubiera
podido plantearse sin una profunda renovación de los conceptos tradicionales.

Éste es el camino que Galileo empieza a recorre en la “Segunda Jornada” de su Diálogo sobre los
dos máximos sistemas del mundo. Si él tiene razón, los graves caerán con total independencia del movimien-
to o reposo de la Tierra. Asimismo, el alcance de un proyectil lanzado hacia el oeste será el mismo que si
es lanzado hacia el este, de modo que la hipotética rotación terrestre en nada influirá. Y los pájaros, por
mucho que jamás puedan alcanzar la vertiginosa velocidad de la Tierra en esa dirección, no por ello
serán “dejados atrás”, con lo que el observador no tendrá por qué verlos volar siempre hacia occidente.
En definitiva, los cuerpos terrestres se han de mover al margen del estado de reposo o de movimiento
del sistema del que forman parte. [...]

En las primeras páginas de la “Segunda Jornada” Galileo [hace decir a Salviati que el movimiento
compartido (con la Tierra) ha de ser imperceptible]. [...]

Pero la cuestión es justamente ésta: ¿Por qué es imperceptible por el mero hecho de ser comparti-
do? [...]

En contra de la física de Aristóteles, Galileo sostiene que el movimiento es puro cambio de


relación, y no una propiedad del móvil que éste tiene o no tiene de modo semejante a un metal que
es dúctil o no. [Por eso, si algo] comparte el movimiento del sistema, entonces se trata de un movi-
miento nulo y como no existente. [...]

Ahora resulta que movimiento y reposo no son estados absolutos, definidos unívocamente, sino es-
tados relativos que en modo alguno se oponen entre sí: el reposo no es sino un movimiento comparti-
do. [...]

Para quien participa del movimiento de la Tierra el fenómeno de la caída de un grave tendrá lu-
gar exactamente de la misma manera que en una Tierra en reposo. [...] La argumentación galileana se
apoya en dos principios físicos antiaristotélicos, el principio de la independencia de los movimien-
tos (vertical y horizontal) y el principio de la persistencia del movimiento horizontal (el propio
Galileo no los enuncia en forma de principios). [...]

26
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Ha de ser posible combinar el movimiento vertical (rectilíneo) propio de los cuerpos que des-
cienden por acción de la gravedad, con el horizontal (circular) propio de la Tierra, y ello de modo tal que
cada uno tenga lugar como si el otro no existiera. [...]

Resulta [entonces] que el observador participa de la componente horizontal (en la medida


en que todo se mueve con la Tierra), pero no de la vertical. Y puesto que el movimiento
compartido es nulo y equivalente al reposo, para dicho observador únicamente será efectiva
esta segunda componente. En consecuencia, desde una Tierra móvil, lo mismo que desde una Tierra inmóvil,
nuestro perspicaz espectador verá caer la piedra perpendicularmente al suelo, siendo indiferente que la
componente horizontal exista o no. (Rioja y Ordóñez 1999, pp.258-262).

4.3. Logros científicos importantes

a) Observaciones con el telescopio (montañas lunares, número y distancia de las estrellas, lunas de Júpiter, fases
de Venus, manchas solares)

Hasta ese momento, la discusión cosmológica se centraba en teorías matemáticas muy técnicas.
Pero entonces, Galileo rompió el equilibrio, mostrando ante los ojos cosas difíciles de asimilar para los
físicos y teólogos. En 1609 perfeccionó un catalejo recientemente patentado [en Holanda] y, tras
explorar su utilidad naval y militar, lo dirigió hacia los cielos para descubrir fenómenos que, debidamente
interpretados minaban la cosmología básica aristotélica y el ordenamiento ptolemaico. […] Veamos
cuáles fueron esos descubrimientos tan peligrosos.

1. El primero de ellos fue el relieve lunar. Hoy puede parecer trivial ver con unos prismáticos
los montes de la Luna, pero ver manchas lunares […] exigió una buena dosis de interpretación y de
mediciones.

27
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

2. El segundo descubrimiento afectaba a las estrellas y a las dimensiones del mundo. Para
empezar, con el telescopio el número de estrellas visibles se duplicaba con creces. La luz lechosa de la
Galaxia (la Vía Láctea), así como las nebulosas, se resolvía en innumerables estrellas demasiado lejanas
para ser contempladas a simple vista. Además, las estrellas visibles no aumentaban de tamaño al ser
observadas con el telescopio, como ocurre con los planetas, que se ven como pequeños círculos, sino
que aparecían como puntos de luz por la eliminación del centelleo (un efecto de las turbulencias de la
atmósfera). La ineficacia del telescopio para aumentar el diámetro estelar apoyaba la suposición de
Copérnico de la existencia de un enorme hueco entre Saturno y las fijas a fin de justificar la ausencia de
paralaje anual.

3. El tercer descubrimiento fue que los planetas medíceos, los satélites de Júpiter, llamados
así en honor de Cosme II de Médicis, gran duque de Toscaza, lo que le valió el cargo de matemático y
filósofo de la corte, mejor pagado y más prestigioso que el puesto de matemático a secas en la Universi-
dad veneciana de Padua. […] En la noche del día 7 de enero de 1610 vio tres estrellas fijas junto a
Júpiter que le llamaron la atención por ser más brillantes […] y estar en una línea paralela a la eclíptica.
[En los siguientes días observó que las posiciones relativas de estas estrellas con respecto a Júpiter
variaban de un modo que sólo podía deberse al hecho de que orbitaran en torno al planeta.]

28
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

4. [Tras estos descubrimientos publicados en su obra La gaceta sideral] Galileo dio a luz nuevos
descubrimientos no menos sorprendentes. El primero de ellos fue el de las fases de Venus. Comenzó
sus observaciones en el otoño de 1610, cuando el planeta en la elongación máxima comenzaba a
disminuir su zona iluminada (menguante), a la vez que su radio aparente aumentaba por efecto del
acercamiento a la Tierra. Alcanzó el cuarto hacia mediados de diciembre y la fase nueva a finales de
febrero, y a partir de entonces comenzó de nuevo a crecer (en área iluminada) y a disminuir en radio
aparente. […] El especial interés de este descubrimiento es que refuta directamente a Ptolomeo,
mientras que los descubrimientos anteriores, por más que minasen seriamente la física aristotélica, no
refutaban estrictamente el geocentrismo. […] Desde este momento, se acabó toda defensa razonable de
Ptolomeo. En este momento (1611), los jóvenes matemáticos jesuitas del Collegio Romano coquetearon
con las novedades copernicanas, hasta que el decreto de 1616 les impidió proseguir por ese camino y los
obligó a cerrar filas en torno al posible sistema de Brahe (en el que Venus orbita en torno al Sol).

29
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Fases de Venus

Cómo deberían ser según un modelo heliocéntrico y otro geocéntrico

5. Otro descubrimiento fatal para la estrategia católica […] fue el de las manchas solares. […]
También en los cielos se observan procesos de cambio sustancial como en la Tierra. (Solís y Sellés 2005,
pp. 380-384).

30
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

b) Estudio de la caída de los graves

[Uno de los problemas centrales para Galileo fue] el de la caída de los cuerpos bajo la fuerza de
la gravedad. En primer lugar refutó la opinión aristotélica de que los objetos pesados caen más aprisa
que los ligeros. [En su obra De Caelo Aristóteles había dicho que el tiempo empleado por un cuerpo en
caer hacia la tierra era inversamente proporcional a su peso, de modo que "si un peso es doble, tardará la
mitad de tiempo en recorrer la misma distancia".] Qué ocurriría, se preguntaba [Galileo], si un cuerpo
pesado y otro ligero se atasen y se dejasen caer desde una cierta altura. Desde el punto de vista
aristotélico podría sostenerse que el tiempo empleado por su caída sería o la media de los tiempos de
ambos cuerpos si se tomasen separadamente, o el tiempo de un cuerpo que tuviese que caer desde la
misma altura con un peso que fuese la combinación de ambos. "La incompatibilidad de los resultados",
escribió Galileo, "mostró que Aristóteles se equivocaba".

Para hallar qué ocurría de hecho en la caída gravitatoria de los cuerpos, Galileo realizó un expe-
rimento consistente en medir el tiempo empleado por esferas metálicas pulidas que rodaban por
longitudes dadas de un plano inclinado graduado. La caída libre de un objeto bajo la acción de la

31
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

gravedad era demasiado rápida como para observarse directamente, por lo que Galileo "diluyó
la gravedad", empleando el recurso del plano inclinado, a fin de que sus esferas metálicas se
moviesen hacia abajo por la gravedad con velocidades medibles. De este modo halló que todos los
cuerpos, independientemente de sus pesos, caían por las mismas distancias en el mismo
tiempo, siendo la distancia proporcional al cuadrado del tiempo de caída (s  t2), o lo que venía
a ser lo mismo, que las velocidades de los cuerpos graves aumentaban uniformemente con el
tiempo. [En su formulación actual: s = vt + 1/2 gt 2 donde v: velocidad inicial y g: constante gravitacio-
nal g = 9,8 m/s2].

De acuerdo con la física aristotélica, la acción constante de una fuerza hacía que un cuerpo se
moviese con velocidad uniforme. Los resultados de Galileo mostraban, no obstante, que los cuerpos no
se mueven con velocidad uniforme bajo la influencia constante de la fuerza de la gravedad; antes bien,
en cada intervalo temporal recibían un incremento extra de velocidad. La velocidad que tiene un cuerpo
en un punto se mantiene, viéndose incrementada por la fuerza gravitatoria. Si la fuerza de la gravedad
se pudiese desconectar, el cuerpo habría de continuar moviéndose con la velocidad que tenía en
dicho punto. Tal fenómeno se observaba cuando las esferas metálicas de Galileo alcanzaban el final del
plano inclinado, continuando con su movimiento a lo largo de una mesa horizontal bien pulimentada
con una velocidad uniforme. De estas consideraciones seguíase un principio de inercia que establece
que un cuerpo [sobre la superficie de la Tierra] permanece en el mismo estado de reposo o de movi-
miento uniforme [circular] en tanto en cuanto no actúe sobre él ninguna fuerza. [Este movimiento
uniforme circular lo tendrían también los cuerpos celestes. El principio de inercia de Galileo no postula,
como el de Descartes y Newton, un movimiento inercial uniforme en línea recta].

De ahí pasó Galileo a mostrar el valor de la demostración matemática en la ciencia desarrollando


la teoría de la trayectoria trazada por un proyectil. Consideró el movimiento de la esfera que

32
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

rueda a lo largo de una mesa con velocidad uniforme hasta alcanzar el borde, momento en el
que traza una trayectoria curva hasta llegar al suelo. En un punto cualquiera de esta trayectoria,
la esfera tendría dos velocidades, una horizontal que permanece constante debido al principio
de inercia, y otra vertical que aumenta con el tiempo debido a la gravedad. En la dirección
horizontal la esfera barrería distancias iguales en tiempos iguales, si bien en la vertical las distancias
cubiertas serían proporcionales al cuadrado del tiempo [tal como establece la ley de caída libre]. [O sea,
la trayectoria sería el resultado de la combinación de dos componentes: un movimiento horizontal sin
aceleración y un movimiento vertical acelerado de caída libre. Puede mostrarse que la trayectoria vertical
(o distancia de caída) sy es proporcional al cuadrado de la trayectoria horizontal (o alcance del proyectil)
sx, es decir, sy = ksx2, siendo k una constante para cada proyectil cuyo valor es g/2vx2 (ver Holton
1988, pp. 139-141)]. Tales relaciones determinan la forma de la trayectoria descrita [en este caso, una
semiparábola].

La trayectoria de un proyectil disparado por un cañón sería pues una parábola completa [como
ya había dicho Tartaglia en 1546], dando el alcance máximo cuando el cañón se hallaba a una elevación
de cuarenta y cinco grados. Así pues, lo que Tartaglia había observado de hecho, Galileo lo dedujo
teóricamente de los resultados de sus experimentos con planos inclinados. (Mason (1985), 2, pp. 44-6).

33
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

c) Ley de oscilación pendular

El cuadrado del período de un péndulo es proporcional a la longitud de su hilo –e independiente


del arco descrito–, es decir, T2  l, donde T es el periodo de oscilación (tiempo que emplea en una
oscilación doble o completa) y l la longitud del hilo. (En su formulación actual: T = 2π√l/g).

4.4. El caso Galileo

El rechazo de Galileo de los viejos dogmas filosóficos y científicos alcanzó su punto histórica-
mente culminante en su enfrentamiento con la Iglesia Católica, representada ésta en un principio por el
cardenal Roberto Bellarmino, consultor del Santo Oficio y consejero teológico de la Santa Sede por
designación del papa Pablo V.

La situación se había hecho cada vez más incómoda para los aristotélicos y la Iglesia desde que
Copérnico publicara el De Revolutionibus. El primer conflicto grave entre un copernicano y la Iglesia tuvo
como desenlace la muerte en la hoguera de Giordano Bruno en 1600, decisión en la que participó el
propio Bellarmino. Ciertamente los motivos de su condena iban más allá de la defensa del copernica-
nismo, para adentrarse en el terreno de la apostasía, la herejía y la práctica de la magia hermética, pero su
caso sentó un precedente ominoso que debió pesar en lo sucesivo.

Galileo era más un cosmólogo y un físico que un astrónomo. Su temprana conversión al coper-
nicanismo no le llevó, como a Kepler, a perfeccionar las teorías astronómicas sobre los movimientos
celestes. Su interés estuvo en proporcionar al sistema copernicano una base física adecuada, dado que la
aristotélica resultaba incompatible. Como señala Hall, si el blanco de las críticas de Copérnico y Kepler
era Ptolomeo, el de Galileo era Aristóteles.14 La tarea que emprendió conducía a la elaboración de una
nueva imagen física del mundo muy diferente de la tradicional, lo cual significaba una carga final contra
el aristotelismo. Es lógico que los filósofos aristotélicos fueran sus peores enemigos y que en los
lamentables sucesos que vendrían después la Iglesia actuara contra Galileo instigada en gran medida por

14. Cf. Hall 1985, p. 192.

34
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

ellos. La mejor manera que encontraron de acabar con unas doctrinas tan contrarias a Aristóteles y tan
perjudiciales para sus intereses fue inducir y alimentar sobre ellas las sospechas de herejía. Y no cejaron
hasta ver cumplido su empeño.15

Debe quedar claro que lo que resultaba inaceptable para la Iglesia –una Iglesia cuyo poder políti-
co comenzaba a declinar, cuya autoridad teológica y moral era negada en media Europa por la Reforma
protestante y que con el Concilio de Trento (1545-1563) había llamado duramente al orden– no era el
sistema copernicano en sí mismo. De hecho, el cardenal Bellarmino así como otros miembros de la curia
aceptaban inicialmente su eficacia y su plausibilidad, hasta el punto de que fue utilizado para los cálculos
en la elaboración del Calendario Gregoriano de 1582. Lo que en esa época de crisis representaba un
peligro, que venía a añadirse de forma intolerable para la Iglesia a los ataques que recibía desde otros
lados, era la pretensión de que tal sistema representaba la estructura real del universo y no era una simple
hipótesis matemática para deleite estético del astrónomo. Es decir, lo que la Iglesia condenaba era una
interpretación realista de las doctrinas copernicanas, que llevaba aparejada una demolición del edificio
teórico aristotélico-escolástico del que dependía casi toda la teología cristiana. Pero no tenía nada que
objetar contra una interpretación instrumentalista. Copérnico podía ser aceptado si se lo interpretaba de
suerte que Aristóteles y las Escrituras quedaran a salvo.

Cuando el De Revolutionibus quedó incluido en 1616 en el Indice de Libros Prohibidos, se debió en


gran parte al ambiente enrarecido que generaron las acusaciones contra Galileo y su viaje a Roma en
1615 para defenderse de ellas. Las únicas frases del libro que fueron prohibidas eran del libro I,
donde Copérnico habla del movimiento de la Tierra como si fuese físicamente real.16 Y cuando
en 1633 se condena finalmente a Galileo, el punto principal de la acusación fue haberse apartado del
planteamiento hipotético, "al afirmar de manera absoluta que la Tierra se mueve y no el Sol". El deseo
de la Iglesia –prescindiendo de los conservadores dominicos– era que la teoría copernicana quedase
como una hipótesis útil si es que los astrónomos veían con ella facilitada su labor. Pero no podían
asumirla como una verdad sobre el cosmos, no sólo porque contradecía las Escrituras, también porque,
como recogía el dictamen de 1616 del Santo Oficio, era "absurda desde el punto de vista filosófico".

En 1615 Bellarmino envía una carta al padre Paolo Antonio Foscarini, un carmelita copernicano
autor de un libro en el que se defendía la compatibilidad del copernicanismo con la Biblia. En esa carta

15. Stillman Drake insiste sobre este punto: "Antes de que cualquier clérigo se manifestase en contra
suya, sus adversarios filosóficos habían declarado contrarias a la Biblia sus puntos de vista y conside-
rado la conveniencia de enrolar a algún clérigo para que lo airease públicamente". Drake 1983, pp. 20-
21. Una narración erudita al tiempo que amena sobre las conflictivas relaciones de Galileo con los cien-
tíficos y filósofos del momento, particularmente con los jesuitas del Collegio Romano, se encuentra en
el libro de P. Redondi 1990.
16. Cf. Hall 1985, p. 202. Las obras de Copérnico, Kepler y Galileo permanecieron en el Indice hasta
1822.

35
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Bellarmino expresa el sentir de los menos intolerantes en Roma, que, a diferencia de lo que ocurriría en
1633, fue el sentir que entonces se impuso:

Digo que me parece que V. P. y el señor Galileo obran prudentemente al contentarse con hablar
hipotéticamente ("ex suppositione") y no absolutamente, como yo siempre he creído que había hablado
Copérnico. Pues decir que supuesto que la Tierra se mueve y que el Sol está inmóvil, se salvan mejor
todas las apariencias que suponiendo las excéntricas y los epiciclos, está muy bien dicho, y no supone
peligro alguno; y esto le basta al matemático.17

Como es bien sabido, Galileo no se contentaba con eso ni mucho menos, y así tuvo ocasión de
comprobarlo Bellarmino y todo el Collegio Romano. Su postura era enérgicamente realista, hasta el punto
de que no sólo pensaba que Copérnico había propuesto su sistema con pretensiones de ser verdadero,
sino que también creía lo mismo de Ptolomeo.18 Galileo comprendió que las doctrinas copernica-
nas implicaban la destrucción de la imagen tradicional del mundo y no estaba dispuesto a
aceptar soluciones de compromiso. No veía posible quedarse con Copérnico y con Aristóteles. Sus
enemigos aristotélicos supieron a qué atenerse con él desde el principio.

A mediados de 1615 escribía una carta a Cristina de Lorena, Gran Duquesa de Toscana, en la
que intentaba responder a las críticas que contra él se dirigieron en su corte, con la intención de que su
contenido fuese conocido pronto por los teólogos. En esa famosa carta Galileo proporcionaba
argumentos brillantes en contra de la interpretación literal de los textos bíblicos y a favor de que las
cuestiones científicas fueran dirimidas por la experiencia y las demostraciones en vez de por la autoridad
de las Escrituras. Junto a tales argumentos explicaba que hay cosas sobre las que sólo cabe una "opinión
probable o conjetura verosímil", como si hay o no vida en las estrellas, pero en otras cuestiones es
posible alcanzar un conocimiento seguro y demostrado que nos proporcione "indudable certeza", entre
ellas el movimiento de la Tierra y el Sol.19 A su amigo Monseñor Piero Dini le había escrito meses antes
sobre el mismo tema. Entonces decía:

En cuanto a salvar las apariencias, el mismo Copérnico se había tomado ya antes la molestia de
hacerlo, dando satisfacción al grupo de los astrónomos de acuerdo con la establecida y admitida doctrina
de Ptolomeo, pero después, vistiéndose con el hábito de filósofo, y considerando si tal constitución de

17. "Carta del Cardenal Roberto Bellarmino a Paolo Antonio Foscarini", en G. Galilei 1987, p. 111. Bellar-
mino tenía buenos motivos para ser comprensivo: él mismo había visto cómo el Papa Sixto V ponía en
el Índice su libro De controversiis. A ello hay que unir la admiración que profesaba por Galileo como
científico, como quedaría de manifiesto al detener en 1616 el procedimiento judicial que se abrió contra
él.
18. No obstante, el estudio de los manuscritos pre-paduanos de Galileo realizado por Stillman Drake
muestra que hasta 1590 Galileo adoptó el copernicanismo sólo como una hipótesis matemática, con-
venciéndose de la realidad física de los movimientos terrestres entre 1591 y 1595. Cf. Stillman Drake
1987, pp. 93-105.
19. G. Galilei 1987, p. 82.

36
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

las partes del universo podría realmente existir in rerum natura, y viendo que no, y pareciéndole también
que el problema de la constitución real era digno de ser indagado, se puso a investigar tal constitución,
sabiendo que si una disposición de las partes del universo hipotética y no verdadera podría satisfacer a
las apariencias, con mayor razón se conseguiría con la constitución verdadera y real, y al mismo tiempo
se habría conseguido en filosofía un conocimiento tan excelente, cual es el saber de la verdadera
disposición de las partes del mundo.20

Pero es en otro sitio donde Galileo dedica su mayor atención y determinación a este asunto. Po-
cos días después de que Bellarmino enviara la carta a Foscarini, Galileo se hacía con una copia y
redactaba, a modo de respuesta, una pequeña obra no publicada en su época, a la que con posterioridad
se le daría el título de Consideraciones sobre la opinión copernicana. Galileo no se anda con subterfugios ni trata
de contentar a los críticos salvando al mismo tiempo la cara, como podría haber hecho de seguir los
consejos de Bellarmino. Por el contrario, se muestra a lo largo del texto como un convencido pleno de la
verdad de facto del sistema copernicano y estima fruto de la ignorancia la tesis de que Copérnico sólo
habló ex hypothesi. Copérnico –nos dice– "no propuso esta hipótesis para satisfacer las exigencias del
astrónomo puro, sino más bien para plegarse a la necesidad de la naturaleza". 21

Se ha discutido mucho sobre la radicalidad e intransigencia de la posición galileana en el debate y


sobre el dogmatismo de su concepción de la ciencia. Se ha dicho que Galileo se equivocó al exigirle a la
ciencia más de lo que ésta podía dar, porque la ciencia no tiene capacidad para demostrar ninguna
verdad sobre la naturaleza y debe contentarse con un conocimiento siempre hipotético y conjetural. A
los instrumentalistas de todos los tiempos les ha parecido desmesurada la pretensión de Galileo, y
algunos, como Duhem, católico ferviente por demás, se han puesto claramente del lado de Osiander,
Bellarmino y el Papa Urbano VIII, bajo la excusa de que éstos "habían comprendido el alcance exacto
del método experimental", mientras que Kepler y Galileo "se habían confundido" al respecto. 22
Crombie, sin llegar tan lejos, afirma empero que "no se puede negar que los argumentos de Bellarmino
tuvieron éxito al ganar un punto filosófico contra Galileo", y que los escolásticos sabían que los
fenómenos nunca pueden determinar unívocamente las hipótesis cuando varias de ellas salvan los
mismos fenómenos.23

Es cierto que la concepción que Galileo tenía de lo que contaba como conocimiento genuino en
las ciencias era muy diferente de la que tenemos hoy en día. Ni desde el punto de vista epistemológico ni
desde el metodológico era Galileo un científico del siglo XX. El ideal de ciencia que dirigió su trabajo
seguía siendo el ideal demostrativo que ya establecieran Aristóteles y Euclides, aunque debilitado con

20. G. Galilei 1987, pp. 52-54.


21. G. Galilei, "Consideraciones sobre la opinión copernicana", en N. Copérnico, T. Digges y G. Galilei
1986, p. 78.
22. Duhem, Op. cit., p. 136.
23. Crombie 1985, p. 187.

37
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

algunas modificaciones.24 Según el ideal demostrativo, la ciencia es el conocimiento demostrado a partir


de principios ciertos y, por tanto, posee el carácter de verdad necesaria.25 La principal aportación de
Galileo a este ideal de ciencia fue sustituir la demostración a partir de principios metafísicos por la
explicación del fenómeno (en forma idealizada) como caso particular de una ley matemática. Galileo no
era el único de su época que mantenía el ideal demostrativo de la ciencia. Los aristotélicos, Bacon y
Descartes lo defendían también con diferentes matices. Por decirlo más claramente, el ideal demostrati-
vo estuvo vigente hasta que lo desplazó a lo largo del siglo XVII el ideal deductivo-experimentalista,
gracias al trabajo de autores como Boyle, Huygens, Hooke y, por supuesto, Newton, los cuales no
hicieron más que seguir el camino abierto por el propio Galileo. Fue entonces cuando la ciencia dejó de
ser vista como conocimiento demostrado para pasar a ser conocimiento empíricamente corroborado
con –a lo sumo– carácter de verdad contingente y revisable.

Eso explica por qué Galileo no concedía ningún papel al conocimiento meramente hipotético, a no
ser como una dilación en el proceso de búsqueda de la verdad. Igual hacía Bacon, por ejemplo. Galileo
usa a menudo el término hipótesis como sinónimo de especulación plausible pero sin fundamento, o de
falsedad provisionalmente útil. Eso no quiere decir que en sus investigaciones no elaborara hipótesis en
un sentido más actual del término, es decir, conjeturas o preconcepciones con consecuencias contrasta-
bles. La abstracción idealizadora con la que emprende el estudio de los fenómenos mecánicos constituye
una suposición hipotética sobre los rasgos esenciales de cada fenómeno. El péndulo ideal, el plano sin
rozamiento o el movimiento uniforme son situaciones hipotéticas de las que se pretende derivar
consecuencias válidas sobre la realidad de las cosas. Pero Galileo no los llamaría hipótesis, porque una
vez que a partir de ellos se ha obtenido una ley matemática confirmada experimentalmente, ya pueden
ser establecidos como descripciones verdaderas de la estructura esencial de los fenómenos, y no tiene
sentido seguir considerándolos como hipótesis.

Evidentemente, éste no es el modo en que se interpreta en nuestros días la índole del conoci-
miento científico y el papel de las hipótesis en la ciencia. Ningún científico actual concedería a las teorías
científicas una posición epistemológica tan firme como la que les atribuía Galileo. Por el contrario, en
muchos contextos prefieren hablar de ellas como hipótesis siempre revisables en lugar de como
verdades establecidas de una vez por todas. Pero Galileo era un científico a caballo entre los siglos XVI
y XVII, y se le debe juzgar con los patrones de aquella época. En caso contrario nos encontraremos

24. Sobre este punto ver mi trabajo "Conocimiento e hipótesis en la ciencia moderna", Arbor, 521 (1989),
pp. 91-118.
25. Si el conocimiento científico posee o no el carácter de verdad necesaria fue un problema discutido
durante la Edad Media. Duns Escoto, Guillermo de Occam y Nicolás de Autrecourt sostuvieron que en
las ciencias las verdades necesarias son muy pocas y que la mayor parte de las verdades empíricas
que podemos obtener son contingentes. Cf. Losee 1985, pp. 49-52. Galileo, sin embargo, se adhirió a
la concepción aristotélica de la ciencia como búsqueda de verdades necesarias. Cf. M. Fehér 1982, pp.
87-110, esp. p. 90; W. A. Wallace 1976, y W. R. Shea 1983, passim.

38
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

sacando conclusiones extrañas, como le sucede a Duhem cuando afirma que los aristotélicos fueron
mejores conocedores de las implicaciones y del significado del método experimental que Galileo.

Si Bellarmino y los aristotélicos preferían que los copernicanos hablaran "ex suppositione", no era
porque ellos tuvieran una concepción metodológica más moderna y más adecuada. Más bien habría que
pensar que querían mantener incólume una determinada concepción científico-filosófica del universo.
Además, por lo general, los que pedían a los copernicanos mantener su teoría como una mera hipótesis
para salvar los fenómenos, eran realistas con respecto a la cosmología de Aristóteles y a veces hasta con
la astronomía de Ptolomeo, tratándolas como si fueran una misma cosa (Clavius, por ejemplo, mantenía
una epistemología realista con respecto al sistema geocéntrico y a la existencia de excéntricas y epiciclos,
y si rechazaba el sistema heliocéntrico era por considerarlo incompatible con la física aristotélica y con
las Escrituras). En lo único que parecían pedir una interpretación instrumentalista era en lo referente al
sistema copernicano.

Según la exposición que el cardenal Paul Pouppard hizo el 30 de Octubre de 1992, con motivo
de la rehabilitación de Galileo por parte de la Iglesia, Bellarmino pidió a éste pruebas "reales y verifica-
bles" de que la Tierra giraba alrededor del Sol, lo que Galileo no estaba en situación de proporcionar. 26
Lo desconcertante es concluir, como hace el Vaticano siguiendo a Duhem, que Galileo fue un mal
filósofo por exceso de dogmatismo epistemológico, aunque el tiempo le daría la razón como teólogo, y
Bellarmino todo lo contrario. En ese momento los partidarios de los dos sistemas astronómicos
mantenían posiciones epistemológicas muy similares que les llevaban a interpretar de manera realista su
sistema preferido.27

En los Apuntes previos al proceso de 1616, un texto redactado al mismo tiempo que las Consideraciones
sobre el sistema copernicano, Galileo contesta a las objeciones de Bellarmino, entre ellas la de que "no es lo
mismo demostrar que, supuesto que el Sol esté en el centro y la Tierra en el cielo se salvan las aparien-
cias que demostrar que verdaderamente el Sol esté en el centro y la Tierra en el cielo". 28 Bellarmino
pensaba que lo primero era demostrable, pero dudaba que lo fuera lo segundo. Galileo concede con una
cierta ironía que "el no creer que exista demostración del movimiento de la Tierra hasta que no nos sea
puesto de manifiesto, es suma prudencia", y asegura que él no pide otra cosa. Cree que en vez de
esgrimir la autoridad de las Escrituras lo que procede es examinar las razones de los astrónomos para ver
si son falsas, rechazándolas "cuando no tengan más del 90 por ciento de razón". Pero en caso de que
fueran falsas, no se debe dar por firme que nunca se conseguirá dicha demostración.29 Galileo pone,

26. Cf. El País, 1 nov. 1992, p. 25.


27. A. Elena lo expresa así: "La contienda, en los albores del siglo XVII, sólo podía librarse ya en este
campo: ptolemaicos y copernicanos abrazaban por igual una epistemología realista, pues lo que estaba
en juego era mucho más que la elección de modelos geométricos dentro de un mismo marco cosmoló-
gico. Ahora se trataba de optar entre dos cosmologías diferentes". (Elena 1985, p. 183).
28. "Carta del Cardenal Roberto Bellarmino a Paolo Antonio Foscarini", p. 112.
29. G. Galilei, "Apuntes previos al proceso de 1616", en Galilei 1987, p. 106.

39
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

pues, la carga de la prueba en los críticos del copernicanismo: "Es necesario, por tanto, –escribía a
Cristina de Lorena– antes de condenar una proposición natural, hacer ver que ella no está demostrada
necesariamente, y esto lo deben hacer no aquellos que la tienen por verdadera, sino aquellos que la
consideran falsa".30 De todos modos, él creía que las razones aportadas eran suficientes para tener al
sistema ptolemaico por "incuestionablemente falso" y para decir que el copernicano "puede ser
verdadero", porque "no se puede o se debe buscar otra verdad mayor en una posición que el dar
respuesta a todas las particulares apariencias".31

Estas razones a favor del copernicanismo eran básicamente tres, según aparecen expuestas en el
Diálogo sobre los dos sistemas máximos: la simplicidad y coherencia en la explicación del movimiento
retrógrado de los planetas, la rotación del Sol evidenciada por las manchas solares, y la
existencia de las mareas.32 No obstante, las dos primeras no probaban la verdad del sistema
copernicano, pues también eran compatibles con el sistema de Tycho Brahe, con lo que sólo quedaba la
tercera.33 Galileo rechazó la teoría, defendida por Kepler entre otros, que ponía la causa de las mareas
en la atracción ejercida por la Luna. Le parecía que eso era recurrir a fuerzas ocultas, propias de la magia
y la astrología, que al final nada explican. Consideraba que las mareas se producían debido a que durante
la noche se suman los movimientos de traslación y rotación de la Tierra (al tener la misma dirección),
mientras que por el día se restan (al tener direcciones opuestas). La explicación, sin embargo, estaba llena
de problemas y sus predicciones chocaban con los hechos. Por ejemplo, lo lógico según esta teoría es
que se produjera una marea diaria, en lugar de las dos que en realidad acontecen. Galileo intentó
solventar esta dificultad apelando a la profundidad de los mares y a la irregularidad de la costa, pero el
resultado no convenció a casi nadie, y menos a sus adversarios.

Galileo, en suma, no contaba con una prueba "real" del sistema copernicano como la
que le reclamaba Bellarmino, aún cuando él creyera lo contrario. No obstante, estimaba también
que las evidencias matemáticas a su favor eran suficiente prueba de su verdad para el experto y estaba
seguro de que la prueba física definitiva e incontrovertible se podría alcanzar con el tiempo. Quizás por
eso se refiere varias veces al movimiento de la Tierra como una "verdad demostrada".34 Ciertamente
con ello estaba haciendo apología ya que, en rigor, una prueba de ese tipo no se tuvo hasta el siglo
XIX. Pero sería absurdo pretender que hasta el descubrimiento del paralaje estelar o la realización del
experimento de Léon Foucault con su famoso péndulo no había razones sólidas para considerar real el
movimiento terrestre. Cuando ambos acontecimientos científicos se produjeron ya nadie los necesitaba

30. G. Galilei 1987, p. 80.


31. G. Galilei 1987, p. 107.
32. G. Galilei 1970, p. 546. Salviati expresa en el diálogo su esperanza de poder disponer en breve dos
pruebas más: el paralaje estelar y el movimiento de la línea meridiana trazada sobre el pavimento de la
Iglesia de San Petronio en Bolonia.
33. Cf. W. R. Shea 1983, p. 207.
34. Cf. G. Galilei 1987, pp. 90 y 101. En alguna ocasión se expresa como si bastase con mirar al cielo
para convencerse de la verdad del copernicanismo. Cf. pp. 80-81.

40
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

para decidirse por el sistema copernicano. Otros muchos factores pesaban abrumadoramente en su
favor desde hacía tiempo.

Galileo estaba resuelto a que quedara al menos abierta para la teoría copernicana la posibilidad
de obtener el status de verdad probada, que era el máximo que se le podía conceder a una teoría en la
ciencia del momento. Una ficción útil no podía aspirar a eso, sería siempre una ficción a la espera de ser
sustituida por una verdad. Por ello tenía que convencer a todos de que era una teoría sobre los
movimientos reales de los cuerpos celestes. No pretendía nada que cualquier filósofo aristotélico no
reclamara para las doctrinas de Aristóteles.35 Quería, en suma, que la astronomía dejase de ser una
disciplina puramente matemática que juega a la conveniencia con modelos geométricos y pasase a estar
firmemente enraizada en la filosofía natural. Sus descubrimientos con el telescopio y sus argumentos
físicos a favor del movimiento terrestre ilustran esa disposición, presente también en Copérnico, para
encontrar explicaciones físicas de los fenómenos celestes. Disposición que había visto uno de sus
primeros frutos en la fuerza solar de tipo magnético que Kepler postulaba, y que se cumplió definitiva-
mente con la unificación newtoniana de los movimientos planetarios y de la caída de los graves bajo la
misma ley física de la gravedad.

Por su parte, Bellarmino, lejos de ser un metodólogo más perspicaz y más avanzado que Galileo,
era un cardenal que ya había enviado a la hoguera a un copernicano y no deseaba volver a asumir una
responsabilidad semejante con Galileo. Si le aconsejaba que hablara hipotéticamente no lo hacía
pensando en que la ciencia es un saber conjetural que nunca puede disponer de pruebas empíricas que
vayan más allá de toda duda posible, lo hacía pensando en que una teoría que no estaba probada y que
contradecía a las Escrituras sólo podía mantenerse como una ficción o una falsedad útil, status que, claro
está, no reclamaba para toda la ciencia. (Diéguez).

El juicio contra Galileo [que comenzó en abril de 1933 y duró hasta junio] fue un dechado de
irregularidades procesales, pues el libro había sido aprobado tras pasar todos los controles y una buena
media docena de revisiones inquisitoriales aceptadas por su autor. Como para condenar a Galileo había
que condenar primero a la Inquisición, se buscó la excusa de que Galileo había infringido un precepto
particular impuesto a él personalmente en 1616 (incluso hay un dudoso documento al caso sobre el que
planea la sospecha de falsificación). Pero Galileo conservaba como oro en paño el documento que le
había extendido Bellarmino donde se negaba explícitamente tal extremo, con lo que la acusación se
quedó compuesta y sin novio, mientras las miradas de toda Europa se centraban en un Papa a punto de
quedar como un cochero. Por lo que parece, siguiendo una táctica inquisitorial bien tipificada en los
manuales, se hizo un trato extrajudicial con Galileo en el que se el prometió una sentencia benévola a

35. Galileo habría rubricado muy posiblemente la convicción que Hanson atribuye a algunos astrónomos
del Renacimiento: "Ninguna disciplina que sea totalmente fenomenológica, que se desentienda absolu-
tamente de la realidad 'tras' las apariencias podrá ser una ciencia plena." Hanson 1985, p. 155.

41
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

cambio de una confesión que salvase la cara de la Iglesia. Enfermo y aquejado de serios dolores, el 30 de
abril de 1633 confesó que en el Diálogo había defendido el movimiento terrestre con argumentos
concluyentes, especialmente el de las mareas y el de las manchas solares, por “vana ambición, ignorancia
y ligereza”. Fue condenado a cadena perpetua. A pesar de ello, la Tierra se mueve. (Solís y Sellés 2005, p.
421).

5. RENÉ DESCARTES (1596-1650)

5.1. El mecanicismo como visión integradora del universo

En el siglo diecisiete las matemáticas habían pasado a formar parte de la lógica del mé-
todo científico, siendo una herramienta neutral de investigación más bien que un determinante a priori
de la naturaleza de las cosas [las matemáticas de Pitágoras y Platón, pero incluso las de Copérnico y
Kepler, tenían un marcado carácter metafísico], constatando Descartes el profundo cambio que había
tenido lugar en la condición de las matemáticas. El cambio no tuvo lugar principalmente en la
astronomía, sino en la ciencia de la mecánica. En esta área se había dado una larga tradición tanto
de práctica artesanal como de discusión culta, siendo en la mecánica donde surgió el método científico
experimental-matemático. (Mason (1985), 2, p. 35).

En filosofía natural [Descartes] se propuso dos cosas. En primer lugar, examinar y generalizar
el método matemático que se había estado desarrollando en la ciencia de la mecánica. En segundo
lugar, construir mediante dicho método una imagen mecánica general de las operaciones de la
naturaleza. (Mason (1985), 2, p. 57).

[En efecto], fue Descartes quien intentó por primera vez proporcionar una estructura filosófica
general a la nueva ciencia del siglo XVII, definió alguno de los problemas básicos que concernían a
los científicos, y sugirió métodos para su resolución. Sin embargo, su nombre no figura de modo
prominente en la historia de la física, porque la mayor parte de sus detalladas soluciones fue
rechazada por las generaciones posteriores. Lo que persistió, aparte de una actitud general hacia el
mundo físico, fue el comienzo de una poderosa técnica matemática para la representación de
formas geométricas y procesos físicos en un lenguaje simbólico que facilitaba grandemente las
deducciones lógicas: la geometría analítica de Descartes, que más tarde su fundiría con el cálculo
diferencial e integral de Newton y Leibniz. (Holton (1988), p. 93).

[Así pues], lo esencial del mensaje que Descartes aportaba a su siglo no consistía [...] en su reso-
lución de problemas concretos que ocupaban por entonces a los científicos [...], sino en la edificación de
un sistema completo, que él creía sin duda terminaría por sustituir a la doctrina de la Escuela, y del que

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

estaban desterradas todas las cualidades y formas sustanciales en beneficio de un mecanismo universal
que explicaba todos los fenómenos de este mundo visible sólo con ayuda de tres conceptos: extensión,
figura y movimiento. [...] Para Descartes el movimiento es esencialmente relativo y no puede ser
definido sino por relación con una proximidad que se considere en reposo. El reposo es de la
misma naturaleza que el movimiento: existe entre ellos una verdadera simetría. (Taton (ed)
(1988), t. 5, p. 287).

El programa mecánico de Descartes consistía en reducir todos los fenómenos a los movi-
mientos de la materia cualitativamente neutra, común a todo el Universo [...].

Materia y movimiento son los principios últimos de toda explicación física, habiendo sido crea-
dos por Dios en una cantidad fija e indestructible. [...].

La identificación [que Descartes hace entre materia y extensión] llevaba a negar la existencia
de los átomos [rescatados prácticamente del olvido histórico por Pierre Gassendi], pues la extensión es
una magnitud continua, lo que quiere decir que cualquiera de sus partes es a su vez continua y, por lo
tanto, divisible sin límite. Más aunque su teoría de la materia fuese plenista y antiatomista, en la
práctica recurre con frecuencia a partículas “elementales” (aunque en principio divisibles)
moviéndose libremente. (Solís y Sellés 2005, pp. 323-4).

En su contenido, la filosofía natural de Descartes era diametralmente opuesta a la visión del


mundo tradicional basada en las teorías de Aristóteles. En el sistema de Descartes todos los seres
materiales eran máquinas regidas por las mismas leyes mecánicas, el cuerpo humano no menos
que los animales, las plantas y la naturaleza inorgánica. Así pues, prescindió de la concepción
tradicional de que la naturaleza se hallaba jerárquicamente ordenada [...]. Para Descartes, el
mundo físico y orgánico era un sistema homogéneo y mecánico compuesto de entidades
cualitativamente similares, siguiendo cada una de ellas las leyes cuantitativas mecánicas
reveladas por el análisis del método matemático. [...] Aparte del mundo mecánico, Descartes
suponía que existía un mundo espiritual en el que, de entre todos los seres materiales, sólo el hombre
participaba en virtud de su alma. Así, a medida que la filosofía cartesiana fue ganando terreno,
desapareció gradualmente la concepción tradicional de que el mundo estaba compuesto por una escala
vertical de criaturas, siendo sustituida por la idea de que el universo estaba compuesto, por así decir, de
dos planos horizontales, uno mecánico y espiritual el otro, donde sólo el hombre participaba de ambos.
Desde la época de Descartes, tal dualismo ha sido fundamental en el pensamiento europeo.

Descartes suponía que la naturaleza se hallaba gobernada completamente por leyes, iden-
tificando las leyes de la naturaleza con los principios de la mecánica. Descartes fue de hecho el
primero que utilizó conscientemente el término y el concepto de "leyes de la naturaleza" [...].

43
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Los antiguos griegos rara vez lo utilizaron [con la excepción de los estoicos]. Las reglas cuantitativas que
descubrieron se denominaban "principios", como el "principio de las palancas" y el "principio de
flotación" de Arquímedes. Galileo denominaba a sus reglas cuantitativas "principios", "razones" o
"proporciones". [...]

El término "leyes de la naturaleza" se derivó de dos fuentes primarias: en primer lugar, de una
analogía basada en la práctica del gobierno civil mediante leyes promulgadas por los monarcas absolutos
de los siglos dieciséis y diecisiete, y, en segundo lugar, de la concepción judía en el seno de la cristiandad
de un Dios como legislador divino del universo y que provenía del antiguo despotismo de Babilonia.
(Mason (1985), 2, pp. 65-7).

Descartes coincidía con Francis Bacon en que el mayor logro de la ciencia es una pirámide de
proposiciones, con los principios más generales en el vértice. Pero mientras que Bacon buscaba
descubrir las leyes generales mediante un progresivo ascenso inductivo a partir de las relaciones menos
generales, Descartes pretendía comenzar por el vértice y llegar lo más bajo posible mediante un
procedimiento deductivo. Descartes, al contrario que Bacon se adhería al ideal de Arquímedes de una
jerarquía deductiva de proposiciones.

[...] La visión cartesiana de la ciencia combinaba los puntos de vista de Arquímedes, los pitagóri-
cos y los atomistas. Para Descartes, el ideal de la ciencia es una jerarquía deductiva de proposiciones,
cuyos términos descriptivos hacen referencia a los aspectos estrictamente cuantificables de la realidad, a
menudo en un nivel submacroscópico. No cabe duda de que fue llevado a aceptar este ideal por su éxito
temprano al formular la geometría analítica. Descartes reclamaba matemáticas universales para
descubrir los secretos del universo, del modo en que su geometría analítica había reducido las propieda-
des de las superficies geométricas a ecuaciones algebraicas.

[...] Descartes parecía creer que, debido a que los conceptos de extensión y movimiento son cla-
ros y distintos, ciertas generalizaciones sobre estos conceptos son verdades a priori. Una de estas
generalizaciones es que todo movimiento está causado por un choque o por una presión. Descartes
mantenía que, si el vacío no puede existir, un cuerpo dado se encuentra continuamente en contacto con
otros cuerpos. Le parecía que el único modo en que un cuerpo puede moverse es que los cuerpos
adyacentes de un lado ejerzan una presión mayor que los cuerpos adyacentes del otro. Al restringir las
causas del movimiento al choque y la presión, negaba la posibilidad de una acción a distancia. Descartes
defendía una concepción totalmente mecanicista de la causalidad.

La doctrina mecanicista de Descartes fue una doctrina revolucionaria en el siglo XVII.


Muchos pensadores que la aceptaron creyeron que era más científica que opiniones rivales que
tomaban en consideración cualidades "ocultas", como fuerzas magnéticas y fuerzas gravitato-

44
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

rias. Desde el punto de vista cartesiano, decir que un cuerpo se movía hacia un imán debido a alguna
fuerza ejercida por el imán no es explicar nada. [...]

Descartes mantenía que Dios es la causa última del movimiento del universo. Creía que un Ser
Perfecto crearía el universo "todo de una vez". [...]

A partir de este principio más general del movimiento, Descartes derivó otras tres leyes del mo-
vimiento:

Ley I.– Los cuerpos en reposo permanecen en reposo, y los cuerpos en movimiento permanecen
en movimiento, salvo que algún otro cuerpo actúe sobre ellos.

Ley II.– El movimiento inercial es un movimiento en línea recta [y no, como había sostenido
Galileo, movimiento circular].

Ley III (A).– Si un cuerpo en movimiento choca con un segundo cuerpo, el cual tiene una resis-
tencia al movimiento mayor que la fuerza que el primer cuerpo tiene para continuar su propio movi-
miento, entonces el primer cuerpo cambia de dirección sin perder nada de su movimiento.

Ley III (B).– Si el primer cuerpo tiene más fuerza que el segundo resistencia, entonces el primer
cuerpo arrastra con él al segundo, perdiendo tanto movimiento como ceda al segundo. (Losee (1985),
pp. 80-4).

[En resumen, la tercera ley lo que afirma es que la cantidad de movimiento se conserva en los
impactos].

Fue Descartes el primero no sólo en proclamar que la filosofía mecanicista era la explicación
universal de todos los fenómenos físicos, sino también en intentar realizar las explicaciones en
detalle. [...] El ingenuo racionalismo de Descartes, su clara concepción de una filosofía de la naturaleza
universal como meta de la ciencia, le llevó a regiones de especulación ante las cuales dudaban científicos
mucho mejores. Fue, sin embargo, precisamente esta ingenuidad especulativa la fuente de su única
contribución importante al movimiento científico. Su concepción puramente unificadora del
universo como un todo integrado, explicable por los principios mecánicos universales aplica-
bles igualmente a los organismos y a la materia inerte, a las partículas microscópicas y a los
cuerpos celestes, fue la que proporcionó un programa a las sucesivas generaciones de filósofos
de la naturaleza. [...] Aun cuando la epistemología de Descartes y su metafísica fueran rechazadas, su
física tuvo un influjo dominante, tanto en la Royal Society como en la Académie des Sciences. Cualquier
sistema nuevo tenía que abrirse paso contra ella, e incluso la alternativa más famosa, el sistema
newtoniano, cuya resistencia en Francia fue solamente vencida por Maupertuis (1698-1759) y por

45
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

Voltaire (1694-1778), se basaba en el mismo programa general de descubrir las leyes unificadoras de la
cosmología. (Crombie 1985, II, p. 268).

Una vez establecidos los principios generales de la física, Descartes se entregó a explicar con
ellos los fenómenos celestes y terrestres. En cosmología aceptó los descubrimientos telescópicos de
Galileo y el copernicanismo, aunque curándose en salud con la afirmación de que la Tierra está en
reposo respecto a las partículas del vórtice que la arrastra, al modo en que un barco a la deriva está en
reposo respecto al agua circundante. Eliminadas las esferas de éter por Tycho Brahe y decidido a barrer
los principios activos generadores de movimiento, Descartes daba cuenta del movimiento cósmico
llenando los espacios vacíos de un fluido material que se movía en torbellinos, capaz de arrastrar a los
astros y explicar la gravedad centrípeta. [...].

Descartes' vortex theory of planetary motion proved initially to be one of the most influential aspects of Cartesian
physics, at least until roughly the mid-eighteenth century. A vortex, for Descartes, is a large circling band of material
particles. In essence, Descartes' vortex theory attempts to explain celestial phenomena, especially the orbits of the planets or
the motions of comets, by situating them (usually at rest) in these large circling bands. The entire Cartesian plenum,
consequently, is comprised of a network or series of separate, interlocking vortices. In our solar system, for example, the
matter within the vortex has formed itself into a set of stratified bands, each lodging a planet, that circle the sun at varying
speeds. (Slowik, “Descartes’ physics”, Stanford Enciclopedy of Philosophy).

Así pues, este nuevo Aristóteles explica [...] los misterios de la naturaleza, despojándola de sorti-
legios y propiedades ocultas. Descartes reduce a mecánica las tres interacciones a distancia que
habían sido el paradigma de la magia y la mística: la luz, el magnetismo y la gravedad. [...]

Con excepción de Robert Hook, casi nadie abrazó un mecanicismo estricto como el cartesiano.
(Solís y Sellés 2005, p. 326).

46
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

No obstante, en su conjunto, la teoría de los vórtices ofreció a los filósofos naturales un modelo
muy intuitivo de los fenómenos celestes compatible con la filosofía mecanicista. La teoría fue considera-
da como superior a la teoría de Newton de la gravitación universal puesto que no postulaba una cualidad
misteriosa, oculta, (la gravedad) como causa de las órbitas planetarias o la caída libre de los objetos
terrestres. Asimismo, la teoría de los vórtices proporcionó una explicación adicional de la común
dirección de las órbitas planetarias. [...] A largo plazo, sin embargo, la teoría cartesiana de los vórtices
fracasó por dos razones fundamentales. En primer lugar, ni Descartes ni sus seguidores desarrollaron
nunca un tratamiento matemático de la teoría que pudiera competir con la exactitud y el alcance
predictivo (en continuo aumento) de la teoría newtoniana. En segundo lugar, repetidos intentos por
parte de los filósofos naturales cartesianos de contrastar (test) las diversas ideas de Descartes sobre las
partículas en movimiento circular (e. g., usando grandes barriles giratorios llenos de pequeñas partículas)
no encajaron con las predicciones avanzadas en los Principios de Filosofía. (Slowik, “Descartes’ physics”,
Stanford Enciclopedy of Philosophy).

5.2. El papel de la experiencia en la investigación científica

[Ha sido habitual por parte de los historiadores interpretar a Descartes en el modo que acaba-
mos de indicar con el ejemplo de las leyes del movimiento, es decir, como si hubiera intentado deducir
ciertos principios y leyes de la física a partir de principios metafísicos más elevados. Así, del principio
metafísico de que Dios es inmutable en su esencia, se deduciría el principio físico de que, puesto que fue
Él quien puso en movimiento el cosmos, la cantidad de movimiento en el universo debería ser también
constante. Sin embargo, recientemente esta interpretación ha sido cuestionada por algunos historiadores
(Desmond M. Clarke particularmente), y se tiende a reconocer un papel más significativo para la
experiencia en la obra de Descartes.]

Debemos interpretar –escribe Clarke– que la metafísica cartesiana proporciona un fun-


damento a la física en un sentido mucho más ambiguo y más rico: la metafísica establece la
posibilidad de que la ciencia física sea un tipo de conocimiento cierto; las consideraciones
metafísicas proporcionan el conocimiento de la causa primera, la cual explica la actuación de las causas
secundarias del movimiento; argumentos metafísicos o metodológicos determinan qué tipo de entidades
pueden considerarse explicativas en física y qué tipo de argumentos son pruebas. Hasta cierto punto, es
incluso cierto que la integración de principios físicos apropiados con los principios metafísicos ya
establecidos ayuda a corroborar los principios físicos. En este complejo sentido, la física es demostrada
por la metafísica o la física es deducida a partir de la metafísica. Podemos seguir de esta forma
describiendo el papel fundamentador de la metafísica tan sólo con la condición de que reconozcamos
estar hablando el lenguaje de Descartes y no el nuestro. (Clarke (1986), p. 117).

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

[El propio Descartes es muy oscuro sobre todo esto, pues de un modo que hoy nos parece con-
fuso] piensa que las leyes de la naturaleza son autoevidentes intuitivamente, están garantizadas
empíricamente, y se demuestran metafísicamente. (Clarke (1986), p. 211).

[En todo caso, tenga razón o no esta interpretación reciente,] Descartes se dio cuenta de que,
por medio de la deducción, sólo se podría llegar a una corta distancia del vértice de la pirámide [de
proposiciones]. La deducción a partir de principios intuitivamente evidentes es de limitada
utilidad para la ciencia. Puede dar lugar tan sólo a las leyes más generales. Además, puesto que
las leyes fundamentales del movimiento sólo colocan límites a lo que puede suceder en ciertos tipos de
circunstancias, innumerables secuencias de acontecimientos son compatibles con estas leyes. Dicho en
términos generales, el universo que conocemos sólo es uno de los universos infinitamente numerosos
que podrían haberse creado de acuerdo con estas leyes.

Descartes señaló que no se puede determinar, a partir de la mera consideración de las leyes gene-
rales, el curso de los procesos físicos. [...] Para deducir un enunciado acerca de un efecto particular, es
necesario incluir entre las premisas información sobre las circunstancias en las que ocurre el efecto. [...]
De este modo, un papel importante de la observación y experimentación en la teoría de Descartes
del método científico es el de proporcionar el conocimiento de las condiciones en las que tienen
lugar los acontecimientos de un tipo dado.

Es en este punto en el que cobra valor el programa baconiano de reunir historias naturales y
buscar correlaciones entre los fenómenos. Descartes concedió todo esto a la ciencia baconiana. Negó,
sin embargo, que fuese posible establecer leyes importantes de la naturaleza mediante el cotejo y la
comparación de casos observados.

Un segundo papel importante de las observaciones y experimentación en la teoría del método


científico de Descartes es el de sugerir hipótesis que especifiquen mecanismos que sean
compatibles con las leyes fundamentales. [...] Sugirió hipótesis basadas en analogías extraídas de las
experiencias cotidianas. Comparaba los movimientos de los planetas con los giros de pedacitos de
corcho cautivos en un torbellino, la reflexión de la luz con los rebotes de pelotas [...] en superficies duras
y la acción del corazón con la generación de calor en los henales.

[Pero] el punto en que la teoría del método científico de Descartes es más vulnerable es el de la
confirmación experimental. Claramente, al menos de labios para afuera, apoyó la confirmación
experimental. [...] Sin embargo, la práctica de Descartes no estuvo a menudo a la altura de los elaborados
razonamientos de sus escritos sobre el método. En general, tendió a considerar la experimentación
como una ayuda para formular explicaciones, más que como una piedra de toque de la
adecuación de tales explicaciones. (Losee (1985), pp. 85-88).

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

El científico holandés Christian Huygens señaló más tarde que Bacon no había apreciado la fun-
ción de las matemáticas en el método científico, mientras que Descartes había desestimado la función de
la experimentación. (Mason (1985), 2, p. 59).

[Podemos decir en conclusión que] Descartes buscó un método racional para resolver los pro-
blemas científicos, pero volvió la espalda a los modestos métodos empíricos de Bacon, y no vio
esperanza seria en nada que no fuera la búsqueda de la completa certeza. Como él entendía, a
largo plazo toda teoría ha de tener relación con la experiencia; pero no dudaba de que la inteligibilidad y
certeza de los conceptos matemáticos "claros y distintos" poseían una prioridad mayor que la del apoyo
empírico de hechos intelectualmente inconexos. El nuevo programa de investigación de los filósofos
naturales del siglo XVII fue presentado como siendo a la vez "matemático" y "experimental". Pero fue,
primero y ante todo, una búsqueda de la certeza matemática: la búsqueda de apoyo experimental y de
ejemplos fue secundaria. (Toulmin (1990), p. 130).

5.3. Logros científicos importantes

Al desarrollar su método matemático, Descartes realizó notables avances en la técnica matemáti-


ca; en concreto, inventó la geometría de coordenadas. Galileo se había basado en demostraciones
geométricas para probar sus propiedades mecánicas. Amplió el ámbito de la geometría a otras magnitu-
des medibles, cantidad de movimiento, velocidad y tiempo. En este terreno la aplicación de la geometría
resultaba más bien forzada y engorrosa. El álgebra constituía una técnica matemática mucho más flexible
y general, pudiendo abordar fácilmente problemas que entrañasen masas y movimientos. Sin embargo, el
álgebra era entonces algo más bien novedoso, siendo abstracta y hallándose alejada del pensamiento
geométrico predominante en los matemáticos de la época. [...] Descartes hizo la geometría algebraica,
representando las figuras geométricas mediante ecuaciones algebraicas. Más tarde, Newton y
Leibniz describirían las figuras geométricas mediante ecuaciones algebraicas que representaban el
movimiento de un punto geométrico, desarrollando así el cálculo.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

[...] Descartes [también] representó una mejoría con respecto a Galileo por cuanto que sugería
que los movimientos naturales tomaban la forma de la velocidad uniforme en una línea recta y no en un
círculo, como Galileo había supuesto. Así, fue descartes el primero que enunció el principio de inercia.
(Mason (1985), 2, pp. 60 y 62).

[Igualmente relevantes fueron las aportaciones de Descartes a la óptica. Descartes formuló en su


Dióptrica (1637)] la primera gran teoría mecánica de la naturaleza de la luz. Esto privó a la luz de todo
misterio. La materia del fuego que compone el centro de los vórtices del Sol y las estrellas gira en medio
del éter rígido y denso circundante. La tendencia centrífuga a alejarse del centro de la materia del fuego
presiona sobre el éter que, siendo incomprensible y duro, transmite instantáneamente esta “tendencia al
movimiento” o presión (no un movimiento real) hasta los confines del mundo. Esa presión en los ojos
es la experiencia de la luz. [...].

Para poder operar matemáticamente, Descartes usa una serie de modelos ficticios, al modo en
que lo hacen los astrónomos, según pretende. Uno de ellos, [...] el más útil (e inconsistente con su
concepción de la luz) es el de una pelota de tenis viajando en línea recta por un medio poco resistente.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

La gracia mayor de este modelo es precisamente que permite diferentes velocidades en medios distintos,
lo que puede explicar la refracción, algo imposible con un pulso instantáneo sin diferencias de velocidad.

La ley de reflexión [ya establecida por Herón de Alejandría] (el ángulo de incidencia y el de re-
flexión son iguales: i = r) se obtiene fácilmente suponiendo que la luz es un proyectil que rebota con la
misma velocidad con la que traía. [...]

El caso de la refracción es más interesante, pues Descartes fue el primero que publicó en la
Dióptrica de 1637 la ley buscada por los geómetras al menos desde los tiempos de Ptolomeo, en el siglo
II. [...] Todo el mundo, desde Alhazén a Roger Bacon, Witelo y Kepler, partía de la suposición de que la
luz debía ir más despacio en los medios más densos. Sin embargo, Descartes, basándose en su idea
original de que la luz es en realidad una presión sin movimiento del medio, pensaba que cuanto más
denso fuese el medio, más fácil sería la transmisión, lo que en el modelo corpuscular se traducía en una
mayor velocidad. (Solís y Sellés 2005, pp. 442-4).

La ley de refracción, conocida también como ley de Snell, o de Snell-Descartes, establece que
cuando una luz pasa de un medio a otro, el seno del ángulo de incidencia mantiene una proporción
constante con el seno del ángulo de refracción.

51
Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

seno α
————— = constante
seno β

O, en una formulación más precisa,

n1 . sen α n2 . sen β

donde n1 y n2 son los respectivos índices de refracción de los materiales.

En resumen, sus principales aportaciones a la ciencia fueron:

– Creación de la geometría analítica.


– Formulación del principio de inercia (Galileo sólo atribuyó inercia al movimiento circular
de un cuerpo sobre un plano equidistante del centro de la Tierra).
– Ley de refracción.
– Mecanicismo y disolución de la imagen jerárquica de la naturaleza.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

6. LA CIENCIA Y EL ORIGEN DE LA CONCEPCIÓN MODERNA DEL MUNDO

[¿Qué circunstancias históricas, sociales y culturales propiciaron o motivaron el cambio de men-


talidad y de ideas que supuso el nacimiento de la ciencia matemático-experimental? ¿Y qué consecuen-
cias a largo plazo tuvieron esta nueva manera de ver el mundo?

No hay respuestas fáciles a estas preguntas y las que existen no cuentan con aceptación unánime
por parte de historiadores o filósofos.

La imagen tradicional presentaba el nacimiento de la ciencia moderna como una reacción racio-
nalista y desprejuiciada al oscurantismo y los excesos escolásticos de la Edad Media, a la fosilización de
los conocimientos que había provocado la autoridad de Aristóteles, y a la necesidad sentida por los
prohombres del saber de iniciar una cultura secular que no estuviera bajo la tutela del dogma religioso,
sino únicamente bajo el dictado de la evidencia matemática y de la comprobación experimental repetible
en principio por todo individuo adiestrado, esto es, bajo el dictado de un método racional susceptible de
ser compartido por cualquier ser dotado de razón, que garantizaría la validez objetiva de los resultados.
Todo ello con la mirada puesta en el logro de un poder sobre la naturaleza mediante la comprensión
cabal de las leyes de su funcionamiento. Un poder capaz de domeñarla y ponerla al servicio del bienestar
de los hombres. Nuestro mundo actual, en el que la tecnología basada en la ciencia se ha convertido en
una fuerza imprescindible para el progreso y la propia supervivencia, sería el resultado casi exclusivo del
cumplimiento de este programa. Seríamos los portadores de un testigo que pusieron en circulación a
comienzos del siglo XVII los padres de la ciencia y cuyo recorrido configuró toda la modernidad.

Sin embargo, la reciente historiografía ha puesto en cuestión esta imagen demasiado contrastada
y autocomplaciente del nacimiento de la ciencia moderna (ver, por ejemplo, la sugestiva reconstrucción
que hace Toulmin (1990)). En tal sentido cabe hacer algunas puntualizaciones:

1) El final de la Edad Media –el 'Renacimiento del siglo XII' en expresión de ciertos medievalis-
tas– conoció, como expusimos en el tema anterior, una época de resurgimiento cultural (aparición de las
primeras universidades), de confianza en la razón y de desarrollo técnico que ha sido vista por algunos
(desde Duhem, Sarton y Gilson hasta Crombie, en lo que se ha llamado 'la rebelión de los medievalistas')
como el verdadero origen de la ciencia moderna. Tengan razón o no en este último punto, lo cierto es
que la imagen de una Edad Media estancada y oscurantista ha de ser desterrada. Otros historiadores, en
cambio, (como Toulmin) han destacado el papel olvidado que los humanistas y escritores del Renaci-
miento –Erasmo, Rabelais, Shakespeare o Montaigne– tuvieron en la configuración de una tradición
moderna de pensamiento que no coincide y que incluso se contrapone en muchos aspectos a la tradición
científica.

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Tema 3. Los orígenes de la ciencia moderna

2) Los años posteriores a 1600 no fueron años de secularización, tolerancia religiosa y prosperi-
dad material capaz de dar fermento a ideas de libertad intelectual. Fueron años de guerras religiosas
(Guerra de los 30 años 1618-48), de aumento de la intolerancia (Concilio de Trento) y de crisis general,
especialmente económica y política.

3) Los ideales que surgen con la época moderna (universalidad, objetividad, búsqueda de la cer-
teza y de la fundamentación en los conocimientos, etc.) no carecen ellos mismos de presupuestos
discutibles que sólo ahora comienzan a ser desvelados en su precariedad.

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