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Al mismo tiempo, creen que ahorrar es acaparar y una causa del desempleo y las
depresiones, como supuestamente lo es el progreso económico en forma de mejoras en
la eficiencia. Y por la misma lógica, consideran a la guerra y la destrucción como
necesarios para evitar el desempleo bajo el capitalismo. Además, creen que el dinero es
la raíz de todo el mal y que la competencia es “la ley de jungla” y “la supervivencia de
los más aptos”. La desigualdad económica, creen, prueba que los empresarios y
capitalistas de éxito desempeñan el mismo papel social en el capitalismo que los
propietarios de esclavos y aristócratas feudales en tiempo pretéritos y ésa es la base
lógica y justa de la “lucha de clases”.
La ignorancia de las ideas de von Mises (la elusión voluntaria de sus ideas) ha permitido
a las últimas tres generaciones de intelectuales continuar con la mentira de que el
capitalismo es una “anarquía de producción”, un sistema de maldad galopante, una
completa locura y una continua lucha y conflicto, mientras que el socialismo es un
sistema de planificación y orden racional, de moralidad y justicia y la armonía universal
definitiva para toda la humanidad. Durante tal vez un siglo y medio, los intelectuales
han visto al socialismo como el sistema de la razón y la ciencia y como el objetivo
último de todo progreso social. Basándose en todo en lo que creen y piensan que saben
la gran mayoría de los intelectuales incluso ahora no pueden dejar de creer que el
socialismo debería triunfar y el capitalismo fracasar.
Esto es lo mínimo que debe decirse acerca de la relación real entre socialismo y razón.
La razón es un atributo del individuo, no del colectivo. Como dijo repetidamente von
Mises, “Sólo el individuo piensa. Sólo el individuo actúa”. Lejos de ser un tipo de
sistema demandado o incluso remotamente apoyado por la razón, el socialismo
constituye la supresión forzosa de de la razón de todos excepto del Dictador Supremo.
Es el único que piensa y planea, mientras que todos los demás simplemente obedecen y
ejecutan sus órdenes. Un sistema en el que un hombre, o unos pocos, presume tener el
monopolio del uso de la razón debe, por supuesto, fracasar. Su fracaso ciertamente no
puede calificarse de un fracaso de la razón. No es un fallo de la razón más de lo podría
calificarse de un fracaso de las piernas humanas y si un hombre o un puñado de ellos
privaran de alguna forma al resto de la raza humana del poder de usar sus piernas y
luego, por supuesto, encuentra que sus propias piernas son inadecuadas para soportar el
peso de la raza humana.
Lejos de ser el fracaso del socialismo un fracaso de la razón, sería mucho más apropiado
describirlo como un fracaso de la locura: la locura de creer que el pensamiento y la
planificación de una persona o un puñado de ellas podría sustituir el pensamiento y
planificación de decenas y centenas de millones de hombre cooperando bajo el
capitalismo y su sistema de división del trabajo y precios. (Por supuesto, como nunca se
han preocupado por leer a von Mises, los intelectuales ni siquiera saben que la gente
normal realiza en realidad planificación económica, planificación que se integra y
armoniza mediante el sistema de precios. Desde la perspectiva abismalmente ignorante
de los intelectuales, la gente normal son como pollos sin cabeza. Pensar y planificar son
supuestamente acciones que solo los funcionarios públicos pueden realizar.
De hecho los intelectuales tienen una cierta conciencia de su culpabilidad. Pues no solo
culpan a la razón y la ciencia del fracaso del socialismo, sino que ahora consideran a la
razón y la ciencia y a su tecnología derivada como fenómenos profundamente
peligrosos, pues ellas, y no el socialismo, han sido responsables de las matanzas
masivas. De hecho el mismo bando intelectual que hace una generación o más pedía una
“ingeniería social” ha llevado el fracaso de la ingeniería social al grado de oponerse
ahora a la ingeniería de prácticamente cualquier tipo.
El mismo bando intelectual que hace una generación o más pedía el control totalitario
de todos los aspectos de la vida humana con el fin de poner orden a lo que de otra forma
sería supuestamente un caos, pide ahora una política de laissez faire, por respeto a las
armonías naturales. Por supuesto no es una política de laissez faire hacia los seres
humanos, que serían igual de rígidamente controlados que siempre. Por supuesto,
tampoco es una política que reconozca ninguna forma de armonía económica entre seres
humanos. No, es una política de laissez faire hacia la naturaleza en bruto: las supuestas
armonías que hay que respetar son las de los llamados ecosistemas.
Pero aunque los intelectuales se han vuelto contra la razón, la ciencia y la tecnología,
continúan apoyando el socialismo y, por supuesto, oponiéndose al capitalismo. Ahora lo
hacen en forma de ecologismo. Deberíamos entender que el objetivo del ecologismo de
límites globales en las emisiones de dióxido de carbono y otros productos químicos, tal
y como se pide en el Tratado de Kioto, lleva fácilmente al establecimiento de una
planificación centralizada mundial con respecto a una amplia variedad de medios de
producción esenciales. De hecho, un puente explícito entre el socialismo y el
ecologismo lo brinda una de los teóricos más ilustres del movimiento ecologista, Barry
Commoner, que fue asimismo es primer candidato del Partido Verde a Presidente de
Estados Unidos.
La única diferencia que veo entre el movimiento verde de los ecologistas y el antiguo
movimiento rojo de comunistas y socialistas es la superficial de las razones específicas
por las que quieren violar la libertad y la búsqueda de la felicidad individuales. Los
Rojos afirmaban que al individuo no se le podía dejar libre porque las consecuencias
serían cosas como “explotación”, “monopolios” y depresiones. Los Verdes afirman que
al individuo no se le pueda dejar libre porque las consecuencias serían cosas como la
destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida y el calentamiento global. Ambos
afirman que es esencial un control gubernamental centralizado sobre la actividad
económica. Los Rojos la quieren supuestamente para favorecer la consecución de
prosperidad humana. Los Verdes la quieren para supuestamente para evitar daños
medioambientales (…) [y en el fondo] ambos, los Rojos y los Verdes quieren que
alguien sufra y muera; unos, los capitalistas y los ricos, supuestamente por el bien de los
proletarios y los pobres; los otros, una importante parte de la humanidad, supuestamente
por el bien de los animales inferiores y la naturaleza inanimada. (Ibíd., p.102).
II.
Todo lo que he dicho hasta ahora debería entenderse como la naturaleza de un prólogo.
Considero que lo sustancial de mi charla es la refutación de las dos afirmaciones
esenciales de los ecologistas y luego una crítica de sus prescripciones políticas
esenciales. Las dos afirmaciones esenciales de los ecologistas, que doy por supuesto que
ya las conocen bien todos, son (1) que el progreso económico continuado es imposible,
por el inminente agotamiento de los recursos naturales (de este idea viene el lema
“reducir, reusar, reciclar”) y (2) que el progreso económico continuado, de hecho
mucho del progreso económico que hemos tenido hasta ahora, es destructivo para el
medio ambiente y por tanto peligroso.
Escribe:
Debe decirse que los últimos dos prerrequisitos son hechos por los humanos. El
conocimiento humano de la conexión causal entre cosas materiales externas y la
satisfacción de necesidades humanas debe descubrirla el hombre. Y el control suficiente
de las cosas materiales externas como para dirigirlas a la satisfacción de las necesidades
humanas debe establecerlo el hombre. En su mayor parte, se establece por medio de un
proceso de acumulación de capital y un aumento de la productividad de la mano de
obra.
Todo esto tiene un reflejo inmediato en la materia de los recursos naturales. Implica que
los recursos ofrecidos por la naturaleza, como hierro, aluminio, carbón, petróleo, etc. no
son en modo alguno inmediatamente bienes. Su carácter de bienes debe crearlo el
hombre, por el conocimiento descubridor de sus respectivas propiedades, que le
permiten satisfacer las necesidades humanas y luego establecer control suficiente sobre
ellas como para dirigirlas a la satisfacción de necesidades humanas.
Por ejemplo, el hierro, que ha estado presente en la tierra desde la formación del planeta
y durante toda la presencia del hombre en la tierra, no se convirtió en un bien hasta
mucho después de que acabara la Edad de Piedra. El petróleo que ha estado presente en
la tierra durante millones de años, no se convirtió en un bien hasta mediados del siglo
XIX, cuando se descubrieron usos para él. El aluminio, el radio y el uranio tampoco se
convirtieron en bienes hasta el último siglo o siglo y medio.
El segundo aspecto de la teoría de los bienes de Menger que resulta altamente relevante
para la crítica de las afirmaciones esenciales de los ecologistas es su principio de que el
punto de partida para el carácter de bienes y el valor de los bienes está dentro de
nosotros (dentro de los seres humanos) e irradia fuera hacia cosas externas,
estableciendo el carácter de bienes y el primer valor de las cosas que satisface
directamente nuestras necesidades, como comida y ropa, cuya categoría de bienes
Menger describe como “bienes de primer orden” y, segundo, los medios de producir los
bienes de primer orden, como la harina para hacer pan y la tela para hacer ropa, cuya
categoría de bienes Menger describe como “bienes de segundo orden”.
El carácter de bienes y el valor de los bienes proceden por tanto de los bienes de
segundo orden a los bienes de tercer orden, como el trigo, que se usa para fabricar
harina, y el hilo de algodón, que se usa para fabricar la tela para fabricar la ropa. Desde
ahí proceden los bienes de cuarto orden, como los aperos y la tierra usados para
producir el trigo y el algodón en bruto del que se fabrica el hilo de algodón. Por tanto, el
carácter de bienes y el valor de los bienes, en opinión de Menger, irradian hacia fuera de
los seres humanos y sus necesidades hacia cosas cada vez más remotas para la
satisfacción directa de las necesidades humanas.
En palabras propias de Menger: “El carácter de bienes de los bienes de nivel superior
deriva del de los bienes correspondientes de nivel inferior” (p. 63). Y “(…) el valor de
los bienes de nivel superior siempre y sin excepciones está determinado por el valor
eventual de los bienes de nivel inferior a cuya producción sirven” (p. 150). Y respecto
del valor de los bienes de primer orden: “El valor que un individuo económico atribuye
a un bien es igual a la importancia de la satisfacción concreta que depende de su control
del bien” (p. 146). “El factor determinante (…) es (…) la magnitud de la importancia de
esas satisfacciones con respecto a las cuales somos conscientes de ser dependientes del
control del bien” (p. 147).
Todo lo que hace falta añadir a la opinión de Menger sobre la creación por el hombre
del carácter de bienes de los recursos naturales es un reconocimiento preciso explícito
del grado en que las cosas a las que se refiere Menger como que la naturaleza ha
provisto y aún no son bienes o al menos del dominio del que las cosas podrían llevarse a
un grado mayor para recibir el carácter de bienes por virtud de la contribución del
hombre al proceso. En otras palabras, ¿qué ha proporcionado exactamente la naturaleza
con respecto a lo cual el hombre podría descubrir conexiones causales para la
satisfacción de sus necesidades y sobre lo que en mayores porciones podría obtener un
control suficiente para dirigir dichas cosas a la satisfacción de sus necesidades?
Aquí es esencial entender la distinción entre los dos sentidos de la expresión “recursos
naturales”. Primero, existen los recursos naturales tal y como los proporciona la
naturaleza. Esos recursos naturales, como digo, son materia, en todas sus formas
elementales, y energía, en todas sus formas. Y luego, en segundo lugar, tomado de este
dominio, están los recursos a los que el hombre ha dado carácter de bienes.
Ya estamos familiarizados con el hecho de que una característica importante de los
recursos naturales en el primer sentido, esto es de los recursos naturales tal y como los
proporciona la naturaleza, es que ninguno de ellos son intrínsecamente bienes, que para
conseguir su carácter de bienes han de esperar a la acción del hombre. Una
característica más, igualmente importante, de los recursos naturales tal y como los
proporciona la naturaleza y que ahora hay que enfatizar todo lo posible, es el enormidad
de su cantidad. De hecho, para todos los propósitos prácticos, son infinitos. Hablando
estrictamente, son unos y los mismos que toda la materia y energía del universo. Esa es
la totalidad de los recursos naturales proporcionada por la naturaleza.
Por tanto, en un sentido, el sentido de la usabilidad, los recursos naturales accesibles (es
decir, de bienes como Menger define el término) la contribución de la naturaleza es
cero. Prácticamente nada nos llega de la naturaleza que esté listo para ser un recurso
usable y accesible, en el sentido de Menger. Sin embargo, en otro sentido, los recursos
naturales que vienen de la naturaleza (la materia, en forma de todos los elementos
químicos, conocidos y por conocer, y la energía en todas su formas) son virtualmente
infinitos. En este sentido, la contribución de la naturaleza es ilimitada.
Además de los ejemplos dados anteriormente con respecto al hierro, petróleo, aluminio,
radio y uranio, consideremos las implicaciones para la oferta de recursos naturales
usables y accesibles del hombre al convertirse en capaz de cavar a mayores
profundidades con menos esfuerzo, separar los componentes que antes no podía hacer o
hacerlo con menos esfuerzo, para conseguir acceder a regiones de la tierra previamente
inaccesibles o mejorar su acceso a regiones ya accesibles. Todo esto aumenta la oferta
de recursos naturales usables y accesibles. Por supuesto, lo hace en virtud de crear lo
que Menger describe como control suficiente sobre las cosas como para dirigirlas a la
satisfacción de necesidades humanas. Todo ello les confiere el carácter de bienes a lo
que hasta entonces eran meras cosas.
Y añadí:
No hay límite para los posibles avances futuros. El hidrógeno, el elemento más
abundante en el universo, puede convertirse en una fuente de energía económica en el
futuro. Explosivos atómicos y de hidrógeno, láseres, sistemas de detección por satélites
e incluso los propios viajes espaciales abren nuevas e ilimitadas posibilidades de
incrementar la oferta de minerales económicamente utilizables. Los avances en la
tecnología minera que harían posibles excavar económicamente a una profundidad de,
digamos, diez mil pies, en lugar de las profundidades actualmente mucho más limitadas
o cavar minar bajo los océanos, también incrementarían la porción de masa
terráquea accesible al hombre de forma que todos los suministros previos de minerales
accesibles parecería insignificante en comparación. (p. 64).
El punto clave es que, siguiendo las ideas de Menger de la naturaleza de los bienes, la
oferta de recursos naturales usables y accesibles económicamente es expandible. Se
agranda como parte del mismo proceso por el que el hombre aumenta la producción y
suministro de todos los demás bienes, a saber, el progreso científico y económico y y el
ahorro y la acumulación de capital.
De forma similar, el una sociedad así, las existencias de bienes de capital aumentan de
generación en generación. La mayor existencia de bienes de capital acumulados en
cualquier generación basándose en una preferencia temporal suficientemente baja y por
tanto al correspondiente alto grado de ahorro y provisión para el futuro, junto con una
continua alta productividad de los bienes de capital basada en el conocimiento científico
y tecnológico avanzado, sirven para producir no solo una mayor y mejor oferta de
bienes de consumo, sino asimismo una mayor y mejor oferta de bienes de capital. Esa
mayor y mejor oferta de bienes de capital, continuando con la misma base de bajas
preferencias temporales y avance del conocimiento científico y tecnológico, sirve a su
vez para aumentar y mejorar más la oferta no solo de bienes de consumo sino también
de bienes de capital. El resultado es una continua acumulación de capital, que se basa en
que de generación en generación el hombre es capaz de enfrentarse a la naturaleza con
la posesión de poderes crecientes de control físico sobre ella.
Basándose tanto en el progresivamente creciente conocimiento de la naturaleza como en
el progresivamente creciente poder físico sobre la naturaleza, el hombre aumenta
progresivamente la fracción de la naturaleza con constituye bienes, es decir, la oferta de
recursos naturales usables y accesibles.
III.
Me ocupo ahora del segundo aspecto de la teoría de los bienes de Menger que se
relaciona con la crítica de las ideas esenciales del ecologismo, a saber, su visión del
proceso de producción como de continua mejora de la utilidad a medida que se traslada
de bienes de orden superior a bienes de orden inferior.
Todo lo que hace falta añadir a la opinión de Menger es reconocer de nuevo el hecho de
que la tierra es una inmensa bola sólidamente apretada de elementos químicos. Esos
elementos químicos constituyen lo que rodea material y externamente al hombre, es
decir, su entorno. Son las condiciones materiales externas de la vida humana.
Esto se hace evidente tan pronto como nos damos cuenta de que no solo todo el mundo
constituye físicamente en nada salvo en elementos químicos, pero asimismo que estos
elementos nunca se destruyen. Simplemente reaparecen en distintas combinaciones, en
distintas proporciones, en distintos lugares. Como escribí en capitalismo:
Por ejemplo, parte del hierro y cobre del mundo ha sido extraído del interior de la tierra,
donde era inútil, para ahora conformar edificios, puentes, automóviles y mil y un
objetos que benefician la vida humana. Parte del carbono, oxígeno e hidrógeno del
mundo se han separado de ciertos componentes y recombinado con otros, en un proceso
que genera energía para calentar y alumbrar hogares, mover maquinaria industrial,
automóviles, aviones, barcos y ferrocarriles e incontables otras formas de servir a la
vida humana. De ello se deduce que al estar el entorno humano compuesto de elementos
químicos como hierro, cobre, carbono, oxígeno e hidrógeno y al hacerlos útiles
mediante su actividad productiva en distintas formas, dicho entorno mejora a su vez.
(…)
Consideremos más ejemplos. Para vivir, el hombre necesita ser capaz de mover su
persona y bienes de un sitio a otro. Si un bosque salvaje aparece en su camino, ese
movimiento resulta difícil o imposible. Por tanto, representa una mejora en su entorno
cuando el hombre aparta los elementos químicos que constituyen algunos de los árboles
a otro lugar y echa los elementos químicos, que trae de otro sitio, para construir una
carretera. Es una mejora en el entorno cuando el hombre construye puentes, cava
canales, excava minas, despeja terrenos, construye fábricas y casas o hace cualquier otra
cosa que represente una mejora en las condiciones materiales externas de su vida. Todas
esas cosas representan una mejora en lo que rodea materialmente al hombre—su
entorno. Todo ello representa la redisposición de los elementos de la naturaleza en
forma que les haga encontrarse en una relación más útil para la vida y el bienestar
humanos.
Por tanto, toda la actividad económica tiene como único fin la mejora del entorno—se
dirige exclusivamente a la mejora de las condiciones materiales externas de la vida
humana. La producción y la actividad económica son precisamente los medios con los
que el hombre adapta su entorno y por tanto lo mejora. (p. 90).
Cuando los ecologistas hablan de “daño al entorno” en relación con cosas como talar
bosques, explosionar formaciones rocosas o la pérdida de estas especie de planta o
animal sin valor conocido o previsible para el hombre, lo que realmente quieren decir en
último término es la pérdida del los supuestos valores intrínsecos que constituyen esas
cosas y no una pérdida real alguna para el hombre. Por el contrario, están dispuestos a
sacrificar la vida y el bienestar humanos por la preservación de dichos supuestos valores
intrínsecos. Para ellos, el “entorno” no es lo que rodea al hombre, derivando su valor de
su relación con éste, sino la naturaleza por sí misma, derivando su valor de sí misma, es
decir, poseyendo un valor “intrínseco”.
Así por ejemplo, si queremos construir un edificio, no solo nosotros nos beneficiaremos,
sino asimismo todos los que trabajen para nosotros en la construcción y los que nos
proporcionen materiales y equipos para ello. También lo harán los compradores o
arrendatarios del edificio, si construimos para vender o alquilar. Además, ninguna
propiedad o tercera persona puede verse dañada por nuestra acción. Por ejemplo, nos
arriesgamos a una fuerte sanción si construimos nuestro edificio de una forma que
socave los cimientos de una edificio adyacente o que haga a nuestro edificio inseguro
para quienes pasen junto a él.
Las principales quejas de los ecologistas actualmente se preocupan del hecho de que
calentamos y refrescamos nuestro edificio, es verdad que no como individuos aislados,
sino como unos de muchas decenas o centenas de miles de individuos que utilizan
combustibles fósiles o CFC. Al hacerlo, supuestamente la humanidad es culpable del
delito de aumentar el nivel de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero,
causando así “calentamiento global” o aumentando el nivel de moléculas que destruyen
el ozono en la atmósfera superior, ocasionando así tasas mayores de cáncer de piel. Y
como la humanidad supuestamente es culpable de estas cosas, los ecologistas suponen
que a los hombres individuales se nos deba restringir, si no prohibir completamente,
nuestro uso de combustibles fósiles y CFC, incluso aunque, como individuos, seamos
completamente incapaces de causar ninguno de los supuestos efectos; y por supuesto lo
mismo es cierto, mutatis mutandis, para todos y cada uno de los demás individuos.
IV.
Ahora quiero ocuparme del enorme espíritu del individualismo que puede encontrarse
en von Mises. Solo los individuos piensan y solo los individuos actúan, dice von Mises.
De esto se deduce, por supuesto, que solo debería considerarse responsable a un
individuo de sus propias acciones. El hijo no debería ser castigado por los pecados del
padre; un miembro de una raza o nación o clase económica no debería ser considerado
responsable de las acciones de otros miembros de esa raza, nación o clase económica.
Al individuo no debería castigársele por las consecuencias que puedan resultar solo
como consecuencia de acciones de la categoría o grupo más amplio del cual es
miembro, pero no ocurran como resultado de sus propias acciones. Así, incluso aunque
sea cierto que el efecto combinado de las acciones de varios miles de millones de
personas esté realmente causando calentamiento gomal o desaparición de ozono
(ninguna de estas afirmaciones se ha probado realmente: ¡las afirmaciones del
calentamiento global tienen la certidumbre de una previsión del tiempo, extendida a los
próximos 100 años!), pero incluso si, como digo, esas afirmaciones fueran ciertas, de
ello no se deduciría ninguna justificación para prohibir a ningún individuo o individuos
concretos actuar de forma que solo por agregados de miles de millones de individuos
generen calentamiento gomal o desaparición de ozono o lo que sea.
Una vez que vemos las cosas desde esta perspectiva, queda claro cuál es la respuesta
apropiada a esta cambien medioambiental, ya sea el calentamiento global y la
desaparición del ozono, el enfriamiento global o el aumento de ozono o cualquier otra
cosa que produzca la naturaleza. Es la misma que la respuesta apropiada del hombre a la
naturaleza en general. Esto es, los seres humanos deben ser libres de ocuparse de la
naturaleza para su máximo aprovechamiento, sujeto solo a la limitación de no iniciar el
uso de fuerza física contra la persona o propiedad de otros seres humanos. Siguiendo
este principio, el hombre se ocupará de cualquier fuerza negativa de la naturaleza que
generen los residuos de su propia actividad tomados agregadamente precisamente la
misma forma exitosa en que se ocupa normalmente de las fuerzas primarias de la
naturaleza.
Pero todo esto no vale prácticamente en lo que respecta a los ecologistas. Están
dispuestos a renunciar a todo ello porque, según alegan, causa calentamiento global y
desaparición de ozono, es decir, mal tiempo. Y la mejor forma que tenemos para evitar
ese mal tiempo, dicen, y así controlar la naturaleza para nuestro mayor beneficio es
abandonar la civilización industrial moderna y el capitalismo.
Incluso si el calentamiento global resultar ser un hecho, los ciudadanos libres de una
civilización industrial no tendrían graves dificultades en afrontarlo—por supuesto,
siempre que su capacidad de uso de energía no se vea limitado por el movimiento
ecologista y los controles gubernamentales en sentido opuesto. Las aparentes
dificultades de afrontar el calentamiento global, o cualquier otro cambio a gran escala,
sólo aparecen cuando el problema se ve desde la perspectiva de los planificadores
centrales gubernamentales.
Con esa libertad, todo el problema quedaría superado. Esto pasa porque bajo el
capitalismo las acciones de los individuos y el pensamiento y la planificación
subyacentes se coordinan y armonizan a través de sistema de precios (como han tenido
que aprender muchos antiguos planificadores de Este de Europa y la extinta Unión
Soviética). Como consecuencia, el problema se resolvería exactamente de la misma
forma en la que decenas y cientos de millones de individuos libres han resuelto
problemas mucho mayo-res, como el rediseño del sistema económico para afrontar el
cambio del caballo por el automóvil, la colonización del Oeste Americano y la
transformación de la mayor parte del trabajo del sistema económico de la agricultura a
la industria (pp. 88-89).
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra.