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Incluyo una cita del capítulo VIII de lo que, si Dios quiere, será mi próximo
libro:
Dice el salmo:
Las palabras de YHVH (son) palabras puras, plata1 refinada en horno de tierra,
purificada siete veces.
1
Késef, plata, suma 160, lo mismo que Ets, árbol, y Tsélem, forma imagen.
Hasta el momento de la observación (mediante un experimento) los valores de
las variables que definen el estado de un sistema físico (por ejemplo, una partícula
elemental) no están definidas, no tienen un valor concreto. La función de onda que lo
define se describe, de hecho, como una superposición de todos los estados posibles del
sistema. Cuando hacemos una observación (interacción con la conciencia), la función
de onda colapsa a un estado definido (uno de entre todos los estados superpuestos).
Podemos entonces decir que la partícula está aquí o allá, tiene una determinada
velocidad (siempre dentro de lo permitido por el principio de indeterminación). Hasta
entonces sólo podemos hablar de probabilidades.
Del mismo modo, si tenemos un conjunto de letras que definen un estado, por
ejemplo Yesod, Yod Sámej Vav Dálet, las veinticuatro permutaciones de esas cuatro
letras nos determinan en superposición todas las posibilidades energéticas asociadas a
esa sefirá, de las cuales la configuración que conocemos como YSVD (en vez de,
digamos, SDVY) es una posibilidad colapsada a una realidad específica determinada
por la conciencia. El recitar (o vibrar, cantar, en cualquier caso meditar) todas las
permutaciones nos sitúa en el estado fundamental previo, abriendo nuestra mente a
todas sus posibilidades energéticas. En ese estado es posible salir del marco cerrado y
limitado en que nos encontramos (la realidad es mental), acceder a estados superiores
de conciencia y efectuar las reprogramaciones convenientes.